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ACTO ÚNICO: LEYENDA DEL DIOS VIRACOCHA

Viracocha: Piedad, una limosna para este pobre viejo.

Entra en escena una señora bien vestida, que camina arrugando la nariz y
mirando con desdén a todas partes.

Viracocha: Señora, ¿no tendrá una monedita que le sobre para este pobre
anciano?

Mujer acaudalada: ¡Quítese, viejo holgazán! ¡Qué no ando yo para andar


haciendo caridades con pordioseros!

Lo empuja y sigue caminando hasta desaparecer.

Entra en escena una señora muy elegante, que camina de manera


presuntuosa.

Viracocha: Señor mío, una moneda, por caridad.

Mujer arrogante (mirándolo de arriba a abajo): ¿Pero qué insolencia es


esta? Oígame buen anciano, ¿por qué no se pone a trabajar?

Viracocha: Mi salud no es buena y mis huesos son muy frágiles. Si no


como algo, creo que me voy a morir hoy mismo.

Mujer arrogante: Una lástima, amigo mío. Supongo que ya le ha llegado la


hora. No se preocupe, al menos así dejará de sufrir, jajajaja.

La mujer se marcha riendo, mientras el mendigo niega con amargura.

Viracocha: Cuanta crueldad y miseria hay en la humanidad, no puedo creer


que tengan el corazón de piedra.

Una niña entra en escena, saltando despreocupadamente. Al ver al


mendigo, sonríe de manera maliciosa y se acerca a él.

Niña insolente: ¡Buenas tardes, anciano! Oiga, no se ve muy bien.

Viracocha: No hijito, estoy muy cansado y tengo mucha hambre. Hoy


nadie me ha querido ayudar.
Niña insolente: ¡Pues claro! ¡A nadie le gusta estar cerca de un anciano
inútil y apestoso!

La niña la empuja y se marcha riendo.

Viracocha: ¡Ni siquiera los niños conservan su inocencia! La maldad ha


corrompido demasiado a estas personas, cuanta vergüenza sentirían los
dioses. ¡Esto se termina aquí mismo!

Intenta ponerse de pie con su bastón, cuando un Agricultora entra en


escena y se apresura a ayudarlo.

Agricultora: ¿Está bien, abuelito? Déjeme ayudarlo.

Viracocha lo mira con desconfianza, pero termina aceptando su ayuda.

Agricultora: Pobre hombre, parece que no ha comido en días.

Viracocha: Pues no, la verdad es que nadie ha tenido ni un gesto amable


conmigo. ¡Ya no digamos caridad!

La Agricultora busca en su bolsa y le entrega algo de comida.

Agricultora: Tenga, era mi almuerzo pero usted lo necesita más que yo.

Viracocha: ¿Vas a darme tu único alimento a mí? ¿Un desconocido?

Agricultora: Claro, en esta vida hay que ayudar a quien lo necesite.

El mendigo se desprende de la cama y el bastón, parándose derecho y


revelándose como un hombre imponente y vestido de blanco.

Viracocha: Pues no lo necesito, soy el dios Viracocha y tú, con tu nobleza,


acabas de mostrarme que aun puedo tener fe en los humanos. De hoy en
adelante, tus tierras serán las más prósperas de la región y vivirás lleno de
riquezas.

FIN

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