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CONCEPTO DE PERSONA

El hombre es indisolublemente esencia y existencia, naturales y biografía, cuyo conocimiento conjunto es harto
difícil y complicado de modo que algunos filósofos lo cuestionan seriamente. A pesar de todo y aunque el logos o
razón formal del ser humano se cumple de forma pluriforme y distendida en el tiempo y en el espacio, no por ello
pierde su unidad esencial que lo hace capaz de conocimiento universalmente válido a nivel filosófico. Dado que es
posible el análisis del yo humano a nivel filosófico desde el conjunto de sus relaciones con otras realidades tanto en
su actividad científica como histórica, estética, religiosa y cultural, así como en su conducta ética y política hay que
convenir en que la antropología filosófica es posible y necesaria. Ni en la ciencia ni en la antropología general se dice
todo del hombre. La misma filosofía necesita de la antropología filosófica, puesto que, como enseña Gusdorf, en la
base de toda especulación se encuentra la justificación de la existencia humana. Por el camino del comportamiento
integral es posible llegar a la entraña misma del ser humano y descifrar desde allí sus relaciones con el ser en
general. Limitarse solamente a uno de sus aspectos, el lenguaje por ejemplo, sería un reduccionismo que cerraría las
puertas a una antropología filosófica auténtica.

DIMENSIONES

La categoría de persona hace referencia a lo mas propio y distintivo de los hombres y mujeres, su singularidad
proviene de ser individuo de una naturaleza física, psíquica y espiritual. Esto hace a la persona racional y
consecuentemente, consciente, libre y moralmente responsable y funda su dignidad como ser humano. Cuando se
habla de persona se piensa en la capacidad de conocer, querer, elegir, crear, sentir, expresarse, relacionarse con
otros y responsabilizarse por el propio actuar, trascender y, por ende, relacionarse con Dios. Estos procesos se
pueden presentar organizados en torno a dimensiones:

1 - La vida afectiva. Los contenidos referidos a la vida afectiva pretenden contribuir a comprender y explicar “lo que
se siente”: los sentimientos personales e interpersonales, las emociones, los deseos, los miedos, los conflictos, la
agresividad, la autoestima y la desvalorización; la afirmación de la identidad sexual y su relación con los roles sociales
y con la orientación hacia el amor; la reacciones frente al dolor y a la muerte.

2 - La vida intelectiva. Los contenidos referidos a la inteligencia pretenden facilitar la comprensión y explicación de
“lo que se piensa”. Se refieren a los complejos procesos del pensamiento humano, que incluyen la percepción, la
memoria, la imaginación, el lenguaje y el trabajo propio de la inteligencia.

3 - La vida volitiva. Los contenidos referidos a la voluntad pretenden facilitar la comprensión y explicación de “lo
que se quiere y hace”. Se trata de procesos que conducen al actuar y a la autorrealización a través de elecciones y
decisiones libres.

4 - Sociabilidad básica. La persona es un ser social, se conforma a través de la interacción con otros, se comunica,
juega, colabora, vive en contextos institucionales y normados socialmente. El mismo desarrollo de los procesos antes
mencionados está mediado socioculturalmente. La dimensión social es, pues, un componente fundamental del
desarrollo personal.

5 - Los grupos La sociabilidad se va construyendo y expresando a través de la inserción por referencia, pertenencia
y/o diferenciación, en distintos grupos sociales. Uno de esos grupos fundamentales es la familia, elemento natural y
fundamental de la sociedad. Constituye el grupo primario. Deben comprenderse los cambios que se producen en su
composición durante la vida de una misma persona, los roles y expectativas y sus condicionamientos sociales y
culturales.

6 - La salud La salud está estrechamente ligada a la calidad de vida e incide directamente en las posibilidades de
aprovechamiento escolar y de inserción activa y creativa en la sociedad. Por eso, la educación para la salud es un
derecho de todos. Los contenidos referidos a la salud provienen de diferentes campos del saber y del hacer, son
canalizados por agentes diversos y a través de distintos medios. Es función de la escuela organizar e integrar los

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contenidos de orígenes variados: aquellos que circulan en los ámbitos familiares, entres los amigos, las
organizaciones de las comunidades; los que son transmitidos por los medios de comunicación social, la publicidad y
otros.

7 - Interioridad: es el hecho de ser el hombre un “yo” que se percibe como fuente de sus actividades, responsable
de sus opciones libres, y como sujeto, centro consciente de atribución de todas las realidades que constituyen su ser
la interioridad define la persona como un ser capaz de pensar y obrar conscientemente y de decidir en forma
autónoma.

La subjetividad, la autoconciencia y la autodeterminación son sus rasgos:

La “subjetividad” es lo que hace que yo pueda sentir mis dolores y vos no puedas, que yo vea al mundo desde mi
punto de vista y vos desde el tuyo.

La “autoconciencia”, o autotransparencia o autopresencia es un rasgo propio del hombre que no solamente sabe
sino que “sabe que sabe” (advierte que conoce), se da cuenta de que obra. Más aún, se da cuenta de sí mismo y
atribuye a su yo todas sus actividades, al mismo tiempo que reconoce la entidad propia de las demás cosas frente a
la suya.

La “autodeterminación” es el poder que tiene el hombre de realizarse (perseguir la felicidad) saliendo de sí mismo,
de la indeterminación en que ordinariamente lo dejan los motivos que tiene para obrar: a esto lo denominamos
libertad.

Contrariamente, el animal carece de autopresencia, de interioridad; el perro conoce a su amo, pero “no sabe que lo
conoce”, no se lo puede expresar a sí mismo, no puede decir: “yo conozco”.

8 – Unicidad: La interioridad fundamenta la unicidad del hombre, el hecho de que no sea “un ejemplar
multicopiado” de una especie determinada sino que cada uno tenga una manera rigurosamente singular de ser
persona. También el hombre es un individuo, porque también él pertenece a una especie determinada; como
individuo forma número con los demás y se distingue de los demás por el peso, el color, la forma, etc: por los
caracteres individuantes.

PROPIEDADES: El hombre como ser persona: propiedades esenciales.

1 - LIBERTAD

Una primera propiedad a considerar es la libertad en el hombre. Sabemos que el hombre es persona por su modo
de obrar, que denota autoposesión y dominio. Puede disponer de sí y hacerse disponible para los demás, cosa que
ningún otro ser, clausurado en sí mismo, es capaz de hacer. Solamente el existente humano ejerce pleno dominio
sobre sí y sobre las cosas sobrepujándose a sí mismo y superando su entorno. Todo ello demuestra
autotrascendimiento, por una parte, y apertura a la realidad, por otra, de modo que la relación con lo otro y los
otros es constitutiva de su esencia. Este peculiar modo de ser, consistente en la salida del propio recinto para acoger
y optar por lo que no es él, constituye el campo donde se inscribe la libertad. Indudablemente es un riesgo
inevitable, inherente a su propio ser.

Desde perspectivas muy distintas puede ser estudiada esta dimensión característica de nuestro ser. A nosotros nos
interesan tres aspectos fundamentales de la misma: el fenomenológico, el metafísico y el antropológico, que
abordamos a continuación.

 El aspecto fenomenológico. Eso que experimenta el hombre cuando se siente responsable es lo que
comúnmente se entiende por libertad humana. Tener conciencia de hacer la vida en nombre propio y de dotar
de sentido a la propia actividad es la credencial de nuestro ser libre. “Obrar libremente, escribe A. Dondeyne, es
obrar sabiendo lo que se hace y por qué se hace; es decir dar un sentido da la vida y asumir personalmente este
sentido.” La acción humana en tanto puede llamarse libre en cuanto asume y realiza unos valores reconocidos
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como tales. Semejante proceso comporta elementos de diverso orden y categoría: psicológicos, sociológicos y
culturales. Todos ellos configuran la estructura de la libertad y la presentan como realidad inconfundible.

Para M. Scheler, la primera manifestación del acto libre es la conciencia de poder. Pero un poder con doble sentido:
como capacidad de decisión y de tomar resoluciones por un lado, y como posibilidad de elección o de obrar de
distinta manera, por otro. La libertad es un concepto enteramente positivo que significa vivencia de poder y
autonomía. Mas que sensación de indeterminación e indiferencia, expresa la conciencia de autodeterminación y de
toma de resoluciones conscientemente asumidas. Pues, bien, en su comportamiento, el hombre experimenta
acciones de esta índole que, debido a su regularidad y constancia, inducen a pensar en la racionalidad y no en el
capricho. Habrá que recurrir al testimonio de la conciencia personal para saber si la conducta impredecible de un
persona es obra de la costumbre o de la libertad. “Es imposible saber, escribe Scheler, por el cuadro externo del
comportamiento si alguien actúa uniformemente por costumbre o por libertad”. Frente a los actos realizados bajo
el impulso de fuerzas ajenas a la propia voluntad (coerción, hábito, costumbre, determinismo), el hombre ejecuta
otros que obedecen a la ponderación racional y al discernimiento personal, fruto de una autoposesión y dominio que
denotan autonomía e independencia. Esto es suficiente para dictaminar la existencia de la libertad en el hombre, así
como su sentido y esencia. En el comportamiento humano aparecen signos evidentes que denotan una diferencia
neta entre lo que comúnmente se entiende por libertad y lo que llamamos arbitrariedad y determinismo. La acción
arbitraria se caracteriza por la ausencia de motivaciones, mientras que el determinismo obedece la leyes
necesitantes e inexorables. Por el contrario, el obrar libre guarda una estrecha conexión de sentido con motivaciones
de carácter racional. La filosofía contemporánea ha traducido esta idea por la capacidad de tomar distancia dela
naturaleza y desplegar la propia intencionalidad confiriendo sentido ala realidad global y al mundo. Los modernos,
con Kant a la cabeza, la entendieron como ideal de perfección dictado por los principios de la razón práctica
conforme a los cuales debe determinarse la voluntad. Muchos siglos antes San Agustín había distinguido sabiamente
entre libertad y liberum arbitrium o libertad psicológica equivalente a la voluntad libre. Por su parte, Santo Tomás
supo poner la raíz de la libertad en la racionalidad y la definió como poder de autodeterminación de la voluntad para
obrar o no obrar. Para unos y otros la neta superioridad del hombre sobre la naturaleza se manifiesta en el poder de
dominarla y utilizar energías físicas y biológicas con vistas a su perfección y enriquecimiento, es decir, en la
capacidad de obrar con vistas a unos fines establecidos conscientemente. Además de liberarse de las diversas
formas de opresión que amenazan a cada uno, habrá que irse capacitando para ciertos valores y determinadas
relaciones que proporcionan la madurez debida mediante la actualización de las posibilidades propias, ni que decir
tiene que la libertad en el hombre varía con el grado de autonomía y con la concepción que tiene de sí mismo, con el
sentido de independencia que atribuye a su vida. Por eso no puede hablarse de libertad auténtica, si no existen
compromiso y fidelidad. Compromiso y fidelidad que exigen un marco irrenunciable en el que cada persona pueda
ejercer responsablemente sus actividades promoviendo el bien para sí y para los otros. Se trata, por tanto, de un
continuado proceso en el que, a la vez que el hombre ejerce su libertad, crea las condiciones necesarias para su
crecimiento y desarrollo. “Solamente un proceso acabado de liberación puede crear condiciones mejores para el
ejercicio de la libertad”. En este sentido podemos afirmar con X. Zubiri que la libertad es un acto de cuasi-creación.
Solamente puede decirse que el hombre es plenamente libre cuando, superadas las diversas alineaciones, se hace
psicológicamente dueño de sí y de sus actos. Es el estado de adultez en el que la persona ha conquistado su
identidad porque sabe asumir con todas sus consecuencias el sentido último de su existencia.

 El aspecto metafísico

Al filósofo corresponde demostrar que el obrar libre es patrimonio de la existencia humana. Negarlo sería tanto
como contradecir un dato fenomenológico incontrastable. Lo que importa es indagar el fundamento que vincula este
hecho con la persona. Los antiguos, que atribuyeron la conducta específica humana a la inteligencia como facultad
del ser, no tuvieron reparo en poner la raíz de la libertad en la razón. Con ello dan a entender que la libertad, más
que propiedad del obrar, lo es del ser del hombre. Este , como capacidad de interiorización o subjetividad, se precie
idéntico a sí mismo y distinto de todo lo demás. Esa visión le permite controlar, dirigir y abordar las cosas según el

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bien descubierto en ellas o el sentido que tiene para él. Se trata de una relación directa entre verdad, bien y libertad
por encima de la impresión de autonomía y la sensación de independencia. La filosofía moderna llevará hasta el
extremo esta relación hasta identificar indebidamente liberta y verdad, conocer y obrar libremente. No obstante, la
absolutización de la verdad pone en peligro a la libertad, porque el poder de la razón podría comprometer de tal
manera a la voluntad que llegara a suplantar su función específica anulando por ello la libertad. La solución del
problema pasa por la conveniente armonización de la inteligencia y la voluntad, dimensiones constitutivas del
hombre, que sitúan la libertad en el área de la verdad y del bien conjuntamente. Sólo en función del bien y del valor
tiene sentido la libertad en el hombre. Sin necesidad de profundizar la filosofía de los valores, reconocemos en el
análisis de nuestra experiencia una escala o jerarquía de valores real y objetiva que polariza nuestra voluntad y se
enraíza en nuestra estructura constitutiva.

El orden es el siguiente: la propia persona, la vida, la verdad, el amor, la libertad, el trabajo, la familia, la sociedad, la
cultura, los bienes vitales. Esta jerarquización remite incuestionablemente al mundo de las opciones y establece una
correspondencia entre libertad y valor, según Dondeyne, son dos realidades que se corresponden y por eso, la
‘verdadera libertad’, lejos de oponerse a la idea de deber, encuentra en ella su expresión mas alta”.

Dijimos antes que obrar libremente es obrar sabiendo lo que se hace y por qué se hace, es decir, conferir sentido a
la propia acción y asumirlo. Ello supone un juicio distendido en tres momentos: conocimiento del valor, asentimiento
y realización del mismo. En este último momento se encarnan los dos anteriores traducidos en acciones concretas
que conforman el cañamazo de la conducta voluntaria y libre. No hay que olvidar que la acción llevada a cabo por la
persona no es fruto de tres facultades diferentes (razón, voluntad, potencia operativa), sino efecto de un único
principio, la persona humana o espíritu encarnado. Un saber por qué, establece una escala de valores a la cual se
atiene. De ello resulta un verdadero compromiso, aceptado conscientemente, por lo que el hombre se hace mas
hombre, accede mas al ser. En los momentos concretos es donde cada persona tiene que optar y decidirse por las
concreciones bajo las que se le presenta la bondad. Ello hace de su vida una tarea constante llevada a cabo a base de
decisiones, de modo que nadie puede llegar a ser si no opta por algo, si no se decide. Ya advirtió el mismo Santo
Tomás que somos libres en la medida en que existimos, a saber, nos hacemos obrando libremente. En el poder de
autodeterminación consiste precisamente la libertad del hombre, obra conjunta del entendimiento y la voluntad. La
consecuencia es evidente. El hombre es solamente libre para la verdad y para el bien que lo perfeccionan. No para el
error ni para el mal que lo disminuyen. Cuando hace el mal y profesa la mentira, lo hace por dos motivos: o por falta
de discernimiento o por abuso de poder. En ambos casos, más que de libertad, hay que hablar de abuso de la misma
o de libertinaje.

 El aspecto antropológico

Como aspecto esencial de la persona que impregna toda su existencia, la libertad se sitúa por encima de la
naturaleza y asume todos sus determinismos determinándose conscientemente ante ellos. La profundidad de esta
autodeterminación marca el grado de su perfección, así como la densidad ontológica de la persona que toma las
decisiones desde el centro de su ser. Pero, como los valores se le presentan siempre al hombre en un marco
histórico determinado, su libertad no reviste el mismo peso específico en todos los momentos, sino que es
proporcional a los condicionamientos e imponderables que le salen al paso, sin que por ello pierda nada de su
consistencia. Solamente se caracteriza como libertad finita, ajustada al modo propio de ser el hombre en el mundo.
Es libertad limitada del hombre limitado. Completamos estas consideraciones con las formulaciones propuestas por
L. Cencillo para conocer y encauzar la libertad en el hombre. Según este antropólogo, la libertad humana es de tres
clases o presenta tres momentos: nuclear, genética y funcional. La primera se refiere a la capacidad de
independencia respecto de aquellos procesos que condicionan o arrastran al sujeto en contra de su voluntad. La
segunda consiste en saber a qué atenerse ante los acontecimientos y las cosas para no dejarse llevar por ellos sin
control. La tercera se orienta a modular el propio psiquismo dominando sus reacciones espontáneas. Las tres revelan
la libertad como capacidad gradual y progresiva de la persona para superar los condicionamientos, para controlar las

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motivaciones y para asumir críticamente las normas. Se trata de ajustarse conscientemente a la realidad de modo
que cada uno pueda desplegar sus posibilidades creativas y dar cumplimiento a sus deseos fundamentales.

2 - HISTORICIDAD HUMANA

En la base de la historicidad está la libertad como motor y fuerza que configura al hombre biográfica y
existencialmente. Con el fin de comprender mejor esta realidad o forma de ser de la persona humana, establecemos
los siguientes momentos: la historicidad en los humanismos contemporáneos, y estructura y sentido de la
historicidad.

La historicidad en los humanismos contemporáneos: La necesaria situación histórica inherente a la condición


humana hace que cada uno de nosotros vivamos nuestra vida como continuo e incesante crecimiento. Cada hombre
tiene que hacer algo con su entorno, de modo que en este quehacer se realiza a sí mismo en su calidad de ser
inteligente y volente, es decir, como persona. Este abismo radical separa al existente humano del resto de los
vivientes enclavados en su presente e inmersos en su estatismo. El hombre, en cambio, realiza proyectos, toma
iniciativas y adopta resoluciones que lo lanzan hacia el futuro. Ello obliga a pensarlo en términos de progresión, de
cumplimiento de posibilidades, de actualización de capacidades, de ascensión sin retorno, contando siempre con los
seres que lo rodean, especialmente los otros hombres. La incomplección biológica y la apertura a la realidad son el
fundamento de este hecho. Posturas:

• El humanismo marxista: Sin renunciar a sus tesis materialistas, el marxismo antropológico entiende la historicidad
como dimensión por la que el hombre es agente de la historia y producto de ella a la vez, pero sometido siempre a
unas leyes inexorables que lo modelan. Fruto de su trabajo, el hombre es generador necesario de “toda la llamada
historia universal” impulsado por circunstancias no determinadas por él. “Los hombres hacen su propia historia, pero
no la hacen arbitrariamente, en condiciones elegidas por ellos, sino en condiciones dadas y heredadas del pasado”.
Esta concepción ha suscitado controversias, pese a ello es bueno tenerla presente.

• El Humanismo existencialista: Este pensamiento ha sido el que mejor ha comprendido, a nuestro entender, el
hecho de la historicidad del hombre. Existir humanamente es ir asumiendo las posibilidades que el mundo brinda a
una actividad dadora de sentido. Así lo ha visto M. Merleau – Ponty cuando afirma que la historicidad “se dibuja
espontáneamente en la trama de acciones por las que el hombre organiza sus relaciones con el mundo y con los
demás”. Es la forma como el hombre va configurando su existencia al contacto con las cosas y se realiza como
persona al filo de sus actos.

El Humanismo vitalista. El denominador común de esta doctrina cuyos máximos exponentes son Nietzche, Bergson,
Dilthey y Ortega, estriba en la conocida expresión de éste último: “el hombre no tiene naturaleza, sino historia”.
Conciben la vida humana como dinamismo y quehacer incesante traducido en un esfuerzo continuado de creatividad
cuyo resultado es el mismo hombre.

- Estructura y sentido de la historicidad. Indudablemente el hombre, que hunde sus raíces en el remoto pasado
de lo infrahumano, ocupa un lugar especial en el proceso evolutivo. Está determinado por un conjunto de
fuerzas físico – químicas y biológicas que le preceden y se prolongan en él, pero adquiriendo en el nivel humano
una originalidad indiscutible, la conciencia reflexiva. Experimenta su existencia como suya viéndola como tarea
que realizar y sentido que cumplir.

Todo ello obedece a la estructura corpóreo espiritual del hombre que lo obliga realizarse en un medio
espaciotemporal en que entran en juego elementos existenciales fundamentales tales como encarnación,
temporalidad e interpersonalidad. Las tres hacen de la condición humana un proceso de autorrealización y
cumplimento ontológico distinto de la inestabilidad y del mero crecimiento que se denomina historicidad.

3 - SER PERSONA.

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El hombre como ser sustancial individual realmente existente, recibe en el lenguaje ordinario y en el filosófico
diversos nombres: sujeto, persona, yo, sí mismo, etc. cuyo significado, aunque sumamente relacionado y en
ocasiones coincidente, no es exactamente idéntico. Sin embargo, es preciso tratar de establecer un cierto orden
entre estas nociones si se pretende aclarar en alguna medida la cuestión de la sustancialidad humana. Las nociones
de sujeto y persona se formulan por primera vez desde la perspectiva de la interioridad objetiva, es decir, desde un
planteamiento metafísico, mientras que la noción de yo surge en la perspectiva de la interioridad subjetiva, es decir,
de la conciencia, aunque después se proyecta de nuevo sobre el plano metafísico, y la noción de sí mismo se
establece en algunas escuelas de psicología científica. Además, mientras que las nociones de sujeto y persona se
usan en la filosofía clásica y medieval, la de yo es característica del pensamiento moderno y contemporáneo. El
origen del término latino persona proviene, al parecer, de la palabra griega prosopon, que significa máscara y con lo
cual se designaba la máscara que los actores usaban en el teatro para representar diversos papeles o personajes. La
noción de persona tal como es elaborada en el ámbito del derecho romano, va ligada indisociablemente con el
nombre que se adquiere o se recibe después del nacimiento de parte de una estirpe que junto con otras constituye
una sociedad y en virtud del cual el hombre queda reconocido y facultado con unas capacidades (papeles o roles)
que puede desempeñar, de forma que puede representar o ejercer las funciones y capacidades que le son propias en
el ámbito de la sociedad.

Así pues, en el terreno del derecho ser persona quiere decir ser reconocido por los demás en cuanto que
constituyen una unidad social, y es este reconocimiento el que otorga unas capacidades de acción respecto de los
demás.

4 - CONCEPCIÓN UNITARIA DEL SER HUMANO.

Como enseña M. Buber, la antroplogía filosófica debe captar al hombre entero y no fragmentariamente. Esto
implica no considerar al hombre dualmente: compuesto de alma y del cuerpo, como sustancias opuestas que se
reparten. Por el contrario, desde su concepción antropológica-filosófica cabría hacer el esfuerzo de clarificación
racional de la estructura unitaria manifestada en el comportamiento humano. Para comprender al hombre hay que
contar con la descripción fenomenológica y tener presente su manera peculiar de obrar, su comportamiento
singular. El hombre “aparece como un solo bloque, un único poseedor; es claro que sus actividades, sus pasiones,
sus estados son simultáneamente corporales y psíquicos”. Respecto de las formas como se concibe al ser humano
existen al menos dos posturas actuales: por un lado, están quienes sostienen que hay que estudiarlo en el marco
global de la naturaleza sin reconocer en él ninguna heterogeneidad respecto del resto de los seres. Admiten una
diferencia solamente de grado y niegan todo tipo de distinción cualitativa o de naturaleza. Se trata de una
concepción monista de la realidad humana. Los sustentadores de esta tendencia establecen la siguiente conclusión:
el hombre se realiza como hombre en virtud de su constitución fisicobiológica exclusivamente. Más que un nivel
superior, la inteligencia representa una estructura biológica organizada de modo especial.

En el campo opuesto militan otros antropólogos, de no menor categoría, que defienden una distinción neta entre el
hombre y el resto de los vivientes. Se sitúa por encima de los determinismos de la materia y de la vida y produce
acciones especiales en virtud de un principio constitutivo de orden superior. No somos animales “seriados” sino
seres dotados de propiedades nuevas que marcan una clara heterogeneidad respecto de los componentes
fisicoquímicos y biológicos. Para quienes piensan de este modo, el ser humano es irreductible a sus elementos
orgánicos, como queda patentizado en su especial forma de comportamiento. Además de saber, el hombre sabe que
sabe y, lejos de dudar apresado en las mallas de lo inmediato, domina la realidad y la controla. No es un animal de
estímulos, sino de realidades; por eso no es solamente diferente, sino otro.

Renace, por tanto, la vieja cuestión de la unión del alma y el cuerpo. Con las consabida secuela del difícil significado
de estos términos y de su mutua interacción. Pese a las muchas controversias suscitadas, entendemos que no hay
lugar para reduccionismos monistas o dualistas, puesto que el ser humano no resulta del perfeccionamiento de un
solo elemento, materia, ni del acoplamiento de dos realidades independientes. Por ser el alma “forma” del cuerpo

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en el hombre, no existen en realidad el alma y el cuerpo (la materia y la forma no son seres), sino el hombre
individual en el que alma y cuerpo actúan de consuno como coprincipios inseparables. No es humano el cuerpo sin el
alma, ni ésta es todo el cuerpo animado, a la vez que alma corporeizada. Cada vez aparece más claro, tanto para la
psicología como para la filosofía, que el alma y cuerpo son elementos integrantes de una estructura bifronte. Una
descripción rápida de los niveles fundamentales del hombre pone de manifiesto su unidad esencial. Los
antropólogos enumeran tres principales: el vital, el psíquico y el espiritual. Advierten entre ellos una tensión interior
que los convierte en subsistemas de un único macrosistema o estructura superior. Los analizamos a continuación:

* Lo vital: El hombre queda insertado por su cuerpo en el tronco de la vida con la que mantiene una continuidad
biológica innegable. Como todo ser vivo, aparece como totalidad biológica, cuya convergencia y centración
constituyen la base fundamental de unidad que lo caracteriza. Esta unidad se manifiesta y acredita por el
desempeño de funciones típicas, como automovimiento, autoformación, autodiferenciación y autolimitación. Todas
ellas, efecto de la autoactividad o dinamismo propio, tienen su expresión adecuada en la capacidad de suscitación,
de habitud (modo de habérselas con las cosas) y de adaptación al medio. Se trata de una estructura capaz de
independizarse del medio y controlarlo. Esta es la raíz de su unidad como individuo. X. Zubiri llama a esta estructura
“sustantividad”, entendida como suficiencia de notas constitutivas para ser y actuar como tal ser independiente. Se
trata de un sistema clausurado de notas fisicoquímicas que, en virtud de su especial estructuración, determina un
modo de funcionamiento original basado en la indivisión de sus elementos. Aquí radica su novedad respecto de la
realidad inorgánica. “las realidades vivas son constructos estructurales físico – químicos, pero con una estructura tal
que tiene esa propiedad sistemática que llamamos vida. La vida es una propiedad sistemática. Como tal es, por un
lado, una propiedad de carácter meramente físico – químico, pero por otro, por ser propiedad sistemática, es una
novedad respecto de las propiedades aditivas, es una innovación”.

Aunque la vida es una “estructura físico – química más compleja”, no por ello es pura arquitectura material (mejor
organización de elementos atómicos y moleculares). Implica una total innovación porque obedece y responde a una
finalidad concreta. Por eso Ortega y Gasset llama a esta esfera profunda de la persona humana “vitalidad” o “alma
corporal”.

*Lo psíquico: Es otro nivel en el que convergen las diversas manifestaciones de lo humano, formando una realidad
idéntica a sí misma e intransferible. Dada la implicación biológica de lo psíquico, los antropólogos no establecen
separación entre ambas esferas, como si una fuera lo interno del hombre y la otra lo externo. A pesar de su
irreductibilidad, ambas conforman el comportamiento total del individuo en mutua correspondencia. Es el
organismo entero el que reacciona conjuntamente. El psiquismo humano es un modo especial de reacción ante los
acontecimientos. Esa reacción se traduce en disposiciones, actitudes y vivencias que denotan un poder de liberación
del estímulo, que transforman e integran de forma inmaterial. Es un momento o elemento irreductible a lo físico –
químico, pero previo a lo que se entiende por conciencia. “Lo psíquico, aclara Zubiri, es realidad unitaria vegetativa,
sensitiva, “superior”, y es, como realidad, anterior a toda conciencia”. Corresponde, mas bien, a eso que Ortega y
Gasset llama “alma en sentido estricto”, es decir, la zona de la emotividad, distinta del entendimiento y la voluntad
que corresponden al espíritu. Según esta concepción de lo vital y lo psíquico, no hay por qué considerar el
organismo y la “psique” humana como subsistemas o miembros integrantes de otro superior, la estructura humana.
Por eso, mas que decir que el hombre tiene organismo y psiquismo, habrá que convenir con Zubiri que es una
realidad psicoorgánica, una verdadera sustantividad.

*Lo espiritual: Los antropólogos distinguen, a su vez, lo espiritual de lo psíquico. Nos interesa describir someramente
los grandes rasgos que caracterizan lo espiritual en el hombre, cuya manifestación son determinadas funciones y
operaciones ausentes en la vida animal. Dichos rasgos son: conocimiento universal, conciencia reflexiva, prefijación
de fines, comprensión de sentido, previsión del futuro, libertad y autodeterminación ante un ser superior
(responsabilidad). N. Hartmann recuerda la esfera concéntrica formada por lo vital, lo psíquico y lo espiritual que, a
modo de círculos interdependientes, constituyen la unidad del ser humano sin comprometer sus respectivas
autonomías.
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La concepción unitaria del hombre plantea que lejos de actuar el alma sobre el cuerpo a manera de causa principal,
su acción es la de un principio diversificado o realizado en tres momentos o niveles: vivir, sentir, inteligir. Mas este
viviente, que es el hombre, posee una peculiaridad esencial, la inteligencia, que hace del alma un espíritu, en cuanto
que el mismo organismo, procesa todas sus acciones formando la experiencia de un sujeto único.

5 - LA IDENTIDAD Y LAS IDENTIFICACIONES SOCIALES.

Por identidad entendemos, por una parte, la capacidad de la persona de auto reconocerse y autoestimarse como
un sujeto individual y singular, fuente de derechos y deberes. Por otra parte, es también la capacidad de reconocer y
estimar su pertenencia a una colectividad con la que comparte historia, valores y proyectos comunes,
constituyéndose una “identidad colectiva”, en permanente proceso de constitución. Ambas dimensiones de la
identidad están en continua relación y se condicionan mutuamente. La vida afectiva, volitiva e intelectual y la
sociabilidad se entrelazan en un complejo proceso de integración que configura la identidad personal y, al mismo
tiempo, abre a las personas a la trascendencia, según sus propias convicciones y las de sus grupos de pertenencia.

* Veamos el pensamiento de Martín Buber y Emmanuel Levinas. Para M. Buber el hecho fundamental de la
existencia es el hombre con el hombre. La persona sólo existe en relación con el mundo, con los otros y con Dios. M.
Buber privilegia la “dualidad dinámica”, el encuentro recíproco “yo-tú” que constituye al ser humano. La relación
“yo-tú” es encuentro directo, inmediato, cara a cara; es diálogo, comunión, reciprocidad. Excluye el disponer del
otro, el tratar al otro como objeto. La relación yo-tú se produce en el encuentro.

Emmanuel Levinas, “el mas grande metafísico actual de inspiración personalista”, como lo definió Lacroix, ve en el
individualismo los mayores males que afligieron a la Europa moderna. Querer construir un mundo sobre la primacía
del conocimiento objetivo y de la técnica es, en el fondo, destruir la humanidad del hombre. Hay que dar primacía al
otro. La relación social, según Levinas, va mas allá de la relación intimista “yo-tú” de que habla M. Buber, que define
muy bien las relaciones de amistad y de pareja, pero no las trasciende. En el otro, dice Levinas están incluidas todas
la personas humanas. Es decir, Levinas pasa del prójimo individuo al “prójimo-masas humanas”, afirma
enérgicamente la universalidad del otro. La injusticia que cometo con el otro, tiene consecuencias para el tercero,
ese tercero ausente que está detrás del otro. Reconocer al tercero, es afirmar la necesidad de crear estructuras
sociales de justicia y libertad, estructuras que hacen imposible la explotación y posibiliten concretamente el
reconocimiento del otro.

El ‘otro’ no se presta a ser “objetivado” por la conciencia: sólo es abordable a través del diálogo, de la proximidad,
del contacto, de la sensibilidad, que es “pasividad respetuosa”. El ‘otro’ provoca en el yo una dimensión nueva: la
experiencia moral, la responsabilidad. El otro exige ser tratado con justicia y con amor: exige con fuerza “ética”,
dando origen al “tú debes”: exige desde lo alto, no como igual, sino como superior. Sobre todo el amor y la amistad,
en su doble dimensión (el amor que recibimos de los otros y el amor que entregamos a los demás) nos dice que la
persona no se constituye en la clausura del yo, sino en la apertura al “tú”. El amor determina el paso “del yo al
nosotros”, de la persona a la personalidad madura que logra cierta plenitud del ser.

La fenomenología del amor lleva a esta conclusión: Yo necesito de los otros para ser yo mismo. No puedo realizarme
como persona que tengo que llegar a ser, si no recibo de los demás su respeto, su estima, su admiración, su amor,
su reconocimiento, su compañía.

Es una extraña necesidad del hombre, que para hacer su propia valoración necesita que los otros lo valoricen,
necesita para descubrirse, mirarse en el espejo de los demás.

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