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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

(Universidad del Perú, DECANA DE AMÉRICA)


FACULTAD DE MEDICINA

ESTUDIOS GENERALES

Asignatura:
Formación Personal Humanística
Formación personal humanística

LECTURA 7

Continuamos ahora con esta lectura en torno a las teorías sobre la ética, término con el
cual coloquialmente enunciamos un comportamiento deseable en todo ser humano. Ética
es una palabra de uso frecuente en la sociedad actual, aunque más que por su presencia,
justamente por su falencia en el comportamiento humano. Exigimos continuamente un
comportamiento ético de nuestras autoridades y gobernantes, pero esto se extiende
también a las demás personas y, particularmente en nuestro caso, se exige a quienes nos
dan los cuidados para nuestra salud y nuestra vida.

Una breve historia de la ética

Si bien existe evidencia en antiguos escritos como en los papiros egipcios y en Mesopotamia, como
en el Código de Hammurabi, de una preocupación por establecer reglas de conducta que resulten
buenas y adecuadas para una mejor convivencia, se considera que fueron los filósofos griegos
quienes iniciaron la ética como una actividad de reflexión filosófica. Así, Aristocles de Atenas (427-
347 a.C.), más conocido por su sobrenombre “Platón” y su discípulo Aristóteles de Estagira, fueron
dos de los filósofos que se preocuparon de reflexionar sobre qué era lo que era verdaderamente
bueno o correcto y qué lo malo o incorrecto, buscando establecer que bueno o correcto sería
aquello que beneficiaba a todos. Ya Sócrates, maestro de Platón, había señalado que la reflexión
era necesaria para la búsqueda del verdadero bien, desarrollando la mayeútica (etim. técnica de
asistir en los partos) como método pedagógico de diálogo participativo y activo para que a través
de preguntas del maestro el discípulo vea la luz, descubra el conocimiento, en forma análoga en
que la partera asiste el parto de una gestante conduciendo el nacimiento de un nuevo ser. De tal
método dan cuenta dos obras de su discípulo Platón, El Banquete y Teeteto. De aquí, es que
mediante la razón y la inteligencia reflexivas empieza a pensarse en valores absolutos como el bien,
la justicia y la felicidad.

Por su parte, Aristóteles añade un aspecto fundamental para la historia de la ética, indicando que
el hombre no está hecho solo de una parte racional, sino que también existe en él otra parte
esencial, la de las pasiones y los deseos. Aristóteles definía a ética como una ciencia prudencial (de
Phronesis = prudencia) siendo la prudencia la acción de medir las consecuencias de nuestros actos.
Para él, hay dos tipos de fines, uno subjetivo: que es la felicidad y el buen vivir, determinado
subjetivamente por cada uno de nosotros. Pero luego, existe un fin último objetivo, universal e
inmutable, que es el bien.

Durante la Edad Media, la escolástica medieval como corriente teológico-filosófica desarrolló una
ética profundamente teocéntrica, donde el rol de la fe mantuvo preeminencia sobre la razón. Uno
de sus más destacados representantes, el fraile y teólogo católico Tomás de Aquino (1225-1274),
fusionó el pensamiento griego con la doctrina cristiana desarrollando una ética religiosa, según la
cual la felicidad como bien máximo se equipara con Dios, y para alcanzarla, es necesario cumplir

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con nuestros deberes y obedecer las leyes que nos indican qué es lo bueno y qué es lo malo.

El advenimiento del renacimiento y la edad moderna significó un replanteamiento en todo orden


de cosas que colocó al hombre como centro. Ahora la ética se dirigirá al estudio de la moral, del
deber y de lo que bueno para la convivencia y la felicidad en el mundo terrenal. Al subrayar que la
razón es la única fuente del conocimiento, el filósofo, físico y matemático francés René Descartes
(1596-1650), sienta las bases de una ética racionalista completamente separada de la religión. Para
fines del siglo XVIII surgirá en Alemania la ética kantiana y en Inglaterra la ética utilitarista que
tendrá luego un rol central que trataremos más extensamente por su importancia. En el siglo XX
destaca el filósofo alemán Max Scheler (1874-1928) quien desarrolló una fenomenología de los
valores. Scheler sostiene que todos tenemos una cualidad inherente para diferenciar el bien del
mal y de actuar con base en ello, afirmando que los valores (invariables y eternos) son
independientes de los bienes, tangibles y existentes, que solo serían sus portadores
circunstanciales.

Ética, moral y ley


Si se parte de la etimología de las palabras ética y moral, se encuentra que son términos que tienen
un mismo significado, ya que si bien la palabra “ética” tiene su origen en el vocablo griego ethos y
“moral” deriva del latino mos – moris, su traducción es similar: "hábito", "costumbre", "carácter"
o "modo de ser", “estar acostumbrado”1,2. Desde este punto de vista, como señalan Simón Lorda
y col. “La ética o moral tiene que ver en primer lugar, con la forja de un buen carácter, de una
forma de ser y estar en la vida, que nos capacita para adoptar buenas decisiones… es tratar de ser
mejores uno mismo cada día… ser excelente no es ser mejor que otros, es tratar de ser hoy mejor
que lo que fui ayer”.

Pese al mencionado origen etimológico, diversos autores consideran necesario establecer


diferencias entre ambos conceptos. Así, hay quienes restringen el uso de “ética" para nombrar a la
parte de la filosofía dedicada a responder a la pregunta ¿qué es el bien? o ¿qué es el deber? en
tanto imperativos de la conducta humana, mientras circunscriben “moral" a conductas concretas
y cotidianas. Vista así, ética aludiría a las teorías sobre el bien y el deber, mientras moral aludiría a
las prácticas concretas del bien y de los deberes. No obstante, debe tomarse en cuenta opiniones,
como la de Ortiz Millán, para quien ambos términos son intercambiables y no es importante
diferenciarlos a menos que su uso distintivo vaya acompañado de una debida justificación, en todo
caso, lo significativo es evitar el error que por denominar una determinada conducta de “ética”
esta sea de considerada superior o inferior a otra calificada de “moral” o viceversa, o prescribir que
debamos comportarnos o vivir nuestra vida de un modo llamado “ético” y no de otro llamado
“moral”.

1
Simón Lorda, Pablo; Barrio Cantalejo, Inés M. Ética, Moral, Derecho y Religión. Un mapa de conceptos
básicos para entender la bioética clínica. Ética de los Cuidados. 2008 jul-dic;1(2).
2
Ortiz Millán G Sobre la distinción entre ética y moral ISONOMÍA No. 45, octubre 2016, pp. 113-139
Disponible en http://www.scielo.org.mx/pdf/is/n45/1405-0218-is-45-00113.pdf

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Como sostiene Román Maestre, los valores morales son culturales e históricos. Cada cultura y
época tienen su moral, por tanto, podemos decir que la moral tiene un carácter histórico, relativo
y que, de hecho, conviven muchas morales en cualquier época histórica. Esta diversidad no es
negativa en sí misma, ya que contrastar nuestros valores con otros de distintas culturas permite
singularizar nuestra identidad. La reflexión ética nos permite valorar hábitos, conductas y
determinar si son o no legítimos o correctos, es decir morales, mediante un proceso de tres pasos:

1. Tomar conciencia de los valores que hay detrás de los hábitos y conductas,
2. Hacer autocrítica, reflexionando sobre la razón de ser de los hábitos y de los valores que
hemos constatado, y
3. Según el juicio del segundo paso, abandonar, modificar o asumir el hábito o conducta con
plena convicción.

La ética no es mera especulación: “… tiene éxito cuando viene a convertirse en moral, en hábito, y
no se queda en las teorías, en una mera ética pensada3”.

Que un acto sea legítimo o moral no quiere decir necesariamente que sea legal, lo que nos conduce
a establecer las diferencias entre lo ético o moral y lo legal, es decir lo prescrito por la ley. Al
respecto Simón y col. sostienen que “las normas legales (leyes) no son más que un conjunto de
valores éticos juridificados, es decir, sometidos a un proceso social y político, el legislativo, que les
dota de una capacidad coactiva potencial que anteriormente no tenían. Este proceso ocurre cuando
una sociedad entiende que determinados valores éticos tienen una importancia crucial y merecen
un mecanismo de protección especial”4. De todo lo dicho se desprende que la norma moral o ética
tiene un imperativo de conciencia, que es de cumplimiento voluntario, que su violación tiene una
sanción que surge de la conciencia individual o colectiva y nada más; en tanto que la ley es de
cumplimiento obligatorio y su desacato tiene sanción por parte de los órganos de justicia del
Estado, es decir, tiene un carácter punitivo.

Debe así tenerse en consideración que, cada teoría ética es formulada dentro de un contexto
histórico determinado que pone de manifiesto una particular comprensión de la acción humana.
Así, en la medida que el contexto histórico, cultural, religioso, político y hasta tecnológico es
diferente, entonces, la comprensión ética de la acción también lo es. Por ejemplo, la acción en el
siglo XIII está mediada por la revelación cristiana, mientras que en el siglo XX se encuentra
empoderada por la mediación de la ciencia y la tecnología. La comprensión ética, por lo tanto, es
obviamente distinta. Por este motivo es tan importante para quien pretenda realizar una reflexión
y argumentación ética bien fundada el estudio de la historia de la filosofía moral. Esa historia pone
de manifiesto el extraordinario despliegue de un esfuerzo gigantesco por penetrar en el significado
moral de la acción humana y el tipo de problemas morales que se derivan de ella.5

3
Román Maestre B. “Problemas de los juicios morales, distinción entre ética y moral. Texto de la 1era.
Unidad del Master de Bioética del Instituto Borja. Barcelona, 2006; p.3
4
Simón Lorda y col. idem
5
Correa M. Teorías éticas

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En general, las teorías éticas intentan fundamentar o “dar razón” sobre las exigencias morales de
la acción humana. Sin pretender prescribir directamente qué es lo que debemos o no hacer en las
situaciones particulares que se ofrecen en diferentes campos de la actividad humana, las teorías
éticas, en cuanto normativas, pretenden fundamentar distintos marcos éticos de referencia desde
los cuales orientar mediatamente la toma de decisiones (una tarea que es fundamental para la
llamada ética aplicada). Hay muchas teorías éticas, las llamadas teorías éticas clásicas son aquellas
que fueron formuladas con anterioridad al siglo XX; entre ellas tenemos la de Aristóteles (s. IV a.C.),
Tomás de Aquino (s. XIII), Immanuel Kant (s. XVIII) y John Stuart Mill (s. XIX). Ciertamente que en
este periodo de tiempo hay muchos otros filósofos que realizaron importantes aportes al estudio
de la moral, pero estas podemos considerarlas como las teorías cardinales o los cuatro pilares de
la ética hasta nuestros días. Por otro lado, conviene llamar la atención sobre el tipo de acción y los
problemas a los cuales hicieron frente sus autores. En este punto, podemos sostener que sus
reflexiones éticas fueron fundamentalmente antropocéntricas, esto es, estaban centradas casi
exclusivamente en el ser humano y el tipo de problemas derivados de las relaciones humanas en
los ámbitos social, económico, político, cultural y religioso. Así, la ética que formularon tenía la
pretensión de convertirse en una guía adecuada para la vida personal y colectiva de los hombres
de su tiempo y sólo tangencialmente se ocuparon de otros asuntos. Toda la cuestión de la
moralidad, por lo tanto, queda estrechada en este tipo limitado de acción y sus problemas. De
todos modos, hay que dejar constancia de que un punto de inflexión en esta trayectoria es el
utilitarismo del siglo XIX, el cual incorporó dos temas ausentes hasta ese momento, tal como las
mujeres y los animales no humanos.

Pero, con el paso del tiempo, los contextos y las circunstancias cambian. Para un filósofo
contemporáneo como Hans Jonas, las éticas clásicas quedan eclipsadas ante los nuevos desafíos
que se plantean a la ética en virtud del poder alcanzado por la acción humana que se encuentra
mediada por la ciencia y la tecnología. Sobre este parecer hay que decir que Jonas tiene toda la
razón, ya que esta transformación cualitativa de la acción humana no fue contemplada, ni siquiera
prevista, por los filósofos anteriores al siglo XX. Sin embargo, como afirma el mismo Jonas, esto no
desacredita la validez de las éticas clásicas en nuestros días, y esto al menos por dos motivos. Por
un lado, porque sus postulados siguen estando vigentes para las relaciones humanas íntimas o
recíprocas con la misma fuerza e inmediatez que antiguamente. La búsqueda de una vida buena y
feliz o el esfuerzo por construir una sociedad cada vez más próxima a la justicia, constituyen
aspiraciones irrenunciables de ayer y de hoy; de ahí que aún sea posible extraer de ellas alguna
orientación para la acción. Por otro lado, y como corolario de lo anterior, cada una de las teorías
clásicas ha sido continuada, aunque con modificaciones, por las distintas versiones de las éticas
contemporáneas.6

Todo intento de esquematización implica necesariamente una simplificación de lo que las distintas
teorías postulan. No obstante, nos permiten tener una idea somera pero organizada de sus
principales aspectos y uno principalísimo es lo que cada una de ellas consideran el “valor” máximo.

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Correa M. idem

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¿Para qué sirve la ética?

La filósofa valenciana Adela Cortina intentado responder a la pregunta ¿Para qué sirve la ética? nos
dice: «A la ética le ocurre lo que a la estatura, al peso o al color, que no se puede vivir sin ellos.
Todos los seres humanos son más o menos altos o bajos, todos son morenos, rubios o pelirrojos,
todos pesan más o menos, pero ninguno carece de estatura, volumen o color. Igual sucede con la
ética, que una persona puede ser más moral o menos según determinados códigos, pero todas
tienen alguna estatura moral.»7 Es lo que algunos filósofos han querido decir al afirmar que no hay
seres humanos amorales, situados más allá del bien y del mal, sino que somos inexorablemente,
constitutivamente, morales. Lo inteligente es entonces intentar sacar el mejor partido posible a
ese modo de ser nuestro, del que no podríamos desprendernos, aunque quisiéramos; como es
inteligente tratar de aprovechar al máximo nuestra razón y nuestras emociones, la memoria y la
imaginación, facultades todas de las que no podemos deshacernos sin dejar de ser humanos. Igual
le ocurre a nuestra capacidad moral, que podemos apostar por hacerla fecunda, por sacarle un
buen rendimiento, o podemos dejarla como un terreno incultivado, con el riesgo de que algún
avisado lo desvirtúe construyendo en él una urbanización”.

Una de las formas en las que una persona puede hacer el mejor uso de su capacidad moral es,
como se ha dicho, empleándola para tomar las mejores decisiones tanto en la vida personal como
en la profesional y social. La capacidad moral será más eficaz para contribuir adecuadamente a la
toma de las mejores decisiones cuanto más educada, informada y ejercitada esté. Para el propósito
de esclarecer el método de tomar buenas decisiones los filósofos, desde hace más de dos mil años,
vienen elaborando teorías sobre qué es el bien, cuál es su naturaleza y como buscarlo.

En este punto, vamos a hacer -solo por razones metodológicas- exclusión de la teoría ética del gran
teólogo dominico del siglo XIII, Tomás de Aquino (1224-1274) que, en gran medida es continuador
de la ética aristotélica y usa sus categorías éticas fundamentales, tales como fin, bien, virtud y
felicidad, pero lo hace en el marco del gran acontecimiento histórico-cultural que constituye la
Revelación cristiana. Al igual que en Aristóteles, se trata de una ética teleológica, es decir, una ética
de fines. Para Tomás de Aquino, el fin que propone es la felicidad entendida en un sentido religioso-
trascendente que se denomina bienaventuranza eterna y que supone la realización del plan
salvador de Dios para sus criaturas. No es una ética de este mundo y para este mundo, como lo
plantea Aristóteles, sino una ética de este mundo para ganar el otro mundo, aquel que Dios tiene
preparado para sus criaturas.

Hay diversas clasificaciones de la ética, que es un terreno en revisión permanente, acorde con las
necesidades de su estudio o aplicación. Con esta necesaria acotación, entre las varias teorías éticas
que se han formulado y se continúan formulando, revisaremos tres corrientes éticas importantes
por su influencia en la vida contemporánea y nuestro campo de estudio; estas son: la ética de las
consecuencias o casuística, la ética de los principios y la ética de las virtudes.

7
Cortina A. ¿Para qué sirve realmente la ética? 2013 Ed Paidós

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La ética de las consecuencias

Según la corriente de pensamiento ético denominada consecuencialista, una acción es buena o


mala, correcta o incorrecta, según como se valoren las consecuencias que produce. Entre las varias
doctrinas que adhieren a esta manera de pensar destaca el utilitarismo, debido a la gran influencia
que ha alcanzado en el mundo contemporáneo. El fundador del utilitarismo fue Jeremy Bentham
(1748-1832), pero su más reconocido exponente John Stuart Mill (1806-1873). La moral para estos
filósofos no es cuestión de agradar a Dios, ni tampoco coincide con cierta exigencia de fidelidad a
mandatos abstractos de carácter absoluto que no atienden a las consecuencias. Más bien, la moral
consiste en el esfuerzo por producir tanta felicidad en este mundo como sea posible.

En la sección inicial de su libro The Principles of Morals and Legislation (1780), Bentham formuló
las proposiciones fundamentales de la perspectiva utilitarista: “La naturaleza ha puesto a la
humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos: el dolor y el placer. Sólo ellos nos indican lo
que debemos hacer, así como determinan lo que haremos. Por un lado el criterio de bueno y malo,
por otro la cadena de causas y efectos, están sujetos a su poder. Nos gobiernan en todo lo que
hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: cualquier esfuerzo que podamos hacer
para desligarnos de nuestra sujeción sólo servirá para demostrarla y confirmarla.” Al observar este
texto podemos descubrir dos proposiciones básicas: la primera proposición es de carácter
psicológico y nos dice que el hombre se encuentra constitutivamente determinado por dos fuerzas
antagónicas: el dolor y el placer. Y la segunda proposición es ética, y sostiene que el criterio (o la
causa) para determinar lo bueno y lo malo radica en evitar el dolor y promover el placer. A partir
de estas proposiciones Bentham formula su famoso principio de utilidad. Nos dice: “Por principio
de utilidad se quiere decir aquel principio que aprueba o desaprueba cualquier acción de que se
trate, según la tendencia que parece tender a aumentar o disminuir la felicidad de la parte cuyo
interés está en juego; o, en otras palabras, promover u oponerse a ella.”

Uno de los seguidores de Bentham fue James Mill, un distinguido filósofo, historiador y economista
escocés. Su hijo, John Stuart Mill, es reconocido hasta hoy como el defensor más importante de la
teoría utilitarista. En su breve y brillante libro titulado El utilitarismo, del año 1861, Mill parte
distanciándose de la ética de Kant, como veremos más adelante, ante todo, porque las
consecuencias derivadas “de su adopción universal serían tales que nadie elegiría que tuvieran
lugar”. Si la ley manda no mentir de manera incondicionada, entonces, el deber (moral) de no
mentir siempre y en toda circunstancia nos puede poner frente a graves aprietos cuando ese acto
deriva en consecuencias que son socialmente dañinas. La consideración de las consecuencias, por
tanto, son determinantes para la evaluación moral.8

Por su parte, Hoyos9 nos explica el lema central de esta doctrina: Una acción es correcta si
promueve la mayor cantidad de felicidad del mayor número de personas, señalando que el

8
Correa M. idem
9
Hoyos D. Ética de las virtudes: alcances y limites Discusiones Filosóficas. Año 8 Nº 11, Enero–Diciembre,
2007. pp. 109 - 127

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utilitarismo considera: “...que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover
la felicidad e incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se
entiende el placer y la ausencia de dolor, por infelicidad el dolor y la falta de placer.”

Lo que le interesa (al utilitarismo) son sus consecuencias para el bienestar. Pero aquí es necesario
aclarar dos cosas. En primer lugar, no se trata del bienestar de un individuo, sino del bienestar
general (es decir, el de todas las personas involucradas en la acción). Según el utilitarismo, los
intereses de todos deben contar por igual, de manera imparcial, por lo cual no debe confundírsele
ni con el altruismo (acto en el cual yo me sacrifico por el bien de otros) ni con el hedonismo egoísta
(en el cual yo decido según mis intereses personales), porque lo que prescribe es el aumento de la
felicidad total. En segundo lugar, cuando Mill se refiere a la felicidad como el aumento del placer y
la ausencia de dolor, no tiene en mente cualquier tipo de placer, pues: los seres humanos poseen
facultades más elevadas que los apetitos animales, y una vez que son conscientes de su existencia
no consideran como felicidad nada que no incluya también la gratificación de aquellas facultades.
Paradójicamente, el rasgo consecuencialista del utilitarismo parece ser al mismo tiempo lo más
atractivo, pero también lo más problemático de la teoría. Resulta atractivo, porque las
consecuencias de las acciones son casi siempre observables, lo cual permite una evaluación en
términos de si han sido favorables o no para el mayor número de personas involucradas, algo que
incluso podría ser medido. Pero, por otro lado, es claro que las consecuencias son sólo una parte
de lo que nos importa en las acciones. Si tú haces algo que me hace mucho bien, por lo cual te
estoy muy agradecida, pero luego descubro que realmente querías hacerme algo malo y la cosa te
salió mal, entonces mi agradecimiento se torna en tristeza, rencor o decepción. En otras palabras,
“mi evaluación de tu acción cambia cuando me entero de que lo que tú pretendías era otra cosa,
aunque el resultado de tu plan haya sido finalmente bueno para mí”.

Ética de los principios, de la convicción o del deber

El filósofo por excelencia de la ética de los principios también llamada ética de la convicción o ética
principialista es Immanuel Kant (1724-1804), que señala: un ser que duda antes de actuar, como
hacemos los humanos, es porque tiene que dilucidar si lo que va a hacer está bien o mal, y esto es,
por tanto, el principio de la moralidad. Es un ser que razona y no puede dejar de hacerlo sin
renunciar a su condición humana. Así, a los principios morales que rigen la conducta humana desde
el interior Kant les llama imperativos categóricos, cuyas fórmulas principales

son:

- Principio de la universalidad: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo
tiempo que se torne ley universal”. debemos hacer todo aquello que quisiéramos ver
convertido en una norma universal. Para Kant, esta universalidad significa que en los juicios
éticos no hay excepciones a favor de intereses particulares. Lo que considero bueno para
mí, debe serlo también para cualquier otra persona que se halle en una situación similar a
la mía, de lo contrario no será bueno ni justo.

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- Principio de la dignidad humana: “todo ser humano debe ser tratado siempre como un fin
y nunca únicamente como un medio”.

Esta fundamentación da origen a las éticas deontológicas (deón=deber), éticas del deber o éticas
formales. Las obras principales de Kant que tienen por especial asunto la ética son tres:
Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Crítica de la razón práctica (1788) y
Metafísica de las costumbres (1798). Ya hemos dicho que cada filósofo piensa la acción en sentido
moral dentro de un determinado contexto histórico-cultural, en el caso de Kant este hecho es, sin
duda, la Ilustración. En su ensayo titulado ¿Qué es la Ilustración?, de 1784, Kant define el espíritu
de toda su filosofía, pero en especial el de su pensamiento ético. Nos dice: “La ilustración es la
liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de
servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside
en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de
otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.”

De acuerdo con Hoyos, “al contrario de la formulación utilitarista, para Kant la buena voluntad no
es buena por los efectos de sus acciones o por su adecuación para alcanzar algún fin que nos
hayamos propuesto […sino] sólo por el querer, es decir, buena en sí misma”. Otro rasgo de la buena
voluntad es que actúa por deber, no conforme al deber. Para comprender esto, pensemos que
María entra a un establecimiento comercial en el cual está prohibido fumar. Como ella no fuma,
actúa conforme al deber porque no va a fumar allí (dado que no lo hace en ningún lado). Diana,
en cambio, que es fumadora compulsiva, cuando entra al establecimiento y se abstiene de fumar,
lo hace por deber. Sólo en este segundo caso hay una acción con valor moral en el sentido kantiano.
Las acciones que tienen mérito moral para Kant son aquellas que no están motivadas por nuestras
inclinaciones, sino por el deber, por el respeto a la ley. Kant concibe al hombre como un ser dentro
de la naturaleza, pero con una diferencia metafísica respecto al resto de los seres naturales: el
hombre es racional, por lo que puede darse a sí mismo sus propias leyes, ser autónomo, por lo cual
puede actuar en contra de sus disposiciones naturales. La voluntad libre es en Kant la causa de las
acciones moralmente buenas, y la ley que la rige es el imperativo categórico. Por esta razón, el
criterio kantiano para evaluar las acciones es saber si han sido realizadas siguiendo ciertas razones
o principios. Y estas razones, principios -o máximas en el lenguaje kantiano- deben tener la forma
del imperativo categórico. Una implicación de lo anterior es que, si reconocemos nuestra
naturaleza racional, entonces necesariamente tenemos que reconocer la obligatoriedad del
imperativo, dado que es lo que manda la razón. Por eso es categórico: manda de manera
incondicionada. Otra implicación es que debemos reconocer la dignidad de todos los hombres,
derivada su naturaleza racional, y que les confiere el estatus de fines en sí mismos. Así, la segunda
formulación del imperativo categórico, la de dignidad humana, dice:

“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier
otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.”

Esto implica que tenemos el deber de tratar a las otras personas como valiosas en sí mismas, sin

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importar si un tratamiento distinto puede darnos alguna ventaja. E implica también que, aunque
en ocasiones nos sirvamos de otras personas, nunca debemos tratarlas solamente como
instrumentos. Es así, porque es claro que en ciertas circunstancias necesitamos la ayuda o los
servicios que pueden darnos otras personas, pero eso no excluye la obligación de valorarlas
también como valiosas en sí mismas, independientemente de su ayuda o sus servicios.

Como vemos, la teoría kantiana parece dar respuesta a algunos de los problemas que encontramos
en la teoría utilitarista, en la medida en que toma en cuenta esa parte de las acciones que también
nos importa cuando las evaluamos; esto es, las razones que tienen los agentes al realizar esas
acciones. Sin embargo, aún persisten muchos desafíos para ambas teorías. Y algunos de esos
problemas parecen derivarse, según una interpretación reciente, del hecho de que ambas sean
teorías del acto y, por tanto, centren su atención en el seguimiento de las reglas. El problema es
que, al hacerlo, ambas teorías fallan en sus propios términos: por un lado, parecen implicar cada
una que ciertas acciones que parecen inmorales deben sin embargo ser ejecutadas y, por el otro,
hay situaciones en las cuales la teoría no ofrece una indicación clara de qué es lo que se debe hacer,
a pesar de que están diseñadas precisamente para responder esta clase de preguntas. Para el
utilitarista, por ejemplo, parece que es moralmente aceptable castigar a un inocente, si eso tiene
buenos efectos sobre el bienestar de una comunidad. Para el kantiano, por otro lado, parece ser
muy importante decir siempre la verdad. Pero es claro que hay momentos en los cuales decir la
verdad resulta problemático. Ya es famoso el ejemplo según el cual la doctrina kantiana nos
obligaría a decirle la verdad al verdugo injusto que buscara en nuestra casa a quien escondemos. Y
un médico estrictamente kantiano se vería siempre obligado a decirle a su paciente moribundo
que está ‘en las últimas’, sin importar si esta noticia puede matarlo antes.

Ética de la virtud

Las corrientes consecuencialistas y principialistas centran su atención en el acto e intentan


contestar a la pregunta ¿cómo debemos actuar? lo cual tiene limitaciones en determinados casos.
Esto ha conducido a revalorar la pregunta sobre ¿cómo debemos ser? interrogante en la que
centra su atención una antigua corriente ética formulada por Aristóteles (384–322 a.C.) y que ha
recobrado vigencia en la reflexión ética contemporánea y de manera especial en el ámbito de la
ética de las profesiones de la salud.

Edmund Pellegrino y David Thomasma, dos de los más reconocido eticistas en el campo de la salud,
en su libro en su obra The virtues in medical practice, señalan que el concepto de virtud se originó
en el mundo occidental entre los filósofos griegos con los primeros sofistas, quienes creían que la
virtud puede ser enseñada a cualquier hombre y que era esencial para el ejercicio del poder. Según
Platón, Sócrates afirmaba que la virtud era sabiduría, esto es, el conocimiento de lo que es bueno
para los humanos.

Para Aristóteles, en cambio, la ética busca la verdad acerca de la finalidad de las acciones humanas
y postula que es la felicidad la que a su vez es resultado de una conducta orientada a la excelencia

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y por ello define virtud como un estado del carácter que se compromete con las cosas orientadas
hacia la excelencia y hace bien su trabajo. Plantea que antes de actuar se debe examinar la
naturaleza de la acción y cómo debemos llevarla a cabo, pero para ello no propone un libro de
reglas de moralidad (principios) sino insiste en que: “el agente (la persona que actúa) en cada caso
debe considerar aquello que es apropiado a cada ocasión”. Las virtudes son rasgos que caracterizan
a una buena persona y le permite hacer bien su trabajo (es decir elegir lo que es apropiado hacer
en cada ocasión). Son los rasgos del buen carácter los que asegura que lo correcto y lo bueno no
sólo sea reconocido sino también se elija (como curso de acción). Por lo tanto, la virtud para
Aristóteles no es solamente un sentimiento sobre lo que es bueno o una capacidad para tomar
buenas decisiones.

La virtud es una disposición habitual a hacer bien las cosas y resulta del ejercicio habitual de las
virtudes. Así, la virtud se puede enseñar a través de la instrucción y la práctica. Aunque tiene un
cierto atributo de hábito no es un arco reflejo pavloviano, es un hábito bajo la guía de la razón. No
es automático ni reflejo o simplemente una respuesta intuitiva a un saber innato del bien10.

En su libro, ¿Para qué sirve realmente la ética? Adela Cortina escribe:

“¿Es posible forjarse un carácter? [...] Si nos resulta imposible cambiar el temperamento
con el que nacimos, si ya nuestras actuaciones están determinadas por nuestra
constitución genética y neuronal, como vienen diciendo hoy en día algunos gurús de la
genética y las neurociencias, si los hados han escrito el guion de nuestra vida, sean hados
cosmológicos, económicos o sociales, entonces somos radicalmente incapaces de ir
adquiriendo nuevos hábitos, nuevas virtudes, de ir forjando un carácter desde nosotros
mismos. Pero eso no es así. Nuestra libertad está condicionada, pero existe. Las personas
sí podemos cambiar, por eso tiene sentido la ética, porque nacemos con un
temperamento que no hemos elegido y en un medio social, que tampoco estuvo en
nuestras manos aceptar o rechazar, pero a partir de él vamos tomando decisiones que
refuerzan unas predisposiciones u otras, generando buenos hábitos si llevan una vida
buena, malos, si llevan a lo contrario. Los primeros reciben el nombre de virtudes, los
segundos, el de vicios. Las virtudes son esas predisposiciones para obrar bien que vamos
conquistando a lo largo de la vida y que conforman el buen carácter. Esas virtudes se
entienden como excelencias del carácter, el virtuoso es el que se sitúa por encima de la
media en una actividad.”11

Elementos para una ética de los profesionales de salud: una ética de la


responsabilidad
Tomar en cuenta las corrientes éticas reseñadas puede contribuir sustancialmente al propósito de
mejorar el proceso de toma de decisiones, tanto individual cuanto colectiva, de los profesionales

10
Pellegrino ED y Thomasma DC. The virtues in medical practice. Oxford University Press, 1993 New York.
11
Cortina A, ¿Para qué sirve realmente la ética? Ed Paidos 2013.

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de salud quienes integran las instituciones aplicadas a tal objetivo. En ese sentido, decisiones
buenas serán aquellas que tomen profesionales orientados a la búsqueda de la excelencia
considerando, en cada caso, tanto los principios adecuados como sus consecuencias, mediante un
prudente ejercicio de deliberación personal o colectiva. Se construirá así una práctica de toma de
decisiones plenamente responsables.

En ese proceso de construcción resulta útil tomar en cuenta las características que, según el
filósofo, bioeticista y médico Diego Gracia debería tener una ética en el ámbito de las profesiones
de la salud, que reseñamos a continuación en forma sintética. A juicio de Gracia una ética
contemporánea de las profesiones sanitarias debería ser:

1. Ética civil o secular, no religiosa. En una institución de salud moderna conviven


creyentes, agnósticos y ateos. Dentro de cada uno de estos grupos coexisten además
códigos morales distintos. Por otra parte, las sociedades contemporáneas han
elevado a la categoría de derecho humano fundamental el respeto por las creencias
morales de todos (derecho de libertad de conciencia). Esto significa que, aun
teniendo todas las personas derecho al escrupuloso respeto de su libertad de
conciencia, las instituciones sanitarias están obligadas a establecer unos mínimos
morales exigibles a todos, que deberán fijarse no con los mandatos de las morales
religiosas, sino desde criterios estrictamente seculares, civiles o racionales.

2. Ética pluralista, es decir, que acepte la diversidad de enfoques y posturas e intente


conjugarlos en una unidad superior. Por principio cabe decir que una acción es
inmoral cuando no resulta universalizable al conjunto de todos los seres humanos,
esto es, cuando el beneficio de algunos se consigue mediante el perjuicio de otros.
Sólo el pluralismo universal puede permitir una ética verdaderamente humana.

3. Ética autónoma, no heterónoma. Se denominan heterónomos los sistemas morales


en los que las normas le son impuestas al individuo desde fuera, en tanto que
autónomos son los sistemas que parten del carácter auto legislador del ser humano.
Las éticas autónomas consideran que el criterio de moralidad no puede ser otro que
el propio ser humano. Es la razón humana la que se constituye en norma de
moralidad, y por ello mismo en tribunal inapelable: eso es lo que se denomina
“conciencia” o “voz de la conciencia”.

4. Ética racional. Racional no es sinónimo de racionalista. El racionalismo ha sido una


interpretación de la racionalidad que ha pervivido durante muchos siglos en la
cultura de Occidente, pero que hoy resulta por completo inaceptable. La tesis del
racionalismo es que la razón puede conocer a priori el todo de la realidad y que, por
tanto, es posible construir un sistema de principios éticos desde el que se deduzcan
con precisión matemática todas las consecuencias posibles. La racionalidad humana
tiene siempre un carácter abierto y progresista, con un momento a priori o

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Formación personal humanística

principialista y otro a posteriori o consecuencialista. La razón ética no es una


excepción a esta regla y, por tanto, ha de desarrollarse siempre a ese doble nivel.

5. Ética universal. Porque va más allá de los puros convencionalismos morales. Una
cosa es que la razón humana no sea absoluta y otra que no pueda establecer criterios
universales, quedándose en el puro convencionalismo. La razón ética, como la razón
científica, aspira al establecimiento de leyes universales, aunque siempre abiertas a
un proceso de continua revisión.

Finalmente resulta útil reseñar lo que Pellegrino y Thomasma expresan sobre el quehacer de un
buen profesional de la salud. Como individuo debe responder a su propia conciencia. Debe formar
su conciencia reconociendo el hecho de que han emprendido una actividad que es diferente
esencialmente del comercio. Están comprometidos, por la naturaleza de aquello que es necesario
para cuidar de una persona enferma a un nivel de beneficencia que va más allá de las exigencias
mínimas de la ley, que meramente prohíbe dañar a otros. No hay exigencia fiscal, política, social o
cambio tecnológico que pueda extirpar las raíces de la obligación moral del profesional de la salud.

Los médicos, enfermeros y otros profesionales de la salud son los defensores del enfermo
delegados por la sociedad. Finalmente, ellos son los instrumentos a través de quienes se
implementan las políticas de salud; son la vía final común a través de la cual debe ir todo lo que se
les realiza a los pacientes. Tienen una poderosa fuerza moral si eligen ejercerla. Nadie puede obligar
a que los profesionales de la salud hagan aquello que se considere perjudicial para los pacientes.
En la medida que las razones para la resistencia incluyen el bienestar del enfermo, los profesionales
de la salud pueden prevalecer contra las prácticas y políticas no éticas y ganar apoyo público.
Desafortunadamente, sus protestas colectivas como sociedades profesionales, a menudo, son
abiertamente de autoservicio y pierden toda credibilidad moral.

Aún hay mucho que los profesionales de la salud pueden hacer como individuos. Entre otras cosas,
pueden frenar intereses personales cuando el bien del paciente lo exige; rechazar aquellos
incentivos económicos que seducen a otros para prácticas dudosas; hacer más por los pobres y
marginados; resistir a la idea distorsionada de justicia que dice es malo ser miembro de uno de los
segmentos menos favorecidos de la sociedad.

Los profesionales de la salud necesitan estar mejor formados en ética porque finalmente es la única
disciplina que pone frenos morales al egoísmo. La ética apunta a hacernos más críticos de lo que
somos, nos lleva diariamente a pensar sobre: ¿Qué significa ser un buen profesional? y preguntarse
así mismo ¿La decadencia moral me está afectando como individuo? (…).12⧫

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Pellegrino ED y Thomasma DC. The virtues in medical practice. Oxford University Press, 1993 New York

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