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I. INTRODUCCIÓN
II. EL MESTER DE CLERECÍA.
IV.1. Vida
IV.2. El Libro del Buen Amor
IV.2.1. Manuscritos y datación de la obra
IV.2.2. Teorías sobre el posible autobiografismo de la obra
IV.2.3. Estructura, temática y unidad de la obra
IV.2.4. Intención y sentido de la obra
I. INTRODUCCIÓN
El siglo XIII ve surgir, junto al espontáneo y popular arte juglaresco, un nuevo estilo de más
cultivada perfección: el Mester de Clerecía. Los clérigos se incorporan a la literatura en romance y
siguiendo las huellas de los juglares, que desde hacía siglos venían dirigiéndose al pueblo en lengua
vulgar, inician una amplia producción encaminada a difundir entre los iletrados una cultura que hasta
este momento había permanecido encerrada en las silenciosas bibliotecas monacales. El poeta del
mester de clerecía es lo que hoy entendemos por un graduado, claro que en el siglo XIII-XIV esta
categoría correspondía a los clérigos, de ahí la clerecía. El mester es la ciencia que posee un
hombre. Los poemas del mester de clerecía tienen su propia identidad y características, pero se
acercan a la juglaría en ciertas técnicas y recursos que hacen que no sólo corran paralelos en el
tiempo y, porqué no, en el espacio, sino también en la consecución de unos fines, aquellos por los
que se crea la literatura y el arte.
En el presente tema se hará un recorrido general por el Mester de Clerecía y se hará
especial mención de los dos poetas más importantes de los siglos XIII y XIV: Gonzalo de Berceo y
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y sus obras más representativas: Milagros de Nuestra Señora y El
Libro del Buen Amor.
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convivieron ambos mesteres o también por el público al que iba dirigido: esencialmente el
público de Berceo y de los juglares era el mismo.
En cuanto al lenguaje pretende ser más cuidado y selecto que el de los juglares,
pero con el fin de acercarse a la mentalidad del pueblo, el poeta utiliza con bastante
frecuencia expresiones sencillas y familiares, e incluso a veces vulgares, aunque como nos
recuerda Lapesa, los poetas del mester de clerecía, aunque componían sus obras en
roman paladino para que las entendiera el público no letrado, eran hombres doctos, con
saber suficiente para tomar de textos latinos los asuntos de sus poemas, ya fueran
leyendas piadosas, y narraciones relativas a la antigüedad pagana. Es natural que en sus
escritos se refleje el conocimiento del latín en abundantes cultismos. Por otra parte, al ser la
temática más variada, también el léxico era más amplio que el de los juglares épicos, y en
las descripciones aparecen escenas vivas y concretas de la realidad con abundancia de
comparaciones. Otro elemento que distingue clerecía y juglaría es el de la diferente
intencionalidad, pues la del mester de clerecía es ante todo didáctico-moral, aunque sin
excluir por completo el entretenimiento.
II.2. El Libro de Apolonio es un obra que relata las peripecias y aventuras del rey
Apolonio de Tiro, en la línea de la novela bizantina. La letra del manuscrito es del siglo XIV,
aunque la datación de la obra se considera de hacia la mitad del siglo XIII. Se desconoce el
nombre de autor, pero se piensa en un clérigo por el carácter culto de la obra y su espíritu
moralizador, ya que el poema muestra la recompensa de la virtud, y el desenlace constituye
para el héroe y su familia un premio no a su fuerza e inteligencia, sino a su constante virtud
y confianza en Dios. La originalidad del poeta radica en haber incorporado un asunto de la
novelística oriental con elementos folclóricos a los habituales temas religiosos, aunque
sobre el motivo oriental imponga la cristianización y moralización, de acuerdo con las
características de la escuela. El poeta tiende a hacer los hechos más familiares al público
de la época y a veces crea animados cuadros de costumbres medievales castellanas.
cuanto a la métrica, Alarcos considera que las irregularidades se deben a errores de los
copistas, mientras que Henríquez Ureña dice que se deben al octosílabo que ya entonces
comenzaba a hacer sentir su influjo.
II.4. El Poema de Fernán González se trata de la única obra de clerecía que se ocupa
de un tema épico con un héroe nacional. Precisamente la combinación de técnica y espíritu
de clerecía con el tema épico, al lado de fórmulas y recursos propios de la épica popular
hacen de esta obra un caso de especial interés como fusión de ambos mesteres. Su
finalidad es la de lograr que otros emulen la generosidad del conde castellano, y de atraer
asimismo peregrinos al monasterio de Arlanza. La parte que falta del códice original se
completado con las crónicas, y el posible autor se supone que es un monje de San Pedro
de Arlanza. En el poema se mezclan datos históricos, elementos novelescos y fabulosos. El
ensamblaje de lo literario y lo histórico confluyó en el ambiente novelesco del poema, en el
que los anacronismos y elementos fabulosos y folclóricos se mezclan con los datos
históricos, originando una atmósfera cuya impresión de realidad desmiente la investigación
erudita. Es probable que la unión de historia y leyenda pueda provenir en parte del origen
épico del tema unido a una intencionalidad poética que es parecida a la finalidad épica: lo
que el autor pretende es exaltar al héroe de la independencia castellana y cantar a Castilla
como núcleo central y originario de España. Además, el ser el Conde prototipo de Castilla
debe reunir las cualidades típicas de un héroe castellano: es religioso, gran guerrero,
amante de la justicia y de la igualdad, generoso, etc..
II.5. Rimado de Palacio de Pedro López de Ayala puede fecharse su redacción entre
1378 y 1403. Esta lenta elaboración se manifiesta en algunos pasajes que producen la
impresión de haber sido escritos en momentos muy diversos. Se puede dividir en tres
partes: invocación de la ayuda divina y confesión de los pecados del autor, diatriba contra la
sociedad de la época, tanto de la iglesia como de la civil -la mejor y más original-, y glosa de
los morales de San Gregorio. En cuanto a la métrica, hasta la estrofa 705 utiliza la cuaderna
vía, y partir de ella se vale de diversas formas estróficas, ligeras y cantables,
preferentemente canciones a la Virgen, otras veces pareados con rima interior u final, o
sextinas de alejandrino; en la parte final vuelve a la cuaderna vía. La finalidad primaria de la
obra es didáctico-moral entremezclándose la moralidad de tipo religioso y los consejos
políticos sobre la forma de gobernar dando soluciones concretas, aflorando en estos
momentos el realismo, el sarcasmo, la ironía y el humor. Ayala se sirve de un vocabulario
directo y reiterativo sin importarle la variación, pero cuando lo considera necesario se sirve
de un vocabulario especialista, de términos concretos del lenguaje jurídico, teológico y
filosófico, lo que demuestra su enorme cultura.
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tiempo, preocupado por las formas, por instinto o por educación, pero con un desvelo y una
inquietud estética indudable.
En cuanto al arte literario de Berceo, señala Deyermond que la autodeprecación
que hace el poeta es falsa, pues se trata de un falsa modestia que recomendaban los
manuales de retórica al uso para captar la benevolencia del público, y además la pericia de
Berceo se advierte al analizar detalladamente sus obras.
El realismo de Berceo no hay que buscarlo en episodios macabros, sino en la vida
sencilla de los conventos y en ese abigarrado mundo religioso que desfila por sus obras.
Menéndez Pelayo afirma que el humor es una constante en las vidas de santos
durante la Edad Media: en Berceo hay ciertas socarronerías e ingenuidades.
Menéndez Pidal sostiene que el público de Berceo era el mismo que el del Mester
de Juglaría: gente humilde, pobre, de su propio pueblo, amigos, compañeros y en gran
medida gentes incultas.
La naturaleza de Berceo está en función de algo: los astros se aúnan con perfecta
ordenación a las distintas situaciones de gozo o tristeza de la narración del texto, la nómina
de animales es abundante y variada, hay un trasfondo agrario y campesino que no se da en
otros poetas del mismo tiempo.
Frente a las vulgaridades acerca del sencillo autor que pedía un vaso de buen vino a
la puerta de su convento, la crítica ha ofrecido una imagen mucho menos ingenua. El mejor
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estudio estilístico ha partido de un poeta como Jorge Guillén, del que vamos a seleccionar
sus más sólidas tesis.
Las estrofas de Berceo van asentando una visión del mundo sobre cimientos firmes,
seguros, y ese ritmo contribuye a transmitir lo que están manifestando las palabras. De esa
suerte, el orden tan obvio de la cuaderna vía refleja el orden de la Creación, pero con buen
cuitado de que al ser imaginado este orden celestial se construya con elementos del mundo
material: de este modo la blancura irreal y evanescente es imaginada con referencia
terrestre, casi cotidiana: este es uno de los secretos estilísticos del lenguaje de Berceo. Por
ello Rafael Lapesa ha dicho que este lenguaje causa sensación de inmediatez.
Se ha dicho que la lengua de Berceo adolece de prosaísmo, pero no debemos
dejarnos arrastrar por prejuicios: escribe en el lenguaje de todos dirigido a todos, es decir, a
los oyentes que en aquellos lugares de la Rioja se paran a seguir la recitación del clérigo o
el juglar. Estamos en el amanecer de la poesía castellana y el idioma es común pero
también fiel a la esencia poética. Sus maestros, los monjes de San Millán a quienes rinde
homenaje, pusieron en su mente una doctrina que fue para el autor muy provechosa, y de
ahí su sencillez: tiene siempre ese algo de divino y transparente que la parta de la
vulgaridad, aunque pertenezca con pleno derecho a un mundo de rugosidad y aroma
cotidianas.
Por otra parte María Rosa Lida de Malkiel observa el poderoso efecto cultista de
Berceo, pero sin desvirtuar el análisis estilístico de Guillén, ya que sostiene que si no
impresiona el fondo latinizante de Berceo es porque no latiniza la sintaxis, sino el
vocabulario, lo cual para nuestra perspectiva idiomática, heredera de siglos de trasvases
latinizantes, resulta imperceptible. Escribir en román paladino, pues, no es escribir
vulgarmente.
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IV.1. Vida
Pocos son los datos que acerca de la vida de Juan Ruiz nos han llegado. Es posible
que naciera en Alcalá de Henares o que viviera en esta ciudad. Era eclesiástico, Arcipreste
de Hita, vivió en la primera mitad del siglo XIV y era persona de amplia cultura y formación,
con conocimientos literarios, jurídicos y eclesiásticos. Se desconoce en qué año murió. En
el explícit final del manuscrito de Salamanca del Libro del Buen Amor el copista dice que
compuso el poema estando prisionero. Se ha tratado de identificar a este autor con varios
Juan Ruiz o Rodríguez que vivieron en la segunda mitad del siglo XIV, incluso algunos
críticos han sostenido que tanto el nombre como el cargo pudieran ser meras ficciones
literarias. En el I Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita, Madrid 1972, Sáez y
Trenchs, basándose en documentos identificaron al Arcipreste con un clérigo muy
relacionado con el cardenal don Gil de Albornoz -único personaje real que se cita en la
obra-. Se trataría de Juan Rodríguez Cisneros, hijo ilegítimo de una pareja de cristianos
cautivos en territorio musulmán. Pero la carrera eclesiástica de este personaje es bien
conocida y sin embargo no se han encontrado pruebas de que hubiera ejercido el cargo de
Arcipreste de Hita.
La vida del Arcipreste debió de ser muy desenvuelta y estuvo relacionado con
juglares de diverso tipo, pues en el "Libro" informa de que compuso muchos cantares para
ellos. Podemos decir que es un clérigo ajuglarado producto típico de una época
desmoralizada.
El siglo XIV representa el inicio de una crisis que atañe a todos los aspectos de la vida y la
cultura y que provoca el giro decisivo hacia una nueva sociedad. Van a empezar a caducar
muchos valores que antes se consideraban inconmovibles, y el ascenso de la burguesía
supone una ruptura con las instituciones y fórmulas consagradas por la tradición. También
con la burguesía aparece una nueva literatura de tono realista y satírico en la que la astucia
y el dinero reemplazarían a los ideales caballerescos y religiosos de épocas anteriores. Y es
precisamente en esta época de cambios cuando ve la luz el Libro del Buen Amor.
oración inicial, un prólogo en prosa, unas coplas en loor de a Virgen y dos episodios de
Trotaconventos.
CONCLUSIÓN
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El Mester de clerecía surge en el siglo XIII y supone un cambio total con respecto al Mester
de juglaría o épica castellana pues ahora, por primera vez, los autores se identifican y son
personas cultas, instruidas en diversas ramas de conocimiento, los clérigos. La intención de
esta literatura es también novedosa: divertir y, al mismo tiempo, moralizar al pueblo iletrado
que asiste a las recitaciones de estas obras. Se trata de un nuevo concepto de literatura,
formalmente más técnico (métrica regular, influencias grecolatinas) y con una intención
clara: la literatura se pone al servicio de la Iglesia y de su misión evangelizadora.
Destacan, como era de esperar, clérigos como Berceo (el primer autor español de nombre
conocido) en el siglo XIII y, fundamentalmente, Juan Ruíz, Arcipreste de Hita, que supone
ya una evolución del Mester de Clerecía en relación con la nueva mentalidad burguesa
emergente en la Baja Edad Media. El Libro del Buen Amor es ya un claro ejemplo de este
nuevo espíritu urbano y burgués que aspira al disfrute de la vida, al antropocentrismo, en
detrimento de teocentrismo de la Alta Edad Media.
BIBLIOGRAFÍA
Alarcos Llorach, Emilio, «La lengua en las obras de Berceo», en Gonzalo de Berceo, Obras
completas, 1992.
Del Río, A. Historia de la literatura española (Desde los orígenes hasta 1700). Ediciones B,
Barcelona, 1988.
Jean Canavaggio, dir., Historia de la literatura española, t. I: La Edad Media, trad de Ana
Blas, Ariel, Barcelona, 1994.
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Lida de Malkiel. María Rosa. «Notas para la interpretación, influencia, fuentes y texto del
Libro de buen amor». Revista de filología hispánica 2 (1940): 105-50.
Morros, Bienvenido y Francisco Toro Ceballos (eds.). Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y el
«Libro de buen amor». Actas del congreso celebrado en Alcalá la Real (Jaén, España) del 9
al 11 de mayo de 2002, ed. digital del Centro Virtual Cervantes, 2006-2008. ISBN 84-690-
1627-X.
Ruiz, Juan. Arcipreste de Hita. Libro de buen amor. Ed. crítica de Alberto Blecua. Madrid:
Cátedra, 1992.