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Gaspari y Waisbrot
Introducción
Nuestra perspectiva
Parece una obviedad decir que no hay ser humano fuera del lazo social. El vínculo
es condición de humanización. En un tiempo anticipatorio de nuevos interrogantes en
el seno de la humanidad, Freud señalaba “los vínculos con otros seres humanos” como
una de las formas de sufrimiento.
No hay manera de permanecer idéntico a sí mismo después de haber pasado por una
situación de encuentro. No hay forma de permanecer inalterable al otro, que la
transformación subjetiva no es una decisión teórica sino un efecto subjetivo inevitable.
Si sobre el otro aprende el ser humano a discernir, no hay manera de que el desarrollo
subjetivo ocurra sin intersubjetividad. El otro aparece allí como semejante y a la vez
como diferente, en un planteo interesante ya que lo que da ocasión de pensamiento
es la diferencia y no la identidad.
Desde hace ya muchos años, observamos que los dispositivos pluripersonales pusieron
en evidencia el exceso, la diferencia, el desencaje entre las representaciones que los
habitantes de ese conjunto tienen unos de otros. Cada integrante del conjunto
imagina, ilusiona, se representa al otro o a los otros del vínculo, sin que ello pueda
abarcar completamente al otro. Habrá siempre algo no semantizable. Ello abrió a la
condición de ajeno del otro, dimensión de ajenidad, que amplió enormemente el
concepto que tenemos respecto de la otredad, ensombrecida, soslayada por la
pretensión de suponer un saber acerca del otro.
La presencia del otro o de los otros en los dispositivos vinculares psicoanalíticos dejó al
descubierto los efectos de las “alianzas inconcientes” como un “saber no sabido” que
mantiene junto a un conjunto.
Más allá de la psicopatología, los sujetos sufrimos por nuestra condición humana, por
nuestros modos de estar en el mundo.
Toda producción de vínculo, implica siempre una tensión entre el plano pulsional y las
normas que las regulan: las normas marcarán los límites del amor y el odio, y harán de
tope, justamente, al desborde pulsional. Y es justamente esa tensión la que marca que
una eventual “suficiencia” de las normas constituye un “imposible vincular”. Por un
lado, porque siempre son transgredibles. Aquí, el sufrimiento podría registrarse
como culpa. Por el otro lado, porque cuando esa cierta estabilidad normativa lograda
en ese vínculo se encuentra con los avatares de lo imprevisto, con la emergencia de
algo que está más allá del contexto para el que fue creada, aparecerá el sufrimiento,
que en este caso podríamos nombrarlo como angustia.
Entendemos que son cuatro y no tres las fuentes de sufrimiento a las que Freud
hace referencia: la naturaleza, el cuerpo propio, los vínculos con los otros y la
insuficiencia inherente a las normas que los regulan.
El otro como semejante, muchas veces ilusionado como idéntico, pero en verdad,
diferente hace estallar un conflicto tras otro, ajeno hasta el hartazgo, eludiendo todo
el tiempo con su presencia y su novedadla necesidad humana de sentir que sabemos
de ese otro, que lo podemos representar. Esta complejidad que tiene el estatuto del
otro para nuestras teorizaciones la ponemos a trabajar desde las diferencias que
singularizan a cada autor pero, también, desde una orientación que nos convoca a
todos: hacer pasar al consultorio la singular conflictiva de una trama vincular.