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Ruralidad y territorio: aproximaciones para la comprensión del

territorio en el trabajo rural sostenible de la psicología comunitaria

¿Como ha entendido el territorio la psicología comunitaria? ¿De qué manera se puede entender
la noción de territorio al aproximarse a la ruralidad? ¿Cuál es la relevancia de la noción de
territorio para el quehacer comunitario rural? ¿Cuáles son las características de la territorialidad
rural? ¿Cómo se proyecta el desarrollo rural y su relación con el territorio?

El territorio en la noción de comunidad


La noción de territorio es un tema referido en las diferentes conceptualizaciones de la psicología
comunitaria, y su relevancia ha sido relegada a la construcción de las nociones de “comunidad” y
“sentido de comunidad” (Conti, 2016). Los trabajos clásicos de psicología comunitaria muestran
diferentes énfasis en sus definiciones del concepto de comunidad: algunos enfatizan el lugar de
los aspectos relacionales-emocionales; otros se enfocan en el lugar de la territorialidad; y otros
realzan el lugar de los propios puntos de vista de los miembros de la comunidad (Krause y
Montenegro, 2017). Sin embargo, la relevancia del “territorio” en la definición de comunidad ha
perdido fuerza como elemento central. Esto se debe, en parte, a las nuevas emergencias de formas
de comunidad ligadas a los avances tecnológicos e informacionales, y en parte a que la noción de
territorio ha sido entendida por la psicología comunitaria casi exclusivamente en su vertiente
material y espacial concreta (Pinto, 2020). De esta manera, para algunas perspectivas se hace
incluso prescindible el territorio a la hora de entender la “comunidad” (Krause, 2001). En
general, el desplazamiento del concepto de territorio en la definición de comunidad no trajo
consigo una profundización teórica de la noción de territorio, quedando como un concepto
flotante y difuso dentro de la psicología comunitaria.

La ruralidad y su brecha conceptual


La discusión conceptual respecto a la comprensión del lugar del territorio dentro de la psicología
comunitaria se pone en tensión a la hora de aproximarse a comunidades fuertemente ligadas con
sus territorios, como son las comunidades rurales imbricadas en su entorno natural inmediato y
relacionadas históricamente con actividades primarias como la agricultura, ganadería, pesca, etc
(De Grammont). En estos casos, donde se pone de manifiesto una brecha entre teoría y práctica,
la noción de territorio parece cobrar una relevancia particular para entender y aproximarse a la
configuración comunitaria y su ligazón territorial.
Según Landini (2015), los psicólogos son usualmente seres urbanos, en el sentido de que
generalmente viven en grandes ciudades. Esto es incluso más marcado en el caso de los
psicólogos y psicólogas que se dedican a la academia, producen literatura científica y enseñan a
quienes en el futuro se convertirán en psicólogos. Este hecho lleva a que las áreas de interés de la
psicología se ‘urbanicen’ al ser construidas en relación con las experiencias, preocupaciones y
demandas urbanas que reciben estos profesionales. En efecto, si este cuerpo profesional
construye áreas de investigación en torno a temas que se piensan o perciben como relevantes, y si
estos temas están marcados por contextos de vida caracterizados por lo urbano, los resultados de
estos trabajos estarán enmarcados o estructurados de manera implícita por las preocupaciones
propias de los habitantes de las ciudades.
Según cifras del Banco Mundial, en el año 2019 el 44% de la población mundial vivía en zonas
rurales. Si nos preguntamos qué grupos sociales se ven favorecidos por la producción de
conocimiento de la psicología, habría que analizar si los problemas, realidades y necesidades de
este 44% de la población son tenidos en cuenta en el mismo nivel y de la misma manera que los
del 56% que habitan en ciudades. (Cita pagina web banco mundial) Citando a Landini, “hace
demasiado tiempo que venimos pensando lo rural a partir de los lentes urbanos que
tradicionalmente nos propone la psicología, lo que distorsiona lo que vemos, limitando nuestras
posibilidades de actuar eficazmente en esos ámbitos” (Landini, 2015, p. 11).

Ruralidad y exclusión social


La pregunta por cuán representadas están las problemáticas de las poblaciones rurales en las
investigaciones y en las prácticas de los psicólogos y psicólogas es relevante para la psicología
comunitaria, dada su orientación al cambio social y su interés por los grupos sociales excluidos o
postergados (Montero, 2004). Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés), señala que “las comunidades
rurales en los países en desarrollo son hogar de algunos de los grupos sociales más
desfavorecidos y marginalizados del mundo actual: productores sin tierra, pobres crónicos,
mujeres cabeza de familia, personas con enfermedades crónicas como HIV/SIDA, tuberculosis o
malaria” (Anríquez y Stloukal, 2008, como se cita en Landini, 2015). En la misma línea, en el
Informe 2011 de Pobreza Rural del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), también
de las Naciones Unidas, se señalaba que la extrema pobreza a nivel mundial era el 27% más alta
en ámbitos rurales que en urbanos (FIDA, 2011, como se cita en Landini, 2015). Esto implica que
más de la mitad de la pobreza extrema del mundo está hoy ubicada en las zonas rurales. Así,
queda claro que, si la psicología comunitaria o la psicología de la liberación quieren realmente
trabajar con los sectores excluidos, entonces tienen que prestar particular atención a las
problemáticas propias de los ámbitos rurales.

Psicología rural y su ética en el quehacer local


En este sentido, un área de la psicología que se enfoca directamente al abordaje de las
problemáticas del ámbito rural es la psicología rural. Para Landini (2015), la definición de esta
psicología no debe cristalizarse, sino que debe tomar la forma de una propuesta en permanente
construcción dinámica, ya que el argumento central para sostener la pertinencia de la psicología
rural fue la potencialidad de generar nuevas formas de pensar y hacer. Esta ética metodológica se
funda en la necesidad de responder a las preocupaciones específicas y las problemáticas propias
de quienes viven en el campo o en pequeñas ciudades. De esta manera, pierde sentido hablar de
una esencia de lo rural, ni de los sujetos rurales, ni de la psicología rural en cuanto constructo, ya
que la idea no es delimitar un espacio al interior de la academia para apropiárselo, sino abrir la
academia a las necesidades de aquellas personas cuya cotidianidad transcurre en contextos
rurales, en cierto sentido olvidadas. La idea de una psicología rural implica una mirada y una
práctica que resulte apropiada y útil para las poblaciones rurales y sus problemáticas. Esta ética
no trata de llevar un saber preexistente a un nuevo sitio, sino que debe tributar a al desarrollo de
un quehacer situado y útil en contextos específicos. En este sentido, esto sólo es posible desde un
paradigma que pueda entrar en diálogo con aquellos aspectos locales desde los cuales debe
emerger una co-construcción entre la practica psicológica y la localidad, considerando las
relaciones y los contextos de vida específicos que enmarcan dichas relaciones.

Una vuelta al entendimiento de territorio


Considerado esta ética de la psicología rural, en la psicología comunitaria se ha dado principal
uso al concepto de territorio entendiéndolo desde una base material como porción de tierra o de
forma jurisdiccional, dando equivalencia funcional a conceptos como barrio, zona, localidad
(Conti, 2016). La psicología comunitaria no se ha involucrado activamente en la teorización
psicosocial acerca del complejo personas-ambiente, entendiendo el territorio ya no solo como
espacio físico, sino como ámbito en donde se juegan relaciones entre actores diversos, que
construyen significados diferenciales respecto a dicho territorio (Pinto, 2020). Así, cuando
Krause (2001) cuestiona la relevancia del territorio para definir la comunidad, lo hace
entendiendo el territorio como localidad geográfica, es decir, como un espacio físico y material.
En ese sentido, se desvalorizan ciertos componentes del territorio, sin pensarlo como un espacio
subjetivo e intersubjetivo que enmarca un sistema de relaciones complejas.

Por otro lado, existen autores que establecen un vínculo indisoluble entre las subjetividades y sus
espacios, comprendiendo el territorio como una construcción individual y colectiva que traduce
fenómenos de apropiación en donde, los actores sociales bajo sus distintas formas, logran
desarrollar un proceso de asimilación e incorporación del espacio geográfico como una extensión
y parte de sí mismos, plasmando sobre él la complejidad de la sociedad (Gonçalves, 2001; Di
Méo & Buléon, 2005, como se cita en Aliste, año). Esta relación de inseparabilidad entre
naturaleza y sociedad es consistente con la perspectiva transaccional de la psicología ambiental
(Altman & Rogoff, 1987), la que plantea que persona y entorno se definen dinámicamente y se
transforman mutuamente a lo largo del tiempo (Berroeta, pinto de Carvalho, 2020). Según
Berroeta (2007), es en el espacio habitado, construido y material donde tienen lugar las
interacciones comunicativas que constituyen la intersubjetividad de lo comunitario. Las
infraestructuras sociales y los espacios públicos en los entornos comunitarios son elementos
materiales que los procesos de apropiación transforman en espacios simbólicos constitutivos de
identidad, que favorece el sentido de pertenencia y de vertebración social de quienes habitan
estos espacios. Siendo este más allá que un espacio físico, el territorio debe ser entendido como
un ensamble de significaciones que busca una apropiación y reivindicación del espacio como
forma concreta de apropiación de la naturaleza en su condición cotidiana (Stamm & Aliste,
2014).

Psicología ambiental comunitaria


La psicología ambiental comunitaria es la denominación que se ha utilizado para referirse a un
campo de análisis e intervención, que, como señala Montero (2004), transita entre la psicología
ambiental y comunitaria, y que se caracteriza por explorar la interrelación entre las dimensiones
sociofísicas y las dinámicas comunitarias. Desde sus orígenes, la psicología comunitaria ha
puesto en el centro de sus preocupaciones el análisis de los fenómenos psicosociales que
producen transformaciones ambientales que favorecen el desarrollo de las comunidades
(Montero, 2004) y, por su parte, la psicología ambiental se ha interesado en estudiar cómo los
ambientes físicos se relacionan con los procesos psicológicos asociados a la experiencia humana
con el lugar (Berroeta, pinto de Carvalho, 2020). En esta línea, Wiesenfeld (2001) considera el
vínculo entre la psicología ambiental y la psicología comunitaria desde el siguiente principio: “no
vislumbramos la existencia de seres humanos sin el referente espacial y viceversa, éstos sin
personas (…) no concebimos al ambiente como una realidad objetiva, independiente de nuestro
modo de acceso a ella, sino que la realidad intersubjetiva que las personas construyen en su
interacción social (…) diferentes contextos y experiencias generan diversas significaciones sobre
el ambiente y las mismas son históricas y dinámicas” (p. 7).
Desde esta perspectiva, la conexión grupal con el lugar puede entenderse como producto de
la experiencia que se da a partir de la reunión entre miembros de un grupo en actividades
colectivas en espacios determinados (Berroeta & Rodriguez, 2012). En consecuencia, la
incorporación de estrategias de intervención que favorecen la identificación grupal o comunitaria
de los habitantes con los espacios que habitan permite un anclaje social que propicia un uso
sostenible, expresado en el cuidado por la estructura física, la calidad y el valor del espacio
(Berroeta & Rodriguez, 2010). (Berroeta, pinto de Carvalho, 2020). Por lo mismo, se hace
necesario que la Psicología Rural Comunitaria se interese por desarrollar una comprensión
profunda del concepto de territorio, ya que pensarlo solo en su vertiente material, geográfica y
jurisdiccional, no permite entender al territorio en su complejidad y puede tener implicancias
negativas en las practicas interventivas del quehacer comunitario (Pinto, 2020). Esto concuerda
con los planteamientos de Landini (2015) al referirse a una psicología rural aplicada que se
escape de la urbanizada academia y se construya desde una aproximación situada y practica.

Nueva ruralidad
Según autores como De grammont (2004), con la globalización las transformaciones del campo
latinoamericano son tan profundas que no solamente hay que hablar de cambio, sino de transición
de una sociedad agraria organizada en torno a la actividad primaria hacia una sociedad rural
diversificada. El concepto de nueva ruralidad representa esta mutación. La relación campo-ciudad
es ahora mucho más compleja que la vieja relación dicotómica, caracterizada por el intercambio
desigual y la migración de los pobres del campo hacia las ciudades para conformar el ejercito
industrial de reserva. La conceptualización de lo rural, como espacio ocupado por grupos sociales
relacionados con la producción agropecuaria, en contraste con lo urbano como espacio ocupado
por grupos sociales relacionados con la industria y los servicios, ya no tiene valor explicativo en
el marco de la globalización contemporánea. La vida rural, tradicionalmente asociada con la
actividad agropecuaria, abriga ahora una diversidad de actividades y relaciones sociales que
vinculan estrechamente las aldeas campesinas con los centros urbanos y la actividad industrial.
Ahora el campo no puede pensarse sectorialmente, solo en función de la actividad agropecuaria y
forestal, sino que debe tomar en cuenta las demás actividades desarrolladas por su población, a
nivel local, regional, nacional e internacional (Schejtman y Berdegue, 2003).
Según De grammont (2004), la discusión en torno a la nueva ruralidad es sumamente compleja
porque involucra numerosos fenómenos. Desaparecen los dos grandes campos geográficos,
económicos y sociales que dominaron el mundo capitalista desde sus orígenes hasta la actual
globalización -el campo y la ciudad- como dos mundos diferenciados, aunque complementarios.
Se habla de la urbanización del campo porque en este se incrementan las ocupaciones no
agrícolas; los medios de comunicación masiva (radio, televisión, teléfono) llegan hasta las
regiones apartadas y las migraciones permiten el establecimiento de nuevas redes sociales en los
lugares de migración, con lo cual nace el concepto de comunidad transnacional. Así también, se
habla sobre la ruralización de la ciudad tanto porque las ciudades latinoamericanas carecen de un
sofisticado desarrollo urbano, como por la reproducción de las formas de organización y la
penetración cultural de los migrantes campesinos e indígena en los barrios periféricos en donde
se establecen.
Las tecnologías revolucionan la vida en el campo y en la ciudad, en particular las
telecomunicaciones, la biotecnología y la informática. Las empresas transnacionales marcan las
pautas del desarrollo en el campo a través del control de las cadenas productivas y de la
agricultura a contrato. Es por eso por lo que las formas de explotación de la fuerza de trabajo en
la producción agrícola e industrial de punta se asemejan cada vez más. La población rural no
agrícola adquiere mayor importancia y conforma unidades familiares plurifuncionales, donde sus
miembros realizan diferentes actividades económicas. Así mismo, en las unidades familiares de
producción campesina también los ingresos no agrícolas adquieren mayor relevancia. La
desigualdad social, la pobreza y la marginación son fenómenos que sustituyen la antigua idea de
desarrollo. El problema de genero atraviesa todos los problemas mencionados, y la "cuestión
étnica" se separa de la "cuestión campesina" (De grammont, 2004).
La "nueva ruralidad" es, entonces, una nueva relación campo-ciudad en donde los límites entre
ambos ámbitos de la sociedad se desdibujan, sus interconexiones se multiplican, se confunden y
se complejizan.

Los nuevos estilos de vida rural


En este contexto de “nueva ruralidad” y globalización, la conservación del medio ambiente y el
malestar asociado a las diferencias sociales advienen como una exigencia cada vez más
apremiante, que invita justamente al replanteamiento de los modelos de desarrollo
socioeconómico. En el ámbito de la ideología y de la cultura, en particular dentro de países
desarrollados, existe una tendencia cultural contra los procesos de urbanización y de
"desarrollismo". Con las limitaciones del desarrollo urbano, la ciudad, que fue el referente
ideológico de la modernidad por oposición al atraso rural, aparece como la principal fuente de los
problemas ecológicos más graves que vive el planeta (contaminación, escasez de agua, etc.) y
como el lugar en donde las personas, liberadas de las ataduras de la comunidad pueblerina,
acabaron por quedarse solas en medio de una multitud de individuos aislados. Frente a ello lo
rural, cambiando de significado, se revaloriza para representar un nuevo ideal identitario, un
nuevo modelo de vida y de consumo (De grammont, 2004).
Desde la década de los setenta, se habla de un proceso de "inversión ideológica”, que revaloriza
lo rural en oposición a lo “urbano” y “desarrollado” (Oliva y Camarero, 2002). Esta
revalorización fue posible en la medida en que hubo previamente un proceso de des-
diferenciacion del campo frente a la ciudad gracias a su urbanización (De grammont, 2004), lo
cual permite disfrutar, en la ruralidad, de las comodidades propias de la urbe, como luz, agua
potable, comunicaciones, escuelas, etc.

El entendimiento ambiental y el desarrollo sostenible


Según Wiesenfeld (2003), la poca consideración de las características del contexto (sociopolítico,
cultural, económico), el énfasis en procesos psicológicos individuales en las transacciones
ambientales en desmedro de los procesos grupales, y otras formas adoptadas por el quehacer de
las ciencias sociales, se asientan en el supuesto moderno de que los conocimientos son
universales, independientes del contexto cultural y ambiental al que pertenecen los sujetos y que
estos son pasivos en la producción de dichos conocimientos. Estos supuestos advienen como una
limitante para el reconocimiento de las complejidades de los procesos a los que dichas ciencias
intentan aproximarse, y contribuyen a los modos insostenibles de organización humana que se
relacionan con la conocida crisis ambiental. En esta misma línea, Aliste (año) postula que “la
crisis ambiental no es una catástrofe ecológica o una falla geológica; es una crisis eminentemente
social: una crisis de la razón y del pensamiento; de los modos de pensar, de actuar y de producir”
(p. ¿)

Como contraparte, entre los postulados que dieron origen a la psicología ambiental, se planteó la
comprensión y abordaje de la problemática humano ambiental, en aras de una relación armónica
entre ambos componentes, entendidos como totalidad. En ese sentido, y desde las perspectivas
previamente expuestas, que entienden el abordaje de lo rural desde una comprensión ambiental
que integra a los individuos, las comunidades y sus contextos territoriales específicos como un
todo complejo, emerge la pregunta ¿Cómo se puede proyectar un desarrollo rural desde esta
perspectiva de indisolubilidad entre el territorio y sus habitantes?
Para Aliste (año), este esfuerzo se relaciona con la recomposición de la fracturada y fragmentada
relación de la sociedad humana con la naturaleza. Para este autor, el territorio es ontológicamente
un concepto sujeto a transformaciones de diversa índole, pues en sí mismo, sienta sus bases en las
incidencias de la sociedad sobre el espacio vivido. Lo anterior, implica necesariamente que las
transformaciones o mutaciones del territorio, no sólo se basan en cambios en la estructura y
características del paisaje, sino que también en el significado y atributos asignados socialmente a
este. De esta forma, una contribución disciplinar o académica debe inscribirse en la forja de
nuevos conceptos, métodos de investigación y abordajes a la comprensión de cómo la sociedad
resignifica, revaloriza y legitima los principios y valores que deben conducir el reordenamiento
del territorio y la normatividad de las acciones sociales y las formas de entendimiento de los
procesos ambientales.
Notas

No hay globalidad que valga si no hay localidad que sirva Carlos Fuentes Discurso ante el Foro
Iberoamérica, Toledo, España 10 de noviembre 2002

un enfoque que puede contribuir a superar algunas de las limitaciones señaladas es el


construccionismo social. Siguiendo los postulados de este enfoque, los involucrados son los que
mejor pueden dar cuenta de las razones y de los significados que confieren a sus acciones, por
cuanto ambos, acciones y significados, se construyen en las prácticas e interacciones sociales
cotidianas y esta cotidianidad tiene un referente espacial-temporal contextualizado. De allí que
difícilmente los principios universales puedan aprehender esta especificidad y por tanto cualquier
estrategia que desconozca dichos significados tendrá pocas probabilidades de éxito. Además, si
los mismos se construyen en la interacción, es así como también pueden cambiar; interacción en
la que la persona juega un papel activo. De hecho, el individuo y los procesos psicológicos son
sociales en tanto somos en relación, no existe otro modo de ser. Consideramos que es
precisamente en este aspecto donde la PA, en conjunción con otras disciplinas, como la
Psicología Social Comunitaria (PSC), puede realizar aportes importantes para el DS. Ello debido
a que la primera destaca la presencia del factor humano en la dimensión ambiental, preocupación
esencial en el DS, pero con escasa incidencia en la dimensión psicosocial, particularmente en
contextos pobres, y la segunda, por su compromiso con las comunidades pobres de nuestros
países (cuya problemática atenta de manera directa contra la sostenibilidad), pero sin
necesariamente centrarse en la temática ambiental (Wiesenfeld, 2001). Adicionalmente, la
comunidad, espacio privilegiado por la PSC, constituye un ámbito idóneo para promover
estrategias como las señaladas, ya que su permanencia en el tiempo y en el lugar, constituyen
garante de la sostenibilidad de las relaciones y acciones de sus miembros y por ende del DS, tal
como se planteó en Hábitat II (Conferencia de Estambul, 1996). En este orden de ideas y en
acuerdo con Stern (2000), proponemos un abordaje orientado hacia la solución de los problemas,
en este caso el DS, en el marco de las comunidades o asentamientos humanos, pero con una
perspectiva teórica que reivindique las experiencias y saberes de los actores involucrados, así
como la naturaleza social de los mismos, y con una estrategia metodológica participativa que
impulse y favorezca la participación de dichos actores, tanto en la identificación de sus recursos y
fortalezas y en la formulación y negociación de sus necesidades o problemas, como en el diseño,
implementación y evaluación de las acciones. Nos referimos al socioconstruccionismo y a la
Investigación Acción Participativa (IAP), respectivamente. Veamos brevemente en que consiste
cada uno. El Construccionismo Social ha sido definido como un sistema de creencias o
paradigma, para el que la realidad se elabora con base en las construcciones que se originan de
los intercambios comunicacionales o intersubjetivos entre personas situadas en contextos
culturales e históricos específicos (Guba & Lincoln, 1994). Esta realidad así constituída no posee
cualidades propias, ni es externa e independiente de nuestro modo de acceso a ella, sino que es
plural, múltiple, en tanto es construída de distintas maneras según las experiencias y contextos
particulares de sus actores (Gergen, 1999). Por su parte, la Investigación Acción Participativa
(IAP) se ha concebido de diversas maneras: como estrategia metodológica (Park, 2001), como
movimiento político (Gabarrón & Hernández, 1994), como filosofía de vida (Fals Borda, 2001),
como formas de práctica (Kemmis & McTaggart, 2000) y como paradigma (Fals Borda, 2001),
entre otros. Como estrategia metodológica, Park (2001) la define como una «...actividad de
investigación orientada a la acción, en la que la gente aborda necesidades comunes que surgen en
sus vidas diarias y en el proceso generan conocimiento» (p. 81). Como movimiento político la
IAP reivindica el rol del conocimiento y del aprendizaje en las luchas de las comunidades por
reivindicar los derechos de sus miembros al respeto, la justicia, el salario, la salud, la educación
(Gabarrón & Hernández, 1994). Como filosofía de vida, Fals Borda considera la IAP como una
forma de vida y de trabajo que incluye la reflexión y la acción individual y colectiva de todos los
participantes, incluyendo los investigadores respecto a las cuestiones que les competen y sobre
las que desean incidir y que permite profundizar en los diferentes problemas, necesidades y
dimensiones de la realidad (Fals Borda, 1978, 1986; Fals Borda & Rahman, 1991). Como
práctica la IAP aborda cuestiones de relaciones comunitarias y conciencia moral, así como
consideraciones técnicas que tienen que ver con condiciones materiales (Kemmis & McTaggart,
2001). A pesar de las diferencias en cuanto al aspecto que enfatizan, las definiciones de IAP
expuestas convergen en su E.Wiesenfeld 259 intento por construir un mundo mejor, basado en
principios de democracia, igualdad, justicia, y por desarrollar un conocimiento que fundamente y
a la vez se fundamente en tales prácticas emancipatorias. Desde nuestro punto de vista, el
abordaje del DS, con base en las perspectivas teórica y metodológica sugeridas, requiere de una
gestión que incorpore la organización y participación comunitaria. Consideramos que este tipo de
gestión es necesaria, puesto que usualmente los proyectos comunitarios requieren modificar
grandes estructuras que doten a las comunidades de vialidad adecuada, plantas para el tratamiento
y suministro de agua, infraestructura para el suministro de energía eléctrica, lo cual supone una
transformación del hábitat, que de no implementarse con la organización y participación de los
miembros de las comunidades, difícilmente logrará el apoyo y el compromiso de la población.
Decimos esto porque, en primer lugar, las personas requieren comprender la necesidad de
modificar su entorno, para lo cual necesitan conocer el alcance y las posibilidades que les
ofrecería este cambio para obtener una calidad de vida mejor a la actual. En segundo lugar,
porque el entorno o lugar, tal como lo plantean Valera y Pol (1994), ha sido incorporado a la
Identidad Social Urbana de la comunidad y una transformación del mismo implicará
inevitablemente un proceso psicosocial de profundas repercusiones. Proceso que, si es trabajado
en forma conjunta con la comunidad, a través de la concientización y del fortalecimiento
comunitario, revertirá entonces en una reconstrucción no solamente del lugar y del entorno físico,
sino también de la propia Identidad Social Urbana. Podría emerger así, una organización
comunitaria consciente de sí misma, capaz de asumir responsabilidades y derechos y capaz de
cogestionar junto al Estado los proyectos que aporten soluciones a sus problemas.
Adicionalmente, consideramos que de esta forma se estarían generando condiciones de
sostenibilidad, en el contexto latinoamericano, donde los problemas urbanos y la falta de
conciencia ambiental dificultan las posibilidades de desarrollo, desde los criterios que el modelo
propone. A juzgar por los resultados de algunas experiencias llevadas a cabo en Venezuela
(Giuliani & Wiesenfeld, 2001, 2002; Sánchez, 2000; Wiesenfeld, 2000), los logros derivados de
proyectos realizados bajo estas orientaciones son múltiples. Por una parte fortalecen a sus
protagonistas, aumentando su autonomía y su confianza, su poder y su control sobre sus vidas,
refuerzan su sentido de comunidad, de identidad y de apego con las personas y el lugar y, por la
otra, resuelven problemas prioritarios en sus vidas. (Wiesenfeld, E. (2003). La Psicología
Ambiental y el desarrollo sostenible. Cual psicología ambiental? Cual desarrollo
sostenible? )

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