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CONCIENCIA MORAL

Ferrater (1975) afirma que el término conciencia puede referirse, en primer lugar,
al reconocimiento de algo exterior o interior. Apunta al conocimiento del bien y
del mal y en este caso, se habla de conciencia moral.1

El término griego, synéidesis, a juicio de Mondolfo (1941, pág. 44) es posterior a


la noción misma que va elaborándose a través de la tragedia, las corrientes órficas
y, sobre todo, el pitagorismo en donde cobra una importancia decisiva el examen
de conciencia por el que se enseña a vergonzarse ante uno mismo más que frente
a los otros. A partir de ahí, el concepto se transmitirá tanto a Demócrito por una
parte, como a Sócrates, Platón y Aristóteles. Pero será entre epicúreos y estoicos
donde el concepto alcanzará un mayor relieve como crítica del propio
comportamiento, bien a través del examen entre maestro y discípulo, bien como
examen ante sí mismo como la voz racional de la naturaleza, pues es a través de
la oikeiosis (autopercepción), que el hombre puede conocer en su interioridad la
ley natural conforme a la cual ha de vivir. Estas concepciones penetrarán en el
cristianismo y se juntaran con el judaísmo en donde la ley divina, no escrita y
eterna, será el fundamento de la moralidad2

La conciencia moral. Es también conciencia de la libertad, conciencia de que no


todas las posibilidades de elección son igualmente valiosas. Por eso es
especialmente importante plantearnos qué es y cómo funciona. La misma palabra
que usamos para referirnos a ella ya nos da una pista: estar consciente significa
darse cuenta de lo que ocurre alrededor. La conciencia es una forma de
conocimiento o de percepción. La conciencia moral es con lo que nos damos
cuenta de lo que vale, de lo que merece la pena para la vida, de lo que es bueno -
o bien, de lo que no merece la pena, de lo malo, de lo que hay que evitar.

Acción moral – conciencia moral

Llamamos acción moral a las acciones realizadas en un momento de libertad de la


conciencia, y cuya consecuencia aumenta la propia libertad.

1
(Ferrater Mora, 1975)
2
(Rubio Carracedo, 1987, pág. 104)
Llamamos conciencia moral a aquella que en momentos de libertad y por sí misma
decide el sentido de la acción.

Si la conciencia sigue pautas morales por hábitos, por obligación o por presión,
no estamos ante la conciencia moral.

No es correcto concebir la conciencia como un código de conducta impuesto por


padres y educadores, algo así como un lavado de cerebro que pretenda asegurar la
obediencia y salvaguardar la convivencia pacífica.

TEORÍAS PSICOLÓGICAS DE LA CONCIENCIA MORAL

EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO

El psicoanálisis es una ruptura fundamental en la concepción del psiquismo: lo


psíquico ya no se identifica con la conciencia, sino que ésta acompaña a
algunos actos psíquicos.3

Precisiones metodológicas

El psicoanálisis ha conocido un desarrollo plural: nos ceñiremos aquí a la


concepción del propio Freud.
El psicoanálisis puede considerarse en una triple perspectiva: método
terapéutico, teoría de la vida psíquica y método de estudio de aplicación
general. El estudio de las instituciones culturales estuvo presente en el
psicoanálisis desde el principio: el análisis de la cultura no ha sido un mero
complemento.
La gran fluctuación de la terminología freudiana y el ejemplo del concepto de
superyó: no es totalmente identificable con la noción de ideal del yo e incluso
se distingue entre superyó, ideal del yo y yo ideal. Abordamos la cuestión desde
la perspectiva genético-económica del superyó: éste surge y se edifica a partir
de la “disolución” del complejo de Edipo.

Idealización, sublimación, identificación

3
(Skins, 2008)
El concepto de superyó se cimienta sobre las nociones de idealización,
sublimación e identificación, conceptos de por sí muy complejos.

 La idealización es la vía narcisista de la formación del superyó. La


oposición entre libido objetal y narcisista, el narcisismo como gran reserva
libidinal, la distinción entre narcisismo primario y secundario y la forja de
los ideales en la madurez para retener imaginariamente la perfección
narcisista de la niñez. La idealización es el proceso por el que el amor
ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero se consagra en la
vida adulta al yo ideal.
 La sublimación cambia el fin sexual primitivo por otro no sexual y
psíquicamente afín. La sublimación de las pulsiones cambia el fin de la
pulsión, mientras que la idealización cambia el objeto de la libido.
 La identificación es el proceso por el que el sujeto asimila un aspecto o
atributo de otro y se transforma total o parcialmente sobre el modelo de
éste. Se utilizó esta noción en relación con síntomas histéricos.

 La amplitud del proceso de identificación: los fenómenos de duelo y


melancolía y el son estados de abatimiento e incapacidad de elegir un
nuevo objeto sexual: en la melancolía el sujeto se hace reproches a sí
mismo que en realidad van dirigidos al objeto perdido, mientras que en el
duelo la realidad exige a la libido el ir desanudando los lazos que le unían
al objeto. En la melancolía hay una “identificación narcisista” con el objeto
de la libido.
 El superyó, heredero del complejo de Edipo, proviene de las
modificaciones que el propio yo lleva a cabo en sí mismo por
identificación con los objetos primordiales de amor (las figuras parentales)
y en compensación por la pérdida de éstos.4

4
(Skins, 2008)
Surgimiento del superyó.

 Los fenómenos del duelo y la melancolía son parecidos, pero diferentes.


Ambos La culpa y el impulso fanático5

La ambigua oposición entre el yo y el superyó, la demolición de la


constelación edípica y el refuerzo del carácter punitivo del superyó en su
relación con el ello. La articulación de las instancias del yo, ello y superyó
con la teoría de las pulsiones (Eros y Tánatos).
La adquisición del carácter punitivo en el superyó por la liberación,
producto de la sublimación, de la tendencia a la agresión y a la destrucción,
que se direcciona al interior del sujeto: el yo, atrapado entre las exigencias
del ello y los reproches del superyó, que actúa contra el yo a través de la
moral. El sojuzgamiento pulsional no aplaca al superyó, sino que refuerza
su intolerancia.
El sentimiento de culpa, provocado por la unión de la sofocación cultural
de los instintos, el sadismo del superyó y el masoquismo moral.6

Perspectivas culturales

La pugna entre libido y cultura siempre desemboca en algo trágico. Para


que las pulsiones eróticas que mantienen la cultura florezcan, los impulsos
agresivos deben ser sofocados, dirigiéndose contra el propio individuo y
vigilando su yo: el desarrollo de la cultura va unido inexorablemente con
el sentimiento de culpabilidad. Los conflictos no son contingentes, sino
necesarios. No ha lugar a las observaciones optimistas del propio Freud o
a los intentos conciliatorios de los neofreudianos.
El alegato de Freud contra la Ilustración ingenua y su suposición de que el
camino de la cultura conduce de forma necesaria hacia la perfección
humana.

5
(Skins, 2008)
6
(Skins, 2008)
consideraciones finales

La crítica psicoanalítica de la moral no es una crítica sustantiva, sino


genético-funcional. No se pregunta por el problema del fundamento de la
moral, sino por el de su origen y función. No se trata de una filosofía del
deber ser, sino una psicogenética de la moral, de lo que llega a ser deber.
El psicoanálisis freudiano elimina toda posibilidad de una liberación sin
trabas, y afirma que la entrada del individuo en la cultura siempre es un
proceso doloroso.
El mito del padre primordial de la horda primitiva no es sino una creación
del fantasma infantil de omnipotencia. Este mito está relacionado con las
dos prohibiciones fundamentales de la cultura: el asesinato (del padre) y
el incesto.
Sólo gracias a la severidad del superyó respecto de la realización sin
restricciones de los impulsos puede alcanzarse un orden en la conducta
humana. El superyó es el fruto de la represión y del rechazo, no su causa.
Es el yo quien rechaza los impulsos que lo inquietan.
Freud no niega la posibilidad de mejoras en la cultura, pero niega el intento
de acceso a una moral o una cultura sin represión.
El psicoanálisis no pretende renunciar a toda exigencia, pero recela de la
conformación a un ideal que trate de realizar los impulsos más arcaicos
que dice rechazar: el imperativo categórico kantiano se da la mano con el
goce sadiano erigido en imperativo (Lacan). A partir de Freud, la crítica
kantiana de la patología de las inclinaciones debe completarse con la
crítica freudiana de la patología del deber (Ricoeur). Desconfianza de las
propuestas que tratan de armonizar el amor propio con los intereses de los
demás (al estilo de Fromm).
En Freud se sugiere la posibilidad de que la elaboración cultural de los
restos infantiles, la sublimación, no sólo repite los arcaísmos infantiles,
sino que nos abre a nuevos sentidos, a nuevas fantasías, reelaborando
fantasías arcaicas.
La tarea de nuestra vida moral, abierta e imprecisa, consistiría en la
reelaboración por la que se trata de conjugar nuestro deseo en diálogo con
la realidad y los otros.

B) EL COGNITIVISMO: PIAGET Y KOHLBERG

Piaget y Kohlberg se centran en el surgimiento de las estructuras


cognitivas que posibilitan el desarrollo.

J. Piaget

Piaget estudia el juicio moral en su estudio sobre el desarrollo de la


inteligencia humana, que se desenvuelve a través de procesos cognitivos
en orden cronológico.
La mente humana opera con dos funciones invariantes: organización y
adaptación al entorno (asimilación y acomodación). La mente no sólo
absorbe datos, sino que busca información, en su interacción con el medio,
que le permita construir un sistema de orden. La información relevante en
cada etapa depende de las estructuras mentales. Existen cuatro estadios de
desarrollo (métodos de organizar la información):

 Sensomotor (hasta los 2 años), limitación al ejercicio de


capacidades sensoriales y motoras.
 Preoperatorio o prelógico (hasta los 7 años), llegada del
pensamiento (“representación interna de actos externos”). Los
niños están cognitivamente centrados en sí mismos.
 Operaciones concretas (hasta los 11 años), acciones mentales
reversibles con poca capacidad de abstracción.
 Operaciones formales (desde los 11 años), capacidad de razonar en
términos de abstracciones formales.

La inteligencia opera también en el área del afecto; la interacción entre


ambos se pone de relieve en el juicio moral (estructura cognitiva sobre el
trato que nos debemos a nosotros y a los demás).
El estudio por Piaget del desarrollo del respeto por las reglas y el sentido
de la solidaridad en los juegos por los niños: etapa de respeto unilateral
(las reglas como leyes inmutables y autoridades fijas) y etapa de respeto
mutuo (las reglas como fruto cambiable del acuerdo, concepto moral de
cooperación).
La conducta se hace más racionalmente guiada por reglas a medida que los
niños entienden mejor los conceptos sociales en que operan.

L. Kohlberg

El ejercicio del juicio moral es un proceso cognitivo que nos permite


reflexionar sobre nuestros valores y ordenarlos en una jerarquía lógica. El
proceso cognitivo y moral de asunción de roles: el desarrollo de los
procesos cognitivos, condición necesaria –pero no suficiente- para el de
los paralelos niveles sociomorales. Son estructuras que emergen de la
interacción con el entorno social.
Kohlberg distingue en el desarrollo del juicio moral tres niveles (enfoques
de problemas morales), cada uno con dos estadios (criterios por los que el
sujeto ejercita su juicio moral, forman una secuencia invariante e integran
jerárquicamente las estructuras en niveles más bajos). Los estadios,
descripciones de puntos de equilibrio ideales en el camino del desarrollo.
Los tres niveles:
 Nivel preconvencional, las cuestiones morales se enfocan desde los
intereses concretos. Propio de los niños, de muchos adolescentes y de
algunos adultos.

 Nivel convencional, las cuestiones morales se enfocan desde el intento por


desempeñar bien el rol social que al individuo le corresponde. En la
adolescencia y en la mayoría de adultos.
 Nivel postconvencional o de principios, menos frecuente, surge al
comienzo de la adultez y es propio de una minoría de adultos.

Los paralelismos de estos niveles con las etapas del desarrollo cognitivo de Piaget.
El debate sobre los estadios 5 y 6, con menos datos empíricos: el avance sobre el
estadio 4, la “crisis de relativismo” y la propuesta de un estadio 4 ½ de vuelta al
estadio 4. El estadio 5 (perspectiva relativista de los valores pero en búsqueda de
un contrato social) y el estadio 6 (deberes categóricos y juicio moral concebido
como algo consistente y universalizable).
La teoría de Kohlber: una serie de valores universales, de prácticas variables,
encarnados en instituciones sociales, surgiendo de la experiencia de intercambio
con otros y a modo de modelos conceptuales regulatorios de la interacción social.
La compleja relación entre el saber y el actuar, que afecta a dimensiones
emocionales (juicios morales más adecuados que otros no implican personas más
morales). Los estudios empíricos longitudinales de Kohlberg en distintas clases y
países, criticados como etnocéntricos y desde una perspectiva más masculina.
La discusión sobre la naturaleza del estadio 6, ausente en muchas muestras
estudiadas: ¿etapa del desarrollo natural o punto de equilibrio ideal? Habermas: la
psicología cognitiva como enfoque de apoyo a la reconstrucción racional de la
competencia comunicativa y la consideración de los estadios del nivel
postconvencional como “estadios de reflexión” más que como “estadios naturales
de desarrollo”. La crítica habermasiana de la tesis de Gilligan de un supuesto
estadio 7 (“postconvencional contextualista”).7

LA GÉNESIS U ORIGEN DE LA CONCIENCIA MORAL

Al definir la conciencia como un tipo de conocimiento o de percepción estamos


reconociendo que es una realidad compleja. Cuando valoramos una acción
realizada o por realizar, la conciencia moral puede actuar de maneras diferentes:
podemos sentir que lo que hemos hecho o vamos a hacer está bien o mal, sin saber
exactamente por qué; podemos también analizar las consecuencias reales o
posibles de nuestra acción y su conveniencia; podemos recurrir a pensar en normas
previamente aceptadas para enjuiciar la acción... A lo largo de la historia, distintas
corrientes de pensamiento sobre la moral han dado mayor importancia a alguno
de estos modos de actuación de la conciencia moral.

El intelectualismo moral. Por ejemplo, considera la conciencia moral como el


conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo. Se produce en él una

7
(Skins, 2008)
identificación entre el bien y el conocimiento, por una parte, y el mal y la
ignorancia por otra. En consecuencia, según el mismo, sólo obramos mal porque
creemos, en nuestra ignorancia, que ese mal que hacemos es un bien para nosotros.
La manera de conseguir actuar correctamente será, pues, educar a nuestra razón
en los principios de la moral para que no pueda llevarnos a valoraciones
incorrectas sobre la bondad o maldad de las cosas y las acciones.8

El Emotivismo, por el contrario, es el planteamiento de la conciencia moral como


sentimiento. Según los emotivistas, por medio de la razón sólo podemos llegar a
comprender lo útil o lo conveniente para determinados fines, pero no si algo es
bueno o malo. La bondad o maldad de actos, palabras, etc. se siente, no se conoce
racionalmente. Los juicios morales, para los emotivistas, no son más que medios
para comunicar esos sentimientos y para intentar convencer a los demás de su
validez.

El Intuicionismo tampoco considera que la razón sirva para determinar la maldad


o la bondad de las acciones y las cosas: la conciencia moral, según los
intuicionistas, percibe directamente lo bueno y lo malo. Puesto que el bien no es
una cualidad natural -como el color-, no puede percibirse por medio de los
sentidos físicos. Esto hace que los intuicionistas vean la conciencia moral como
un sentido moral -intuición moral- que percibe directamente la bondad o maldad
de las cosas y las acciones, sin intervención de los sentidos físicos ni del
razonamiento.

El intuicionismo y el emotivismo niegan que la razón sea el componente


fundamental de la conciencia moral, aunque desde posturas muy diferentes. El
intuicionismo considera que el bien y el mal están en las cosas y las acciones, son
cualidades reales que percibimos. El emotivismo, por el contrario, sostiene que
son sentimientos que provocan esas acciones y cosas en nosotros; sentimientos
que pueden variar de una persona a otra y son objeto de discusión.

Los Prescriptivistas, en cambio, consideran que la moral se basa en el carácter

8
(Le Senne, 1973)
prescriptivo (imperativo) de sus juicios. La conciencia moral, según estos autores,
asiente o rechaza los mandatos que presentan los juicios morales. La manera de
demostrar el asentimiento a lo que dice una norma es cumplirla, la de demostrar
el rechazo, no cumplirla.

Todas estas teorías destacan aspectos parciales de la realidad total que es la


conciencia moral. Ésta se compone tanto de razonamientos y juicios como de
sentimientos, intuiciones o mandatos.

Un problema clave de la conciencia moral es el de su origen: ¿de dónde surge esa


capacidad del yo espiritual para juzgar, aprobar, desaprobar?; ¿cómo es que puede
acceder, conocer, asumir, personalizar y expresar esas valoraciones
“universales”? Diversas concepciones de la conciencia moral han intentado
solucionar este problema:

La empirista: según esta concepción la conciencia moral es la resultante del


efecto simple y natural de la vida en contacto con la experiencia. Le Senne (1973)
afirma: “La conciencia es, por así decirlo, la masa activa de todas las creencias
surgidas de nuestra familiaridad con la experiencia”

La asociacionista: la conciencia moral obedece, se forma y se muestra en el obrar


por la asociación libre y espontánea de la capacidad potencial de una acción y la
experiencia del sujeto: el agrado, la pena, recompensa, castigo que ésta le
produciría. Esta concepción es limitada por cuanto que dejando de lado todo valor
absoluto, le confiere a la conciencia la completa pasividad ante la asociación, es
decir, omite ese ligero juicio o evaluación somera que ella es capaz de hacer y a
partir del cual ella puede sobreponerse o superar el supuesto imperativo resultante
de la asociación: ella puede aprobarlo o desaprobarlo, aceptarlo o resistirse a él.9

La racionalista: esta perspectiva reduce la estructura y dinamismo de la


conciencia moral a un cuerpo de principios derivables de un primer principio o
esencia. Para los simpatizantes de esta concepción, basta determinar
racionalmente la esencia de un ser para deducir de ahí todo un sistema de deberes
o condiciones de felicidad. Hay que tener presente el status quo propuesto por los
filósofos antiguos en el que cada alma debía obedecer una ley inherente a su

9
(Le Senne, 1973)
condición (ley que provenía de su ser y determinaría su hacer) para ser feliz y
contribuir a la prosperidad de la polis.

La criticista: esta concepción es derivada del racionalismo teórico pero, sin


atender lo ontológico se orienta hacia una consideración moral del deber.
Inspirada en el racionalismo crítico kantiano parte de un elemento trascendental
puro para fijar los principios del pensar y del obrar: “la conciencia legisladora se
distingue de la conciencia subjetiva del agente moral en que pone formalmente a
priori un imperativo, en cuya obediencia se constituye exclusivamente la
moralidad” (Le Senne, 1973, p. 333). La inspiración en el racionalismo crítico
kantiano permite afirmar una (exagerada) independencia del espíritu de cara a la
experiencia sensible y afectiva (en que pueden dirigir las circunstancias), muestra
que es el espíritu el origen de las cosas ideales, y se enfrenta al subjetivismo
individualista que afirmaría los gustos, conveniencias, intereses, caprichos,
egoísmos pero peca de un formalismo y apriorismo por el que la conciencia queda
como colgada en el aire. Se cree que dada la realidad encarnada, situada que es el
ser humano, la conciencia debe estar volcada, comprometida con la realidad y eso
es mucho más que la vigencia de un principio formal.10

La positivista: Para “el positivismo la moral no puede ser más que un capítulo de
ciencia del hombre.” Esta concepción admite dos reduccionismos: uno biológico
y una sociológico. El biológico concibe la conciencia moral como una mera
alineación de la acción voluntaria con la acción orgánica, se dice que en ella la
moralidad e inmoralidad vienen a ser sinónimos de salud o enfermedad, rebaja los
hábitos morales a instintos hereditarios y reduce los vicios y pasiones a taras
congénitas. La tendencia sociológica que, tiene a la base a Comte como su
inspirador y a Durkheim (1976) como el que le señala sus principios y exposición
rigurosa, consagra que todos los valores tienen como origen la sociedad, por tanto
es la sociedad misma la conciencia colectiva y la fuente de la que cobra su valor
sagrado el hecho moral; ella deja su huella o dictamen en nuestra conciencia moral
personal y a ella le debemos respeto- obediencia. De ser así, se debe obedecer los
no pocos dictámenes ambiguos u opuestos al humanismo que ella preconiza hoy.

10
(Le Senne, 1973)
Bibliografía

Ferrater Mora, J. (1975). Diccionario de Filosofía . Buenos Aires: Suramericana.

Le Senne, R. (1973). Tratado de Moral General. Madrid: Gredos.

Rubio Carracedo, J. (1987). El hombre y la ética . Barcelona: Anthropos.

Skins, J. (febrero de 2008). Filosofía Online. Obtenido de Filosofía Online: http://apuntes-de-


filosofia.blogspot.com/2008/01/conciencia-moral.html

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