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LOS
CANCIONEROS. JORGE MANRIQUE. EL ROMANCERO
ESQUEMA CONCEPTUAL
1.- ANTECEDENTES DEL CANCIONERO Y EL ROMANCERO
1.1. Orígenes de la poesía peninsular
1.2. Estado latente de la poesía popular (hipótesis tradicionalista de M. Pidal/
teorías individualistas)
1.3. La juglaría medieval
5.- ESTILO
6.- JORGE MANRIQUE
6.1. Vida
6.2. Poesía amorosa
6.3 Las Coplas: 6.3.1. Introducción (tema, importancia de la obra)
6.3.2. Métrica
6.3.3. Estructura (división interna)
6.3.4. Originalidad de las Coplas
6.4. Proyección e influencia de Manrique
7.- EL ROMANCERO
7.1. Definición (terminología)
7.2. Datación
7.3. Autoría y transmisión
7.4. Métrica
7.5. Clases de romances (Díaz de Viana, 1990)
7.6. Estilo del Romancero
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1.- ANTECEDENTES DEL CANCIONERO Y EL ROMANCERO
1.1. Orígenes de la poesía peninsular (ver tema 41)
Ilustres investigadores han propuesto el origen arábigo-andaluz de nuestra lírica. El
primero de ellos, fue Julián Ribera quien, en 1912, propuso este origen cuando aún sólo
podía conjeturarse tal presuposición. Sus ideas fueron recogidas por el arabista checo A.R:
Nykl (1939), el español Emilio García Gómez (1956) y por el propio Menéndez Pidal.
Las primeras formas estróficas que conocemos genuinas de al-Andalalus son las
moaxajas, composiciones en árabe clásico, que podían llevar palabras o frases enteras en
romance, es decir, en el dialecto mozárabe de los cristianos. Según la tradición, la moaxaja
fue inventada en el siglo IX por un poeta de Cabra llamado Muqáddam ben Mu´áfà,
apodado el Ciego. Constaba de un trístico (estrofa de tres versos) monorrimo seguido de un
cuarto verso, cuya rima concordaba con un estribillo inicial, generalmente de dos versos.
La estrofa de tres versos se suele llamar en castellano mudanza y el cuarto verso, vuelta.
La moaxaja, hebrea o árabe, era rematada al final por las jarchas (`salida’), unas
breves composiciones poéticas de dos, tres o cuatro versos en la lengua hablada, es decir,
en el romance de los cristianos –dialecto mozárabe- o el árabe vulgar, que contrastaba con
el árabe clásico de la moaxaja. Más que un estribillo, la jarcha era una cancioncilla, copla o
villancico popular, frecuentemente muy divulgada, sobre la cual el poeta creaba su
moaxaja. Las jarchas pertenecen, pues, tanto a la tradición oral y popular mozárabe, como
a la escrita en hebreo o árabe clásico por poetas cultos. En cuanto a la temática, mientras
las jarchas de las moaxajas hebreas están más cerca de la sensibilidad cristiana, las jarchas
de las moaxajas árabes desprenden un carácter más sensual.
Por otra parte, el zéjel es, grosso modo, una moaxaja compuesta en árabe coloquial,
tipo de composición que, según Emilio García Gómez (1956), sólo sería creada a
principios del siglo XII, es decir, dos siglos después de la moaxaja. La moaxaja y después
el zéjel convivieron con la casida, nombre que designaba a la composición árabe clásica de
más de quince versos. Con Ben Guzmán, los zéjeles vivirían su momento culminante,
mientras que las moaxajas se verían abocadas al arcaicismo.
Desde la conquista árabe hasta finales del siglo XII, por lo menos, al-Andalus fue
bilingüe (situación de diglosia). Se escribía en árabe para lo oficial y público, pero en
privado se hablaba romance, lo que hoy llamamos mozárabe. Así que no debe extrañar la
hibridación entre las lenguas (árabe clásico, hebreo, árabe vulgar, mozárabe), formas
estéticas y temáticas.
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El gran punto de inflexión en el debate sobre las teorías arábigo-andaluzas, lo
constituyó el descubrimiento por el hebraísta Samuel M. Stern (1948) de veinte jarchas en
lengua romance. Desde este hallazgo, la tesis de Dámaso Alonso y Emilio García Gómez,
generalmente aceptada, es que la jarcha no es sólo la terminación de una moaxaja, sino que
es el argumento, sobre cuya base se construye la moaxaja. La jarcha no es, por lo tanto,
una construcción literaria culta, sino que representa la primera manifestación de copla
popular con la que el poeta culto se inspiraba. En resumen, las jarchas son la manifestación
lírica en romance más antigua de la península, y quizás de toda la Romania, aunque es
probable que existiera otra tradición aún más antigua, que, sin embargo, no ha sido
recogida por escrito, como las jarchas.
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1.3. La juglaría medieval (Ver tema 42)
En España no aparecen las primeras menciones con el nombre de juglar hasta 1047
en Nájera, aunque nadie discute hoy que existieron antes, a pesar de que nuestros
documentos no lo recojan. En cualquier caso, aunque es imposible datar el comienzo de la
juglaría hispánica, sí está claro que su irradiación será muy rápida desde el siglo XI, hasta
comenzar su decadencia en el XVI. Ajenos a la cultura eclesiástica y a la lengua oficial
latina, los juglares fueron un factor primordial en la creación de las lenguas literarias
modernas.
Desde el siglo XI surge una nueva denominación para designar al poeta culto que
no ejecuta su propio poema: el trobador en el sur de Francia y troveor en el norte. La
lengua de oc, el idioma vulgar (hablado) del sur galo, fue la primera en dignificarse como
instrumento apropiado para la poesía lírica de las clases pudientes y ya en el siglo XIII
comenzó a llamarse provenzal. El rápido prestigio que esta poesía de tinte amoroso alcanzó
por toda Europa hizo que la voz trobador se introdujese pronto en todas las demás lenguas.
En la ortografía española predominó la ‘v’ la forma del norte, por lo que pasó a llamarse
trovador y trovero.
Pidal hizo hincapié en diferenciar juglar y trovador, éste último, poeta
especializado, profesional en ocasiones, generalmente más culto y surgido con
posterioridad. Sin embargo, la dicotomía juglar/ trovador parece menos clara de lo que se
ha pretendido, hasta el punto de que los documentos medievales mezclan a unos y otros
mostrando sus distintas facetas musicales.
Es evidente que la juglaresca y el mundo trovadoresco abarcaron un amplio campo
sociológico y que sus productos incluyeron un sinfín de variantes y modalidades,
realizadas y dirigidas a clases cultas o populares. Con sus continuos viajes, no sólo
propagaban su arte entre distintos públicos, sino que se intercambiaban formas y géneros
entre los mismos profesionales. Fueron estos juglares y trovadores los que difundieron los
cantares y romances que llegaron hasta el siglo XV, para que unos y otros quedaran fijados
en recopilaciones llamadas Cancioneros.
En el s. XIV el juglar era ya una figura desprestigiada en la corte, por lo que el
músico cortesano prefirió una nueva denominación: menestrel o ministril. En el s. XVII,
Sebastián de Covarrubias, ve en el juglar “un chocarrero que habla siempre de burlas”.
Mientras tanto, existía otro grupo de poetas, los trovadores que continuando con la
tradición gallega, incorporan a la poética castellana los temas de amor cortés provenzal. Se
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origina así la primera poesía lírica castellana, que nos ha llegado a través de los
Cancioneros, recopilaciones del s. XV.
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Frecuentemente jugarán a modificar temas y motivos tradicionales, perfeccionando la
métrica y añadiendo cierto artificio estético. Se mezclan así poemas cortesanos artificiosos
alejados del gusto popular, con los que glosan asuntos y temáticas de la taberna y la plaza.
Por otra parte, muchos de estos trovadores llevan una vida errante y andariega,
viviendo de sus poemas, recorriendo insospechados caminos, donde interactuaban, sin
duda, con otros más ajuglarados y populares. Es decir, muchos trovadores vivían y
actuaban en la práctica como juglares populares, si bien les molestaba que se les denigrara
con un término que remitía a las concepciones más degradantes de lo popular.
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menudo confluye todo tipo de lírica, que el compilador aunó a veces por motivos fortuitos
y otros por gusto personal. Mayoritariamente serían el resultado de un trabajo en equipo:
amanuenses, músicos, miniaturistas y eruditos que se ganaban a vida al amparo de la corte.
Estos cancioneros pueden tomar denominación del nombre del autor; el nombre del
compilador (Baena, Hernando del Castillo); el poeta que lo encabeza (Estúñiga); el de su
poseedor antiguo o moderno (Gallardo); la biblioteca donde se encuentra o ha permanecido
algún tiempo (Palacio); el lugar donde radica la biblioteca donde se encuentra (Roma, El
Escorial); en un caso, el del editor (Rennert); y, en otro caso, el del tamaño (Cancionerillo)
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3.3. El Cancionero de Estúñiga
Debe su nombre a que el primer poema de la colección es de Lope de Estúñiga. Fue
coleccionado en Nápoles en la Corte de Alfonso V el Magnánimo, razón por la cual
abundan las referencias al rey y sus hazañas. El Cancionero, cuyo recopilador se
desconoce, alberga composiciones de autores como Juan de Villalpando, Carvajal, Juan de
Tapia o Juan de Dueñas. La temática es en gran medida amorosa, enfatizando el dolor por
la separación de la amada o por su indiferencia, aunque existen también decires filosóficos
y morales. Junto a algunas composiciones eruditas que anuncian ya el humanismo, se dan
cita formas populares como los motes, las glosas y, sobre todo, los romances.
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Colombina de Sevilla (ca. 1500); el Cancionero de Upsala (1556); y el Cancionero
musical de Segovia.
4.- TEMÁTICAS
Jacqueline Stenou y Lotear Knapp (1975) señalan tres grandes ejes temáticos en la
poesía cancioneril: la poesía lírica (amatoria, elegíaca); la poesía didáctico-moral y satírica;
y la poesía lírico-narrativa y lírico-dramática (romances, églogas, elegías).
Dentro del primer eje temático, habría que destacar la poesía amatoria. Como
hemos dicho arrancaría de Provenza (s. XII), bajo la cultura del amor cortés, concepción
que dejaría una honda huella en nuestra concepción amorosa actual. En concreto, se
caracteriza por cuatro notas: la humildad, los amadores son serviles y deben obediencia
ciega a la dama; la cortesía, designa el valor moral y social de un aristócrata, el único
capaz de amar según el ideario provenzal; la religión del amor, pues la mujer es para el
trovador un objeto de culto; y el adulterio, pues en una época en que el matrimonio se
realiza por conveniencia, el trovador ve en la relación conyugal la antítesis del amor cortés.
Por otra parte habría que señalar la poesía moral con el tema de la muerte, que
aparece como uno de los tópicos más recurrentes, esta vez, no como solución al calvario de
la muerte, sino como ajusticiador que iguala a todos. Asimismo, la inestable situación
sociopolítica favorece poemas punzantes contra los partidarios de unos y otros. De esta
manera, también se cultiva la poesía satírica como Las coplas del Mingo Repulgo.
Finalmente, en los Cancioneros también son frecuentes las alabanzas y súplicas a la Virgen
y a los Santos.
5.- ESTILO
La poesía cancioneril revela la dificultad de encajonar las canciones del s. XV en
unos pocos modelos. Dicha diversidad estilística se debe, en parte, a la influencia diversa
de distintas tradiciones (fondo tradicional autóctono, galaico-portugués, provenzal, etc).
Por otra parte, para entender el estilo cancioneril es indispensable conocer las coordenadas
histórico culturales bajo las que este arte fue creado. Si ninguna creación literaria puede
desgajarse de su contexto social para comprenderla, en la poesía cancioneril esta máxima
se hace aún más patente.
Para el lector de hoy la poesía cancioneril es generalmente artificiosa, virtuosista,
repleta de juegos retóricos, con los que el poeta quiere expresar sus conocimientos y su
ingenio, para deslumbrar al público. Se buscaba la desviación del lenguaje corriente para
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crear el efecto de poeticidad. La teoría literaria del medievo disponía de pocos recursos
líricos. Entre todos ellos, destacaba la alegoría, que giraba en torno a figuras abstractas, de
temas morales o eruditos. No obstante, desde Lope de Estúñiga, coetáneo de Jorge
Manrique, se abandonaría este recurso para centrarse en el uso de las figuras de dicción, de
manera que paulatinamente irían siendo menos frecuentes los artificios retóricos.
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Como en otros poetas de la época, Manrique agudiza el ingenio en sus creaciones
poéticas amorosas, y así se suceden los equívocos, algunos de índole satírica, al igual que
en otras dos composiciones burlescas que escribió siguiendo la tradición de las antiguas
cantigas de escarnio y maldecir.
6.3.2. El poema consta de cuarenta coplas de pie quebrado: parejas de sextillas (seis
versos de arte menor, generalmente octosílabos, son rima consonante en distintas
combinaciones) cuyos versos tercero y sexto están formados por versos de cuatro o cinco
sílabas que constituyen el llamado pie quebrado. Aunque fue una estrofa muy utilizada por
varios poetas cancioneriles, le cabe el honor a Jorge Manrique el haberla difundido con
sello propio, por lo que es conocida como copla manriqueña.
6.3.3. Tradicionalmente, los críticos han dividido el poema en tres partes, que se
corresponden con las denominadas tres vidas (la perdurable o eterna; la mortal o
perecedera; y la de la fama que vive en la posteridad):
Coplas I-XIII: exhortación filosófica sobre la fugacidad de la vida y apelación al hombre
de su condición mortal. El poema se inicia con una llamada a la vigilia pues la vida es
breve (son los célebres versos “Recuerde el alma dormida, / abive el seso y despierte /
contemplando / cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando;…”). En
este sentido, la vida se concibe como un camino o un río que desemboca en la muerte
igualadora (“Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en el mar / que es el morir: / allí
van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir…”). Dicha metáfora de la vida como
río o camino se enmarca dentro de la tradición cristiana de encontrar un sentido a la vida
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desde la reflexión sobre la muerte. Así, San Pablo habla de la vida como peregrinaje, lo
mismo que berceo (la vida como romería) o Inocencio III.
Coplas XIV-XXIV: ilustración del mensaje de las primeras coplas con ejemplos, con lo
que se inserta dentro de la tradición medieval del exemplum. Asimismo, retoma la vieja
fórmula bíblica del Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? (‘¿dónde están los que
habitaron este mundo antes que nosotros?’). Para el desarrollo de este tópico alude a
personajes de la reciente historia de Castilla y no como era tradición a ilustres personajes
de la Antigüedad (“Dexemos a los troyanos, / que sus males no los vimos / ni sus glorias;
/ dexemos a los romanos, / aunque oímos y leímos / sus vitorias…”). Prefiere
preguntarse: “¿Qué se hizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón, / ¿qué se
hizieron?...”. Manrique consigue con esta cercanía en los personajes y las situaciones un
mayor realismo y una enseñanza moral más eficaz.
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6.4. Proyección e influencia de Manrique
Aunque sus escasas cincuenta composiciones –fruto de su corta existencia- se
enmarcan en la tradición provenzal del amor cortés, así como en la corriente italiana de
Dante y Petrarca, la obra manriqueña resulta original, al apartarse de los trovadores más
herméticos y de los radicalismos estéticos de la alegoría dantesca. El valor estético del
poeta radica en haber abandonado las exhibiciones eruditas carentes de sinceridad.
Junto con la Celestina, las Coplas de Manrique marcan el paso de la Edad Media al
Renacimiento, pues se percibe ya una concepción más mundana que anuncia el optimismo
del Renacimiento. En este sentido, la idea de la fama, el honor del hombre que deja tras de
sí cuando muere es una idea novedosa para la época (“No se os haga tan amarga / la batalla
temerosa / que esperáis, / pues otra vida más larga / de fama tan gloriosa / acá dexáis”).
Frente a la muerte destructora, Manrique opone la perdurabilidad de la fama de un Rodrigo
Manrique que, simbólicamente, vence así al destino.
En definitiva, algunos de los tratamientos temáticos apuntados, su alejamiento de la
retórica cultista, el genial uso de la metáfora y la apuesta por una lírica profunda pero
sencilla, marcarán la poesía de la Corte de los Reyes Católicos, extendiendo su influencia,
a través del Cancionero General, durante los s. XVI y XVII. La actualidad de las Coplas
es innegable: gozan del prestigio entre los estudiosos, gustan a los cantaautores y su
público, merecen decenas de ediciones e, incluso, algunas de sus sentencias se han
convertido en aforismos populares, lo que permite considerarla una obra clásica de la
literatura castellana.
7.- EL ROMANCERO
Éste ha sido quizás uno de los temas de investigación filológica más prolijos, tanto
en cuanto a número de investigadores, como a los logros en los diversos estudios. Iniciada
esta labor en los comienzos del s. XIX, la labor de recuperación y análisis cuenta con
nombres como Milá y Fontanals, Menéndez Pelayo y, sobre todo, Menéndez Pidal y su
enorme elenco de discípulos que continúan hoy estudiando el romancero.
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mediados del s. XV, se entendía ya por romance un tipo de poema narrativo cantable, que
es el que aquí nos interesa.
Un primer problema que nos encontramos, es la diferencia entre cantar y romance,
que no es hoy tan clara como quizá fue en la Edad Media. En principio, con la palabra
romanz se aludía principalmente a los poemas narrativos de asunto heroico que
interpretaban los juglares. Sin embargo, al Poema de mio Cid se le llama en el propio texto
unas veces cantar y otras veces romance. Lo más probable es que existieran algunas
diferencias entre ambas denominaciones, difíciles de reconstruir hoy, que tendrían que ver
con el tipo de actuación del juglar.
El romance puede definirse según dos enfoques: como forma compositiva y como
género poético. Como forma compositiva, el romance es un poema no estrófico en versos
octosílabos que riman en asonante en los pares. Como género poético, para Menéndez
Pidal, el elemento más significativo era su carácter épico-lírico- Cabría definir así, el
romancero como un género híbrido, por su combinación de elementos narrativos con otros
líricos, de lo objetivo con lo subjetivo (Díaz Viana, 1990).
7.2. Datación
El romance más antiguamente documentado está en el cartapacio de Jaume d’Olesa
hacia 1421. Claro que la fecha del primer texto conocido no tiene por qué ser la de su
composición, ni siquiera estar cercana a ella. El problema radica en que no nos han llegado
textos de romances que sin duda eran conocidos en la Edad Media y sólo los conocemos
por citas fragmentarias del s. XVI y XVII y por la tradición oral.
Con certeza sabemos por Juan de Mena y el Marqués de Santillana que los
romances existían en el s. XV. Más atrás, algunos romances evocan hechos ocurridos en el
siglo anterior, como el que narra la muerte de Fernando IV el Emplazado. Sin embargo, es
imposible determinar con exactitud su fecha de creación.
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pidaliana de que son creaciones individuales que, sin embargo, a través de las sucesivas
recreaciones, acogen elementos de tantas personas como las interpretan añadiendo u
olvidando fragmentos. Es lo que Pidal llama autor-legión. De esta manera, cada
transmisor deja su huella, pues al ser éste un proceso oral, es lógico que se transmita con
modificaciones, voluntarias o no, pero que provocan que siglos después existan numerosas
versiones de un mismo romance.
En cualquier caso, en el s. XV se fija mediante la escritura un género que vivía
oralmente –desde no sabemos muy bien cuánto tiempo- despreciado por los poetas cultos.
Cuando se plasman en los Cancioneros ya se perciben algunas innovaciones cultas: cambio
de la asonancia por la consonancia, aparición de romances en hexasílabos o introducción
de estribillos. Posteriormente, en el Renacimiento, el Romance consolidará el octosílabo y
la asonancia, tal como en el Barroco lo usarán Lope, Góngora, Quevedo y otros.
Es en la primera mitad del s. XVI cuando comienzan a editarse los romances, tanto
insertos en Cancioneros, como en pliegos sueltos de gran tirada. A mediados de siglo,
surgirán colecciones específicas en libros como el Cancionero de romances (hacia 1548)
de Martín nuncio o la Silva de varios romances (1550-1551).
7.4. Métrica
La forma métrica en que fueron escritos los romances en el s. XV, podría ser la
misma de los poemas épicos medievales –es decir, serie de versos compuestos por dos
hemistiquios que rimaban todos en asonante-, aunque más tarde, por influjo del octosílabo
trovadoresco, se habría dividido cada verso en dos, dando lugar al octosílabo.
Por su parte, la teoría individualista ve en el romance restos de creaciones
individuales sin que necesariamente, existiera vinculación con los cantares de gesta.
Independientemente de estas cuestiones, si definimos el romance por sus características
formales, éste está compuesto por series de versos octosílabos con rima asonante en los
pares. Es así como aparecen en las ediciones de los s. XVI y XVII., fundamentalmente,
para facilitar la impresión musical.
Esta norma octosilábica de los romances no está exenta de excepciones, como
anticipamos a la hora de definirlo en términos formales. Hay versiones orales de romances
tradicionales con versos de seis o siete sílabas, y tras la moda romanceril del XVI, los
poetas compondrían romances nuevos con variaciones en la forma como el romance
endecha (en heptasílabos) o el romance heroico (en endecasílabos). Por último, también
llamamos romances a aquellas composiciones que los ciegos cantaban y vendían en pliegos
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sueltos atados a un cordel. Generalmente, están compuestos por coplas asonantadas de
cuatro versos con rima cambiante.
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Los frecuentes arcaísmos, como por ejemplo, la conservación de la f- inicial de fizo por
hizo o el mantenimiento de vos.
Un uso peculiar de los tiempos verbales explicados por la intención de hacer el relato
más vivo o de alejarse o atenuar la realidad.
El formulismo, es decir, el empleo de expresiones regularmente empleadas en las mismas
condiciones métricas para expresar una idea fijada (Lord, 1960).
La sintaxis directa, con frecuente yuxtaposición, uso de interjecciones y exclamaciones
de los personajes, así como diálogos entre estos que crean un estilo vivo, dramático.
El carácter indicial, pues lo que se dice explícitamente es tan importante como lo que se
da a entender con alusiones o sobreentendidos.
Finalmente, los rasgos orales como los paralelismos, la reiteración o la ausencia de
metáforas, el predominio de las figuras de dicción sobre las de pensamiento,
proporcionan intensidad y agilidad en la narración.
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la naturalidad y sencillez expositiva. Recordemos algunos versos como “nuestras vidas son
los ríos que van a dar al mar que es el morir”. Un elemento motivador para los alumnos,
podrían ser las grabaciones de algunos cantautores, como el conocido por todos, Paco
Ibáñez que no sólo nos acercaría a Manrique y sus Coplas, sino que también podría ser de
utilidad en otros autores como Machado, autor con quien se podría establecer alguna
relación. De hecho, ambos autores se sirven de un uso similar de la metáfora al hablar de la
vida como camino o como río.
De alguna manera, la metáfora es un concepto del que los alumnos tienen un
conocimiento intuitivo previo. Ésta circunstancia habría que aprovecharla, para así lograr
un aprendizaje significativo en el que los nuevos conocimientos se relacionaran
constructivamente con los ya adquiridos.
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