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Prepósito GCÜÍ
de la Compañía de jesús
La identidad del jesuíta
en nuestros tiempos
Pedro Arrupe
Editorial SALTERRAE
Guevara, 20. Santander
© Editorial SAL TERRAE — Santander
Edición preparada por Miguel MendizábaL s.j.
Portada de Jesús García Abril
Con las debidas licencias
Printed in Spain
No es esta la primera vez que sale a la luz un. libro con documentos
del P. Arrape. Conocidos son los títulos de los que hasta ahora kan
aparecido, ¿A qué se debe la publicación de un libro más en la misma
línea?
Pues bien, en una primera mirada hacia atrás a este caminar "in
simplicitate cordis", tratando de escuchar al Espíritu del Señor, descu-
brimos que no han sido tanto tres meses de trabajo arduo, sino tam-
bién, y principalmente, tres meses de múltiple, rica y profunda expe-
riencia del Señor, personal y comunitaria.
de nuestra propia conciencia, que nos interpeló sobre esas mismas rea-
lidades y sobre nuestras limitaciones; por la voz, sobre todo, de la
paterna solicitud y vivo amor ("amore appasionato", dice la carta de
15-11-75) del Santo Padre, llamando nuestra atención, en puntos focales
de nuestra vida y acción, a dimensiones de interiorización, de ejecu-
ción, de unidad, de obediencia, de fidelidad a nosotros mismos (a nues-
tro carisma original y al Espíritu que hoy nos mueve), de colaboración
confiada con él, de sensibilidad para las nuevas exigencias de la evan-
gelización... El Señor, de éstas y otras maneras, nos ha ayudado a tomar
conciencia de todo esto y ha fortalecido nuestra voluntad de poner por
obra nuestra conversión. Este es un don precioso de Dios, incomunica-
ble quizá, pero personal y que llega al fondo de nuestro corazón.
Ha sido también una experiencia de encuentro entre Hermanos. En-
cuentro purificador, porque nos ha hecho relativizar nuestros personales
cuadros de visión, al abrirnos a los demás y aceptar sus valores, en
los que la Congregación ha sido tan rica.
Y encuentro unificador de nuestros corazones y voluntades, por la
vivencia de la misma fe, expresada en mil maneras, en la oración, en el
discernimiento desde el Espíritu, sobre todo en momentos culminantes,
en llevar la cruz ampliamente presente en nuestra Congregación, aun
en la forma de más profunda humillación; nos ha tocado en lo más
íntimo de nosotros mismos, al poder insinuarse dudas sobre nuestra
propia fidelidad a la santa Madre Iglesia.
Por ello, la Congregación fue una experiencia de la Paternidad de
Dios, que por amor dirige y corrige a sus hijos (Hb. 12,5-7). Y por
eso, con razón, se puede llamar esta Congregación un proceso de gracia,
que, quizá, no hemos sabido aprovechar del todo, pero que ha engen-
drado en nosotros la misma renovada confianza de que escribe
San Pablo:
II
2 ¿Quiénes somos?
3 ¿A dónde vamos?
III
Conclusión
con toda confianza: "Siervos inútiles somos, lo que debimos hacer eso
hicimos" (Le 1,10).
Gracias también a vosotros, en nombre de la Compañía, por tantos
y tales ejemplos de auténtica virtud: por vuestro trabajo incansable,
vuestra paciencia, fortaleza, obediencia, magnanimidad, por vuestra cari-
dad, de todo lo cual me profeso a la vez testigo y primer beneficiario.
Comunicad, en humildad, todas estas cosas a todos nuestros Hermanos
en la Compañía "ad aedificationem".
Y que Dios, fiel, por quien habéis sido llamados a la Compañía de
su Hijo (1 Cor 1,9) os bendiga, a vosotros y a los jesuítas y obras de
vuestras Provincias.
2. Acerca de la ejecución de los Decretos de la
Congregación General XXXII. (15. IX. 75).
I INTRODUCCIÓN
Dinamismo de lo contingente
4. Los criterios de valoración no pueden ser otros que los del Ins-
tituto de la Compañía: Fórmula, Constituciones, decretos de las Congre-
gaciones Generales y señaladamente la más reciente que, • para ser bien
comprendida, ha de ser considerada complementariamente con la 31 e
iluminada por los documentos del Papa Pablo VI.
Puede afirmarse que la CG 32 ha sido aplicada en la medida en
que se ha aplicado el proceso que la misma Congregación señala en la
parte dispositiva del decreto 4 (disposiciones prácticas, nn. 70-81) com-
pletado con lo relativo a la formación permanente (d. 6, nn. 18-20).
Son seis los elementos primordiales de este proceso:
1) Conversión de mente y corazón que transforme nuestros habi-
tuales esquemas de pensamiento y radicalice nuestra entrega a Cristo.
¿Se está verificando en el cuerpo de la Compañía esa conversión indis-
pensable? Sí, pero lentamente. Es una gracia de Dios que todos los
nuestros deberán implorar del Señor con la súplica constante y perseve-
rante empeño en su vida de cada día.
2) Concientización. ¿En qué grado los jesuítas se van haciendo
conscientes —por la oración, reflexión, discusión, experiencias— de las
actuales necesidades de la Iglesia y de los hombres? Quizá sea éste uno
de los puntos más débiles. El progreso en él está indudablemente con-
dicionado por los dos siguientes:
24 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
1) Dudas y tensiones
3) Compromiso político
D) LA VIDA DE ORACIÓN
G) . . . Y A UNA COMUNIDAD...
H) ...DE DISCERNIMIENTO
1) Pobreza
2) Castidad
3) Obediencia
apostolado social, etc.), creo que en esta relación bastará que me refiera
brevemente a cada uno de ellos y os dé mi valoración personal.
22. El apostolado social ha ido evolucionando estos últimos años
y se ha transformado más y más en una dimensión que invade toda
nuestra vida y apostolado. Debemos reconocer, sin embargo, que su
impacto sobre nuestros compromisos apostólicos más tradicionales to-
davía ha sido limitado y no ha provocado siempre, al nivel de la Pro-
vincia o Asistencia, aquellos profundos cambios que eran de esperar.
El sector social propiamente dicho también se ha desarrollado y
dado origen a nuevos compromisos tanto a nivel personal como institu-
cional. Los Centros de Acción Social, que en el pasado jugaron un papel
tan importante, han acusado en varias regiones una fuerte crisis. Pro-
curan ahora adaptarse a las nuevas exigencias vinculándose más estre-
chamente con los que trabajan a la base, abriéndose a la colaboración
con otros sectores de apostolado (educación, pastoral, reflexión teoló-
gica e interdisciplinar, etc.) y ampliando así su radio de acción.
La actividad directamente social está muy condicionada por la
situación social, política y cultural de cada país. A las dificultades inhe-
rentes a este tipo de apostolado y a las fuertes reacciones contrarias
que a veces provoca, se añaden en algunas partes la falta de preparación
y de rectos criterios por parte de quienes lo llevan a cabo.
23. La educación sigue siendo el apostolado que ocupa a gran
parte de los jesuítas. Ha sido objeto de dudas y discusiones sobre la
oportunidad de mantener nuestras instituciones educativas, sobre la
prioridad de otros apostolados más directos y con gente más humilde.
Hoy se le reconoce su valor, pero a condición de una modificación de
sus finalidades, contenidos y procedimientos.
Las Universidades tienen serios problemas económicos y de per-
sonal. Otras veces las dificultades .provienen de su autonomía. La Com-
pañía no puede carecer de los medios jurídicos necesarios para tutelar
las características ignacianas de tales instituciones. Soy consciente de
que representan esas grandes instituciones un gran peso que exige no
poco sacrificio de las Provincias. Pero son también un centro neurál-
gico y multiplicador de nuestro apostolado a largo plazo, y la Iglesia
nos pide que sigamos prestando ese costoso servicio. Otra cosa es su
número: ¿Podremos sostener todas las existentes en la actualidad,
frente a las exigencias de otros apostolados, muchos de ellos nuevos,
y vista la escasez de personal?
Un problema aparecido en los últimos años y que preocupa a los
Superiores es el de la relación de las Facultades de Teología con los
Superiores de la Compañía. Los Estatutos de las Facultades, frecuente-
mente, hacen difícil la intervención de los Superiores, sobre todo en
cuestiones académicas. Y sin embargo, si la Compañía ha de seguir
reconociéndolas como suyas, ha de poseer los medios estatutarios de
poder intervenir cuando la ocasión lo exija. Habrá que reformar los
Estatutos para que, sin ninguna clase de ambigüedades, quede a salvo
esta posibilidad.
PARTE 1." / n.° 3 35
lado, especialmente entre los jóvenes que han sido iniciados en él durante
su formación, y la más viva conciencia de su importancia trascendental
para el futuro que hoy es ya universalmente admitida.
Dos problemas en esta materia piden pronta solución: la inte-
gración de los medios de comunicación en la formación de los nuestros,
y la coordinación de nuestras actividades en el campo de los medios
de comunicación para conseguir mayor profundidad y difusión apos-
tólica.
27. Evangelización en "misiones". Es uno de nuestros escenarios
apostólicos con más rápidos y profundos cambios. La misma teología
de la evangelización en las antiguamente llamadas "misiones", con su
progreso y evolución, está contribuyendo a ello. El movimiento de per-
sonal es ahora menor, e incluso se ha diversificado: ahora son también
las jóvenes Iglesias las que envían refuerzos a Iglesias aún más recientes
o necesitadas.
Y sin embargo, se está haciendo necesario reafirmar nuestra movi-
lidad y universalidad, pues en algunas partes se advierten corrientes "re-
gionálistas o nacionalistas" claramente opuestas a la total disponibilidad
en que se basa la eficacia apostólica de la Compañía.
La internacionalización de las "misiones" se va logrando con éxito.
Pero es necesario progresar aún en la solidaridad internacional, tanto
en el campo financiero como en el de personal.
La tensión entre evangelización y promoción humana va encontran-
do su punto de integración y equilibrio.
La inculturación es una dimensión que en algunos aspectos podemos
definir como nueva, al menos por la claridad con que hoy se percibe
su necesidad, su legitimidad, y su enorme potencial apostólico, en
especial —aunque no exclusivamente— en las Iglesias y pueblos jóvenes.
Por eso, cumpliendo el encargo de la CG, escribí sobre este tema una
carta a la Compañía.
a
Para no alargarme, quisiera referirme a la página 6. del informe
sobre "evangelización y misiones" en que tenéis un resumen de las
respuestas al cuestionario enviado en 1977, y en el que hallaréis abun-
dante información sobre este punto.
Con toda justicia va prevaleciendo la consideración del mundo
como una misión gigantesca, y la tendencia a borrar la línea divisoria
entre cristianos y países llamados "de misión". Pero ello no debe aca-
rrear una pérdida del espíritu de evangelización y de empresa apostólica
en países diversos del propio.
28. Apostolados nuevos. La creatividad, virtud tan necesaria en
los tiempos que corremos, inspira nuevas formas para apostolados tra-
dicionales, o apostolados decididamente nuevos. Debe superar las am-
bigüedades, inseguridades, resistencias, y el continuo cambio de las
situaciones. Esto genera en algunos un sentimiento de incertidumbre,
desconfianza de sí mismos y cansancio que puede conducir a la pasi-
vidad. Se han hecho y se hacen cosas nuevas, por ejemplo, en la inser-
ción, en el apostolado rural, en los medios de comunicación social, en
las instituciones educativas, en la educación en instituciones ajenas, en
PARTE 1.» / n.° 3 37
K) FORMACIÓN
L) HERMANOS COADJUTORES
41. Con toda verdad puedo deciros que las relaciones con S. S.
Pablo VI, y concretamente desde la CG 32, han sido excelentes: en
todas las audiencias se mostró cariñoso y comprensivo y reiteradamente
expresó su estima por la Compañía, acerca de la cual (incluyendo sus
defectos y faltas) mostraba tener completa información. "Fue para Nos
no pequeña satisfacción ver que los miembros de la Compañía de Jesús
entendieron con buen espíritu la fuerza y significación de nuestras in-
dicaciones y la admitieron con voluntad obediente" (7 de marzo de
1975).
Fueron constantes las muestras de gratitud del Papa a la Compa-
ñía por su contribución apostólica a la Iglesia en general, y, en particu-
lar, por la colaboración de tantos especialistas jesuítas en la Curia ro-
mana y en otros encargos pontificios. La audiencia a los Presidentes de
Universidades de la Compañía, la audiencia a la Gregoriana, las pala-
bras a los redactores de la Civilta Cattolica, son sólo algunas de las
públicas manifestaciones, en estos últimos años, de su amor a la Com-
pañía. Me cabe también el consuelo de que no haya vuelto a haber
ningún lamentable caso de desacato al Santo Padre.
N) UNIÓ ANIMORUM
0) GOBIERNO CENTRAL
a) Comunicación
b) Reestructuración
d) Descentralización
Q) SALIDAS DE SACERDOTES
III CONCLUSIÓN
3 El Concilio Vaticano II
5. Las Constituciones
Se ve que, dejados aparte los contextos (137, 409, 629, 778 y 815)
en que la frase tiene un valor intrascendente, modo de proceder de la
Compañía apunta al conjunto de originalidades, notas específicas y di-
ferenciales de la Compañía respecto a las contemporáneas Ordenes reli-
giosas. Algo que hay que defender como esencial o derivado de la
esencia del propio carisma, y que podía sorprender a quien desde fuera
contemplaba el nuevo tipo de religioso en abierto contraste con los ha-
bituales de la época. El mismo sentido tienen los pasajes antes citados
de la carta de Salmerón a Laínez, y de San Ignacio a su sobrino Bel-
trán: "ha sido aprobado y confirmado por el Vicario de Cristo Nues-
tro Señor todo nuestro modo de proceder".
PARTE 1 • / n.° 4 53
6 En la mente de Ignacio
(8) Font. Narr. II, p. 236. NADAL, V, p. 608, y cfr., pp. 648 y 661.
54 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
sividad apostólica que, por una parte, la hace apta para 'misiones' difí-
ciles y, por otra, la convierte en blanco de persecuciones.
16. Es imposible, sin rebasar los límites a que aquí tengo que
circunscribirme, el hacer ni siquiera una síntesis del enorme caudal de
consejos y sugerencias —obligadamente muy concretas, abundantes y
heterogéneas— que San Ignacio da en estas y otras instrucciones. Pero
no olvidemos que ellas son la traducción, en términos de vida real, del
nivel profundo de nuestro modo de proceder institucional. Ese modo de
proceder va configurando, no lo olvidemos, la imagen del jesuíta que
comienza a actuar en el escenario religioso de su tiempo. Pero, si valen
como muestra, aquí van algunas citas:
29. No hay por qué detenerse aquí en los puntos menos luminosos
que habrían de completar ese cuadro ideal, ni dedicarse a desmontar lo
que en él pudiera parecer triunfalismo a algunos. Se podría objetar que
ese tipo de formación era propicia a cierto individualismo, o que la
reglamentada expresión de la vida espiritual podía degenerar en forma-
lisrno, o que la disciplina era de marcada tendencia proteccionista y
podían producirse inhibiciones y represiones psicológicas. Y habrá quien
66 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
34. Si esta evolución, por otra parte, tiene que hacerse convivien-
do en comunidades cuyos miembros reaccionan de un jnodo excesiva-
mente diferenciado ante este problema —del integrismo al secularis-
mo— las dificultades objetivas se complican con las tensiones interper-
sonales. Los puntos de divergencia son, entre otros, los siguientes:
— ¿Cuáles son, en nuestro modo de proceder los límites entre los
puntos esenciales y los contingentes?
— ¿Qué elementos deben ser imagen del jesuita a escala universal,
y cuáles pueden dejarse a la libre opción o a las exigencias de
la inculturación?
— ¿Dónde se fija a la secularización un límite no superable?
— ¿Cómo conciliar la vida de inserción y las exigencias-tipo de la
vida religiosa, personal y comunitaria?
68 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
39. La formación
— Oración y acción.
— Empeño por la perfección propia y ajena.
— Recurso a los elementos sobrenaturales y humanos.
— Pluralismo y unidad.
— Esfuerzo propio y dependencia total de Dios.
— Medios eficaces y pobreza.
— Inserción y universalidad.
1 C ) 2
| 3 4 - ' 5 3i-32 multitudes agolpadas en torno a Ti*; o con ira cuando tus
Me 3Í5 ojos se fijaban en los insinceros*.
10. Por otro lado, no hay que considerar como increyentes a quie-
nes, sin compartir nuestra fe en Jesucristo, reconocen a Dios y lo acep-
tan en sus vidas. Y, al contrario, no es raro que en países de antigua
marca cristiana las dificultades sobre la persona de Cristo o sobre la
Iglesia y su credibilidad, afecten a la fe en Dios o inmediatamente o
en una segunda fase que no tarde en llegar.
88 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
Oración
Testimonio de vida
17. Hay que hacer notar que nuestra insistencia en dirigir nues-
tro apostolado hacia el mundo de la increencia, no va en detrimento
del compromiso de la Compañía por promover la justicia. Todo lo con-
trario: hay que demostrar fehacientemente que la fe "lleva siempre a
un auténtico amor práctico y social del prójimo" (C. G. 31 d. 3 n. 6)
y que la injusticia "constituye un ateísmo práctico" (C. G. 32 d. 4
n. 29). Tenemos que ser muy sensibles a la relación entre justicia y fe:
hay muchos oprimidos por la injusticia que tienen puesta su última
esperanza en la Iglesia: si viesen que ella les niega el necesario apoyo
para liberarse, perderán su confianza en la Iglesia y se verá fuertemen-
te afectada su propia fe.
90 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
La preparación indispensable
24. Los jesuítas jóvenes deben prepararse mejor que sus prede-
cesores para ese encuentro con la increencia, lo cual supone una forma-
ción filosófica seria —y ello no puede lograrse sin una reflexión perso-
nal profunda y una lectura amplia de los problemas humanos— ahon-
dando en la complicada problemática que plantea la increencia. Perdo-
nad que lo repita: una formación filosófico-teológica superficial sobre
este tema de la increencia, nos haría ineptos para penetrar evangélica-
mente las culturas y las ideologías, contra todo lo que exige de nosotros
la tradición de nuestra vocación jesuítica y la misma Iglesia y el mundo
actual (Pablo VI. 'Evangelii Nuntiandi', n. 20).
Conclusión
t
(1) Decr. 5, núm. 2 .
96 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
(2) "En tanta diversidad... así en trajes como en gestos... unos blancos,
otros negros..." ->- Ej. Esp. 106.
96 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
(51, 71), la llamada del Rey delante de todo el universo mundo (55).
Y, por otro lado, consideran todo lo recibido como muestra del amor
de Dios, dones que descienden de arriba (234, 235, 257).
Nuestra experiencia personal de Cristo y del Evangelio, vivida en
los Ejercicios, el conocimiento interno del Señor (104), nos disponen
para acertar a discernir lo que es esencial en la fe cristiana y lo que
puede ser ropaje cultural accesorio.
En San Ignacio esta actualización es una constante de su pensa-
miento y de su gobierno —aparece en más de 20 pasajes de las Consti-
tuciones— e insiste incesantemente para que se tomen en consideración
las circunstancias del país, los lugares y lenguas, la diversidad de men-
talidades, los temperamentos personales (3).
En la misma línea están los consejos que da en diversas instruc-
ciones: Háganse amables por la humildad y caridad, haciéndose uno
todo para todos ( 4 ) ; manifiéstense, en cuanto lo sufre el Instituto de
la Compañía, conformes con las costumbres de aquellos pueblos (5).
Ordena que se den penitencias a los que no aprenden la lengua del
país (6).
La tradición de la Compañía es fiel a este principio de adaptación.
Así procedieron sus más grandes misioneros: Javier, Ricci, de Nobili
y tantos otros, cada uno en línea con las concepciones de su tiempo,
cuando con ánimo decidido y creativo apostaron por la acomodación
pastoral.
La tarea de la evangelización de las culturas, que es un aspecto
del problema global, sigue siendo imprescindible en nuestros días y
pide Jesuítas que hagan un esfuerzo igualmente creativo. A esta evan-
gelización de las culturas, tan propia de la tradición de la Compañía,
nos invita Pablo VI cuando anima a los evangelizadores a hacer todo
el esfuerzo necesario para una evangelización generosa de las cultu-
ras (7).
Este es, sin duda, uno de aquellos campos difíciles y de primera
línea de los que habla el Papa, en los que ha habido o hay confronta-
ción entre las exigencias urgentes del hombre y el mensaje cristiano
en los que siempre han estado los jesuítas (8).
El espíritu ignaciano ha sido compendiado alguna vez en esta fra-
se: Non cohiben a máximo, contineri tomen a mínimo, divinum est.
En nuestro contexto eso nos retaría a una concretización local hasta
en lo mínimo, pero sin renunciar a la grandeza y universalidad de los
valores humanos que ninguna cultura, ni el conjunto de todas ellas,
puede asimilar y encarnar de modo perfecto y exhaustivo.
(3) Cfr. Const. 301. 508, 581, 747, 395, 458, 462, 671, 64, 66, 71, 136, 211,
238, 449, etc.
(4) 1 Cor 9, 22.
(5) A los PP. y H H . enviados a ministerios. Roma, 24 de setiembre de
1549. M I Epp. XII 239-242.
(6) A los Superiores de la Compañía. Roma 1 de enero de 1556.
(7) Cfr. Ev. Nuntiandi, 20.
(8) Alocución a los PP. de la C G . 32, 3 de diciembre de 1974.
PARTE 1.» / n.° 6 99
Actitudes requeridas
Consecuencias internas
a
Sección 2 .
A) Aspecto institucional
B) Progreso
i
118 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
C) Discernimiento
I
120 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
que las penetra por entero. Ignacio habla de "la autoridad y providencia
de nuestra Santa Madre la Iglesia" (Ex. Const. 22). La Iglesia es la norma
más segura y se han de seguir sus opiniones, pues, como escribirá Ig-
nacio: "La Santa Madre Iglesia siempre es ilustrada y esclarecida in
dies por el Señor nuestro, que la rige y gobierna" (MI, Epp VIII, 309).
Para Ignacio la Iglesia jerárquica es Madre nuestra, esposa de Cristo,
e! amor la vivifica. No es una institución fría, sino una madre provi-
dente.
El sentido verdadero de la "vera esposa de Cristo" (Ejerc. 353),
tan necesario hoy, se opone al de quienes no ven distinción entre la Igle-
sia y el mundo. San Ignacio tiene un sentido tan profundo de la Igle-
sia, "nuestra santa madre Iglesia jerárquica" (ib.), cuya cabeza es el Vi-
cario de Cristo, que ni por un instante opone la Iglesia a Cristo, ni opo-
ne la institución al misterio, sino que ve el misterio en la institución.
Este sentido de Iglesia determina la visión que el jesuita debe tener del
mundo, según su carisma, y cualifica su misión de una forma típica-
mente ignaciana.
D) Como cuarto principio, el sacerdocio es nota característica de
la "misión" y de la Compañía como cuerpo y constituye, por tanto, una
nota ignaciana de gran valor en el cumplimiento de su misión. La
Compañía mira, evalúa y ayuda al mundo con ojos, criterios y acciones
sacerdotales, no porque todos los jesuítas deban ser sacerdotes, sino
porque ella ha sido establecida para una labor sacerdotal ministerial, y
nuestra labor debe ser continuación de la experiencia sacerdotal, perso-
nal y comuntaria, de los primeros compañeros. Se ha podido afirmar
que San Ignacio entendió el sacerdocio más en la línea de "lo misional"
que en el sentido de lo "cultual" y que sin embargo en la vida de los
jesuítas, a veces, a la hora de entender y practicar el sacerdocio, ha
influido más la teología post-tridentina que la Fórmula del Instituto.
El fin de la Compañía como cuerpo es un fin sacerdotal? "emplearse
toda en la defensa y dilatación de la fe católica predicando, leyendo pú-
blicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios,
dando los Ejercicios espirituales, enseñando a los niños y a los ignoran-
tes la doctrina cristiana, oyendo las confesiones de los fieles y sumi-
nistrándoles los demás sacramentos para especial consolación de las áni-
mas. Y también es instituida para pacificar a los desavenidos, para so-
correr y servir con obras de caridad a los presos de las cárceles y a los
enfermos de los hospitales..." (Fórmula I, núm. 3).
El Vaticano II nos ha ayudado a entender mejor el pensamiento de
Ignacio. La imagen del ministerio presbiteral que nos ofrece el Concilio
Vaticano II es muy amplia. Esta imagen Vaticana tiene como punto de
partida el concepto de "misión". Es la misión de Cristo en primer lu-
gar; después, la misión de toda la Iglesia. En la visión del Vaticano
todo arranca de la "misión" que engloba como categoría primera y fun-
damental la "sacerdotal", proféticá y pastoral.
La misma conclusión se desprende de lo que exige para la Compa-
ñía el 4.° Voto. Este voto pide, según la Fórmula "ut quidquid moder-
122 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
Conclusión
(15) Col. 2, 3.
(16) 2 Cor. 2, 15.
(17) Conc. Vat. II, "Nostra aetate", n. 2.
PARTE 1.» / n.° 8 131
nales" de los que quieren conseguir por ellos mismos una posición o
una actividad. Nuestra vida no tiene sentido, ni se inserta en la línea de
la historia de la salvación más que en cuanto sea una misión recibida
de Dios por medio de la Compañía.
La verdadera comunidad de que habla san Ignacio es el Cuerpo de
la Compañía, corpus Societatis, por más que en las condiciones apostó-
licas concretas existan y tengan que existir comunidades particulares.
Y esto porque cada uno se incorpora a la Compañía como miembro de
un mismo cuerpo (23).
3. Otra característica es la universalidad, porque nuestro servicio
a la Iglesia y al Sumo Pontífice implica esta universalidad, debiendo es-
tar preparados a ir a cualquier parte del mundo. Esta universalidad da
su verdadero sentido a nuestro trabajo apostólico local: sería inadmi-
sible cualquier regionalismo o nacionalismo que se opusiese verdadera-
mente a este universalismo. Nosotros somos "ciudadanos del mundo y
de la Iglesia". Por eso mismo debemos interesarnos por los problemas
mundiales o que afectan a regiones distintas de la nuestra. Debemos
considerar la salvación del mundo a través de los ojos de Cristo en la
Cruz.
4. La universalidad exige una disponibilidad y una movilidad
muy grandes. Esto quiere decir que de nuestra parte debemos mante-
nernos siempre indiferentes, en el sentido ignaciano, a propósito de
nuestro trabajo, de manera que podamos acudir allí donde la obediencia
nos reclame. Esta disponibilidad y esta movilidad podrían parecer un
obstáculo para realizar un trabajo concreto y prolongado, que debemos
tener un celo y un amor constante por el trabajo presente como si de-
biera ser nuestra ocupación continua y definitiva; pero, por otra parte,
debemos mantenernos en una disponibilidad interior que nos permita
abandonarlo en cualquier momento. Esta disposición no se consigue
más que gracias a un gran espíritu sobrenatural y a una perfectísima
caridad apostólica, de donde nace una gran libertad interior, fruto de
la verdadera indiferencia.
5. Adaptabilidad, por medio de la cual nos integramos y nos en-
carnamos en el medio en que tenemos que trabajar. Esto vale no sola-
mente para los extranjeros que tienen que adaptarse a su nuevo medio
de apostolado, sino también para los mismos nativos si de verdad quie-
ren hacerse todo a todos. Esta adaptabilidad exigirá de unos y de otros
solidez y agilidad espirituales, cosa que supone elevación y libertad in-
teriores. Y éstas, a su vez, nos permiten reconocer y aceptar el valor de
las personas y de las circunstancias que nos rodean.
6. Debemos igualmente contar con la ayuda de una estrategia so-
brenatural, fundada sobre el magis, es decir, que busque siempre la ma-
nera más eficaz de servir. Esta estrategia supone tanto la reflexión so-
brenatural sobre las circunstancias concretas en las que se trabaja o se
debe trabajar, como la aplicación de los principios del discernimiento y
elección de los ministerios; su magistral formulación, tal como la ex-
A) Pobreza individual
Ante nuestros ojos tenemos al mundo de hoy, con todas sus formas
de pobreza: la falta de pan o de cultura, la privación de legítimas liber
tades, la falta de respeto y de afecto a que todo hombre tiene derecho;
una vida sin moralidad o sin Dios... Con todo, del conjunto de estudios
recientes sobre la pobreza, no es fácil sacar una definición propiamente
dicha. Por otro lado, vemos que, junto a las víctimas de una indigen
cia soportada pasivamente, hay otros hombres, a quienes otorgamos el
título de pobres: aquellos que "con la libertad de los hijos de Dios"
aceptan para sí y transforman una actitud que tiene mucha analogía
con la condición humilde de los indigentes.
3. En estos pobres voluntarios se perpetúa la descendencia de los
"pobres de Yavé"; pero, más que ningún otro, es el Hijo del Hombre
el que vive en ellos: el Verbo, que se asemejó a los hombres, y que,
al encontrarse en la condición humana, "se humilló haciéndose servidor
y pobre", trabajador disponible, ignorante de reivindicaciones, sobera
namente libre. De su corazón y de su vida brota la invitación a hacernos
pobres como El, a manejar con todo respeto las cosas creadas por su
Padre y por El mismo, a servir en todo y a todos con su misma humil
dad y su desinterés.
cosa: "La muchedumbre de los creyentes no tenía más que un solo cora-
zón y un alma sola. Nadie llamaba suyo a lo que le pertenecía, sino
que todo era entre ellos común" (Hech. 4, 32).
cuanto necesiten para sustento y vestido; por esto, todos y cada uno
harán el voto de pobreza perpetua..." (2).
Quieren ser "sacerdotes pobres de Cristo" (3), y esto no por simple
táctica pastoral o filantrópica, sino para dar una respuesta a la llamada
del Padre, que les invita a vivir juntos en una adhesión y conformidad
particular con su Hijo, y a participar así de su misión salvífica.
B) Pobreza comunitaria
mos preferido que nuestra vida y nuestra acción estén libres de la codi-
cia, tantas veces tiránica, de las ganancias. ¿Y no es precisamente eso
lo que el mundo de hoy necesita, testimonio audaz de quien profesa
esta libertad? El estímulo para nosotros estará en una responsabilidad
mucho más seria que la de asegurar nuestra subsistencia o nuestro con-
fort: la responsabilidad del apóstol. Pues ha sido por mejor amar a
Dios y servirle donde El quiera con toda libertad y disponibilidad, por
lo que hemos corrido la aventura de abrazar este desinterés. Porque,
¿qué nos pide la gratuidad ignaciana? Nos pide, dice la Congregación
General, "la libertad interior, despegada de la búsqueda de toda venta-
ja personal, y la libertad exterior, sin los vínculos de obligaciones que
no es necesario asumir". Nos pide además que en favor del prójimo "de-
mos edificación... por esta libertad y por el amor de Cristo y de los
hombres" (n. 16).
La Congregación General ha sido así fiel al espíritu de San Igna-
cio. Y por la misma vitalidad de este espíritu ha tenido que renovar
las reglas prácticas precedentes. Leamos de nuevo nuestro Decreto, en el
n. 5: "Para asegurar una más perfecta práctica de nuestra pobreza, la
Compañía trata de renovarse y adaptarse en este campo, tanto por un
retorno a la auténtica doctrina del Evangelio y a la primera inspiración
de nuestro Instituto, como por la adaptación de nuestro derecho a las
nuevas condiciones de los tiempos. La letra de nuestras leyes podrá
por consiguiente modificarse cuanto sea necesario, pero no el espíritu,
que habrá de permanecer intacto".
Todos estos principios han sido tenidos cuidadosamente en cuenta
por la Compañía en estos dos puntos de la gratuidad y de la adquisición
legítima del fruto de ciertos trabajos. Pero esta autenticidad se perde-
ría si los NN. adquirieran para sí tales remuneraciones, si tomaran o
abandonaran los ministerios según el criterio de si consienten o no el
ganarse la vida; si los Superiores se orientan, para emprender un ser-
vicio apostólico o elegir ocupaciones o fijar la residencia de los NN.,
por la preocupación de una rentabilidad económica (20).
(20) Cfr. Estatutos de la Pobreza, nn. 3, 11, 53, 54, 58. El art. 58 men-
ciona las subvenciones sociales, que se pueden considerar como una cuarta ca-
tegoría de recursos; en realidad no es simplemente reducible a ninguna de las
tres categorías precedentes; sin que se trate de innovación pura y simple, se ve
bien claro que en siglos precedentes el derecho no podía tener presente esta
realidad como tal.
\
PARTE 1.» / n.° 9 153
La vida común no supone por otro lado el que los religiosos vivan
en una feliz ignorancia de la realidad del presupuesto de su propia co-
munidad, y San Ignacio espera precisamente de todos y de cada uno,
por lo que toca a los intereses materiales de la casa, "la solicitud a que
les obliga la caridad y la razón" (21). Actualmente, en este espíritu de
amplia comunicación de bienes que S. Pablo hacía ya practicar a sus
cristianos (22) y que inspiró a la Congregación General en sus Decretos
sobre la Pobreza, sobre la Vida comunitaria y sobre la Cooperación in-
(23) Decr. 18, nn. 9-9; d. 19, n. 4 ; d. 48, n. 6; cf. Estatutos de la Po-
breza, 84, 3.°; innovación en el nivel administrativo, pero que tiende a facilitar
y estimular una amplia ayuda.
a
PARTE 1 . / n.° 9 155
que nos hemos comprometido, sino por una intención espiritual y apostó-
lica. Por lo demás, esta seguridad material es para bastantes de los NN.
inferior a la que podrían disfrutar en el mundo. Los Superiores y los ad-
ministradores conocen muy bien la preocupación, digamos mejor, la
ansiedad, de ciertas situaciones financieras. Pero son las mismas comu-
nidades las que en muchos países, viven sin ninguna seguridad del
futuro: ¿podrán encontrarse mañana o el año que viene las limosnas,
subvenciones o remuneraciones que permitan subsistir, atender a la
formación de los jóvenes, servir a las obras apostólicas?
CONCLUSIÓN
tía (24). Nuestro Señor, que en este mundo fue plenamente libre en el
uso de las cosas para ponerse enteramente en manos de su Padre y a
disposición de los demás, nos hace ahora anticipar y manifestar por
nuestra pobreza, la libertad de los hijos de Dios glorificados.
Creamos en su fidelidad: por El se nos ha dado todo bien mate-
rial y espiritual: de El tenemos en particular esta gracia de la pobreza
religiosa, don totalmente gratuito, como el de la castidad consagrada.
De El esperamos todo lo necesario aquí abajo y la verdadera posesión
del mundo y con El contamos para llegar a la plenitud definitiva. Esta
esperanza, y la gratitud y amor que le debemos, nos impulsa a hacernos
realmente pobres, dándolo todo a nuestros hermanos y gastándonos
nosotros mismos sin medida.
(24) Cfr. Ejercicios Espirituales 116, 167; Deliberado Sti. Patris Ign. de
Paupertate. Monum. Ign. ser. 3, I, p. 79.
0
10. La sencillez de vida ' (29. XII. 73).
religioso más bien se debería llamar vida ostentosa, como por ejemplo
la del que en su vestido, ajuar, habitación o medios de transporte usara
medios de lujo. Tampoco puede decirse vida de sencillez la del que
procura para sí lo más confortable del mercado en muebles, calefacción,
aire acondicionado, etc. En una palabra, la sencillez de vida se ve ame-
nazada por una doble fuerza: el egoísmo y la sociedad de consumo, que
le brinda todo lo que necesita para su satisfacción. El egoísmo no apa-
rece de un modo tan espectacular en una sociedad muy pobre; en ella,
la vida austera se impone por sí misma. De hecho, Ja abundancia co-
mercial y su esclavizante propaganda no nos arrastrarán si por princi-
pio queremos llevar vida austera y decimos netamente: "¡cuántas co-
sas no necesito!". En este punto nos encontramos en la Compañía con
situaciones que van desde lo heroico hasta lo escandaloso.
La sencillez de vida radica y es manifestación de una actitud es-
piritual que tiene aspectos muy diversos y que puede ser considerada
tanto en el orden personal como en el apostólico. No es solamente un
problema de pobreza. Se puede faltar, en efecto, a la simplicidad de
vida en nuestra vida personal de muchos modos: por sensualidad, por
vanidad, por un larvado concepto de "clase social". La sensualidad nos
lleva a querer ahorrarnos todo lo molesto y a querer gozar de la vida
y de las oportunidades que nos ofrece la sociedad de consumo con su
confort y sus delicadezas. La vanidad nos lleva a querer elegir lo lujoso,
y aun en lo necesario nos induce a buscar cosas que nos hagan aparecer
mejor, y a competir con el laico que es esclavo de la moda o de la ele-
gancia. Seamos o no conscientes, todos participamos de lo que se ha
llamado "pasiones colectivas" (v. gr. nación, raza, clase o nivel social
a que hemos pertenecido...). Estas pasiones son tanto más inconscientes
por ser colectivas, y así encuentran justificación en el ambiente que nos
rodea; sin embargo condicionan nuestras opiniones y modo de vida,
incluso en el campo apostólico. El concepto de clase nos impide el
querer aparecer como de "clase inferior", modesta, trabajadora, y nos
hace imaginarnos que en algunos ministerios o actividades modestas
como que nos "rebajamos" a tratar con gente de "clase baja", y aun
a veces nos frena el temor de aparecer como uno de esta clase en habi-
tación, vestidos, viajes, etc. Por eso nos debemos preguntar: ¿De qué
clase social soy yo? ¿A qué mundo pertenezco inconscientemente? Con
mucha frecuencia nuestras reacciones espontáneas son las de los grupos
dominantes, incluso cuando creemos intelectualmente que nos hemos li-
brado de ellas.
En la vida apostólica y en la elección de los medios apostólicos
existe también una complicación creciente (medios de comunicación,
transporte, instrumentos técnicos, de pastoral, etcétera), que se deben
admitir sólo como una "ayuda de las almas", sin caer en el error de
criterio que supondría medir la eficacia espiritual apostólica por el
número y la perfección de los instrumentos o métodos técnicos emplea-
dos, cuando se puede llegar a una tal complicación que vengan a ser
verdadero estorbo, como lo era la armadura para David. ¿Qué decir,
si no, del "apóstol" del tercer mundo, que decía que empleaba una
PARTE 1.» / n.° 10 163
t
gran parte de tiempo en arreglar su máquina de escribir, su radio, su
magnetófono, su frigorífico, su automóvil, etc.?
Para ayudarnos a entender la superfluidad de muchas cosas que
hoy nos van pareciendo necesarias, y que por lo tanto juzgamos impres-
cindibles, ayuda reflexionar en lo que sucede cuando, por razones ex-
ternas o independientes de nuestra voluntad, nos vemos privados de
muchas de ellas. En caso de guerra, con qué poco nos conformamos.
No hay más remedio. Otro caso verdaderamente elocuente ha sido el de
la crisis de energía originada por la reducción del petróleo exportado
por los países árabes. Aquellas cosas de que por motivos superiores no
nos hemos querido desprender, se nos han mostrado como superfluas e
innecesarias ante las limitaciones que forzosamente se nos han impues-
to (reducción de la velocidad en carretera, de la temperatura de la ca-
lefacción, duración de los espectáculos, etc.).
(9) 1 Cor. 3, 7.
a
PARTE 1 . / n.° 10 169
to. Ellos son los más numerosos. Pero no sólo eso; el cambio en las
estructuras sociales injustas no vendrá si no ayudamos a los pobres a
ayudarse a sí mismos, y no podremos nosotros enseñarles esto si no
aprendemos de ellos el sentido real de la pobreza.
Respetemos la dignidad de los pobres; tomémoslos como maestros.
San Ignacio decía: "son tan grandes los pobres en la presencia divina,
que principalmente para ellos fue enviado Jesucristo...; tanto los pre-
firió a los ricos, que quiso elegir todo el santísimo colegio de entre los
pobres y vivir y conversar con ellos, dejarlos por príncipes de su Igle-
sia, constituirlos por jueces sobre las doce tribus de Israel, es decir, de
todos los fieles. Los pobres serán sus asesores. Tan excelso es su es-
tado" (10).
Hoy sentimos la preocupación de presentar y llevar a los hombres
a aceptar nuevos modelos de vida, nuevos modelos de sociedad. No
olvidemos el adagio antiguo: "exempla trahunt". Es muchos más gran-
de la fe que se presta a los hechos que a las palabras. Un modelo debe
tener siempre una aplicación práctica, debe señalar el camino por donde
ir, debe señalar la dirección a un mundo que casi ha perdido todo
sentido de dirección.
Pensemos, por tanto, qué precioso testimonio de Evangelio pode-
mos ofrecer con un modelo de vida o modo de proceder, que sea simple
y austero en todos los niveles: en el nivel personal (pocas cosas en
nuestro ajuar) en el nivel comunitario (austeridad y no demasiado con-
fort) y en el nivel institucional (renunciando a posesiones, inversiones,
instituciones prestigiosas, etc.). Un modelo así, si es puesto en práctica
sincera y honestamente y no colocado simplemente como fachada pos-
tiza e hipócrita, podrá seguramente ser eficaz.
En fin, la pobreza y la sencillez de vida, cuando vienen animadas
por la caridad, producen otro fruto visible de gran relieve: el de la
solidaridad. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que. los primeros
cristianos, "al aceptar la fe, se unían entre sí y tenían todo en común.
Vendían sus propiedades y riquezas, y su valor lo distribuían entre to-
dos, según la necesidad de cada uno" (11). Esta solidaridad, esta par-
ticipación y comunicación de los bienes materiales, la así llamada "koi-
nonia", nacía de la caridad, de la participación de un mismo espíritu
que se les comunicaba y en el que todos se sentían unidos.
Un espíritu así, de solidaridad y participación, es de hecho admi-
tido por todos en la Compañía, pero quizá no es tan practicado, al menos
en la extensión y profundidad que debiera serlo. No me refiero ahora
tanto a la solidaridad que se aplica en la vida comunitaria local, en la
que es evidente que debemos ser solidarios y participar a los demás
cuanto poseemos o adquirimos y en la que debe siempre respetarse y
guardarse la igualdad de derechos fundamentales, sin privilegios per-
sonales; sino a una solidaridad más amplia, a aquella que debe exten-
Resumiendo:
Principios ignacianos
Reeducación necesaria
Virtudes ignacianas
Estructura mental
Reflexión teológica
Apostolado social
La educación
(1) CG. X X X I I , d. 2, n. 9.
PARTE 1.» / n.° 13 189
A) Principios básicos:
B) Directrices :
b) Concientización y formación:
La Congregación General XXXII, a la luz de una visión cristiana
del hombre y de la sociedad y de las dimensiones personales y sociales
del pecado y de la redención, ha subrayado la importancia de una ac
ción que tienda al cambio estructural, insistiendo al mismo tiempo en
la necesidad de la conversión individual y de los esfuerzos para transfor
mar todas aquellas actividades y tendencias que engendran la injusticia
y alimentan las estructuras de opresión (d. 4, n. 32). El trabajo de
formación y de "concientización evangélica" (d. 4, n. 60), y no simple
mente social y política, es, pues, otra de las tareas prioritarias del
CÍAS, área que no se puede limitar, por razones ideológicas o políti
cas, a unos pocos grupos o clases sociales, sino que tiene que extender
se a todos aquellos que pueden ser agentes de transformación social y
tener sobre las estructuras responsabilidad e influencia (d. 4, n. 60).
(7) C G . X X X I I , d. 4, n. 43.
PARTE 1.» / n.° 13 191
e) Colaboración interdisciplinar.
Como reconoció la reunión de Lima, el CÍAS debe colaborar "con
las diversas áreas del trabajo eclesial y jesuítico que lo soliciten". Este
aspecto de su actividad es de especial importancia ya que en la actuali-
dad los problemas sociales son particularmente complejos y hace falta
un enfoque interdisciplinario para resolverlos con acierto. Como es claro,
esta consideración se aplica de modo especial al Colegio Máximo y a
la Universidad. Si los profesores de estos centros y los investigadores
del CÍAS trabajaran en estrecha colaboración, podrían prestar al país
un servicio de primer orden.
I.—Naturaleza
II.—Importancia
III.—•Características
IV.—Actitudes
x L
( 5 77)
El apostolado educativo
Los Colegios
(I) C G . X X X I I , d. 4, n. 60.
210 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
Una objeción
Recomendaciones de S. S. Pablo VI
vamos a poder llevar a cabo una reflexión teológica que les sea inteli-
gible sin un profundo conocimiento de las raíces científicas de esa men-
talidad? Más aún: ¿cómo hacer presente la Iglesia y mantener los in-
dispensables contactos personales en un sector mundial de tan vital im-
portancia como el científico y técnico sin conceder a las ciencias el valor
que les corresponde? No olvidemos, además, que las conquistas de las
ciencias exactas y naturales son con frecuencia excelentes aportaciones
a la victoria contra calamidades y miserias de todo tipo. La caridad
también llama por aquí.
Claro que no podemos hacerlo todo. No daríamos abasto y caería-
mos en la dispersión. Pero debemos tener ante los ojos el amplio abanico
de posibilidades que se abre ante nuestro apostolado y la lista de áreas
de trabajo que —en función de las necesidades y de nuestros recursos—
son compatibles con nuestra vocación. Sé que a lo citado hasta ahora
habría que añadir el mundo de la literatura y de las artes y el de los
medios de comunicación, sectores todos ellos en que la colaboración
entre los Nuestros ha experimentado en los últimos tiempos un conso-
lador incremento.
Para una elección más segura habrá que tener en cuenta el talento
y la vocación personal y discernir qué es lo más urgente en tal o cual
circunstancia y qué es lo más necesario en una prospectiva de futuro.
Agradecería que aquellos que por dominar aquellos sectores cultu-
rales están capacitados para hacer sugerencias a propósito de nuestras
opciones, quieran comunicármelas para bien de todos.
éstos tengan en cuenta, al elegir a los que se proponen enviar, las rele-
vantes dotes humanas y religiosas que para ello se necesitan. Es induda-
ble que antes de multiplicar tales misiones a nivel de Provincia, se debe
comparar con toda atención su valor apostólico en esas circunstancias
concretas con las posibilidades apostólicas que ofrecen los centros de
la Compañía. Hoy como ayer, más de un criterio de los señalados por
las Constituciones para la selección de ministerios, están a favor de
centros estables, que tengan gran radio de influencia y en los que se
trabaje en equipo. También el Papa nos recordó el valor de las Univer-
sidades Católicas (3).
De todos modos, los que reciben la misión de trabajar intelectual-
mente en una modalidad más personalizada, no pueden quedar margi-
nados de la Provincia, ni por culpa de ellos ni por culpa de la Pro-
vincia. El Provincial debe dedicarles especial atención, sobre todo en
los primeros años de ese ministerio. Debe quedar bien claro que su tra-
bajo es contribución que se integra en el esfuerzo común. Para ello
debe haber contactos frecuentes, conocimiento mutuo y profundo, par-
ticipación en el discernimiento común. Menos aún, habrán de quedar
aislados en el seno de la comunidad.
Conclusión
3. Releamos el texto del Decreto 27, III, 10, 1.° y 2.°, de la CG. 31:
hoy (Vi. 7 8 )
B) Experiencia de pobreza
C) Experiencia de vida
Otro punto interesante habéis tocado, que no debemos dar los Ejer-
cicios como meros aficionados, como teóricos, sino que debemos tener
una experiencia de vida de verdaderos especialistas, pero sin perder por
ello el contacto con la realidad. Para ello puede ser necesario algún
trabajo apostólico directo entre diferentes ambientes para conocer mejor
a la gente. No se trata sólo de un año sabático o de un tiempo de reci-
claje y de vida interior intensa, de altos estudios de teología. Me refiero
a
PARTE 1 . / n.° 19 233
más bien a una atención continua para ver lo que pasa a nuestro alre-
dedor, lo que pasa a los hombres. Solamente entonces podemos hablar
con un poco de experiencia.
D) Preparación de directores
E) Métodos orientales
F) Examen de conciencia
H) Promotores de Ejercicios
tivo difícil y tan exigente, que sólo los Ejercicios le permitirán con-
seguirlo. En ellos se encuentran los elementos necesarios para la reno-
vación que nos han pedido las Congregaciones Generales 31 y 32. Por-
que ésta no puede conseguirse más que por medio de aquella expe-
riencia profunda a la cual conducen los Ejercicios, por medio de una
comunicación con Dios al estilo de S. Ignacio. Tiene una gran impor-
tancia el modo con que los jesuitas hagan sus propios Ejercicios. En
esto, como sabéis la Compañía debe renovarse. Hace algunos años nos
amenazaba un grave peligro: algunos no hacían los Ejercicios, o al
menos los Ejercicios de S. Ignacio. Se los había sustituido por charlas
o discusiones. Hoy la situación ha mejorado. Como Promotores de Ejer-
cicios, esta debe ser una de vuestras primeras ocupaciones. Para la re-
novación de la Compañía no basta que los jesuitas sigan algunos cursos
de reciclaje, participen en grupos de discusión, en una dinámica de
grupo. Es necesario que se insista más sobre este tema.
Muchos decretos de la Congregación General 32, tales como el 2.°,
4.° y 11.° están fundados en los Ejercicios. Hay que buscar allí su punto
de apoyo.
Así el segundo decreto dice que el jeusita es un pecador llamado
a estar con Cristo, enviado en misión con un grupo de amigos en el
Señor, formando una comunidad en la dispersión, capaz de encontrar
a Dios en todas las cosas.
Para comprender bien las Congregaciones Generales 31 y 32, que
son la interpretación actual de nuestro Instituto, es preciso ir a las
raíces mismas de la espiritualidad de las Constituciones, los Ejercicios.
Por esto no dejo de decir y de repetir que si no nos renovamos por
medio de los Ejercicios, no seremos jamás la auténtica Compañía de
Jesús.
De aquí viene la importancia de la indiferencia. Estáien la base de
toda buena elección y sin ella el discernimiento, del que se habla tanto
hoy, no es posible. Una indiferencia activa, la del "magis" y la del amor
de Cristo que impulsa hasta la tercera manera de humildad. Esto es
esencial cuando se trata de hacer la evaluación de nuestros ministerios.
Esta indiferencia es indispensable para conservar este contacto con Dios,
que nos permite conocer su voluntad a propósito de nuestras priorida-
des apostólicas concretas. Hoy, cuando las cosas no se pueden regla-
mentar y fijar con anticipación, debe ser mayor nuestra responsabili-
dad apostólica, mayor nuestro discernimiento y en última instancia,
mayor nuestra indiferencia. Es ésta, según me parece, una de las in-
tuiciones más profundas de la Congregación General 32. No es posible
dar normas fijas para todos y para siempre en todo un mundo en
constante cambio, pero los principios no pueden cambiar. Sepamos man-
tenernos vigilantes a la escucha del Espíritu, con toda disponibilidad.
Esta actitud es la garantía de nuestra eficacia apostólica.
Todos estos elementos se encuentran en los Ejercicios. Y por con-
siguiente, si queremos profundizar los decretos de la Congregación Ge-
neral es indispensable que vivamos los Ejercicios.
236 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
para que puedan lograrse en la Compañía los mejores frutos de las últi-
mas Congregaciones Generales.
nía gira en torno a este objetivo central: lograr este hombre disponible,
verdadero "hombre nuevo".
Este es el hombre que forman los Ejercicios, y el difícil ideal de
jesuita esbozado por San Ignacio en las Constituciones ( 7 ) : hombre
profundamente libre, abnegado y mortificado para "una más cierta di-
rección del Espíritu Santo" (8), "instrumento" disponible en las ma-
nos del Señor (9), y tanto más eficaz cuanto más disponible. Y es por
la aceptación de las mediaciones en la Iglesia —"el Vicario de Cris-
to" (10)— y en la Compañía —el Superior "en lugar de Cristo Nuestro
Señor" (11)— como, para San Ignacio, la disponibilidad al verdadero
mandante, el Señor, se hace para nosotros concreta y real. Lo cual no
implica ninguna pasividad, sino que, al contrario, exige la participación
activa y responsable tanto del que da como del que recibe la misión (12).
Por pertenecer a un cuerpo esencialmente en misión, disponible a
Cristo y su Vicario, y cuyo "principio y principal fundamento" (13) es
precisamente la prontitud total a obedecerle acerca de las misiones, es
claro que esta radical disponibilidad "nos funda" y constituye nuestra
identidad como jesuitas (14).
Pero no sólo interesa la disponibilidad individual de cada jesuita,
cualquiera que sea su grado o su función, sino también la disponibi-
lidad de la universal Compañía como cuerpo y de todas y cada una de
sus comunidades. Y esto supone la búsqueda, no sólo individualmente,
sino también en común, de la voluntad de Dios en un contexto de discer-
nimiento. Disponibilidad y discernimineto se necesitan mutuamente. Sin
indiferencia y disponibilidad no es posible el discernimiento, y sin dis-
cernimiento no es exigible la disponibilidad (15).
dea apostólicas nuevas y sobre las posibilidades de cada uno y del con-
junto de la Comunidad, aportando el concurso de mi creatividad perso-
nal y de mi decisión responsable? (29).
cion .
— Nuestra inteligencia práctica de los conceptos ignacianos de mi-
sión y obediencia y su prioridad ante todo lo demás.
•— Nuestra "indiferencia" activa respecto a todo lo creado (sin
excluir nuestra actual labor apostólica y nuestras actitudes sub-
jetivas), que nos libere para poder tender al "magis" igna-
ciano.
— Nuestra confianza en la Providencia, al comprobar que pode-
mos perder toda seguridad humana (económica, social, cuidados
de salud, etc.).
•— El sentido profundo de nuestra pertenencia a la Compañía y
nuestra confianza en ella. Y, finalmente:
— Nuestra aceptación sincera y eficaz de las directrices pastorales
de la Iglesia y de las últimas CC. GG.
( . XII. x )
2 5 7
Ya San Ignacio quería que los Superiores, antes de tomar sus de-
cisiones, consultaran "con personas depuradas para consejo" (Const.
810) y dio por buena la sugerencia de Polanco: "cuanto más dificultad
sintieren, tanto con más personas o con todas las que se hallaren juntas
en la casa" (MI, ser. III, vol. I, págs. 218-19).
Ya la Congregación General XXXI ha subrayado la misma idea:
"Con facilidad y frecuencia los Superiores pidan consejo a sus herma-
nos y óiganles por separado o en grupo e incluso todos reunidos" (Decr.
17, n. 6; cfr. PC, 14).
En los tiempos actuales se destacan, de modo más señalado, deter-
minados valores humanos: un relieve mayor dado a los derechos de la
persona y a su libertad, un deseo del desenvolvimiento integral de la
personalidad, la exigencia de participar y corresponsabilizarse en la pre-
paración de las decisiones y en su ejecución y, sobre todo, el sentido
comunitario, que llevando a una mayor relación interpersonal engendre
la "unió cordium", base de una vida comunitaria profundamente vivida
en orden a la reflexión y a la acción conjunta.
Estas nuevas tendencias, que deben ser objeto de un serio discer-
nimiento espiritual (verdadera lectura de los "signos de los tiempos"),
encierran una real energía y valores muy positivos, que deben ser uti-
lizados sin romper el equilibrio que San Ignacio logró establecer en las
Constituciones entre autoridad personal y elementos comunitarios, entre
la mayor agilidad y rapidez propias de una decisión personal y la mayor
ponderación y objetividad que puede proporcionar una consulta co-
munitaria.
I. Prioridades Apostólicas
varios períodos, sin motivos muy especiales, de los que debe juzgar el
Superior.
Pero aun. cumpliendo con los Ejercicios anuales, es necesario reno-
var y dar nueva vida a su práctica ignaciana. Pudiera ser, en efecto,
que ésta se hubiera hecho algo rutinaria. E, inclusive, algunos han in-
tentado sustituir el ejercicio espiritual de discernimiento personal y de
renovación de la propia vida, por una reflexión más exclusivamente in-
telectual, menos exigente, acompañada por un buen predicador o por
algunos excelentes libros, y a veces dejando a un lado el indispensable
silencio.
Las informaciones recibidas me hacen ver la satisfacción de cuan-
tos han querido vivir, en numerosas Provincias, unos Ejercicios Espi-
rituales dirigidos por un guía experto y realizados personalmente. En
otras Provincias ha habido quien ha optado por volver a hacer, en las
circunstancias actuales, el mes entero de Ejercicios. En otras partes veo
ponderar el fruto de los Ejercicios hechos en comunidad. Y en todo
ello, como en otros detalles, lo que de diversas formas se manifiesta es
una verdadera renovación espiritual, en un punto de tan capital impor-
tancia para nuestra conversión. Mi mayor deseo es que este movimiento
siga extendiéndose más y más cada día.
En muchos países, los Ejercicios de San Ignacio, como arma prin-
cipal de apostolado, tampoco se encuentran hoy en retroceso. Se dan, es
cierto, a menos grupos, sobre todo a menos grupos grandes, pero se
dan en cambio a personas más capaces de hacerlos individualmente y
de un modo más exigente. Ayudamos con los Ejercicios a un buen nú-
mero de religiosas. Por el contrario, se dan menos, en algunos lugares,
a grupos sacerdotales; debemos interrogarnos para llegar a conocer la
causa que haya podido haber, por nuestra parte, en este retroceso, ya
que se trata de un servicio importante de la Iglesia, que la Compañía
ha procurado siempre prestar con particular consagración y consolado-
res frutos, incluso de excelentes vocaciones.
Será asimismo necesario renovar los métodos y la adaptación de
los Ejercicios a las jóvenes generaciones: todavía hay mucho que hacer
para conseguirlo.
Se han ido multiplicando también oportunamente los cursos para la
formación de Directores de Ejercicios. Pero quisiera observar que no
basta el "aggiornamento" teológico en el contenido y en la exposición
de las meditaciones. Sino que hemos de profundizar más en el dinamis-
mo interior, típico de los Ejercicios ignacianos, que favorece tanto la
acción de la gracia y consigue frutos absolutamente propios y espe-
ciales.
Conclusión,
quisiera, a propósito de los puntos que he tocado arriba, que cada uno
trate de examinarlos personalmente y por propia cuenta, viendo cómo
puede ayudar a otros a considerarlos Con mayor atención para llegar
a las decisiones convenientes.
Intima relación con todo lo tratado tiene la responsabilidad, que
todos tenemos, de obtener del Señor el aumento de las vocaciones para la
Compañía. Es un asunto de los que más en el alma debemos llevar, y
esta preocupación será una señal de nuestro amor a la Compañía y de
la vitalidad de nuestra propia vocación. Todos los jesuitas nos debemos
sentir responsables ante Dios y ante la Compañía de que crezca el nú-
mero de vocaciones, ya que cualquier posible planificación a largo pla-
zo debe contar esencialmente con el número y la calidad de los futuros
nuevos jesuitas.
La vocación es, en definitiva, un don de Dios. Por eso debemos
pedirla intensamente al Señor, debemos clamar por esta gracia de nuevas
y abundantes vocaciones. Pero para eso tenemos que amar al mismo
tiempo con toda sinceridad nuestra propia vocación y manifestar ese
amor en toda nuestra vida. No dejemos de esforzarnos para que la vida
personal y las actividades apostólicas de cada uno de nosotros en las
provincias y en las comunidades presenten una imagen nueva del je-
suita, adaptado al mundo moderno, que sea atractivo para los jóvenes de
hoy. Y por eso tampoco nos debe desanimar el que estemos viviendo
un tiempo de búsqueda y de experimentación en algunos puntos de la
formación y de nuestra vida comunitaria y apostólica, pues los mismos
jóvenes de hoy saben bien que, durante este período de transición, todos
tenemos que contribuir a encontrar nuestro nuevo camino, como ocurre
en los otros sectores de la vida humana, en las profesiones, en la vida
familiar, en la política, etc. Y precisamente la conciencia de todo esto
puede ser un aspecto actual y característico de la "llamada" del Señor
a los jóvenes en esta época de transición.
Por consiguiente, los Superiores, con la ayuda de sus Consultores,
inviten a todos a examinarse sinceramente ante Dios si piden por las
vocaciones, si aman a la Compañía y a su vocación con completa gene-
rosidad, si contribuyen a manifestar en su vida la verdadera imagen del
jesuita: o si no son, más bien, de los que dicen —y es cosa bien lamen-
1
table — que no aconsejarían a los jóvenes entrar en la Compañía,
mientras no se llegue a aclarar nuestra situación actual de renovación y
adaptación.
Si alguno realmente no sintiere ese amor a la vocación, deberíamos
aún preguntarle si no será porque mira más los defectos de los demás
que su propia resistencia a aceptar lo que Dios dispone en estos mo-
mentos; o porque está tratando inconscientemente de eludir su propia
responsabilidad personal en el procurar que la Compañía pueda realizar
su misión en los tiempos actuales. Y quién sabe si los tales, con su acerba
crítica, no son los demoledores de aquello que dicen que quieren salvar o
adaptar.
Por último, aprovechando esta carta, quiero agradecer a los Su-
periores, en estos momentos en que cargan con tan pesada cruz, los
PARTE 1.» / n.° 22 261
V
a
Sección 6.
(30. X . 7 8 )
dad más amplia de los hombres, para que ellos también maduren en
comunidad cristiana. Hoy en día los apostolados, si han de tener eficacia
y responder a las necesidades de la Iglesia y la sociedad humana, no
pueden ser individuales; requieren la colaboración de un grupo, de
más personas, de una comunidad.
ció del superior, en los que, según los dones recibidos de Dios, puedan
aportar su trabajo y su ejemplo 'para ayuda de las almas' (Const. 307
y 308), v. g., en la enseñanza, el ejercicio de una profesión liberal o
técnica, la promoción del trabajo científico, y todos aquellos que, según
circunstancias y lugares, sean más útiles para el fin de la Compañía".
Conclusiones prácticas
Aquí tenemos que hacer todos los jesuitas un buen examen de con-
ciencia. Participar en muchos servicios comunes, de la vida ordinaria,
necesarios a la comunidad apostólica, no estorba en absoluto el cumpli-
miento de nuestras varias "misiones", por muy originales y especializa-
das que sean. Al contrario, alternándolas con esos servicios comunes, las
enriquecemos con una nueva experiencia, a la vez humana y religiosa:
una experiencia de servicio entre nosotros mismos. ¿No es curioso que
a menudo algunos jesuitas busquen "enriquecerse" con esa clase de
servicios fuera de la comunidad, cuando los tienen en casa al alcance
de la mano?
Dinamismo apostólico
"In Christo"
La vida comunitaria
Conversión individual
Conversión eclesial
íidad en sí mismos) tiene que ver con la actitud humilde, que dispone
a la comprensión de quien, siendo representante de Cristo, ha recibido
de El un carisma especial para dirigir su Iglesia, y al apoyo y acepta-
ción responsable de sus directrices.
Sé muy bien que esta fidelidad, por estar fundada en la caridad,
no procede según la esclavitud de la Ley, sino según la libertad del
Espíritu, del verdadero y único espíritu del Padre, que obra en la sin-
ceridad y en la humildad, en la paciencia y en el gozo, en la sencillez
y en la unidad. Sólo así la Iglesia, nuestra santa madre la Iglesia je-
rárquica, contará en la Compañía con un grupo de hombres, como el
Señor nos quiso y nos quiere, fieles para la colaboración, libres y hu-
mildes para el diálogo e incluso, según los principios y el espíritu de
la "representación" ignaciana, para la crítica respetuosa y comprensiva
que busca construir y conservar en el único Cuerpo la unidad del Es-
píritu con el vínculo de la paz. (Ef. 4, 1-5).
experiencia de los Ejercicios. ¿Por qué, por ejemplo, esa actividad apos-
tólica no afronta seriamente problemas fundamentales de la realidad de
nuestro mundo, que muy probablemente habrán de llevarnos a un cam-
bio radical, más evangélico, de nuestra vida? ¿Por qué tantos, que los
han afrontado o intentado afrontarlos con intuición fundamentalmente
acertada, expuestos a fuertes impactos, han fallado y se han ido? Una
respuesta, que ni es única ni es total, pero que no es imaginada, podría
ser: porque ha fallado el alma de todo apostolado, el espíritu que debe
vivificar toda acción verdaderamente apostólica, sobre todo cuando ésta
nos sitúa y nos inserta en un mundo secularizado, materialista, panse-
xualista...
Oración y vida de fe
Hay por lo tanto una serie de constataciones que todo jesuita de-
biera asumir axiomáticamente, por ejemplo:
(5) Cfr. Ejercicios, nn. 97, 98, 138, 145-147, 167, 168.
(6) M I Fontes narrativi, I, 167. Cfr. Ibíd., I, 86.
(7) Nadal, en MHSI Nadal V, 625-626.
(8) Cfr. las palabras del P. Broet, referidas por E. Pasquier, en M I Fontes
narrativi, III, 816.
(9) Autobiografía, mím. 85.
(10) Ibíd.
296 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
( 2 6 ) Cfr. M I Const., I, 2 0 .
( 2 7 ) PABLO VI, carta In Paschae solemnitate, 1 5 sept. 1 9 7 3 ; Id., alocución
Dum vos coram, 3 dic. 1 9 7 4 : Acta Romana, 1 6 ( 1 9 7 3 - 1 9 7 6 ) , 1 4 , 4 3 5 .
300 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
(28) Entre otros, se puede citar a San Benito, Regula, prol., 3 : "Ad te
ergo nunc mihi sermo dirigitur, quisquís, abrenuntians propriis voluntatibus, Do-
mino Christo vero regi militaturus, oboedientiae fortissima atque praeclara arma
sumís". Cfr. 2 Tim., 2, 4 (Vulgata).
(29) Examen, c. 2, n. 6 (30). Cfr. Ejercicios, n. 135.
(30) L. G., n. 44.
(31) San Ignacio a Teresa Rejadell, oct. 1541: M I Epp., I, 628.
(32) M I Epp., XII, 615. Cfr. M I Fontes narrativi, I, 204.
(33) San Ignacio en las Constitutiones circa missiones: M I Const., I, 162;
Cfr. II, 214.
(34) M I Epp., I, 241.
(35) MHSI Nadal, V , 56 (traducción del original latino).
PARTE 1.» / n.° 26 301
y otra que obliga en virtud del tercer voto. De la primera hablan las
Constituciones principamiente en la Parte Séptima; de la segunda,
sobre todo en el primer capítulo de la Parte Sexta. Nos preguntamos,
pues, a cuál de estas dos obediencias se refiere la frase de la Fórmula
que comentamos.
Pienso que a las dos. El servicio de Cristo a que la Compañía se
dedica, y con el cual se identifica el servicio de su Vicario, es total e
ilimitado. Por otra parte, las Constituciones presentan al Papa como
supremo sujeto activo, tanto en una obediencia como en la otra. Por
lo que se refiere a las "misiones", es cierto que el Prepósito General
tiene en ellas "autoridad entera", pero sólo por razón de la "comisión
hecha por el Sumo Pontífice" y "en su lugar", como delegado su-
yo" (36). Lo cual confiere notable importancia y dignidad a cualquier
"misión" o destino que el General diere "por sí o por las personas
inferiores" (37). Todo esto es claro y fácil de entender. Más sorpren-
dente resulta que, cuando no era todavía opinión común que los reli-
giosos están obligados a obedecer al Papa, como a superior supremo,
en fuerza del voto ordinario de obediencia, San Ignacio, hablando de
éste en la Parte Sexta de las Constituciones nos exhorta a "poner to-
das nuestras fuerzas en la virtud de la obediencia, al Sumo Pontífice
primero, y después a los superiores de la Compañía (38).
Sigue a esta exhortación la doctrina ignaciana de la obediencia:
obediencia que se extiende a "todas las cosas a que puede con la ca-
ridad extenderse", obediencia pronta a la voz del superior "como si
de Cristo nuestro Señor saliese", obediencia perfecta, de ejecución,
de voluntad y de juicio, "con mucha presteza y gozo espiritual y per-
severancia", "negando con obediencia ciega todo nuestro parecer y
juicio contrario", obediencia de plena disponibilidad en manos del su-
perior, comparable a la del cuerpo muerto, del bastón de hombre
viejo... (39). Es, pues, evidente que en el pensamiento" de San Igna-
cio toda esta doctrina sobre la obediencia se aplica a la obediencia al
Papa y se aplica a ella primero en manera especial y eminente. Cohe-
rente con esta actitud de amorosa obediencia es el empeño de Igna-
cio por rechazar cuanto pudiese suponer oposición o censura al Vicario
de Cristo (40).
(47) Ibíd.
(48) Ef, 5, 23.
(49) Jn, 21.
(50) Fabro a Gouvea, 23 nov. 1538: M I . Epp., I, 132. Cfr. M I . Const. I,
159; Constituciones, P. VII, c. 1, litt. B (603, 605).
(51) Cf. PABLO V I , Evangelii nuntiandi, n. 68: A . A . S . , 68 (1976) 52.
(52) Cf. Constituciones, P. VII, c. 2, n. 1 (618).
304 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
que, como dice el evangelista, 'enseña toda verdad'; y es gran don ser
iluminados de la luz de la doctrina y establecidos en Ja firmeza de
la Iglesia, de quien dice san Pablo a Timoteo quod est dormís Dei,
columna e firmamentum veritatis, y a la cual promete Cristo nuestro
Señor su asistencia, diciendo: ecce ego vobiscum sum usque ad con-
summationem saeculC (61).
Esta adhesión incondicional a la Iglesia, esposa de Cristo, y a
sus determinaciones, es el "espíritu" de estas reglas ignacianas, que
la Congregación General XXXII nos exhorta a "conservar intacto" (62).
Quiere la misma Congregación que apliquemos "con firmeza"
dichas reglas" a las situaciones nuevas de nuestro tiempo" (63).
Me parece que el modo mejor de realizar este deseo de la Con-
gregación General, es el de fijarnos en las diversas tendencias indica-
das o tal vez supuestas en las reglas, prescindiendo de las situaciones
concretas en que san Ignacio las veía entonces manifestarse. Traeré
sólo algunos ejemplos.
Una tendencia que ha resurgido constantemente en la Iglesia, des-
de los antiguos gnósticos hasta algunos "reformadores" de nuestros
tiempos, es la de querer conseguir la perfección de la vida cristiana
fuera y aun enfrente de la Iglesia de Cristo, al margen del dogma y
de las instituciones eclesiales. San Ignacio nos desengaña. La guía
interna de la gracia no puede discrepar de lo que la Iglesia jerárquica
e institucional determina. Porque el Espíritu que "nos gobierna y rige
para la salud de nuestras ánimas", es el mismo Espíritu que anima y
dirige a la Iglesia, esposa de Cristo (R. 13). Más claro tal vez lo había
dicho antes, en las normas para hacer elección: "es necesario que
todas las cosas de las cuales queremos hacer elección... no repugnen
a ella" (64). Igual doctrina encontramos en sus cartas. Escribe por
ejemplo, a sor Teresa Rejadell sobre las divinas inspiraciones; y le
advierte que éstas se han de conformar necesariamente con los man-
damientos y preceptos de la Iglesia y obediencia de nuestros ma-
yores: "porque el mismo Espíritu divino es en todo" (65). A san Fran-
cisco de Borja enseña que los dones de la divina consolación se han
de recibir "con humildad y reverencia a la nuestra santa madre Igle-
sia" (66).
Otra tendencia, o quizá una variante de la anterior, propugna
una Iglesia puramente interior, invisible, despojada de toda exteriori-
dad y estructura jurídica. En el siglo XVI sería ésta la tendencia del
racionalismo humanista de Erasmo (67). En nuestros días será la de
ciertas corrientes secularizadoras, que pretenden abolir todo lo que
(68) P. C, n. 2.
a
PARTE 1 . / n.° 26 309
(15. VIII. 6 8 )
( „ . VII. 7 3 )
1. Imagen de la Compañía
4. Promoción de vocaciones
Quisiera dar las gracias aquí a todos los que están haciendo gran-
des esfuerzos en la promoción de las vocaciones y tratar de ayudarles
reflexionando con ellos sobre la profundidad de este problema.
PARTE 1.» / n.° 29 325
Conclusión
16. Le animo, pues, para que continúe sus esfuerzos por ver que
sus hombres reciban en tiempo oportuno toda la ayuda y comprensión
de que necesitan, de tal modo que puedan experimentar efectivamente
332 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
que "nada hay que no se pueda superar con la ayuda de Aquel que
nos conforta" (Flp 4, 13). La cuenta de conciencia es un momento de
especial gracia y eficacia en la Compañía de Jesús. Utilícela bien y
ayude a sus hombres a que se aprovechen bien de ella, de forma que
ninguno se sienta solo en la lucha con sus problemas, buscando ayuda
solamente cuando ya es demasiado tarde. Le pido, pues, que por su cuen-
ta y con la colaboración de los Superiores locales, directores espirituales
y de otros, tenga un cuidado muy especial de los que necesitan de apoyo
y estímulo, siendo firme en exigirles fidelidad a su compromiso.
31. Alocución a los instructores de
Exhortación al trabajo
para ser admitidos a profesión las personas cuya vida con luengas y
diligentes probaciones sea muy conocida y aprobada por el Prepósito
General (a quien darán información los particulares Prepósitos, o
personas de quienes el General quisiese ser informado). Para lo cual
ayudará a los que han seido inbiados al studio, en el tiempo de la últi-
ma probación, acabada la diligencia y cuidado de instruir el entendi-
miento, insistir en la scuela del affecto, exercitándose en cosas" spiri-
tuales y corporales, que más humildad y abnegación de todo amor sen-
sual y voluntad y juicio propio y mayor conocimiento y amor de Dios
nuestro Señor pueden causarle; para que hubiéndose aprovechado en sí
mesmos, mejor puedan aprovechar a otros a gloria de Dios nuestro
Señor"
Si la Compañía no quiere perdonar esfuerzos para que la Tercera
Probación surta los efectos deseados por San Ignacio, es porque cree
estar convencida de lo que expresó la Congregación General última, don-
de la misma Compañía actuaba reunida en Congregación. No se trata,
pues, de una recomendación del P. General, sino de una meta recordada
por el supremo órgano legislativo de la Compañía:
"Iure meritoque exspectari potest fructus optimus ex hac ultima
probatione: ut uniuscuiusque optatam synthesim formationis spiritua-
lis, apostolicae et intelectualis perficiat, qua fiet maior unificatio totius
personalitatis in Domino, secundum scopum Societatis a Sancto Igna-
tio descriptum: Ut cum in seipsis profecerint, melius ad profectum spi-
ritus alios ad gloriam Dei et Domini nostri iuvent". (CG. XXXI, d. 8,
núm. 45).
Probación.—Quiero indicar, por último, algunas ideas sobre el
sentido de esta "probación", que da nombre a la Institución sobre la
que vamos a reflexionar estos días. Porque veo que el sentido de esta
palabra produce su dificultad también por varios motivos.
Únicamente deseo señalar algunos matices que la idea de probación
puede tener en nuestros días, prescindiendo de los reparos que la pala-
bra misma pueda presentar.
a) Me parece que el período llamado Tercera Probación habrá
de ser substancialmente, un período de "reconsideración", de "refle-
xión" sobre el compromiso total del Jeusita, que lleva años en contacto
con la realidad de una Compañía viva y actuante. Tendremos que aco-
modar este período de reflexión a las necesidades del tiempo actual,
como he hecho notar anteriormente: es cierto. Pero también habrá que
pensar con lealtad y honestidad, que este período de reconsideración,
de "reconciliación" tal vez con la misma Compañía, al ser mejor cono-
cida y mejor interpretada, tiene que llegar un momento en que no
pueda menos de exigirse al que quiera permanecer en la misma Compa-
ñía. Habrá que esperar muchas veces, por respeto sincero a las situa-
ciones personales, pero si la situación se prolongara indefinidamente,
¿no sería necesario pensar en la aptitud para la Compañía de aquellos
que no fueran capaces de una época de reflexión espiritual, de madu-
ración de su compromiso religioso en la Compañía?
a
PARTE 1 . / n.° 31 339
b) Del mismo modo, durante este período debe pedirse una sin-
cera confrontación con la Compañía real, y no un mero ocupar el tiempo
provechosamente. Una confrontación de la vida personal con la vida
de una Compañía, deficiente sí, pero animada por el Espíritu del Señor
y ansiosa de responder fielmente a su misión en la Iglesia y en la
Historia de la salvación. Esto supone la aceptación gustosa y compro-
metida del Sacramento recibido en la Ordenación, y la disposición fran-
ca y sincera de testificar la fe y el Amor al Señor en la aceptación de
los votos prometidos. Por eso deseaba San Ignacio que este período
precediera a la incorporación definitiva a la misma Compañía: sea
cual sea el sentido que queramos darle a esta incorporación definitiva,
se exige del hijo de la Compañía que reflexione, en espíritu de humil-
dad y de amor, sobre esta "via quaedam ad Deum" (FI) "intime cog-
noscendo et gustando spiritu Exercitiorum et Constitutionum, eodemque
in propriam orationem et actionem apostolicam traducendo" (CG. XXXI,
á. 10, n. 2).
Un período de la formación del jesuita, que se abre sinceramente a
esta confrontación, deberá ser también, consecuentemente, una verda-
dera prueba de la sinceridad en el Amor, y de la propia identidad con
lo esencial de la misma Compañía.
32. Integración real de vida espiritual y
Buscando soluciones
e) Propuestas prácticas
(20) CG. 31, Decr. 14, 7.9. 11-12; C G . 32, Decr. 11, nn. 9-36.
(21) El día 3-12-74.
(22) Ibíd.
(23) Const. Parte X , 813.
(24) 1 Cor. 2, 4-5.
a
Sección 9.
Evangelización
17. No es éste el sitio para analizar las complejas causas que han
originado esta situación, pero su correcto análisis es esencial para tomar
una acción efectiva en cualquier nivel (Cfr. DP 30 y 63-71). Recorda-
rán como nuestra Congregación General 32 insiste con fuerza en este
punto (CG. 32, d. 4, n. 44). Tengo muy presente a este respecto la pe-
tición de ustedes de que hiciese estudiar más profundamente el proble-
ma del uso del método marxista de análisis de la realidad, teniendo en
cuenta las referencias ya contenidas en el Documento de Puebla (DP
91, 544, 545). Espero poder satisfacer esa petición mediante una comi-
sión especial entre los jesuitas más cualificados en este delicado campo
en toda la Compañía.
22. Cada Provincia, cada casa, cada uno de los jesuitas debe
preguntarse frecuentemente cómo vive esa opción general por los po-
bres, aunque su apostolado se realice entre personas de otra condición
social más desahogada e incluso adinerada. Este es un tema que debe
estudiarse en reuniones de comunidad para que unos a otros nos estimu-
lemos a vivirla con más perfección y a desentrañar toda su riqueza espi-
ritual y humana.
24. No cabe duda de que una opción por los pobres conlleva tam-
bién ciertos riesgos. Uno de ellos sería el absolutizarla de tal manera en
sus aspectos económico-políticos, que polarizase el mismo sacerdocio y
la vida religiosa. Otro podría ser el crear conflicto entre la fidelidad a
la Compañía y la fidelidad a otros grupos que trabajan también por
los pobres, aunque con otras motivaciones. Otro, finalmente, el aleja-
miento del cuerpo de la Compañía haciéndonos sentir hermanos sola-
mente de aquellos que viven su opción en las mismas circunstancias que
nosotros. Todos estos riesgos nos exigen una profunda madurez espi-
ritual y humana, basada en el humilde reconocimiento de nuestras limi-
taciones y debilidades y el mantenernos en continuo diálogo, con gran
apertura de corazón con los Superiores.
364 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
27. Nuestra opción por los pobres origina también una fuente de
bendiciones para la Compañía. Ellos nos evangelizan interpelándonos y
llamándonos a la conversión, lo mismo que dándonos testimonio de
grandes valores evangélicos (DP 1147). Así nuestra teología y nuestra
espiritualidad son enriquecidas con elementos tomados de las vivencias
de los que sufren la pobreza y la injusticia o de la religiosidad popu-
lar. En estos campos queda por hacer, pero no es poco lo que se ha
logrado.
29. Una última observación a este propósito. Para que una Pro-
vincia entre decididamente en la opción por los pobres, es necesario
que los Superiores y ante todo el Provincial, la hayan hecho sincera-
mente y sean consecuentes con ella en sus actos de gobierno. Esta línea
PARTE 1.» / n.° 34 365
Renovación de la Compañía
39. Pero sabemos bien que tal disponibilidad no se logra con fa-
cilidad. Una cosa para mí es evidente: todo nuestro proceso de renova-
ción, así como la aplicación y ejecución del Documento de Puebla,
pide de nosotros, una vez más y con una insistencia nueva, la oración y
unión con Dios, la abnegación y el sacrificio. En las circunstancias ac-
tuales no podemos hacer nada que valga la pena en el servicio a la fe
y promoción de la justicia sin estar unidos con Dios (Const. 288, 723,
813), "hombres crucificados al mundo y para quienes el mundo está
crucificado" (Prefacio de los Constituciones). Eso presupone en la es-
a
PARTE 1 . / n.° 34 367
Formación
Conclusión
Procuradores (5. X . 7 8 )
12. 2) Difusión del fruto: San Ignacio dice que deben atenderse
con preferencia aquellas personas y lugares que multiplicarán el fruto
en beneficio de otros. Y pone estos ejemplos: "príncipes y señores,
magistrados o administradores de justicia, personas señaladas en letras
o autoridad". Y yo pregunto: ¿Quiénes son hoy esos multiplicadores,
esas personas influyentes, los "magistrados y príncipes" de hoy? Serán,
por ejemplo, los líderes políticos, los dirigentes sindicales, los jóvenes
de cualidades, los pensadores más influyentes, los científicos que marcan
la historia, los que controlan los medios de difusión. Hoy tendremos
que añadir las ideologías, las estructuras, la opinión pública, que ejercen
un influjo amplio y profundo. De ahí la gran importancia que tiene actuar
en esos campos, como medio más eficaz de difusión del fruto, o de
remoción de los obstáculos que se oponen a la evangelización.
16. Este es uno de los puntos que exigen modificaciones más pro-
fundas en la actitud de la Compañía, y en el que necesitamos una ver-
dadera 'reeducación', de manera que magníficos apostolados locales no
bloqueen la posibilidad de acometer proyectos apostólicos concebidos
a más amplia escala, ni éstos paralicen la iniciativa local. Por un lado,
se insiste en la encarnación e inculturación que exige la identificación
con lo local. Por otro, se exige un corazón abierto a la'universalidad y
una incondicional y pronta disponibilidad. Sé que esto es una antino-
mia, y a ello me he referido en mi carta sobre la inculturación. Sé que
no todos podemos hacerlo todo y en cualquier parte, en un mundo en
que la especialización es una dominante de la actividad humana. Lo que
quiero decir, y lo hago poniendo en ello toda la fuerza de que soy
capaz, es que, aun estando completamente entregados a las obras loca-
les o a un ministerio especial, debemos permanecer siempre dispuestos
para enrolarnos en otra actividad más universal o más importante que
pueda sernos señalada por la Compañía, y que nuestros ofrecimientos
a los Superiores deben adelantarse a sus peticiones.
Hay muchos puntos más que querría tratar con vosotros. Algunos
de ellos, aparentemente, no tienen gran importancia, pero creo que bien
comprendidos y traducidos a términos reales de hoy, pueden ayudar
poderosamente a nuestra más completa comprensión del carisma igna-
ciano. He aquí unos cuantos formulados en forma de preguntas, que
ofrezco a vuestra consideración y a la de toda la Compañía, para que
veáis la manera de aplicarlos a la realidad de hoy:
1) ¿Qué significa hoy "ministerios ajenos a nuestro Instituto"?
Estamos persuadidos del 'fervor' apostólico sin límites de san Ignacio.
Pero una constante de racionalidad le lleva a prescindir deliberada y
explícitamente de algunos medios: no tener "coro ni horas canónicas,
ni decir misas y oficios cantados ...ni tomar cura de ánimas, ni menos
cargo de mujeres religiosas o de otras cualesquiera para confesarlas por
ordinario o regirlas... ni obligación de Misas perpetuas en sus iglesias,
ni cargos semejantes que no se compadescen con la libertad que es
necesaria para nuestro modo de proceder in Domino. Deje en cuanto
sea posible negocios seglares, etc. [586-594]. ¿Qué hay de contingente
y dinámico en esas prescripciones, y cuál sería su equivalente actual,
y cuál es el elemento profundo y constante que se debe mantener?
2) ¿Qué corresponde en nuestro tiempo a: "de veras habíamos
de desear, de todo corazón, comer ruinmente, vestir mal, andar con mu-
cha vileza en todo, y esto ha de ser propio a nosotros" (Nadal, V.407),
"que se use frugalidad tomando lo necesario por evitar enfermedades, y
no nada superfluo"? (Mon. Paed., p. 72; MI, Reg., p. 238).
3) ¿Por qué daba San Ignacio tanta importancia a la enseñanza
de la catequesis a los niños y personas incultas?: "porque nada hay
más fructífero ni edifica tanto al prójimo como este ministerio que,
por otra parte, nos obliga a ejercitar una perfecta humildad y caridad,
más difíciles para los que tienen más ciencia" (MI, Const. I, 18). ¿Qué
nos dice eso hoy y cuál es su paralelo en nuestro tiempo?
4) ¿Qué significa hoy que debemos estar "diu noctuque succinti
,
lumbos, et ad tan grandis debiti solutionem promptC l (ibíd.).
5) Y, al contrario, ¿cuáles son las "cosas ordinarias" y "propias
de nuestro Instituto y de mucho momento"? ¿No nos obliga esto a
a
PARTE 1 . / n.° 35 379
Son sólo tres los ejemplos puestos. Podría haber muchos más. Quie-
ro reiterar esto: la ejecución de los decretos de la CG. no es —si se
hace con 'fervor discreto'— un ejercicio extenuante que exija períodos
de reposo, sino, al contrario, una experiencia gratificante e iluminado-
PARTE 1.» / n.° 35 381
23. La dispersión.
Cuanto paso a deciros ahora, es una idea que me habéis oído repe-
tidas veces, pero sin cuya expresa mención quedaría descabalado este
mensaje que, por mediación vuestra, quiero llegue a toda la Compañía.
Me refiero al testimonio perfectamente legible que hemos de dar con
nuestra vida de trabajo, de servicio, de frugalidad. No es que estas cua-
lidades de nuestra vida constituyan por sí mismas los valores centrales
de nuestro ser como religiosos. Pero están tan indisolublemente unidas
con la profunda conversión a Dios y al mundo, y son una manifesta-
ción tan inevitable del empeño conscientemente asumido de solidarizar-
se con los pobres, de luchar por la fe y promover la justicia, que si no
se dan en nosotros en grado bien visible esa laboriosidad, servicio y
frugalidad, podemos asegurar que nuestra conversión, nuestra oración
—si es que nos creemos convertidos y hombres de oración— son meras
apariencias.
386 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
Los jueces de Israel sin esperarlo, sin nada que les predis-
pusiese, sin poder poner resistencia, sencillos hijos de aldea-
nos, Sansón, Gedeón, Saúl... fueron cambiados por Ti brusca
y totalmente. No sólo fueron hechos capaces de gestos excep-
cionales de audacia o de fuerza, sino que se vieron dotados de
una nueva personalidad, se sintieron capaces de realizar una
misión tan difícil como la de liberar un pueblo. Tu acción en
ellos fue interior, aunque se describiera a veces con imágenes
que subrayan un influjo tuyo repentino y extraño. Te lanzas-
te sobre Sansón como un ave de rapiña sobre su presa,* reves-
tiste a Gedeón como con una armadura.*
* Las citas de escritos de San Ignacio se hacen sobre la edición de sus obras
A
completas en la Biblioteca de Autores Cristianos, 3 . ed., Madrid, 1 9 7 7 . Se
cita BAC.
Las citas de las fuentes jesuíticas primitivas son todas de volúmenes de
MHSI. Se citan por sus abreviaturas.
( 1 ) "Este instituto o modo de proceder, que assí lo llama el Padre Igna-
A
tio..." NADAL, 3 . pl. de Alcalá, 1 5 6 1 . Comm. de Inst. 3 0 4 .
(2) P . C. n. 2 .
( 3 ) Diario, nn. 1 2 6 - 2 8 ( 7 marzo 1 5 4 4 ) .
PARTE 1.» / n.° 36 393
(7) Ibíd.
(8) Autob., n. 20.
(9) Ejerc. Esp., nn. 82-89.
(10) Autob., n. 21.
(11) Autob., n. 25.
(12) Autob., n. 27.
(13) Autob., n. 28.
PARTE 1.' / n.° 36 395
12. Tres son, a mi modo de ver, los ángulos bajo los que debe
considerarse aquella iluminación:
(16) "Tiene tanta memoria de las cosas, y aun de las palabras más impor-
tantes, que cuenta una cosa que pasó, diez, quince y más años, omnino como
pasó, que la pone delante de los ojos; y plática larga sobre cosas de importan-
cia la cuenta palabra por palabra". L . GONZÁLEZ DE CÁMARA, Memorial. 29 enero
1955, n. 99. F N , I , p. 586.
(17) J. DE GUIBERT, Op. cit., pp. 13-14.
(18) POLANCO, Vita Patris Ignatii (1574), n. 16. F N I I , p. 527.
(19) POLANCO, Informado de Instituto S. J. (1564), n. 9. F N I I , p. 309.
(20) POLANCO, De vita P. Ignatii et de Soc. Iesu initiis (1574), n. 16.
F N I I , p. 526.
a
(21) NADAL, 3. pl. de Coimbra (1561), n. 11. F N I I , 152.
(22) NADAL, Apología contra censuram (1577), n. 40. F N II, p. 66.
PARTE 1.» / n.° 36 397
152-193).
(24) LAÍNEZ, Carta a Polanco ( 1 5 4 7 ) , n. 1 2 . F N I , p. 8 2 .
(25) N A D A L , Cfr., nota 2 3 .
(26) N A D A L , ibíd.
(27) POLANCO, Cfr., nota 2 0 .
(28) LAÍNEZ, Carta a Polanco n. 1 0 , F N I , p. 8 0 .
(29) POLANCO, Cfr., nota 2 0 .
(30) LAÍNEZ, Cfr., nota 2 4 .
398 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
que yo sepa el Instituto della (31), el que por toda Europa explicaba
la génesis de la Compañía sobre el modelo de la vida espiritual de
Ignacio, ha dejado en sus pláticas y escritos imprescindibles ampliacio-
nes sobre el contenido de la 'eximia ilustración': se le abrieron los ojos
intelectuales con tanta abundancia e intensidad de luz, que entendió y
contempló los misterios de la fe... se le representó una nueva verdad
sobre todas las cosas, una inteligencia elevadísima (32), se le abrieron
los principios de todas las cosas (33). En los Diálogos es más explícito:
Entonces Dios empezó a enseñarle como hace un maestro con un niño.
Allí aumentaron sus ilustraciones del entendimiento, creció su facilidad
para la oración y contemplación, le fue infundida una superior inteli-
gencia de las cosas espirituales y celestiales. Allí recibió un insigne co-
nocimiento Cpraeclaram cognitionem') de las personas de la Trinidad,
y de la esencia divina. Más aún, recibió no sólo una clara inteligencia,
sino visión interna del modo como Dios creó el mundo, del modo como
el Verbo se hizo carne... (34). Nadal es un testigo serio, probo, que ha
tenido acceso durante largos años a las confidencias de Ignacio. Su
testimonio es indudablemente una pista de gran valor.
(50) Fabro en su Memorial dice que "Coduri y Broét nondum erant capti".
FN I, p. 39.
(51) POLANCO, lnformatio de Instituto, n. 9. F N II, p. 309.
a
(52) NADAL, 2. pl. de Alcalá, n. 1. Es traducción del manuscrito italiano.
El ejemplar español varía: al cuál puso nuestro Señor como exemplo vivo más
proporcionado a nuestra baxeca e imperfection de nuestro modo de proceder.
F N I, pp. 179 y 178. Cfr. también NADAL, Commentarii de Instituto, p, 262,
n. 33: Esto es religión, gracia, Instituto y modo de proceder.
(53) Ibíd. y p. 287, n. 52a. En un largo párrafo Nadal explica este para-
lelismo llegando a decir aue la vida de Ignacio es la prima forma et gratia que
el Señor dio a la Compañía. Cfr. también F N I, p. 11, F N II, pp. 2, 5, 6, 43,
143, 165, 227, etc.
a
PARTE 1 . / n.° 36 403
pro y en contra que sin duda han precedido en Ignacio y en los demás
al nacimiento de aquella iniciativa, su preparación y su realización?
Era apostarse ya la vida a una sola baza. Y la motivación decisiva no
era otra que ésta: la decisión irrevocable de llevar a ejecución una vida
y estado elegidos en los Ejercicios. Las individualidades habían crista-
lizado en grupo al colectivizar su ideal apostólico como fin y. modo
de vida.
30. Los estudios. Conviene decir una palabra sobre los estudios
de Ignacio y su preparación intelectual. Nos es útil, no sólo •porque este
aspecto forma parte del desarrollo de su personalidad, sino porque ello
nos servirá para calibrar la fiabilidad de los testimonios sobre sí mis-
mo, especialmente en materia y vocabulario tan delicado como el que
llena las páginas de su Diario, y valorar la impostación que él da a la
preparación científica para un apostolado tal como lo concibe en la
Compañía.
32. Ignacio, que en Manresa era un hombre simple, sin otras le-
tras que leer y escribir en romance (58), ha discernido con sorprendente
claridad la necesidad de los estudios. Esta decisión está tomada en el
conjunto del discernimiento de Manresa: Aquí (en Manresa) le co-
municó N. S. los exercicios, guiándóle desta manera para que todo se
emplease en el servicio suyo y salud de las almas, lo cual lo mostró con
devoción especialmente en dos ejercicios, scilicet, del Rey y de las Ban-
deras. Aquí entendió su fin y aquello a que todo se debía aplicar y tener
por scopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía.
Y pensando que para este fin le convenía estudiar, lo hizo en España y
después en París... (59). Es característico de su temperamento el que, a
pesar de su edad, pretenda hacer sus estudios con toda seriedad, a fondo,
no sólo sin quemar etapas, sino recomenzando cuando advierte que está
34. Los tres años de estudios en España y los siete de París son
un período de decantación, en que la caritas discreta concede la priori-
dad a la formación sobre la actividad puramente espiritual o apostó-
lica. Su personalidad, fraguada en Manresa, no sufre alteración algu-
na, si no es la de progresar constantemente en la perfección de la propia
identidad. Se dedicó a la filosofía y teología con gran empeño y con
fruto eximio, nos dirá Nadal (62), que fue testigo de ello en las propias
aulas. Estudió tan bien sus facultades, que a nosotros nos maravillaba
cuando tratábamos delante de él alguna dificultad (63): Laínez, enten-
dido en la materia, califica de sorprendente el señorío y majestad con
que se expresaba en materias teólogas (64) y la gran cognición de las
cosas de Dios, gran afición a ellas, y más a las más abstractas, separa-
das de que daba muestras Ignacio (65). ¿Hay en estas palabras un
velado eco de la ciencia recibida preternaturalmente? Maestro en Artes
por la Universidad de París, bastaba a Ignacio, junto a su devoción per-
sonal, para mostrar tal dominio e inclinaciones. Pero, estando ya mar-
cado por la experiencia del Cardoner, revivida constantemente en el
recuerdo, el estudio de la teología representaba para él un privilegiado
campo de interés, y no dejó de dotarle del lenguaje y articulación inte-
lectual indispensables. Hablar de temas teológicos sin los avales acadé-
37. Baja por la via Casia, camino de Roma, con Fabro y Laínez,
siendo, como él mismo dice, muy especialmente visitado del Señor (67).
40. Pero Laínez, que estuvo allí, y recibió sin duda inmediatas
y pormenorizadas confidencias, nos ha detallado el contenido, que no
puede ser más trascendental. E Ignacio admitió que todo lo que Laínez
decía era verdad (72). Lo que Laínez decía, y luego dejó escrito, es
esto: Ignacio era especialmente favorecido en aquel viaje por senti-
mientos espirituales, especialmente cuando comulgaba de mano de Fabro
o del propio Laínez. Tenía la sensación de que el Padre le imprimía en
el corazón estas palabras: Yo os seré propicio en Roma. En la ocasión
a que nos referimos le pareció
(72) Ibíd.
(73) LAÍNEZ, Adhort. in examen ( 1 5 5 9 ) , n. 7 . F N II, p. 1 3 3 .
(74) Diario. 2 3 febrero 1 5 4 4 (BAC, n. 6 7 ) .
PARTE 1.» / n.° 36 409
(79) Ibíd.
(80) Cfr. NADAL, Pláticas en el Colegio Romano ( 1 5 5 7 ) , n. 2 4 , F N II, p. 1 0 .
(81) Ibíd.
(82) Ibíd. Cfr. también Annot. in examen, Epp. IV, p. 6 5 0 .
(83) NADAL, Pl. de Salamanca, n. 17, F N , p. 3 1 4 .
(84) POLANCO, Sumario..., n. 8 6 , F N I, p. 2 0 4 .
PARTE 1.» / n.° 36 411
54. Lo que nos queda del Diario (25 folios, de los que el primer
cuadernillo de 14 corresponde a lois cuarenta días que deliberó sobre
la pobreza) es, sin duda, una mínima parte de aquel fajo muy grande
de escritos de los cuales me leyó una parte que enseñó a Cámara. Yo
deseaba ver todos aquellos papeles de las Constituciones y le rogué me
los dejase un poco; pero él no quiso (96). Son las palabras finales del
epílogo de Cámara a la Autobiografía. Ni siquiera un poco. Un senti-
miento de pudor y de humildad, de fidelidad al Señor que le había admi-
tido a sus confidencias y, posiblemente también, un caballeresco senti-
miento de lealtad para la libertad de quienes habían de ver y aprobar
su trabajo, aun careciendo de tan altos elementos de elección como él
tenía, le hicieron reservarse para sí las luces con que procedía.
56. Quien toma en sus manos por primera vez el Diario no puede
reprimir dos observaciones: una es el rigor del análisis a que Ignacio
se somete a sí mismo, no desmintiendo una dote fundamental de su
(97) Ibíd., n. 7.
(98) Ejerc. Esp., nn. 106-108, 114, 116.
(99) I. IPARRAGUIRRE, Intr. al Diario Espiritual. B A C , p. 338.
(100) Constitutiones anni 1541. Mon. Const. I, p. 35.
(101) Ejerc. Esp., n. 98.
a
PARTE 1 . / n.° 36 415
a
il 19) NADAL, 3. pl. de Alcalá. Comm. de Inst., p. 308.
(120) Diario. 11 febrero 1544 (BAC, n. 15).
(121) Form. Inst. luí. III, nn. 1, 3, 4.
(122) Ibíd., n. 4.
(123) Ibíd.
PARTE 1> / n.° 36 421
pañía, y en este sentido Ignacio pedirá que nunca le falten. Son también
la contraprueba de la fidelidad a Cristo, y la señal de que los jesuitas
"no son del mundo" (124). La vida de Ignacio, sembrada de procesos y
sentencias —a veces tenazmente exigidas por Ignacio porque liberarse
de las acusaciones condicionaba el mayor servicio—, le había dado la
experiencia de que el seguimiento de Cristo está erizado de hostilidades.
Con su habitual tendencia a la reflexión había observado que sólo le
faltaban las persecuciones cuando se apartaba del apostolado (125).
74. Pero la cruz que el Señor cargaba sobre sus hombros no sig-
nificaba sólo la persecución externa. Significaba también, y primaria-
mente, el seguimiento en humildad, pobreza, abnegación de sí mismo.
Significaba desprenderse de todo, incluso del honor y buena fama,
dándolos por bien perdidos cuando esté en juego el mayor servicio.
Nadal lo explica muy bien vinculando esa abnegación y cruz con el
apelativo de mínima, que es un superlativo de inferioridad: El fun-
damento de la Compañía es Jesucristo con la cruz por la salud de las
almas, como le fue mostrado a nuestro bendito Padre cuando Dios Pa-
dre le puso con su Hijo. De ahí viene que la Compañía, por ser Jesu-
cristo nuestro fundamento y capitán —al cual debemos imitar espiri-
tualmente, sobre todo en su mansedumbre y humildad—, se llame 'mí-
nimd Compañía de Jesús (126). Así llamaba siempre Ignacio a su
Compañía, especialmente en los asuntos y misiones de mayor impor-
tancia (127).
(124) Jn 1 5 , 1 8 a 1 6 , 1 4 .
(125) RIBADENEIRA, Dichos y Hechos de N. P. Ignacio, n. 9 3 , F N II,
p 381.
(126) NADAL, Adhort. incerto tempore, n. 2 . Comm. de Inst., p. 4 9 0 .
(127) NADAL, Pl. de Salamanca, n. 1 2 , F N I, p. 3 1 1 ; y Apología, F N I,
p. 231.
(128) NADAL, Oratíonis Ratio in Soc. MHSI. Nadal IV, p. 6 7 8 .
422 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
pasando por las experiencias místicas que nos descubre su Diario, si-
gue desarrollando su normal actividad: gobierno de la Compañía, abun-
dantes cartas, visitas hechas y recibidas y otras actividades apostólicas.
Por aquellos días está fundando la casa de Santa Marta para recoger a
cortesanas romanas, negocia con el Papa la supresión del límite de 60
profesos, funda la casa para catecúmenos, etc. Nada de esto distrae a
Ignacio de su intimidad trinitaria: tiene algunas de esas gracias ex-
traordinarias en la antesala de los Cardenales, y aun en la misma calle.
91. Por otra parte, vistos a la luz trinitaria todos los egoísmos
humanos: la explotación, el conculcamiento de los derechos ajenos, la
injusticia, todo lo que es apropiación indebida de los bienes materia-
les o morales de otro, antítesis de la donación total de sí, ¿no se pre-
sentan como pecado de ateísmo, porque niegan lo que Dios es en noso-
tros y lo que nosotros somos de Dios? ¿No son la negación impía —en
el sentido técnico de la palabra— del concepto que Dios tiene de la
persona humana concebida al modelo divino, y de las relaciones que
deben existir entre nosotros, fundados en la donación y la condivisión?
Promover la justicia es también restaurar en nosotros el modelo de
relación trinitaria. Liberar al oprimido es recuperar el sentido de la
paridad en que nuestra condición de personas hechas a imagen divina
nos ha colocado. Luchar por la paz es redescubrir la igualdad de nues-
tra condición de hijos del Padre y de hermanos en Jesucristo por la
obra del Espíritu. No hay verdadera persona sin verdadera donación.
Y cuanto se opone a la donación —egoísmo, retención, explotación, opre-
sión— nos despersonaliza en el sentido trinitario del término. El que
la Compañía de Jesús perciba con claridad la necesidad de darse, de
dedicarse, es condición para que la intuición ignaciana siga viva y ope-
rante entre nosotros.
108. Sí. Este sublime misterio de la Trinidad tiene que ser objeto
preferente de nuestra consideración, de nuestra oración. Esta invitación
no es ninguna novedad. Nadal, el mejor conocedor del carisma igna-
ciano, la hizo a toda la Compañía hace más de cuatro siglos. Su voz
llega también hasta nosotros: Tengo por cierto que este privilegio con-
cedido a nuestro Padre Ignacio es dado también a toda la Compañía;
y que su gracia de oración y contemplación está preparada también para
todos nosotros en la Compañía, pues está vinculada con nuestra voca-
ción. Por lo cual, pongamos la perfección de nuestra oración en la con-
templación de la Trinidad, en el amor y unión de la caridad, que abraza
también a los prójimos por los ministerios de nuestra vocación (154).
Homilías
En la fiesta del Corazón de Jesús
Hoy es la fiesta del Sagrado Corazón. Una fiesta que presenta una
nota de dolor, de tristeza, de cruz: el costado herido de Jesús Crucifi
cado; su corazón traspasado, del que brotan sangre y agua; el mismo
símbolo del Corazón con la cruz sobrepuesta y rodeado por la corona de
espinas; la invitación a la reparación por los pecados y las infidelidades
de los hombres en respuesta al infinito amor de Jesús...
Todo esto da a la fiesta del Sagrado Corazón como una nota de
culpabilidad, de pena, de sufrimiento...
Sin embargo, en su realidad más profunda, es la fiesta del Amor;
y amor quiere decir alegría, gozo, felicidad...
Alguno dirá: es verdad, pero en el caso de Jesús el amor lleva
consigo la Cruz. A pesar de todo, es cierto que las llamadas que parten
del Corazón de Jesús son llamas de amor y de amor infinito; y en este
amor está el verdadero significado de la fiesta del Sagrado Corazón.
Solamente en este amor es posible comprender a fondo el misterio de la
redención, así como en el amor infinito de Dios está la clave para com
prender el misterio pascual; un misterio que, si bien lleva consigo la
Cruz, comprende también la resurrección y una eterna glorificación.
Por eso el "Exultet pascual —dice Pablo VI— canta un misterio rea
lizado por encima de las esperanzas proféticas: en el anuncio gozoso
de la resurrección, la pena misma del hombre se halla transfigurada,
mientras que la plenitud de la alegría surge de la victoria del Crucifica
do, de su Corazón traspasado, de su cuerpo glorificado y esclarece las
tinieblas de las almas: Et nox üluminatio mea in delieiis meis" (Pa
blo VI, Exhortación Apost. Gaudete in Domino, III).
También nosotros, para poder conciliar esta antinomia de cruz y
resurrección, de pasión y de gloria, debemos tratar de penetrar en el
misterio de Cristo, penetrar en lo más profundo de su persona: en él
descubriremos una inefable alegría; una alegría que es su secreto,
que es solamente suya: Jesús es feliz porque sabe que es amado por
su Padre. La voz que viene del cielo en el momento de su bautismo:
Tú eres mi hijo predilecto, en ti me complazco (Le. 3, 22), no es más
PARTE 2.» / n ° 2 447
ere vida la has trocado (S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva, c. II).
Aqui está el secreto de la felicidad humana, escondido a los sabios y a
los inteligentes, que sólo los pequeños y humildes saben descubrir.
Quiera el Señor que la fiesta del Sagrado Corazón de este Año San-
to nos inspire a cantar en nuestro corazón, con plenitud de alegría, el
aüeluia que no acabará jamás. Porque el sufrimiento y la cruz pasa-
rán, pero la alegría del aüeluia no sólo no pasará, sino que será el pre-
ludio de un aüeluia más perfecto: el alleluia celestial, que ya cantan los
bienaventurados en el cielo.
En la fiesta de S. Ignacio
Ignacio podía escribir con toda verdad al Dr. Ortiz que el ideal de
la Compañía "será de cumplir enteramente la voluntad de Su Santi-
dad" (Epp. I, 359). Y a Díaz de Luco, Obispo de Calahorra: como
no somos nuestros, ni queremos, nos contentamos en peregrinar donde
quiera que el Vicario de Cristo nuestro Señor, mandando nos enviare"
(Epp. I, 241). Es verdad que tales órdenes del Papa causaban a veces
perjuicio a otras obras particulares, pero, escribía con claridad extrema,
"no se puede dejar de obedecer a Su Santidad —y tendremos paciencia
si nos causa alguna incomodidad en las obras particulares que vamos
fundando, con tal de atender al bien universal" (Epp. IX, 337).
El P. Laínez subrayaba en una exhortación de 1559 que San Ig-
nacio "cuando se encontraba en duda de alguna cosa, decía: La Sede
Apostólica nos la resolverá y enseñará, y a ella se remitía y confiaba"
(MHSI, Font. Narr. II, 137). Un ejemplo más de cómo el Papa era,
para él, la norma suprema.
Este fue también el motivo por el que solicitó la intervención de
San Francisco de Borja para obtener una de las tres cosas que más
deseó en su vida, esto es, la aprobación pontificia del libro de los Ejer-
cicios (cfr. MHSI, Font. Narr. I, 355). Es decir, que él quería el aval
de la Iglesia respecto a su obra. Y este mismo fue el motivo por el
cual, una vez obtenida la aprobación, no quiso aceptar que se cambiara
en los Ejercicios ni siqiuera una palabra, a pesar de que hombres
como Araoz lo inducían por todos los medios a cambiar al menos una
expresión que podía dar pie a sospechar que se defendía ahí la sentencia
de Ambrosio Catarino (el famoso "esset" del n. 366).
Ignacio completó la sumisión y la obediencia con una confianza
plena y una verdadera devoción al Papa.
El Santo tuvo una fe total en que Dios no faltaría a la confianza
que él ponía en la Sede Apostólica y en el Papa. Esta le daba sobre
todo la garantía enorme de que trabajaba conforme'al beneplácito
divino. Como escribía a Teresa Rejadell, "teniendo confirmación de la
Sede Apostólica, no hay que poner duda alguna, es cierto que estáis
2
conformes al servicio y voluntad divina" (Epp. I, 275, BAC 656).
Tal actitud se manifestaba en la confianza con la que acudía al
Papa en sus negocios y en el modo de llevarlos. Como narra el P. Gon-
zález de Cámara, "El Padre hace siempre cada día oración por el Papa;
y agora que está enfermo, dos veces, y siempre con lágrimas" (MHSI,
Fon. Narr. I, 703).
Como complemento de esta doctrina y práctica de nuestro Fun-
dador hacia el Sumo Pontífice, podríamos también señalar su actitud
hacia los Obispos. Es significativo, desde este punto de vista, el cambio
de la Fórmula del Instituto: de la redacción primitiva "Soli Domino ar-
que eius in terris Vicario serviré", a la otra más amplia y que abarca
la realidad total de la Iglesia: "soli Domino ac Ecclesiae ipsius Sponsae
sub Romano Pontífice Christi in terris Vicario serviré". Y aun defen-
diendo la función específica y la naturaleza propia de la Compañía,
Ignacio la quería verdaderamente al servicio del Pastor de la Diócesis.
Es muy expresiva a este propósito la carta que dirigía al Arzobispo de
458 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
A) Ante el mundo:
B) Respecto a sí mismo:
D) Respecto a Dios
Parece que sentimos que San Ignacio, desde este altar, nos repite las
palabras que escribía a Gaspar Núñez Barreto: "No temáis las em-
presas grandes, mirando vuestras fuerzas pequeñas, pues toda nuestra
suficiencia ha de venir del que para esta obra os llama y os ha de dar
lo que para su servicio os es necesario" (B. 875). Y Dios está más pronto
a "querer más hacernos gracias, que nosotros a recibirlas" (B. 105).
Aprendamos, pues, a ser como San Ignacio unos anticonformistas
constructivos ante el mundo, renovadores de nuestro espíritu ante la vida
religiosa, conforme al espíritu del Vaticano II; a sentirnos "estorbos por
parte nuestra, pues no hacemos más que impedir la obra de Dios, pero
ante Dios sintámonos instrumentos elegidos por El, y por tanto, con
aquella paz y alegría que se basa sólo en nuestra inquebrantable con-
fianza en su Bondad y Omnipotencia, que ha de suplir lo que nos
falta".
Dios nos "une consigo por vera esperanza" (Epp. I, 170).
5. Inspirador de esperanza (31. VIL 70)
rante fuga de sí mismo, cuyo símbolo lleva hasta los antros subterrá-
neos de las drogas y de los estupefacientes.
Y sin embargo, es cierto: El hombre necesita ánimo, necesita espe-
ranza, pero aquella esperanza que tiene como legítimos progenitores la
humildad y la fe: la humildad que reconoce la propia impotencia, el
"non ego" de San Pablo; y la fe, oscura y magnánima al mismo tiem-
po, en la omnipotencia de Dios: "todo lo puedo en aquel que me con-
forta".
1) En la Iglesia
2) En su propia alma
3) En su obra carismática
Esperad en el Señor
do, Rey de Romanos y era consultado frecuentemente por los Papas Pa-
blo y julio III. (Leturia, "Estudios Ignacianos", I, 269).
Al morir, en 1556, podía San Ignacio echar una mirada sobre la
actividad apostólica de sus hijos en todo el mundo. Toda ella era dirigida
por él desde su retiro de Santa María de la Estrada en Roma, desde
aquellas estrechas habitaciones que Ignacio mismo hizo construir junto
a la Iglesia de Santa María de la Estrada.
Todos conocéis las célebres "camerette" donde Ignacio celebraba
la misa, donde murió, donde escribió sus cartas de gobierno y sus in-
mortales Constituciones y habéis visto la ventana a la que se asomaba
para contemplar en éxtasis el cielo romano, movido por el ardiente
deseo de unirse a su Señor en la eternidad.
De esas pobres habitaciones salió el impulso apostólico de la Com-
pañía naciente y la nueva estrategia al servicio de la Iglesia: en ellas
se fueron sucediendo las grandes ilustraciones espirituales de Ignacio,
como nos consta por su Diario de los cuarenta días; allí el Espíritu
Santo le comunicó, mientras escribía las Constituciones, el don de sa-
biduría sobrenatural. Desde allí salió para el mundo entero el mensaje
ignaciano.
¿Cuál es ese mensaje? Es un mensaje de intenso servicio, de ser-
vicio apostólico "ad maiorem Dei gloriam", a la mayor gloria de Dios;
de servicio en conformidad generosa con la voluntad de Dios; en la
abnegación de todo interés propio y personal; en el amor, en la imita-
ción y en el seguimiento de Cristo, amado sobre todas las cosas.
Así las Constituciones reciben la estructura institucional del carisma
ignaciano, de modo que permiten un desarrollo ulterior y hacen operan-
te el apostolado.
Ignacio aprendió su ideal de "servicio amoroso", del mismo Cristo
Jesús, el gran "Siervo de Jahvé"; de los primeros apóstoles, de tantos
santos de la Iglesia.
Servir hasta el sacrificio de la propia vida: esta fue la actitud de
Cristo; "Servidor" será también el título de Pablo en su carta a los
romanos (Rom. 1, 1). "Siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol",
"Soy deudor de los griegos y de los bárbaros, de los cultos y de los
ignorantes"; Pedro, Santiago, Judas, en sus cartas a los cristianos, se
llamaron insistentemente "siervos de Cristo Jesús"; Domingo, Fran-
cisco de Asís y tantos otros santos, hablaron el mismo lenguaje de
servicio total a Cristo y a los hermanos.
Para Ignacio, sin embargo, este programa no es una elección o un
programa personal, sino que lo hace en la obediencia a la voluntad
divina, como lo hizo Jesús que encontraba su alimento en hacer la
voluntad del Padre (Jn. 4, 34), que bajó del cielo no para hacer su
voluntad, sino aquella del que lo envió (ib. 6, 38), que oró en Getse-
maní: "no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Me,
14, 26).
Ignacio se esfuerza por conocer perfectamente y seguir con fideli-
dad la voluntad divina. El, lo mismo que la Compañía, sólo emprende-
rán el trabajo después de haber orado intensamente para conocer lo que
rARTE 2.» / n.° 6 473
(17) Me 4, 26-27.
(18) Carta a Beltrán de Loyola, 24 sept. 1539.
(19) Forma de la Compañía y oblación, MHSI, Fontes narrativi I, 15, 4.
(20) Ibíd., 7.
(21) Deliberationes..., 8.
(22) Forma de la Compañía y oblación, 4.
PARTE 2.» / n.° 9 491
10. Pues bien, la pregunta inicial que nos ha llevado a ver muy
someramente a Ignacio ante la Compañía que se iba haciendo delante
de sus ojos y entre sus manos, la podemos volver aquí y hoy sobre
nosotros mismos, que con humildad nos decimos aquellos que San Ig-
nacio llama "nuestros sucesores, si Dios quiere que tengamos imitadores
que nos sigan en este camino" (36). ¿Cómo sentimos, cómo sienten
nuestros hermanos hoy, la Compañía? ¿Qué significa para nosotros y
para ellos, en concreto, pertenecer a ella hoy?
Pienso que de alguna manera nos toca algo así como desandar ha-
cia atrás la experiencia de Ignacio. A saber, de una institución ya cons-
tituida y, por supuesto, sin pretender deshacerla, rehacer aquel primer
momento, revivir aquella primera caridad, que les hace sentirse perte-
neciendo "recíprocamente", redescubrir de modo casi tangible como
ellos, que pertenecer a la Compañía no es dar el nombre a una institu-
ción humana protectora, ni aun comprometiéndose a aceptar una reglas
de juego y de acción, ni sólo disponerse a conspirar a un objetivo co-
mún compartido, como lo declaró la Congregación General 31, sino tam-
bién, como ha madurado la 32, poner a disposición de todos los demás
convocados "lo que uno tiene y es" (37), y acoger lo que los demás
convocados tienen y son. Tomar conciencia cada vez más profunda del
proyecto de Dios uniéndonos y convocándonos recíprocamente, para con-
cluir con nueva fuerza que no debemos "deshacer la .unión y congre-
gación que Dios había hecho, sino antes confirmarla y establecerla
más reduciéndonos a un cuerpo, teniendo cuidado unos de otros y man-
teniendo inteligencia para el mayor fruto de las almas". Sencillamente
porque lo quiere El y porque lo esperan muchos que sólo por esta
"unión y congregación" podrán ser salvados.
Esta convicción fundamental comporta una conciencia nueva, di-
námica, de nuestro "entrar" en esta Compañía, que no puede reducirse
a un momento (una fecha que consta en el catálogo y que se evoca a
los 50 años) y a un acto, el de los votos, por el que somos constituidos
miembros. Como si luego no quedase otra preocupación que "estar en
esta Compañía", conservar y defender este "status". Si la pertenencia ha
de ser algo vivo, una actitud permanente de cada jesuita, un deseo
consciente, claro, libre y gozoso, de meterse en la dinámica permanente
del Dios que nos con-voca todos los días, un deseo de vivir hasta el
fondo esa "reciprocidad", que El funda y quiere, y de hacer responsa-
blemente Compañía de Jesús todos los días.
Por eso pertenecer a esta Compañía es, en lo concreto, aportar
responsablemente al grupo de hombres que la forman mi propia exis-
tencia personal en servicio, transparencia, disponibilidad para la mi-
sión que busco y hago con ellos. Y, naturalmente, acoger la existencia
que los demás aportan. A este doble proceso de entregar y aceptar la
mutua existencia ha de llegar nuestra pertenencia a la Compañía si
quermos que sea algo más que un compromiso jurídico sancionado por
unas leyes. Porque la verdadera pertenencia a la Compañía, como la
pertenencia a la Iglesia, es profundamente vital y realista, como lo es
la fe misma que la alimenta, y vincula a hombres concretos, que
buscan y tropiezan y aciertan, como busca, tropieza y acierta uno
mismo, cuyos medios y métodos a lo mejor no acierto a comprender,
pero de cuya "misma intención y voluntad de buscar la beneplácita
voluntad de Dios según el blanco de nuestra vocación", tengo cons-
tancia (38).
(38) Deliberationes..., 1.
(39) Const. 250.
(40) Const. 624.
a
PARTE 2. / n.» 9 495
parte veo con los ojos, así de vos como de otros llamados a nuestra
Compañía en Cristo Jesús.
Tened, pues, buen ánimo y consolaos en Dios 'y en el poder de
su fuerza', que es Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro. De su propia
voluntad, 'por nuestros pecados murió', y sin duda 'fue resucitado por
nuestra justificación.' De modo que 'con él nos resucitó y juntamente
nos sentó en los cielos', en Dios.
Conoced, examinad la vocación a que fuisteis llamados 'en virtud
de la gracia que [te] fue dada' en Cristo, ejercedla, insistid, con ella
negociad, que no permanezca en vos ociosa, nunca la resistáis, 'porque
Dios es el que obra en vosotros así el querer como el obrar, en virtud
de su beneplácito', que es en sí y por sí infinita y super gloriosa e
inefable por Cristo Jesús. 'Te dará el Señor inteligencia en todo' y
fortaleza, a fin de que el nombre del Señor, en esperanza de mejor vida,
por vuestro medio en muchísimos fructifique y sea ilustrado".
En fiestas de Santos de la jCompañía
em caso de impedir o milito fruto que com ajuda de Deus Nosso Senhor
poderiamos fazer" (Ep. II, 131).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita debe sentirse "comprometi-
do bajo el estandarte de la Cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo",
y si ha habido algún jesuita comprometido de veras bajo ese estandarte,
ése ha sido Javier. Al llegar a la India en 1542, escribió una larga
carta a sus compañeros de Roma, como se lo había prometido, y les
cuenta cómo los trabajos de la larga navegación, sufridos por Cristo,
"son grandes refrigerios y materia para muchas y grandes consolacio-
nes". Y añade: "creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro
Señor descansan viniendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos
huyen o se hallan fuera de ellos... Qué descanso es vivir muriendo cada
día, por ir contra nuestro propio querer, buscando non quae nostra
sunt sed quae Iesu ChristC (I, 127). Ese amor a la Cruz le da un valor
tan extraordinario para afrontar toda clase de peligros que le hace es-
cribir antes de partir para las islas del Moro que se ha resuelto ir allí
por la necesidad de aquellos cristianos "y también por la necesidad
que tengo de perder la vida temporal por socorrer a la vida espiritual
del próximo": "determino, dice, de me ir al Moro por socorrer in spi-
ritualibus a los cristianos, ofrecido a todo peligro de muerte, puesta toda
mi esperanza y confianza en Dios nuestro Señor..." (I, 325).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita es hombre con una "mi-
sión". Y Javier es uno de los casos típicos en toda la historia de la
Compañía de jesuita que recibe una misión, misión extraordinaria por
su envergadura y por sus circunstancias, y la cumple con singular ge-
nerosidad y eficacia. Pocas palabras bastaron a Ignacio para enviar a
Javier a la India: "Maestro Francisco: ya sabéis cómo por orden de
Su Santidad han de ir dos de nosotros a la India...: ésta es vuestra
empresa". A lo cual, nos cuenta Ribadeneira, respondió Javier con mu-
cha alegría y presteza: "Pues sus! heme aquí! Y así luego aquel día
o el siguiente, son siempre palabras de Ribadeneira, remendando cier-
tos calzones viejos y no sé qué sotanilla, se partió con tal semblante
que en fin bien se veía que Dios le llamaba para lo que habernos vis-
to" (MI, FN II, 381). Es aquel comienzo de su misión pontificia, ex-
presión de nuestro 4.° voto, que abriría las puertas del Oriente al Após-
tol de las Indias y del Japón, un rasgo conmovedor que nos revela el
carácter humano de San Ignacio y la vida austerísima de Javier. Nos
dice la crónica que "Ignazio, prima di mandare il Beato Francesco Sa-
verio all'India, gli apri la veste in sul petto, per vedexe se gli mancava
cosa alcuna del vestito e gli trovó la semplice camicia in su le carni,
il che vendendo il nostro Beato Padre Ignazio, tutto stupito, disse:
Assí, Francesco, assí" (ARSI Sicula 185 I, 137) "e senza piü ordinó che
fosse bastevolmente proweduto d'ogni necessario riparo" (Della storia
della Compagnia di Gesü: La Sicilia, Palermo 1702, 505-506).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita "precisamente por ser en-
viado se convierte en compañero de Jesús... manteniéndose en comu-
nión de vida, de trabajo y de sacrificio con los compañeros que se han
consagrado bajo la misma bandera de la Cruz..."; en otras palabras,
PARTE 2.* / n.° 10 501
darnos lengua para poder hablar de las cosas de Dios, porque entonces
haremos mucho íruto con su ayuda, gracia y favor". "Agora somos
como unas estatuas..." (Ep. II, 201). Con gran esfuerzo y sin lograr
aprenderlas bien, Javier estudia las lenguas para hacerse más a todos:
en su trato y en su correspondencia usa el vasco, el español, el portu-
gués, el francés, el italiano, el latín, el tamil, el malaca, el japonés.
Todo en el curso de 10 años de apostolado: podemos imaginar fácil-
mente el cúmulo de obstáculos que hubo de superar: en 1544 llega al
Cabo de Comorín: "como ellos no me entendiesen, ni yo a ellos, por
ser su lengua natural malavar, y la mía vizcaína, ayunté los que entre
ellos eran más sabidores, y busqué personas que entendiesen nuestra
lengua y suya de ellos. Y después de habernos ayuntado muchos días
con grande trabajo, sacamos oraciones..., después el Credo, mandamien-
tos, Pater noster, Ave María, Salve Regina y la confesión general de
latín en malavar" (Ep. I, 162). No es raro, por tanto, que en las tra-
-
ducciones cometiera errores que otros tuvieron que corregir (cfr. Ep.
II, 584), y que tuviera que pasar por humillaciones, como en Yama-
guchi cuando tradujo la palabra Dios por "Dai-nichi", que tenía una
significación impropia, y la quiso corregir usando la palabar "Deus"
y le entendían los japoneses "Dai uso", que quiere decir "la gran
mentira".
Javier ama a todos los países, a todos los pueblos, a todas las cul-
turas. De todos habla siempre con gran amor. Pero su amor es auténti-
co: quiere el mayor bien de esos pueblos, desea su salvación, por eso
no duda en criticar sus costumbres y enumerar sus defectos, animán-
doles siempre a superarse y a realizar el plan de Dios sobre la huma-
nidad.
Como todo verdadero apóstol, también Javier, al sentir que él es
nada, ve surgir en su alma una inmensa confianza en Dios, que se
apoya en los méritos infinitos de la pasión y muerte dejCristo, en la in-
tercesión de su santa Madre, de la Iglesia su esposa, de los santos,
de la Compañía de Jesús militante y triunfante, de los nueve coros de
los ángeles. Fuerte con esa confianza en Dios, desprecia la muerte y el
demonio, y se deja llevar por el Espíritu a continuas "oblaciones de
mayor estima y momento".
Javier de este modo ha sido y sigue siendo el ejemplar perfecto del
hijo de la Compañía, del jesuita de ayer, del de hoy y del de mañana,
tal como lo describen las Constituciones y tal como lo han tratado de
definir los Decretos de la reciente Congregación General. Quiera él
ahora interceder por nosotros para que logremos todos y cada uno rea-
lizar como él, con la gracia de Dios, nuestra tarea personal en el plan
divino de la historia de la Salvación.
11. San Francisco de Borja (30. IX. 72)
nes, "por el mesmo amor que della descenderá y se estenderá a todos los
próximos" (Const. 671).
En su servicio a la gloria de Dios, Borja desarrolló una actividad
prodigiosa; sólo en la península ibérica fundó más de 4 0 colegios in-
terviniendo personalmente en la fundación de muchos de ellos; dirigió
Ejercicios, visitó enfermos, escuchó confesiones, tuvo atención personal
para muchas almas y, sobre todo, concentró sus fuerzas en preparar
nuevas fundaciones, en dirigir nuevas construcciones, en atender a la
formación y mantenimiento del personal necesario. Para lograr esto
tuvo que viajar mucho y pedir limosnas por doquier a favor de las
casas y colegios, a favor de la Curia Generalicia y de la Iglesia del
Gesü. Cuando se refería a toda esta actividad externa, solía decir que
sería "una cruz más grande que la que había dejado en el mundo si
Dios cesara de favorecerlo o de darle una buena dosis de paciencia".
A Borja se deben las primeras misiones jesuíticas en Florida, en México
y en Perú.
Esta sorprendente actividad iba unida a un empeño por consolidar
lo interno de la Compañía, convencido de que nosotros éramos sólo
instrumentos del Señor y, como tales, debíamos ser dóciles en las manos
de Dios y adaptarnos ai cambio de las circunstancias. Borja mandó ha-
cer una edición de nuestras Constituciones y se propuso revisar las re-
glas de diferentes oficios. Especial empeño puso en la cuidadosa forma-
ción de los novicios; fundó el noviciado de San Andrés del Quirinal;
se esforzó en la preparación de la futura "Ratio Studiorum" de la Com-
pañía. Entre todas sus preocupaciones, destacará siempre la de alentar
a sus subditos a progresar en el camino de la santidad.
Por experiencia propia era muy consciente de lo que significaba
el contenido de nuestro 4.° voto de entregarse al Papa por una obedien-
cia especial acerca de las "misiones" o encargos apostólicos. Allí estaba
como "el Principio y Fundamento" de la Compañía. Más de una vez su
obediencia al Santo Padre fue una prueba indiscutible de su fidelidad
heroica. S. S. Pío V y San Francisco de Borja eran dos grandes perso-
nalidades, dos Santos, pero no siempre pensaban del mismo modo. Sin
embargo, era claro que la última palabra era la del Papa. Así, Borja
aceptó con sacrificio de su propia voluntad establecer el coro en la
Compañía, junto con otras prescripciones que él personalmente juzgaba
contrarias al pensamiento de San Ignacio y al espíritu de la Compañía.
Prescripciones, por otra parte, que no continuaron después de la muerte
del Sumo Pontífice, pues fueron plenamente revocadas por su sucesor,
Gregorio XIII, que pidió que nuestro Instituto volviera a su original
fisonomía.
Siempre obediente a Pío V y no obstante la mala salud de Borja,
éste no dudó en aceptar el largo recorrido por España, Portugal y Fran-
cia que aceleraría su muerte al poco tiempo de cumplida su misión. A
propósito de tal viaje escribía: "La obediencia al Vicario de Cristo
nuestro Señor no sólo ha acallado, sino ha hecho agradables los incon-
venientes, y así marchaba con alegría por tierra o por mar".
508 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
Pues qué, ¿no valen también aquellas almas la vida de un Dios? ¿Por
ventura, no ha muerto El también por ellas? Ah, Pedro, hijo mío
amadísimo, y ¿por qué no vas tú también a recoger la sangre de Jesu-
cristo? No sabe amar el que no sabe padecer, y allá te espera y, ¡ay, si
supieses el gran tesoro que te tiene preparado...!".
¿Dónde están hoy esos destinatarios de los que nuestra existencia
debe sentirse profundamente solidaria? ¿A qué distancia me encuentro
yo de esos destinatarios de mi vida? ¿Son ellos "los que están lejos",
c soy yo el que me "he distanciado", debiendo estar cerca, en medio,
"ser uno de ellos", como Jesús? Preguntas para hacernos hoy, como
se las hizo y se las respondió la Congregación General 32. Son las mis-
mas que se hizo y respondió Pedro Claver.
También aquí una doble tentación: la fácil tentación de "entrete-
nernos" con los hombres, incluso de hacerles algún buen servicio, pero
ahorrándonos la molestia de salir a buscar a los necesitados, a los más
necesitados, y precisamente en cuanto tales, olvidándonos del criterio
de Ignacio, que de cara a la misión de la Compañía afirma que "debe
preferirse aquella parte de la viña del Señor que tiene más necesidad"
(Const. 622).
Y la otra sutil tentación de "dividirme" como esclavo entre Dios
y los hombres, como si se tratase de dos esclavitudes distintas, de dos
dinámicas diversas, de dos servicios y de dos amores que se yuxtaponen,
se suplantan y hasta se estorban. Como si se pudiese ser esclavo del
Señor sin serlo de los hombres, o al revés, como si se pudiese servir
plenamente al hombre sin servir a Dios. Para Claver, orar o cargar
sobre sus hombros un esclavo son dos vertientes, dos caras de una misma
voluntaria esclavitud, necesarias mutuamente las dos. Su Santidad Juan
Pablo I nos recordó precisamente esto en su alocución postuma.
Cruz, que afirma simplemente que amar es perder la vida... por Alguien
y por algo?
ció, sino que os presupone tales. Al menos en una cierta medida. Y sólo
desde este presupuesto os ayudará a crecer.
La más fuerte interpelación de Claver, por tanto, no es a nuestros
objetivos y actividades misioneras, a la tarea que nos ocupa, sino que
su palabra profética nos busca a nosotros mismos, nuestras propias per-
sonas. Es ahí, en lo más profundo y personal de nosotros mismos, donde
su palabra, "más tajante que espada de dos filos" (Hebr 4, 12), debe
entrar cortando, es decir, provocando "opciones". (Y toda opción es un
corte, implica una renuncia). Claver nos dice que no son los objetivos
los que definen al hombre, sino el hombre, cada hombre, .y los "por-
qués" de cada hombre, sus razones personalísimas de esperar y de
actuar, las que buscan, imaginan, intuyen, descubren, definen y reali-
zan los mejores objetivos.
A) Nuestra tarea
B) Nuestro Modelo
les dijo: 'A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero
a los que están fuera todo se les presenta en parábolas'" (Me. 4, 11).
Nuestros novicios, mis queridos Padres, han oído esa llamada, con-
cretada en una vocación a nuestra Compañía. Pero esta vocación tiene
diversas implicaciones:
recibo". (MHSI, Mon. Xav. Epp. I, 330); o cuando escribía a los com-
pañeros de Goa: "si los corazones de los que en Cristo se aman se
pudiesen ver en esta presente vida, creed, Hermanos míos, que en el mío
os veríais claramente; y si no os conocieseis, mirándoos en él, sería
porque os tengo en tanta estima, y vosotros por vuestras virtudes tene-
ros en tanto desprecio, que por vuestra humildad dejaríais de veros y
conoceros en él" (ibíd. II, 211-212).
Este es uno de los mayores motivos de optimismo cuando pienso
en el futuro de la Compañía. El Señor que ha dado tales vocaciones y
con ellas tantas gracias a estos hijos de Ignacio, no puede dejarlos,
habrá de continuar ayudándolos, como con razón lo esperaba el mismo
Ignacio: "es menester en El solo poner la esperanza de que El haya
de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar..." (Const.
812); si hasta ahora nos ha ayudado, ¿por qué no lo hará también en
el futuro?
La Compañía como institución e instrumento de apostolado. En
estos últimos años en que se han verificado tantos cambios para lograr
acomodar las instituciones y las estructuras a las actuales necesidades
apostólicas, me he dado cuenta de modo mucho más claro de las dotes
de gobierno que tuvo San Ignacio y del conocimiento que poseía no
sólo del hombre como tal, sino también de la maleabilidad necesaria en
las estructuras, si se quiere que sean eficaces y adaptables a todas las
circunstancias.
Al ver la Compañía en su verdadera realidad, me viene frecuente-
mente a la mente lo que escribía con tanto afecto San Feo. Javier: "no
sé con qué mejor acabe de escribir que confesando a todos los de la
Compañía, quod si oblitus fuero umquam Societatis nominis Iesu, obli-
vioni detur dextera mea (Ps 136, 5), pues por tantas vías tengo conocido
lo mucho que debo a todos los de la Compañía" (EPP. Xav. I, 395).
El segundo amor es la Iglesia: la de Cristo, su "sponsa sine ruga
et sine macula" (Ef 5, 22), la que San Ignacio llamaba conscientemente:
"nuestra santa madre Iglesia hierárchica" (Ejerc. Esp. 353). Sí: esa
Iglesia que, como todo lo humano, tendrá sus limitaciones, pero que
es la instituida por Cristo y que tiene por Cabeza visible al Romano
Pontífice, al que nos ligamos por especial voto de obediencia, "prin-
cipio y fundamento de la Compañía" (MHSI, MI, ser III, I, 162).
A lo largo del tiempo y con renovada experiencia se descubre en
ella tal vigor sereno pero inalterable, por tener como Cabeza invisible
al mismo Cristo y estar vivificada por su Espíritu, que la confianza
no puede menos que robustecerse. Y esta confianza se reafirma aún
más cuando se ve que cuantos llegan a separarse de la Iglesia, alegando
motivos que al menos en apariencia parecen justificar su actitud, al cabo
de poco tiempo no tardan en mostrar desfallecimiento y atrofia mortal,
por estar fuera de esa circulación del Espíritu, propia y exclusiva de
la comunión con la Iglesia jerárquica.
Con el andar de la vida y según se va penetrando en el misterio de
la Iglesia y en el carisma de la Compañía, se siente con mayor fuerza
que la Compañía tiene su verdadera razón de ser en el servicio de la
540 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
Exhortaciones y oraciones
I. Reconciliación
II. Apostolado
III. Conversión.
para que pueda oír cuando llamas a mi puerta: "Mira que estoy a la
puerta y llamo" (Ap. 3, 20).
A veces, Señor, me encuentro interiormente tan pobre, tan sucio,
tan lleno de heridas, peor que las de la lepra, casi todo "una llaga" y
una "úlcera" (E. E., 58): extiéndeme tu mano, como hiciste con el
leproso del evangelio: "Si quieres, puedes limpiarme" (Mt. 8, 2), te
pido que pronuncies la palabra todopoderosa: "Quiero, queda limpio"
(Mt. 8, 3 ) ; y mi cuerpo quedará limpio como la carne de Naamán,
después de haberse lavado en las aguas del Jordán (cfr. 2, R. 5, 14), y
mi alma se hará pura y sin mancha, como la de aquellos q«e lavaron
sus vestiduras en la sangre del Cordero (cfr. Ap. 7, 14).
La debilidad de mi alma me da a veces la sensación de decaimien-
to, como de morir. Por eso te pido, desde lo más profundo de mi ser,
como el Centurión: "Di una sola palabra y mi criado quedará sano"
(Mt. 8, 8 ) ; que también yo pueda decirte con la misma fe: "y tu criado,
es decir, mi alma, quedará sana". Me queda un consuelo, el de que mi
enfermedad, como la de Lázaro, no sea "de muerte, antes sea para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella"
(Jn. 11, 4). Enfermo como estoy, quiero decirte con las hermanas de
Lázaro: "Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo" (Jn. 11, 3 ) ;
quiero escuchar de tus labios las palabras que dijiste a Marta: "Yo soy
la resurrección y la vida" (Jn. 11, 25); y si me preguntases como a
Marta: "¿Crees esto?", quisiera poder responderte como ella. "Sí,
Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que va a
venir al mundo" (Jn. 11, 27).
Y si mi debilidad fuese tal que deba decirse de mí, como de Láza-
ro: "Ya huele mal" (Jn. 11, 39), tengo, sin embargo, la confianza de
que tú mandarás con voz imperiosa: "Sal fuera" (Jn. 11, 43) y yo
volveré de nuevo al mundo con una vida nueva, mientras se caen todas
mis ataduras por orden tuya: "Desatadle y dejadle andar" (Jn. 11, 44).
Así podré seguir sin tardanzas el camino de tu voluntad.
Señor, otras veces, el peso de mi responsabilidad sacerdotal me
aplasta, viéndome tan poca cosa delante de mi vocación, tan superior a
mis propias fuerzas que me veo tentado a decirte como Moisés: "¿Por
qué tratas tan mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus
ojos?... No puedo cargar yo solo con todo este pueblo, es demasiado
pesado para mí. Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado
gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventura" (Nm. 11, 11.14-
15). Pero, apresúrate a darme la misma respuesta que diste a Moisés:
"¿Es acaso corta la mano de Yahveh? Ahora vas a ver si vale mi pala-
bra o no" (Nm. 11, 23).
Si en ciertos momentos de desaliento y de abatimiento me parece,
como a los apóstoles, sumergirme y casi ahogarme, vuelven a resonar
en mi alma las palabras de ánimo y de dulce reproche que dijiste a
Pedro: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt. 14, 31). "Au-
menta, Señor, nuestra fe" (Le. 17, 5). Tenemos sed, como la Samarita-
na, y sentimos la necesidad de ese agua viva que sólo tú nos puedes dar:
"Dame de ese agua, para que no tenga más sed" (Jn. 4, 15).
a
PARTE 2. / n.° 19 551
Sentimos que desde esta hostia, trono humilde y escondido, nos di-
ces: " Y o soy la vida y vosotros los sarmientos" (Jn. 15, 5 ) ; " Y o soy el
camino, la verdad y la vida" (Jn. 14, 6 ) ; "Vosotros me llamáis 'el
Maestro' y 'el Señor' y decís bien, porque lo soy" (Jn. 13, 13). Por eso
no podemos sino repetir como en el Apocalipsis: "Ven" (Ap. 22, 17).
Que podamos también nosotros ser dignos de escuchar tu respuesta: "El
que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente
agua de vida", y tu infalible promesa "Sí, pronto vendré" (Ap. 22, 20).
"Amén, Ven, Señor Jesús" (ib.).
20. Enséñame tus caminos.
Importa sobremanera que nos demos cuenta del valor que tiene el
A. O. en el momento histórico actual, de las nuevas oportunidades que
se le presentan y de la eficacia que puede tener en las presentes cir-
cunstancias, ya que el mundo se encuentra hoy no sólo en una encruci-
jada, sino en un momento de creación de una nueva cultura y de una
nueva humanidad.
La historia de la humanidad es la historia de la salvación; la filo-
sofía de la historia viene a coincidir con la teología de la historia. Es
el Espíritu de Dios —que renueva la faz de la tierra— el que dirige la
historia de la humanidad. El hombre hace sus planes, pero Dios es
quien rige el mundo: "el corazón del hombre medita su camino, pero
es Yahveh quien asegura sus pasos" (Prov 16, 9).
Podemos entrever esa acción oculta del Espíritu a través de los
signos de los tiempos. El mundo, los fenómenos sociales, el curso de la
humanidad son como un libro escrito por un doble autor: el Espíritu
de Dios y la libertad humana, unidos en colaboración y formando un
consorcio que es verdadero misterio: misterio de la Providencia y de la
sabiduría infinita, por un lado, y por el otro el misterio de la libertad
humana. "Pues sabemos que la creación gime hasta el presente y sufre
dolores de parto..." (Rom 8, 22).
El A. O. puede y debe ser una gran fuerza de transformación del
mundo.
Si hablo aquí de "mundo", no lo entiendo en un sentido filosófico
y general, sino concreto e histórico: el conjunto de los hombres y de
las cosas que constituyen nuestro mundo actual. Es el mundo que ha
tenido presente el Concilio:
"El mundo de los hombres, la entera familia humana con el conjun-
to universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro
de la historia humana, señalado por los esfuerzos del hombre, sus fra-
casos y sus victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y
PARTE 2.» / n.° 21 557
Podría parecer una tautología hablar del carácter eclesial del A.O.
Sin embargo, existen quizá en la vida de la Iglesia de hoy aspectos co-
munitarios, a los cuales, como ya lo he dicho, el A.O. parece quedar un
poco demasiado extraño.
Hoy existen en la Iglesia muchos movimientos de oración comu-
nitaria: las "casas de oración", la oración en las comunidades de base,
en las Comunidades de Vida Cristiana, el redescubrimiento de la ora-
ción en común en las comunidades religiosas, y tantas otras formas. El
Espíritu Santo trabaja en las almas y en los grupos de cristianos.
Podemos recordar aquí las palabras que el Santo Padre mismo ha
dirigido a los participantes en un congreso de grupos de oración: "Nos
nos alegramos con vosotros de la renovación de vida espiritual que se
manifiesta hoy en la Iglesia, bajo diferentes formas y en diversos me-
dios. En esta renovación aparecen ciertas notas comunes... el deseo de
entregarse totalmente a Cristo, una gran disponibilidad a las llamadas
del Espíritu Santo, un contacto más asiduo con la Escritura, una am-
plia dedicación a los hermanos, la voluntad de aportar un concurso a los
servicios de la Iglesia. En todo esto podemos reconocer la obra miste-
riosa y discreta del Espíritu, que es el alma de la Iglesia..." (L'Osserva-
tore Romano, 11 oct. 1973, p. 2).
Se puede comprobar también que son numerosos los jesuitas que
participan activamente en estos movimientos.
El A. O., que en sus intenciones es eminentemente eclesial, todavía
conserva un poco demasiado su forma antigua y su tendencia a limitarse
a la dimensión individual.
Yo desearía que el A. O. entrara más de lleno en este movimiento
multiforme de solidaridad por la oración que hoy vivimos en la Igle-
sia —sin perder nada de su fuerza en la vida de cada cristiano—. Que
el A. O. viva y exprese esta solidaridad por la oración no sólo en las
intenciones comunes y en las comunicaciones escritas, sino que busque,
a
PARTE 2. / n.° 21 559
"A todos los libera para que, con la abnegación propia y el empleo
de todas las energías terrenas en pro de la vida humana, se proyecten
hacia las realidades futuras, cuando la propia humanidad se convertirá
en oblación acepta a Dios. El Señor dejó a los suyos las arras de esta
esperanza y un alimento para el camino en aquel sacramento de la fe,
en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se
convierten en su Cuerpo y en su Sangre gloriosos. Esta es la cena de la
comunión fraterna y una anticipación del banquete celestial" (GS. 38).
He ahí la fuerza y el dinamismo del A. O. en este mundo en devenir,
órgano e instrumento de esta espiritualidad eucarística y eclesial, que
vive de esta gran intención de la Iglesia:
"Así la Iglesia ora y trabaja a la vez, para que la totalidad del
mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del
Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador y Pa-
dre del universo todo honor y toda gloria" (LG. 17).
Conclusiones prácticas
Conclusión :
tenemos que ser Cristo mismo con palabras y con obras. Si el medio en
que se ejerce nuestra misión no está preparado para un anuncio evan-
gélico explícito, el apóstol que hay en nosotros sufre hasta que nos sea
posible "predicar un Mesías crucificado... poder de Dios, sabiduría
de Dios" (17).
Tan sólo un jesuita animado de este amor a Cristo e impulsado a
proclamarlo puede comprometerse en un ministerio en un medio se-
cularizado.
Por eso es necesario insistir siempre en los "medios que juntan el
instrumento con Dios"..., es decir, el amor a Cristo, "la pura intención
del divino servicio y familiaridad con Dios..., el celo sincero de las
ánimas por la gloria del que las crió y redimió" (18). De ahí proviene
también la necesidad de esta integración de una ardiente vida interior
y un incansable empeño en un servicio que, según el discernimiento,
sea el mejor para Dios y para la humanidad.
Dicho esto hay que recordar aquella declaración de la última Con-
gregación General: "La Compañía, por tanto, de nuevo opta por una
profunda formación de sus futuros sacerdotes en los estudios, tanto
teológicos como filosóficos, humanos y científicos, en la persuasión de
que, supuesto el testimonio de la vida, no hay camino más apto para
ejercitar nuestra misión" (19).
Estemos profundamente persuadidos de esto. Todos no tienen las
mismas capacidades académicas, pero yo estoy persuadido de que aun
las personalidades menos intelectuales pueden aumentar continuamente
en su irradiación apostólica, con tal de que se apliquen con seriedad al
estudio y con tal de que estos estudios estén bien escogidos y bien di-
rigidos.
Aun cuando la filosofía no cumple ya en el mismo grado que antes
su función de preparación inmediata para la teología escolástica, sigue
siendo una parte necesarísima de la formación intelectual en el rigor del
pensamiento y en una verdadera comprensión de las corrientes de refle-
xión que, incluso de manera inconsciente, influyen en la mentalidad
del mundo.
Ya he recordado frecuentemente que Ja reflexión teológica es uno
de los compromisos de la Compañía que merecen toda clase de priorida-
des. Una Provincia no contará nunca con suficientes personalidades cua-
lificadas en teología y en Sagrada Escritura. Los que de vosotros se
consagren a un trabajo pastoral no se arrepentirán nunca del tiempo
consagrado a este estudio fundamental. Y si os comprometéis luego
en otros sectores académicos, la reflexión metódica y profunda sobre la
fe os será siempre un precioso enriquecimiento para toda vuestra
acción.
(21) Flp. 2, 5.
(22) Lumen Gentium, n. 43.
23. Ante el reto de la renovación (III. 7 8 ) .
Todo jesuita debe examinarse a fondo sobre esto, pero tal vez de
un modo especial los que no están directamente comprometidos en una
evangelización explícita, en un ministerio personal y directo orientado
a las necesidades religiosas de los demás. Los jesuitas que se dedican a
la administración, al mundo académico, a la investigación científica
(incluso en el terreno de la teología y de la Escritura), a la enseñanza
primaria y secundaria, a los servicios sociales..., todos ellos deben exa-
minar sus motivaciones reales y la eficacia de sus respectivas vidas
como evangelización. Este era el principal interés de mi carta sobre la
Integración. Propongo un "test" no muy difícil de realizar,""pero "más
cortante que espada alguna de dos filos" (Heb. 4, 12). Se trata de
preguntarse frecuente y sinceramente: "¿Con qué frcuencia, con qué
seriedad y con qué confianza se dirigen a mí los hombres, las mujeres,
o la gente joven que me rodea, como sacerdote o como religioso; como
a alguien que está consagrado a Dios, a Jesucristo; o al menos como a
alguien dedicado a un valor trascendente que sobrepasa lo puramente
material, lo mundano, lo fútil en que están atrapadas las vidas de tantas
personas?".
O bien, si esta pregunta resulta demasiado explícitamente religiosa,
preguntémonos: "¿Busca la gente en mí algo de esperanza, de fe, o
de atención desinteresada? ¿Habla mi vida de misterio? ¿Suscita algu-
na pregunta?". Y si la respuesta es no, ¿dónde está el testimonio?,
¿dónde está el apostolado?, ¿dónde la proclamación? Ninguna residen-
cia, ningún colegio, ningún centro social, ninguna comunidad es apos-
tólica por el hecho de ser católica o jesuítica, sino únicamente en ra-
zón de la actividad evangelizadora de sus miembros.
Una segunda exigencia de esta renovación de la misión consiste en
que busquemos con lealtad y con toda honradez aquellas situaciones,
aquellos apostolados, aquellas formas y esferas de evangelización de las
que pueda esperarse un mayor bien. Aquí estamos tocando algo que es
fundamental a la vida jesuítica y ocupa un lugar central en la espiritua-
lidad ignaciana. No basta, mis queridos hermanos, con seguir haciendo
las mismas cosas y de la misma manera. Los desafíos han cambiado.
Hace falta poseer la indiferencia del Principio y Fundamento, el deseo
de un mayor servicio del Reino, la disponibilidad del tercer binario,
el heroísmo de la tercera manera de humildad. Este es el espíritu de ese
"unum corpus" estructurado por las Constituciones, con el estribillo
una y otra vez repetido de "ad maius servitium divinum", "ad maiorem
Dei gloriam", "ad maius beneficium animarum". Y sin este espíritu, la
Compañía será un cuerpo sin alma, una estructura jurídica carente
de vida. Cuando escribí la carta sobre la Disponibilidad, no me refería
únicamente a que hubiera que estar dispuestos a aceptar un destino del
Provincial. Me refería, más bien, a esa actitud de abierta magnanimi-
dad que busca siempre adaptarse a la mayor necesidad con presteza y
con generosidad.
Hay muchos en la Compañía y en esta Provincia que han realizado
generosos esfuerzos de acomodación a las circunstancias enormemente
diferentes de nuestra misión, a las nuevas necesidades, a las nuevas for-
a
PARTE 2 . / n.° 23 577
3. Cuidado personal
obtenga el parecer del superior local antes de dar una respuesta. San Ig-
nacio concedía un gran valor a la subsidiariedad (Const. 206, 662s,
791, 820s).
objeto de tratar el mismo asunto. Asunto que debería ser tema de diálo-
go en el momento de la visita canónica. Es sumamente necesario llegar
a un consenso en cada comunidad porque, de lo contrario, se producirá
una enorme proliferación de imágenes del superior y de la comunidad;
y ¿de qué otra manera se puede llegar a un consenso?
3. Cuenta de conciencia
ritas puramente humana, con una capacidad para ser aceptado o para
imponerse a sí mismo. Esto hace que se exijan cosas imposibles a un
superior. El superior no puede ser siempre el más inteligente, el más
fuerte y el más dotado de la comunidad. Y de ahí, la necesidad de asirse
firmemente a la idea ignaciana de obediencia y de superior.
4. Gobierno apostólico
Resumiendo :
Oh Padre Eterno,
Formación
12. Existe una sola Compañía, es decir, la que vive según las
Constituciones y en conformidad con los decretos de sus Congregacio-
nes Generales. Sería por consiguiente grave defecto tratar de romper
esta unidad.
1. Slogans que necesitan puntual
Todo eso puede ser verdad, pero no se puede concluir de ahí que
la oración personal privada no sea necesaria. En la oración, como en la
caridad, hay dos dimensiones que no pueden excluirse: la dimensión
vertical hacia Dios y la horizontal hacia las criaturas. Las dos absolu-
tamente necesarias. En los tiempos pasados se insistió mucho, tal vez
demasiado exclusivamente, en la dimensión vertical, pero hoy se va al
extremo opuesto con un exclusivismo horizontal también equivocado.
La necesidad de la oración personal privada es evidente por la mis-
ma doctrina teológica, la tradición cristiana toda, y el mismo ejemplo de
Cristo. Que se encuentre dificultad en ella no arguye que no sea nece-
saria. Es obligación de todo jesuita procurar esa oración personal y
progresar en ella, como en un elemento necesario también para poder
conservar la verdadera dimensión horizontal de la caridad y oración.
604 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
g) Que, con gran libertad interior, han puesto sus vidas totalmen-
te al servicio de Dios para la obra de su Reino, y viven esta entrega en
la misión recibida de sus superiores. Este sentimiento de ser enviados
es central en la vida del jesuita y crucial para la actividad apostólica
en un mundo en cambio. Por tanto, durante la formación cada uno debe
aprender "a no condescender con cierto individualismo en sus aspira-
ciones, sino a considerarse como miembro de todo el cuerpo de la Com-
pañía y de su misión apostólica" (VI, 17).
Mi querido P. Maestro:
en el Noviciado ( 8 . Xí. 7 9 )
Mi querido P. Maestro:
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Rector:
hacerlo sin dar la impresión de estar juzgando a todos los jesuitas que
son débiles. Debemos aceptar a cada uno como es, y no hacerle nunca
tener la sensación dé que es inaceptable o de que no se le aprecia.
Sólo cuando un superior ha establecido con sus "subditos" una rela-
ción de comprensión y respeto mutuos, podrá colaborar con ellos en
orden a alcanzar las más encumbradas metas.
Viniendo a lo concreto, hay dos aspectos en que los jesuitas más
jóvenes de su Provincia se hacen acreedores a una crítica negativa, y
en los que sería conveniente que los "formadores" tuvieran buen cui-
dado. El primero es referente a la obediencia. "Resulta cada vez más di-
fícil", escribe cierto padre de su comunidad, "pedir a un escolar que
haga algo que no desea especialmente hacer". Es ésta una mala noticia,
si es que aceptamos, como con tanta claridad e insistencia afirma la
Congregación General XXXII, que el jesuita es un hombre en misión.
¿Cómo van a poder los superiores encomendar misiones difíciles a unos
hombres que sólo hacen lo que desean hacer? No creo que deba admi-
tirse a un novicio a los primeros votos, ni a un escolar a la ordenación,
a menos que haya demostrado palpablemente que, cuando llega la oca-
sión, obedece aun en una situación en la que el obedecer le resulta
difícil y contrario a su inclinación natural.
El segundo aspecto son los viajes. De muchas partes llegan quejas
en el sentido de que nuestros jóvenes viajan demasiado. Los viajes por
razones apostólicas y en el contexto de una franqueza absoluta para con
los superiores, son una cosa; es nuestra vocación. Pero el viajar por
recreo o por placer es un lujo que difícilmente puede conciliarse con
nuestra confesada solidaridad con los pobres.
Hay, por último, dos puntos en los que me gustaría insistir: la vida
de oración y la utilidad de los estudios teológicos para crecer en nues-
tra vida de hijos de Dios y apóstoles de Cristo —y el "sensus Eccle-
siae", que debe ser un rasgo característico de los hijos de Ignacio.
Esto es todo lo que tengo que decirle por ahora. Le ruego se man-
tenga en contacto con el Provincial, especialmente durante sus primeros
años de rector. Si en algún momento puedo serle de alguna utilidad,
no dude en acudir a mí...
10. Comienzo del estudio de Teología.
Auto-destinos ( 5 . X . 7 3 )
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Viceprovincial:
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Provincial:
Cualidades intelectuales
Cualidades apostólicas
Cualidades espirituales
Los "informadores"
Sacerdo
(30. III. 7 4 )
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Provincial:
Iglesia (10. I. 7 9 )
Mi querido P. Rector:
Ejercicios Espirituales
Mi querido P. Provincial:
(1) Para una aprobación positiva de dicha práctica, cf. Const., nn. 408,
409; C G . X X X I I , d. 6, n. 47.
a
Sección 6.
0
En torno al Decr. 4 . de la C G X X X I I
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Consultor:
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Provincial:
Mi querido P. Provincial:
(y. ra. 7 7 )
] * Pregunta:
Respuesta:
a
2. Pregunta:
Respuesta:
a
3. Pregunta:
Respuesta :
COMUNIDAD : CONTEMPLACIÓN :
CONSUMO :
CUENTA D E CONCIENCIA:
nuestra actitud ante una sociedad de con- cómo debe ser entendida y a qué con-
sumo: 1 7 0 - 7 1 ; tribuye: 1 7 6 - 7 7 ;
consumismo y sencillez de vida: 1 6 1 ss. elemento esencial en la Compañía: 6 0 0 ;
no lesiona los derechos de la persona:
CONVERSIÓN : 600;
no puede ser sustituida por prácticas co-
el mensaje de Ignacio es prepararnos a lectivas: 6 0 0 ;
la conversión a Dios verdadera, íntima medio eficaz de ayuda mutua: 3 3 2 ;
y continua: 4 8 5 ; la claridad de conciencia juega un pa-
no se limita al nivel puramente espiri- pel esencial: 3 2 .
tual, sino que debe abarcar todo el
proceso de readáptación: 3 7 4 ; CUERPO :
— del corazón: lo primero en el traba-
jo por la justicia: 2 3 2 ; sentido de cuerpo: 7 6 - 7 7 , 2 2 9 , 4 8 9 .
— eclesial: por qué se nos exige: 2 8 5 - cfr. también: Comunidad y Compañía
86. de Jesús.
CREDIBILIDAD : DECISIONES :
DEFECCIONES :
de obediencia: de dónde ha nacido y
cómo resolverla: 1 7 3 ; sus causas: 4 7 ;
de pobreza: serio problema a nivel per- — y selección y formación de candida-
sonal, comunitario e institucional: tos, admisión a las Ordenes, crea-
163. ción de clima comunitario, atención
y vigilancia de los superiores: 4 7 ;
RISTO: — como consecuencia de comunidades
experimentales no bien planeadas:
Ignacio y su referencia personal a Cris- 634.
to: 62-63;
su seguimiento en humillación y cruz: DIARIO ESPIRITUAL D E S. IGNACIO:
420;
modelo y fuente de inspiración del je- lo que es, lo que contiene y lo que se
suita: 6 7 ; . observa en su lectura: 4 1 3 - 1 4 ;
modelo de nuestra pobreza apostólica y lo que demuestra: Ignacio, como legisla-
sencillez de vida: 1 7 1 ; dor, trabaja a la luz trinitaria: 4 1 2 .
Í N D I C E DE MATERIAS 685
sin ambas, inconcebible la vida apostó- vida de fe sin expresión de oración, una
lica de la Compañía: 288; ficción: 287;
las Constituciones y las CC.GG. esta- interacción fe-experiencia, fundamental
blecen como norma la participación para comprender la pobreza: 164;
y la celebración diaria de la — : 289; propagación de la fe y apostolado inte-
— y desafío de la increencia: 88-89; lectual : 35;
— y vida del jesuita intelectual: 222; reavivar la propia fe, prioridad absoluta
— y noviciado: 616; ante el desafío de la incraencia: 88;
razones que se alegan para la reducción fe y religiosidad popular: 359;
de la vida eucarística: 288; fe y justicia: cf.: justicia;
coloquios del P. Arrupe con la Euca- en el fondo de los problemas nos enfren-
ristía: 549-52 y 553-54. tamos a nuestra vida de fe: 286
aspectos positivos de las crisis de fe:
EVALUACIÓN : 345.
absolutamente necesaria: 374. FORMACIÓN ;
no puede realizarse si no va precedida
de conversión: 374. responsabilidad fundamental de toda la
Compañía, pero en especial de los Su-
EVANGELIO :
periores y de quienes han recibido esa
el — meditado en los Ejercicios, fuente misión: 71;
de donde brota la "misión" en las factores que hay que acentuar en la —
Constituciones: 109; de los escolares: 622;
para profundizar y renovarse en su vo- su contenido primario: los elementos es-
cación, el jesuita deberá leerlo bajo la pecíficos de "nuestro modo de proce-
perspectiva de "enviado": 110; der": 72;
para Ignacio, la clave del — está en la de ella dependerá el tipo de jesuita y de
persona de Cristo y en su condición apostolado del futuro: 366;
de "enviado" del Padre en misión: — sólida y actualizada: 367;
109. — y preparación sacerdotal: 328;
especialmente necesaria en el jesuita-
obrero: 200;
EVANGELIZACIÓN :
preparación para el encuentro con la in-
su significado en cuanto servicio de la creencia : 9 1 ;
fe: 359; la falta de confianza en la — que se
aspecto ineludible de la — : superar las da, causa del descenso de vocaciones:
desigualdades e injusticias: 360; 322;
— y promoción humana: 36. cf. también el documento sobre la for-
mación del jesuita: 565-72.
EXAMEN D E CONCIENCIA:
FORMACIÓN PERMANENTE:
de lo que pretende: 234;
nos hace contemplativos en la acción: cómo debe concebirse: 39, 72;
234; — de los operarios intelectuales: 217;
hace que se renueve el espíritu de ora x exigencia del desafío de la increencia:
ción: 234; 91;
su íntima relación con el discernimien- dificultad en encontrar formadores capa-
to: 485. ces de formar a los jóvenes en el es-
píritu del Decreto 2 : 25, 367.
FE:
GOBIERNO :
necesidad de renovarla, alimentarla y for-
talecerla constantemente: 344, 359; Véase: Directrices de gobierno, pp. 599-
indispensable su "culturación" para la 600;
transmisión del mensaje: 9 6 ; gobierno central: comunicación, rees-
urgencia de compartir el don de la fe tructuración, cambios en la Curia, des-
con quienes no creen: 8 5 ; centralización: 44-45;
primera virtud exigida para la renovación no hay lugar en la Compañía para el
de la obediencia: 187; gobierno colectivo: 175.
ÍNDICE DE MATERIAS 687
IGNACIO :
INSERCIÓN :
amor a la Iglesia y al Papado: 453-58;
—• modelo para la Compañía: 459-65;
— inspirador de esperanza: 466-70; en vistas a una inculturación; de lo con-
— y su mensaje de servicio: 471-74; trario, es "snobismo": 198;
— modelo de actitud de escucha del Es- en obras aun fuera de la Compañía, pe-
píritu: 482-85; ro sin merma de la disponibilidad:
su referencia personal a Cristo: 62-63; 600;
su aventura mística y trinitaria, iniciativa a qué nos lleva la inserción y la solida-
divina: 393; ridad con los pobres: 380.
688 ÍNDICE DE MATERIAS
OBISPOS : POBRES:
PágB.
Presentación 5
1.» PARTE 7
Sección Introductoria 9
1. Alocución final a la Congregación General X X X I I (7. III. 75) 10
2. Acerca de la ejecución de los Decretos de la Congregación Ge-
neral X X X I I (15. I X . 75) 18
3. Discurso inicial a la Congregación de Procuradores (27. I. 78)
Informe sobre el estado de la Compañía 22
4. "El modo nuestro de proceder" (18. I. 79) 49
a
Sección 1. 83
5. Nuestra responsabilidad frente a la increencia (25. X I 79) . . . 85
6. Carta sobre la Inculturación (14. V. 78) . . . 95
Págs.
a
Sección 5. 237
20. Sobre la disponibilidad (19. X . 77) 239
21. Sobre el discernimiento espiritual comunitario (25. XII. 71) . . . 247
22. En respuesta a las cartas "ex offício" de 1972 (8. IX. 72) . . . 253
a
Sección 6. 263
23. Encuentro con los Hermanos Coadjutores (30. X . 78) 265
24. Puntos para una renovación espiritual (24. VI. 71) 277
25. En respuesta a las cartas "ex officio" de 1976 ... 284
a
Sección 7. 291
26. Servir sólo al Señor y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano
Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra (18. II. 78) 293
27. Perfecta fidelidad a la persona del Sumo Pontífice (25. I. 72). 311
28. Con ocasión de la "Humanae Vitae" (15. VIII. 68) 314
a
Sección 8. 317
29. Sobre la promoción de vocaciones (11. VIL 73) 319
30. Sobre la preparación para la ordenación sacerdotal (27. X I I . 79 327
31. Alocución a los Instructores de Tercera Probación"(1. III. 70). 333
32. Integración real de vida espiritual y apostólica (1. X I . 76). . . . 341
a
Sección 9. 349
33. A los jesuitas de España (29. VI. 70) 351
34. A los Provinciales de América Latina (1979) 358
a
Sección 10. 369
35. Alocución final a la Congregación de Procuradores (5. X . 78). 371
36. Inspiración trinitaria del Carisma Ignaciano (8. II. 80) . . . 391
a
2. PARTE ... 437
a
Sección 1. : Homilías 439
Págs.
En diversas circunstancias
13. Últimos votos. "Consagrados para la misión" (2. II. 76) 519
14. "Elegidos para el Señor" ( A los novicios de Ciampino) (18.
I. 72) 524
15. "Sal y Luz" (A jesuitas belgas) (5. II. 78). 527
16. "Jesús, el único modelo" (A maestros de novicios) (5. IV. 70) . . . 531
17. En sus "bodas de oro" en la Compañía (15. I. 77) 535
a
Sección 2. : Exhortaciones y Oraciones 541
18. El Año Santo y nuestra tarea en la Iglesia (19. VI. 74) 542
19. Coloquio con el Señor (18. VI. 75) 549
20. "Enséñanos tus caminos". Oración de súplica (17. VI. 76). . . . 553
a
Sección 3. : Conferencias, Diálogos, Comunicaciones 555
21. Sobre el Apostolado de la Oración (A los Secretarios Nacio-
nales (4. V . 74) 556
22. La formación del jesuita (Encuentro con jesuitas canadienses)
(22. X I . 77) 565
23. Ante el reto de la renovación (A jesuitas ingleses) (III. 78). . . . 573
24. El superior local (A los superiores ingleses) (III. 78) 580
25. El Corazón de Cristo y la Compañía (Carta a toda la Com-
pañía) (9. VI. 72) 589
a
Sección 2. : Votos y vida de comunidad 625
12. La castidad. Exclusión de la "tercera vía" (12. XII. 67) 627
13. Sobre la clausura en nuestras casas (2. IV. 70) 629
14. Cada comunidad debe tener su Superior (31. I. 72) 630
15. Condiciones para la creación de comunidades experimentales
(17. VI. 77). 632
16. Requisitos para la Profesión de cuatro votos (7. IX. 78) 634
a
Sección 3. : Sacerdocio 639
17. Sacerdote-Profesor. El celo apostólico (30. III. 74). 641
18. Ordenación sacerdotal de Hermanos Coadjutores (30. IV. 77) 642
19. Rezo del Oficio Divino (4. VIII. 70) 644
696 ÍNDICE GENERAL
Págs.
a
Sección 4. : Sentir con la Iglesia 645
20. Lealtad al Magisterio de la Iglesia (10. I. 79) 647
21. Diálogo teológico y acogida de los documentos de la Santa
Sede (5. VIL 79) 649
a
Sección 5. : Ejercicios Espirituales 653
22. Ejercicios, Ejercitaciones, Cursillos de Cristiandad (1. X I I . 68). 654
23. Colaboración de los Escolares en la tarea de dar Ejercicios
(15. X I I . 77) 656
a
Sección 6. : En torno al Decreto 4." de la C. G. XXXII ......... 657
24. Para la aplicación del Decreto "Nuestra misión hoy" (23. X . 75). 659
25. Para la recta interpretación del Decreto 4.° (24. X . 76) 662
26. El servicio a la fe y a la justicia en nuestros Colegios (20.
III. 79) 664
27. Jesuitas activos en movimientos de liberación (29. V . 71). . . . 666
28. El compromiso de la Compañía con partidos políticos en Es-
paña (31. X . 77) 668
29. Cargos públicos políticos (17. V . 72) 671
30. Un permiso excepcional para desempeñar un cargo político (29.
VI. 78) 672
31. Confrontación entre nuestra vocación y la dedicación o la ac-
ción política como principal medio de servir a los pobres (27.
VII. 76) 674
32. La atracción por el marxismo hoy (31. III. 77) 678