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Profesor
Gilberto Bautista Useda
Presbítero
JUSTIFICACION
En la actualidad nos encontramos atravesando por una época tremendamente marcada por
grandes incoherencias, irresponsabilidad y por un escaso sentido ético.
Hoy más que nunca nuestra sociedad colombiana está necesitando personas honestas,
responsables, dedicadas a la tarea concreta que en la sociedad nos corresponde realizar.
Hoy más que nunca ante tanta deshonestidad nuestra sociedad necesita personas formadas
no solamente en aspectos científico - técnicos, sino también muy bien estructuradas en
principios humanísticos morales y éticos.
El Seminario quiere ofrecer elementos suficientes para una formación integral que le
permita a los futuros sacerdotes ejercer su ministerio con un alto sentido de rectitud y
honestidad.
OBJETIVO GENERAL
Que el alumno encuentre en este tratado la mejor ocasión para hacer una reflexión
profunda, seria y sistemática del hombre como ser ético, es decir, como el único ser capaz
de vivir buscando principios que le permitan la justa elección del bien, ya sean de
procedencia interior o exterior.
OBJETIVOS ESPECIFICOS
Tener en cuente y no olvidar que los valores están ahí para aprenderlos, observarlos a
tiempo y oportunamente.
Establecer claridad sobre la necesidad de asumir los valores sobre todo los valores
morales fundamentalmente como una forma de ser.
CONTENIDO
1. GÉNESIS DE LA ÉTICA
2. ¿QUÈ ES LA ÉTICA?
2.1OBJETO DE LA ÉTICA
2.2 ÉTIMOLOGÍA Y DEFINICIÓN
2.3 CARACTERÍSTICAS ESPECÍFICAS DE LA ÉTICA
2.3.1 La ética se ocupa de la experiencia moral
2.3.2 La ética es una ciencia
2.3.3 La ética es una ciencia teórico-práctica
2.3.4 La ética es una ciencia normativa y categórica
2.4 RELACIÓN Y DIFERENCIA ENTRE LA ÉTICA, DERECHO Y RELIGIÓN
2.4.1Ética y derecho
2.4.2 Ética y religión
BIBLIOGRAFÍA
LA MORAL FILOSÓFICA Y LA MORAL TEOLÓGICA
Para reconocer que la filosofía moral es cosa muy distinta de la moral teológica o cristiana,
basta tener presente:
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INTRODUCCIÓN
GENESIS DE LA ÉTICA
Para llegar a saber cómo nació la ética es necesario partir de un hecho: que desde
cuando existe el hombre existe el problema del bien y el mal. Esta es la razón por la
cual desde la antigüedad se han establecido códigos de conducta a fin de indicar la
forma correcta como el hombre debe obrar.
En nuestra cultura occidental a comienzos del S VI a.C con los griegos comienza a
gestarse un sistema general de sabiduría llamado filosofía que justamente por su
método y rigurosidad viene a constituirse en un verdadero conocimiento científico.
Posterior a la reflexión sobre la naturaleza “Physis”, el pensamiento filosófico
griego empezó a orientarse hacia los temas de la vida humana y la sociedad,
sobresaliendo en esta tarea los sofistas, Sócrates, Platón y Aristóteles. Estas
reflexiones llevaron a un examen de toda la conducta humana, y a esta parte de la
filosofía la llamaron ética.
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2. ¿QUÉ ES LA ÉTICA?
Todos tenemos perfectamente claro que hay ciencias que se estudian por interés, por
ejemplo la astrofísica, pero si alguna persona no tiene curiosidad por los temas de la
astrofísica bien puede prescindir de ellos en su vida, sin que esto tenga mayores
repercusiones; de igual manera se puede vivir sin conocer las reglas del fútbol.
Ahora bien, hay conocimientos que nadie debe ignorar si quiere vivir bien, por
ejemplo todos deben conocer las consecuencias de saltar desde un sexto piso. Es
fundamental conocer muy bien si ciertos alimentos son buenos o dañinos para la
salud.
Pero si tener conocimiento de estos aspectos importantes para vivir bien, resulta de
una importancia relevante para todas las personas sin excepción saber de ética, y así
distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo, la ética no trata de un
conocimiento teórico desligado de nuestra vida, al contrario, la ética tiene que ver
con los actos y los lineamientos universales que le encaminan al bien vivir.
Toda persona tiene la experiencia de reflexionar sobre sus actos y preguntarse si son
buenos o son malos, todos los seres humanos se han planteado la pregunta ¿qué es
lo que debo hacer? antes de decidir alguna cuestión de mayor o menor importancia
para su vida, por ejemplo algún joven que se pregunte ¿debo estudiar o salir a
divertirme?, ¿debo ser un amigo leal o un desgraciado con aquella persona?
Puede afirmarse que siempre, en algún momento y por alguna circunstancia vivida,
surge la pregunta ¿hay una forma buena de vivir?, ¿existe un modelo, un ideal de
vida buena?, y si la respuesta es afirmativa, ¿dónde podemos encontrarlo y cuan
imperativa es la exigencia de seguirlo?
2.2ETIMOLOGÍA Y DEFINICIÓN
La palabra "ética" proviene del griego y tiene dos significados. El primero procede
del término éthos ( ), que quiere decir hábito o costumbre. Posteriormente se
originó a partir de este concepto la expresión êthos ( ), que significa modo de
ser o carácter. Aristóteles considera que ambos vocablos son inseparables, pues a
partir de los hábitos y costumbres es que se desarrolla en el hombre un modo de ser
o personalidad.1 Fue Aristóteles, precisamente, el primero en hablar de una ética
como una rama específica de la filosofía y en escribir sistemáticamente sobre ella.
Cuando los romanos se ven forzados a traducir esa palabra a su lenguaje propio
(latín) utilizan el vocablo "moralitas", que a su vez se origina de la raíz "mos"
"moris" que equivale únicamente a hábito o costumbre. Al no disponer el latín de
dos palabras para referirse a los dos conceptos que el griego podía diferenciar, muy
pronto "moralitas" sustituye a éthos y êthos, y en adelante una sola palabra va a
significar tanto el modo de ser o la predisposición propia de cada uno en lo que tiene
que ver con lo bueno, como las conductas acostumbradas o "de hecho".
1
Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 1.
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son inculcados o impuestos por la política, las costumbres sociales, la religión o las
ideologías. En cambio, la ética siempre implica una reflexión teórica sobre cualquier
moral, una revisión racional y crítica sobre la validez de la conducta humana. En tal
caso, la ética, al ser una justificación racional de la moral, remite a que los ideales o
valores procedan a partir de la propia deliberación del hombre. Mientras que la
moral es un reconocimiento de las reglas dadas, la ética es un análisis crítico de esas
reglas. Por eso la ética es una "filosofía" de la moral, si se entiende la filosofía como
un conjunto de conocimientos racionalmente establecidos.
En realidad, este uso confuso de la palabra ética que se hace en el lenguaje vulgar
alude a la doble dimensión de las acciones humanas que tienen que ver con "el bien"
o "lo bueno". Mientras que el saber filosófico se preocupa de justificar
racionalmente criterios de acción que no sean arbitrarios y que sean universalmente
válidos (dimensión objetiva); la ética en cuanto vivida de hecho, muestra cómo los
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hombres concretan o no esos criterios en su acción personal (dimensión subjetiva de
la ética ).
De ahí que nosotros entendamos por "Ética o Filosofía Moral “La disciplina
filosófica que reflexiona de forma sistemática y metódica sobre el sentido, validez y
licitud (bondad-maldad) de los actos humanos individuales y sociales en la historia.
Para esto utiliza la intuición experiencia humana, depurada por la elaboración
racional.
La moral suele ser inseparable de las costumbres humanas, las cuales dependen de la
época, el clima, la región geográfica o de cualquier evento circunstancial. En este
sentido, la moral es cambiante y relativa a determinadas prácticas culturales. El
hombre generalmente se halla determinado por los valores de la sociedad en donde
vive, y por eso considera que las conductas acertadas son las que se amoldan con
esos patrones. Incluso en un caso tan controvertible como el aborto, llama la
atención que las mujeres de los países cuya práctica es legal suelen padecer menor
remordimiento que en aquellos en que es ilegal e inmoral. Usualmente, el influjo
que ejerce la sociedad sobre sus miembros siempre es mayor que el esfuerzo por
educar a cada nueva generación de acuerdo con su propio y verdadero sentido. Así,
la estructura de toda sociedad descansa en las leyes y normas escritas o no escritas
que unen y ligan a los individuos. De esta manera, la moral es lo que no es diferente
dentro de toda forma de asociación, lo mismo si se trata de la familia, una clase
social, una estirpe o un Estado. El problema de fondo radica en que el hombre si es
un simple ser pasivo que acepta todos los estándares de conducta que la sociedad le
confiere, esta sociedad se hunde porque por lo general no son los valores más
humanos los que prevalecen.
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Pero si alguien es capaz de reexaminar esos valores, ya sea para eliminarlos,
fortalecerlos o formar otros nuevos, ello implica que también es capaz de pensar por
sí mismo y de elaborar una ética o filosofía moral. Por eso resulta fundamental el
que la razón se convierta en una fuerza que le permita gobernar al hombre los
apetitos que comparte con los animales, al dominarlos en una medida compatible
con el bienestar de todo su ser. Si los seres humanos únicamente reaccionáramos
ante los estímulos del medio, en nosotros sólo imperaría lo instintivo e irracional.
Pero además de ello, podemos crear otorgando significados y símbolos y elevar
nuestra humanidad a veces a costa del sacrificio de nuestra utilidad personal.
Filósofos como Platón y Aristóteles distinguieron la razón de la sensibilidad,
considerando a esta última como la fuente de las creencias infundadas y como el
origen de los apetitos que se comparten con los animales. Asimismo, a los estoicos
se les debe la división entre los animales y los hombres: a los animales les es dado
como guía el instinto, que los lleva a conservarse y a buscar lo ventajoso para ellos;
a los hombres les es dada la razón como la más perfecta guía y, por tanto, para ellos
vivir conforme a la naturaleza significa vivir conforme a la razón.
En síntesis digamos que la ética puede definirse como el estudio de las costumbres
humanas. Es preciso señalar que algunas costumbres son meras convenciones, como
los modos de vestir y la etiqueta que varían de una parte del mundo a otra y de un
momento a otro, por lo que estas costumbres son maneras, y no moral. En cambio,
hay otras costumbres que parecen más fundamentales, como la de decir la verdad, la
de respetar las vidas y la propiedad ajenas. Sentimos que semejante conducta es no
sólo costumbre, sino también, tal como debe ser, y que apartarse de ella estaría mal;
porque resulta no de un capricho arbitrario, sino de un principio inherente al propio
ser humano. Al estudio de las formas estables de conducta, es decir, a aquellas
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costumbres que aparecen como fundamentales, se les llama ética. Así, pues, la ética
es el estudio sobre lo bueno y lo malo en la conducta humana.
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Finalmente digamos que si es verdad que mi voluntad está obligada por el deber, es
también cierto que solamente puedo percibir un deber si éste se me presenta como
un bien, esto quiere decir que en cuanto una acción se me presente como buena, esta
se constituye en un deber para mí.
2.3.2 La ética es una ciencia teórica y práctica. Desde sus inicios la ética se ha
considerado como un conocimiento que se preocupa por el fin al que debe dirigirse
la conducta humana y de los medios para alcanzar ese fin. Para ello resulta
fundamental establecer una ciencia de la conducta que se funde en la comprensión
de la "naturaleza" o"esencia" humana. Esta "ciencia" debe verse como un saber que
incluye necesariamente la garantía o la prueba de su propia validez. Así se entiende
el ideal clásico o antiguo de la palabra ciencia, aunque no de la ciencia moderna, que
se asume como una serie de enunciados matemáticos que son susceptibles de
demostrarse experimentalmente. La concepción de una ciencia ética debe apreciarse
en el sentido que le otorgaron los filósofos griegos. Platón hace la distinción entre la
ciencia o conocimiento (epistéme) con respecto a la opinión (dóxa). La ciencia es un
conocimiento racional de la verdadera realidad; mientras que la opinión es algo
intermedio entre el conocimiento y la ignorancia,2 y comprende la esfera de la
percepción sensible (creencia y conjetura)3. La opinión, como una forma de juzgar a
través de las apariencias, no correspondería con el carácter probatorio que presupone
la ética. Por eso nuestros valores éticos no deben fundarse en mitos, rumores o
imágenes, sino en conocimientos racionalmente fundamentados. También en
Aristóteles encontramos la misma definición de ciencia como "conocimiento
demostrativo". Se trata de un conocimiento por causas, que es capaz de determinar
por qué un objeto no puede ser diferente de lo que es 4. Es un conocimiento que no se
limita al plano de los hechos, sino que intenta explicar las causas y el porqué de esos
hechos. Por tanto, la ciencia tiene como objeto lo necesario y no lo accidental 5.
2
Platón, República,478 C
3
Platón, República, 510 A
4
Aristóteles, Metafísica, 1027a 20.
5
Aristóteles, Metafísica, 1027a 20.
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Estas posturas dan ejemplos de cómo en las matemáticas o en geografía todos los
científicos están siempre de acuerdo en lo fundamental, en cambio las opiniones
nunca serán unánimes en relación al deber ser o la vida buena. Así por ejemplo
algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan que lo
más útil es lograr que los demás vivan para el logro de los propios intereses, otros
consideran que lo único importante en la vida es tener dinero a cualquier costo, otros
argumentan que el dinero sin salud y sin amor y tranquilidad no vale nada, pareciera
que en lo único que se puede estar de acuerdo en torno a la ética es en que nadie está
de acuerdo.
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lo que debe ser. Por tanto, si se designa a la ética como una ciencia, no es en el
sentido de las ciencias experimentales, sino en el de las ciencias filosóficas.
Detengámonos ahora para analizar cómo la ética es, a la vez, una ciencia teórica y
práctica. Las ciencias son teóricas, si su objeto está en la mera contemplación de la
verdad, y prácticas si se orientan también hacia la acción. Puesto que la ética tiene
por objeto orientar al ser humano en su actuar y vivir como es debido, es una ciencia
práctica y normativa, que se sitúa en algún punto cercano al de una ciencia
puramente teórica.
Es claro que la ética, al estudiar el acto humano y las condiciones para que éste sea
un acto moralmente bueno, hace afirmaciones teóricas no para quedarse en una
ciencia especulativa y teórica para constituirse en una ciencia normativa de la vida
humana. Por otro lado la ética no es una ciencia puramente práctica que busque
soluciones transitorias y válidas para un período de tiempo, sino una ciencia que
profundiza en la esencia de la naturaleza humana.
Resumiendo, podemos afirmar que la ética no es una ciencia que busque el conocer
por el conocer ni el hacer por el hacer, la ética es una ciencia del conocer para el
hacer, esto quiere decir que no trata de un conocimiento experimental porque
aunque analice el comportamiento humano señala la normatividad de lo que se debe
hacer y lo que se debe evitar.
6
Aristóteles, Política, 1253a 9.
16
El carácter normativode la ética tiene como fundamento un aspecto esencial de la
naturaleza humana, a saber: que el hombre es un ser imperfecto pero perfectible. Si
además de ser imperfectos fuéramos imperfectibles, no tendríamos ningún problema
moral, al no estar obligados a desarrollar todas nuestras potencialidades. Por eso los
principios éticos tienen una dimensión imperativa, pues son mandatos u órdenes que
nos damos para movernos a la realización de actos que mejoren nuestra condición
humana. Porque somos seres incompletos buscamos perfeccionarnos y dirigir
nuestras acciones hacia lo que debe ser. Este deber ser se nos presenta como una
necesidad de plenitud, de cristalizar al máximo todas nuestras capacidades. Por
tanto, en la ética el deber se manifiesta como la conciencia de que no se es, pero que
se puede llegar a ser. Por eso se trazan metas o fines dados por la razón y se
ejecutan a través de actos que perfeccionan y ennoblecen al hombre. La ética queda
plasmada como la exigencia de perfección integral de la naturaleza humana, lo cual
implica la búsqueda de la excelencia como seres individuales, familiares y sociales.
Recordemos que las ciencias normativas, se ocupan de normas y criterios con los
cuales se juzgan los objetos de su investigación. La ética es fundamentalmente una
ciencia normativa que prescribe obligaciones y pone objeciones.
La ética como ciencia normativa examina y fundamenta los parámetros con los
cuales juzgamos nuestras acciones como buenas o malas. Finalmente digamos que
las ciencias normativas se ocupan no sólo de la aplicación práctica de las normas
sino también de la cuestión fundamental de si las normas son válidas y de cómo
puede fundamentarse tal validez.7
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RELACIONES ENTRE DERECHO, MORAL Y ÉTICA
La moral y la ética
La moral, por su parte, es aquella ciencia que trata de las acciones humanas en
orden a su bondad o malicia. Es aquello no concerniente al orden jurídico, sino al
fuero interno. Establece una jerarquía de valores. La ética, finalmente, es aquella
parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre fijando, a
partir de ciertos principios, el sentido del actuar individual y social. De su sola
lectura se desprende que el derecho regula el actuar social y externo de las personas.
La moral, en cambio, se ocupa de lo íntimo y lo subjetivo, normalmente con una
orientación religiosa o teológica, siendo esencial a ella la revelación sobrenatural. La
ética, también denominada filosofía moral o moral filosófica, emplea como
instrumento y fuente primordial la razón. Le interesan los actos humanos racionales
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y libres. La regla muy general, entonces, es que lo antijurídico sea inmoral y
contrario a la ética.
En otro orden de cosas, puede ser considerado inmoral, por algunos y aún en
nuestros días, el hecho de que una pareja conviva sin estar legalmente casada, pero
no es antijurídico, si ambos son solteros, ni tampoco contrario a la ética. Por el
contrario, un acto de esa naturaleza puede llevar envueltos los más nobles
sentimientos y, más aún, recibir el amparo del derecho y la jurisprudencia, al
reconocérsele a los hijos de esa pareja los mismos atributos que detentan los habidos
en el matrimonio, y a la concubina "viuda", en ciertas y determinadas materias.
Existen, asimismo, múltiples actos que fueron antijurídicos y que por el sólo
transcurso del tiempo unido a la inactividad, han dejado de serlo, precisamente por
la aplicación de una institución que el propio derecho contempla, en nombre de la
certeza jurídica: la prescripción. Pero aquellos actos, que actualmente no son
perseguibles por el Estado, sí son reprochables éticamente y, por cierto, también
desde el punto de vista moral.
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Por otra parte, las infracciones a los deberes éticos, como los que establecen los
códigos profesionales, no pueden ser consideradas inmorales, a la luz de la moral
religiosa, ni tampoco antijurídicas.
Desde el punto de vista sancionatorio, todas estas reglas están dotadas de elementos
coaccionantes, de suerte que su transgresión trae consecuencias ingratas para el
infractor. En todas ellas está presente un temor que impulsa a cumplir con la regla.
Sin embargo, en cada una opera de diferente manera. El derecho está protegido de
toda la fuerza del Estado, de suerte que la infracción a las disposiciones legales
puede traer consigo toda clase de sanciones, desde meramente pecuniarias hasta
corporales, privando de la libertad y en casos calificados, aunque discutibles, incluso
de la propia vida. La moral, en cambio, basa su cumplimiento en el miedo de un
castigo sobrenatural o en la propia convicción de la rectitud al actuar. La ética puede
participar de métodos análogos a los de la moral, pero también cuenta con ciertos
elementos de coacción "pseudo-jurídicos", cuando, por ejemplo, los asociados a un
grupo determinado aplican distintas sanciones a los infractores, tales como pérdida o
cancelación de sus derechos, multas o expulsión. Sin embargo, la realidad nos señala
que por muy diferenciado que parezca ser el ámbito de acción del derecho con
respecto al de la moral, o al de las demás normas de conducta, la organización
social, deliberada o inconscientemente, involucra los principios axiológicos en su
vida política y civil, ya sea en la redacción de las leyes, en la toma de decisiones o
en la resolución de un conflicto judicial, determinando una cierta comunicabilidad
entre lo moral y lo jurídico. Bástenos mencionar el reciente y aún discutido caso de
la denominada "píldora del día después". Aquí queda absolutamente de manifiesto
que, no obstante haber intervenido todas las instancias civiles y administrativas que
los reglamentos determinan para la comercialización de un medicamento, está
prevaleciendo una postura más conservadora, que sustentándose en el principio de la
protección de la vida del que está por nacer, pretende evitar una laxitud mayor en la
vida sexual.
Representan diversas caras del mismo prisma y están de tal modo entrelazados desde
los orígenes más remotos que, por mucho que se pretenda aplicar una disección
intelectual con respecto a sus diferentes ámbitos de acción, siempre encontraremos
20
una infinidad de influencias recíprocas que, en definitiva, dan coherencia a un
sistema social determinado.
Es oportuno advertir que así como existen unas normas éticas existen normas
morales, jurídicas, religiosas y políticas. En realidad aunque estos tipos de normas
están estrechamente relacionadas entre sí no se identifican y conviene recordar las
diferencias que existen entre sí. Detengámonos a considerar la diferencia que existe
entre estas normas.
Hay que indicar que en esta aparente "debilidad" de la ética, puede radicar su
"fuerza", pues los seres humanos actuamos más efectivamente por convicción,
siguiendo valores éticos aprendidos en la experiencia e inculcados mediante una
buena educación, que por la estricta imposición externa. Así, por ejemplo, si no
botamos basura en lugares públicos y cooperamos por la preservación de la flora y la
fauna, es porque nuestra formación cultural le asigna un valor a lo ecológico y ello
nos mueve a actuar voluntariamente hacia ese fin y no porque la ley lo dicte. Una
inversión educativa de los estados en la ética genera mayor eficacia en el desarrollo
humano y la estabilidad social, que una legislación escrita con letras de oro. Por eso
el derecho debe derivarse de los principios éticos que están fundados en la
naturaleza humana y no ser meramente casuístico. Ahora bien, el objeto jurídico del
8
Kant, Crítica de la razón práctica, I, 1, cap. 3.
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Estado es la seguridad de sus miembros, pero esto no se alcanza si las estructuras
políticas carecen de una subordinación al ideal ético de la justicia, que es no sólo
una categoría jurídica, sino también un ideal de perfección moral en el seno de la
comunidad. El derecho no se fundamenta en sí mismo o por sí solo, pues las normas
del derecho sin una base en la vida moral y virtuosa, son enunciados vacíos.
Las normas jurídicas se ocupan de establecer lo que debe ser mandado prohibido o
castigado por las leyes de una sociedad. Lo "mayoritario" o lo vivido "de hecho" en
una sociedad, no necesariamente tiene por qué coincidir con lo "legal" o lo "ético",
aunque haya algunas teorías éticas que sostengan esta postura. Un ejemplo típico de
no-coincidencia entre lo ético y lo legal es el caso de la prostitución o de los vientres
de alquiler, o el aborto en los países donde está legalizado, que pueden ser
legalmente admitidas pero que desde el punto de vista ético implican una
comercialización de la integridad personal de la mujer.
Las normas jurídicas son promulgadas por aquellos a quienes corresponde en una
nación y obligan a todos los miembros de una comunidad política, estén de acuerdo
o no con la norma, la sientan o no como obligación suya.
Cuando se infringe una norma jurídica existe una sanción externa para la persona
contemplada en el código penal y que un juez está obligado de interpretar. Esta es la
razón por la que se afirma que el derecho viene acompañado de una coacción
externa y no sólo de una interna como en el caso de la moral. Una diferencia muy
particular entre la ética y el derecho es que las normas jurídicas no obligan a toda la
humanidad, sólo a los miembros de la comunidad en la que tienen fuerza legal.
2.4.2 La religión. La ética, aun cuando se nutra con otras ramas del conocimiento,
siempre es independiente al emitir sus puntos de vista. En cambio, existe una serie
de morales de índole religiosa que están subordinadas a determinadas creencias,
ritos y tradiciones. La moral religiosa es el resultado del acatamiento de dogmas de
fe (verdades únicas e inamovibles) y no de una razón que busca probar y cuestionar
las cosas. Por eso se habla de morales religiosas como "moral judía", "moral
cristiana", "moral musulmana", etc., para referirse a un conjunto de
comportamientos consecuentes con lo que la divinidad les ha revelado; mientras que
el término ética se suele utilizar para las morales racionales o filosóficas, como en el
caso de la "ética platónica", la "ética aristotélica", la "ética kantiana", etc. Tanto la
moral religiosa como la moral racional, pueden diferir o coincidir en sus
conclusiones. Lo importante estriba en reconocer que el hombre religioso cumple
con unas reglas que le son dadas por la religión a la que pertenece, mientras que el
hombre que es poseedor de una ética sigue reglas de conducta que son dadas por su
propia razón. En este orden de cosas, la razón y la fe, a pesar de que son distintas, no
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son mutuamente excluyentes. Por tanto, la ética no se cierra a la trascendencia, a la
religión y a la fe. Sin embargo, se permite revisar y cuestionar presupuestos
religiosos que no son consecuentes con un auténtico desarrollo de la naturaleza
humana, como pueden ser formas de culto en donde existan sacrificios humanos,
superstición, intolerancia, fanatismo, enajenación o búsqueda del poder político y
económico usando como mascarada la religión.
Las normas religiosas tienen para el creyente la fuerza de proceder de Dios, a través
de su comunidad religiosa o a través de su iglesia. Sin embargo aquí se produce una
situación delicada, sobre todo en el catolicismo porque el último criterio de
obligatoriedad de una norma es la conciencia del sujeto. La Iglesia está
perfectamente legitimada para interpretar en materia de normatividad moral, pero es
la conciencia del sujeto en último término quien ha de reconocer tal obligatoriedad.
La sanción de una norma religiosa es, pues, tanto interna como externa porque es el
propio sujeto quien consciente de su falta se arrepiente, pero además existen formas
públicas de expresar el arrepentimiento, y que en casos particulares sancionan a la
persona por la gravedad de la falta Ej., quien se confiesa por haber provocado un
aborto, o algún tipo de sacrilegio.
2.4.3 La moral. La moral es otro ámbito práctico a través del cual el hombre
presenta unas normas. Estas obligan interiormente a la persona humana porque es su
propia conciencia la que les reconoce fuerza humanizadora, hasta el punto que cree
que son normas que todas las personas deberían cumplir para no quedar bajo
mínimos morales no siendo él mismo una excepción.
Lo propio de la norma moral es que no tiene fuerza obligatoria sino para quien se la
reconoce, de modo que una norma moral nunca puede venir impuesta desde fuera,
por ese motivo no puedo elegir representantes que decidan por mi qué es lo
moralmente obligatorio dejando a un lado mi autonomía. Esto quiere decir que en el
campo de la ética no hay posibilidad de representación esta es la razón por la cual
cada uno es responsable de sus juicios y por lo tanto sujeto de ellos.
23
ética examina cómo debiera comportarse. Aquello que motiva al individuo para una
acción, buena o mala, es algo diferente de la bondad o maldad del hecho mismo. La
ética depende de la psicología para mucha información acerca de cómo trabaja la
mente humana, pero más allá del cómo actúa el individuo la ética señala el cómo
debería actuar.
Cuando se habla de la ética como ciencia normativa sobre la rectitud de los actos
humanos según principios últimos y racionales, se trata de una "ética general" que se
mueve principalmente en el campo de la metafísica y la antropología filosófica, y
que intenta explicar cuestiones como la libertad, la naturaleza del bien y del mal, la
virtud y la felicidad, entre otros.
Por otra parte, existe la "ética especial" o "ética aplicada" que pretende llevar a la
práctica los fundamentos generales de la ética. Sin embargo, la ética como tal es una
sola y esta clasificación no obedece más que a fines didácticos. El terreno donde se
concretan estos principios es en el plano individual, familiar y social. A nivel social
la ética puede subdividirse en diversas ramas, como por ejemplo: "ética
internacional", "ética económica" y "ética profesional", entre otras. En el caso de la
ética profesional, puede hablarse de "ética para ciencias de la salud", "ética para
ciencias de la comunicación social", "ética para educación", etc. Para estos efectos,
cabe apreciar la división de la ética según el siguiente gráfico:
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3. LOS ACTOS HUMANOS OBJETO DE LA ÉTICA
La ética tiene como propósito fundamental indagar y explicar los "actos humanos".
El hombre se diferencia de los seres irracionales porque sabe lo que hace, desea lo
que hace y es libre para obrar, esto quiere decir que los actos humanos son
aquellos que le permiten al hombre ser verdaderamente dueño de sus actos. Ahora
bien, el hombre es señor de sus actos gracias a la capacidad de conjugar tres
elementos fundamentales propios de su naturaleza humana, ellos son: la razón, la
libertad y la voluntad. Todo acto que no sea el resultado de estas dimensiones
esenciales del hombre, sencillamente no puede considerarse acto humano . Desde este
punto de vista los actos del hombre que se consideran como involuntarios ya que no son
ejecutados conscientemente y deliberadamente no son considerados como actos específicos
del hombre sino como actos que compartimos con los animales; esta es la razón por la cual
el hombre no es tenido por responsable, de estos actos. Los actos de hombre pertenecen al
hombre porque él los ha ejecutado, pero o son propiamente humanos porque su origen no
está en el hombre en cuanto hombre sino en cuanto animal. La ética tiene como objeto de
estudio los actos que se originan de la concordancia entre la inteligencia y la voluntad,
mientras que los procesos físicos y químicos del cuerpo son abordados por
disciplinas como la medicina, la biología y la microbiología, entre otras.
Antes de plantear en qué consisten la bondad o la maldad moral, y cómo los actos
que la persona ejecuta pueden convertirse en actos buenos ó malos, es muy
importante preguntarnos ¿qué clase de actos puede realizar el hombre?
Son actos propiamente humanos los que se realizan teniendo conciencia de ellos,
siendo libertad para actuar y queriendo por voluntad propia hacerlos. En la
afirmación "yo amo a padre", se trata de un acto humano porque mi razón y mi
afectividad tomaron la decisión de amar a mi padre y mi voluntad lo puso en
práctica. En cambio, si digo "tengo hipo", se trata de un acto del hombre porque no
es algo que depende de mi razón, de mi libertad, ni de mi voluntad.
Para llegar a una mejor comprensión de estas dos formas del actuar de la persona
humana, es necesario distinguir entre los actos que podemos controlar y las que no
podemos controlar.
Ahora bien, en ética no nos ocupamos de los músculos que utilizamos, sino de los
actos que decidimos conscientes, libre y voluntariamente ejecutar. Por el momento
podemos hablar de la voluntad como de nuestra facultad de controlarnos a nosotros
mismos, de dominarnos a nosotros mismos, de hacer lo que queremos, en lugar de
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estar obligados a hacerlo, de modo que, como consecuencia, venimos a ser
considerados como responsables de lo que hacemos.
Ejemplos de actos involuntarios son los actos realizados durante el sueño, la locura o
durante momentos de distracción. Por otra parte el hombre gracias a su racionalidad
puede convertir en actos humanos actos que realiza en común con los animales si los
ejecuta con conocimiento y voluntad; por ejemplo: el comer y el dormir.
Para que el hombre actúe, debe sentirse atraído por algún bien. Cuando percibe
algo como bueno, despierta en él un querer aquello que lo atrae, y si ve que eso, no
sólo es bueno en sí mismo, sino también bueno para él, su querer se convierte en
deseo. Un deseo podrá permanecer sin efecto, pero, si el individuo comprende
además lo bueno como susceptible de ser alcanzado, su percepción intelectual
26
mueve su voluntad hacia un acto de intenciónespontánea o tendencia hacia la cosa
buena, esto es, hacia un extenderse para conquistar el objeto. Seguidamente dirige su
intelecto hacia la tarea de ponderar las razones en favor y en contra de llevar a cabo
su intención y los diversos conjuntos de medios con cuyo auxilio podría ser aquella
ejecutada. Este acto del intelecto se designa como deliberación, y su resultado es el
de llegar a uno de los dos juicios prácticos: "esto debe hacerse aquí y ahora", o "esto
no debe hacerse ni aquí ni ahora".
Consideramos que son suficientemente claras las condiciones que hacen posible
tomar una decisión, todo está dispuesto ahora para el acto supremo de expresión del
ser del hombre como una persona autónoma. Acepta uno u otro de los juicios
prácticos alternativos del intelecto mediante una decisión de su voluntad, lo que
constituye su acto de compromiso. El juicio práctico que precede inmediatamente a
su decisión y expresa la alternativa escogida es el último juicio práctico. El ceder,
después de la deliberación, a una alternativa con preferencia a la otra es el acto
deliberado de la voluntad. Tiene dos momentos, a saber: considerado absolutamente,
como rendición a la atracción del objeto y se designa como consentimiento, y
considerados comparativamente, en cuanto preferencia de una alternativa con
respecto a la otra, se designa como elección. Luego, mediante el acto de mandato,
esto es, un acto orientador del intelecto, dirige su voluntad en el uso de los medios
para llevar su decisión a ejecución. Finalmente, vienen la percepción de que el
objetivo ha sido alcanzado y su goce.
El acto humano implica una estructura cuyos elementos generales y esenciales son:
No basta cualquier conocimiento para que haya un acto humano; pero no se requiere
un conocimiento tan completo y exhaustivo que apenas podría darse en la práctica.
Puede decirse que, en general, para que haya un acto humano es necesario y
suficiente con que el sujeto tenga advertencia del acto que va a realizar y de su
conveniencia o inconveniencia, así el sujeto puede ser dueño de ese acto.
27
embargo pensemos en el siguiente hecho: si voy a un restaurante y me entregan la
carta y esta viene en otro idioma yo no podré elegir. Podré hacer la elección sólo
cuando haya recibido una explicación del menú, es decir, que mientras no conozca
bien que el contenido del menú no podré elegir el plato que deseo pedir. Es entonces
muy claro que la voluntad quiere algo, respondiendo a la inteligencia que conoce
esa cosa y la reconoce como un bien.9
Hemos dicho que el acto humano sólo es posible considerarlo como acto moral si
llega a ser un comportamiento voluntario. Detengámonos para hacer más claro este
punto. Para tal efecto es necesario hacer distinción entre voluntario e involuntario.
Voluntario e involuntario. La voluntad hace que la acción que yo realizo sea mía,
es decir, que mi comportamiento emerja de mi mismo, esto es, hace que yo sea autor
y protagonista de mi actuar, y no simplemente objeto pasivo del actuar de los
demás.10
Es fácil darnos cuenta que no todo aquello que hacemos depende de nuestra
voluntad. Pensemos, por ejemplo, en todas las operaciones que tienen que ver con la
vida vegetativa como por ejemplo las digestión, la respiración, el sueño, pesemos en
los reflejos neuromotrices, los movimientos incontrolables o tics, realmente soy yo
el sujeto de estos procesos, pero es bueno advertir que tales procesos se cumplen en
mí sin que la voluntad intervenga en cada uno de ellos. Del mismo modo existen
actos que se realizan bajo estados psicológicos específicos por ejemplo:
sonambulismo, alucinación, hipnosis, o aquellos que se realizan bajo los efectos
farmacológicos como droga, alcohol; una persona que no es consciente de sí puede
9
VENDEMIATI, Aldo. In prima persona : Lineamenti di Etica Generale. Roma : URBANIANA
UNIVERSITY PRESS, 1999. p 50-51
10
Ibid., p. 51
28
realizar cientos actos, pero, precisamente porque no es consciente de sí sus actos no
son ni conscientes ni voluntarios.
Ahora, decir que el hombre es racional equivale a afirmar que él está dotado de
aquellas características que en el lenguaje común se denominan inteligencia y
voluntad, no olvidemos que el hombre está en capacidad de entender y de querer.
Por tanto podemos concluir que: cuando una acción es realizada con el concurso de
la inteligencia y de la voluntad, ella es un acto humano, es decir, un acto moral
Esto significa que cuando nos colocamos frente al bien que debemos hacer o al mal
que debemos evitar, no entran en juego solamente la inteligencia y la voluntad, sino
también nuestra sensibilidad. Esto quiere decir que en el acto humano es
fundamental tener en cuenta la interacción entre la vida sensible, corpórea y la vida
del espíritu. Tal interacción se llama Psiquismo y sus componentes naturales de
mayor relieve para la comprensión del acto humano son los sentimientos o
emociones. Una madre que renuncia a su vida con tal que su hijo que está en su
vientre se salve es una decisión que no depende simplemente de consideraciones
racionales. Para llegar a una opción de esta magnitud es necesario que entre en juego
un componente emotivo y sensible de amor hacia el niño y de deseo que él viva. En
este mismo sentido podemos pensar en la decisión de casarse con una persona
determinada; ¿dicha elección es fruto de consideraciones exclusivamente racionales?
Ibid., pp 54-56
11
29
que se presenta como bien. El Odio en cambio se dirige hacia aquello que se nos
presenta como un mal.
Vale la pena que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿de que manera las emociones,
los sentimientos y los modos de la sensibilidad influyen en el comportamiento
voluntario? Es claro que cuando estos estados de ánimo irrumpensin la voluntad, o
en contra de ella, la voluntariedad del acto disminuye, hasta el punto de perderse por
completo. Ej., la situación de un soldado que ha jurado no traicionar las ordenes de
sus superiores pero que ante el terror de un combate huye.
En síntesis podemos decir que: cuando las pasiones aparecen sin el control de la
voluntad o en contra de ella pueden convertir el acto humano en semi-voluntario y
en la mayoría de los casos involuntario; y cuando las pasiones son comandadas por
la voluntad hacen al acto humano más pleno, es decir aumentan la voluntariedad.
2.2.4 La libertad. Después de haber hecho una valoración de los sentimientos y las
emociones en relación con el acto humano resulta interesante ponernos el problema
de la libertad. Una característica fundamental del querer humano es que él puede
constituirse en objeto de reflexión. Exactamente esto es lo que distingue el
comportamiento humano de el de los animales, ellos no pueden reflexionar sobre su
propio tender hacia… Un animalito con hambre encuentra el alimento e
inmediatamente se abalanza sobre él para devorarlo, con un acto simple e irreflexivo
al cual no tiene el poder de oponerse. El hombre, por el contrario, tiene la capacidad
de reflexionar, es decir, de volver con un acto de voluntad, sobre actos
precedentemente puestos por la voluntad misma. Esta capacidad de reflexión es el
fundamento de la libertad humana.12
30
autodeterminarse con dominio del acto. Sólo de esta manera se puede ser
responsable y, por tanto, capaz de mérito o culpa, de premio o castigo. Debemos
ahora concretar la raíz de este dominio de la persona sobre su propio obrar, la raíz de
la libertad. Por "raíz de la libertad" no entendemos el sujeto de la libertad. Este es,
como se dijo, la voluntad, o mejor, puesto que ésta no existe por su cuenta, el sujeto
humano mediante su voluntad. Por "raíz de la libertad" entendemos la causa, el
origen de la libertad. Y, en este sentido, la libertad de querer es un correlato
esencial, una consecuencia necesaria de la espiritualidad de nuestra conciencia; la
causa de la libertad es la razón. La reflexión sobre esta correlación entre libertad y
razón nos introduce en el significado pleno de la libertad, nos muestra su "esencia
metafísica", dirían los filósofos.
31
dinámicamente a la totalidad del ser, no hacia este o aquel ser, sino hacia el ser
como tal, así, correlativamente, nuestra voluntad tiende dinámicamente hacia la
totalidad del bien, no hacia este o aquel bien, sino hacia el bien como tal. Sin
embargo, la inteligencia humana -en razón de su depender de la experiencia- no ve
la totalidad del ser, el ser como tal, sino "este" o "aquel" ángulo del ser, es decir, el
ser en cuanto se da en una forma limitada; así la voluntad humana, correlativamente,
no quiere la totalidad del bien, el bien como tal, sino "este" o "aquel" bien, o sea, el
bien en cuanto se da en una forma limitada. Por tanto, de la misma forma que el
intelecto en su pasión cognoscitiva, mirando más allá de todo objeto singular finito,
"tiende" a alcanzar siempre más vastos significados y contenidos del ser y se aquieta
definitivamente sólo cuando desemboca "en el gran mar del ser" (Dante), es decir,
sólo cuando alcanza la realidad misma del ser en la infinidad de su plenitud -lo que
no es nunca posible en esta vida-, así también la voluntad, en la dinámica de sus
decisiones, más allá de todo bien limitado, mira a bienes siempre más amplios. Sin
embargo, no puede aquietarse hasta que no alcance aquel Bien que es sin límite
alguno, el Bien infinito; lo que no es posible en esta vida.
En esta vida encontramos sólo bienes limitados, de valor finito. Sin duda son bienes
bajo un cierto aspecto. Pero, sin embargo, al mismo tiempo, muestran una carencia,
un límite. Con frecuencia, decidirse por un bien supone renunciar a otro bien. Puesto
que "esta" es la ineludible condición en la que se encuentra nuestra existencia,
ningún bien puede determinar nuestra decisión, porque ninguno de ellos -dado su
límite- puede imponerse de manera tal que sea necesariamente querido y asumido.
Lo que no significa que la decisión libre sea ciega; está "motivada" por un juicio de
la inteligencia (esto es por un bien para mí). Pero no está determinada por el juicio.
Efectivamente, dicho juicio no expresa nunca una relación necesaria e
inmediatamente evidente entre este bien concreto y el Bien total infinito, ya sea
porque todo bien finito tiene un aspecto negativo y puede ser considerado desde ese
punto de vista, ya sea porque no tenemos nunca una presencia intuitivamente
percibida del Bien total infinito. Lejos de ser, por tanto, una simple función de la
inteligencia, mediante la cual el hombre realizaría lo que la inteligencia le presenta,
la voluntad es una energía espiritual nueva que, mediante su decisión libre, ejerce un
dominio sobre la inteligencia, y hace aparecer como "bien para mí" lo que decido
32
que sea tal. La voluntad recibe sus motivos de la inteligencia, pero es ella la que los
hace "decisivos".
Podemos intentar una primera definición de acto libre: El acto libre es el acto en el
cual y mediante el cual la persona humana quiere un bien, simplemente porque su
voluntad ha decidido que él sea su bien, el bien que valga para ella.
En la decisión libre, la persona, afirmando su autonomía en relación a los diversos
bienes limitados y su poderío sobre sus propias determinaciones, poniéndose como
punto de partida y razón suficiente de una serie de acontecimientos, discontinua
respecto de la que le precede, reivindicando para sí misma la plena responsabilidad
de lo que hace, llega a ser verdaderamente subsistente, es verdaderamente "en sí
misma". Decide sobre sí misma. La libertad es la concreción, la realización perfecta
de la persona humana, como tal. Es su dimensión "esencial".
Admitiendo, pues, que la verdadera acción humana es aquella que es libre, la moral
no mira si nuestra acción es importante o no, si es eficaz o no, si es aplaudida o no.
Lo que cuenta para la moral es si la acción que estamos realizando es buena o mala.
Decir por tanto que las acciones son morales o inmorales equivale a decir que las
acciones son buenas o malas. Todas las parábolas de Jesús, en particular la del buen
samaritano (Lc. 10, 30ss), indican cuáles son las acciones buenas que se han de
hacer, y cuáles las malas que se han de evitar.
Libertad y persona
Hasta ahora hemos tenido por muy diferentes a la persona que libremente decide
querer un determinado bien y este mismo bien libremente querido. No cabe duda de
que la distinción debe ser mantenida, pero no hasta el punto de hacernos olvidar una
verdad sobre la libertad humana que, desde el punto de vista del conocimiento ético,
es de suma importancia. Es sobre esta verdad sobre la que ahora vamos a
reflexionar.
33
mostrado el carácter direccional, intencional, del acto libre. Pero este carácter no
agota enteramente la verdad de nuestra libertad sino que más bien, nos muestra su
dirección más profunda.
Con estas precisiones podemos afirmar que la libertad esla capacidad de la persona
humana de disponer de sí misma; esto es, de autodeterminarse. Y su "objeto"
incluido en toda decisión es la persona misma que actúa libremente.
34
2.3 MODIFICANTES DEL ACTO HUMANO
35
conocimiento pleno de que la ignorancia es vencible, o sin preocuparse acerca de si
lo es o no.
Por otra parte, se llama ignorancia afectada o estudiada cuando alguien evita
deliberadamente el conocimiento con objeto de alegar la ignorancia como excusa,
negándose por ejemplo a leer notas o eludiendo a aquellos que podrían informarle.
2.3.2 La pasión. Por pasión se entiende un movimiento muy fuerte del apetito
sensible, los términos clásicos utilizados por diferentes autores son deseo y
concupiscencia pero parece más apropiada la palabra pasión. A continuación no se
presentará un examen psicológico de las pasiones, acerca de su carácter, número y
36
variedades, puesto que lo que interesa desde un punto de vista ético es únicamente el
efecto de las mismas sobre el acto humano.
Las pasiones podrán surgir espontáneamente antes de que la voluntad haya actuado,
cuando un objeto es presentado a los sentidos el apetito sensible reacciona casi
automáticamente mediante sentimientos repentinos de alegría, enojo, odio, congoja,
vergüenza, compasión, disgusto y otros por el estilo, cuando estas emociones se
experimentan muy fuertemente es lo que entendemos por pasiones. Esta clase de
pasión se designa como pasión antecedente, porque se presenta antes de que la
voluntad pueda actuar.
Por otra parte, es posible también agitar las pasiones intencionadamente, por
ejemplo alguna persona puede encolerizarse reproduciendo insultos en su
imaginación, o entristecerse con una exagerada compasión por algún acontecimiento
vivido. La pasión provocada deliberadamente en esta forma se designa como
consecuente, porque es posterior a un acto de elección de la voluntad.
37
mismo. Por consiguiente el acto que resulta de la pasión es voluntario, ya sea en sí
mismo o en su causa. Por ejemplo un individuo que cavila intencionadamente sobre
un insulto, con objeto de realizar un acto de venganza, se sirve de la pasión como
medio y de la venganza como fin, siendo tanto la venganza como su pasión
voluntarias en sí mismas. En el caso de un individuo que enloquece de ira y mata a
su enemigo, su estado de pasión es voluntario en sí mismo, pero su acto de matar es
voluntario en causa.
38
el del capitán de barco que tira al mar la carga para salvar el navío en una tempestad,
este acto contiene un aspecto tanto voluntario como involuntario; es voluntario en el
sentido de que es una acción que se realiza en forma deliberada con conocimiento y
consentimiento suficientes, porque podría negarse a realizarlo y tratar de capear la
tormenta, o inclusive dejar que su barco se hunda; pero al mismo tiempo es un acto
involuntario porque preferiría no haberlo realizado y si no fuera por la tormenta,
seguramente no lo realizaría.
Los actos realizados bajo coacción e intimidación tienen el miedo como motivo.
Estos actos son extorsionados bajo la amenaza de males que serán inflingidos por
otra voluntad humana sin embargo los actos realizados bajo coacción e intimidación
son actos responsables, porque la persona pudo haber resistido aceptado las
consecuencias
1.3.4 La fuerza. La fuerza es el poder físico externo que hace que alguien realice
algo contra su voluntad. En el lenguaje común, el que cede a una amenaza de
violencia se dice que se vio forzado, aunque no se trate, en realidad, de fuerza, sino
de miedo y la voluntariedad de la persona ha de juzgarse de acuerdo con las normas
del miedo. En cuanto elemento modificador de la responsabilidad, la fuerza ha de
entenderse en su sentido más estricto, esto es, no simplemente como amenaza, sino
como empleo real de poder físico. Por ejemplo, se entrega el dinero a un asaltante
porque apunta con una pistola se trata de miedo pero si el asaltante domina
físicamente a la víctima mientras le vacía los bolsillos es un ejemplo del uso de la
fuerza para obligar a otro.
2.3.5 Los hábitos. Las características del hábito y las diferentes clases de hábitos
se examinarán en el tema que corresponde a las virtudes; aquí sólo se presentará la
39
forma en que el hábito puede afectar la responsabilidad por un determinado acto. De
un modo muy general se puede definir el hábito como una forma constante de actuar
obtenida mediante repetición del mismo acto.
Es importante señalar que cualquiera que sea la forma en que se haya adquirido el
hábito, tan pronto como se tome conciencia del mismo se tendrá que elegir ya sea
conservar el hábito o tratar de desprenderse de él, en ambos casos se requiere un
nuevo acto de la voluntad. Si se decide dejar que el hábito subsista, la posesión del
hábito se convierte en voluntaria en si misma, y los actos que resultan del hábito son
voluntarios en causa. En cambio, si se toma la decisión de desprenderse del hábito,
es obligación hacerlo si el hábito es malo, se presentará la decisión voluntaria de
suprimir el hábito y por otra parte la persistencia involuntaria del hábito mismo.
40
en que es realizado, y también de la cantidad de esfuerzo que se ponga para
desprenderse del hábito.
41
3. EL BIEN MORAL FIN DE LOS ACTOS HUMANOS
Fin último significa aquí el bien querido por sí mismo de modo absoluto, en razón
al cual se quieren todos los demás bienes. Corresponde al estudio metafísico de la
causalidad mostrar que es imposible proceder al infinito en la serie de causas finales
esencialmente subordinadas, así como a la filosofía de la voluntad y de la libertad
corresponde explicar el automovimiento de la voluntad en el plano del ejercicio
sobre la base de una primera actualidad natural, que constituye a la voluntad como
apetito del bien en cuanto tal.
La felicidad como razón formal última y natural del querer no es un bien concreto,
de naturaleza material, espiritual o ideal, que la persona se propone libremente como
fin de sus actos, sino el término último que corresponde, por naturaleza y no en
virtud de una decisión libre, a la intencionalidad básica y fundamental de todo el
dinamismo voluntario. Es el horizonte natural de la voluntad, al que queda
necesariamente referido todo lo que queremos y decidimos. Al desear algo, al dar un
determinado rumbo a nuestra vida, estamos necesariamente proyectando y dando un
contenido concreto a nuestra felicidad; nunca elegiríamos algo porque destruye o
hace imposible la vida feliz. Se puede decir entonces que hay una posibilidad -una
sola posibilidad - frente a la que no somos libres, una posibilidad a la que tendemos
necesariamente porque, en cuanto posibilidad, está ya siempre incorporada, siempre
apropiada. Esta posibilidad que "la voluntad quiere por necesidad, con necesidad
de inclinación natural", es la felicidad. Podemos poner la felicidad en esto o en
aquello, pero ella misma en cuanto tal está siempre puesta en nosotros Conviene
recordar aquí que la inclinación natural de la voluntad no es un acto que se sitúa
como uno más entre los actos libres, sino que es una dimensión básica presente, con
una especificación concreta libre, en todo acto de la libertad.
Así entendida, la felicidad es una razón formal e indeterminada del querer. Incluye,
y a la vez excede, todos los bienes de los que tenemos experiencia: todos los bienes
concretos caben en ella, pero ninguno la agota; todos pueden atraernos, pero
ninguno nos basta. La universalidad e indeterminación de la razón formal de
felicidad, a la vez que hace posible la libertad de elección ante los bienes concretos,
plantea la tarea de convertir ese ideal indeterminado en un proyecto concreto de
vida. Esa tarea suscita importantes preguntas. ¿La vida feliz puede ser una realidad
posible y asequible para el hombre o es y no puede dejar de ser una razón formal
ideal? ¿Es verdaderamente posible poseer la plenitud del bien? ¿Es posible alcanzar
una definición objetiva concreta de la plenitud del bien humano? ¿Qué papel
desempeña en la vida moral el conocimiento y el deseo de esa plenitud de bien?
43
qué es. No todo conocimiento lo es por definición. Nopodemos definir el amarillo, si
no señalar simplemente objetos amarillos; la longitud de ondas de la luz nada nos
dice acerca de la manera de ser del color que vemos. Tratar de definir el bien en
términos de algo “otro” que no es bien, no es definirlo, sino perderlo. El bien es
simplemente el bien, irreducible, inanalizable e indefinible.
Cabría criticar este argumento señalando que el diccionario contiene una definición
del bien y que pueden formularse normas para el uso de la palabra bien en el
lenguaje. Los analistas lingüísticos dedican mucho tiempo a esta tarea, pero Moore
se les anticipó observando que la materiade estudios de la ética es el concepto del
bien mismo y no la corrección del hablar a su respecto. Otros resuelven el problema
de la definibilidad del bien definiéndolo realmente, por ejemplo, como placer,
calidad de deseable, evolución, vida conforme a la naturaleza, y otros conceptos
similares. Habremos de examinar estas pretensiones, pero es lo cierto que
constituyen ejemplos de aquello precisamente a lo que Moore alude con la expresión
“falacia naturalista". Otra objeción es la de que el bien no puede definirse, habrá de
conocerse por medio de alguna intuición directa. Esto Moore lo admite, pese a la
impopularidad del intuicionismo. Cuánta intuición deba admitirse en la ética, si se
admite alguna, esta es una cuestión de la que habremos de ocuparnos más adelante.
Ahora, sea que el bien sea definible en principio o no, debemos empezar nuestro
estudio del mismo sin definición alguna, puesto que sólo podríamos obtenerla
comprometiéndonos de antemano con alguna filosofía que no hemos examinado
todavía. Pero inclusive sindefinición, mucho se ha escrito acerca del bien. Los
antiguos desarrollaron uno de sus aspectos más fecundos, el del bien como fin, y
nosotros podemos empezar perfectamente con este enfoque tradicional.
Aristóteles empieza su Ética con la declaración:"el bien es aquello que todas las
cosas persiguen"13. Esto no debe tomarse como una definición del bien, sino
solamente como un reconocimiento de la relación entre el bien y el fin. Para el
estagirita el fin es "aquello por amor de lo cual una cosa es hecha", y lo pone
entre sus cuatro causas. Para él, todo cambio es un proceso mediante el cual algún
substrato subyacente dado (la materia) adquiere una nueva especificación o
determinación (la forma), a través de la acción de un operador eficiente (el agente),
movido a actuar por la atracción de algún bien (el fin). Semejante visión del
universo, con sus cambios constantes, supone finalidad, esto es, un mundo dirigido,
en el que todas las cosas tienden a un fin; con este planteamiento se buscaba de
manera frontal luchar contra el mecanicismo que consideraba que todos los cambios
ARISTÓTELES. Ética de Nicómaco. I, 1094a 1-3
13
44
son simplemente el resultado del azar, es decir de la casualidad. Un mundo dirigido
necesita un principio de dirección, y el nombre de este principio es la naturaleza.
Cada ser está estructurado de modo que actúa solamente según unas líneas muy bien
definidas. La naturaleza no es una clase de conductor, interior o exterior al ser, ni
algo distinto del ser que actúa, sino que es el ser mismo. Es la esencia de cada ser,
considerado como principio u origen de su actividad. La dirección supone no sólo
una naturaleza, un principio motor para hacer que las cosas se muevan, sino también
un objetivo hacia dónde moverse. Así, pues, naturaleza y fin son términos
correlativos. La actividad natural es actividad teleológica, esto es, tendencia a una
finalidad.
El hombre tiene también una naturaleza, el origen del dinamismo interno de su ser,
que hace que sea natural para el hombre buscar el bien como su fin. El hecho de que
la naturaleza de un ser lo estructure de tal modo que actúe siguiendo líneas definidas
no constituye un impedimento a su libertad. Algunos seres tienen una naturaleza
libre, están construidos para actuar libremente y es natural para ellos dirigirse ellos
mismos a su fin por elección libre (finalismo ético). Otros, en cambio, carecen de
libertad y siguen automáticamente las pistas que su naturaleza les ha trazado
(finalismo natural). En ambos casos tienden hacia sus respectivos fines.
Todo fin es un bien y todo bien es un fin, un fin no se perseguiría a menos que fuera
algo bueno para el que lo persigue, y el bien, al ser perseguido, es el fin o propósito
del afán de quien lo busca. Ninguna actividad es posible, si esta no está encaminada
a la consecución de algún fin, y este fin no puede ser otro que el amor de algún
bien.
En otros términos, antes de actuar, el ser con capacidad para hacerlo está en un
estado indefinido y puede actuar en una determinada forma o en otra o no hacerlo.
Ninguna acción tendrá jamás lugar, a menos que algo elimine dicha
indeterminación, mueva el ser a actuar y oriente su actividad en una determinada
dirección. De aquí que el principio de finalidad, esto es, "todo agente actúa con
miras a un fin", está implícito en los conceptos de potencia y acto, así como en la
noción entera de casualidad. Si todo agente actúa con miras a un fin, el agente
humano también lo hace ciertamente así.
45
solo supuesto de que hay algo como actos humanos racionales constituye el
reconocimiento de que los seres humanos actúan con miras a unos fines muy
específicos.
Debido a que no todo es bueno para todo, corresponde al juicio humano decidir
cuáles cosas son buenas para él. Los juicios humanos están sujetos al error y, por
consiguiente, el individuo podrá tomar el bien aparente por el bien verdadero. Al
menos que una cosa parezca, ser buena, no podríamos buscarla en absoluto, porque
no podría constituir atractivo alguno para nuestros apetitos; pero podemos confundir
fácilmente lo que es bueno para otra cosa por lo que es bueno para nosotros, o
aquello que sería bueno para nosotros en otras circunstancias con lo que es bueno
para nosotros, aquí y ahora. Si algún bien menor hace imposible la consecución del
bien absolutamente necesario, entonces este bien menor no es para nosotros el
verdadero bien. El bien moral ha de ser siempre el verdadero bien.
46
Así, pues, hay grados en cuanto a la bondad. Buscaremos acaso un bien no por
amor del mismo, sino como medio para otro bien: es deseable únicamente en cuanto
conduce a otra cosa más deseable. Este es el bien útil o instrumental, y es bueno
solamente en un sentido calificado o análogo, tal como lo son los utensilios e
instrumentos. Podemos buscar un bien por la satisfacción o el placer que procura,
sin considerar si habrá de ser o no provechoso para nuestro ser conjunto; nos deleita
ahora y podrá ser acaso inofensivo, pero no ofrece garantía alguna de que no pueda
perjudicarnos a la larga, incapacitarnos para el bien mayor. Ese es el placentero, y es
el que nos atrae de la manera más viva. O bien, podremos perseguir un bien, en fin,
porque contribuye a la perfección de nuestro ser en su conjunto, porque es adecuado
al individuo como tal éste es el bien apropiado, lo justo y lo honorable, lo noble y
virtuoso, y es bueno en el sentido más pleno de palabra. Es no sólo bueno para
nosotros, como el término apropiado lo implica, sino también bueno en sí mismo, en
cuanto valor independiente, aparte de su efecto sobre los demás; desde este punto de
vista se le designa como bien intrínseco. El bien moral, además de poder ser
también útil y placentero, es siempre y necesariamente el bien apropiado.
Este análisis de las clases del bien muestra que la conducta humana ha de estar
dirigida siempre hacia el bien, pero que éste no siempre es el bien moral. El hacer
que el bien sea siempre bien moral es el propósito de la vida y tal ha de ser nuestra
responsabilidad como personas humanas.
El bien implica dos sentidos diferentes del deber ser. Todo bien, excepto el bien
moral, es optativo, en tanto que el bien moral es necesario. No hay manera de
substraerse a las exigencias de la moral, al imperativo de vivir una vida buena y de
ser, así, una buena persona.
Este carácter obligatorio del bien moral es lo que se impone a aquellos que ven la
ética principalmente en términos de deber. No es tanto la belleza del bien lo que los
invita sino la voz severa del deber que los llama. A menudo la elección está entre un
bien moral y alguna otra clase de bien, y esta otra clase parece ser, en aquel
momento, con mucho la más atractiva. Si consideramos el bien únicamente como
47
objeto de deseo, como fin a perseguir, el bien aparente podrá llamarnos acaso con
sonrisas seductoras, en tanto que el bien verdadero señalará gravemente el camino
más arduo. Y es el caso que estamos obligados a seguir el bien verdadero y no el
meramente aparente.
¿Cuál es la naturaleza de este deber ser moral que nos manda con semejante
autoridad? Es una especie de necesidad única a tal punto que resulta imposible
reducir a otra. No es una necesidad lógica o metafísica basada en la imposibilidad de
pensar contradicciones o de conferirles existencia. No es una necesidad física, de un
deber que nos empuje desde fuera destruyendo nuestra libertad. Ni se trata tampoco
de una necesidad biológica o psicológica, de una imposibilidad interna, incorporada
a nuestra naturaleza y destructora asimismo de nuestra libertad, de actuar en otra
forma. Es, fundamentalmente una necesidad moral, la del deber ser, que nos guía
hacia la construcción del uso apropiado de nuestra libertad. Es una libertad que es
una necesidad y una necesidad que es una libertad.
La necesidad moral me afecta a mí, el sujeto actuante, mientras que la clase de acto
que yo como sujeto realizo proviene del objeto. En su ser real, el acto es algo
contingente que puede ser o no ser; pero, en su ser ideal, en cuanto es presentado a
mi razón y mi voluntad para deliberación y elección, asume una necesidad práctica
que requiere decisión. La exigencia es absoluta. El mal uso de mis capacidades
artísticas, económicas, científicas y otras particulares, es penalizado con el fracaso,
no con la culpa, porque yo no tenía obligación alguna de realizar dichos esfuerzos y,
por consiguiente, no tenía obligación alguna de llevarlos a buen fin. En cambio, no
puedo dejar de ser persona humana y de buscar el triunfo como tal. Si fracaso en
ello, es culpa mía, porque el fracaso ha sido escogido deliberadamente. No resulto
ser malo en determinado aspecto, sino que soy una persona mala. Todo lo que hago
expresa en alguna forma mi personalidad, pero el uso de mi libertad es el ejercicio
real de mi personalidad única en cuanto constitutiva de mi ser trascendente.
Tomemos el caso de un individuo al que se ofrece una gran cantidad por el acto de
asesinar a su mejor amigo. Reduzcamos los peligros y subrayemos las ventajas lo
más que podamos. Hagamos que el acto sea absolutamente seguro. Sin embargo, no
debería hacerse. ¿Por qué no?
48
Eliminemos la sanción social. Puesto que nadie lo sabrá, no ha de tener la
desaprobación de nadie. Sin embargo, merece la desaprobación, aun si no la sufre.
¡Cuan distinto es esto cuando las sanciones sociales son inmerecidas! No nos
acusamos a nosotros, si somos inocentes, sino que acusamos a la sociedad que nos
condena injustamente.
49
Algunos autores prefieren expresar este aspecto del deber ser mediante los términos
de correcto y erróneo en lugar de bien y mal. Es cierto que el primer par tiene un
saber más obligatorio que el segundo, pero es imposible lograr que la gente se sirva
de semejantes términos sencillos de modo consecuente especialmente si se los toma
como no definibles. Podemos utilizarlos como sinónimos y fiarnos en el contexto
para su aclaración.
Según que subrayemos el bien como fin o el bien como deber, tenemos dos
variedades principales de ética, a saber: la ética teleológica o finalista y la ética
deontológica. Una oposición desafortunada de estos dos puntos de vista ha viciado
el estudio entero, como si debiéramos optar ya sea por una ética de los fines y
consecuencias o por una ética de la ley y la obligación o, en una palabra, por una
ética de la felicidad o por una ética del deber.
¿Es posible acá trascender semejante dicotomía y demostrar que estos aspectos no
son opuestos sino complementarios? ¿No debería acaso hacerse el bien por amor del
bien, pura y simplemente porque es bueno, independientemente de cuáles
consecuencias pueda conducir o de cuál sea la autoridad que lo imponga como
deber? Esto aparecerá tal vez a partir de un tercer enfoque relativamente moderno
del bien, esto es, el enfoque axiológico o de la consideración del bien como valor.
50
situaciones más comunes: en la actividad de un niño que desmonta un reloj para ver
cómo funciona o en la de un hombre charlando con un amigo acerca de la nueva
familia que se ha trasladado a su vecindario.
Aunque los bienes agrupados bajo estas cuatro categorías son muy diferentes unos
de otros y. como veremos, realmente no pueden ser reducidos uno a otro, ni a un
denominador común, todos tienen en común al menos lo siguiente: es posible
entenderlos sin hacer referencia a la acción; al constituir una razón para actuar, su
significado es independiente de la acción humana.
Sin embargo, hay otro grupo de bienes que se pueden buscar por sí mismos, pero
cuyo significado está ligado a la acción humana: la acción autodeterminada está
implicada en su propio significado. Todo tiene que ver de una manera u otra con la
resolución de tensiones y con el logro y mantenimiento de la armonía, bien en uno
mismo, bien en las relaciones con las demás.
51
Todo el mundo experimenta tensiones en sí mismo. El interés por “mantenerse
integro” señala el hecho de que las personas generalmente sienten que no son
capaces de conseguirlo, al menos no permanentemente o en el grado que quisieran.
Los diferentes aspectos del yo parecen estar continuamente en guerra unos contra
otros, y las personas luchan con más o menos éxito por resolver estas tensiones y
lograr la integración del yo y la armonía interna. Y nos referimos adecuadamente a
esta razón para actuar como “integridad”, en su significado básico de totalidad.
Una tensión semejante existe entre las intuiciones realistas de los individuos y sus
acciones. Es cierto que la acción es el acto de la persona que la realiza, y aun así la
acción no es el agente. También aquí es posible el conflicto, conflicto que se
encuentra expresado en comentarios tales como “realmente no era yo cuando hice
eso” o “no me siento tan imbécil”, “podía haberlo hecho mejor”. Con bastante
frecuencia, deseamos superar esta tensión y disfrutar de la armonía entre nuestro
“yo” y nuestras acciones. A este bien le llamaremos “sensatez práctica”.
Finalmente, en este grupo de bienes reflexivos, relaciónales, nos movemos más allá
de las relaciones con otras personas, para considerar la relación entre el ser humano
y la más-que-humana fuente última de significado y valor. El bien fundamental aquí
es la “religión”.
La religión, tal y como hablaremos aquí de ella, no implica por sí misma que Dios
existe, ni requiere la creencia en Él. La búsqueda filosófico-religiosa comienza en el
reconocimiento, universalmente compartido, de que es necesario y deseable
encontrar lo que hemos llamado la “más-que-humana fuente última de significado
y valor” y mantener una relación satisfactoria con ella. Pero este esfuerzo genera
una variedad de puntos de vista universales, no todos ellos basados en la existencia
de Dios: el confucianismo, por ejemplo, no requiere la creencia en un Dios personal,
el marxismo niega que Dios existe y declara a la dialéctica de la historia como la
última fuente de significado, que debe ser aceptada y respetada, sin embargo, ambas
son religiones en el sentido en el que usamos aquí la palabra.
52
Como una razón para actuar, la religión es el bien que busca la armonía con la más-
que-humana fuente última de significado, hacia quien (o hacia lo que) se dirige la
búsqueda filosófico-religiosa. La existencia de una fuente de este tipo está asumida
universalmente y esto otorga una orientación práctica al esfuerzo por encontrarla.
Esta búsqueda siempre tiene como fin establecer una buena relación con la fuente de
significado y valor y no se dirige simplemente a la obtención de una idea o al
desenmascaramiento de una ilusión.
Habiendo llegado a este punto surge, y muy legítimamente, la pregunta: ¿es esto
todo?, ¿agotar esta lista vida, conocimiento especulativo, experiencia estética y
juego; integridad, sensatez práctica, amistad y religión las categorías de los bienes
humanos fundamentales que podemos buscar por nosotros mismos? Parece que sí.
Por supuesto, cualquiera puede hallar muchas más razones para actuar aparte de
éstas, bienes que han podido parecer más importantes a individuos o culturas
particulares que cualquiera de los enunciados aquí. Probablemente, un examen de
estos otros bienes los mostrará como aspectos o combinaciones de los bienes
fundamentales. El hecho de que a un individuo o grupo le puedan parecer más
importantes, refleja simplemente laselecciones que se han hecho dentro de los
límites culturales o de la inclinación psicológica de ese grupo o individuo. A lo largo
de la historia, por ejemplo, algunas sociedades han puesto mayor énfasis en el
patriotismo. Pero el “patriotismo” una palabra que describe la relación de lealtad,
apoyo mutuo entre los individuos de un mismo país no es más que un aspecto
limitado de la categoría que hemos llamado “amistad”.
Por poner otro ejemplo, un individuo puede decir que la meta básica, la razón que da
sentido a todo, es la autorrealización. Aunque la realización en un sentido muy
general es lo que da significado a la vida humana, es también un término general que
a la vez que significa diferentes cosas para diversas personas, toma invariablemente
varios aspectos de los bienes que hemos descrito aquí.
53
4 EL VALOR MORAL
El término valor o precio parece tener su origen en economía, pero ya mucho antes
del advenimiento de la axiología como estudio formal se aplicó analógicamente a
otros aspectos de la vida. No hay mayor acuerdo acerca de la definición del valor del
que hay con respecto la definición del bien. Pero, en la práctica, todos sabemos lo
que es valor, y podemos empezar, pues, nuestro examen a este nivel del sentido
común.
Una cosa nos gusta en alguna forma, en tanto que otra no lo hace. Aquello que nos
gusta podrá proveer una necesidad, satisfacer un deseo, despertar interés, estimular
una emoción, provocar una respuesta, motivar un hecho o simplemente suscitar
nuestra aprobación. La existencia de valores subjetivos - valoraciones o
apreciaciones o juicios de valor, según prefieren llamarlos otros - es una cuestión de
experiencia. Formulamos juicios de valor, tanto si estos juicios están justificados
como no; tanto si tienen algún contenido real como no. Algunos de estos juicios no
son comparativos, y en ellos expresamos simplemente nuestra aprobación o nuestra
desaprobación, en tanto que otros son comparativos y, ordenándolos
apropiadamente, podemos construir una escala de valores. Una escala completa sería
demasiado compleja para que alguien pudiera conseguirla, pero todos nosotros
tenemos algunas preferencias constantes que representan puntos conocidos en
nuestra escala.
"Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto
que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen
existencia real sino adheridos a los objetos que lo sostienen. Antes son meras
posibilidades." (Prieto Figueroa, 1984, p. 186)
La visión subjetivista considera que los valores no son reales, no valen en sí mismos,
sino que son las personas quienes les otorgan un determinado valor, dependiendo del
agrado o desagrado que producen. Desde esta perspectiva, los valores son
subjetivos, dependen de la impresión personal del ser humano. La escuela
neokantiana afirma que el valor es, ante todo, una idea. Se diferencia lo que es
valioso de lo que no lo es dependiendo de las ideas o conceptos generales que
comparten las personas. Algunos autores indican que "los valores no son el producto
de la razón"; no tienen su origen y su fundamento en lo que nos muestran los
sentidos; por lo tanto, no son concretos, no se encuentran en el mundo sensible y
objetivo. Es en el pensamiento y en la mente donde los valores se aprehenden,
cobran forma y significado. La escuela fenomenológica, desde una perspectiva
idealista, considera que los valores son ideales y objetivos; valen
independientemente de las cosas y de las estimaciones de las personas. Así, aunque
todos seamos injustos, la justicia sigue teniendo valor. En cambio, los realistas
afirman que los valores son reales; valores y bienes son una misma cosa. Todos los
seres tienen su propio valor. En síntesis, las diversas posturas conducen a inferir dos
55
teorías básicas acerca de los valores dependiendo de la postura del objetivismo o del
subjetivismo axiológicos.
¿Qué hace que algo sea valioso? La humanidad ha adoptado criterios a partir de los
cuales se establece la categoría o la jerarquía de los valores. Algunos de esos
criterios son:
Durabilidad: los valores se reflejan en el curso de la vida. Hay valores que son más
permanentes en el tiempo que otros. Por ejemplo, el valor del placer es más fugaz
que el de la verdad.
Satisfacción: los valores generan satisfacción en las personas que los practican.
Bipolaridad: consiste en que los valores siempre se pueden mencionar por pares; a
un valor positivo corresponde un valor negativo, y viceversa; la belleza y la fealdad,
la bondad y la maldad, la riqueza y la miseria, la verdad y la falsedad, la virtud y el
vicio, etc. Se trata de una característica muy típica en los valores, y todo el mundo
puede constatarlo nombrando lo opuesto al valor que se quiera. En resumen, es la
característica por la cual los valores se dan por pares, uno positivo y otro negativo;
pero sólo el positivo existe efectivamente; el valor negativo sólo es una privación
del correspondiente valor positivo.
Jerarquía: hay valores que son considerados superiores (dignidad, libertad) y otros
como inferiores (los relacionados con las necesidades básicas o vitales). Las
jerarquías de valores no son rígidas ni predeterminadas; se van construyendo
progresivamente a lo largo de la vida de cada persona.
56
A cada momento se puede constatar que las perfecciones y los valores que
encontramos encarnados en las cosas y en las personas están afectados de una
graduación muy diversa; pero siempre se nota que falta algo para la perfección de
ese valor, tal como se concibe en su esencia.
En efecto, un objeto o una persona valiosa. Inmediatamente nos inclina hacia ella.
El hombre tiene una tendencia natural para dirigirse hacia algo valioso. Cuando una
persona no ha captado un valor, queda indiferente hacia él, su ánimo no se inclina en
pro o en contra. Pero basta atisbar el valor contenido en una persona o en un objeto,
para que entre en función toda nuestra capacidad de apropiación. Quien ha captado
la belleza, trata de conservarla para sí, e inclusive crearla.
Objetividad: Consiste en que los valores se dan en las cosas o personas (objetos)
independientemente de que sean conocidos, o no, por alguien en particular.Así, por
ejemplo, el valor “utilidad” reside en una máquina de escribir, aunque ésta caiga en
poder de unos salvajes analfabetos que no conozcan su uso y, por tanto, su utilidad.
El valor moral de una persona reside en ella, aun cuando otros la juzguen en sentido
opuesto, e inclusive, aun cuando el propio sujeto no sepa valorizar su propia actitud
57
honesta. A propósito de esto, se puede añadir aquí que no es raro que se den casos
de alto valor moral en los que el propio sujeto no se percate de los niveles que está
viviendo, tan inaccesibles para el común de los mortales. También sucede (y esto es
lo más común) que la persona se sobre valorice en el orden moral, o intelectual o
estético.
En una escuela de enseñanza primaria, una maestra se dio cuenta de la vanidad que
había en las actitudes de sus alumnos. Valiéndose de una situación fantástica, sugirió
al grupo lo divertido que sería crear una ciudad imaginaria. Cada alumno podría
desempeñar el trabajo que quisiera. Llevando cuenta de las elecciones hechas por los
chicos, el grupo descubrió que tenían varios doctores, abogados e ingenieros. Hubo
un individualista que aspiraba a ser vago. A continuación, preguntó al grupo si una
ciudad así podría sobrevivir. Entonces se puso de manifiesto la necesidad de
agricultores, fabricantes de herramientas, de personas dedicadas a la limpieza de las
calles, etcétera. En la discusión que siguió, los chicos se dieron cuenta, por primera
vez, no sólo de la importancia que tiene toda ocupación en nuestra sociedad, sino
también de las medidas que estaban usando para determinar el valor de una
ocupación o de una persona. Los distintos valores de nuestra sociedad que dan
importancia a la recompensa monetaria, a la categoría, al servicio social, etcétera,
emergieron del inconsciente al interés consciente de todos los miembros del grupo.
(Lifton, 1972, pp. 263-264)
58
¿Cómo valora el ser humano
¿Cómo expresa sus valoraciones? El proceso de valoración del ser humano incluye
una compleja serie de condiciones intelectuales y afectivas que suponen: la toma de
decisiones, la estimación y la actuación. Las personas valoran al preferir, al estimar,
al elegir unas cosas en lugar de otras, al formular metas y propósitos personales.
Las valoraciones se expresan mediante creencias, intereses, sentimientos,
convicciones, actitudes, juicios de valor y acciones. Desde el punto de vista ético, la
importancia del proceso de valoración deriva de su fuerza orientadora en aras de una
moral autónoma del ser humano.
No existe una ordenación deseable o clasificación única de los valores; las jerarquías
valorativas son cambiantes, fluctúan de acuerdo a las variaciones del contexto.
Múltiples han sido las tablas de valores propuestas. Lo importante a resaltar es que
la mayoría de las clasificaciones propuestas incluye la categoría de valores éticos y
valores morales. La jerarquía de valores según Scheler (1941) incluye:
valores de lo agradable y lo desagradable,
valores vitales,
valores espirituales: lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, valores del
conocimiento puro de la verdad, y
valores religiosos: lo santo y lo profano.
La clasificación detallada que ofrece Marín Ibáñez (1976) diferencia seis grupos:
a) Valores técnicos, económicos y utilitarios;
b) Valores vitales (educación física, educación para la salud);
c) Valores estéticos (literarios, musicales, pictóricos);
d) Valores intelectuales (humanísticos, científicos, técnicos);
e) Valores morales (individuales y sociales); y
f) Valores trascendentales (cosmovisión, filosofía, religión).
59
mitad: que el hombre que se refugia en su 'interés privado' y se pone como
horizonte el 'bien particular' desentendiéndose del Bien Común está violando su
dignidad de hombre y da la espalda a la tarea ética que le correspondería en cuanto
hombre digno." (Mikel de Viana, 1991, p. 15)
El difunto Heinrich Böll, ganador del Premio Nobel de Literatura, escribió una vez
un cuento titulado "Anécdota para socavar la moral de trabajo". Este cuento ilustra
de manera bastante entretenida el problema de la modernidad y los valores
universales, por una parte, y el tradicionalismo con respecto a costumbres
específicas, por otra. Imaginemos un paraíso de vacaciones en el Mediterráneo, tal
como hubiera podido existir en Italia o España hace más de 30 años: una playa de
arenas blancas y un cielo azul, despejado, con un resplandeciente sol de mañana.
Un turista solo - compatriota de Böll y nuestro - camina por la playa, disfrutando de
la tranquilidad y el ambiente solitario de las primeras horas de la mañana. Pero, no
tarda en darse cuenta de que no está totalmente solo: se encuentra también en este
escenario un pescador de la localidad, recostado a la sombra de su embarcación. El
turista siente vergüenza por esa flojera tan flagrante que viola su ética protestante, y
se pregunta por qué será que el pescador está ocioso a esa hora de la mañana. En
vista de que conoce el idioma local, despierta dentro de él su alma de etnógrafo y
comienza a interrogar al pobre pescador, preguntándole por qué no está trabajando,
como debería.
60
demuestre estar dispuesto a aceptar la orientación de su benévolo asesor. El
pescador no tiene sino que utilizar su tiempo al máximo, en lugar de permanecer
ocioso; así podría pescar más cada día. El dinero extra de esta pesca se podría
invertir en modernos equipos para pescar aún más y así obtener más ingresos
adicionales. De esta manera, el pescador podría invertir más dinero y eventualmente
comprarse un buen barco, y así sucesivamente... Después de algunas fantasías más,
el experto en desarrollo en potencia ya se está imaginando la compra de helicópteros
propios para llevar suministros frescos a la cadena de restaurantes de lujo
especializados en pescado. La paciencia de la víctima de tan buenos consejos
comienza a desvanecerse. Interrumpe a mi compatriota para preguntarle por qué
debe pasar tanto trabajo para semejante desarrollo. En este punto, el desarrollista
amateur se siente triunfante: "Si logras todo esto, tendrá suficiente dinero para
hacer todo lo que quiera el resto de su vida". "Eso está muy bien - le contesta el
pescador - pero eso es lo que ya estoy haciendo...” (Schiel, 1991, pp. 63-64)
Por naturaleza el hombre repudia todo aquello que afecta a su dignidad e integridad.
Los Valores están presentes en cualquier sociedad humana, el robo siempre es
sancionado, la agresión a las personas, el trabajo mal hecho, el homicidio... La
sociedad exige un comportamiento digno en todos los que participan de ella, pero
cada persona se convierte en un promotor de Valores, por la manera en que vive y se
conduce.
No basta descubrir los valores, es necesario cuidarlos y educarlos, pues las personas
se desarrollan para mejorar continuamente, no como un anexo a nuestra forma de
ser, sino como parte de nuestro actuar cotidiano y para llegar a este punto hace falta
tener ilusión.
ESCALA DE VALORES
Valores Religiosos
61
Fin Objetivo: Bondad.
Fin Subjetivo: Felicidad.
Actividades: Virtudes humanas.
Preponderancia: Libertad dirigida por la razón.
Necesidad que satisface: Autorrealización.
Tipo de Persona: Íntegra.
Ciencia que lo estudio: Ética.
Valores Estéticos
62
Manifestaciones de afecto, sentimientos y
Actividades:
emociones.
Preponderancia: Afectividad.
Necesidad que satisface: Del Yo.
Tipo de Persona: Sensible.
Ciencia que lo estudio: Psicología.
Valores Sociales
Valores Físicos
63
Tipo de Persona: Hombre de Negocios.
Ciencia que lo estudio: Economía.
64
BIBLIOGRAFIA
ABBÀ, Giuseppe. Felicità, vita buona e virtù. 2ed. Roma : LAS, 1995
CORTINA, A. Y CONILL, J., (dirs) Diez palabras claves en ética de las profesiones, Verbo
Divino, Navarra, 2000.
HOYOS, Guillermo. Derechos humanos : Ética y moral. Santafé de Bogotá : SOS, 1995
66
5. ÉTICA CIUDADANA
Adela Cortina
Catedrática de Ética y Filosofía política
Universidad de Valencia
Ahora bien, las primeras cuestiones que se plantea quien se adentra en estos ámbitos
son sin duda las siguientes: "¿existe entre las distintas éticas aplicadas algún nexo, o
se constituyen como campos totalmen-te separados entre sí, sin ningún lazo común?
Y en el caso de que tal nexo exista, ¿surge de la moral profesada por una parte de la
sociedad, de suerte que a los restantes grupos les resulta indiferente, o más bien
surge de los distintos grupos sociales, de algún tipo de ética común a todos ellos?
Ante estas preguntas cabe aventurar distintas respues-tas, pero obviamente yo me
propongo ofrecer aquélla en la que vengo trabajando desde hace tiempo con otros
profesionales:
1) Entre las distintas éticas aplicadas existe un nexo, de suerte que se encuentran
entre sí estrechamente relacionadas.
3) Ese conjunto de valores común a los distintos grupos recibe el nombre de ética
cívica.
4) La ética cívica no es una alternativa a las restantes morales sociales, sino que en
una sociedad inteligente se establecen entre ellas relaciones de cooperación, y no de
competencia mutua.
68
al de la Administración pública, pero en una sociedad pluralista todos ellos se
comprometen a defender los valores irrenunciables de la ética cívica.
De ahí que la ética aplicada deba entenderse como una "hermenéutica crítica de las
actividades humanas", en la medida en que la comprensión de cada una de esas
actividades es la que debe llevarnos a descubrir esos valores comunes a todas ellas .
6) El marco ético normativo, común a todas esas actividades es un marco de justicia,
explicitado por la ética discursiva. Según él, las normas serán correctas cuando todos
los afectados por ellas podrían darles su consentimiento tras un diálogo celebrado en
condiciones de simetría.
De donde se sigue para ámbitos como el médico que la ética de los comités de ética
de los hospitales debe atenerse a los valores de la ética cívica y al principio de
justicia de la ética discursiva, y que la relación personal sanitario-paciente debe
tener muy en cuenta que el paciente es un interlocutor válido, cuya autonomía debe
ser respetada.
Cuando Ronald Dworkin publicó su ya célebre libro Los derechos, en serio no vino
sino a poner sobre el tapete algo sobradamente sabido, y es que conviene pensar en
serio una buena cantidad de asuntos públicos, porque mucho nos jugamos en
enfocarlos bien o mal. Uno de ellos es la construcción de una sociedad moralmente
pluralista, sobre todo en aquéllas que han pasado de orientarse oficialmente por un
código moral único a reconocer, también oficialmente, que los ciudadanos profesan
diversos códigos morales.
Es ésta una experiencia compartida por distintas sociedades de habla hispana con los
antaño llamados Países del Este. Con la diferencia de que en los países latinos el
código originario venía dado por un sector del catolicismo, en los Países del Este, en
cambio, por un sector del marxismo. El drama, sin embargo, era muy semejante en
ambos casos en lo que a la moral respecta, ya que el código oficialmente impuesto
sólo podía ser aceptado en realidad por fe: fe en la revelación divina, a través de una
iglesia, fe en unas leyes de la historia interpretadas por el partido. Y la fe, conviene
69
no olvidarlo, es opción personal e intransferible, razón por la cual es en realidad
imposible imponerla.
Ésta es, en lo que a lo moral se refiere, la gran tragedia de todos los países
moralmente "monistas", de aquellos países, como los islámicos, que oficialmente
imponen respuestas únicas ante las grandes preguntas sobre el sentido de la vida y
de la muerte, sobre la justicia y la felicidad, sobre el valor del trabajo, sobre la
eutanasia o la ingeniería genética. Ésta es la tragedia: que las respuestas a estas
preguntas han de convencer personalmen-te y no vale en su caso la imposición.
Sin embargo, los países que realizan el tránsito desde una sociedad moralmente
monista a una democracia liberal no por eso han resuelto ya todos sus problemas,
sino que conviene pensar el tránsito en serio, no sea cosa que, en vez de acceder a un
bien cuidado pluralismo moral, recalemos en lo que Weber llamó el "politeísmo" de
los valores éticos, el "politeísmo axiológico", que tiene, entre otras, una oceánica
laguna: la de no permitir a los distintos grupos de ciudadanos construir nada juntos.
En lo que se refiere al célebre vacío moral, del que se hacen lenguas los
apocalípticos, conviene recordar que tan imposible es que existan sociedades sin
valores morales como que existan personas amorales, situadas más allá del bien y
del mal. Bien ha mostrado, por el contrario, esa tradición hispana de Ortega, Zubiri,
Aranguren y Pedro Laín que no hay personas amorales, que todo ser humano opta
por unos valores u otros, pero nunca carece de toda moral.
70
No sería de extrañar, pues, que al imperio del código moral único sucediera una
Babel de los códigos morales defendidos por los distintos grupos, una disparidad tal
entre ellos que resultara imposible encontrar un espacio común de diálogo, desde el
que enfrentar conjuntamente los retos éticos. Y es en esto precisamen-te en lo que
consiste el politeísmo ético, en creer que cada grupo opta por una escala de valores
de un modo tan arbitra-rio que es imposible descubrir puntos de encuentro. O lo que
es lo mismo, que las cuestiones éticas son totalmente "subjeti-vas".
Y es en esto último en lo que consiste el pluralismo moral, mucho más humano que
el politeísmo, en percatar-sede que no puede haber un código único si no es por
imposición (monismo), pero también en tomar nota de que la total disparidad de
códigos, la Babel moral, paraliza cualquier intento de actuación conjunta
(politeísmo). El pluralismo, por su parte, invita a ir más allá de la ley del péndulo, y
a superar en un tercero los dos movimientos anteriores. De igual forma que urge
articular sociedad civil y Estado, derechos sociales y ciudadanía activa en una
tercera fase, superior a las dos anteriores, es urgente reforzar un pluralismo moral,
consciente de que hay ya valores compartidos por los distintos grupos, que permiten
construir la sociedad juntos.
71
Componen esos valores un mínimo ético irrenunciable, una "Ética mínima", unas
exigencias innegociables de justicia desde las que tenemos que ir respondien-do
conjuntamente a retos comunes como la eutanasia y la clonación, el derecho a la
asistencia sanitaria, el tratamiento de la droga o las técnicas de reproduc-ción
humana asistida. Si no hay un sentir común en estas cuestio-nes de justicia, las
resolverán quienes tengan poder fáctico para hacerlo, que no suele ser quienes tienen
razón.
En este sentido, considero que las expresiones más adecuadas son las de "ética de
mínimos" y "éticas de máximos" . Se inspiran sin duda en el modo de interpre-tar el
fenómeno del pluralismo, del que viene haciendo gala en el terreno filosófi-co el
"libera-lismo político" iniciado por John Rawls con su Teoría de la Justicia, y
reforzado en el año 93 con Liberalismo Político , pero -a mi juicio- expresan de
forma más adecuada la diferencia entre la ética cívica y las demás éticas de una
sociedad civil y política que las expresiones empleadas por Rawls, "concepción
moral de la justicia para la estructura básica de la sociedad" (lo que yo denomino
"ética de mínimos") y "doctrinas comprehensivas del bien" (lo que denomino "éticas
de máximos"). El significado al que se refieren estas dos formas de ética es el
siguiente.
Entre las distintas concepciones de vida buena, de vida feliz, que conviven -en una
sociedad pluralista, se produce una suerte de "intersección", que compone los
mínimos a los que nos hemos referido anteriormen-te. Es decir, todas esas
cosmovisio-nes, todas esas concepciones del hombre como persona integral y de su
realización en la vida social, se solapan y de ese solapamiento surge una zona de
intersección. Sin embargo, cada grupo puede fundamen-tar esos mínimos
compartidos en premisas diferentes, propias de su concepción de vida buena, de su
forma de entender cuál es el sentido de la vida: en premisas y máximos religiosos o
no religio-sos.
A esas propuestas que intentan mostrar cómo ser feliz, cuál es el sentido de la vida y
de la muerte me parece adecuado denominarles "éticas de máximos", mientras que la
72
ética de mínimos no se pronunciaría sobre cuestiones de felicidad y de sentido de la
vida y de la muerte, sino sobre cuestiones de justicia, exigibles moralmente a todos
los ciudadanos.
La ética civil contendría entonces aquellos mínimos de justicia por debajo de los
cuales una sociedad no puede caer sin perder su moralidad. Por eso, a mi juicio, la
"fórmula mágica del pluralis-mo" consiste en compartir unos mínimos de justicia y
respetar activamente unos máximos de felicidad y sentido vital. Lo cual no significa
en modo alguno, como se entiende con excesiva frecuencia, que los mínimos sean
cosa del Estado, cosa de la comunidad política, y los máximos hayan de quedar en
una presunta vida privada que compone el mundo de la sociedad civil.
Sin embargo, esta terminología, que campa por sus respetos sin razones que la
acrediten, es -a mi juicio- incorrec-ta, y de ella se sigue una conclusión tan
incorrecta a su vez como la siguiente: que en una sociedad pluralista resulta
indispensable una ética público-estatal, exigible a todos los ciudadanos y, por otra
parte, se permite la supervivencia de un conjunto de morales privadas, con tal de que
no pretendan presentarse en público. Tal conclusión, sumamente frecuente, es a
todas luces falsa.
En primer lugar, porque no puede decirse que hay morales privadas, sino que toda
moral es pública, en la medida en que todas tienen vocación de publicidad, vocación
de presentarse en público. Lo cual no significa que tengan vocación de estatali-dad,
como, por otra parte, tampoco la tiene la ética cívica. Las éticas de máximos, que es
73
a las que suele considerarse "morales priva-das", precisa-mente por ser propuestas
de felicidad para cualquier persona tienen vocación de publici-dad, aunque no de
estatalidad. Lo cual significa que han de poder ofertarse y manifes-tarse en público
y, por consiguiente, que toda moral es pública y no hay morales privadas.
Es esta ética de los ciudadanos la que les llevó en las distintas comunidades
españolas a mediados de julio a ocupar las calles exigiendo la liberación de Miguel
Ángel Blanco, pidiendo que "cese la represión" de unos terroristas que no respetan
la vida humana. Los ciudadanos se erigieron en lo que son, en protagonis-tas de la
vida ciudadana, y exigieron a los políticos gestionar el cumplimiento de los
principios de la ética cívica. El Estado debe inspirar en ella sus actuaciones porque
está presente en la conciencia moral de nuestras sociedades, pero no puede conside-
rarla como propiedad suya, porque no lo es.
Conviene, pues, olvidar la errónea distinción entre moral pública y morales privadas,
y sustituirla por la distinción más ajustada a la realidad entre una ética pública cívica
común de mínimos y éticas públicas de máximos. Públicas, por tanto, una y otras;
ninguna de ellas estatal, y comprometidas ambas en la tarea de construir una
sociedad mejor. ¿Qué relación puede existir entre la ética cívica y las éticas de
máximos, cómo pueden conjugar sus fuerzas para conformar una sociedad más justa
y feliz?
Entender las relaciones entre la ética civil y las éticas de máximos como las propias
de un juego de suma cero, en el que lo que unos ganan lo pierden otros, es erróneo.
Para llevar adelante una sociedad pluralista de modo que crezca moralmente en vez
de perder tono moral, las relaciones entre mínimos y máximos han de ser las propias
de juegos de no suma cero, en los que todos los jugadores pueden ganar, siempre
que tengan la inteligencia moral suficiente como percatarse de que lo que importa es
crear un mundo más humano, conjugando esfuerzos. Los juegos cooperati-vos,
cuando el objetivo es común, son sin duda más inteligentes moralmente que los
conflictivos.
74
En este sentido, resultan sumamente fecundos los esfuerzos realizados para
descubrir los elementos morales comunes a todas las religiones, como los del
Parlamen-to de las Religiones Mundiales . Y también en este sentido resulta más
interesante ir detectando los mínimos compartidos desde las distintas tradiciones que
imponerlos desde la cultura política liberal. Reforzar esos mínimos y ampliarlos es
el mejor modo de evitar el conflicto entre las civilizaciones que pronostica Samuel
P. Huntington, evitando que las éticas de máximos se utilicen como armas
arrojadizas desde intereses espurios.
De ahí que la relación entre la ética cívica y las éticas de máximos tenga que ser al
menos una relación mutua de no absorción. Ningún poder público -ni político ni
cívico- está legitimado para prohibir expresa o veladamente aquellas propuestas de
máximos que respeten los mínimos de justicia contenidos en la ética cívica. Pero
precisamente porque la ética civil presenta sus exigencias de justicia y las éticas de
máximos han de respetarlas, ninguna ética de máximos debe intentar expresa o
veladamente absorber a la ética civil, anulándola, porque entonces instaura un
monismo moral intolerante.
Por consiguiente, ni la ética civil está legitimada para intentar anular alguna de las
éticas de máximos que respetan los mínimos de justicia, ni las éticas de máximos
están autorizadas para anular a la ética civil. Los monismos intoleran-tes -sean
laicistas o religiosos- son siempre inmorales.
75
Con la relación de no absorción logramos únicamente una coexistencia tranquila, no
una auténtica convivencia pacífica de colaboración. Y en este punto conviene
recordar que los mínimos se alimentan de los máximos, es decir, que quien plantea
unas exigencias de justicia lo hace desde un proyecto de felicidad en el que cree, por
eso sus fundamentos, sus premisas, pertenecen al ámbito de los máximos.
Si los mínimos cívicos se alimentan de los máximos y pueden encontrar desde ellos
nuevas sugerencias de justicia, no es menos cierto que con frecuencia las éticas de
máximos deben autointer-pretar-se y purificarse desde los mínimos.
76
4) Evitar la separación
Si éticas de máximos y ética civil se distancian, los peligros son claros. Una ética de
máximos autosufi-ciente, ajena a la ética civil, acaba identificando a su Dios con
cualquier ídolo, sea su interés egoísta, sea la nación, sea la preservación de sus
privilegios. Por su parte, una ética civil autosufi-ciente, ajena a las éticas de
máximos, acaba convirtién-dose en ética estatal, y el ciudadano acaba engullendo al
hombre. O, más que el ciudadano, el Leviatán.
Por eso urge explicitar esos mínimos que ya compartimos, pero no como si formaran
un mundo aparte de las distintas propuestas de felicidad. La ética cívica se ha ido
generando desde las propues-tas de felicidad que conviven y por eso puede
exigírseles desde dentro que la acepten y potencien: porque en realidad es también
cosa suya.
Importa, pues, esforzarse por descubrir los valores de la ética cívica en las distintas
propuestas de máximos, en vez de actuar como si los valores de la ética cívica
fueran paralelos a los de las éticas de máximos. La moral siempre critica desde
dentro. De ahí que potenciar la moralidad en nuestras sociedades exija también
descubrir cómo los valores de la ética cívica están presentes en las distintas éticas de
máximos, cómo se modulan en ellas, para poder tenerlos en cuenta en los distintos
ámbitos de la ética aplicada, entre ellos, el de la bioética.
Éste es, a fin de cuentas, el único modo humano de descubrir lo universal: descubrir-
lo en lo concreto.
Adela Cortina
Catedrática de Ética y Filosofía política
Universidad de Valencia
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ÉTICA MÍNIMA.
Con este término se hace referencia a la reflexión dentro del ámbito de la filosofía
práctica que pretende la construcción de una moral, la cual partiendo de las propias
tradiciones, de los condicionamientos políticos y económicos concretos, y desde la
propia praxis y reflexión de los individuos involucrados, proporciona respuesta a las
exigencias de la sociedad secular, proponiendo los mínimos axiológicos y
normativos compartidos por la conciencia de una sociedad pluralista, desde los que
cada quien debe tener plena libertad para hacer sus ofertas de máximos y desde los
que los miembros de esa sociedad pueden tomar decisiones morales compartidas en
cuestiones de ética aplicada; en otras palabras, es una ética que basada en la
comunicabilidad interpersonal y en el consenso sobre unos mínimos exigibles trata
de hacer funcionar éticamente una sociedad plural.
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es la inmoralidad, por las que lo acepte todo el mundo. Éste es un tema muy
europeo, quizá por la propia historia de los últimos cien años. Los mínimos morales
están constituidos por los principios de no-maleficiencia y de justicia. El primero
surge de la aplicación de la ley general de que todos somos iguales y merecemos
igual consideración y respeto al orden de la vida biológica, y el segundo, el de
justicia, al de la vida social. Cuando se discrimina a los hombres en su vida social no
tratándolos con igual consideración y respeto, decimos que se comete una injusticia,
y cuando la discriminación o el daño se realiza en el orden de la vida biológica y no
en el de la vida social, decimos que se conculca el principio de no-maleficiencia.
Ambos son expresión del principio general de que todos los hombres somos
básicamente iguales y merecemos igual consideración y respeto. Este principio es
tan básico en la vida social, que los demás pueden obligarnos a que lo cumplamos
aun en contra de nuestra voluntad. Tal es la razón de ser del Derecho penal, en el
caso del principio de no-maleficencia, y del Derecho civil y político, en el de
justicia. En tal sentido, cabe decir que esos dos principios obligan, con
independencia de la voluntad de las personas.
79
2.1 ÉTICA Y VALORES
Disponible en Internet:
http://www.dominicos.org/mjd/doc/tem/etica.htm
Autor: José A. Heredia, op (Valencia)
Hoy en día los valores están de moda ¿por qué será? aunque quizá no sea esta la
palabra más adecuada. Más bien habría que decir que los valores están de
actualidad. La palabra "moda" indica algo que prevalece y que cae; en cambio los
valores no pasan y caen sino que o se actualizan o bien dejan de estar en la
actualidad. Si pasado un plazo de tiempo esos valores dejan de estar ahí no es
porque hayan dejado de tener importancia sino que sencillamente han perdido
notoriedad. Por ejemplo: el valor de la solidaridad con frecuencia subea la palestra a
raíz de las campañaspero apenas ha pasado la campaña no es que el valor solidaridad
pase de moda sino que ya no está en la actualidad diaria como lo estaba; pero su
importancia sigue estando ahí y los países del tercer mundo siguen necesitando
nuestra ayuda.
Por tanto no hay valores de moda sino valores que relucen más que otros; en buena
medida porque nosotros necesitamos unos valores más que otros.
Los valores morales son un claro ejemplo de lo que estamos diciendo ya que
siempre han estado ahí en cambio ahora salen a la palestra con una especial
intensidad y así vemos que por todas partes llueven los talleres, seminarios,
diplomados y hasta especializaciones de educación en valores, ¿a qué es debido?
Creo que nos hemos ido percatando en la actualidad de lo necesitados que estamos
de ellos en el conjunto de nuestra sociedad y de nuestra vida, ya que ellos nos
ayudan sencillamente a ser humanos. Ética y humanidad vanmuy de la mano como
también van de la mano ética y religión, que uno sepa si no hay persona humana no
puede haber religioso/a.
Cuando hoy en día se habla tanto de la educación en valores es porque nos estamos
dando cuenta de lo bajos que andamos en valores morales o en valores humanos que
para el caso es lo mismo.
Y ¿qué ocurre con el resto de valores? Los estéticos, los religiosos, los intelectuales,
los útiles... están ahí y no dejan de ser esenciales pero sin duda que son los morales
los que nos permiten ordenar los restantes de una forma ajustada a las exigencias de
nuestra naturaleza o de nuestro ser personal, ya que los valores morales actúan como
integradores de todos los demás y no como sustitutos de ellos.
Pero a todo esto no hemos dicho aún lo que es un valor y ya va siendo hora de
hacerlo.
Lo primero que hay que decir es que el terreno de los valores es un tanto escurridizo
ya que los valores son cosas difíciles de precisar. Por eso hay que recurrir a los
ejemplos. Todos sabemos más o menos lo que es un adjetivo; es lo que acompaña al
nombre mostrándole o calificándole. Pues bien un valor es algo que acompaña
siempre a lo bueno y así decimos que lo bueno tiene valor y lo malo no. Después
vendrá la traducción de ese valor. Cómo se patentiza o se concreta ese valor, lo cual
nos llevaría a hablar de la norma en cuanto expresión del valor. La normatividad
forma parte de nuestra vida precisamente porque necesitamos valores y puesto que
los valores muchas veces se nos escurren y no atisbamos a verlos es por lo que
necesitamos de la norma; pero toda norma responde a algún valor hasta el punto de
que, valga la redundancia, una norma sin valor es una norma sin valor.
Volviendo un poco al tema tendríamos que decir con Ortega y Gasset que cuando
nos enfrentamos a las cosas, no solo hacemos con respecto a ellas operaciones
intelectuales, como comprenderlas, compararlas o clasificarlas sino que también las
estimamos o desestimamos, las preferimos o las relegamos; es decir: las valoramos.
Por eso uno de los problemas más serios en torno a los valores es si son reales o los
inventamos. Es decir ¿un valor es en sí valioso o es valioso porque lo deseamos? Ya
que hablamos de la solidaridad: ¿la solidaridad, es en sí valiosa y por eso deseamos
construir un mundo solidario, o por el contrario son algunas personas las que han
decidido que la solidaridad sea un valor?
Realmente tendremos que decir que los valores valen y por eso nos atraen y nos
complacen, no son una pura creación subjetiva. Consideramos buenas aquellas cosas
que son portadoras de algún tipo de valor, como es el caso de una melodía hermosa
o el de una propuesta liberadora. Y las consideramos buenas porque descubrimos en
ellas un valor y no por que decidamos en nuestro fuero interno dárselo. Ahora bien
para que esos valores salgan a la palestra tendrá que intervenir un sujeto humano que
los capte, de ahí que la creatividad humana sea también conformadora de la realidad
ya que ayuda a dar a luz valores y formas de percibir valores. Dependerá de esa
intervención del sujeto humano la captación de unos valores y no de otros.
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Por tanto cuando se habla de crisis de valores ¿qué se quiere decir? ¿no será acaso
que se está cambiando en cuanto a la manera de estimar? Es como si tuviéramos que
cambiar de muebles ya que los que tenemos se nos han quedado anticuados o
inservibles. Cuando nos decidimos a cambiar es cuando notamos la importancia que
tienen para nuestra vida ¿podemos vivir sin muebles? Ciertamente podríamos pero
que inhumano y que incómodo sería. Pues así sería nuestra vida sin valores o
pensemos sino, en un mundo sin generosidad, sin armonía, sin lealtad...
Otro problema que se nos puede plantear es el de la visibilidad. Que uno sepa, los
valores no se ven, luego estamos hablando de cosas in visibles lo que no quiere decir
que sean irreales. Qué decir, dado el caso, de la "elegancia", nosotros podemos
apreciar la forma, el color, pero ninguno de nuestros sentidos: vista, oído, olfato...
nos permite captar la elegancia, la captamos en la medida que contamos con una
capacidad distinta de los sentidos que nos permite captar la elegancia y esta es
precisamente la capacidad de valorar.
Por último destacar que hay valores y valores. Hay valores que humanizan, sin ellos
nuestra humanidad se degrada, mientras que hay valores que son deseables. Así, es
deseable que una persona sea simpática a que no lo sea, pero en cambio no es
deseable que una persona sea hipócrita, porque la hipocresía no es una peculiaridad
más del carácter, sino una característica que lo deshumaniza. Luego serán morales
aquellos valores que nos humanizan, aquellos de los que no podemos prescindir si
queremos seguir siendo humanos. En cambio hay otros valores que son simplemente
deseables. El que todo el mundo sea hermoso es deseable pero nadie pierde cotas de
humanidad porque no sea hermoso. Igualmente, si nos encontramos a alguien que
desprecia la justicia seguramente pensaremos que a esa persona le falta humanidad y
que no aspirar a la justicia significa perder humanidad. Pues bien, de alguna manera
los valores morales son aquellos que nos permiten crecer en humanidad y viceversa,
carecer de valores humanos supone carecer de aquello que hace nuestra vida más
humana y es por ello por lo que son reguladores del resto de valores.
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LA ÉTICA CIVIL UNA PROPUESTA PARA LA VIDA
RESUMEN
El artículo se desarrolla con base en tres preguntas relacionadas con ética civil: ¿Qué nos
ofrece? ¿Qué es? y ¿Qué características tiene?
La ética civil, cívica o ciudadana busca la convivencia entre los seres humanos en una
sociedad moralmente pluralista, mediante la definición de unos mínimos éticos que
permitan el desarrollo de las idividualidades y de los proyectos colectivos, mediante el
diálogo, la responsabilidad, la solidaridad universalizable, el respeto activo, el
reconocimiento de la igualdad y de la diferencia entre los seres humanos.
Hoy nos convocamos a la reflexión en torno a la ética civil, llamada también ética cívica,
ciudadana, de la convivencia y del civismo. El civismo, entendido como un conocimiento
de la forma de vivir que nos parece más adecuada a todos; en palabras de Victoria Camps y
Salvador Giner el civismo es un conocimiento que se aprende, sobre todo, practicándolo y
observando cómo se practica en el hogar, en la escuela, en la empresa y en la sociedad.
La ética como ejercicio teórico es una disciplina filosófica, cuyo objeto de estudio es la
moral, aporta teorías y principios que permiten reflexionar, argumentar y modificar
comportamientos, costumbres, normas y valores.
La ética tiene dos funciones: una crítica mediante la cual busca las causas y consecuencias
de los hechos, razona acerca de los orígenes y de las consecuencias de las normas morales,
reflexiona acerca de los valores y de los principios éticos en una situación determinada. Y
una función fundamentadora que argumenta, hace propuestas concretas para cambiar los
comportamientos y las normas o para mantenerlas y fortalecerlas y establece estrategias
para lograrlo. En este sentido, la ética enriquece la moral.
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La ética como ejercicio práctico, se convierte en una forma de vida que busca mediante la
acción consciente satisfacer intereses universalizables para todos los asociados, responde
frente a las consecuencias de las acciones y de las omisiones, busca una coherencia entre el
decir, el pensar y el hacer y como anota Peter Singer “La ética es práctica, o no es
verdaderamente ética. Si no es buena en la práctica, tampoco es buena en la teoría” y
Aristóteles en su libro La ética Nicomaquea escribe “Algunos creen que con el simple
saber, con la simple teoría, salvan su alma, cuando lo bien cierto es que para salvarla – para
ser persona en plenitud – importa vivir con coherencia aquello que se sabe”.
Del aspecto práctico de la ética surgen las éticas aplicadas como la bioética, la ética
profesional y la ética civil.
La ética civil nos ofrece elementos para la reflexión en torno a la convivencia y nos plantea
alternativas para lograr armonía en las relaciones entre los seres humanos en los distintos
ámbitos de desempeño.
La Ética Civil nace en los siglos XVI y XVII a partir de una experiencia de convivencia
entre ciudadanos, que en Europa profesaban diferentes concepciones religiosas, ateas o
agnósticas.
Para Adela Cortina , la Ética Civil es “aquel conjunto de valores y normas que comparte
una sociedad moralmente pluralista y que permite a los distintos grupos, no sólo coexistir,
no sólo convivir, sino también construir una vida juntos a través de proyectos compartidos
y descubrir respuestas comunes a los desafíos que se enfrentan”.
Para construir una ética civil nos tenemos que preguntar qué tipo de ser humano queremos
formar, en qué tipo de sociedad queremos vivir, qué tipo de empresa o institución queremos
conformar, qué tipo de relaciones queremos establecer entre los seres humanos y qué
esperamos conseguir como individuos y como colectivo? Ante estas preguntas es necesario
identificar y desarrollar una serie de valores que respondan positivamente a las mismas para
proponer comportamientos y normas que nos permitan el desarrollo de las individualidades
y de los proyectos comunes.
La ética civil, entonces, nos permite la construcción de una sociedad civil en Colombia
mediante la reconstrucción del tejido social y de un proyecto cultural para la convivencia y
la paz, en los diferentes espacios donde las personas viven, trabajan, estudian, se recrean y
ejercen sus funciones como ciudadanos
La ética civil es una ética secular – no confesional -, que según Francisco de Roux “apunta
a un sentido del deber para todos los hombres y mujeres, independientemente de si son
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católicos o protestantes, ateos o agnósticos”. Lo secular presenta razones humanas y no
divinas para orientar la conducta. Es una ética laica, porque como anota Adela Cortina “no
hace ninguna referencia explícita a Dios ni para tomar su palabra como orientación ni para
rechazarla… es aquella que puede ser asumida por creyentes y no creyentes siempre que no
sean fundamentalistas religiosos o fundamentalistas laicistas”.
Una ética civil no puede ser ni religiosa, en la que Dios es el referente indispensable, ni
puede ser laicista, en la cual se considera indispensable eliminar el referente religioso,
extirpar la religión, tiene que ser una ética secular, laica – no confesional -, donde lo
importante es ponerse de acuerdo en unos mínimos morales que permitan la convivencia, el
desarrollo de los individuos y de los proyectos colectivos que se hacen cargo del bien
común, el respeto a la vida y al ser humano en todas sus dimensiones; sin que tengan que
coincidir las razones por las cuales hay que hacerlo, bien sea porque para unos, Dios nos ha
hecho a su imagen y semejanza y para otros, el ser humano es digno por la humanidad que
hay en él, sin tener que remitirnos a razones trascendentes, ni exigir como condición
necesaria la fé.
Es muy importante que exista un terreno ético común para los laicos y los creyentes, para
colaborar juntos en la defensa de la vida, la justicia y la paz.
La ética civil es una Ética Pluralista, que en palabras de Adela Cortina , nace del pluralismo
moral, de una sociedad moralmente pluralista, sobre todo en aquellas que han pasado de
orientarse oficialmente por un código moral único a reconocer, también oficialmente, que
los ciudadanos profesan diversos códigos morales, lo que corresponde a un tercer
movimiento que nos invita a ir más allá de la ley del péndulo, ya los seres humanos
oscilamos generalmente entre los extremos y nos es muy difícil ubicarnos en el punto
medio.
Las sociedades moralmente monistas, aquellas que se rigen por un código moral único, es
decir, que todos los ciudadanos comparten la misma concepción moral y tienen los mismos
ideales de vida feliz, por ejemplo, algunas sociedades de habla hispana, de los
anteriormente llamados países del este y de aquellos países “como los islámicos que
imponen respuestas únicas ante las grandes preguntas sobre el sentido de la vida y de la
muerte, sobre la justicia y la felicidad, sobre el valor del trabajo, sobre la eutanasia o la
ingeniería genética” .
Cuando los monismos morales se empiezan a resquebrajar y surgen formas distintas de ver
y de vivir la vida, coexisten grupos con diversas propuestas morales, es posible que las
sociedades se ubiquen en el otro extremo del péndulo, que es lo que Max Weber, citado por
Adela Cortina, llama politeísmo de los valores éticos, o el politeísmo axiológico. En el
politeismo de los valores morales, todo vale y todo cabe, lo que corresponde al relativismo
moral o a creer que las cuestiones éticas son totalmente subjetivas, o sea, que todo lo que en
una cultura se realiza por uso y costumbre es moralmente válido.
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En esta sociedad del politeismo axiológico o de los valores morales, los distintos grupos se
encuentran inmersos en un océano, sin que existan puentes que permitan la comunicación y
el diálogo intercultural, sin que sea posible la construcción de una vida en común y de
proyectos colectivos.
El pluralismo moral nos invita a superar en un tercero los dos movimientos anteriores, - el
monismo y el pluralismo -. El pluralismo moral es consciente de que hay valores que
pueden compartirse desde los distintos grupos, desde las distintas culturas, que permiten
construir una vida juntos y que esos valores constituyen un mínimo común e irrenunciable
para la protección de la dignidad humana y de la vida en el planeta.
El pluralismo exige un mínimo moral en el que se comprometan los distintos grupos y las
distintas culturas que conviven en una sociedad y “es incompatible con el relativismo ya
que éste supone que lo correcto o lo bueno dependen de las culturas o de los grupos,
mientras que el pluralismo reconoce unos mínimos comunes, válidos para todos. Los
valores que componen ese mínimo común, conforman lo que se llama la ética cívica” y
por eso, a la ética civil se le llama una “ética de Mínimos”, de unos mínimos de justicia y
de las mínimas normas y valores que todos los ciudadanos de esa sociedad debemos
compartir para permitir el desarrollo de cada una de las personas, sin atropellar a otras y
construir una vida juntos a través de proyectos comunes y de la búsqueda de alternativas
para los retos que presenta la vida en comunidad.
Para construir una ética social en una sociedad moralmente pluralista es necesario
desarrollar el valor de la tolerancia , entendida ésta como el respeto a las diferencias. La
tolerancia se instaura en Europa tras las guerras de religiosas entre protestantes y católicos,
siglos XVI y XVII, la cual se “ha ido convirtiendo poco a poco en el llamado derecho a la
libertad de conciencia, según el cual toda persona tiene derecho a vivir de acuerdo con sus
propias creencias religiosas y morales…La disparidad de valores no convierte a los seres
humanos en enemigos morales. Todo ser humano tiene que ser respetado en tanto ser
humano y por consiguiente, también en su disparidad de valores” .
Para algunos autores el valor de la tolerancia se queda corto, se puede considerar una virtud
débil, porque se puede identificar con sumisión, resignación, desinterés o indiferencia, es
decir, que el otro haga lo que quiera y piense cómo desee con tal de que no me afecte a mí.
Es así como Adela Cortina propone incorporar el valor del respeto activo, entendido éste
como “no sólo en soportar estoicamente que otros piensen de forma distinta, tengan ideales
de vida feliz diferentes a los míos, sino en el interés positivo por comprender sus proyectos,
por ayudar a llevarlos adelante, siempre que representen un punto de vista moralmente
respetable”.
El respeto a los demás parte del respeto que tengamos a nosotros mismos, a nuestra propia
dignidad, por ello, para tener ciudadanos respetuosos debemos tener personas con amor
propio, con autoestima, que por dignidad y por amor propio no quieran vivir de cualquier
manera.
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La ética civil es una ética de las personas consideradas como ciudadanos. Ciudadano, según
Victoria Camps y Salvador Giner , es aquella persona que quiere colaborar en la
construcción y mejora de la vida colectiva; persona activa y responsable, bien educada y
sujeto de deberes.
Es necesario aprender a valorar las consecuencias de lo que se dice y de las decisiones que
se toman. Todos somos responsables de todo en mayor o menor medida. Tenemos que
aprender a identificar y a asumir la parte de responsabilidad en cada una de las situaciones
cotidianas.
Ser responsable “es ser capaz de responder de algo ante alguien y querer hacerlo. Ser capaz
significa haber actuado libremente, sin coacción. Uno no debe responder de lo que no elige
hacer o de lo que hace necesariamente porque no puede actuar de otra forma. La libertad y
la responsabilidad son inseparables” La acción humana se explica por causas, por
intenciones y por razones. La capacidad de responder necesita hacerse acto, hay que
hacerlo, por tanto, la voluntad se pone en práctica. En la responsabilidad es necesario llegar
a la acción.
En palabras de José Luis González “Todos somos responsables de nuestra situación social.
La responsabilidad de cada uno es mayor o menor, según el grado de participación en la
vida social. Lógicamente, no es tan responsable de los problemas económicos un
campesino marginado como un ministro de agricultura; pero el campesino no puede
desentenderse de los problemas para que los resuelva el ministro, ni mucho menos a la
inversa. Nadie posee un poder absoluto y nadie carece en absoluto de poder. Todos
participamos de algún modo en la marcha del país. Participamos por acción o por omisión.
Si actúo soy responsable de las consecuencias de mi actuación. Si no actúo, soy igualmente
responsable, de las consecuencias por no haber actuado”.
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previsibles de la aplicación de cada de uno de ellos y es así como la toma de decisiones
éticas debe hacerse con base en una ética de los principios o de la convicción y de una ética
de la responsabilidad.
La ética civil es una ética de la justicia. La justicia cono principio ético es un balance entre
la igualdad y la equidad.
Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos. Es un aspecto, que desde
hace siglos, se considera como el fundamento de la justicia.
Para garantizar la igualdad en el acceso a los bienes y servicios que ofrece la sociedad y el
Estado, a veces, es necesario privilegiar a los más débiles, a los que tradicionalmente han
sido excluidos y es cuando hablamos de la equidad, la cual consiste en tratar de manera
desigual a los desiguales, mejorando las condiciones, potencializando las facultades de los
que han estado marginados, con el fin de que puedan tener acceso igualitario a los bienes y
servicios.
Según el principio de justicia, cada uno de los asociados debe desarrollar al máximo sus
potencialidades y capacidades y aplicarlas en los proyectos comunes y, cada uno debe
recibir según sus necesidades.
Para que se dé la justicia es necesario trabajar el valor de la solidaridad, el cual debe tener
el carácter de universalidad, es decir, cuando las personas actúan deben pensar en los
intereses del grupo y en el de todos los afectados por las acciones del grupo. Una acción es
solidaria de verdad, universalizable, cuando es útil al grupo gestor y a quien recibe las
consecuencias de la acción.
Según Adela Cortina es importante tener en cuenta en qué consiste la solidaridad a la baja
y la solidaridad al alza para acondicionar debidamente la convivencia humana: “La
solidaridad a la baja es ayudar al débil, al menesteroso, tratando de restaurar sus fuerzas o
de generarlas en la medida de lo posible, sin embargo la solidaridad descrita es imposible
sin una solidaridad al alza, que consiste en potenciar al máximo las propias capacidades, en
explotar al máximo las propias habilidades, de modo que el conjunto social se beneficie de
ellas”.
La acción comunicativa exige presentar y sustentar las ideas, escuchar activamente al otro
tratando de entender sus argumentos.
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la acción comunicativa y en la argumentación, que constituyen el medio coordinador de las
restantes actividades humanas”
La ética debe ir más allá de la reflexión sobre el comportamiento moral de los seres
humanos, sobre los conflictos sociales y personales; la ética debe contribuir a la prevención
y a la modificación de los conflictos con cambios de comportamiento cuando la situación lo
amerite.
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BIBLIOGRAFÍA
ARROYO, María del Pilar; CORTINA, Adela; TORRALBA, María José y ZUGASTI,
José. Ética y legislación en enfermería. Madrid: McGraw – Hill. Interamericana. 1997:
CORTINA, Adela. Ciudadanos del mundo. Hacer una teoría de la ciudadanía. Madrid:
Alianza Editorial 1997:
CORTINA, Adela. Hasta un pueblo de demonios. Etica pública y sociedad. Madrid: Taurus
1998:
DE ROUX, Francisco. Fundamentos para una ética ciudadana. En: Secretaría de Educación
y Cultura de Antioquia. Análisis ético y formación moral. Medellín: Imprenta
Departamental de Antioquia. 1993:
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ESTUDIOS. filosofía-historia-letrasOtoño 1995
En este trabajo indagamos las aportaciones de la religión a una ética civil de pretensiones
universalizables. Sostenemos que tal ética mundial actualmente es tarea de la sociedad
civil, no de las religiones. Pero estamos lejos de desconocer las aportaciones de las
religiones para la configuración de una ética civil con carácter mundial en la sociedad
global y de riesgo que estamos viviendo. La religión puede jugar un papel importante en la
moralización generalizada que solicitan los grandes problemas que presenta la modernidad
tardía como sociedad del riesgo.
1. La ética civil
2. El desafío de nuestro tiempo
3. Fortalecer la sociedad civil
4. Funciones de la religión en la sociedad civil
5. ¿Cómo dominar la contingencia en la sociedad del riesgo?
A modo de conclusión
1. La ética civil
--------------------------------------------------------------------------------
La ética civil es el conjunto moral mínimo aceptado por una determinada sociedad donde se
salvaguarda el pluralismo de proyectos humanos, la no confesionalidad de la vida social y
la posibilidad de una reflexión ética racional. Así entendida, la ética civil señala una
instancia normativa social, más allá o por encima de los usos convencionales, de la
compulsión institucional o de la normatividad jurídica positiva. Indica el grado de
maduración ética de una sociedad, o si se prefiere, el nivel ético alcanzado por una
sociedad. Apunta en su dinamismo hacia un ideal ético universal capaz de acoger a todos
los hombres de una época determinada; esta transida, por consiguiente, de un impulso ético
universalista, que vendría dado por una moral pública universal. Dicho de otra manera, la
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ética civil marca el nivel ético de una sociedad y la sensibilidad moral que impulsa a la
humanidad en un momento histórico determinado.
Este consenso solapante posee valores compartidos, pero ofrece frecuentemente, en las
sociedades plurales, una variedad de teorías, intentos o referentes fundantes. Es decir, según
el punto de vista de: 1) la concepción de lo que desde Aristóteles llamamos la "vida buena",
la ética civil no presenta ninguna unidad, sino una pluralidad de cosmovisiones,
concepciones del hombre, del mundo y la felicidad; se comparten únicamente una serie de
valores y de orientaciones morales que se deducen o concluyen de dicha diversidad de
modelos de la "vida buena"; 2) los referentes justificadores de dicha "vida buena" o
felicidad, remiten a tradiciones diversas, con visiones del hombre y del mundo imposibles
de reducir a unidad y menos de justificar racionalmente por igual. 3) la justificación
racional afectará sólo al conjunto de valores y normas morales básicos compartidos.
Por lo que venimos diciendo, se advierte que la ética civil se sitúa más acá de las éticas de
la felicidad o de la vida buena. Éticas del ser humano en sus aspiraciones personales de
estilo de vida y de concepción de la misma, compartidas con otros muchos quizá, a través
de las creencias religiosas, las tradiciones y la cultura fraguada y vivida en común. Este tipo
de éticas, son éticas de máximos o "éticas densas" ("thick") para expresarnos como lo hace
M. Walzer. Incorporan a sus contenidos no sólo los elementos fundamentales capaces de
ser compartidos o consensuados por todos, sino los aptos para vivir plenamente un estilo de
vida humano definido, según un proyecto de vida tendiente a la realización y la felicidad.
La ética civil, tal como la concebimos, se sitúa más allá, sin embargo, del mero relativismo,
contextualismo o localismo. Acepta, contra las posturas de los denominados
postmodernos,que se puede acordar un mínimo de orientaciones y normas morales en
nuestras sociedades democráticas y plurales. Será una ética mínima, en el sentido del
conjunto de normas morales que, en este momento, se pueden defender
argumentativamente para todos. Es una ética, según la terminología de H. Habermas y
Apel, sujeta al principio de la universalización y por tanto de la justicia. No alcanza -no
puede hacerlo- la extensión de las éticas de la felicidad o de la vida buena, pero es
suficientemente amplia para garantizar la vida pública en común. Es una ética del
ciudadano.
La ética civil se convierte así en la expresión -ética de la conciencia del hombre situado en
un momento histórico determinado y rodeado de una serie de desafíos o problemas
comunes. La ética cívica es la antropología social del ser humano, en un momento histórico
social, hecha normatividad moral. Una normatividad necesariamente abierta en la búsqueda
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de respuesta a la circunstancia socio-histórica de vulnerabilidad del ser humano y de
profundización moral.
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Esta situación de riesgo es general, afecta a todos. No se pueden hacer a un lado los daños
y, como acontecía con la sociedad de clases, desviarlos hacia una parte de la sociedad con
provecho para la otra. La creciente desertización de la ecoesfera, o la destrucción de los
mundos culturales de sentido no beneficia a nadie. Todos se producen daño a sí mismos.
Como lo expresa el teórico de la sociedad del riesgo, Ulrich Beck podemos decir que se da
un "perjuicio colectivo auto infligido ", ya que os "efectos circulares del riesgo afectan a
ejecutores y víctimas". En expresión popular plástica: en la sociedad del riesgo hasta los
más ricos tosen por contaminación. Todos somos iguales ante el agujero de ozono y el
cáncer de piel.
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industrialización, el militarismo, etc.), nos pueden librar. No existen instituciones para
protegernos de estas disfuncionalidades, ni conocemos todavía los medios para eliminar los
efectos no deseados. Carecemos tanto de conocimiento fiable como de medios terapéuticos
para hacer frente al riesgo del propio riesgo. Quizá una cosa está suficientemente clara: no
podemos fiarnos de aquellos factores que han desencadenado el riesgo. Crece en la
modernidad la desconfianza respecto a los generadores de la misma. En su misma
constitución la modernidad deviene en peligrosa. Aquí yace la vulnerabilidad máxima para
el hombre actual. Se crea un estado de incertidumbre o crisis generalizada que afecta al
sistema social, a la cultura y civilización modernas. En esta situación de crisis, donde crece
el peligro y la esperanza, la ética civil, el nivel ético público de la sociedad moderna, está
llamado a dar un salto adelante.
Pero apelar a una "autorrestricción inteligente", (J. Habermas equivale a solicitar, en una
sociedad democrática, que la mayoría de la población sea capaz de orientarse hacia la
autodisciplina moral autónoma, hacia el autocontrol civilizado. Dicho de otra manera,
requiere que las masas se guíen por criterios de responsabilidad. Esta ética generalizada de
la responsabilidad no se puede producir por medio de ninguna ingeniería social ni por
coerción jurídica, ni, menos, por la sabiduría de los expertos. Es una suerte de sentido
común civilizado, de sensibilidad moral, de ética civil, que no son independientes de las
tradiciones, de las instituciones y de las formas de vida social. La socialización y los
contextos asociativos juegan un papel importante en la creación, transmisión y desarrollo
de esta sensibilidad moral clave para una ética de la responsabilidad generalizada.
Un problema, como atisbamos ya, donde se dan cita la teoría moral y la sociológica. Como
vamos a ver a continuación, no faltan reflexiones donde ambas se integran a la hora de las
propuestas para una formación moral en nuestro tiempo. Y aquí aparece también la
religión.
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Hay una suerte de coincidencia o consenso entre los analístas políticos a la hora de apuntar
soluciones para la crisis actual: urge fortalecer la sociedad civil No se podrán frenar las
patologías del desarrollo económico, del poder del Estado, de lo militar o tecnológico,
como tampoco de las disfuncionalidades funcionalidades de la educación, la sanidad, el
consumo o el tráfico, por no hablar de los problemas de la inmigración, la droga o el sida,
sin la participación responsable de los ciudadanos. Estos problemas colectivos exigen para
su buen tratamiento una actitud participativa y solidaria de los ciudadanos. Y esto requiere
la revitalización de ese " espacio de asociación humana sin coerción, o esa trama de
94
relaciones formada en nombre de la familia, la fe, los intereses y la ideología, que llenan
este espacio" denominado sociedad civil.
A la hora de las propuestas concretas para una movilización de¡ capital moral público de
una sociedad, tanto neoconservadores como comunitaristas o teóricos críticos miran hacia
las denominadas estructuras intermedias. Parece que por aquí se puede asegurar la
elevación de la responsabilidad ciudadana: generalizar la capacidad de compromiso de las
reglas consideradas como válidas e implicar en ellas a los ciudadanos. Las estructuras
intermedias gozan de la capacidad de dotar a los individuos de una relación directa, cara a
cara, que satisface los deseos de participación y reconocimiento personal en una sociedad
dominada por los sistemas y las lógicas anónimas. Eliminan así el temor y proporcionan la
seguridad respecto a los comportamientos de futuro. Dotan de esta manera a los individuos
de un vínculo temporal y de sentido, que convierte a dichas asociaciones o estructuras
intermedias en ámbitos de participación comunicativa y de intercambio de información y de
reflexiones sobre las preferencias sociales, los valores, cte. Es decir, se convierten en
viveros de reflexión pública no falseada estratégicamente y de vehículos de educación, de
transmisión de valores y comportamientos.
Pero, tampoco hay que ocultar la ambigüedad que recorre a estas estructuras intermedias: se
pueden incurvar sobre sí mismas, sobre sus intereses particulares o localistas, o sobre
determinadas tradiciones o interpretaciones restringidas, cercenando así la capacidad de
generalización y de avance hacia unos intereses y una teoría moral universalizables.
No se discute que uno de los lugares donde se generan estas cstructuras intermedias es el
ámbito de la religión. Tradicionalmente se le ha considerado como el portador social del
sentido por excelencia. Le corresponde a la religión, por tanto, ser uno de esos posibles
espacios de formación de actitudes y valores, de vinculación entre los individuos y de
orientación en los comportamientos. Pero, como ya hemos indicado, le rodea la
ambigüedad, quizá más que a ningún otro de los generadores y portadores sociales de
sentido y de comportamientos éticos. Vamos a detenernos en las potencialidades de la
religión como ámbito para la revitalización de la sociedad y de la ética civil.
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Supuesto que la religión sigue siendo uno de los grandes movilizadores de la sociedad civil,
conviene atender el modo cómo actúa. Las recientes discusiones en la filosofía social y
política nos proporcionan material más que suficiente para observar las funciones adscritas
a los contextos asociativos religiosos, sin tener que recurrir a las funciones tradicionales
estudiadas por la sociología de la religión.
El absolulo relativo del ser humano. Todas las grandes religiones, especialmente el
cristianismo, ponen en el centro de sus preocupaciones al hombre. De una manera u otra, la
95
religión responde a las grandes cuestiones fundamentales del ser humano: las preguntas
sobre el amor y el sufrimiento, sobre la culpa y el perdón, sobre la vida y la muerte. El ser
humano aparece en el centro de las religiones. Y en todas es enaltecido este ser humano con
una dignidad sin par (cabe Dios, el Absoluto---..).
Las religiones son, desde este punto de vista, las tradiciones que han vehiculado la dignidad
y respeto absoluto al ser humano. Desde ahí, como reconoce Habermas se ha expandido
este reconocimiento en la filosofía y cultura occidentales, por ejemplo. Hoy día, en nuestra
cultura secularizada, la dignidad humana es una "superstición humanitaria" que se ha
convertido en uno de esos incondicionales o absolutos, "non negotiablestandards", es decir,
una de las normas éticas fundamentales y de las máximas que guían nuestra acción. La
traducción en aplicación práctica ha sido recogida por el "Parlamento de las religiones del
mundo" como una actualización de la "regla de oro" que desde hace milenios rige las
tradiciones éticas y religiosas ("No hagas a los demás lo que no quieras para ti"): "¡todo ser
humano debe ser tratado humanamente! "
Son los siguientes: 1) no matar (no causar daño a otro); 2) no mentir (no engañar, respetar
los contratos); 3) no robar (no violar los derechos del otro); 4) no entregarse a la
prostitución (no cometer adulterio); 5) respetar a los padres (ayudar a los necesitados y
débiles).
- la paz, una cultura de la no violencia y del respeto a toda vida y a la naturaleza (no matar).
- la igualdad de los derechos y por la hermandad entre hombre y mujer y todos los seres
humanos sin distinción de razas (no prostituirás ni te prostituirás).
96
La educación de la mirada. Tomamos la expresión de R. Ballah y colaboradores. Para estos
estudiosos, democracia equivale a capacidad de prestar atención. No desparramarse en una
dispersión fútil, sino concentrarse en las necesidades e intereses de todos, especialmente de
los más necesitados. Esta capacidad de prestar atención es una categoría religiosa que está
presente tanto en el zen-budismo como en el cristianismo. Supone apertura a la experiencia,
concentración y estar activamente donde se está; una especie de iluminación, que exige
autocontrol, disciplina y descentramiento de sí.
Sin ciudadanos con la mirada, con la atención educada, no superaremos la mayor forma de
distracción colectiva de nuestra sociedad moderna: el centramiento en el dinero y el
consumismo. Desde este punto de vista, la aportación de la tradición religiosa que eduque a
mirar los rincones oscuros de nuestra sociedaC (B. Brecht), a no centrarse en los propios
intereses, cumple una función fundamental para la actitud moral básica, el talante, que
requiere la vida democrática responsable.
97
Las comunidades religiosas se pueden convertir en comunidades de interpretación de los
aspectos de lavida buena o de lajusticia, el derecho, la solidaridad, en una sociedad
dominada por la lógica funcional de los sistemas. Estas comunidades religiosas poseen un
potencial normativo sustancial en sus tradiciones que puede ser movilizado en pro de las
cuestiones éticas de la justicia social. Es sabido, desde Aristóteles hasta H. Arendt, pasando
por Dewey, que el espacio público donde florece la deliberación y la "phrónesis" requiere
de un "ethos" y un vínculo afectivo que poseen -no exclusivamente- las comunidades
religiosas.
También desde el punto de vista de la acción práctica, las comunidades religiosas funcionan
como catalizadores para la acción: proporcionan la convicción, el coraje y la esperanza para
arriesgarse en pro de la defensa de los otros vulnerados. Ahí están los ejemplos cercanos
del movimiento de los derechos civiles, o actualmente la vehemencia ética que surge desde
pequeños grupos juveniles impulsando el movimiento del voluntariado social, de la defensa
de los derechos humanos y de los llamados nuevos movimientos sociales.
Por otra parte, pertenecen a la función simbólica de la religión los signos proféticos:
pequeñas acciones, ejemplos, movilizaciones (pensemos en la reivindicación 0'7 para los
países no desarrollados, o en la presencia de voluntarios sociales en Bosnia o Burkina
Faso), pero que tienen la virtualidad de ofrecer una perspectiva diferente, un
comportamiento solidario, un indicio de otra cosa. Llevan la provocación profética en su
mismo carácter aparentemente ineficaz, inane y hasta superfluo. Una sugerencia utópica
para las teorías críticas de la sociedad.
98
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La religión nos pone ante lo indisponible no para manipularlo, sino para transformar su
relación con nosotros: nos permite aceptar con sentido mayores cuotas de indisponibilidad.
¿Se deduce de aquí, como quiere N. Luhmann, que la razón de ser de la religión es la
reducción de complejidad ? ¿Será la religión el subsistema encargado de hacer disponible
lo indisponible y proporcionar desde esta forma sistémica, sentido a la vida social, es decir
al sistema social? ¿Será esta la forma de estar a la altura de los tiempos y de funcionar
conforme a la racionalidad que solicita el desarrollo sistémico de la modernidad?
99
sin importarle los sujetos, se ha actualizado muchísimo pero ha perdido resonancia
personal. Es un tipo de religión que no acertamos todavía a comprender.
A modo de conclusión
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Hemos mostrado brevemente algunas de las razones que la actual discusión socio-política
presenta para justificar la aportación de la religión (cristiana) a la ética civil. La religión se
muestra como uno de los lugares más vivos donde se concitan posibilidades para la
deliberación y la conformación de un espacio público de donde emerjan propuestas de
estilo de vida marcadas por la sensibilidad moral de una solidaridad universal.
100
ÉTICA CIVIL
SUMARIO
Desde hace algunos años se viene hablando de "ética civil" para referirse a la dimensión
moral de la sociedad en su conjunto. Con la expresión y el concepto de ética civil se alude
al específico y peculiar modo de vivir y de formular la moral en la sociedad secular y
pluralista. Por definición, la ética civil se presenta como el proyecto unificador y
convergente dentro del legítimo pluralismo moral de la sociedad democrática.
101
La laicidad, entendida aquí como racionalidad y como no confesionalidad, es la primera
condición para que exista ética civil. Ésta surge de la sociedad laica y se dirige a una vida
social no regida por la confesionalidad.
En segundo término, la ética civil exige también como condición la existencia del
pluralismo de proyectos humanos. La sociedad que no admite el juego democrático no
apela tampoco a la instancia crítica de la ética civil. Su instancia crítica es únicamente la
fuerza del poder dictatorialmente mantenido.
La ética civil es el concepto correlativo al concepto del pluralismo moral. Uno a otro se
apoyan y se justifican. Mientras que el pluralismo moral expresa la madurez de la libertad,
la ética civil pone de manifiesto la madurez de la unidad. La libertad es madura si se realiza
en la búsqueda del bien social; la unidad solamente tiene sentido si surge del juego libre y
democrático. La ética civil expresa la superior convergencia de los diversos proyectos
humanos de la sociedad libre y democrática.
El tercer rasgo descriptivo del horizonte social en el que surge la ética civil se refiere a la
posibilidad teórica y práctica de la ética no religiosa. Quienes no aceptan la justificación
puramente racional e intramundana de la ética no pueden comprender el significado real de
la ética civil. Ésta es, por definición, una ética basada en la racionalidad humana.
En la opción de ética civil son asumidos esos rasgos configuradores de la sociedad madura.
Proponer, justificar y apoyar la ética civil es proponer, justificar y apoyar la sociedad laica,
plural y de racionalidad ética. Eso es lo que se confirma al afirmar la ética civil.
102
El substantivo "ética" pone de relieve la expresa referencia al orden moral en cuanto tal. La
ética civil por ser "ética" formula una peculiar instancia normativa de la realidad humana.
Dicha instancia normativa no se identifica ni con la normatividad convencional (civismo),
ni con la normatividad de los hechos (sociología), ni con la normatividad jurídica
(ordenjurídico). Aunque no se opone por principio a estas normatividades, tampoco se
identifica sin más con ellas. Es una instancia normativa superior en rango de apelación y en
valla de valoración.
Sin embargo, conviene advertir que la ética civil no se refiere únicamente a la ética social,
ni mucho menos a la ética profesional. Aunque diré más adelante que es en estos ámbitos,
de lo social y de lo profesional, donde tiene una concreción cualificada, no por eso se debe
identificar ética civil con ética social o profesional. La ética civil formula la dimensión
moral de la vida humana en cuanto ésta tiene una repercusión para la convivencia social o
ciudadana en general.
b) El contenido conceptual. Pasando del nivel expresivo al nivel conceptual, se entiende por
ética civil el mínimo moral común de una sociedad secular y pluralista. Hablar de ética es
referirse tanto a la sensibilidad ética como a los contenidos morales. Por eso la ética civil
alude a la doble vertiente de sensibilidad y de contenidos morales de la sociedad.
Para verificar esta noción de ética civil se precisa apoyarla en la racionalidad humana. Pero
no basta con esta estructura racional, ya que la misma racionalidad es la que da origen al
pluralismo moral. Es preciso que esa racionalidad ética sea patrimonio común de la
colectividad. Solamente se puede hablar de ética civil cuando la racionalidad ética es
compartida por el conjunto de la sociedad y forma parte del patrimonio socio-histórico de la
colectividad. Únicamente entonces la racionalidad ética constituye una instancia moral de
apelación histórica y se convierte propiamente en ética civil.
La ética civil es, por lo tanto, el mínimo moral común aceptado por el conjunto de una
determinada sociedad dentro del legítimo pluralismo moral. La aceptación no se origina
mediante un superficial consenso de pareceres ni a través de pactos sociales interesados.
103
Esta aceptación es una categoría más profunda: se identifica con el grado de maduración
ética de la sociedad. Maduración y aceptación son dos categorías para expresar la misma
realidad: el nivel ético de la sociedad.
La afirmación de la ética civil tiene una función que va más allá del terreno estrictamente
moral. Alcanza el horizonte completo de la vida social. Concretamente, ejerce la función de
limitar el poder cada vez más creciente de orden jurídico, de la técnica y de los hechos
masivamente realizados.
Es evidente la importancia del orden jurídico para normalizar la vida social. En las
sociedades occidentales este poder alcanza límites cada vez más amplios. Al depender en
gran medida del juego del poder político, el orden jurídico está sometido a los inevitables
pactos de los partidos. Más aún: es fácil descubrir en el conjunto de las leyes notables
servidumbres a otros poderes extrajurídicos: poder económico, religioso, militar, etcétera.
Todo esto hace que el ordenamiento jurídico propenda a constituirse en instancia normativa
dominante, con perjuicio del bien de las personas y de determinados grupos.
Solamente con la afirmación de la ética civil como instancia normativa suprema de la vida
social se ponen límites exactos al poder excesivo del orden jurídico. La ley positiva no es la
norma definitiva. Ella misma está sometida a la ética.
Lo mismo hay que decir en relación con el poder de la técnica y el poder de los hechos.
Para que estos poderes no se conviertan en instancias últimas de la vida humana se precisa
afirmar el valor de la ética civil en cuanto criterio de confrontación de la autenticidad
humana.
104
La ética civil pretende realizar el viejo sueño de una moral común para toda la humanidad.
En la época sacral y jusnaturalista del pensamiento occidental ese sueño cobró realidad
mediante la teoría de la "ley natural". Con el advenimiento de la secularidad, y teniendo en
cuenta las críticas hechas al jusnaturalismo, se ha buscado suplir la categoría ética de ley
natural con la de ética civil. Ésta es, por definición, una categoría moral secular.
La ética civil continúa realizando la pretensión de la ley natural o, mejor, del derecho de
gentes. La mejor tradición ética es la que afirma que la ley natural "no se funda tanto en
unos mandatos y unas prohibiciones cuanto en la capacidad humana y la discusión racional;
como tal, ofrece un marco genuino para la formulación de una moral pública universal" 1.
Considerada la cuestión desde una perspectiva teorética, se pueden hacer dos afirmaciones
complementarias. Primera: la ética civil no existe con existencia autónoma e independiente;
no es una forma de ética contrapuesta a la ética cristiana, a la ética marxista, a la ética de
los valores, etcétera. La ética civil no se opone a ningún tipo de ética, ya que es la
convergencia de los diversos proyectos morales. En este sentido, no existe como existen las
otras éticas: de modo autónomo, independiente y hasta contrapuesto. La ética civil se da en
el interior de todo proyecto ético que se atiene a las reglas de juego del auténtico pluralismo
democrático.
A idéntica conclusión se llega teniendo en cuenta la estructura de toda ética real. Ésta
siempre se encuentra cosmovisionada. Todo individuo y todo grupo vive la ética desde sus
creencias y cosmovisiones. No existe una ética neutra. Por eso mismo la ética civil, en
cuanto ética común, no puede tener una existencia autónoma.
105
en relación con nuestra sociedad, latina y cristiana, me atrevo a decir que es notable la
carencia del cañamazo de la ética civil dentro de nuestra historia. La moral o ha sido
religiosa o ha estado ausente. Ahora bien, la moral religioso-cristiana no se ha distinguido
en general, en los últimos siglos, por la insistencia en la auténtica moralidad pública. Todo
ello ha originado la laguna de la ética civil en la historia de nuestra sociedad.
De acuerdo -con esta hipótesis, se puede afirmar que nuestra sociedad padece una notable
penuria de ética civil, constatable: 1) en la ausencia de una educación moral de signo laico;
2) en la falta de sensibilidad moral frente a las realidades públicas: convivencia ciudadana,
deberes cívicos, etc.; 3) en la carencia de una ética profesional madura y responsable; 4) en
las lacras morales que acompañan endémicamente a la administración pública y a la vida
social en general (sobornos, "enchufes", etcétera). Exagerando los trazos descriptivos, se
diría que nuestra sociedad cuela el mosquito de la inmoralidad individual (sexual, familiar),
mientras que traga el camello de la inmoralidad social.
106
5. LOS CONTENIDOS BÁSICOS DE LA ÉTICA CIVIL. a) Las `fuentes" o factores que
originan el caudal de la ética civil. Con el término de "fuentes" no se alude a los
fundamentos de la ética civil, sino a los "factores" que hacen descubrir los contenidos
morales básicos. Tales factores son reducibles a tres grupos.
- A la par de la sensibilización moral hay que situar la reflexión ética. Las grandes
corrientes del pensamiento (aristotelismo; estoicismo, kantismo, cristianismo, etc.), así
como personajes históricos cualificados, originan valoraciones nuevas, las cuales, al
sedimentarse en la historia, pasan al acervo común de la humanidad.
Juntando el caudal de las tres "fuentes" señaladas se consigue una notable corriente ética en
la historia humana. La actual sensibilidad ética de la humanidad alcanza cotas importantes.
Se puede afirmar que el "perfil estimativo "del momento presente, aunque debe ser
mejorado, no es globalmente negativo.
107
- De entre las preferencias axiológicas pueden ser subrayadas las tres que propone Ferrater
Mora: 1) vivir es preferible a no vivir; 2) ser libre es preferible a ser esclavo; 3) la igualdad
es preferible a la desigualdad 2.
- Por otra parte, dentro de las estimaciones morales básicas no se pueden dejar de señalar
las siguientes: el valor absoluto de la vida humana, la libertad como primer atributo de la
persona, el postulado de la no discriminación (por razón de raza, sexo, convicciones etc.),
la exigencia ética de la igualdad y de la participación, etc.
Conviene advertir que los contenidos de la ética civil dependen de la idea de hombre
vigente en cada época. La ética es la antropología convertida en origen de significados para
la vida humana. Los significados antropológicos constituyen los valores éticos, que a su vez
se manifiestan a través de normatividades necesariamente abiertas. Las "constantes
antropológicas" son el apoyo de los perfiles estimativos. La estimación moral conjuga los
datos antropológicos a fin de captar en ellos los significados.
6. LAS FUNCIONES DE LA ÉTICA CIVIL. La ética civil tiene una función dirigida al
contenido moral de la sociedad. Dicha función se concreta en la auténtica moralización de
la vida social. Voy á referirme a continuación a los principales ámbitos y formas a través de
los cuales se realiza este proyecto moralizador.
á) Funciones globales. La ética civil tiene unas funciones globales que pueden ser
expresadas del siguiente modo: 1) mantener el aliento ético (la capacidad de "protesta" y de
"utopía") dentro de la sociedad y de la civilización, en las que cada vez imperan más las
razones "instrumentales" y decrecen las preguntas sobre los fines .ylos significados últimos
de la existencia humana; 2) unir a los diferentes grupos y a las distintas opciones creando
un terreno de juego neutral a fin de que, dentro del necesario pluralismo, todos colaboren
para elevar la sociedad hacia cotas cada vez más altas de humanización; 3) desacreditar
éticamente a aquellos grupos y proyectos que no respeten el mínimo moral común
postulado por la conciencia ética general.
Sin instancia ética, la vida social o retorna a la ingenuidad del caos primitivo o es dominada
por el poder del más fuerte. Can respecto a la primera solución, dice Aranguren: "En las
sociedades primitivas no existe ni tan siquiera la distinción real entre lo moral, lo social y lo
jurídico; por tanto, menos aún, cabe su distinción conceptual. Todo aquello se halla
confundido en unos mores que son, a la vez, usos sociales, costumbres morales y preceptos
jurídicos (no escritos, o apenas, pero vigentes). Es lo que Hegel llamaría sustancia ética
108
ingenua"3. De la segunda solución, el dominio del más fuerte, no escapan aquellos que
exageran la importancia decisiva del poder fáctico o del poder de la ley positiva.
La instancia moral pública no puede ser monopolio de ningún grupo. Esa condición
desvirtuaría no sólo la convivencia democrática, sino también la misma ética. Únicamente
la ética civil, en cuanto moral laica y consensuada, puede orientar la moralidad pública. A
la pregunta sobre las fuentes del arquetipo ético de Estado, de sociedad y de convivencia
social, responde Aranguren que ni el "derecho natural" (sobre todo, la noción vulgarizada
desde la ilustración y la neoescolástica) ni el puro "positivismo jurídico" pueden ser fuentes
adecuadas para configurar la auténtica moralidad pública 4.
d) La educación moral civil. La ética tiene una función notable en relación con la educación
moral. Tengo la convicción de que la educación moral es una de las necesidades primarias
de la sociedad. Ahora bien, a mi parecer esa educación moral debe ser programada y
realizada en la escuela "desde" y "para" la ética civil 6.
109
embargo, y a pesar de esas limitaciones, creo que la educación moral obligatoria en la
escuela ha de ser de signo civil, y no confesional.
No han faltado cualificadas tomas de postura a favor de la ética civil'. Pero tampoco han
estado ausentes las apreciaciones de carácter más bien restrictivo. De este último signo es la
reacción expresada por los obispos españoles en el documento La verdad os hará libres. En
el número 49, al tratar el tema de "la moral cristiana y otros modelos éticos", describe la
propuesta de la ética civil y propone una determinada forma de relación entre ella y la
moral católica. Lamentablemente, el documento episcopal habla de la ética civil como una
realidad "hipotética" y, por otra parte, la describe con rasgos que la "deforman":
reduciéndola a una moral cristiana "rebajada" y entendiéndola como mero "consenso". Ante
tal propuesta así descrita es fácil comprender la reacción de la moral católica: "Por parte de
los católicos, sería un error de graves consecuencias recortar, so capa de pluralismo o
tolerancia, la moral cristiana diluyéndola en el marco de una hipotética `ética civil', basada
en valores y normas `consensuados' por ser los dominantes en un determinado momento
histórico. La sola aceptación de unos `mínimos' morales equivaldría, sin remedio, a
entronizar la razón moral vigente, precaria y provisional, en criterio de verdad" 8.
La ética civil es una propuesta muy fructífera para mantener el aliento moral dentro de la
sociedad pluralista que, si bien afirma por derecho propio el pluralismo moral, también
exige la búsqueda de convergencias éticas.
Dentro de ese denominador ético común caben las variaciones que la peculiaridad de cada
legítima opción se sienta urgida a introducir. Cabe, entre otras, la peculiaridad de la opción
moral de los cristianos, que por su propia condición ofrece el mensaje de perfección
evangélica vinculada a la realización de los valores del reino dé Dios.
110
A partir de esa relación entre la moral cristiana y la ética civil hay que replantear el modo
de presencia de aquélla en la sociedad democrática y pluralista. Es un tema que considero
de gran importancia tanto desde una perspectiva teológica como desde una orientación
pastoral.
Mediante esa nueva forma de presencia, la moral cristiana puede y debe ser uno de los más
fecundos interlocutores que intervienen en el debate ético de nuestra sociedad. Los obispos
españoles han señalado certeramente cuál es el objetivo y cuál es el camino del diálogo que
la moral cristiana ha de propiciar en el momento actual: "Ha de estar atenta a aquellas
metas hacia donde la conciencia ética de la humanidad va avanzando en madurez, cotejar
esos logros con su propio programa, dejarse enriquecer. por sus estímulos y reinterpretar,
en fidelidad al evangelio, actitudes e instituciones a las que hasta ahora tal vez no había
prestado la debida atención. Actuando de esta manera, la Iglesia vigorizará continuamente
la fuerza de su propio mensaje promoviendo, a la vez, su credibilidad y significación para
el hombre"9.
NOTAS: ' Ch. MOONEY, La Iglesia, ¿guardiana de una ley natural universal?, en
"Concilium" 155 (1980) 206 - z Cf J. FERRATER, De la materia a la razón, Madrid 1979
174-187 - 3 J.L: ARArtfGUREN,Éticaypolitica, Madrid 19682,35-4ID, o. c., 30-i6 - 5 Cf P.
LAIN ENTRALGO La moral civil, en "Gáoeta Ilustrada" 111 (22 de enero de 1978) 23;
ID, Moral civil, en diario "El País" (6 de septiembre de 1979) 9 - 6 Cf M. VIDAL, La
educación moral en la escuela, Madrid 1981 -7 Ver, en este sentido, la postura del cardenal
E. TARANCON, La ética civil, en "Vida Nueva" 1768 (15 de diciembre de 1990) p. 9 (cf
n. 1740, p. 9, y n. 1772, p. 9) - 8 Junto a la mentalidad dura que aparece en este número 49
existe a lo largo del documento otra mentalidad más conciliadora. Ésta afirma la existencia
de "convicciones" básicas y comunes en las que convergen las nobles tradiciones de la
humanidad (n. 39), convicciones que constituyen "la experiencia acumulada en la historia
de la humanidad" (n. 40). En referencia a la sociedad española se constata el conjunto de
"los grandes valores éticos que constituyen nuestro patrimonio histórico" (n. 39), un
patrimonio que ha de ser "compartido y respetado" (n. 64) - 9 "La verdad os hará libres", n.
49.
BIBL.: AA.VV., ¿En qué consiste la ética cívica?~ en "El Ciervo"31(1982) 4-15; AA. V
V., La ética en la sociedad civil, en "Revista de Occidente" 45 (1985); AA.VV., Virtudes
públicas y ética civil, en "Documentación Social" 83 (1991); CORTINA A., Moral civil en
nuestra sociedad democrática, en "Razón y Fe" 212 (1985) 353-363; EDITORIAL, Por una
ética cívica, en "Razón y Fe" 221 (1990) 462; MUGUERZA J., Un contrapunto ético: la
moral ciudadana en los ochenta, en "Arbor" 128 (1988) 231-258; VELASCO D., Ética
cívica en una sociedad democrática, en "Lumen" 32 (1983) 97-119; VIDAL M., Ética civil
y sociedad democrática, Desclée, Bilbao 1984.
VIDAL M
111
MORAL Y DERECHO: UNA COMPLEJA E INEVITABLE RELACIÓN
El presente trabajo tiene por objeto abordar el siempre complejo tema de las relaciones
entre moral y Derecho, puesto que resulta común que a partir de una serie de postulados
muchas veces asumidos de manera acrítica, se los considere ámbitos completament
Introducción
Moral y Derecho: Algunas precisiones
La realidad como límite normativo
Los problemas de una moral únicamente
“construida” por el hombre
Un caso práctico y polémico
Algunas conclusiones
Notas
Introducción
El presente trabajo tiene por objeto abordar el siempre complejo tema de las relaciones
entre moral y Derecho, puesto que resulta común que a partir de una serie de postulados
muchas veces asumidos de manera acrítica, se los considere ámbitos completamente
separados. Con todo, tratándose de dos órdenes normativos, las relaciones resultan más que
evidentes. De ahí que al referirse al mismo destinatario, el hombre, parezca útil adentrarse,
a continuación, en algunas de sus características propias, como manera de intentar
encontrar una guía para dicha normatividad, fundamentalmente por tratarse de un ser
limitado o finito.
Esto es, que por mucha autonomía que exista en el sujeto, resulta evidente que las
consecuencias de su actuar, motivado en parte por dicha normativa, tendrán algún efecto
sobre él mismo, y por tanto, en el grupo al cual pertenece. Es este límite a la normatividad
el que nos puede ayudar a encontrar alguna pauta fundamental en cuanto a dicho contenido,
un punto de apoyo no dogmático, sino práctico o vivencial a este respecto,
fundamentalmente ligado a la noción de derechos humanos. Por último, se intentará
analizar un caso práctico –y polémico–, en que se demuestra no sólo la íntima relación
entre Derecho y moral, sino además, los límites que impone la propia realidad, manifestada
precisamente en los efectos que dicha normativa produce en estos mismos derechos
fundamentales.
regresar
112
Moral y Derecho: Algunas precisiones
Para vastos sectores del pensamiento jurídico actual, constituye casi un lugar común la
creencia o incluso el dogma según el cual, moral y Derecho son dos órdenes normativos
absoluta y totalmente independientes. La moral estaría constituida por aquellas
prescripciones referidas a la conducta del sujeto consigo mismo (unilateral), o también a su
vida privada, razón por la cual se estima que ella emanaría de la propia conciencia, siendo
por consiguiente, plenamente autónoma. El Derecho, por el contrario, tendría un contenido
eminentemente social (bilateral), y por lo mismo, emanaría de una fuente distinta al propio
sujeto, al menos de manera directa o inmediata; esto es, de una autoridad que puede
imponer dicha normativa incluso por la fuerza, gracias a su carácter coactivo [1].
La anterior visión pareciera incluso más necesaria y hasta evidente, en vista del cada vez
mayor pluralismo ético existente de las actuales sociedades democráticas. En un grupo
humano de grandes dimensiones, en que las convicciones y creencias de los distintos
sectores son a veces tremendamente heterogéneas –cuando no incompatibles–, y existiendo
además la libertad de información, de enseñanza y de conciencia, parece difícil arribar a
parámetros comunes en lo que a ética se refiere, sobre todo si para vastos sectores, ella sólo
incumbe, como se ha dicho, a la vida privada. De ahí que incluso para algunos sea mal visto
siquiera proponer “caminos éticos” o modelos de vida, al ser cada uno completamente libre
en cuanto a su propio desarrollo como persona [2].
Sin embargo –continúa esta línea de argumentación–, puesto que lo queramos o no, somos
seres sociales, el Derecho vendría a ser el único modo posible de convivencia, la única
pauta de conducta que puede en cierto sentido, imponerse a los diferentes credos personales
y privados, para asegurar una mínima coexistencia, en atención a su carácter heterónomo y
coactivo. Es decir, el Derecho se presenta aquí como la única manera de dar cierta cohesión
al todo social, en lo posible respetando las diferentes “áreas de libertad” de los sujetos.
Algo así como un Estado liberal clásico, una especie de “Estado mínimo”, que deja hacer a
los ciudadanos lo que ellos estimen conveniente para sí mismos, mientras no se ponga en
crisis la convivencia; pero en vez de referirse al plano económico, se refiere al plano ético.
El Derecho se convierte –sería dable pensar– en un mal necesario pero indispensable, que
puede poner ciertos límites a las convicciones éticas subjetivas y heterogéneas vigentes,
cuando ellas pudieran afectar la armonía mínima para su mutua coexistencia, lo cual no es
sino otra cosa que un requisito para su misma posibilidad de ser [3].
No obstante, estos contornos y ámbitos de aplicación del Derecho y la moral distan mucho
de ser todo lo nítidos y tajantes que en principio parecen. En efecto, tal vez el problema
fundamental sea en realidad, que la ética no se agota sólo en las conductas del sujeto
consigo mismo, como suele escucharse, o si se prefiere, en el ámbito meramente “privado”.
Al contrario, existen un cúmulo de acciones que revisten un innegable carácter “público” (o
“bilateral”) que evidentemente también caen dentro de la esfera de la ética; esto es,
acciones que no sólo afectan al sujeto ejecutor, sino a otros, que podrían ser considerados
“víctimas” a su respecto. Piénsese, por ejemplo, en la mentira, el robo o el adulterio, por
113
poner sólo algunos casos: en todos ellos, la acción realizada va mucho más allá del mero
causante, y en realidad, se trata de conductas perfectamente “bilaterales”, precisamente
aquellas que el Derecho cree poder monopolizar en cierta medida, a la luz de la visión que
aquí se comenta. No por nada algunas de estas acciones –no todas–, a la vez que reñidas
con la moral, son muchas veces castigadas por el Derecho –y a veces en forma severa–,
precisamente en razón del perjuicio o daño social que ocasionan. En síntesis, razones
elementales de convivencia fuerzan a concluir que existen conductas que por mucho que se
diga que pertenecen al ámbito meramente privado del individuo, o que emanan de su más
sacrosanta autonomía como sujeto moral, no pueden, en principio, ser toleradas por el
Derecho, sencillamente, porque la coexistencia se tornaría poco menos que imposible [4].
En consecuencia, como se ha dicho, los campos jurídico y moral no son tan independientes
como a primera vista parece, puesto que es perfectamente posible que algunas acciones
antiéticas sean por lo mismo, antijurídicas. En cierta medida, lo que el Derecho hace es
proteger de manera especial aquellas conductas éticas “bilaterales” especialmente sensibles
para el todo social, vinculadas a la idea de justicia [5]. Y como la justicia es un valor, no
puede quedar ajeno al criterio moral. Ahora, si puede existir esta doble regulación respecto
de los mismos hechos, esto abre la puerta para encontrar otros elementos comunes a ambos
órdenes normativos.
En este mismo orden de ideas, es también un lugar común para muchos sectores que la
moral se refiere sólo al ámbito interno del sujeto, a su conciencia, de manera más
importante que las acciones emanadas del mismo O como ha dicho Bobbio, “los valores
últimos no se justifican: se asumen” [6]. Es decir, que la acción en cuestión debiera ser
catalogada sobre todo –o incluso sólo– por la intención o representación interior del
individuo, más que por los hechos efectivamente realizados, puesto que lo que realmente
importa es que el sujeto actúe “en conciencia”, esto es, de acuerdo a sus convicciones. La
“conciencia” así entendida, se transforma, por tanto, en una especie de “santuario” del
hombre, y por lo mismo, en un reducto intocable, en el cual nadie tendría, en principio,
derecho a inmiscuirse, o si se prefiere, a criticar. Cada situación sería de este modo, única,
en un sentido radical, o si se prefiere, la acción realizada o por realizar podría reducirse “al
sujeto y sus circunstancias”, motivo por el cual estaría más allá de cualquier injerencia
heterónoma, salvo, por supuesto, que él mismo la pida o eventualmente acepte [7].
Sin embargo, este planteamiento choca abiertamente con lo antes expresado. En realidad, y
por mucho que se defienda la autonomía de los sujetos para decidir por sí mismos, de
manera inapelable y autónoma la moralidad de sus acciones, algo nos dice que no basta
para la calificación moral de una conducta, la mera intención o idea que de la misma se ha
representado el hechor. Y lo anterior se hace patente, precisamente por el eventual carácter
bilateral de la acción ética, esto es, por el posible efecto que sobre otros tendrá dicha forma
de proceder. Resultaría, por decir lo menos, demasiado simple, cuando no arbitrario y hasta
peligroso, justificarlo todo de acuerdo a lo que haya dictado este “santuario” del sujeto,
precisamente porque al menos parte de sus resultados pueden atentar de manera más o
menos grave contra otros sujetos y por tanto, contra otros “santuarios” tan valiosos como el
suyo propio. Nuevamente razones de elemental convivencia, más aún, de respeto mínimo
114
hacia los demás, demuestran que la moral no se agota en el solo sujeto, lo que hace
imperioso que el Derecho tome algunas de estas conductas y las regule de manera especial.
En efecto, desde el momento en que existe “otro” vinculado a dicha acción, su bondad o
malicia no puede quedar entregada sólo a la mera decisión de una de las partes.
Pero las cosas son más complicadas, porque aún respecto de aquellas acciones que
pertenezcan al más puro o estricto ámbito privado, pareciera que no todo uso de la libertad
es indiferente, fundamentalmente por dos razones. La primera, porque es muy raro, en
realidad, que las acciones “mueran”, por así decirlo, únicamente en el propio sujeto. En
muchos casos, ellas repercutirán en otros, sea porque han requerido de la participación de
terceros para llevarlas a cabo, sea porque el propio sujeto se irá transformando a sí mismo
por medio de sus propias acciones, y a la postre, terminará siendo “otro” (aún cuando se
trate de la misma persona) quien acabe tratando con sus conocidos. Esto es, el individuo
podría llegar a cambiar tanto, que sus propias acciones no dejarán de tener efectos en los
demás.
Sin embargo, no es éste el motivo último por el cual ni aún respecto de aquellas acciones
que eventualmente quedaran sólo en el ámbito privado, no todo uso de la libertad es
indiferente. En realidad, la razón última (y la segunda razón anunciada) pareciera deberse a
que puesto que las acciones del sujeto repercutirán inevitablemente en él, existirían ciertas
conductas que por muy queridas que sean para él mismo, por mucha autonomía que se le
reconozca, parecieran indeseables en atención al perjuicio, a veces irreversible, que le
ocasionan. En cierta medida, podrían ser consideradas acciones degradadoras, incluso
autodestructivas de la persona, lo que al menos haría desaconsejable su realización, puesto
que, por decirlo de algún modo, la persona no se está respetando a sí misma, o si se quiere
desde otro ángulo, está llamada a más [8].
Ahora bien, resulta obvio que fruto de la libertad humana, y por mucho que lo sepamos, es
perfectamente posible actuar malamente, porque no basta con saber qué está bien o mal,
para proceder de esa manera. O si se prefiere, y desde una perspectiva opuesta, no porque
una acción sea posible, es por eso mismo, correcta, tanto a nivel individual como social.
Habría así, acciones que en sí mismas son malas de suyo y viceversa, de manera
independiente al propio sujeto.
115
En realidad, es precisamente este hecho (que no siempre se hace lo que se debe, o si se
prefiere, que no todo uso de la libertad es indiferente) una de las razones medulares que
explican la existencia misma de la ética y del Derecho: esto es, que aún cuando sea posible
actuar de muchas maneras diferentes, no todas son equivalentes, o como se ha dicho, no
dan lo mismo las diversas alternativas factibles, tanto por el efecto que sobre otros tendrán
dichas acciones, según se ha visto, como también y de manera inevitable, sobre el propio
sujeto. Precisamente, uno de los grandes aportes de la sicología ha consistido en demostrar
lo receptivos o influenciables que somos, de cómo las circunstancias de la vida nos van
moldeando, razón por la cual es dable sostener que en buena medida, con sus acciones y
experiencias, uno va haciéndose a sí mismo. De alguna manera, la vida es un desafío, una
incógnita, un camino que hay que trazar por sí mismo. Con todo, también parece de la más
elemental lógica que no cualquier camino es necesariamente el camino que debe ser
tomado [9].
Muy unida a esta creencia del carácter meramente “interna” de la moral, existe otra según
la cual, el Derecho se referiría sólo a la conducta exterior del ser humano, a aquello que
puede ser percibido por los sentidos, sin importar sus disposiciones interiores, lo que daría
al Derecho un cierto carácter “amoral”: lo importante es que se cumpla la ley, sea de buen
grado o a regañadientes –eso sería irrelevante–, puesto que, como se ha dicho, la conciencia
del sujeto es su santuario.
Sin embargo, nuevamente las apariencias engañan. En realidad, no es para nada infrecuente
que el Derecho, pese a que efectivamente siempre requiere de acciones externas,
perceptibles y comprobables, no se dé por satisfecho sólo con ellas. Esto es, que de manera
inevitable, muchas veces tenga por fuerza que inmiscuirse en ese “santuario” del sujeto,
siendo éste un dato de extrema importancia, sin el cual podría llegarse a un resultado
absolutamente ajeno a la real situación que pretende corregir. Piénsese, por ejemplo, en los
vicios de la voluntad, dentro de la teoría del acto jurídico, en las causales modificatorias de
responsabilidad penal (sean agravantes, atenuantes o eximentes), en la buena fe necesaria
en el cumplimiento de los contratos, en el dolo eventual, en la tentativa y el delito frustrado
o en el abuso del Derecho, por poner sólo algunos casos. En todos estos eventos, el
Derecho no sólo puede, sino que debe imperiosamente inmiscuirse en dicha conciencia de
los sujetos, a fin no sólo de hacerse una correcta idea de lo que realmente ocurrió, sino
además, para sancionar de manera adecuada, si cabe, a los responsables. Por tanto, podría
concluirse que el Derecho es prioritariamente externo (puesto que siempre se requiere de
acciones, hechos), no pudiendo nunca castigar aquello que sólo ha quedado en el fuero
interno del sujeto; pero una vez producidos éstos, en muchos casos requiere de manera
inevitable inmiscuirse en dicho fuero interno, sencillamente, por razones mínimas de
justicia.
Por lo mismo, también hay que llamar la atención en cuanto a la sanción moral, por
oposición a la sanción jurídica y su carácter coactivo. Mucho se ha dicho que la primera
estaría constituida sólo por el “remordimiento” de conciencia, por el malestar que ella
ocasiona [10]. Aún cuando esto en principio es verdad, no dejan de existir paradojas
116
respecto de esta manera de entender las cosas. En efecto, si para el planteamiento moderno
la ética emana del propio sujeto y sus circunstancias, en principio habría que concluir que
cualquier acción que acabe realizándose, será siempre considerada “buena”, puesto que por
algo se hizo. Esto es, pareciera bastante absurdo que si el sujeto es libre para decidir
autónomamente sobre su actuar, si obra “en conciencia”, tenga luego “remordimiento”,
porque aún en el caso en que a posteriori se diera cuenta de su eventual error, si todo emana
de sí mismo, no costará mucho encontrar alguna explicación o justificación, incluso como
una excepción a la regla general. O si se prefiere, se daría el sinsentido, como se ha dicho,
de que toda conducta, por el sólo hecho de haber sido realizada, sería correcta o buena.
Mas, como igualmente es posible actuar contra la conciencia –porque en verdad remuerde,
según se desprende de la más vital experiencia–, no puede ser ella misma el origen último
de la moralidad, porque en este caso, el remordimiento sería algo así como una patología
suya. Es decir, si podemos contravenir nuestra conciencia, ella no puede ser, por lógica, la
fuente última de la moralidad, porque en este caso, se daría una especie de esquizofrenia.
Al contrario, se nota, a la luz de este simple hecho, que ella sólo refleja otra cosa, da
testimonio de algo que en el fondo, escapa a su mero capricho. Por lo mismo es que cabe el
error en esta materia.
También muy unido a esta idea del remordimiento de la conciencia, suele decirse que
incluso en este caso de “adormecimiento”, todavía queda el resguardo del todo social, que
117
vendría a ser un ente sancionatorio subsidiario en evento de que alguna de sus partes se
descarriara mucho. Aún cuando esta segunda posibilidad en parte choca con las múltiples
opciones de vida que existen en una sociedad democrática, no cabe duda que subsisten
aspectos muy fundamentales en que por lo general hay aspiraciones comunes, como el
respeto a la vida o, para recordar el último ejemplo dado, la condena a la pedofilia. Mas, en
el fondo, esta especie de “conciencia colectiva” está formada en última instancia por
conciencias individuales. Y si estas últimas pueden sufrir la modificación u oscurecimiento
antes señalado, es perfectamente posible que ello ocurra también a nivel general. De esta
manera, conductas que en una época pueden haber sido consideradas antiéticas,
posteriormente, fruto del cambio de dichas conciencias individuales, es dable que sean
tenidas por correctas, sin haber mediado cambio (y por lo general, habiendo un deterioro)
en dicha conducta. En consecuencia, se presenta la misma incongruencia: que mientras más
se incide en dicho comportamiento, menos “sanción” (y por tanto, “remordimiento”) existe,
e incluso, podría darse la paradoja que dicha acción sea hasta incentivada por el todo social,
o al menos por una mayoría. Piénsese, por ejemplo, en la corrupción. Puede ser que en un
primer momento ella sea ampliamente rechazada por una sociedad, que remuerda las
conciencias en extremo; mas, si a fuerza de reincidir en esta práctica, ella se vuelve común,
podría darse perfectamente la situación en que se convierta en la norma, en lo “correcto” al
momento de actuar, o si se prefiere, en lo socialmente aceptado.
Por tanto, nuevamente pareciera que el problema moral es demasiado serio e importante
para que quede entregada su normativa y su sanción sólo al criterio subjetivo de cada cual.
Y esto se concluye no por un dogmatismo preasumido, ni mucho menos por razones
religiosas, sino simplemente, por una observación de sus consecuencias. Resulta evidente
que no todo camino seguido tanto por el sujeto en particular, como por una sociedad en
general, es por eso mismo, el correcto. En caso contrario, no existiría el error, y en ese
evento, cualquier uso de la libertad sí nos sería completamente indiferente, y cualquier
limitación u orientación, siempre y sin excepción, una completa arbitrariedad. Mas, si
tenemos conciencia, y a veces ella remuerde (aún cuado hagamos lo que nos gusta,
contraviniéndola), parece obvio que en nosotros mismos ya existe una estructura
psicológica que nos lleva a no quedar indiferentes ante las acciones propias y ajenas, que
nos hace calificar permanentemente los hechos, a no conformarnos con una simple
observación de lo que ocurre. Esto es, si tenemos conciencia, parece claro, como se ha
dicho, que ella simplemente muestra algo ajeno a sí misma, o como se dice, es un reflejo de
la moralidad, no su autora. En caso contrario, se insiste, no “molestaría” jamás, y a la
postre, toda acción, absolutamente toda conducta, nos sería completa y totalmente
indiferente [12].
En consecuencia, parece razonable suponer que en los propios efectos de las acciones
humanas, en sus consecuencias, tenemos una buena pista para saber cuándo una acción es
correcta o incorrecta, buena o mala, de manera independiente a nuestros gustos, pareceres o
conveniencias. Esto es más fácil percibirlo respecto de aquellas acciones “bilaterales” o
“sociales”, porque a fin de cuentas, hay que ser mínimamente coherentes, en el sentido de
no hacer al otro lo que no nos gustaría hicieran con nosotros mismos. En el fondo, esto no
es más que colocarse en el lugar del otro, o si se prefiere, dar a cada uno lo suyo, lo que
118
merece: ser justo [13]. Mas, también respecto de las acciones propias o privadas existe un
dato independiente al sujeto, cual es este mínimo “autorrespeto” que cada uno merece,
incluso de sí mismo.
Y lo anterior no es coacción, ni nada que se le parezca. Resulta claro que la norma moral no
es imponible por la fuerza, pero pese a que sus diferencias con la sanción jurídica son
evidentes, limitar ésta a la sola conciencia equivale, en el fondo, a despojarla de toda
sanción, y en el fondo, a quitarle a la moral, según se verá pronto, su carácter de norma. Por
eso resulta útil apelar a la realidad misma, a las consecuencias de nuestras acciones, sea en
el ámbito jurídico, sea en el ámbito moral. Y esto, se insiste, no es coacción, sino que un
mínimo sentido de la realidad. Con todo, la constatación de la realidad no deja de tener sus
dificultades, según se comentará en su momento.
En consecuencia, y luego de todo lo visto hasta aquí, es posible concluir que la moral no se
refiere sólo a las conductas consigo mismo (no es únicamente unilateral), sino que muchas
de sus conductas son bilaterales, igual que las jurídicas (que lo son siempre), motivo por el
cual cabe a veces una doble normativa a su respecto; que la moral no se agota sólo en el
aspecto “interior” del sujeto (ni el Derecho, en el meramente “exterior”), porque la acción
se mide muchas veces más por sus efectos que por sus intenciones; y finalmente, que la
sanción última por la contravención de la norma moral, si bien no es coactiva, no puede ser
sólo el remordimiento de conciencia, tanto por la deformación o adormecimiento que puede
sufrir, como por los efectos que dicha contravención produce en la realidad [14].
regresar
Resulta evidente que la normativa ética o jurídica que se aplique a una conducta
determinada, tenga éxito o fracase en su aplicación (esto es, se acate o no), tendrá efectos
prácticos bastante notorios. Esto significa, por ende, que existe un vínculo evidente entre
normas y hechos: si lo que pretenden las normas es precisamente regular hechos, parece
obvio que también aquí existe una mutua e inevitable relación.
Más aún: no sólo son las normas las que influyen en los hechos, sino que también, se quiera
o no, los hechos mismos ya marcan un límite en cuanto a las posibilidades normativas, sea
en el campo jurídico, sea en el campo moral, según se verá. Lo anterior contrasta con otra
idea bastante asumida hoy, en particular por el positivismo jurídico de corte normativista.
Nos referimos a la conocida separación Ser-Deber Ser, o si se prefiere, la división Sein-
Sollen. Aún cuando se trata de una materia que por su envergadura sobrepasa con mucho
los límites de este trabajo, no deja de ser curiosa esta contraposición. En efecto, para el
positivismo, de los hechos sólo pueden surgir hechos, y los valores sólo pueden provenir de
otros valores [15]. Y aún cuando la llamada “Ley de Hume” en la cual se inspira es, en
principio correcta (porque a partir de los solos hechos no es posible, salvo que se incurra en
un error lógico, derivar pautas de valor), lo cierto es que da la impresión que ambos
mundos casi no se tocaran, a la luz de este enfoque. Con todo –y tampoco es posible
detenerse en esta cuestión–, la “Ley de Hume”, en principio lógicamente correcta, está,
119
respecto de este tema, mal planteada, porque no es a partir de simples “hechos” que se
desprenden valoraciones, sino que ya existen junto a estos hechos, que se cree “puros”,
valoraciones implícitas. En consecuencia, no existe ningún salto lógico, porque al menos
una de las premisas de las que se desprenden valores, también los posee; el efecto y la
causa del silogismo se encuentran así, en perfecta armonía [16].
Ahora bien, esta pretendida independencia absoluta del mundo del Sein y del Sollen resulta
verdaderamente paradójica. En efecto, las normas, de suyo, contienen valoraciones, porque
como pretenden dirigir la conducta humana en pos de ciertos fines, se ven forzadas a optar,
para lo cual se hace imprescindible valorar. En caso contrario, no podrían mandar, prohibir
o permitir absolutamente nada. Ahora, si las normas (que pertenecen al mundo del Sollen)
pretenden tener eficacia, esto significa que acabarán influyendo en el mundo del Sein, de
los hechos (precisamente ese es su propósito, su razón de ser), según se ha mencionado.
Esto indica, por tanto, que existe una relación mutua [17]. Mas, si es posible que exista en
este sentido (desde los valores que influyen en los hechos), parece lógico que también los
hechos influyan en estas valoraciones. Esto puede ser abordado desde muchas perspectivas;
mas aquí veremos las limitaciones que el propio mundo de los hechos impone, guste o no,
al de las valoraciones y por tanto, al de las normas, de cualquier especie que sean éstas.
En primer lugar, parece evidente que el mundo de las valoraciones (y por tanto, el ámbito
de las normas) debe tomar en cuenta la realidad que pretende regular. Esto significa que
tendrá que existir una idea más o menos acertada de la materia a prescribir, de los fines que
persigue y los medios necesarios para ello. O como ha dicho un positivista como Bobbio, el
contenido de las normas debe ubicarse entre las acciones imposibles y necesarias [18], es
decir, tener una mínima idea de las cualidades y limitaciones del hombre. En caso contrario
(esto es, si exigiera, prohibiera o permitiera algo que está más allá de las posibilidades
humanas –lo imposible– o algo que de todas maneras ocurrirá, se quiera o no –lo
necesario–), en realidad no estaríamos frente a una norma, porque es de su naturaleza que
toda norma lleva implícita la posibilidad de su incumplimiento. En efecto, si la norma
pretende regular la conducta humana, esto se debe precisamente a que se trata de un ser
libre, no determinado; y desde este momento, la norma sólo “sugiere” conductas, incluso si
amenaza con las sanciones más espantosas. Esto significa, en el fondo, que ni aún con las
sanciones más terribles (puesto que una norma no puede no tener sanción [19]) está
absolutamente garantizado su cumplimiento, y el sujeto puede desobedecerla siempre.
Precisamente como la norma lo “sabe”, por decirlo de algún modo, establece la sanción: la
sanción viene así a confirmar el carácter libre del hombre, y es una prueba de que la norma
pude ser incumplida. Al contrario, si el contenido de una norma no pudiera ser
desobedecido nunca (por tratarse de una conducta necesaria) o fuese inalcanzable (por ser
imposible), en realidad no estaríamos en presencia de una auténtica norma, ni tampoco la
sanción tendría ningún sentido [20].
Por tanto, la norma sólo puede regular conductas posibles, que estén al alcance del hombre.
Mas, como se ha dicho, dentro de estas conductas posibles, no todas se encuentran al
mismo nivel, o si se prefiere, no todo uso de la libertad es indiferente: no todas las opciones
son igualmente defendibles, por mucho que el sujeto actúe “en conciencia”. No otra es la
120
razón última de ser de la moral y del Derecho: dirigir la conducta humana, precisamente
porque es necesario hacerlo, en virtud de los efectos que dichas acciones pueden tener. Y
como se mencionó, los efectos (nada indiferentes, y que se manifestarán en hechos bien
concretos) pueden repercutir en otros –casi siempre– y en el mismo sujeto –siempre–. Y es
aquí donde nuevamente, tenemos una pista muy valiosa para ver cuáles son algunos de los
límites a la normatividad; no por un dogmatismo, sino sencillamente, como consecuencia
de la observación de la misma realidad.
Por otro lado, algunos movimientos ecologistas extremos han pretendido ignorar las
diferencias entre el hombre y el resto de la naturaleza, igualándolos totalmente. Esto se ha
intentado por dos vías, principalmente: o rebajar la condición humana a la de un mero
animal (reduciéndolo a su sola corporeidad, en que, efectivamente, ambos comparten
grandes similitudes), o mediante una “antropomorfización” de la naturaleza, esto es,
aplicándole criterios humanos (de donde surgen, por ejemplo, los “derechos” de los
animales [22]). De este modo, el hombre es considerado sólo una parte más de la
121
naturaleza, al mismo nivel de animales, plantas o incluso seres inertes, en principio
sometido a sus mismas leyes, e incluso prescindible en pos del bienestar del ecosistema
[23].
Dicho de otro modo: se da la paradoja que todo tiene un orden ecológico, una cierta manera
de ser, justificada por sus finalidades, que por lo mismo, hace que sufra tales o cuales
efectos nocivos, dependiendo de qué se haga a su respecto; mas, en el caso del hombre, éste
pareciera no tener ordenación alguna, e incluso gozar de una curiosa “invulnerabilidad”,
pudiendo por ello, hacer lo que quiera consigo mismo o con los demás. En el fondo, que no
existe una “ecología humana”, lo que desde antiguo ha sido llamado “ley natural”. La ley
natural (o si se prefiere, esta ecología humana) apunta precisamente a esto: a que somos
limitados, que tenemos una cierta estructura, una forma de ser tal, que no cualquier uso de
la libertad es indiferente, tanto para otros como para nosotros mismos. Y no por un
dogmatismo, se insiste, sino por la simple observación de los hechos [24].
Esto significa que existen varias acciones que afectan al hombre en lo más profundo de su
ser, algunas de manera positiva y otras de manera negativa. Respecto de estas últimas, la
lista sería demasiado larga y casuística, motivo por el cual buscaremos el caso más
emblemático. Y en realidad, no cuesta mucho encontrarlo. En efecto, desde el momento en
que nos sabemos y reconocemos limitados (al punto que ni siquiera elegimos venir al
mundo), pareciera que la vida misma es un dato lo suficientemente evidente como para no
caber dudas razonables a su respecto. Es decir, no toda conducta o uso de la libertad es
indiferente, en primerísimo lugar, si pone en riesgo la vida, requisito fundamental para
desarrollar todas las restantes posibles actividades humanas. Se puede así concluir sin
mucho temor a equivocarse, que la vida es el valor fundamental para el ser humano,
derivado del simple hecho de estar vivo, puesto que gracias a ella es un ser humano, y lo
posibilita para desarrollarse, desenvolverse, buscar su camino, incluso si yerra en el intento
[25].
122
decir, la vida es algo tan radicalmente importante, que no parece posible superponer a ella
otro interés, puesto que nada pareciera superior a la vida misma, motivo por el cual su
respeto debe ser en principio, incondicionado, a menos que el propio sujeto se haya
colocado voluntariamente en una situación tal, que pierda su propio derecho a la vida, que
le sea injusto reclamarlo para sí, como ocurre, por ejemplo, con la legítima defensa. En
consecuencia, sólo una contraposición entre valores análogos, existiendo además
culpabilidad de una de las partes en dicha confrontación, podría autorizar (o mejor, no
sancionar) el acto voluntario de poner fin a esa vida, siempre además, que no existan otros
caminos menos drásticos de solución. Pero se insiste, únicamente ante el peligro real para
otra vida, y siempre que se trate de un sujeto culpable de generar dicho peligro.
regresar
Como se ha dicho, y volviendo un poco al principio de este artículo, hoy se encuentra muy
extendida la mentalidad según la cual, el sujeto es su propio artífice moral. De este modo,
se pretende arribar a una moral totalmente “construida” por el hombre, sea de manera
individual, sea de manera colectiva, mediante el consenso, manifestado éste, al menos en
parte, en el Derecho existente, que por lo mismo, irá adaptándose a dichos acuerdos. El
Derecho se mira así, como un mal necesario, un requisito para la convivencia, según se ha
dicho [26].
Es esto lo que explica al menos parcialmente por qué el hombre no es consciente, aún con
el actual despertar ecológico, de los límites que le impone su propia realidad, partiendo por
su misma corporeidad, sin perjuicio que también su parte “no corpórea” (su “yo”)
123
igualmente sufre las consecuencias de sus acciones, y en realidad, es la parte que se ve más
afectada por ellas, por regla general.
Por eso se advertía más arriba que incluso en esta observación de la realidad existen
dificultades, y no es casualidad que nuevamente la ecología nos preste una mano. En
efecto, uno de los problemas de atentar contra la realidad de las cosas, según se verá, es que
los efectos de dicha contravención no son inmediatos, o si se prefiere, en muchos casos
demoran en hacerse sentir. Esto es lo que puede dar la impresión (errónea y temporal) que
pese al comportamiento realizado, no existan consecuencias a su respecto, motivo por el
cual se persevera en dicho comportamiento. Algo parecido a lo que ocurre en un
ecosistema, el cual, en caso de sufrir una sobreexplotación de algún recurso renovable,
usualmente mostrará los efectos negativos de dicho proceder en la siguiente temporada. En
el caso del hombre, las consecuencias de sus acciones se demoran por regla general,
bastante más en llegar, pero inevitablemente llegarán; lo cual es un problema distinto –y
que aquí no se analiza– a aquél otro mucho más complejo, que consiste en estar dispuesto a
ver dichos efectos, o si se prefiere, de estar abierto a aceptar la verdad de las cosas, nos
guste o no, nos convenga o no, puesto que como dice el refrán, “no hay peor ciego que el
que no quiere ver”. O dicho de otro modo, parece claro que sólo se puede querer lo que
previamente se conoce; pero también parece muy cierto que no se puede conocer aquello
que previamente no se quiere conocer, que no se está dispuesto a aceptar [28].
Dicho de otra manera: si la normativa es sólo autónoma, nunca podrá obligarnos a nosotros
mismos, nunca tendrá la suficiente fuerza para ir más allá del propio querer o capricho. Se
da así el absurdo que se pretende “imponer” una normativa determinada, siempre que no
contravenga las convicciones del sujeto, con lo cual, en realidad, no se está imponiendo
normativa alguna. Tal vez por eso también Bobbio ha dicho, y al parecer con razón, que
“nadie puede obligarse a sí mismo” [30]. Y es verdad: una normativa cualquiera que
pudiera ser dejada de lado cuando ella no guste, no convenga o simplemente desagrade, no
es, propiamente, una normativa, sino a lo sumo, un consejo o un ruego [31].
124
tener siempre la última palabra a este respecto, a tener una puerta de escape a fin de no
terminar haciendo siempre su propia y libérrima voluntad.
En el fondo, y pese a todo lo que se diga, lo anterior equivale a no tener regulación alguna,
salvo la suya propia, lo cual en estricto rigor, no es, propiamente, “regulación”, sino una
simple apariencia de tal.
Todo lo que venimos meditando hasta aquí es posible demostrarlo con un ejemplo práctico,
a la vez que tremendamente polémico. Este ejemplo apunta, precisamente, a un sector de la
vida humana en que se pretende que la moral y el Derecho no interfieran, salvo para darle
plena y absoluta libertad de acción. Aquí la normativa, en vez de proponer un camino
correcto o al menos mejor que otros, se limita a ser un instrumento de dicha libertad, para
hacerla más amplia y en el fondo, garantizarla al límite. El problema, sin embargo, es que
fruto de este ir “quitando obstáculos” a esta esfera de acciones que estarían más allá de toda
regulación, se van afectando, y a veces seriamente, otros aspectos de la vida individual y
social mucho más valiosos que los que se pretende defender, no siendo la vida la
125
excepción, puesto que como se dijo, casi todas las acciones del sujeto trascienden su propia
individualidad y afectan a otros. Y como se concluía que la vida es el valor fundamental,
parece no sólo absurda, sino además, tremendamente injusta dicha situación.
En realidad, hay varios campos del actuar humano en que se pretende esta “desregulación”
total, y en consecuencia, que las normas sólo vayan “despejando el camino” para su plena
realización. Un campo en el que no se incursionará aquí es, por ejemplo, el de la ciencia.
Basta con observar los actuales avances en el interesantísimo campo de la ingeniería
genética, por ejemplo, para darse cuenta que al menos vastos sectores de la ciencia
contemporánea, no están dispuestos a aceptar limitación alguna para su labor, al punto que
se estaría imponiendo el principio según el cual, aquello que es posible hacer, debe hacerse.
De alguna manera, aquí pareciera que todo uso de la libertad sí es indiferente, puesto que es
cada uno el que decide qué hacer y qué no, en virtud de su “conciencia”. E incluso, se
percibe el efecto de esta división a la que aludíamos entre res cogitans y res extensa, porque
se manipula al propio hombre como si fuera una simple cosa. Mas, como la realidad se
impone por sí misma, las amenazas que se proyectan en el horizonte no dejan, por regla
general, a nadie impasible, lo cual lleva a concluir que la ciencia no puede, por lógica,
quedar al margen de la moral y del Derecho.
Sin embargo, es otro el ejemplo que pretendemos dar, y a propósito, porque aquí se ve
claramente cómo se pretende no sólo un “vacío moral” y también jurídico, sino a la vez,
cómo cada uno se considera absolutamente libre para darle el contenido que quiera a esta
esfera de libertad, cómo no se está dispuesto, por regla general, a aceptar limitaciones de
ninguna especie, ni de otros ni de la realidad, cómo la normativa ética y jurídica se utiliza
sólo para sacar obstáculos del camino y cómo, por desgracia, no es tan fácil advertir los
efectos negativos de este modo de proceder, al punto que se ponen en serio peligro valores
mucho más importantes que los que se pretenden defender aquí. Ahora, esta dificultad para
contemplar los resultados funestos de este modo de proceder no radica en que exista una
particular complejidad en esta materia: en el fondo, y por mucho razonamiento lógico y
práctico que se haga, el problema fundamental pareciera ser que en algunos sectores, no se
está dispuesto a aceptar la mínima posibilidad de estar equivocado, sencillamente, porque
no coincide con los gustos y preferencias que se tienen, además de haber existido, por regla
general, un acomodo de la conciencia a este modo de proceder, sea a nivel individual, sea a
nivel colectivo.
regresar
El ejemplo que daremos, y que muestra claramente los profundos efectos, tanto a nivel
individual como social (y por tanto, en el campo ético como en el jurídico) de los valores o
ideales de vida que se van asumiendo, fruto del efecto que sobre nosotros mismos producen
nuestras acciones, es el de la sexualidad.
126
pretende un sector en que se da este “vacío moral” al que se hacía referencia, apelándose a
la “conciencia” de cada cual. Al mismo tiempo, la normativa, sea ética o jurídica, tiene
vedada la posibilidad de limitar o dirigir esta esfera de autonomía, y si bien aún no se llega
a una situación de absoluta libertad, las cada vez menores limitaciones que quedan, van
cayendo una a una. Además, esta normativa se utiliza precisamente como instrumento para
dar mayor impulso a esta esfera de libertad, quitando todas las trabas y limitaciones
posibles. Y como resulta evidente, los resultados de este modo de proceder afectan a otros y
también al propio sujeto, y en muchos casos, a valores infinitamente más importantes que
los de la sexualidad, no siendo la vida misma (requisito para el desarrollo de ésta) la
excepción. Por último, existe aquí, tal vez más que en ninguna otra materia, una especial
dificultad al momento de intentar demostrar estos efectos, porque por desgracia, muchas
veces no se está dispuesto a reconocerlos tal cual son, y se buscan todo tipo de argumentos
para eludirlos.
El origen de este modo de proceder, como también se señaló, es la consideración del sujeto
como un ser absoluta y totalmente autónomo, en el sentido más radical y profundo de la
palabra: una mera res cogitans. De ahí que se considere que pueda hacer consigo mismo de
manera general y con su sexualidad, de manera particular, todo lo que le plazca. Lo anterior
se encuentra muy vinculado, por ejemplo, a las actuales teorías del “género”, que apuntan a
que no existe un orden natural en la sexualidad, y que ella emana absolutamente del propio
sujeto, de su decisión. Es una sexualidad plástica, construida, que incluso faculta para hacer
lo que se quiera con el propio cuerpo.
Ahora, como se ha dicho, es por este origen autónomo que no pareciera existir conciencia
de los efectos que sobre la propia realidad, incluido el mismo hombre, acarrea este modo de
proceder. Al revés, actualmente la técnica ha ido de la mano con este modo de pensar y
actuar, proporcionando los medios necesarios para hacer aún más libre esta actividad. De
ahí el cada vez más intenso desarrollo de todo tipo de técnicas anticonceptivas, que
pretenden precisamente, darle la mayor autonomía posible.
En realidad, en este campo no sólo se ha ignorado cualquier eventual orden natural de las
cosas, sino que se ha dado la situación contraria: la tecnología ha pretendido ir contra este
orden natural, aminorar y, en caso posible, eliminar completamente al menos algunos de
sus efectos, que pasan a ser considerados “efectos no deseados”.
Dicho de otra manera: aquí sí existe un atento examen de la realidad, un estudio de los
efectos propios de la sexualidad; pero no para intentar aprender de ellos, no para sacar las
consecuencias de las cuales inferir algún patrón normativo a su respecto, sino exactamente
para lo contrario: para “burlar” estos efectos, para “doblarle la mano” a la naturaleza, por
decirlo de algún modo. Incluso da la impresión de que el hombre, al menos en este campo,
se sintiera “prisionero” de la propia naturaleza, al punto de que pone todos sus esfuerzos en
liberarse de semejante “opresión”. Todo, como puede verse, con el fin de hacer su pura y
sacrosanta voluntad [33].
127
En este caso particular, los esfuerzos han tendido a impedir o al menos a aminorar el efecto
básico y final de la sexualidad: la procreación. El asunto ha llegado tan lejos, que incluso es
posible intuir en ciertos sectores una actitud completamente hostil a la maternidad, una
especie de rebelión contra el atributo más esencial y digno de la naturaleza femenina; o si
se prefiere, y aunque parezca increíble, un cierto sentimiento de “envidia” respecto del
varón, en algunas corrientes feministas, en cuanto que él no tiene que “asumir las
consecuencias” de la sexualidad, esto es, de la nueva vida concebida.
Por lo mismo, no se es consciente (o no se quiere serlo) de los efectos que en el propio ser
humano puedan tener estas nada insustanciales “modificaciones” que se introducen en el
orden natural de las cosas, con lo cual, como se ha mencionado, se da la impresión de que
“existiéramos en el vacío”. Y esto no deja de ser paradójico, se insiste, si se considera que
al mismo tiempo, existe un poderoso despertar ecológico y además, que en muchos sectores
tiende a considerarse al hombre sólo como una parte más de la propia naturaleza, porque
como también se advertía, él mismo no parece tener ningún “orden ecológico”. Esto es, se
exalta a la naturaleza, se aboga por una “vuelta a lo natural”, pero si lo pensamos bien, no
hay ningún uso más “antinatural” de la sexualidad, que aquel que pretende, por vía
artificial, eliminar sus efectos mediante la anticoncepción. Más aún: dadas así las cosas,
este efecto natural de la sexualidad es visto incluso como una maldición, como un “peligro”
que hay que evitar a toda cosa, lo que no deja de tener otras consecuencias bastante graves,
como se verá dentro de poco.
A la vez, como se decía también más arriba, puesto que se pretende que todo emane del
propio sujeto, si antes existía algún tipo de reparos (de “remordimiento”) en cuanto al uso
de la sexualidad en varios sectores, fruto de perseverar en la misma conducta, se ha ido
perdiendo este “aviso” de la conciencia, al haberse adormecido ésta. Y lo anterior ha
ocurrido no sólo a nivel individual, sino también a nivel social o colectivo. Incluso se está
asistiendo actualmente a la paradoja que este nuevo modo de concebir la sexualidad, en que
se miran sus efectos naturales como una lacra y que por lo mismo, se intentan evitar a toda
costa, es considerado como lo “correcto”. En efecto, hoy muchos sectores no conciben la
sexualidad sin anticoncepción, al punto que se habla a su respecto de “sexo seguro”. En
consecuencia, la sexualidad realmente natural, aquella abierta a la procreación (su fin
fundamental), es considerada casi como una maldición, un peligro, como “sexo inseguro”,
podría decirse, lo cual no puede estar en mayor desacuerdo con este despertar ecológico al
cual se ha hecho referencia.
A tal punto llega el absurdo, que se daría la paradoja, a la luz de este enfoque, que todo el
uso que se le ha dado a la sexualidad antes de la aparición de los anticonceptivos, tendría
que ser considerado un uso “irresponsable” de la misma.
Por igual motivo, es cada vez más difícil abordar este tema, porque se lo pretende un
espacio “vacío” de cualquier normativa, sea jurídica o moral, salvo, como se dijo, aquella
que la potencie más. Es por eso que la moral y el Derecho han sufrido, por decirlo en cierta
manera, una “retirada” de esta materia, a la vez que ha existido una “regulación” a su
respecto para dar cabida a situaciones nuevas.
128
En el fondo, esto arranca de nuevos “valores”, entendidos como ideales de vida, proyectos
vitales, que se han asumido, por regla general, en buena parte de nuestra sociedad. Si al
mismo tiempo el Derecho y la moral se pretenden una mera construcción humana, emanada
únicamente de su propio querer, no nos extrañemos que ellos sufran modificaciones nada
despreciables en su contenido, y que por lo mismo, las consecuencias se acumulen ante
nuestros ojos.
Lo que ocurre aquí es que al intentar separar la sexualidad de su finalidad última, cual es la
procreación, se está buscando dicha sexualidad para otra cosa, con otro fin. Este fin
pareciera ser simplemente, el placer que ella misma produce. De este modo, el gran placer
que ella lleva implícito (que pretende facilitar la procreación), es puesto, en el fondo, como
la finalidad de la sexualidad, como su razón de ser, y lo que en verdad es su objetivo último
–la procreación–, como un efecto no deseado, como una maldición, casi como una “falla”
de la naturaleza, lo cual se vincula a esta desvalorización de la maternidad, según se ha
comentado [34].
Sin embargo, dígase lo que se diga, la realidad está ahí, esperándonos. Los efectos de esta
desregulación de la sexualidad son muchos y profundos. Con todo, y por razones de
espacio, varios de ellos sólo se dejarán enunciados.
Un primer efecto evidente de este nuevo modo de enfocar la sexualidad, en que ella se
justifica a sí misma por medio del placer que produce, es que toda forma de sexualidad será
igualmente válida. Esto significa que la satisfacción del deseo sexual puede comprender a
personas del mismo o de distinto sexo, lo cual, precisamente, ha ido de la mano con la
retirada de la normativa ética y jurídica respecto de la homosexualidad. Más aún, como la
labor normativa apunta a quitar los anteriores obstáculos, que pretendían impedirla o al
menos aminorarla, actualmente se está asistiendo a una homologación, total en algunos
casos, entre la relación hétero y homosexual. De ahí que se regulen este tipo de uniones e
incluso se llegue a hablar de “matrimonio” a su respecto. Con todo, si realmente se trata de
un campo que está más allá de la moral y del Derecho (al menos, de los tradicionales), si
realmente es un comportamiento “neutral” o “vacío”, no cabe duda que la adopción de
menores por parejas de esta especie se presenta como la consecuencia lógica a partir de
estas premisas. Por igual motivo, conductas que aún pueden llamar nuestra atención
129
(“remorder”), como son la pedofilia, la zoofilia o incluso la necrofilia, no tienen, así las
cosas, manera de ser consideradas “malas”, salvo cuando se fuerce a alguien, cuando se
violente su propia conciencia individual. En igual orden de cosas, limitaciones como la
calificación cinematográfica, o la prohibición a ciertos grupos de personas (por lo general
en atención a su edad) de espectáculos o lugares determinados, termina a la postre de tener
cualquier sentido. Si la sexualidad, centrada en el placer que produce es completamente
artificial, plástica, “construida”, en realidad la conducta más coherente con este nuevo
orden de cosas, con estos nuevos valores del “género”, es que el individuo inicie cuanto
antes, y con la mayor libertad posible su vida sexual, para muchos, al parecer, la razón
última de la existencia humana.
Por igual motivo, la institución matrimonial, tal como era entendida de manera tradicional,
sufre una evolución considerable. En efecto, si la sexualidad es abordada desde esta
perspectiva, parece absurdo o incluso infundado tener que unirse a una persona por el resto
de la vida, porque no siempre estará en condiciones de satisfacer las perspectivas sexuales
de la otra, sin perjuicio que se esgriman también otros motivos para justificar esto. De ahí
que el divorcio sea visto como un paso lógico, para intentar adaptar esta institución a los
nuevos tiempos.
Una segunda consecuencia, y de las más graves dentro de las varias que existen, es que si la
sexualidad se justifica sólo o prioritariamente en cuanto al placer que ella misma produce
(lo cual a su vez ha sido en parte posible y facilitado por la anticoncepción, sea ésta
mecánica o química, que “burla” la naturaleza, impidiendo sus efectos normales), como la
finalidad natural de la sexualidad es la procreación, por mucho que se la quiera impedir, no
es nada improbable que las vallas que la técnica pretende colocar fracasen, no den
resultado, esto es, que no impidan el surgimiento de una nueva vida.
130
Es por eso que la salida ante este “entuerto” aparece bastante clara: el aborto. Como en
muchas ocasiones el hijo llegará de todos modos, por muchos medios que se pongan para
evitarlo, de acuerdo a esta mentalidad, no queda otra vía que el aborto, esto es, poner fin a
la vida de ese nuevo ser humano inocente. Por tanto, la mentalidad abortista es una clara
consecuencia de la previa mentalidad anticonceptiva. Al haberse cambiado de tal forma la
manera de comprender y utilizar la sexualidad, el aborto, antes considerado un crimen (y
regulado por el Derecho), pasa a ser, curiosamente, una prerrogativa, un derecho, un uso
más de la propia libertad.
Tal vez aquí radique una de las mayores pruebas de cómo, por regla general, el Derecho
tiene, al menos en parte, un carácter instrumental, esto es, que puede ser utilizado para
varios fines, dependiendo de las valoraciones que existan como telón de fondo en una
sociedad determinada. Es decir, los valores, las aspiraciones de un buen sector de la
sociedad han cambiado a tal punto, que lo que antes era considerado un crimen, pasa a ser
ahora lo correcto, un derecho, y su no “reconocimiento” es lo que pasa a ser considerado a
su vez, un crimen.
131
es que esa ha sido sólo la excusa para introducir el aborto, primero con causales (que
muchas veces nadie puede siquiera controlar), para posteriormente darle plena cabida,
incluso por considerar que cualquier aborto es “terapéutico”, entendido que la “salud” de la
madre se ve afectada simplemente por el hecho de “no desear” dicho embarazo.
Por igual motivo, se intentará por todos los medios, quitarle el estatuto de persona al
embrión, en alguna o incluso en todas sus etapas de desarrollo. De ahí, por ejemplo, la
actual discusión de cuándo comienza el embarazo, si en la concepción o en la anidación. En
realidad, una vez que se ha metido mano en este reconocimiento del estatuto de persona
(precisamente por pasar del auténtico “reconocimiento” al simple “otorgamiento” de dicha
calidad, dependiendo del querer y de las conveniencias), van surgiendo todo tipo de teorías
que inevitablemente conducen a reducir los cada vez menores reparos éticos y jurídicos que
para muchos ocasiona un aborto. De ahí que se asista a una completa devaluación del
embrión y del feto por muchas vías, pero que apuntan, fundamentalmente, a la falta de
desarrollo en algún aspecto suyo que en ese momento es tomado por fundamental (sistema
nervioso, figura, sentidos, capacidad de sobrevivir fuera del vientre materno, etc.), con lo
cual se está haciendo depender el ser del tener, la sustancia de un accidente [37].
Mas, de ser plenamente consecuentes con estas premisas, no habría tampoco motivo alguno
para condenar el infanticidio, por ejemplo. Desde el momento en que la calidad de persona
deja de ser algo “reconocido”, para convertirse en algo solamente “otorgado”, da lo mismo
cuándo sea “otorgada” esta prerrogativa, porque en el fondo, hemos arribado al reino de la
fuerza, de la imposición de unos sobre otros [38]. Es por eso que cada vez se oye con más
frecuencia la diferencia entre hijos (o embarazos) “deseados” y “no deseados”. Lo cual no
deja de ser paradójico (y patético), si al mismo tiempo se aboga por la igualdad de todos los
hombres, condenándose las discriminaciones por posición social, riqueza o sexo en razón
de su injusticia, puesto que aquí se está introduciendo una desigualdad mucho más radical
entre seres humanos, que hace que unos valgan tanto más que otros, que los menos valiosos
resultan “prescindibles”. O dicho de otro modo, la dignidad humana se hace depender de un
querer, lo que no puede sino guardar absoluta relación con esta moral “construida” a la cual
se ha hecho referencia.
Esto no deja de ser paradójico, se insiste, en esta época, que se vanagloria del respeto del
derecho a la vida (por ejemplo, aboliendo la pena de muerte), y que a la vez se preocupa de
otros derechos “fundamentales” (muchos de los cuales no lo son, ciertamente) a costa de la
vida de algunos de sus miembros. Esta es, se insiste, una de las consecuencias más graves
del problema que estamos abordando, y que dejamos en parte para las conclusiones.
132
Una tercera consecuencia apunta a que si la sexualidad ha perdido su cauce, la procreación
misma se verá fuertemente afectada. Aquí el problema es múltiple, pero sólo se comentarán
algunos aspectos.
Tal vez el mayor de todos sea el descenso demográfico que presentan varios países
desarrollados y no tan desarrollados, en particular en Europa. No cabe duda que existen
otros factores, pero también no hay que ser muy suspicaz para darse cuenta que esta
alteración de la sexualidad (y de la familia) ha contribuido, y no poco, a esta situación. Y
aquí es donde se da, como en otras ocasiones, este fenómeno que también comentábamos:
el de no estar dispuestos a ver los reales efectos de este modo de proceder. Resulta evidente
que una población que no se reproduce lo suficiente, está extinguiéndose, está
aniquilándose a sí misma. Ya se alerta hace tiempo de los problemas que esto representa
para el Estado de Bienestar, puesto que la economía tiene sus reglas, o si se prefiere, la
magia no existe. En parte, este inconveniente se intenta paliar mediante la inmigración, lo
cual de paso, no deja de tener otros efectos negativos.
Sin embargo, lo más llamativo es que Europa sobre todo, pareciera no darse cuenta de que
está cavando su propia tumba. Algo similar a lo que preveía Marx respecto del capitalismo,
cuando señalaba que de manera inevitable el proletariado se levantaría contra la burguesía,
sencillamente porque la situación se tornaría intolerable. Aquí sí que la situación parece no
tener salida (a diferencia de lo previsto por Marx, que, como se sabe, no se cumplió), a
menos que se considere una “salida” el reemplazo de la población autóctona de Europa por
otra foránea, que pasará a tomar su lugar (y que no deja de tener cierta analogía con la
predicción marxista, si consideramos a la población europea como la “burguesía” y a la
extranjera, como el “proletariado”, lo cual, curiosamente, no está tan alejado de la realidad).
En el fondo, esto es una especie de suicidio cultural, el ocaso de una civilización, que ya no
tiene la fuerza suficiente para seguir viviendo, y viene a ser reemplazada por otra.
Para ir terminando estas reflexiones, sólo se dejará constancia de otros dos problemas que
aquí sólo quedarán planteados, con un breve comentario.
133
transmitiendo a una velocidad pavorosa, pese a todos los anticonceptivos que se reparten
por doquier, pretendiendo que en ellos está la solución a este mal. Y lo mismo puede
decirse respecto de las restantes enfermedades de transmisión sexual.
¿Qué es lo que parece ocurrir? Sencillamente, que fruto de esta alteración del uso natural de
la sexualidad, que ha conducido a una enorme promiscuidad, la realidad se ha visto de tal
manera violentada, que sus efectos nos golpean, lo queramos o no. O si se prefiere, esto
podría ser muy bien considerado un “desequilibrio ecológico” de la sexualidad. Ha tenido
que pasar tiempo para que el hecho llegara a nosotros, pero parece que se necesita más
tiempo para querer darse cuenta del real problema y de que por el actual camino no estamos
haciendo otra cosa que empeorar las cosas.
En todo caso, esto no hubiese sido posible, al menos en parte, sin la irrupción de la
mentalidad abortista. En efecto, desde el momento en que se devaluó al embrión, al punto
de no considerarlo un ser humano, se abrió la puerta para todo esto; lo cual es lógico,
porque si el embrión deja de tener el estatuto de persona, pasa a ser un simple “objeto”,
manipulable a voluntad. Y aunque existan en un principio las mejores intenciones, ya no es
posible, así las cosas, decirle “no” a una serie de otras prácticas que por ahora –aunque no
sabemos hasta cuándo– hieren nuestra conciencia. Por igual razón, hoy se está haciendo
cada vez más común oír hablar del “derecho” al hijo, sin considerar que sólo pueden
tenerse reales “derechos” sobre las cosas, no sobre las personas.
Se insiste, la problemática es bastante más amplia, y los casos que se han tocado aquí
apenas han sido abordados. Con todo, se puede concluir que la moral humana es sistémica,
esto es, que constituye un todo. De esta manera, si se afecta una de sus partes, se la
terminará alterando en su totalidad. No otra cosa es lo que pareciera explicar cómo a partir
de la deformación de la sexualidad, las consecuencias se van ramificando hacia áreas que
en un principio se creían independientes de ella. O dicho de otro modo: parece imposible
134
seguir siendo “los mismos”, si un campo tan fundamental para el hombre como el de la
sexualidad, es “sacado de la ética”, como se pretende, porque ello equivale a replantear por
completo dicha ética, cuando no una verdadera autodestrucción de la misma, motivada por
su carácter autónomo y voluntario, puesto que así “no obliga” realmente.
De lo que no queda ninguna duda es de los efectos de nuestras propias acciones, que se
acumulan ante nuestros pies, y de cómo estos nuevos valores, construidos por nosotros,
afectan a la moral y al Derecho vigentes, aún a costa de la realidad más elemental. Por lo
mismo, es una muestra de cómo la sexualidad se está convirtiendo en un terreno en el cual
es cada vez más difícil alzar la voz, puesto que aún con todo lo que se ha comentado hasta
aquí, en muchos casos no estamos dispuestos a aceptar estas evidencias, y actuamos lisa y
llanamente como si no existieran. Por eso se ha dicho que es como si el hombre quisiera
conformar su propia realidad, ser su propio dios [41].
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Algunas conclusiones
Llegados hasta aquí, la verdad es que no puede dejar de sentirse una profunda desolación
por lo que hemos venido comentando. Sin embargo, son simplemente las constataciones
realizadas, los fenómenos observados. Tal vez la clave de esta cuestión radique, en el
fondo, en sabernos limitados, finitos, lo cual conlleva que estamos inmersos en una realidad
que no hemos creado, sino de la cual sólo somos partícipes y de la que no podemos escapar.
O si se prefiere, más que un problema intelectual, pareciera que se trata de uno atingente a
la voluntad, al querer: en otras palabras, a estar dispuestos a aceptar los datos, la realidad
misma, o si se prefiere, la verdad de las cosas, nos gusten o no, nos convengan o no. De lo
contrario, no estamos haciendo más que engañarnos a nosotros mismos, y en el fondo, no
estamos dispuestos a llegar a la verdad última de la cuestión. Curiosa “verdad”, sería
aquella que sólo estuviésemos dispuestos a aceptar si concuerda con nuestros deseos.
Y de ser auténticos, no cabe una postura distinta a aquella que defiende la vida humana
inocente como valor fundamental. Teniendo claro esto, es posible tener un punto de apoyo
lo suficientemente sólido para construir una ética y un Derecho mínimos que permitan de
verdad la mutua convivencia, respetándonos todos, al reconocer nuestra esencial igualdad.
Dicho de otro modo: si realmente somos auténticos con el genuino espíritu y práctica de los
derechos humanos (y en particular, del derecho a la vida), constituye un requisito esencial e
inamovible tomar como punto de partida la esencial igualdad del género humano. O si se
prefiere, siguiendo a Spaemann, a reconocerle a todo individuo, cualquiera sea su edad,
sexo estirpe o condición, no sólo su carácter de ser humano y persona (que coinciden), sino
además, su carácter de titular de estos mismos derechos humanos. Es decir, que si
realmente creemos en estos derechos humanos, esto obliga a reconocérselos a todos, por el
sólo hecho de pertenecer a la especie homo sapiens. Por lo mismo, cualquier tipo de
limitación a la vida (temporal, por razones de salud, etc.) resultará siempre y sin excepción,
completa y absolutamente ilegítima.
135
En realidad, el razonamiento de Spaemann es más profundo, porque para la subsistencia
misma de los derechos humanos, es imprescindible que nadie, ni siquiera una mayoría,
pueda estar en condiciones de desconocer dichos derechos de cualquier individuo de la
especie humana. Al revés, si algunos se sintieran con la atribución de determinar quiénes
“tienen” derechos humanos y quiénes no, habríamos terminado con esta noción de raíz. En
consecuencia, si realmente son lo que son estos derechos –al menos en su manifestación
más básica, cual es el derecho a la vida–, requieren de un cierto carácter “intocable”,
“absoluto” o “indisponible”, incluso para su mismo titular. En caso contrario, terminan
siendo una farsa, una imposición de los fuertes sobre los débiles, a lo sumo, unos “edictos
de tolerancia revocables” [42], con lo cual de “derechos humanos”, sólo les queda el
nombre [43].
Esto conlleva un cambio radical en nuestro modo de pensar y de obrar. Puede parecer una
quimera, pero aparentemente no tenemos otra salida, si en verdad queremos seguir
conservando y siendo coherentes con los auténticos derechos humanos.
En realidad, la razón es más profunda, porque aún si no hubiese existido este concepto, que
fue acuñado por la Ilustración (bajo la denominación “derechos del hombre”), en último
término es la realidad misma la que clama por el respeto de sus reglas, de su modo de ser, o
si se prefiere, la que tiene carácter normativo, siendo por ello, un límite a nuestro querer.
Tozuda realidad, sin duda alguna, que no se deja engañar, y que frente a nuestros intentos
por burlarnos de ella, no perdona nunca.
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Notas
[1] . Cfr. Kelsen, Hans, Teoría pura del Derecho, México, Porruá, 8ª ed., 1995, traducción
de Roberto J. Vernengo, pp. 71-82, Bobbio, Norberto, El positivismo jurídico, Madrid,
Debate, 1993, traducción de Rafael de Asis Roig y Andrea Greppi, pp. 113-126, Hart, H. L.
A., El concepto de Derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1977, traducción de Genaro R.
Carrió, pp. 229-261.
[2]. Cfr. Massini-Correas, Carlos Ignacio, El derecho natural y sus dimensiones actuales,
Buenos Aires, Editorial Ábaco de Rodolfo Depalma, 1999, pp. 87 y 92-94; Lombardi
Vallauri, Luigi, “Derecho natural”, en Massini-Correas, Carlos I. (compilador) El
iusnaturalismo actual, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1996, traducción de Carlos I.
136
Massini-Correas, pp. 165; Viola, Francesco,
Dirittidell’uomodirittonaturaleeticacontemporanea, Turín, Giappichelli, 1989, p. 31.
[6]. Bobbio, N., El tiempo de los derechos, Madrid, Sistema, 1991, traducción de Rafael de
Asís Roig, p. 56.
[7]. Cfr. Bobbio, N., Elogio de la templanza y otros escritos morales, Madrid, Temas de
Hoy, 1997, traducción de Francisco Javier Ansuátegui Roig, pp. 98-99.
[8]. Cfr. Rodríguez Luño, Ángel, Ética general, Pamplona, Eunsa, 1993, 2ª ed. revisada, pp.
190-216; Yepes, Ricardo, Aranguren, Javier, Fundamentos de Antropología. Un ideal de la
existencia humana, Pamplona, Eunsa, 4ª ed., 1999, pp. 157-179.
[9]. Cfr. Ibid, p. 22; Ayllón, José Ramón, En torno al hombre, Madrid, Rialp, 1998, 6ª ed.,
p. 46.
[10]. Cfr. Bobbio, N., Teoría general del Derecho, Madrid, Debate, 1991, traducción de E.
Rozo Acuña, p. 121.
[11]. Cfr. Por eso Bobbio señala que la sanción moral es “escasamente eficaz” (ibid, p.
121).
[12]. Cfr. Spaemann, Robert, “La naturaleza como instancia de apelación moral”, en
Massini C., (Compilador), El iusnaturalismo actual, cit., pp. 350-351.
[13]. Cfr. Pieper, Josef, Las virtudes fundamentales, Bogotá, Rialp-Printer, 1988, p. 100.
[14]. Hay otros aspectos que no se mencionan aquí, dentro de esta compleja e inevitable
situación. Piénsese, por ejemplo, en la interpretación de las normas jurídicas, en que las
valoraciones y convicciones personales del intérprete cumplen un papel fundamental en la
determinación del sentido de dicha normativa, que dista mucho de tener una significación
cerrada o unívoca, como usualmente se pretende.
Sobre esto, cfr. Bobbio, N., Contribución a la Teoría del Derecho, a cargo de Alfonso Ruiz
Miguel, Valencia, Fernando Torres-Editor 1980, pp. 201-224; Guastini, Riccardo,
“Norberto Bobbio, teorico del diritto (III) 1966-1980”, en Materialli per una
137
StoriadellaCultura Giuridica, vol. X, Bolonia, IlMulino, 1980, pp. 485-486; Pattaro, Enrico,
“Il positivismo giuridicoitaliamodellarinascitàallacrisi”, en AA, VV., Diritto e analisi del
linguaggio, a cargo de UbertoScarpelli, Milán, Comunità, 1976, pp. 481-482.
[15]. Cfr. Kelsen, H., Teoría pura del Derecho, cit. pp. 83-105 especialmente, Bobbio, N.,
Giusnaturalismo e positivismo giuridico, Milán, Comunità, 1977, 3ª ed., pp. pp. 215-217.
[16]. Cfr. Massini, C., La falacia de la falacia naturalista, Mendoza, Idearium, 1995,
passim, D’Agostino, F., Filosofia del Diritto, cit., pp. 87-99; Spaemann, R., “La naturaleza
como instancia de apelación moral”, cit., pp. 348-356; Kalinowski, Geroges, “Sobre la
relación entre el hecho y el Derecho”, en Massini, C. (Compilador), El iusnaturalismo
actual, cit., traducción de C. I. Massini, pp. 147-159; García-Huidobro, Joaquín, “La «is-
oughtquestion» y el valor del argumento de la perversión de las facultades naturales”, en
Persona y Derecho, Pamplona, Universidad de Navarra, vol. 29 (1993), pp. 167-179.
[17]. Cfr. en parte, Pattaro, E., Elementos para una teoría del Derecho, Madrid, Debate,
1985, traducción y estudio preliminar de Ignacio Ara Pinilla, pp. 43-50.
[19]. En caso de que no existiera una sanción, no estaríamos en presencia de una norma,
sino de otro tipo de prescripción, como un consejo o un ruego. Toda norma lleva
necesariamente una sanción aparejada, incluso aquellas de tipo permisivo –que en principio
parecieran no tenerla–, porque por lo general, permiten hacer algo sólo de cierta manera, o
habiéndose cumplido tales o cuales requisitos, motivo por el cual existe, junto a ellas, un
mandato o prohibición implícito, que en caso de incumplimiento, sanciona, precisamente,
impidiendo dicha permisión. Y desde otro punto de vista, la norma permisiva que faculta a
su titular para hacer o no hacer algo, al mismo tiempo obliga al resto a reconocer o acatar
dicha acción u omisión. Aquí también existe, como se ve, un mandato o prohibición oculto,
donde la sanción resulta evidente.
[20]. Siguiendo a Kalinowski, cfr. Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones
actuales, cit., p. 147.
[21]. Cfr. Vicente Arregui, Jose; Choza, Jacinto, Filosofía del hombre, Madrid, Rialp, 1995,
pp. 55-63, Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones actuales, cit., pp. 106-107,
D’Agostnino, F., Filosofia del Diritto, cit., pp. 93-98; Lombardi Vallauri, L., “Derecho
natural”, cit., p. 164, Spaemann, R., “La naturaleza como instancia de apelación moral”,
cit., pp. 351-356.
[22]. Comenta esto, entre otros temas de los “actuales” derechos humanos, Massini, C., Los
derechos humanos en el pensamiento actual, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1994, pp. 169-
177.
138
[23]. Cfr. Possenti, Vittorio, “¿Es el embrión persona? Sobre el estatuto ontológico del
embrión humano”, en Massini, C. I.; Serna, P., (Eds.), El derecho a la vida, Pamplona,
Eunsa, 1998, pp. 116-127.
[24]. Cfr. Ballesteros, Jesús, Sobre el sentido del derecho. Introducción a la filosofía
jurídica, Madrid, Tecnos, 1984, pp. 24-29; Spaemann, Robert, “La naturaleza como
instancia de apelación moral”, cit., pp. 351-361; Lombardi Vallauri, L., “Derecho natural”,
cit., p. 164.
[25]. Cfr. Massini, C., “El derecho a la vida en la sistemática de los derechos humanos”,
Massini, C. I.; Serna, P., (Eds.), El derecho a la vida, cit., pp. 179-222.
[26] Cfr. Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones actuales, cit., pp. 24-25, 41-42,
110 y 205; Serna Bermúdez, Pedro, “Algunas reflexiones sobre el iusnaturalismo”, en
Massini, C., (Compilador), El iusnaturalismo actual, cit., pp. 299-320; Viola, F.,
Dirittidell’uomodirittonaturaleeticacontemporanea, cit., pp. 41-44 y 51-52.
[27]. Cfr. Spaemann, R., “La naturaleza como instancia de apelación moral”, cit., pp. 348-
361, en particular, pp. 360-361; D’Agostino, F., Filosofia del Diritto, cit., p. 116.
[29]. Cfr. Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones actuales, cit., pp. 21-24, 41-42
y 124; Viola, F., Dirittidell’uomodirittonaturaleeticacontemporanea, cit., p. 30.
[31]. Cfr. Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones actuales, cit., pp. 24-25.
[32]. Ya Villey, aunque desde otra perspectiva, hablaba a este respecto de una verdadera
“inflación” de derechos (cfr. Villey, Michel, Estudios en torno a la noción de derecho
subjetivo, Valparaíso Edeval, 1976, pp. 241 y ss).
[33]. Cfr. García-Huidobro, Joaquín, Massini, Carlos Ignacio, Bravo Lira, Bernardino,
Reflexiones sobre el Socialismo-Liberal, Santiago, Editorial Universitaria, 1988, pp. 143-
152.
[34]. A un argumento muy parecido, aunque referido al comer como actividad humana,
llega Spaemann, R., “La naturaleza como instancia de apelación moral”, cit., pp. 356-360.
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[35]. Cfr. Corral Talciani, Hernán, Familia y Derecho. Estudio sobre la realidad jurídica de
la familia, Santiago, Universidad de los Andes , Colección Jurídica, 1994, pp. 30 y 48-51.
[36]. En realidad, el único método completamente seguro para evitar la procreación, usando
a destajo la sexualidad, es la esterilización. Con todo, se está tratando a la capacidad
generativa del ser humano como una enfermedad, como un tumor o quiste que hay que
extraer, casi como una falla de la propia naturaleza, lo que no puede ser más absurdo. Una
prueba más de la división entre res cogitans y res extensa a la que se hacía referencia.
[37] . Cfr. Massini, Carlos; Serna, Pedro, “Introducción”, a Massini, C. I.; Serna, P., (Eds.),
El derecho a la vida, cit., p. 16; Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones actuales,
cit., pp. 209-215; Possenti, V., “¿Es el embrión persona? Sobre el estatuto ontológico del
embrión humano”, cit., pp. 123-128.
[38]. Cfr. Serna, P., “El derecho a la vida en el horizonte cultural europeo de fin de siglo”,
en Massini, C. I.; Serna, P., (Eds.), El derecho a la vida, cit., pp. 23-79.
[39]. Cfr. Serna, P., “La reproducción asistida”, en Revista Clínica Española, vol. 203,
extraordinario Nº 1, marzo 2003, pp. 60-66; Serna, P., “El derecho a la vida en el horizonte
cultural europeo de fin de siglo”, cit., p. 28.
[40]. Cfr. García-Huidobro, J.; Massini, C.; Bravo, B., Reflexiones sobre el Socialismo
Liberal, cit., p. 56, Possenti, V., “¿Es el embrión persona? Sobre el estatuto ontológico del
embrión humano”, cit., pp. 116-127.
[41]. Cfr. García-Huidobro, J.; Massini, C.; Bravo, B., Reflexiones sobre el Socialismo
Libertal, cit., p. 117; Serna, P., “El derecho a la vida en el horizonte cultural europeo de fin
de siglo”, cit., pp. 23 y 47.
[42]. Spaemann, ., “Sobre el concepto de dignidad humana”, en Massini, C. I.; Serna, P.,
(Eds.), El derecho a la vida, cit., p. 82.
[43]. Cfr. Ibid, pp. 98 y ss; Spaemann, R., “La naturaleza como instancia de apelación
moral”, cit., pp. 362-363; Serna, P., “El derecho a la vida en el horizonte cultural europeo
de fin de siglo”, cit., pp. 23-79, 29 y 63-64; Serna, P., “Algunas reflexiones sobre el
iusnaturalismo”, cit., p 311; Massini, C., El derecho natural y sus dimensiones actuales, cit.,
pp. 214-215 y 225-226
[44]. Cfr. ibid, pp. 218-225; Spaemann, R., “Sobre el concepto de dignidad humana”, cit.,
pp. 87-88; y por negación, Massini, C; Serna, P., “Introducción”, a en Massini, C. I.; Serna,
P., (Eds.), El derecho a la vida, cit., pp. 13-14.
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