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EDRO ARRUPE S.

Prepósito GCÜÍ
de la Compañía de jesús
La identidad del jesuíta
en nuestros tiempos
Pedro Arrupe

La identidad del jesuita


en nuestros tiempos

Editorial SALTERRAE
Guevara, 20. Santander
© Editorial SAL TERRAE — Santander
Edición preparada por Miguel MendizábaL s.j.
Portada de Jesús García Abril
Con las debidas licencias
Printed in Spain

I.S.B.N.: 84-293-0583-1 Depósito Legal: S A . 3-1981

Artes Gráficas "Resma" - Prolong. M . de la Hermida, s/n. - Santander, 1981


Presentación

No es esta la primera vez que sale a la luz un. libro con documentos
del P. Arrape. Conocidos son los títulos de los que hasta ahora kan
aparecido, ¿A qué se debe la publicación de un libro más en la misma
línea?

Remontándonos a los orígenes, todo nació a lo largo de una con-


versación mantenida con el P. Arrupe el mes de diciembre del pasado
año. Inicialmente fue como un chispazo, pero pronto comprendí que
se trataba de una idea muy pensada y, sobre todo, muy querida para
él. En pocas palabras, deseaba que alguien recogiera los documentos
publicados durante su Generalato, de tal forma que el conjunto constitu-
yera una especie de "corpus doctrinae" que fuera de utilidad para los
Jesuítas. Una especie de manual que ayudara a profundizar más en
nuestra espiritualidad, sirviera al mismo tiempo de alimento espiritual
y facilitara, teniendo ante los ojos lo más relevante de" su pensamiento,
el estudio comparativo entre lo que él nos ha dicho y el contenido de
las Constituciones. El libro sería, pues, para los Jesuítas.

El autor formal del libro es, por consiguiente, el mismo P. Arrupe.


Mi labor ha consistido en compilar y seleccionar. Trabajo no fácil,
dada la enorme cantidad de documentos, y porque, al no existir unos
criterios absolutos de selectividad, es inevitable que aparezca no poco
lo subjetivo. Forzosamente, pues, el libro no ka de satisfacer a todos
por igual.

Quiero aclararlo más. En primer lugar, los documentos selecciona-


dos, como ya he indicado, van dirigidos directamente a los Jesuítas.
Tienen una vertiente interna. Otra publicación, en preparación, se en-
cargará de presentar la vertiente externa, es decir, los documentos diri-
gidos a otros públicos.

En segundo lugar, el libro, interpretando el pensamiento del P. Ge-


neral, viene dividido en tres partes. La primera contiene los grandes
6 PRESENTACIÓN

documentos, anteriores unos y posteriores otros a la Congregación


General 32. Viene a constituir la parte doctrinal, inspiradora del libro.
La segunda, deseada expresamente por el P. Arrupe, la forman los do-
cumentos de más fácil lectura y de tono más bien espiritual: Homilías
pronunciadas en diversas circunstancias, coloquios, encuentros... Y, por
fin, la tercera parte, en su casi totalidad, está formada por respuestas
del P. General a consultas sobre casos concretos. Los documentos de
esta tercera parte son breves, pero muy útiles por su claridad y pre-
cisión.

Para la estructuración de los documentos de la primera parte me


he servido del Decreto 2." de la Congregación General 32, a manera de
hilo conductor. En torno a sus ideas principales se van agrupando los
documentos de las diez secciones de que consta. Cada sección se abre
con uno o varios textos que indican ya el tema de los documentos en
ella presentados. A algunos de los documentos preceden unas cuantas
líneas a modo de introducción o ambientación, con el fin de facilitar
la lectura y comprensión del texto mismo.

Por fin, y en orden a facilitar el uso de los documentos, ofrezco


un índice que, si bien imperfecto, espero pueda ayudar a quien desee
aprovecharse de su rico contenido.

Sabida es la importancia que en toda lectura tiene nuestra actitud


de ánimo. San Agustín habla de la interacción amor-conocimiento. No
se puede amar, dice, lo que se ignora por completo; pero añade que el
amor, sea cual fuere su grado, estimula a un mayor conocimiento de
aquello que se ama, con el fin de amarlo más; lo cual, a su vez, impulsa
a desear un ulterior conocimiento. En reiteradas ocasiones nos ha
hablado el P. Arrupe de esta necesidad de mayor conocimiento, pro-'
fundización y asimilación de nuestra vocación. Y esto no para encerrar-
nos en nosotros mismos, ya que nuestro amor a la vocación, que se
deriva de ese mayor conocimiento, por su íntima vinculación a la Igle-
sia, engendra amor hacia ella y se hace juntamente "servicio del hom-
bre", "ayuda de las ánimas", como gustaba decir Ignacio, para lo cual
ha sido fundada esta Compañía de Jesús.

Miguel Mendizábal, S.J.


a
1. Parte
Sección introductoria

1. Alocución final a la Congregación General XXXII (7-III-75).

2. Acerca de la ejecución de los Decretos de la Congregación


General XXXII (15-IX-75).

3. Discurso inicial a la Congregación de Procuradores (27-IX-78).


Informe sobre el estado de la Compañía.

4. "El modo nuestro de proceder" (18-1-79).


1. Alocución final a la Congregación General
XXXII. ( . III. 75).
7

Estamos, con la ayuda de Dios, ante el final de nuestra Congrega-


ción General. Final de cuatro años de paciente preparación y de tres
meses de caminar juntos por donde creímos que nos llevaba el Espíritu
del Señor. Pienso que pueda decirse de este caminar nuestro lo que el
Padre Nadal escribía referido a los primeros tanteos de Ignacio, pero
en realidad actitud suya hasta el fin de su vida:

"Quo tempore Lutetiae fuit, non solum studia litterarum


sectatus est, sed animum simul intendit quo spiritus illum ac
divina vocatio ducebat, ad Ordinem religiosum instüuendum;
tametsi singulari modestia animi ducentem spiritum sequeba-
tur, non praeibat. hoque deducebatur quo nesciebat suaviter,
ñeque enim de Ordinis institutione tune cogitabat; et tomen
pedetentim ad illum et viam muniebat et iter faciebat, quasi sa-
pienter imprudens, in simplicitate cordis sui in Christo" (Fon-
tes Narrativi, T. II, ser. IV, página 252).

Pues bien, en una primera mirada hacia atrás a este caminar "in
simplicitate cordis", tratando de escuchar al Espíritu del Señor, descu-
brimos que no han sido tanto tres meses de trabajo arduo, sino tam-
bién, y principalmente, tres meses de múltiple, rica y profunda expe-
riencia del Señor, personal y comunitaria.

En primer lugar, una experiencia de conversión. A ella hemos sido


impulsados, y fuertemente, de muchas maneras, por el Espíritu: por
medio de la voz de nuestros Hermanos, que nos hicieron ver con sus
Postulados el cuadro de sombras y luces de la Compañía; por la voz
PARTE 1 .* / n.° 1 11

de nuestra propia conciencia, que nos interpeló sobre esas mismas rea-
lidades y sobre nuestras limitaciones; por la voz, sobre todo, de la
paterna solicitud y vivo amor ("amore appasionato", dice la carta de
15-11-75) del Santo Padre, llamando nuestra atención, en puntos focales
de nuestra vida y acción, a dimensiones de interiorización, de ejecu-
ción, de unidad, de obediencia, de fidelidad a nosotros mismos (a nues-
tro carisma original y al Espíritu que hoy nos mueve), de colaboración
confiada con él, de sensibilidad para las nuevas exigencias de la evan-
gelización... El Señor, de éstas y otras maneras, nos ha ayudado a tomar
conciencia de todo esto y ha fortalecido nuestra voluntad de poner por
obra nuestra conversión. Este es un don precioso de Dios, incomunica-
ble quizá, pero personal y que llega al fondo de nuestro corazón.
Ha sido también una experiencia de encuentro entre Hermanos. En-
cuentro purificador, porque nos ha hecho relativizar nuestros personales
cuadros de visión, al abrirnos a los demás y aceptar sus valores, en
los que la Congregación ha sido tan rica.
Y encuentro unificador de nuestros corazones y voluntades, por la
vivencia de la misma fe, expresada en mil maneras, en la oración, en el
discernimiento desde el Espíritu, sobre todo en momentos culminantes,
en llevar la cruz ampliamente presente en nuestra Congregación, aun
en la forma de más profunda humillación; nos ha tocado en lo más
íntimo de nosotros mismos, al poder insinuarse dudas sobre nuestra
propia fidelidad a la santa Madre Iglesia.
Por ello, la Congregación fue una experiencia de la Paternidad de
Dios, que por amor dirige y corrige a sus hijos (Hb. 12,5-7). Y por
eso, con razón, se puede llamar esta Congregación un proceso de gracia,
que, quizá, no hemos sabido aprovechar del todo, pero que ha engen-
drado en nosotros la misma renovada confianza de que escribe
San Pablo:

"Más aún estamos orgullosos también de las dificultades,


sabiendo que la dificultad produce entereza, la enteraza caridad,
la caridad esperanza y esta esperanza no defrauda porque el
amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el
Espíritu que nos ha. dado" (Rm 5, 1-5).

II

Ahora bien, se trata de una experiencia inacabada, pero tal y como


se nos ha dado, comunicable. Porque se nos ha dado para eso, "in
bonum commune", "ad aedificationem" (1 Cor 12,7), como todo don
del Señor. ¿Cómo podríamos hacer partícipes de este don al resto de
nuestros hermanos? Hemos comenzado y vivido esta Congregación como
un servicio, como lo ha sido en verdad; pero no sólo un servicio
mediante leyes y documentos. Debemos llevar también a nuestros Her-
manos, en cuanto sea posible, esta experiencia personal con la que
Dios nos ha iluminado en cosas concretas de la Compañía y nos ha
12 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

llamado a una conversión interior y llena de confianza. Así, seguramen-


te, daremos nuestra mejor respuesta, exacta y sincera, a las muchas pre-
guntas que nuestros Hermanos hicieron a la Congregación, las que
nosotros mismos traíamos y con las que el mismo Santo Padre abrió
los trabajos de nuestra Congregación:

1. ¿De dónde venimos?

De Ignacio, ciertamente; la primera gracia de Ignacio, su apasio-


nado amor a Jesucristo ("Mi Señor", como le gustaba llamarle), su
pasión por la Iglesia y su celosa fidelidad al Vicario de Cristo, junto
con su sensibilidad evangélica (Mt 15,32), para el hombre de su tiempo,
han estado constantemente presentes durante nuestros trabajos. Con
todo amor hemos escrutado esta gracia, y bajo su apremiante urgencia
procuramos aplicarla a nuestra presente situación, bajo la guía de la
discreción espiritual, que, sin duda con atrevimiento, hemos querido
que fuera semejante a la que él tuvo.
"Esta misma gracia y como "dynamis" del Señor, que ha vivificado
toda la historia de nuestra Compañía, la hemos contemplado desarro-
llando formas de santidad y evangelización siempre originales, arries-
gadas, de una audacia que hoy nos hace a nosotros inmensamente pe-
queños.
Finalmente, hemos podido comprobar cómo esa misma gracia ini-
cial llega a nosotros, de modo extraordinario, en la Congregación Ge-
neral XXXI, cuya virtualidad esta nuestra Congregación reconoce jus-
tamente, como reconoce nuestra escasa eficacia en asimilarla.

2 ¿Quiénes somos?

La segunda pregunta, ¿quiénes somos?, era una pregunta que nos


hacíamos también nosotros y se la hacían nuestros Hermanos, no por-
que dudásemos de la respuesta, sino para robustecerla en nuestro hoy.
Y eso es lo que creemos humildemente haber hecho con la gracia de
Dios.
Hemos intentado decirnos de nuevo a nosotros mismos y dar noti-
cia a quienes nos preguntan sobre nosotros, qué significa hoy ser jesuíta,
y lo hemos hecho con sencillez, tal como la Compañía —que en verdad
sentimos mínima— es vivida hoy por la mayor parte de nuestros her-
manos.
En este intento hemos verificado, una vez más, cómo nuestra iden-
tidad se capta en toda su profundidad, no a través de conceptos y
formulaciones, sino en el encuentro mutuo, personal, de una auténtica
vivencia de fe. Al revivir las más profundas líneas de los Ejercicios
Espirituales, y recordar las líneas esenciales de la Fórmula y Constitu-
ciones de nuestro Instituto, nos reconocimos como una única estirpe de
PART7 1." / n.° 1 13

Ignacio. Es la sangre de familia, la tierra de donde sacamos el jugo


evangélico, según la gracia de nuestra vocación.
Este es el camino que hemos de seguir para potenciar esta toma
de conciencia de nuestra identidad. Ya lo ha empezado la Compañía,
pero hemos de intensificarlo aún con más audacia; mediante una más
pura experiencia de los Ejercicios Espirituales; mediante un conoci-
miento más profundo de nuestros textos originales, en los que la gracia
de nuestra vocación quedó expresada con más pureza y por ello con
más sublimidad, y de modo más apto para todos los tiempos; mediante
el conocimiento de aquellos jesuítas eminentes por la gracia del aposto-
lado y de la santidad, en los que siempre ha sido y es fecunda la Com-
pañía, hombres cuya diversidad tan grande de estilos y formas de vida
y aun de mentalidades y carismas particulares, no sólo no fue obstáculo
para la unidad en el mismo espíritu, sino que' la hizo aún más rica.
Tarea tanto más importante hoy, cuanto que nuestra diversidad de
acentos en otros aspectos de nuestra vida, de nuestro trabajo apostólico,
será cada vez mayor, precisamente "propter Evangelium". Pluralidad
que es ciertamente un riesgo del que debemos tomar conciencia, pero
conscientes también de su valor y su importancia presente —como lo
hemos experimentado en esta misma Congregación General— para aco-
meter cosas por Cristo nuevas y variadas, en el presente y en el futuro.
Bástenos recordar cuánto ha aportado a la Congregación y a la Compa-
ñía la presencia de nuestros Hermanos de las jóvenes regiones, de Áfri-
ca, Asia, etcétera. Es algo nuevo en la historia de las Congregaciones
Generales. La verdadera "inculturación", nueva por su intensidad, ha
comenzado "inculturizando" la misma Congregación. A la presencia de
estos Hermanos se debe en no pequeña parte el equilibrio y universali-
dad de nuestros documentos, su enfoque a lo esencial de nuestra vida y
trabajo, prescindiendo de lo circunstancial. A la vez nos ayudan mos-
trándonos cómo el carisma ignaciano es uni ver sarmenté ^válido y actual.
No hay cultura en la que no pueda encarnarse, junto al Evangelio, el
carisma de Ignacio.

3 ¿A dónde vamos?

La tercera pregunta nos la hacen también nuestros Hermanos y


nos la hacíamos nosotros cuando vinimos a la Congregación General:
¿A dónde vamos? Precisamente la voluntad de afrontar el riesgo de una
respuesta conforme a la voluntad del Señor, estuvo en los orígenes de
esta Congregación General y como una de las principales razones que
la justifican. Nuestra respuesta fundamental es la misma de Ignacio, con
la que nos sentimos plenamente identificados: "alistados bajo la ban-
dera de la Cruz, servir a sólo el Señor y a la Iglesia su Esposa, bajo
el Romano Pontífice, su Vicario en la tierra..., para salvar mediante
todas las formas válidas de evangelización a todo el hombre y a todo
hombre".
Si nuestra traducción, hoy, de esta respuesta no es todo lo clarivi-
14 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

dente y anticipadora que debiera ser, si no ha penetrado más lejos en el


futuro o no nos ha purificado de todo el lastre que acumula la historia
en toda institución humana, sí creo que ha cumplido el servicio de
apuntar direcciones que tienen valor, no por nuestras, sino por su ins-
piración, que creemos evangélica, para quienes nos adentramos a evan-
gelizar en una era de la Humanidad muy nueva y singular. Una atenta
consideración de nuestros trabajos descubrirá la raíz evangélica de estas
direcciones y su novedad. En este mundo nuevo se exigen Apóstoles
nuevos, cuya novedad consiste en esforzarse en vivir el tiempo presente,
cara al futuro del evangelio.
Para esto hemos de avanzar con novedad de espíritu, por ejemplo:

— Una renovada conciencia de que "los medios interiores son los


que han de dar eficacia a aquellos exteriores para el fin que se pre-
tende", es decir, de la esencialidad de la vida interior para nuestra
acción en este misterioso futuro, porque sólo desde ella es posible la
contemplación, experiencia frontal de la luz divina en la acción misma.
— Una renovada conciencia de la dificultad objetiva de la reali-
dad de nuestro mundo. Lo que requiere de nosotros, más que nunca,
una gran docilidad, un sentido de evolución y de anticipación y una
más estrecha unidad y disciplina de cuerpo. Si es verdad que vivimos
una situación dp colapso religioso, social, de valores fundamentales, no
lo es menos que el Espíritu del Señor se mueve sobre esta realidad, y
como un nuevo Fénix hace brotar de sus ruinas, en miles de nuevas
formas, los auténticos valores del Reino de Dios.
— Por ello está claro que necesitamos —y las orientaciones de la
Congregación General nos reclaman a ello—- una renovada conciencia
de esta realidad: que, situados por vocación en la zona fronteriza de
ambas fuerzas, nos compete hoy una más decidida proclamación del
Evangelio, y esto con el testimonio de nuestra vida, para que sea con-
vincente por sí misma y por la fuerza del Espíritu que la hace posible.

III

Esta triple respuesta que ha tratado de formular la Congregación


General, evidentemente no es ya la respuesta misma; es su fórmula. La
respuesta empieza ahora. Sobre la vida. Al regreso a vuestras Pro-
vincias. A la hora de transmitir este humilde servicio que ha querido ser
la Congregación General. ¡Ojalá fuera transmisible también nuestra
propia experiencia!
Como bien sabéis, más que las concreciones prácticas, con las que
los documentos y determinaciones de la presente Congregación General
se hagan en nuestras Provincias, lo que importa es la profunda renova-
ción de nuestras actitudes, para que estén cada día más en la línea con
las actitudes mismas del Señor (Phil 2,5). En esta renovación es donde,
a vuestro regreso a las Provincias, se culmina y completa lo que esta
Congregación General ha querido ser.
a
PARTE 1 . / n.° 1 15

No es sólo problema de nueva conciencia, sino de actitudes nuevas.


Nuevos rasgos. O rasgos renovados. Con esa novedad que brota del
"magis" ignaciano, que no nos permite instalarnos en ninguna dimen-
sión evangélica o apostólica de nuestra vida. Vayan brevemente subra-
yadas algunas de esas actitudes fundamentales, a las que la Congrega-
ción General nos urge con más vehemencia:

1. Actitud de mayor hondura en nuestra experiencia espiritual


personal, insustituible. Nuestra fe, como don de Dios, "nuestro conoci-
miento interno del Señor... para que más le ame y le siga" (Ej. Esp.
104) están a la base de todo en nuestra vida y muy especialmente a la
base de la sensibilidad evangélica (Le 8,2) con la que hemos de con-
templar nuestro mundo de modo que con todas nuestras fuerzas nos
entreguemos a su transformación en Cristo.

2. Actitud de humildad, de sencillez, decididamente mayores, en


nuestra vida. Junto a una sincera voluntad de colaborar con todos, sier-
vos de todos, muy especialmente de quienes sirven la misma causa de
Jesucristo. Desenterremos la dimensión de "mínima" Compañía de Je-
sús, en la que Ignacio quiso plasmar la actitud global de Jesús (Phil
2,5-10) y que, como en El, es la única actitud que nos justifica "como
Compañía bajo ese nombre sobre todo nombre (Phil 2,10; Fórmula, 1).

3. Una actitud de realismo, que nos mueva a'más puntual ejecu-


ción; necesitamos medirnos por nuestras propias obras, según el ele-
mental principio ignaciano de la Contemplación para alcanzar Amor
(Ej. Esp. 230).
Ni añoranzas de pasadas glorias, ni meras palabras nuevas, justi-
ficarán nuestra existencia como jesuítas, ni producirán efectos unifica-
dores ni evangelizadores. Las obras de cada día, nuestro trabajo apos-
tólico, de calidad evangélica, respondiendo a las serias necesidades de
nuestro mundo... nos harán más clara nuestra identidad personal y
comunitaria y nos mostrarán como apóstoles y como comunidad apos-
tólica.

4. Actitud • de discernimiento permanente según el Espíritu. Es


ésta una de las dimensiones que la Compañía viene profundizando más
cada día con la gracia del Señor. Es verdad que aún vacilamos mucho
en este camino tan antiguo, que nace del innato afán del hombre de
conocer y escuchar las manifestaciones de Dios a los hombres, la inná-
gotable revelación de sí mismo en Cristo, y la interpretación de esta
revelación por medio del Espíritu. Ignacio sigue siendo para nosotros
ejemplo admirable, prototipo de esta percepción de Dios y del mundo,
maestro de este proceso de discreción que, como don del Señor, debemos
hacernos familiar.

5. Actitud de amor (quien dice amor dice fidelidad y dice sa-


crificio o no dice nada) hacia esta concreta Iglesia de Jesucristo, cuyos
16 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

miembros somos por la misericordia de Dios, y amor sincero hacia el


Cabeza de esta Iglesia "Vicario de Cristo en la tierra". Este es uno de
los rasgos caracterizadores de nuestra familia. Por esta Cabeza somos
de manera eminente regidos y ayudados en el discernimiento sobre nues-
tra misión y las condiciones de la misma. A él hemos de estar especial-
mente agradecidos hoy, por cuanto él ha hecho, con ocasión de esta
Congregación General, por ayudarnos a profundizar en el conocimiento
de este nuestro "primero y principal fundamento" (M. I., s. III, vol. I,
162). En sus manos ponemos confiados el fruto de nuestro trabajo, como
lo hacía Ignacio, "por no errar in via Domini" (Const. 605), para que
él lo confirme como juzgue ser mayor servicio de Dios y de la Sede
Apostólica, porque "lo que pareciere mejor a Su Santidad, se haga con
más devoción y seguridad en el Señor Nuestro" (Const. 610).

6. Finalmente, actitud de entusiasmo evangélico: tanto mayor y


más auténtico entusiasmo, cuanto más conciencia tenemos de nuestra
debilidad y más experiencia de la fuerza de Dios que obra en nosotros.
Si no contásemos con esta fortaleza de Dios, inútiles serían nuestros
planes y razones, inútiles nuestros trabajos. Fortaleza y grandeza de
ánimo que San Ignacio juzgó necesarias al P. General. Pero que hoy
son necesarias, especialmente a todos los jesuítas, en particular a los
destinados al servicio de Superior, como dicen las Constituciones: "para
sufrir las flaquezas de muchos y para comenzar cosas grandes en el
servicio de Dios Nuestro Señor y perseverar constantemente en ellas
cuando conviene; sin perder ánimo por las contradicciones (aunque
fuesen de personas grandes y potentes), ni dejarse apartar de lo que
pide la razón y divino servicio por ruegos o amenazas de ellos; siendo
superior a todos los casos, sin dejarse levantar por los prósperos ni
abatirse de ánimo con los adversos; estando muy aparejado para reci-
bir, cuando fuere menester, la muerte por el bien de la Compañía, en
servicio de Jesucristo Dios y Señor nuestro" (Const. 728).

Conclusión

Alcanzado por la acción del Espíritu Santo sobre nosotros, quizá


los miembros más inútiles de la Compañía, éste es el fruto de nuestra
Congregación: nuestra experiencia personal y comunitaria y los docu-
mentos de la Congregación. Ambas cosas, en cuanto son obra del Espí-
ritu Santo, encierran en sí un germen dinámico lleno de posibilidades
insospechadas, ante el que es nuestro deber vivir con ancho corazón
para poderlas abrazar y secundar generosamente. Así, nuestra Congre-
gación General será lo que debía ser: un nuevo paso, un eslabón, un
capítulo nuevo de la historia de la Compañía, no ciertamente el último,
pero tal cual teníamos que darlo o, al menos, tal cual lo hemos podido
ofrecer en este concreto momento histórico.
Al agradecer al Señor este múltiple don, esta obra suya hecha en
MMotro«uW«M>v-«KM*«taVg\ qoiaá * p«»«r de ufosotros—.podemos decir
PARTE 1.» / n.° 1 17

con toda confianza: "Siervos inútiles somos, lo que debimos hacer eso
hicimos" (Le 1,10).
Gracias también a vosotros, en nombre de la Compañía, por tantos
y tales ejemplos de auténtica virtud: por vuestro trabajo incansable,
vuestra paciencia, fortaleza, obediencia, magnanimidad, por vuestra cari-
dad, de todo lo cual me profeso a la vez testigo y primer beneficiario.
Comunicad, en humildad, todas estas cosas a todos nuestros Hermanos
en la Compañía "ad aedificationem".
Y que Dios, fiel, por quien habéis sido llamados a la Compañía de
su Hijo (1 Cor 1,9) os bendiga, a vosotros y a los jesuítas y obras de
vuestras Provincias.
2. Acerca de la ejecución de los Decretos de la
Congregación General XXXII. (15. IX. 75).

Los Decretos de la Congregación General última, que contienen


una nueva aprobación de la CG XXXI, son para nosotros un válido
instrumento para renovar nuestra vida y apostolado, para reforzar nues-
tra unidad y para asegurar así un mejor servicio a la Iglesia y a la
humanidad; son la expresión actual de nuestra Compañía.
El Santo Padre desea que los Decretos sean puestos en práctica y
se interpreten teniendo en cuenta las observaciones contenidas en los
documentos de la Santa Sede concernientes a la Congregación Ge-
neral (1).
Es decir, que los Decretos de las Congregaciones Generales XXXI
y XXXII, junto con los documentos pontificios, se complementan, for-
mando un todo único.
Ya desde el momento mismo de la conclusión de la Congregación
General XXXII, el empeño principal ha sido que esos documentos sean
ante todo bien conocidos, para que puedan ser fielmente aplicados. Para
ello se ha comenzado ya en muchas Provincias su presentación, estudio
y aplicación.
Para que la ejecución de los Decretos sea eficaz, quisiera hacer
algunas reflexiones:

1." Si por un lado son inspiradores, los Decretos dan también


normas concretas, lo suficientemente generales para que puedan apli-
carse en toda la Compañía. Esto exige de cada Provincia, Comunidad o
individuo, un esfuerzo de elaboración y de aplicación en función de las
condiciones concretas en que se encuentra, por medio de un discerni-
miento tanto personal como comunitario, que prepare las decisiones de
la autoridad competente. Tal proceso, que es característico de la Corn-
il) "Ut ea (Decreta) . . . ad rem adducantur . . . dum (S. Pontifex) vota facit
ut benemeriti Religiosi ex hisce Decretis utílitatem capiant" (Carta del Card.
Villot de 2-V-75. A R X V I 457).
PARTE 1.» / n.° 2 19

pañía, garantiza la necesaria uniformidad en lo esencial, la variedad en


lo accidental y armoniza el dinamismo del carisma personal y la acción
del Espíritu en la Comunidad con la obediencia debida al Superior. Y
todo ello requiere como condición previa la disposición que los Ejerci-
cios piden para el momento de la elección: una indiferencia activa, que
busca siempre el "magis".
a
2. En esta Congregación aparecen destacados algunos conceptos
que deben tenerse especialmente en cuenta en la aplicación de los De-
cretos, pues, como líneas de fuerza, los penetran y los han enriquecido
notablemente:

— El concepto de misión, por la que el jesuíta es enviado y se


concretiza el servicio que debe prestar. Misión que está por encima de
otras inclinaciones o compromisos humanos.
— El concepto de encarnación en las realidades humanas, que in-
cluye la "inculturación" o asimilación de las diversas culturas en la
expresión de la fe universal.
— El concepto de integración, en sus diversos aspectos; integración
entre las varias dimensiones de nuestra misión apostólica, personales y
sociales; entre los diversos sectores de nuestro apostolado; entre el ser-
vicio de la fe y la promoción de la justicia; integración también, en
nuestro apostolado, a nivel interprovincial e internacional; integración,
finalmente, en la formación apostólica del joven jesuíta: entre su for-
mación espiritual e intelectual, a nivel de los diversos estudios, entre su
vida religiosa y comunitaria y su gradual inserción apostólica en el
mundo y en el cuerpo de la Compañía.
— El concepto de unión de ánimos como condición para la vida y
actividad de la Compañía (Const. 655; AR XVI 397, n.° 212).
— El concepto de comunidad de amigos en Cristo.j Es decir, el de
una comunidad ignaciana, cuyo centro es Cristo, la Eucaristía, y que,
al mismo tiempo, es fuente de sostén humano y fraterno, de discerni-
miento y de dinamismo apostólico.
— El concepto de autoridad concebida como servicio y como da-
dora de la "misión" apostólica, en nombre de Cristo.
— El concepto de una pobreza, que conservando todo su valor
ascético presenta aspectos como el de "testimonio" y de valor apostólico
en sí y de factor de credibilidad; de "solidaridad" con quienes vivimos,
con las demás Comunidades, con otras Provincias y con todos los hom-
bres, especialmente con los más pobres y desamparados. Nuestra pobre-
za aparece también hoy día como una condenación tácita de la sociedad
de consumo, adquiriendo así un valor y significado social muy eficaz.
— El concepto del sentido real de la colaboración humilde, que
nos impide considerarnos como superiores a nadie dentro de la Iglesia
de Dios.
a
3. Penetrando todavía más, me atrevería a decir que la caracte-
rística más profunda de esta Congregación fue la "metanoia" y puri-
20 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ficación que se verificó en todos los que formamos parte de ella. La


profunda experiencia de la Congregación General fue a la vez personal
y comunitaria. A través de la íntima experiencia de sus propias limita-
ciones (y las de la Compañía), la Congregación General anduvo ejem-
plarmente su camino en la fe y en la obediencia típicamente ignaciana
al Vicario de Cristo en la tierra.
Idéntica experiencia no puede ser repetida numéricamente por lo-
dos. Pero al analizarla vemos que nos trasmite, por medio de los docu-
mentos, un mensaje: el de la necesidad de que cada uno de nosotros
pase de nuevo por la experiencia característica de la Primera Semana de
los Ejercicios: por la que hizo que Ignacio se sintiera "llaga y postema",
pero amado del Señor, por la que le llevó a preguntarse: "¿qué debo
hacer por Cristo?", y por la que le hizo reaccionar con toda generosi-
dad con "oblaciones de mayor estima y momento", cuya corona es el
"Tomad, Señor, y recibid". Experiencia que, después de La Storta, se
concreta en la obediencia al Vicario de Cristo y que cristaliza en el
cuarto voto, "principio y fundamento de la Compañía".
Considere cada uno de nosotros con humildad profunda "lo que
he hecho por Cristo", examinando nuestra vida con los documentos de
la Congregación General en la mano. Si comparamos nuestra vida real
con lo que desea de nosotros la Congregación General, aparecerán muy
claras nuestras limitaciones, nuestras omisiones, nuestras infidelidades
y nos sentiremos, como Ignacio, humillados pero amados y elegidos
como "compañeros de Jesús" y nos preguntaremos, como Ignacio: "¿qué
debo hacer por Cristo?".
Si dentro de esta consideración examinamos, por un lado, lo que
la Iglesia y su Cabeza, el Romano Pontífice, debe significar para noso-
tros, y vemos, por otro lado, nuestra conducta concreta hacia la Iglesia
jerárquica, sentiremos, sin duda, la necesidad de una purificación y de
una conversión también "eclesial", que nos haga, como a Ignacio, vol-
carnos por amor a Cristo hacia la obediencia a su Vicario.
Este es el mensaje más profundo que se oculta en esa expe-
riencia. Esto es lo que precisamente necesitaba y necesita la Compañía
en el momento histórico actual. De ahí que para lograrlo, el primer
paso es meditar y orar delante del Señor, bajo esa luz, sobre el conte-
nido de los documentos de la Congregación General para asimilarlos
(AR XVI 311, n.° 9) y abrirnos completamente a lo que el Señor nos
manifieste por medio de ellos.
De todo esto se deduce que la ejecución de los Decretos presenta
especial dificultad, pues se nos pide ante todo un profundo y claro plan-
teamiento de fe en nuestra vida y de una fe concreta en Jesucristo, y
en su Iglesia. Se nos pide además un cambio de actitudes, de criterios,
de modo de pensar, de nivel y de estilo de vida. Se nos pide una revisión
a fondo de nuestros objetivos, de las prioridades apostólicas y de los
medios que empleamos para alcanzar aquellos objetivos. Se nos pide
una inserción más resuelta en el mundo y un contacto más íntimo con
las realidades humanas de nuestro tiempo. Se nos exige en muchos
PARTE 1." / n.° 2 21

casos la transformación no sólo de los individuos, sino también de las


instituciones y de las estructuras.
Es claro que una transformación tan completa necesita el convenci-
miento y entusiasmo por nuestra vocación (2) que con alegría y fortaleza
arremete con las dificultades, pero para ser eficaz requiere se proceda
de un modo positivo, gradual y orgánico. De otra manera se desenca-
denarán reacciones y traumatismos que podrían bloquear toda posibi-
lidad de cambio. Por eso, necesitamos de una "pedagogía" que nos im-
pida caer en los extremos de un radicalismo utópico irrealizable o de
un temor pusilánime, que nos presente esas nuevas actitudes como im-
posibles para nosotros. Ese proceso debe realizarse en un contexto co-
munitario. El individuo solo no puede conseguir lo que se le pide sin
la colaboración y apoyo de su Comunidad.
Estas son algunas de las reflexiones que se me han ocurrido y que
podrían ayudarnos para la ejecución de los Decretos de la CG.
Para ser más concreto, desearía que cada Superior de Comunidad
y Director de Obra (3), antes del fin de este año y después de haber
asimilado los documentos en la oración y en el diálogo comunitario,
formule concretamente los puntos que considere más importantes y más
urgentes para poner en práctica y me lo comunique en las cartas "ex
officio" del mes de enero de 1976. Tal comunicación la considero muy
importante para poder orientar y guiar eficazmente a la Compañía, en
base a un conocimiento universal y a los múltiples medios que se han
ido aplicando en las diversas Provincias.
Os pido que consideréis con toda atención la ejecución de la Con-
gregación General, pues me siento responsable ante la Compañía toda
y ante la Iglesia de la fiel ejecución de una Congregación General que
señala un momento tan decisivo de nuestra historia.

. (2) Cfr. Alocución de S. S. Pablo V I ; 7-1II-75. A R X V I , 455.


(3) Los Provinciales deben enviar antes del 15 de octubre una relación de
esos planes a nivel Provincial (cfr. 75/10).
3. Discurso inicial a la Congregación de Procu-
radores (27. IX. 78). Informe sobre el estado
de la Compañía

I INTRODUCCIÓN

1. La Fórmula de la Congregación de Procuradores, n.° 14, dice:


Praepositus Generalis brevem exhortationem habeat de fine Congrega-
tionis... Deinde, si voluerit, Patribus congregatis statum Societatis bre-
viter exponat; quibus alia addere potest, quae sibi in Domino vide-
buntur.
Juzgo en el Señor que debo hacer uso de esta oportunidad que me
brinda la Fórmula de la Congregación de informaros del estado de la
Compañía, y ello por dos motivos:

— Primero, para reflexionar juntamente con vosotros (cuyos in-


formes he estudiado detenidamente) sobre las luces y sombras con que
la Compañía se presenta hoy ante el mundo y ante sí misma, a tres años
de la última Congregación General. De esta reflexión podrá deducirse
qué elementos negativos habrá que corregir, y qué elementos positivos
habrá que potenciar en el futuro.
— Segundo, para contribuir a que deis vuestro voto de cogenda vel
non cogenda con el conocimiento de causa más amplio y objetivo po-
sible.

Pretendo no limitarme a una simple exposición de hechos, sino que,


con la concisión que me impone la Fórmula, daré mi juicio de valor
sobre los puntos más importantes. Por lo demás, muchos de los temas
de que trataré están más ampliamente desarrollados en la serie de in-
formes y otra documentación que os han sido entregados.

2. Al ofreceros toda esta información creo cumplir con mi deber


como General sin prejuzgar el derecho que la Fórmula os confiere de
PARTE 1.» / n.° 3 23

preparar otro informe por vosotros mismos si así os pareciere en el


Señor.

Dinamismo de lo contingente

3. Una dificultad para preparar un informe sobre el estado de


la Compañía es la combinación que en ella se da de elementos constitu-
tivos perennes con otros contingentes y dinámicos que la permiten reno-
varse y actualizarse según las necesidades de la Iglesia y el mundo en
cada época. Al juzgar estos elementos, sería tan injusto valorar los de
las épocas pasadas con criterios actuales como lo contrario.
Cabe, con todo, preguntarse: ¿ese "dinamismo de lo contingente"
no introduce cambios que por su número y profundidad acaban afectan-
do finalmente las características esenciales de la Compañía? Por ejem-
plo: ¿los cambios introducidos en las prácticas espirituales en la Com-
pañía la están llevando a una mayor profundización espiritual y apos-
tólica o a una depauperación interior y a una superficialidad espiritual
que sería funesta a largo plazo?
Son preguntas de gran importancia: apuntan a peligros que se ha
procurado evitar. La respuesta, hablando en general, no debería ser des-
favorable, aunque en casos concretos de personas o grupos se han co-
menzado a sentir efectos negativos.

Criterios de la valoración: la aplicación de la CG 32

4. Los criterios de valoración no pueden ser otros que los del Ins-
tituto de la Compañía: Fórmula, Constituciones, decretos de las Congre-
gaciones Generales y señaladamente la más reciente que, • para ser bien
comprendida, ha de ser considerada complementariamente con la 31 e
iluminada por los documentos del Papa Pablo VI.
Puede afirmarse que la CG 32 ha sido aplicada en la medida en
que se ha aplicado el proceso que la misma Congregación señala en la
parte dispositiva del decreto 4 (disposiciones prácticas, nn. 70-81) com-
pletado con lo relativo a la formación permanente (d. 6, nn. 18-20).
Son seis los elementos primordiales de este proceso:
1) Conversión de mente y corazón que transforme nuestros habi-
tuales esquemas de pensamiento y radicalice nuestra entrega a Cristo.
¿Se está verificando en el cuerpo de la Compañía esa conversión indis-
pensable? Sí, pero lentamente. Es una gracia de Dios que todos los
nuestros deberán implorar del Señor con la súplica constante y perseve-
rante empeño en su vida de cada día.
2) Concientización. ¿En qué grado los jesuítas se van haciendo
conscientes —por la oración, reflexión, discusión, experiencias— de las
actuales necesidades de la Iglesia y de los hombres? Quizá sea éste uno
de los puntos más débiles. El progreso en él está indudablemente con-
dicionado por los dos siguientes:
24 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

3) Solidaridad con los pobres. ¿En cuántas Provincias de la Com-


pañía esa solidaridad ha llegado a ser tal que en verdad pueda decirse
que no es "asunto solamente de algunos jesuítas, ... que caracteriza la
vida de todos, tanto en el plano personal como en el comunitario e in-
cluso institucional?". Honradamente, hemos de admitir que, hablando
en general, debemos progresar más en esa línea.
4) Inserción. Sin eÜa "corremos el riesgo de no poder oír la in-
terpelación evangélica que nos es dirigida por los hombres y mujeres de
nuestro tiempo" (35). "Es necesaria si queremos compartir nuestra fe
y nuestra esperanza y anunciar el Evangelio". No es aventurado aseve-
rar que en muchas Provincias una deficiente inserción, a diversos nive-
les según las diversas vocaciones y carismas personales, pero experimen-
tada por todos en cierto grado real y más intensamente en circunstancias
de formación, renovación y experiencia espiritual, es la causa de que
muchos de los nuestros sigan aún "aislados, sin contacto real con la
increencia y con las consecuencias concretas y cotidianas de la injusticia
y la opresión" (d. 4, n. 35).
5) Discernimiento. ¿Está realmente en uso? ¿Cuántas comunida-
des, a pesar de los numerosos estudios, cursillos, etc. que loablemente
se tienen por doquier, son hoy capaces de realizar el verdadero discer-
nimiento ignaciano? Con el conocimiento que puedo tener de la Com-
pañía, yo os diría que proporciónalmente son muy pocas las comunida-
des cuya dinámica espiritual o apostólica está basada en un discernimien-
to propiamente dicho.
6) Evaluación. El decreto 4 pide que evaluemos nuestras activi-
dades apostólicas. No se trata de una momentánea consideración de la
realidad o una encuesta sociológica. Más bien es una constante actitud
de reflexión y disponibilidad, desde la indiferencia y la fe, para adecuar
nuestro ser y actuar a las exigencias del "magis". Exige una verdadera
opción a la luz de las prioridades que nos señala la CG 32 adaptadas
a las circunstancias de cada país o Provincia. Sólo en función de tal
opción podrá una Provincia o Asistencia establecer claras prioridades
apostólicas que pueden servir de criterios para evaluar sus obras e
instituciones. En casi toda la Compañía, con diversidad de métodos, se
está haciendo un serio esfuerzo de evaluación. Pero es aún mucho lo
que falta por hacer, pues aún está muy extendido el sentimiento de
'defensa' por considerar la evaluación como una especie de desconfian-
za o una amenaza para un trabajo que se lleva adelante con éxito desde
hace años o como si la evaluación no fuese para intentar mejorarlo.
En síntesis, yo diría que la aplicación de los decretos de la CG
está aún en una fase inicial y por efio los resultados de la Congregación
General carecen aún de la deseada profundidad.

II A LA LUZ DEL DECRETO 2: "JESUÍTAS HOY"

5. Son muchos los esquemas que pueden seguirse a la hora de


hacer un informe sobre el estado de la Compañía. Uno que me parece
PARTE 1.» / n.° 3 25

singularmente válido es el que ofrece el decreto 2.° de la CG 32: en él


se compendian las notas distintivas del jesuíta ideal hoy. Confrontar
nuestra realidad con ese ideal: ése es el método que me propongo
seguir.
Creo que hay que admitir que nos cuesta encarnar plenamente el
ideal del decreto 2. No lo hemos comprendido aún en toda su profun-
didad, o al menos no nos mueve con fuerza a traducir en la vida sus
rasgos. Un síntoma de cuanto digo es la dificultad en encontrar forma-
dores capaces 'de formar a nuestros jóvenes según las exigencias de
esa imagen de jesuíta, o la dificultad en planificar y realizar ciertos
apostolados que requieren jesuítas que la vivan por entero.

A) RECONOCER QUE SOMOS PECADORES

6. La primera característica es reconocer "que uno es pecador".


Creo que se ha avanzado mucho en este sentido de humildad y reco-
nocimiento de nuestras faltas y limitaciones iniciado ya en la CG 31.
Incluso a veces se cae en el extremo contrario —que ya no es humil-
dad— de no reconocer con objetividad cuanto de bueno obra el Señor en
nosotros y por nuestro medio.

B) COMPROMETIDOS EN LA LUCHA POR LA FE


Y LA JUSTICIA

7. La segunda característica del "compañero de Jesús" es la de


estar comprometido en la lucha por la fe y la justicia.
¿Hasta qué punto la fe constituye el motivo, determina el campo
de acción y los medios para nuestro apostolado incluso; para la promo-
ción de la justicia?
¿Hasta qué punto la promoción de la justicia —"exigencia absolu-
ta de la fe"— es "una preocupación de toda nuestra vida y constituye
una dimensión de todas nuestras tareas apostólicas" y no un campo
apostólico más, reservado a los especialistas en apostolado social? (Cfr.
decr. 4, nn. 2, 47).
Este es un punto central, foco de algunas dificultades y origen
también de realizaciones especialmente significativas en la vida de la
Compañía. Por eso lo he incluido entre las materias a tratar con voso-
tros. Deseo oír vuestras opiniones y experiencias en esta materia que
fue para la CG 32, y sigue siéndolo para toda la Compañía, "factor
integrador de todos nuestros ministerios" y "opción que subyace y
determina todas las demás opciones incorporadas en sus declaraciones
y directrices" (d. 2, n. 9).
Me limitaré a algunas breves consideraciones que espero comple-
téis y enriquezcáis después vosotros con vuestra información.
26 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

1) Dudas y tensiones

8. La lucha por la fe y la justicia, entendida con tal extensión


y profundidad, es sin duda uno de los mayores cambios que se están
operando en la Compañía. En todas partes se están haciendo sinceros
esfuerzos por que sea una realidad. Va desapareciendo el temor inicial,
que surgió en no pocos grupos esparcidos prácticamente por toda la
Compañía, de que ello fuese una desviación del espíritu del Instituto, al
ir cayendo en la cuenta de su significado y del sentir de la Iglesia hoy.
Y, por otra parte, las exageraciones y unilateralismos de quienes inter-
pretaron esa misión de un modo excesivamente horizontalista y poli-
tizado van cediendo ante una interpretación más equilibrada. Con ello
va disminuyendo el rechazo inicial y, en una atmósfera de mayor dis-
tensión, se adentran en una consideración más serena y completa de
los decretos y espíritu de la CG 32.
También se han mostrado deseos de que se clarifique teológica-
mente la relación entre la fe y la justicia, y se determine mejor el con-
cepto de justicia. Los progresos que en este punto se van haciendo son
paralelos a los de una convicción, cada vez más umversalmente sentida,
de que esta misión debe penetrar la vida y trabajo de todos los jesuítas
y no ser reducida a un apostolado específico reservado a unos cuantos.

2) Solidaridad con los pobres

9) La lucha por la justicia lleva consigo la "solidaridad con los


pobres". A pesar de las dificultades que esta solidaridad puede acarrear,
es perceptible en la Compañía una creciente toma de postura a favor de
los pobres y oprimidos, y no son pocos los que desean participar real-
mente de la vida del pobre experimentando en sí mismos algo de la
injusticia y la opresión. Esto exige radicales cambios en el estilo de
vida, actitudes y relaciones que ponen de manifiesto la eficaz penetra-
ción del decreto en los espíritus, aunque de momento en escala li-
mitada.
Esa lucha por la justicia y solidaridad con los pobres conduce
a veces a la confrontación y aun a la persecución. Es el "precio que
tenemos que pagar". Y esto tanto en regímenes comunistas como en
los llamados 'de seguridad nacional' o en los que la opresión e injusticia
a que nos oponemos tiene sus raíces en el capitalismo. Otras veces la
fidelidad al simple desempeño de nuestra misión, en circunstancias di-
fíciles o a pesar de los riesgos propios de una guerra civil también
nos ha exigido sus víctimas. Once hermanos nuestros: los HH. Alfre-
do Pérez, John Conway y Bernhard Lisson, y los Padres JoÉío Bosco
Burnier, Louis Dumas, Michel Allard, Alban de Jepharnion, Martin
Thomas, Christopher Sheperd-Smith, Rutilio Grande y Gregor Richert
han tenido el privilegio de dar, vertiendo su sangre, el supremo testi-
monio de fidelidad a Cristo y de empeño en extender su Reino de justi-
cia, de amor y de paz. A nosotros nos han dejado un ejemplo que nos
PARTE 1.» / n.° 3 27

compromete por un nuevo título, nos llena de agradecimiento al Señor


y nos estimula a la propia conversión.

3) Compromiso político

10. La lucha por la justicia y solidaridad con los pobres tiene


conexiones hasta cierto punto inevitables con el "compromiso político".
Si no se tienen bien claros los principios y, sobre todo, los elementos
clarificadores de nuestra propia vocación tal como están repetidamente
afirmados por la Congregación General, se pueden producir —y de
hecho se han producido— algunas desviaciones. Por eso los Provin-
ciales de diversos países y yo mismo hemos tenido que clarificar algu-
nos casos concretos que implicaban positiva acción política partidista
o aceptación de cargos o responsabilidades en movimientos ideológicos
y políticos de uno u otro signo que son incompatibles con nuestra
misión.

4) Métodos e ideología marxista

11. Se advierte en bastantes partes cierta simpatía por el marxis-


mo en general o por partidos políticos de clara inspiración marxista.
Esta simpatía asume diversas formas y se expresa de muchas maneras:
desde los que utilizan algunos elementos del análisis social y de la
praxis política marxistas sin querer admitir toda su ideología, hasta
los que se identifican públicamente con el marxismo o se declaran sin
más sostenedores de partidos comunistas o miembros activos de éstos.
Sin cerrarnos a todo lo que pueda haber de bueno en el marxismo y sin
excluir la posibilidad de un diálogo y hasta de una cierta colaboración
crítica con grupos y movimientos de inspiración marxista, es evidente
que el compromiso de algunos jesuítas con el marxismo como tal y sus
declaraciones públicas de apoyo a su ideología son inaceptables y son
motivo de escándalo y desconcierto no sólo para los que sufren opresión
y persecución bajo regímenes marxistas, sino también para muchos
otros. Lo que digo del marxismo se aplica también a otras ideologías y
movimientos políticos, que por estar a veces más cerca de nosotros no
por eso dejan de ser menos inaceptables.
Los aislados intentos de introducir en nuestras reuniones, asam-
bleas y consultas, métodos de presión de grupo y manipulación política,
inspirados en el marxismo o en otras ideologías, deben ser enérgica-
mente combatidos como diametralmente opuestos al auténtico discer-
nimiento comunitario y espíritu que anima el gobierno de la Compañía.
28 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

C) INTEGRACIÓN VIDA ESPIRITUAL/APOSTÓLICA.


DISPONIBILIDAD

12. Esta misión de la Compañía, tan necesaria y difícil, exige


sin duda aquella fuerte espiritualidad de que nos hablaba S. S. Pablo VI
(3-XII-74). En mis dos cartas sobre "Integración de vida espiritual y
apostolado" y "Disponibilidad" procuré avivar entre nosotros ambas
actitudes y pulsar la respuesta de la Compañía. El gran interés que
ambas cartas despertaron indica que se tocaban puntos fundamentales
y muy sentidos en la Compañía, pero que necesitan aún ser mucho más
interiorizados personalmente y compartidos comunitariamente.

D) LA VIDA DE ORACIÓN

13. La vida interior de los nuestros, y en concreto la práctica de


la oración, merece valoraciones muy diversas. Con las reservas propias
de toda generalización, diría que hay hoy en la Compañía muchos
jesuítas de intensa vida interior y plenamente integrada con su activi-
dad apostólica, y, a través de toda una escala, hay también el extremo,
no pequeño, de quienes son negligentes y abandonados; preocupante
situación que pone una interrogante seria sobre su efectividad apostólica
y su futuro.
Mientras el movimiento de Ejercicios (de mes, dirigidos, en la vida
ordinaria, etc.) ha crecido de modo muy consolador, y se hacen más
frecuentes las concelebraciones, grupos de oración de muy diversas mo-
dalidades, etc., hay otro sector en que la oración personal privada se ha
reducido extraordinariamente: ausencia del rezo del breviario, misa no
diaria (y a veces ni semanal), abandono de la meditación u oración.
Ello constituye una primordial preocupación y responsabilidad de los
Superiores, y, a menos que se le ponga remedio, dejaremos de ser los
"animadores espirituales y educadores en la vida católica de nuestros
contemporáneos" (Pablo VI). Creo, sin embargo, advertir en la Com-
pañía una predominante preocupación por la vida espiritual y un renacer
del espíritu de oración. De ello son también buena prueba los valiosos
intentos de nuevas experiencias de contemplación para las nuevas cir-
cunstancias de nuestro apostolado a las que me he referido en mi carta
sobre la integración de vida espiritual y apostolado (AR XVI 950).

E) EL JESUÍTA ES ESENCIALMENTE UN HOMBRE


EN MISIÓN

14. Este concepto, fundamental en la concepción ignaciana, se


diría que ha sido como redescubierto y es uno de los que han tenido
mayor influjo positivo en la Compañía post-congregacional. Estos últi-
mos años se ha avivado la conciencia de ser hombres en misión y el
deseo de recibirla de los Superiores, quizá como reacción a una ten-
a
PARTE 1 . / n.° 3 29

dencia de hace un decenio hacia el autodestino. En algunas Provincias,


la profesionalización, buscada por el propio sujeto al margen de los
Superiores, adquirió apreciables proporciones, con la consiguiente dis-
persión de nuestra acción apostólica y la merma de efectivos para nues-
tras propias obras.

F) EL JESUÍTA PERTENECE A UNA COMPAÑÍA

15. Es paradoja, si se quiere, pero no resulta inútil afirmar que


el jesuíta pertenece a la Compañía y que esta pertenencia es prioritaria
sobre cualquier otro compromiso que pueda contraerse después
(d. 4, 66).
Este sentido de pertenencia ha sufrido en estos años un quebranto
notable: como si la pertenencia a la Compañía fuese algo accidental
y eventual de que se pudiese prescindir arbitrariamente. Ni falta quien,
al parecer, ha usado la Compañía como plataforma desde la que alcan-
zar sus fines personales (formación personal, especialización, oportu-
nidades, etc.). No parecen ser ellos para la Compañía, sino la Compañía
para ellos. Cualquier otro compromiso les puede llevar a cuestionar su
pertenencia y dependencia de la Compañía.
Algunos trabajos de tipo social y político han producido en no
pocos ese despego de la Compañía cuando ha faltado un contrapeso de
madurez espiritual, lealtad, amor, sentido de misión, y, para decirlo de
una vez, una espiritualidad verdaderamente ignaciana.

G) . . . Y A UNA COMUNIDAD...

16. La comunidad a que pertenece el jesuíta es apostólica, una


"koinonia" ad dispersionem, de discernimiento. Así lo explican los
decretos.
Este concepto de comunidad, nuevamente redescubierto, es de ex-
traordinaria riqueza y va penetrando en la Compañía de hoy aunque de
un modo lento, especialmente en los que recibimos una educación
anterior al Concilio y CG 31-32. No cabe duda de que se ha avanzado
mucho en comunicación interpersonal, en el espíritu de "koinonia",
solidaridad y participación, en apoyo a los miembros.
No pocas comunidades pequeñas surgieron en un primer momento
sin el debido discernimiento, por motivaciones no purificadas, lo cual
ha ocasionado el que en algunas Provincias se vea desacreditado y
envuelto en sospechas ese tipo de comunidad. Pero donde se ha pla-
nificado y ejecutado con reflexión y prudencia, han dado un resultado
excelente, evitando muchas de las dificultades inherentes a las macro-
comunidades. Con eso no deja de reconocerse que las comunidades más
numerosas tienen también valores que les son propios, y que, en casos
30 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

no infrecuentes, para determinados tipos de apostolado, tienen ventajas


de que carecen las comunidades pequeñas.
El tamaño concreto de la comunidad debe discernirse según el
apostolado y las circunstancias de habitación y edad de los que viven
en ella, de modo que puedan realizarse de la mejor manera posible las
actividades apostólicas y conseguirse los fines de inspiración, ayuda
personal, relaciones interpersonales, etc.
La vida comunitaria como tal es otro punto clave que está aún en
evolución. Debemos estar atentos para que se desenvuelva orgánica-
mente. Hoy más que nunca la vida comunitaria es decisiva para nuestra
actividad apostólica y, en no pocos casos, para la misma perseverancia
en la vocación.

H) ...DE DISCERNIMIENTO

17. Merece especial mención el discernimiento comunitario que,


siendo uno de los pilares de la renovación espiritual y apostólica, es
todavía tan poco aplicado: de pocas comunidades puede decirse hoy
que sean "communitas ad discretionem", bien por carecer de las dispo-
siciones fundamentales (indiferencia, comunicación interpersonal, etc.)
que a veces incluso pueden manifestarse en grupos de presión o mani-
pulación o por desconocer el modo práctico de realizar el discerni-
miento.

I. TAMBIÉN NUESTROS VOTOS RELIGIOSOS


SON APOSTÓLICOS

1) Pobreza

18. Progresa en la Compañía el deseo de pobreza, a la que se


reconoce un puesto central en el carisma ignaciano, y que es condición
de credibilidad apostólica. Pero, en no pocos casos, los hechos no corres-
ponden a las palabras. Algunas comunidades se han trasladado a barrios
humildes. En otras se ha reducido el nivel de vida. La separación eco-
nómica de comunidad y obras, con las demás disposiciones en materia
de pobreza, comienza ya a dar sus frutos. Se es más realista y se
pretende ser más sincero y austero: hay ejemplos magníficos en este
sentido.
Sin embargo, aún hay acá y allá grandes fallos contra nuestra
pobreza: nivel de vida, libre disposición de salarios o estipendios,
cuentas corrientes privadas, viajes y vacaciones, automóviles de uso
privado, etc., son abusos que existen todavía y que deben corregirse
con la colaboración de los Superiores, las comunidades y los par-
ticulares.
PARTE 1.» / n » 3 31

La legitimación de la percepción de salarios para "someterse a la


común ley del trabajo" (decr. 12, n. 4, cfr. Evang. Testif. n. 20) ha
tenido algunos aspectos negativos que se deben evitar y corregir:

— La selección de ministerios y trabajos en función de la retri-


bución (incluso poniendo condiciones gravosas).
— La retención de lo que se gana y el sentido de propiedad.
— Elevación del nivel de vida personal o comunitaria, y exigien-
cias superfluas a los Superiores a quienes se ha entregado
el salario.
— Críticas o desestima de los que "no traen dinero a casa" y
sensación de que el que "gana dinero" es bienhechor de la casa
por sostener a los demás.
— Pérdida del sentido de gratitud de los ministerios, punto fun-
damental de la pobreza ignaciana.
— Pérdida del sentido de inseguridad y confianza en la provi-
dencia.

Algunos de estos abusos no son sólo consecuencia de la admisión


de salarios, sino que obedecen a otras causas más generales...
Es por tanto urgente preguntarse —en un enunciado que incluye
muchos otros— hasta qué punto la Compañía ha modificado su práctica
de la pobreza, sin la que no podremos "responder a las graves urgencias
de nuestro tiempo" (decr. 12, n. 5). Una respuesta global, sujeta a
muchas distinciones y reservas, sería ésta: la Compañía siente hoy
mucho más profundamente la urgencia de progresar en la práctica de la
pobreza, pero lo hace lentamente y sin la generosidad y radicalidad
que pide nuestra misión y la situación del mundo actual que exige
testimonios claros y creíbles en este punto. De este tema trataremos en
nuestros encuentros de estos días.

2) Castidad

19. El valor apostólico y testimonial del celibato consagrado ha


adquirido un relieve especial como resultado de las discusiones sobre
el celibato sacerdotal, y de las polémicas y serios estudios realizados en
los últimos tiempos sobre moral y psicología sexuales. La evolución de
la cultura moderna, el puesto de la mujer en la sociedad y en la Iglesia,
la coeducación en nuestras instituciones, y la participación de ambos
sexos en casi todas nuestras actividades pastorales, culturales y recreati-
vas, así como los nuevos datos de la psicología y antropología, han
obligado a repensar nuestras actitudes para proceder de un modo más
evangélico y apostólico, procurando que la castidad se observe perfecta-
mente, sin caer en algunos extremos del pasado y evitando al mismo
tiempo los excesos modernos.
Una cosa es cierta: nuestro celibato consagrado ha de ser man-
32 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tenido y practicado con toda claridad, sin la más mínima ambigüedad


que pueda privarle de nuestra capacidad de testimonio.
Por otro lado, el pansexualismo reinante, los crasos errores en que
frecuentemente se cae (teórica y prácticamente), y otros más sutiles, so
pretexto de ciencia y desarrollo de la personalidad, crean una serie de
problemas que deben tratarse clara, firme y comprensivamente, de modo
que el celibato consagrado retenga su valor y fuerza.
Hemos de reconocer que las nuevas orientaciones y modo de pro-
ceder han contribuido positivamente a la adquisición de una mayor
serenidad externa e interna y una equilibrada sensibilidad y madura-
ción de la personalidad. Y, junto a ello, existen aún abusos y errores
de fatales consecuencias que han de preocuparnos seriamente. Por
ejemplo: ciertas opiniones acerca del trato con la mujer, y las libertades
que en ese sentido dan los espectáculos y reuniones sociales, lecturas,
trato personal asiduo y centrado en una persona, todo ello prácticamente
sin ningún control externo o interno. Esto ha llevado a grandes im-
prudencias, caídas y pérdidas de la vocación. Ciertamente, el problema
sexual no es siempre el primero en plantearse al solicitar las dimisorias,
pero muy frecuentemente es una de las componentes, especialmente
cuando previamente se ha debilitado la vida espiritual.
Se van aclarando varios puntos: tercera vía, homosexualidad, im-
portancia de la apertura en la dirección espiritual, psicoanálisis, condi-
ciones para la vocación y para la perseverancia, etc. Son temas que
deben de estar muy en la atención de todos, especialmente de los Su-
periores y los formadores y directores espirituales de los nuestros, te-
niendo en cuenta las diversas situaciones culturales. La claridad de
conciencia juega en este tema un papel capital. Todo lo que se haga
por vigorizarla será poco.
En el tratamiento de los casos que puedan presentarse habrá que
mantenerse entre un rigorismo inflexible que no tenga en cuenta el bien
de la persona, y la condescendencia paternalista que perjudique a la
misma persona o al bien común. El tratamiento pastoral que hoy pre-
valece, dentro de los posibles límites, sobre el estrictamente jurídico,
no debe ser ocasión de que se debilite la auténtica austeridad que nos
exige nuestra vocación.

3) Obediencia

20. La obediencia es la virtud característica de la Compañía.


Las CC.GG. 31 y 32 han exaltado la motivación de nuestra obediencia
dada en las Constituciones: al Superior "hay que obedecer como a
Cristo" (CG 31, 17.3, CG 32 2,20; 11, 31).
En los últimos años, a partir de la CG 31 se han enriquecido
algunos aspectos de la autoridad, de la obediencia y de las relaciones
entre Superiores y subditos, lo cual ha permitido superar las dificulta-
des que presentaban algunas corrientes teológicas y sociales, y renovar
«i sentido de eteta virtud fundamental en la Compañía.
a
FARTE 1 . / n.° 3 33

Pero el ejercicio de la autoridad, durante algún tiempo, pareció


eclipsarse. Nuevas teorías erosionaban los principios de la obediencia,
y la diversidad de criterios y actuaciones, aun dentro de la misma
Provincia, contribuían al desconcierto y permisividad, especialmente a
nivel de relaciones Superior/miembros de la comunidad local. Hoy
puede afirmarse que dichas relaciones, la función específica del Superior
local, la claridad con que confiere "misiones", su autoridad (sobre la
que la CG 32 fue muy explícita), se sanean desde una nueva base: más
sencillez e intimidad, diálogo y discernimiento que, cuando está bien
hecho, ayudan grandemente a dar a la autoridad su sentido sobrenatural
y apostólico en un ambiente de fraternidad.
La falta de disponibilidad y movilidad de algunos dificulta la obe-
diencia y las decisiones de los Superiores. Van disminuyendo los auto-
destinos, aun cuando se siguen sintiendo los efectos de los anteriores
que a veces son difícilmente corregibles por circunstancias objetivas o
psicológicas. La multiplicidad de pequeñas comunidades dificulta el re-
conocimiento y ejercicio de la autoridad. Es difícil encontrar tantos
Superiores aptos, con las consecuencias que esto trae para el despres-
tigio de la autoridad misma.
El énfasis puesto en estos puntos: concepto de misión, como nece-
sario y prioritario, autoridad, servicio, diálogo, discernimiento, disponi-
bilidad, condiciones de la representación, etc., deben penetrar más pro-
fundamente para ser operativos y dar a la obediencia su vitalidad
propia.

J) UNA VOCACIÓN AL APOSTOLADO PARTICIPADA


EN MÚLTIPLES FORMAS

21. En este trienio el apostolado de la Compañía está en clara


evolución, aunque en grado y modalidades diferentes en las diversas
Provincias.
Principio motor de esa evolución ha sido el decreto 4, que ha
marcado un perceptible giro de nuestra acción apostólica hacia el "ser-
vicio de la fe y promoción de la justicia" tanto en la educación como
en la pastoral, acción social, etc. La evaluación de las obras, actual-
mente en curso, se está haciendo a la luz de esa prioridad.
Esa renovación se va afirmando progresivamente entre las tensio-
nes y oscilaciones propias del cambio: apostolado con los pobres o con
los influyentes social y económicamente, entre la tendencia predomi-
nante espiritualista o la del desarrollo humano integral y liberador, en-
tre la preferencia por objetivos con resultados a corto o a largo plazo,
entre el apostolado parroquial o el especializado, entre el institucional
o el personal, entre el apostolado testimonial con sencillez de medios o
el de eficiencia apostólica aunque requiera medios costosos, etc.
Puesto que habéis recibido abundantes informes sobre distintos
sectores de la acción apostólica de la Compañía (ateísmo, educación,
l
34 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

apostolado social, etc.), creo que en esta relación bastará que me refiera
brevemente a cada uno de ellos y os dé mi valoración personal.
22. El apostolado social ha ido evolucionando estos últimos años
y se ha transformado más y más en una dimensión que invade toda
nuestra vida y apostolado. Debemos reconocer, sin embargo, que su
impacto sobre nuestros compromisos apostólicos más tradicionales to-
davía ha sido limitado y no ha provocado siempre, al nivel de la Pro-
vincia o Asistencia, aquellos profundos cambios que eran de esperar.
El sector social propiamente dicho también se ha desarrollado y
dado origen a nuevos compromisos tanto a nivel personal como institu-
cional. Los Centros de Acción Social, que en el pasado jugaron un papel
tan importante, han acusado en varias regiones una fuerte crisis. Pro-
curan ahora adaptarse a las nuevas exigencias vinculándose más estre-
chamente con los que trabajan a la base, abriéndose a la colaboración
con otros sectores de apostolado (educación, pastoral, reflexión teoló-
gica e interdisciplinar, etc.) y ampliando así su radio de acción.
La actividad directamente social está muy condicionada por la
situación social, política y cultural de cada país. A las dificultades inhe-
rentes a este tipo de apostolado y a las fuertes reacciones contrarias
que a veces provoca, se añaden en algunas partes la falta de preparación
y de rectos criterios por parte de quienes lo llevan a cabo.
23. La educación sigue siendo el apostolado que ocupa a gran
parte de los jesuítas. Ha sido objeto de dudas y discusiones sobre la
oportunidad de mantener nuestras instituciones educativas, sobre la
prioridad de otros apostolados más directos y con gente más humilde.
Hoy se le reconoce su valor, pero a condición de una modificación de
sus finalidades, contenidos y procedimientos.
Las Universidades tienen serios problemas económicos y de per-
sonal. Otras veces las dificultades .provienen de su autonomía. La Com-
pañía no puede carecer de los medios jurídicos necesarios para tutelar
las características ignacianas de tales instituciones. Soy consciente de
que representan esas grandes instituciones un gran peso que exige no
poco sacrificio de las Provincias. Pero son también un centro neurál-
gico y multiplicador de nuestro apostolado a largo plazo, y la Iglesia
nos pide que sigamos prestando ese costoso servicio. Otra cosa es su
número: ¿Podremos sostener todas las existentes en la actualidad,
frente a las exigencias de otros apostolados, muchos de ellos nuevos,
y vista la escasez de personal?
Un problema aparecido en los últimos años y que preocupa a los
Superiores es el de la relación de las Facultades de Teología con los
Superiores de la Compañía. Los Estatutos de las Facultades, frecuente-
mente, hacen difícil la intervención de los Superiores, sobre todo en
cuestiones académicas. Y sin embargo, si la Compañía ha de seguir
reconociéndolas como suyas, ha de poseer los medios estatutarios de
poder intervenir cuando la ocasión lo exija. Habrá que reformar los
Estatutos para que, sin ninguna clase de ambigüedades, quede a salvo
esta posibilidad.
PARTE 1." / n.° 3 35

Los Colegios siguen siendo también un eficaz medio de apostolado.


En muchas partes han evolucionado rápidamente convirtiéndose en co-
munidades educativas que aunan a los profesores seglares, padres de
alumnos, y a los antiguos alumnos. Se insiste más en la formación so-
cial, y la formación religiosa adopta procedimientos nuevos. El poder
llegar a admitir a cualquier clase de alumnos, superando las barreras
económicas, es una meta a la que se camina todo lo de prisa que con-
sienten las condiciones de cada país. Se han multiplicado los colegios
para clases modestas, y los alumnos de clases modestas en todos los
demás. En muchas partes las escuelas de formación profesional han sido
sustancialmente potenciadas. Va desapareciendo la idea de que educába-
mos a las clases pudientes.
La educación en instituciones ajenas: Universidades y colegios de
enseñanza media, es una colaboración que hemos prestado con gene-
rosidad y que tiene muchos puntos a su favor. Pero tiene también bas-
tantes dificultades, no solamente para los mismos sujetos, sino para
nuestras propias instituciones que se ven privadas de un personal,
frecuentemente muy cualificado, del que se necesita, a veces perentoria-
mente. Su personal misión apostólica, en cuanto tal, debe ser —como la
de todos— cuidadosamente evaluada, y ganaría si, superado todo tipo
de individualismo, se estableciesen relaciones más estrechas, en base a
la común misión, entre todos los miembros de la Compañía que traba-
jan en instituciones superiores no dependientes de la Compañía.
24. Apostolado intelectual. Lo considero como uno de los medios
privilegiados para aquella defensa y propagación de la fe de que nos
habla el n.° 1 de la Fórmula de nuestro Instituto. Por eso quise salir
al paso de las dudas que empezaban a difundirse sobre la validez de
ese apostolado en nuestros días, escribiendo una carta a toda la Com-
pañía para reafirmar la preeminencia de este servicio a la Iglesia y la
disposición de la Compañía.
25. Pastoral. Se ha desarrollado, especialmente a través de los
Ejercicios, el ministerio parroquial, Comunidades de Vida Cristiana,
apostolado rural, nuevas formas de actividades con la juventud, ma-
trimonios, etc.
Los Obispos desean con creciente frecuencia confiar parroquias a
la Compañía, y ello nos coloca a veces en difícil situación. Por una
parte es evidente que la comunidad parroquial es un marco que se
presta para un excelente apostolado, y es patente la necesidad que, sobre
todo en determinados países, apremia a los Obispos. Pero es claro tam-
bién que ese apostolado puede ser impedimento para otros que la Iglesia
espera también de nosotros, y al que la Compañía, según nuestro ca-
risma, da prioridad. Es con frecuencia un discernimiento difícil de
hacer.
26. Medios de comunicación social. Estamos ya superando el pe-
ríodo de los autodidactas, meritorios pioneros en un campo antes in-
explorado, y empezamos a contar ya con algunos bien formados con-
forme a las necesidades de hoy. Pero son aún muy escasos. Un signo de
esperanza es, sin embargo, el creciente interés que despierta este aposto-
36 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

lado, especialmente entre los jóvenes que han sido iniciados en él durante
su formación, y la más viva conciencia de su importancia trascendental
para el futuro que hoy es ya universalmente admitida.
Dos problemas en esta materia piden pronta solución: la inte-
gración de los medios de comunicación en la formación de los nuestros,
y la coordinación de nuestras actividades en el campo de los medios
de comunicación para conseguir mayor profundidad y difusión apos-
tólica.
27. Evangelización en "misiones". Es uno de nuestros escenarios
apostólicos con más rápidos y profundos cambios. La misma teología
de la evangelización en las antiguamente llamadas "misiones", con su
progreso y evolución, está contribuyendo a ello. El movimiento de per-
sonal es ahora menor, e incluso se ha diversificado: ahora son también
las jóvenes Iglesias las que envían refuerzos a Iglesias aún más recientes
o necesitadas.
Y sin embargo, se está haciendo necesario reafirmar nuestra movi-
lidad y universalidad, pues en algunas partes se advierten corrientes "re-
gionálistas o nacionalistas" claramente opuestas a la total disponibilidad
en que se basa la eficacia apostólica de la Compañía.
La internacionalización de las "misiones" se va logrando con éxito.
Pero es necesario progresar aún en la solidaridad internacional, tanto
en el campo financiero como en el de personal.
La tensión entre evangelización y promoción humana va encontran-
do su punto de integración y equilibrio.
La inculturación es una dimensión que en algunos aspectos podemos
definir como nueva, al menos por la claridad con que hoy se percibe
su necesidad, su legitimidad, y su enorme potencial apostólico, en
especial —aunque no exclusivamente— en las Iglesias y pueblos jóvenes.
Por eso, cumpliendo el encargo de la CG, escribí sobre este tema una
carta a la Compañía.
a
Para no alargarme, quisiera referirme a la página 6. del informe
sobre "evangelización y misiones" en que tenéis un resumen de las
respuestas al cuestionario enviado en 1977, y en el que hallaréis abun-
dante información sobre este punto.
Con toda justicia va prevaleciendo la consideración del mundo
como una misión gigantesca, y la tendencia a borrar la línea divisoria
entre cristianos y países llamados "de misión". Pero ello no debe aca-
rrear una pérdida del espíritu de evangelización y de empresa apostólica
en países diversos del propio.
28. Apostolados nuevos. La creatividad, virtud tan necesaria en
los tiempos que corremos, inspira nuevas formas para apostolados tra-
dicionales, o apostolados decididamente nuevos. Debe superar las am-
bigüedades, inseguridades, resistencias, y el continuo cambio de las
situaciones. Esto genera en algunos un sentimiento de incertidumbre,
desconfianza de sí mismos y cansancio que puede conducir a la pasi-
vidad. Se han hecho y se hacen cosas nuevas, por ejemplo, en la inser-
ción, en el apostolado rural, en los medios de comunicación social, en
las instituciones educativas, en la educación en instituciones ajenas, en
PARTE 1.» / n.° 3 37

la pastoral y la catequética, en las Comunidades de Vida Cristiana, etc.


En realidad existe un deseo grande de abrir nuevas vías al apostolado.
Pero debemos estar atentos a no caer en la trampa del inmediatismo, de
la opción por el apostolado que no exige de nosotros gran esfuerzo, del
que nos consuela con efectos rápidos de cierta espectacularidad.
Pero de lo que no cabe duda es de que las circunstancias nuevas
piden con frecuencia formas nuevas o apostolados nuevos y que hemos
de aceptarlos e incluso promoverlos, evitando caer tanto en la ingenua
admiración de lo que es sólo flor de un día, como en una actitud de
recelo e injustificada desconfianza.
29. Breve enunciado de otros puntos que podrían desarrollarse:

1. La colaboración con la Jerarquía y nuestra inserción en la


"pastoral de conjunto" a una con el clero diocesano y los demás
religiosos.
2. La colaboración con el laicado al que debemos corresponsabi-
lizar cada vez más en nuestras obras hasta formas de partici-
pación y cogestión muy ampliadas en que se garantice la iden-
tidad apostólica de nuestras instituciones.
3. Mayor penetración en el pueblo de Dios, con pequeñas comuni-
dades que equilibren en nuestra dedicación apostólica el peso
de las grandes instituciones.
4. Apertura de nuestras Casas de Ejercicios como casas de oración,
y otros tipos de encuentros apostólicos.
5. La apertura de muchas de nuestras Facultades de Teología a
los seminaristas y a los laicos.
6. La "Misión Obrera" en los diversos países.
7. La reflexión teológica.
8. Prensa y publicaciones.
9. Apostolado de la Oración, etc.

K) FORMACIÓN

30. La formación es un tema que hoy reviste características de


especial importancia y delicadeza.
Las vocaciones, como habréis podido ver en las estadísticas que
se os han facilitado, comienzan a ser más numerosas. Hay un serio
empeño para encontrar métodos de formación integral (espiritual, cien-
tífica, apostólica) e integrada y, aunque aún no se ha llegado al ideal,
se van dando pasos en la verdadera dirección señalada por la Congre-
gación General.
En la imposibilidad de entrar detalladamente en tema tan vasto y
complejo, os remito al informe que se os ha entregado. Resumiendo,
podríamos decir:
31. 1) La selección y prenoviciado está hoy más estructurada.
La aversión que hace algunos años sentían algunos jesuitas contra el
fomento de vocaciones no sólo ha desaparecido casi por doquier, sino
38 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que en la mayoría de las Provincias hay promotores de vocaciones que


generalmente cuentan con el apoyo y colaboración de gran parte de los
miembros. Los resultados en bastantes casos son muy satisfactorios.
32. 2) El noviciado pasó por un período experimental en que
por un sincero empeño de adaptación se cometieron grandes y nume-
rosos errores. Hoy se encuentra en un período de maduración, y los
noviciados actuales inspiran creciente confianza, aunque queden natu-
ralmente algunas cosas que corregir. La seriedad y empeño con que se
trabaja es la mejor garantía de futuros buenos resultados.
33. 3) El juniorado, suprimido en algunas partes, adoptó en
otras fórmulas nuevas. La experiencia, con todo, ha venido demos-
trando que el paso del noviciado a filosofía, especialmente cuando ésta
ha de ser cursada en centros académicos no dependientes de la Com-
pañía, y el proceso mismo programado por la CG 32 en su decreto 6,
requieren un desarrollo progresivo acompañado por formadores compe-
tentes y que no queme etapas innecesariamente. De ahí las diversas
formas y centros (a veces interprovinciales) que aseguren la continuidad
orgánica de la formación espiritual, académica y apostólica a un ritmo
adecuado.
34. 4) La Filosofía es una etapa de la formación cuyos proble-
mas no están completamente resueltos. Por iniciativa de algunos, entre
ellos la Universidad Gregoriana que colaboró en la organización y des-
arrollo, se tuvo una reunión de profesores de Filosofía para afrontar
este tema, siempre importante, y hoy más que nunca. Confiamos en que
la aplicación de las conclusiones allí suscritas a la formación filosófica
de nuestros jóvenes, dé los resultados apetecidos.
35. 5) La Teología está siendo sometida actualmente a evalua-
ción. En la mayor parte de los centros de la Compañía se trabaja seria-
mente, procurando dar a los estudios un mayor sentido pastoral y prác-
tico, aunque sin disminuir el nivel académico. Más difícil es la situación
de las Provincias que, por carecer de teologado propio, deben enviar a
sus escolares a instituciones externas en las que a duras penas podrán
obtener la formación requerida aunque se trate de reforzarla con cursos
complementarios. Por otra parte, la cooperación interprovincial en este
sector presenta peculiares dificultades que deben ser tenidas en cuenta,
pero que no deberían impedirla ni retrasarla.
Debo señalar el hecho de que frecuentemente nuestras Facultades,
nacidas para la formación de los nuestros, se han desentendido de esta
formación más de lo conveniente. Hay que exigirles el asumir toda la
responsabilidad que les corresponde en esta materia y que la CG 32 les
urge (d. 6, nn. 21-30, 48, 49b).
36. 6) Nivel de estudios. La impresión general es preocupante.
Es cierto que en algunas Provincias se mantiene el nivel de nuestros
estudios y se les ha dado una seriedad y aplicabilidad que es necesaria
para responder a la problemática de hoy. Pero en no pocas Provincias
el nivel y seriedad de los estudios ha descendido, o porque las mismas
Facultades están desfasadas, o por el inmediatismo con que se enseña o
PARTE 1.» / n.» 3 39

se estudia o el activismo externo o simultaneidad de estudios de otras


facultades. Cuando se ve cómo se han hecho los estudios en algunas
Provincias y lo poco que han aprendido nuestros jóvenes, se duda si
esos sacerdotes serán capaces de desempeñar nuestros ministerios como
la Iglesia y la Compañía exigen. Problema serísimo sobre el que deben
reflexionar los Provinciales, pues hay no pocos casos muy preocupantes
pensando en el futuro de la Compañía.
Consideremos las desviaciones doctrinales y pastorales en que hom-
bres de formación tan superficial pueden caer al tratar de afrontar los
complicados problemas actuales, y la responsabilidad que el mero hecho
de pertenecer a la Compañía carga sobre sus hombros. Es un punto
vital para el futuro de la Compañía.
37. 7) La Tercera Probación es otra etapa que ha tenido malos
momentos, que en los años siguientes a la CG 32 se van superando.
Lapsos de 10 ó más años entre la ordenación sacerdotal y la Tercera
Probación fueron fenómeno ordinario en muchas Provincias, en las que
se acumulaban 80 sacerdotes o más sin hacer la Tercera Probación.
Esos números se han reducido bastante en muchas Provincias, gracias
a una solución de emergencia: formas reducidas de Tercera Proba-
ción, en fórmulas varias y elásticas que, transitoriamente y tras haber
consultado con mis Consejeros y diversos Provinciales, me pareció ne-
cesario conceder. He procurado que esa solución temporal no se con-
solide como definitiva. Hoy ya se hace la Tercera Probación muy
seriamente para los que llevan tres o cuatro años en el sacerdocio.
La Tercera Probación sigue siendo tan necesaria o más que nunca,
y se demuestra sumamente eficaz en la preparación para el apostolado y
la "integración" con la Compañía e integración de la personalidad:
"religioso, apostólico, sacerdotal y ligado al Romano Pontífice" (Pa-
blo VI, 3-XII-74). Debemos procurar que cuanto antes .^se estructure
de nuevo el mejor modo de Tercera Probación para nuestros tiempos.
38. 8) Formación permanente. La considero de extraordinaria
importancia en nuestros tiempos y, junto con el discernimiento, una de
las columnas de nuestra renovación espiritual y apostólica. Pero para
que sea plenamene eficaz, en el sentido pretendido por la CG, no debe
concebirse como un "recyclage" académico o técnico, sino como una
constante renovación espiritual, académica y pastoral para poder res-
ponder a exigencias siempre nuevas.
Creo que falta aún mucho por hacer en este punto: son pocos
los que perciben lo que la formación permanente puede darles, y menos
los que se aplican a conseguirlo. En la práctica se ve que, si los
Superiores no lo mandan o lo promueven eficazmente, las cosas van
muy despacio o superficialmente. Los Provinciales y Superiores debe-
rían vigilar para que se cumpla lo mandado en este punto que, como
he dicho, considero de vital importancia.
40 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

L) HERMANOS COADJUTORES

39. Es un problema muy importante y universal que afecta pro-


fundamente a la Compañía en la que han disminuido las vocaciones
para Hermanos, hasta el punto de que no pocos dudan de la posibili-
dad de que sobreviva ese grado en la Compañía. Hay Provincias que
en 10 años no han tenido ninguna vocación para Hermano Coadjutor.
Actualmente son sólo 46 los novicios coadjutores en toda la Com-
pañía. Es un problema grave que debe ser estudiado en su profundidad
teológica, espiritual, apostólica, eclesial, ignaciana. La extinción de ese
grado sería una pérdida irreparable, una auténtica mutilación de gra-
vísimas consecuencias para el cuerpo de la Compañía y su apostolado en
la Iglesia.
En enero de 1978, 4.244 Hermanos, en el total de 28.020 jesuitas,
es decir, el 15,14 % , representan aún una fuerza espiritual considerable
por su número y calidad. Es irremplazable la aportación de los Her-
manos tanto a la vida interna y comunitaria de la Compañía como a su
apostolado.
El difícil período que en esta materia atraviesa la Compañía, al
igual que otras instituciones laicales o religiosas, se debe: a) a cierta
imprecisión y ambigüedad en la figura del Hermano, b) a no haber
explotado las variadísimas posibilidades que el Concilio Vaticano II y
las CC.GG. 31 y 32 ofrecen para que los HH.CC, laicos consagrados,
contribuyan a la extensión del Reino sin más límites que las actividades
o puestos para que es preceptivo ser sacerdote, c) a la reacción provo-
cada en no pocos, tanto sacerdotes como Coadjutores, por la discusión
y decisión de la CG 32 en la cuestión de los grados. No es este el mo-
mento de discutir a fondo el problema, al que está dedicado uno de los
informes que habéis recibido. Pero quiero manifestaros cuan profunda-
mente me afecta y cuan profundamente debe afectar la responsabilidad
de todo jesuita exigiéndole una más alta comprensión y estima vital
de la vocación del Hermano jesuita.

M) SENTIRÉ CUM ECCLESIA

40. La fidelidad al Vicario de Cristo y a la Iglesia jerárquica es


una característica tan fundamental del carisma ignaciano, que el man-
tenerla en toda su pureza condiciona el ser mismo de la Compañía. Por
eso, sin rebasar los límites de este informe, me detendré algo más deta-
lladamente sobre este punto.
Son cuantiosos los testimonios de la Santa Sede o de las Jerarquías
locales, de la estima en que tienen cuanto la Compañía trabaja "en la
viña del Señor" y la satisfacción que a los Pastores del pueblo de Dios
dan los hijos de la Compañía. Las peticiones de ayuda, y los ruegos
de que nos encarguemos de obras existentes o en proyecto, son muchas
TPaáa de las que podemos atender.
PARTE 1.» / n.° 3 41

Junto a esto, ha habido también, aunque en menor número que


antes de la CG 32, quejas de los dicasterios romanas o Jerarquías loca-
les. De ello hablaré más adelante. La notoriedad de algunos casos ha
podido dar pie a generalizaciones en algunos países, como si la Com-
pañía hubiese desmerecido de su tradición. Con la misma lealtad con
que reconocemos nuestras deficiencias en esta materia —<jue nos son
especialmente penosas y a las que hemos procurado atender con toda
solicitud— debo confesaros que otras muchas veces se ha tratado de
infundadas acusaciones, informaciones distorsionadas, abusivas interpre-
taciones o campañas de opinión.
La norma que rige nuestra fidelidad en este punto no puede ser
otra que la de siempre: las "Reglas para sentir con la Iglesia".

1) Relaciones personales con el Santo Padre

41. Con toda verdad puedo deciros que las relaciones con S. S.
Pablo VI, y concretamente desde la CG 32, han sido excelentes: en
todas las audiencias se mostró cariñoso y comprensivo y reiteradamente
expresó su estima por la Compañía, acerca de la cual (incluyendo sus
defectos y faltas) mostraba tener completa información. "Fue para Nos
no pequeña satisfacción ver que los miembros de la Compañía de Jesús
entendieron con buen espíritu la fuerza y significación de nuestras in-
dicaciones y la admitieron con voluntad obediente" (7 de marzo de
1975).
Fueron constantes las muestras de gratitud del Papa a la Compa-
ñía por su contribución apostólica a la Iglesia en general, y, en particu-
lar, por la colaboración de tantos especialistas jesuítas en la Curia ro-
mana y en otros encargos pontificios. La audiencia a los Presidentes de
Universidades de la Compañía, la audiencia a la Gregoriana, las pala-
bras a los redactores de la Civilta Cattolica, son sólo algunas de las
públicas manifestaciones, en estos últimos años, de su amor a la Com-
pañía. Me cabe también el consuelo de que no haya vuelto a haber
ningún lamentable caso de desacato al Santo Padre.

2) Relaciones con los Dicasterios Romanos

42. Durante estos años hemos recibido quejas, o peticiones de


información relativas a acusaciones contra jesuítas, especialmente de
escritos o actuaciones. Provienen en gran parte de las Congregaciones
para la Doctrina de la fe y Educación Católica. Hemos procurado
siempre aclarar los hechos con la cooperación de los respectivos Supe-
riores, y defender a los sujetos cuando las acusaciones parecieron ba-
sarse en informaciones exageradas o falseadas, o carentes de cualquier
fundamento. En cuanto ha sido necesario hemos procurado dar la sa-
tisfacción debida. Se ha mantenido frecuente contacto personal con los
responsables de los Dicasterios Romanos, con lo que se han aclarado
42 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

algunas malas inteligencias de modo mucho más personal y suave. Las


relaciones y la confianza respecto a la Compañía humanamente pueden
depender en parte del personal de dichos dicasterios y de sus distintas
posiciones. Creo, con todo, que en esa línea se puede progresar aún
mucho más. Debo dejar constancia del buen espíritu con que los NN.
interesados han reaccionado ante las disposiciones que hayan debido
tomarse.
Los casos más difíciles ocurridos recientemente han versado sobre
temas de cristología, mariología, marxismo, ética sexual, homosexua-
lidad, sacerdocio de las mujeres. En estos casos hay que distinguir entre
errores evidentes y posiciones doctrinales inadmisibles, dificultades entre
ciertas afirmaciones del Magisterio (dificultades que son mantenidas a
pesar de la mejor voluntad de asentimiento), y el modo de manifestar
esa crítica y desacuerdo. Sin excluir desviaciones doctrinales —relativa-
mente pocas— la dificultad en estos casos ha provenido con frecuencia
de las circunstancias y procedimientos en que se ha expresado la crítica
o el desacuerdo, sobre todo dando la impresión de superficialidad y de
querer hacer publicidad de la propia opinión, sugiriendo que la Iglesia
debería cambiar su posición actual.
43. Intimamente relacionado con este tema está el delicado pro-
blema de la censura. No falta quien estima opresiva o sofocante la ins-
titución de la censura y abogaría por su supresión. Esto es inadmisible
por ir directamente contra taxativas normas de la Iglesia y de las
Constituciones, normas que no está en mi mano modificar. Hice una
acomodación de las normas de censura que después de un tiempo de
experimento, y, a la vista de la evolución de las situaciones, podrán
retocarse. En esto siento toda la responsabilidad de mi cargo en un
momento tan significativo de evolución doctrinal, social y científica.
Un fenómeno digno de notarse en esta materia es la dificultad que
hoy existe para obtener de los especialistas que revisen y den un juicio
crítico de la obra de algún colega. Eso hace a veces más difícil el deber
del Superior de proceder objetivamente respetando la libertad y pro-
cediendo al mismo tiempo con una "discreta caritas" en la que los
juicios de los expertos son indispensables.

3) Respecto a las Conferencias Episcopales o Jerarquía local

44. Ha habido algunos casos de conflicto con Obispos determi-


nados o con Conferencias Episcopales. Tema de estas fricciones fueron,
más que cuestiones doctrinales (sociales, marxismo, cristianos por el
socialismo), las actividades socio-políticas, pastorales o litúrgicas. Estos
incidentes han minado el crédito de la Compañía respecto a la seguridad
de su doctrina, su sentido eclesial, su voluntad de cooperación, etc.
Un elemento que no se debe dejar de tener en cuenta es la diver-
sidad de opiniones personales de los miembros de la Jerarquía, en distin-
tos países y niveles.
PARTE 1.» / n.° 3 43

N) UNIÓ ANIMORUM

45. La unión de mentes y corazones es en el pensamiento de


nuestro Fundador, y en la letra de las Constituciones, una aspiración
vital. Sin ella la Compañía no podría conservarse ni regirse, ni actuar.
Y, sin embargo, ha atravesado en los últimos tiempos por especiales
dificultades. Por eso espero con interés que a la información que aquí
poseemos añadáis vosotros vuestra impresión personal, prestándome en
esto un importante servicio y ayuda.
La "unió animorum" se ve hoy dificultada por tensiones muy
explicables y factores ideológicos o de hecho, que difícilmente podemos
controlar: la dispersión, la diversidad de culturas, el pluralismo, la
descentralización, la inculturación, etc. Son elementos por una parte
enriquecedores, que potencian la capacidad apostólica de la Compañía
y su servicio a la Iglesia presente entre los más diversos grupos hu-
manos. Pero, por otra parte, pueden, si se rebasan los justos límites,
convertirse en disgregadores. Es difícil mantener el equilibrio y aun
determinar, en la periferia de las centrales en que debe darse necesa-
riamente la unidad, dónde empieza la zona del pluralismo y la diversi-
dad. El "idem sapiamus, idem dicamus omnes" de San Ignacio en la
parte tercera (273) de las Constituciones, ha de unirse con aquellas otras
de la parte octava: "en cuanto sea posible" que escribe a propósito de
la "uniformidad en lo interior de doctrina y juicios y voluntades, como
en lo exterior del vestir, ceremonias de Misa y lo demás" (671). Las
palabras con que termina ese número de las Constituciones "quanto lo
compadescen las qualidades differentes de personas y lugares, etc.", ra-
tifican la convicción de que, 'salvando la uniformidad en lo esencial, el
punto de referencia en lo accidental, más que la uniformidad, debe ser
la adaptación apostólica necesaria para mejor servir a la Iglesia presente
en cada lugar y en cada tiempo.
Una uniformidad impuesta a ultranza podría ser hoy (al contrario
que en el siglo XVI) un factor de división. Y lo mismo cabe decir del
"idem sapiamus, idem dicamus omnes" en un tiempo en que el derecho
a la libertad de investigación y de pensamiento, la autenticidad y la
sinceridad, son reconocidos como grandes valores. En esta perspectiva
no se deben descuidar, antes al contrario, los medios que para mantener
y aumentar la unión propuso San Ignacio.
46. Porque la comunicación de unos con otros y con su cabeza,
que es uno de los principales medios que según San Ignacio ayudarán
a la unión, es hoy incalculablemente mayor que en el siglo XVI. No
solamente la comunicación escrita, sino la personal, tanto en Roma como
en los propios sitios de trabajo apostólico en distintas regiones. Es una
comunicación también mucho más íntima (relación interpersonal, ora-
ción participada, discernimiento apostólico, etc.), que permite conocer
íntimamente a las personas y situaciones, genera un gran respeto por las
personas y favorece la tolerancia de la diversidad de opiniones.
47. El sentido de misión dada por la obediencia, hoy más cons-
44 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

cientemente percibido, da unión al cuerpo de la Compañía y a su apos-


tolado corporativo.
La situación ha mejorado también respecto al pasado, en cuanto
que no se advierten con tanta fuerza las tensiones, agresividad de los
grupos de presión de distinto signo, la indiferencia o mutuas condenas.
Pero un análisis más profundo indica que a veces se trata de una paz
superficial y las grandes divisiones de fondo no se manifiestan o por
cansancio, o por resignación, o por el convencimiento de la inutilidad
de las discusiones. Sería muy triste que esa paz externa amortiguase en
nosotros el empeño por conseguir la verdadera unión, la de los corazo-
nes. La CG 32 (decr. 11) enumera los medios que para ello hay que
poner en juego.

0) GOBIERNO CENTRAL

48. San Ignacio concebía al General como depositario de "toda


autoridad ad aedificationem". Esto hace que su responsabilidad, y
la de sus inmediatos colaboradores, sea verdaderamente grande. Se
supone que su gobierno ha de tener real influjo en la marcha de la
Compañía. Permitidme, pues, que confiera con vosotros mi concepto en
este punto y el cumplimiento que he dado al decreto que sobre ello
hizo la CG 32, para adecuar el ejercicio del gobierno a las necesidades
actuales.

a) Comunicación

49. La facilidad de comunicaciones (P. General y Asistentes), así


como las visitas a Roma de tantos jesuítas (Superiores u otros) ha en-
riquecido indeciblemente el conocimiento de las personas y las situacio-
nes reales. De mí puedo deciros que en estos 4 ó 5 últimos años me he
encontrado personalmente con todos los Provinciales una vez al año. Los
cursillos para nuevos Provinciales, y la celebración en Roma de reunio-
nes especializadas, han propiciado también estos contactos.

b) Reestructuración

50. El establecimiento de las juntas de Provinciales y la coordi-


nación o unificación de Provincias, ha influido también en el trabajo
y significación de la Curia. Todas las Asistencias (menos la de Ingla-
terra), tienen sus juntas de Provinciales que se reúne varias veces al
año. La estructura de esos "coetus" de Provinciales son diferentes según
las diversas Asistencias. En Francia se ha llegado a la unificación, y en
Italia, bajo una fórmula análoga, se llegará en breve tiempo. Cada
"coetus" de Provinciales cuenta con su propio Presidente (Provincial
o no). La reunión de esos Presidentes provenientes de cada Asistencia
con los Consejeros GG, y conmigo, una vez al año en Roma, es una
estructura superior de coordinación a escala de Compañía, que en sus
PARTE 1.» / n.° 3 45

tres años de funcionamiento se ha mostrado muy eficaz. También al


interior de muchas Provincias los "coetus" de Superiores hacen visibles
progresos de coordinación y colaboración con el respectivo Provincial.

c) Cambios en la Curia Generalicia

51. Todo ello ha repercutido en la Curia y nos ayudará a cum-


plir la recomendación del decreto 15 de la CG 32 de fomentar una ver-
dadera participación corporativa de los Asistentes y Consejeros Gene-
rales en el gobierno del P. General —que para mí ha sido de extraordi-
naria ayuda— y reducir el número de los miembros de la Curia, dando
a los Consejeros Generales "algún otro encargo, sectorial o regional o
mezcla de los dos géneros". Un Asistente General ha sustituido a dos
Asistentes Regionales, y todos los Consejeros Generales tienen enco-
mendado algún sector.
También se ha hecho la revisión del sistema administrativo (pedida
por la Congregación), bajo la dirección de un Asistente General y de
un técnico externo, asegurando una mejor coordinación del trabajo de
las diversas clases de Consejeros, etc. (decr. 15, n. 4. e).
Está en marcha, asimismo, la renovación del personal de la Curia
(CC.GG. y AA.RR.), siguiendo el espíritu de la CG de que los cargos
tengan una duración aproximada de 8 años.
A mi modo de ver el personal de la Curia trabaja con toda dedi-
cación y me presta una colaboración preciosa que no sabría cómo agra-
decer. Los posibles defectos de la administración no podrían atribuirse
a su falta de diligencia.

d) Descentralización

52. Se deja sentir en algunos casos un deseo de mayor descentra-


lización. En esa línea he procurado delegar lo más posible de mis facul-
tades y no veo ulteriores posibilidades. Quedan algunos puntos, como
la ordenación de HH.CC. o la aceptación de cargos políticos, que me he
reservado por la importancia de la materia y sus repercusiones a escala
de Compañía universal.
Os quedaré muy agradecido si, de palabra o por escrito, si a mí o
a alguno de los CC.GG. o AA.RR., me hacéis las observaciones que
creáis oportunas para mejorar en lo posible el gobierno central, sus
estructuras, sus métodos, etc., todo para un mejor servicio al cuerpo de
la Compañía.

P) FALTA DE VOCACIONES Y ENVEJECIMIENTO

53. Es un problema que afecta a toda la Compañía. Sus efectos


se sienten ya, en diverso grado, según las regiones. Es cierto que el
número de vocaciones comienza a aumentar én muchas Provincias, pero
a ritmo lento. Y queda el vacío generacional motivado por la ausencia
46 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de vocaciones durante algunos años en que, además, fueron más abun-


dantes las salidas. Es un grave problema de cuya gravedad parece que
algunas Provincias no se han percatado, a juzgar por la carencia de
medios tomados para afrontarlo eficazmente.
54. Las secuelas del envejecimiento (falta de creatividad, inmo-
vilismo, merma de la capacidad de trabajo, dificultad en entender las
nuevas circunstancias y adaptarse a ellas, etc.) frenan nuestro apostolado
y hacen difícil sostener el número de las obras e instituciones que tene-
mos. El repensar con realismo nuestras actividades, procurando evitar
el desánimo y tristeza que puede engendrar, es una labor prioritaria para
los Superiores en diálogo con las comunidades y las comisiones de pla-
nificación apostólica.
55. Relacionado con la planificación y reestructuración apostólica
está el problema del destino de los jóvenes, que debe hacerse evitando
dos extremos. Uno, el desperdigarlos en las grandes comunidades u
obras que en otros tiempos tuvieron gran importancia, pero cuyo futuro
es inviable o porque han perdido significación o por otras circunstan-
cias. Ello produciría en los jóvenes la sensación de aislamiento y frus-
traciones, sintiéndose instrumentalizados para apuntalar obras de valor
discutible. Otro extremo sería el concentrar tantos jóvenes en algunas
obras de nueva creación, o el cederlos en misión a instituciones ajenas
a la Compañía, que nuestras obras válidas, aunque sean tradicionales,
carezcan del renuevo de una savia joven.
56. La planificación apostólica es de especial importancia en las
circunstancias actuales de envejecimiento colectivo. Pocas son las Pro-
vincias que con visión y energía han planteado su futuro a corto o largo
plazo, aceptando los inevitables sacrificios inmediatos, pero evitando las
situaciones más difíciles y penosas a que puede llegarse por la impre-
visión.
En relación con esto se encuentra también el problema de la tercera
edad y educación continua: hay que preparar a los que se van acercando
a una edad en que deberán cambiar de actividad, de manera que se
encuentren preparados en el momento del cambio.

Q) SALIDAS DE SACERDOTES

57. Hemos tenido numerosas y dolorosas pérdidas. De 1964 a


1977 han sido 2.063 los regresos al estado laical con dispensa del ce-
libato. La cota máxima de 260, en 1970, ha ido disminuyendo progresi-
vamente, excepto el año 1974 (235 dispensas). En 1977 ha habido 136
con una disminución de 64 respecto al año anterior.
Estas dolorosas separaciones de tantos hermanos nuestros tienen
que hacernos sumamente responsables en la selección y formación de
nuestros candidatos, en la admisión a las órdenes, en la creación de
verdadero clima comunitario y en la atención, "cura personalis" y vi-
gilancia por parte de los Superiores.
PARTE 1.» / n.° 3 47

Es difícil llegar a una clasificación y cuantificación de las causas


de estas salidas por la complejidad misma de todo proceso humano y
espiritual, que elude el análisis científico, y por el carácter reservado
de la información cuyo manejo es obviamente muy limitado. Con todo,
se ha intentado hacer un estudio de las frecuencias con que se citan de-
terminadas causas. Lo tenéis en el documento que se os ha facilitado
sobre los casos de 1977, con resultados análogos a los de años anteriores.
Los enunciados más frecuentes son: "Vocationem perdidit aut nunqiumi
habuit" (99), "Crisis vitae spiritualis" (66), " Immaturitas psychologi-
ca" (60), Solitudo cordium" (59), "Casus solitarius", "Complexus in-
ferioritatis" (59), "Frustrado, anxietates, etc." (57).
A la vista de estos casos, conviene atender en la admisión y én la
formación a los siguientes factores: 1) Tensiones psicológicas y fatiga
especial sin causa aparente. 2) Excesiva concentración en el trabajo con
falta de relaciones interpersonales. 3) Radicalismo en materia doctrinal
o social sin una vigorosa vida de fe y oración. 4) Búsqueda de compen-
saciones en relación con los votos: confort material, amistad femenina,
independencia respecto a los Superiores. 5) Negligencia en la vida de
oración ya desde el noviciado. 6) Incapacidad de observar la castidad
habitualmente. 7) Agresividad contra la Iglesia o la Compañía. 8) Difi-
cultad en abrirse a los Superiores. 9) Ambigüedad en la motivación para
la vida religiosa, etc.
Respecto al modo de proceder en estos casos, la cuenta de concien-
cia y la franqueza con que Superiores y PP. Espirituales deben pre-
guntar sobre puntos especiales de la vida personal, es decisivo. Una
vigilancia prudente y caritativa es necesaria. Es triste que faltas y ac-
titudes graves vengan a saberse al cabo del tiempo, cuando ya es tarde
para poder ayudar más que a preparar el proceso.

III CONCLUSIÓN

58. Este informe enlaza con el que en enero de 1975 presenté a


la CG 32, y en algunos puntos lo engloba para dar mi valoración sobre
procesos que, si queremos ser objetivos, deben ser considerados en un
arco de tiempo superior al último trienio.
Tengo la convicción de que el realismo con que he querido seña-
laros las luces y sombras de la Compañía actual, es compatible, si ex-
tendemos la vista al último decenio, con la afirmación de que la Compa-
ñía va superando los vaivenes que la han sacudido, al igual que a la
misma Igelsia, y va caminando con paso cada vez más firme por el
nuevo cmino.
El informe sobre el estado de la Compañía puede haberos parecido
complicado y aun un poco abrumador. Incluso habréis notado la frecuen-
cia con que aparecen las palabras "problema de gran importancia" y
grave responsabilidad". Y así es, si analizamos una tras otra (aunque
sea tan sumariamente) las múltiples facetas de una realidad tan rica como
es la Compañía.
48 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Pero cabe también hacer una consideración de síntesis, pues las


raíces profundas de tantos problemas convergen en pocas ideas funda-
mentales. La consolidación de los progresos de la Compañía y el remedio
de las deficiencias que aún subsisten será posible por la aplicación de
los decretos que la CG 32 promulgó tras conocer un análogo informe so-
bre el estado de la Compañía hace tres años. No ha cambiado en nada la
naturaleza de las cosas, aunque sí ha seguido evolucionando el cuadro
de problemas de la Iglesia y de la humanidad en las líneas que ya
entonces eran claramente perceptibles. Los decretos de la CG 32 man-
tienen su plena actualidad, y, en concreto, el método de renovación que
ella nos propone y al que se hace referencia al principio de este informe.
Pero el llevarlo a la práctica exige la abnegación de la propia con-
versión, la aceptación del espíritu y la letra de esos decretos. El camino
está ahí y sólo falta recorrerlo. También está presente el Espíritu, y
con su ayuda contamos para que la Compañía, purificándose sin cesar
y trabajando con renovado empeño, siga sirviendo a la mayor gloria
de Dios.
4. «El modo nuestro de proceder» (18.1. 79).

1. Esta conferencia quiere ser una aportación más a cuanto en


otras ocasiones he dicho sobre la 'renovación', la 'actualización', la
'adaptación' de la Compañía que, siguiendo la estela del Concilio Va-
ticano II, han promovido las dos últimas Congregaciones Generales.
No me mueve a ello ninguna intención apologética de la nueva ima-
gen que este 'aggiornamento' ha dado a la Compañía. Pretendo sola-
mente hacer algunas reflexiones en la dirección marcada por el Concilio
Vaticano II:
"La adecuada renovación de la vida religiosa comprende, a la
vez, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana,
y a la primigenia inspiración de los institutos y una adapta-
ción de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos."
(Perf. Car., núm. 2)

La Congregación General 32, en su decreto sobre 'Él Jesuita Hoy',


respondiendo a muchas peticiones provenientes de todas partes, dio la
descripción autoritativa de la identidad del jesuita en nuestro tiempo.
Ese decreto dice qué es ser jesuita hoy. Pero ante esa renovada iden-
tidad cabe preguntarse: ¿Ha cambiado —y cómo— la 'presencia' y el
comportamiento tanto del jesuita individual como de la Compañía en
cuanto orden religiosa?
Puesto de manera más incisiva: ¿Cómo se resuelve concretamente
en la Compañía la tensión latente entre las dos directrices del Con-
cilio: retorno a las fuentes antiguas y adaptación a los tiempos nuevos?
Y, dicho ya con la frase ignaciana, ¿cómo ha evolucionado mies-
tro modo de proceder? ¿Cómo debiera de haberlo hecho y cómo debe-
rá hacerlo en el futuro?

2. Los distintos niveles

El problema es importante: el estudio de las actitudes, de las cons-


tantes del comportamiento —individuales e institucionales— puede ser
50 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

muy revelador. La psicología confirma que, a largo plazo, es inevitable


la interacción entre las capas profundas del ser —la identidad— y las
actitudes y sentimientos. Podríamos decir que la identidad tiene como
consecuencia natural unas actitudes, un talante espiritual y humano que
constituye el modo de proceder característico. Este modo de proceder,
& su vez, adquiere diversas expresiones adaptadas a las diversas cir-
cunstancias y diferentes tiempos, haciendo posible la unidad en la plu-
riformidad.
Hay, por tanto, tres niveles: el de la esencia o carisma, el de las
actitudes mentales u operativas que de él se deducen y el de los rasgos
exteriores que configuran la imagen externa. Nuestro modo de proceder,
para San Ignacio, es un concepto que traspasa estos tres niveles y,
consiguientemente, adquiere valoraciones muy diversas. Ya se ve que
en ese equilibrio retorno/adaptación que pide el Concilio no puede
aceptarse ni rechazarse en bloque cuanto ha constituido nuestro modo
de proceder durante cuatro siglos y medio, sobre todo tal como lo
entiende el observador más superficial que se detiene en las apariencias
externas y, en base a ellas, saca precipitadas y abusivas deducciones.
Entiendo, pues, que al fijarnos en el modo nuestro de proceder,
habrá que distinguir cuidadosamente cuanto para San Ignacio cons-
tituye las notas carismáticas fundamentales —podríamos decir de iden-
tidad diferencial de la Compañía—, las actitudes básicas y comunes que
de ellas se derivan con lógica inevitabilidad, y otras prescripciones com-
plementarias mucho más susceptibles de evolución.
No deben tampoco pasarnos inadvertidos los dos planos entre los
que oscila el legado ignaciano: el Ignacio-fundador, y el Ignacio-gene-
ral que fue superior concreto de una época determinada, modelador
de la abigarrada comunidad de jesuítas de la Roma de los años 1550.
Concebirlo como un bloque ante el que sólo cabe el 'todo o nada', es
ignorar los principios más elementales del espíritu y la letra de la
legislación ignaciana.

3 El Concilio Vaticano II

La expresión modo nuestro de proceder, acuñada por San Ignacio,


responde a la vital necesidad de identidad que tiene toda naciente Orden
o Congregación religiosa. El Concilio Vaticano II, sin emplear esas
palabras, recoge el concepto:

— "Peculiar forma de vida" (Lumen Gentium, 45).


— "índole de la Religión propia de cada uno" (Christus Domi-
nus, 33).
— "Carácter particular" (Perfectae Caritatis, 2 b, c).

Estas expresiones, distintas de aquellas con las que el Concilio se


refiere a la 'función' o 'misión' de cada Instituto religioso, parecen
aludir al peculiar modo con que cada cuerpo religioso afirma su pre-
a
PARTE 1 . / n.° 4 51

sencia ante la Iglesia y el mundo. En el plano lógico se trata de una


noción posterior y subsiguiente a la de 'carisma', y más próxima a la
de imagen o estilo.

4 Los primeros compañeros

Los 'Primeros Compañeros', e Ignacio más que ninguno de ellos,


sintieron también esa necesidad de definirse. En su caso, puede afirmar-
se incluso que la forma de vida precede al propósito de perpetuar en
forma de nueva Orden religiosa los lazos que les mantenían unidos a
Ignacio, para quien eran "nueve amigos míos en el Señor" (1).
Nacen así dos expresiones: la más antigua y primigenia es 'modo
de vida' ('forma vivendi') que se cita ya en la fórmula de Profesión
de San Ignacio y en la de sus compañeros el 22 de abril de 1541 en la
basílica de San Pablo Extramuros (2). La segunda, que acabará por
prevalecer gracias al frecuente uso que de ella se hace en las Constitu-
ciones, es precisamente el modo nuestro de proceder. En 1539, apenas
aprobada oralmente por Paulo III la Fórmula del Instituto (faltaba
año y medio para la Profesión), Ignacio escribe lleno de gozo a su
sobrino Beltrán que el Papa "ha aprobado todo nuestro modo de pro-
ceder" (3). Y la misma exacta frase emplea Salmerón para dar la
grata noticia a Laínez (4), que a la sazón se encontraba fuera de Roma.
Y la usa también Javier desde Portugal refiriéndose a la pobreza (5).
Era una frase consagrada en el grupo (6).
A los comienzos, pues, 'forma de vida' y modo nuestro de proceder
son expresiones coexistentes, y equivalen a 'Instituto'. 'Forma de vida'
tiene un carácter más jurídico o formal, y aparece en las Fórmulas de
Paulo III y Julio III en la variante 'Institutum vitae', y en las fórmulas
de las primeras Profesiones (7). Es la esencia de la nueva Orden. Pos-

(1) Mon. Ign. Epp. X I I , p. 321. Carta a Juan de Verdolay. Venecia, 24 de


julio de 1537.
(2) Mon. Ing. Const. I, p. 32.
(3) Mon. Ign. Epp. I, p. 149. Obras completas de S. Ignacio de Loyola,
B.A.C., Madrid, 1977 , p. 671.
3

(4) "Contra tantas adversidades y contradicciones y varios juicios (el pon-


tífice, Vicario de Cristo Nuestro Señor) ha aprobado y confirmado todo nuestro
modo de proceder, viviendo con orden y concierto, y con facultad entera para
haber constituciones". Mon. Ign. Epp. I, p. 154.
(5) Mon. Ign. Font. Narr. I, p. 234.
(6) La víspera de salir de Roma para Lisboa y la India, 15 de marzo de
1540, deja firmada su declaración sobre las Constituciones que puedan hacerse:
"Yo, Francisco, digo assí: que concediendo Su Sanctidad nuestro modo de vivir,
que estoy a todo aquello que la Compañía ordenase acerca de todas nuestras
constituciones, reglas y modo de vivir" (Mon. Xav. I, p. 811). Y el 15 de enero
de 1544, al saber la aprobación oral de la Compañía, escribe desde Cochín a los
compañeros de Roma: "Entre muchas mercedes que Dios nuestro Señor en
esta vida me tiene hechas y hace todos los días, es esta una, que en mis días
vi lo que tanto deseé, que es la confirmación de nuestra regla y modo de vivir"
(ibíd., p. 294). Cfr. Mon. Ign. Epp. I, p. 142, carta de 19 dic. 1538.
(7) Cfr. nota 2.
52 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

teriormente la frase va dilatándose y admitiendo un más amplio con-


tenido, y modo nuestro de proceder acaba prevaleciendo en las Consti-
tuciones: incluye elementos pertenecientes no sólo a la identidad, sino a
las actitudes que de ella se derivan.

5. Las Constituciones

En las Constituciones, la expresión el modo nuestro de proceder,


o sus variantes nuestro modo de proceder, el modo de proceder de la
Compañía aparece no menos de 16 veces: nn. 92, 137, 142, 152, 216
(dos veces), 321, 398, 409, 547, 589, 624, 629, 680, 778 y 815. Se la
invoca a propósito de cosas muy dispares y de muy desigual impor-
tancia.
Afortunadamente el frecuente uso de endíadis (términos en aposi-
ción que se complementan o explican mutuamente), tan conforme al
gusto literario de la época, nos permite determinar en cada caso la
significación que tiene nuestro modo de proceder. Los pasajes más
significativos son los siguientes:

[ 92] "conforme a nuestra profesión y modo de proceder".


[152] "mirando el fin de nuestro Instituto y modo de proceder".
[216] "el trabajo que en nuestro modo de proceder se requiera".
[216] "vivir en obediencia y hacerse al modo de proceder de la
Compañía".
[321] ...condiciones incompatibles "con la orden y modo de pro-
ceder".
[398] "la sinceridad de nuestro modo de proceder, que es dar
gratis".
[547] "cumplimiento de todas nuestras Constituciones y modo
nuestro de proceder".
[589] ...incompatibles "con la libertad de nuestro modo de pro-
ceder".
[680] "cosas muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compa-
ñía o el modo de proceder della".

Se ve que, dejados aparte los contextos (137, 409, 629, 778 y 815)
en que la frase tiene un valor intrascendente, modo de proceder de la
Compañía apunta al conjunto de originalidades, notas específicas y di-
ferenciales de la Compañía respecto a las contemporáneas Ordenes reli-
giosas. Algo que hay que defender como esencial o derivado de la
esencia del propio carisma, y que podía sorprender a quien desde fuera
contemplaba el nuevo tipo de religioso en abierto contraste con los ha-
bituales de la época. El mismo sentido tienen los pasajes antes citados
de la carta de Salmerón a Laínez, y de San Ignacio a su sobrino Bel-
trán: "ha sido aprobado y confirmado por el Vicario de Cristo Nues-
tro Señor todo nuestro modo de proceder".
PARTE 1 • / n.° 4 53

El modo de proceder nos exige estar siempre preparados para "dis-


currir por unas partes y otras del mundo" [ 9 2 ] ; impide que en la
Compañía puedan admitirse personas difíciles o inútiles [152], o en-
fermas [216], o incapaces de someterse a la obediencia [216]. El modo
nuestro de proceder confiere al jesuita una gran libertad apostóli-
ca [589], pero exige en cambio, para atestiguar la pureza de nuestra
intención, que se renuncie a toda compensación económica por nuestros
trabajos [398], hasta el punto de que deben desestimarse las ofertas
de fundaciones que atenten a ese punto esencial de nuestro modo de
proceder [321].
Finalmente, el modo de proceder de la Compañía es tan importante
para Ignacio, que, exceptuando el caso de elegir el sucesor de un General
difunto, la Congregación General solamente puede reunirse cuando "se
trata de cosas perpetuas y de importancia... u otras muy difíciles to-
cantes a todo el cuerpo de la Compañía o el modo de proceder
della [680].
Otras veces, en cambio, modo de proceder son cosas menos tras-
cendentales, aunque se requieren en el perfecto jesuita: puede ser su
manera de dar los Ejercicios [409], cierta circunspección y discre-
ción [142], e incluso cierta veteranía y asimilación de la manera de
reaccionar y conducirse en los casos que puedan ocurrir [624].
Es obvio que en todas estas citas San Ignacio nos da su pensa-
miento más como Fundador que como General.

6 En la mente de Ignacio

Debemos buscar el porqué de esta frase modo nuestro de proceder


e intentar sistematizar algunos de sus elementos más importantes.
San Ignacio, partiendo del estilo de vida a imitación de los Apósto-
les que llevaba el grupo germinal de los primeros compañeros, concibió
la Compañía como algo muy distinto de las Ordenes Monásticas y Men-
dicantes de su época. Y, a ser distinto, habría de corresponder un pro-
ceder distinto. La Compañía nacía como una agrupación de clérigos,
unidos por los votos propios de los estados de perfección, en un nuevo
Instituto religioso aprobado por la Iglesia y singularmente vinculado
con el Romano Pontífice: "...est Societas nihil aliud quam clericatus
religiosus" (8).
No es una sutileza, y ello se verá en las consecuencias que tiene
para el modo de proceder: la vida, el tipo de habitación, de vestido, de
domicilio, etc., será a imitación no de los religiosos, sino de los clérigos
honestos, como sanciona la Fórmula del Instituto (núm. 8).

7. Pero este nuevo Instituto de Clérigos Regulares viene también


especificado por un fin que le es propio, y ese fin determinará nuevos
elementos del modo de proceder. La programática frase al comienzo del

(8) Font. Narr. II, p. 236. NADAL, V, p. 608, y cfr., pp. 648 y 661.
54 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Examen [ 3 ] : "El fin desta Compañía es no solo attender a la salvación


y perfección de las animas propias con la gracia divina, más con la
mesma intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección
de las de los próximos", puede provocar el espejismo de suponer un
doble fin a la Compañía. Ño es así. San Ignacio habla siempre del fin
en singular. La primera parte de la frase citada ("no solo... ánimas
propias"), es la evocación de un deber común a todo cristiano que en
las órdenes monásticas, eremíticas o contemplativas alcanza su máximo
ejercicio y aquí se menciona para darlo por supuesto. El fin de la
Compañía —San Ignacio habla siempre 'del fin' en singular, "el fin
que se pretende" [508]— viene en la segunda parte de la frase: la
ayuda a la salvación y perfección del prójimo, y, más concretamente,
especificada por ese "intensamente" que es un destello del "magis"
ignaciano, de "la mayor gloria de Dios" [156, 307, 603].
"Quis finis?", se pregunta Nadal. Y responde: Maximus omnium:
salus et perfectio animarum ad maiorem gloriam Dei" (9). "Est ille
quidem finis Societatis unicus: ad maiorem Dei gloriam in rebus ómni-
bus eniti" (10).

8. A esta especificidad de la Compañía, en cuanto contradistinta


de los demás Institutos religiosos, se refiere Nadal cuando expone su
'triple gracia': la primera es la 'gratia baptismatis' concedida por Dios
a todos los fieles; la segunda es la 'gratia religionis' con que todos los
religiosos cuentan para poder conseguir los fines de su Religión; la
tercera es la 'gratia Societatis', es decir, la gracia particular para que
la Compañía pueda conseguir su fin específico (11).

9. Este fin de la Compañía determina sustanciales aspectos de


nuestro modo de proceder: abre perspectivas universales de apostolado,
privilegia las misiones difíciles y, como consecuencia, exige ilimitada
disponibilidad y movilidad. Lleva consigo la renuncia a ministerios que
exigen una estabilidad incompatible con esa movilidad apostólica, la
renuncia a las dignidades eclesiásticas, el abandono de cuantas limita-
ciones a la acción evangelizadora pudieran provenir de usos religiosos
o comunitarios propios de las religiones mendicantes o monásticas. Ig-
nacio hace saltar dos elementos que se tenían por indisolublemente uni-
dos al estado religioso: el coro y el hábito.
"No se ata la Compañía a acudir a una parte o a otra, y veis la
libertad que quiere tener en el ejercicio de sus ministerios. Por esta
causa no tiene la Compañía choro ni hábito particular o diferente, sino
el de clérigos honestos, ni se obliga a missas ni a otras cosas que impi-
den la libertad de su fin, para estar más desembarazados y más libres

(9) N A D A L , V , p. 12, núm. 33.


(10) Ibíd., p. 199, núm. 184. Cfr. también, p. 304, núm. 69, p. 330, núm. 86,
P- 490, núm. 3, p. 662, núm. 42, p. 785, núm. 13.
(11) Font. Narr. II, pp. 3-5; Font. Narr. III, p. 515, núm. 147.
PARTE 1. / n.° 4
a
55

para acudir con nuestros ministerios donde umversalmente hubiéremos


más necesidad dellos" (12).
¿Podemos imaginar hoy lo que suponía renunciar al hábito reli-
gioso, signo de prestigio y fuente de respeto, y adoptar el traje habitual
de un clero no muy acreditado en aquellos tiempos de la Reforma y
Contrarreforma? Araoz nos lo aclara: "¿En qué nos vimos en esto del
hábito? Yo moría por verme descalzo, vestido de sayal, por parecer
santo luego. Y es cosa grande que habiendo el Padre andado con saco,
descalzo, etc., diese en tomar este hábito, que no había hábito más des-
acreditado e irreligioso que el sacerdotal entonces, y que no les santi-
ficase a los de la Compañía el hábito, sino ellos al hábito" (13).

10. Otra de las mayores singularidades de nuestro modo de pro-


ceder se refiere a la pobreza: negarse a recibir estipendio por Misas y
demás ministerios espirituales en una época en que era frecuente la acu-
mulación de beneficios, en que no escaseaba el clero interesado y en
que las tasas por servicios, dispensas, concesiones de indulgencias, etc.
eran prácticas habituales.

11. El gobierno de la Compañía presentaba también no pocas in-


novaciones. Su clara estructura monárquica, la ausencia de todo ca-
pitularismo, el régimen vitalicio del General, la insólita duración del
tiempo de probación, la diferencia de grados en la Compañía, eran otras
tantas sorpresas de nuestro modo de proceder.

12. También la ascética de la nueva Orden traía un aire nuevo:


los Ejercicios y sus grandes temas proyectados sobre toda la vida del
jesuita, el discernimiento, la cuenta de conciencia, el régimen paternal,
la carencia de penitencias y asperezas impuestas por regla, etc. Un
punto clave en el talante espiritual de la nueva Orden es- su particular
modo de oración y, concretamente, el círculo de la oración a la acción, y
viceversa, de que hablaba Nadal: "Nuestra perfección anda en círculo:
y es con tener perfección de oración y ejercicios espirituales para ayu-
dar al prójimo, y luego con ello adquirir más perfección en la oración
para más ayudar al prójimo" (14). Es el "contemplativus in actione",
el "hallar a Dios en todas las cosas" (15), verdadera síntesis de la asee-
sis más genuinamente ignaciana, indudable modo de proceder de la
Compañía (16).
No debe dejar de mencionarse otra característica de la ascética ig-
naciana que se integra en el 'modo de ser de la Compañía': el ser 'mi-
licia bajo el estandarte de la cruz' (17). La combatividad, cierta agre-

dí) NADAL, V, pp. 442-443. núm. 224. Cfr., ibíd. 57-60.


(13) Font Narr. III, p. 790.
(14) NADAL, Pláticas de Coimbra, pp. 75-76, núm. 14.
(15) NADAL, Epp. IV, p. 651. Cfr. también MHSI. Reglas, p. 490.
(16) Mon. Ign. Epp. II, p. 510. B.A.C., p. 804, núm. 6.
(17) Form. Inst., núm. 1.
56 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sividad apostólica que, por una parte, la hace apta para 'misiones' difí-
ciles y, por otra, la convierte en blanco de persecuciones.

13. Por último, el cuarto voto, suprema expresión de un vínculo


especial con el Sumo Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra, a cuyo
servicio inmediato e incondicional se pone la Compañía desde su naci-
miento. No sólo son las Fórmulas del Instituto las que se abren con esta
profesión de especial obediencia al Papa, sino que, años antes de que
las Fórmulas se escribiesen, esa obediencia al Sumo Pontífice fue uno
de los elementos nucleares del grupo de primeros compañeros. Esa espe-
cial obediencia es uno de los pilares fundamentales (18) de nuestro modo
de proceder.

14. Ninguna prueba más palmaria de la originalidad de estos ele-


mentos, que apenas he hecho más que enumerar, que la campaña de
incomprensión e incluso escándalo con que en no pocos ambientes fue-
ron recibidos y las muchas y largas dificultades que, a muy diversos
niveles, incluso los más altos, hubo que superar para mantener la intui-
ción ignaciana y preservar en su integridad nuestro modo de proceder.
La bibliografía de impugnaciones y apologías de la Compañía en el
siglo XVI y XVII, ocasionada fundamentalmente por estas 'novedades'
forma una más que mediana biblioteca.
Resumen de cuanto llevamos dicho acerca de los elementos institu-
cionales que constituyen el núcleo perenne de nuestro modo de proce-
der, es esta frase de insuperable claridad: "Pater noster Ignatius non
solebat dicere 'spiritus Societatis', sed 'modus Societatis proceden-
d i ' " (19).

15. Las 'instrucciones'

Ignacio escribe en las Constituciones [629]: "Adonde quiera que


inbie el Superior, dará instrucción cumplida, y ordinariamente en
scritto, del modo de proceder y medios que quiere se usen para el fin
que se pretiende". Se trata de avisos y normas mucho más concretas e
inmediatas dadas con ocasión de alguna misión especial. Es obvio que
ni pertenecen a la esencia de la Compañía, ni describen siquiera actitu-
des necesariamente derivadas de ella. Pero son aplicaciones concretas
a una situación dada en un estilo definido.

— Tres instrucciones dio a los PP. Broet y Salmerón para la mi-


sión a Irlanda, y de ellas forma parte ese estupendo tratado de
prudencia y psicología que el mismo Ignacio intituló "Del modo
de negociar y conversar en el Señor" (20). Corría el mes de
setiembre de 1541.

(18) Mon. Const. I, p. 162.


(19) Mon. Paed. II, p. 131.
(20) Mon. Ign. Epp. I, p. 179. B.A.C., p. 677.
B
PARTE 1.» / n. 4 57

— La "Instrucción para la jornada de Trento" (21), en 1546, a


Laínez, Salmerón y Fabro, añade a las normas sobre conversa-
ción con los demás y trato mutuo, preciosas indicaciones sobre
el testimonio que han de dar y la manera de juntar su actividad
oficial con los ministerios más humildes.

— "Cosas que parecen poder ayudar a los que van a Alemania",


es el título de la instrucción que en 1549 entregó a Salmerón
y Canisio (22). Junto a un lúcido análisis de los fines de esa
'misión' y los medios para realizarla con éxito, Ignacio les
brinda una serie de sabios consejos espirituales y normas de
comportamiento.

— La instrucción al P. Juan Nuñes, Patriarca de Etiopía (23), que


ha sido calificada como "documento fundamental por el delica-
do conocimiento de la psicología oriental" es no solamente una
joya de la misionología, sino un verdadero paradigma del modo
de proceder que San Ignacio deseaba en unas circunstancias
concretas.

16. Es imposible, sin rebasar los límites a que aquí tengo que
circunscribirme, el hacer ni siquiera una síntesis del enorme caudal de
consejos y sugerencias —obligadamente muy concretas, abundantes y
heterogéneas— que San Ignacio da en estas y otras instrucciones. Pero
no olvidemos que ellas son la traducción, en términos de vida real, del
nivel profundo de nuestro modo de proceder institucional. Ese modo de
proceder va configurando, no lo olvidemos, la imagen del jesuíta que
comienza a actuar en el escenario religioso de su tiempo. Pero, si valen
como muestra, aquí van algunas citas:

— "Hablar poco y tarde, oír largo y con gusto... La despedida


presta y graciosa".

— "Para conversar... mirar primero de qué condición sea y ha-


ceros della".

— "Hacer cuenta de que todo lo que se habla puede o verná en


público".

—• "Ser liberales de tiempo, es a saber: prometiendo para mañana,


hoy, si fuere posible, sea hecho".

— Lleven vida "ejemplar, de modo que no solamente lo malo,


sino aun la especie de mal se evite". "Manifiéstense, cuanto lo
sufre el instituto religioso de la Compañía, conformes con las
costumbres de aquellos pueblos".

(21) Mon. Ign. Epp. I, p. 386. B.A.C., p. 705.


(22) Mon. Ign. Epp. XII, p. 239. B.A.C., p. 779.
(23) Mon. Ign. Epp. VJ.II, p. 680. B.A.C., p. 956.
58 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

— "Donde haya facciones y partidos diversos, no se opongan a


ninguno, sino que muestren estar como en medio y que aman a
unos y otros".

— Para tener "autoridad, ayuda muchísimo no solamente la inte­


rior gravedad de las costumbres, sino también la exterior en
el andar, en los gestos, en el vestido decoroso y, sobre todo, la
circunspección de las palabras y madurez de los consejos, tanto
en lo que se refiere a las cosas prácticas como en lo que toca a
la doctrina. A esta madurez pertenece no dar su parecer con
precipitación, si la cosa no es fácil, sino tomarse tiempo para
pensarla o estudiarla o conferirla con otros".

— "De tal modo defiendan la Sede Apostólica y su autoridad, que


atraigan a todos a su verdadera obediencia; y por defensas
imprudentes no sean tenidos por papistas, y por eso menos
creídos".

— "En el decir de los oficios divinos, como de la misa y vísperas,


tengan también grande advertencia a hacerlo en manera que el
pueblo se edifique, y despacio y distinto".., "Los ornamentos
de sacerdote, diácono y subdiácono y del altar, los cálices, aras
e instrumentos de hacer hostias parece que deben ser esco­
gidos".

— "Miren si será bien que coman apartados...".

17. Rasgo muy ignaciano es la flexibilidad en la aplicación de


estas normas de comportamiento, la confianza que se pone en quienes
están sobre el terreno. Las Constituciones, por lo que toca a las cosas
exteriores, contendrán pocas prescripciones. "Que se acomode a la tie­
rra" (24). Es que para Ignacio la vida del jesuita es muy distinta de la
del monje. Su vida no tiene solamente una dimensión interior, o hacia
su comunidad, sino también una dimensión exterior, hacia el mundo que
le rodea. Su vida común le exigirá vivir con y como aquellos a quienes
se dirige su trabajo apostólico. La vida común, así, se convierte en algo
muy exigente, más de lo que pedía un concepto tradicional o estático.
Exige una constante adaptación. La vida común del monje quedaba de­
terminada de una vez para siempre. La del apóstol, no: pide un reajuste
continuo.

18. Las 'Reglas'

San Ignacio quiso dejar bien diferenciados dos estratos de su le­


gislación. Las Constituciones por una parte. Y, por otra, a nivel in­
ferior, un complemento prevalentemente dirigido a "las cosas exterio-

(24) Mon. Ign. Epp. III, p. 41, núm. 12.


PARTE 1.» / n.° 4 59

res" que no debían entrar en una codificación de valor tan universal y


estable como son las Constituciones. Se trata de las 'Reglas', pequeños
conjuntos orgánicos que regulan el modo de proceder en una materia
concreta o el funcionamiento de una Casa determinada. Las Constitucio-
nes prevén este tipo de ordenanzas: "son necesarias otras Ordenanzas
que se pueden acomodar a los tiempos, lugares y personas en diversas
Casas y Colegios y Officios de la Compañía" [136]. Profunda sabi-
duría de nuestro Fundador y Legislador que supo distinguir lo grande
de lo pequeño, lo permanente de lo transitorio, lo universal de lo local,
lo sustancial de lo accidental.
Polanco nos dice que Ignacio trabajaba ya en 1548 en la redacción
de algunas Reglas, valiéndose para ello de la oración, la reflexión y la
experiencia. Nada menos que 24 fueron compuestas personalmente por
él o fueron promulgadas por su autoridad, comenzando por las dirigi-
das al Colegio de Padua en 1546. Simón Rodríguez, a falta de las Cons-
tituciones, le había precedido un año antes con una serie de reglas para
el Colegio de Coimbra (25).
Estas 'Ordenanzas' de Ignacio marcan un modo de proceder mu-
cho más minucioso y exterior que las del Fundador. Sus prescripciones,
compatibles con los altos vuelos de las originalidades e intuiciones ins-
titucionales, son, por hipótesis, más contingentes.
Pero, precisamente, porque son más concretas y modelan los as-
pectos externos de la vida, son más perceptibles. Consiguientemente, hay
el peligro de que el espectador se quede detenido en ellas, asumiendo
para la descripción del jesuíta rasgos secundarios, de situación o de
época, con olvido de los elementos que definen el modo de proceder
verdaderamente importante; y que al cambiar la imagen externa, en
virtud misma de la flexibilidad genuinamente ignaciana, deduzca abu-
sivamente que el modo de proceder —no digamos ya el 'modo de ser'—
de la Compañía, ha sufrido una desnaturalización.
Este peligro es tanto mayor cuanto que los inmediatos sucesores de
San Ignacio en el Generalato, contribuyeron a consolidar, por motiva-
ciones muy explicables, esta legislación subsidiaria. Laínez introdujo
pocas reformas y adiciones; Borja edita todo el conjunto de Reglas en
1567, y queda sustancialmente fijado en un corpus que tras la edición
del P. Mercuriano en 1580 es prácticamente definitivo. Con pocas co-
rrecciones y adiciones de Acquaviva, son aprobadas por la Congrega-
ción General VII en 1616 y se mantienen inmutables (aunque con mati-
zado grado de vigencia) durante más de tres siglos hasta la Congrega-
ción General XXVII (1923) y la edición de 1932 (26).

19. Son prescripciones de muy desigual valor. Pero en todas ellas


hay sabios principios de orden natural y sobrenatural. Sería injusto
desencadenar sobre ellas la ironía y suficiencia de quien las contempla
desde el último cuarto del siglo X X . Muchos de los principios que las

(25) MHSI. Regulae. Praefatio, p. 3 + .


(26) Ibíd.
60 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

inspiran tienen eterna vigencia. Sólo su expresión, acomodada a veces


a la corriente espiritual y el gusto cultural de su época —contrarreforma
y barroco— las hace menos acomodadas a la nuestra. Pero fueron sig-
nos visibles del modo de proceder, y contribuyeron a estampar la ima-
gen de la Compañía y del jeusita que merecieron la estima de no pocas
generaciones y sirvieron de punto de referencia a no escasas Congre-
gaciones religiosas nacidas en los siglos subsiguientes.
Un solo ejemplo: las "Reglas de la Modestia", compuestas por
San Ignacio con tan deliberado empeño que a ello dedicó largos ratos
de oración con efusión de lágrimas, pueden tener más de un detalle me-
nos aplicable a todos los tiempos. Pero es innegable el valor de su intui-
ción: dar gran importancia al porte externo como reflejo de valores
interiores. La) imagen propia es, después de todo, un inmediato medio de
comunicación.
Nuestro modo de proceder, fue un valor que Ignacio se esforzó con
todo empeño en defender desde el principio. A toda costa lo defendió
de cualquier desviación que lo aproximase a lo monacal o conventual,
o de cuanto, por el extremo contrario, desvirtuase la sacerdotalidad o la
intensidad apostólica de la Compañía. Buena parte de las tensiones que
Ignacio hubo de mantener y superar con alguno de sus primeros com-
pañeros se deben, precisamente, a esta preocupación.
Todos sabemos también cómo en la época ole la Enciclopedia y La
Ilustración, de tanta carga antieclesial, la imagen de la Compañía y
del Jesuita fue desfigurada por la literatura sectaria, y estereotipada en
los libelos, folletones o definiciones de los diccionarios. Pero admitamos
que concretos episodios de la historia de la Compañía —inevitables a
la larga en cualquier institución al correr de los siglos— y, ¿por qué
no decirlo?, cierta falta de renovación a tiempo por parte de la Com-
pañía, pudieron dar pretexto, aunque improporcionado, a tal defor-
mación.

20. Más allá de los montes y el mar: Nadal

La Compañía se extendió vertiginosamente cuando aún no había


Constituciones escritas (27). Pero había ya un modo nuestro de pro-
ceder, que no era otra cosa que la 'forma de vida' del grupo de los
primeros compañeros. Era imprescindible asegurar dos cosas: trans-
mitir a los nuevos llegados el auténtico modo de proceder de la Com-
pañía, y mantener, a través de él, la unidad de espíritu e incluso cierta
"uniformidad... en cuanto sea posible... quanto lo compadescen las
qualidades diffexentes de las personas y lugares, etc." [671].
Jerónimo Nadal, el mallorquín en cuya conquista Ignacio había
debido mostrar toda su capacidad de perseverancia, fue, antes y después

( 2 7 ) Sobre el número de jesuítas en vida de San Ignacio, Cfr. ANDRÉ R A -


1 I n a c
^^f™ * e íonde la Compagnie de Jésus". Desclée de Brouwer. Bellar-
Bruselas, 1974, . 288.
p
a
PARTE 1 . / n.° 4 61

de la muerte del Fundador, el heraldo del pensamiento ignaciano. Con-


tribuyó como nadie, sobre todo en Italia y en la Península Ibérica, a
implantar el modo nuestro de proceder. Esta era la expresión que Nadal,
al igual que los primitivos compañeros, empleaba para compendiar, has-
ta más no poder, cuanto él sentía ser específico y diferencial de la Com-
pañía. "Excitó Dios al P. Maestro Ignacio comunicándole una gracia (y
mediante él a nosotros), la cual seguimos, y nos regimos según ella:
y este es nuestro peculiar modo de proceder en que diferimos de los
otros religiosos" (28) Más explícito aún en otra parte: "las Ordenes
religiosas difieren en el modo de proceder" (29). La 'gratia Societatis',
para Nadal, es el auxilio que cada jesuita, y la Compañía en su con-
junto, reciben para ser fieles al propio fin.

21. Cuando, muerto ya San Ignacio, Nadal visitaba las casas y


colegios de la Compañía explicando las Constituciones, llevaba siempre
consigo un cuadernillo en que había anotado ideas y sugerencias para
sus pláticas. Tal cuadernillo tiene este título: "Del modo de proceder
en la Compañía" (30). Del medio centenar de que consta, entresaco
algunas:
— Su vocación es como una claridad que irradia de Cristo: ella
los llena y los mueve. Nace de ahí un impulso y decidido em-
peño de combatir por la salvación y perfección de las almas,
bajo la obediencia de la Iglesia jerárquica romana.
— El modo de vivir, en lo exterior, es común, pero pobre. Y en
lo interior, se esfuerza, con la gracia divina, en tener mucha
perfección.
— Sigue la perfección de todas las virtudes... y muy intensamente
la obediencia y la abnegación y la oración... en todas las ope-
raciones.
— El modo de proceder de la Compañía es con suavidad y fir-
meza.
— Examina con mucha diligencia la vocación de cada uno... y la
ayuda y confirma con largas probaciones.
— Tiene grande libertad para poner a cada uno en su grado.
— Tiene prontitud en todos sus ministerios, aun a costa de la
vida.
— Tiene facilidad de hallar oración y a Dios en todas las cosas.
— Las virtudes han de ordenarse a la acción.

(28) NADAL, Pláticas de Coimbra, p. 55, núm. 24.


(29) Ibíd.
(30) NADAL, V, p. 723 y IV, p. 614. Edición trilingüe en C.I.S. "Subsidia",
lúm. 8, Roma, Curia Generalicia. 1974.
62 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

—• Sigue muy especialmente la obediencia de entendimiento.


— Tiene deseo de padecer por Cristo.
—• La conversación es clara, alegre, devota, fácil, familiar y común.
— El jesuíta nunca ha de estar ocioso, ni tiene coloquios si no es
para hacer fruto.
— Tiene libertad en el Señor para conversar y tratar con todos,
pero no tiene familiaridad con mujeres, aunque sean devotas,
ni cura de monjas.
— Los Superiores no están obligados a seguir el consejo de sus
consultores.

22. Cristo, modelo

La selección ignaciana de los elementos institucionales de nuestro


modo de proceder es de inspiración claramente cristológica. La radica-
lidad incondicional en el seguimiento de Cristo determina los paráme-
tros apostólicos de la Compañía. Y la contemplación de su persona,
inspira el deseo de imitar su vida. El modelo es siempre Cristo, y pre-
cisamente Cristo como es intuido en los Ejercicios. No en vano la
Compañía es, en definitiva, una versión institucional de los Ejercicios.
Son momentos fuertes de esta inspiración:
1
— Principio y Fundamento: de él brota espontáneamente la indi-
ferencia y la disponibilidad.
— Coloquio de la meditación de los pecados: la pregunta "¿qué
debo hacer por Cristo?", no tiene para Ignacio y sus seguidores
otra respuesta que una entrega total.
— Reino de Cristo y Dos Banderas. El seguimiento de Cristo se
hace vida y empresa, con la radicalidad del "magis".
— Contemplación para alcanzar amor. Cristo interpela desde toda
la creación, desde todos los hombres. Desde ellos ama y en
ellos desea ser amado y servido.
— Discernimiento y discreción de espíritu. Es una técnica que San
Ignacio ya no abandonará nunca. En la conformación de la
Compañía juega un papel fundamental.
— Reglas para sentir con la Iglesia. Es significativa la preocupa-
ción de Ignacio por insertar al ejercitante en la Iglesia en una
consciente actitud de fidelidad y servicio. La Compañía, que
nace para servir a Cristo y a su esposa la Iglesia bajo el Roma-
no Pontífice, y unida a él con especiales vínculos, es la supre-
ma expresión de esa fidelidad y entrega (31).
1
. 'i.'iM . •
(3» Fórm. Inst., núms. 1 y 3.
PARTE 1.» / n.° 4 63

Pero los Ejercicios no nos dan solamente la pista de esos grandes


rasgos institucionales del modo de proceder de la Compañía. La per-
sona de Cristo es la verdadera vida, a la cual se llega imitándolo. Igna-
cio habla de Cristo "dechado y regla nuestra" (Ej. 344). Cristo "nos
da ejemplo que en todas cosas a nosotros posibles le queramos imitar,
como sea la vía que lleva los hombres a la vida" [101]. Todo eso no
es más que la versión de aquella petición de los Ejercicios: "Demandar
conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero
capitán, y gracia para le imitar" (139).
En los Ejercicios, la persona de Cristo es contemplada en acción en
los misterios de su vida mortal, y los sentidos se aplican a verle "con
la vista imaginativa, meditando y contemplando en particular sus cir-
cunstancias... a oír con el oído lo que habla, etc." (Ej. 121ss). El ejer-
citante debe ver a "Christo Nuestro Señor comer con sus apóstoles, y
cómo bebe, cómo mira y cómo habla" (Ej. 214). Ante Jesucristo de-
bemos portarnos como "esclavito indigno, mirándolos, contemplándo-
los y sirviéndolos en sus necesidades..." (Ej. 114). "Mirar, advertir y
contemplar lo que hablan..., mirar y considerar lo que hacen, así como
en el caminar y trabajar..." (Ej. 115-116).

23. Esta referencia personal a Cristo será una constante en Igna-


cio, y en concreto durante el período de redacción de las Constitucio-
nes: "Con nuevo representárseme Jesús con mucha devoción y moción a
lágrimas" (Diario, 74); "Voltándome a Jesús: Señor, dónde voy o
dónde [me queréis llevar], etc. siguiéndoos, mi Señor, yo no me podré
perder" (Diario 113); "Terminando a Jesús, como hallándome a su som-
bra, como siendo guía..." (Diario, 101); "Veniendo en pensamiento
Jesús, un moverme a seguirle, pareciéndome internamente, seyendo él
la cabeza o caudillo de la Compañía, ser mayor argumento..." (Dia-
rio, 66).
Ignacio siente por Cristo un atractivo total y busca en él la razón
de ser y el modelo de su obra. Con férrea lógica cumple en sí mismo el
triple paso que señala en los Ejercicios: conocerle, para amarle y se-
guirle. Ignacio, en lo grande y en lo pequeño, ha sido siempre constante
en aquel amor que, en los albores de su conversión, le hizo desear co-
nocer —al precio de peligros y penalidades hoy difícilmente aprecia-
bles— cuanto en la tierra queda de más cercano y evocador de la per-
sona de Cristo: los Santos Lugares. Su personal modo de proceder, y el
modo de proceder que en lo grande y en lo pequeño quiso para su Com-
pañía, no son más que esto: la perfecta imitación de Cristo, 'perfectus
Deus', pero también 'perfectus homo'.

24. Entre dos épocas

El paso de los siglos no afectó en nada al modo de proceder de la


Compañía en sus elementos esenciales, y muy poco a la imagen exterior.
A esa fidelidad debe en buena parte la Compañía su probado vigor
apostólico.
64 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Al ser restaurada en 1814, la Compañía puso gran empeño en re-


cuperar en toda su pureza no sólo los rasgos constitucionales de nues-
tro modo de proceder, sino también el mayor número posible de rasgos
externos restaurando la imagen tradicional del jesuíta. Lo primero es-
taba forzado por la misma conciencia de identidad que había que ase-
gurar tras el paréntesis de la supresión. También los jesuítas de la
Compañía restaurada estaban de acuerdo con Clemente XIII en el "sint
ut sunt, aut non sint". Para ellos —y se explica fácilmente en las cir-
cunstancias socio-religiosas de la época— era muy difícil, por no decir
innecesario e incluso vitando, el separar en el modo nuestro de proce-
der los niveles de que anteriormente he tratado. Cualquier innovación
o adaptación en las "cosas exteriores" estaba mentalmente asociada a
una posibilidad de quiebra en las fundamentales.

25. Pero todos sabemos que el siglo X X ha presenciado una de


las revoluciones culturales más amplias y profundas de la humanidad.
Se trata de un mundo y un hombre nuevo. La Compañía vive a su li-
mitada escala, el problema universal de la Iglesia: abrirse a la nueva
realidad. El Concilio Vaticano II y su reflejo jesuítico —las Congrega-
ciones Generales 31 y 32— son los momentos fuertes de ese esfuerzo
por ponerse al día.
La Compañía se ha esforzado porque la corrección de ruta la acer-
que a las fuentes, poniendo en nueva luz los perennes valores del ca-
risma y modo de proceder ignaciano. Otros elementos menos esenciales
pueden y aun deben cambiar en virtud misma del "magis ignaciano" y
de la regla del "tanto cuanto" de los Ejercicios.
Englobados en el universal movimiento de renovación eclesial, tam-
bién los jesuítas han cambiado algunos signos externos de su imagen.
El observador apresurado que detenga su atención al nivel de las apa-
riencias, podrá deducir abusivamente que han cambiado algunos com-
ponentes importantes, si no fundamentales, del modo de proceder de la
Compañía. Podría decir lo mismo de la Iglesia, y en ambos casos sería
una afirmación inexacta. Aunque es justo reconocer que la imagen que
él percibe difiere en algunos aspectos fenomenológicos de aquella a la
que él estaba acostumbrado.

26. El signo más visible, la sotana, es hoy de uso opcional, y no


la encontrará generalmente entre las nuevas generaciones, sin que por
ello haya variado la norma de seguir los usos de los clérigos honestos.
Será más difícil también que el observador encuentre al jesuíta inde-
fectiblemente acompañado por otro en sus visitas y desplazamientos, tal
como pedía la 'regla del compañero'. E incluso, si busca algunas de
nuestras residencias o centros apostólicos de reciente construcción, le
costará diferenciarlos de las construcciones vecinas. Ya no se hacen
espléndidas fachadas de estilo gótico tardío o iglesias de altas bóvedas
que destacan por su mole en el conjunto urbano. Y la disposición del
templo también distinta, tal como lo piden las vigentes normas litúrgicas.
PARTE 1.» / n.° 4 65

También la casa ha cambiado en su distribución y uso. Posible­


mente ha perdido algo del carácter de santuario inaccesible, y puede
ser un tanto ruidosa, con grupos de trabajo y reuniones de equipos
apostólicos. El mismo comedor, antes lugar de carácter casi 'sacro', es
hoy sitio de encuentro y convivencia, abierto cada vez más a la hospita­
lidad de no jesuitas. Se ha redimensionado la clausura y hoy nuestros
Padres y Hermanos cuentan con la ayuda de colaboradores en los servi­
cios domésticos, y oficinas.

27. Ha cambiado también, en cierta medida, el tipo de actividad


pastoral y del 'ministerium verbi'. La predicación tradicionalmente cen­
trada en Ejercicios a grandes masas, novenas, meses devocionales, mi­
siones populares, etc., es hoy más homilética, más dirigida a grupos de
reflexión, más inserta en una actividad de vida. Los Ejercicios de las
grandes 'tandas' —palabra que no aparece en el texto ignaciano— se
alternan con ejercicios individuales o a grupos más reducidos, incluso
en formas antes insólitas, en la vida corriente, etc. El ministerio parro­
quial ya no es tan excepcional, y la inserción en la pastoral de con­
junto se impone por doquier. Nuestras iglesias, así, difieren ya muy
poco, en algunas partes, de las parroquias diocesanas, habiendo desapa­
recido el tipo de pastoral que antes las situaba un poco a parte.

28. El mismo talante del jesuita es distinto en las nuevas genera­


ciones. Antes se lo tenía por más personal, reservado, menos inclinado
a la vida de relación. La intercomunicación comunitaria era más bien
escasa, incluso en lo espiritual y litúrgico. La deliberación, la participa­
ción, la 'puesta en común' eran conceptos en alguna manera sospecho­
sos. La distribución del tiempo estaba rígidamente programada y fiel­
mente proclamada con toques de campana. Las posibilidades de opción
en los ratos de esparcimiento, y el acceso a los medios de, información,
tenían reconocidos límites. Hoy se educa al jesuita para el uso respon­
sable de una mayor libertad, para la participación, la comunicación de
fe, de vida, de experiencia; se le proporciona un contacto más tem­
prano, directo e inmediato con el mundo que un día evangelizará.
El estudio y el trabajo se caracterizaban por su regularidad y se­
riedad. La atención espiritual era prestada por directores espirituales,
generalmente muy competentes, y la vida 'regular' se veía apoyada por
actividades fijas y controles exteriores. Las penitencias externas y lectu­
ras en el refectorio (ambas cosas establecidas en tiempos de San Igna­
cio) eran signo de un ambiente de constante elevación espiritual.

29. No hay por qué detenerse aquí en los puntos menos luminosos
que habrían de completar ese cuadro ideal, ni dedicarse a desmontar lo
que en él pudiera parecer triunfalismo a algunos. Se podría objetar que
ese tipo de formación era propicia a cierto individualismo, o que la
reglamentada expresión de la vida espiritual podía degenerar en forma-
lisrno, o que la disciplina era de marcada tendencia proteccionista y
podían producirse inhibiciones y represiones psicológicas. Y habrá quien
66 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

diga que la Compañía, tan compacta y uniforme, podía dar la impresión


de aislamiento, suficiencia y superioridad. Otros reprocharán que la pas-
toral, desarrollada a veces al margen de la coordinación diocesana y de
otros religiosos —el privilegio de 'exención' daba pie para ello— creaba
de hecho dos iglesias paralelas.
No hay inconveniente en admitir también otro tipo de reproches:
la objetividad, aquí o allí, de excesos de celo y personales desaciertos.
A veces se tratará de esos pequeños defectos que son el subproducto de
innegables virtudes, o la distinta valoración de quien ve las cosas desde
dentro o desde fuera: la reserva y discreción pueden tomarse por insin-
ceridad, intriga o secretismo; el cultivo de los más capaces o la atención
al pueblo fiel pueden interpretarse como elitismo o abandono de los
necesitados, sobre todo si se fijan los ojos en un área reducida; la
defensa de los hermanos puede aparecer como espíritu de cuerpo, etc.

30. Pero no sería justo negar, o ignorar, los inmensos valores de


ese cuadro. Porque bajo esas pinceladas exteriores que son la fenomeno-
logía* la parte más externa y menos importante de nuestro modo de
proceder, estuvieron siempre vivos y operantes no sólo sus elementos
fundamentales que componen el carisma, sino las opciones fundamen-
tales y las actitudes básicas que son su obligada consecuencia. Por
ejemplo: una sólida formación y seguridad de doctrina que produjeron
tantos hombres buenos consejeros y directores espirituales, excelentes
profesionales en casi todas las ramas del saber humano, una variada
gama de revistas de reconocida influencia, una obra evangelizadora
excepcional en la cristiandad y en países de descubierta, un induda-
ble crédito colectivo, y una generosa confianza de la Iglesia jerárquica.
El jesuíta era conocido por su porte externo, la finura del trato, por su
devoción en la celebración de la Misa, la uniformidad de doctrina, su
amor a la Compañía. Y en sus templos eran proverbiales la dignidad
del culto, la facilidad para recibir los sacramentos, la calidad de la
predicación y la pujanza de las diversas asociaciones y congregaciones.

31. Y, sin embargo, junto a esa positiva imagen del jesuíta y de


la Compañía, coexistió a lo largo de los siglos —sobre todo en países no
católicos— la imagen no menos extendida del jesuíta de leyenda. Exa-
gerando o inventando defectos, ocultando o deformando virtudes, atri-
buyendo inventadas intenciones, se creó la caricatura folletinesca del
jesuíta: taimado, soberbio, sinuoso en el trato, falaz, caza-herencias,
adulador de los poderosos y cortesano intrigante. Esa es la descripción
que algunos diccionarios sectarios, y otros populares después de ellos,
dan de la palabra 'jesuíta'. Para ellos, la Compañía, además de sus
enormes riquezas conocidas, domina desde las sombras ingentes capita-
les, ha derribado gobiernos y provocado guerras en provecho propio
o del Papado; los jesuítas han envenenado las fuentes, han tramado re-
gicidios, han recurrido al puñal y la pólvora, han torturado mental-
mente a los moribundos, quisieron fundar un imperio en América, in-
trigan en el Vaticano, y quieren dominar el mundo.
a
PARTE 1 . / n.° 4 67

32. La imagen del jesuita ha estado marcada siempre por la am-


bivalencia y no se trata aquí, repito, de juzgar el pasado, sino de en-
contrar la versión actual de nuestro modo de proceder en su globalidad,
como el Fundador lo haría, para —reteniendo los perennes elementos
que trascienden toda época— conseguir la imagen más adaptada a este
mundo nuestro del postconcilio. En otras palabras: rehacer la ignaciana
contemplación de Cristo desde el mundo contemporáneo, pues sólo Cris-
to es el modelo nunca marchito y la fuente de inspiración del Jesuita.
De El debe recoger todos los rasgos que compongan su ser y actuar
apostólico de hoy como de ayer, los rasgos de la seguridad y los de la
audacia, los de su espiritualidad en acción, y la presencia en el mundo.

33. El control del cambio

No todo cambio es una capitulación o una degeneración. Hay cam-


bios que son una necesidad y una mejora. Al igual que la Iglesia, la
Compañía está obligada a presentarse en términos actuales. No es fá-
cil: los cambios deben hacerse a veces con puntos de referencia move-
dizos y entre valores de distinto signo que hay que mantener en equi-
librio. En la búsqueda de nuevas formas pueden cometerse errores.
Pero alguna vez hubiera sido mayor error no haberlo intentado.
Las dificultades de esta época de cambio aumentan no sólo por
las fluctuaciones de una sociedad que nos da un tipo de candidato nue-
vo, con sensibilidad y receptividad nueva, sino porque la uniformidad
antes más asequible y que podía imponerse 'a priori' es hoy inviable
en un mundo caracterizado en buena parte por la entrada en escena de
nuevos países y nuevas culturas, y la acelerada descristianización de
los países tradicionalmente evangelizadores. Se impone el cambio de
formas, no sacrificar la capacidad de diálogo en aras de. la. uniformi-
dad y la fidelidad a aspectos formales que la sensibilidad contemporá-
nea ha relegado ya al baúl de los recuerdos.

34. Si esta evolución, por otra parte, tiene que hacerse convivien-
do en comunidades cuyos miembros reaccionan de un jnodo excesiva-
mente diferenciado ante este problema —del integrismo al secularis-
mo— las dificultades objetivas se complican con las tensiones interper-
sonales. Los puntos de divergencia son, entre otros, los siguientes:
— ¿Cuáles son, en nuestro modo de proceder los límites entre los
puntos esenciales y los contingentes?
— ¿Qué elementos deben ser imagen del jesuita a escala universal,
y cuáles pueden dejarse a la libre opción o a las exigencias de
la inculturación?
— ¿Dónde se fija a la secularización un límite no superable?
— ¿Cómo conciliar la vida de inserción y las exigencias-tipo de la
vida religiosa, personal y comunitaria?
68 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

—- ¿Hasta dónde es posible identificarse con los pobres y oprimi-


dos en su lucha por la justicia que indefectiblemente pasa por
una estructura política?
— ¿Qué valoración merecen las grandes obras apostólicas institu-
cionales?
— ¿Dónde deben ponerse los límites al pluralismo: en el tipo de
vida, en la opinión política, en la investigación, en la docencia,
en los libros y revistas, etc.?
— ¿Qué juicio merecen los casos concretos de profesionaliza-
ción?

Esta enumeración podría alargarse mucho más. Es una demostra-


ción de que el cambio de formas —en parte impuesto desde fuera, y
en parte promovido desde dentro— es un delicado proceso en el que
no está excluida la posibilidad de cometer desaciertos. Es un proceso
que hay que pilotar con atención, manteniéndolo bajo control, corri-
giendo desviaciones, alentando aciertos.

35. Algunos de los criterios reguladores del proceso de cambio


han de ser los siguientes:

—• Los elementos fundamentales del carisma y espiritualidad igna-


ciana deben quedar intactos y, en lo posible, puestos con ma-
yor relieve.
— Deben servir para hacer más operativo el "magis" ignaciano.
— Nada debe hacerse al margen o contra la sanción final de la
Compañía, o al costo de penosos traumas en la vida personal o
comunitaria.
— El discernimiento, la reflexión y la evaluación de las experien-
cias son pasos obligados de todo proceso.
— El cuadro local debe ser tenido en cuenta, sea para promover
lo que se juzgue favorecedor de una mejor presencia apostó-
lica, sea para evitar cuanto hiere la sensibilidad del medio.
— Debe quedar patente nuestro testimonio de hombres consagra-
dos, no sólo individualmente, sino como cuerpo y comunión de
religiosos inspirados por un mismo espíritu.
— La evolución no debe quedar bloqueada por pasividades indi-
viduales o colectivas.
— El 'sentir con la Iglesia' es criterio prioritario. Las directrices
de la Jerarquía —universal, nacional, local— deben ser segui-
das con ignaciana fidelidad.
PARTE 1.» / n.° 4 69

— En las comunidades pluriformes, que irradian su actividad a


niveles culturales o sociales muy diversos, las leyes de la convi-
vencia impondrán ciertos límites al pluralismo de las manifes-
taciones. El discernimiento conjunto ayudará a la decisión del
Superior común.

— No puede ser válida cualquier forma que impida o haga mo-


ralmente inviable el mantenimiento de la vida espiritual, el con-
tacto con una comunidad y un Superior y el sentido de perte-
nencia a la Compañía que, a lo largo y ancho del mundo, quiere
seguir siendo 'un corazón y un alma sola'.

36. Valores y contravalores de las tendencias modernas

Las jóvenes generaciones —y los jóvenes jesuitas que de ellas pro-


ceden no son excepción— son particularmente sensibles a ciertos valores
que, en mayor o menor medida, pueden afectar a nuestro modo de pro-
ceder.
Ante todo, su oposición a cuanto es — o les parece ser— conven-
cionalismo, etiqueta, pura forma. Exaltan la sencillez, la naturalidad, la
espontaneidad. Ello lleva consigo el acortamiento de distancias y dife-
rencias, aun las derivadas de la edad, la ciencia, la diversidad de fun-
ciones.
En cambio sienten con más viveza la trágica situación de la inmen-
sa mayoría de la humanidad y, por fraterna y evangélica solidaridad,
quieren asimilarse a esa mayoría pobre, insertarse en ella y hacer suyos
sus problemas. La raíz evangélica de esos sentimientos puede mezclarse
en la práctica, a veces, y en diversas proporciones, con otras motiva-
ciones.
Prefieren no aparecer como religiosos en su presentación externa,
creyendo que ello les da más libertad de acción. No creo que esto, salvo
casos excepcionales, sea conforme con la concepción ignaciana. No basta
vivir internamente una vida de consagrados. Se requiere que ello se tra-
duzca en las estructuras exteriores de la vida comunitaria y de la pre-
sencia y actuación individual que, ciertamente, podrán variar según
los tiempos y lugares. San Ignacio puso gran empeño, ciertamente, en
que no se introdujesen en la Compañía formas de sabor monástico. Pero
su empeño fue aún mayor en dejar bien en claro que alistarse en su
Compañía significaba hacer profesión de vida que nada tiene de secular.

37. Un valor de las nuevas generaciones es su impaciencia apos-


tólica. Hay que hacerla compatible con un período de formación, tan
prolongado cuanto sea necesario, en que el estudio serio, la reflexión
y el cultivo de otros valores han de ocupar todo el hombre. La inmer-
sión en el apostolado ha de hacerse también con cierta pedagogía y
desde el principio de la vida jesuítica. Pero sin caer en un inmediatis-
mo que, a la larga, quema a las personas e impide apostolados más
70 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

duraderos y de mayor amplitud y que, por ello mismo, requieren após-


toles mejor formados.
La desacralización de la cultura y la secularización —estableciendo
una neta separación entre el hecho religioso y el hecho secular— y un
marcado restriccionismo de lo cultural, encuentra también favor en
buena parte de las jóvenes generaciones. Puede tener aspectos positivos,
y se explica como reacción a circunstancias del pasado. Pero ello deja
de ser un valor cuando conduce a un secularismo que olvida los valores
trascendentes.
Otra marcada característica es la exaltación de los valores grupales
que no siempre coinciden con los valores comunitarios. Como he indi-
cado más arriba, los jóvenes están más abiertos a la participación, a
la 'puesta en común', y es una cualidad sumamente constructiva cuando
incluye la presencia del Superior y quedan bien claros los límites de la
dinámica de grupo y el papel de la obediencia. No puede tratarse de dos
líneas paralelas, sino convergentes.

38. Sería sencillamente injusto negar la sinceridad — ¡ y la vali-


dez!— de muchas de estas aspiraciones por el hecho de que hayan
dado lugar a excesos. Pero sería igualmente equivocado aceptar sin
ulterior discernimiento todo este paquete de valores. Más aún, debemos
esforzarnos todos, especialmente los Superiores, en aproximarnos a esos
valores en actitud constructiva, no para tolerarlos en la medida en que
no sean nocivos, sino, al contrario, para construir sobre ellos, purifi-
cándolos y potenciándolos en armonía con el carisma y modo de pro-
ceder ignaciano.
En esa labor constructiva debe quedar a salvo el principio de iden-
tidad jesuítica, sabiendo que muchas cosas buenas en sí mismas no son
para nosotros, que nosotros no podemos ni debemos hacerlo todo, y
que en la Iglesia de Dios son diversos los caminos de servir al Señor.
La inspiración del Evangelio trasciende las fórmulas simplistas de quie-
nes consideran superadas las nociones de 'identidad' y 'pertenencia' en
virtud de un igualitarismo no carente de cierta ingenuidad.
La secularización, concretamente en lo que afecta a formas exter-
nas de presencia y actuación, puede ser en determinadas circunstancias
y grados una exigencia objetiva. Pero no puede decirse lo mismo del
secularismo interior y vivencial en que puede degenerar. Sería causar
un grave perjuicio a la sana y necesaria evolución, el mostrarse incapa-
ces de guardar el sano equilibrio. La secularización exacerbada, junto
a la pérdida del sentido de identidad con la Compañía y de pertenencia
a ella, producen inevitablemente un vacío que no tardará en colmarse
con otros valores, sean de orden político, social, étnico, e incluso de
orden religioso tales como comunidad de base, movimiento carismá-
tico, ecuménico, etc. Con harta frecuencia otros lazos e intereses más
humanos harán también su aparición. La vocación a la Compañía, al
sacerdocio y aun a la misma fe, puede estar condicionada a la supera-
ción de las dificultades que entonces pueden presentarse.
PARTE 1.» / n.° 4 71

Quiero señalar otro aspecto menos positivo: la superficialidad, el


sensacionalismo. Vivimos en una civilización esencialmente sensorial,
hecha de imágenes, de fuertes percepciones, de tangibles objetos de
consumo. Se ha hecho más cuesta arriba el trabajo serio, constante, con
resistencia a la fatiga, frecuentemente oscuro, poco remunerador en
resultados inmediatos. Y sin embargo, esto es propio de quien sigue a
Cristo y de quien quiere marcar su vida con el sello del carisma de
Ignacio.
Mencionaré también cierta debilidad psicológica que se advierte a
veces en las nuevas generaciones. La adhesión al grupo puede obedecer
en ocasiones a una búsqueda de amparo ante la falta de sólidas con-
vicciones personales. La misma interpretación puede darse a la sumisión
a los dictados de la moda y movimientos transitorios de opinión. Bajo
una apariencia de alarde de libertad y cierto desafío, se entrevé una
personalidad insegura y poco madura. La "robusta espiritualidad igna-
ciana" no puede basarse en personalidades inestables.
Indico, por último, una contradicción que ocasionalmente puede
advertirse en las jóvenes generaciones, y es explicable por el contraste
existente entre sus buenos deseos y la madurez para llevarlos a cabo.
Es cierta agresividad verbal o radicalización en sus expresiones, al
tiempo que se exalta el valor del diálogo y la escucha. Sus planteamien-
tos desde un punto de vista a-histórico, o con un enfoque excesivamente
unilateral, demasiado simplista, ignoran a veces la complejidad de los
problemas y de las situaciones humanas en que se encuentran encar-
nados. Se sustituye así un dogmatismo con otro, un triunfalismo con
otro, un verticalismo excesivo por un horizontalismo no menos exa-
gerado.

39. La formación

Si me he detenido en estas reflexiones sobre la fenomenología de


las generaciones actuales —y soy consciente de que por la brevedad con
que he de hacerlo el aguafuerte resultante debería ser matizado— es
precisamente por la capital importancia que tiene para la Compañía el
saber cómo son y qué valores aportan los nuevos candidatos, cómo
contribuyen a formar la nueva imagen del jesuíta. Y, por otra parte,
para caer en la cuenta de qué tipo de formación hay que darles, qué
valores de nuestro modo de proceder hay que despertar en ellos para
hacerles participar en plenitud del auténtico carisma ignaciano. Tendre-
mos los jesuítas que formemos. Y debemos saber exactamente qué tipo
de jesuíta queremos y debemos formar. Esta es una responsabilidad
fundamental de toda la Compañía, pero sobre todo de los Superiores y
de aquellos que individualmente o en equipo han recibido como misión
la delegación de esta responsabilidad.
Pero sería injusto cargar a la cuenta de las nuevas generaciones la
creación de la nueva imagen del jesuíta o la actualización de nuestro
modo de proceder, mientras el resto de la Compañía permaneciese en el
72 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

inmovilismo. Eso —y en parte es lo que a veces sucede—, daría lugar


a la coexistencia de dos imágenes, de dos modos de proceder, con las
consiguientes tensiones y perjuicio para el apostolado.
Por eso, junto a la formación de quienes llegan, tiene que darse
la formación de quienes están. La formación permanente es un impe-
rativo. De ambos niveles de la formación he tratado abundantemente
en otras ocasiones, y no es aquí donde debo hacerlo de nuevo. Solamen-
te diré que el contenido primario de la formación son esos elementos
específicos del modo nuestro de proceder que constituyen el núcleo de
nuestra espiritualidad, el sentido de identidad y pertenencia. Todo lo
demás vendrá por añadidura. Como dice la Congregación General 32,
la formación debe ser perfectamente integrada: espiritual, humana, aca-
démica y apostólica.

40. Diré sólo una palabra sobre la formación permanente. Es com-


prensible el estupor con que tantos jesuítas, tras largos años de duro y
fructuoso apostolado, se sienten interpelar acerca de su formación, como
si de ella no hubiesen dado ya suficientes pruebas. Pero una recta com-
prensión de lo que verdaderamente es la formación permanente, debe-
ría disipar todo recelo. Porque, como en otras ocasiones he tenido la
oportunidad de explicar, formación permanente no es sólo la actuali-
zación de conocimientos y técnicas, ni siquiera la renovación de re-
cursos apostólicos o la restauración de energías. Es mucho más: es el
proceso de continua readaptación apostólica a la Iglesia y al mundo
de hoy en circunstancias incesantemente cambiantes. Es también un
deseo del Concilio Vaticano II (Optatam Totius, 22. Y, muy expresa-
mente, en Presbyterorum Ordinis, núm. 19) y de la Congregación Ge-
neral 32 (dcr 6, núms. 18-20 y 35). Sin ese continuo ajuste a unas
realidades que se nos imponen, cabe la duda de si nuestras permanentes
actitudes de base se traducen en una acción y una imagen inteligibles
en nuestro tiempo, y de si seguimos siendo aptos instrumentos en manos
de Dios para ayudar a las almas del mejor modo posible.

41. Dos preguntas concretas

Llegados a este punto, alguien podría preguntar: ¿cuáles son los


elementos concretos del modo de proceder de la Compañía y qué ele-
mentos externos hacen su imagen recognoscible?
La respuesta no es fácil, por cuanto he explicado más arriba: la
complejidad de los elementos que constituyen nuestro modo de proce-
der y la variabilidad de sus expresiones concretas. Pero puede inten-
tarse, y aun debe intentarse, dar esa respuesta. Comenzaré con la se-
gunda pregunta sobre los elementos externos que identifican nuestra
imagen.
Es obvio que son comunes a todos los jesuítas los dos primeros
niveles que, al principio de esta conferencia, distinguía en nuestro modo
PARTE 1.» / n.° 4 73

de proceder, es decir: el nivel más profundo de las notas fundamenta-


les o institucionales de nuestro carisma, y el nivel intermedio de las
actitudes u opciones apostólicas que de ellas se derivan casi por lógica
necesidad. Son esas actitudes y opciones de base (de las que me ocuparé
más adelante) las que, a la larga, dan la imagen histórica de la Com-
pañía.
Pero queda el nivel más periférico y cortical, el de las apariencias
externas, mucho más contingente y susceptible de acomodación. Natu-
ralmente, no podría darse una descripción univalente que fijase la tipo-
logía ideal del jesuita. La etapa de formación, la edad, el tipo de
ocupación, las circunstancias de ambiente, cultura, medio de traba-
jo, etc. no sólo admiten, sino que imponen mil variantes. Creo, sin
embargo, que 'per modum negationis' podría concretar un poco la res-
puesta, excluyendo algunos modelos en los que sería más difícil reco-
nocer la vigencia de los elementos profundos del modo de proceder
de la Compañía. Sé muy bien que ninguno de los bocetos que apuntaré
se da en la realidad en estado puro. Pero en estos tipos he agrupado
convencionalmente una variedad de rasgos externos que, en diversos gra-
dos y mil diferentes combinaciones, pueden darse en jesuítas concretos.

42. El primer tipo es el del contestatario de profesión. Es cierto


que la denuncia puede ser un deber profético y evangélico. Pero no es
menos cierto que hay que saber cómo, cuándo, acerca de qué y de
quién, y en qué términos se hace y en virtud de qué principios, para
que sea verdaderamente evangélica y constructiva. Y no hay que olvidar
la posibilidad de hacer la denuncia cargada de subjetivismo o destru-
yendo con agresividad de francotirador por cuenta propia una acción en
que la coordinación y la subordinación tienen también su parte. Quizá
haya que interpretar a veces como signos de contestación ciertas formas
de presentación externa que son, o fueron, características jle una joven
generación de la protesta: desaliño en el traje, barba b cabellos des-
cuidados, cierta zafiedad en el comportamiento y el lenguaje, etc. Tales
signos externos oscurecen la validez que pueda tener la actitud interior;
ni la Compañía querría tenerlos para su propia imagen. La entereza
en las propias convicciones, el ejercicio de la pobreza y la austeridad no
tienen por qué expresarse —ni pueden expresarse convincentemente—
de esa manera.
El segundo tipo es el profesionalista que se deja absorber excesiva-
mente por los aspectos seculares de su profesión, aunque ésta tenga un
claro valor apostólico. Habría que evitar que ello le lleve a una vida
prácticamente independiente, prácticamente desligado de toda comuni-
dad y de la dependencia de un Superior. Está especialmente sujeto a
riesgos quien llega a un puesto tal, más que por 'misión' conferida por
la Compañía tras el debido discernimiento, por una tenaz iniciativa per-
sonal. La excesiva profesionalización puede conducir a un secularismo
que sofoca la vida espiritual y todo ejercicio sacerdotal. La suficiencia
económica y libertad de desplazamientos pueden ser empleados de ma-
nera no siempre conforme a nuestro modo de proceder. Quien se re-
74 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

conociese —y en la medida en que se reconociese —en alguno de esos


rasgos, debe saber que desfigura la imagen de la Compañía.
Un tercer tipo es el irresponsable, para quien carecen de eficaz sig-
nificado nociones tales como: orden, horario, valor del dinero, mode-
ración en las expansiones, etc. Es sospechosa una alergia injustificada a
todo control de rendimiento, sea en los estudios, sea en cualquier otra
actividad. Y no carece de peligros el conducirse en el trato con las jó-
venes, aunque sean religiosas, con irresponsable desenfado y ligereza.
La imagen de la Compañía que ofrecería quien así se comportase es,
para decir lo menos, bien pobre.
Otro tipo es el del activista político, cosa muy distinta del apóstol
social. Es patente la sinceridad de su deseo de 'encarnación' entre los
pobres y oprimidos y de la superación de las estructuras injustas. Pero
cuando la lucha por la injusticia le desplaza de su campo propio de
iluminación cristiana y asistencia y condivisión, y se deja enzarzar en
los aspectos políticos y aun de partido, con un abandono, a veces to-
tal, de su 'misión' sacerdotal, ya no puede decirse que está y actúa en
ese campo como enviado por la Compañía, ni que su activismo político
o sindical sirva de auténtica mediación evangélica. Peor aún, si la base
ideológica de sus actitudes es afín a una concepción del hombre, de la
sociedad y de la historia de la que Cristo está ausente. ¿Cómo podría la
Compañía reconocer esas actitudes y esa imagen como propia?
Por último, el jesuita tendenciosamente tradicional que exalta, y
de ello hace bandera, los símbolos o realidades exteriores de épocas pre-
cedentes: el porte externo, la exacta reglamentación de su vida, la for-
malidad de las prácticas tradicionales en su espiritualidad personal y
litúrgica. Puede derivar a un profetismo intolerante, erigiéndose en
intérprete inapelable del Evangelio y juez de vivos y muertos, hablando
y escribiendo apasionadamente contra personas e instituciones. O pue-
de derivar también a un derrotismo depresivo, mezcla de amargura y
añoranza. Es especialmente receptivo de toda información pesimista,
critica acerbamente a las jóvenes generaciones, cuyos valores no logra
reconocer y cuyos defectos, reales o aparentes, propala en su derredor.
Es cierto que no tendrá cuenta en el banco, pero posiblemente recibe las
atenciones de unas familias obsequiosas. Sufre por el vacío de nuestras
iglesias, o por la disminución de sus dirigidos, sin preguntarse si no se
deberá en parte a su cerrazón espiritual y a su rechazo de la formación
permanente. En nuestro modo de proceder identifica lo permanente con
lo transitorio, sin advertir que, queriendo ser genuinamente ignaciano,
debería seguir al fundador en sus valores permanentes y dinámicos. En
el fondo —¿sólo en el fondo?— no ha aceptado las Congregaciones 31
y 32 ni lo más importante del Concilio Vaticano II, y no reconoce que
ese rechazo es, como actitud personal, más grave que otras faltas ex-
ternas que por debilidad o exceso de celo otros pueden cometer.
Todos estos modelos, repito, son aguafuertes de rasgos crudos, que
en la realidad suelen aparecer más difuminados. Falta también en esos
modelos la enorme carga de buena voluntad que en todos suele haber
y la riqueza de las circunstancias vitales. Pero en definitiva, y más allá
PARTE 1.» / n.° 4 75

de toda explicación y atenuantes, son imágenes inaceptables y no re-


flejan un modo de proceder propio de la Compañía.

43. Paso ahora a responder a la otra pregunta: ¿Cuáles son los


elementos propios del modo de proceder de la Compañía?
En cuanto modo de proceder se refiere al nivel más profundo e ins-
titucional que, como hemos visto, los primeros compañeros llamaban
también 'forma de vida' no son otros que los que se contienen en la
Fórmula del Instituto de Paulo III y Julio III. Su notoriedad e indiscu-
tible vigencia hace innecesario, en esta ocasión, el que me detenga sobre
ellos. A título de recuerdo, indicaré que el Papa Pablo VI, dirigiéndose
como 'Superior Supremo de la Compañía' a los miembros de la Congre-
gación General 32, comentó cuatro de esas notas.
Pero entre esos elementos fundacionales, y los rasgos más exterio-
res que en las diversas generaciones, países y culturas dan la plurifor-
me imagen del jesuíta, está, como ya he dicho, el nivel intermedio de
las opciones, actitudes, comportamientos espirituales y humanos que
emanan directamente de nuestro modo específico de seguir a Cristo, y
por los que somos conocidos y reconocidos como familia entre los mu-
chos otros modelos que el Espíritu ha suscitado y sigue suscitando en
su Iglesia.
Cada uno de estos rasgos no es simple, sino como un núcleo vivo,
rico de matices. Y todos ellos están entramados entre sí, de manera que
ninguno de ellos puede ser eliminado sin que la imagen total se desfi-
gure sensiblemente. El elenco que sigue es afirmativo, no exclusivo, y
no está dispuesto en un orden preferencial. Son sólo unos cuantos ras-
gos —a los que podrán añadirse otros— que hoy necesitan ser especial-
mente purificados y reactivados.

44. 1.—El amor a Cristo-persona. La espiritualidad, .ignaciana es


eminentemente cristocéntrica. De este amor a Cristo recibe su unidad
todo cuando en la vida y en la obra de Ignacio —y en nuestro modo
de proceder— es en el plano de las actitudes y de la acción una apli-
cación concreta. Así como en Cristo converge todo, el amor de Cristo,
en la intuición ignaciana, unifica los elementos dialécticos en que se
difracta la acción apostólica:

— Oración y acción.
— Empeño por la perfección propia y ajena.
— Recurso a los elementos sobrenaturales y humanos.
— Pluralismo y unidad.
— Esfuerzo propio y dependencia total de Dios.
— Medios eficaces y pobreza.
— Inserción y universalidad.

Vivir ese intenso amor a Cristo-persona, aspirar a un 'sensus Chris-


ti' que nos haga ser, presentarnos y actuar a imitación suya, es el pri-
mero y fundamental rasgo de nuestro modo de proceder.
i:
76 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Para la consecución de este ideal, San Ignacio acude a la Madre


para que le ponga con su Hijo (32).

45. 2.—Disponibilidad, entendida como prontitud, agilidad, liber-


tad operativa para toda misión que nos sea dada. Disponibilidad cons-
tituida dialécticamente de plena y total entrega a la misión recibida, y,
u la vez, de libertad para cualquier otra que pueda sernos ulteriormente
confiada como 'mejor servicio'. La disponibilidad nace de la obedien-
cia y el afán de servicio, convencidos de que toda misión así recibida
merece que en ella volquemos toda la existencia. Y, al mismo tiempo,
sabiendo que ninguna es tan definitiva que nos impida vivir abiertos,
ágiles, prontos para cualquier otra que el Señor pueda mostrarnos (33).

46. 3.—Sentido de la gratuidad: condiciona la disponibilidad, si


ya no puede considerarse como componente práctico de la misma. Nos
muestra limpios de todo interés terreno, incondicionados y libres para
la misión y para los hombres. Libertad y claridad del mensaje son los
dos polos en que apoya Ignacio su visión de la pobreza. (Véase la
'Deliberación sobre la Pobreza').
Sea el trabajo, sea la limosna, como medios para una sustentación
modesta y explícitamente austera, son estructuras que necesitan ser pu-
rificadas constantemente de la ambigüedad que sobre ellas acumula la
historia, pudiendo llegar a hacerlas esclavizantes y fuente de incoheren-
cia respecto a esa gratuidad que es esencial a la 'buena noticia' (34).

47. 4.—Universalidad: es otro rasgo implícito en la disponibili-


dad. "A cualquier parte del mundo" no significa sólo allanar las fron-
teras físicas, sino toda barrera de discriminación entre los hombres
como destinatarios de nuestra misión. Es a todo hombre, a cada hom-
bre, en cuanto hombre, a quien nos debemos como enviados.
En esta perspectiva resultaría contradictorio que nuestras propias
circunscripciones administrativas (Provincias, comunidades...), concebi-
das como una ayuda para la misión, llegasen a convertirse en comparti-
mentos estancos que condicionasen nuestra disponibilidad.

48. 5.—Sentido de cuerpo, estrechamente vinculado con la univer-


salidad. Ahonda sus raíces en la convicción de que Dios se ha dignado
"unirnos y congregarnos recíprocamente" y que es deber nuestro "no
deshacer la unión y congregación" que Dios ha hecho, "sino antes con-
firmarla y establecerla más". (Deliberaciones de los Primeros Padres,
3). "Unir a los repartidos" es un explícito ideal ignaciano (35). Unión
hecha de amor mutuo y del Señor que nos ha congregado. Javier llegaba

(32) Autobiografía, 96; Diario 29-31, 8.


(33) Fórm. Inst. 4, C G . 32 d. 2, 13-14, 20, 30-32.
(34) Fórm. Inst. 3, 5 ; Const. 4, 42, 398, 478, 499, 565, 566, 640, 816, C G .
32 d. 2, 28.
(35) Const. Parte V U I .
PARTE 1. / n.° 4
a
77

a mantener sobre su corazón un papel con la lista de los compañeros,


unido a ellos estrechamente a pesar de las inmensas distancias.
Esta unión es una reciprocidad de afecto que va mucho más allá
de cualquier vinculación jurídica y nos hace auténtica familia, con lo
que eso significa de apoyo, comprensión, confianza, aguante, secreto
familiar y respeto. Nos presentamos así como grupo compacto para la
misión en el seno de la Iglesia, para un mejor servicio del hombre.

49. 6.—Sensibilidad para lo humano y solidaridad con el hom-


bre concreto, ha sido siempre una característica de nuestro modo de
proceder. Brota, como no puede ser menos, de la experiencia cristiana
de Ignacio. 'El hombre', primera palabra de sus Ejercicios Espirituales
y punto de partida de la experiencia espiritual que Ignacio vivió y en-
señó, es también —trascendido y profundizado en toda su plenitud—
el último objetivo de la vida concebida como contemplación (36).
En la valoración que Ignacio hace, y que la Compañía ha hecho
siempre, de todos los humanismos no inmanentes y de todo valor hu-
mano, encuéntrese donde se encuentre, está la raíz del pluralismo que
la Compañía ha vivido siempre en su labor de evangelización entendida
como inculturación del Evangelio (encarnación en las culturas), y que
ha penetrado toda la historia de la Compañía. Y es ese altísimo "sensus
hominis" lo que justifica, como rasgo típico de la espiritualidad igna-
ciana, el sentido de servicio.

50. 7.—Rigor y calidad tienen que ser de hecho características de


ese servicio y modo nuestro de proceder. No se trata de prestigio hu-
mano ni de espíritu de clase. Es la conciencia de cuan importante es el
mensaje que traemos entre manos, y el respeto y amor al hombre desti-
natario de ese mensaje lo que hace nacer en nosotros esa exigencia de
calidad en nuestro servicio. Realizarlo con frivolidad, con demagogia,
con dogmatismos parcialistas, es falsearlo. Supuesta, claro está, la vi-
vencia personal del mismo mensaje, el jesuita debe empeñarse en él
con una autodisciplina sin la que no es posible el rigor intelectual, la
competencia, los "estudios austeros y profundizados que cada vez son
más necesarios para comprender y resolver los problemas contemporá-
neos: en Teología, en Filosofía, en las ciencias del hombre" (37).
Esa misma preparación y competencia capacitará al jesuita para
valorizar ideas y actitudes, y desarrollar en él un espíritu crítico tanto
más necesario cuanto que en nuestra época es tan común la confusión
de ideas y el espejismo de seductoras ideologías (38).

51. 8.—Amor a la Iglesia, a toda la Iglesia, a todo el pueblo de


Dios (Jerarquía y pueblo), entendido como entrega positiva de toda la
persona a la edificación de la única Iglesia de Cristo. Este amor, que

(36) Ej. 230-37.


(37) C G . 32, d. 4, 35.
(38) Fórm. Inst. 4, 6; Carta 'de la Perfección', 1; C G . 32, d. 2, 25.
78 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

siempre ha formado parte del modo de proceder de la Compañía, toma


formas concretas:
— Es un amor hecho de apertura y respeto profundo hacia todo
creyente, hacia su fe. Especialmente hacia la fe del "pueblo me-
nudo" (39), sirviéndole en su propio marco, y aceptándolo en
sus más connaturales manifestaciones (religiosidad popular).
— Amor que se traduce en "tener ánimo aparejado y prompto para
obedecer en todo" (40) a los legítimos pastores, cooperando re-
ceptiva y activamente a su magisterio.
— Amor que es apoyo al esfuerzo de los cultivadores de las cien-
cias sagradas por profundizar y enriquecer progresivamente la
inteligencia de la Revelación, y en otro nivel, amor que se hace
catcquesis cercana a cualquiera y con cualquiera "niños y gen-
te ruda" (41).
— Amor que hace vivir, sentir y sufrir los problemas y limitacio-
nes de la Iglesia como propios, ejerciendo con la libertad y
humildad de hijos de Dios el caritativo servicio de una crítica
'que edifica' y es, fundamentalmente, autocrítica.

52. 9.—Sentido de "mínima Compañía" (42) porque se sirve do-


blemente cuando se sirve sin afán de protagonismo, silenciosamente, sin-
tiéndonos mano a mano con otros muchos servidores, colaborando con
ellos y con todos los hombres de buena voluntad (43).
Más aún, el anonimato en el servicio es una dimensión que, en
igualdad de circunstancias, debe preferirse, ya que en línea de segui-
miento de Jesucristo nos asoma a esa profunda dimensión de la tercera
manera de humildad que los Ejercicios ponen como cota máxima de
seguimiento, siempre que sea "igual alabanza y gloria de su divina ma-
jestad" (44).
Esta voluntad de servir sin 'singularizarse' no es sólo una actitud
interior, sino que tiene su reflejo en la sencillez externa, voluntaria, que
se expresa en el modo de proceder 'común en lo exterior' y en la caren-
cia de signos especiales fuera del "uso común y aprobado de los honestos
sacerdotes" (45).

53. 10.—El sentido de discernimiento es un distintivo de nuestro


modo de proceder. Es, ciertamente, un don del Espíritu, pero el hombre
puede educarse lentamente en él, ayudado por el mismo Espíritu y some-
terse a su pedagogía, como lo demuestra toda la vida de Ignacio.
Se trata de llegar a ser hombres que, educados mediante una larga
y nunca acabada experiencia del Señor, como Ignacio, estén en perma-

(39) Ej. 362.


(40) Ej. 353.
(41) Const. 69, 528.
PARTE 1.» / n.» 4 79

nente actitud de búsqueda y escucha del Señor, y adquieran cierta so-


brenatural facilidad para percibir dónde está y dónde no está.
Este rasgo es previo y fundamental a toda acción evangelizadora
en lo que necesariamente tiene de profética. Sin él, dicha acción deja
de ser auténtica y, en vez de construir la Iglesia y la Compañía, las
destruye.

54. 11.—Delicadeza en lo concerniente a la castidad. No me re-


fiero, como es obvio, a la fidelidad en la promesa hecha a Dios por el
segundo voto de mantenernos en estado de celibato consagrado, ni a la
práctica de la virtud de la castidad. Ninguna de ambas cosas podría to-
marse como nota característica de nuestro modo de proceder al ser co-
munes a todos los religiosos.
Sin embargo, San Ignacio, que no dedicó a esta materia en su legis-
lación más que una frase —un inciso, por más señas— fue pródigo en
otras reglamentaciones complementarias que ayudasen a los jesuítas no
solamente a ser buenos, sino a parecerlo: reglas de la modestia, del
tacto, del compañero, cuenta de conciencia, clausura, etc. Pronto se hizo
proverbial la circunspección y recato de los jesuítas en esta materia. La
famosa anécdota de "la hierba de los jesuítas" es buena prueba de
ello (46).
Hoy, cuando las condiciones sociológicas y culturales en que se
desenvuelve nuestra acción apostólica han sufrido tan grande transfor-
mación, llegando a veces a una permisividad y un naturalismo genera-
lizado, el jesuita, en cualquier ambiente en que se halle, en todo tipo
de colaboración y servicio con hombres y mujeres, debe presentarse y
comportarse de manera que quede clara su condición de consagrado
exclusivamente a Dios, si quiere proceder según el modo de la Com-
pañía.

55. "Sensus societatis"

Ni estos elementos positivos, ni los que antes excluí 'per modum


negationis' dicen cabalmente todo lo que es o no es nuestro modo de
proceder. Se trata de una inspiración vital que escapa el cerco de
cualquier descripción a priori y, sin embargo, hace que el hijo de la
Compañía actúe siempre y reaccione ante las más imprevistas circuns-
tancias de un modo coherentemente ignaciano y jesuítico.
Podría decirse que nuestro modo de proceder va unido a cierto
'sensus Societatis', del que ya hablaba Nadal, una especie de sexto sen-
tido o reflejo espiritual condicionado y que llega a hacerse connatural

(42) Const. 1, 134, 190, 318, 638.


(43) C G . 32, d. 2, 29.
(44) Ej. 167.
(45) Fórm. Inst. 8; Const. 8, 580.
(46) ORLANDINO NICOLÁS, Historia S. I. Pars Prima. Roma 1614. Libro V ,
6 2 . Epp. mixtae I, 266.
80 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

en quien vive plenamente el carisma de la Compañía. Porque este 'sen-


sus Societatis', en definitiva, no será más que una concrección ignaciana
del 'sensus Christi' al que aspira todo jesuíta que, por hipótesis, tiende
a identificarse con Cristo, sobre todo a través de la profunda experien-
cia cristológica que son los Ejercicios.
De ahí que tanto en la formación primera de nuestros jóvenes,
como en la formación continua de todos, el mantener y avivar el 'sen-
sus Societatis' sea un objetivo determinante para mantenerse en plena
forma jesuítica y en capacidad de respuesta a los desafíos de nuestro
tiempo. Este 'sensus Societatis' no podrá lograrse ni mantenerse sin un
auténtico 'sensus Christi'.

56. Invocación a Jesucristo modelo

Señor: meditando el modo nuestro de proceder he descu-


bierto que el ideal de nuestro modo de proceder es el modo de
Hebr 12.2 proceder tuyo. Por eso fijo mis ojos en Ti*, los ojos de la fe,
para contemplar tu iluminada figura tal cual aparece en el
Evangelio. Yo soy uno de aquellos de quienes dice San Pedro:
"a quien amáis sin haberle visto, en quien creéis aunque de
momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y glo-
íPet 1.8 riosa"*.

Señor, Tú mismo nos dijiste: "os he dado ejemplo para


u
Jn 13.15 <l e me imitéis"*. Quiero imitarte hasta el punto de que pueda
decir a los demás: "sed imitadores míos, como yo lo he sido
i Cor n.i de Cristo"*. Ya que no pueda decirlo físicamente como San
Juan, al menos quisiera poder proclamar con el ardor y sabi-
duría que me concedas, "lo que he oído, lo que he visto con
n e
3
Cfr" J ¿ 20 25 m
* ° J » 1°
s 0 S
tocado con mis manos acerca de la Palabra
27; 1.14 ' de Vida; pues la Vida se manifestó y yo lo he visto y doy
Le 24.39; . . . .
Jn 15.27 testimonio *.
iCor 2.16 Dame, sobre todo, el "sensus Christi"* que Pablo poseía:
que yo pueda sentir con tus sentimientos, los sentimientos de
1
Jn 13.1 tu Corazón con que amabas al Padre* y a los hombres*. Ja-
más nadie ha tenido mayor caridad que Tú, que diste la vida
Jn 15.13 p j - amigos*, culminando con tu muerte en cruz el total
o r u s

FU 2.7 abatimiento,* "kenosis", de tu encarnación. Quiero imitarte


en esa interna y suprema disposición y también en tu vida de
cada día, actuando, en lo posible, como Tú procediste.

Enséñame tu modo de tratar con los discípulos, con los pe-


Lo 17.16 cadores, con los niños*, con los fariseos, o con Pilatos y He-
4 5
m. 3 1 7 rodes; también con Juan Bautista aun antes de nacer* y des-
Mt 1<X2.12 pues en el Jordán*. Como trataste con tus discípulos, sobre
Jn 19.26-27 todo los más íntimos: con Pedro*, con Juan* y también con
a
, / n.° 4 81

el traidor Judas*. Comunícame la delicadeza con que les tra-


taste en el lago de Tiberíades preparándoles de comer*, o cuan-
do les lavaste los pies*.

Que aprenda de Ti, como lo hizo San Ignacio, tu modo al


comer y beber*; cómo tomabas parte en los banquetes*;
cómo te portabas cuando tenías hambre y sed*, cuando sen-
tías cansancio tras las caminatas apostólicas*, cuando tenías
que reposar y dar tiempo al sueño*.

Enséñame a ser compasivo con los que sufren*; con los


pobres, con los leprosos, con los ciegos, con los paralíticos;

muéstrame cómo manifestabas tus emociones profundísimas


hasta derramar lágrimas*; o como cuando sentiste aquella
mortal angustia que te hizo sudar sangre e hizo necesario el
consuelo del ángel*. Y, sobre todo, quiero aprender el modo
como manifestaste aquel dolor máximo en la cruz, sintiéndote
abandonado del Padre*.

Esa es la imagen tuya que contemplo en el Evangelio: ser


noble, sublime, amable, ejemplar; que tenía la perfecta ar-
monía entre vida y doctrina; que hizo exclamar a tus enemigos
"eres sincero, enseñas el camino de Dios con franqueza, no te
importa de nadie, no tienes acepción de personas"*; aquella
manera varonil, dura para contigo mismo, con privaciones y
trabajos*; pero para con los demás lleno de bondad y amor
y de deseo de servirles*.

Eras duro, cierto, para quienes tienen malas intenciones;


pero también es cierto que con tu amabilidad atraías a las
multitudes hasta el punto que se olvidaban de comer*; que
los enfermos estaban* seguros de tu piedad para con ellos;
que tu conocimiento de la vida humana te permitía hablar en
parábolas al alcance de los humildes y sencillos; que ibas
sembrando amistad con todos*, especialmente con tus amigos
predilectos, como Juan*, o aquella familia de Lázaro, Marta y
María*; que sabías llenar de serena alegría una fiesta fami-
liar, como en Cana*.

Tu constante contacto con tu Padre en la oración, antes del


alba, o mientras los demás dormían* era consuelo y aliento
para predicar el Reino.

Enséñame tu modo de mirar, como miraste a Pedro para


llamarle* o para levantarle*; o como miraste al joven rico que
no se decidió a seguirte*; o como miraste bondadoso a las
82 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

1 C ) 2
| 3 4 - ' 5 3i-32 multitudes agolpadas en torno a Ti*; o con ira cuando tus
Me 3Í5 ojos se fijaban en los insinceros*.

Quisiera conocerte como eres: tu imagen sobre mí bastará


para cambiarme. El Bautista quedó subyugado en su primer
Mt 3.14 encuentro contigo*; el centurión de Cafarnaum se siente abru-
m a
Mt i27- 9 3 3 d o por tu bondad*; y un sentimiento de estupor y mara-
Mc 5.15 villa invade a quienes son testigos de la grandeza de tus pro-
Lc 4.36; 5.26 digios*. El mismo pasmo sobrecoge a tus discípulos*; y los
Mt 13 54 2
esbirros del Huerto caen atemorizados*. Pilatos se siente inse-
Jn 18.6 guro* y su mujer se asusta*. El centurión que te ve morir des-
Mc 27.19 cubre tu divinidad en tu muerte.

Desearía verte como Pedro, cuando sobrecogido de asom-


bro tras la pesca milagrosa, toma conciencia de su condición
Le 5.8-9 ¿ pecador en tu presencia*. Querría oír tu voz en la sinagoga
e
e
Mt 5 . i ^ 5 9
d Cafarnaum*, o en el Monte*, o cuando te dirigías a la mu-
Mt 1.22; 7.29 chedumbre "enseñando con autoridad"*, una autoridad que
Le 4.22,32 sólo del Padre te podía venir*.

Haz que nosotros aprendamos de Ti en las cosas grandes


y en las pequeñas, siguiendo tu ejemplo de total entrega al
amor al Padre y a los hombres, hermanos nuestros, sintiéndo-
nos muy cerca de Ti, pues te abajaste hasta nosotros, y al
mismo tiempo tan distantes de Ti, Dios infinito.

Danos esa gracia, danos el 'sensus Christi', que vivifique


nuestra vida toda y nos enseñe —incluso en Jas cosas exterio-
res— a proceder conforme a tu espíritu.

Enséñanos tu 'modo' para que sea 'nuestro modo' en el


día de hoy y podamos realizar el ideal de Ignacio: ser compa-
ñeros tuyos, 'alter Christus', colaboradores tuyos en la obra
de la redención.

Pido a María, tu Madre Santísima, de quien naciste, con


quien conviviste 33 años y que tanto contribuyó a plasmar y
formar tu modo de ser y de proceder, que forme en mí y en
todos los hijos de la Compañía, otros tantos Jesús como Tú.
A
Sección 1.

"¿Qué significa hoy ser compañero de Jesús? Comprometerse bajo


el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha
por la fe y la justicia que la misma fe exige" (CG XXXII, Decr. 2,2).

"Todavía hay dos tercios de la humanidad a los que no ha sido


anunciada la salvación de Dios en Jesucristo, de forma que obtenga una
respuesta de fe" (CG XXXII, Decr. 2,5).

"Somos profundamente conscientes de la frecuencia y gravedad con


que nosotros mismos hemos pecado contra el Evangelio, pero mantene-
mos la ambición de proclamarlo dignamente" (CG XXXII, Decr. 2,26).

5. Nuestra responsabilidad frente a la increencia (25-XI-79).

v 6. Carta sobre la Inculturación (14-V-78).


i
5. Nuestra responsabilidad frente a la increencia
(2 .
5 XI. 79).

1. "¿Qué habéis hecho después de la Congregación General 32 en


materia de contactos con los no creyentes?". Esta es una de las pregun-
tas que en el otoño de 1978 hice a los Superiores, consultores y directo-
res de obras que debían escribirme sus cartas de oficio a comienzos
de 1979. Por las respuestas que me han llegado, he podido formarme
una idea de cómo andan las cosas en las diferentes partes de la Com-
pañía. Hoy quiero continuar el diálogo con todos vosotros sobre este
importante aspecto de nuestra vida y nuestro trabajo: ¿cómo responder
mejor al desafío de la increencia?

¿Por qué este desafío es una cuestión capital para la Compañía?

2. Creo, en primer lugar, que este tema no puede por menos de


llegarnos muy al corazón. Cuantos hemos recibido el don precioso y
gratuito de la fe, hemos de sentir la urgencia (2 Cor 5, 4 ; 11, 29) de
compartirlo con quienes no creen. La riqueza y profundidad de la ex-
periencia vital de la fe en Dios Padre que nos ama hasta darnos su
Hijo (Jn 3, 16), el cual, a su vez, nos elige y se hace nuestro amigo
y por amor nuestro da su vida en la cruz (Jn 15, 13-16) y nos entrega
su Espíritu (Jn 20, 22) que habita en lo más íntimo de nuestro ser
(2 Tim 1, 14; 1 Cor 3, 16, Jac 4, 5), aviva en nosotros el deseo de
compartir tan precioso don con todos los hombres (1 Tim 2, 4 ; Cfr
Rom 9, 1-5). Además, siendo miembros de la Compañía de Jesús, no
podemos por menos de arder en deseos de que todos conozcan y amen
a Jesús y al Padre (2 Cor 5, 14; 11, 29). "La vida eterna es que te
conozcan a Ti, único Dios verdadero, y al que enviaste: Jesucristo"
(Jn 17, 3).

3. La espiritualidad de la Compañía, pues, exige de nosotros una


atención especial al desafío de la increencia. ¿Cómo sería posible que
86 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

hombres que han pasado por la experiencia espiritual del Principio y


Fundamento de los Ejercicios ("El hombre es creado para amar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor". Ej. 23) y que de la Contem-
plación para alcanzar amor ("Considerando con mucha razón y justicia
lo que yo debo de mi parte offrescer y dar a la su divina majestad, es
a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien offresce
afectándose mucho". Ej. 234) han hecho el principio de sus vidas, no
se sientan desgarrados en lo más vivo (Como San Juan de la Cruz, que
se siente 'herido' en el centro de su ser. "Llama de Amor Viva", can-
a
ción 1. ) ante tanta increencia, ante sus efectos y sus amenazas? Al con-
trario, si alguno de nosotros no se sintiese afectado y permaneciese in-
diferente ante esa realidad, ¿no cabría pensar que la fe se ha desvaído
en él o ha dejado de ocupar el primer puesto?

4. La Compañía, que debe su origen a esa espiritualidad, está


obligada también por su fin a hacer frente al desafío de la increencia:
"defensa y propagación de la fe", dice la Fórmula del Instituto: "ser-
vicio de la fe", ha reiterado recientemente la Congregación General 32,
subrayando que este servicio incluye, como exigencia indispensable, nues-
tra participación en la promoción de la justicia.

5. Por último, y dentro de esta perspectiva, Pablo VI, en 1965,


pidió a la Compañía que hiciese frente al ateísmo (Alocución del 7 de
mayo de 1965 a la CG. 31, A. R. XIV 581). En 1974 insistía de nuevo
en esa misión, presentándola con estas palabras: "Es la expresión mo-
derna de vuestra obediencia al Papa" (Alocución del 3 de diciembre de
1974 a la C. G. 32, A. R. XIV 433).

Retraso en la toma de conciencia

6. Teniendo presentes estas llamadas, he notado que varios de los


que respondían en sus cartas de oficio a mi pregunta sobre la increencia,
mostraban cierta sorpresa al ser interrogados sobre este punto. Otras
veces mi pregunta ha hecho abrir los ojos, como quien de pronto cae en
la cuenta de que la increencia está ahí, de que es una realidad con la
que hay que contar y en la que apenas se había pensado antes, o respecto
a la cual, en todo caso, se había hecho muy poco.

7. Aunque no pocos jesuítas estén bien al tanto de la realidad de


la increencia, no podemos por menos de interrogarnos sobre el retraso
con que muchos de nosotros tomamos conciencia de este problema. Es
cierto que el Papa Pablo VI al darnos en 1965 esa misión, y las Congre-
gaciones Generales 31 y 32, han multiplicado sus advertencias sobre la
importancia y gravedad de la increencia en nuestros días (Cfr nota 12,
y Congr. Gen. XXXI d. 1 n. 5; d. 3 n. 1; C. G. 32 d. 2 n. 5;
d. 4 n. 5, 25-26). Pero para que un conocimiento sea eficaz debe basarse
en un contacto personal. Muchos de nosotros —y lo mismo ocurre res-
PARTE 1.» / n.° 5 87

pecto a los efectos de la injusticia—, estamos aún "sin contacto real


con la increencia" (C. G. 32 d. 4 n. 35). Estamos aún excesivamente
aislados respecto a ella. ¿No son demasiados los NN. que ejercen ex-
clusivamente su ministerio entre los hijos fieles de la Iglesia —ya su-
percultivados también por otros— o que incluso limitan su contacto a
quienes no se plantean demasiados problemas? Ciertamente, ese aposto-
lado es bueno. Pero deberíamos preguntarnos si basta eso para respon-
der a nuestra vocación de defensa y propagación de la fe dada la actual
situación religiosa del mundo (Alocución de S. S. Pablo VI, 3 de di-
ciembre de 1974).

Grados de la increencia: del ateísmo a la dificultad de creer

8. Hay que caer en la cuenta de la diversidad y extensión de la


increencia contemporánea: ateísmo de Estado, doctrinas filosóficas con
variedad de matices, agnosticismo conscientemente profesado, y, más
frecuentemente, increencia pura y simple o indiferencia. Puede que al-
guien diga que él no ve la increencia, por pensar exclusivamente en el
ateísmo abiertamente declarado o profesado a nivel científico o doctri-
nal. En realidad de verdad, lo que más se da es la increencia o indife-
rencia a nivel práctico (Cfr C. G. 32 d. 2 nn. 5-7; d. 4 n. 5). Claro
que ésta implica un juicio —al menos implícito— de que Dios no im-
porta nada, no significa nada, que nada tiene que ver con la vida
concreta; consiguientemente, el tema de Dios ni se plantea siquiera...
- Es difícil no toparse con este tipo de increencia. Abunda también el tipo
de increencia que consiste en la "imposibilidad" de creer, como resulta-
do del escándalo padecido ante el mal en el mundo o las imágenes de-
formadas de Dios que el hombre moderno rechaza instintivamente.

9. En las respuestas llegadas de las Asistencias de India y Asia


Oriental, se hace notar que existen hombres sumamente religiosos, bu-
distas por ejemplo, que no creen en Dios, o no afirman la existencia de
Dios. Ese es un problema aparte que hay que estudiar aisladamente. A
primera vista, sin embargo, estaría por afirmar que esos hombres re-
ligiosos son creyentes en el sentido normal de la palabra, mientras que
la increencia de tipo moderno tiende a excluir una verdadera dimensión
religiosa. Por otra parte, este modo moderno de increencia ya no es
tan raro en ciertos estratos de la población tanto de Asía como en el
resto del Tercer Mundo.

10. Por otro lado, no hay que considerar como increyentes a quie-
nes, sin compartir nuestra fe en Jesucristo, reconocen a Dios y lo acep-
tan en sus vidas. Y, al contrario, no es raro que en países de antigua
marca cristiana las dificultades sobre la persona de Cristo o sobre la
Iglesia y su credibilidad, afecten a la fe en Dios o inmediatamente o
en una segunda fase que no tarde en llegar.
88 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

11. Otro aspecto importantísimo de la situación actual es que se


da una relación estrecha entre los problemas de los increyentes pro-
piamente dichos y las dificultades que sobre su fe tienen muchos cre-
yentes. A veces se da el paso de un nivel a otro sin caer en la cuenta.
Incluso entre nosotros se dan dificultades en la fe. En los últimos tiem-
pos no han faltado jesuítas, de cualquier edad, que han sufrido verda-
deras crisis de fe. Interesarse por la increencia, pues, no consiste única-
mente en salir al encuentro de los increyentes propiamente tales y pres-
tarles nuestro apoyo, sino también mostrar idéntico interés por los cre-
yentes —incluso sacerdotes y religiosos— que experimentan en su fe
las dificultades características de la época actual.

¿Qué hacer? En primer lugar, avivar la propia fe

12. Ante tan vasto desafío, ¿qué hacer? El problema me parece


tanto más importante cuanto que varios de los que me han escrito a
principios de 1979 confiesan no haber hecho nada o casi nada durante
estos últimos años... Entonces, ¿qué debemos hacer para enfrentarnos
con necesidad tan perentoria: propagar la fe en Cristo?

13. Ante todo, y sin lugar a dudas, vivificar o reavivar nuestra


propia fe. Efectivamente, el diálogo, tanto con quien cree como con quien
cree debatiéndose en dificultades sobre su fe, es un diálogo a nivel muy
íntimo, en el que está en juego algo muy personal. A tal nivel, no hay
diálogo que satisfaga si en él no se comunica la propia experiencia de
Dios. Esto supone que nosotros hemos profundizado en una labor cons-
tante, individual y comunitariamente o en grupos, nuestra propia fe.
Hemos de persuadirnos de la absoluta prioridad de este medio, culti-
vando constantemente el sentido del Dios viviente, operante y amante,
que los Ejercicios de San Ignacio comunican. Incluso someternos a un
profundo examen de conciencia para descubrir los efectos que una po-
sible debilitación de la fe pueda haber producido en nosotros, nos hará
más capaces para comprender y ayudar a los no creyentes y a los que
creen con dificultades.

Oración

14. Así pues, nuestro compromiso nos lleva en primer lugar a


profundizar nuestra propia fe y nos incita a vivir en oración. La ora-
ción y la eucaristía son para San Ignacio el primer medio de apostolado
(Cfr Constituciones, nn. 812, 424, 790). Acuciados, casi angustiados, a
veces, por las dificultades pastorales en un entorno en que falta la fe,
deberemos recordar que "aquí sólo son eficaces la oración y el ayuno"
(Me 9, 28; Mt 17, 20), recurriendo, como hacía San Ignacio en cual-
quier necesidad gTave, a la oración de súplica y al ofrecimiento de la
eucaristía (Cfr Constituciones, nn. 638, 640). ¡Cuan inquietante sería
PARTE 1.» / n.o 5 89

a este respecto que la eucaristía no tuviese en alguno de nosotros un


lugar preeminente todos los días, cuando precisamente tenemos más
necesidad de rogar a Dios por el mundo a través del sacrificio de su
Hijo. Si, por otra parte, nos costase darnos cuenta de la necesidad de la
oración para obtener la gracia de Dios en este campo, ¿no sería sínto-
ma de decaimiento de nuestra fe? ¿No habríamos llegado a relegar los
medios sobrenaturales a la categoría de 'recursos piadosos', impropios
de nuestro nivel cultural, confiando de hecho mucho más —si no exclu-
sivamente— en nuestras cualidades y trabajo? Si así fuera, habríamos
de examinar muy a fondo el estado de nuestra fe. Esto es algo muy fun-
damental que se está resquebrajando entre nosotros.

Testimonio de vida

15. Pero no hay lenguaje que pueda convencer a un increyente


si no va avalado por el testimonio de vida. Será sobre todo mediante
su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará el mundo,
es decir, mediante un testimonio de santidad de vida (Pablo VI. Ex-
hortación Apostólica 'Evangelii Nuntiandi', n. 41).

16. Para nosotros, jesuitas, el testimonio de vida está hecho de


pobreza, sencillez, entrega al servicio sin reservas, vida en contacto con
los pobres, obediencia, disponibilidad, castidad. Todo ello vivido en un
grado tal que no pueda encontrársele más explicación que nuestra fe
en Dios Padre y en Jesucristo. Si nuestra vida transparente de fe no
cuestiona, si no se presenta como misterio, no es testimonio ni sirve
verdaderamente a la evangelización. Y, ¿no ocurre con frecuencia que
nuestras vidas aparecen, en fin de cuentas, como opciones razonables,
explicables, comprensibles, incluso a los ojos del mundo? Los ateos nos
juzgarán, sobre todo, por nuestras vidas y nuestras obras e intrigados y
t

deseosos de tener una explicación de nuestro modo de vida, para ellos


incomprensible, nos preguntarán acerca de ella, dándonos ocasión para
presentar la "novedad del evangelio" de que nuestra vida quiere ser ex-
presión.

Compromiso por la justicia y apostolado dirigido a la increencia

17. Hay que hacer notar que nuestra insistencia en dirigir nues-
tro apostolado hacia el mundo de la increencia, no va en detrimento
del compromiso de la Compañía por promover la justicia. Todo lo con-
trario: hay que demostrar fehacientemente que la fe "lleva siempre a
un auténtico amor práctico y social del prójimo" (C. G. 31 d. 3 n. 6)
y que la injusticia "constituye un ateísmo práctico" (C. G. 32 d. 4
n. 29). Tenemos que ser muy sensibles a la relación entre justicia y fe:
hay muchos oprimidos por la injusticia que tienen puesta su última
esperanza en la Iglesia: si viesen que ella les niega el necesario apoyo
para liberarse, perderán su confianza en la Iglesia y se verá fuertemen-
te afectada su propia fe.
90 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Preocupación por la increencia,


dimensión común del apostolado de todos los jesuítas

18. Es esencial que todos se convenzan de que la preocupación por


la increencia no debe ser objeto de un apostolado particular, reservado
a algunos especialistas, sino una dimensión común a todos los apostola-
dos que lleva adelante la Compañía. Es un hecho, a juzgar por las res-
puestas que me llegan, que muchos jesuitas están en contacto con quie-
nes no creen, y con quienes están amenazados de increencia, incluso en
apostolados que podrían calificarse como tradicionales. No es necesario,
en absoluto, alejarse mucho de una universidad o colegio de la Compa-
ñía, para toparse con quien no cree, incluso entre los alumnos que han
frecuentado muchos años esos centros. Dígase lo mismo de las casas
de Ejercicios. ¡Cuántos directores de Ejercicios ven llegarse a ellos en
busca de ayuda a gente que no cree, gente que duda! Lo mismo acontece
a quienes están en las parroquias y a quienes trabajan y viven en medios
obreros. El apostolado en cárceles y hospitales es una excelente ocasión
de entrar en contacto con hombres y mujeres no creyentes.

Apostolado con los que creen y con los que no creen

19. Buena parte de la acción que exige la presencia de los incre-


yentes debe dirigirse, paradójicamente, hacia quienes creen. Hay que
esforzarse por sostener la fe de quienes se debaten entre dificultades
(Cfr C. G. 31 d. 3 n. 11; C. G. 32 d. 4 n. 52). Hay que abrir a los cre-
yentes a la realidad de la increencia ambiental y ayudarlos —cuando sea
necesario— a salir de su aislamiento y hacerlos capaces de confesar su
fe entre los no creyentes, y de despertar su celo apostólico.

20. PeTO al mismo tiempo no debemos dejar de tener presente y de


practicar la recomendación de la Congregación General 3 l : que dedi-
quemos más hombres al trabajo con el mundo de la increencia propia-
mente tal (Cfr C. G. 31 d. 3 n. 31). Es un problema que, lejos de re-
ducirse, hoy se ha ido agudizando: nos dedicamos tanto a los que creen
que, con frecuencia, sacrificamos el salir al encuentro de quienes no
creen (Cfr C. G. 32 d. 4 n. 52). Es un punto que exige mucha reflexión
en el momento de discernir nuestras prioridades apostólicas.

21. El diálogo con los no creyentes exige mucha delicadeza, pero


también un compromiso apostólico intenso. Sucede que muchos tienen
trato con increyentes, e incluso cuentan con amigos entre ellos, sin que
se note en su manera de conducirse el deseo de comunicarles la fe en la
medida de lo posible. Aun dentro del mayor respeto, y reconociendo el
valor primordial que tiene el testimonio de la propia vida, debemos
precavernos contra una actitud apostólicamente pasiva, y más aún si es
secularizada, que para no pocos, incluso no creyentes, puede convertirse
en antitestimonio.
a
PARTE 1 . / n.° 5 91

La preparación indispensable

22. Con frecuencia se oye a algunos jesuítas declarar que se sien-


ten mal preparados para salir al encuentro de los no creyentes o para
ayudar a los creyentes a salir de sus dificultades de fe. Esto nos con-
firma la necesidad y obligación que tenemos de insistir incansablemente
en la oración, el estudio y la reflexión, elementos de una verdadera
formación permanente. Los argumentos de quienes no creen —y, más
aún sus esquemas mentales y sus sentimientos— han de ser objeto de
estudio por nuestra parte, tema de intercambios, de reflexión, de diá-
logo. Me atrevería a decir que más allá del deseo de capacitarnos por
medio de la formación permanente, lo que en realidad de verdad se nos
pide es un auténtico esfuerzo de inculturación, propia del apóstol de la
Compañía, al que ninguno de nosotros puede sustraerse. (Cfr C. G. 32
d. 4 n. 26).

23. Este 'aggiornamento' que se nos pide es, al mismo tiempo, un


acto de fidelidad a lo más profundo de la tradición, porque supone a la
vez conocimiento íntimo de la mentalidad no creyente e inserción en
la experiencia religiosa cristiana.

24. Los jesuítas jóvenes deben prepararse mejor que sus prede-
cesores para ese encuentro con la increencia, lo cual supone una forma-
ción filosófica seria —y ello no puede lograrse sin una reflexión perso-
nal profunda y una lectura amplia de los problemas humanos— ahon-
dando en la complicada problemática que plantea la increencia. Perdo-
nad que lo repita: una formación filosófico-teológica superficial sobre
este tema de la increencia, nos haría ineptos para penetrar evangélica-
mente las culturas y las ideologías, contra todo lo que exige de nosotros
la tradición de nuestra vocación jesuítica y la misma Iglesia y el mundo
actual (Pablo VI. 'Evangelii Nuntiandi', n. 20).

Centros de reflexión, comunidades, animación de las Provincias

25. Debemos aceptar el hecho de que todos o casi todos, incluso


los intelectuales, no somos más que principiantes en este nuevo campo
de la increencia, cuyas formas y amplitud son también nuevas. Es im-
prescindible, por tanto, que nos ayudemos unos a otros: que, en primer
lugar, en las comunidades o grupos menores nos comuniquemos con
sinceridad y sencillez cuanto descubrimos en nuestros contactos con los
que no creen o creen insuficientemente, y sobre la actitud y lenguaje
que adoptamos en nuestras relaciones con ellos. Se trata de explotar jun-
tos un terreno pastoral que, en buena parte, no ha sido penetrado aún.

26. De la misma manera, los centros de reflexión de la Compa-


ñía, tanto los que se ocupan específicamente de Teología y Filosofía
como los otros, tienen que desempeñar cumplidamente su cometido:
92 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ayudar a recoger y analizar las experiencias pastorales en materia de


increencia, y proponer soluciones y métodos de aproximación. Algunos
de estos centros vienen aportando valiosas investigaciones sobre la in-
creencia ya desde los días del Concilio y la Congregación General 31. Ni
faltan otros jesuítas que colaboran en diversos secretariados eclesiásti-
cos para no creyentes. Pero hay que intensificar todo esto y, sobre todo,
hay que reforzar las conexiones entre los centros de investigación y
quienes trabajan en los diversos apostolados. En definitiva, lo que la
Compañía anhela es que todos los equipos apostólicos y todas las comu-
nidades se conviertan, por lo que hace a esta materia, en pequeños cen-
tros de reflexión y búsqueda, estrechamente unidos unos a otros.

27. La Congregación General 32 insistió en el papel que corres-


ponde a las comunidades para sostener la fe y la esperanza, puestas a
prueba por el contacto con la increencia y la injusticia (Cfr C. G. 32
d. 4 n. 35). Las comunidades deben ayudar con no menor empeño a
sus propios miembros a descubrir la increencia que tienen en torno a
sí, a conocerla en concreto, y a prepararse a salir a su encuentro. Ahora
bien, las noticias que con frecuencia me llegan de las Provincias indi-
can que algunos que se lanzan arriesgadamente a un profundo contacto
con la increencia no toman la precaución de asegurarse el apoyo de su
comunidad —no poniendo de su parte cuanto es necesario para ello—
o bien que hay numerosas comunidades reacias al diálogo sobre temas
que brotan en el contacto con quienes no creen o con creyentes que se
debaten en dificultades de fe. Y la verdad es que, de cara a estos pro-
blemas de la increencia, necesitamos urgentemente —incluso para pre-
servar vocaciones en peligro— comunidades en que la fe común sea
explícitamente vivida, comunicada y compartida.

28. Insisto, por último, en que los responsables de las Provincias


consideren cuáles son los medios más apropiados para animar la refle-
xión y el esfuerzo de la Provincia en su conjunto hacia este problema
de la increencia. Hace algunos años, siguiendo mis instrucciones, fue-
ron designados coordinadores o comisiones provinciales (A. R. XIV
735-6. 31 julio 1966). Aún siguen actuando en alguna que otra parte y r
prestando un valioso servicio que agradezco vivamente. Si esta fórmula
no parece la mejor siempre y en todas partes, búsquense otras, con re-
flexión de la Provincia sobre la problemática que plantea la increencia,
estimular el intercambio de las experiencias habidas en el trato con los
no creyentes, coordinar los esfuerzos, crear vínculos más estrechos entre
los que se adelantan a contactos de naturaleza más delicada.

Conclusión

29. Se trata de que toda la Compañía se lance progresivamente,


con actitudes renovadas, a tareas y formas de apostolado que son par-
cialmente nuevas, a las que la viene invitando insistentemente desde
PARTE 1.» / n.° 5 93

hace años la situación del mundo y la voz de la Iglesia. No cabe pen-


sar que la adaptación se logre de la noche a la mañana. Pero sí debe-
mos caer en la cuenta de que es un problema que no admite aplaza-
miento y de que urge perentoriamente el que en nosotros se opere esa
transformación profunda y ese cambio de actitudes. La fulgurante rapir
dez con que se ha extendido la increencia, y su sobrecogedora exten-
sión, confieren a este apostolado un carácter de inmediata urgencia. Ra-
pidez y profundidad en nuestro cambio de actitudes parecen ser exigen-
cias contradictorias. Pero no podemos tomarnos un tiempo del que no
disponemos en esta coyuntura histórica, ni tampoco, por querer ser rá-
pidos, podemos caer en la superficialidad que a la larga sería contra-
producente por impedirnos hallar las soluciones verdaderas y los mé-
todos eficaces. •

30. No me he extendido acerca de cambios concretos en los dife-


rentes tipos de apostolado ni en medidas que afecten a las instituciones
—aunque, ciertamente, surgirá la necesidad de apostolado de nuevo
tipo— porque de lo que se trata, ante todo y sobre todo, es de ese
cambio de actitudes, de estilo, de enfoque, de contenido. Para establecer
contacto con quien no cree, o con quien cree entre dudas, tenemos que
avezarnos a descubrir esa realidad, que para muchos es nueva, adquirir
un lenguaje acerca de Dios que, a ser posible, no tenga nada de con-
vencional, estereotipado o anacrónico, que llegue a las vivencias ínti-
mas del hombre que no cree o cree mal, que le diga algo a nivel de su
problemática personal más profunda.

31. He de concluir. Del mismo modo que lo hice en mis anterio-


res cartas sobre 'Integración de la vida religiosa y el apostolado' o sobre
la 'Disponibilidad', querría poner fin a esta carta haciéndoos algunas
preguntas. Os invito a que las respondáis en vuestras reuniones de co-
munidad o de equipo apostólico, intentando llegar a decisiones prácti-
cas. Comunicad el fruto de vuestras reflexiones bien al P. Provincial,
bien directamente a mí mismo. (Pueden dirigirse también directamente
al Consejero General especialmente encargado de las cuestiones relacio-
nadas con el apostolado entre los no creyentes. El, por su parte, comuni-
ca a toda la Compañía la información que le llega por medio de 'Letters
on the Service of Faith in the New Cultures').

a) ¿Conocemos la realidad de la increencia que nos rodea? ¿Co-


nocemos los argumentos de quienes no creen, los rasgos fundamentales
de su mentalidad y de la de los indiferentes? Y también, ¿conocemos
las dificultades que los creyentes encuentran en su fe? ¿Qué hemos de
hacer para profundizar en este conocimiento? ¿Estamos todavía dema-
siado lejos del contacto con la increencia, según hacía notar la Congre-
gación General 32? ¿Qué podemos hacer para romper este aislamiento,
y para tener al menos un contacto personal con los hombres y mujeres
que no creen?
94 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

b) ¿Cómo repercute en nosotros la realidad de la increencia, cómo


nos afecta? ¿Nos sentimos acuciados por esta realidad de la increencia?
¿O permanecemos indiferentes ante ella?
c) Considerando este problema de la increencia, ¿en qué sentido
ha afectado nuestro trabajo?
d) ¿Intercambiamos entre nosotros las experiencias de nuestro
trato con los increyentes o las dificultades de fe de quienes creen, en
comunidad o en grupos?
e) ¿Hemos procurado buscar nuevos y apropiados modos de dar
testimonio explícito de nuestra propia fe a los no creyentes?
f) ¿Cómo contribuyen los centros de reflexión de la Compañía en
la Provincia al análisis de las experiencias pastorales de contacto con
los que no creen o de las dificultades de fe de quienes creen? ¿Cómo
intensificar esos contactos entre tales centros y lo que viven quienes
actúan en los diversos apostolados?
g) ¿Qué organismos serían más adecuados para animar la refle-
xión y el esfuerzo de toda la Provincia en el tema del apostolado de la
increencia? ¿Qué ayuda desearíais recibir en este campo a escala de
Compañía Universal?

32. A base de estas preguntas, o de otras más acomodadas a


vuestro caso, continuad, queridos Padres y Hermanos, examinando el
tema fundamental que he querido replantearos: cómo respondemos al
desafío de la increencia contemporánea que ha llegado a ser como la
marca característica de la situación religiosa en tantos ambientes. Sé
muy bien cuáles han sido los esfuerzos realizados durante los últimos
quince años. Pero, al mismo tiempo, estoy convencido de que el cambio
del clima religioso que ha creado la reciente difusión de la increencia
es de tal envergadura, que estamos aún lejos de haber revisado sufi-
cientemente nuestra manera de vivir y trabajar para poder hacerle
frente. Esa es la razón de mi insistencia. Me imagino que deberé volver
sobre este tema en los próximos años. Espero que me llegará una parte,
al menos, de vuestras reflexiones y respuestas, sea directamente, sea a
través de los Provinciales y Superiores locales. A la vista de ellas, me
esforzaré por continuar este diálogo con vosotros, necesario para la
orientación del apostolado de la Compañía, conforme a la responsabi-
lidad que, como Superior General, me incumbe de dirigir la misión.
Elevo al Señor mi oración ferviente para que nos ayude a todos a
discernir lo que espera de nosotros, en nuestras vidas y en nuestro tra-
bajo, para hacr frente con mayor eficacia al desafío de la increencia.
6. Carta sobre la Inculturación (14. V. 78).

No puede decirse que la inculturación sea problema


nuevo, pero sí debe decirse que es problema de especial ur-
gencia a la par que es amplísimo y variado. El P. General
con esta carta ha querido despertar en todos la conciencia
sobre la importancia capital que tiene la inculturación para
nuestra misión de defender y propagar la fe. Y de nuevo
nos recuerda la necesidad de una puesta en común de es-
fuerzo, de una colaboración coordinada en el estudio, refle-
xión y experiencias, para dar con los cauces de expresión y
vida más adecuados en orden a la transmisión del mensaje
cristiano a aquellos con quienes vivimos.
El solo estudio o las ideas no bastan, dice el P. Gene-
ral. Una experiencia personal profunda es necesaria. Así de-
jaríamos de ser extranjeros en medio del mundo que nos
rodea.
El mandato recibido de la CG 32 y la convicción pro-
funda de la importancia del problema fue lo que movió al
P. General a exponer en esta carta el problema tal como él
lo ve en cuanto afecta a la Compañía.

La Congregación General XXXII confió al P. General la evolución


ulterior y una más amplia promoción de la obra de la inculturación en
la Compañía (1).
Recogí este encargo de la Congregación con tanto mayor interés
cuanto que, por mi experiencia anterior y posterior a mi elección como
General, estoy profundamente convencido de la importancia de este
problema.
Entendiendo la cultura en el sentido en que lo hace la Constitución
Apostólica Gaudium et Spes (53) y, seguidamente la Exhortación Apos-
tólica Evangelii Nuntiandi (20) y el reciente Sínodo de 1977 en su

t
(1) Decr. 5, núm. 2 .
96 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

mensaje final (5), el problema de la inculturación se plantea a tan


enorme escala, en situaciones tan dispares y con tan profundas y varia-
das repercusiones, que no es fácil descubrir líneas concretas de conducta
universalmente valederas.
Por eso me ha parecido que en esta carta debo limitarme a ofrecer
algunas consideraciones que os animen a activar este proceso y tomar
parte en él, y a exponer cómo veo yo este problema en cuanto afecta a
la Compañía.
En otro documento más extenso (AR XVII (1978), 238-55), se
recogen algunas de las reflexiones y planteamientos en torno a este
tema, y se formulan algunas preguntas que orienten nuestros esfuerzos
por encontrar soluciones, pues, a pesar de cuanto se ha logrado hasta
ahora, es una materia que requiere aún mucho estudio, consulta y dis-
cernimiento.

Noción, actualidad y universalidad de la inculturación

La inculturación incluye varios aspectos y diversos niveles que hay


que distinguir, pero no se pueden separar. Sin embargo, en la multipli-
cidad de planteamientos con que habremos de enfrentarnos, el principio
fundamental siempre válido, es que inculturación es la encarnación de
la vida y mensaje cristianos en un área cultural concreta, de tal manera
que esa experiencia no sólo llegue a expresarse con los elementos pro-
pios de la cultura en cuestión (lo que no sería más que una superficial
adaptación), sino que se convierta en el principio inspirador, normativo
y uníficador que transforme y re-cree esa cultura, originando así "una
nueva creación".
Esta experiencia cristiana es, en cada caso, la del pueblo de Dios
que vive en un área cultural determinada y ha asimilado los valores tra-
dicionales de su propia cultura, pero se abre a las demás culturas. Es
decir: es la experiencia de una Iglesia local que, discerniendo el pasado,
construye el futuro en el presente.
Creo que se puede afirmar que hoy día se cae más en la cuenta,
y de modo más consciente, de la urgencia y profundidad de este pro-
ceso.
Es evidente que la necesidad de la inculturación es universal. Has-
ta hace unos años podía suponérsela limitada a países o continentes di-
versos de aquellos en los que el Evangelio se daba por inculturado desde
hacía siglos. Pero los cambios galopantes acaecidos en esas zonas —y
el cambio es ya una condición permanente— nos persuaden de que hoy
es indispensable una inculturación nueva y constante de la fe si que-
remos que el mensaje evangélico llegue al nombre moderno y a los nue-
vos grupos sub-culturales. Sería un peligroso error negar que esos paí-
ses necesitan una reinculturación de la fe.
No se piense, pues, que el documento que os presento se aplica
solamente a los países que hasta ahora se llamaban de misión. Se apli-
ca a todos, y quizá más a los que creen no tener esa necesidad. Los
PARTE 1.» / n.° 6 97

conceptos misiones, tercer mundo, Oriente/Occidente, etc., son relati-


vos y debemos trascenderlos considerando todo el mundo como una úni-
ca familia a cuyos miembros afectan los diversos problemas.
El influjo innovador y transformador de la experiencia cristiana
en una cultura contribuye, después de una posible crisis de confronta-
ción, a una nueva cohesión de esa cultura. En segundo lugar, ayuda a
asimilar los valores universales que ninguna cultura puede agotar. Y,
además, invita a entrar en una nueva y profunda comunión con otras
culturas, en cuanto todas están llamadas a formar, con un mutuo enri-
quecimiento y complementariedad, el variado tejido de la realidad cul-
tural del único Pueblo de Dios peregrino. De hecho, hoy es muy grande
e inevitable el contacto mutuo de las diversas culturas: es una provi-
dencial oportunidad para la inculturación. El problema está en encauzar
sabiamente ese influjo intercultural. Aquí tiene el cristianismo un papel
importantísimo: su misión es la de profundizar el pasado con un lúcido
discernimiento y, al mismo tiempo, abrir las culturas a los valores uni-
versales comunes a todos los hombres y a los valores particulares de las
demás culturas, suavizando tensiones y conflictos, y creando una verda-
dera comunión.
Esta es una de las grandes aportaciones que nosotros debemos
hacer.

La inculturación y la Compañía de Jesús

Como Jesuítas, debemos sentirnos especialmente interpelados por


este problema, de cuya solución dependerá la remoción de grandes obs-
táculos para la evangelización, y que ha estado presente durante toda
la historia de la Compañía.
La espiritualidad ignaciana, con su visión unitaria de-la historia
de la salvación y su ideal de servicio a todo el género humano (2), fue
un intento genial, al decir de los especialistas, de incorporar la sensi-
bilidad y las características culturales del siglo XVI a la corriente de la
espiritualidad cristiana, pero sin estancarse en una época, la suya, antes
bien manteniendo activo tanto el dinamismo del Espíritu como la crea-
tividad humana a lo largo de la historia en un constante proceso de
adaptación necesaria a todos los países y en todos los tiempos.
San Ignacio, como es obvio, no usó la palabra inculturación. Pero
el contenido teológico de ese término está presente en sus escritos y
en las Constituciones.
El Presupuesto de los Ejercicios pide una disposición básica ini-
cial, que es de oro para la inculturación: estar prontos para salvar la
proposición del prójimo. Es el pórtico de un auténtico diálogo (22).
Los Ejercicios nos llevan a reflexionar sobre la identidad de prin-
cipio y fin para todos los hombres (23), la solidaridad en el pecado

(2) "En tanta diversidad... así en trajes como en gestos... unos blancos,
otros negros..." ->- Ej. Esp. 106.
96 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

(51, 71), la llamada del Rey delante de todo el universo mundo (55).
Y, por otro lado, consideran todo lo recibido como muestra del amor
de Dios, dones que descienden de arriba (234, 235, 257).
Nuestra experiencia personal de Cristo y del Evangelio, vivida en
los Ejercicios, el conocimiento interno del Señor (104), nos disponen
para acertar a discernir lo que es esencial en la fe cristiana y lo que
puede ser ropaje cultural accesorio.
En San Ignacio esta actualización es una constante de su pensa-
miento y de su gobierno —aparece en más de 20 pasajes de las Consti-
tuciones— e insiste incesantemente para que se tomen en consideración
las circunstancias del país, los lugares y lenguas, la diversidad de men-
talidades, los temperamentos personales (3).
En la misma línea están los consejos que da en diversas instruc-
ciones: Háganse amables por la humildad y caridad, haciéndose uno
todo para todos ( 4 ) ; manifiéstense, en cuanto lo sufre el Instituto de
la Compañía, conformes con las costumbres de aquellos pueblos (5).
Ordena que se den penitencias a los que no aprenden la lengua del
país (6).
La tradición de la Compañía es fiel a este principio de adaptación.
Así procedieron sus más grandes misioneros: Javier, Ricci, de Nobili
y tantos otros, cada uno en línea con las concepciones de su tiempo,
cuando con ánimo decidido y creativo apostaron por la acomodación
pastoral.
La tarea de la evangelización de las culturas, que es un aspecto
del problema global, sigue siendo imprescindible en nuestros días y
pide Jesuítas que hagan un esfuerzo igualmente creativo. A esta evan-
gelización de las culturas, tan propia de la tradición de la Compañía,
nos invita Pablo VI cuando anima a los evangelizadores a hacer todo
el esfuerzo necesario para una evangelización generosa de las cultu-
ras (7).
Este es, sin duda, uno de aquellos campos difíciles y de primera
línea de los que habla el Papa, en los que ha habido o hay confronta-
ción entre las exigencias urgentes del hombre y el mensaje cristiano
en los que siempre han estado los jesuítas (8).
El espíritu ignaciano ha sido compendiado alguna vez en esta fra-
se: Non cohiben a máximo, contineri tomen a mínimo, divinum est.
En nuestro contexto eso nos retaría a una concretización local hasta
en lo mínimo, pero sin renunciar a la grandeza y universalidad de los
valores humanos que ninguna cultura, ni el conjunto de todas ellas,
puede asimilar y encarnar de modo perfecto y exhaustivo.

(3) Cfr. Const. 301. 508, 581, 747, 395, 458, 462, 671, 64, 66, 71, 136, 211,
238, 449, etc.
(4) 1 Cor 9, 22.
(5) A los PP. y H H . enviados a ministerios. Roma, 24 de setiembre de
1549. M I Epp. XII 239-242.
(6) A los Superiores de la Compañía. Roma 1 de enero de 1556.
(7) Cfr. Ev. Nuntiandi, 20.
(8) Alocución a los PP. de la C G . 32, 3 de diciembre de 1974.
PARTE 1.» / n.° 6 99

Actitudes requeridas

Múltiples factores condicionan una inculturación bien realizada y


exigen en quien la promueve una fina sensibilidad y actitudes bien de-
finidas.
Además de la actitud fundamental, ya mencionada, de la visión
unitaria de la historia de la salvación, se requiere, en primer lugar, la
docilidad al Espíritu, verdadera causa agente de toda nueva incultura-
ción de la fe. Esta docilidad requiere una continua y atenta escucha en
la oración, el mantener siempre activa la acción del Espíritu en medio
de nuestros estudios y experimentos, y el negarse a cualquier conclusión
preconcebida. Dicho ignacianamente, presupone la indiferencia espiri-
tual y adoptar una disposición a la vez receptiva y dadivosa.
La verdadera inculturación supone además una actitud de discer-
nimiento ignaciano, cuyos criterios son evangélicos y dan a los valores
humanos una dimensión trascendente que ni sobrevalora los elementos
de la propia cultura ni minusvalora los elementos que puedan hallarse
en las culturas ajenas; que nos hace abiertos para aprender de los
demás y cautos ante seductoras apariencias o juicios superficiales. Tal
sería el caso de quien indiscriminadamente aceptase valores muy se-
cundarios, sacrificando los fundamentales, como, por ejemplo, por
desarrollar excesivamente la técnica, destruir valores personales funda-
mentales como son la libertad, la justicia. Tal discreción es vital hoy,
cuando en todas partes se cae continuamente en esos excesos.
Esta objetiva autenticidad, lleva a una humilde apertura interior,
que hace reconocer los errores propios y ayuda a la comprensión de
los ajenos. Los países de antigua tradición cristiana, han cometido cier-
tamente errores en su obra de evangelización, pero hoy los reconocen,
y deben ser perdonados y olvidados. También las nuevas naciones, al
ser evangelizadas por otras, han cometido errores, y también los reco-
nocen y se les deben perdonar y olvidar. Se da así paso a la 'colaboración
reconciliadora y constructiva de un presente y de un futuro, sin exclu-
siones previas, sin recelos, sin limitaciones al poder del Espíritu.
La inculturación requiere también una prolongada paciencia que es
indispensable en los profundos estudios (psicológicos, antropológicos, so-
ciológicos, etc.) y las sosegadas experiencias que necesariamente habrán
de realizarse. Hay que evitar también las estériles polémicas y, más
aún, pactar con el error.
Por el contrario, hay que buscar pacientemente los "semina VerbV'',
esas pierres ¿"atiente predestinadas por la Providencia para la edifica-
ción de la verdad.
Se requiere también para la inculturación una "caritas discreta"
que armoniza la audacia profética y la intrepidez del celo apostólico
con la prudencia del Espíritu; que ayuda a evitar los excesos y las
imprudencias contraproducentes, sin coartar el impulso de la inspira-
ción en los riesgos calculados del sano profetismo evangélico.
v Se requiere, sobre todo, sensus Ecclesiae ignaciano. En un proceso
de tanta responsabilidad e importancia no se puede estar al margen
100 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de la Iglesia, entendida ésta, como lo hace el Vaticano II, en su doble


aspecto de Pueblo de Dios y de Jerarquía. Ninguno de ambos elemen-
tos puede ser soslayado. Es evidente que la última responsabilidad está
en la Jerarquía. Pero debemos evitar dos extremos: el exceso non se-
cundum scientiam (9) que nos haría proceder altaneramente, sin contar
con la Jerarquía, y la pusilanimidad que nos hiciese permanecer me-
drosamente en actitud pasiva, sin creatividad. Como siempre, también
en este proceso de la inculturación el amor que profesamos a la Esposa
de Cristo nos ha de llevar a sentir cum Ecclesia e in Ecclesia, sometien-
do nuestras actividades y experimentos en materia tan delicada a su
dirección.
Estas disposiciones deben avivar en los miembros de la Compañía
aquel amor universal que les permita distinguirse como creadores de co-
munión, no solamente a nivel de Iglesia local, sino también en relación
con la unidad del entero pueblo de Dios peregrinante.

Consecuencias internas

Es obvia la incidencia que todo esto tiene en la vida interna de


la Compañía. En efecto: las transformaciones que se han verificado y
seguirán verificándose en el futuro para adaptarnos a los cambios cul-
turales de hoy, tienen su origen en los criterios del Concilio Vaticano II
y en las prioridades y determinaciones de las CC.GG. 31 y 32. Pero no
podrán concretarse si no logramos que esa corriente transformante del
Espíritu pase modificando desde dentro nuestra vida personal. Es lo
que pudiéramos llamar "inculturación personal interior", que necesa-
riamente debe preceder, o al menos acompañar, a la tarea externa de
la inculturación. Las modificaciones surgidas del Concilio Vaticano II
y de nuestras dos últimas CC.GG. tienen precisamente ese objeto: ca-
pacitarnos y actualizarnos para poder promover la verdadera incultura-
ción del Evangelio.
Para comprender en clave actual nuestro carisma y discernir apostó-
licamente nuestro servicio de hoy a la Iglesia, hemos de repensar el
modo de aplicar los criterios ignacianos a las situaciones concretas ac-
tuales. Esta inculturación personal e intra Societatem no es fácil. Aun-
que admitamos en teoría la necesidad de la inculturación, cuando se
llega a la práctica y nos toca de cerca, personalmente, exigiéndonos cam-
bios profundos de actitudes y apreciación de valores, surge con fre-
cuencia no poca dificultad e incomprensión, que es testimonio de nues-
tra falta de disposición interna para una inculturación personal.
Para dejarnos transformar por la inculturación no bastan las ideas
ni el estudio. Es necesario el shock de una experiencia personal pro-
funda. Para los llamados a vivir en otra cultura, será el integrarse en
un país nuevo, nueva lengua, nueva vida. Para los que quedan en
el propio país, será experimentar los nuevos modos del mundo actual

(9) Rom 10, 2.


PARTE 1.» / n.° 6 101

que cambia: no el mero conocimiento teórico de las nuevas mentalida-


des, sino la asimiliación experimental del modo de vivir de los grupos
con los que hay que trabajar, como pueden ser los marginados, chica-
nos, suburbanos, intelectuales, estudiantes, artistas, etc.
Ahí está, por ejemplo, el inmenso mundo de los jóvenes a quienes
servimos en nuestros Colegios, parroquias, Comunidades de Vida Cris-
tiana, Centros de Espiritualidad, etc. Pertenecen a una cultura que es
distinta de la de muchos de nosotros, con esquemas mentales, escalas de
valores y lenguaje (especialmente el lenguaje religioso) no siempre fá-
cilmente inteligible. Es difícil la comunicación. En cierto sentido somos
extranjeros en su mundo. Pienso que muchos jesuítas, especialmente en
los países desarrollados, no caen en la cuenta del abismo que separa fe
y cultura, y, por ello, son ministros de la Palabra menos aptos.
La experiencia necesaria para esa inserción cultural debe liberar-
nos de tantos elementos que nos atan: prejuicios de clase, vínculos so-
ciales, prejuicios culturales, de raza, etc.
La perfecta inculturación de un jesuíta nunca deberá llevarle a una
cerrazón nacionalista o regionalista: la universalidad, el sentido de
pertenencia al cuerpo universal de la Compañía, deben mantenerse in-
tactas: Que la diversidad no dañe a la unión de la caridad, nos ad-
vierte San Ignacio en las Constituciones [672]. Tampoco debe dismi-
nuir la disponibilidad, actitud fundamental de todo jesuíta, por la que
está pronto a ir a donde se espera mayor servicio de la Iglesia, siendo
allí enviado por la obediencia.
Aquí es donde se siente más personal e íntimamente la tensión en-
tre lo particular y lo universal, entre el sentirse identificado con la cul-
tura de un pueblo, y al mismo tiempo conservarse libre y disponible
para ser enviado a cualquiera otra parte del mundo donde sea requerida
nuestra labor apostólica.
Es evidente la importancia que debe darse a la verdadera incultu-
ración, con las características señaladas de particularidad y universali-
dad, en la "formación" de nuestros jóvenes. Ellos están llamados a ser
en el futuro los agentes de la inculturación y, por eso, deben ser forma-
dos en ese espíritu y en esas realidades concretas.
Como expresión del deseo de la CG. 32 de continuar con mayor in-
tensidad aún en nuestros tiempos la obra de la inculturación, quisiera
que este empeño mereciera un cuidado y solicitud cada vez mayor de
parte de la Compañía (10), y que nos hagamos conscientes de su impor-
tancia capital para nuestra misión de defensa y propagación de la fe,
sintiéndonos al mismo tiempo pertenecientes a la Iglesia local y a la
Iglesia universal.
Esto no se conseguirá sin un convencimiento personal profundo
—que debe esforzarse por conseguir quien aún no lo tuviese— y sin una
coordinada colaboración de todos en el estudio, reflexión y experiencias
necesarias. Sólo de ese modo encontraremos los cauces de expresión y
de vida más adecuados para que el mensaje cristiano pueda pasar a

(10) Decr. 5, núm. 1.


102 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

los individuos y pueblos con quienes trabajamos, abriéndolos al mismo


tiempo a las riquezas de las demás culturas.
Trabajo muy delicado, es cierto. Pero indispensable. Es uno de
los mejores servicios que la Compañía de hoy puede prestar a la Evan-
gelización: cada uno de sus hijos nos sentiremos heraldos y agentes de
una comunión que no sólo agrupe a los miembros de la propia nación,
sino que reúna, conservando su identidad, a todos los hijos de Dios que
están dispersos (11).
Al enviaros esta carta en la solemnidad de Pentecostés, invoco so-
bre todos vosotros la luz y gracia del divino Espíritu.

(11) Jn 11, 52.


\

a
Sección 2 .

"En el centro de la intuición ignaciana está el sentido de misión"


(CG. XXXII, Decr. 2, 13).

"Un jesuita es esencialmente un hombre con una misión. Precisa-


mente por ser enviado, el jesuita se convierte en compañero de Jesús"
(CG. XXXII, Decr. 2, 14).

7. La misión apostólica, clave del carisma ignaciano (15-X-74).

8 Nuestra vocación misionera (22-111-72). Alocución a los Superiores


Mayores de la Asistencia de África.
7. La misión apostólica, clave del carisma
ignaciano (7. IX. 74)*

Durante estos días del Congreso habéis venido oyendo y comen-


tando una serie de conferencias y comunicaciones científicas de alta
investigación. Mi intención hoy es aportar mi granito de arena desde
un plano existencial: brindaros unas sencillas reflexiones provenientes
de la vida y de la experiencia. Desde luego que no se trata dé conclu-
siones definitivas, sino de sugerencias y pistas de reflexión que necesita-
rán ser completadas y enmendadas. Por eso las someto sencillamente a
vuestra consideración.

Actual interés por la lectura de las Constituciones

Carisma significa don gratuito. Mucho se ha abusado" de esta pala-


bra. En sentido técnico, carisma se entiende esencialmente en relación
con la presencia del Espíritu Santo, que se manifiesta con toda suerte
de dones gratuitos. San Ignacio tuvo su carisma fundacional y las
Constituciones de la Compañía de Jesús son la expresión más articula-
da y palpable de dicho carisma.
Alguien ha definido al jesuita como "el hombre que vive las Cons-
,
tituciones", y las Constituciones como "la identidad del jesuit<¿ . Pa-
tente tautología, pero el mejor modo, tal vez, de internarnos en la idio-
sincrasia del jesuita y en la realidad viviente de las Constituciones.
Las Constituciones han sido escritas para la vida. Son la crista-
lización carismática de una experiencia religiosa, personal y comunita-
ria, de Dios y de su Evangelio, vivida por los "compañeros de Jesús".
Por eso, al tratar de interpretarlas, no se puede prescindir de la vida
y de la experiencia religiosa, a la que deben su origen y a la que están

* Conferencia tenida en el Congreso Internacional para jesuítas, celebrado


en Loyola, sobre "Ejercicios y Constituciones para una renovación acomodada de
la Compañía".
106 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

destinadas. Como nadie puede saber lo que es la vida si no la ha


experimentado, ni se puede comprender la fe si no es creyendo, así ana-
lógicamente nadie podrá entender las Constituciones si no ha recibido
en una cierta medida el carisma ignaciano y si no las ha procurado
vivir.
Es muy aleccionador el interés que se ha despertado actualmente en
la Compañía hacia el estudio de las Constituciones. Considerándolo su-
perficialmente, se podría interpretar como un recurrir a las fuentes en
un momento de dificultad, de confusión y aun de crisis; como un
buscar las directivas ignacianas para orientar la "renovado accomoda-
ta", de que nos habla el Concilio; como un acudir a los criterios igna-
cianos para establecer nuevas prioridades apostólicas, o, yendo más
profundamente, como una de las expresiones de angustia del que busca
su propia identidad y el propio carisma. Todo esto es verdad o puede
serlo; pero creo que es más natural descubrir en ese interés una ma-
nifestación en los hijos de la Compañía de la actividad de aquel Es-
píritu, inspirador de las mismas Constituciones, que "escribe e imprime
en los corazones la interior ley de la caridad y amor" (Cons. 134), de
aquel Espíritu que en el Concilio Vaticano II ha movido a la Iglesia
toda y la sigue moviendo hacia el verdadero "aggiornamento", es de-
cir, hacia la renovación, profundización, rejuvenecimiento y adaptación,
necesarios en un mundo nuevo que está naciendo y que exige del je-
suíta el máximum de autenticidad y de profundidad en su verdadera
identidad ignaciana.
La vuelta a las Constituciones representa un paso adelante, aunque
externamente parezca el primer paso hacia atrás en el retorno al pasado
obsoleto y a lo que fue un pasado añorado que no podrá nunca volver
en la misma forma. Se quiere ahondar en el carisma y en la espirituali-
dad pura de la Compañía, se trata en realidad de beber directamente
de los orígenes mismos de nuestra vida ignaciana, "de volver a la gra-
cia inicial que se comprende en la fidelidad a ella en el hoy de Dios"
(A. Baruffo, S. I., 'Alie origini del carisma della Compagnia di Gesu',
pg. 3). Y esto es un avance valiolísimo en la dirección señalada por la
Iglesia en el Concilio Vaticano II, que debemos a la inspiración del
Espíritu Santo (Lum. Gent. 43-45).
Un contacto inmediato con las Constituciones hace que nuestro es-
píritu experimente una vivencia profunda de algo que nos toca perso-
nalmente. El libro de las Constituciones teniendo elementos jurídicos,
no es un código; poseyendo tantos elementos ascético-espirituales, no
es un libro de devoción ni un manual ascético; ofreciendo tantas di-
rectivas humano-apostólicas, no es un simple libro de texto de apostola-
do o de pastoral. Nuestro espíritu siente las Constituciones como un li-
bro normativo y al mismo tiempo como un libro de vida, no solamente
porque es para la vida, sino porque en él late un carisma, don de un
Espíritu vital, que da vida, es principio de unidad y de acción "sicut
oportet" (cfr. Rom 8, 26), "conforme a nuestro Instituto" (Const. 134),
y aumenta nuestra capacidad de crecimiento y asimilación de los pro-
gresos de la humanidad y de la Iglesia. A través de una especie de me-
PARTE 1.» / n.° 7 107

tabolismo interior, el carisma que late en las Constituciones desarrolla,


adapta y robustece el organismo que se sostiene de ellas, la Compañía de
Jesús, en su continuo devenir histórico.
La Compañía es una orden apostólica, proyectada hacia el futuro
con una proyección que exige una constante intuición de lo que será,
apoyándose en lo que fue. Esta dialéctica del presente entre lo que fue
y lo que será, entre el ya-no y el aún-no; este estar radicados en el pa-
sado, inmersos en el presente y proyectados hacia el porvenir, nos abre
a
una perspectiva llena de la esperanza, de que nos habla la parte 10. de
las Constituciones.
Efecto inmediato de este contacto con las Constituciones y, a tra-
vés de ellas, con el carisma latente en "su letra", es la necesidad de
profundizar lo que en ellas se lee, y para ello de reproducir en nosotros
la experiencia que les dio origen, es decir, fundamentalmente la expe-
riencia de los Ejercicios. Cuanto más vivamos los Ejercicios, tanto me-
jor entenderemos las Constituciones y tanto más lograremos la expe-
riencia característica de los Ejercicios, cuanto más lleguemos a su fuen-
te, que es la Sagrada Escritura.
Las Constituciones se encuentran entre los planes divinos y las
realizaciones apostólicas en el mundo, entre el Evangelio y la humani-
dad, entre la salvación objetiva realizada por Cristo y la salvación
subjetiva e "in fierf' de cada hombre. Como don de Dios a su Iglesia,
su origen no hay que buscarlo en los medios humanos (Const. 812) y te-
rrenos, sino en el corazón mismo de la Trinidad, que envía a su Espíritu
a disponer la salvación del mundo. Las Constituciones nos proporcio-
nan una clave para la lectura del Evangelio, del mundo y de la vida
individual y comunitaria de cada jesuita como individuo y como miem-
bro de la Compañía. Con esta clave ahondaremos cada vez más en el
profundo sentido de nuestra vocación y del carisma ignaciano.

I. La misión, clave de la lectura de las Constituciones

Las Constituciones pueden a primera vista dar la impresión, como


la dieron a Bobadilla, de "laberinto confusísimo" (Mon. Nad. IV, 733).
Juicio diametralmente opuesto al de Laínez, que escribía al Virrey de
Sicilia, Juan de Vega, en 1556: "Y en ellas (las Constituciones), a mi
parecer, nos dejó un gran tesoro, porque contienen una muy santa y
prudente forma de gobierno, y muy bastante para que, quien quisiera
regirse por ellas, sea muy gran siervo de Dios N. S. (Mon. Lain. I,
636). Si las estudiamos con atención, encontraremos, como lo ha de-
mostrado el P. A. de Aldama en un escrito todavía inédito, como un hilo
de Ariadna, que nos conduce a través de ellas y nos ofrece una clave
para su lectura; la idea de misión.
La palabra misión, centro focal de las Constituciones, aparece por
primera vez en la Fórmula y tiene claramente el sentido de envío o
acción de enviar. Tal fue el significado que le dieron nuestros primeros
padres cuando en la fórmula de sus votos prometieron el 22 de abril
108 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de 1541 en San Pablo extra muros "obedientiam circa missiones". Es-


tas misiones provienen tanto de "el Sumo Vicario de Cristo nuestro Se-
ñor", como "en su lugar" del que "se hallare Superior de la Compañía"
{Ex., Const. 82). Se trata, pues, de una misión apostólica; del ser en-
viado o por el Vicario de Cristo o por los Superiores para ayudar a
las almas en los ministerios propios de nuestro Instituto, expresados en
las Constituciones {Const. 603 ss..: allí mismo se considera "la misión
de Su Santidad como la más principal").
San Ignacio en sus experiencias místicas llegó a la comprensión
profundísima del concepto de misión, a partir del misterio mismo de la
Trinidad: "En esto viniéndome otras inteligencias, es a saber, cómo el
Hijo envió primero en pobreza a predicar a los apóstoles y después el
Espíritu Santo, dando su espíritu y lenguas los confirmó, y así el Padre
y el Hijo enviando el Espíritu Santo, todas tres personas confirmaron la
tal misión" (MI, Const. I, 90-91).
Para San Ignacio la misión es la extensión "ad extra" de la espi-
ración "ad intra", intratrinitaria, del amor infinito personal, el Espíritu
Santo. La extensión "ad extra" comienza con la misión del Verbo para
hacerse hombre y redimir el género humano: "He aquí que vengo a
hacer tu voluntad''' (Hebr. 10, 9) (cfr. Ignatius von hoyóla, Das geisstli-
che Tagebuch, edit. por A. Haas, S. I. y P. Knauer, S. I., Herder 1961,
p. 250, not. 3).
La idea fundamental de Ignacio de reproducir el Colegio apostó-
lico es como la prolongación de la misión que Cristo dio a sus discípu-
los en el Evangelio. Los rasgos con que S. Mateo describe esa misión
(cap. 10) tienen su correspondencia en las características propias de la
misión apostólica de la Compañía vistas y vividas por S. Ignacio y sus
10 compañeros: ir (disponibilidad, peregrinación, etc.), predicar (mi-
nisterium verbi, en toda la amplitud de dicha fórmula), pobreza (sin
viático, gratuidad de ministerios, etc.), cruz (sub vexillo crucis, abnega-
ción, tercer grado de humildad, pasar oprobios, etc.) (Const. 101, 577-
580).
Polanco afirma que en la Deliberarlo de 1539 "trataron de imitar
él modo apostólico en lo que pudieran" (MI, FN II, 310). No en vano
el mismo Ignacio llamó "principio y principal fundamento nuestro" al
4.° voto, que es expresión concreta de la misión evangélica transmitida
por el Vicario de Cristo (MI, Const. I, 162). Esa idea viene a hacerse
central y a ser inspiradora de las partes más vitales de las Constitucio-
nes: selección (Const. 142-144, 657, 819), experimentos del noviciado
(MI, Const. I, 60), supresión de algunos medios tradicionales de la vida
a a
religiosa, y en especial de las partes 4. a 10. . La idea de misión es
pues clave para la lectura de las Constituciones y proyecta una clara
luz para el verdadero sentido de su interpretación, confiriéndoles gran
unidad. Y esto, ya se entienda la misión en sentido activo, en cuanto
procede del Vicario de Cristo que envía o de los Superiores que lo
hacen por su encargo y en su lugar, ya se entienda en sentido pasivo,
en cuanto es recibida y ejecutada por el sujeto, término y agente de la
misma.
a
PARTE 1 . / n.° 7 109

II. La misión, clave de nuestra lectura del Evangelio

Si queremos entender en toda su profundidad lo que en nuestras


Constituciones significa la misión, debemos acudir a las fuentes de don-
de brota, que no es otra que el Evangelio, meditado en los Ejercicios.
Las Constituciones radican en la experiencia de los Ejercicios.
El Evangelio es un tesoro infinito, que da origen a innumerable
variedad de inspiraciones y experiencias. Una de esas experiencias es la
que ha venido a concretarse y a cristalizar en los Ejercicios.
Para Ignacio, la clave del Evangelio se encuentra en la persona
de Cristo y en su condición de enviado del Padre en misión al hombre,
que importa la encarnación —identificación con ese hombre—, y la
muerte por el hombre. Todos los Ejercicios giran alrededor de la per-
sona "del Señor, que por mí se ha hecho hombre" (Ejerc. 104): la vida
de Cristo, en especial su vida pública, su pasión y su resurrección, son
una realidad viviente, que el ejercitante debe meditar "como si presente
me hallase''' (Ejerc. 114), pidiendo con insistencia "conocimiento inter-
no del Señor... para que más le ame y le siga" (Ejerc. 104). Cristo apa-
rece a los ojos del ejercitante como Rey eterno, que tiene frente a sí
el universo mundo, al cual y a cada uno de los hombres invita a traba-
jar por los demás "y así entrar en la gloria de mi Padre" (Ejerc. 95).
Para ello, Cristo "escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc. y
los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina" (Ejerc.
145). El Jesucristo del Evangelio es visto y sentido en los Ejercicios
como el Cristo pobre, humillado, siervo obediente al Padre; como el
Cristo de la kénosis, "formam serví accipiens" (Filip. 2, 7), hecho como
uno de tantos, como el hombre al que debe redimir; como el Cristo de
las Bienaventuranzas y de la cruz. A los discípulos que envía para con-
tinuar su misión, los envía cercanos al hombre, servidores-incondiciona-
les de todos los hombres en cumplimiento de la voluntad del Padre,
los envía en pobreza, a que sean humillados como El y a que como El
sufran y padezcan por la redención del mundo.
Ahora bien, lo que en los Ejercicios se formula como experiencia
individual, cristaliza en las Constituciones como experiencia comunita-
ria, la misma experiencia carismática de Ignacio y de sus primeros com-
pañeros. "Las Constituciones se trasladaron del espíritu que Dios N. S.
escribió en los corazones de nuestros primeros Padres, y éste se le co-
municó el Señor por medio de los Ejercicios" (La Palma, Camino Espi-
ritual, L. 5, c. 3).
Todos habían vivido la misma experiencia característica de los
Ejercicios pero al sentirse "amigos en el Señor" se plantearon si era
voluntad del mismo Señor formar un cuerpo. Al terminar sus delibe-
raciones de 1539 se encontraron convencidos de que deberían quedar
para siempre unidos no solamente por el vínculo de la caridad, sino
también por el de la obediencia a uno elegido de entre ellos. Fue esta
la expresión de grupo de que todos participaban de una misma gracia,
de una misma vocación.
110 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Esta vivencia se repite en su tanto en cada jesuita: la percepción


íntima personal de su vocación y carisma propio incluye esencialmente
la de la pertenencia a un cuerpo en el que todos los miembros llegan por
una misma experiencia a una misma misión.
Esta experiencia carismática de Ignacio y sus compañeros ha sido
aprobada por la Iglesia; se trata, por tanto, de una experiencia auténti-
ca, ya que la marca autorizada de la autenticidad de un carisma es siem-
pre su aprobación por la Iglesia.
Las Constituciones vienen así a ser inspiradoras de un modo de
vida auténtico y a convertirse en un lugar o instrumento hermenéutico,
ofreciéndonos una clave de la lectura del Evangelio específica, la nues-
tra, la de los que quieren vivir, según el carisma fundacional de Ignacio,
una vocación cuya esencia es la misión apostólica. Esta clave de lectura
del Evangelio (y de los Ejercicios), que se manifiesta en las Constitu-
ciones es: "Cristo —Salvador-humilde, servidor-obediente— que envía
a sus discípulos"; el reverso de esa medalla es la clave de la vida del
jesuita: "el ser yo enviado —por Jesús— en pobreza y humildad, ser-
vicio y obediencia, en misión salvadora". Clave verdaderamente genial,
inspirada en S. Pablo y S. Juan, específica y no genérica, y al mismo
tiempo abierta a todas las correlaciones posibles, que se encuentran en
el contexto evangélico. Tradicional y original al mismo tiempo, porque
no es el todo, sino un modo de tocar el todo. "La llave debe ser distinta
de la puerta; por tanto, debe ser algo que, haciendo parte de la Escri-
tura, nos permita leerla y hacer de ella, como de un material más amor-
fo, una espada de dos filos" (cfr. Martini, Gli esercizi spirituali, citado
por I. Iparraguirre en CIS, Subsidia 4, n. 5).
Para profundizar y renovarse en su vocación que entraña en sí la
realidad de la misión, el jesuita deberá leer el Evangelio bajo esta es-
pecial perspectiva: la de quien es enviado por Cristo, para continuar
su obra redentora, la de quien es apóstol: enviado. Será ésta como una
luz intensa para su vida. Reflexionará sobre la historia "para sacar al-
gún provecho" (Ejerc. 114), y este modo de reflexionar será preguntar-
se en cada pasaje evangélico que medite cómo podrá cumplir mejor la
misión recibida de Cristo por la Compañía, qué lección concreta podrá
aprender en cada pasaje para su vida de apóstol. Será ésta siempre la
clave que le abra los "tesoros de sabiduría y de ciencia" (Col. 2, 3) que
están contenidos para él en el Evangelio, encerrados en el carisma es-
pecífico de su vocación, que sin cesar debe ir descubriendo.

III. La misión, clave de nuestra lectura del mundo de hoy

Las Constituciones nos hacen considerar el mundo como el objeto


de nuestra misión y su finalidad. Si somos enviados, es para servir y
salvar al mundo, y ello nos obliga a conocer su estado, entrar en sus
necesidades y sus oportunidades, para poder concretar la clase de ser-
vicio que podemos prestarle.
PARTE 1.» / n.° 7 111

Destinado por vocación al mundo, a "ayudar a las ánimas", "re-


partiéndose en la viña de Cristo para trabajar en la parte y obra de
ella que les fuere cometida" (Const. 603), el jesuita debe ser un cola-
borador de Jesucristo en la salvación de este mundo. Las Constitucio-
nes, que describen nuestra vocación, subrayan este carácter de misión
y determinan a la vez sus modalidades.
El jesuita debe mirar con amor a ese mundo, al cual es enviado;
debe mirarle con los ojos y la luz propios de su carisma; con los ojos
de aquel amor a los hombres y a las demás creaturas en función del
hombre, amor que "proviene de la divina y suma Bondad", por la cual
se siente enviado, como compañero del Verbo, y de la cual desciende
ese amor y se extiende a todos los prójimos (cfr. Const. 671); con los
ojos de un amor universal, "que abrace todas maneras de personas"
(Const. 163), "aunque entre sí sean contrarias" (Const. 823), y sepa
servir sin ofenderles, "pues es de nuestro Instituto, sin ofensión de na-
die, en cuanto se pueda, servir a todos en el Señor" (Const. 593).
Para entender y cumplir su misión, el jesuita debe ver el mundo
con la anchura, hondura y cercanía de Dios: "Como las tres divinas
personas miraban la planicie o redondez de todo el mundo lleno de hom-
bres" (Ejerc. 102); "ver la grande capacidad y redondez del mundo,
en la que están tantas y tan diversas gentes" (Ejerc. 103); "ver las per-
sonas, las unas y las otras; y primero las de la faz de la tierra, en tanta
diversidad, así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros,
unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos
y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc." (Ejerc. 106);
"mirar lo que hacen las personas sobre la faz de la tierra, así como he-
rir, matar, ir al infierno, etc." (Ejerc. 108).
Ante la profundidad y la universalidad de este campo, en el que
se realizará su misión, el jesuita siente profundamente lo que significa
aquel "más seguir e imitar al Señor nuestro, así nuevamente encarnado"
(Ejerc. 109), Verbo de Dios, hecho hombre "para salvar el género hu-
mano" (Ejerc. 102) "en obediencia al decreto de la Trinidad" (Ejerc.
107). Misión y encarnación son inseparables, es decir, la misión entraña
el hacer propia, lo más posible, la realidad del hombre que ha de
salvar.
Toda la historia humana y la vida personal del jesuita quedan así
enfocadas desde el punto de vista de su misión, de su colaboración más
efectiva con Cristo en la salvación del mundo. El mundo es como el
campo (Ejerc. 102, 138, 140, 144, 145), en el que ha de realizar su
misión de servir a Dios en los hombres, con los medios y manera "con-
forme a nuestro Instituto" (Const. 134; cfr. etiam Nadal, Schol. p. 147).

IV. La 'misión', clave de la vida del jesuita

La misión, es decir, el ser enviado a una labor apostólica, el reci-


bir un destino determinado, puede decirse que constituye el centro de la
vida de cada jesuita, que viene a ser su carisma personal. Toda la per-
112 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sona, todas las cualidades han de centrarse en el perfecto desempeño


de la misión, con cuanto esto signifique de afecto, de preparación, de
trabajo y de entrega. La misión es el corazón, el alma de la vida y de la
actividad del jesuita: su oración, su interés, todo su ser, deben con-
fluir en ella.

1. La misión, en efecto, manifiesta claramente la voluntad concre-


ta de Dios, lo que Dios quiere de uno en este momento. Es la realiza-
ción concreta de la vocación hic et mine. Esta voluntad de Dios habrá
de ser buscada conjuntamente con el que ha de ser enviado, con la
comunidad, con otros muchos tal vez. El Superior, como representante
de Cristo {Const. 84, 85, 284, 286, 424, etc.), tiene el carisma de dis-
cernir la voluntad de Dios para con sus subditos y posee la autoridad
recibida de Dios para enviarlos en misión.

2. La misión es, por lo mismo, lo mejor que cada jesuita puede


hacer, aunque aparentemente haya otros trabajos que aparezcan como
de mayor gloria de Dios. Esto produce una profunda alegría y el sen-
tido de la realización personal y del reconocimiento de la propia iden-
tidad.

3. La misión nos incorpora a la "historia de la salvación", pues


nos entronca en los planes de la provindencia divina. El desempeño de
mi misión es el mejor modo de colaborar en la salvación del mundo, lo
que da a la vida propia un sentido redentor.

4. La misión es el lazo que nos une íntimamente a la Compañía.


Aunque nuestro trabajo pudiera parecer aislado, individual, remoto, la
misión nos liga a todo el cuerpo de la Compañía que nos envía: de ahí
la conciencia de pertenecer a un cuerpo apostólico. La misión y la ca-
ridad son las ligaduras ignacianas que hacen una la Compañía.

5. La misión es la mejor garantía de la ayuda de Dios para el


mejor desempeño de la propia actividad, y se convierte por tanto en
fuente de seguridad y de confianza. Dios me manda: "ego semper te-
cum" (Ps. 72, 23): el Señor es fiel y no puede faltar al obediente.

6. La misión es garantía de éxito apostólico, aunque muchas veces


bajo forma del "fracaso de la cruz"; es decir, aunque a los ojos de los
hombres nuestro trabajo fuera un fracaso, a los ojos de Dios no lo
será, si de nuestra parte hacemos lo posible. Tal fracaso aparente en-
trará en los planes de Dios como necesario para sus fines: el concepto
de éxito y fracaso es muy diverso entre los hombres y ante Dios; de
ahí nace una gran paz para el espíritu.

7. La misión califica todas nuestras actividades. En el momento


en que se retira la misión o el Superior la cambia o la hace cesar nues-
tro trabajo deja de ser un trabajo reconocido por la Compañía como
PARTE 1.» / n.° 7 113

misión, aunque sea altamente cotizado por el mundo. No hay compro-


miso ni contrato que no quede siempre connotado por esta condicción,
aunque expresamente no se manifieste. El ser y actuar "en misión" ca-
lifica y justifica cada acto del jesuita y justifica desde lo más profundo,
la dependencia y sumisión prometidas por la obediencia.

Ahora bien, al actuar en misión, el jesuita se sentirá interpelado


por el mundo: éste le presenta sus problemas, sus necesidades, y tam-
bién sus posibilidades, sus progresos, etc., y pide orientación, consejo,
soluciones posibles. En la respuesta justa se concretará el servicio que
el jesuita debe prestar al mundo; ella será la expresión concreta de la
misión recibida. Para acertarla, el jesuita a su vez tendrá quizá que
interpelar a las Constituciones: ¿qué elementos le ofrecen éstas para per-
cibir, juzgar y actuar en tal situación concreta? En ocasiones nuevas y
difíciles, de modificaciones profundas, de problemas humanos más se-
rios, será necesaria una inteligencia más honda y habrá que interpelar
a los Ejercicios, y, a través de ellos, a la palabra misma de Dios, para
obtener la respuesta siempre nueva, adaptada a las nuevas circunstan-
cias, que nos da la Palabra Encarnada, el Verbo del Padre, que nos
envía al Espíritu Santo.
La interpelación ascendente: mundo-)esaita.-Constituciones-Ejerci-
cicw-Evangelio-Trinidad, recibe la respuesta descendente: Trinidad-Evan-
gélio-Ejercicios-Constituciones-jesuita-raundo. Circulación continua y en-
riquecedora que se manifiesta en casos extraordinarios de modo palpa-
ble, pero que debe caracterizar siempre la vida del jesuita. Es la acción
continua del Espíritu Santo con la pedagogía gradual del "no podéis
entender todavía" (Jn. 16, 12) y del "El os enseñará todo lo que yo os
he dicho" (Jn. 14, 26), hasta introducirnos por completo en los tesoros
de la sabiduría divina. En este sentido hay que entender por qué es pro-
pio del carisma ignaciano la espiritualidad que consiste en" este cons-
tante contacto con Dios y con el hombre, para "ayudar a las almas"
y acompañar al mundo en su inquieta búsqueda de Dios, que es su
único fin. Y esto reviste hoy una importancia extraordinaria, ya que
los problemas nuevos, las situaciones inesperadas y las grandes posi-
bilidades del mundo actual nos obligan a mantenernos en estrecho con-
tacto, a través de las Constituciones, a través de la misión misma, con
el Espíritu de la verdad.

V. La misión, clave de la vida comunitaria ignaciana

Siendo nuestra vocación una vocación al servicio de la Iglesia,


pero para ser realizada como miembro de la Compañía, que es un
cuerpo (cfr. Const. 135, 671), nuestra misión individual entraña un sen-
tido de cuerpo que la califica esencialmente. "Cualquiera que en esta
Compañía... pretende asentar debajo del estandarte de la Cruz... (des-
pués de haber hecho los votos) es ya miembro de esta Compañía" (Fór-
mula Julio III, n. 3; MHSI Const. I. 375), "todos los que hicieron pro-
114 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

fesión en esta Compañía", "los que han de venir a esta Compañía"


(cfr. Const. 135). "Procure este tal traer delante de sus ojos, todos los
días de su vida a Dios primeramente, y luego esta vocación e Instituto
que es camino para ir a Dios.."
El corpus universale Societatis se concretiza después en comunida-
des locales para atender a los diversos apostolados, a la ejecución de
las diversas misiones. "Las casas de la Compañía han de ser como el
cuerpo del escuadrón, de donde salen los soldados a escaramuzar y hacer
algunos saltos contra el enemigo y después se recogen allí. Así será que
de las casas de la Compañía saldrán a unas partes y a otras los de la
Compañía, a pelear contra los vicios y contra los demonios; y quedarán
otros que hagan el cuerpo de la batalla, donde se recogerán los nuestros
'et requiescent pusillum', como decía Nuestro Señor". "Y se recogen a
rehacerse" (MHSI Nadal, 470), "y consolarse con la compañía amable y
espiritual de los otros Padres..." (MHSI Nadal V. 773).
Así pues, las comunidades de la Compañía son esencialmente apos-
tólicas en cuanto tienen como fin el hacer posible y facilitar la ejecu-
ción de la misión que la comunidad como tal y cada uno de sus miem-
bros han recibido por la obediencia.
De ahí que la existencia de la Comunidad tiene su razón de ser en
el apostolado y como ayuda en la ejecución de la misión apostólica.
Esta es la determinante principal de la vida de comunidad.
Siendo el apostolado elemento esencial de la vida comunitaria de
la Compañía, todos los elementos de esta vida deben disponerse de
modo que sean una ayuda para la ejecución de la misión: lugar de ha-
bitación, ritmo de vida, oración común, descanso, reuniones de la Co-
munidad, etc.
Por tanto, el criterio normativo para la vida de una comunidad,
será la mejor ayuda "secundum vocationem nostram" al desempeño de
la misión de la comunidad misma y de cada uno de sus miembros. De
ahí la necesaria flexibilidad que será actuada en adaptación ignaciana
a las diversas circunstancias. Aquí de nuevo la comunidad como tal,
presidida por su Superior en quien en último término queda la decisión,
ejecutará una función apostólica de primer orden en el buscar en las
circunstancias concretas los mejores modos de proceder en los diversos
aspectos, de donde se origina la variedad de nuestros ministerios "ad
maiorem Dei gloriam". ¿Quién no ve la diferencia de la vida comunita-
ria entre un grupo de misioneros rurales o un equipo de misión obre-
ra, que trabajan separadamente, y la de un colegio cuya comunidad toda
trabaja en él, o la de un noviciado o casa de formación?
En todo caso, en la comunidad de la Compañía la tensión "unió
ad dispersionem" será resuelta en relación de la koinonia o (comuni-
dad) con la Diakonia o (ejecución de la misión); no debe ser una unión
que impida la necesaria dispersión apostólica, ni una dispersión tal que
destruya la unión.
Es decir, se debe evitar la tendencia de aquellos que parecen consi-
derar a la comunidad como la prioridad a la que todo lo demás debe
subordinarse, haciendo de la comunidad ignaciana más bien un grupo
PARTE 1.» / n.° 7 115

cerrado e inmóvil. Igualmente es impensable jesuíticamente hablando


que cada cual pueda proceder con la máxima independencia del resto de
la comunidad, reduciendo ésta a un lugar de habitación y a unas re-
laciones egoístas superficiales. No se excluye el caso de que alguno
tenga que sacrificar algo de su vida y misión personal, por atender un
bien comunitario más universal, ni que la comunidad tenga que sacri-
ficar algo por ayudar a un bien apostólico de mayor importancia de uno
de sus miembros.
La comunidad local ignaciana no es una comunidad cerrada, sino
abierta al servicio de la misión que le ha sido confiada, pero además
abierta a la comunidad universal del "corpus Societatis"'. La comuni-
dad local no debe ser nunca un motivo de inmovilidad, como lo sería
si la consideramos una especie de absoluto "per se stans" cerrada en
sí misma y bastándose a sí misma. A su vez el corpus Societatis está
abierto a. la comunidad de la Iglesia y a su servicio; y mediante él la
comunidad local abierta a la universal.
Como comunidad ad dispersionem, se pueden considerar otras,
como por ejemplo, los coetus provincialium que se componen de los
Provinciales de una nación o Asistencia y que se reúnen para tratar de
la misión de la Compañía en aquella región. Su vida comunitaria se
reduce a algunas reuniones durante el año, pero en ellas se tratan los
asuntos universales de la nación o Asistencia cuyas directivas o decisio-
nes las ejecutan después in dispersione, es decir, cuando cada uno ha
vuelto a su Provincia. Es una de las dimensiones a desarrollar si hemos
de preparar el futuro, y la esperanza de que una planificación nacional
podrá realizarse de un modo eficaz, pues estas deliberaciones comunita-
rias sobre la misión en plan nacional y supranacional son un modo de
romper los convencionales muros administrativos de las Provincias por
la fuerza de una misión más universal común que supera en estos casos,
en importancia y sentido eclesial, a las propias de una Provincia sola.
La misión es pues la razón de unión de la comunidad, la razón de
su dispersión, la razón de su abertura al corpus Societatis y, al mismo
tiempo, la clave que resuelve las tensiones entre estos términos a prime-
ra vista contrarios.

VI. La misión, clave para procurar el buen ser de la Compañía

A) Aspecto institucional

La Compañía, como cuerpo moral, se compone de individuos; cada


individuo es una parte, un miembro del todo. El conocimiento y estu-
dio del cuerpo de la Compañía no puede prescindir de la aplicación
concreta en el individuo; y a su vez, gran parte de la problemática que
aparece en la vida individual así como las riquezas de la experiencia
personal, repercuten en una mejor comprensión de la esencia, de la es-
tructura y de los elementos que componen el cuerpo de la Compañía,
es'decir, el organismo viviente que lasi Constituciones describen y que
116 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

se desarrolla y actúa nutrido por el espíritu que alienta en ellas. Precisa-


mente mediante el esfuerzo de la aplicación personal, se aclaran muchos
de los principios y de las ideas que, al tratar del conjunto, pudieran pa-
recer abstractas.
Considerando el carisma y la misión que cada miembro de la Com-
pañía posee personalmente, se puede distinguir en ellos un doble as-
pecto: el aspecto individual, determinado por la ejecución del encargo
recibido de la obediencia y que de ordinario se expresará en una obra
apostólica y en circunstancias concretas, fijadas por la misma obedien-
cia y el aspecto, diríamos implícito, institucional, comunitario, que
debe llevar a mirar y colaborar por "la conservación y aumento del buen
ser del Cuerpo de la Compañía" (Const. 812 ss.).
Es interesante ver cómo San Ignacio, en orden a esta conservación
y aumento, después de los medios sobrenaturales de oración y santos
sacrificios, menciona una buena parte de medios de orden individual;
virtudes sólidas y perfectas, cosas espirituales y de devoción, medios
humanos, gratuidad, pobreza, no admitir prelaturas ni dignidades, se-
lección de las personas, caridad o intercomunicación entre los miembros
moderación en los trabajos, conservación de la salud, cuidado personal
de guardar las Constituciones, etc. (cfr. Const. 657-664, 822-826, 812-
817, etc.). La razón obvia es que el bien de los individuos redunda en
el bien de todo el cuerpo.
Cada uno tiene, por tanto, que conservar y aumentar el buen ser
de la Compañía, sea que este "buen ser" se interprete como buen estado,
o como bien universal, o como el "yo profundo de la Compañía", en
cuanto es vista con la unidad del "yo" de una persona moral (cfr. Mau-
rizio Costa, Legge religiosa e discernimento spirituale, p. 50). Se trata
de un aspecto institucional, que se basa en la relación ineludible del
"yo" individual con el "yo" del cuerpo universal de la Compañía. Res-
ponsabilidad, de la que nadie puede sentirse dispensado; por el mero
hecho de pertenecer al cuerpo —y esto no puede anularse sino dejando
de ser miembro—, cada uno es, en cierto grado, responsable del todo
(cfr. Const. 778).
Pues bien, únicamente dejar constancia de que aspecto característi-
co de la misión personal apostólica es que ella constituye no solamente
una actividad "ad extra", sino que es uno de los lazos fundamentales,
con los que el individuo está ligado e identificado con el "corpus So-
cietatis". A este "corpus" es confiada la misión y por él distribuida a
cada miembro y la responsable realización de éste redunda en bonum
de la misión total.

B) Progreso

El desempeño o realización de toda misión es un servicio que pres-


tamos a los hombres, pero al mismo tiempo un enriquecimiento del que
la ejecuta y del cuerpo mismo de la Compañía. En efecto: para poder
prestar un servicio de modo eficaz y adaptándose a las circunstancias
PARTE 1.» / n.° 7 117

de cada momento, hay que trabajar incesantemente por conocer el me-


dio en que actuamos, cuya evolución es permanente. El mundo y la
Iglesia progresan siempre y es nuestro deber asimilar convenientemente
estos progresos.
Hablando de la Iglesia, el Concilio Vaticano II ha dicho que "ella
se puede enriquecer y de hecho se enriquece con la evolución humana y
social... Todo lo que promueve la comunidad humana... según los de-
signios de Dios, acarrea también una ayuda no pequeña a la comunidad
eclesial, en cuanto ésta depende de elementos externos" (Gaud. et spes,
número 44).
La Compañía, como parte pequeñísima de la Iglesia, puede en su
tanto decir lo mismo. La actividad apostólica se enriquece con el con-
tacto con la comunidad humana: "La actividad humana", dice el Con-
cilio, "como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Este,
al obrar, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se per-
fecciona a sí mismo" (ib. núm. 35). Lo mismo ocurre con el constante
progreso de los conceptos relacionados con la fe: "para que el hombre
pueda comprender cada vez mejor y más profundamente, el Espíritu
Santo perfecciona la fe constantemente con sus dones" (Dei Verbum,
número 5).
Nuestra misión apostólica y el aumento del buen ser de la Com-
pañía deben apoyarse, como en dos raíles, en estos progresos que se
realizan, bajo el impulso del Espíritu Santo, tanto en el orden puramen-
te natural como en el orden del progreso de nuestro conocimiento del
depósito de la revelación.
Muchos son los conceptos y las realidades que han tenido gran evo-
lución en estos últimos años: la persona humana y sus derechos, la
igualdad entre los hombres, la justicia social, la dimensión social del
hombre, la familia, la autoridad, el diálogo, etc. Y, asimismo, en el or-
den espiritual: la Iglesia, los sacramentos, la colegialidad,jel pecado, la
Cristología, el papel de los laicos en la Iglesia, los conceptos de la Igle-
sia local e Iglesia universal, los novísimos, etc.
Muchos de dichos conceptos han tenido ya influjo decisivo en nues-
tra vida y en nuestra misión. De hecho, una vida más íntima de comu-
nidad, el ejercicio de la autoridad, los sistemas de planificación, la prác-
tica de la pobreza, las relaciones ínter-personales, la inserción de los
HH. Coadjutores, la cuestión de los grados en la Compañía, el interés
por la justicia social y el trabajo con los laicos y por los pobres, la
interprovincialización o internacionalización posibilitada por la facili-
dad de las comunicaciones, etc., son otras tantas manifestaciones de ese
influjo, debido en gran parte a la evolución humana, asimilada por la
Compañía.
Tal progreso, que no se puede a veces asimilar sin experiencias do-
lorosas de excesos, fracasos o defecciones, además de ser una condición
indispensable de la adaptación de nuestra misión apostólica, es necesa-
rio para la conservación y aumento de la Compañía.

i
118 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

C) Discernimiento

Por eso, entra aquí, como clásicamente ignaciano, el discernimien-


to, para lograr que la incorporación de nuevos elementos sea positiva y
fructuosa. Los cambios, en efecto, no siempre representan progreso, sino
al contrario pueden implicar un defecto o señalar una regresión. La
Compañía, para progresar ayudándose de esa evolución socio-religioso-
cultural, debe saber discernir dónde está el verdadero progreso y en
qué forma puede ser asimilado.
Habrá casos en que este discernimiento se haga especialmente difí-
cil y complicado, y será necesario recurrir a aquellos criterios y disposi-
ciones, sencillas en el fondo, si se mira a los conceptos, pero difíciles en
la realidad, que nos enseñan los Ejercicios y las Constituciones: la verda-
dera indiferencia, los motivos puramente evangélicos, el deseo del "ma-
gis", el dinamismo de llegar hasta las últimas consecuencias y de vivir
en el espíritu del tercer binario (Ejerc. 175-176).
La experiencia mística o al menos los sentimientos y luces propor-
cionados por el Espíritu serán a veces criterio definitivo (primer y se-
gundo tiempo de elección) y combinados o confirmados por la razón
(tercer tiempo, Ejerc. 175-177), nos llevarán a las verdaderas opciones
apostólicas.
Una sana actitud de cuestionar al mundo, de evaluar seriamente
los hechos y las situaciones, de leer con atención "los signos de los
tiempos", no son en realidad sino fases y formas de un discernimiento,
que exige condiciones no fáciles de realizar, pero con el que podemos
prestar al mundo de hoy un positivo y considerable servicio.
Supuesto el discernimiento entre lo bueno y lo malo, llegará el
momento de elegir entre lo bueno y lo mejor, y entre los mejores me-
dios de realizar la misión, es decir, la selección de ministerios "según
nuestro Instituto" (Const. 134). Las Constituciones nos dan para ello
una serie de principios prácticos, clásicos del carisma ignaciano y rela-
tivamente sencillos y de fácil aplicación. Tales son: la universalidad,
la mayor necesidad, la esperanza del fruto, la mayor obligación por
gratitud, la difusión del fruto, mayor dificultad, etc. (Const. 618, 622-
624).
Con estos criterios, que suponen los otros fundamentales a que me
he referido antes, se puede llegar fácilmente al sano discernimiento y
a la selección de ministerios. Ellos nos ayudarán no sólo a cumplir más
perfectamente la misión de la Compañía, sino también a iluminar con
certera discreción muchos otros puntos de trascendencia y de gran im-
portancia para la evolución de la sociedad humana.

VII. Principios ignacianos que caracterizan la misión

La misión del jesuita se caracteriza y determina en las Constitu-


ciones por una serie de principios que la orientan, la impulsan, la dina-
mizan y a la vez la circunscriben y delimitan, constituvendo los presu-
puestos del necesario discernimiento y selección apostólicos.
a
PARTE 1 . / n.° 7 119

A) Primer y supremo principio es la primacía de lo divino. Om-


nia ad maiorem Dei gloriam (Ex. Const. 131), "siendo ella (la Compa-
ñía) ordenada a mayor servicio divino" (Const. 258). 0 , como escribe
San Ignacio un poco más adelante en un texto maravilloso que es uno
de los vértices de la espiritualidad ignaciana: "Buscar en todas las co-
sas a Dios nuestro Señor, apartando, cuanto es posible, de sí el amor de
las criaturas, por ponerle en el Criador de ellas, a El en todas amando
,
y a todas en El, conforme a su santísima y divina voluntad' (Const.
288). San Ignacio que está lejos de una mística desencantada, no separa
nunca el hombre y las criaturas de Dios mismo, tiene un profundo
sentido de Dios y de lo divino: "alavar, hacer reverencia y servir a
Dios nuestro Señor" (Ejerc. 23), y quiere que el jesuita, el hombre de
las Constituciones, sea ante todo "hombre de Dios" (Const. 260, 671,
723, 813).
B) El segundo principio "es semejante al primero" (Mt. 22, 39).
Lo humano, el hombre, es también centro de la misión. Dios glorifica-
do en, y mediante, nuestro servicio al hombre. La rica antropología de
las Constituciones se esfuerza por equilibrar y compenetrar entrañada-
mente gracia y naturaleza. Es un rasgo típico de Ignacio este empeño.
Ya en su tiempo trata de resolver la tensión dicotómica entre lo natu-
ral y sobrenatural. Desea que los medios humanos sean tenidos en
cuenta al máximum en el desempeño de la misión salvadora: "Deben
procurarse los medios humanos o adquisitos con diligencia" (Const.
814). Aunque haya de dar preferencia a lo sobrenatural, ya que "los
medios que juntan el instrumento con Dios y le disponen para que se
rija bien de su divina mano son más eficaces que los que le disponen
para con los hombres" (Const. 812).
Mirando el mundo a través de la misión de las Constituciones se
evita tanto el naturalismo como el sobrenaturalismo desencarnado. El
primado de lo divino no destruye lo natural, sino que lo asume, lo eleva
y lo hace instrumento de colaboración en la salvación del-mundo.
Pero más que lo humano interesa el hombre. El fin de la Compa-
ñía es "ayudar a las almas", comenzando por la propia (Ex. Const. 3).
El hombre, en cierto sentido, es centro, objeto principal de la misión.
En medio de la variedad de los seres del mundo, que se ofrecen a la
mirada del jesuita, destaca en modo especialísimo el hombre, "pues las
otras cosas... son creadas para el hombre y para que le ayuden" (Ejerc.
23). Lo que hay que salvar es el hombre: salvado él, el resto de la
creación será salvo. Es el antropocentrismo asumido en el Cristocen-
trismo.
Y aquí "el hombre" significa "todo el hombre y todos los hombres"
(Pop. Prog. núm. 14). Nuestra misión adquiere extraordinaria profun-
didad y extensión. Profundidad, "todo el hombre", pues llegará hasta
el fondo mismo de la conciencia humana, a la conversión del corazón,
que es lo más personal del hombre. Desde este punto de vista, son los
Ejercicios Espirituales el medio que más se adapta a nuestra misión. Ex-
tensión, "todos los hombres", porque la actividad toda de la misión "se
extiende a todos los prójimos" (Const. 671) y se encamina a la "salva-

I
120 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ción y perfección de las almas de los prójimos'" (Ex. Const. 3; cfr.


Const. 136).
Cuando se habla de todo el hombre, se hace referencia a la salva-
ción y perfección del alma y del cuerpo del ser humano, en su dimen-
sión individual y en su dimensión social. De ahí que el hombre de las
Constituciones, aunque dirigirá sus esfuerzos preferentemente a los va-
lores espirituales y sobrenaturales, no olvidará los valores materiales y
humanos, sabiendo que el progreso humano constituye un aspecto fun-
damental en la vida del hombre y que en el hombre "coinciden absólu~
tómente su ser humano y su vocación por la gracia de Dios" (Alfaro,
Hacia una teología del progreso humano, p. 116). Y esta unidad ha sido
una preocupación permanente del apostolado de la Compañía en todos
los tiempos.
Como ha sido preocupación también, el que el desarrollo pleno de
este hombre implique su crecimiento social, su necesaria proyección de
servicio hacia los demás hombres. No podemos olvidar esta dimensión
social de la "salvación" de este hombre al que somos enviados, sino de-
bemos esforzarnos por que se desarrolle en justicia y en caridad para
con los individuos y con la sociedad humana en general. La meta es
que todos los hombres puedan llegar a participar de los bienes que Dios
ha puesto a su servicio, tanto naturales como sobrenaturales; es ésta hoy
una aspiración y centro de especial atención por parte de la Iglesia y
debe serlo también para la Compañía, tanto más cuanto que esta imagen
de "hombre nuevo" (Efesios 4, 24), servidor de todos en justicia y ca-
ridad "hasta el extremo", pertenece al corazón de la cristología y de la
antropología de los Ejercicios y Constituciones.
C) Un tercer principio dinamizador y a la vez delimitador del ca-
risma ignaciano es su carácter eclesial. La misión concreta es dada al
jesuita por el Romano Pontífice o, en su lugar, por los Superiores de la
Compañía (Const. 603-618); el fin de la Compañía es servir a la Igle-
sia bajo el Romano Pontífice. Elemento cualificante y característico de
toda misión será, por tanto, ver al mundo bajo un prisma de Iglesia; no
se puede prescindir de la Iglesia ni separarse de ella, y mucho menos
oponerse a ella, pues en el mismo momento la misión dejaría de ser
"servicio" e incluso dejaría de ser "misión".
Por este mismo sentido eclesial, S. Ignacio considera "la misión del
Vicario Summo de Cristo como la más principal" (Const. 603): "la in-
tención del cuarto voto del Papa no era para un lugar particular, sino
para ser esparcidos en varias partes del mundo" (Const. 605). A una
tal misión, el jesuita "ofrezca su persona liberalmente, sin que pida viá-
tico ni haga pedir cosa temporal alguna... (Const. 609).
El principio ignaciano del "sentir con la Iglesia" entraña un amor
profundo a la "vera esposa de Cristo" y se manifiesta principalmente
en la fidelidad al Sumo Pontífice Vicario de Cristo. En las Constitu-
ciones aparece repetidas veces: "siendo el fin de las Constituciones ayu-
dar... al bien de la universal Iglesia" (Const. 136). La Compañía realiza
su labor "en la viña de Cristo nuestro Señor" (Const. 135, 144, 243, 308,
334). La dimensión eclesial de las Constituciones constituye una constante
PARTE 1.» / n.° 7 121

que las penetra por entero. Ignacio habla de "la autoridad y providencia
de nuestra Santa Madre la Iglesia" (Ex. Const. 22). La Iglesia es la norma
más segura y se han de seguir sus opiniones, pues, como escribirá Ig-
nacio: "La Santa Madre Iglesia siempre es ilustrada y esclarecida in
dies por el Señor nuestro, que la rige y gobierna" (MI, Epp VIII, 309).
Para Ignacio la Iglesia jerárquica es Madre nuestra, esposa de Cristo,
e! amor la vivifica. No es una institución fría, sino una madre provi-
dente.
El sentido verdadero de la "vera esposa de Cristo" (Ejerc. 353),
tan necesario hoy, se opone al de quienes no ven distinción entre la Igle-
sia y el mundo. San Ignacio tiene un sentido tan profundo de la Igle-
sia, "nuestra santa madre Iglesia jerárquica" (ib.), cuya cabeza es el Vi-
cario de Cristo, que ni por un instante opone la Iglesia a Cristo, ni opo-
ne la institución al misterio, sino que ve el misterio en la institución.
Este sentido de Iglesia determina la visión que el jesuita debe tener del
mundo, según su carisma, y cualifica su misión de una forma típica-
mente ignaciana.
D) Como cuarto principio, el sacerdocio es nota característica de
la "misión" y de la Compañía como cuerpo y constituye, por tanto, una
nota ignaciana de gran valor en el cumplimiento de su misión. La
Compañía mira, evalúa y ayuda al mundo con ojos, criterios y acciones
sacerdotales, no porque todos los jesuítas deban ser sacerdotes, sino
porque ella ha sido establecida para una labor sacerdotal ministerial, y
nuestra labor debe ser continuación de la experiencia sacerdotal, perso-
nal y comuntaria, de los primeros compañeros. Se ha podido afirmar
que San Ignacio entendió el sacerdocio más en la línea de "lo misional"
que en el sentido de lo "cultual" y que sin embargo en la vida de los
jesuítas, a veces, a la hora de entender y practicar el sacerdocio, ha
influido más la teología post-tridentina que la Fórmula del Instituto.
El fin de la Compañía como cuerpo es un fin sacerdotal? "emplearse
toda en la defensa y dilatación de la fe católica predicando, leyendo pú-
blicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios,
dando los Ejercicios espirituales, enseñando a los niños y a los ignoran-
tes la doctrina cristiana, oyendo las confesiones de los fieles y sumi-
nistrándoles los demás sacramentos para especial consolación de las áni-
mas. Y también es instituida para pacificar a los desavenidos, para so-
correr y servir con obras de caridad a los presos de las cárceles y a los
enfermos de los hospitales..." (Fórmula I, núm. 3).
El Vaticano II nos ha ayudado a entender mejor el pensamiento de
Ignacio. La imagen del ministerio presbiteral que nos ofrece el Concilio
Vaticano II es muy amplia. Esta imagen Vaticana tiene como punto de
partida el concepto de "misión". Es la misión de Cristo en primer lu-
gar; después, la misión de toda la Iglesia. En la visión del Vaticano
todo arranca de la "misión" que engloba como categoría primera y fun-
damental la "sacerdotal", proféticá y pastoral.
La misma conclusión se desprende de lo que exige para la Compa-
ñía el 4.° Voto. Este voto pide, según la Fórmula "ut quidquid moder-
122 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ñus et alii Romean Pontífices, pro tempore exsistentes iusserint ad pro-


fectum animarum et fidei propagationem... exequi teneamur (n. 3).
Se trata indudablemente de la plenitud de la vida de fe y de la
Iglesia. Ahora bien, la plenitud de esta vida exige como "fuente" y su
"culmen" la celebración de la Eucaristía, (cfr. Lum. Gent. 11; PO, 5).
Es más, el Concilio afirma: "No se edifica ninguna Comunidad
cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada
Eucaristía. Por ello, pues, hay que comenzar toda formación para el
espíritu de Comunidad''' (PO, 6).
Evidentemente, si el Romano Pontífice puede enviar a la Compañía
a cualquier parte del mundo, para la realización de su tarea, ello exige
que el cuerpo apostólico de la Compañía cuente con un número suficien-
te de presbíteros para el cumplimiento de la misión.
Por otra parte, según la doctrina del Concilio, la celebración euca-
rística es "fuente y culmen de la vida de la Iglesia" (Sac. Conc. 10),
"pero esto no quiere decir que toda la vida de la Iglesia se agote con
sola la celebración eucarística. La misión de la Compañía en su totalidad
y en su riqueza requiere una enorme variedad de misiones particulares
y de servicios concretos que no siempre requieren necesariamente la pre-
via ordenación sacerdotal" (cfr. Apost. Actuos. 22-24).
Este criterio de lo sacerdotal tiene por tanto un sello específico en
la manera de realizar la misión, y en la correlativa ayuda que el mundo
puede y debe esperar recibir de nosotros, continuadores de Ignacio y de
sus compañeros.

VIII. Dificultades de la vivencia de "la misión"

El hombre que quiera vivir este su carisma de "enviado" en toda


su plenitud, según las Constituciones, se encontrará con dificultades na-
cidas de las características propias del carisma que venimos consideran-
do ; mencionaré solamente dos, que son al mismo tiempo fuente de dina-
mismo y de perfeccionamiento.

1. La perfección con que debe vivir y realizar su misión "no per-


diendo punto de perfección" (Const. 547), siempre en tensión hacia el
"magis" y hacia el "ad maiorem Dei gloriam", como se lo enseñan las
Constituciones, hace sentir al jesuita la dificultad que permanentemente
debe ir superando, mientras, por otro lado, le ofrece un acicate eficací-
simo para ir creciendo en espíritu y en eficacia apostólica, en los límites
siempre de la posibilidad humana, ayudada por la divina gracia.

2. El dinamismo interno de las Constituciones con su equilibrio


dialéctico es fuente de una grande y constante dificultad, ya que entra-
ñando una profunda tensión, lleva al jesuita a ahondar más en espíritu,
hasta llegar a una unidad superior de identificación, que articulará lo
que hasta entonces hubiera parecido incompatible.
PARTE 1." / n.° 7 123

San Ignacio, en efecto, ha logrado en las Constituciones un equili­


brio estable entre fuerzas al parecer opuestas y entre múltiples tensiones
dialécticas: oración y acción, perfección propia y ajena, naturaleza y
gracia, unión y diversidad, pobreza y eficacia apostólica, obediencia
y carisma propio, etc.
El jesuita, al querer vivir esos elementos generadores de una ten­
sión, ya llevada por San Ignacio a fórmulas de equilibrio dinámica­
mente estable, advierte que el equilibrio tiende fácilmente a hacerse
inestable o aun a romperse. Obligado a restablecer el equilibrio, no
le queda sino recurrir al mismo procedimiento con que lo consiguió
San Ignacio, es a saber, o profundizando en los elementos en tensión
de tal modo que lleguen a ser no elementos contrapuestos, sino interpe­
netrados, o, a veces, reduciéndolos a un principio de orden superior, en
el que la tensión desaparece por reducirse a un valor único nuevo más
elevado. En la tensión, por ejemplo, entre oración-acción, amenazado
el equilibrio por una acentuación de la acción, a la que pudiera en
nuestros días darse un mayor relieve en aras de un activismo de resul­
tados inmediatos, se llegaría a restablecer el equilibrio con el ahondar
en la significación, estima y práctica de la oración, de modo que se lle­
gue al "contemplativus in actione", al punto en que la oración y la
acción se compenetran en una "vida activa superior" (MHSJ, Nadal
IV - 679), al "buscar a Dios en todo", en el que tanto la acción como la
oración se reducen a un continuo estar en Dios, al que se percibe pre­
sente en una y en otra.
Igualmente, en la tensión entre obediencia y carisma personal lle­
gará a un equilibrio estable el día en que se acepte la seguridad de que,
siendo ambos inspirados por el mismo Espíritu, no puede haber con­
tradicción entre ellos; en el discernimiento Superior-subdito se encon­
trará el camino para conocer cuál es concretamente la voluntad de
Dios, que no puede ser sino una. Habrá tensión mientras parezca que
hay "dos voluntades de Dios opuestas", desaparecerá en el momento en
que se admita que ambos, Superior y subdito, buscan y siguen una
única voluntad de Dios.
Se podrían multiplicar ejemplos: lo importante es ver cómo la
misión al ser realizada en la vida, obliga a una continua profundización
por tensión dialéctica, que la va perfeccionando y es fuente de continuo
progreso. Cuántos problemas y conflictos actuales se resolverían, si se
llegara así a encontrar el equilibrio interno de sus elementos de ten­
sión; sacerdocio y profesión, pobreza y eficacia apostólica, "idem sa-
piamus" y sano pluralismo, deliberación comunitaria y obediencia al
Superior, actividad social y evangelización, apostolado local y univer­
sal, etc.
En la frecuente tensión que hoy experimentamos en tantos aspec­
tos, si llegamos a profundizar en el significado y naturaleza de los tér­
minos de esa dialéctica, quizá lograríamos descubrir que, en vez de
constituir elementos desintegrantes, pueden convertirse en incesante es­
tímulo para un mayor enriquecimiento de nuestra vivencia personal del
124 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

carisma y del buen ser de la Compañía, y llevarnos así inequívocamen-


te a la sólida y auténtica "unión de ánimos" que San Ignacio deseaba
para los suyos.

Conclusión

Podemos decir que el carisma fundacional, que fue comunicado a


Ignacio como un don del Espíritu Santo a través de sus experiencias mís-
ticas, sobre todo trinitarias, a través del Evangelio sentido y vivido en
los Ejercicios, y a través de la rica experiencia apostólica, personal y
comunitaria, del mismo Ignacio y de los primeros compañeros, ha que-
dado expresado en la Fórmula Instituti y desarrollado de un modo más
amplio y aplicado a la vida, en el libro de las Constituciones.
Hemos visto cómo la misión apostólica es un elemento fundamen-
tal, verdadera clave para interpretar las Constituciones; cómo esa misión
nos abre e interpreta el Evangelio y nos ayuda a penetrar en los planes
de la Trinidad a través de la experiencia de los Ejercicios; cómo la mi-
sión inspira y sella la vida individual y comunitaria del jesuita y ayuda
a la conservación y buen ser del cuerpo de la Compañía.
De ello se puede concluir que la misión apostólica es una llave pre-
ciosa, un "passepartout"', verdadera llave maestra para entender y pro-
fundizar en el conocimiento del carisma fundacional de San Ignacio.
8. Nuestra vocación misionera (22. III. 72).
Alocución a los Superiores Mayores
de la Asistencia de África

"El trabajo misional, "la propagación de la fe', es hoy


más que nunca de urgentísima actualidad, como algo inhe-
rente a la esencia misma de la Iglesia", así lo afirma el
P. General. Como en otros campos, también en torno al tema
misional ha surgido una nueva problemática y se ha cues-
tionado su sentido. En el documento se reafirma el sentido
de nuestra vocación misionera. Esta viene presentada bajo
un doble aspecto y a continuación se presentan las caracte-
rísticas ignacianas de la imagen del misionero jesuita, a la
par que se van indicando las vías de solución a las antino-
mias que se experimentan en la actividad misionera.
En el cuerpo del discurso, el P. Arrupe presenta toda
la profundidad del tema resumida, como en síntesis, en
torno al diálogo. Diálogo que, iniciado dentro de la Trini-
dad y cuyo efecto fue la misión del Hijo, se prolonga en
cada uno de nosotros, que al responder a la invitación de
Cristo, somos enviados para continuar el diálogo con el
mundo, con los que no conocen a Cristo, y se concluye con
el diálogo de cada convertido con Cristo.

I Nuestra vocación misionera

El momento que vivimos presenta un interés extraordinario y sin


duda alguna crucial para la Iglesia, para la Compañía, para las Misio-
nes en general y para África y Madagascar en particular. Esta coyun-
tura histórica debe llevarnos, en consecuencia, a una reflexión lo más
profunda posible, si queremos situarnos exactamente y disponernos a
un mejor servicio.
126 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Es interesante subrayar que, en el período de transición que atra-


vesamos, todo nos impulsa, en el fondo, a una purificación mayor, a
una vuelta al verdadero espíritu de la Compañía, a profundizar en los
elementos esenciales de nuestra vocación. El mismo progreso técnico nos
proporciona datos nuevos para encarnar de una manera más eficaz lo
que San Ignacio captó como esencial, lo que consideró como la realiza-
ción más apostólica y el servicio más verdadero de la Iglesia. El "choc
del futuro" es una sacudida saludable que nos abre los ojos a una rea-
lidad nueva.
El trabajo misionero, lo que en términos clásicos se llamaba la
"propagación de la fe", es de mayor actualidad que nunca. Pertenece a
la esencia misma de la Iglesia. Por eso antes de entrar en el tema, qui-
siera precisar un punto que ha podido causar sorpresa a quienes tra-
bajan en las misiones. Entre las prioridades que presenté a la Compañía
durante la Congregación de Procuradores de 1970 no hablé de las "Mi-
siones". Algunos notaron esta ausencia. La explicación es bien sencilla:
si se toma la palabra "misión" en el sentido de "propagación de la fe",
está claro que no se trata de una simple prioridad, sino de una de las
finalidades esenciales de la Compañía al servicio de la Iglesia, como es
evidente en la fórmula misma del Instituto. Si, por otra parte, se en-
tiende por "misión" el apostolado en países "no cristianos" me parece
que hoy este apostolado no difiere esencialmente del que hay que reali-
zar en el resto del mundo. Prescindiendo de que hoy día la expresión
"país de misión" comporta para las naciones así calificadas un algo
de peyorativo y de humillante.
Creo que las actividades llevadas a cabo en estas regiones deben
ser consideradas como parte integrante de la actividad en el mundo en-
tero. Por eso precisamente, hablando de reflexión teológica, de educa-
ción, de acción social o de medios de comunicación social, consideraba
estos campos de apostolado en su extensión total, que comprende a todas
las naciones en las que trabajamos, porque estoy convencido de su im-
portancia universal, aunque haya que considerarlas y practicarlas de
maneras diferentes según las circunstancias y las necesidades concre-
tas.
Hoy ya no podemos considerar a los "países de misión" como algo
específicamente diferente. Los problemas que se plantean en ellos tienen
que ser estudiados y resueltos en profundidad y en colaboración con la
misma seriedad que en el resto del mundo. La universalidad de las cues-
tiones en el momento presente, así como la movilidad, la comunicación,
las posibilidades de colaboración, etc., son tales que podemos conside-
rar al mundo como una unidad; sin crear fronteras artificiales, con las
ventajas que entraña esta concepción de unidad universal tanto para la
distribución de las personas y de los recursos posibles, como para el in-
tercambio de experiencias.
Cuando se habla, como se hace hoy día, de una nueva figura de
"misionero", esto quiere decir para nosotros, en realidad, la figura de
un apóstol de la Compañía, es decir, de un hombre que realiza con
vitalidad nueva una encarnación más ignaciana del ideal entrevisto por
PARTE 1.» / n.° 8 127

Ignacio en el Cardoner y en Manresa y que expresó en las Constitu-


ciones.
Es verdad que la situación actual del mundo, de la Iglesia y de la
Compañía es complicada, rica en nuevos problemas que tocan puntos
sustanciales de la fe y hasta la naturaleza misma de nuestra vocación.
La problemática de hoy se presenta como algo intelectualizado o teóri-
co, porque el hombre moderno quiere saber el porqué de todo y apli-
car a la fe la metafísica y los métodos de investigación puramente hu-
manos para penetrar hasta la misma vocación personal, hasta el sentido
mismo de la vida, hasta la misma fe.
Hoy día, ¿cuál es el sentido de las misiones, hasta qué punto es
necesaria la conversión al cristianismo de quienes no tienen fe, cuál
es la relación entre iglesia local e iglesia universal, cuál es el verdadero
sentido de la vida religiosa, en qué forma hay que integrar la evange-
lización, el desarrollo y el progreso cultural y humano, cuál debe ser el
papel de los extranjeros en la iglesia local, hasta qué punto debemos
abrirnos y colaborar con las otras iglesias cristianas, o con las otras
religiones, o con los no creyentes, etc.? Problemática cuya simple for-
mulación como cuestiones que hay que resolver, produce ya en muchos
un estado de malestar, de falta de ánimos o de frustración.
Unos se sienten profundamente afectados por esta problemática y
estarían dispuestos a considerar que en gran parte han perdido su vida,
en la medida en que ella se apoyaba en opiniones o creencias que hoy
se considerarían insuficientemente fundadas. Otros, sobre todo los jó-
venes, abordan estas cuestiones de una manera más teórica, pero se
sienten desorientados frente a una situación en la que la duda puede
disminuir su impulso apostólico o por lo menos reducirle a una con-
cepción más bien humana y natural de la evangelización. Por otra
parte, no faltan misioneros experimentados que, estando al corriente de
estas discusiones que consideran interesantes aunque un'poco acadé-
micas, saben por experiencia personal, incluso aunque no puedan de-
mostrarlo fácilmente con argumentos escolásticos, que su vida ha sido
plena, que su trabajo ha tenido un profundo sentido. Ellos también, y
a veces profundamente, han padecido dudas y escepticismo, pero ello
no ha quitado nada al valor absoluto y a la eficacia de una vida que
han consagrado enteramente al servicio de la Iglesia y de las almas.
Después de una complicada discusión entre profundos teólogos, acerca
de la manera de entender el fin de las misiones, un viejo misionero me
decía: \Esto sí que es grande, verdaderamente]: venirme a decir des-
pués de haber trabajado 40 años como misionero, que los teólogos no
saben por qué hemos trabajado toda nuestra vida. EUos no lo saben,
quizá, pero yo lo sé, por lo menos para mí, y eso me basta. ¡Cómo nos
complican la vida, estos sabiosl
Así pues, en este clima de "desmitologización", de "hermenéutica",
de nueva eclesiología, de exégesis nueva, se presenta con frecuencia la
cuestión de la identidad de la Compañía y del sentido misionero de su
trabajo.
No es este el momento de hacer una investigación teológica o his-
128 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tórica sobre la esencia de la vida misionera o acerca de la identidad


de la Compañía. Sin embargo, podemos decir brevemente que "el prin-
cipio y principal fundamento" de nuestra vida, consiste, según S. Igna-
cio (1), en el cuarto voto, el de obedecer al Vicario de Jesucristo en lo
que toca a las "misiones": con otras palabras, nuestra vida está ba-
sada en la "misión", en el envío de parte de Cristo por intermedio del
Pontífice Romano y de la Compañía para trabajar al servicio de la
Iglesia. Oímos realmente a Cristo que nos envía cuando dice: Id y
predicad por toda la tierra y hasta los confines del mundo (2). Cada
uno de nosotros ha oído con frecuencia esta voz y sabe que siguién-
dola realiza su misión, y que precisamente por ello, su vida, desde el
punto de vista humano y desde el divino, ha adquirido su sentido más
profundo. Nuestra vida así, es como la prolongación del diálogo íntimo
que empezó en el seno de la Trinidad entre el Padre y el Verbo: Ven-
go a hacer, oh Dios, tu voluntad (3).
Este diálogo fue la expresión del amor del Padre por la humani-
dad caída; cuando éramos pecadores ( 4 ) ; y el Hijo lo manifestó ofre-
ciéndose como víctima hasta la muerte sobre la cruz. Este mismo diálo-
go se ha prolongado en el fondo de nuestras almas cuando hemos oído
la voz del Verbo encarnado que nos invita a seguirle: No sois vosotros
los que me habéis elegido, sino que he sido yo quien os he elegido a
vosotros (5), y le hemos respondido generosamente: yo ofrezco toda mi
persona al trabajo (6): Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad (7).
Y este mismo diálogo se prolonga ahora de una manera personal
entre nosotros y el mundo no-cristiano al que presentamos la persona de
Cristo y al que intentamos convencer por medio de una iniciativa que
parte de nosotros, sin haber sido llamados por nuestro interlocutor. Este
es cualquier hombre sin distinción alguna: Aquí no hay griego ni ju-
dío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro o escita, esclavo o libre; no
hay más que Cristo, que lo es todo y en todo (8). Este diálogo, además
de universal, ha de establecerse también sin coacción alguna: Nuestra
misión, aunque es el anuncio de una verdad indiscutible y de una salva-
ción indispensable, no se presentará armada de coacción exterior, sino
que... ofrecerá su don de salvación respetando siempre la libertad per-
sonal y civil (9).
En este diálogo debemos ser pacientes, porque el diálogo de la sal-
vación ha experimentado normalmente grados, desarrollos sucesivos, hu-
mildes principios antes del éxito completo (10). También el nuestro
tendrá en cuenta la lentitud de la maduración psicológica e histórica y
(1) M I , 3.» serie, vol. I, p. 162.
(2) M e 16, 15, cf. Mt 28, 19-20.
(3) Heb 10, 9.
(4) Rom. 5, 8.
(5) Jn. 15, 16.
(6) Ejerc. 96.
(7) Ejerc. 234.
(8) Col. 3, 11.
(9) Ecclesiam suam, n. 69.
(10) Mt. 13, 31.
PARTE 1.» / n.° 8 129

la espera de la hora en la que Dios lo haga eficaz (11). Este diálogo se


continúa entre el alma del pagano y Cristo. Llega entonces el punto
final donde el alma ha de decidir si acepta o no, de una manera incon-
dicional, la persona de Cristo como Dios encarnado. Es el misterio de
la conversión: acción íntima de Cristo en el alma, y respuesta personal
de ésta a Cristo.
Diálogo trinitario; diálogo de Cristo conmigo, que me invita a en-
tregarme; diálogo mío con el mundo, con las almas, con los paganos;
diálogo en fin del alma del convertido con Cristo. Tal es el resumen
grandioso de nuestra actividad misionera.
Si consideramos nuestra vida con esta profundidad, será imposible
no experimentar alegría y consuelo, porque la Iglesia está viva hoy más
que nunca, aun cuando considerándolo bien, parece como si todo estu-
viera aún por hacer, como si el trabajo comenzase hoy mismo y no
acabase nunca (12); éste es el deber habitual de nuestro ministerio;
hoy todo nos invita a hacerlo nuevo, esmerado e intenso (13).
Debemos todavía sentirnos enviados por Cristo para completar lo
que falta a su pasión (14), como sus auténticos auxiliares y colaborado-
res. El misionero es un portador de esperanza al mundo. Precisamente
cuando los países desarrollados atraviesan por las mayores dificultades
ideológicas y sociales y la Iglesia misma parece pasar un período de
prueba y de desolación, el trabajo apostólico, con todo lo que implica
de espíritu de fe, de vida sobrenatural, de esfuerzo y de crecimiento, es
un rayo de esperanza que reanima y rejuvenece el verdadero rostro de
la Iglesia. No cabe duda que los trabajos apostólicos de los países del
Tercer Mundo y de las misiones constituyen una fuente de inspiración
para el resto del mundo, porque tanto sus dificultades como el espíritu
que manifiestan y exigen, son como una predicación muda dentro de la
misma Iglesia, y de esta manera los que trabajan al servicio de las jó-
venes Iglesias dan un testimonio inspirador y alentador» Tanto el éxito
manifestado en el aumento de las conversiones como el trabajo constan-
te y sumamente arduo de aquel que no ceja durante años en sus es-
fuerzos sin ver ningún resultado positivo, son testimonios convincen-
tes de la fuerza del Espíritu y pruebas palpables de que Aquel que en
los países que deberían ser cristianos se ha pretendido declarar "muer-
to", sigue muy vivo.

II. Doble aspecto de la vocación misionera

Puede resultar útil considerar esta vocación bajo un doble aspec-


to: el primero sería el de llevar a Cristo al mundo, el segundo el de
encontrar a Cristo en el mundo.

(11) Ecclesiam suam, n. 71.


(12) Ibíd., n. 110.
(13) Ibíd.
(14) Col. 1, 24.
130 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

1. Es evidente que nuestra vida misionera tiene por objetivo el


llevar a Cristo a los hombres y los hombres a Cristo. Esa vida exige
de nosotros una posesión lo más convencida posible del "depositum fi-
dei", de toda la revelación, a fin de poder presentar al mundo no-cristia-
no la verdad en toda su integridad, sin mutilación de ninguna clase. Este
conocimiento se adquiere sobre todo por un trabajo de interiorización,
por el contacto con Cristo en el fondo del alma donde El nos enseña
y nos descubre los inagotables tesoros de la sabiduría de Dios (15).
Esta comunicación interior realmente transformadora nos "cristifica",
nos transforma en Cristos vivos, no solamente en nuestras palabras, que,
en el desbordamiento del espíritu de Cristo resonarán como palabras de
Cristo mismo, sino sobre todo en toda nuestra vida "cristificada" que
exhalará el buen olor de Cristo (16), testimonio visible y convincente
que imprime a la predicación una fuerza transformadora. En efecto, lo
que transforma auténticamente al hombre no son las ideologías o las
teorías, sino la fuerza vital. Una vida consagrada, continuadora del ho-
locausto de Cristo, será siempre el argumento más convincente de la
verdad de nuestra doctrina.
2. Pero el trabajo evangelizador comporta otro segundo aspecto
que se olvida con frecuencia: el descubrimiento de Cristo y de su espí-
ritu en los países y en las culturas no cristianas: Las demás religiones
que se encuentran en el mundo se esfuerzan por responder de varias
maneras a la inquietud del corazón humano... no pocas veces reflejan
un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres... Por
eso la Iglesia exhorta a sus hijos a reconocer, guardar y promover con
prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los miem-
bros de otras religiones, y dando testimonio de fe y de vida cristiana, los
bienes espirituales y morales, así como los valores culturales que en ellos
se encuentran (17).
Una de nuestras tareas tiene que ser el descubrir las huellas de
Cristo en las otras religiones, en la vida y en la cultura de los que no
conocen a Cristo. Esto supone, en primer lugar, un gran amor por estos
"pueblos que no tienen la fe". Hay que considerarlos con comprensión
y simpatía, con un gran sentido de igualdad.
Un contacto personal íntimo nos permitirá penetrar hasta el fondo
de estas culturas y de estos espíritus y realizar un trabajo indispensable
y constructivo a fin de poder llevarles el mensaje completo de Cristo sin
tener por qué ejecutar previamente una demolición radical. Es ésta una
actitud de espíritu completamente diferente de la de un apóstol que está
convencido de poseer la verdad absoluta y que no sabe, o no quiere ad-
mitir, que él mismo puede aprender mucho de otras naciones y de
otras culturas, pues también ellas poseen diferentes aspectos del alma
humana. Es preciso acercarse a los demás con sensibilidad y delicadeza
de alma, intentando reconocer la obra del Espíritu incluso allí donde,

(15) Col. 2, 3.
(16) 2 Cor. 2, 15.
(17) Conc. Vat. II, "Nostra aetate", n. 2.
PARTE 1.» / n.° 8 131

no pocas veces, se nos presenta bajo formas a primera vista inadmi-


sibles.
¡Qué cambio se ha producido a este respecto en los últimos tiem-
pos! Hubo un tiempo en que el "celo apostólico" ponía como condi-
ción sine qua non la destrucción de los altares domésticos budistas. Hoy
se los transforma en altares del hogar cristiano: tal recuerdo ancestral
de una historia familiar tan identificada con las de sus miembros puede
así, transformarse y llegar a ser el centro de la misma familia y el sím-
bolo de un paso definitivo hacia la verdad. ¿Por qué provocar o exigir
heridas innecesarias cuando es posible, por una catequesis constructiva
y consoladora, buscar sustituciones de contenido cristiano?

III. Características ignacianas de la imagen del misionero

En un intento de encontrar las características ignacianas que nos


dan la imagen del misionero, creo que podríamos, hablando en general,
señalar las siguientes:
1. Un compromiso absoluto, que conduce a la médula del evange-
lio, hasta el holocausto de las fuerzas y hasta el tercer grado de humil-
dad. Es el espíritu que se manifiesta en la expresión "bajo el estandarte
de la cruz" del primer párrafo de la Fórmula del Instituto. Dicho espí-
ritu nos lleva a admitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto
Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado (18). Los hijos de la Compa-
ñía, fuertemente arraigados en la fe, a una con todos los demás cristia-
nos, levantan sus ojos a Cristo, en quien únicamente encuentran aquella
absoluta perfección de entrega propia y aquella caridad indivisa... (19).
Es pues una vida difícil: Por lo cual los que han de venir a nuestra
Compañía, antes de echar sobre sus espaldas esta carga del^Señor, con-
sideren mucho y por largo tiempo si se hallan con tanto ¡caudal de bie-
nes espirituales, que puedan dar fin a la fábrica de esta torre (20).
2. La vocación de la Compañía no es individual, sino en el Cuer-
po de la misma Compañía (21). Optamos finalmente por la parte afir-
mativa, o sea, ...que no debíamos romper la unión y consagración sus-
citadas por Dios, sino más bien confirmarlas y estabilizarlas más cada
día, constituyéndonos en un cuerpo, teniendo cuidado los unos de los
otros y entendiéndonos mutuamente para un mayor fruto de las. al-
mas (22).
De ahí viene que nuestra vocación misionera entre en el plan de la
Compañía como tal: tanto el carisma personal como su puesta en prác-
tica deben siempre juzgarse a esta luz. La Compañía en cuanto Cuerpo
tiene una función apostólica que cumplir que debe realizar a través de
sus miembros. Bien se ve lo contrario que esto es a los "destinos perso-

(18) Ex. gen. 101.


(19) CG. X X X I , decreto 1, § 6, trad. n. 6.
(20) Fórmula del Instituto, n. 4.
(21) Cf. Form. Inst., n. 1.
a
(22) Deliberación de los primeros Padres, MI, 3. serie, t. I, p. 3, n. 3.
13? LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

nales" de los que quieren conseguir por ellos mismos una posición o
una actividad. Nuestra vida no tiene sentido, ni se inserta en la línea de
la historia de la salvación más que en cuanto sea una misión recibida
de Dios por medio de la Compañía.
La verdadera comunidad de que habla san Ignacio es el Cuerpo de
la Compañía, corpus Societatis, por más que en las condiciones apostó-
licas concretas existan y tengan que existir comunidades particulares.
Y esto porque cada uno se incorpora a la Compañía como miembro de
un mismo cuerpo (23).
3. Otra característica es la universalidad, porque nuestro servicio
a la Iglesia y al Sumo Pontífice implica esta universalidad, debiendo es-
tar preparados a ir a cualquier parte del mundo. Esta universalidad da
su verdadero sentido a nuestro trabajo apostólico local: sería inadmi-
sible cualquier regionalismo o nacionalismo que se opusiese verdadera-
mente a este universalismo. Nosotros somos "ciudadanos del mundo y
de la Iglesia". Por eso mismo debemos interesarnos por los problemas
mundiales o que afectan a regiones distintas de la nuestra. Debemos
considerar la salvación del mundo a través de los ojos de Cristo en la
Cruz.
4. La universalidad exige una disponibilidad y una movilidad
muy grandes. Esto quiere decir que de nuestra parte debemos mante-
nernos siempre indiferentes, en el sentido ignaciano, a propósito de
nuestro trabajo, de manera que podamos acudir allí donde la obediencia
nos reclame. Esta disponibilidad y esta movilidad podrían parecer un
obstáculo para realizar un trabajo concreto y prolongado, que debemos
tener un celo y un amor constante por el trabajo presente como si de-
biera ser nuestra ocupación continua y definitiva; pero, por otra parte,
debemos mantenernos en una disponibilidad interior que nos permita
abandonarlo en cualquier momento. Esta disposición no se consigue
más que gracias a un gran espíritu sobrenatural y a una perfectísima
caridad apostólica, de donde nace una gran libertad interior, fruto de
la verdadera indiferencia.
5. Adaptabilidad, por medio de la cual nos integramos y nos en-
carnamos en el medio en que tenemos que trabajar. Esto vale no sola-
mente para los extranjeros que tienen que adaptarse a su nuevo medio
de apostolado, sino también para los mismos nativos si de verdad quie-
ren hacerse todo a todos. Esta adaptabilidad exigirá de unos y de otros
solidez y agilidad espirituales, cosa que supone elevación y libertad in-
teriores. Y éstas, a su vez, nos permiten reconocer y aceptar el valor de
las personas y de las circunstancias que nos rodean.
6. Debemos igualmente contar con la ayuda de una estrategia so-
brenatural, fundada sobre el magis, es decir, que busque siempre la ma-
nera más eficaz de servir. Esta estrategia supone tanto la reflexión so-
brenatural sobre las circunstancias concretas en las que se trabaja o se
debe trabajar, como la aplicación de los principios del discernimiento y
elección de los ministerios; su magistral formulación, tal como la ex-

(23) Constituciones, n. 510.


í
I PARTE 1.» / n.° 8 133
í.
. presó San Ignacio, reúne por otra parte los principios y las maneras
| de proceder hoy en uso en las grandes empresas internacionales.
7. Una última característica del jesuita misionero es su sentido
de la Iglesia: es un servidor de la Iglesia jerárquica: a sola su Divina
Majestad y a su esposa la Santa Iglesia bajo el Romano Pontífice (24).
Nosotros servimos a Cristo que vive y actúa en la Iglesia, y nuestra
Compañía no tendría derecho al nombre de Jesús si no estuviera ente-
ramente dedicada al servicio de la Iglesia.
Este sentido de la Iglesia deberá ser interpretado según el espíritu
que san Ignacio nos ha descrito en sus reglas para sentir con la Igle-
sia (25).
Nuestra sumisión a la Iglesia jerárquica debe ser ejemplar, de
modo que se sienta realmente que la Compañía, fiel a su tradición,
posee el espíritu de la Iglesia que ha sido tan característico en toda
nuestra historia.

IV. Antinomias en la actividad misionera

En el espíritu y en el trabajo misionero todo jesuita debe estar


preparado, y por tanto ser capaz, de resolver las diversas antinomias
que pueden presentarse en su actividad apostólica. Habrá que buscar
siempre la solución en un orden superior y en la experiencia religiosa
interior. Indicaré alguna de estas antinomias.
1. Movilidad y eficacia local. Ya hemos hecho alusión a esto al
hablar de la disponibilidad. Debemos tener una visión universal de la
Iglesia, de sus necesidades y de sus posibilidades y mantenernos siem-
pre en el espíritu de la verdadera obediencia, que exige entera indife-
rencia y disponibilidad. Esto, sin embargo, lejos de impedir el compro-
meterse eficazmente en el trabajo actual, debe, por el contrario, refor-
zarlo haciéndolo ver como un trabajo de Iglesia y como una prepara-
ción del Evangelio, aun cuando pueda a veces parecemos menos im-
portante.
2. Estrategia racional e inspiración carismática. Saber dar siem-
pre la primacía al espíritu y a los medios sobrenaturales, sabiendo que
los medios que juntan el instrumento con Dios y le disponen para que
sé rija bien de su divina mano, son más eficaces que los que le disponen
para con los hombres (26), sin olvidar no obstante que sobre este fun-
damento (27), los medios humanos en cuanto tales conducen también
al mismo fin, con tal de usar de ellos, como dice San Ignacio, no para
apoyarse en ellos, sino para cooperar con ellos a la acción de la gracia
divina. Y, puesta esta condición, el santo concluye: y así deben procu-
rarse los medios humanos o adquisitos con diligencia (28).

(24) Fórmula del Instituto, n. 1.


(25) Ejerc. 352.
(26) Const. 813.
(27) Ibfd. 814.
(28) Ibíd.
134 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

3. Cultura local propia y cultura occidental. Debemos reconocer


los valores de las culturas locales, sin caer, sin embargo, en una estima
exclusivista. Sin perder de vista que todo lo humano es imperfecto, con-
venzámonos de que un contacto constante entre diversas culturas nos
conservará un juicio realista y nos procurará un verdadero enriqueci-
miento. Debemos procurar favorecer tales contactos salvaguardando a la
vez los verdaderos valores de la nación. La solución no consiste en la
vuelta a las costumbres atávicas, como si solamente el pasado fuese ca-
racterístico, porque esto equivaldría a ignorar la fuerza de la asimila-
ción y de la simbiosis. Contribuiremos a que la evolución se haga de una
manera fructuosa, marcando un auténtico progreso, en vez de ser la
destrucción de auténticos valores nacionales o un paso atrás a causa de
la importación de elementos negativos.
4. Iglesia local y universal. Una sana teología de la Iglesia local
no ignora que es preciso desarrollar las Iglesias particulares para que
la Iglesia universal pueda asumir en plenitud a las personas, a los
grupos humanos y a los pueblos con sus diferentes culturas, sus lenguas
y sus costumbres, pero por la misma razón tampoco olvida que "la
Iglesia particular, en cuanto tal, es siempre universalista; por su mis-
ma esencia está orientada hacia la unidad; tampoco es necesario, e
incluso sería absurdo, precisar (como para los grupos que reciben el
nombre de Iglesias locales) que la Iglesia particular existe "sin per-
juicio de la unidad", etc. En principio toda la Iglesia (universal) está
presente en el corazón de cada Iglesia (particular). En cada una de ellas
la misión esencial del obispo es la de velar para que la fe que allí se
profesa sea la fe de toda la Iglesia y la de celebrar la Eucaristía, que
es el lazo a la vez místico y visible de la unidad católica" (29). La Igle-
sia universal vive en cada Iglesia particular. Cada Iglesia particular,
consciente de su corresponsabilidad, debe cargar con ella y asumirla de
manera que pueda vivir una verdadera comunión y cooperación bajo
la autoridad del sucesor de Pedro.
En esto consiste precisamente la gran contribución que la Compa-
ñía puede aportar debido a su carácter universal e internacional. La pre-
sencia de las congregaciones religiosas internacionales, sobre todo cuan-
do se enriquecen con vocaciones locales, asegura una apertura mucho
mayor, permitiendo a las Iglesias particulares permanecer, también
ellas, abiertas a la corresponsabilidad y a la influencia de la Iglesia
universal.
5. Contemplación y acción. El problema es simultáneamente as-
cético y apostólico, y la espiritualidad de la Compañía le da una solu-
ción original que procede esencialmente de la contemplación para al-
canzar amor.
6. Reflexión teológica y acción. Es muy importante el darnos
cuenta de que la solución de los problemas de fondo exige una reflexión
teológica profunda, y esto tanto para los problemas propiamente teoló-

( 2 9 ) HENRI DE LUBAC, "Sur les rapports entre Eglise untverselle et Eglises


partlculiéres", Omriis Terra, enero 1 9 7 1 .
PARTE 1.» / n.o 8 135

gicos como para iluminar con la luz de la ie los problemas humanos


reales cuya verdadera solución ha de buscarse en el orden sobrenatu­
ral. Es decir, que por una parte, debemos mantener un realismo enér­
gico, y por otra nos es necesaria una fuerza de abstracción suficiente
para poder remontarnos por encima de la casuística cotidiana y buscar
soluciones de orden más profundo y más general, pues en esta abstrac­
ción es donde los problemas aparecen en su verdadera consistencia y en
su verdadera profundidad. Realismo y abstracción serán pues dos ele­
mentos necesarios para poder resolver los problemas humanos.
7. Identidad y apertura. Es evidente que nosotros debemos traba­
jar según nuestro carisma y que la eficacia de nuestro trabajo apostó­
lico dependerá de nuestra fidelidad a este carisma; con todo, es igual­
mente evidente que la fidelidad al carisma no significa exclusivismo o
ghetto, sino al contrario apertura y colaboración.
Esta apertura y esta colaboración deben extenderse no solamente a
otros grupos de la Iglesia (clero diocesano, otras familias religiosas, se­
glares), sino también a otras denominaciones cristianas y a otras reli­
giones, sin excluir, en casos determinados en que pueda ser convenien­
te, a los no-creyentes.
El sentido ecuménico es sumamente necesario y fuente de posibili­
dades para la acción apostólica, y además uno de los medios más efica­
ces para hacer desaparecer los prejuicios que existen, y por consiguiente
para reunir en la caridad mutua a todos los que creemos estar en
Cristo.
8. Evangelización y desarrollo. Debemos unir evangelización y
desarrollo, conscientes de que el desarrollo humano integral incluye el
elemento sobrenatural y de que la relación sobrenatural da en Cristo
un sentido nuevo al trabajo del hombre por el progreso.
El trabajo del mundo, por medio de la acción del,hombre confor­
mado a la imagen de Cristo, está ordenado realmente a ser participación
y expresión de la gloria de Cristo; más aún, es ya, desde ahora, una
preparación y a la vez una anticipación de esa misma gloria. El pro­
greso del hombre en su acción transformadora del mundo y de la his­
toria ha adquirido una dimensión nueva y definitiva, la de Cristo. El
progreso queda integrado en la plenitud absoluta, Cristo.
Las relaciones humanas se hacen infinitamente más profundas y
todo amor y servicio desinteresado del hombre es, al mismo tiempo,
amor y servicio de Cristo. A la luz de la gracia y del misterio de Cristo
el sentido objetivo de la transformación del mundo por el hombre entra
en una perspectiva nueva e inmensa: se convierte en edificación de la
Iglesia de la humanidad, cuya cabeza es Cristo.
Sin embargo, nuestro trabajo misionero y sacerdotal ha de reali­
zarse determinando en cada caso cuál es la manera más eficaz de con­
ducir las almas a Cristo. Hay que evitar caer en uno u otro extremo:
o exagerar la importancia del aspecto económico-social o cultural, de
suerte que nos convirtamos por principio en puros activistas, o una
especie de promotores laicos, o rechazar a priori cualquier actividad que
no sea directamente sacramental o predicación de la Palabra de Dios.
136 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Actualmente el primer peligro puede presentarse como una reacción con-


tra las actitudes del pasado o como una evasión ante las dificultades
que encontramos en el trabajo de evangelización.
También podremos ayudar a evitar el error del progreso moderno
que, las más de las veces, da una prioridad casi exclusiva al progreso
técnico y material, sacrificando, o al menos dejando de Jado, los valo-
res morales y espirituales. ¡Qué pena el ver a tantos países sacrificar la
originalidad de su carácter religioso y sus valores propios para idolatrar
a la máquina, al hedonismo y a una pseudocultura! La Iglesia tiene en
este punto una función importante y una gran responsabilidad. .'•
a
Sección 8.

"Nuestros votos religiosos son también apostólicos. Nos comprome­


temos hasta la muerte en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y
obediencia para poder estar totalmente unidos con Cristo y participar de
su propia libertad de estar al servicio de cuantos nos necesitan" (CG.
XXXII, Decr. 2, 20).

9. Carta sobre la pobreza, trabajo y vida en común (14-IV-68).

10. La sencillez de vida (29-XII-73).

11. Vivir en obediencia (ll-X-66). Discurso a la Congregación


General XXXI.
9. Carta sobre la pobreza, trabajo y vida en
común (14. IV. 68). A toda la Compañía

1. Quisiera con esta carta ofreceros algunas aclaraciones de or-


den práctico sobre determinados puntos de especial actualidad en mate-
ria de pobreza. Son varias las circunstancias que sugieren esta decisión:
en primer lugar, el deseo general de renovación, un sentido más agudo
de ciertos valores de la vida comunitaria y una más decidida orienta-
ción de nuestras preocupaciones apostólicas hacia el mundo de los po-
bres y de los trabajadores; otra razón puede encontrarse en la aparente
novedad contenida en una declaración de la Congregación,,General XXXI
respecto a la remuneración de ciertas actividades (Dec. 18, nn. 15-16).
Esta declaración, o mejor dicho el modo en que quizá se presente,
puede dar lugar a equívocos más o menos penosos o perjudiciales, ya
sea respecto a la gratuidad de nuestros ministerios, ya sobre todo a
nuestra vida común.
No trato de hacer aquí un comentario histórico o jurídico, ni
tampoco pretendo desarrollar lo que pudiera más inmediatamente tocar
a nuestro apostolado. Podríamos volver sobre estos temas en otra oca-
sión. El carácter apostólico de nuestra vocación estará sin duda pre-
sente siempre en mi pensamiento: pero eso no significa que lo vaya a
tocar explícitamente, lo haré en forma ocasional, si lo pide el ritmo
de las ideas.
Desearía ser breve, aun con el peligro de sacrificar no pocos ma-
tices. Pero no es posible despejar en pocas palabras las confusiones que
fórmulas aparentemente simples y claras pueden engendrar. Y puesto
que todo enfoque exacto ha de partir de una inteligencia renovada de
las realidades en cuestión, será menester, antes que nada, recordar algu-
nos elementos fundamentales de nuestra pobreza religiosa' y apostólica.
140 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

I. ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE NUESTRA POBREZA

A) Pobreza individual

a) Pobreza en seguimiento de Cristo

2. Expresiones como "pobreza" o "testimonio de pobreza" se


prestan a más de una dificultad. En realidad, nosotros pretendemos ser
testigos, no de una ideología, ni de una virtud, sino de Jesucristo, de
su amor y de la libertad que El nos ha traído; y somos llamados a dar
este testimonio por la práctica de los consejos evangélicos. Lo que en
esta perspectiva se llama "pobreza", habrá, pues, de ser considerado
como un aspecto de estos consejos, según la Revelación que culmina en
la Persona de Cristo y en su vida, y que la Iglesia interpreta al correr
de los siglos: no será por consiguiente una mera referencia a determi­
nada condición económico-social, que pueda tomarse como modelo para
imitar. -
v

Ante nuestros ojos tenemos al mundo de hoy, con todas sus formas
de pobreza: la falta de pan o de cultura, la privación de legítimas liber­
tades, la falta de respeto y de afecto a que todo hombre tiene derecho;
una vida sin moralidad o sin Dios... Con todo, del conjunto de estudios
recientes sobre la pobreza, no es fácil sacar una definición propiamente
dicha. Por otro lado, vemos que, junto a las víctimas de una indigen­
cia soportada pasivamente, hay otros hombres, a quienes otorgamos el
título de pobres: aquellos que "con la libertad de los hijos de Dios"
aceptan para sí y transforman una actitud que tiene mucha analogía
con la condición humilde de los indigentes.
3. En estos pobres voluntarios se perpetúa la descendencia de los
"pobres de Yavé"; pero, más que ningún otro, es el Hijo del Hombre
el que vive en ellos: el Verbo, que se asemejó a los hombres, y que,
al encontrarse en la condición humana, "se humilló haciéndose servidor
y pobre", trabajador disponible, ignorante de reivindicaciones, sobera­
namente libre. De su corazón y de su vida brota la invitación a hacernos
pobres como El, a manejar con todo respeto las cosas creadas por su
Padre y por El mismo, a servir en todo y a todos con su misma humil­
dad y su desinterés.

b) A imitación de los apóstoles

El alcance de este llamamiento se ilumina por el ejemplo de los


discípulos que Jesús escogió y preparó para que fueran sus testigos:
"dejándolo todo, se dieron a seguirle" (Le. 5, 11). En el grupo de estos
apóstoles que viven con Jesús y luego en la comunidad de Jerusalén
animada por el Espíritu de Pentecostés, podemos advertir el impulso
de la caridad, que tiende a unir a los que se deciden a ser hermanos
en Cristo y testigos suyos; este dinamismo les lleva a poner todo en
común, a dividir sus haberes, de manera que no sean más que una sola
PARTE 1.» / n.° 9 141

cosa: "La muchedumbre de los creyentes no tenía más que un solo cora-
zón y un alma sola. Nadie llamaba suyo a lo que le pertenecía, sino
que todo era entre ellos común" (Hech. 4, 32).

c) Según el carisma apostólico de la Compañía

4. No hay duda que el deber de difundir la Buena Nueva, res-


puesta de Dios a todos los pobres de este mundo, es deber de la Iglesia
entera, pero en el seno mismo del pueblo de Dios existe una misión es-
pecial en quienes han recibido para ella un don particular. El carisma
apostólico, conferido a San Ignacio como fundador y a su Compañía,
imprime un distintivo particular a nuestra pobreza. Esta —lo mismo que
nuestra castidad y nuestra obediencia— no es un simple contorno de
nuestras palabras o de nuestra actividad apostólica; cualifica intrínse-
camente nuestro mismo mensaje, y entra como factor constitutivo en
nuestra manera característica de ayudar a las aunas. Si, según la inspi-
ración de S. Ignacio, subordinamos las modalidades de nuestra pobreza
a la finalidad apostólica de la Compañía, este carácter funcional no se
habrá de entender en relación con una forma cualquiera de eficiencia o
"productividad", sino con respecto a una influencia que ante todo se
ejerce por el testimonio de la vida, a un contagio que haga gustar
a los hombres la mística de un Cristo humilde y pobre y la gozosa
experiencia de la fraternidad en Cristo.
A través de la letra de nuestras Constituciones y más allá de ella,
es esta exigencia interior la que hemos de escuchar, si es que de veras
aspiramos, según nuestra misión, a ayudar a los hombres a "conservar
en su actividad temporal la justa jerarquía de los valores en la fideli-
dad a Cristo y a su Evangelio, a fin de que toda su existencia, individual
y social, quede impregnada por el espíritu de las bienaventuranzas,
sobre todo de la pobreza" (1).

á> Que supera toda codicia, por servicio del reino

5. Cuando San Ignacio y sus compañeros pidieron al Sumo Pon-


tífice que les aprobara su nueva forma de vida religiosa, propusieron
esta regla, que condensa las lecciones del Señor y de la tradición cris-
tiana y religiosa, y los frutos de una experiencia de vida ya abrazada,
y que es fundamental para nuestra pobreza apostólica: "Sabemos por
experiencia que hay más alegría y pureza, y para el prójimo más aliento
para el progreso, en una vida que esté lo más libre posible de toda
contaminación de la codicia, y lo más semejante a la pobreza evangé-
lica. Y sabemos también que Nuestro Señor Jesucristo asegurará a sus
servidores, ocupados exclusivamente en la dilatación del Reino de Dios,

(1) Gaudium et spes, 72.


142 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

cuanto necesiten para sustento y vestido; por esto, todos y cada uno
harán el voto de pobreza perpetua..." (2).
Quieren ser "sacerdotes pobres de Cristo" (3), y esto no por simple
táctica pastoral o filantrópica, sino para dar una respuesta a la llamada
del Padre, que les invita a vivir juntos en una adhesión y conformidad
particular con su Hijo, y a participar así de su misión salvífica.

e) Nos lleva a la perfecta caridad

6. Son estos los motivos por los que se deciden a profesar el


consejo evangélico, de que nos habla el reciente Concilio: ya que el
religioso quiere seguir lo más de cerca posible a Aquél que por nosotros
se hizo pobre, y manifestar más claramente el anonadamiento del Sal-
vador. "Vigilen, pues, todos por ordenar rectamente sus sentimientos,
no sea que en el uso de las cosas de este mundo y en el apego a las
riquezas, encuentren un obstáculo que les aparte, contra el espíritu de
pobreza evangélica, de la búsqueda de la perfecta caridad" (4), caridad
que es a un mismo tiempo amor de Dios y de los hombres.
Este es para nosotros el sentido de nuestra profesión por lo que
toca al consejo evangélico de pobreza. Y nuestro voto no es una simple
promesa de observar un método determinado de vida; nos compromete
a realizar a lo largo de nuestra vida las exigencias de nuestra consagra-
ción al servicio del Reino de Dios, reconociendo sin duda el valor de
los bienes terrenos, pero realizando un sacrificio peculiar en su uso, es-
pecialmente por una auténtica desapropiación.

B) Pobreza comunitaria

7. Si todo cristiano tiene la posibilidad de ligarse por voto a una


práctica puramente individual de pobreza, no es esa, sin embargo, nues-
tra vocación. Para nosotros los religiosos existe una complementarie-
dad esencial que une la vida comunitaria de que hacemos profesión,
con la pobreza de que hacemos voto. Doble e inseparable aspecto en
la unidad de una existencia fraterna, en la que unos llevan el peso de
los otros (5).
La comunidad. He ahí el eje de una amistad y de una vida común,
y al mismo tiempo el centro de donde irradia nuestro apostolado. Para
el jesuita particularmente, lo importante es sentirse y obrar como miem-
bro de un cuerpo entero, ya que es propiamente la Compañía como
cuerpo la que ejercita el apostolado (6), aun en el caso de que nos to-

(2) Form. Instituti I et II, 7.


(3) Prima S. I. Instituti Summa (1539). Mon. Ign. ser. 3, I, p. 15.
(4) Lumen Gentium, 4 2 ; cfr Perfectae caritatis, 13.
(5) Cfr. Perfectae caritatis, 15: "una auténtica familia reunida en nombre
del Sefior".
(6) Form. Instit. I et II, 1: "que su intención sea tomar parte de esta Com-
pañía, que está fundada principalmente para intentar" (servir...)
a
PARTE 1 . / n.° 9 143

que vivir, dispersos u ocupados en menesteres que, por su propia na-


turaleza, son distintos entre sí. He aquí un concepto totalmente diverso
del que sería, al menos en principio, el de un instituto secular.

a) Que exige desprendimiento y una participación integral


en los bienes

8. El título de nuestra vocación religiosa especialmente apostólica,


y el testimonio de caridad desinteresada que ella nos obliga a dar, es
lo que nos hace poner en común no solamente nuestras vidas y nues-
tros esfuerzos, sino también todos los medios materiales. El amor frater-
no entre apóstoles se manifiesta principalmente por la comunicación
de bienes y por una búsqueda espontánea de igualdad, la mayor que
sea posible (7).
Indudablemente la vida común, así como admite modos diversos y
tiene necesidad de normas particulares para su total expresión, admite
también evolución en estos modos y normas. No está vinculada necesa-
riamente a la cohabitación de un grupo bajo un mismo techo material,
pero sí exige siempre un vínculo real que tenga su consistencia en el
plano de las cosas materiales. No es que pretendamos hacer de ella un fin
en sí mismo; pero ciertamente, no serviría a su finalidad de caridad
fraterna y apostólica, desaparecería o se reduciría a gestos formalísti-
cos, si se dejara prevalecer un concepto individualístico en el uso de
los bienes. La misma autenticidad de nuestro apostolado, lejos de justi-
ficar una vuelta a la propiedad privada, exige entre otros testimonios,
el de una voluntad sincera y eficaz de participación integral en los
bienes. Y los primeros pobres con quienes hemos de tener participación
son nuestros hermanos en la Compañía; ¿cómo podríamos hacernos po-
bres sin desterrar de nuestra vida fraterna "el mío y el tuyo**? (8).

b) Idea de San Ignacio y de la C.G. XXXI

9. San Ignacio y sus compañeros sintieron esto como cosa es-


pontánea. Mucho antes de concebir una vida religiosa fundada en la
obediencia habían ya aceptado la pobreza evangélica con todas las exi-
gencias personales y comunitarias. Por eso, en 1539, conscientes de las
consecuencias de su inminente dispersión, se preguntan en aquella fa-
mosa "deliberación": "¿Habremos de preocuparnos por los compañe-
ros que irán a esta misión, y ellos por nosotros, conservando entre todos
las debidas atenciones y mutuo interés, o más bien desinteresarnos de

(7) "Se mostraban asiduos en la enseñanza de los apóstoles y en la koino-


nía, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hech. 2, 42); en esta impresio-
nante síntesis de todo lo que estrechamente está asociado a la comunidad de fe,
oración y liturgia eucarística, parece a más de una exegeta que se designa una
comunión fraterna que incluye la puesta en común de los bienes.
(8) Cfr. Perfectae caritatis, 15: la vida común de los religiosos es "una
fuente de poderosa energía apostólica".
144 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

ellos, como de personas que no son de la Compañía?". La respuesta es


bien clara: deciden preocuparse unos de otros mutuamente, ahora más
que nunca. Puesto que van a marchar a través del mundo para servir a
la Iglesia según órdenes recibidas del Vicario de Cristo, sienten el de-
ber de "reforzar y hacer estable la congregado, es decir, la comunidad
fraterna que ya formaban por la acción del Señor" (9).
10. A propósito de nuestra vida común declara la XXXI Congre-
gación General en su Decr. 18: "Nuestra pobreza comunitaria com-
prende por un lado la vida común, elemento esencial en la vida de toda
familia religiosa, que S. Ignacio tomó de una tradición secular, san-
cionada por el derecho vigente: y por otro lado, un modo de vida
determinado" (n. 13); acerca de este modo de vida se dice explícita-
mente que será "ordinario" aunque modesto; y que regulará el uso
de las cosas y del dinero según las exigencias del apostolado, finalidad
que implica el deseo de edificar positivamente al prójimo. Sobre este
aspecto de nuestra pobreza jesuítica y sobre sus relaciones con la "vida
común" propiamente dicha, no trataré en esta carta. Insisto ahora en la
vida común, entendiéndola según el sentido clásico de este térmi-
no (10). Esta "vita communis", que consiste en vivere in communi sine
ullo proprio —vivir en comunidad de bienes sin ninguna propiedad in-
dividual— es un punto esencial en nuestra vida de pobreza.
Prosigue nuestro Decreto: "Es preciso que todo uso que nosotros
hagamos de las cosas del mundo presente (la característica siguiente,
entre otras) exprese y refuerce la unión de almas y corazones entre
los miembros de la Compañía, por medio de un poner en común todos
los bienes materiales...". Cuan fundada sea esta norma, se ve fácilmen-
te a la luz de lo que hemos tratado en la primera parte de esta carta.

II. POBREZA Y REMUNERACIÓN DEL TRABAJO

11. "Vivir de su trabajo". ¿Llevará esto consigo el hacerse pagar


y apropiarse individualmente la remuneración?

a) Se ha de poner en común excluyendo toda apropiación


a título personal

La última Congregación General ha declarado cosa legítima para


la Compañía el adquirir "los frutos" de ciertos trabajos (Decr. 18,
n. 15). Por esta simple declaración de carácter jurídico no se ha instau-

(9) Deliberado primorum Patrum. Mon. Ign. ser. 3, I, p. 3 — Sobre la


experiencia anterior a 1539, recuérdese no sólo el voto pronunciado en 1534,
sino la práctica comunitaria de ciertos días y la ayuda durante los estudios
en París, aparte de la entera vida fraterna y totalmente pobre, cuando los com-
pañeros empezaron a ejercitar su apostolado en el Norte de Italia y en Roma.
(10) Forma una componente de la "vida común", de la que habla el Con-
cilio en Perfectae caritatis 15, dando un sentido amplio a esta expresión.
PARTE 1.» / n.° 9 145

rado un régimen nuevo: se ha reconocido auténticamente la legitimidad


de una práctica ya antigua (admitida, por ejemplo, en los derechos de
autor: se ha tomado incluso la precaución de precisar las condiciones,
como diremos más adelante). Ahora bien, algunos entre nosotros pudie-
ran pensar que esta retribución, en parte al menos, se escapa a las exi-
gencias de una puesta en común de todos los bienes materiales. Se
llegaría en este caso a comportarse como si las remuneraciones del tra-
bajo fueran adquiridas por el religioso a título personal, descontando
de ello, sin duda a título de justicia, lo que hace gastar a su comuni-
dad, sobre todo en su manutención. Es inútil describir aquí las diversas
prácticas que son posibles en este campo: bástenos esquematizar un
caso: uno de los NN. por razón de sus trabajos, recibe una paga fija:
al ser miembro efectivo de una comunidad, entrega a la casa lo corres-
pondiente a la pensión diaria establecida en la Provincia, y de lo res-
tante de su sueldo dispone prácticamente como de objeto de propiedad
personal. ¿Qué uso hará este tal de ese dinero? Sin duda comprará li-
bros, instrumentos, vestidos, hará regalos o limosnas, se pagará sus es-
parcimientos, sus viajes, sus vacaciones... La diversidad de los casos
puede ser muy grande, como caben también diversos grados de aleja-
miento respecto a nuestra vida común.
No es menester recordar siglos pasados para advertir cuánto sale
perjudicada y falseada con tales apropiaciones privadas la vida reli-
giosa. Y eso, lo mismo si se habla o no se habla de peculio, lo mismo
si se trata de dinero o de cualquier clase de objetos que efectivamente
uno reserva para su uso privado, igual que cuando se encubre el abuso
con no se sabe qué clase de permisos o con otras formas disimuladas
de autorización (por ejemplo, cuando un jesuita recibe "prestado" de
sus parientes o amigos un objeto que queda a su casi exclusiva dispo-
sición).

b) El religioso podrá ser en algunas circunstancias "cajero"


de sí mismo pero no propietario

Los tiempos han cambiado, nadie lo duda, y hoy, por ejemplo, es


cada día más frecuente el que no pocos religiosos tengan y manejen
necesariamente dinero. En esos casos, más que en pedir permisos me-
nudos (sobre todo si se trata de permisos que seguramente se conce-
den), la fidelidad consistirá en comportarse siempre realmente como no-
propietario, como miembro de una comunidad de hermanos, por consi-
guiente, según la dirección e intención del superior; se deberá dar
cuenta espontáneamente del uso de los fondos, y se someterán previa-
mente las iniciativas, al control y aprobación debidos. Quede bien claro
que una cosa es tener que hacer de cajero de sí mismo en determinadas
circunstancias, y otra cosa es el asignarse su propio presupuesto, como
pudiera hacerlo un seglar, aunque lo haga con prudente caridad.
146 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

c) La práctica de la propiedad o del uso privado va contra todo


derecho y contra el espíritu y exigencias de la pobreza

En la Compañía ningún Superior podrá permitir ni admitir la


práctica de la propiedad o del uso privado de los bienes, no solamente,
repitámoslo, porque lo condenan expresamente nuestro derecho (11) y
nuestras Constituciones (12), sino porque estos abusos están en con-
tradicción con el espíritu y las exigencias de nuestro voto de pobreza
y de la vida auténticamente comunitaria. El derecho no formula clara-
mente más que lo que, con certeza, exige nuestro tipo propio de vida
pobre, fraterna y apostólica.
Permitidme que insista en esto, pues es muy importante el corregir
en esta materia los conceptos e interpretaciones erróneas, sean cuales
fueren las excusas de la buena fe.
El Concilio ha hecho debidamente notar: "Por lo que respecta a
la pobreza religiosa, no basta que se dependa de los Superiores en el
uso de los bienes..." (13); y yo mismo acabo de recordar cómo po-
dría darse un juego ilusorio de permisos, y cómo ciertas autorizacio-
nes o tolerancias del Superior son condenables y de ningún valor. Cier-
to que el Concilio no invita de ninguna manera a eliminar el principio
de dependencia; pero en esta cuestión no es sólo la dependencia pura
y simple lo que está en juego. El Concilio añade muy bien por otro
lado: "Es preciso que los religiosos sean pobres de hecho y en el
espíritu, teniendo sus tesoros en el cielo" (cf. Mat. 6, 20) (14). Ahora
bien, el ponerlo todo en común, sin reservarse nada individualmente, es
esencial a nuestra pobreza, vivida con los hechos y en realidad tanto
como en espíritu.

III. VIDA TRABAJADORA Y DESINTERESADA, POR LA CARIDAD

a) La pobreza exige trabajo austero y metódico, pero no


necesariamente remunerado

12. Hablando de pobreza, la Congregación General XXXI ha re-


comendado el espíritu de trabajo, una vida verdaderamente laboriosa,
con aplicación constante a nuestras tareas; esto lo ha puesto en rela-
ción con nuestra pobreza. Pero no por eso ha reducido la una a la otra,
es decir, la pobreza a la condición de trabajador, y menos todavía a la
condición del trabajador retribuido, o más exactamente, del asalariado.
Semejante reducción desconocería los auténticos valores propios del tra-
bajo como tal, y falsearía al mismo tiempo la noción de pobreza. No
diremos por consiguiente: "para nosotros, ser pobres es ganarnos la
vida con nuestro propio trabajo"; y todavía menos, "provea cada uno

(11) Cfr. los Estatutos de la Pobreza, 36-41.


(12) Const. V I , 2, 11 (570).
(13) Perfectae caritatis, 13.
(14) Ibíd.
t PARTE í > / n.° 9 147

a sus necesidades por la remuneración de su trabajo individual y vea el


modo para traer a casa lo que en ella gasta".
Ciertamente nuestro espíritu de pobreza no se ejercitaría seriamen-
te si no usáramos con realismo y método nuestras fuerzas y nuestro
tiempo (comprendiendo en ello nuestros esparcimientos o las vacacio-
nes que nos permiten las exigencias oficiales, escolares o de cualquier
otro género) y si no nos impusiéramos por nuestra propia cuenta una
vida de trabajo austero, una higiene elemental y una disciplina personal
que condiciona el rendimiento de nuestras energías. Pero la pobreza
de Cristo y de sus discípulos se vive en toda clase de actividades, con-
templativas o intelectuales, en los ministerios puramente espirituales, no
menos que en otros servicios necesarios o útiles, y esto independiente-
mente del hecho de que nuestra dedicación al trabajo dé lugar o no a
remuneraciones o gratificaciones.

b) Nuestro trabajo brota de una caridad desinteresada que


nos mueve a dar lo nuestro.

La Congregación General por lo demás, ha subrayado muy bien que


el trabajo reviste un carácter apostólico si tiene por motor no precisa-
mente las ventajas materiales, sino la caridad desinteresada, y si esta
misma caridad, al despojarnos de toda propiedad, nos invita a ofrecer
a los demás una amplia participación. "Nuestra pobreza se manifiesta
hoy y brilla con su mejor esplendor en la práctica y el espíritu del
trabajo, realizado por el Reino de Dios, no por un sueldo. Nuestra po-
breza debe basarse en la aplicación continua al trabajo, de manera que
nos haga semejantes a los hombres que se ganan el pan de cada día;
debe ser ansiosa de equidad y de justicia, y llevarnos antes que nada a
dar a cada uno lo que se le debe; debe por fin ser generosa: es preciso
que el fruto de nuestro trabajo nos permita ayudar a nuestras casas más
pobres, a las diversas obras, y a los que se encuentran en necesidad"
(Dec. 18, n. 8). Y más abajo: "Es preciso que nuestra pobreza llegue
a ser un signo de nuestra caridad, en cuanto que con nuestras renuncias
enriquecemos a los otros. Que nadie tenga nada como propio a fin de
que todo sea común en Cristo" (n. 9).
Ni acaparar ni derrochar —todo derroche es un insulto a los po-
bres y un desprecio a las creaturas y al trabajo humano—; ahorrar
más bien con prudencia, sobre todo en los países de abundancia, para
poder con ello dar a quienes están más desprovistos... Seamos genero-
sos en la hospitalidad y no tacaños con nuestros empleados o colabora-
dores; por lo que toca a nuestro mobiliario, y con mayor razón a
nuestros esparcimientos o a nuestro recreo, puede haber en algunos
casos excelentes motivos para tolerar gastos a veces importantes, pero
entonces la decisión se ha de tomar con pleno conocimiento de causa y
con entera responsabilidad, ya que en efecto, se tratará de una elección
entre diversos empleos posibles de unos mismos recursos: y así ten-
dremos la valentía de no olvidarnos que a veces se podría alimentar a
148 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

enteras familias de pobres o pagar los estudios de más de uno en


países pobres, con el dinero de una comida en hotel, o de una excursión
con automóvil privado, o con lo que cuesta cambiar un aparato por
otro "último modelo", o la renovación de ciertos objetos. La Congrega-
ción General traduce una exigencia de probidad, en una palabra, de so-
lidaridad humana y de caridad cristiana no menos que de pobreza re-
ligiosa, al recomendar una forma de ayuda llamada "circular" cuyo
alcance desborda los límites de la casa, los de la Provincia y los de la
Compañía. Es decir, que tenemos en términos más amplios y con mayor
dinamismo, la norma fundamental: "todo común, en Cristo".

IV. DIGNIDAD HUMANA Y SACRIFICIO DE REIVINDICACIONES


LEGITIMAS

a) Los valores reales de "ganarse la vida" no pueden confundirse con


los de responsabilidad y dignidad humana

13. ¿No es verdad que la dignidad de la persona humana está pi-


diendo que el hombre, asumiendo plenamente la responsabilidad de su
vida, se gane para sí y por sí, gracias a su trabajo, los gastos de su
existencia material, su sustento e incluso los medios de su acción apos-
tólica? Desde este punto de vista, ¿no parece útil, y aun necesario, que
el religioso se apropie de esos frutos, que pueda medir su valor y que
disponga de ellos del mejor modo, según sus necesidades? Así conoce-
ría no solamente el peso de la existencia, sino al mismo tiempo tendría
la satisfacción profunda del "ganarse la vida". Experimentaría en una
palabra el legítimo orgullo del trabajador.
Cierto, hay ahí valores reales. Pero hemos de guardarnos de toda
Confusión a propósito de responsabilidad o dignidad humana, y distin-
guir bien entre la nobleza del servidor y la suficiencia del poseedor o
su sentido del poder. ¿No es verdad que hay una cierta alienación
cuando se estima el valor del trabajo humano según su precio en el
mercado? Sea como sea, recordemos que los cristianos no son todos
igualmente llamados a realizarse por el mismo camino. Por nuestra parte
trabajaremos con la misma seriedad, o mayor aún si es posible, con
que trabajan los hombres obligados a ganarse la vida con su trabajo.
Y en esto entraremos en comunión con nuestros hermanos, los hom-
bres. ¿Será necesario además hacernos pagar? ¿Acaso los grandes ser-
vidores de la humanidad —investigadores, pensadores, artistas, filán-
tropos, hombres políticos— han subordinado su esfuerzo a las clausu-
las de un contrato de trabajo, con estipulación sobre el sueldo, con
límites de horario, con garantías sobre la estabilidad del empleo y pe-
ríodos de vacaciones...? (15). Como ministros del Señor y apóstoles

(15) Cfr. Declaración internacional de los derechos del hombre, O N U , 10


dic. 1948, art. X X I I I y XXTV.
a
PARTE 1 . / n.° 9 149

religiosos al servicio de todos, gustaremos más bien de una auténtica


alegría y de una humilde satisfacción, cuando podamos aceptar las li-
mosnas y otras ayudas con que los bienhechores de nuestro ministerio
testimonian su gratitud y se asocian a nuestro trabajo, o incluso los
regalos que proceden de la pura caridad de nuestros bienhechores. Ahí
es donde se ejercita, por parte de ellos y por parte nuestra, el sentido
de lo gratuito, un valor humano y cristiano que no sin gran daño puede
ser despreciado en el mundo moderno y que debe caminar paralelo al
ejercicio de los derechos y deberes de justicia.

b) Depender de la comunidad de bienes, fuente de


alegría evangélica

Para quienes de entre nosotros no pueden "ganar dinero" para su


comunidad, enfermos o sacerdotes que se ocupan en tareas nunca remu-
neradas, casi siempre en servicio de los pobres, el hecho de depender
materialmente de la comunidad de bienes y de la liberalidad de los
fieles es fuente de una alegría muy evangélica, que sólo podría ser sen-
sación deprimente en un clima de individualismo y naturalismo.
Se puede por ahí medir el significado que adquiere la práctica del
vivere sine propio, y eso en los gestos más sencillos de la vida cotidia-
na: significado humano, pero sobre todo evangélico. Eso es lo que
enseña, con toda la tradición religiosa, el segundo Concilio Vaticano:
por la pobreza voluntaria "aceptada para seguir a Cristo... se obtiene la
participación en la pobreza de Cristo, pobre por nosotros cuando era
rico, a fin de enriquecernos con sus privaciones" (16).
Quien quiere de este modo entrar en la participación de la genero-
sa pobreza del Señor, busca también el despego del corazón y una efec-
tiva desapropiación. E incluso un despojamiento más o menos total, se-
gún la forma de vida religiosa y de acción apostólica. Ese mismo desin-
terés le servirá para moderar o sacrificar el orgullo de ganarse personal-
mente su vida. Preferirá abandonarse en las manos de sus hermanos,
que trabajan juntamente con él y como él, y aceptará la situación eco-
nómica de su comunidad, tal como es, la misma que disfrutan o sufren
los demás. Deseará de este modo ponerse en manos del Padre que está
en los cielos, con total abandono y confianza. Perseverará sin inquietu-
des, pero eso sólo en la medida en que busque antes oue nada o, mejor
dicho, "únicamente" como se dice en la Fórmula del Instituto, el Reino
de Dios. Por la práctica atenta de la vida común desarrollará un pro-
fundo olvido de sí mismo y una apertura del corazón hacia los demás;
adquirirá el instinto de la participación y de la delicadeza de alma,
que hace simpatizar profundamente con cuantos sufren en este mundo.

(16) Perfectae caritatis, 13.


150 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

V. ESPÍRITU Y REALIDAD DE SERVICIO GRATUITO

14. La Congregación General ha hablado de remuneración del


trabajo en dos artículos distintos de su Decreto sobre la pobreza, según
diversos aspectos.
La primera vez (n. 15) se trata de saber cuáles son las fuentes de
donde pueden venir los bienes materiales necesarios a la vida y activi-
dades de los NN. (17). A la pregunta sobre los "caminos y medios"
materiales conformes a nuestra profesión de pobreza religiosa apostó-
lica, se responde: "el camino está en las limosnas, las rentas, la remu-
neración de ciertos trabajos".

a) Recibir limosnas, es decir, toda clase de ayudas que la caridad nos


presta, es humilde realismo

Bajo el término de "limosnas" se entiende toda clase de ayudas


que vienen de la libre caridad del prójimo y no a título de estricta jus-
ticia. No hay nada de convencional en esta mención de las limosnas;
el recordarlas es cuestión tanto de humilde realismo, como de fidelidad
a la inspiración de San Ignacio. Muchas de las misiones y casas impor-
tantes, con sus bibliotecas, sus organizaciones escolares y las obras de
apostolado social, lo mismo que importantes redes de emisiones radio-
fónicas, han sido fundadas gracias a generosos regalos: y, exactamente
lo mismo que muchas comunidades respecto a una parte considerable
de su presupuesto, siguen viviendo de la gratuidad y liberalidad de los
cristianos. Liberalidad que lo mismo se exterioriza en una muchedum-
bre de contribuciones pequeñas, como en donaciones más importantes:
renunciar a recibir la limosna sería muchas veces condenar a la des-
aparición nuestras formas de apostolado más evangélicas y misionales.

b) La Compañía, no el religioso, adquiere realmente


la remuneración

Por lo que toca a la remuneración de ciertas actividades, la Con-


gregación General no tenía necesidad de decir explícitamente en el men-
cionado artículo que, tanto por lo que se refiere a las limosnas como
a otras retribuciones, es la Compañía y no el religioso individualmente
quien real y legítimamente las adquiere. Esto no quita nada al valor del
derecho que podemos tener frente a las leyes civiles, las cuales a veces

(17) Los problemas de la pobreza, es importante notarlo, no se centran


todos en este punto. Queda fuera la grande cuestión no menos grave, si no es
la más grave en la práctica, sobre qué uso hacer de los recursos disponibles.
De esta pobreza en el uso habrá que hablar en otra ocasión. Todos los días
nuestra vida personal y comunitaria debe dar una respuesta a este problema, y
la respuesta tiene todavía menos elementos jurídicos que la que atañe al origen
de los bienes.
IPARTE 1.» / n.o 9 151

ignoran nuestra condición de religiosos. Por nuestra parte, como reli-


giosos y precisamente en conciencia, sabemos que intervenimos en esos
casos sólo como intermediarios de la Compañía.
Ha sido ciertamente un deseo de sinceridad y de juego limpio lo
que ha impulsado a la Congregación a declarar la legitimidad de ciertas
remuneraciones. Pero esa misma preocupación de claridad y honradez
es la que ha dictado los detalles del Decreto sobre las severas condicio-
nes que se han de respetar en los trabajos que admiten jurídicamente
una remuneración. La elección de estas actividades no queda a nuestro
arbitrio; la obediencia interviene aquí con toda la responsabilidad y la
iniciativa personal que ella supone para un religioso (18). Esta elec-
ción por otro lado debe responder a los criterios ignacianos o "princi-
pios para la elección de ministerios" (19). Elección que, en último tér-
mino, no puede hacerse sino "fuera de todo espíritu de lucro y de
cualquier mira de ventajas temporales". Lo que prevalece aquí es el
principio siempre válido y mantenido de la gratuidad de los ministerios
y del desinterés respecto a las cosas.

c) La gratuidad de los ministerios

Gratuidad de los ministerios: he ahí el punto de vista en el que


se coloca la Congregación General cuando por segunda vez habla de
los frutos del trabajo (n. 16). Punto de vista nuevo respecto a las fuen-
tes legítimas de bienes. San Ignacio, al considerar Jas actividades apos-
tólicas de la Compañía, las quiso caracterizadas muy especialmente por
la nota de gratuidad. La Congregación General XXXI comienza por
declarar auténticamente la naturaleza de esa gratuidad —no reducible
a tal o cual determinación particular—; sólo después de esto aclara la
situación sobre diversos puntos. Precisa en particular:. -''Es legítima
la percepción de los derechos de autor, de los sueldos u honorarios, de
las subvenciones o ventajas semejantes, que se consideran como frutos
del talento y de la actividad de los NN.; pero en la elección de sus
ministerios y de sus trabajos, los NN. no deben dejarse determinar por
una intención lucrativa". E inmediatamente antes había confirmado la
disposición de que "no podemos exigir ninguna remuneración por nues-
tro trabajo en los ministerios espirituales".

d) La responsabilidad del apóstol, razón última del trabajo


desinteresado y de la libertad interior

No tendremos pues, ciertamente, esa fuerza que impulsa a los hom-


bres a trabajar, un cierto afán de la ganancia o la atracción de las satis-
facciones que naturalmente van unidas al gesto de apropiación. He-

(18) Cfr. Congr. Gen. 31, dea 17, nn. 9, 11-12.


(19) Cfr. Congr. Gen. 31, dd. 21 ss.
152 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

mos preferido que nuestra vida y nuestra acción estén libres de la codi-
cia, tantas veces tiránica, de las ganancias. ¿Y no es precisamente eso
lo que el mundo de hoy necesita, testimonio audaz de quien profesa
esta libertad? El estímulo para nosotros estará en una responsabilidad
mucho más seria que la de asegurar nuestra subsistencia o nuestro con-
fort: la responsabilidad del apóstol. Pues ha sido por mejor amar a
Dios y servirle donde El quiera con toda libertad y disponibilidad, por
lo que hemos corrido la aventura de abrazar este desinterés. Porque,
¿qué nos pide la gratuidad ignaciana? Nos pide, dice la Congregación
General, "la libertad interior, despegada de la búsqueda de toda venta-
ja personal, y la libertad exterior, sin los vínculos de obligaciones que
no es necesario asumir". Nos pide además que en favor del prójimo "de-
mos edificación... por esta libertad y por el amor de Cristo y de los
hombres" (n. 16).
La Congregación General ha sido así fiel al espíritu de San Igna-
cio. Y por la misma vitalidad de este espíritu ha tenido que renovar
las reglas prácticas precedentes. Leamos de nuevo nuestro Decreto, en el
n. 5: "Para asegurar una más perfecta práctica de nuestra pobreza, la
Compañía trata de renovarse y adaptarse en este campo, tanto por un
retorno a la auténtica doctrina del Evangelio y a la primera inspiración
de nuestro Instituto, como por la adaptación de nuestro derecho a las
nuevas condiciones de los tiempos. La letra de nuestras leyes podrá
por consiguiente modificarse cuanto sea necesario, pero no el espíritu,
que habrá de permanecer intacto".
Todos estos principios han sido tenidos cuidadosamente en cuenta
por la Compañía en estos dos puntos de la gratuidad y de la adquisición
legítima del fruto de ciertos trabajos. Pero esta autenticidad se perde-
ría si los NN. adquirieran para sí tales remuneraciones, si tomaran o
abandonaran los ministerios según el criterio de si consienten o no el
ganarse la vida; si los Superiores se orientan, para emprender un ser-
vicio apostólico o elegir ocupaciones o fijar la residencia de los NN.,
por la preocupación de una rentabilidad económica (20).

VI. POBREZA E INSEGURIDAD

15. No quisiera terminar esta carta sin abordar también breve-


mente algunas dificultades que pueden presentarse respecto a la norma
"no tener nada propio, a fin de que todo sea común en Cristo".

(20) Cfr. Estatutos de la Pobreza, nn. 3, 11, 53, 54, 58. El art. 58 men-
ciona las subvenciones sociales, que se pueden considerar como una cuarta ca-
tegoría de recursos; en realidad no es simplemente reducible a ninguna de las
tres categorías precedentes; sin que se trate de innovación pura y simple, se ve
bien claro que en siglos precedentes el derecho no podía tener presente esta
realidad como tal.
\
PARTE 1.» / n.° 9 153

a) La situación de inseguridad en la Compañía no se logra


con la apropiación individual de un sueldo

Con frecuencia se oye que la pobreza, como "situación" está princi-


palmente constituida por la inseguridad: y ya hace tiempo que los
sociólogos han observado que esto es por lo que más sufre el proletario,
más que por la misma insuficiencia de sus recursos. De ahí deducen
algunos que nosotros no podemos tener experiencias de verdadera po-
breza si no nos vemos obligados a proveer cada uno por sí mismo a sus
propias necesidades, con alguna forma de dependencia de las ganancias
de nuestro trabajo individual. Que se asigne a cada uno su sueldo y
que cargue él con la preocupación de encontrarse su propio empleo re-
munerado, ocupándose al mismo tiempo de tomar garantías para la
eventualidad de quedarse sin trabajo, de enfermedad, ancianidad, etc.
Cuando uno piensa en reformas de este género se ve en seguida que
algunas ventajas ciertamente habría; una sería la de sacudir cierta in-
consciencia o irresponsabilidad, en que pueden caer los miembros de las
comunidades. Por otro lado, esto nunca se ha disimulado: el poner
nuestros bienes en común y el que se asignen las cargas, puede favore-
cer una forma de pereza o inducir a comportarse como nuevos ricos o
a manejar dinero de otros sin discreción. También la obediencia y el
celibato se prestan, a su modo, a desviaciones más o menos mortifican-
tes o ridiculas, y peligros de este estilo no afectan solamente al estado
religioso. Sepamos más bien verlo y tomarlo en el conjunto orgánico
y total de sus constitutivos. ¿Qué fórmula de vida, personal o colectiva,
no tiene sus riesgos? Del mismo modo hay que considerar también com-
plexivamente la acción de los religiosos en la Iglesia y la obra de la
Compañía a lo largo de su historia. A la hora de hacer las cuentas, un
hombre equilibrado, que sepa ver nuestra historia sin deformaciones
ópticas, fácilmente llegará a ver que la Compañía, sin-'nuestra "vida
común", nunca hubiera realizado un trabajo evangélico verdaderamen-
te fecundo ni hubiera tenido la disponibilidad que ha tenido, ni se
hubiera dedicado tan enteramente al servicio del pueblo de Dios.

b) La vida común, experiencia sensible de voluntaria inseguridad

La vida común no supone por otro lado el que los religiosos vivan
en una feliz ignorancia de la realidad del presupuesto de su propia co-
munidad, y San Ignacio espera precisamente de todos y de cada uno,
por lo que toca a los intereses materiales de la casa, "la solicitud a que
les obliga la caridad y la razón" (21). Actualmente, en este espíritu de
amplia comunicación de bienes que S. Pablo hacía ya practicar a sus
cristianos (22) y que inspiró a la Congregación General en sus Decretos
sobre la Pobreza, sobre la Vida comunitaria y sobre la Cooperación in-

(21) Const. III, 2, 7 (305).


(22) Cfr. I Cor. 16, 1-4; II Cor. 8, 13; 15; Gal. 2, 10.
154 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

terprovincial (23), es deseable que se procure, cuanto sea posible, dar a


los NN. una información objetiva de las necesidades económicas, no
sólo de la casa, sino también de las obras en que se ocupan la Provincia,
las Misiones o la entera Compañía.
16. ¿Dónde quedaría, en la hipótesis de la apropiación individual
de los frutos del trabajo, la inseguridad material —^todavía podíamos de-
cir, la libertad interior— de quienes, gracias a sus talentos y a su salud,
o a su formación especializada o a su menor disponibilidad, podrían
ganarse una buena renta profesional? ¿Cuál sería en ese caso el estado
de ánimo de los demás? ¿Qué aliento encontrarían éstos en su trabajo
gratuito y a qué expedientes no serían tentados a recurrir para "arre-
glárselas"? De sobra sabemos lo que pasa cuando las palabras o la
actitud de un Superior se dejan entender en este sentido: "Le concedo
permiso para comprarse tal instrumento de trabajo o hacer tal viaje,
con tal de que Ud. mismo se busque el dinero necesario". ¿Qué sería
de la fraternidad en nuestra vida y qué discriminación no se estable-
cería, si hubiera jesuítas ricos y jesuítas pobres? ¿No lo podemos ya
dolorosamente adivinar cuando algunos se permiten, o los superiores les
toleran, eludir aun en cosas pequeñas, la vida común? En algunos gru-
pos, abiertamente modernos, de seglares fervientes, un movimiento pro-
fundo les impulsa a borrar, cuanto es posible, las diferencias y el clasis-
mo en materia de posesión. ¿Habríamos de caminar nosotros hoy en
dirección opuesta?
Es ciertamente posible imaginar un tipo de vida consagrada en que
la pobreza se entienda sin el compromiso de dar esta entera participa-
ción sin reservas. Sería una vocación diversa de la nuestra. Para noso-
tros ya encontramos una experiencia sensible de voluntaria inseguridad
con sólo poner en pleno valor nuestra vida común. El religioso cuyo
trabajo obtiene efectivamente una remuneración apreciable, pero que
todo lo pone en manos de la comunidad; el que antes de sus últimos
votos renuncia a su patrimonio en favor de obras en cuya gestión no
tendrá ningún control; el jesuita formado a quien el derecho civil otor-
ga una sucesión importante, de la que sin embargo no podrá decidir
nada... ¿no están todos éstos experimentando ya un sentimiento real y
al mismo tiempo la alegría de una inseguridad, no ya soportada, sino
aceptada libremente?
Todo esto no nos impide alentar a los NN. que ejercen un apos-
tolado directo entre las clases económicamente débiles, y que más por
una inspiración de caridad apostólica que en virtud de un determinado
concepto de pobreza, tratan de vivir contentándose, las más de las
veces, con un mínimo salario. Estos, en sus grupos, lo ponen todo en
común, y están dispuestos a extender la participación a los más indi-
gentes que les rodean. Como lo atestiguan no pocos de ellos, está des-
apropiación y esta puesta en común es lo que más impresiona a la gente,

(23) Decr. 18, nn. 9-9; d. 19, n. 4 ; d. 48, n. 6; cf. Estatutos de la Po-
breza, 84, 3.°; innovación en el nivel administrativo, pero que tiende a facilitar
y estimular una amplia ayuda.
a
PARTE 1 . / n.° 9 155

más que la indigencia misma o la inseguridad. Con todo, estos apósto-


les de los pobres, no rechazan las limosnas ocasionales, al contrario,
algunas veces las solicitan.
Pero una fórmula así, ¿será practicable fuera de grupos limitados
o más allá de un determinado período de tiempo? ¿Lo podrá ser a lo
largo de la formación, para hombres de edad o llenos de achaques, o
para los NN. que se entregan sin descanso a los ministerios en ambien-
tes incapaces de ayudarnos materialmente, o para quienes están dedica-
dos a la investigación filosófica o teológica? Sin embargo, estas ocupa-
ciones se cuentan entre las obligaciones primordiales de la Compañía
de hoy.

c) Fuertes exigencias realistas de la pobreza religiosa

La pobreza evangélica y religiosa no se reduce solamente a la inse-


guridad, ni ésta a la situación económica. Nuestro régimen de comuni-
dad de bienes, con todas las adaptaciones que hay que llevar a cabo para
que su funcionamiento responda realmente a los tiempos y a otras cir-
cunstancias, tiene sus fuertes exigencias realistas. Y lleva ciertamente
la impronta de la dependencia y tiene como fundamento la humildad.
Son precisamente los observadores del mundo proletario los que al ana-
lizar la condición de las naciones o de las clases pobres, denuncian que
el peso más insoportable para esta parte de la humanidad es su situación
de sujeción y de humillación. Entre los trabajadores los más realmente
pobres son los que no tienen ni siquiera la libertad de elegir su propio
empleo o su propio puesto o el horario de trabajo, o los jefes y com-
pañeros que desean, los que se ven obligados a expatriar... De esta ma-
nera, aun en este aspecto de una asimilación íntima a los humildes y
débiles del mundo actual, podremos nosotros comprender, lo que significa'
el hecho de vivir en dependencia, en virtud de nuestra vida común y de
nuestro voto de pobreza. Dependencia que no envilece, sino todo lo con-
trario, desde el momento en que ha sido objeto de una elección libérri-
ma, inspirada por nuestro amor hacia Cristo, el Servidor humillado, y
por el amor que profesamos, en unión con su corazón, hacia los más
pequeños de entre los suyos. La dependencia en el plano material contri-
buye a hacer más sólida la unión de nuestra comunidad.
Por eso ha notado muy bien la Congregación General en su Decre-
to sobre la Vida comunitaria (d. 19): "La pobreza... encuentra con
abundancia en la vida comunitaria ocasiones y modos de desarrollar-
se, al mismo tiempo que es un alivio muy particular" (n. 4). "Que
nuestro modo de vivir en lo que atañe al alimento, vestido y mobiliario,
sea común a todos, de modo crue real y espiritualmente pobres, eviten
cuanto sea posible las diferencias... y cumpliendo cada uno su propio
deber, se sienta igualmente responsable de la edificación espiritual y del
sostén material de los demás miembros de su comunidad" (n. 7).
Si el poner las cosas en común nos procura con más o menos fre-
cuencia una seguridad relativa, no ha sido precisamente por esto por lo
156 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que nos hemos comprometido, sino por una intención espiritual y apostó-
lica. Por lo demás, esta seguridad material es para bastantes de los NN.
inferior a la que podrían disfrutar en el mundo. Los Superiores y los ad-
ministradores conocen muy bien la preocupación, digamos mejor, la
ansiedad, de ciertas situaciones financieras. Pero son las mismas comu-
nidades las que en muchos países, viven sin ninguna seguridad del
futuro: ¿podrán encontrarse mañana o el año que viene las limosnas,
subvenciones o remuneraciones que permitan subsistir, atender a la
formación de los jóvenes, servir a las obras apostólicas?

d) El desprendimiento de una vida común real, más radical que


toda inseguridad económica

Llámese o no se llame a esto inseguridad, el desprendimiento que


en sí lleva la práctica realística de la vida común, adquiere su sentido
profundo cuando toca la inspiración sin duda más radical de toda nues-
tra pobreza: esa inspiración intenta corresponder a la pobreza íntima
de Cristo, tal y como el Vaticano II principalmente, nos la presenta en
diversas ocasiones, como una actitud que consiste en no reclamar los
propios derechos: sobre todo el derecho de disponer de las cosas y
de sí mismo y el derecho de afirmarse en la autosuficiencia, sin esperar
nada de la liberalidad de otros. De esa manera los recursos con que nos-
otros vivimos serán en buena parte, dones gratuitos, contribuciones que
nunca hubiéramos exigido; serán también remuneraciones, sin que las
hayamos buscado. Nuestras actividades habrán sido elegidas indepen-
dientemente de su rentabilidad financiera; en esto, por caridad apos-
tólica, habremos corrido el riesgo de no llegar a cubrir nuestras nece-
sidades materiales. No es el caso de emplear una prudencia humana; es
preferible la audacia de la fe y la confianza ignaciana en la bondad
del Padre. Y esto es lo que constituye nuestro mejor seguro de vida,
al menos si buscamos el reino de Dios y su justicia, que nos santifica
a nosotros y a quien servimos.

VIL PELIGRO DE FORMALISMO

17. Se oye a veces decir: "Esta forma de pobreza nos ha condu-


cido en siglos pasados y nos seguirá conduciendo todavía, a una estruc-
tura de vida pesante por las observancias y las limitaciones, a un estilo
esclerótico de vida. De hecho, con demasiada frecuencia, los religiosos
han reducido su pobreza a la obediencia (digamos más bien, a una ca-
ricatura de la dependencia), abusando del juego de los permisos para
legitimar la adquisición o el uso individual o colectivo de bienes su-
perfluos o inútiles. Una capa de legalismo ha encubierto prácticas muy
confortables".
a
PARTE 1 . / n.° 9 157

a) Todo sistema fácil termina en algún fariseísmo

¿Ha permanecido la Compañía inconsciente ante desviaciones de


este género? Los PP. Generales han denunciado más de una vez los
abusos encontrados en esta materia, y no hay por qué volver a repetir
todo lo que implica la práctica sincera de la vida común. Con institu-
ción o sin ella, hombres que quieren dar testimonio de un ideal elevado,
si adoptan sistemas fáciles, terminan siempre por caer en algún fariseís-
mo, a menos que no den otro escándalo diverso. En realidad el carisma
de un grupo religioso exige y suscita necesariamente una institución
para encarnarse y realizarse.

b) Condiciones de auténtica vida religiosa pobre

La pobreza evangélica que un eremita o un hombre de mundo


pueden practicar individualmente, puede encarnarse y ser realmente vi-
vida si nosotros lo ponemos todo en común, si aceptamos de buena
gana y de hecho la condición humana y el deber de trabajar allí donde
Dios nos quiere y por el bien de los hombres, y si asumimos también
las exigencias básicas de una vida comunitaria y de una acción común,
que nos liberan del egoísmo y nos unen en un esfuerzo fraterno; esto
podrá asegurar un mejor reparto de los medios materiales, y sobre
todo garantizará una cohesión más rigurosa en la acción apostólica. La
pobreza se nos presenta así como una componente necesaria de nuestra
misión; y será fecunda si los miembros de la comunidad forman un
solo cuerpo, en el que vive el espíritu y en el que se manifiesta su ener-
gía divina.

CONCLUSIÓN

a) Vivir según nuestra vocación

18. Si tendemos a este fin y vivimos según la orientación cris-


tiana, religiosa y apostólica de nuestra vocación, encontraremos progre-
sivamente la solución concreta que haga realmente pobre la vida y nos
aproxime a los pobres. Descubriremos que nuestra libertad de hombres
entra plenamente en juego, no en la ausencia de toda forma estatutaria
o de obligaciones comunes, sino en y por una obediencia inteligente y
creyente, responsable y activa, humilde y realista. Tomaremos en serio
la observancia, por el valor que se deriva de su fin: servir a una vida
de pobreza. Esta experiencia interiorizada nos ayudará a encontrar
adaptaciones necesarias; que comprometan la responsabilidad de to-
dos, cualquiera que sea su edad o su cargo. Para que estas adaptaciones
resulten eficaces se supone un clima general en que se exprese la volun-
tad de ser los pobres de Cristo, una profunda unanimidad respecto a
158 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

los valores que se deben promover, unos diálogos fraternales mantenidos


con libertad interior cada vez mayor; en el espíritu de los Ejercicios.
Gracias a Dios, el actual florecimiento del sentido comunitario pue-
de ayudar mucho al diálogo y a la revisión. Por lo que toca al objeto
de esta carta, esa corriente espiritual tan fuerte y prometedora, ese
deseo de comunidad completa de bienes con nuestros hermanos, no
puede menos de renovar la inteligencia de nuestra pobreza bajo su as-
pecto de "vida común" y hacer que la tomemos como una exigencia
íntima de nuestro carisma. Ya está suscitando acá y allá iniciativas muy
felices, particularmente apreciables desde el punto de vista de la igual-
dad fraterna, por ejemplo en casas que reúnen estudiantes jesuítas
pertenecientes a diversas Provincias.

b) Entre la "creatividad" hoy necesaria y la fidelidad a los


elementos esenciales, no hay antagonismo

Ante la insuficiencia de ciertas fórmulas llamadas "tradicionales",


y sobre todo ante ciertas interpretaciones poco inspiradas, podemos a
veces sentirnos tentados, por lo que toca a la organización de nuestra
vida, de reinventarlo todo y partir del punto cero. Entre una creativi-
dad, que debe ponerse ahora en marcha, y la fidelidad refleja a los
elementos esenciales de nuestra pobreza y de nuestra unión fraterna
y apostólica, no existe en realidad ningún antagonismo. El concurso
de estas fuerzas garantiza el vigor de nuestro dinamismo al que he
querido prestar un servicio recordando en esta comunicación uno de
los ejes sobre los cuales habrá de girar. El valor de nuestras adapta-
ciones no dependerá sólo de su carácter inédito ni de un esfuerzo de
mimetismo social, que siempre correría el peligro de llegar demasiado
retrasado respecto al ritmo de los acontecimientos. El problema no es
sencillo, pues hablando de pobreza, se trata de encarnar el Evangelio
en realidades muy materiales. En todo caso, el verdadero progreso es-
tará en necesaria proporción con el amor auténtico que inspiran los
proyectos y con la fidelidad que sabrá sostener la paciente realización.

c) Confianza en Cristo que nos hará esperar todo de El

Fidelidad, no respecto al pasado, sino respecto a Aquel que con el


Padre nos llama hoy a conformarnos más íntimamente consigo mismo,
y que para que el mundo crea en El se sirve de la Iglesia y de la
Compañía, comunidad de hombres unida en la caridad, y se sirve en
particular, de nuestra vida trabajadora y desinteresada. Así prolonga-
mos nosotros el impulso que a El le condujo a desprenderse de sus
prerrogativas divinas hasta el anonadamiento de la cruz, para de nuevo
dársenos en la potencia y riqueza de su resurrección. San Ignacio gusta-
ba de contemplar la pobreza en el misterio pascual y en la Eucaris-
PARTE 1.» / n.° 9 159

tía (24). Nuestro Señor, que en este mundo fue plenamente libre en el
uso de las cosas para ponerse enteramente en manos de su Padre y a
disposición de los demás, nos hace ahora anticipar y manifestar por
nuestra pobreza, la libertad de los hijos de Dios glorificados.
Creamos en su fidelidad: por El se nos ha dado todo bien mate-
rial y espiritual: de El tenemos en particular esta gracia de la pobreza
religiosa, don totalmente gratuito, como el de la castidad consagrada.
De El esperamos todo lo necesario aquí abajo y la verdadera posesión
del mundo y con El contamos para llegar a la plenitud definitiva. Esta
esperanza, y la gratitud y amor que le debemos, nos impulsa a hacernos
realmente pobres, dándolo todo a nuestros hermanos y gastándonos
nosotros mismos sin medida.

(24) Cfr. Ejercicios Espirituales 116, 167; Deliberado Sti. Patris Ign. de
Paupertate. Monum. Ign. ser. 3, I, p. 79.
0
10. La sencillez de vida ' (29. XII. 73).

El porqué de una pregunta

Si en las cartas de oficio de 1973 se hizo una pregunta sobre la


sencillez o austeridad de nuestra vida de jesuítas, fue porque para ha­
cerla no faltan serias razones: parecerá quizá un detalle, y no tan esen­
cial, en nuestra vida, pero tiene su importancia y un profundo signi­
ficado.
La sencillez de vida es un índice del espíritu de nuestra pobreza y
de la aplicación práctica de dicho espíritu: "Sólo esto diré: que aque­
llos que aman la pobreza, deben amar el séquito de ella, en cuanto de
ellos dependa, como en el comer, vestir, dormir mal y ser despreciados.
Si, por el contrario, alguno amara la pobreza, mas no quisiera sentir
penuria alguna, ni séquito de ella, sería un pobre demasiado delicado y
sin duda mostraría amar más el título que la posesión desella, o amar­
la más de palabra que de corazón" (2). La sencillez de vida es como
un lenguaje, el lenguaje del ejemplo, que entiende muy bien el mundo
de hoy, mejor que las palabras o los discursos, y que nos obliga a
hacer un examen concreto de nuestras posiciones y criterios sobre la
pobreza y sobre otros aspectos de nuestra vida personal.
La sencillez de vida es una ayuda para conservar y aumentar la
pobreza; no son pocos los que se lamentan así: "yo quisiera vivir en
mayor pobreza, pero el nivel de vida comunitaria me es impedimento";
en otras palabras: como si vivir en pobreza fuera ir contra corriente
en la comunidad, siendo así que la vida comunitaria debiera ser inspi­
ración y ayuda para una verdadera pobreza.
La ostentación o vanidad, y el confort ofenden a la sencillez o
simplicidad de vida. No se puede llamar vida de sencillez la que por su
aspecto externo y por la calidad elegante y fastuosa de cuanto rodea al

(1) Esta Conferencia fue pronunciada en Genova, para jesuítas de la Pro­


vincia de Turfn.
(2) Mon. Ign. Epp. I, 577.
162 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

religioso más bien se debería llamar vida ostentosa, como por ejemplo
la del que en su vestido, ajuar, habitación o medios de transporte usara
medios de lujo. Tampoco puede decirse vida de sencillez la del que
procura para sí lo más confortable del mercado en muebles, calefacción,
aire acondicionado, etc. En una palabra, la sencillez de vida se ve ame-
nazada por una doble fuerza: el egoísmo y la sociedad de consumo, que
le brinda todo lo que necesita para su satisfacción. El egoísmo no apa-
rece de un modo tan espectacular en una sociedad muy pobre; en ella,
la vida austera se impone por sí misma. De hecho, Ja abundancia co-
mercial y su esclavizante propaganda no nos arrastrarán si por princi-
pio queremos llevar vida austera y decimos netamente: "¡cuántas co-
sas no necesito!". En este punto nos encontramos en la Compañía con
situaciones que van desde lo heroico hasta lo escandaloso.
La sencillez de vida radica y es manifestación de una actitud es-
piritual que tiene aspectos muy diversos y que puede ser considerada
tanto en el orden personal como en el apostólico. No es solamente un
problema de pobreza. Se puede faltar, en efecto, a la simplicidad de
vida en nuestra vida personal de muchos modos: por sensualidad, por
vanidad, por un larvado concepto de "clase social". La sensualidad nos
lleva a querer ahorrarnos todo lo molesto y a querer gozar de la vida
y de las oportunidades que nos ofrece la sociedad de consumo con su
confort y sus delicadezas. La vanidad nos lleva a querer elegir lo lujoso,
y aun en lo necesario nos induce a buscar cosas que nos hagan aparecer
mejor, y a competir con el laico que es esclavo de la moda o de la ele-
gancia. Seamos o no conscientes, todos participamos de lo que se ha
llamado "pasiones colectivas" (v. gr. nación, raza, clase o nivel social
a que hemos pertenecido...). Estas pasiones son tanto más inconscientes
por ser colectivas, y así encuentran justificación en el ambiente que nos
rodea; sin embargo condicionan nuestras opiniones y modo de vida,
incluso en el campo apostólico. El concepto de clase nos impide el
querer aparecer como de "clase inferior", modesta, trabajadora, y nos
hace imaginarnos que en algunos ministerios o actividades modestas
como que nos "rebajamos" a tratar con gente de "clase baja", y aun
a veces nos frena el temor de aparecer como uno de esta clase en habi-
tación, vestidos, viajes, etc. Por eso nos debemos preguntar: ¿De qué
clase social soy yo? ¿A qué mundo pertenezco inconscientemente? Con
mucha frecuencia nuestras reacciones espontáneas son las de los grupos
dominantes, incluso cuando creemos intelectualmente que nos hemos li-
brado de ellas.
En la vida apostólica y en la elección de los medios apostólicos
existe también una complicación creciente (medios de comunicación,
transporte, instrumentos técnicos, de pastoral, etcétera), que se deben
admitir sólo como una "ayuda de las almas", sin caer en el error de
criterio que supondría medir la eficacia espiritual apostólica por el
número y la perfección de los instrumentos o métodos técnicos emplea-
dos, cuando se puede llegar a una tal complicación que vengan a ser
verdadero estorbo, como lo era la armadura para David. ¿Qué decir,
si no, del "apóstol" del tercer mundo, que decía que empleaba una
PARTE 1.» / n.° 10 163
t
gran parte de tiempo en arreglar su máquina de escribir, su radio, su
magnetófono, su frigorífico, su automóvil, etc.?
Para ayudarnos a entender la superfluidad de muchas cosas que
hoy nos van pareciendo necesarias, y que por lo tanto juzgamos impres-
cindibles, ayuda reflexionar en lo que sucede cuando, por razones ex-
ternas o independientes de nuestra voluntad, nos vemos privados de
muchas de ellas. En caso de guerra, con qué poco nos conformamos.
No hay más remedio. Otro caso verdaderamente elocuente ha sido el de
la crisis de energía originada por la reducción del petróleo exportado
por los países árabes. Aquellas cosas de que por motivos superiores no
nos hemos querido desprender, se nos han mostrado como superfluas e
innecesarias ante las limitaciones que forzosamente se nos han impues-
to (reducción de la velocidad en carretera, de la temperatura de la ca-
lefacción, duración de los espectáculos, etc.).

Crisis en la pobreza: problema serio

Examinando con cuidado las respuestas enviadas en las cartas de


oficio desde toda la Compañía, y al ver lo que narran del alto nivel de
vida, de los peculios velados, de las cuentas privadas, del lujo en el
ajuar, de los viajes de recreo, del concepto y del uso del salario, etc.,
me he confirmado en lo que tantas veces he dicho y algunos han puesto
en duda, es decir, que en la Compañía existe hoy un serio problema de
pobreza, tanto individual como comunitario e institucional.
No creo que sea este el momento de probarlo, pero dejando de
lado el grado de profundidad de esa "herida contra la pobreza", quiero
en un modo positivo hacer algunos comentarios en el supuesto (que
espero será admitido por todos) de que el problema de la •'pobreza es de
capital importancia para la Compañía. Me ayudaré para ello de lo que
sugieren las respuestas que sobre el tema de la sencillez de vida los
Superiores y los Consultores me han dado en sus cartas, y de mi con-
tacto personal en los viajes y visitas que he hecho.
Por otra parte, nadie ignora que la pobreza es un problema de sin-
gular importancia en cualquier congregación religiosa, por ser ella una
de las características de la vida religiosa como tal, pero tiene en la
Compañía y para nosotros un matiz especial por el gran relieve que
San Ignacio quiso darle, como consecuencia de las iluminaciones inte-
riores que le concedió el Señor y de las experiencias espirituales que de
ella tuvo.

La pobreza es un misterio de je.


Doble experiencia necesaria

La pobreza es un misterio evangélico. Para penetrarlo se requiere


el amor de Cristo. Es impresionante ver cómo en las respuestas de las
cartas aparecen a veces frases como ésta: "Algunos ignoran la pobre-
164 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

za de espíritu de Cristo, que es la que verdaderamente hace pobres. Su


vivencia de la pobreza no es teológica, cristocéntrica, sino aparente,
material". Tal posición espiritual es inaceptable y debe ser corregida
con la ayuda de la oración y del espíritu propio de los Ejercicios y de
las Constituciones.
La pobreza es un misterio que brota del misterio mismo de la
"kénosis" de Cristo. Misterio, y por tanto incomprensible a la mente hu-
mana, la cual podrá vislumbrarlo en la medida en que la gracia del
Espíritu quiera iluminarla. El problema básico de la pobreza no es so-
ciológico, ni financiero, ni siquiera tan sólo teológico: es problema de
fe y de amor a Cristo pobre, pobre en su vida histórica y pobre en su
Cuerpo místico.
Para comprender lo que significa la pobreza se necesita una doble
experiencia: la experiencia en fe de lo que es la "kénosis" de Cristo y
la experiencia real de la verdadera pobreza; si falta cualquiera de las
dos no se "sabe" lo que es la pobreza religiosa. Si falta la experiencia
mística de la "kénosis" de Cristo se puede saber lo que es pobreza o
miseria humana, que habrá que combatir en sí misma y en sus efectos,
pero no qué es y qué significa la pobreza religiosa. Si falta la experien-
cia personal de la pobreza efectiva, se sabe lo que fue la pobreza de
Cristo y los caracteres que la adornan, pero no lo que es la verdadera
pobreza de la vida de los hombres pobres. De ahí la necesidad, para pro-
curar ese pleno conocimiento, esa verdadera "epignosis", del conoci-
miento de Cristo pobre y de su Cruz, de ese conocimiento que se ob-
tiene en la oración, y ha de llevarnos, en fuerza del carisma ignaciano,
hasta el tercer grado de humildad, hasta el preferir, por amor a Cristo,
más pobreza que riqueza; y la necesidad también de una experiencia de
vida pobre, con las consecuencias que una vida así comporta para el
indigente. La fe impulsa a la imitación de Cristo pobre, y ésta a su vez
impulsa a la pobreza real: es la espiral de la interacción fe-experiencia,
fundamental y necesaria en este orden de cosas. La experiencia real de
la pobreza impulsa al amor de Cristo por la purificación y liberación
que produce en el alma: "no es poca gracia —escribe S. Ignacio a los
colegios de Europa— que se digne su divina Bondad darnos a gustar
actualmente aquello que debe estar siempre en el deseo nuestro, para
conformarnos a nuestro guía Jesucristo" (3).

Reacciones críticas ante la pobreza

Tanto en la vida religiosa en general como también en la Compa-


ñía, surgen en este tema de la pobreza problemas de orden teológico
y de orden práctico y se suscitan reacciones diversas.
Una reacción puede ser la de defensa. Se busca minimizar el pro-
blema buscando explicaciones (cuando no falacias) para cohonestar si-
tuaciones que son reprensibles o, al menos, ambiguas: se aducen razo-

(3) Mon. Ign. Epp. IV, 564.


a
PARTE 1 . / n.° 10 165

nes apostólicas, v. gr., la eficacia, que exige medios costosos, o la necesi-


dad de trabajar con la élite, o la urgencia de contar con grandes institu-
ciones de la Compañía; o se recurre al carisma ignaciano, que sería
diverso del de un Charles de Foucauld; o se aduce la tradición de la
Compañía, que no duda en servirse de todos los medios más aptos;
o se presentan explicaciones de orden exegético, histórico, canónico, etc.
Se racionaliza así el problema, en favor de la eficacia apostólica y de
otros argumentos que, con un valor ambivalente, terminan por apoyar
el "statu quo".
Otra reacción es de desánimo. Se afirma que ya se está discutiendo
de esto por muchísimos años, sin encontrar nunca una solución acepta-
ble, y se concluye que no hay por qué preocuparse inútilmente, pues
basta hacer lo que buenamente se pueda y seguir adelante.
A veces se reacciona de un modo muy radical. Se quiere encontrar
en posiciones exageradas, llamadas "evangélicas" o "de testimonio", la
única salida para una solución aceptable y apostólica. Cuando este radi-
calismo no está sinceramente inspirado en el Evangelio, o cae en gran-
des contradicciones de parte de los mismos que lo practican, o termina
en fracaso por ignorarse la realidad de la vida humana y su compleji-
dad, o bien en polarizaciones que hieren la caridad fraterna, por decir
lo menos, y se asemejan a la lucha de clases.
Para mí el problema de la pobreza y de la austeridad de vida se
sitúa a una profundidad mucho mayor: en la pérdida de la sensibilidad
espiritual. Tanto la falta de la pobreza evangélica como la presencia de
sus sustitutivos secularizantes: concepción exclusivista socio-económica
de la pobreza, violencia contra la injusticia, etc., están denunciando la
falta de sentido de Cristo. La "kénosis" de Cristo no tiene sustitutivos
ni en la filantropía, ni en el humanitarismo, ni en los análisis y méto-
dos marxistas. El fallo actual en la pobreza es la consecuencia necesaria
y natural de un fallo en la sensibilidad espiritual, de la falta del "sensus
Christi". Al faltar éste, la mente se deforma, los criterios se desvían,
y las aplicaciones son un "sin-sentido" evangélico. ¡Cuánto de todo esto
hay hoy en el mundo... y en la Compañía!

La pobreza, sostén de la vida del espíritu

El amor de San Ignacio a la pobreza fue notable: nuestro Funda-


dor consideraba la pobreza como una de las virtudes más importantes
para el apóstol de la Compañía. Naturalmente el fundamento de tal
estima y de tal amor a la pobreza eran las iluminaciones recibidas acer-
ca de la Trinidad y del "Vexillum Crucis", pero esas intenciones se ex-
plicaban en la práctica, al decir Ignacio que es necesario amar la pobre-
za como madre y defenderla como a muro de la religión.
Ahondando en la concepción ignaciana y utilizando su misma ter-
minología, se podría afirmar que la pobreza dispone para la unión del
instrumento con Dios, y le da movilidad para el apostolado. La unión
con Dios, que se verifica a través de las virtudes teologales, es fomen-
166 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tada por la pobreza evangélica, que se funda y fomenta la fe, ya que es


Crissto conocido a través de la fe, la llave para entender lo que significa
la verdadera pobreza. La pobreza con sus obras es un testimonio feha-
ciente de la verdadera fe: "fides, si non habeat opera, mortua est in
semetipsa" (4). La pobreza es desprenderse, al menos afectivamente, de
todo; eliminar la confianza en las cosas creadas y poner toda la espe-
ranza y la confianza en Dios, del que estamos ciertos que seremos ayu-
dados. Es la esperanza en la providencia de Dios, a la que somos con-
ducidos a cada instante, al sentirnos, por la pobreza, libres y desposeí-
dos de todo. Como escribe San Ignacio al Dr. Ortiz: "A nosotros es
vía (para reformar su universal Iglesia) más segura y más debida pro-
cediendo cuanto más desnudos pudiéramos en el Señor nuestro, según
que El mismo nos da ejemplo" (5): de la gran inseguridad humana
resulta la inconmovible seguridad en Dios. Y la pobreza nos prepara a
vivir la caridad, ya que la verdadera pobreza hace al hombre capaz de
dar por el prójimo no sólo lo que tiene, sino también lo que es. Todo
para los demás: posesión, cualidades, tiempo, fatigas, alegrías y penas;
es el "ego autem impendam, et super impendar ipse pro animabus ves-
tris" de San Pablo (6).
Se llega así a la pobreza radical: al desprendimiento total, incluso
de uno mismo, que imita la "kénosis" de Cristo. Radicada en el amor
al Padre, viene a ser el más alto grado de humildad interior. Despojar-
se a sí mismo de este modo es experimentar la impotencia personal de-
lante de quienes, por poseer muchas cosas, parecen tener más poder;
es experimentar la humillación, porque al pobre se le desprecia, no se le
presta atención, se le trata ásperamente.
A este respecto, la experiencia de un misionero en un país pagano
es muy instructiva. El sentirse uno solo en una gran ciudad, sin conocer
a nadie, sin un solo amigo; el verse desposeído de todo, tanto de cosas
materiales, como del sostén y de la seguridad que nos ofrecen las rela-
ciones humanas normales; el ser pobre aun en lo que se refiere al len-
guaje, siendo uno incapaz de expresarse, para decir a los demás lo
que uno es o lo que uno sabe; hallarse siempre en una situación de
inferioridad, como un niño que está aprendiendo a hablar, llevando
siempre las de perder en las discusiones, dándose cuenta de la pobre
impresión que está uno haciendo y de la compasión o aun hostilidad
con que uno es mirado: todo esto le enseña a uno, mejor aún que hue-
cas teorías, lo que significa realmente pobreza, en el sentido radical de
des-posesión. No sólo suprime el apego a las cosas externas, sino que
hace al hombre verdaderamente humilde de corazón, porque ser pobre
es ser humillado y es en las humillaciones en donde se aprende la po-
breza.
Esta es una de las más valiosas experiencias que podemos adquirir,
viviendo como pobres. El pobre no tiene derecho a nada en una sociedad

(4) Sant. 2. 17.


(5) Mon. Ign. Epp. L 355.
(6) 2 Cor. 12, 15.
a
PARTí: 1 . / n.° 10 167

basada en el propio interés y en el lucro. El pobre es el hombre sin voz:


despreciado, ignorado, olvidado. Para entender la condición del pobre,
es necesario experimentarla. Si falta esta experiencia, poco sirven las
teorías abstractas y las grandes resoluciones.
Y viniendo a nosotros, ¿qué vemos? Al vivir en un Occidente de
abundancia, al tener una posición social y un nivel de vida que son
considerados corrientes en nuestro medio, al encontrarnos en la posi-
bilidad de conceder favores o de buscar amigos que los concedan: ¿no
vivimos en una postura de bienhechor, en una posición de privilegio y
de poder? Por otra parte, cuan diferente de ésta es nuestra posición en
aquellos países no cristianos o ateos, en los que no somos reconocidos,
peor aún, en los que somos considerados como seres inútiles y aun como
elementos peligrosos para la sociedad y como tales destinados a la eli-
minación. El no contar uno, el estar a merced de los demás, el ser des-
preciado a los ojos de los hombres, ¿qué otra cosa es sino enrolarnos
en una magnífica escuela de humildad? Es entonces cuando el Espíritu
Santo, por sí mismo, nos hace entender lo que en la vida espiritual es lo
más subido y lo más difícil de todo, a saber, que hay gozo en el hallarse
en la pobreza de la Cruz.
No podría yo expresar lo profundas que han sido las relaciones oí-
das de aquellos hermanos nuestros que viven hoy en circunstancias como
las descritas. En ellos ciertamente, si en alguno de la Compañía, ha
encontrado Dios instrumentos sin resistencias y dóciles a la acción de
sus manos.

Frutos de la pobreza y sencillez de vida

Son manifiestas las ventajas de este perfecto desprendimiento, en


que se basan la pobreza religiosa y la sencillez de vida.-*-'
El perfecto desprendimiento produce una libertad interior realmen-
te única: la total fidelidad a la voz del Espíritu, sentida en el propio
corazón, o en la voz del superior, o en los signos de los tiempos. Esta
interior "prontitud para todo" es la que nos da movilidad, la que nos
dispone para ir a la menor señal a donde Dios, la obediencia o la nece-
sidad de las almas lo requieran. Qué distinta es esta actitud de la de
quien se encuentra "bien instalado" y rodeado de toda clase de comodi-
dades, se apega a cosas convenientes, que para él llegan a hacerse ne-
cesarias, de la del que se relaciona con amigos poderosos y que le esti-
men, y adopta en consecuencia un tenor de vida y ocupa un puesto del
que, como observa San Ignacio, "mucho número de gente no lo pu-
diera mover" (7).
La verdadera pobreza desarrolla una espiritualidad, que es alegre,
vigorosa y viril, como el poeta de Roma, Lucano, lo dijo mucho tiem-
po ha: "fecunda virorum paupertas" (8). La pobreza aleja todo apoltro-

(7) Mon. Ign. Epp. IV, 679.


(8) LUCANO, Pharsalia I, vers. 165-66.
168 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

namiento y la tendencia natural al "dolce far niente", y produce vigor


espiritual y un aguante extraordinario en las empresas apostólicas; y,
sobre todo esto, confiere un gozo y una alegría íntima en medio de los
trabajos, tal que quien no lo haya experimentado difícilmente lo ima-
ginará.
Otra nota que caracteriza la vida de sencillez y de pobreza es la
eficacia apostólica. Porque, a no dudarlo, si uno está unido con Dios
y descansa en sólo él, está más abierto a recibir las gracias que hacen
fructuoso el ministerio pastoral, ya que "ñeque qui plantat est aliquid,
ñeque qui rigat; sed qui incrementum dat, Deus" (9). Además, una
vida así produce el impacto de un irrefutable testimonio, especialmente
hoy cuando el valor de la pobreza como "signo" ha subido tan espec-
tacularmente.
¿Por qué hemos perdido tanto la credibilidad como ministros del
Evangelio? Porque la gente no nos ve como pobres. Sólo el testimonio
de la pobreza sinceramente vivida restaurará la credibilidad de nuestro
apostolado, confiriéndole así mayor eficacia. Puede parecer una parado-
ja, pero la parquedad en el uso de las cosas es hoy más eficiente apos-
tólicamente que el rodearse de abundancia de medios.
Se prueba esto mejor (ex contrariis) por sus contrarios, por los
efectos negativos de la falta de sencillez de vida. Si, en una sociedad
de progreso económico, de abundancia y consumismo, carecemos de po-
breza y del desprendimiento que deriva de ella, corremos el riesgo, más
que en épocas anteriores, de hacernos esclavos. Esclavos en muchos
modos, esclavos de la propaganda, del presionante arte de vender, que
es la señal distintiva de una sociedad de consumo; esclavos de la ten-
dencia a adquirir, que lleva a acumular cosas que comienzan por ser
superfluas y terminan por ser necesarias; esclavos del snobismo, que
limita nuestra actividad apostólica, abierta o tácitamente, a una clase
social privilegiada. Por el contrario, la pobreza y la simplicidad de
vida, al reducir al mínimo nuestras necesidades, nos hace libres para
responder a todos y cada uno de los desafíos del apostolado.
¿Será necesaria una prueba positiva? La tenemos en lo que antes
mencioné, en el gran respeto que muestran nuestros contemporáneos
por la pobreza voluntaria. Se deduce de ello que la credibilidad de
nuestro apostolado viene a ser directamente proporcional a nuestro des-
prendimiento de espíritu y a nuestra simplicidad de vida.
Nuestra selección de ministerios y la jerarquía de las prioridades
apostólicas deberá tener también en cuenta este hecho fundamental.
Si se trata de cambiar las estructuras injustas de nuestra sociedad, no
podremos encontrar los verdaderos agentes de cambio si restringimos
nuestra acción a las esferas superiores de la sociedad, pues no es tanto
en ellas ni sólo en ellas donde se encuentran, sino en las más modestas,
entre los pobres; y los pobres no nos oirán ni tendremos influjo en ellos
si no nos ven participar de su vida austera y pobre. Por tanto, debemos
sentir preferencia por los más pobres y necesitados, como la sintió Cris-

(9) 1 Cor. 3, 7.
a
PARTE 1 . / n.° 10 169

to. Ellos son los más numerosos. Pero no sólo eso; el cambio en las
estructuras sociales injustas no vendrá si no ayudamos a los pobres a
ayudarse a sí mismos, y no podremos nosotros enseñarles esto si no
aprendemos de ellos el sentido real de la pobreza.
Respetemos la dignidad de los pobres; tomémoslos como maestros.
San Ignacio decía: "son tan grandes los pobres en la presencia divina,
que principalmente para ellos fue enviado Jesucristo...; tanto los pre-
firió a los ricos, que quiso elegir todo el santísimo colegio de entre los
pobres y vivir y conversar con ellos, dejarlos por príncipes de su Igle-
sia, constituirlos por jueces sobre las doce tribus de Israel, es decir, de
todos los fieles. Los pobres serán sus asesores. Tan excelso es su es-
tado" (10).
Hoy sentimos la preocupación de presentar y llevar a los hombres
a aceptar nuevos modelos de vida, nuevos modelos de sociedad. No
olvidemos el adagio antiguo: "exempla trahunt". Es muchos más gran-
de la fe que se presta a los hechos que a las palabras. Un modelo debe
tener siempre una aplicación práctica, debe señalar el camino por donde
ir, debe señalar la dirección a un mundo que casi ha perdido todo
sentido de dirección.
Pensemos, por tanto, qué precioso testimonio de Evangelio pode-
mos ofrecer con un modelo de vida o modo de proceder, que sea simple
y austero en todos los niveles: en el nivel personal (pocas cosas en
nuestro ajuar) en el nivel comunitario (austeridad y no demasiado con-
fort) y en el nivel institucional (renunciando a posesiones, inversiones,
instituciones prestigiosas, etc.). Un modelo así, si es puesto en práctica
sincera y honestamente y no colocado simplemente como fachada pos-
tiza e hipócrita, podrá seguramente ser eficaz.
En fin, la pobreza y la sencillez de vida, cuando vienen animadas
por la caridad, producen otro fruto visible de gran relieve: el de la
solidaridad. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que. los primeros
cristianos, "al aceptar la fe, se unían entre sí y tenían todo en común.
Vendían sus propiedades y riquezas, y su valor lo distribuían entre to-
dos, según la necesidad de cada uno" (11). Esta solidaridad, esta par-
ticipación y comunicación de los bienes materiales, la así llamada "koi-
nonia", nacía de la caridad, de la participación de un mismo espíritu
que se les comunicaba y en el que todos se sentían unidos.
Un espíritu así, de solidaridad y participación, es de hecho admi-
tido por todos en la Compañía, pero quizá no es tan practicado, al menos
en la extensión y profundidad que debiera serlo. No me refiero ahora
tanto a la solidaridad que se aplica en la vida comunitaria local, en la
que es evidente que debemos ser solidarios y participar a los demás
cuanto poseemos o adquirimos y en la que debe siempre respetarse y
guardarse la igualdad de derechos fundamentales, sin privilegios per-
sonales; sino a una solidaridad más amplia, a aquella que debe exten-

(10) Mon. Ign. Epp. I, 573.


(11) Hech. 2, 44-45.
170 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

derse a las demás casas y personas de nuestra misma Provincia y de la


Compañía universal.
Cada casa, es cierto, es jurídicamente independiente, pero ello no
debe ser óbice para este ejercicio de la solidaridad. Debe resultar incon-
cebible la existencia de unas comunidades "ricas" y otras "pobres", de
unas comunidades que poseen tantas cosas superfluas, y otras (a veces
dentro de una misma ciudad) que carecen de lo necesario, sea para su
mantenimiento, sea para su apostolado, a veces de gran importancia.
El principio y la práctica de la solidaridad, bien aplicados, pue-
den transformar radicalmente nuestro modo de vida y nuestra actividad.
¿Quién no ve que si nos sentimos solidarios de aquellos de nuestros
hermanos que viven en necesidad y se encuentran paralizados en sus
actividades apostólicas por falta de los medios necesarios, el nivel de
nuestra vida, el sentido del ahorro, la sobriedad adquirirán una nueva
motivación y una fuerza apostólica especial? Vivimos en una casa y
pertenecemos a una Provincia, pero nuestra verdadera comunidad es el
cuerpo universal de la Compañía. Las necesidades, aun de los más
alejados de nosotros geográficamente, han de ser valoradas por criterios
y prioridades universales, y ello contribuirá a relativizar las necesidades
particulares de cada casa o de cada individuo. Así se llega a la verdadera
"unió cordium", que se basa en el amor a Dios Nuestro Señor y en
la unión con la "divina y suma Bondad" (12); y ésta nos dará, como
dice S. Ignacio, "todo desprecio de las cosas temporales, en las que suele
desordenarse el amor propio, enemigo principal de esta unión y bien
universal".
Este espíritu de plena solidaridad con los demás no deberá tam-
poco limitarse a la Compañía: esa caridad debe extenderse, como dice
el mismo S. Ignacio, "a todos prójimos", aunque se extienda "en espe-
cial al cuerpo de la Compañía". Dos terceras partes de la humanidad se
encuentran hoy en extrema necesidad, y si el mundo actual se siente
como formando un "global village" (una aldea universal), ¡cuánto más
debemos sentirlo nosotros, miembros de la Compañía universal y ciu-
dadanos del mundo, y aceptar generosamente el hecho con todas sus
consecuencias!

San Ignacio frente a la pobreza.

La Compañía tiene que prestar hoy un servicio a la Iglesia. ¿Qué


servicio nos pide hoy la Iglesia? ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante una
sociedad de consumo,' con su materialismo, con su búsqueda del con-
fort, del poder, de la riqueza? Para responder a esta pregunta podemos
recordar cómo San Ignacio reaccionó ante la sociedad de su tiempo, y
deducir de ahí cómo reaccionaría ante la de nuestros días.
San Ignacio perteneció a una sociedad atormentada por un proceso
de cambio que había puesto a la Iglesia en crisis. Supo leer los signos

(12) Const. S. L, núm. 671.


a
PARTE 1 . / n.° 10 171

de los tiempos con la luz que el Espíritu Santo le confirió y reaccionó


de este modo: contra el humanismo del Renacimiento pagano, desarro-
lló una espiritualidad encarnada en el Evangelio. Frente a un acumular
abusivo de lucro y de prebendas que había invadido a la misma Iglesia,
como sostén del orgullo de su posición, presentó su visión de la pobreza,
la pobreza de Cristo humilde. Para dar realidad a esta visión bosquejó
en los Ejercicios y desarrolló en las Constituciones el tercer grado de
humildad, que lleva a elegir más pobreza con Cristo pobre que riqueza.
Prohibió recibir estipendio y compensación por el trabajo espiritual y
suprimió las rentas fijas para las casas profesas. Inclinó nuestro aposto-
lado en favor de los pobres y menos privilegiados, haciendo hincapié
en la enseñanza del catecismo a los niños, en el servicio en hospitales y
cárceles, y en un estilo de peregrinar que diera al jesuita la experiencia
actual de la pobreza y del viajar sin ninguna provisión para la jornada.
Siendo esto así, se podría uno preguntar cuál sería su reacción ante
el mundo de hoy. Un mundo, cuya preocupación es buscar el confort,
la eficacia, la abundancia; un mundo caracterizado por el afán del
consumo, que vive en un deseo de poseer cosas: dinero, comodidad,
poder, que multiplica necesidades, estimando necesario cuanto conduce
a la sensualidad, gastos excesivos, propia satisfacción, placer. Se pier-
de el aprecio del valor del trabajo como tal, que se rehuye lo más
posible. Perder el tiempo en ociosidades se convierte en un ideal, y
se hace un problema el cómo organizar los tiempos libres.
Ahora bien, ¿cómo en un mundo así se puede practicar la pobre-
za? El vivir "pidiendo de puerta en puerta" no edifica ya en una so-
ciedad en la que es considerado un parásito el hombre que, siendo
capaz, rehusa un empleo lucrativo. El pobre de hoy vive con lo que
gana, con su salario. Se organiza la seguridad social para proveer a las
contingencias futuras. Por otra parte, se multiplica el afán de consu-
mir; y están al alcance de todos toda clase de entretenimientos: turis-
mo, TV, films, teatro, etc.
No es difícil conjeturar lo que haría San Ignacio frente a tal si-
tuación. Aplicaría, por supuesto, sus principios básicos a estas nuevas
circunstancias: "tantum quantum", "agere contra", etc. Tales princi-
pios, inspirados por el amor de Cristo pobre, son tan válidos hoy como
siempre. Cristo sigue siendo el modelo de nuestra pobreza apostólica
y de nuestra sencillez de vida; personal, comunitaria, institucional.
Debemos ser conscientes del hecho de que "ayudar a las almas" es
una obra enteramente sobrenatural, sujeta por tanto a normas sobre-
naturales. El amor a Cristo pobre debe ser el determinante decisivo de
nuestra actividad apostólica. Si esto falla, todo el resto estará condena-
do a la ruina.
En el uso de las cosas apliquemos la medida del "tantum quantum",
cuidando de no sustituir lo superfluo en vez de lo necesario. Aun en lo
que no fuere estrictamente necesario sino conveniente, guardémonos de
la falacia del consumismo, es decir, de pensar que la mera acumulación
de cosas, el tener las más posibles cosas buenas, sea en sí mismo bueno.
"Se debería tener cuidado, escribe San Ignacio, que no se vaya metien-
172 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

do en vez de lo necesario lo superfluo, y por lo que conviene a la salud


lo que agrada a los sentidos, y que se convierta en abuso lo que es uso
laudable" (13).
Tengamos presente que es más difícil ser pobre en un mundo de
abundancia que en un mundo pobre, que es más duro para nosotros
llevar una vida austera y sencilla en un mundo de super-abundancia que
en medio de la escasez. Pero ¡qué testimonio evangélico se daría, si
llegamos a triunfar, aunque sea parcialmente, en tal empresa!
En cuanto a la teología de la pobreza, debemos ciertamente pene-
trar en ella y profundizarla, no sólo en abstracto, sino en un modo
"encarnado", encarnado en la realidad, y en la realidad de hoy. Hemos
de procurar entrar en el misterio de la Encarnación y de la Cruz a
través de la experiencia de la pobreza real adquirida por el trabajo
apostólico entre los pobres y los menos privilegiados. Esta experiencia
será una ayuda insustituible para nuestra reflexión teológica y un estí-
mulo para nuestra propia práctica de la pobreza como compromiso re-
ligioso.

Resumiendo:

Cómo realizar en la práctica, hoy, la sencillez de vida a la que


como jesuítas estamos comprometidos, es un problema.
La solución de este problema se encuentra sólo por medio de una
experiencia personal interior de fe y de amor a Cristo pobre.
Esta experiencia es iluminadora y nos capacitará para recibir las
soluciones a nuestro problema, que a nuestra débil naturaleza nunca
se hubiesen ocurrido.
Es también una experiencia liberadora: nos hace libres para hacer
lo que el amor de Cristo y el celo apostólico nos pidan hacer.
Por eso, nuestro principal esfuerzo debe ser el de procurar en lo
más íntimo de nuestro ser el contacto con el Espíritu que sólo nos
puede enseñar lo que es la verdadera pobreza y la sencillez de vida.
Esta conversión interior a la pobreza de Cristo es al mismo tiempo
condición indispensable y el primer paso hacia la realización en nues-
tras propias vidas de aquella vida de Cristo que San Ignacio deseaba
para la Compañía de Jesús.

(13) Mon. Ign. Epp. X I , 374.


11. Vivir en obediencia ( n . X. 66).

Discurso a la Congregación General X X X I .

"Una crisis que ha nacido de elementos nuevos, debe ser resuelta


con formas no anticuadas sino nuevas".

Este importante discurso fue dirigido et 11 de octubre


de 1966 al Capítulo de la Congregación General XXXI, en
la que la Compañía de Jesús comenzó a adaptar su modo
de vida a lo dispuesto en el Concilio Vaticano II y a las
exigencias de los tiempos modernos. (N. de los Eds.)

Séame permitido tocar algunos puntos acerca de la obediencia.


Veo en esta materia un caso típico de renovación de la vida reli-
giosa misma bajo uno de sus aspectos principales. Por ellp. he juzgado
que debía decir algo.
Esta crisis de obediencia, que tanto nos preocupa, ha nacido de las
nuevas condiciones que influyen eficazmente sobre el modo de ser de
la vida moderna. Si buscamos camino para resolver esta crisis, en mane-
ra alguna daremos con la solución en la mera adhesión a los criterios
antiguos y la resistencia contra el nuevo estado de cosas; sino en la
integración de los nuevos elementos de la Compañía moderna, con nues-
tra obediencia característica; de manera que, sublimándolos aún con
otros nuevos por medio de los principios sobrenaturales, tengamos una
obediencia tradicional —pues se ha de regir con los principios funda-
mentales y específicamente nuestros— a la vez que renovada, puesto que
se complementan con elementos nuevos.
En una palabra: Una crisis que ha nacido de elementos nuevos,
debe ser resuelta con formas no anticuadas, sino nuevas.
Las circunstancias actuales nos incitan como a redescubrir valores
humanos y evangélicos que San Ignacio había captado tan profunda-
mente. No se trata de una adaptación que hayamos nosotros de aceptar
a pesar nuestro; o de una mitigación o "devaluación". Todo lo contra-
rio; por circunstancias providenciales, nos sentimos invitados a depu-
174 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

rar la idea y la práctica de la obediencia, de todo elemento postizo, que,


tal vez en otros tiempos, la hizo más fácil. Ahora la obediencia ha
resultado más difícil; por lo mismo puede y debe también resultar más
auténticamente cristiana e ignaciana.
Porque debe enriquecerse con los nuevos elementos que el continuo
progreso del mundo nos ofrece. Muchos son los elementos naturales
que en él hay, que presentan una nueva ocasión para elevarlos con
criterios sobrenaturales y para adaptar la obediencia a la acción apos-
tólica.
Las circunstancias actuales que, a primera vista, parecerían debi-
litar nuestra obediencia, pueden en realidad de verdad contribuir para
hacerla más firme y más apostólica, como impulsándonos, al aprove-
charlas, a alcanzar el ideal ignaciano.
Toda verdadera acomodación supone un progreso. En este sentido,
si nada se hace, o se hace a duras penas; o por el contrario, si uno se
deja llevar de modo inadecuado o en exceso por las tendencias moder-
nas, con toda certeza la obediencia sufrirá un daño irreparable.
Las antinomias manifiestas que estamos sintiendo tan vivamente,
nos incitan a este sentimiento más profundo y a esta nueva "trasposi-
ción" de la obediencia. Antinomia entre el dinamismo apostólico y el
aspecto de pasividad y receptividad; entre la dirección del Espíritu San-
to y un régimen ejercido por hombres; entre el diálogo para una aclara-
ción del asunto y la índole estrictamente personal de la decisión o de la
dirección que se defina. Antinomia entre la responsabilidad sentida por
la conciencia de cada religioso y apóstol y la responsabilidad del Su-
perior en cuanto tal; entre la libertad de juicio, o sentido crítico que
ha de haber en el examen previo por parte de los consultores u otros, y
la plena adhesión a la decisión establecida, no tanto por la adhesión
(conspirarlo) de la voluntad hacia el fin pretendido, sino —en cuanto
es posible en verdad— por inclinación del juicio, por aquella como
simpatía intelectual por la que, como dice San Ignacio, el religioso
"siente lo mismo que él, pareciéndole bien lo que se le manda" (Const.
550).
Realmente, esta situación actual presenta a la Compañía una opor-
tunidad para llevar a expresión y a frutos más plenos las intuiciones y
los principios de San Ignacio.
Sobre estos principios voy a recordar brevemente seis puntbs. Aña-
diré luego unas cosas más sobre la "reeducación" que se hace necesaria
para esta renovada obediencia. Por fin diré algo de las virtudes igna-
cianas que especialmente se ejercitan con la obediencia, y de la "estruc-
tura mental" que supone

Principios ignacianos

1. Sigue firme el principio de la autoridad eclesiástica y de la


religiosa. Pero debe inculcarse más vivamente su índole sobrenatural,
ya que se esfuman algunos de los elementos en que se fundaba en parte
PARTE 1.» / n.° 11 175

la reverencia. Ya el Superior de nuestros días de ningún modo puede


vivir en su posición eminente, apartado de sus subditos, ocultando así
tal vez sus propias limitaciones y deficiencias. Por el contrario, debe
hallarse entre sus subditos en conversación continua y amistosa, como
hermano entre hermanos. Así es más fácil que aparezcan las limitacio­
nes personales del Superior; las decisiones resultan más difíciles; a la
vez, en lo humano, los religiosos quedan expuestos al peligro de depen­
der psicológicamente demasiado de la mayor o menor capacidad de jefe
("leadership") en la persona del Superior. Además, aquella autoridad,
tan reconocida en la persona del Superior, cual si fuera único conocedor
e intérprete de la voluntad divina, hoy parece eclipsarse en medio de la
colectividad. Se diría tal vez que se convierte en un gobierno colectivo.
Pero si bien se examina esta modalidad, no queda lugar alguno
para el gobierno colectivo como tal; sólo se trata de introducir una for­
ma por la que conjuntamente la comunidad y el Superior, uniendo sus
fuerzas, buscan la voluntad de Dios; pues el Espíritu Santo la mani­
fiesta por medio del Superior, por los subditos y también por las cir­
cunstancias y elementos externos. No se trata de una autoridad diluida
en la colectividad; sino de una ayuda real y positiva, que la colectivi­
dad da al Superior con su colaboración dinámica y espiritual, para que
pueda cumplir sabiamente su misión de regir la comunidad para mayor
servicio divino.
Pero la autoridad queda íntegra.

2. Principio de la "representación" personal por medio del co­


loquio personal; o de la colaboración, por la que el religioso pone al
Superior al tanto de sus "mociones y pensamientos" personales, de sus
dificultades y objeciones. Hoy se llama diálogo, y esta colaboración se
extiende a tratar o conferir con varios consejeros o grupos más am­
plios o aun con toda la comunidad. Ahora bien, los Nuestros, si desean
ejercitar por estos métodos la discreción espiritual, se sentirán incita­
dos a cultivar, aun colectivamente, su indiferencia, a liberarse de con­
sideraciones egoísticas, a la independencia interna, al respeto para con
la libertad de los demás, lo cual es muy difícil, pero significa gran
progreso en la representación ignaciana.
Ventajas de un diálogo así serán, entre otras, un aumento del sen­
tido de responsabilidad mutua en el bien común; y, una vez adoptada
una decisión, un consentimiento más profundo de colaboración; para el
superior mismo, una información más completa de los asuntos y de
las personas. Así se multiplica de modo maravilloso el dinamismo de la
obediencia y su eficacia.

3. Principio tercero: adoptada finalmente una decisión —y si


fuere el caso, habiendo dado lugar a las representaciones y a los
recursos oportunos—, hay una adhesión más ágil y pronta. A veces
se la llama "ciega", en cuanto que, entonces ya, apartamos nuestra
atención de la consideración detenida de las razones "en contra", y
volvemos en cambio los ojos a las razones positivas intrínsecas al asun-
176 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

to; o aun, trascendiendo este orden, miramos únicamente el motivo


de la fe y de la caridad. Mucho más difícil es suspender el juicio sobre
cosas largamente pensadas, sobre todo si las razones contrarias a la
mente del Superior fueron largamente expuestas en el diálogo, que
aceptarlo de modo casi mecánico e instintivamente ciego.

4. Principio de la "delegación", o mejor, en sentido más amplio,


y como lo sugieren con frecuencia las Constituciones, de la "comuni-
cación", por la cual el superior confía la ejecución y ordenación de
muchas cosas a un superior subordinado, o a un oficial, o a otro "a
quien se confía como a otro yo". Tal aplicación del principio que hoy se
llama de "subsidiaridad" es ahora más urgente por la complejidad
de los asuntos y por la rapidez con que las cosas deben ser resueltas.
Pero para nosotros no es ésta una cuestión de conveniencia "técnica".
Tal "comunicación" significa un espíritu de confianza y caridad "comu-
nicativa" de sí misma; y los colaboradores a quienes así se confía un
Superior le deben una fidelidad más profunda, revistiéndose en cuanto
puedan, de la mente y de la intención del Superior, y dándole a él
espontáneamente cuenta.

5. Principio de la "personalidad". ¿No es cierto que ahora se in-


tenta que el hombre todo entero se empeñe en su quehacer? ¿No es
cierto que el mundo de hoy reclama personalidades, según se dice,
fuertes? Tenemos que formar en la Compañía hombres "leaders". Hom-
bres dotados de personalidad. Pues, por la obediencia, todo el hombre
se entrega y se empeña en la obra colectiva. Y tratándose de nuestra
obediencia, imbuida toda ella por la caridad teologal, la personalidad
obtiene su plenitud por esa entrega. Pero a la vez, por la estimación
moderna de la personalidad, se espera de parte del Superior, gran
respeto, como de parte de quien sirve a la comunión entre quien es hijo
de Dios y hermano mayor, entre los hijos y el Padre celestial; por
parte de los subditos, también se espera colaboración en la formación
de la propia personalidad, a la vez que un holocausto, como Cristo, de
sí mismo en la caridad, en la cual está la verdadera perfección de la
personalidad.

6. También el principio de la manifestación, o de la cuenta de


conciencia cuya finalidad debe ser reconocida como de verdad apostó-
lica, siempre que la vida apostólica no quede reducida a la mera pre-
sentación de las actividades externas, sino que sea entendida como la
vida toda del apóstol. Los jóvenes de hoy se manifiestan con facilidad;
siempre están necesitados de que se les dé seguridad contra un estado
secreto de ansiedad. No puede encontrarse tal seguridad en un orden me-
ramente psicológico; por medio de la comunicación confidencial deben
ser ayudadas tanto la integración de toda la persona como la madura-
ción en Cristo mismo.
Esta comunicación espiritual, sincera y abierta, entre el Superior
y el subdito, mucho más necesaria hoy que anteriormente, contribuye en
gran manera a una relación íntima entre ambos, tal como a cada paso
PARTE 1.» / n.° 11 177

es descrita en nuestras Constituciones y forma una nota característica


de nuestra Compañía.
Pronto se echa de ver que en la cuenta de conciencia está la base
de una mutua confianza verdaderamente espiritual. Pues en el Superior
se fomenta una experiencia íntima que le presiona a entregarse del todo
al progreso espiritual de los subditos, hasta hacer de este oficio el
primero y principal sobre todos. En los subditos, a su vez, suscita una
confianza y lealtad para con el Superior, que hace que la obediencia
sea más pronta y más generosa.

Reeducación necesaria

Si los principios ignacianos han de pasar, de este modo nuevo y


renovador, a nuestra vida de obediencia y al ejercicio de nuestra auto-
ridad, ¿no resulta necesaria una "reeducación" tanto de los Superiores
como de todos los demás? Es un nuevo arte de gobernar y un nuevo
arte de obedecer lo que hay que aprender.
Por parte de los Superiores; para que con una comprensión más
plena de su misión, aprendan la manera actual de gobernar, concreta-
mente, el uso del diálogo y de la subsidiaridad. Sepan también formar
poco a poco a los Nuestros para una obediencia viril y adulta; y
particularmente, cuando se trate de imponer una decisión más impor-
tante, sepan preparar para ella a sus subditos. Fijada ya una decisión o
una dirección concreta, deberán mantenerla con firmeza y urgiría, y
esto aun por fidelidad a sus propios deberes y por caridad para con los
suyos.
Para todos es necesaria la reeducación, tanto para los mayores, a
los que debemos ayudar para que entiendan las nuevas expresiones de
los valores perennes, como para los más jóvenes, para que"superen los
prejuicios y las imágenes muchas veces deformadas que no raras veces
traen del mundo del que provienen.
De otro modo son previsibles, para nosotros, daños grandes e irre-
parables. En lugar de la autoridad se nos metería el colectivismo per-
sonal o el capitularismo.
Él diálogo perdería su fuerza constructiva, y se convertiría en una
serie sin fin de conversaciones sin decisión alguna.
La delegación de autoridad se cambiaría en dispersión de fuerza
y eficacia directiva, lo que sería raíz de divisiones internas y de la con-
fusión de todo.
El reconocimiento del valor de la personalidad, sería simple res-
peto humano, más que del hombre, y la renuncia a la oblación del
hombre todo en el holocausto de la obediencia.
La cuenta de conciencia no sería más que una simple conversación
sobre las propias actividades, y con frecuencia un comentario de los
dichos y hechos ajenos. Si es permitido emplear una expresión más
libre: la cuenta de conciencia se reduciría a una conversación sobre los
propios asuntos y a una crítitia de los hechos de los demás.
f78 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Virtudes ignacianas

Entre las virtudes ignacianas, que una renovación de la obediencia


pide, está la primera la fe. Es más necesaria que nunca, y debe trans-
cender a todas las relaciones de obediencia y gobierno. Para San Ig-
nacio, en la obediencia se expresa y encarna de modo especial la
ie en Cristo y en la Iglesia, Esposa de Cristo. Pero a la vez, en nues-
tros tiempos, la fe resulta más difícil como se ha advertido ya.
Otra virtud, que es como el "motor" de toda la obediencia, es la ley
interna de la caridad. La obediencia debe aparecer cada día menos
como "coacción"; y hay que eliminar cada vez más las confusiones
existentes entre la obediencia y la represión. Por lo demás, la provi-
dencia del Superior habrá de ser ejercida menos que antes por medio
de la vigilancia externa. Y por lo mismo, tanto más necesario se hace en
cada uno, el deseo espontáneo, casi la necesidad de conducirse no por
propio arbitrio y voluntad, sino por la manifestación de la voluntad
divina que nos es ofrecida por la obediencia. Por eso, es "conditio sine
qua non" para la obediencia y la vida religiosa de nuestro tiempo, la
confianza; confianza mutua. Podremos alguna vez tolerar la debilidad
aun grande; pero no, la mala voluntad o la hipocresía.
Juntamente con la fe y la caridad se ejercita siempre en la obe-
diencia la disponibilidad para el servicio más universal, pues no en-
tregamos solamente nuestro trabajo, sino aun la disposición misma de
nuestras fuerzas y de nuestra voluntad íntima.

Estructura mental

Fácil es ver cuál es la "estructura mental" o el tipo espiritual que


se supone en aquellas virtudes que se ejercitan en nuestra obediencia.
Los Ejercicios de San Ignacio no tratan con frecuencia en términos
expresos de la obediencia, precisamente religiosa. Pero todos los Ejerci-
cios tratan acerca de la voluntad divina que debe ser buscada y cum-
plida en toda acción; desde sus comienzos hasta el fin inculcan una
oblación por la que Dios disponga de nosotros; en el seguimiento de
Cristo, en la conformidad con Cristo, transfiguran la indiferencia en
humildad más profunda o en preferencia previa por todo cuanto más
nos libere de nuestro propio haber. Nada extraño, que poco a poco, por
amor a Cristo, por el cuidado de la voluntad divina, por devoción a la
Iglesia, San Ignacio y sus compañeros llegaran suavemente a una obe-
diencia a la vez religiosa y apostólica.
Para nosotros es de consuelo y estímulo ver que cuanto de noso-
tros reclaman tanto el progreso humano como la evolución de la con-
ciencia cristiana, todo lo podemos sacar de una experiencia renovada de
los Ejercicios y de la fidelidad a San Ignacio.
Llenémonos de espíritu y de caridad evangélica según la estructura
del pensamiento de los Ejercicios; y así brotará espontáneamente la
obediencia ignaciana, hoy más que nunca.
a
Sección 4.

"En la Compañía la vocación al apostolado es una, aunque partici-


pada en múltiples formas. Somos muchos miembros, pero un solo
cuerpo y cada miembro contribuye con cuanto tiene a la común tarea
de continuar la obra salvadora de Cristo en el mundo" (CG. XXXII,
Decr. 2, 21).

12. Prioridades apostólicas (5-X-70).

13. Principios y directrices para el apostolado social (15-1-77).

14. Con los representantes de 'misión obrera' (10-11-80).

15. Importancia y fuerza apostólica de los colegios (25-VIII-65).

16. Orientaciones para el apostolado educativo (15-1-77).

17. El apostolado intelectual en la misión de la Compañía hoy


(25-XII-76).

18. Algunas directrices sobre el apostolado parroquial (8-XII-79).

19. Notas sobre el modo de dar los Ejercicios hoy (VI-78).


12. Prioridades apostólicas (5. X . 70)

El 5 de octubre de 1970 el P. General, ante los Procu-


radores congregados en Roma, presentaba los campos de
apostolado en los que debía comprometerse hoy la Compa-
ñía. Las cuatro prioridades que se presentan en este docu-
mento —reflexión teológica, apostolado social, educación y
medios de comunicación social— no excluyen, nos lo dice
el mismo P. General en otro documento, otras, ni pueden
ni deben ser igualmente aplicadas en todas partes. Simple-
mente, cree el P. General, que son hoy la mejor aplicación
práctica para conseguir el fin de la Compañía, que es la "de-
fensa y propagación de la fe", donde quedan incluidos nues-
tra confrontación con el mundo de los incrédulos y nuestro
apostolado misional.
La reflexión teológica mira principalmente a nuestro
compromiso sacerdotal en la Iglesia de Dios; los otros géne-
ros de apostolado son exigencias de las actuales circuns-
tancias.

"La actividad apostólica es la forma visible del invisible carisma


espiritual".
Se han hecho estudios estos últimos años para conocer qué acti-
vidades y ministerios contribuyen mejor, en las actuales circunstancias,
a la gloria de Dios, es decir, al mayor servicio y bien de nuestros pró-
jimos.
El reciente Survey, aun a pesar de sus inevitables limitaciones (nada
extraño, puesto que se hacía por primera vez en la Compañía), ha
ofrecido elementos de gran valor para conocer el estado actual de los
ministerios de la Compañía, y sobre todo, ha dado indicaciones sobre
criterios y pareceres de los jesuítas acerca de la selección de los mi-
nisterios.
Esa selección de ministerios ha de considerarse como una de las
más urgentes necesidades de la Compañía actual, ya que nuestra orden
182 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

es esencialmente apostólica y su "identidad" ha de manifestarse por


nuestro apostolado: la actividad apostólica de la Compañía es la forma
visible de su invisible carisma espiritual, y al mismo tiempo, elemento
determinante de la vida concreta de cada uno de nosotros.
Teniendo, pues, ante los ojos los criterios ignacianos para la selec-
ción de ministerios, y ayudado por la experiencia de estos últimos años,
principalmente por el resultado del Survey, creo que se podrían propo-
ner para la actual situación de la universal Compañía estos principios:

Reflexión teológica

A mi juicio, creo que ha de ser el primer ministerio de hoy la re-


flexión teológica sobre los modernos problemas humanos.
Sabéis todos la importancia capital de estos problemas: el mundo
no sabe hacia dónde tiene que ir: a pesar del constante progreso tecno-
lógico, ni se encuentra la paz entre los hombres, ni aparece la justicia
entfe las naciones o grupos sociales, ni existe una verdadera igualdad
entre las familias humanas o sus individuos. Dios, alfa y omega, prin-
cipio y fin de toda la creación, aparece como un extraño al humano
consorcio.
Por otro lado, los nuevos caminos que hoy descubre la evolución
científica, las exigencias cada día más urgentes de la crítica histórica,
los rapidísimos hallazgos en el campo de la humana comunicación, las
crecientes formas de asociación internacional, están pidiendo, para pro-
blemas nuevos, respuestas concretas, que tengan como base los valores
humanos, y que, en una forma o en otra, terminen por abrir el camino
hacia Dios, de quien el hombre moderno siente cada día más la ne-
cesidad, aunque para muchísimos se trate todavía de un ignotus Deus,
que no logran descubrir.
Yo me siento inclinado a creer que la Compañía de Jesús puede y
debe ofrecer este servicio a la Iglesia y al mundo, y esto es lo que
muchas veces nos piden la misma Santa Sede, los Obispos, muchísimas
personas en todas las necesidades del mundo; y esto es también lo que
exige el fin de la Compañía, que nos pide que, antes que otros ministe-
rios, se acojan aquellos que se ordenan al mayor servicio de la Iglesia
y de la humanidad.
Tal vez pueda decirse que la Compañía está más capacitada para
este ministerio de la reflexión teológica, si tenemos en cuenta el número
de sus Facultades de Teología, la cantidad de hombres que hemos espe-
cializado en esa materia, y una mayor competencia en el campo uni-
versal de las ciencias humanas.
Ahora bien: si este ministerio lo hemos de entender bien y tomar
con sentido de responsabilidad, es preciso que la Compañía se dedique
con crecido empeño a los estudios bíblicos y estrictamente teológicos y
a una múltiple investigación filosófico-teológica que permita la búsque-
da de soluciones divinas para los humanos problemas y para las difi-
cultades del mundo moderno. Es menester que la Compañía se dedique
PARTE 1.» / n.° 12 183

también al cultivo de aquellas ciencias que abren el paso a la teolo-


gía, es decir, la antropología, la psicología, la sociología y otras análo-
gas. Estas ciencias del hombre y de su contexto ofrecen materia de re-
flexión teológica, y junto con la teología, deben obrar una cierta "en-
carnación" en los difíciles problemas que hoy tanto agitan al género
humano. Y esto hay que hacerlo pronto: no podemos esperar, ya que
la humanidad nos urge.
Sólo de esta manera, con una competencia científica, nuestra Com-
pañía podrá crear una mentalidad y orientar el pensamiento del hombre
en este difícil camino hacia Dios. La edición de libros, los artículos de
revistas, los congresos científicos, las cátedras universitarias, los encuen-
tros personales, todo esto podrán ser medios excelentes del apostolado
teológico actual de la Compañía.
Esta recomendación quisiera hacerla particularmente a nuestros jó-
venes: que piensen seriamente, delante de Dios, en su propia responsa-
bilidad en este campo y que no duden en poner en los estudios de
filosofía y teología toda la seriedad y todo el entusiasmo de que el
hombre es capaz, ya que sólo con estudios seriamente realizados, podrán
dar una respuesta en sus futuros ministerios a la urgente expectación
del hombre de nuestros días.

Apostolado social

Segundo en orden de precedencia entre los ministerios de la Com-


pañía de hoy, pondría yo el apostolado social.
No hay aquí necesidad de largas amplificaciones, ya que ante vues-
tros ojos está toda esa turba inmensa de hombres "que nadie podría
contar", que carece de los medios necesarios para vivir .una vida digna
de hombre. Por otro lado, la injusta opresión, las imperfectas estructu-
ras sociales, la indiferencia de los opulentos, más todavía, la misma
dificultad intrínseca de este apostolado, en el que tan difícil resulta es-
tablecer a veces los límites entre lo económico, lo político, lo social y el
mensaje evangélico.
Como en el campo teológico, también en el campo social es un
deber de la Compañía, una vez adquirida una seria preparación cientí-
fica, venir en ayuda de todos los que, en cualquier parte del mundo,
buscan la solución de estos problemas, para investigar con ellos hasta
descubrir cuál es el humanismo que corresponde a un mundo técnico,
cuál el verdadero orden social, cuál el sentido de los valores naturales,
en qué consiste el ordenado desarrollo de la humanidad, qué sentido
debe tener la presencia de la Iglesia y del sacerdote en el mundo de
hoy... Pero todo esto, vuelvo a decirlo, se encontrará solamente como
fruto de una profunda y esmerada preparación científica; y el peligro
está en quedar a media altura en la preparación y en no llegar a alcan-
zar aquel vértice en que discuten los sabios, que entonces serán para
nosotros como los "marginados de arriba".
184 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En el campo social nos encontramos, no con un problema local,


sino con un auténtico problema universal, el de los hombres que viven
por debajo de la línea de la dignidad humana, los "marginados"; se trata
de un problema que alcanza a todas las naciones, ricas y pobres, ya que
de todas partes surge aquel grito, ploratus et ululatus multus, que con
razón reclama el advenimiento de un mundo mejor, que realmente sea y
merezca el nombre de regnum iustitiae, amoris et pacis.
La sensibilidad hacia este problema es un deber para nuestra Com-
pañía, que debe ayudar seriamente, con sus estudios, sus actividades y
su influjo entre quienes gobiernan las naciones o hacen sus leyes, y
sobre todo, entre los que toman parte en las organizaciones internacio-
nales; con su testimonio de pobreza, de sencillez de vida y generosidad,
con su sentido de auténtica justicia y amor hacia los pobres y abando-
nados, y también, cuando sea el caso, con su participación en el traba-
jo, en la pobreza y en el dolor de los hombres: debe ayudar, repito, y
trabajar en serio para que las condiciones de vida en todo el mundo
mejoren de día en día y se transformen.
Ciertamente no será fácil este ministerio, que por otro lado exige
una grande abnegación propia, pero si nos urge la caridad de Cristo,
veremos, más clara que la luz, su importancia y su improrrogable ne-
cesidad.
Tenemos, sin duda, centros sociales en muchas de nuestras provin-
cias, pero no caigamos en la fácil idea de que el apostolado social les
toca solamente a ellos: nos alcanza a todos y cada uno. Hay naciones
y pueblos pobres en los que este trabajo no permite retrasos: pero
análoga puede decirse la responsabilidad de las naciones ricas, que
muchas veces tienen en sí mismas el poder encontrar las verdaderas so-
luciones que podrían restablecer el equilibrio económico y procurar o
alcanzar un rápido desarrollo.

La educación

Con esto llegamos al tercer punto, el ministerio de la educación.


Hoy tenemos una enorme necesidad de hombres dotados de energía, de
voluntad y de sólida preparación: hombres capaces de dedicar su vida
al servicio de los demás, de ayudarlos, de instruirlos: hombres que ten-
gan como raíz y fundamento, la caridad de Cristo.
¿Quién puede, por tanto, dudar del papel y de la importancia de
esta actividad educativa? Nuestra Compañía, por más de cuatro siglos,
ha estado persuadida de que tiene en ella un excelente ministerio para
formar las mentes de los jóvenes y educarlos para la vida cristiana. Por
otro lado, una buena parte de los jesuítas está hoy dedicada a este mi-
nisterio, y no dudo que de él se sigan recogiendo hoy abundantes frutos
en el estado actual de la Compañía.
Quisiera, sin embargo, exhortar a todos para que examinen con
atención las nuevas metodologías educativas, que mejor respondan a las
PARTE 1.» / n.° 12 185

técnicas modernas y tiendan a formar hombres como los exigen las


circunstancias del mundo de hoy, hombres capaces de prestar los servi-
cios que con mayor urgencia reclama la familia humana. Evidentemente,
habrán de ser de diverso género, según la diversidad de las regiones:
a todos convendrá darles principios cristianos, no abstractos e imper-
sonales, sino concretos y tales que los lleven a una auténtica experiencia
religiosa. Habrá que saber suscitar y desarrollar en ellos una conciencia
social, inculcándoles al mismo tiempo el auténtico compromiso de ca-
ridad y justicia con todos los hombres.
' La educación no será nunca tal si no alcanza al hombre entero,
haciéndole testigo de la verdad de Cristo y útil artífice de un orden
nuevo. Un nuevo orden que en el mundo de hoy ha de nacer de hom-
bres nuevos, los cuales, por consiguiente, están llamados a una nueva
educación. Y tengo bien sabido cuántos de los jesuítas, aplicados a este
ministerio de la educación, están precisamente preocupados por la
inevitable adaptación de la educación a las nuevas circunstancias de hoy,
en las que día a día van surgiendo nuevas necesidades.
En este punto no quisiera omitir una palabra sobre la necesidad
de que no se ahorren esfuerzos para que en nuestros colegios y univer-
sidades, obteniendo para ello la ayuda de los gobiernos o excogitando
adecuados sistemas económicos, no se acepte ninguna discriminación
de alumnos bajo el aspecto económico y social. Tampoco conviene que
nuestra actividad educativa quede restringida a nuestros propios centros,
sino que cuanto sea posible, la podamos también realizar en otros, en
los llamados colegios oficiales o nacionales y en los centros privados,
de tal modo que la verdad de nuestra fe se extienda al mayor número
posible de jóvenes alumnos. Por fin, tampoco se debe descuidar cual-
quier forma de posible colaboración en el centro y preparación de los
planes de educación, planes que en tantas naciones se están hoy estu-
diando para hacer que la educación responda mejor a las presentes cir-
cunstancias.

Medios de Comunicación Social

Existe un cuarto género de ministerios que, en cierto modo, se pue-


de llamar camino para difundir ideas y promover la educación del mun-
do de hoy. Es el ministerio que mayor influjo ejerce en nuestros coe-
táneos y que se presenta como el mejor para predicar en forma eficaz
el Evangelio. Hablo de los llamados Mass Media o Medios de Comuni-
cación Social, que juegan hoy un papel esencial en el campo de rela-
ción entre todos los hombres, y al que están vinculadas la información,
el entretenimiento y el mismo modo de pensar y obrar de inmensas
mayorías humanas. A nadie se le oculta la importancia capital de este
moderno invento del hombre, pero al mismo tiempo hemos de confesar
que nosotros, como hijos de la Compañía, aún no nos hemos hecho
conscientes de nuestra indudable responsabilidad ante este fenómeno tan
real, que nos pone en las manos un instrumento, a través del cual, si
186 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

supiéramos utilizarlo con sabiduría, alcanzaríamos a incontables muche-


dumbres de hombres.
En el siglo XVI nuestra Compañía no vaciló en aceptar y utilizar
los medios culturales y técnicos que ofrecía aquella época: nuestros pa-
dres y nuestros colegios cultivaron las letras humanas, el arte oratorio,
las representaciones teatrales, y estuvieron así presentes en la evolución
técnica de aquella hora, sin rechazar nada, al contrario, sirviéndose de
todo para su propósito de ganar el mundo para Cristo. Pues bien, lo
que Ignacio y Javier y tantos de aquellos nuestros primeros padres hi-
cieron, es lo mismo que hemos de hacer nosotros.
Nuestra Compañía habrá de meditar con seriedad y diligencia sobre
este punto, no sea que, abrumada por el peso de superadas costumbres,
pierda la movilidad propia de su carisma primitivo.
Quisiera confiar a vuestra consideración, queridos padres, y por
vuestro medio a la consideración de las provincias, esta mi inquietud
que me hace pensar que podríamos hacer mucho más en servicio de las
almas si aprendiéramos el recto uso de estos modernos instrumentos de
apostolado, si consideramos los medios de comunicación social y a cuan-
tos en ellos trabajan, como una parte del apostolado moderno, si final-
mente ofrecemos nuestra colaboración a cuantos preparan, ayudan o di-
rigen todo ese vastísimo personal que se ocupa de estos medios de co-
municación.
Y nadie de vosotros ignora la enorme utilidad que a nosotros mis-
mos pueden ofrecernos esos medios en la formación de los jesuítas,
como ya lo prueban suficientemente los experimentos realizados en
algunas provincias.
Sé de sobra que el problema no carece de dificultades, ni se puede
resolver sin un estudio a fondo, pero se sabe ya por experiencia con qué
frutos se compensa este trabajo, si se hace con el debido método y si se
emplean los medios adecuados para conseguir el fin que se pretende.

Secretariados y Ejercicios Espirituales

Estos han sido los cuatro temas principales que me ha parecido


obligado ofrecer a vuestra consideración en este momento de la Com-
pañía.
La reflexión teológica mira principalmente a nuestro compromiso
sacerdotal en la Iglesia de Dios: los otros géneros de apostolado, de
que he hablado, son exigencias de las actuales circunstancias históricas,
como un signo urgente de nuestros tiempos, y condicionan nuestra po-
sitiva inserción en la realidad histórica en la que estamos inmersos.
Son problemas que considero de tal importancia como para haber
establecido en nuestra curia, como bien sabéis, especiales secretariados,
que fomenten y coordinen todo lo que se pueda hacer en esos campos
de nuestra actividad apostólica: un Secretariado del Apostolado So-
cial, un Secretariado de la Educación, un Secretariado de los Medios
de Comunicación Social. Y he querido que hoy, los tres titulares de
PARTE 1 * / n.° 12 187

estos secretariados tomaran parte con vosotros en nuestra deliberación


sobre el apostolado actual de la Compañía.
Antes de poner punto final a este discurso, quisiera mencionar ese
precioso instrumento de formación de hombres y de cristianos que he-
mos heredado de nuestro santo fundador como parte del carisma ig-
naciano. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son un medio efica-
císimo de apostolado, y el mejor camino para conseguir muchos colabo-
radores que, olvidados de sus propios intereses, persigan únicamente
los de Cristo.
Gran alegría me ha dado en la sesión de esta mañana el oíros ha-
blar tan frecuentemente de los Ejercicios Espirituales. En ellos pongo
mi confianza por la auténtica renovación de la Compañía y por nuestra
auténtica consagración total a Dios. Y, para los jesuítas, lo mismo que
para los demás, espero que obtendremos de ellos esas copiosas gracias
divinas que necesitamos para comenzar y terminar la gran obra que la
Iglesia de Cristo y todos nuestros colaboradores seglares esperan de
nosotros.
En esta consulta, que para mí es de tanto valor, espero agradecido
los consejos que queráis darme sobre todos estos temas.
13. Principios y directrices para el apostolado
social (15.1. 7 7 )

.Vo se trata en este documento de un desarrollo cien-


tífico de este tema tan interesante. Simplemente y en rela-
ción con una obra social concreta, el CÍAS, el P. General
presenta, en un orden práctico de ejecución, principios bá-
sicos y directivas valederos para la situación en que se
mueve el CÍAS, pero aplicables igualmente a obras simila-
res que trabajen en la edificación de una sociedad más
humana y más justa.
En la parte de principios, se acentúan el carácter apos-
tólico de la obra, el ser obra de la Compañía, con lo cual
está dicho que su contribución a la promoción de la justicia
tiene un carácter específico y en que la misión, en lo que
tiene de propio y específico, le viene dada y medida por la
Compañía y se realiza en "compañía", es decir, en relación
con todo el Cuerpo de la Compañía.
Entre las normas directivas se toca el delicado tema de
la colaboración con sistemas o movimientos de inspiración
marxista.

La promoción de la justicia no es responsabilidad de unos pocos


jesuítas, sino una dimensión de toda nuestra vida y apostolado (1).
Esto, lejos de disminuir, aumenta la importancia de obras como
el CÍAS cuyo objeto específico es precisamente contribuir a la edifica-
ción de una sociedad más humana y más justa. Considero, pues, al
CÍAS como una de las obras más necesarias e importantes de la Pro-
vincia en el momento actual. Para que responda a la misión que la
Compañía le ha confiado, creo necesario recordar algunos principios
y dar algunas directivas que lo orienten en el desarrollo de su labor.

(1) CG. X X X I I , d. 2, n. 9.
PARTE 1.» / n.° 13 189

A) Principios básicos:

a) El CÍAS es obra apostólica: como expresión concreta de nues-


tro compromiso social, el CÍAS debe reflejar en su vida y actividad
el carácter apostólico que distingue todo el cuerpo de la Compañía.
Debe, pues, promover la justicia no sólo motivado por la fe y por el
amor cristiano que la fe nos exige (2), sino también en un contexto
más o menos explícito de fe, consciente de que, además de la justicia,
la fe también tiene otras dimensiones y exigencias que no se reducen
a la sola justicia social. La fe no sólo nos da la motivación inicial, sino
que también ilumina y encuadra nuestra visión de la realidad, condicio-
na los medios y estrategias que empleamos y relativiza en la esperanza
los objetivos concretos que nos proponemos conseguir en la promoción
de la justicia aquí y ahora.

b) El CÍAS es Obra de la Compañía: El CÍAS forma parte de un


cuerpo apostólico, religioso y sacerdotal, unido por vínculos especiales
de amor y de servicio a la Iglesia y a su cabeza visible, el Vicario de
Cristo. Como tal su contribución a ia promoción de la justicia tiene un
carácter específico y se distingue en muchos aspectos del aporte de
otros en el mismo campo. Su contribución se sitúa en el campo del
anuncio y de la denuncia profética, de la inspiración, apoyo y orienta-
ción de los que se esfuerzan por establecer una sociedad más justa,
en el testimonio evangélico de solidaridad y de servicio a favor del
pobre y del oprimido, y sobre todo en el de la formación de la con-
ciencia individual y colectiva, a la luz del análisis social y de la refle-
xión teológica. Para compromisos más concretos que no conciernen al
ministerio sacerdotal en sentido estricto y para compromisos en el plano
social y colectivo de carácter excepcional, se deben seguir las directivas
de la Iglesia y de la Compañía en este campo (3).
La misión del CÍAS, por consiguiente, no la determinan solamente
las exigencias de la realidad social concreta, ni las de la praxis social o
política y de su eficacia aquí y ahora. Esta misión, en lo que tiene de
propio y específico es dada y medida por la Obediencia y se realiza en
"compañía" (4), es decir, en estrecha vinculación con la comunidad no
sólo local, sino también provincial y universal del cuerpo de la Com-
pañía (6).

B) Directrices :

a) El estudio serio y objetivo y la reflexión crítica sobre la rea-


lidad social, inspirados e iluminados por la fe, constituyen tareas prio-
ritarias del CÍAS. Sin este estudio y sin esta reflexión nuestros esfuerzos
(2) CG. XXXn, d. 4, nn. 2, 18, 28.
(3) C G . X X X I I , d. 4, nn. 78-80.
(4) CG. XXXn, d. 2, nn. 14 y 15.
(6) C G . X X X I I , d. 4, nn. 62-69.
190 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

de concientización y formación para transformar Jas estructuras socia­


les injustas carecerían de sólido fundamento. Este trabajo intelectual
realizado a la luz de una visión cristiana del hombre y de la sociedad,
nos ayudará no sólo a comprender las raíces profundas de la injusticia,
sino a interpretar mejor sus mismas causas sociales y a juzgar si los
medios y estrategias propuestos para combatirla son conformes con las
exigencias de una praxis cristiana y evangélica.
Es evidente que esta labor debe realizarse de acuerdo con las direc­
trices de la Iglesia. Lo mismo se aplica a las publicaciones que hagamos
para difundir los resultados de nuestras investigaciones. Por otra parte,
la naturaleza misma de nuestro trabajo nos exige una búsqueda humilde,
sincera y abierta de la verdad y nos impide encerrarnos en determinadas
posiciones o esquemas ideológicos o políticos. Con esto quedará a salvo
la libertad evangélica y la función crítica y eminentemente ética que
nos es propia.

b) Concientización y formación:
La Congregación General XXXII, a la luz de una visión cristiana
del hombre y de la sociedad y de las dimensiones personales y sociales
del pecado y de la redención, ha subrayado la importancia de una ac­
ción que tienda al cambio estructural, insistiendo al mismo tiempo en
la necesidad de la conversión individual y de los esfuerzos para transfor­
mar todas aquellas actividades y tendencias que engendran la injusticia
y alimentan las estructuras de opresión (d. 4, n. 32). El trabajo de
formación y de "concientización evangélica" (d. 4, n. 60), y no simple­
mente social y política, es, pues, otra de las tareas prioritarias del
CÍAS, área que no se puede limitar, por razones ideológicas o políti­
cas, a unos pocos grupos o clases sociales, sino que tiene que extender­
se a todos aquellos que pueden ser agentes de transformación social y
tener sobre las estructuras responsabilidad e influencia (d. 4, n. 60).

c) Vinculación con grupos de acción de base:


A través de su trabajo de concientización, formación o asesoría,
el CÍAS se relaciona frecuentemente con grupos de acción de base.
Como se reconoció en Lima durante la reunión de Directores de CÍAS
(mayo 1976), estos contactos pueden contribuir a alimentar, madurar y
hacer más concreta la reflexión y el compromiso por la justicia. Esta
vinculación también se tiene que situar en el contexto de nuestra misión
apostólica específica, sin buscar suplantar otras competencias (7) y evi­
tando toda instrumentalización y politización partidista. Aunque el men­
saje evangélico que predicamos tiene implicaciones muy radicales en el
campo social, no nos toca a nosotros incitar a una acción revoluciona­
ria determinada ni menos organizaría.

d) Colaboración con sistemas o movimientos de inspiración mar­


xista: Miembros del CÍAS con frecuencia insisten en la importancia del

(7) C G . X X X I I , d. 4, n. 43.
PARTE 1.» / n.° 13 191

aspecto "ideológico" en su trabajo. Deben, sin embargo, estar atentos


a no reducir la contribución del cristianismo en el campo social a la
sola motivación interior, pues esto los llevará casi sin darse cuenta, a
aceptar de otros sistemas sociales o políticos, no sólo elementos cientí-
ficos de análisis, sino la ideología misma que los inspira y condiciona,
la cual con frecuencia no se puede conciliar ni con una visión cristiana
de la realidad ni con las exigencias de una praxis social y política ins-
pirada en el Evangelio.
Me refiero sobre todo a sistemas de clara inspiración marxista y a
las opciones llamadas "socialistas" o "marxistas" que algunos declaran
haber hecho, aunque no siempre definan claramente el significado y
contenido exacto de ellas. No se puede atribuir a mero conservatismo e
inmovilismo la profunda y legítima preocupación de la Iglesia y de la
Compañía por esas opciones poco claras y ambiguas en favor de siste-
mas o ideologías que, no sólo en su teoría, sino también en su praxis
concreta, presentan serias dificultades para la conciencia cristiana. La
historia contemporánea demuestra lo bien fundado de esta preocupación.
El hecho de que otros se dejen influenciar e instrumentalizar por siste-
mas o ideologías que son tan inaceptables como el marxismo, no jus-
tifica un parecido error especialmente ahora, cuando se trata de corre-
gir los defectos del pasado y dar una nueva orientación a la misión de
la Compañía.
El influjo creciente del marxismo en el mundo de hoy, exige que
grupos bien preparados, como el CÍAS, estudien y reflexionen seriamen-
te sobre este sistema y ayuden a establecer las bases de un diálogo crí-
tico y constructivo con él. Al hacerlo, sin embargo, hay que evitar los
reduccionismos y las reticencias que pueden llevar a un progresivo de-
bilitamiento de la fe y privar el compromiso social de la inspiración y
motivación más profunda que lo justifican y le dan su peso y valor
específicos. No se puede abordar esta difícil y delicada" labor ni con
conocimientos superficiales del marxismo, ni sin una experiencia pro-
funda de fe fundada en una sólida preparación teológica.

e) Colaboración interdisciplinar.
Como reconoció la reunión de Lima, el CÍAS debe colaborar "con
las diversas áreas del trabajo eclesial y jesuítico que lo soliciten". Este
aspecto de su actividad es de especial importancia ya que en la actuali-
dad los problemas sociales son particularmente complejos y hace falta
un enfoque interdisciplinario para resolverlos con acierto. Como es claro,
esta consideración se aplica de modo especial al Colegio Máximo y a
la Universidad. Si los profesores de estos centros y los investigadores
del CÍAS trabajaran en estrecha colaboración, podrían prestar al país
un servicio de primer orden.

f) La colaboración de los laicos en el trabajo del CÍAS es no sólo


provechosa, sino a veces necesaria, aunque no se extienda a todos los
aspectos de la misión que la Compañía ha confiado al CÍAS. Esta limi-
tación no debe impedir ni comprometer esa colaboración, pero corres-
192 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

pondera a los Jesuítas buscar la manera de responder a las exigencias


de la misión que les es propia.
En resumen, creo que el CÍAS es una obra de grande importancia
y que para desempeñar cabalmente su cometido debe llevar adelante la
labor investigadora y formativa acentuando su carácter apostólico, con
gran respeto por las directivas de la Iglesia y de la Compañía, en unión
con las demás obras de la Provincia y con todos los que con buena
voluntad busquen el remedio de la injusticia y el advenimiento del
Reino.
14. Con los representantes de «misión obrera»

(10. II. 8o)

1. Al ponerme a redactar estas notas sobre nuestro reciente en-


cuentro, lo primero que me viene a la mente es el grato recuerdo de
los días que hemos pasado juntos. Os soy deudor de este gozo espiri-
tual que me habéis proporcionado accediendo a mi invitación de reuni-
ros en esta Casa de toda la Compañía para pasar unos días de refle-
xión, comunicación de experiencias y oración compartida. Siento que la
rigidez de vuestras obligaciones laborales nos haya impuesto una reu-
nión tan breve; pero aliento la esperanza de que a este encuentro pue-
dan seguir otros. Tengo sumo gusto e interés en ello.

2. Buscando la razón de por qué esta satisfacción de estar con


vosotros —pues externamente es una reunión más de las .que mantengo
con los representantes de los diversos frentes apostólicos en que milita
la Compañía—, creo poder responderme dos cosas: una, las peculiares
condiciones de vuestra 'misión' que si por dureza no supera quizá a
otras que tantos compañeros llevan a cabo en la Compañía, presenta
ciertamente, como iré diciendo después, algunas características de es-
pecial dificultad y, por tanto, provocadoras en mí de particular aten-
ción y estima.

3. En segundo lugar, y queriendo ser muy sincero, porque para-


dójicamente —por causas de muy diverso origen y responsabilidades
diversamente compartidas— la Misión Obrera ha quedado a veces un
poco distanciada y desatendida. No os descubro nada nuevo al deciros
que en algunos sectores —jesuíticos, eclesiales y laicos— se reacciona
ante ella con más apasionamiento en pro y en contra— que respecto a
la mayor parte de otras formas de apostolado. Cosa muy explicable,
cierto; pero en la que cabe mejorar mucho, en beneficio sobre todo
de la misma Misión Obrera. Y, precisamente, yo creo que reuniones
como esta que acabamos de celebrar puede hacer mucho en pro de los
194 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

auténticos valores de la Misión Obrera, y contribuir a disipar esa nie-


bla de sospecha vagamente difusa en algunos ambientes, en parte por
falta de comunicación e información.

I.—Naturaleza

4. Y quizá el primer malentendido que hay que aclarar es el de


la naturaleza misma de la misión obrera. Misión Obrera, como cual-
quiera otra misión dada por la Compañía, y en la medida en que es
dada por ella, es una forma de apostolado que la Compañía reconoce
como suya, la alienta, la dirige, y se responsabiliza de ella. Jesuita
obrero —sacerdote o no— es el miembro de la Compañía que de ella
recibe la misión específica de insertarse en el mundo del trabajo ma-
nual para realizar desde allí una actividad apostólica. Esta misión,
como es obvio, tiene los mismos avales y condicionamientos que cual-
quiera otra misión de la Compañía en cuanto a su origen, duración,
dependencia, disponibilidad, coordinación, etc.

5. El jesuita obrero sirve en un apostolado muy tipificado, que


se inserta en el amplio campo de actividades que la Compañía, impulsa
al servicio de lo que Ignacio llamaría en general "las ánimas", y hoy
son esas masas ingentes de hombres y mujeres de las capas laborales,
especialmente necesitadas de comprensión, promoción y evangelización.
Es una forma avanzada del esfuerzo de la Compañía por servir a la fe
y promover la justicia a que nos impulsa nuestra identidad de jesuitas,
y que, en diversos planos promueven otros apostolados sociales, de asis-
tencia, de reflexión, y, en cierta medida, informa toda la actividad mi-
nisterial de la Compañía.

II.—Importancia

6. Se equivocaría quien dedujese la importancia que la Compañía


concede a vuestra forma de apostolado por el número de jesuitas que
dedica a él. Son muchas y obvias las razones por las que esta misión no
puede ser confiada más que a una cualificada minoría. La importancia
de la Misión Obrera viene dada por otro orden de consideraciones:

7. Es un apostolado de fronteras, puesto que tiende a llevar el


testimonio del trabajo manual a zonas que no han sido penetradas por
otro tipo de evangelización, y en las que, incluso, las circunstancias
pueden impedir o desaconsejar la explicitación de vuestra misión evan-
gelizadora. La importancia de vuestro trabajo, desde este punto de vis-
ta, es doble: por una parte sois como la cabeza de puente en un con-
tinente que hay que descubrir; y, por otra, vuestra experiencia es un
elemento de muy significativo valor que debe integrarse en el conjunto
de experiencias con que se realimenta la reflexión y el discernimiento
de la ComrJañía a sus diferentes niveles.
a
PARTE 1 . / n.° 14 195

8. Es un apostolado en cuyo punto de mira se encuentran ingen-


tes masas de hombres y mujeres de nuestro tiempo. La universalidad de
la acción apostólica de la Compañía es no sólo un concepto cuya com-
ponente fundamental es la disponibilidad para ir a cualquier parte y
ejercitar cualquier misión. Es también un concepto geográfico y aun
demográfico: los grandes números tienen que pesar proporcionalmente
en el pensamiento de la Compañía. Los Ejercicios y las Constituciones
de la Compañía están construidos sobre este doble concepto de univer-
salidad subjetiva. Y la historia de la Compañía abunda, precisamente
en sus páginas más brillantes, en misiones de avanzada de pioneros en
grandes masas adversas o indiferentes, a ciencia y conciencia de la
gran disparidad de medios disponibles y objetivos que conseguir. (Eu-
ropa de la contrarreforma, mundo misional africano y asiático en el
XVI, etc.).

9. Es un apostolado privilegiado por las normas ignacianas para


la selección de ministerios. Nadie negará que el mundo laboral, el pro-
letariado agrícola o industrial, la masa inmensa del peonaje, del obrero
no cualificado, del inmigrante, de los trabajadores eventuales o tempo-
reros, de los sin trabajo, de los nómadas inadaptados para una ocupa-
ción estable... categorías todas ellas que, en diversa proporción, se en-
cuentran en todos los países del mundo, entran perfectamente en lo que
San Ignacio puso como criterio primario de nuestra opción apostólica:
"la parte (de la viña tan espaciosa de Cristo nuestro Señor) que tiene
más necesidad, así por la falta de otros operarios, como por la miseria
y enfermedad de los próximos en ella" (Const. 622).

10. Dígase lo mismo de este otro criterio ignaciano para discer-


nir prioridades: "donde se entiende que el enemigo de Cristo nuestro
Señor ha sembrado cizaña" (ibíd.). El mundo del trabajo"ha sido y es
objeto de una inseminación ideológica de signo a-cristiano, y, en buena
medida también, directamente atea y materialista. Las masas trabajado-
ras son codiciadas por ideologías contrapuestas en muchas cosas, pero
con una característica común: la promesa de una liberación en que la
dimensión sobrenatural está ausente. Los hombres son así instrumentali-
zados en sus necesidades materiales, sociales y políticas mientras se les
escamotea lo único que, en último término, constituye su más profunda
j
justificación y justifica todas las demás reivindicaciones: la propia dig
nidad humana como hijos de Dios.

11. Es un apostolado que, en muchos países, entra en aquellas


"cosas que se ve que no hay otros que en ella entiendan" (623) y por
eso debe ser preferido por la Compañía. ¿Qué os voy a decir yo a vo-
sotros de este abandono, si cada día os estáis viendo solos, como
gotas perdidas en el mar, quizá más dejados a vuestra propia suerte
de lo que permite mi propia responsabilidad y la de vuestros inmedia-
tos Superiores? Cuando a veces en ciudades y ambientes supercultiva-
dos se atiende desproporcionadamente a devotas minorías, ahí están esas
196 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

multitudes inmensas, sin nadie "que en ellas entienda". No sé qué juicio


dará la historia de esta Iglesia del postconcilio, pero no querría que se
extendiese también a esta época el reproche que se ha hecho a la Iglesia
de los últimos cien años de que ha perdido a las masas trabajadoras.
Es un apostolado muy difícil: de acuerdo. Y con muchos riesgos: de
acuerdo también. Vosotros lo sabéis tan bien como yo. Pero, ¿podemos
decir que la Iglesia y la Compañía no están obligadas a más de lo que
actualmente hacen?

12. Por último, como he indicado ya anteriormente, vuestro apos-


tolado es importante por constituir un punto adicional de referencia,
ciertamente precioso, para el resto de la Compañía y para sensibilizar
a los nuestros cuya misión se realiza en condiciones 'más seguras' (623),
para ejemplarizar la apertura a la problemática de la increencia y la
inserción entre los pobres. Se cumplirá así lo que nos pedía la Con-
gregación General XXXII (d. 4, n. 49): "Se hace preciso, gracias a la
solidaridad que nos vincula a todos y al intercambio fraternal, que
todos seamos sensibles, por medio de aquellos de los nuestros implica-
dos más de cerca, a las dificultades y aspiraciones de los más despo-
seídos. Aprenderemos así a hacer nuestras sus preocupaciones, sus temo-
res y sus esperanzas".

III.—•Características

13. Lo mismo que hace esta misión importante y significativa la


hace también difícil por el subrayado característico que confiere a
exigencias propias también de otras misiones de la Compañía. Me fijaré
en algunas principales.

14. 1) Es una misión jesuítica. Aunque a ello he aludido antes,


quiero decirlo ahora expresamente. Con esta afirmación salgo al paso
de quienes arquean las cejas a la sola mención de 'misión obrera',
tienden a considerar vuestra labor como un apostolado espúreo en la
Compañía y establecen abusivamente un nexo de causalidad entre vues-
tros fracasos aislados, o las defecciones que se han dado entre los sacer-
dotes obreros, con la teoría misma y la concepción de base de este apos-
tolado. "Este ministerio sacerdotal comprende diversos oficios dentro
de la unidad del Orden del presbiterado: la evangelización de los nf*
creyentes, [...] la participación de la suerte y trabajo de los obreros..."
(CG. XXXI, d. 23, n. 2. Cfr. Ord. nn. 4 y 8).
La historia antigua y reciente de la Compañía, e incluso la activi-
dad apostólica que realiza en nuestros días, abunda en ejemplos de
misiones apostólicas que no se diferencian de la vuestra más que por
la clase social y laboral en que se desarrolla. No sería justo admitir un
apostolado de avanzada en medios intelectuales o asistenciales con com-
pleta inserción e inculturación, y mostrarse reticentes o desaprobato-
\ ríos si el medio de inserción es el proletariado trabajador. ¿Es esa sus-
PARTE 1.» / n.° 14 197

picacia un residuo de una mentalidad y un preconcepto de clase del que


no hemos logrado limpiarnos? Podrá discutirse la realización de esta
misión (como la realización de cualquier otra misión), las inexperien-
cias debidas a las nuevas formas que ha recibido en los últimos tiem-
pos, las circunstancias que han rodeado los casos concretos; y todo ello
debe impulsarnos a una autocrítica que es sana, cristiana y genuinamen-
te jesuítica. Pero no puede rechazarse a priori una inserción e incultu-
ración apostólica en el mundo del trabajo, que tiene su modelo en el
Jesús de Nazaret y en el Pablo tejedor de mimbre. El jesuita obrero no
es un jesuita aparte. Sería ofensivo, e inadmisible, su contraposición
con otros jesuitas empeñados en misiones más directamente pastorales.
Lo que nos unifica en la Compañía es la misión, prescindiendo del cam-
po en que se realiza. Y, porque es la Compañía la que da la misión
y se responsabiliza de ella, es también la Compañía la que debe sostener
y animar a perseverar en esa misión a los que sienten el peso de sus
dificultades, y la que tiene el derecho y el deber de cancelarla cuando
así parezca convenir en el Señor.

15. 2) Inserción. Una inserción plena en la masa trabajadora


parece ser condición necesaria para llevar a cabo eficientemente los
objetivos que se propone el jesuita obrero. Ello quiere dcir que la
localización y el tipo de vivienda, la ocupación de su jornada laboral
y, en definitiva, su tipo y condiciones de vida, han de ser en lo posi-
ble las de aquellos entre quienes trabaja. Esta identidad condiciona la
validez de su testimonio y la posibilidad de su acción apostólica. El
jesuita obrero es como la levadura evangélica que no puede hacer fer-
mentar la masa si no se mezcla íntimamente y se disuelve en ella. No
se trata de un apostolado tele-dirigido o por yuxtaposición, sino de
identificación y asimilación. El jesuita obrero debe experimentar los
azares de su condición laboral, las limitaciones y pobreza de una vi-
vencia mezquina, las presiones sociales a que su dignidad humana y
sus derechos se ven sometidos, la inseguridad, la sujeción a un horario
impuesto y a unas impasibles cotas de rendimiento, la rudeza eventual
de las relaciones humanas, etc. Sólo a ese precio —y a pesar de la
distancia radical en que su preparación cultural y espiritual le colocan
respecto a sus compañeros— podrá considerarse menos inepto para pro-
mover desde dentro del mundo del trabajo los valores que ha ido a
llevar. Digo esto, porque, sin restar ningún mérito a vuestra opción,
vuestra condición de obreros por voluntad os impide asimilaros unívo-
camente a los que forman parte de esa clase trabajadora por nacimiento
o por necesidad. Dos son las diferencias insuperables: llegáis a la clase
trabajadora con la energía que dimana de una 'misión' plenamente asu-
mida, con un caudal de conocimientos y una formación de vuestras fa-
cultades que, interiormente al menos, os sitúa un poco aparte. Incluso,
si queréis, para ser más sensibles a cosas ante las que vuestros compa-
ñeros reaccionan con cierta resignación y fatalismo. Y, segunda dife-
rencia, vuestra vida espiritual, mantenida con la fidelidad propia de un
hijo de la Compañía en cualquier circunstancia, sobre todo en las difí-
198 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ciles, es permanente fuente de fe y esperanza escatológica y da sentido


a vuestra vida. Todo esto le falta a muchos de vuestros compañeros.

16. 3) Inculturación. La inserción se hace en vistas a una incul-


turación. Si la inculturación no se consigue, la inserción no pasa de
ser un snobismo. No basta identificarse fenomenológicamente con la po-
blación obrera en condiciones de trabajo y vida, sino que hay que lle-
gar a aprender y asimilar los valores de su cultura o subcultura: sus
esquemas mentales, su tipo de emotividad, la modalidad de sus reac-
ciones, sus reglas de trato, de lealtades y rechazos, sus valores morales,
su concepción del hombre, la familia y la sociedad, su postura ante la
masificación, su empleo del ocio, su capacidad de camaradería, todos
los elementos, en fin, que componen la cultura de la clase trabajadora,
tan rica en valores humanos y espirituales no siempre debidamente apre-
ciados y desarrollados. Sólo así, "caminando paciente y humildemente
con los pobres, aprenderemos en qué podemos ayudarles, después de
haber aceptado primero recibir de ellos" (CG. XXXII, d. 4, n. 50).

17. Esta inserción e inculturación en profundidad hace del jesuita


obrero, como ya queda indicado, un elemento precioso para dinamizar
con elementos vitales traídos de la realidad misma, otros tipos de apos-
tolado en la Compañía, especialmente aquellos que desde la reflexión
o de la acción, impulsan el srvicio de la fe y la promoción de la justicia;
y, en modo muy concreto, servirá de estímulo a otros jesuítas para la
inserción entre los pobres y experiencia de pobreza que la última Con-
gregación señala como elemento de renovación y formación permanente
en toda la Compañía (d. 4, n. 49).

18. 4) La identificación con la clase trabajadora que supone esta


inserción e inculturación, tiene que hacerse, sin embargo, dejando bien
a salvo otra identidad precedente" y prioritaria: la identidad jesuítica y
el sentido de pertenencia a la Compañía. Sólo en este supuesto tiene
sentido la 'misión' que, en ningún caso, tiene que degenerar en un
desprendimiento. La pérdida paulatina e insensible de esa identidad y
sentido de pertenencia, lamentablemente, se ha dado en más de un caso,
y es uno de los pretextos con que se objeta a la concepción misma de la
misión obrera. Sobre ese proceso de desidentificación, tuve ocasión de
decir algunas palabras en mi conferencia sobre "el modo nuestro de
proceder" (núm. 42). Cuando ocurre uno de esos casos en que la masa
parece haberse adueñado de la levadura hasta neutralizarla, una consi-
deración se impone: la revisión del proceso, que no compete sólo a los
superiores, sino también a los propios interesados individualmente y
en grupo: ellos tienen una perspectiva más realista de la escena en que
actúan, y es su deber prestar a los Superiores su colaboración para su
principal responsabilidad que es la 'cura personalis', salvando así la
validez misma de la msión obrera.

19. 5) Coordinación con los planes de conjunto de la Iglesia y


la Compañía. Los enviados a la misión obrera no son comandos por
a
ARTE 1 . / n.° 14 199

cuenta propia. Como cualquier otro grupo de jesuitas en cualquier otro


írente, ellos deben ser y sentirse parte del plan global. Las especiales ca-
racterísticas de este apostolado hacen posiblemente más difícil, pero por
eso mismo quizá más necesario, un permanente contacto con la Jerar-
quía y los Superiores. Esos contactos deben estar concebidos como un
servicio de sostén y ayuda para las personas y para la misión. Suponen
sinceridad y apertura de conciencia, recto sentido del compañerismo y
espíritu de equipo, humildad y optimismo constructivo. Se le oponen
en cambio, cierta suficiencia que desdeña el consejo ajeno, el mesia-
nismo radical de quien se cree necesario y suficiente, y aun cierta inde-
pendencia que la profunda inserción en un medio distinto puede llevar
consigo. En la queja que a veces se oye entre los jesuitas obreros de
abandono y desinterés por parte de las comunidades 'establecidas' no
queda siempre del todo claro quién ha sido el primero en cortar u
obstruir los canales de comunicación.

IV.—Actitudes

20. De la importancia de Misión Obrera, y de las exigencias ca-


racterísticas que acabo de enumerar, fluye fácilmente una serie de acti-
tudes personales para el destinado a Misión Obrera que me permito re-
coger con vosotros. Naturalmente, tampoco son exclusivas de Misión
Obrera, sino comunes a otras misiones de la Compañía.
1) Misión, sí: autodestino, no. En toda misión, la selección del
enviado es un paso de enorme trascendencia y responsabilidad. Normal-
mente debe ir precedida de un discernimiento en que quede clara la
llamada del Señor, su aceptación y el ofrecimiento a la Compañía para
aceptar el envío. En un diálogo abierto, y con cuantos interlocutores
sean necesarios, puede establecerse la relación oferta-obediencia. Al Su-
perior toca comprobar la legitimidad de la llamada, que para ser autén-
tica tiene que ir acompañada de las cualidades necesarias, tanto huma-
nas como espirituales, y su "ejercicio razonable" (LG. 12) atendiendo
al conjunto concreto de los planes apostólicos... tanto de la Compañía
como de la Jerarquía. No basta, por tanto, una inclinación natural; ni
el atractivo intensamente sentido; ni un profetismo 'ad intra' de la
Compañía y de la Iglesia que no comporte el primer sello de todo pro-
fetismo auténtico, que es el de la caridad; ni siquiera el generoso im-
pulso suscitado por las inmensas necesidades percibidas en los primeros
contactos apostólicas, o los lazos de fraterna identificación con quienes
ya están en ese tipo de apostolado. La experiencia con que quiero ayu-
daros dice que no basta la generosidad, por sincera que sea, para estar
a la altura de esta misión. La responsabilidad de más de un fracaso,
tienen que compartirla con las propias víctimas, los Superiores que no
han llenado todo el espacio de acción que en un destino de tanta im-
portancia les corresponde. (Const. 619). Me ha conmovido, en cambio,
el oír vuestras frases de agradecimiento a la Compañía por la confianza
que ha depositado en vosotros al confiaros esta 'misión'.
200 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

21. 2) Formación suficiente. Es un craso error pensar que para


evangelizar en un medio laboral es suficiente una formación menos ri-
gurosa. Eso es infravalorar injustamente el mundo de los trabajadores
e ignorar los problemas que están en juego. Quien pensase de ese modo
ya está dando cierta muestra de ineptitud para esta misión. Normal-
mente, el jesuita de misión obrera tendrá que dialogar sobre cuestiones
de fondo y verse dialécticamnte trabado con otras ideologías. Tendrá
que promover los intereses de las clases trabajadoras. Para todo eso,
la buena voluntad no es suficiente. Incluso para la propia vida interior
(y no solamente espiritual), una base sólida en que insertar las expe-
riencias y desde la que reflexionar sobre ellas, es imprescindible. Tal
preparación, además, es indispensable si se ha de contribuir con algo
más que con anécdotas o vivencias, por intensas que sean, a la reflexión
apostólica con otros jesuítas, de la que antes he hablado.

22. Al hablar aquí de la formación, quiero poner el acento espe-


cialmente en la vertiente religiosa, espiritual, de la formación. He men-
cionado antes mi experiencia, pero quizá debo apelar a la vuestra: sin
fondo espiritual, sin motivación apostólica reactivada regularmente por
una sincera vida interior, sin fortaleza para superar tantas fuerzas de
succión entre las que necesariamente debéis moveros, la Misión Obrera,
en cuanto envío apostólico, para decir lo menos, es inviable. Toda adap-
tación y acomodación exigida por las circunstancias será factible. Pero
el mantenimiento de vuestra vida sacramental y de vuestra identidad re-
ligiosa intensamente vivida, no es negociable. Es una responsabilidad
que puede llegar a ser grave. Y el dejar de tomar las medidas necesa-
rias cuando esto falla, puede llegar a ser un imputable acto de omisión
por parte de los Superiores. Me complace inmensamente, en cambio,
el oír de alguno de vosotros que su vida de trabajo es fuente de inspi-
ración valiosísima para su oración-personal y su encuentro con el Señor.
Esa interacción entre oración y actividad apostólica es del más genuino
cuño ignaciano. A ello exhortaba yo a la Compañía en mi carta sobre
la materia, y os exhorto vivamente a vosotros (cfr. AR XVI, 944).

23. 3) Humildad. Quisiera, preveniros contra una sutil tenta-


ción que puede acecharos: el hacer juicios comparativos entre otras
formas de apostolado y la vuestra, y complaceros en los resultados de
vuestra propia valoración. La evangelización que lleváis a cabo —a con-
dición, naturalmente, de qup responda a las exigencias que antes he
señalado— es, ciertamente, una forma avanzada, difícil y meritoria, de
esa inserción entre los pobres sirviendo a la fe y promoviendo la jus-
ticia, que constituye la expresión actual del carisma de la Compañía.
Pero no justifica en modo alguno ningún sentimiento de superioridad,
y menos aún de exclusividad. Aparte de otras consideraciones de fondo,
tal actitud indicaría cierta ingenuidad y cortedad de perspectiva, y des-
de luego, un profundo desconocimiento y falta de información. Por otra
parte, no ayudaría a ese contacto fraterno e integración en las Comuni-
dades y en la Provincia que para vosotros es especialmente precioso.
PARTE 1.» / n.° 14 201

24. 4) La 'cantas discreta' ignaciana, o, más claramente, la dis-


creción en la caridad, os es necesarísima. Esa discreción os impedirá
caer en la radicalización de las ideologías y os ayudará a detectar, si
se diese, un insensible deslizamiento de vuestra concepción apostólica
hacia planteamientos más seculares o sustentados en ideologías del signo
que sean. Comprendo la tensión a que os somete el ser espectadores, y
a veces víctimas, de situaciones angustiosas de todo tipo, masivas e
institucionalizadas. Y comprendo, por tanto, los impulsos generosos de
vuestra solidaridad con vuestros compañeros de clase, y la necesidad de
vuestra aportación a la búsqueda de una mejor gestión de los intereses
comunes y de la reforma de las estructuras. Entra aquí toda la diná-
mica empresarial, sindical y política. Sabéis los límites y condiciona-
mientos que, a este respecto, tiene sobre vuestra acción, vuestra condi-
ción sacerdotal y jesuítica, que es prioritaria, sobre vuestra condición
laboral. Pero no me creo dispensado de recordar algo de lo que más
extensamente, y a distintos destinatarios —no siempre necesariamente
de la misión obrera— he dicho sobre el compromiso político. Las direc-
trices generales de la Iglesia, las del Sínodo de los Obispos de 1971,
las de nuestra Congregación General XXXII, nos obligan a todos, y es
deber y responsabilidad mía ineludible ajusfar a ellas la acción apos-
tólica de la Compañía. No voy a repetirlas aquí. Por otra parte yo
mismo, en diferentes ocasiones, he concretado en una normativa, que
creo no deja lugar a dudas, lo que la Compañía piensa sobre el com-
promiso socio-político de los jesuitas, y he avalado los documentos y
orientaciones que a nivel de Asistencia o Provincia acomodan con ma-
yor determinación aun esas prescripciones a una situación concreta.
(Cfr., por ej., AR XVI 690, 1086; XVII 186, 604). Quiero hacer una
aclaración: esas directrices y normas son vinculantes para todos los
jesuitas, y no solamente para los miembros de la misión obrera, y se
aplican a los partidos políticos de cualquier tendencia qué sean.

25. La misma discreción en la caridad debe acompañaros en los


demás aspectos de vuestra vida de relación. Vuestro tipo de vivienda,
de relación vecinal y de barrio, de empleo del descanso y del ocio, la
obligación de alternar, el trato con personas de otro sexo, la introduc-
ción en ambientes nuevos, etc. Todo ello os pone en situaciones en que
la discreción tiene que entrar en juego al mismo tiempo que la caridad.
No tengo fama de alarmista, me parece. Pero os confieso que a veces
siento cierta preocupación por la 'indiscreción' con que algunos jesuitas
viven su profesionalidad. Tampoco esta observación os corresponde en
exclusiva. La he hecho a otros jesuitas. Al fin y al cabo, Misión Obrera
no es más que una variedad de la profesionalización que se da también
en otro nivel de actividades, docentes por ejemplo. Lo que comienza
como un claro proyecto apostólico —pues no puedo admitir otro plan-
teamiento— puede degenerar en profesionalismo vaciado de mensaje
evangelizador. Dadas las condiciones en que se desarrollan algunos tra-
bajos de profesionalización, si no hay esa 'discreción' en los límites y
condiciones del empeño, y unas contradosis constantes de vida espiri-
202 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

tual, la secularización, con todas sus consecuencias, es el término natu-


ral del proceso.

26. 5) Amor a la Iglesia y a la Compañía. ¿Por qué no mencionar


también esto? Os movéis en un medio en que la Iglesia, sus personas,
su doctrina, es a veces objeto de juicios que van desde el desprecio a
la declarada hostilidad. Os sentís a veces también objeto de desconfian-
za o de una más o menos encubierta repulsión por parte de quienes, al
menos afectivamente, deberían compartir vuestras inquietudes. Esfor-
zaos por discernir. No generalicéis. Sabed que eso es quizá parte ine-
vitable, aunque penosa, de ese trabajo que os ha distanciado aparente-
mente de otros frentes apostólicos. Y haced 'ad intra' de la Compañía
y de la Iglesia esa labor de evangelización que también es necesaria, de
anunciarnos que los pobres son evangelizados en el frente a que se os
ha enviado. Doy gracias al Señor por las expresiones que os he oído
estos días sobre vuestra identificación con la Compañía y la gratitud
que sentís hacia los Superiores de ella por la confianza que han deposi-
tado en vosotros al confiaros esta misión.

27. Conclusión. Esto es todo. Repaso las notas tomadas durante


las largas horas de intercambio, y veo que cada punto de los que he
tratado podría apostillarse con tantas cosas como hemos dicho y oído
en esos días de convivencia, de trabajo y oración en común. La última
impresión que tengo de vosotros es la de veros partir a vuestro trabajo,
animosos y —si no me engaño— con una renovada fe en vuestra misión
y una sentida experiencia de vuestro ser de jesuita. Pido al Señor que
para esa misión, y para esa fidelidad y gozo en ser compañeros suyos,
os dé abundantemente sus gracias.
15. Importancia y fuerza apostólica de los

colegios (25. VIII. 65)

Esta carta es el primer documento importante del


P. Arrupe, publicado en Acta Romana después de su elec-
ción como General.
Dirigida a los PP. de la Asistencia de Francia, reu-
nidos en Amiens, tiene como finalidad poner de relieve la
importancia de los Colegios y su fuerza apostólica.
Siendo indiscutible la gran labor que se realiza en ellos,
es preciso adaptarlos para que los frutos sean mayores. La
carta es concreta en sus orientaciones y no faltan al final
las recomendaciones igualmente concretas.
Como apéndice de este documento presentamos las di-
rectrices que, 12 años más tarde, enviaba' a un Provincial
de Latinoamérica. La carta, posterior a la CG.32, tiene en
cuenta como punto concreto de referencia, lo que toca al
servicio de la fe y promoción de la justicia.
El P. Arrupe no duda en afirmar que los Colegios son
hoy más actuales que nunca y que son uno de los grandes
apostolados de la Compañía.

Vais a tener en Amiens una reunión importante, consagrada a la


significación apostólica de los colegios en el mundo de hoy en plena
transformación. Hubiera estado encantado entre vosotros durante estas
jornadas de reflexión y de intercambios. Pero bien sabéis que dicho
viaje me es imposible en este momento, consagrado como estoy a tantas
y tan diversas tareas, y, en particular, a prepararme para la próxima
sesión del Concilio. Que al menos esta carta os demuestre el interés que
tengo por vuestro trabajo y el deseo profundo que siento de asociarme
a él de una manera personal.
Permitidme, en primer lugar, agradeceros la notable labor que,
por medio de vuestros colegios, realizáis en Francia, de la que ya he
204 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

recibido abundantes testimonios. Esta expresión de mi gratitud no es


una banal "captatio benevolentiae", y por eso quisiera os percataseis
de su plena sinceridad. Insisto en ello tanto más cuanto que un éxito
como el vuestro supone, aparte de la competencia, un gran espíritu de
sacrificio, especialmente en una época en que debéis realizar en vuestros
colegios un esfuerzo que permanece oculto, humilde, con frecuencia con­
testado y mal comprendido.
No tengo por qué extenderme largamente sobre la importancia de
vuestra tarea: vosotros la calibráis mejor todavía que yo. Estáis for­
mando hombres de los que con toda seguridad un buen número dejarán
huella en su tiempo y serán eminentes servidores de la Iglesia. De vues­
tros colegios saldrán también, lo esperamos vosotros y yo, sacerdotes
que irradiarán en el mundo entero; y entre ellos, jesuitas que os reem­
plazarán en vuestra tarea educativa.
Sabéis que hoy, según acabo de apuntar, se alzan muchas objecio­
nes contra el trabajo realizado en los colegios. Se dice, por ejemplo,
que los Padres no realizan en ellos una labor verdadera y plenamente
sacerdotal: por experiencia sabéis que no hay nada más falso, que
vuestro sacerdocio, si es vivido en toda vuestra vida y asume todos los
valores humanos uniéndose a la acción redentora de Jesucristo, puede
y debe desarrollarse a través de vuestra tarea de educadores de jóvenes
cristianos. Se dice que hoy día hay otros ministerios apostólicos más
eficaces: yo no lo creo así, pues nada puede ser más útil a la sociedad
contemporánea que prepararle los hombres de carácter y las personali­
dades firmes de que tanto adolece. Se dice también que nuestros cole­
gios son cotos reservados de un modo demasiado exclusivo para los ri­
cos: puede que esta observación sea parcialmente verdadera, pero en
ese caso a nosotros nos incumbe encontrar las soluciones concretas que
abran nuestros colegios a los más pobres e incluso a los muy pobres.
Sé por lo demás que ya habéis hecho considerables esfuerzos en este
sentido, y no puedo menos de pediros que los aumentéis todavía, a fin
de que los colegios que regentáis puedan acoger ampliamente a todos los
que son capaces de asimilar una sólida formación, aunque carezcan de
todo recurso económico. Se dice por fin que nos limitamos excesiva­
mente a la formación de la inteligencia, como si nuestra principal preo­
cupación fuese el éxito en los exámenes: todo vuestro esfuerzo pedagó­
gico está desmintiendo tal afirmación; por lo demás no podemos ser
fieles a nuestro ideal apostólico más que trabajando en la formación
integral de los jóvenes a nosotros confiados, asegurando la firmeza de
su carácter, la rectitud de su juicio y de su sensibilidad, su sentido es­
tético, su apertura comunitaria y social, etc.
Acabo de recordar intencionadamente algunas de las objeciones
que oigo alzarse contra nuestro ministerio de los colegios. Y lo he
hecho sobre todo para deciros hasta qué punto dichas objeciones me
parecen faltas de fundamento e incluso completamente banales. Vivimos
ciertamente un momento en que no podemos aflojar en el esfuerzo que
estamos haciendo en este ministerio que considero fundamental, sino
tratar de conseguir unos colegios todavía más adaptados al mundo que
PARTE 1.» / n.° 15 205

se está forjando ante nuestros ojos y al que ya se prepara. Para que


esta adaptación sea más justa, permitidme que con la misma sencillez
que podría poner en una conversación directa con vosotros, os transmita
algunas ideas que me son particularmente queridas.
Ante todo, un colegio que quiera ser fiel al pensamiento de S. Igna-
cio debe desempeñar un papel decisivo allí donde se encuentra implan-
tado. Y debe desempeñarlo con audacia y con una inmensa confianza,
afrontando francamente los problemas de su tiempo y debe estar pre-
parado a toda clase de renovaciones, aun las más profundas, a fin de
no perder un ápice de su mordiente apostólico. Dos son las condicio-
nes que yo veo para esto.
La primera es que el colegio sea "abierto". Abierto ante todo a la
evolución de la Iglesia y a su búsqueda, de modo que los Padres estén
continuamente atentos a incorporar a su enseñanza y a sus métodos de
educación todo aquello que permita a sus alumnos recibir, con toda su
fuerza, la vitalidad de una Iglesia en renovación. Abierto también, sin
miedo ninguno, a las transformaciones psicológicas, culturales y socia-
les que se están produciendo hoy a un ritmo acelerado, siguiendo en esto
el ejemplo mismo de S. Ignacio que estudió los métodos de las grandes
Universidades y de los centros de educación de su tiempo y los incor-
poró con agilidad a los primeros colegios de la Compañía. Esto no pue-
de menos de plantear cantidad de cuestiones, porque es evidente que hay
que saber discernir los elementos constructivos de aquellos que no lo
son. Pero nuestro papel de educadores nos prohibe quedarnos satis-
fechos con métodos que eran excelentes en otros tiempos; por el con-
trario, nos está exigiendo adaptarnos a la evolución actual de las estruc-
turas escolares y educativas y situarnos en estado de continua búsqueda
para, con prudencia pero con realismo, mostrarnos fieles a la mentali-
dad de nuestra generación, aun cuando ello haga trastocar en nosotros
convicciones demasiado arraigadas.
La segunda condición para la eficacia de un colegio es su valor
educativo. Quiero decir que el nivel de la formación total, y en particu-
lar el de los estudios, tiene que ser tal en el colegio que los alumnos
encuentren un continuo estímulo hacia un ideal todavía mayor y hacia
una mayor exigencia en su trabajo, haciéndose de este modo capaces
de engrosar las filas de los más competentes e influyentes de su gene-
ración. Hay que decir una y otra vez que no debemos tolerar en nues-
tros colegios, ni estudios mediocres ni una educación con medios defi-
cientes, porque de esa manera su mismo valor apostólico se vería dis-
minuido o quizá anulado.
Que esto nos ayude en la elección de nuestros profesores, tanto je-
suitas como seglares, y en su formación científica; en el reclutamiento
de nuestros alumnos, que deben ser siempre capaces de esta formación
recia que antes evocaba; y finalmente en la reflexión sobre nuestros
métodos y actitudes pedagógicas. Estoy seguro de que sabréis encontrar
las soluciones concretas y adaptadas a estas altas exigencias.
Una vez bien firmes estas condiciones fundamentales, quisiera in-
sistir en tres puntos particularmente actuales.
206 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En primer lugar, los Padres que trabajan en un colegio están tes-


timoniando de una manera eminente su ideal jesuítico, no solamente
por el apostolado que ejercen con sus alumnos, instruyéndolos, forman-
do su personalidad, viviendo ante ellos con una plena apertura, sino
también desde el centro cultural que constituye un colegio en una ciudad
o en una región. Sabéis que éste era uno de los objetivos de S. Ignacio,
que no ha cesado de reafirmarse desde entonces de una manera clara
por todas las generaciones de la Compañía: la enseñanza dada en un
colegio debe formar como el foco a partir del cual los profesores y
educadores ejercen su influencia en sus diversos trabajos: letras, histo-
ria, filosofía, ciencias, etc. Hoy más que nunca, en un mundo que se
descristianiza y con frecuencia se deshumaniza, me parece que nuestros
colegios deben asegurar esta amplia irradiación cultural ante las élites
y las masas, jugando de este modo un papel importante de cara al
ateísmo teórico y práctico que domina tantos espíritus modernos. De-
seo vivamente que cada Padre pueda realizar de este modo en plenitud
su vocación de apóstol en su colegio y a partir de su colegio. De ahí
extraerá por otra parte una nueva competencia en su tarea de educador,
ya que tomará conciencia más intensamente de las condiciones en las
que se desarrollan la vida y el pensamiento de nuestros contemporá-
neos.
Por otra parte, debemos esforzarnos cuanto podamos —os lo decía
hace un momento— para que la formación que damos a nuestros alum-
nos sea lo más adaptada posible al mundo en el que ellos van a desple-
gar más tarde su actividad humana. Démosles un espíritu auténticamen-
te católico, que supere los nacionalismos y les abra a las necesidades de
los países menos desarrollados que el suyo. Ayudémosles a percibir las
aspiraciones que apuntan a través de la evolución actual de la cultura,
enseñándoles a discernir, desde el principio, los verdaderos valores. Uti-
licemos para ello los medios modernos de formación y de comunica-
ción: así como la Compañía supo, por ejemplo, integrar en otros tiem-
pos en su pedagogía la declamación o el teatro, pensemos que hoy la
radio, el cine, la televisión, la prensa, etc., pueden contribuir en gran
manera a la formación de los niños y de los jóvenes, quienes, por otra
parte, han de servirse obligadamente de ellos más tarde como de medios
ordinarios en su profesión y en su vida social. Puede que en este punto
tengamos que entonar un "mea culpa", preguntándonos si no vamos
con retraso en relación con la evolución actual del mundo. En todo caso,
que estas reflexiones nos impulsen a llevar a la práctica, en la elección
de los alumnos, una firme selección para no admitir en nuestros cole-
gios más que a aquellos que son más aptos para recibir tal formación y
sacar de ella frutos seguros, cualquiera que sea por otra parte su origen
social.
Hay todavía un tercer punto que me parece hoy capital: nuestra
colaboración con los seglares. Ya sé que vuestros colegios de Francia
han entrado ya de una manera notable por esta vía, pero quisiera ani-
maros a progresar aún más en la medida de lo posible. Muchos maes-
tros seglares quieren compartir nuestra vida apostólica en una dona-
a
PARTE 1 . / n.° 15 207

ción de sí mismos al servicio de los alumnos y en un espíritu de dedica-


ción a la Iglesia. Ayudémosles a asumir responsabilidades cada vez más
importantes en nuestros colegios y, por eso, no dudemos en renunciar
a ejercer por nosotros mismos ciertas funciones que puedan ser de la
competencia de estos colaboradores seglares; pongamos a su servicio,
con total franqueza y con gran respeto a su propia vocación, lo mejor
de las tradiciones espirituales y pedagógicas de la Compañía, de su
adaptación al mundo actual, de su fidelidad a la Iglesia. De ese modo
les permitiremos ser, según las apremiantes directrices del Concilio, au-
ténticos apóstoles en unión con nuestro propio apostolado.
Quisiera finalmente, ya que vuestra reunión le va a conceder al
tema gran importancia, deciros que me parece indispensable el esfuerzo
que habéis desplegado para conocer mejor el medio sociológico de
vuestros alumnos. Las conclusiones de tales investigaciones pueden y
deben ser sumamente valiosas para una mejor adaptación de los mé-
todos pedagógicos, para una orientación más lúcida de los alumnos,
para un apostolado más eficaz con sus familias, y finalmente para una
comprensión más justa de las mentalidades y de las situaciones a las
que debéis manteneros plenamente abiertos.. Si a través de los informes
que discutiréis en el curso de vuestra reunión, pudieseis en cada cole-
gio analizar con precisión el medio al que os dirigís, sus reacciones, sus
necesidades, pienso que habríais hecho un trabajo sumamente útil para
la futura orientación de vuesros colegios de Francia e incluso de otros
países.
Tendría todavía, reverendos y queridos Padres, muchas cosas que
deciros, si pudiera dedicar más tiempo a esta conversación con vosotros.
Que estas pocas reflexiones os hagan sentir al menos lo mucho que esti-
mo el trabajo que realizáis. Dad a vuestros alumnos un gran ideal.
Habladles de Jesucristo con discreción, sí, pero también con firmeza
y claridad, y enseñadles progresivamente a vivir de su-' persona dentro
de la Iglesia. Sed vosotros mismos hombres plenamente entregados a
Dios, en la oración y en el sacrificio que tendréis que renovar cada día
por el humilde servicio que se os pide. Aumentad entre vosotros, entre
los diversos colegios y en el interior de cada comunidad, lazos de cola-
boración activa, de suerte que cada uno se sienta solidario de una
búsqueda común al servicio de la tarea educativa que a todos se pide.
De esta manera conservaréis una gran confianza en vuestro trabajo y
comunicaréis a los demás esta confianza que les permitirá también a
ellos realizar grandes obras por el Reino de Dios.
Si vuestra reunión inspira a algunos de vosotros reflexiones que
juzguéis pueden ser útiles a mí mismo o a la Congregación General,
comunicadlas al P. Asistente de Francia que presidirá la reunión o
hacédmelas llegar directamente. Desde este momento os expreso por ello
toda mi gratitud.
Deseándoos, reverendos y queridos Padres, a vosotros y a los
sacerdotes, hermanos y seglares que colaboran con vosotros en esta reu-
nión, unas jornadas fecundas, os aseguro mi compromiso de oración
por vosotros y os imparto de todo corazón mi paternal bendición.
16. Orientaciones para el apostolado educativo

x L
( 5 77)

El apostolado educativo

La Congregación General XXXII considera la educación como un


terreno muy apto para dar respuesta a la misión de la Compañía hoy,
pero para realizarlo "es preciso preparar a jóvenes y adultos para em-
peñarse en una existencia y una acción en favor de los otros y con los
otros, de cara a la edificación de un mundo más justo" (1). Esto sig-
nifica que han de ser "personas para los demás" con una fe tan ma-
dura que los lleve a buscar y hallar a Cristo en el servicio de los hom-
bres. A este desafío deben responder las obras educativas de la Pro-
vincia.

Los Colegios

a) Los que trabajan en los colegios deben ser muy conscientes de


que están desempeñando un importante apostolado que la Compañía
reconoce y estimula con gran interés. Deben tener como dicho para sí
lo que en los números anteriores dejo escrito para la Universidad y
aplicarlo de acuerdo con las circunstancias, a su propio trabajo.
b) Tengan presente que su trabajo, aunque sólo haya de producir
el fruto a largo plazo, es de importancia definitiva para formar cristia-
nos maduros en la fe. Con este fin ha de procurarse que los alumnos
tanto de los diurnos como de los nocturnos, especialmente en los últimos
años, practiquen en forma seria los Ejercicios de San Ignacio y se fami-
liaricen con la realidad del país y con las enseñanzas de la Iglesia en
materia social, lo que podría conseguirse a través de programas de
acción y de reflexión. Cada una de las comunidades educativas, cons-

(I) C G . X X X I I , d. 4, n. 60.
210 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

cíente de su misión de servicio a la fe, revise el empleo que está ha-


ciendo de sus fuerzas y el cuidado con que atiende a la dirección espi-
ritual, a las actividades apostólicas de los alumnos y a su formación
religiosa y filosófica.
c) Para que el servicio de la fe sea realmente profundo en los
colegios, es necesario que las comunidades de ellos sean un luminoso
testimonio por su vida de oración, de austeridad, de amor mutuo y de
entrega sencilla y alegre. Donde se creyere necesario, se puede estudiar
la separación del sitio de trabajo y el sitio de habitación buscando para
el segundo lugares modestos.
d) Para una verdadera formación en la justicia es necesario que
las estructuras del Colegio la encarnen de manera que despierten en los
alumnos el deseo de aplicarla en todas las esferas sociales.
e) Deben caer en la cuenta de que a pesar de la escasez de per-
sonal, su apostolado no se limita a los actuales alumnos, sino que debe
extenderse a los antiguos, a los padres de familia, a los profesores y a
los empleados. En este sentido la Compañía espera que cada colegio sea
un lugar de irradiación apostólica sobre toda la ciudad en que se en-
cuentra.
f) La Provincia debe hacer una cuidadosa planificación de su
apostolado educativo. Habrá que revisar el personal de que podrá dis-
poner la Universidad y los Colegios, teniendo en cuenta la escasez que
afecta a todas las obras de la Provincia. Esto hace más urgente la nece-
sidad de preparar colaboradores laicos que sean capaces de compartir
y realizar la visión que tenemos de nuestra misión hoy.
Hay que planificar también con una visión más amplia y buscar
cuál pueda ser la mejor contribución de la Compañía en el apostolado
de la educación a la luz de las necesidades del país y de nuestros pro-
pios recursos. Los resultados de este estudio se deberían conocer en el
término de dos años.
17. El apostolado intelectual en la misión de la

Compañía hoy (25. XII.76)

Os dirijo esta carta sobre el apostolado intelectual por dos razones


principales.
Primero porque debo poner de relieve la importancia que tiene
para que la Compañía pueda llevar a cabo su misión hoy. No faltan
quienes lo han puesto en duda preguntándose si el apostolado intelec-
tual sigue teniendo cabida en la Compañía después de la Congregación
General 32. Es cierto que esta desconfianza se ha atenuado a medida
que se ha ido profundizando en el conocimiento de los decretos de la
Congregación. Sin embargo, la responsabilidad que tengo de procurar
que la Compañía cumpla cada vez mejor su misión, me impulsa a in-
sistir en la necesidad de aportar nuevas energías al apostolado intelec-
tual hoy. De esto tratará la primera parte de mi carta.
La segunda razón —quizá más importante en la práctica— es que
la Congregación General 32 se hizo algunas preguntas acerca del apos-
tolado intelectual y señaló algunas directrices para quienes han de em-
barcarse en él. Me siento obligado a comentarlas y a subrayar algunas
de ellas. Este será el tema de la segunda parte.
Aunque la carta va dirigida ante todo a los que están directamen-
te dedicados al apostolado intelectual, se la envío a todos los jesuítas
porque todos deben darse cuenta del puesto que a este apostolado
corresponde en el conjunto de nuestros compromisos y porque, en defi-
nitiva, la misión de la Compañía no es más que una y en ella se engloba
cualquier tarea apostólica.
Otra advertencia preliminar. Algunos esperarían, quizá, que co-
menzase esta carta definiendo qué es el "apostolado intelectual". Me
temo que no conseguiría una definición capaz de satisfacer a todos, ni
que pudiese objetivar su rica complejidad. Me contentaré, por tanto,
con decir sencillamente qué entiendo cuando uso esa expresión.
Me refiero tanto al apostolado que se ejerce mediante actividades
intelectuales como al apostolado entre los intelectuales. Pienso en núes-
212 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tros profesionales de las ciencias, la investigación, la reflexión, la lite-


ratura o el arte, en los dedicados a tareas docentes o formativas, en
nuestros publicistas, aun a nivel de vulgarización. Y cuando digo "inte-
lectuales" aludo a los pensadores, investigadores, hombres de ciencia,
a los profesionales de cualquier actividad típicamente intelectual. Abar-
co también el mundo de los jóvenes que se preparan intelectualmente,
sobre todo en los niveles superiores, aunque el adiestramiento intelec-
tual comience ya, por lo menos, en la segunda enseñanza.

I PARTE.—EL APOSTOLADO INTELECTUAL ENTRE LAS


OPCIONES ACTUALES DE LA COMPAÑÍA

¿Qué relación existe entre "apostolado intelectual" y "misión de


la Compañía hoy"? ¿Qué nivel hay que atribuir a este apostolado en
nuestra escala de actividades en la actualidad?

Crisis y cambio en el mundo intelectual y cultural

Creo que es fácil contestar esas preguntas si sabemos intuir la rea-


lidad actual. Baste recordar el diagnóstico que de ella hizo la Congrega-
ción General 32: grave situación de injusticia y, en no menor medida,
de profunda crisis y transformación intelectual.
La Congregación señaló este segundo componente ya desde el co-
mienzo del decreto 4.° al decir que "buen número de nuestros contem-
poráneos están fascinados, incluso dominados, por los poderes de la
razón humana" (n. 5) y al describir más adelante el impacto de los
avances tecnológicos y de las ciencias humanas (n. 25).
Esta "mutación cultural y socio-estructural" está íntimamente rela-
cionada con la "secularización" (n. 26).

Dimensión intelectual de las opciones-clave

Este cuadro adquiere perfiles aún más concretos cuando la Con-


gregación pasa a señalar las tareas prioritarias que se deducen de este
diagnóstico: el servicio de la fe y la promoción de la justicia. Ambas
son presentadas con una importante componente intelectual.
Comencemos con el servicio de la fe. La Congregación nos dice que
tenemos que trabajar "en la búsqueda de un nuevo lenguaje, unos nue-
vos símbolos" (n. 26), en la renovación y adaptación de las "estructuras
de la reflexión teológica, de la catequesis, de la liturgia y de la acción
pastoral?' (n. 54) y en el estudio de "los grandes problemas a los que la
Iglesia y la Humanidad deben hoy hacer frente" (n. 60).
Promoción de la justicia: exige que "estemos dispuestos a consa-
grarnos a los estudios austeros y profundizados que se requieren cada
vez más para comprender y resolver los problemas contemporáneos"
PARTE 1.» / n.° 17 213

(n. 35; cf. n. 44). La Congregación, además, insiste en la injusticia de


las estructuras (nn. 31, 40). Ahora bien, ¿cómo es posible analizar
esas estructuras e idear su reforma sin un estudio a fondo?

Una objeción

Pero, ¿no cabe argüir que, a pesar de esas exigencias, la Congre-


gación General 32 corre el peligro de alejarnos del mundo intelectual
y minusvalorar ese apostolado al haber mostrado tal preferencia por "el
servicio de los pobres" (n. 60) y desear que nos solidaricemos activa-
mente con "los sin voz y los sin poder"? (n. 42).
La respuesta a esta dificultad debe ir muy matizada. Efectiva-
mente, mal podremos servir a los pobres si no tenemos con ellos un
estrecho contacto y nos falta un mínimo de experiencia acerca de su
vida.
Sin embargo no es menos cierto que precisamente para promover
la justicia y servir a los pobres, tendremos también que dirigir nuestra
actividad a quienes "tienen responsabilidad o influencia sobre las estruc-
turas" (n. 40), a los que pueden llegar a ser "agentes de transformación
social" o "multiplicadores para el proceso mismo de educación del mun-
do" (n. 60). Ahora bien, los intelectuales figuran entre quienes tienen
influencia social. Y buena parte de los agentes de transformación social
sigue reclutándose, aunque no exclusivamente, entre la juventud que
estudia.

La invitación genérica a la seriedad intelectual ha de concretarse en un


apostolado intelectual especializado y organizado

Llama la atención el que la mayor seriedad intelectual posible sea


exigencia de la Congregación para cualquier actividad del Jesuita, sin
que quepa reducir a esto el mensaje de la Congregación, ni siquiera en
sus más explícitas formulaciones. Pero al mencionar las áreas privile-
giadas de nuestro apostolado, apunta dos que tienen estrecha relación
con el apostolado intelectual: la educación de la juventud ("que hay
que proseguir e intensificar") y la "investigación y reflexión teológica"
(n. 60).
La Congregación, además, hace expresa referencia a los decretos
de la Congregación General XXXI, algunos de los cuales versan sobre
el apostolado intelectual (decr. 28, 29 y 30). Con ello reitera la decla-
ración de que es urgente dedicar sacerdotes a "la investigación cientí-
fica o la enseñanza, especialmente la de las ciencias sagradas" ... "for-
ma auténtica del apostolado de los sacerdotes de la Compañía" (CG 31,
d. 23, n. 8).
Aun independientemente de esas citas, es claro que la Compañía
en cuanto "cuerpo" no respetaría la dimensión intelectual inherente a
nuestras opciones apostólicas preferenciales si no destinara un signifi-
214 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

cativo contingente de los Nuestros a trabajar primaria y específicamen-


te en tareas de investigación y ciencia y, en términos generales, en un
apostolado explícitamente intelectual.
Por lo demás, en no pocos casos, el marco ideal para esta activi-
dad no podrá ser otro que el de centros perfectamente organizados, uni-
versidades, institutos de investigación, colegios, revistas... (n. 7).

Recomendaciones de S. S. Pablo VI

Para concluir, y habiendo escuchado ya a la Congregación Gene-


ral, debemos recordar que nuestra misión nos viene de más arriba.
Ahora bien, algunas expresiones del Papa, a cuya luz hemos de inter-
pretar incluso la misma Congregación, inciden significativamente sobre
este tema.
Por ejemplo: en su alocución del 3 de diciembre de 1974, cuando
describe a nuestra Compañía como "Compañía de 'enviados' de la Igle-
sia", puntualiza acto seguido que de ello se sigue "la investigación y la
enseñanza teológicas, ... el apostolado de las publicaciones y edi-
ciones, ... el apostolado social y la actividad intelectual y cultural que
desde las escuelas para la formación integral abarca todos los grados de
la formación universitaria y de la investigación científica". Pocas líneas
después, en el mismo discurso, recordáis cómo el Papa reconocía como
distintivo propio de la Compañía el hecho de que "incluso en los cam-
pos más difíciles y de primera línea, en los cruces de las ideologías, en
las trincheras sociales, donde quiera ha habido o hay confrontación en-
tre las exigencias urgentes del hombre y el mensaje cristiano, allí han
estado y están los jesuitas". Cierto que en esta cita no se trata en ex-
clusiva del apostolado intelectual. Pero es innegable que éste ocupa
un puesto relevante en el pensamiento del Santo Padre.
No dejó Pablo VI pasar la ocasión de recordarnos el encargo que
nos confiara en 1965 acerca del ateísmo. Encargo cuyo cumplimiento,
al menos en parte, pasa a través de un apostolado intelectual.
El 6 de agosto de 1975, en la audiencia concedida a los Rectores y
Presidentes de las Universidades de la Compañía, confirma de nuevo
la "grave misión" que incumbe a la Compañía en el campo de la "cul-
tura moderna".

El tema queda abierto...

Esta carta no pretende ser un tratado ni aspira a exponer en toda


su profundidad teológica la relación entre inteligencia/conocimiento y
fe/evangelización. Confío esta tarea a aquellos de vosotos que han re-
flexionado sobre el tema. Una cosa queda clara: la misión que hemos
recibido y nuestras propias opciones actuales exigen que nos compro-
metamos en serio en variadas formas de apostolado intelectual.
PARTE 1.» / n.» 17 215

II PARTE.—ORIENTACIONES DE LA CONGREGACIÓN GENERAL


XXXII SOBRE EL APOSTOLADO INTELECTUAL

¿Se deduce de cuanto llevamos dicho que hemos de seguir adelante


con cuanto veníamos haciendo limitándonos sencillamente a revigorizar
lo que pudiera haber decaído, o que tendremos que lanzarnos a acome-
ter obras nuevas y reestructurar las actuales?
Ambas cosas, diría yo, según los casos. Y ello en virtud de un
ponderado discernimiento para el que la Congregación ha fijado algu-
nos criterios que añadir a los que ya están en las Constituciones.
El Apostolado intelectual —«orno cualquiera otra forma de nues-
tra actividad apostólica— debe ser sometido a revisión (nn. 70 y ss.) y
los Jesuitas que a él se consagran tienen que hacerse las mismas pre-
guntas que la Congregación fija para todos (n. 74). Con todo, hay
algunos puntos concretos en los que, sin pretender ser exhaustivo, que-
rría detenerme un poco.

Selección de áreas y especialidades

Ante todo la selección del área de nuestro apostolado intelectual


debe hacerse en función de los criterios prioritarios determinados por
la Congregación: el servicio de la fe y la promoción de la justicia.
Y esos mismos criterios han de condicionar la orientación hacia ese
apostolado de nuestros jóvenes que tengan cualidades para él. Porque
no cualquier tipo de quehacer intelectual o de investigación encaja de
la misma manera en nuestra misión. Y por otra parte todavía no esta-
mos eficazmente presentes en algunas áreas del mundo intelectual donde
deberíamos hallarnos en virtud de las opciones de la última Congre-
gación.
En cuanto a las especialidades, nuestros criterios reservan los pri-
meros puestos a las ciencias sagradas —exégesis, teología, moral, espi-
ritualidad...— tal como pedía ya la Congregación General XXXI (d. 29,
n. 1, b). Nuestra responsabilidad es tanto mayor cuanto no son muchos
los que puedan prestar este servicio a la Iglesia.
La Filosofía —respecto a la cual deberemos revisar nuestra situa-
ción en más de un sitio— sigue en el orden de preferencias, junto con
las ciencias antropológicas y, concretamente, las sociales (1).
Sigue siendo conveniente que algunos de los Nuestros se dediquen
a otras ramas de las ciencias, a las matemáticas, a las ciencias natu-
rales. Su elección ha de ir precedida de un discernimiento más exigente
que el utilizado en el caso de la teología y ciencias humanas que son
opciones preferentes. Más de una razón hay para ello... Recordemos que
ya la CG XXXI reconocía la influencia de las ciencias matemáticas y
naturales (aunque a veces se necesite la mediación de los filósofos y
vulgarizadores) en la formación de la "mentalidad moderna". Y ¿cómo

(1) C G . X X X I , d. 23, n. 8 y CG. X X X I I , d. 4, nn. 35 y 44.


216 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

vamos a poder llevar a cabo una reflexión teológica que les sea inteli-
gible sin un profundo conocimiento de las raíces científicas de esa men-
talidad? Más aún: ¿cómo hacer presente la Iglesia y mantener los in-
dispensables contactos personales en un sector mundial de tan vital im-
portancia como el científico y técnico sin conceder a las ciencias el valor
que les corresponde? No olvidemos, además, que las conquistas de las
ciencias exactas y naturales son con frecuencia excelentes aportaciones
a la victoria contra calamidades y miserias de todo tipo. La caridad
también llama por aquí.
Claro que no podemos hacerlo todo. No daríamos abasto y caería-
mos en la dispersión. Pero debemos tener ante los ojos el amplio abanico
de posibilidades que se abre ante nuestro apostolado y la lista de áreas
de trabajo que —en función de las necesidades y de nuestros recursos—
son compatibles con nuestra vocación. Sé que a lo citado hasta ahora
habría que añadir el mundo de la literatura y de las artes y el de los
medios de comunicación, sectores todos ellos en que la colaboración
entre los Nuestros ha experimentado en los últimos tiempos un conso-
lador incremento.
Para una elección más segura habrá que tener en cuenta el talento
y la vocación personal y discernir qué es lo más urgente en tal o cual
circunstancia y qué es lo más necesario en una prospectiva de futuro.
Agradecería que aquellos que por dominar aquellos sectores cultu-
rales están capacitados para hacer sugerencias a propósito de nuestras
opciones, quieran comunicármelas para bien de todos.

Investigación, enseñanza y otras formas de presencia apostólica


entre los intelectuales

Idénticos criterios deben inspirar también la distribución y justo


equilibrio de nuestras fuerzas entre investigación, enseñanza y otras
formas de presencia apostólica entre los intelectuales.
La investigación apunta a largo plazo, criterio siempre privilegia-
do en la Compañía ("bonum magis duraturum"). La educación de la
juventud, en la mente de la Cogregación General XXXI, es uno de "los
campos en que está en fuego toda la persona humana" (d. 23, n. 8),
afirmación no desmentida por la Congregación General XXXII (d. 4,
n. 60). En cuanto a otras formas de presencia apostólica entre los inte-
lectuales, su importancia deriva de que permite establecer trascenden-
tales contactos con hombres y mujeres que tienen un influjo enorme
sobre sus contemporáneos por no decir sobre toda la sociedad y sus
estructuras.
Permítaseme añadir que todo centro de estudios superiores dirigido
por la Compañía —muy especialmente los de estudios teológicos y filo-
sóficos— tiene la responsabilidad de mantenerse en un alto nivel no
sólo docente, sino también de investigación, al menos en una especiali-
dad cuidadosamente elegida. Y los programas de esta investigación de-
a
PARTE 1 . / n.° 17 217

berán ser sometidos a constante evaluación no menos que los progra-


mas docentes.
Por lo que toca al apostolado entre los intelectuales —que ni es
actividad científica a jornada completa ni actividad docente propiamen-
te dicha— querría señalar que es importantísimo que los que se dedican
a él tengan una suficiente preparación, incluso científica, en la materia
que cultivan aquellos entre quienes se muven y que actualicen constan-
temente sus conocimientos —y también los teológicos— para mantenerse
a la altura de los problemas que se les presenten.

Formación continua de los operarios intelectuales

Ni siquiera los investigadores y docentes están inmunizados contra


el inexorable envejecimiento de la primera formación. Todos, pues, de-
berían hacerse esta pregunta: ¿he abandonado en todo o en parte el
estudio serio y mi puesta al día intelectual, y quizá también la espiri-
tual, desde que acabé mi doctorado o poco después?
La llamada de la Congregación General XXXII a la formación con-
tinua (d. 6, nn. 18-20, 35) no va dirigida sólo a los operarios dedicados
al ministerio pastoral. Esta formación continua del jesuita intelectual,
reconozcámoslo, requiere, entre otras cosas, una percepción muy fina
de la evolución de la teología y, en no menor medida, capacidad de asi-
milación de cuanto otros hermanos nuestros experimentan en sus con-
tactos más directos, o más numerosos, o más diversificados, con todo
tipo de gente, incluso la sencilla.

Colaboración, trabajo interdisciplinar y multidisciplinar

Las dos últimas Congregaciones Generales han puesto de relieve


también la importancia de la colaboración de jesuitas que cultivan es-
pecialidades diferentes y de la investigación interdisciplinar (2). Sabe-
mos cuan difícil es en la práctica un trabajo interdisciplinar que supere
la superficialidad. Puede ocurrir, incluso, que se comience a trabajar
sin que cada uno vea claros y acepte los planteamientos de otra disci-
plina que no sea la suya. He de hacer constar que la Compañía necesita
investigadores de un tipo nuevo: con gran capacidad de síntesis que
les permita presentar soluciones globales, de fondo, articuladas, que son
las que necesitan los grandes problemas actuales de la humanidad. Hará
falta también, hablando en general, superar nuestro individualismo y
el egocentrismo de quien se encastilla en su propia especialidad.
Hemos de tener especial cuidado al analizar una situación local
concreta a la luz de varias disciplinas. No será suficiente el contar con
especialistas en varias cosas, sino que junto a quienes enfocan el pro-
blema desde un ángulo intelectual hay que tener en cuenta a aquellos

(2) C G . X X X I , d. 3, n. 14; C G . X X X I L d. 4, n. 60.


218 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

que lo conocen existencialmente, por ejemplo desde la experiencia real


de la pobreza.
Dada la diversificación de especializaciones de nuestros intelectua-
les, la extensión geográfica de la Compañía, la amplitud de contactos
con grupos y culturas tan diversas, tenemos posibilidades excepcionales
para actividades interdisciplinares. Y por lo mismo nuestra responsa-
bilidad es mayor y estamos tanto más obligados a colaborar como
cuerpo a la solución de los "grandes problemas con que hoy se enfren-
tan la Humanidad y la Iglesia" y que con tanta instancia nos ha reco-
mendado la Congregación General XXXII: problemas que casi siempre
son multidisciplinares. ¡Y cuántas veces intentamos resolverlos de ma-
nera claramente insuficiente porque los atacamos sólo desde el ángulo
de nuestra propia especialidad!

Conservar la sensibilidad y la sencillez

Otra cualidad indispensable del apostolado intelectual hoy es una


gran sensibilidad hacia los hombres de cualquier clase, incluso las me-
nos consideradas.
Para ello es necesario que cese en nosotros —y contribuir a que
cese en torno nuestro— la arrogancia, el desprecio por los no-intelectua-
les y cierta insensibilidad que, como consecuencia de "la objetividad"
puede afectar a veces a los intelectuales.
Es ilusorio aspirar a abolir toda diferencia entre las profesiones
humanas: la intelectual y la manual, por ejemplo. Pero es justo exigir
que desaparezca el orgullo o el desprecio que van asociados a esas
diferencias, y que se supriman los privilegios que se fundan en ellas.
¿No ha recibido de la sociedad cuanto tiene cada uno de nosotros? ¿Y
no caemos frecuentemente, aun nosotros los jesuítas, en esa presunción
de superioridad? ¿No nos aprovechamos, llegado el caso, de lo que
prácticamente es un privilegio cuando lo que de nosotros se esperaba
era un ejemplo de lo contrario?

Testimonio de pobreza en el apostolado intelectual

El tema que tratamos no queda al margen de esa profesión de


pobreza que la Congregación General quiere que vivamos con mayor
perfección. Las dimensiones de la pobreza no son materiales solamente.
O, si se prefiere, existe también una pobreza de espíritu que es el tener
que poner a disposición de todos cuanto hemos rcibido: exigencia de
modestia, de colaboración, de generosidad en comunicar nuestro saber,
de acoger a los pequeños.
Por otra parte, según la Congregación General XXXII "la solida-
ridad con los hombres que llevan una vida difícil y son colectivamente
oprimidos no puede ser asunto solamente de algunos jesuítas". Apli-
cándolo a nuestro caso: incumbe también a los que se dedican al apos-
a
PARTE 1 . / n.° 17 219

tolado intelectual. Quizá no sean ellos quienes tengan que "participar


más de cerca la suerte de las familias de ingresos modestos", aunque no
faltarán quienes se sientan inspirados a hacer compatible esa participa-
ción y una vida de intenso trabajo intelectual. Yo querría animarlos a
descubrir ese nuevo estilo de compromiso apostólico intelectual. Pero a
todos los jesuítas intelectuales, como a todos los demás, afecta al me-
nos el llamamiento a una conversión de su estilo o modo de vida. Aun
reconociendo las legítimas necesidades del trabajo propio de un inte-
lectual, no hay por qué vivir en todo como aquellos con quienes trabaja-
mos. No faltan intelectuales, de credos muy diferentes, que lejos de
comportarse como gente de recursos, dan en esto un magnífico ejem-
plo. Y nosotros, jesuítas, ansiosos de identificarnos con el "Cristo pobre
que se identificó con los desposeídos" (d. 4, n. 48), ¿podremos que-
darnos atrás?
Un testimonio de pobreza adaptado a las circunstancias es no sólo
posible, sino necesario en el apostolado intelectual.

Fidelidad a las motivaciones evangélicas y apostólicas de nuestro


compromiso intelectual

Finalmente, somos religiosos apóstoles y, muchos de nosotros,


sacerdotes. Es este título de apóstoles y sacerdotes, como he dicho, el
que justifica nuestro acceso a la investigación, a la ciencia como pro-
fesión, a la enseñanza superior o a cualquiera otra forma de servicio
apostólico en el mundo intelectual. Pero no basta que sea bueno el
punto de arranque. Es menester mantener ese equilibrio vivencial a lo
largo del tiempo.
Los que se dedican al apostolado intelectual, siguiendo en ello el
consejo de la Congregación General XXXI, deben "guardarse de la ten-
tación de creer que servirían a Dios de modo más adecuado en otras
ocupaciones aparentemente más pastorales" (d. 29, n. 2). Por eso no
deben permitir que tras unos pocos años de trabajo científico otros mi-
nisterios más atrayentes bajo algunos puntos de vista, vayan absorbién-
dolos con merma de su dedicación intelectual. Y por otra parte, por
fidelidad a este mismo compromiso, deben mantener viva con no menos
claridad, en su mente y en su corazón, la motivación expresamente evan-
gélica y apostólica por la que lo aceptaron.
Y ahora preguntémonos: ¿es posible que, arrastrados por la co-
rriente de la vida y abandonado el frecuente repaso de la historia de la
propia vocación, nuestra existencia se haya ido reduciendo a un profe-
sionalismo de la investigación o cualquiera otra tarea intelectual que ya
no tiene que ver nada con el servicio del evangelio y que, para nosotros
mismos y para los demás se ha vaciado de su contenido apostólico?
En caso afirmativo, seamos conscientes de que, a menos que se produzca
una realimentación de motivos en las fuentes iniciales de nuestro com-
promiso, ponemos en peligro nuestra vocación y, en todo caso, corre-
mos el riesgo de hacernos apostólicamente estériles. Este esfuerzo de
220 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

reempalmar con los orígenes ha de ser periódico, frecuente, incluso cons-


tante, como se ve en los ejemplos, antiguos y modernos, de jesuítas
científicos o intelectuales universalmente reconocidos como apóstoles.
Concretamente: es indispensable que cada uno haya logrado y
renueve sin cesar, de un modo muy personal, la integración de su acti-
vidad intelectual a su sacerdocio. Lejos de cualquier dicotomía interna,
el sacerdocio debe vivificar nuestra vida intelectual incluso cuando ésta
revista apariencias secularizadas en algunos aspectos.

Permanecer como "enviados en misión"

Como jesuítas, somos "hombres en misión" (d. 2, n. 14). Esta


nota esencial vale para el apostolado intelectual lo mismo que para
cualquiera otra forma de misión. También esta realidad corre peligro
de verse erosionada por los años si no estamos muy en guardia. Ahora
bien, un jesuita, por muy grande que sea su prestigio intelectual, por
muy altos que sean los puestos que ocupe en el mundo científico o uni-
versitario, nunca debe perder la virtud de dejarse guiar. Por inmerso
que esté en una tarea que parece exigirle toda su vida, tiene que mante-
nerse disponible. Aceptemos todos con sencillez la voz de alerta de la
Congregación General XXXII cuando insiste tan enérgicamente en el
sentido de misión.

Integrados en el cuerpo de la Compañía

Quiero poner más de relieve aún el que la última Congregación


nos ha situado de nuevo en un contexto de "misión" en cuanto cuerpo
apostólico. Con ello exige la integración del trabajo de todos y, consi-
guientemente, del apostolado intelectual bajo cualquier modalidad en
el cuadro apostólico de la Provincia o, en todo caso, en el marco de
la universal Compañía. Eso supone que todos, ocupados en actividades
muy diversas, arriman el hombro a la carga común y se someten a la
deliberación común en que se fijan y se articulan los compromisos apos-
tólicos bajo la responsabilidad del superior.

Caso del apostolado intelectual más personalizado

Lo dicho es tanto más importante en cuanto algunos tendrán que


desarrollar un apostolado intelectual en solitario, fuera de los centros
de la Compañía. Ese tipo de apostolado puede responder perfectamente
a nuestra vocación y a veces puede ser el único camino de acceso a
determinadas especialidades. En ocasiones será indispensable para es-
tablecer contacto entre la Iglesia y esos medios. Sin embargo, es nece-
sario que destinos de ese tipo se den solamente tras un auténtico discer-
nimiento espiritual del interesado y de sus propios superiores y que
PARTE 1.» / n » 17 221

éstos tengan en cuenta, al elegir a los que se proponen enviar, las rele-
vantes dotes humanas y religiosas que para ello se necesitan. Es induda-
ble que antes de multiplicar tales misiones a nivel de Provincia, se debe
comparar con toda atención su valor apostólico en esas circunstancias
concretas con las posibilidades apostólicas que ofrecen los centros de
la Compañía. Hoy como ayer, más de un criterio de los señalados por
las Constituciones para la selección de ministerios, están a favor de
centros estables, que tengan gran radio de influencia y en los que se
trabaje en equipo. También el Papa nos recordó el valor de las Univer-
sidades Católicas (3).
De todos modos, los que reciben la misión de trabajar intelectual-
mente en una modalidad más personalizada, no pueden quedar margi-
nados de la Provincia, ni por culpa de ellos ni por culpa de la Pro-
vincia. El Provincial debe dedicarles especial atención, sobre todo en
los primeros años de ese ministerio. Debe quedar bien claro que su tra-
bajo es contribución que se integra en el esfuerzo común. Para ello
debe haber contactos frecuentes, conocimiento mutuo y profundo, par-
ticipación en el discernimiento común. Menos aún, habrán de quedar
aislados en el seno de la comunidad.

Fidelidad a la Iglesia que da la misión

Somos "hombres de misión", pero misión de Iglesia, se entiende,


aunque sean los Superiores de la Compañía los que envían. He citado
más arriba las palabras de Pablo VI sobre nuestra Compañía llamán-
donos "enviados de Iglesia" y aplicando muy especialmente este cali-
ficativo, aunque no en exclusiva, a las empresas de nuestro apostolado
intelectual. Esto conlleva el que un jesuita intelectual, especialmente si se
ocupa de la Teología, debe tener en el ejercicio de su justa libertad de
investigación un fino sentido de su responsabilidad de ser fiel a la
Iglesia y conducirse en la práctica con responsabilidad. Este fue otro de
los puntos que recalcó la Congregación General XXXII.

Equilibrio entre vida religiosa y sacerdotal

Unas palabras finales sobre el punto, ya tratado, del equilibrio


entre nuestra vida religiosa y sacerdotal en que debemos progresar.
Los que son sacerdotes, decía la Congregación XXXI, "deben perma-
necer asociados a todos los demás sacerdotes en la unidad del sacerdo-
cio ministerial para el servicio de los hombres" (d. 23, n. 12). Teniendo
en cuenta que también hay Hermanos que ejercitan el apostolado inte-
lectual y Escolares que hacen en él sus primeras armas antes de llegar
a las órdenes, quiero precisar que la misma recomendación vale para

(3) Alocución a los Presidentes de Universidades de la Compañía, el 6 de


agosto de 1975.
222 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

dios: unión estrecha con todos los que laboran en el apostolado de


la Iglesia.
Quiero deciros una cosa que enseña la experiencia: el que progre-
sa en su vida intelectual (de variedad profana o no profana) sin pro-
gresar simultáneamente en la profundización de su fe, se pone en pe-
ligro. Y de la misma manera, sin que pueda haber regla general dada,
la diversidad de necesidades y circunstancias, el mantenimiento del equi-
librio de la vida sacerdotal del jesuita intelectual exigirá con frecuencia
que tome alguna parte en un ministerio pastoral más directo o entre los
más pobres.
Finalmente, su vida ha de estar centrada siempre y de manera clara
en la Eucaristía, sacramento en que se consuma la transformación del
mundo a la que pretendemos colaborar tanto por la ciencia como a tra-
vés de la acción (4).

Conclusión

En resumen: no es éste el momento de aflojar el compromiso de


la Compañía en el apostolado intelectual. Ni lo fue después de la Congre-
gación General XXXI ni lo es después de la XXXII. Pero sí es el
momento de discernir nuevos campos de aplicación de este apostolado.
Es el momento de darle un estilo nuevo en armonía con las exigencias
de fe y justicia confirmadas por la última Congregación. Es hora de
superar los individualismos aislados. Es el momento de las obras inter-
disciplinares y de la integración apostólica de todas nuestras tareas. Y
añadiré que es también el momento de renovar la "misión", y el sentido
de la misión.
Para concluir, pido a los Provinciales que a la hora de planificar
los ministerios cara al futuro, tengan muy en cuenta el apostolado in-
telectual.
Pido también a los jóvenes jesuítas con cualidades para ello que
se muestren disponibles y se sometan de buen grado a esa lenta prepa-
ración que sólo fructifica a largo plazo, prontos a abrazar una vida de
paciencia y, sobre todo, de fe. Que los responsables de la formación los
apoyen y acompañen en ese esfuerzo.
Y por último, a todos aquellos que ya hace años apostaron su vida
a este apostolado y en él la consumen investigando, enseñando, o en
cualquiera otra forma de presencia entre los intelectuales, les pido que
vuelvan los ojos a las fuentes de su compromiso; que descubran otra
vez las motivaciones de entonces, si fuese necesario, y que logren ese
estilo nuevo de apostolado intelectual que quiere la Congregación Ge-
neral XXXII. Y si las incomprensiones les hubiesen sumido en la amar-
gura, busquen en el Señor la fuerza para superarla animados por el
aliento apostólico de la última Congregación. Renovándose así, a partir
de la propia vocación, su abnegada vida, encauzada ya en esa línea

(4) Cfr. C G . X X X I , d. 23, n. 12; C G . XXXJJ, d. 11, n. 35.


PARTE 1.» / n.° 17 223

sin posibilidad de retorno, adquirirá nueva fecundidad. Será un valioso


ejemplo y el aliento que necesitan los jóvenes para embarcarse en una
vida cuya austeridad no se les oculta. Pero el mejor ejemplo será siem­
pre el de una fraterna unión con los demás jesuitas de la Provincia que
se ocupan en otros apostolados y se mueven en medios diferentes.
Doy la última mano a esta carta en el momento en que el mundo
entero se dispone a celebrar la Navidad. Que el Verbo de Dios nacido
entre los hombres sea la verdadera luz que ilumina nuestro trabajo, la
Sabiduría que guía nuestra palabra, la presencia que habita en nuestro
corazón
18. Algunas directrices sobre el apostolado

parroquial (8. XII. 79)

En la carta de presentación que acompañaba a este do-


cumento, el Secretario General de la Compañía ponía en
claro el sentido de las directrices aprobadas por el P. Ge-
neral. Nada de un tratado completo sobre apostolado parro-
quial ni un reglamento acerca de este ministerio. El P. Ge-
neral solamente ha creído oportuno y conveniente compartir
sus reflexiones y las de sus Consejeros sobre este apostolado
con los Superiores Mayores. Reflexiones y orientaciones que
puedan, como se dice en la introducción del documento
mismo, ayudarles a discernir cuándo y cómo pueden acep-
tar nuevas parroquias en sus Provincias; a mejorar la cali-
dad de nuestros trabajos en las parroquias a nuestro cargo
y a atender a los jesuitas de la tercera edad que, cada vez
más numerosos, trabajan como párrocos o coadjutores a
título personal en parroquias no confiadas a la Compañía.
Dos advertencias preceden al desarrollo concreto de los
a
puntos, a saber: 1. ) La importancia y las dificultades del
trabajo parroquial nos obligan hoy a no aceptarlas si no
a
es con gran sentido de responsabilidad. 2. ) No se ha de
confiar su dirección si no es a religiosos especialmente
bien formados y capacitados.

1. El Decreto de la Congregación General XXXI que trata de la


aceptación de las parroquias introdujo un cambio real en la actitud de
la Compañía ante el apostolado parroquial (d. 27, III, 10; Comp. Iur.
442). De ello se sigue que los Provinciales hayan pedido con frecuencia
unas directrices más actuales en esta materia. Sobre el mismo tema,
ocho Postulados, que procedían de seis diversas Asistencias, fueron pre-
sentados al P. General por las Congregaciones Provinciales de 1978.
a
PARTE 1 . / n.° 18 225

Parece, pues, oportuno ofrecer a los Provinciales algunas indicacio-


nes que les puedan ayudar: d) a discernir cuándo y cómo pueden acep-
tar nuevas parroquias en su Provincia; ó) a mejorar la calidad de nues-
tro trabajo en las parroquias a nuestro cargo; c) a atender a los jesuítas
de la tercera edad que, cada vez más numerosos, trabajan como párrocos
o coadjutores, a título personal, en las parroquias no confiadas a la
Compañía.

2. A pesar de la dificultad que se presenta en dar unas directrices


que sean válidas para toda la Compañía sobre estos puntos, algunos prin-
cipios generales pueden ayudar para organizar mejor este apostolado,
nuevo en muchas Provincias. Los Provinciales que quieran servirse de
ellos, darán, sin duda, orientaciones más detalladas que se adapten a las
particulares circunstancias de sus Provincias.
Como regla general téngase presente que: a) la importancia y las
dificultades del trabajo parroquial nos obligan hoy a no aceptarlo si no
es con un gran sentido de responsabilidad; b) no se ha de confiar su
dirección si no es a religiosos especialmente bien formados y capacitados
en pastoral, catcquesis, liturgia, homilética, etc.

I. ¿Cuándo y en qué condiciones podemos aceptar Parroquias?

3. Releamos el texto del Decreto 27, III, 10, 1.° y 2.°, de la CG. 31:

— Nuestra Compañía abraza gustosamente la voluntad de la Igle-


sia, expresada en el Concilio Vaticano II, de que los religiosos,
llamados por el Obispo, conforme a las necesidades, 'se dedi-
quen a ayudar en diversos ministerios pastorales 'sin excluir las
parroquias.

— "Ya no debe decirse que en general el cuidado parroquial de


las almas es contrario a los principios de las Constituciones,
después que se ha cambiado recientemente la disciplina de la
Iglesia acerca de las parroquias confiadas a los religiosos".

— "Sin embargo, a causa de la importancia del asunto, es compe-


tencia del Prepósito General juzgar, a la vista de todas las
circunstancias, si deben ser admitidas o dejadas algunas pa-
rroquias. Los textos de los acuerdos con los Ordinarios sobre
las parroquias deben ser aprobados por el P. General".

4. En efecto, hasta la CG. 31, la Compañía no aceptaba sino muy


pocas parroquias —a excepción de los países de misión y, en éstos,
durante el tiempo de su primera evangelización—. El apostolado parro-
quial era considerado como poco conforme con la movilidad y disponi-
bilidad, tan esenciales a la vocación de la Compañía para "todo ser-
vicio" de la Iglesia universal.
226 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Las parroquias podían en otros tiempos entorpecer esta movilidad


y disponibilidad. Hoy, al contrario, la puerta para el apostolado parro-
quial está abierta. No se puede decir, sin embargo, que esté del todo
abierta ya que el Decreto de la CG. 31 reserva al P. General la facultad
de aceptar las parroquias.

5. Precisamente "a causa de la importancia del asunto", el Pro-


vincial ha de tener sólidas razones para presentar al P. General la acep-
tación de una parroquia:
— No ha de condescender con excesiva facilidad a la petición de
un Obispo.
— Ante todo ha de considerar las mayores necesidades objetivas
de la región.
— Ha de tener más en cuenta los programas apostólicos elabo-
rados por la Conferencia Episcopal para todo el país que las
peticiones de éste o de aquel Obispo.

Es necesario también que el trabajo apostólico de la parroquia de


que se trate pueda responder a las prioridades de la Compañía, espe-
cialmente a las expresadas en el Decreto 4.° de la CG. 32.
En fin, han de considerarse también nuestras posibilidades en un
momento en que faltan, a veces, sujetos capaces para continuar o des-
arrollar otras actividades apostólicas propias de la Compañía.
6. Teniendo en cuenta estos aspectos, puede parecer muy deseable
la aceptación de ésta o de aquella parroquia; pero si nos responsabi-
lizamos de ellas, es esencial que este apostolado esté bien integrado en el
programa apostólico de la Provincia.
7. Por ello, allí donde, por motivos históricos, la Compañía ha
asumido la responsabilidad de muchas parroquias ...y surgen nuevas
necesidades apostólicas, habrá que planificar, en cuanto sea posible, una
renuncia programada de este apostolado parroquial muy desarrollado
que debería confiarse, prioritariamente, al clero secular.
8. Ya que el Decreto de la CG. 31 reserva al P. General tanto la
aceptación de las parroquias como la aprobación de los relativos con-
tratos, los Provinciales no han de esperar hasta al última fase de la
negociación con los Obispos; al contrario, deben someter el problema
al P. General desde el principio, con las razones en pro y en contra, y
no seguir adelante hasta que el P. General haya manifestado su consen-
timiento. Han de enviarle también el "proyecto de contrato" antes de que
sea firmado.

Aun en los casos de jesuitas que han sido nombrados párrocos o


coadjutores a título personal, han de hacer un contrato con el Obispo;
pero estos contratos, a diferencia de los que tratan de la aceptación de
las parroquias, no han de someterse a la aprobación del P. General.
PARTE 1.» / n.« 18 227

II. Cómo mejorar la calidad de nuestro trabajo en


nuestras parroquias

9. En ciertas regiones, el ministerio parroquial es el único medio


de inserción de la Compañía en el apostolado espiritual de la diócesis.
Esto trae consigo, como les ocurre a otros sacerdotes, que los jesuitas
que trabajan en parroquias, deban seguir fielmente las directrices pas-
torales del Ordinario del lugar.
10. La parroquia es un apostolado muy válido en el mundo de
hoy y ofrece grandes posibilidades. Para ello no basta que sea un lugar
de administración de los sacramentos para un pequeño número de bue-
nos cristianos. La parroquia debe ser un centro donde se predica y se
profundiza la Palabra de Dios, donde uno se abre a los problemas so-
ciales, económicos y culturales de la zona; deben ser también un lugar
de encuentro para todo el pueblo y de atención a todos y muy especial-
mente a los pobres, los obreros, los marginados, los no creyentes y to-
dos los que están lejos de la Iglesia. La parroquia ofrece frecuentes oca-
siones para realizar ese servicio de la fe y la promoción de la justicia
que nos pide el Decreto 4." de la CG. 32.

11. Como consecuencia de los cambios culturales, las parroquias


clásicas, "geográficas" no responden ya siempre con exactitud a todas
las exigencias actuales. Los jesuitas, comprometidos en el apostolado
parroquial, deben dar prueba de su creatividad. Bajo la dirección de los
Ordinarios, se esforzarán por animar, según las necesidades, grupos de
nuevo estilo, por ejemplo, "comunidades de base" que reúnen personas
de una misma categoría social o de una misma profesión, así como otras
nuevas formas experimentales de pastoral. Además, para responder a los
numerosos y rápidos cambios de hoy día, las parroquias -deben revisar,
evaluar y adaptar sin cesar sus métodos de apostolado. Por lo tanto,
será muy útil que los jesuitas que trabajan en las parroquias de una
misma región, de una misma Provincia y aun de una misma Asistencia,
tengan encuentros de vez en cuando dedicados a revisar su trabajo pa-
rroquial. Ojalá que nuestras parroquias, en cuanto sea posible, se con-
viertas en parroquias modelo.

12. Debemos también dar a la parroquia una dimensión misione-


ra, haciendo que sea una comunidad orientada hacia la misión no sólo
en el ámbito de la parroquia misma, sino también más allá de sus pro-
pios límites. Habrá que buscar una dimensión de universalidad, puesto
que a menudo la parroquia tiende a replegarse sobre sí misma. Habrá
finalmente que hacerla sensible a las necesidades humanas y cristianas
más allá de sus fronteras.

13. Según las enseñanzas del Vaticano II debemos comprender la


importancia de la actividad de los seglares para las comunidades cristia-
nas. Sin ellos, el apostolado de los pastores no alcanza su plena eficacia.
Debemos esforzarnos en hacerles comprender a todos los feligreses su
228 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

vocación al apostolado que nace de su misma vocación cristiana, en


promover el diálogo con los laicos y facilitarles el ejercicio de los va-
riados apostolados a los que pueden dedicarse en la parroquia.

14. Siguiendo fielmente las directrices del Ordinario del lugar y


evitando aparecer como los que quieren dar lecciones a los demás, los
jesuitas que trabajan en las parroquias, las dirigirán según el "modo
nuestro de proceder" y los criterios más típicos de la Compañía (cristo-
centrismo, universalidad, gratuidad, aspiración al "magis" ignaciano,
discernimiento, etc.). Deben usar, según las necesidades y en cuanto
la prudencia lo permita, los métodos más propios de la Compañía y los
medios que aprendieron durante su formación y conocen a menudo me-
jor que los demás: Ejercicios, Comunidades ¿e Vida Cristiana, Apos-
tolado de la Oración, etc. Conviene utilizar las posibilidades que nos da
la redacción del contrato con el Ordinario para hacer figurar en él
nuestros criterios apostólicos característicos y para obtener una justa
libertad de acción según los principios de las últimas Congregaciones
Generales.

15. Debemos recordar que como religiosos y jesuitas, podemos


hacer un servicio no sólo a la comunidad parroquial, sino también a
otros sacerdotes comprometidos en el apostolado parroquial de la re-
gión, por el testimonio de nuestra disponibilidad, por el desarrollo del
sentido comunitario ya que nuestra experiencia de vida comunitaria
nos ayuda a comprender e iluminar los problemas de vida en común
y de relaciones interpersonales en el seno de la comunidad parroquial, por
e! servicio de unión y de acogida que podemos ofrecer al clero secular
(sería de desear que nuestras casas estuvieran a disposición de los sacer-
dotes de otras parroquias para reuniones, tiempos de vida consagrada,
de comunión con Dios y de servicio de los hombres). Abierta a otros
sacerdotes la casa parroquial debe estar también abierta a los otros
miembros de la parroquia, sin perjuicio de la independencia necesaria
para la vida de una comunidad jesuítica.

16. Aprovechemos cualquier posibilidad para desarrollar el mi-


nisterio de los seglares Trabajemos de modo que resulte luego fácil el
que otros nos releven en la responsabilidad de nuestras parroquias (cle-
ro secular, otros religiosos, seglares formados), de modo que quedemos
disponibles para empezar otro trabajo donde sea más difícil, solucio-
nando de esta manera el abandono de parroquias donde, después de
alguna experiencia, resulte que la Compañía no puede ofrecer en ellas
un servicio cualificado. Por consiguiente en los contratos, siempre que
esto sea posible, se habrán de indicar los límites temporales de validez
aun para aquellos casos en que, llegado el momento, difícilmente acep-
tará el Obispo que abandonemos la parroquia al expirar el contrato.

17. De cuanto precede resulta claro que quienes estén dispuestos


a trabajar en parroquias habrán de poseer grandes cualidades: celo
PARTE 1.» / n.° 18 229

apostólico ardiente, auténtica creatividad, relaciones humanas fáciles,


buen sentido de organización. Antes de aceptar parroquias el Provincial
habrá de asegurarse de que hay en su Provincia hombres dotados de
estas aptitudes. El hecho de no encontrarse fácilmente tales hombres, o
de que no estén disponibles, es buena razón para abstenerse. En aque-
llas Provincias en las que se han aceptado ya parroquias, el Provincial
habrá de velar por la preparación y especialización de jóvenes con mi-
ras a este apostolado, ya desde el noviciado: una formación pastoral
apropiada y experiencias de trabajo parroquial. Pensará igualmente en
el modo de dar a quienes trabajan en las parroquias la mejor formación
permanente posible que les capacite para aprovechar los métodos apos-
tólicos más eficaces.

III El caso de jesuitas que individualmente trabajan en parroquias


no confiadas a la Compañía

18. Hoy no pocos de los Nuestros, sobre todo en el sector del


apostolado educativo, se ven obligados a jubilarse a una edad determi-
nada por la legislación civil. Muchos de ellos se encuentran todavía
en buen estado de salud y son capaces incluso de emprender una se-
gunda carrera apostólica. Este fenómeno totalmente nuevo ha contri-
buido a hacer subir el número de jesuítas-párrocos a título personal, o
jesuitas coadjutores en parroquias no confiadas a la Compañía, y en la
mayoría de los casos se trata de un buen servicio apostólico.

19. Resulta por consiguiente importante que el Provincial tenga


un programa de conjunto para el empleo de estos jesuitas de la tercera
edad, y vigile con suficiente previsión, antes de la hora del retiro, para
que lleguen preparados a esta segunda carrera, ya que; efectivamente,
a un buen número de estos jesuitas se les podrá encontrar ocupación
en los varios apostolados de la Provincia, a condición de que lleguen con
una preparación adecuada. El Provincial por consiguiente habrá de
prever, en cuanto sea posible, la creación de puestos conformes a los di-
versos gustos y cualificaciones, y ofrecerlos a los Padres antes de que
se le eche encima la edad de la jubilación. El trabajar como párrocos
o coadjutores a título personal en una parroquia no de jesuitas serán una
de las posibles formas de segunda carrera, pero no es la única. Por
otro lado, en un género muy cercano al trabajo parroquial, habrán de
tenerse presentes los puestos de capellanes, particularmente en hospitales
y cárceles, plenamente conformes a la tradición de la Compañía.

20. Quienes prefieren trabajar a título individual en parroquias


no confiadas a la Compañía, no habrán de negociar por sí mismos el
contrato que les atañe; esa tramitación habrá de hacerse entre el Obispo
y la Compañía. Así, los Nuestros que van a trabajar en parroquias re-
cibirán, como cualquier otro jesuita, una auténtica misión y quedarán
dentro del cuerpo apostólico de la Compañía. Este lazo de pertenencia
230 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

es esencial para todo jesuita, pero es particularmente importante para


aquellos que al vivir en dispersión y aislados, trabajan y viven fuera de
nuestras casas.

21. El Provincial debe mantener abierta una peculiar solicitud


por estos jesuitas aislados que trabajan en parroquias no de jesuitas.
Velará, por consiguiente, a fin de que queden de verdad vinculados a al-
guna comunidad, o que al menos constituyan entre ellos una "communi-
tas ad dispersionem" con Superior propio y con reuniones regulares, con
miras a la ayuda mutua y a la garantía de su identidad jesuítica. El
Superior les visitará en sus propias parroquias y tendrá cuidado de
velar por su salud, por su situación económica y por su vida espiri-
tual, especialmente en los problemas que ocurran en un ambiente de
inserción parroquial. En algunas naciones, en parroquias confiadas a
la Compañía, existen jesuitas aislados y solos que deberán ser objeto
de cuidados especiales por parte de los Superiores.
19. Notas sobre el modo de dar los Ejercicios

hoy (Vi. 7 8 )

Soy consciente de que en lugar del documento que


ofrezco se hubieran podido seleccionar otros, más amplios
por su desarrollo y de mayor altura científica.
La razón de haber seguido otra vía se debe al tono mis-
mo del documento: sencillo, espontáneo, práctico y expues-
to con toda sinceridad, propia de quien habla desde la pro-
pia experiencia. Es un diálogo con los promotores de Ejer-
cicios de las Provincias de Europa.
Todo esto tiene valor estimulante para quienes directa-
mente se ocupan de este ministerio preferente de la Com-
pañía.

Quiero comenzar por exponeros alguna que otra reacción que se


me ha ocurrido, mientras os escuchaba.

A) Ejercicios y promoción de la justicia

Primeramente, a propósito de lo que se ha dicho acerca de la re-


lación entre los Ejercicios y la promoción de la justicia, creo que es
muy importante la manera de hacer y de dar los Ejercicios; pero que el
problema se debe presentar de un modo concreto, sobre todo en el mo-
mento de la elección. El ejercitante, hace algún tiempo, no hacía de la
justicia sino un problema de su vida personal. Por ejemplo, cuando le
dábamos los ejercicios a un industrial o a una persona de posición im-
portante, le hablábamos frecuentemente de la limosna y le comprometía-
mos a dar alguna cantidad para las obras de apostolado. Estaba muy bien.
Pero hoy esto no bastaría: debemos ayudarle a reflexionar sobre la ma-
nera con que ha ganado su dinero. Esto no es más que un ejemplo para
decir que es preciso pensar en la situación de injusticia en que viví-
232 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

mos. Y si queremos trabajar eficazmente por la justicia, la primera cosa


que debemos hacer es la conversión del corazón del hombre. Antes de
cambiar las estructuras, es preciso cambiar al hombre. Esta es nuestra
tarea a través de los Ejercicios: trabajar por una verdadera conversión.
Se necesita mucho valor para presentar el evangelio "sine glossa" con
todas sus exigencias. Ya me comprenderéis que el problema no consiste
en rehusar la limosna, sino en contribuir a la apertura del hombre al
sentido de la justicia: no que seamos capaces de cambiar las estructuras
actuales, sino para crear al menos una preocupación en las conciencias,
que lleve a la reflexión. Os invito a discutir este problema, que no po-
demos desconocer y que es por otra parte la clave para llegar a un
cambio de estructuras.

B) Experiencia de pobreza

Otro punto es la experiencia de pobreza que debe tener un director


de Ejercicios: creo que se trata de un punto importante. Tomemos con-
ciencia cada vez más de que si queremos que nuestra predicación y nues-
tra dirección espiritual sean creíbles, nuestra vida tiene que dar testi-
monio. Y la pobreza es un punto importante de nuestro testimonio.
Seamos conscientes de que tenemos una mentalidad "de clase", por
el hecho de que la mayor parte de los miembros de la Compañía per-
tenecen a familias de un cierto rango social y que por nuestros estudios
y formación pertenecemos nosotros mismos a una cierta clase social. De
manera que nuestras reacciones espontáneas corresponden a esta "forma
mentís". Pienso que es esto lo que habéis querido decir cuando habéis
afirmado que estamos "marcados" por nuestro género de vida y por
nuestra formación como pertenecientes a una clase determinada. Esto
que os digo no se refiere solamente a vosotros, sino de la misma manera
a los otros directores de Ejercicios a quienes vosotros representáis
aquí.
Una consideración importante es que la pobreza (aunque el argu-
mento exigiría un desarrollo más largo) no ha sido sólo un tema de la
predicación de Jesucristo. El "ha predicado a los pobres y en la po-
breza": "exinanivit", significa entre otras cosas que se hizo pobre
hasta la cruz. Esto es lo que no debemos olvidar nunca: no basta ha-
blar de la pobreza: hay que hablar "viviendo" en la pobreza.

C) Experiencia de vida

Otro punto interesante habéis tocado, que no debemos dar los Ejer-
cicios como meros aficionados, como teóricos, sino que debemos tener
una experiencia de vida de verdaderos especialistas, pero sin perder por
ello el contacto con la realidad. Para ello puede ser necesario algún
trabajo apostólico directo entre diferentes ambientes para conocer mejor
a la gente. No se trata sólo de un año sabático o de un tiempo de reci-
claje y de vida interior intensa, de altos estudios de teología. Me refiero
a
PARTE 1 . / n.° 19 233

más bien a una atención continua para ver lo que pasa a nuestro alre-
dedor, lo que pasa a los hombres. Solamente entonces podemos hablar
con un poco de experiencia.

D) Preparación de directores

Querría insistir de nuevo sobre la preparación de directores. Ade-


más de los conocimientos teóricos, teológicos, filosóficos, bíblicos, etc.,
es preciso que adquieran la ciencia de aceptar la fuerza, incluso sicoló-
gica, del proceso ignaciano. Pero más importante todavía, es preciso que
los hayan experimentado en sí mismos. Aconsejaría a todos los directores
que hagan de nuevo el mes de Ejercicios, para adquirir una profunda
experiencia de Dios. Como consecuencia inmediata, vivirán una vida
más evangélica y más entregada a los demás, en armonía con lo que
exigen los Ejercicios. Hasta recomendaría a los directores de Ejercicios
que vivan en una verdadera comunidad ignaciana, que se debe caracte-
rizar por su pobreza, su obediencia, su unión, en una palabra, por su
testimonio auténtico. No olvidemos que los ejercicios distinguen en se-
guida al director que posee una auténtica experiencia de Dios, que tiene
un amor personal a Cristo y que es un hombre de oración. Pienso que
esto es importante.

E) Métodos orientales

Otro punto es el recurso a los métodos orientales. Hay una gran


interrogación. Pienso que podemos sacar alguna cosa; pero que un
director de Ejercicios sacará poco a no ser que consagre mucho tiempo
a estudiarlos a fondo. Para aprender estos métodos es necesario tener
un estilo de vida diferente. Un barniz de "yoga" o de "zen" no puede
bastar. Es posible que el hecho de haber vivido tanto tiempo en el
Japón, me haga más excéptico. Yo he podido ver allí de cerca la utopía,
después de haber comprendido y experimentado que estos métodos es-
tán íntimamente unidos y enraizados en una cultura y en un modo de
vida muy distintos de los nuestros. Exigen una inculturación profunda
que es muy difícil y mucho más en Occidente... Estos métodos, no los
condeno y admito que desde el punto de vista sicológico pueden ser úti-
les. Lo que quiero decir es que para aplicarlos bien no pueden bastar
tres días, porque exigen años de preparación. Espero que me compren-
dáis. Se puede, pues, acudir a ellos si le ayudan a uno, pero sin exagera-
ciones.

F) Examen de conciencia

Otro punto, el examen de conciencia, que alguno ha definido como


examen de "con-sciencia" (de la conciencia de sí mismo). No lo niego.
Solamente que el examen de conciencia quiero recalcar que es una exi-
gencia en la Compañía. ¿Cuántos jesuitas hacen hoy el examen de con-
234 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ciencia? No lo sé, pero temo que muchos han abandonado el hacerlo


frecuentemente. No se trata solamente de retirarse durante dos cuartos
de hora. S. Ignacio lo hacía cada hora, viendo en él el ejercicio por
excelencia del discernimiento de espíritus, el medio de poner el cora-
zón en contacto con Dios. No se trata tanto de conocer nuestras faltas
cuanto de ponernos en estado de discernir en todo momento la voluntad
de Dios. El verdadero examen de conciencia debe ser la actitud cons-
tante de buscar la voluntad de Dios por un contacto ininterrumpido con
él; el examen de conciencia nos hace contemplativos en la acción. Nues-
tro espíritu de oración se renueva constantemente con su práctica. Y no
exige mucho tiempo. Pero además debemos esforzarnos en reservar un
tiempo formal para el examen. No olvidemos lo que decía S. Ignacio:
"Podrá faltar tiempo para la meditación, pero no para el examen".

G) Enseñar a dar los Ejercicios

Otro punto sobre el cual querría insistir es si conviene o no ense-


ñar a otros a dar los Ejercicios. Es interesante a este propósito ver cómo
se daban los Ejercicios al principio de la Compañía. Viendo que no
podemos darlos a todos por nosotros mismos, decía Laínez: "muchos
de los que los han hecho, los dan a otros, quién a diez, quién a catorce,
y cuando es cumplida una indada, comienzan otra..." (MI. Fontes I,
214). Hay que establecer prioridades. Por ejemplo, habéis hablado de
religiosas: está muy bien, hay que hacerlo. En este caso, ¿habéis pen-
eado cuál es la prioridad que debéis mantener en vuestro trabajo?
Hay que discernir bien. Hay otras personas que pueden tener mayor
necesidad de los Ejercicios. A vosotros os toca discernir. Una manera
de responder a todas las llamadas sería enseñar a otros sacerdotes, in-
cluso a las religiosas, a dar los Ejercicios. Esta fórmula sería para
vosotros un ministerio multiplicador. De hecho nos sucede que tenemos
que dar los Ejercicios a personas poco preparadas que, como diría S. Ig-
nacio, "no tienen subiecto" y no se sabe entonces si vale la pena o si
sería preferible aplicar nuestros esfuerzos a otra tarea más urgente.
A propósito de lo que conviene hacer con los ejercitantes después
de los Ejercicios, tengo poco que deciros. Vosotros tenéis más expe-
riencia. En muchos lugares las Ligas de Perseverancia han dado bue-
nos resultados, convocando a los ejercitantes una o varias veces al año
para renovar su experiencia espiritual. Ayudan en otras partes los días
de retiro, la dirección espiritual, los grupos de oración, el movimiento
larismático, etc.

H) Promotores de Ejercicios

Ahora yo querría hablaros de la importancia de vuestro cargo de


promotores de Ejercicios en vuestras Provincias. La Compañía se dedica
a su propia renovación y al servicio de la Iglesia hoy. Este es un obje-
PARTE 1.» / n.o 19 235

tivo difícil y tan exigente, que sólo los Ejercicios le permitirán con-
seguirlo. En ellos se encuentran los elementos necesarios para la reno-
vación que nos han pedido las Congregaciones Generales 31 y 32. Por-
que ésta no puede conseguirse más que por medio de aquella expe-
riencia profunda a la cual conducen los Ejercicios, por medio de una
comunicación con Dios al estilo de S. Ignacio. Tiene una gran impor-
tancia el modo con que los jesuitas hagan sus propios Ejercicios. En
esto, como sabéis la Compañía debe renovarse. Hace algunos años nos
amenazaba un grave peligro: algunos no hacían los Ejercicios, o al
menos los Ejercicios de S. Ignacio. Se los había sustituido por charlas
o discusiones. Hoy la situación ha mejorado. Como Promotores de Ejer-
cicios, esta debe ser una de vuestras primeras ocupaciones. Para la re-
novación de la Compañía no basta que los jesuitas sigan algunos cursos
de reciclaje, participen en grupos de discusión, en una dinámica de
grupo. Es necesario que se insista más sobre este tema.
Muchos decretos de la Congregación General 32, tales como el 2.°,
4.° y 11.° están fundados en los Ejercicios. Hay que buscar allí su punto
de apoyo.
Así el segundo decreto dice que el jeusita es un pecador llamado
a estar con Cristo, enviado en misión con un grupo de amigos en el
Señor, formando una comunidad en la dispersión, capaz de encontrar
a Dios en todas las cosas.
Para comprender bien las Congregaciones Generales 31 y 32, que
son la interpretación actual de nuestro Instituto, es preciso ir a las
raíces mismas de la espiritualidad de las Constituciones, los Ejercicios.
Por esto no dejo de decir y de repetir que si no nos renovamos por
medio de los Ejercicios, no seremos jamás la auténtica Compañía de
Jesús.
De aquí viene la importancia de la indiferencia. Estáien la base de
toda buena elección y sin ella el discernimiento, del que se habla tanto
hoy, no es posible. Una indiferencia activa, la del "magis" y la del amor
de Cristo que impulsa hasta la tercera manera de humildad. Esto es
esencial cuando se trata de hacer la evaluación de nuestros ministerios.
Esta indiferencia es indispensable para conservar este contacto con Dios,
que nos permite conocer su voluntad a propósito de nuestras priorida-
des apostólicas concretas. Hoy, cuando las cosas no se pueden regla-
mentar y fijar con anticipación, debe ser mayor nuestra responsabili-
dad apostólica, mayor nuestro discernimiento y en última instancia,
mayor nuestra indiferencia. Es ésta, según me parece, una de las in-
tuiciones más profundas de la Congregación General 32. No es posible
dar normas fijas para todos y para siempre en todo un mundo en
constante cambio, pero los principios no pueden cambiar. Sepamos man-
tenernos vigilantes a la escucha del Espíritu, con toda disponibilidad.
Esta actitud es la garantía de nuestra eficacia apostólica.
Todos estos elementos se encuentran en los Ejercicios. Y por con-
siguiente, si queremos profundizar los decretos de la Congregación Ge-
neral es indispensable que vivamos los Ejercicios.
236 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

I) Ejercicios y Decreto 4." de la CG. 32

Querría deciros una palabra especial a propósito del decreto cuar-


to. La "diakonía de la fe y la promoción de la justicia" objeto de este
decreto no es otra cosa que una nueva formulación del fin de la Com-
pañía: no se trata de un nuevo ministerio, sino de lo que S. Ignacio
llamaba "servir a la Iglesia, bajo el Romano Pontífice", o "la defensa
y propagación de la fe". Es esto lo que significa hoy la "diakonía" de
la fe y la "promoción de la justicia". Las palabras han cambiado, como
también las circunstancias, pero la Compañía y su finalidad no han
cambiado.
Por eso, cuando el decreto 4.° habla de la manera con que debemos
portarnos en la práctica, nos propone exactamente lo que hemos apren-
dido de los Ejercicios (nn. 76-77), es decir:

— La conversión: es el trabajo de todos los Ejercicios.


— La concientización: es la experiencia de la realidad, que nos
lleva a un cambio interior realista.
— La evaluación: que es la revisión y el examen de nuestro tra-
bajo apostólico para que sea eficaz.
— El discernimiento: con todas sus exigencias, como aparece en
los Ejercicios, sobre todo para la elección y en las reglas para
el discernimiento de los espíritus.
— Las prioridades, como criterios de elección.
— La formación permanente: para hacer de nosotros instrumen-
tos dóciles en las manos de Dios.

Termino dándoos las gracias por haber venido a Roma y habernos


dado una nueva esperanza: puesto que habéis asumido un cargo estra-
tégico en vuestras provincias, sed multiplicadores de un servicio a la
Compañía y a la Iglesia y comunicad a los directores de Ejercicios,
que deben ser a su vez "multiplicadores" del trabajo apostólico, ideas
nuevas y nuevos impulsos.
Estimo que vuestro trabajo de estos tres días es muy importante.
Gracias a todos. Os pido oraciones para que yo sea también "un mul-
tiplicador".
a
Sección 5.

"La comunidad jesuítica es una comunidad apostólica. Una comu-


nidad de hombres dispuestos a marchar a donde sean enviados" (CG.
XXXII, Decr. 2, 17).
"La comunidad jesuítica es asimismo una comunidad de discerni-
miento" (CG. XXXII, Decr. 2, 19).
"Esta comunidad es el Cuerpo total de la Compañía misma, por
muy dispersa que se encuentre a través del mundo" (CG. XXXII, Decr.
2, 16).

20. Sobre la disponibilidad (19-X-77).

21. Sobre el discernimiento espiritual comunitario (25-XII-71).

22. En respuesta a las cartas "ex offició" de 1972 (8-IX-72).


20. Sobre la disponibilidad (19. X . 7 7 )

Hace un año por estas fechas (1) os escribí urgiéndoos a integrar


con mayor dinamismo y exigencia vuestra vida espiritual y vuestra vida
apostólica. En nuestra espiritualidad, ambas se reclaman mutuamente y
activan sin cesar en nosotros una coherencia unificadora en nuestra vo-
cación de trabajar con todas nuestras fuerzas por el Reino del Señor.
Poco después pedí a los Superiores y Consultores que aprovechasen
la oportunidad de deber enviarme las cartas de oficio para que dialo-
gásemos sobre este tema. ¿Qué medios usáis o estáis buscando, para
promover con más eficacia esta interacción entre vida interior y activi-
dad apostólica y llegar a ser verdaderamente "contemplativos en la
acción i
El diálogo epistolar ha sido intenso. Vuestras cartas prueban que
comprendisteis la importancia de mis preguntas y que una respuesta de
meras palabras no sería suficiente: hay que provocar,, tanto a nivel
personal como comunitario, decisiones concretas, profundamente inte-
riorizadas, como corresponde a compañeros de Jesús, por muy difícil
que sea el puesto en que se encuentren.
Entre estas primeras reacciones no han faltado las de quienes tu-
vieron alguna dificultad para captar el sentido de aquella carta y se-
ñalaban los obstáculos y resistencias que deseaban superar. Otras res-
puestas me han hecho reflexionar. Todo ello me impulsa a responderos,
continuando nuestro diálogo, para sostener los esfuerzos hechos y ani-
maros a perseverar en ellos.
Para no frenar o distraer esos esfuerzos de cada uno de vosotros o
de vuestras comunidades, no abordaré en esta carta un tema nuevo.
Insistiré una vez más en el mismo punto y con el mismo método, si
bien desde un ángulo diferente, aunque íntimamente relacionado con él,
a saber: nuestra disponibilidad para la misión. Quizá al leer esta carta
algunos querrán repasar la precedente. Los temas de ambas, íntima-
mente trabados entre sí, afectan a actitudes fundamentales y necesarias

(1) Carta de 1 de noviembre de 1976 ( A R X V I , 944 ss.).


240 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA E N NUESTROS TIEMPOS

para que puedan lograrse en la Compañía los mejores frutos de las últi-
mas Congregaciones Generales.

La disponibilidad, actitud identificadora del contemplativo


en la acción

Me pregunto: ¿cómo podríamos saber inequívocamente si somos


hombres que han logrado su madurez (2) y unidad interior, realmente
integrados, para quienes toda experiencia de Dios es acción por los
demás y toda acción por los demás es tal que les revela al Padre y les
une a El más afectiva y comprometidamente?
Existe una manera de saberlo, y a ella nos remite frecuentemente
San Ignacio. Para él no somos el jesuita ideal si, sea cual sea nuestro
trabajo, no permanecemos consciente y gozosamente "disponibles",
"hombres para ser enviados". Y esto, en cualquier momento de nuestra
vida, incluso cuando con más entusiasmo estamos entregados a una
misión concreta.
Esa actitud es necesariamente el fruto de una acción purificadora y
liberadora del Espíritu que impulsa a quien la posee a buscar a Dios en
todas las cosas, a hacerse disponible, a ponerse, en expresión ignaciana,
"todo entero" a disposición de la divina voluntad. Es el modo típica-
mente ignaciano de afirmar el Absoluto de Dios y lo relativo de todo lo
demás (3). Es, sencillamente, creer.

Rasgo identificador del jesuita

Tocamos aquí el corazón de nuestra identidad y de lo que debe


especificar nuestra existencia como seguidores de Jesús, "el disponi-
ble" (4). Este es precisamente el rasgo que impresionó a Ignacio como
caracterizante del HIJO y del jesuita que cree en el Hijo, destinado a
reproducir hoy su imagen (5).
Solamente con esta disponibilidad radical puede uno afirmar y
vivir también su cualidad de "enviado" que asegura de modo permanen-
te la unidad de la persona y su identidad apostólica en cada momen-
to (6). Con toda razón, pues, la espiritualidad de Ignacio y de la Compa-

(2) 1 Cor 3, 2 ; 14, 20; Ef 4, 14-16; 1 Pet 2, 2.


(3) Ex. Spir. (234)
(4) Heb 10, 7.9.
(5) Rom 8, 29.
(6) Es todo el hombre, toda la persona la que es enviada. Nada de ella
se sustrae a la misión. Pero a la vez esta disponibilidad asegura también la unidad
histórica de la persona, pues se trata de una dinámica integradora del pasado y
del presente, y abierta siempre para asumir todas las exigencias apostólicas del
futuro, aunque lleve consigo precisamente la inseguridad humana, verdadera
contraprueba de nuestra confianza en el Dios cuya voluntad se nos manifiesta
en la nueva "misión" recibida o por recibir.
PARTE 1.» / n.° 20 241

nía gira en torno a este objetivo central: lograr este hombre disponible,
verdadero "hombre nuevo".
Este es el hombre que forman los Ejercicios, y el difícil ideal de
jesuita esbozado por San Ignacio en las Constituciones ( 7 ) : hombre
profundamente libre, abnegado y mortificado para "una más cierta di-
rección del Espíritu Santo" (8), "instrumento" disponible en las ma-
nos del Señor (9), y tanto más eficaz cuanto más disponible. Y es por
la aceptación de las mediaciones en la Iglesia —"el Vicario de Cris-
to" (10)— y en la Compañía —el Superior "en lugar de Cristo Nuestro
Señor" (11)— como, para San Ignacio, la disponibilidad al verdadero
mandante, el Señor, se hace para nosotros concreta y real. Lo cual no
implica ninguna pasividad, sino que, al contrario, exige la participación
activa y responsable tanto del que da como del que recibe la misión (12).
Por pertenecer a un cuerpo esencialmente en misión, disponible a
Cristo y su Vicario, y cuyo "principio y principal fundamento" (13) es
precisamente la prontitud total a obedecerle acerca de las misiones, es
claro que esta radical disponibilidad "nos funda" y constituye nuestra
identidad como jesuitas (14).
Pero no sólo interesa la disponibilidad individual de cada jesuita,
cualquiera que sea su grado o su función, sino también la disponibi-
lidad de la universal Compañía como cuerpo y de todas y cada una de
sus comunidades. Y esto supone la búsqueda, no sólo individualmente,
sino también en común, de la voluntad de Dios en un contexto de discer-
nimiento. Disponibilidad y discernimineto se necesitan mutuamente. Sin
indiferencia y disponibilidad no es posible el discernimiento, y sin dis-
cernimiento no es exigible la disponibilidad (15).

(7) V. gr. Const. 309, 516, 819...


(8) Form. Inst. 3 ; ver también A . Delchard, "La mortification continuelle",
Christus, n. 9, pp. 17-28.
(9) Const. 638; Cartas: a los PP. de Coimbra, 7 mayo 1547 Q3pp. 1, 503),
al P. Gerardo Kalkbrenner, 22 marzo 1555 03pp. 8, 584), al P. Juan Bautista de
Fermo (Epp. 11, 501-502), etc.
(10) Form. Inst. 1.
(11) Const. 84, 85, 286, 342, 547, 551, 552, 618, 627, 661, 765, etc.
(12) Nada sería más ajeno a la verdad que concebir esta disponibilidad
ignaciana como una actitud pasiva y alienante, de hombre deshumanizado o
instrumentalizado. Es por el contrario el gesto más personalizador, precisamente
por ser el que más identifica al hombre con Jesús, el "disponible" a la voluntad
del Padre. Razón esta que obliga a quien en cada ocasión ejerce la mediación de
concretizar el "envío" en nombre del Señor, a sentir su grande responsabilidad
de hacerse intérprete de la voluntad de Dios (Const. 618) y asumir la disponibili-
dad del subdito como algo sagrado.
(13) Declaraciones sobre misiones (años 1544-45), M I , III, I, 162.
(14) C. G. 32, dto. 2, 30-32.
(15) La disponibilidad de las comunidades no es el puro resultado de la
suma de las disponibilidades individuales de los miembros, aunque sea inconce-
bible e imposible sin éstas (C. G. 32, dto. 4, 69). Abarca también la intercomuni-
cación sincera de todos en la búsqueda de la voluntad del Señor y la aceptación
de las mediaciones humanas que nos ayuden a determinarla en cada momento a
la luz de esa búsqueda. Disponibilidad y discernimiento se necesitan mutua-
mente: El hombre internamente no-libre está condicionado e inhabilitado para
lograr una visión clara de la voluntad de Dios. El hombre que no ha hecho
242 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

La misma Iglesia hoy, por el Vicario de Cristo, nos ratifica la


disponibilidad como rasgo familiar original, irrenunciable: "su origi-
nalidad (de Ignacio) estaba, según nos parece, en haber intuido que los
tiempos reclamaban personas completamente disponibles, capaces de
separarse de todo y de seguir cualquier clase de misión que fuese indica-
da por el Papa y reclamada también a su juicio por el bien de la
Iglesia" (16).
Situaciones de verdadera revolución cultural, como la del tiempo
de Ignacio y como la presente, requieren comunidades disponibles y
hombres cuya integración personal no haya fraguado en falso ni admita
la más mínima fisura de egoísmo.

Inseparabilidad de integración y disponibilidad

Esta mística de Ignacio y de sus compañeros, este modo concreto


de actuar el Espíritu en ellos y en el cuerpo de la Compañía, nos lleva
a una sencilla conclusión ya apuntada más arriba: la auténtica expe-
riencia de Dios impulsa a realizar toda acción con la conciencia de que
es Dios mismo quien la quiere, la hace posible y la realiza (17). Y esta
misma conciencia nos pone entera y libremente —disponibles— en ma-
nos del Superior y convierte toda nuestra actividad en verdadera expe-
riencia espiritual.
Nuestra vida espiritual y apostólica es auténtica si nos libera más
y nos hace más disponibles, más "conformes al Hijo". Como decía el
P. Nadal, la oración propia de la Compañía nos inclina al ejercicio de
nuestra vocación y ministerio y, especialmente, a la obediencia perfecta
según nuestro Instituto (18). Por otra parte, sin una profunda expe-
riencia de Dios, sin una consciente identificación personal con Jesucris-
to (19) en nuestra vida y apostolado, seríamos incapaces de la dispo-
nibilidad que la Compañía nos exige. Y a su vez, nuestra disponibili-
dad total es la mejor oblación que podemos ofrecer a Dios, la disposi-
ción y el contexto ideal para toda oración y para todo apostolado (20).
Sorprende la insistencia y seguridad con que Ignacio vincula los
conceptos "instrumento" (disponibilidad) y "eficacia", y es en esta

el esfuerzo de discernir, esto es, no se ha hecho "disponible" al querer de


Dios buscándolo, mal puede invocar derecho ninguno a usar de la disponibilidad
de nadie para realizarlo. El error humano siempre posible en el mecanismo de la
obediencia —"aun en lo no bien mandado" (MI, Epp. 4, 676)— no invalida el
mérito de la acción cuando ambas disponibilidades han entrado en juego respon-
sablemente.
(16) C. G. 32. Allocutio S. Pont., p. 167.
(17) Fil 2, 13.
(18) "El sentimiento de la oración y afecto della que inclina a recogimiento
y solitud no necesaria, no paresce ser propia oración de la Compañía, sino aquel
que inclina al ejercicio de su vocación y ministerio y, especialmente, a la obedien-
cia perfecta según nuestro Instituto". (Monumenta Nadal IV, 673).
(19) Gal 2, 2 0 ; Fil 1, 21.
(20) Heb 10, 5 s.; Ex. Spir. (46).
PARTE 1.» / n.° 20 243

perspectiva donde Ignacio sitúa la experiencia de Dios. Precisamente por


esa experiencia, que pone al instrumento con Dios, el jesuita se trans-
forma en instrumento de Dios (21). Y esta teoría nuclear de Ignacio
está en la base de su propia experiencia personal y de su propia acción
de gobierno (22).

Viniendo a nuestra vida

Estamos, pues, entroncados en lo más puro de nuestra vocación


específica, si profundizamos mi carta del 1 de noviembre de 1976 y
avanzando en el proceso allí iniciado, nos disponemos con toda sinceri-
dad a darnos nuestra propia medida como compañeros de Jesús, mi-
diendo nuestra disponibilidad.
Os propongo que sigamos haciéndonos y respondiéndonos todos,
individual y comunitariamente, con toda sinceridad, por de pronto, las
preguntas que en aquella carta os proponía, si no os las habéis hecho
o no os las habéis respondido suficientemente. Y os invito a entrar
más en lo hondo, haciéndoos y respondiéndoos preguntas como las si-
guientes, todas ellas hechas ya por nuestra última Congregación Ge-
neral :

(21) Const. 813-14.


(22) Carta al P. Diego Mirón, 17 diciembre 1552 (Epp. 4, 561-62): "La
suma gracia y amor eterno de Cristo N . S. sea siempre en ayuda y favor nuestro.
Por la información que tengo del Dr. Torres, a quien envié en mi lugar a
visitaros en el Señor nuestro en ese reino, he entendido que hay falta notable
entre algunos, y no pocos, de los nuestros, en aquella virtud que más necesaria es,
y más esencial que ninguna otra en esta Compañía, y donde más encarecida-
mente en las bulas de nuestro Instituto por el Vicario de Cristo se nos enco-
mienda que procuremos señalarnos, que es el respeto, reverencia y obediencia
perfecta a los superiores, que tienen lugar en Cristo N . S., antes a su divina
majestad en ellos. : '
Y podéis pensar, de lo que tenéis entendido que yo debo y suelo desear
esta virtud en mis hermanos, cuánto contentamiento habré habido de entender,
que hay entre ellos quien sin acatamiento dice a su superior: N o me debíades
mandar esto, o no es bien que yo haga estotro; y quién no quiere hacer lo que
le es mandado; y quién en señales y obras muestra tan poca reverencia como a
lugarteniente de Cristo Nuestro Señor, y como a tal en todo humillarse ante su
divina majestad. Esta cosa me parece habrá ido tan adelante por culpa de alguno,
a quien tocaba remediar y no lo ha hecho. Dios N . S. le perdone. ¡Cuánto
fuera mejor apartar del cuerpo de la Compañía algún miembro estragado, y ase-
gurar los sanos, que dejar inficionar de tan grande mal otros muchos con el
ejemplo y conversación dellos! Otra vez he hecho escribir, como cosa que me
agradaba, cómo Mtro. Leonardo en Colonia había despedido nueve o diez, que
andaban mal, de una vez. Después el mesmo ha hecho otro tanto, y me ha
parecido bien asimesmo; aunque, si ocurriera al principio del mal, bastara por
ventura despedir uno o dos. Ahora, aunque tarde, se pone el remedio para allá.
Siempre es mejor que nunca.
Y o os mando a vos en virtud de santa obediencia que me hagáis observar
esto acerca della: Que si alguno hubiere, que no quiera obedeceros, no digo a
vos solamente, sino a cualquiera de los prepósitos o rectores locales que allá
haya, que hagáis de dos cosas una: o que le despidáis de la Compañía, o me lo
inviéis acá a Roma, si os pareciese tal subjecto, que con tal mutación se haya
de ayudar para ser verdadero siervo de Cristo nuestro Señor...".
244 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Preguntas para todos

1. ¿Estoy verdaderamente persuadido de que para la realización


de mi misión apostólica en el mundo de hoy es necesaria la disponibi-
lidad y de que "los medios que juntan al hombre con Dios y le dispo-
nen para que se rija bien de su divina mano, son más eficaces que los
que le disponen para con los hombres?" (23).
2. ¿Puedo decirme, de verdad, "disponible" en este momento para
cualquier destino, cualquier trabajo, en cualquier lugar —"siendo testi-
go del Evangelio en situaciones difíciles", perseverando con paciente fi-
delidad en la dureza de un trabajo monótono, o consagrado a "estudios
austeros y profundizados"— que en responsable ejercicio de obediencia
pueda hoy la Compañía, con todo derecho, señalarme como misión? (24).
3. ¿Estoy disponible para facilitar por mi parte mi propia trans-
parencia personal (25) como elemento imprescindible para la búsqueda
responsable de la voluntad de Dios en orden a una misión que com-
parto con otros y que, en definitiva, me es determinada por otros? ¿Qué
reservas pongo a esta necesaria transparencia?
4. ¿Me juzgo disponible a las últimas Congregaciones Generales
con sus directrices, sus exigencias de cambio de actitudes, sus priorida-
des apostólicas; disponible a los hombres y a los acontecimientos, pron-
to a escucharlos; disponible para "trabajar con los demás", "para des-
empeñar un papel subordinado, de apoyo, anónimo", para "aprender
a servir de aquellos mismos a quienes servimos?" (26).
5. ¿Estoy pronto —(San Ignacio llama "presteza" a la disponi-
bilidad)— a entrar en ese proceso de reflexión y revisión que quiere
de mí la Compañía y a colaborar activamente y de la manera más obje-
tiva posible en la evaluación de mi propio trabajo, del de la Comuni-
dad, el sector, la Provincia... a que pertenezco, y a hacer mías las
conclusiones? (27).
6. ¿Me considero disponible y me siento libre para evaluar la
institución o la obra en que trabajo, pronto a servir en ella o a dejarla,
según pareciere a la Compañía que es mayor servicio de Dios? (28).

Especialmente a los Superiores

7. ¿Me siento disponible, como Superior, para promover tal como


me encarga la Compañía, un amplio discernimiento sobre las necesida-

(23) Const. 813; C. G. 32, dto. 4, 12.


(24) Form. Inst. 3 ; C. G. 32, dto. 4, 35; Const. 603, 618.
(25) Const. 424.
(26) C. G. 32, dto. 2, 29-30.
(27) C. G. 32, dto. 4, 71-74, 76-77.
(28) C . G. 32, dto. 12, 9.
PARTE 1.» / n.° 20 245

dea apostólicas nuevas y sobre las posibilidades de cada uno y del con-
junto de la Comunidad, aportando el concurso de mi creatividad perso-
nal y de mi decisión responsable? (29).

8. ¿Estoy disponible, abierto, como Superior a considerar todo


impulso del Espíritu Santo venido a través de las iniciativas de la Co-
munidad o de la Provincia, o a través de las auténticas manifestaciones
del pueblo de Dios (30) y de sus legítimos Pastores (31)?

9. Antes de dar a un sujeto una misión nueva, ¿le he hablado


y esuchado y he tenido los informes necesarios para estar seguro de
que ese apostolado es realmente voluntad de Dios y de que el sujeto
tiene las cualidades y recursos apostólicos suficientes para él?

Indudablemente, estas preguntas no agotan todas las facetas de la


disponibilidad, pero pueden orientar y ayudar a medirla con realismo.
Fácilmente vosotros os formularéis otras más cercanas y concretas.

Urgencia de hacernos disponibles

En las respuestas a estas preguntas se revelará claramente nuestra


posición en puntos fundamentales de nuestra vida personal como jesui-
tas. Pues, al preguntarnos sobre nuestra "disponibilidad" incondicional,
como pide San Ignacio (32), estamos cuestionándonos sobre:

— Nuestra integración personal como "contemplativos en la ac-


• ' 99

cion .
— Nuestra inteligencia práctica de los conceptos ignacianos de mi-
sión y obediencia y su prioridad ante todo lo demás.
•— Nuestra "indiferencia" activa respecto a todo lo creado (sin
excluir nuestra actual labor apostólica y nuestras actitudes sub-
jetivas), que nos libere para poder tender al "magis" igna-
ciano.
— Nuestra confianza en la Providencia, al comprobar que pode-
mos perder toda seguridad humana (económica, social, cuidados
de salud, etc.).
•— El sentido profundo de nuestra pertenencia a la Compañía y
nuestra confianza en ella. Y, finalmente:
— Nuestra aceptación sincera y eficaz de las directrices pastorales
de la Iglesia y de las últimas CC. GG.

(29) C. G. 32, dto. 4, 42-45, 66-69.


(30) C. G. 32, dto. 4, 23.
(31) Form. Inst. 3 ; C. G. 32, dto. 3.
(32) Const. 606, 618, 619, 633.
246 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Cosa muy triste sería si no nos atreviésemos a hacernos estas pre-


guntas por temor a reacciones negativas o duras: me parece que son
cuestiones de tal importancia y que tocan tan vitalmente la esencia mis-
ma de la Compañía que concibió San Ignacio iluminado por el Espíritu,
que la mera existencia de ese temor sería ya un síntoma gravísimo y
una razón más para cuestionarnos y reflexionar seriamente delante del
Señor.
Una confrontación personal y comunitaria delante de Dios sobre
tan vitales cuestiones, sería el modo más eficaz de saber dónde estamos
en este proceso de "renovatio accommodata" y poder asegurar así la base
espiritual que nos permita sentirnos "capacitados para todas las misio-
nes, incluso las más arduas y lejanas, no sujetos a condiciones angostas
de tiempo y lugar, provistos de un respiro verdaderamente católico, uni-
versal" (33). Esos son precisamente los hombres que en este momento
de replanteamiento apostólico necesita la Compañía.
Es verdad que ciertas especializaciones o compromisos apostólicos
en obras de la Compañía y fuera de ella, pueden a veces condicionar o
disminuir indebidamente la movilidad individual y corporativa, tan ne-
cesaria en el apostolado de la Compañía en el mundo moderno. Los Su-
periores deberán tener esto en cuenta al asumir o mantener esa clase de
cbras o compromisos. En todo caso, este factor de la especialización y de
las instituciones, que no son más que medios, no debe mermar en lo
más mínimo la profunda y genuina "disponibilidad interior" de quienes
trabajan sirviéndose de ellas.
Llegar a cierto inmovilismo por falta de disponibilidad de los indi-
viduos, y el consiguiente temor de los Superiores a dar las "misiones"
que hoy exige nuestro apostolado, constituiría una gravísima lesión a
la raíz misma de nuestra vocación.
Recordaréis que en mi carta anterior os decía que la praxis es la
medida de nuestra sinceridad. Hoy, profundizando en esta verdad —y
no ha sido otro mi deseo en este diálogo anual con todos vosotros—
añadiría: "la disponibilidad ignaciana es garantía y 'conditio sine qua
non' de la praxis", de la única praxis salvadora que verdaderamente in-
teresa a la Compañía y a la Iglesia.

(33) C. G. 32, Allocutio S. Pont., p. 169.


21. Sobre el discernimiento espiritual comunitario

( . XII. x )
2 5 7

Ya San Ignacio quería que los Superiores, antes de tomar sus de-
cisiones, consultaran "con personas depuradas para consejo" (Const.
810) y dio por buena la sugerencia de Polanco: "cuanto más dificultad
sintieren, tanto con más personas o con todas las que se hallaren juntas
en la casa" (MI, ser. III, vol. I, págs. 218-19).
Ya la Congregación General XXXI ha subrayado la misma idea:
"Con facilidad y frecuencia los Superiores pidan consejo a sus herma-
nos y óiganles por separado o en grupo e incluso todos reunidos" (Decr.
17, n. 6; cfr. PC, 14).
En los tiempos actuales se destacan, de modo más señalado, deter-
minados valores humanos: un relieve mayor dado a los derechos de la
persona y a su libertad, un deseo del desenvolvimiento integral de la
personalidad, la exigencia de participar y corresponsabilizarse en la pre-
paración de las decisiones y en su ejecución y, sobre todo, el sentido
comunitario, que llevando a una mayor relación interpersonal engendre
la "unió cordium", base de una vida comunitaria profundamente vivida
en orden a la reflexión y a la acción conjunta.
Estas nuevas tendencias, que deben ser objeto de un serio discer-
nimiento espiritual (verdadera lectura de los "signos de los tiempos"),
encierran una real energía y valores muy positivos, que deben ser uti-
lizados sin romper el equilibrio que San Ignacio logró establecer en las
Constituciones entre autoridad personal y elementos comunitarios, entre
la mayor agilidad y rapidez propias de una decisión personal y la mayor
ponderación y objetividad que puede proporcionar una consulta co-
munitaria.

Condiciones del discernimiento comunitario

Para lograr la incorporación de estos elementos, acentuados en la


sociedad moderna y en la Iglesia, que se sienten, como es natural, tam-
248 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

bien en la Compañía, es menester vivificarlos con el espíritu de los


Ejercicios y de las Constituciones, es decir, con el verdadero espíritu
ignaciano, que tenemos que vivir a diario, individual y comunitaria-
mente.
Es verdad que, según las Constituciones, el cuerpo universal de la
Compañía constituye la verdadera comunidad del jesuita. Eso no obs-
tante, nuestra vida en la Compañía se realiza y concreta normalmente en
algún grupo apostólico local. En la comunidad y en los equipos de tra-
bajo a los que pertenecemos es donde, a nivel de Provincia, vivimos de
ordinario y donde profundizamos la gracia de nuestra vocación al ser-
vicio de la Iglesia. En el seno de tales comunidades y equipos y en las
reuniones o encuentros que en ellas solemos tener, se perciben nuevas
luces y llamadas del Espíritu.
Este espíritu comunitario, basado y centrado en Cristo, es una ayuda
valiosísima, especialmente hoy, en medio de un mundo tan secularizante
como el nuestro, para sostener a sus miembros que deben trabajar dis-
persos. La comunidad local en la Compañía no es un fin en sí misma,
sino que está orientada y subordinada a un fin apostólico, que en mu-
chos casos exige una dispersión.
Al comunicar a la Compañía, a través de los Provinciales, algunos
documentos que promuevan la reflexión de todos y pidan una res-
puesta, quiero suscitar en ella un clima de sincero y verídico intercam-
bio espiritual comunitario, base de una profunda unión, y capaz de
convertirse en ocasiones en un verdadero discernimiento o deliberación
espiritual en común.
Semejante intercambio comunitario exige tal grado de madurez,
integración y equilibrio, que llegue a superar las inhibiciones y las ten-
siones y abra el camino a la franca y abierta comunicación de las pro-
pias ideas y de los diversos modos de pensar. Dicho intercambio comu-
nitario supone en cierto modo, y ayuda a crear, una comunidad ha-
bituada a interrogarse a sí misma sobre el propio apostolado, la vida
cotidiana, las diversas posiciones y actitudes de sus miembros, hacién-
dola capaz de llegar a un acuerdo suficientemente unánime en orden a la
acción comunitaria serena y coordinada.
En una comunidad así se hace posible el paso del plano del razona-
miento propiamente dicho, de la discusión de las razones, al plano de
la percepción espiritual de la voluntad de Dios en nuestra vida concreta,
en los diversos temas que se someten a nuestra consideración. Encon-
tramos aquí una prolongación y una aplicación de la pedagogía espiri-
tual de San Ignacio, en la que la dimensión comunitaria no debe alterar
en nada, sino al contrario, vigorizar la fidelidad al Espíritu Santo, que
se exige de cada uno de nosotros.
Tal modo de proceder contribuirá a elevar y espiritualizar el senti-
do comunitario hoy tan profundo por doquier, e impedirá al mismo
tiempo se caiga en un democratismo capitularista, en el que se toman
las decisiones por voto deliberativo y con fuerza de mandato. Impedi-
rá, asimismo, que se debilite el espíritu de la verdadera obediencia igna-
ciana, ya que es claro que es éste un discernimiento que debe hacerse
PARTE 1.» / n.° 21 249

en unión con el Superior y que la decisión pertenece al Superior. El


Superior es quien dirige las reuniones, cuando lo cree convniente, y ayu-
dado en su labor por sus hermanos debe sentirse al mismo tiempo libre
para decidir. La Comunidad, a su vez, deberá mantenerse inclinada siem-
pre a obedecer, ya que la obediencia encuadra nuestra actividad apos-
tólica en el plan redentor de Dios.
Es claro que una conclusión comunitaria, hecha en tales condicio-
nes, es un elemento valiosísimo y debe entrar en la consideración del
Superior. Pero puede él contar con otros elementos de juicio y sentir
otras emociones espirituales que le lleven a tomar una decisión distinta
de la conclusión comunitaria. La comunidad que se mantenga en el
verdadero espíritu de indiferencia aceptará fácilmente esa decisión, lo
que difícilmente logrará una comunidad cuyas conclusiones hayan sido
fruto de una disposición no ignaciana, o provengan de procedimientos
indebidos o de grupos de presión.

Objeto y efectos de la búsqueda común

Este esfuerzo de búsqueda común, de que estoy tratando, se refiere,


en primer lugar, a los problemas que caen dentro de la capacidad de
discernimiento de la comunidad y se plantean en ella de modo ordina-
rio: el modo de vivir, los compromisos reales para con la Iglesia, el
cómo dar testimonio, la realización concreta de los deseos concebidos
en la oración y en el apostolado.
La transformación de la sociedad, las nuevas exigencias de la Igle-
sia y del mundo, son otras tantas llamadas a encontrar soluciones nuevas
o renovadas. Y semejantes llamadas deben encontrar eco y discerni-
miento en los encuentros íntimamente espirituales de jesuitas que viven
y trabajan juntos.
Se crea así una unión profunda y espiritual: ¡es tan distinto cono-
cer a los demás sólo externamente y no en su espíritu y dones sobrena-
turales! Y no debemos sorprendernos si al principio los pareceres son
distintos y aun divergentes: a través de las diversas experiencias reve-
lará el Espíritu la riqueza de sus dones. El intercambio comunitario
conduce, poco a poco, a la unidad, a condición de saber escuchar pa-
cientemente, respetando la verdad de cada uno y exponiendo y evaluan-
do sinceramente los diversos puntos de vista que puedan aclarar el pa-
recer propio.
Existen en las comunidades momentos de fervor y de aliento, y
tiempos de desazón y malestar. Momentos de expresión fluida y frater-
nal y momentos de bloqueo. Hay períodos de oposición, pero hay tam-
bién momentos de distensión y de convergencia. Unos y otros proceden
de "diversos espíritus" y revelan motivaciones que hay que purificar,
esclarecer y discernir.
En todas estas alternativas, que constituyen la trama de los inter-
cambios comunitarios, debemos conservar una actitud de discernimien-
to para deducir el sentido en que orienta Dios su acción dentro de la
250 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

vida de una comunidad dócil a su Espíritu. La comunidad debe llegar


a la aceptación apacible de sí misma, sin perder la verdadera unidad o
esforzándose por recuperarla, si la ha perdido. No obstante las posibles
tensiones, a través de una lenta purificación de sus miembros, por el
intercambio respetuoso y sincero, irá llegando a armonizar sus esfuer-
zos hacia el porvenir y a encontrar muchas veces orientaciones nuevas
y precisas, generadoras de paz y de gozo en el Espíritu.
Los efectos de una vida de comunidad como la descrita serán, ante
todo, para cada uno de sus miembros, un crecimiento teologal de la fe,
la esperanza y la caridad; una mayor "presencia" de los miembros
de la comunidad entre sí, resultante de una comprensión fraterna más
profunda y de una percepción clarividente de los servicios apostólicos
que pide el Espíritu.

Dificultades en este proceso


de búsqueda común

Este proceso de búsqueda comunitaria planteará, ciertamente, a


algunas comunidades algunos interrogantes, cuya solución no se encon-
trará de inmediato.
Se impondrá entonces el recurso a la oración personal y a reunio-
nes orientadas hacia una "participación" espiritual, que exigirá a no
dudarlo puntualizar ciertos datos, a fin de encontrar las actitudes aptas,
condiciones más propicias y los mejores medios de realización. No
debemos detenernos ante las dificultades que pueden surgir, ni esperar
situaciones ideales.
No se trata de multiplicar reuniones inútiles, ya que esto sería con-
trario a nuestra movilidad apostólica y una pérdida de tiempo conside-
rable. Ni se han de tocar temas que. rebasen la capacidad de la comuni-
dad, pues no todas las comunidades están capacitadas para tratar todos
los temas. Se pretende sobre todo aprender a adoptar la verdadera acti-
tud en las reuniones que tengamos sobre cuestiones apropiadas y apro-
vechar así la multitud de "signos de Dios", que muchas veces se nos
escapan en nuestros intercambios comunitarios, por no caer en la cuenta
de su verdadera significación.
Deseo que los Superiores promuevan esta clase de comunidades
apostólicas, adaptadas a los tiempos modernos. Pero creo también que
todos los jesuitas debemos sentirnos responsables de ellas y de la vida
del cuerpo universal de la Compañía, que no puede progresar sin que
cada uno se renueve interiormente en su vocación.
Y me atrevo a pensar que esta actitud no se diferencia esencial-
mente de la que animaba a nuestros primeros Padres en 1539, cuando
se pusieron a "deliberar" en común sobre si harían o no voto de obe-
diencia. No estamos ahora en situación de fundadores, puesto que el
camino que vamos recorriendo quedó ya trazado a partir de esa primera
deliberación y de los pasos sucesivos, y tenemos ahora un voto de obe-
diencia y una Compañía concreta que hay que adaptar al mundo de
a
PARTE 1 . / n.° 21 251

hoy, con la máxima creatividad apostólica y siendo enteramente fieles


al carisma fundacional. Si la Compañía fraguó en el acuerdo común
de los primeros Padres y en clima de oración y deliberación común,
podrá mejor fomentar hoy su unidad y su dinamismo y su servicio a la
Iglesia, mediante una experiencia comunitaria basada en el mismo es-
píritu que animó a nuestros primeros Padres, y que tenga en cuenta las
circunstancias modernas, a la hora de la aplicación concreta.

Efectos prácticos de la búsqueda en común

Resumiendo: ¿qué efectos prácticos espero que se sigan de esta


disposición de ánimo que he descrito y de este vivir continuamente
la discreción de espíritus, individual y comunitariamente?
En lo que se refiere a nuestra vida ordinaria, juzgo que dichos
efectos serían los siguientes:

1.° Estimular el ejercicio frecuente del verdadero discernimiento


ignaciano, personal y comunitario, viviendo continuamente en el espíri-
tu de los Ejercicios. Y para esto será necesario el hacer los Ejercicios
con la mayor seriedad.

2.° Favorecer la formación de comunidades que ayuden a preci-


sar mejor las metas apostólicas, y que al mismo tiempo sirvan de sostén
y de inspiración a sus propios miembros, aun cuando éstos, por fuerza
de su vocación, deban repartirse por diversas partes y tengan que traba-
jar, especialmente hoy, en toda clase de ambientes.

3.° Poder llegar más fácilmente a la aplicación concreta y eficaz


en la comunidad local de las orientaciones o normas generales dadas a
nivel provincial o universal.

Y en lo que se refiere a la preparación de la Congregación Gene-


ral, creo que los efectos pueden ser éstos:

1." Crear en toda la Compañía tal ambiente de unión, en caridad


y en obediencia (Const. 666, 659, 671), de reflexión y de discernimien-
to espiritual y colaboración apostólica que la Congregación General ven-
ga a ser como su fruto natural y espontáneo.

2.° Crear un espíritu que anime y un modo de proceder que ayu-


de, en el estudio de los temas propuestos, tanto a las comunidades loca-
les respecto a las materias para las que estén capacitadas, como a los
grupos especializados de trabajo en sus respectivos sectores de reflexión.

3." Fomentar, por medio de experiencias concretas y vividas, la


disposición de ánimo y el modo de proceder de los que un día habrán
de ser designados para tomar parte en las Congregaciones Provinciales
y General.
252 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En fin, puesto que deseamos descubrir los mejores métodos para


lograr tener comunidades que puedan ser capaces de realizar este ideal,
pido a todos aquellos que hayan hecho ya alguna experiencia en este
campo, que no dejen de comunicármela por medio de su Provincial,
para que las más fructuosas puedan ser comunicadas al resto de la Com-
pañía.
Espero que en todos se despertará el deseo de vivir este espíritu.
Así nuestra vocación se revestirá de una luz más pura y tanto nuestras
comunidades como la universal Compañía sentirán el aliento de un
nuevo dinamismo, que será la mejor preparación de la futura Congre-
gación General.
22. En respuesta a las cartas «ex offício» de 1972

Ya a finales de 1971 pedí a todos los que debían escribirme ex


officio en el mes de enero: Superiores, Consultores de Provincia y de
las Casas, que me quisieran informar este año especialmente acerca de
estos tres puntos: sobre cuanto en las Provincias o en las Casas se va
realizando a fin de determinar las prioridades apostólicas y el modo de
ajustar a ellos nuestros ministerios; sobre la manera de vivir nuestra
vida comunitaria; y, por fin, sobre la práctica de los Ejercicios igna-
cianos, tanto por lo que se refiere a los mismos jesuitas, cuanto en nues-
tro apostolado.
Doy las gracias a todos los que han contestado a tales preguntas.
La diversidad de circunstancias y la multiplicidad de las experiencias en
curso, piden ahora esta clase de comunicación. Quizá a más de uno
se le ocurra preguntar: ¿de qué sirve escribir a Roma?; ¿servirán para
algo nuestras informaciones? A lo cual yo respondería.que la comuni-
cación epistolar, a la que San Ignacio concedía tanta importancia (Const.
790), sigue siendo también hoy muy necesaria. En algunos casos y en
determinadas circunstancias la comunicación directa o el contacto per-
sonal podrá ser especialmente útil, pero en realidad la correspondencia
por escrito no podrá en muchos aspectos ser sustituida.
De ahí que yo haya pensado hacer una cosa útil remitiéndoles, en
forma sencilla y familiar, algunas observaciones y comentarios sobre
aquellos puntos acerca de los cuales los Superiores y los Consultores me
han escrito. Y ésta es la finalidad de mi carta.

I. Prioridades Apostólicas

La primera pregunta intentaba invitar a una reflexión, a nivel de


Provincias y de Comunidades, acerca de nuestros objetivos apostólicos.
Es decir, si se había conseguido determinar las debidas prioridades, si
se había sido consecuente en llevarlas después a la práctica y, por úl-
timo, si ordinariamente se venía realizando la necesaria evaluación.
254 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Son bastantes las respuestas que manifiestan la convicción real a


que se ha llegado acerca de la necesidad de una adaptación dentro de
nuestros ministerios.
Algunos, no pocos, se confiesan convencidos al referirse a la calidad
apostólica del trabajo que vienen realizando y se sienten satisfechos en
ese trabajo. Me felicito con ellos, pero pienso no insinuarles una falsa
inquietud al invitarles a preguntarles a sí mismos con toda sinceridad:
aunque lo que estamos haciendo es bueno, ¿es esto lo mejor que pode-
mos hacer?; ¿responde al bien más universal que debe ser nuestra
meta?; ¿hace fructificar, en el servicio del Señor, todos los dones que
él nos ha otorgado y que nosotros hemos cultivado en la Compañía?
Otros, en cambio, reflexionan consigo mismos sobre su trabajo y,
en general, por justos motivos, puesto que éste es un momento de nue-
vas exigencias dentro de la Iglesia y de circunstancias que se transfor-
man y cambian rápidamente.
Sin embargo, no he conseguido llegar a tener la impresión de que,
a nivel de Comunidades, se esté realizando siempre y con la debida
continuidad un esfuerzo por definir las adaptaciones oportunas o necesa-
rias. Me parece que a veces ha podido echarse de menos la consideración
objetiva del Superior con sus Consultores y Comunidad sobre las po-
sibles adaptaciones o cambios radicales, y otras veces no se ha llegado
hasta la aplicación práctica, que, como es obvio, exige paciente refle-
xión, evaluación y constante revisión. Demasiadas veces nos contenta-
mos con decir que nuestra prioridad está ya bien definida en el fin
específico de nuestra propia casa.
La creatividad es muy necesaria hoy, cuando se nos ofrecen tan
diversas oportunidades, nuevos medios y modos de apostolado. Tiene
mayor importancia a nivel de Provincia, pero la tiene también a nivel
de Comunidades y de obras, en donde la experimentación resulta más
fácil. No es menos importante la evaluación periódica de las experien-
cias basadas en criterios claros de valoración. En este punto creo que
se ha fallado con frecuencia, convirtiéndose así las experiencias en he-
chos consumados, a veces con consecuencias no poco nocivas.
En esta nueva organización de nuestros trabajos hay un elemento
muy importante: el descenso en el número de vocaciones. Cada Pro-
vincia debe prever, con relativa facilidad, el número y la pirámide de
edades de los hombres que en ella estarán en plena actividad dentro de
los 10 años siguientes. Se trata de un dato importantísimo, del que no
se puede prescindir, para la organización del futuro apostolado. Es ur-
gente una planificación realista: ver el modo de utilizar, de la manera
más eficaz, las fuerzas de que disponemos, aplicándolas a aquellas obras
y atcividades que hoy sean más necesarias.
En un buen número de Provincias se ha manifestado como un pun-
to débil la Comisión de Ministerios, o porque no existe, o porque no ha
funcionado activamente, o porque ha llegado a ser como un cuerpo
paralelo a la Consulta de la Provincia, cosa que ha producido más bien
desorientación. Donde ha funcionado bien, la Comisión de Ministerios
ha sido de gran ayuda. Ante las dificultades que en no pocas Provincias
PARTE 1.- / n.° 22 255

se han manifestado, tal vez convenga que los Provinciales estudien la


conveniente integración entre la Consulta de la Provincia y la Comisión
de Ministerios.
Querría también destacar que, sobre todo a nivel de Comunidades,
la reflexión y el examen de la calidad apostólica de nuestro trabajo no
debe tener únicamente como finalidad el llegar a la resolución de em-
prender, abandonar o modificar un determinado ministerio; sino que
lleva consigo el ejercicio espiritual permanente de buscar la voluntad de
Dios, dentro del plan concreto de la Redención. Aun en aquellos traba-
jos que el discernimiento nos mueve a proseguir resueltamente, sin mo-
dificarlos, hemos de vivir en la plena conciencia-de nuestra "misión" y
de la vocación concreta a que Dios nos llama. La posición apostólica
de un jesuita de hoy jamás puede ser rutinaria, sino de honda y cons-
tante creatividad, apoyándose sin intermisión en la conciencia explícita
de la misión recibida. La "conciencia de misión", es decir, de ser en-
viados por Cristo a través de la obediencia, constituye a su vez un
precioso elemento de nuestra oración, aunque sea lamentable tener que
confesar que tal conciencia, en muchos, se ha ido esfumando.
No es mi intención, en esta breve carta, entrar a fondo en los pro-
blemas apostólicos que hoy se nos presentan. Tampoco tengo intención
de volver a recordar los criterios de selección de ministerios, que pue-
den encontrarse en las Constituciones y en las normas directivas pro-
mulgadas por la última Congregación General, o que yo mismo he su-
gerido. Hoy querría insistir principalmente en la necesidad de mante-
nernos siempre en este estado de discernimiento dinámico, sin dejarnos
arrastrar por la acción, en que estamos comprometidos; en la necesi-
dad de dar su tiempo debido a la oración y una constante reflexión, rea-
lizada a la luz del conjunto de nuestros criterios apostólicos; en la ne-
cesidad, en fin, de una actitud refleja y consciente de misión, tanto en
nuestro trabajo más institucionalizado, cuanto en las otras ocupaciones
más personales de cada uno, pues tampoco éstas tendrán verdadero valor
apostólico si nosotros no somos "enviados" a ellas, permaneciendo siem-
pre en ellas como "enviados".
En vuestras cartas me parece encontrar de ordinario las priorida-
des consideradas desde un punto de vista local. Es natural que así su-
ceda. Pero conviene no perder nunca de vista la visión universal de
nuestro trabajo.
Precisamente, considerando el panorama de toda la Compañía, tan-
to en los países cristianizados desde hace mucho tiempo como en las
así llamadas tierras de misión, expuse ya en la Congregación de Pro-
curadores cuatro prioridades que me parece han de ser tenidas en cuen-
ta, según las circunstancias locales.
Supuesto que los Ejercicios son nuestro instrumento peculiar, tan-
, to para nuestra propia espiritualidad, cuanto para nuestro apostolado,
al referirme a prioridades quise usar esta expresión en un sentido muy
amplio: el de campo de apostolado, dirección o enfoque apostólico.
Así, por ejemplo, cuando trataba yo de la "reflexión teológica", me re-
fería no solamente al análisis teológico especializado y de altura cientí-
256 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

íica, que requiere un esfuerzo de varias disciplinas, sino también a la


reflexión pastoral que se realiza en el trabajo apostólico directo y aun
a la reflexión teológico-espiritual que debemos realizar de nuestro tra-
bajo personal. Esta reflexión, por lo que se refiere al contacto con la
realidad, es de gran valor, pues recoge elementos que vienen de la
experiencia y ayuda a los que proceden de la reflexión teológica hecha a
nivel más elevado. Se puede decir que en ella se trata de una iluminación
de los fenómenos humanos a la luz de la fe.
Del mismo modo, al hablar del apostolado de la educación, la pala-
bra "educación' se enriquece con un sentido amplísimo: no se limita
únicamente al apostolado escolar, institucional, sino que abarca las múl-
tiples manifestaciones pedagógicas modernas, es decir, todo aquello que
puede contribuir a la formación integral del hombre.
En la expresión "apostolado social" se encierra cuanto contribuye
a la transformación de la sociedad humana y de sus estructuras, sobre
todo cuanto se refiere a la justicia social y a la mejora de "todo el hom-
bre y de todos los hombres".
Del mismo modo, cuando se alude a los "medios de comunicación
social", se quiere subrayar tanto su carácter de instrumentos de difusión
de ideas, en relación con otros medios de apostolado, cuanto lo que
toca a la aplicación que pueden tener en otros campos, y a su concre-
ción específica en aquellas actividades o instituciones consagradas a la
comunicación e información (prensa, cine, radio y TV).
Estas cuatro prioridades no excluyen otras, ni pueden o deben ser
aplicadas igualmente en todas partes, dada la diversidad de circunstan-
cias y necesidades. Al llamarlas prioridades he deseado notar que, a mi
juicio, son hoy la mejor aplicación práctica para conseguir el fin de la
Compañía, que es la "defensa y propagación de la fe", donde quedan
incluidos nuestra confrontación con el mundo de los incrédulos y nues-
tro apostolado misional. Pero, como acabo de indicar, tanto en la línea
de normas directrices como en la de su aplicación a obras concretas,
deben ser objeto de seria consideración y atento estudio en cada lugar,
encuadradas en el conjunto de las circunstancias concretas de cada
caso.

II. Vida comunitaria

También en este punto de nuestra vida de comunidad, los Supe-


riores y Consultores han hecho un verdadero repaso de nuestros pro-
gresos y de nuestras deficiencias.
Es esencial, para comenzar, tener un conocimiento exacto de lo
que debe ser la vida de comunidad en la Compañía. Es menester no
olvidar que la vida comunitaria, como la estructura misma de la Com-
pañía, es apostólica. En sí misma no constituye un fin, sino que debe
ser estructurada y vivida de manera que ofrezca una base para el apos-
tolado, sin reducirse a un pequeño grupo apostólico que, cerrado en sí
PARTE 1.» / n.° 22 257

mismo, pierda el sentido de la unidad y de la universalidad, y al mismo


tiempo de su dependencia del cuerpo total de la Compañía.
No dejan de percibirse algunos progresos, o, por lo menos, algunos
esfuerzos que apuntan hacia el progreso mismo: formas más vivas de
oración comunitaria, manifestación de determinadas experiencias espi-
rituales en las concelebraciones litúrgicas, Ejercicios de toda una Co-
munidad o de la mayoría de ella, sesiones de trabajo y asambleas de
reflexión de carácter provincial o regional, etc. Y sobre todo se mani-
fiesta abiertamente la voluntad de realizar mejor nuestra vocación, de
formar un cuerpo cuyos miembros experimentan la responsabilidad mu-
tua en orden al cumplimiento de la misión. Al ir realizando esta adap-
tación, las comunidades suelen resumir la experiencia realizada con
frases como éstas: "ahora nos hallamos mejor, nos sentimos cada vez
más profundamente unidos".
Pero no podrían faltar las deficiencias. Buena parte de ellas se
deben al individualismo. Y éste se traduce en faltas de atención para con
los demás; o en una clara oposición a que se pueda actuar un mínimo de
aquella estructura que requiere una vida comunitaria —¿no es muchas
veces un puro egoísmo?—; o en un cerrar la puerta al intercambio es-
piritual, obstaculizando la apertura y la colaboración. Hasta en algunas
comunidades más pequeñas se manifiestan los aludidos defectos.
Respecto a estas comunidades menores, de las que, como era natu-
ral, se me ha hablado mucho en las cartas, quiero tan sólo recordar o
confirmar la necesidad de que se cumplan ciertas condiciones, para que
puedan conseguir resultados positivos.
Deben estar penetradas de un sentido apostólico, con una finalidad
constructiva. La Eucaristía debe ser su núcleo vital y el centro de su
impulso, que debe estar dirigido hacia una extrinsecación apostólica
más que hacia el interior de la misma comunidad. Simples afinidades de
temperamentos o de caracteres entre sus componentes no son suficien-
tes. Y bien seguro es que no se podría esperar nada de la falta de
caridad de la que toma principio un rechazo intolerante de los demás.
Deben estar formadas, en lo posible, por individuos de diversas
generaciones, ya que cada comunidad debe ser realmente como una cé-
lula del cuerpo entero de la Compañía, que comprende todas las edades.
Deben estar siempre abiertas a la comunidad mayor de la Provincia, de
la región y de todo el resto de la Compañía.
Deben tener al frente un verdadero superior, que ejerza abierta-
mente su oficio, aun dentro de unas relaciones fraternas, sencillas y fa-
miliares.
Debe estar vigente en tales comunidades una espiritualidad comu-
nitaria intensa, sin que por ello sea exageradamente emotiva. Debe re-
gir un estilo de pobreza evangélica explícita que, radicada en el amor
a Cristo pobre, sea fruto del discernimiento comunitario y cargue el
acento en la participación, sin hacer por ello desaparecer la responsabi-
lidad personal y de grupo. (Cfr. AR XV, 276-295 "Paupertas et vita
communitaria").
258 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Se debe practicar una verdadera intercomunicación espiritual entre


los miembros de la pequeña comunidad y, cuando sea oportuno, el dis-
cernimiento espiritual comunitario, en el que se reserve el debido lugar
a las exigencias del sentido común así como a las luces de la fe y al
puesto que ocupa la autoridad, fuente de toda misión apostólica.
Por otra parte, estoy cierto de que estas mismas condiciones, en la
medida en que pueden ser llevadas a la práctica, son las que hacen fruc-
tuosa la vida religiosa y apostólica de las comunidades mayores, de las
que en otros lugares la Compañía tiene necesidad.
El mayor enemigo de todas las comunidades es la desunión. Doy
por supuesto que no todos podemos, o acaso debemos, pensar del mismo
modo en cada cosa, pero el mayor defecto para una vida en común, de-
masiado frecuente por desgracia, es la incapacidad de dar oído a los
demás, y sobre todo cierta forma de irritabilidad pasional, que se mani-
fiesta ante cualquier criterio o modo de obrar diferente del nuestro. No
es ésta la actitud de compañeros, reunidos en la caridad de Cristo y
que participan unidos de un mismo bien, que es la Compañía de Jesús.
Demasiadas veces no nos limitamos a hacer notar las deficiencias
o los peligros doctrinales o prácticos que nos parece pueden seguirse de
ideas o modos de proceder, sino que en seguida condenamos a las perso-
nas con un juicio negativo que las hace aparecer como infieles a la
Iglesia, a la Compañía y al propio deber.
A la vista de las informaciones recibidas, creo sinceramente que,
tratándose de un punto tan vital de la Compañía (Const. 655), es mi
deber hacer esta observación que podría parecer severa, y pedir a los
Superiores que inviten a todos a un serio examen sobre este punto.
Termino, sin embargo, observando, a base también de no pocos testi-
monios de los que me han escrito, que no dejan de faltar quienes, des-
pués de poner de relieve con claridad las deficiencias de la vida co-
munitaria, hacen al mismo tiempo la salvedad de que en su propia co-
munidad se vive la alegría, el sano humor, la amistad y la ayuda mutua
y que en definitiva resulta agradable vivir juntos. ¿Diremos entonces
que se contradicen? Creo que no, sino que estamos convencidos de vivir
un momento de evolución, todavía acaso no poco lejano de nuestro ideal,
pero sin embargo de positivos progresos, de los que hemos de dar gra-
cias a Dios, esforzándonos por hacerlos cada vez mayores.

III. Ejercicios espirituales ignacianos

Esta es la tercera cuestión: qué son, en el día de hoy, los Ejercicios


de San Ignacio, por una parte en nuestra vida de jesuitas y, por otra, en
nuestro apostolado.
La mayor parte de los jesuitas se conserva fiel a la práctica de los
Ejercicios anuales. Es con todo necesario que lo sean todos, ya que
tan necesarios son en esta periódica renovación. Creo muy importante
que no se abrevie el tiempo de los Ejercicios, ni fácilmente se divida en
PARTE 1.» / n.° 22 259

varios períodos, sin motivos muy especiales, de los que debe juzgar el
Superior.
Pero aun. cumpliendo con los Ejercicios anuales, es necesario reno-
var y dar nueva vida a su práctica ignaciana. Pudiera ser, en efecto,
que ésta se hubiera hecho algo rutinaria. E, inclusive, algunos han in-
tentado sustituir el ejercicio espiritual de discernimiento personal y de
renovación de la propia vida, por una reflexión más exclusivamente in-
telectual, menos exigente, acompañada por un buen predicador o por
algunos excelentes libros, y a veces dejando a un lado el indispensable
silencio.
Las informaciones recibidas me hacen ver la satisfacción de cuan-
tos han querido vivir, en numerosas Provincias, unos Ejercicios Espi-
rituales dirigidos por un guía experto y realizados personalmente. En
otras Provincias ha habido quien ha optado por volver a hacer, en las
circunstancias actuales, el mes entero de Ejercicios. En otras partes veo
ponderar el fruto de los Ejercicios hechos en comunidad. Y en todo
ello, como en otros detalles, lo que de diversas formas se manifiesta es
una verdadera renovación espiritual, en un punto de tan capital impor-
tancia para nuestra conversión. Mi mayor deseo es que este movimiento
siga extendiéndose más y más cada día.
En muchos países, los Ejercicios de San Ignacio, como arma prin-
cipal de apostolado, tampoco se encuentran hoy en retroceso. Se dan, es
cierto, a menos grupos, sobre todo a menos grupos grandes, pero se
dan en cambio a personas más capaces de hacerlos individualmente y
de un modo más exigente. Ayudamos con los Ejercicios a un buen nú-
mero de religiosas. Por el contrario, se dan menos, en algunos lugares,
a grupos sacerdotales; debemos interrogarnos para llegar a conocer la
causa que haya podido haber, por nuestra parte, en este retroceso, ya
que se trata de un servicio importante de la Iglesia, que la Compañía
ha procurado siempre prestar con particular consagración y consolado-
res frutos, incluso de excelentes vocaciones.
Será asimismo necesario renovar los métodos y la adaptación de
los Ejercicios a las jóvenes generaciones: todavía hay mucho que hacer
para conseguirlo.
Se han ido multiplicando también oportunamente los cursos para la
formación de Directores de Ejercicios. Pero quisiera observar que no
basta el "aggiornamento" teológico en el contenido y en la exposición
de las meditaciones. Sino que hemos de profundizar más en el dinamis-
mo interior, típico de los Ejercicios ignacianos, que favorece tanto la
acción de la gracia y consigue frutos absolutamente propios y espe-
ciales.

Conclusión,

El género literario de esta comunicación mía con vosotros, que no


quiere ser más que una respuesta a las cartas que me han escrito Su-
periores y Consultores, no pide el cierre de una síntesis final; pero sí
260 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

quisiera, a propósito de los puntos que he tocado arriba, que cada uno
trate de examinarlos personalmente y por propia cuenta, viendo cómo
puede ayudar a otros a considerarlos Con mayor atención para llegar
a las decisiones convenientes.
Intima relación con todo lo tratado tiene la responsabilidad, que
todos tenemos, de obtener del Señor el aumento de las vocaciones para la
Compañía. Es un asunto de los que más en el alma debemos llevar, y
esta preocupación será una señal de nuestro amor a la Compañía y de
la vitalidad de nuestra propia vocación. Todos los jesuitas nos debemos
sentir responsables ante Dios y ante la Compañía de que crezca el nú-
mero de vocaciones, ya que cualquier posible planificación a largo pla-
zo debe contar esencialmente con el número y la calidad de los futuros
nuevos jesuitas.
La vocación es, en definitiva, un don de Dios. Por eso debemos
pedirla intensamente al Señor, debemos clamar por esta gracia de nuevas
y abundantes vocaciones. Pero para eso tenemos que amar al mismo
tiempo con toda sinceridad nuestra propia vocación y manifestar ese
amor en toda nuestra vida. No dejemos de esforzarnos para que la vida
personal y las actividades apostólicas de cada uno de nosotros en las
provincias y en las comunidades presenten una imagen nueva del je-
suita, adaptado al mundo moderno, que sea atractivo para los jóvenes de
hoy. Y por eso tampoco nos debe desanimar el que estemos viviendo
un tiempo de búsqueda y de experimentación en algunos puntos de la
formación y de nuestra vida comunitaria y apostólica, pues los mismos
jóvenes de hoy saben bien que, durante este período de transición, todos
tenemos que contribuir a encontrar nuestro nuevo camino, como ocurre
en los otros sectores de la vida humana, en las profesiones, en la vida
familiar, en la política, etc. Y precisamente la conciencia de todo esto
puede ser un aspecto actual y característico de la "llamada" del Señor
a los jóvenes en esta época de transición.
Por consiguiente, los Superiores, con la ayuda de sus Consultores,
inviten a todos a examinarse sinceramente ante Dios si piden por las
vocaciones, si aman a la Compañía y a su vocación con completa gene-
rosidad, si contribuyen a manifestar en su vida la verdadera imagen del
jesuita: o si no son, más bien, de los que dicen —y es cosa bien lamen-
1
table — que no aconsejarían a los jóvenes entrar en la Compañía,
mientras no se llegue a aclarar nuestra situación actual de renovación y
adaptación.
Si alguno realmente no sintiere ese amor a la vocación, deberíamos
aún preguntarle si no será porque mira más los defectos de los demás
que su propia resistencia a aceptar lo que Dios dispone en estos mo-
mentos; o porque está tratando inconscientemente de eludir su propia
responsabilidad personal en el procurar que la Compañía pueda realizar
su misión en los tiempos actuales. Y quién sabe si los tales, con su acerba
crítica, no son los demoledores de aquello que dicen que quieren salvar o
adaptar.
Por último, aprovechando esta carta, quiero agradecer a los Su-
periores, en estos momentos en que cargan con tan pesada cruz, los
PARTE 1.» / n.° 22 261

servicios que están prestando a la Compañía; y a los Consultores el


apoyo moral y la ayuda que, con sus conocimientos y con sus pareceres,
de todo punto necesarios, dan a los Superiores. Y querría expresar de
nuevo el deseo de que esta colaboración se vaya concretando cada vez
más en verdaderos equipos de trabajo, consagrados por entero al servi-
cio de toda la comunidad, de toda la Provincia y de toda la Compañía,
y que la comunicación constante entre la Cabeza y los miembros, tan
recomendada en las Constituciones, sea el modo concreto de colaborar
con la Compañía universal (Const. 675) en su servicio universal a la
Iglesia.
Pido a los Superiores Mayores que quieran dar a conocer esta carta
a los Superiores locales y a los Consultores de Provincia y de las casas.
A todos y a cada uno me uno en oración fraterna.

V
a
Sección 6.

"Comunidad que es una koinonia, una participación de bienes y


de vida, con la Eucaristía como centro: el sacrificio y el sacramento
de la obra de Jesús que amó a los suyos hasta el fin" (CG. XXXII,
Decr. 2, 18).

23. Encuentro con los Hermanos Coadjutores (30-X-78).

24. Puntos para una renovación espiritual (24-VI-71).

25. En respuesta a las cartas "ex officio" de 1976.


23. Encuentro con los Hermanos Coadjutores

(30. X . 7 8 )

Hemos incorporado en esta sección de la comunidad


apostólica este Documento acerca de los Hermanos Coadju-
tores por encontrar en él desarrolladas las tres dimensiones
que deben caracterizar en su doble vertiente "hacia dentro"
y "hacia fuera" la comunidad apostólica ignaciana. Es tal
la aportación de los Hermanos en este sentido que no duda
en decir el P. General que "sin su presencia no puede lo-
grarse de manera efectiva la comunidad apostólica". Ya sólo
esto nos hará caer en la cuenta del profundo sentido de la
vocación del Hermano jesuita y de la riqueza que aporta a
la comunidad. Esta riqueza no reside, añade el P. General,
solamente en el sinnúmero de posibles trabajos y tipos de
colaboración, sino principalmente en el concebir y vivir la
vida entera como colaboración, en la mística de "coopera-
ción" o "coadjutoría"; mística típica de la vocación del Her-
mano, aunque no exclusiva de él, sino común y necesaria
a todo jesuita. El documento se cierra con unas cuantas con-
clusiones prácticas.

0. Aprovecho la fiesta de hoy y la celebración de los 50 años de


Compañía de uno de vosotros para tener este encuentro familiar donde,
como otras veces, se nos brinde la oportunidad de comentar algunas
cosas que nos interesan a todos. ¡Ojalá pudiéramos hacerlo mucho más
a menudo!
Y, claro está, lo que más nos interesa a todos es nuestra vocación
de jesuitas. Acerca precisamente de esta vocación, creo saber la pre-
gunta que os hacéis a vosotros mismos y me estáis haciendo en espíritu:
¿cómo ve Vd. el problema de los Hermanos?

1. Hablaremos, pues, de esto. No pretendo, como es natural, ago-


tar el tema ni deciros ninguna "última palabra". Es cosa, además, que
266 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

no me toca a mí en exclusiva, sino que debemos ir reíormulando poco a


poco entre todos. Ello tiene que hacerse en muy diversos planos: por
un lado, en el del estudio y reflexión sobre los aspectos de la vocación
de Hermano jesuita (en esta línea, os aseguro que se continúa traba-
jando y se trabajará aún más), pero también —y es algo que me parece
de mucha importancia y realismo— en el plano existencial, el de la vida
misma, que se nos impone ya desde ahora a todos los jesuitas.
Aquí quiero comunicaros que me propongo reconstituir la Comi-
sión especialmente encargada de estudiar el tema de los Hermanos
Coadjutores. Los miembros de esta Comisión partirán de 1» ya hecho
en los años anteriores a las dos últimas Congregaciones Generales y de
los decretos de ambas.

2. Como sabéis, con motivo de la Congregación de Procuradores


surgió, en distintas formas, el tema de los Hermanos.
Primero lo tocamos en uno de los informes previos, en concreto el
7.°, que se enviaron a los Procuradores. Figuraba entre los 10 temas que
habíamos juzgado más importantes y deseábamos poner de antemano
en conocimiento de los delegados.. El documento es público y lo han
leído muchos jesuitas.
Vienen en segundo lugar los postulados, procedentes de diversas
Provincias, donde se hace referencia a la cuestión de los Hermanos.
Algunos expresan el deseo de que el P. General promueva una mayor
iniciativa en la pastoral de estas vocaciones; otros sugieren que el tema
vuelva a tratarse en una futura Congregación General.
Por último, en mi "Informe sobre el estado de la Compañía"
(n. 39) hice, con la mayor sinceridad, una serie de afirmaciones: que
es un problema importantísimo y universal donde está en juego el pro-
pio carisma de la Compañía; que el problema es serio; que la supuesta
desaparición del grado de Hermano sería una pérdida irreparable, una
mutilación de gravísimas consecuencias para el cuerpo de la Compañía
y su apostolado; que no puede reemplazarse lo que aportan los Her-
manos, tanto a la vida interna y comunitaria como a la labor apostólica
de la Compañía; que este problema me afecta en lo más profundo y
debe estimular la responsabilidad de todo jesuita, exigiéndole una mayor
comprensión y estima vital de la vocación de Hermano en la Compañía
de Jesús.

3. Todo esto lo repito aquí y ahora entre vosotros, después de


haber leído los informes de los Procuradores de todas las Provincias y
conversado con cada uno de ellos. En muchas de esas entrevistas tra-
tamos también la cuestión de los Hermanos.
Como es lógico, no voy a ponerme ahora a desarrollar teorías eru-
ditas. Lo que deseo es reflexionar con vosotros vitalmente, o sea, a
partir de la vida misma, sobre el tema que nos interesa, y hacerlo con
sencillez. Vosotros me ayudaréis.
Para empezar, se trata de un problema que toca y debe preocupar a
todos los jesuitas sin distinción: Hermanos, sacerdotes o escolares. Es
PARTE 1.» / n ° 23 267

asunto "de la Compañía", una sola, a la que amamos todos; y cual-


quier cosa que tenga que ver con ella, especialmente en un punto que
la afecta de modo tan profundo como en este caso, nos concierne a
todqs. No podemos quedarnos indiferentes o resignados ante las dificul-
tades, en actitud derrotista. ¡No! Debemos, al contrario, reaccionar con
seriedad, sin cansarnos de buscar soluciones que, dicho sea de paso,
empiezan por un cambio de nuestras propias actitudes.
Nos limitaremos aquí a revisar algunos aspectos importantes, para
contribuir de alguna manera a esa reflexión que hemos de continuar
todos después. Quizá esto nos permita llegar a comprender más a fondo
y enriquecer en lo posible la imagen del Hermano Coadjutor; ello tam-
bién os ayudará a prestar a la Iglesia, en las circunstancias de hoy, un
servicio cada vez más eficaz según el espíritu de la Compañía.
Vuelvo a decir que, aunque os hablo directamente a vosotros, lo
que comentamos aquí vale para todo jesuita y a todos debe interesarnos.
Todos, en efecto, somos responsables de esta situación de raíces tan hon-
das, que debe conmovernos y hacernos vibrar de pies a cabeza, pues a
través de ella Dios mismo está queriéndonos decir algo importante.

Aportación del Hermano jesuita a la comunidad apostólica


de la Compañía

4. Ahora mismo, se me ocurre que podríamos comentar una de


esas afirmaciones que os he citado de mi informe a la Congregación de
Procuradores sobre el "estado de la Compañía". Decíamos que "es
irremplazable la aportación de los Hermanos, tanto a la vida interna y
comunitaria de la Compañía como a su apostolado". Sería una verdadera
profanación entender esto en un sentido utilitario; porque la auténtica
aportación del Hermano, como la de todo jesuita, es él mismo, su propia
persona, el don que Dios hace a la Compañía con cada nueva vocación
a ella.

5. Pero, ¿cómo ahondar un poco más en el valor de la aportación


concreta con la que el Hermano jesuita puede y debe enriquecer su co-
munidad apostólica? Comenzaré por sentar algunos principios, para sa-
car luego unas cuantas consecuencias prácticas. A continuación, con la
ayuda del Señor, lo discutiremos y veremos cómo podemos entre todos
matizar y completar esta doctrina.

6. Sabéis muy bien que las dos últimas Congregaciones Generales


han sentido la necesidad, vivísima, de reforzar la comunidad apostólica
en la Compañía de Jesús. Lo han señalado como algo de la mayor im-
portancia y actualidad (CG. 32, D. 4, nn. 62-63), dando normas para lo-
grar ese fin en lo más hondo (D. 11). La verdad es que, si no nos
constituimos en auténtica comunidad cristiana, comprometida en blo-
que, como comunidad, en este o aquel apostolado concreto, difícilmente
podremos hoy prestar ese "mejor servicio" que debemos a la comuni-
268 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

dad más amplia de los hombres, para que ellos también maduren en
comunidad cristiana. Hoy en día los apostolados, si han de tener eficacia
y responder a las necesidades de la Iglesia y la sociedad humana, no
pueden ser individuales; requieren la colaboración de un grupo, de
más personas, de una comunidad.

7. Desde este punto de vista, y en especial al referirnos a una


comunidad que es toda ella sacerdotal, afirmo que el jesuita no sacer-
dote desempeña un papel específico, irremplazable; sin su presencia no
puede lograrse de manera efectiva la comunidad apostólica de la Com-
pañía.
¿En qué consiste y cómo se manifiesta ese papel específico del
Hermano jesuita? La comunidad de la Compañía, como toda comuni-
dad cristiana, lo será de hecho en la medida en que sus miembros vivan
plenamente entre sí según tres dimensiones, ya clásicas, que se conocen
por los nombres griegos de koinonia, diakonía y kérigma, cuyo signifi-
cado, aplicado a nosotros, explicaremos en seguida. Son éstas tres di-
mensiones inseparables, que han de vivirse "hacia fuera", es decir,
orientadas a la comunidad de la Iglesia y de los hombres, mas también
"hacia dentro", en el corazón de cada comunidad de jesuitas.
Ahora bien, precisamente esa triple dimensión resulta enriquecida
de modo sustancial por la presencia del jesuita no sacerdote.

8. KOINONIA significa "comunión" (la misma raíz que "comu-


nicación", "común", "comunidad"). Es compartido todo, acogerlo y acep-
tarlo todo; o, mejor aún, acoger y aceptar a todos. No se trata sólo de
compartir bienes materiales, ideas, sentimientos, expresiones personales
de fe..., sino la vida, "lo que uno tiene y es" (D. 2, n. 18). Todos los
jesuitas, no hay duda, deben vivir de lleno en esta dimensión; pero el
jesuita no sacerdote la destaca dé manera particular por el carácter
mismo de su vocación específica (coadiuvare: "coayudar", "co-labo-
rar"). En realidad, así lo demuestran ejemplarmente, con su vida, mu-
chos Hermanos. Koinonia es pues, para el jesuita, poner la propia exis-
tencia a disposición permanente de la comunidad; dicho de otro modo,
hacer donación de la propia vida, las 24 horas del día, a fin de construir
la comunidad.
Gracias a esta primera dimensión, tal como la acabamos de expli-
car, la comunidad apostólica de la Compañía y su característica misión
sacerdotal adquieren una base de estabilidad e intensidad en la convi-
vencia, que no se da en otros tipos de comunidad cristiana, por ejem-
plo grupos que ocasionalmente se forman y reúnen para orar, escuchar
la Palabra, compartir la fe, proyectar o realizar actividades apostólicas,
etcétera.
Esta koinonia, entrega de "lo que uno tiene y es", nos distingue
esencialmente de nuestros colaboradores seglares, aun de los más gene-
rosos. Con ellos también se puede llegar a formar una comunidad apos-
tólica, pero no de igual naturaleza que la que hemos descrito.
a
PARTE 1 . / n.° 23 269

9. DIAKONÍA equivale, en su sentido original, a "servicio". Con


mayor fuerza, si cabe, se expresa aquí el carácter de "cooperación" que
define, entre otros aspectos esenciales, al jesuita no sacerdote. Esta
"cooperación" podrá concretarse, como ocurre a menudo, en trabajos
u oficios "técnicos", orientados a construir la comunidad misma que,
como grupo humano, necesita crearse cierto ambiente de intimidad y
vida privada. O podrá consistir en una aportación directa al apostolado
comunitario: preparándolo, compartiéndolo, completándolo.
Pero es clarísimo que la importancia de la diakonía no reside en
el simple "servicio", ni tampoco en la calidad técnica de éste (¿Acaso
no pueden prestarlo con igual "competencia" hombres vitalmente sepa-
rados de la comunidad?). Lo que convierte el servicio en diakonía, en
dimensión de la comunidad cristiana, es su gratuidad, signo incofundi-
ble de que se hace por amor y nace del amor. Tal servicio es, en sí
mismo, auténtico amor.
El servicio gratuito por amor a Cristo, decimos, es diakonía. La
diakonía construye la comunidad cristiana. Todos los jesuitas, por tan-
to, nos debemos mutuamente esa gratuidad en el servir, hechos "siervos
unos de otros en el Señor", estimándonos unos a otros "como si todos
nos fuesen superiores" (cf. Const. 250 y passim). Sólo así eliminaremos
de nuestras comunidades hasta el último resto de ciertas categorías
mundanas como la de "servidores y servidos". Servidores hemos de
serlo todos, de obra y de corazón; y si por ello surgiera entre nosotros
alguna tirantez, nunca debe nacer ésta del afán de ser servidos, sino de
la voluntad de servir.
Hay aquí también otro aspecto muy importante, que la Congrega-
ción General 32 ha subrayado con fuerza (D. 2, nn. 29 y 30). Leed esos
pasajes, y en particular este párrafo: "Incluso en aquellos trabajos que
podemos y debemos tomar, nos damos cuenta de que debemos estar
prontos a trabajar con los demás: con los cristianos, con;los que tienen
otras creencias, con todos los hombres de buena voluntad. Prontos a
desempeñar un papel subordinado, de apoyo, anónimo". La Compañía
afirma así su aspiración a ser "coadjutora" de la Iglesia y el mundo, a
vivir una mística de "coadjutoría".
Salta a la vista, igualmente en este segundo aspecto, que la presen-
cia del Hermano que vive feliz su carácter de "coadjutor" en la comu-
nidad apostólica de la Compañía da un relieve especial a la dimensión
de "servicio" o diakonía, la cual, conviene recordarlo, abraza y se im-
pone a todos los jesuitas por entero. En otros tiempos solía decirse que
los Hermanos eran como "las madres" de una comunidad. Hoy esta
expresión no gusta, pero su significado profundo no ha pasado de moda
como ella misma. ¡Cuántos ejemplos quedan aún de jesuitas que, llenos
de afecto y desinterés, manifiestan una extrema sensibilidad para des-
cubrir las necesidades de los demás y un amor eficaz para remediarlas,
aun a costa de sacrificios personales!
EDo no es obstáculo para lo que indicaba la Congregación General
31 (D. 7, n. 4) acerca de los Hermanos: "Además de los oficios antes
mencionados..., legítimamente pueden encargarse de otros oficios, a jui-
270 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ció del superior, en los que, según los dones recibidos de Dios, puedan
aportar su trabajo y su ejemplo 'para ayuda de las almas' (Const. 307
y 308), v. g., en la enseñanza, el ejercicio de una profesión liberal o
técnica, la promoción del trabajo científico, y todos aquellos que, según
circunstancias y lugares, sean más útiles para el fin de la Compañía".

10. KERÍGMA, por último, es "proclamación", "anuncio". El Se-


ñor Jesús y su evangelio deben ser dichos y proclamados en la comu-
nidad misma de todas las formas posibles. Sin este alimento de nuestra
fe, la comunidad cristiana, y mucho menos aún la comunidad apostólica
de la Compañía, no puede ni existir, ni crecer, ni actuar. La Iglesia ha
de comenzar por "evangelizarse a sí misma", ya que "siempre tiene
necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su im-
pulso y su fuerza para anunciar el Evangelio" (Evangelii nuntiandi, 15).
Si la Iglesia dice esto de sí misma, ¡cuánto más es cierto de la comu-
nidad apostólica de la Compañía, como comunidad de la Iglesia!
En cada comunidad hay una función de "anuncio", de testimonio
(de "ejemplo", decían los antiguos), que es necesaria aun dentro de la
misma comunidad. Hay también una función de "denuncia" de los va-
lores antievangélicos. Ambas funciones se llevan a cabo no sólo con
palabras, sino sobre todo con la vida. Aunque este testimonio parezca
orientado "hacia dentro" (ad intra), por ejercer gran influjo en la efi-
cacia apostólica de la comunidad y contribuir a que sus miembros se
sientan dichosos de trabajar por Cristo, se propaga igualmente "hacia
fuera" (ad extra): ese apostolado y esa alegría repercuten fuera de la
comunidad, pero además ese espíritu —donde existe— se extiende a
quienes entran en contacto con la comunidad, e incluso suscita nuevos
contactos de una hondura espiritual del todo especial.
Esta tercera dimensión también envuelve a la totalidad de los je-
suitas: de manera activa, al participar en el "anuncio", y pasiva, al
recibir el anuncio o realizar la "denuncia" de que hablábamos antes.
Si somos realistas, debemos confesar que ciertos modos dé ver las
cosas, ciertas estructuras mentales, culturales y sociales, ciertos falsos
"activismos" y nociones de eficacia que nos llevan a esconder nuestra
personalidad religiosa, etc., nos sitúan "de través", o sea, errónea-
mente, en las comunidades. Muchas veces, por ejemplo, queremos vivir
en ellas como en un hotel, o convertirlas en un mero "grupo de ami-
gos", un "coto cerrado" o, a lo más, una oficina de servicios sociales.
Se nos pasan así inadvertidos valores básicos del Evangelio que debe-
ríamos todos los jesuitas recordar a diario, o no insistimos en ellos lo
bastante. Aquí es donde muchos Hermanos influyen a menudo en sub-
rayar esos valores, al vivirlos como parte específica, característica, de
su vocación.
Lo he dicho y lo repito: de estas tres dimensiones somos responsa-
bles todos los jesuitas sin excepción, aunque ello no impide que la pre-
sencia de los Hermanos que las viven gozosamente enriquezca de modo
particular, al realzar su valor, nuestras comunidades y apostolado.
PARTE 1.» / n.° 23 271

11. De no vivirlas o vivirlas con mediocridad, la víctima final será


la misión apostólica- de cada uno de nosotros y de la Compañía como
cuerpo. Esta misión quedará entonces muy empobrecida, de varias ma-
neras:

— Con frecuencia se convertirá en un trabajo aislado, individual,


de corto alcance, por muy competente que sea su protagonista.
Cada vez más se nos encomiendan hoy apostolados y tareas,
como las que señala la Congregación General 32, que exigen un
"cuerpo", una comunidad apostólica, la cooperación de muchos
en un quehacer común, cada uno desde su función propia.

—• El jesuita, sacerdote o Hermano, que anhela una comunidad


auténticamente humana y cristiana, al no encontrarla en el gru-
po que el Señor ha llamado a una misma vocación con él, se
buscará "comunidades de recambio" o apostolados al margen de
su comunidad. De ahí no hay más que un paso a la pérdida
del vigor apostólico y del sentido de pertenencia a un cuerpo,
con dispersión de fuerzas y pobreza de resultados.

—• Tampoco daremos al mundo, de ese modo, el testimonio que


debemos dar. Testimonio de que puede, sí, lograrse una comu-
nidad cristiana de hombres diversísimos en cualidades, caris-
mas personales, habilidades apostólicas, misiones..., los cuales,
a pesar de todo, son capaces de formar un sólido bloque com-
partiendo un mismo proyecto de vida, rivalizando en servirse
unos a otros, amándose como quiere el Evangelio.

12. Es clara, pues, la riqueza que la figura del Hermano jesuita


aporta a la realización de la comunidad apostólica. Esa riqueza no resi-
de sólo en el sinnúmero de sus posibles trabajos y tipos de colaboración,
sino principalmente en el concebir y vivir la vida entera como colabora-
ción, en la mística de "coperación" o "coadjutoría" a que antes nos
referíamos: mística típica de la vocación del Hermano, aunque —per-
mitidme que lo recuerde otra vez— no exclusiva de él, sino común y
necesaria a todo jesuita.

13. Antes de acabar esta parte de mi plática y pasar a algunas


consecuencias de orden práctico, quiero añadir que ese modo de plan-
tearse la vida, como lo he explicado, es ya de por sí "anuncio", "procla-
mación", kérigma. Y es proclamación también "hacia fuera", al hacer
de la comunidad que así vive y siente una comunidad apostólica. Esa
"manera de vivir" es auténtico y verdadero apostolado, tan eficaz como
esta o aquella misión apostólica concreta que la Compañía pueda con-
fiar a un jesuita, Hermano o sacerdote.
Por falta de tiempo, no entraré aquí en detalles sobre el "anuncio
hacia fuera" que es más característico del Hermano y posee hoy una
riqueza y amplitud tan grandes en la Viña del Señor: como prepara-
272 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ción, ayuda o complemento al apostolado sacerdotal de la Compañía en


lo que tiene de más hondo y universal.
Esto es lo que importa de veras. Porque al igual que la Iglesia y
dentro de ella, la Compañía existe para evangelizar. Tal es su identidad
(EN 14). Y se evangeliza no sólo con lo que se dice, sino sobre todo
con lo que se es. Sin este "ser", la palabra será cosa vacía, no tendrá
sentido (EN 21).

Conclusiones prácticas

14. De cuanto acabamos de ver juntos, deseo ahora sacar algunas


consecuencias prácticas, tocar algunos aspectos de nuestra vida real,
la de cada día.
Huelga repetir que lo que diremos se dirige por igual no sólo a
los Hermanos, sino a todos los jesuitas. Cada uno de nosotros tratará
de descubrir, delante de Dios, qué es lo que debe aplicarse a sí mismo.
No voy a decir aquí, en realidad, nada nuevo; sólo quiero insistir en
algunas cosas que me parecen más necesarias e importantes hoy.

1) La llamada primordial a construir la comunidad apostólica y


sacerdotal, entendiendo así la Compañía y cada una de sus comunida-
des, es un don de Dios, del que gozan en "una misma vocación" (CG
31, D. 7, n. 1) todos los llamados por El a esta Compañía.
La variedad de ministerios, ya estén orientados "hacia dentro" o
"hacia fuera", no debe estorbar ni impedir la unidad básica de nuestra
vocación a construir una auténtica comunidad evangelizadora con sus
tres dimensiones: koinonia, diakonía y kérigma, es decir, "comunión"
en la entrega total de sí mismo, "servicio" y "proclamación".

2) Esa llamada, que es verdadera "con-vocación", nos hace sentir


que pertenecemos a la Compañía (sentido de "pertenenecia"), nos con-
vierte en miembros de un mismo cuerpo unidos por el amor, disponibles
a la voluntad del Señor que juntos buscamos y tratamos de cumplir.

3) Mirando las cosas de esta manera y en la fe (fuera de la fe no


se podría entender nada de todo ello), debemos deducir que todos los
servicios y ministerios que realizan los jesuitas, sean cuales fueren, va-
len lo mismo según el Evangelio. Y si a esta luz releemos a San Ignacio,
entenderemos lo que de veras quiere decir al dividir nuestros trabajos en
"oficios humildes" y "cosas mayores". Esa clasificación tiene más que
ver con el ambiente social de su época (de alguna manera tenía que
explicarse el Santo para que le comprendieran sus coetáneos) que con
un profundo sentido teológico. A nosotros nos toca, precisamente por
fidelidad al propio San Ignacio, purificar y aclarar esa terminología
para que se entienda como debe entenderse hoy. En la Compañía de
Jesús, lo repito, sólo existen "servicios" o, más propiamente, "servido-
res" con miras exclusivas al Reino de Cristo, y su valor depende del
a
PARTE 1 . / n.° 23 273

grado de "comunión" (koinonía) y "anuncio" (kérigmá) que tales ser-


vicios llevan consigo.
Queda, por tanto, fuera del espíritu y pensamiento de San Ignacio
toda inspiración, de cualquier jesuita, que no tienda a un "mayor ser-
vicio"; todo acto personal que no convierta a quien lo ejecuta en un
"mayor servidor". Y mucho más todavía, cuando esa aspiración o acto
está al margen de la comunidad y de la misión comunitaria. Porque es
claro que así se vienen abajo las tres dimensiones que nos hacen miem-
bros vivos de una comunidad apostólica viva, y se echa a perder nuestra
misión.

4) Por el contrario, es apostólicamente validísimo cualquier minis-


terio o "servicio" dado en misión y realizado como misión del "cuerpo"
de la Compañía. El jesuita que así lo entiende y lo desempeña, sin ol-
vidar ese carácter "comunitario" de su servicio, camina por la vía recta;
¡piensen lo que piensen quienes contemplan ese servicio desde fuera
del Evangelio! No podemos tolerar en la Compañía el concepto munda-
no de trabajos "serviles" ni expresiones como "tener el poder", "los que
mandan", etc. Lo único que vale entre nosotros es el "mayor servicio"
al Evangelio, a la Compañía, a nuestros hermanos.
Además, según esta "fuerte espiritualidad" que es la de San Igna-
cio, que hunde sus raíces en las meditaciones del Reino, de las Dos Ban-
deras, de los Tres Grados de humildad... "por imitar y parescer más
actualmente a Cristo Nuestro Señor" (EE. 167), todo jesuita debe pre-
ferir las "misiones" (servicios) que impliquen más renuncia y desprendi-
miento de sí mismo o, como decía nuestro Fundador, más "salir del pro-
pio amor, querer e interese" (EE. 189).
Como la sangre impregna y anima nuestro cuerpo, esta idea im-
pregna y anima todos los decretos de la Congregación .General 32 so-
bre la identidad, vida y misión del jesuita. Si no tenemos en cuenta ese
modo de pensar ignaciano al leer y meditar lo que la Congregación dice
de la Compañía como "coadjutora" de la Iglesia y el mundo, del vivir,
trabajar y solidarizarse con los pobres, de purificar nuestra pobreza, de
la inculturación y de tantas otras cosas fundamentales, lo interpretare-
mos todo superficialmente, sólo "por encima", y nos equivocaremos
al aplicarlo a nuestra vida.

5) Dados los diversísimos trabajos y ministerios en que ha de


concretarse "el mayor servicio de Dios y ayuda de las almas", no po-
drán a veces muchos jesuitas, aunque lo deseen, vivir ciertas formas ra-
dicales y extremas de servicio. Simplemente porque, como hombres,
son limitados, y una sola persona no puede abarcarlo y hacerlo todo.
Menos aún cuando el servicio que ya presta requiere todo el hombre.
Por esta razón, nos tenemos que complementar unos a otros. Por eso
también debemos repartirnos entre todos las tareas y oficios, reparto que
no tiene por qué ser definitivo, sino que puede cambiar según lo aconse-
jen las circunstancias.
274 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Aquí tenemos que hacer todos los jesuitas un buen examen de con-
ciencia. Participar en muchos servicios comunes, de la vida ordinaria,
necesarios a la comunidad apostólica, no estorba en absoluto el cumpli-
miento de nuestras varias "misiones", por muy originales y especializa-
das que sean. Al contrario, alternándolas con esos servicios comunes, las
enriquecemos con una nueva experiencia, a la vez humana y religiosa:
una experiencia de servicio entre nosotros mismos. ¿No es curioso que
a menudo algunos jesuitas busquen "enriquecerse" con esa clase de
servicios fuera de la comunidad, cuando los tienen en casa al alcance
de la mano?

6) Llaman hoy a nuestras puertas muchos hombres, de grandes


cualidades, que se sienten arrastrados por el Señor a servirle de mil
maneras, en un trabajo anónimo, con sacerdocio o sin él. Esos hombres
son un don de Dios, como lo son todos a quienes Dios corv-voca en
"esta" Compañía de Jesús. La Compañía, por fidelidad a su carisma,
debe saber integrar tal don como cosa propia y agradecerlo. ¡Cuántos
jóvenes en el mundo, si percibieran esto entre nosotros, se sentirían hoy
atraídos a una vida así!

7) En ningún caso, por consiguiente, podemos aceptar la postura


de quienes no reconocen lo actual de la vocación del Hermano jesuita,
diciendo que "ya no va", o que "no encaja" con la sociedad y la cul-
tura de nuestros días. En cambio, según la perspectiva evangélica que
hemos explicado y que aquí aceptamos, debemos condenar de la manera
más tajante todo gesto o palabra que respire, aun de lejos, espíritu de
desquite o reivindicación por una parte, de señorío o discriminación por
otra. La Congregación General 31 fue bien clara y explícita en este
punto:
"Quiere, pues, la Compañía que los Hermanos se incorporen más
estrechamente a la vida social, a la vida litúrgica y a las actividades de
la comunidad a la que pertenecen, como compañeros que viven su vida
religiosa en una misma familia; para lo cual foméntese más y más entre
los Nuestros la unión fraterna y la convivencia por todos los medios
que la discreta caridad sugiera. A ello contribuirá también: el evitar
toda diferencia social en la vida comunitaria... etc." (D. 7, nn. 5 y 6).
Me viene aquí al pensamiento que estoy barajando muchas ideas
de la Congregación General 31. Esto significa que no la tenemos todavía
bien asimilada, que aún no se ha producido en nosotros, por lo menos
en este punto, aquella "conversión de mente" que la misma Congrega-
ción nos pedía (D. 7, n. 1). La Congregación General 32, que recoge y
hace suya toda la 31, da por supuesta esa asimilación, al no hacer ex-
presamente distinciones de ninguna clase entre los jesuitas cuando pro-
grama la misión, la vida comunitaria, la pobreza, la formación... ¿No
habrá sido demasiado optimista? En todo caso su optimismo, al suponer
ya realizada la "conversión" que recomendaba su predecesora, no hace
sino confirmar una vez más la necesidad de tal conversión.
PARTE 1.» / n.° 23 275

8) Otra consecuencia se refiere a la selección y formación de


los que quieren "seguir este camino" (Fórmula del Instituto, 6). De lo
anterior se deduce que una condición de la que hay que examinar y para
la que hay que formar a todo el que entra en el noviciado, con miras
o no al sacerdocio, es su capacidad de vivir e integrarse en las tres di-
mensiones constitutivas de la comunidad apostólica.
Cierto que la comunidad requiere alguna base de cultura, pero no
se puede reducir a esto ni hacer depender de esto, como a veces pasa,
la capacidad de formar comunidad apostólica; porque, ya lo dice San
Pablo, "la ciencia hincha" (1 Cor 8, 1). Hay otros valores humanos y,
naturalmente, evangélicos que son más importantes.

9) Apliquemos ahora esta doctrina al problema de las nuevas vo-


caciones. Es un hecho que existen hoy hombres, y Dios nos los pone a
mano, portadores de esos valores importantes que acabamos de mencio-
nar. La Compañía puede ofrecerles un puesto donde realicen de lleno
sus ansias de servir a los demás siguiendo a Jesucristo y como lo hizo
Jesucristo.
Es responsabilidad nuestra brindarles sin rodeos, lisa y llanamente,
además de nuestra espiritualidad, de nuestra visión y valoración del
mundo según el Evangelio, el ambiente adecuado (hombres, medios, cli-
ma espiritual y humano, etc.) donde puedan aportar también ellos su
grano de arena a la comunidad apostólica y convertirse en apóstoles. Y
a nosotros toca, igualmente, ponerles ante los ojos las metas, los obje-
tivos que el jesuita aspira a alcanzar como apóstol.
No hablo de teorías lejanas, sino de realidades. Y si digo que
podemos ofrecer todo eso, no es porque esté en nuestro "programa",
sino porque ya muchos jesuitas lo están viviendo de veras, llenos de
gozo, en esta concreta y, ¿por qué no decirlo?, bendita Compañía de
Jesús. Mal podremos justificar ante Dios nuestros silencios o reservas
a la hora de presentar y dar a conocer esta realidad nuestra que, en
definitiva, es don suyo.

15. Termino ya este comentario para que lo podáis proseguir vos-


otros, o lo podamos continuar todos en forma de diálogo. Como os de-
cía al principio, me he limitado a explicar el porqué de una de mis afir-
maciones: la de que considero irremplazable la aportación del Hermano
jesuita tanto a la vida interna y comunitaria de la Compañía como a su
apostolado.
Sé muy bien que no he tocado todos los aspectos del tema, sino sólo
unos cuantos. Por ejemplo, podía haber hablado de los muchísimos
tipos concretos de servicio apostólico que la Compañía ofrece al jesuita
no sacerdote. En algunos, éste es incluso imprescindible a la Compañía.
Pero he preferido concentrarme en los puntos que me parecen más fun-
damentales. El momento de la historia que nos toca vivir nos exige,
precisamente para poder revisar y adaptar lo necesario con libertad y
seguridad, mostrar en los hechos, de manera clara y enérgica, esas pocas
cosas que son el eje de nuestra vida.
276 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

16. Os invito, pues, a seguir profundizando más y más en este


único punto que he examinado con vosotros. Descubriréis, descubrire-
mos todos, un inmenso horizonte de posibilidades para nosotros mismos
y para los demás.
Ese es el camino, la senda concreta "hacia Dios" que se abre ante
nosotros, que podemos andar, que debemos recorrer sin miedo, en la que
más de cuatro jóvenes generosos nos querrán acompañar.
Os acompañarán, porque vuestra aportación responsable al cuerpo
de la Compañía, vuestra aceptación responsable de la Compañía, es
la vida, que el Espíritu engendra e impulsa en todos nosotros y a la
que quiere que demos cauce, sin reprimirla, dejando que fluya para
otros hombres. Desde esa vida real, si somos fieles al Espíritu que la
anima y nos da no sólo nuestro carisma propio, sino la fuerza para
vivirlo, entenderemos cada vez con mayor claridad lo que encierran
todos los moldes teológicos, jurídicos, etc. que intentan expresarla de
alguna forma.
Esa vida, os digo, atraerá a muchos jóvenes de hoy, pues en este
nuestro mundo también los hay que desean con ardor ser apóstoles en
la renuncia y abnegación total de Cristo, lo que los teólogos designan
por la palabra bíblica kénosis. Y ¿qué otra cosa es la auténtica vocación
a la Compañía, en particular la del Hermano?
Pidiendo al Señor abundantes y valiosas vocaciones de Hermanos
Coadjutores, ofrezco 50.000 Misas de las celebradas u oídas en la
Compañía por las intenciones del Padre General, y exhorto a los miem-
bros de todas las Provincias a que ofrezcan a Dios oraciones y sacri-
ficios por esta misma intención.
24. Puntos para una renovación espiritual

(24. VI. 71)

No es fácil hablar de la "renovación espiritual" de la Compañía:

1) Porque esta cuestión no puede aislarse de todas las demás, que


surgen a nivel de las personas, de las comunidades, de todo el cuerpo
de la Compañía: las abarca a todas.
2) Porque los diferentes campos de acción en que se mueve la
vida del jesuita están en una correlación mutua tan grande, que sería
ilusorio esperar la renovación en uno de ellos, si otro se echa a perder;
y especialmente la renovación espiritual de la Compañía debe tener
como estímulo y como fin la renovación apostólica, la cual implica una
renovación interior, a la vez personal y comunitaria. Hoy es de suma
importancia psicológica la puesta al día de la finalidad .apostólica.
Podemos distinguir cuatro temas principales a los que están ligados
los restantes:

— Una experiencia de Dios en Cristo (lo absoluto de Dios en


nuestras vidas).
— El trabajo por la salvación del mundo (dinamismo apostólico).
— La unión ordinaria con Cristo (garantía y progreso de la vida
espiritual).
•—• El compartir con unos "compañeros" (vida comunitaria).

Una experiencia de Dios en Cristo

Primera pregunta que debemos hacernos, una y otra vez, en todas


las etapas de nuestra vida de jesuitas: en qué punto nos hallamos res-
pecto a nuestra experiencia de Dios ("en primer lugar atienda a Dios,
y luego a la manera de ser de este Instituto que es un camino hacia El".
Fórmula).
278 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

El mundo se seculariza. La Compañía acepta este hecho. Más aún,


saca las consecuencias de él, a fin de adaptar su género de vida y sus
formas de apostolado; y está dispuesta a hacerlo mucho más todavía.
Pero se impone una condición: que nuestro encuentro personal con Dios
dé a nuestra vida su sello de absoluto, de exigencia radical, de respuesta
incondicional.
Este encuentro con Dios toma, naturalmente, muchas formas se-
gún los carismas y temperamentos. Pero siempre será una adhesión a
Cristo, un descubrir por El el amor del Padre, una disponibilidad per-
manente para dejarse guiar por su Espíritu.
Ahora bien, actualmente en la Compañía hay que hacer hincapié
en este punto básico —a veces no sin valentía— como una condición de
vida y como un criterio para enjuiciar nuestra actuación.

1) ¿Cuál es la experiencia personal de cada uno de nosotros en este


encuentro con Cristo? Nada puede desviarnos de la exigencia funda-
mental que es la misma para todos los cristianos: "De gracia habéis
sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios...
Conforme al plan eterno que El ha realizado en Cristo Jesús nuestro
Señor, en quien tenemos la franca seguridad de acercarnos a El confia-
damente por la fe" (Ef 2, 8; 3, 12).
2) ¿Es par nosotros el Evangelio la revelación personal del Verbo
de Dios, o simplemente un conjunto de valores religiosos o sociales que
hay que defender?
3) Desde el punto de vista del ministerio sacerdotal, de la inser-
ción profesional, de la proclamación de la Palabra, de la ayuda al
desarrollo de los pueblos, etc., ¿llevan nuestros compromisos apostó-
licos el sello de esa misión, cuyo sentido consiste en revelar a los hom-
bres el amor que Dios les tiene?
4) Nuestro comportamiento psicológico, afectivo, intelectual, artís-
tico, social, ¿revela —incluso sin que sea necesario ni posible nom-
brarla— esa presencia interior de la cual vivimos y es la única garantía
eficaz para el Reino de Dios?
5) Aunque las palabras renuncia o abnegación tengan para nos-
otros un sentido ambiguo, ¿aceptamos realmente participar de la "kéno-
sis" de Cristo y de su misión de Siervo?
Se nos ocurren estas preguntas y muchas más para enjuiciar la
autenticidad de nuestro comportamiento como jesuitas. Con demasiada
frecuencia hablamos de vivir de Cristo, de discernir su Espíritu, de
humildad, de pobreza, e incluso de oración, sin que esto responda
a una experiencia cuyas exigencias queremos vivir hasta el fondo; en
ese caso, se convierten en palabras vacías, en teorías que, o no llegamos
a experimentar personalmente, o las desmentimos de hecho. Nuestra re-
novación espiritual pasa primero por un esfuerzo de sinceridad, de au-
tenticidad, de rechazo de la "hipocresía" farisaica, y de unidad pro-
funda de nuestra personalidad interiormente transformada o transfigu-
rada por una gracia operante que reconocemos y confesamos.
PARTE 1.» / n.° 24 279

Dinamismo apostólico

Toda la vocación del jesuita está dominada por el "envío" o la


"misión" apostólica. Cfr. el Reino y las Dos Banderas. Cfr. los Decretos
de la CG. X X X I : Decr. I, n. 4; 13, n. 3: una vida simultánea e indivi-
siblemente apostólica y religiosa. Por lo tanto, en virtud de lo más pro-
fundo de su vocación, a menudo, en las difíciles circunstancias de hoy,
los jesuitas sienten la necesidad de volver a hallar el dinamismo apostó-
lico, condición indispensable de su fidelidad espiritual. Para esto:
1) Que se les presente una meta apostólica; es decir, unos obje-
tivos generales y precisos a la vez (un trabajo particular relacionado con
la Iglesia universal); que se les aclare el papel de la Compañía y sus
opciones; que su status se les manifieste más como una misión.
2) Que la Compañía, en todos sus niveles, sea más capaz de per-
cibir los signos de los tiempos y de crear nuevas formas de apostolado
sin encerrarse en esquemas antiguos o incluso recientes, pero ya cadu-
cados.
3) Que su apostolado sea el centro de sus relaciones con los miem-
bros de la Compañía, con su comunidad y con su Superior (éste debe
comprender que la cuenta de conciencia ha de versar, ante todo, sobre la
misión y la acción del Espíritu actuando en el alma del apóstol).
4) La universalidad y la flexibilidad de la Compañía son dos ca-
racterísticas en las que hay que insistir hoy día. Somos corpus univer-
sale, compañeros de Jesús, cives mundi, que rechazamos los provincia-
lismos y nacionalismos estrechos. Esta visión universal y esta convicción
de pertenecer a un cuerpo universal son una gran ayuda para evitar la
introversión, que limita los horizontes y agrava y multiplica los pro-
blemas.
5) La libertad interior (indiferencia), o positiva disposición a de-
jarse dirigir por el Espíritu Santo, es absolutamente necesaria para la
adaptación y la renovación apostólica, tanto más cuanto que no pode-
mos quedarnos en veleidades del tipo de la del segundo binario de
hombres (EE 154). Cuanto mayor sea la libertad interior, menos limi-
tación habrá en el dinamismo apostólico: el que goza de libertad inte-
rior puede hacer planes apostólicos sin temor a nada ni a nadie.
Estas exigencias son de una importancia capital para que los je-
suitas se vean libres de la dolorosa inseguridad que sienten, respecto a
su apostolado y a su confianza en la Compañía. De esas exigencias na-
cen muchas consecuencias para la renovación espiritual: porque se tra-
ta aquí de la esencia misma de la vocación, de un cierto gozo de vivir
para Dios, de confianza en la tarea que se les confía, etc. Algunos es-
tados de depresión, de desolación, de atonía apostólica, no se podrán
vencer más que con una esperanza profunda, animada constantemente
por el dinamismo apostólico, fundada en Cristo y estimulada por la
alegría que aporta un trabajo cuyo sentido se capta mejor. En las difí-
ciles circunstancias que atraviesan la Iglesia y la Compañía, la espe-
ranza del jesuita sólo puede ser fruto de una confianza total en Dios
280 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que realiza su obra; y no en nuestras fuerzas ni en nuestra generosi-


dad: "Llevamos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del
poder sea de Dios y no parezca nuestra" (2 Cor 4, 7). "El hirió, El nos
vendará; apresurémonos a conocer a Yahvé; como aurora está apare-
jada su aparición" (Oseas 6, 1-6). Los Provinciales tienen un papel
importantísimo en este esfuerzo por la renovación de nuestra esperanza
teologal.

La unión ordinaria con Cristo

La vida de consagración a Dios y el dinamismo apostólico no pue-


den producir frutos, ni siqiuera conservarse, sin que Dios mismo obre
en nosotros y nosotros estemos constantemente dispuestos a su acción.
San Ignacio.habla de estar con Cristo: "Mecum, ser puesto con el
Hijo, instrumentum coniunctum cum Deo". También aquí hay que
prescindir del vocabulario que dificulta tanto hoy día, para volver a
hallar una exigencia imprescindible: "La sigo (la perfección) por si
logro apresarla, por cuanto yo mismo fui apresado en Cristo Jesús"
(Flp 3, 12). "Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestios del
hombre nuevo" (Ef 4, 23-24).

"In Christo"

Interroguémonos acerca de la clase de encuentro, de diálogo, de


unión, de docilidad al Espíritu de Cristo, que tratamos de insertar en
nuestras vidas. Las palabras tienen sólo una significación aproximada:
hay que rebasarlas para encontrar una verdad escueta y extraer todas
sus consecuencias: Cristo vive, habla y actúa recibiendo de su Padre
su ser, su palabra y su acción; y in Christo, participando de sus rela-
ciones con el Padre, se desarrolla toda nuestra vida.
De donde se desprende lo siguiente:
a) En qué situación nos encontramos respecto a nuestra oración
(con lo que necesariamente comporta de adoración, purificación, dis-
ponibilidad, llamamiento a trabajar por el Reino universal de Cristo).
Hay que repetir incansablemente a todos los jesuitas que su vocación,
más que cualquier regla o control, es la que les obliga a la oración; y
por eso mismo, su responsabilidad está gravemente comprometida. Y que
la Compañía mantiene esto como criterio para juzgar la fidelidad a la
vocación.
b) Recordar a los Superiores su responsabilidad en este terreno:
que no teman hablar con cada persona de su vida de oración en una
verdadera cuenta de conciencia; y que ayuden eficazmente a buscar
los momentos, los medios y las condiciones para una oración que les
haga encontrar a Dios.
c) Pedir a todos los formadores que expliquen mejor que la ora-
ción es una vida con sus ritmos y exigencias, con su desarrollo por eta-
PARTE 1.» / n.° 24 281

pas, unido a las etapas culturales y espirituales de cada uno; y que


siempre está relacionada con los restantes aspectos de la vida de Dios
en nosotros y con la vida apostólica.

"Encontrar en todo a Dios"

Para un jesuita esta fórmula expresa un ideal que debe ir alcan­


zando poco a poco por medio del apostolado. El trabajo es un medio
de unión con Cristo, y de hacer esta unión más profunda por una abso­
luta mortificación de sí mismo; pero con tal que se realice en caridad,
es decir, por el amor que Dios nos da y recibimos sin cesar. Hay que
deshacer dos equívocos:
o) Persuadirse a la ligera de haber cumplido las condiciones de
un trabajo que santifica; cuando se ha obrado sólo por actividad na­
tural.
b) Creer que lo primero es la oración y que el trabajo va des­
pués; siendo así que éste, realizado bajo la acción del Espíritu Santo,
lleva en sí el medio de progresar en la unión con Dios.
Los Padres Provinciales deberían hacer estudiar estos puntos de
la vida espiritual en sus comunidades para volver a encontrar el verda­
dero sentido de la oración en relación con la vida apostólica. Una seria
investigación en el terreno de la historia, la psicología y la Sagrada Es­
critura debe ayudarnos a adaptar a nuestro tiempo el lenguaje espiritual
tradicional que se ha hecho anticuado e incomprensible para muchos.

Ejercicios anuales, días de retiro, asambleas

Hay que promover, o hacer más eficaces, algunos períodos inten­


sivos:
a) Unos Ejercicios verdaderamente habituales para todos, que
aseguren en cada Provincia la presencia (y por consiguiente, la forma­
ción) de personas competentes para ayudar en la marcha de los Ejer­
cicios y especialmente en el hábito del discernimiento espiritual.
b) Que estos Ejercicios se hagan en buenas condiciones, no sólo
con un director, sino también respetando las exigencias físicas y psico­
lógicas; que sean unos días de tregua en las ocupaciones, sin tener que
escribir cartas ni proseguir un trabajo personal; y que terminen con
una "elección", es decir, una decisión que realmente comprometa al
hombre entero y le manifieste el valor de la docilidad constante al Espí­
ritu Santo en la vida apostólica.
c) Que estos Ejercicios puedan ser comunitarios, con tal de contar
con la presencia (y por lo tanto, la formación) de una persona compe­
tente para dirigirlos.
d) Organizar asambleas o encuentros para actualizarnos en cues­
tiones doctrinales y espirituales. Hoy, más que en otros tiempos, para
alimentar la vida espiritual se necesita atender al aspecto doctrinal:
fundamento de nuestra fe, lectura de la Sagrada Escritura, significado
282 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de la Iglesia, valor del sacerdocio. Y también, serias investigaciones acer-


ca de las relaciones entre la fe y las ciencias humanas (sobre todo la
psicología).

La vida comunitaria

Nuestra época es sensible a los valores de fraternidad, participa-


ción, grupos de trabajo o de investigaciones, etc. Esto favorece uno
de los puntos fundamentales de la Compañía, la cual constituye un
cuerpo en el que todos los miembros deben sentirse hermanos, solida-
rios tanto en las tareas apostólicas como en el ideal espiritual.^
1) Favorecer los intercambios en el interior de la comunidad.
¿Qué hacemos para mejorar las condiciones? (Cfr. el Decreto sobre la
vida comunitaria, poco conocido y poco aplicado): formación de las
comunidades, número de miembros, calidad de las reuniones, valor de los
informes y comentarios de la vida ordinaria. Estilo de vida necesario
para crear un clima de acogida amistosa y cordial.
2) Establecer ciertos vínculos entre las comunidades para que la
vida de la Compañía circule entre las casas y los equipos de trabajo;
y hacerlo a nivel regional, nacional e internacional (contra el naciona-
lismo que hoy día nos invade a todos).
Promover sesiones, asambleas, reuniones de varias casas o de toda
la Provincia en un clima espiritual y fraterno, y participando de la
oración.
3) Favorecer con empeño el intercambio y la comunicación en el
plano espiritual. Nos ayudará a ello la práctica de un verdadero discer-
nimiento comunitario; porque la comunicación de las experiencias inte-
riores es un medio magnífico para unificar una comunidad.
4) Apertura de las comunidades a los demás (seglares, sacerdotes,
jesuitas): organización de los horarios, de los locales, de la oración,
de modo que la comunidad "viva" con naturalidad su vida propia, pero
con actitud acogedora para los demás.
5) Acoger a los más jóvenes en comunidades de veteranos:
cómo dejarles desahogar sus ímpetus creativos e imaginativos, cómo
comprenderlos en profundidad, a pesar de las diferencias de mentalidad
y sensibilidad. Esto es hoy un problema grave, dada la relación numé-
rica que existe entre jóvenes y mayores.
6) Multiplicar para cada jesuita, incluso para los escolares, las
posibilidades de participar en las decisiones de la Compañía. Respetan-
do la legislación actual, es posible hallar muchas ocasiones de comu-
nicar los problemas tratados, de exponer los puntos principales de una
situación, de introducir miembros nuevos en las comisiones, consultas,
etcétera.
7) Favorecer el clima de intercambios que permita un discerni-
miento comunitario expresado en deliberaciones comunitarias acerca de
las tareas apostólicas, la vida de comunidad, las modificaciones que po-
sibilitarían unas orientaciones nuevas al servicio de la Iglesia.
PARTE 1.» / n.° 24 283

Conclusión: La elección de las personas

1) La renovación espiritual no se hace al dictado, ni por medio


de organismos especializados; sino primero y principalmente por medio
de unas personas que tienen dones o gracias especiales de atracción
(paz, equilibrio, dinamismo creador), y de expresión (sensibilidad a los
problemas actuales, vocabulario adaptado a nuestro tiempo). Estas per-
sonas existen en todas las provincias; a veces son más numerosas de lo
que creemos; pero hay que colocarlas en puestos donde puedan ejercer
una influencia real, es decir, ante todo:

— Donde no estén confinados en tareas administrativas.


— Donde su actividad se emplee en la línea realmente suya (go-
bierno, dirección espiritual), y no principalmente en empleos
que les suponen una cruz.
— Donde su actividad espiritual no se halle contrarrestada por
otra de tipo autoritario que deban realizar al mismo tiempo.

Naturalmente, un hombre en quien Dios vive y actúa, siempre


manifiesta esta vida de Dios; y esté donde esté, puede ser para los
demás un testimonio y una llamada; sin embargo, debemos respetar las
condiciones normales en que .se da la influencia de un hombre sobre
otros. En la Compañía hay jesuitas auténticos que no se encuentran en
las condiciones que permitirían a su personalidad religiosa ayudar a
otros jesuitas en su marcha hacia Dios. Los Provinciales podrían ha-
cer mucho, si fueran más avisados en la elección de las personas para
los empleos.
2) En cambio, hay algunos colocados en puestos de influencia,
debido a unas cualidades de orden profesional o administrativo, pero
que carecen de las cualidades religiosas necesarias para despertar, man-
tener y desarrollar la vida espiritual de sus subditos:

— Desconocimiento del respeto a los otros en el gobierno.


— Prioridad dada a los valores de prestigio y eficacia.
— Incapacidad de suscitar la confianza que permita el diálogo en
la intimidad.
— Actitud negativa y a veces destructora, etc.

La elección de los responsables de la formación, de los Superiores


de comunidades, de los responsables de equipos apostólicos, etc., tiene
consecuencias incalculables. Las deficiencias en el ejercicio de la auto-
ridad son causa de muchos daños espirituales en las comunidades. Tam-
bién en este segundo punto pueden tener los Provinciales una influen-
cia decisiva. Deben, en particular, examinar de nuevo la lista de los
formadores actuales para discernir quiénes son verdaderamente aptos
para promover eficazmente una renovación espiritual.
25. En respuesta a las cartas «ex officio» de 1976

Me he venido encontrando en este último año con todos los grupos


de Provinciales, he recibido y considerado las cartas "ex officio" pro-
venientes de toda la Compañía, he conferido después con mis Consul-
tores en diversas ocasiones toda esa abundante información, y quisiera
ahora comunicar con todos los NN. algunas impresiones que brotan de
esa abundante experiencia. Espero que ello podrá ayudar a una mejor
ejecución de la CG. XXXII y a la prestación de un mejor servicio
a la Iglesia y a la humanidad, como la misma CG. nos ha señalado.
Durante el año que ha seguido a la CG. se ha hecho en toda la Com-
pañía un positivo esfuerzo por conocer y asimilar los Decretos, condi-
ción indispensable para una sincera aplicación de los mismos. Ha sido
consolador el sentido de responsabilidad y de seriedad con que se han
tenido con ese fin toda clase de reuniones comunitarias, a nivel local y
de Provincia, conferencias, Ejercicios, etc. El ver que la Compañía, con
tan buena voluntad y no sin sacrificios, ha hecho un esfuerzo que ha
sido en conjunto notable, aunque hubiera, claro está, podido ser mayor,
es motivo para una esperanza de que el Señor ha de seguir ayudán-
donos.
Ha sido para mí interesante comprobar que no pocos mostraban el
deseo de tener una explicación más amplia del alcance y del significa-
do de aquella doble conversión a que me referí en mi carta del 15 de
setiembre de 1975, a saber: una conversión a Dios, fruto de una pro-
funda experiencia de la primera semana de los Ejercicios, y una conver-
sión eclesial. Me detendré por tanto primero en exponer un poco más
este punto.

Conversión individual

Todos conocemos la experiencia de la primera semana que repeti-


mos cada vez que hacemos los Ejercióos de S. Ignacio. Al hablar yo de
profundizar en dicha experiencia, deseaba ayudar a que cada uno la
reviviese como experiencia conjunta de la pequenez y pobreza personal
PARTE 1.» / n.° 25 285

y de la bondad del Señor, que culmina "mirando a mí mismo lo que he


hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo,
y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se
ofreciere" (Ejerc. 53). De este coloquio vivido personalísimamente, con
sinceridad, como verdad permanente, como don de Dios de cada día,
surge la única fuerza capaz de cambiar radicalmente nuestras vidas,
nuestras actitudes de segundo binario, capaz de arrancarnos de nues-
tros apegos y posiciones adquiridas, que son las que muchas veces, sin
darnos cuenta, se nos convierten en serios obstáculos para responder
al Señor con la rapidez y generosidad que requieren los problemas de
nuestro mundo, de la Iglesia, de la Compañía. Se trata de un constante
deseo de "conformarnos con Cristo" (Rom 8, 29), deseo que no admite
reposo, que no nos consiente "instalados", anclados en seguridades hu-
manas de todo tipo, impropias de quien lo ha dejado todo por seguirle
con más libertad y de quien no debe confiar sino en El (Const 555) es-
trenando una nueva y mayor generosidad todos los días.
Lo que pido, pues, es una constante y enérgica vuelta a Cristo que
desde su cruz nos interpela a una vida más evangélica, más crucificada,
más pobre.

Conversión eclesial

Conversión, además, eclesial. S. Ignacio dice que "debemos amar


todo el cuerpo de la Iglesia en su Cabeza Cristo Jesús" (MI, Epp. V)
y que "debemos tener el ánimo aparejado y pronto para obedecer en
todo a la vera esposa de Cristo nuestro Señor, que es la nuestra santa
madre Iglesia jerárquica" (Ejerc. 353) que tiene como cabeza al Vicario
de Cristo. San Ignacio objetivó su amor al Cristo del Reino y de las
Dos Banderas en la persona del Vicario de Cristo, el Romano Pontí-
fice, transcendiendo todos los aspectos humanos de la Iglesia y de los
Vicarios de Cristo de su tiempo con profunda intuición de fe, única luz
para descubrir a través de estas mediaciones la presencia viva del
Mediador.
¿Por qué pedía y sigo pidiendo esa conversión eclesial? Porque
oyendo hablar a un no pequeño número de jesuitas o leyendo sus escri-
tos, uno recibe la impresión —perdonadme esta sinceridad— de que
sus expresiones no nacen del amor a la Iglesia concreta de Jesús, el
Pueblo de Dios jerárquico. El amor no disimula ciertamente los defec-
tos, pero los comprende y ayuda a superarlos. El amor respeta, explica,
defiende. "El amor —y más, si cabe, el amor a los representantes de
Jesús, que cumplen un difícil servicio a la unidad y a la paz de su
Iglesia—, es paciente, afable, no tiene envidia, no se jacta ni se engríe,
no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal,
no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siem-
pre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre" (I Cor 13,
4-7).
Yo me pregunto si las críticas que hacen algunos jesuitas, o el
modo, el lugar, el procedimiento de hacerlas (desde una extraña segu-
286 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

íidad en sí mismos) tiene que ver con la actitud humilde, que dispone
a la comprensión de quien, siendo representante de Cristo, ha recibido
de El un carisma especial para dirigir su Iglesia, y al apoyo y acepta-
ción responsable de sus directrices.
Sé muy bien que esta fidelidad, por estar fundada en la caridad,
no procede según la esclavitud de la Ley, sino según la libertad del
Espíritu, del verdadero y único espíritu del Padre, que obra en la sin-
ceridad y en la humildad, en la paciencia y en el gozo, en la sencillez
y en la unidad. Sólo así la Iglesia, nuestra santa madre la Iglesia je-
rárquica, contará en la Compañía con un grupo de hombres, como el
Señor nos quiso y nos quiere, fieles para la colaboración, libres y hu-
mildes para el diálogo e incluso, según los principios y el espíritu de
la "representación" ignaciana, para la crítica respetuosa y comprensiva
que busca construir y conservar en el único Cuerpo la unidad del Es-
píritu con el vínculo de la paz. (Ef. 4, 1-5).

Análisis del contenido de las cartas

Paso a un breve comentario sobre algunos aspectos del ambiente


general de la Compañía. De las diversas comunicaciones a que me re-
fería al principio, uno recibe una doble impresión: por un lado, la de
una notable actividad, a veces casi diría excesiva, y la de un deseo de
acertar con formas de apostolado válidas para circunstancias de nues-
tra sociedad en todas partes muy nuevas. Por otro lado, la de un derro-
che de esta misma actividad realizada por algunos en clave secular, y la
de un cierto cansancio y como una falta de energía y de creatividad para
adoptar decisiones y arriesgar proyectos de nuevo cuño, que parecen
necesarios en la situación del mundo actual, pero que son más difíciles
y que exigen un gran vigor espiritual y cultural en los individuos y en
los equipos.
Analizando estos y otros fenómenos, como las crisis vocacionales,
el despego de la Compañía como Cuerpo, un cierto personalismo que
frecuentemente degenera en individualismo, e t c . , y tratando de expli-
carlos, pronto tocamos fondo sintiéndonos remitidos a nuestra vida de
fe. ¿Hasta qué punto nuestra experiencia de fe, y la vida que ella es
y que de ella debe surgir, están a la altura de las exigencias del mo-
mento presente? Cierto, la vida de fe es lo más íntimo y misterioso
de cada alma, indescriptible con palabras humanas, imposible de ser
juzgado por los demás. Pero, siendo vida, habrá necesariamente de
proyectarse en manifestaciones concretas, entre las que obviamente se
encuentran la oración, la vida sacramental, la actividad apostólica.

Actividad apostólica y vida de fe

Comenzando por esta última, deberíamos revisarnos muy seriamen-


te hasta qué punto brota en algunos casos y se nutre de una vida de
fe y de un amor a Jesucristo como el que despierta y fundamenta la
PARTE 1.» / n.° 25 287

experiencia de los Ejercicios. ¿Por qué, por ejemplo, esa actividad apos-
tólica no afronta seriamente problemas fundamentales de la realidad de
nuestro mundo, que muy probablemente habrán de llevarnos a un cam-
bio radical, más evangélico, de nuestra vida? ¿Por qué tantos, que los
han afrontado o intentado afrontarlos con intuición fundamentalmente
acertada, expuestos a fuertes impactos, han fallado y se han ido? Una
respuesta, que ni es única ni es total, pero que no es imaginada, podría
ser: porque ha fallado el alma de todo apostolado, el espíritu que debe
vivificar toda acción verdaderamente apostólica, sobre todo cuando ésta
nos sitúa y nos inserta en un mundo secularizado, materialista, panse-
xualista...

Oración y vida de fe

Otra de las manifestaciones del verdadero espíritu de fe es la ora-


ción. Vida de fe sin expresión de oración y oración sin verdadero espí-
ritu de fe son ficciones, si no contradicciones en sí mismas. Quien
dice hacer oración porque le dedica un tiempo, en un lugar retirado
y según el horario previsto, pero en su vida adopta actitudes y modos de
proceder impropios de un hijo de la Compañía, contribuye al despres-
tigio de la oración o da pie para que otros pretendan excusarse de ella:
¿para qué hacer oración si se acaba siendo como ésos: individualistas,
comodones, críticos de todo y de todos cuantos no concuerden con ellos,
superiores, compañeros o quien sea?
Por otra parte, afirmar que la oración es la acción, que la oración
formal es una pérdida de tiempo, que la oración personal sólo tiene sen-
tido en situaciones especiales, cuando se siente y urge la necesidad o la
inclinación a hacerla, etc., etc., es no menos infundado como principio
y funesto como práctica. Una vida de trabajo intenso, de total dedica-
ción y donación de sí en servicio a los demás, o nace y se alimenta de
la fe y en la oración, o no durará. Una larga y triste experiencia de
defecciones viene a confirmar lo que en esta materia es largo patrimo-
nio y convicción de la Iglesia y de la Compañía. Personas que desfalle-
cen de repente, al parecer, en medio de una actividad apostólica de gran
suceso, confiesan que en realidad ese desfallecimiento es el final de un
a veces largo proceso de debilitamiento espiritual, de una falta de ali-
mento interior, de no haber orado. Por un cierto tiempo ha podido
a lo mejor .racionalizarse esa situación con el slogan "todo es oración";
pero casi siempre la realidad encubierta es que "nada era oración".

Vida sacramental y espíritu de fe

Algo semejante ocurre con la vida sacramental. El espíritu de fe


se significa y se alimenta con aquellos medios que Cristo instituyó para
ello. La rutina, es cierto, o las desviaciones devocionales, han podido
desfigurar a veces el verdadero sentido de los sacramentos, pero la ne-
288 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

cesidad de éstos es evidente. Los problemas que plantee la teología sa-


cramental sobre la concepción de los mismos o su significado para nues-
tra vida de fe apostólica no deben desvirtuar nuestro aprecio y nuestro
uso de los sacramentos.
Nuestra educación y práctica tradicional se expresaba en la cele-
bración o comunión diaria y en la confesión frecuente. La Eucaristía
diaria la ha considerado la Compañía el alimento necesario para poder
hacer realidad su propio programa de vida y de acción apostólica. El
ejemplo de Ignacio vincula íntimamente Eucaristía y acción apostólica
y toda la tradición de la Compañía lo ha entendido y tratado de vivir
no como una costumbre fruto de una época y de una cultura, sino como
parte de un patrimonio espiritual y de la teología entrañada en su pro-
pio carisma.
Hoy se oye que más cuenta la "calidad" que la "cantidad" y que
sobre todo, la celebración eucarística especialmente es de tal profun-
didad y trascendencia, que no permite ser repetida todos los días. Se
ven así comunidades e individuos que reducen su frecuencia eucarística
a un par de veces por semana, por no citar reducciones aún mayores, y
quieren que tales eucaristías sean preparadas cuidadosamente y vividas
con un fuerte sentido comunitario.
No es de este momento entablar una discusión ni teológica ni as-
cético-espiritual sobre estas dos líneas, que por otra parte parece po-
drían integrarse. Nadie puede negar la profundidad y trascendencia de
las Eucaristías de Ignacio ni el hondo sentido de Iglesia con que las
vivía. Por otra parte, es cierto que nuestros tiempos han significado más
expresamente la dimensión comunitaria y no podemos no abrirnos ente-
ramente a ella
Pero una cosa está fuera de discusión: el que una vida apostólica
cual nos la exige la Compañía, y más si hemos de hacer realidad la
inserción a que nos ha estimulado la CG. XXXII con todas las conse-
cuencias y con todos sus límites, es inconcebible, y por lo tanto irreali-
zable, sin una base espiritual sólida y fuerte, alimentada en la oración
y la Eucaristía, con la frecuencia necesaria, que, como norma general,
debe ser diaria. Así las Constituciones, así las Congregaciones Genera-
les, especialmente la XXXI (Decr. 14, n. 10) y la XXXII (Decr. 11,
n. 31). Habrá situaciones personales o momentos especiales en que esto
no sea posible o aconsejable, pero no se puede dudar de la voluntad de
la Compañía, señalándonos en esta norma (lex est paedagogus) el ca-
mino para realizar el ideal de las Constituciones, que la CG. interpreta:
"el jesuita es un hombre cuya misión consiste en entregarse totalmente
al servicio de la fe y a la promoción de la justicia" (CG. XXXII, Decr.
2, n. 31). Una historia de cuatro siglos nos señala en esta norma un
punto central de la espiritualidad ignaciana, que las últimas Congrega-
ciones Generales han confirmado y de cuya falta en la más reciente
historia no podemos menos de lamentar funestas consecuencias.
PARTE 1.» / n.° 25 289

Constataciones que todo jesuita debiera asumir


axiomáticamente

Hay por lo tanto una serie de constataciones que todo jesuita de-
biera asumir axiomáticamente, por ejemplo:

— Que la Eucaristía ocupa un puesto central en la espiritualidad


de Ignacio, quien además vivió vinculadas a ella profundas ilu-
minaciones y decisiones sobre el carisma de la Compañía.

— Que las Constituciones y las Congregaciones Generales (inclui-


das las dos más recientes) establecen como norma la participa-
ción en la misa diaria y su celebración.

— Que para que la vida de un jesuita sea la de un "contemplativo


en la acción", es decir, la de quien sabe "encontrar a Dios en
todas las cosas", se requiere la asidua preparación personal de
la oración formal.

— Que la oración comunitaria o en grupos es de gran fuerza,


como actuación y presencia del Señor, y debe fomentarse; pero
no sólo no excluye, sino que está suponiendo la oración indi-
vidual y se enriquece por ella.

—- Que las características de la acción apostólica de la Compañía


en el futuro, especialmente la línea de inserción y de experien-
cia de la realidad (cf. CG. XXXII) exigen una vida de oración
mucho más profunda y una experiencia de Dios permanente-
mente renovada.

El mismo Sumo Pontífice nos decía (3 dic. 1974) al comienzo de


la CG. XXXII: "Mirad el mundo con los mismos ojos de Ignacio, sen-
tid las mismas exigencias espirituales, usad las mismas armas: oración,
elección de la parte de Dios, de su gloria, práctica de la ascesis, dispo-
nibilidad absoluta".
Muchas más cosas desearía comentar con vosotros, "sed non multa
sed multum". Valga lo dicho para reanimar en todos el convencimiento
eficaz de que nuestra Compañía, y precisamente en momentos en que el
Señor nos pide renovar y reforzar nuestro empeño evangélico por la
justicia, necesita, tanto como siempre y tal vez más que en ninguna otra
ocasión, una fuerte intensificación de nuestra experiencia espiritual per-
sonal, individual y comunitaria, de la que nadie puede considerarse
justificadamente eximido.
Todo jesuita necesita preguntarse (y responderse) cada día "lo
que debo hacer por Cristo"; pregunta y respuesta que sólo pueden
darse en una gran fe, adhesión íntegra de la persona que vive como
primerísima preocupación la de dejarse remodelar por el Espíritu a
imagen del Hijo (Rom 8, 29).
290 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

De aquí brotará una radical renovación de nuestro apostolado y de


nuestro compromiso, como el de Cristo, con el hombre de hoy y de
mañana, nuestra capacidad de creatividad y de riesgo tan caracterís-
tica de los mejores hermanos de la Compañía, y finalmente (aunque no
en último lugar de importancia) nuestra fuerza de signo y de llamada
para la juventud de nuestro mundo y para todos "los que más se que-
rrán afectar y señalar..." (Ejerc. 97).
a
Sección 7.

"Hemos puesto nuestro servicio no sólo a disposición de las Igle-


sias locales, sino de la Iglesia universal, mediante un voto especial de
obediencia a aquel que preside esa Iglesia universal: el sucesor de Pe-
dro" (CG. XXXII, Decr. 2, 23).
"Este es, pues, el rasgo distintivo de nuestra Compañía: ser un
grupo de compañeros que es, al mismo tiempo, "religioso, apostólico,
sacerdotal y ligado al Romano Pontífice por un vínculo especial de
amor y de servicio" (CG. XXXII, Decr. 2, 24).

26. Servir sólo al Señor y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano Pon-


tífice, Vicario de Cristo en la tierra (18-11-78).

27. Perfecta fidelidad a la persona del Sumo Pontífice (25-1-72).

28. Con ocasión de la Humanae Vitae (15-VIII-68).


26. Servir sólo al Señor y a la Iglesia, su esposa,
bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo
en la tierra (18. II. 78)

Para esta conferencia conclusiva de vuestro curso ignaciano, he


elegido la siguiente frase de la Fórmula del Instituto aprobada por
Julio III en 1550: Soli Domino, ac Ecclesiae ipsius sponsae sub Ro-
mano Pontífice, Christi in terris Vicario, serviré.
Inspiradas palabras en que Ignacio y sus compañeros consagran
literalmente el resultado final de una larga búsqueda de identidad apos-
tólica; y convirtiéndose en carisma de la Compañía, serán, a lo largo
de los siglos, programa de vida y acción para cuantos se enrolen en ella.
Porque en esas palabras, por un lado, se expresa objetivamente la causa
final, el "para qué" de la Compañía; pero, por otro, subjetivamente,
se dice cuál es el ideal que debe llenar el corazón de todo hijo de la
Compañía.
Es frase, pues, que admite —que exige— un profundo análisis del
que brotará un mayor conocimiento del carisma de la Compañía y una
clarificación de los cimientos ideológicos que deben sostener cualquier
obra apostólicamente válida.

1 El servicio divino: "Soli Domino serviré"

La idea de servicio es clave en el carisma de Ignacio. Una idea


cuya capacidad motriz obtiene en la vida y espiritualidad de Ignacio
—incluso en su vertiente mística— una realización total: servicio in-
condicional e ilimitado, magnánimo y humilde. Se diría incluso que las
iluminaciones trinitarias que enriquecen su vida mística, lejos de deri-
var a un aquietamiento pasivo y contemplativo, le espolean a un mayor
servicio de ese Dios, con tanto amor y reverencia contemplado.
Con la inevitabilidad con que una idea fuertemente poseída se
traduce en hechos y se comunica a los íntimos, Ignacio transmite a
294 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sus primeros compañeros esta mística de servicio. Nadal dirá: "La


Compañía camina por la vía del espíritu. Combate por Dios bajo el
estandarte de la cruz. Sirve sólo al Señor y a la Iglesia su esposa bajo
el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra" (1).
La concreción de este servicio es objeto de una interesante evolu-
ción que cubre todo el período de la vida de Ignacio desde su conver-
sión hasta que su carisma queda maduramente definido en los momen-
tos fundacionales de la Compañía y expresado en las Fórmulas del Ins-
tituto, especialmente en la de 1550 aprobada por Julio III. Y toda la
historia de la Compañía, que desarrolla a través de los siglos la intui-
ción ignaciana, no encuentra mejor palabra-síntesis que ésta: SER-
VICIO.
Un autorizado especialista, el P. de Guibert, define la espiritualidad
de la Compañía en función del servicio: "servicio por amor, servicio
apostólico para la mayor gloria de Dios en conformidad generosa con
la voluntad de Dios, en la abnegación del amor propio y de todo in-
terés personal, en el seguimiento de Cristo, jefe amado apasionada-
mente" (2).

Evolución de la idea de servicio, desde hoyóla a Roma

La idea de servicio divino —del mayor servicio divino— brilla en


la vida del "peregrino" Ignacio como una estrella polar que, por cami-
nos incógnitos, le guía a realizar la misión singular para la que Dios
le había escogido.
Ignacio, al principio de su conversión, entendía el servicio divino
como en su tiempo lo concebía un caballero que servía a su rey o señor,
como él lo había entendido sirviendo al Duque de Nájera, y aun a
la manera como él había imaginado servir a la dama de sus ensueños,
"con hechos de armas que haría en su servicio" (3). Toda su intención
era hacer penitencia y "obras grandes exteriores", como las que en el
Flos Sanctorum había leído que habían hecho los santos. Por eso su
primer propósito fue ir a pie y descalzo a Jerusalén "con tantas dis-
ciplinas y abstinencias cuanto un ánimo generoso, encendido de Dios
suele desear hacer" (4). Viste el saco de penitencia; y en Montserrat,
ante el altar de la Virgen, vela sus nuevas armas de caballero de Dios.
Baja después a Manresa, y comienza a poner en práctica sus pro-
pósitos. Pero allí le espera Dios para orientar el rumbo de su vida.
Se produce en ella el primer cambio radical. Iluminado por luz eximia,
aprende Ignacio que hay otra manera más perfecta y más íntima de
servir a Dios: yendo por todo el mundo, como los apóstoles de Cristo
y bajo la bandera de Cristo, bandera de pobreza y humildad, a esparcir

(1) Mon. Nadal IV, 618.


(2) J. DE GUIBERT, S . J., La espiritualidad de la Compañía de Jesús. Sal
Terrae, 7-8, 18, 41-44, 69-71, 163, 165, 170.
(3) Autobiografía, núm. 6.
(4) Ibíd., nn. 8, 9, 14.
a
PARTE 1 . / n.° 26 295

su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas.


Comprende que "señalarse" en todo servicio de este Rey eterno y Señor
universal, es seguirlo, como lo siguieron los Apóstoles, y compartir la
vida que El llevó por la salvación de las almas, siendo pobre con Cristo
pobre, humillado con Cristo lleno de oprobios, y estimado por loco por
amor de Cristo, que primero fue tenido por tal. Entiende que ésa es la
librea de los servidores de Cristo. Por eso pide instantemente a la San-
tísima Virgen, al mismo Señor Jesucristo y a Dios Padre la gracia de
ser recibido bajo la bandera del "sumo y verdadero Capitán" (5).
En adelante Jerusalén polarizará sus pensamientos y deseos. Se
confirma en el proyecto de peregrinación a Tierra Santa. Pero no será
ya una peregrinación temporal de sola penitencia y devoción. Decide
quedarse para siempre en la tierra del Señor, y predicar en ella a los
"infieles" la fe y doctrina cristiana en las mismas "villas y castillos"
en que Cristo había predicado y había sufrido: "porque a la sed que
tenía de la salud de las ánimas —explica Polanco—, esperaba más sa-
tisfacer, y al deseo de padecer por Jesucristo" (6). De aquí su des-
concierto cuando la autoridad eclesiástica, en la cual entendía oír la
voz de Dios, le declara que no puede permanecer en Palestina.
¿Quid faciendum?, se pregunta: ¿es que el Señor no lo acepta en
su servicio, no lo recibe bajo su bandera?
Sapienter imprudens, sigue paso a paso la guía inmediata del Es-
píritu Santo, que lo lleva suavemente adonde él no sabe (7). Así des-
cubre, día tras día, nuevos rasgos en la imagen de la divina vocación.
Advierte que el servicio apostólico requiere doctrina y estudios. Ve
que el evangelizar y sembrar la divina palabra, en su realización plena,
debe llevar a la santificación del cristiano, y por lo tanto a la admi-
nistración de los sacramentos, y que esto supone las órdenes sagradas
y el sacerdocio (8).
Sin embargo, la idea de Jerusalén no le abandona*. Junto con sus
compañeros, a quienes había ganado para el servicio apostólico de
Cristo, hace voto de "ir a Jerusalén y gastar su vida en bien de las
almas" (9). La llamada "cláusula papal" del voto de Montmartre, o sea,
la promesa añadida en él, de "presentarse al Vicario de Cristo, a fin
que los emplease donde juzgase que sería de mayor gloria de Dios y
utilidad de las almas" (10), fue entonces sólo un recurso, un expediente,
para el caso hipotético de que en el espacio de un año no les fuese
posible el viaje a Tierra Santa; o, una vez llegados allí, no pudiesen
quedarse.
El caso hipotético se realizó. Ni en 1537 ni en 1538 zarpó de Vene-
cía ninguna nave para Oriente. Podemos imaginarnos las nubes que

(5) Cfr. Ejercicios, nn. 97, 98, 138, 145-147, 167, 168.
(6) M I Fontes narrativi, I, 167. Cfr. Ibíd., I, 86.
(7) Nadal, en MHSI Nadal V, 625-626.
(8) Cfr. las palabras del P. Broet, referidas por E. Pasquier, en M I Fontes
narrativi, III, 816.
(9) Autobiografía, mím. 85.
(10) Ibíd.
296 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

irían invadiendo el ánimo de Ignacio a medida que se iban desmoro-


nando, una tras otra, las posibilidades de realizar lo que él pensaba
ser la vocación divina: el servicio apostólico de Cristo en la tierra
de Cristo.
Entretanto viene a Roma con el beato Fabro y el P. Laínez. Pero
no vienen por propia iniciativa. Vienen porque han sido llamados, como
expresamente testifica Fabro (11). La oración misteriosa que durante
el camino repite Ignacio, pidiendo a la Santísima Virgen que "lo quiera
poner con su Hijo" (12), nos permite tal vez vislumbrar las ansiedades
de su corazón. Se encuentra de nuevo desorientado ante las.vías ocul-
tas de la Providencia. ¿Es que no había sido auténtico aquel llama-
miento que él había oído en Manresa? Acude a la Santísima Virgen.
Como entonces en Manresa le había pedido la gTacia de ser recibido
bajo la bandera de Cristo, le ruega ahora insistentemente la de ser
"puesto" con Cristo, la de ser admitido en su servicio.
Su oración es oída, pero de manera distinta a como él imaginaba.
Por segunda vez una intervención divina cambia el derrotero de su
vida. Dios Padre lo "pone con su Hijo": "lo voglio che Tu pigli questo
per servitore". Y el Hijo, que se le aparece con la cruz a cuestas, lo
recibe en su servicio: "lo voglio che tu Ci serva". Pero aquí viene el
cambio inesperado de perspectiva: ese servicio de Cristo no se ha de
realizar en Jerusalén, sino en Roma. Dios Padre le imprime en el
alma estas palabras: Ego vobis Romae propitius ero. No sabe Ignacio
al principio cómo interpretarlas. En su concepto de servicio de Cristo,
que es compartir su vida de sacrificio, piensa en sufrimientos que
van a padecer. "No sé —dice a sus compañeros— qué será de nosotros;
tal vez seremos crucificados en Roma" (13). Pero, cuando al año si-
guiente, en cumplimiento de la "cláusula papal" del voto de Montmartre,
él y sus compañeros se presentan al Sumo Pontífice, y Paulo III se
reserva enviarlos personalmente adonde juzgase ser de mayor gloria
de Dios, comprende Ignacio la grandeza luminosa del servicio de Cristo
* que el Señor llamaba la naciente Compañía. Cristo había enviado a sus
Apóstoles a predicar el Evangelio. El mismo Cristo, visible en su Vi-
cario, como gusta a Ignacio denominar al Papa, el Cristo-en-la-tierra
de Santa Catalina, es el que enviaría ahora a estos nuevos siervos suyos
a sembrar in agro dominico y evangelizar la divina palabra (14). La
cláusula papal, que en Montmartre no pasaba de ser un último recurso,
viene ahora a ocupar el puesto central. Se explica que, apenas decidida
la fundación de la Compañía como Orden religiosa, la primera deter-
minación que toman es la de renovar o confirmar o definir lo entonces
prometido, haciéndolo también extensivo a los futuros compañeros, me-
diante un nuevo voto de obediencia al Papa, con que todos se ofrezcan
a ir a cualquier lugar o región entre fieles o infieles (15). Acogían

(11) FABRO, Memoriale, núm. 1 7 ; en M I Fonles narrativi, I, 4 1 .


(12) Autobiografía, núm. 9 6 .
(13) Cfr. LAÍNEZ, Esortazioni sull'Examen, en M I Fontes narrativi, I I , 1 3 3 .
(14) La expresión es del Examen, c. 2 , n. 6 ( 3 0 ) .
(15) M I Const., I, 1 0 .
PARTE 1.» / n.° 26 297

así generosa y solemnemente el nuevo elemento añadido por Dios a


su vocación o carisma de servicio, con la intervención providencial de
Paulo.

Principio y principal fundamento de la Compañía

Con razón, pues, vio el Beato Fabro en esa intervención pontificia


una manifestissima vocatio y quasi totius Societatis fundamentum (16).
Y el mismo San Ignacio, más explícitamente aún, declara que el voto y
promesa a Dios de obedecer al Vicario de Cristo es nuestro "principio
y principal fundamento" (17).
Históricamente ese voto ha sido el "principio" de la Compañía,
porque ocasionó su fundación como Orden religiosa. La decisión de
Paulo III de enviar personalmente a los compañeros, puso en peligro
la unión que hasta entonces había existido entre ellos. Deliberan, y
determinan reforzar más bien esa unión "reduciéndose a un cuerpo"
que en definitiva sería un cuerpo religioso, con propio superior, al que
prestarían obediencia (18).
El voto de obediencia al Papa es, además, nuestro "principal fun-
damento". Lo es, primeramente, porque constituye —como hemos vis-
to— la razón de ser de la Compañía como Orden religiosa. Y en se-
gundo lugar, porque realiza y especifica el servicio de Cristo propio
de la Compañía, el "ser puesto con Cristo", tan deseado por San Ig-
nacio y tan encarecidamente pedido.
Es asimismo fundamento principal, porque confiere a la estruc-
tura de la Compañía su forma peculiar. Indicaré sólo algunos ejemplos.

a) La universalidad, la movilidad, la disponibilidad, característi-


cas primarias de nuestro instituto, no son sino consecuencias necesarias
de la obediencia especial al Papa "circa missiones". Desde el principio
de su llamamiento —declara un documento ignaciano— los de la Com-
pañía han "sentido este espíritu y gracia de Dios", y con la aproba-
ción pontificia lo han puesto en práctica: "trabajar intensamente in
agro dominico por la salvación de las almas, con predicaciones, lec-
ciones sacras, ejercicios espirituales y otras obras de caridad, semper
calceati et expedid in praeparationem evangelii pacis, para cumplir la
orden y obediencia del Sumo Pontífice, a cualquier parte del mundo
que los envíe" (19). Y con la universalidad, la movilidad y la dis-
ponibilidad, la exclusión de todo lo que exige vinculación en un lugar
fijo, como el coro, el oficio de párroco, el encargo de comunidades reli-
giosas, las capellanías... (20).

(16) FABRO, Memoriále, n. 1 8 : in M I Fontes narrativi, I , 4 2 .


(17) M I Const., I, 1 6 2 .
(18) Cfr. M I Const., I , 3 , 7 .
(19) M I Const., I , 1 8 3 . Cfr. Constituciones, P. I V , proem., litt. A ( 3 0 3 ) .
(20) Cfr. Constituciones, P . V I , c. 3 , nn. 4 , 5 ( 5 8 6 , 5 8 8 ) .
298 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

b) La obediencia es virtud predilecta de San Ignacio. Lo sabe-


mos. Pero también la obediencia al superior interno de la Compañía
está íntimamente relacionada con la obediencia especial al Papa. Cons-
tituye al mismo tiempo un vínculo de unión y cohesión con que se
contrarrestan las fuerzas disgregadoras encerradas en las misiones pon-
tificias, y un enlace del cuerpo de la Compañía con el Romano Pon-
tífice mediante el Prepósito General; enlace que facilita la realización
de las mismas misiones, como expresamente declaró el Papa Grego-
rio XIV (21).

c) De aquí también la necesidad de la cuenta de conciencia.


Porque, "como siempre debemos ser preparados, conforme a nuestra
profesión y modo de proceder, para discurrir por unas partes y otras
del mundo, todas veces que por el Sumo Pontífice nos fuere mandado
o por el superior nuestro inmediato, para que se acierte en las tales
misiones, en el enviar a unos y no a otros, o a los unos en un cargo
y a los otros en diversos, no sólo importa mucho, mas sumamente que
el superior tenga plena noticia de las inclinaciones y mociones, y a
qué defectos o pecados han sido o son inclinados los que están a su
cargo" (22).

d) La pobreza propia de la Compañía tiene que ser la pobreza


"evangélica" (23), la pobreza "misional": aquella pobreza que nues-
tro común Señor tomó para sí, y enseñó a sus Apóstoles al enviarlos a
predicar, según se refiere en el capítulo 10 de San Mateo (24).

e) La plena disponibilidad en manos del Romano Pontífice supo-


ne un largo período de probación y una sólida formación. Sólo "hom-
bres prudentes en Cristo y señalados por la integridad de su vida y
por su formación intelectual" pueden ser presentados al Papa segura-
mente, para que se sirva de ellos en cualquier "misión" en cualquier
parte del mundo, en cualquier circunstancia. A eso miran las expe-
riencias propias del noviciado de la Compañía: a que los novicios es-
tén preparados a "mal comer y mal dormir", y a pedir limosna, "cuan-
do les fuere conveniente o necesario, discurriendo por unas partes y
por otras del mundo, según les fuere ordenado por el sumo Vicario de
Cristo nuestro Señor, o en su lugar por el que se hallase superior de
la Compañía". Pues "nuestra profesión demanda que seamos prepara-
dos y mucho aparejados para cuanto y para cuando nos fuere mandado
en el Señor nuestro, sin demandar ni esperar premio alguno en esta
presente y transitoria vida, esperando siempre aquélla que en todo es
eterna, por la suma misericordia divina" (25).

(21) GREGORIUS XIV, Ecclesiae catholicae, 28 iun. 1591. Cfr. Constituciones,


P V I I , c. 1, nn. 4, 8, litt. G (608, 611, 617).
(22) Examen, c. 4, n. 35 (92).
(23) Cfr. Formula Instituti, n. 7.
(24) S. IGNACIO, Deliberación sobre la pobreza: en M I Const., 1, 80, n. 12.
Diario Espiritual, 11 febr. 1544: ibíd., pp. 90-91.
(25) Examen, c. 4, n. 27 (82); Cfr. n. 12 (67).
PARTE 1.» / n.° 26 299

f) Por no extenderme más en este punto, añadiré solamente otra


de las características del instituto de la Compañía: el género de vida
común en lo exterior. El motivo que encontramos señalado en la pri-
mera Fórmula del Instituto (los Cinco Capítulos), es la dureza de la
vida en "misión": si a ella se añade una Regla austera, sucumbiría la
naturaleza humana, y alguno se podría excusar con la austeridad de la
Regla, para no ser tan diligente en el trabajo misional (26).

g) Finalmente, el voto de obediencia al Papa es "fundamento


principal" de la Compañía por otra razón más importante y profunda
que los condicionamientos de su estructura: por la orientación que le
confiere. Prescindiendo de la obligación estricta que el voto imponga,
no cabe duda de que infunde en todo el cuerpo de la Compañía un
espíritu de especial devoción y adhesión a la Santa Sede que no tie-
nen necesariamente otros institutos eclesiásticos. Mayor devoción a
la Sede Apostólica, junto con más segura dirección del Espíritu Santo,
es el motivo del voto que leemos en la Fórmula del Instituto. Y el
Santo Padre Pablo VI, confirmando el pensamiento de sus antecesores
en el pontificado, ha señalado como una de las cuatro notas caracte-
rísticas de la Compañía, el estar "unida al Romano Pontífice por un
vínculo especial de amor y de servicio" (27). La Compañía realmente
ha vivido siempre este espíritu de "amor y servicio" al Romano Pon-
tífice, como lo demuestra la historia. Amigos y enemigos lo han reco-
nocido unánimemente, sea para defenderla, sea para condenarla.

II. Servir a Cristo y a su Vicario

Me he detenido en recordar esos pocos hechos de la vida de San


Ignacio y de los orígenes de la Compañía, porque sobre ese fondo his-
tórico resalta más luminosa la imagen de nuestra vocación, delineada
en las primeras palabras de la Fórmula del Instituto. El primer párra-
fo de la Fórmula es un período cuya primera parte (la prótasis) pre-
senta la vocación de la Compañía en breves líneas generales, y la se-
gunda (la apódosis) la define más concretamente, determinando sus
fines propios y los medios específicos de obtener esos fines.
En la redacción primitiva de los Cinco Capítulos la primera parte
se leía así: "Todo el que quiera militar en la milicia de Dios (Deo mili-
tare), bajo la bandera de la cruz, en esta Compañía, que deseamos se
denomine con el nombre de Jesús, y servir solamente al Señor y a su
Vicario en la tierra (solí Domino atque eius in terris Vicario serví-
re)..".
Estas frases encierran elementos que son comunes a todos los re-
ligiosos, y otros que son propios de la Compañía. La expresión paulina

( 2 6 ) Cfr. M I Const., I, 2 0 .
( 2 7 ) PABLO VI, carta In Paschae solemnitate, 1 5 sept. 1 9 7 3 ; Id., alocución
Dum vos coram, 3 dic. 1 9 7 4 : Acta Romana, 1 6 ( 1 9 7 3 - 1 9 7 6 ) , 1 4 , 4 3 5 .
300 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Deo militare se usaba con bastante frecuencia en la Edad Media para


designar la vida religiosa (28). Lo mismo debemos decir de soli Domino
serviré, si se entiende en términos generales. San Ignacio mismo de-
fine la vocación religiosa diciendo que en ella, "dejado todo el século,
se dedica uno en todo al mayor servicio y gloria de su Criador y Se-
ñor" (29). Y el segundo Concilio Vaticano enseña que el religioso con
los votos "se entrega del todo al servicio de Dios sumamente amado
(Deo summe dilecto totaliter mancipatur)" (30).
Pero en la Compañía este servir a Dios exclusivamente reviste
modalidades propias. Es una "milicia de Dios" relacionada' especial-
mente con la Persona del Verbo Encarnado; está íntimamente unida
con aquel Cristo que en la visión de la Storta se apareció a Ignacio
con la cruz a cuestas, y lo recibió en su servicio y bajo su bandera,
la "bandera de la cruz". Jesucristo, por tanto, "aunque Señor y Dios
de todo lo creado", es de manera peculiar la cabeza de la Compa-
ñía (31), y ésta, en consecuencia, desea ser llamada por su nombre,
"como una compañía o escuadrón suele llevar el nombre de su jefe" (32).
A éstos se añade un elemento completamente nuevo: la referen-
cia al Papa. Soli Domino atque eius in terris Vicario serviré. Expre-
sión significativa, que engloba en un mismo inciso a Cristo y a su
Vicario. El servicio de Cristo y el servicio de su Vicario no son dos
servicios distintos, sino uno solo. "Vicario" es el que hace las veces
de otro. El Papa actúa "en nombre" de Cristo (33); transmite a la
Compañía la voluntad de Cristo. En su voz —escribía San Ignacio al
obispo de Calahorra—, "resuena el cielo y en ningún modo la tie-
rra" (34). Por lo cual, servir solamente al Señor y a su Vicario es —co-
mo más adelante dice la Fórmula misma— militare Deo sub fideli
oboedientia Romani Pontificis. Bellamente lo expresó el P. Nadal: "De-
sea la Compañía seguir a Cristo y unirse con El lo más posible; y como
en esta vida no lo podemos ver sensiblemente, sino en su Vicario, nos
sometemos a éste con voto especial... En él nos habla Cristo, y nos hace
ciertos de su voluntad" (35).
Sabemos, sin embargo, que en la Compañía la obediencia tiene
una doble dimensión por decirlo así. Hay una obediencia cuyo objeto
son las "misiones", y otra que se ordena a la organización interna del
cuerpo de la Compañía, y a su conservación y crecimiento. En otros
términos, hay una obediencia cuya obligación deriva del cuarto voto,

(28) Entre otros, se puede citar a San Benito, Regula, prol., 3 : "Ad te
ergo nunc mihi sermo dirigitur, quisquís, abrenuntians propriis voluntatibus, Do-
mino Christo vero regi militaturus, oboedientiae fortissima atque praeclara arma
sumís". Cfr. 2 Tim., 2, 4 (Vulgata).
(29) Examen, c. 2, n. 6 (30). Cfr. Ejercicios, n. 135.
(30) L. G., n. 44.
(31) San Ignacio a Teresa Rejadell, oct. 1541: M I Epp., I, 628.
(32) M I Epp., XII, 615. Cfr. M I Fontes narrativi, I, 204.
(33) San Ignacio en las Constitutiones circa missiones: M I Const., I, 162;
Cfr. II, 214.
(34) M I Epp., I, 241.
(35) MHSI Nadal, V , 56 (traducción del original latino).
PARTE 1.» / n.° 26 301

y otra que obliga en virtud del tercer voto. De la primera hablan las
Constituciones principamiente en la Parte Séptima; de la segunda,
sobre todo en el primer capítulo de la Parte Sexta. Nos preguntamos,
pues, a cuál de estas dos obediencias se refiere la frase de la Fórmula
que comentamos.
Pienso que a las dos. El servicio de Cristo a que la Compañía se
dedica, y con el cual se identifica el servicio de su Vicario, es total e
ilimitado. Por otra parte, las Constituciones presentan al Papa como
supremo sujeto activo, tanto en una obediencia como en la otra. Por
lo que se refiere a las "misiones", es cierto que el Prepósito General
tiene en ellas "autoridad entera", pero sólo por razón de la "comisión
hecha por el Sumo Pontífice" y "en su lugar", como delegado su-
yo" (36). Lo cual confiere notable importancia y dignidad a cualquier
"misión" o destino que el General diere "por sí o por las personas
inferiores" (37). Todo esto es claro y fácil de entender. Más sorpren-
dente resulta que, cuando no era todavía opinión común que los reli-
giosos están obligados a obedecer al Papa, como a superior supremo,
en fuerza del voto ordinario de obediencia, San Ignacio, hablando de
éste en la Parte Sexta de las Constituciones nos exhorta a "poner to-
das nuestras fuerzas en la virtud de la obediencia, al Sumo Pontífice
primero, y después a los superiores de la Compañía (38).
Sigue a esta exhortación la doctrina ignaciana de la obediencia:
obediencia que se extiende a "todas las cosas a que puede con la ca-
ridad extenderse", obediencia pronta a la voz del superior "como si
de Cristo nuestro Señor saliese", obediencia perfecta, de ejecución,
de voluntad y de juicio, "con mucha presteza y gozo espiritual y per-
severancia", "negando con obediencia ciega todo nuestro parecer y
juicio contrario", obediencia de plena disponibilidad en manos del su-
perior, comparable a la del cuerpo muerto, del bastón de hombre
viejo... (39). Es, pues, evidente que en el pensamiento" de San Igna-
cio toda esta doctrina sobre la obediencia se aplica a la obediencia al
Papa y se aplica a ella primero en manera especial y eminente. Cohe-
rente con esta actitud de amorosa obediencia es el empeño de Igna-
cio por rechazar cuanto pudiese suponer oposición o censura al Vicario
de Cristo (40).

III. Servicio a la Iglesia

En los templos ignacianos de Roma, el Gesü y San Ignacio, hay


dos obras de arte que traducen plásticamente, de manera insuperable,
sendos aspectos de la espiritualidad de nuestro fundador. En el Gesü,

(36) Constituciones, P. VII, c. 2, n. 1 (618); P. I X , c. 3, n. 9 (749); Exa-


men, c. 4, n. 27 (82).
(37) Constituciones, P. VII, c. 2, litt. B (620).
(38) Constituciones, P. V I , c. 1, n. 1 (547).
(39) Ibíd.
(40) M I Epp., V I , 717 y LX, 449.
302 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

la estatua del Santo, sobre su propia tumba, es, al decir de Letu-


ria (41), el Ignacio sacerdote del que dimana todo el dinamismo de la
Compañía en el tiempo y en el espacio. En la Iglesia de San Ignacio,
el Loyola que preside desde el altar mayor las maravillosas perspecti-
vas del H. Pozzo, es el Loyola místico del Cardoner y la Storta. De
ambos aspectos tenemos necesidad para entender el "sentir con la Igle-
sia" de nuestro Fundador.
San Ignacio se sabe hijo de la Iglesia ya desde Manresa; pero el
desarrollo de su "sentir con la Iglesia" es paralelo —y aun condiciona-
do— al desarrollo de su formación sacerdotal, y definitivamente po-
tenciado por sus experiencias místicas.
En Manresa, la irrupción mística "desde arriba" de la gracia en
Ignacio, hace de él un nuevo soldado de Cristo y "hombre de la Igle-
sia". Dice Nadal: "En este tiempo (de la visión del Cardoner, en la
etapa de Manresa) le dio el Señor grandes conocimientos y sentimien-
tos muy vivos de los misterios divinos y de la Iglesia (42).
Hugo Rahner corrobora: "En Manresa el Iñigo peregrino y peni-
tente pasa a ser el Ignacio hombre de la Iglesia" (43).
Consecuencia de ello es —entre otras cosas —que el Ignacio
convertido, que no ponía límites al "magis" de sus penitencias, una
vez pasado a ser "hombre de la Iglesia", contiene sus austeridades en
los límites de lo "razonable". Así escribe a Teresa Rejadell, en 1536:
"Muchas veces el Señor mueve y fuerza a nuestra ánima a una ope-
ración... Pero es necesario conformarnos con los mandamientos y pre-
ceptos de la iglesia" (44). La justificación de este proceder nos la da
en este párrafo: "Pues entre Cristo Nuestro Señor, esposo, y la Igle-
sia, su esposa, es el mismo Espíritu el que nos gobierna y rige para la
salud de nuestras ánimas. Porque por el mismo Espíritu y Señor nues-
tro que dio los diez mandamientos, es regida y gobernada nuestra Santa
Madre la Iglesia" (45).
Y como en Ignacio es corta la distancia entre el pensamiento
plenamente madurado y la acción, su "sentir con la Iglesia" va a tra-
ducirse pronto en una realización práctica y apostólica: sus famosas
"Reglas para sentir con la Iglesia".
He dicho que la expresión soli Domino atque eius in terris Vica-
rio serviré no denotaba dos servicios distintos, sino el servicio de
Cristo, cuya voluntad nos transmite su Vicario en la tierra. No era, sin
embargo, una expresión clara. El P. Polanco vio que se podía entender
en el sentido de que sólo el Romano Pontífice "se sirve de la Compa-
ñía". Esto —advertía— podría tener "alguna especie de lisonja". Ade-
más, hay otros, además del Papa, que de hecho "se sirven de la Com-
pañía", como los obispos (46). Aunque esta observación se fundaba

(41) PEDRO DE LETURIA, S. J., Estudios Ignacianos, I, 2 5 6 . Roma, 1957.


(42) Plática en Salamanca, 1 5 4 4 . Arch. Hist. Cod. Instituti, 9 8 , p. 5 6 .
(43) H U G O RAHNER, Ignacio de Loyola, p. 5 6 .
(44) MI Epp., I, 99-107.
(45) Ejercicios, 3 6 5 .
(46) M I Const., I, 2 9 9 - 3 0 0 ; n. 1 5 .
PARTE 1.» / n.° 26 303

en una interpretación errónea, como también otros podían caer en el


mismo error, aceptó san Ignacio que se "moderase la expresión" con
algunas palabras que declaren que se ha de servir (a) toda la Iglesia,
mas como subordinada al Sumo Pontífice (47). Buscando después el
modo de expresar lo contenido en esta respuesta, se llegó —sin duda
con nueva intervención de san Ignacio o al menos con su aproba-
ción posterior— a una formulación aún más perfecta: soli Domino ac
Ecclesiae ipsius sponsae, sub Romano Pontífice, Christi in terris Vica-
rio, serviré.
El servir al Vicario de Cristo ha sido sustituido por la proposición
equivalente pero más clara: servir bajo el Vicario de Cristo, sub fideli
oboedientia Romani Pontificis. Se menciona explícitamente el servicio
de la Iglesia; pero es un servirla en cuanto esposa de Cristo. Nos que-
damos así siempre en el solo servicio del Señor. Porque la unión de
amor entre Cristo y su esposa es tan íntima, que la tradición patrística
no teme hablar de una sola persona mística, el "Cristo total" de san
Agustín. El esposo es cabeza de la esposa —dice san Pablo— como
Cristo es cabeza de la Iglesia (48). Es Cristo quien, como cabeza de su
esposa la Iglesia, vive y actúa en ella, haciendo visible su acción por
medio del ministerio supremo y universal de su Vicario el Papa, y del
ministerio subordinado de los obispos y presbíteros.
He llamado "explícita" la mención del servicio de la Iglesia en
esta última redacción del texto que comentamos; porque implícita-
mente estaba ya incluido en el servicio de Cristo y su Vicario, de la
redacción anterior. Al Vicario de Cristo, en efecto, ha sido confiado
el cuidado de la Iglesia universal: pasee agnos meos, pasee oves
meas (49). Y precisamente por eso decidieron san Ignacio y sus com-
pañeros ponerse a su disposición: porque el Sumo Pontífice es "señor
universal de toda la mies de Cristo", y como tal "tiene mayor conoci-
miento de lo que conviene al universal cristianismo'?'(50). Pero la
mención expresa del servicio de la Iglesia, esposa de Cristo, nos ha-
ce tener presentes a las iglesias particulares, en las cuales se inserta
íntimamente la Iglesia universal, y se reviste de fisonomías varias y
diversas formas exteriores (51). La Compañía sirve también a Cristo
en las Iglesias particulares, quedando siempre a disposición del Pastor
universal (52).

Sentir con la Iglesia.

Qué visión o qué concepto de la Iglesia tuviese san Ignacio, nos


lo reveló principalmente en las famosas reglas a que ya nos hemos

(47) Ibíd.
(48) Ef, 5, 23.
(49) Jn, 21.
(50) Fabro a Gouvea, 23 nov. 1538: M I . Epp., I, 132. Cfr. M I . Const. I,
159; Constituciones, P. VII, c. 1, litt. B (603, 605).
(51) Cf. PABLO V I , Evangelii nuntiandi, n. 68: A . A . S . , 68 (1976) 52.
(52) Cf. Constituciones, P. VII, c. 2, n. 1 (618).
304 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

referido "para el sentido verdadero que en la Iglesia multante debe-


mos tener", añadidas al final del libro de los ejercicios. No pretende,
desde luego, escribir un tratado especulativo o teórico sobre el argu-
mento. Su fin es, como siempre, eminentemente práctico y apostólico.
Quiere iluminar a sus ejercitantes, para que sepan guiarse segura-
mente en medio del confusionismo de ideas en que tal vez se encuen-
tran envueltos. Pero no puede menos de manifestar su vivencia per-
sonal, lo que él mismo, bajo el influjo de gracias extraordinarias, ha
sentido y siente en torno a la Iglesia y a la actitud del cristiano ante
ella.
Por eso tienen estas reglas un valor perenne: la experiencia mís-
tica de Ignacio que revelan, trasciende la diversidad de tiempos y
situaciones. Y no es esta la única razón de su actualidad. Es cierto
que el contexto histórico en que las escribió san Ignacio, difiere bas-
tante del nuestro (53). Los errores y las corrientes de ideas del si-
glo XVI, que él tenía presentes, no coinciden exactamente con los
errores y las corrientes de ideas de este último cuarto del siglo X X .
En muchos aspectos, sin embargo "(trastornos, reflexiones, análisis, re-
construcciones, ímpetus, aspiraciones...) era aquél un mundo no muy
diverso del nuestro" (54). Además, el método usado por san Ignacio
no es polémico. No se propone refutar los errores. Se dirige a los
católicos, y les indica el modo de pensar y actuar rectamente, sin
dejarse llevar de las diversas tendencias que han causado estos erro-
res. Ahora bien, esas tendencias, fundadas en la naturaleza humana,
son las mismas en todos los tiempos, por más que tengan manifestacio-
nes diversas.
La visión ignaciana de la Iglesia es sobrenatural. En su experiencia
mística había Ignacio llegado a vislumbrar el misterio de la Iglesia,
que ha sido una de las principales enseñanzas del segundo Concilio
Vaticano (55). Presenta a la Iglesia, en primer lugar, como esposa de
Cristo, vivificada y regida por el Espíritu de Cristo; y en ello cimienta
la actitud fundamental del cristiano. La ve también como madre virgen
que "engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos
del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (56). La expresión "nuestra santa
Madre Iglesia" es la que con mayor frecuencia oímos resonar en sus
labios (57). Pero, dado su fin práctico y apostólico, no es la Iglesia
triunfante, la Jerusalén celestial, la que tiene aquí presente, sino la
"Iglesia militante", la Iglesia peregrina en este mundo; y no sólo
en su aspecto espiritual o carismático, sino también en su aspecto visi-
ble e institucional. Por eso no se olvida de denominarla una y otra

(53) C G . X X X I I , d. 11, n. 33.


(54) PABLO V I , Alocución Dum vos coram, 3 dic. 1974: Acta Romana, 16
(1973-1976), 434.
(55) Cf. L. G., nn. 1-8.
(56) Ibíd., n. 64.
(57) Ejercicios, nn. 170, 353, 363, 365; Examen, c. 2, n. 1 (22); Constitu-
ciones, P. I, c. 3, litt. B (167).
PARTE 1.» / n.o 26 305

vez: Iglesia "jerárquica" (58); y la primera traducción latina, hecha


probablemente por el mismo san Ignacio, precisaba: Ecclesia hierarchi-
ca, quae Romana est (59).
Por último, la Iglesia considerada aquí por San Ignacio no es tam-
poco una Iglesia ideal, ni la comunidad primaria de Jerusalén; sino
la Iglesia que se ha ido desarrollando en el curso de la historia, la
Iglesia de su tiempo, la de las estaciones, las perdonanzas y las can-
delas encendidas... y, podemos añadir, la Iglesia anterior a la refor-
ma de Trento, con sus abusos, su clero ignorante, sus obispos no resi-
dentes, sus papas y cardenales mundanos...
En esta Iglesia militante, jerárquica, actual, nos dice san Ignacio
que hemos de tener un "sentido verdadero", hemos de sentir recta u
ortodoxamente. Se ha advertido con razón que en el lenguaje de san
Ignacio las palabras "sentido" y "sentir" entrañan un significado muy
rico. No es mero conocimiento intelectual. Es un conocimiento im-
pregnado de afecto, fruto de experiencia espiritual, que compromete
a todo el hombre. Aquí es un "sentido" que se tiene "en la Iglesia":
el "sentir" del miembro del Cuerpo Místico, que vive la vida divina
de la Iglesia, y por lo tanto en consonancia con el sentir de la Iglesia
misma. Este sensus fidei es un don que el Espíritu Santo infunde en
el espíritu del cristiano. Por eso no es extraño ver personas sencillas e
indoctas que lo poseen en alto grado.
Podría surgir de esto una dificultad. Si ese "sentido verdadero"
es don divino, ¿qué necesidad tenemos de reglas o normas? Aún más,
¿qué utilidad podemos obtener de ellas? Responderé con palabras de
San Ignacio en otro contexto: "aunque esto sólo la unción del Espíritu
Santo pueda enseñarlo... puédese abrir el camino con algunos avisos,
que ayuden y dispongan para el efecto que ha de hacer la gracia di-
vina" (60).
El primer aviso, la primera norma, nos señala cuál ha de ser la
actitud fundamental del cristiano, tanto en materia de doctrina, como
de conducta: "debemos tener ánimo aparejado y pronto para obede-
cer en todo a la vera esposa de Cristo nuestro Señor", deponiendo
todo juicio contrario (R. 1). San Ignacio llega a decir, con probable
alusión a Erasmo, que, "para en todo acertar", debemos creer ser
negro lo que a nuestros ojos aparece blanco, "si la Iglesia jerárquica
así lo determina". Y esto no por los argumentos que externamente
apoyan esa determinación del magisterio eclesiástico; sino porque "en-
tre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo
Espíritu, que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas".
Pues uno mismo es el Espíritu que inspiró la Sagrada Escritura, y que
rige ahora y gobierna a la Iglesia (R. 13). Al emperador de Etiopía
escribía san Ignacio: "es beneficio singular ser unidos al Cuerpo Mís-
tico de la Iglesia católica, vivificado y regido por el Espíritu Santo,

(58) Cf. Ejercicios, nn. 170, 353, 365.


(59) Ejercicios, 352. Cfr. B A C 3 edic, pág. 287, n. 168, M.I. Ex 551.
(60) Constituciones, P. IV, c. 8, n. 8 (414).
306 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que, como dice el evangelista, 'enseña toda verdad'; y es gran don ser
iluminados de la luz de la doctrina y establecidos en Ja firmeza de
la Iglesia, de quien dice san Pablo a Timoteo quod est dormís Dei,
columna e firmamentum veritatis, y a la cual promete Cristo nuestro
Señor su asistencia, diciendo: ecce ego vobiscum sum usque ad con-
summationem saeculC (61).
Esta adhesión incondicional a la Iglesia, esposa de Cristo, y a
sus determinaciones, es el "espíritu" de estas reglas ignacianas, que
la Congregación General XXXII nos exhorta a "conservar intacto" (62).
Quiere la misma Congregación que apliquemos "con firmeza"
dichas reglas" a las situaciones nuevas de nuestro tiempo" (63).
Me parece que el modo mejor de realizar este deseo de la Con-
gregación General, es el de fijarnos en las diversas tendencias indica-
das o tal vez supuestas en las reglas, prescindiendo de las situaciones
concretas en que san Ignacio las veía entonces manifestarse. Traeré
sólo algunos ejemplos.
Una tendencia que ha resurgido constantemente en la Iglesia, des-
de los antiguos gnósticos hasta algunos "reformadores" de nuestros
tiempos, es la de querer conseguir la perfección de la vida cristiana
fuera y aun enfrente de la Iglesia de Cristo, al margen del dogma y
de las instituciones eclesiales. San Ignacio nos desengaña. La guía
interna de la gracia no puede discrepar de lo que la Iglesia jerárquica
e institucional determina. Porque el Espíritu que "nos gobierna y rige
para la salud de nuestras ánimas", es el mismo Espíritu que anima y
dirige a la Iglesia, esposa de Cristo (R. 13). Más claro tal vez lo había
dicho antes, en las normas para hacer elección: "es necesario que
todas las cosas de las cuales queremos hacer elección... no repugnen
a ella" (64). Igual doctrina encontramos en sus cartas. Escribe por
ejemplo, a sor Teresa Rejadell sobre las divinas inspiraciones; y le
advierte que éstas se han de conformar necesariamente con los man-
damientos y preceptos de la Iglesia y obediencia de nuestros ma-
yores: "porque el mismo Espíritu divino es en todo" (65). A san Fran-
cisco de Borja enseña que los dones de la divina consolación se han
de recibir "con humildad y reverencia a la nuestra santa madre Igle-
sia" (66).
Otra tendencia, o quizá una variante de la anterior, propugna
una Iglesia puramente interior, invisible, despojada de toda exteriori-
dad y estructura jurídica. En el siglo XVI sería ésta la tendencia del
racionalismo humanista de Erasmo (67). En nuestros días será la de
ciertas corrientes secularizadoras, que pretenden abolir todo lo que

(61) M I Epp. VIII, 464-465.


(62) C G . X X X I I , d. 11, n. 33.
(63) Ibíd.
(64) Ejercicios, n. 170.
(65) M I Epp., I, 105.
(66) M I Epp., II, 236.
(67) Cf. P . DE LETURIA, S. J., Estudios ignacianos (Roma, 1957), II,
160-162.
a
PARTE 1 . / n.° 26 307

exteriormente tiene carácter sagrado o religioso, sin perdonar, a veces,


ni la vida consagrada, y ni aun la misma Sagrada Liturgia. San Ig-
nacio, por el contrario, enseña a alabar y valorizar lo que esa tenden-
cia condena o minimiza, no sólo en las instituciones eclesiásticas que
son manifestaciones fundamentales de la vida cristiana (como la re-
cepción de los sacramentos, la participación en el sacrificio eucarístico,
la consagración de los religiosos), (RR. 2, 5), sino también en las for-
mas exteriores de la piedad popular aprobadas y bendecidas por la
Iglesia (RR. 6-8).
Es propio, asimismo, de los falsos reformadores de todos los tiem-
pos gritar en público contra la conducta de los superiores, "quier
temporales, quier espirituales", y contra sus "constituciones" o deter-
minaciones, sin perdonar a los obispos y ni siquiera al Sumo Pon-
tífice. San Ignacio reconoce que a veces las costumbres y aun las
"constituciones" de los "mayores" no son dignas de alabanza. Pero
advierte que denunciarlas y condenarlas ante el "pueblo menudo" no
sirve más que para engendrar en él "murmuración y escándalo", y so-
liviantarlo contra sus superiores, sin provecho alguno. El modo eficaz
y legítimo de obviar el daño, es hablar a las mismas personas que
pueden enmendar esas malas costumbres o corregir lo que esas deter-
minaciones tengan de defectuoso (R. 10). Modelo de este modo de
proceder fue el mismo san Ignacio. Pocos han trabajado tan eficaz-
mente como él por la reforma católica in capite et in membris; sin
embargo, inútilmente se buscará en su voluminosa correspondencia una
palabra de crítica de sus mayores.
Para no alargarme demasiado, indicaré sólo una tendencia más.
En las antinomias del cristianismo la limitación de la mente humana
tiende con frecuencia a exaltar unilateralmente uno de los dos térmi-
nos, dejando el otro en la sombra o tal vez suprimiéndolo. Algunos
católicos del siglo XVI, contagiados de luteranismo, tendían a exaltar
la importancia de la fe y la gracia, en daño de las obras y la libertad
humana; y a hablar de tal modo de la predestinación, que todo ejerci-
cio de virtud podía parecer inútil. El antropocentrismo moderno va
en sentido contrario: pone de relieve casi exclusivamente la libertad,
el esfuerzo, los condicionamientos psíquicos, los derechos del hombre;
y olvida (si no niega) la parte primaria de Dios y nuestra dependen-
cia esencial de El. La enseñanza de san Ignacio es aquí doble. En
primer lugar, nos previene para que no nos dejemos seducir por esas
exposiciones parciales de la doctrina católica. Debemos presentar la
verdad completa, poniendo más bien de relieve el aspecto que actual-
mente se quiere silenciar. En segundo lugar, nos recomienda la pru-
dencia al hablar en público de tales problemas. Hay doctrinas que se
pueden discutir entre personas competentes; pero que, si indiscreta-
mente se proponen al "pueblo menudo", pueden ser ocasión de que éste
caiga en error (RR. 12-18).
El segundo Concilio Vaticano ha señalado varios hitos, que orien-
ten a los religiosos por el camino de la accommodapa renovatio: el
seguimiento de Jesucristo, el espíritu del fundador, la vida de la Igle-
308 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sia, las cireunstancas del mundo actual, la interna renovación espi-


ritual (68).
Pienso que las palabras de la Fórmula del Instituto que han sido
objeto de estas reflexiones nos ofrecen, en síntesis, un medio excelente
de llevar a la práctica esas normas conciliares.
En dichas palabras ha expresado nuestro fundador san Ignacio
lo más nuclear de su espíritu, el "principio y principal fundamento"
de la Compañía. Ellas nos muestran cuál es la peculiaris Índoles de
nuestro instituto: un servir apostólicamente a Cristo sólo, yendo con
El y bajo su bandera, por todo el mundo, a esparcir su divina doctrina.
Servicio apostólico de Cristo, que nos inserta en la vida de la Iglesia a
la cual servimos también como a la esposa de Cristo, su Cuerpo, su
"pleroma". Y todo ello bajo la fiel obediencia del Vicario de Cristo,
que en su nombre nos envía adonde sabe, como Pastor universal, que
nuestro ministerio será de mayor provecho para la gloria de Dios y
el bien espiritual de los prójimos en las circunstancias del mundo actual.
Por último, vivir sincera y plenamente este "espíritu" de nuestro fun-
dador será el medio más eficaz de la renovación espiritual, que, a su
vez, ha de vivificar todo el cuerpo y la actividad de la Compañía.
No quiero poner punto final a estas reflexiones sin hacerme, y sin
haceros, esta pregunta: Cómo leer en clave actual, en este fragmento
de eternidad en que nos ha sido dado vivir, con sus peculiares cir-
cunstancias, esas palabras programáticas que hemos venido comentan-
do: "Soli...".
Es, sin duda, la pregunta que se hizo la Congregación Gene-
ral XXXII, y la que, a su ejemplo, nos venimos haciendo todos los
jesuitas, tratando de traducir a términos reales y actuales la intuición
y el carisma de San Ignacio cristalizados en la Fórmula y en las Consti-
tuciones. En uno y otro texto San Ignacio, aunque enumera algunos
ministerios o actividades concretas de las que tenía experiencia perso-
nal, pone la fuerza de los criterios y principios que habrán de man-
tener a la Compañía en el mayor servicio divino y ayuda de las almas.
Con ello Ignacio garantiza a la Compañía un perenne dinamismo —el
aliento del Espíritu que incita a continua búsqueda— sin apegarse a
situación o forma concreta, sopesando siempre lo que se hace con re-
lación a cuanto se podría o debería hacer. Nada más lejos del "ma-
gis" ignaciano —concepto que hace referencia primaria al servicio—
que resignarse a un inmovilismo paralizante, o a la rutinaria y fixista
uniformidad a través de los tiempos que convertiría a la Compañía
en una pieza de museo —tan bella como se quiera— o en un incunable
de archivo.
Para mantenernos en esta constante creatividad que no solamente
consiente, sino que impone, la intuición ignaciana, hemos de volver a
ese "principio y principal fundamento", a la idea de servicio, de incal-
culable potencial, que no solamente decidió nuestra vocación personal

(68) P. C, n. 2.
a
PARTE 1 . / n.° 26 309

y dirige nuestro apostolado, sino que estructuró fundacionalmente a la


Compañía.
Es claro que no podremos traducir a términos contemporáneos las
exigencias de este servicio, sin entender previamente, en toda su pro-
fundidad y extensión, los cambios ocurridos, sobre todo en los últimos
decenios. La luz que el Espíritu ha derramado sobre la Iglesia en el
Vaticano II permite apreciar mejor el panorama.

—¿Qué significa, hoy, "misión" y "servicio" entendidos en rela-


ción con "las cosas más propias de nuestra vocación"? (69).
—¿Qué límites tiene hoy el concepto de "negocios seculares"? (70).
—¿Qué ocupaciones, hoy, pueden llamarse "ordinarias" y cuáles
"propias de nuestro Instituto y de mucho momento"? (71).
—¿Qué presupone, hoy, el "praedicare in paupertate"? (72).
—¿Qué consecuencias tiene, hoy, nuestra asboluta disponibilidad
"coi fianchi cinti di giorno e di notte"? (73).
—¿Dónde están, hoy, las necesidades mayores, o más urgentes, o
más universales (no sólo geográficamente, sino por la trascendencia de
su problemática)?
—¿Dónde se encuentran, hoy, las personas o los medios "multipli-
cadores"? ¿Siguen siendo "los príncipes y señores y magistrados" como
en tiempos de San Ignacio? (74).
—¿Dónde ha sembrado el enemigo la cizaña, para nosotros allí
"cargar más la mano"? (75).

Estas y semejantes preguntas nos las hemos hecho repetidas veces.


Y no podemos menos de reconocer que no siempre hemos sabido
explotar toda la energía motriz de ese nuestro "principio y principal
fundamento": o porque no lo hemos descubierto en toda su potencia-
lidad; o porque no lo hemos aplicado con suficiente tadicalidad; o
de la manera que las circunstancias requerían; o se han interpuesto,
entre nuestros principios y nuestras obras, los temores y resistencias
inadvertidas que actúan desde la parte impenetrable de nuestro pro-
pio ser.
Es necesario saltar todos estos obstáculos si queremos llegar a
ser 100 % ignacianos, y que la Compañía preste un servicio que no
desdiga de su carisma y de su historia. Ello ha de hacerse a base de
discernimiento y de renovación; y ciertamente no será obra de un día.
Pero alimentamos la ilusión de no detenernos en el camino que lleva
a ese ideal; y tenemos la certeza de que el Espíritu que por vías tan
extrañas y providenciales condujo a Ignacio y sus compañeros a po-

(69) Constituciones (586).


(70) Constituciones (591)
(71) Constituciones (586 y 588).
(72) F N . LAÍNEZ, I, 107 y M I Cartas I, 96.
(73) Prima Soc. Jesu Instituti Summa, M I ; Mon. Const. Praevia, p. 13.
(74) Constituciones (621).
(75) Constituciones (622)
310 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

nerse en actitud de incondicional servicio a las órdenes del Sumo Pon-


tífice, nos acompañará en nuestro renovado servicio a las órdenes del
Vicario de Cristo.
Termino con unas luminosas líneas de una carta de enero de
1543 al Dr. Bernal (76). En ellas nos da nuestro fundador la razón últi-
ma, la de la fe, de su disponibilidad para el servicio a las órdenes del
Papa: "Cuanto al deseo tan bueno y santo (...) que fuesen algunos (de
la Compañía) para España y otros para la India, también yo lo deseo.
Y aun para otras muchas partes. Mas, como no somos nuestros, ni que-
remos (serlo) nos contentamos con peregrinar dondequiera que el Vi-
cario de Cristo nuestro Señor mandando, nos enviare; a la voz del cual
resonando el cielo, y en modo alguno la tierra, en nosotros no siento (ni)
pereza alguna ni moción alguna de ella".

(76) Cartas, I, 241.


27. Perfecta fidelidad a la persona del

Sumo Pontífice (25. I. 72)

En una de mis intervenciones del Sínodo (en la que traté sobre


el tema de la justicia en el mundo) dije que la figura del Santo Padre
ha sido muy deformada.
Al decir esto, sentí hondamente que algunos de nosotros no somos
del todo inculpables de esa deformación. Y pensando en la necesidad
de restablecer la verdadera figura del Santo Padre, viene de inmediato
a mi mente una pregunta muy personal, que toca a mi conciencia: ¿qué
puedo hacer yo y qué puede hacer la Compañía para ello?
Lo primero de todo ha de ser el hacernos conscientes de nuestra
responsabilidad y de nuestra misión en este punto. Me refiero al espí-
ritu de fidelidad a la persona del Santo Padre que, inspirado por nues-
tro 4.° voto —principio y fundamento de la Compañía^ según San Ig-
nacio— y sellado con una tradición de 400 años, debe estar profunda-
mente radicado en nuestra mente.
En estos momentos, en que reina por un lado una mayor libertad
de ideas, de crítica y de expresión, y por otro existe tanta confusión
y desorientación en puntos claves, como en la así llamada "desmitización
de la autoridad", se ha visto afectada en algunos miembros de la Com-
pañía, si no la lealtad hacia el Sumo Pontífice, sí al menos el modo de
ejercerla.
Se dice que ser leal al Sumo Pontífice es ser crítico sincero, inclu-
yendo en la sinceridad la expresión pública de ideas o apreciaciones
contrarias. Será bueno que nos preguntemos, delante del Señor, si no
hemos obrado en ocasiones movidos por el buen deseo mal entendido de
colaboración a través de una crítica personal, que a veces contiene un
afán inconsciente de popularidad. La crítica acerca de la autoridad, sea
en conversaciones privadas sea en público, es hoy un modo fácil de
atraer la atención, mientras que defender la autoridad es impopular y
exige valor, como me lo reconocía no hace mucho un grupo de escri-
tores.
312 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Es cierto que hoy tanto el ejercicio de la autoridad como su acep-


tación se conciben de modo diverso, pero también es verdad que, por
evitar lo que hoy se considera, mirando al pasado, como una sumisión
demasiado mecánica ante órdenes reputadas como autocráticas, se ha
ido con frecuencia al extremo de la crítica, de la "contestación" y de
la resistencia 'a priori' a cuanto venga de la autoridad, cualquiera
que sea.
La dificultad por tanto está en mantenerse en la verdadera actitud
ignaciana ante la autoridad que, si exige la obediencia, acepta y hasta
aconseja la representación y el diálogo, y está basada en relaciones mu-
tuas de sinceridad y respeto; actitud que, en la Compañía, debe ser
sobrenatural y estar informada por "la ley de la caridad".
De ahí que, tratándose especialmente del Sumo Pontífice y siguien-
do nuestra tradición secular e inspirados por el deseo de eficacia en
nuestro trabajo apostólico, debamos proceder con el amor y el respeto
debidos al Vicario de Cristo. Naturalmente nuestra tendencia debe ser
la de compartir sus preocupaciones, aceptar sus directivas y colaborar
con ellas; y me complace ver que ésa es la actitud de la mayoría de
los jesuitas.
No se excluye que pueda alguno encontrar dificultad en aceptar
algún punto o directiva y crea, precisamente en espíritu de verdadero
servicio, ser su deber manifestar el desacuerdo. Es necesario entonces
considerar delante de Dios y consultar debidamente, para determinar
si un "silencio respetouso" no es en concreto un mayor servicio, y para
evitar en todo caso que una manifestación inconsiderada sea motivo,
para otros, de escándalo y desorientación. No olvidemos que una crítica
constante e irrespetuosa lleva consigo, como 'efecto segundo', la des-
trucción de la autoridad misma: efecto gravísimo y altamente destruc-
tivo de la labor de la Iglesia. La presión a través de la opinión pública
y de la crítica personal no es un medio apropiado para manifestar
ideas u opiniones al Santo Padre.
Si alguien creyere deber expresar dudas o reservas en algún punto,
siempre tiene en la Compañía modo y camino para hacer llegar su pa-
recer a quien debe, incluso al Santo Padre, de modo apropiado y
eficaz.
En estos últimos años he tenido diversas experiencias personales,
que comprendo que otros no pueden tener, y me han corroborado en
esta afirmación: la apertura, caridad y profunda humildad evangélica
de Pablo VI son tales que hacen tanto más inoportuno, injusto e into-
lerable el modo irrespetuoso que a veces han usado y usan algunos
grupos, incluso de católicos, en el mundo de hoy.
Por eso yo quisiera que nos preguntáramos sinceramente delante de
Dios y en lo profundo de nuestra conciencia: ¿cómo me hallo yo en
este punto tan delicado? ¿advierto en mi proceder algo que haya podido
ofender o rebajar la autoridad del Sumo Pontífice? ¿qué puedo hacer
yo para colaborar con él y para contribuir a que la persona del Papa y
su autoridad sean debidamente estimadas y aceptadas? Si he dado en-
PARTE 1.» / n.° 27 313

trada a la crítica destructiva, ¿no será ello manifestación de una actitud


más profunda respecto a la Iglesia y a la misma fe?
No se trata de simplismos aduladores, sino de una postura sincera,
apostólica y filial, que nos haga ver con ojos ignacianos nuestro modo
de proceder en este punto, lo cual no solamente no será un obstáculo
para una verdadera investigación teológica y científica ni dificultará
la acción pastoral, sino que nos atraerá grandes bendiciones de Dios.
Quisiera que especialmente los que tienen en sus manos los medios de
difusión procuren mostrar toda la "inteligencia ignaciana" posible para
excogitar los medios mejores a fin de que la persona del Santo Padre
sea amada y respetada como conviene al Vicario de Cristo.
Estos son mis sentimientos expresados con toda sinceridad y sin
rodeos. Sentimientos que deseo sean los de todo jesuita. He querido
manifestarlos, porque nuestra actitud de amor y fidelidad hacia el Vi-
cario de Cristo constituye un punto fundamental de nuestra espirituali-
dad y de la verdadera identidad de la Compañía.
28- Con ocasión de la Humanae Vitae

(15. VIII. 6 8 )

La Compañía de Jesús no fue excepción en la reacción


de oposición sentida en diversos ambientes con ocasión del
Documento pontificio "Humanae vitae".
El P. General, siguiendo el genuino espíritu de las Cons-
tituciones, se ve obligado a mostrarnos cuál deba ser nues-
tra actitud verdadera en el caso: "actitud, dice taxativamen-
te, de obediencia filial, decidida, disponible, abierta y
creadora". Sabe que para algunos no será cosa fácil, pero
de todos pide una actitud positiva y constructiva. "La mi-
sión de la Compañía, añade, es hacer que la manera de
pensar de la Iglesia sea aceptada y amada". Nuestro servi-
cio al Vicario de Cristo y a la Iglesia se hace también
servicio a todo el género humano.

Sabéis todos de sobra, lo mismo que yo, cómo ha sido recibida la


reciente Encíclica de Pablo VI sobre el difícil tema de cómo ordenar
debidamente la propagación de la descendencia humana.
Porque, mientras por un lado algunos daban una total adhesión a
la Encíclica, entre no pocos, seglares y aun clérigos y religiosos, surgía
una enérgica reacción. Ese violento rechazo, manifestado por muchos,
es bien claro que de ninguna manera puede ser aceptado en la Com-
pañía.
Ahora bien, como esa oposición a un documento pontificio se siente
viva aún hoy, acá y allá, no puedo seguir callando, sino que me veo
obligado a declarar cuál debe ser nuestra actitud frente al Vicario de
Cristo: actitud de obediencia filial, decidida, disponible, abierta y crea-
dora: lo cual no quiere decir que ello resulte siempre fácil o có-
modo.
Estaría dispuesto a entender que es posible que algunos de los
Nuestros, por motivos de investigación científica o por algún otro título
PARTE 1.» / n.° 28 315

legítimo, experimenten dudas y dificultades sobre el tema de la Encí-


clica: un sincero deseo de fidelidad no excluye la presencia de auténti-
cos problemas, cosa que el mismo Sumo Pontífice declara con expresio-
nes explícitas, porque el asentimiento que se debe a una doctrina de
este género no se apoya únicamente en los argumentos que se aducen,
sino, también y sobre todo, en aquel don y carisma con que el Espíritu
Santo mueve al Romano Pontífice para proponer una doctrina.
Guiados por consiguiente por el auténtico magisterio del Papa
—para aceptar el cual ni siquiera es necesario apelar a la infalibili-
dad— todos los hijos de la Compañía, por su propia vocación, deben
echar mano de todo lo que haga falta para llegar a aceptar ellos mis-
mos, y conducir a otros a la misma aceptación de una doctrina que tal
vez no condividen, pero de la que se encuentra o se encontrará un
sólido fundamento si se supera el propio juicio.
Aceptar la obediencia no es desistir de pensar por cuenta propia,
ni contentarse con repetir textual y servilmente las palabras de una
Encíclica; es más bien ahondar con sinceridad en su estudio hasta po-
der descubrir por sí mismo el sentido pleno de esta intervención que el
Papa ha juzgado necesaria, y poderla igualmente presentar así a los
demás.
Cuando uno haya llegado a entender bien el sentido de esta Encí-
clica, no permanezca en una actitud pasiva. No tengamos miedo, si fuera
necesario, en corregir el parecer que tal vez sosteníamos en nuestra
enseñanza, explicando al mismo tiempo por qué obramos de esa manera.
Ni tampoco minimicemos el sentido del texto; más bien desarrollémos-
lo, abriendo a la familia y a la juventud un más profundo camino pas-
toral; y no olvidemos que el mundo de hoy, que por lo demás está
haciendo increíbles progresos, está cruelmente privado del auténtico sen-
tido de Dios y absolutamente indefenso frente al peligro de equivocarle.
Consideremos qué nos pide nuestra vocación en la Compañía. Nos toca
colaborar con los centros de investigación de las ciencias humanas, a fin
de que la específica doctrina de la revelación cristiana, al ser confronta-
da con el progreso de las ciencias, produzca los frutos que de ella se
deben esperar. La luz del Evangelio y de una Tradición aceptada en
modo vital, brille constantemente sobre esta nuestra tarea de compren-
sión, de inteligencia y de amor. Abracemos fielmente la doctrina del
Papa, y esforcémonos permanentemente por adaptarla a una antropo-
logía que se hace siempre más profunda y más dilatada, y cuya necesi-
dad y urgencia quedan a un mismo tiempo demostradas por la crisis
actual.
La Misión de la Compañía es hacer que la manera de pensar de la
Iglesia sea aceptada y amada. A los seglares les daremos de este modo
una excelente ayuda, y ellos a su vez podrán contribuir no poco al
estudio de los problemas de que trata la Encíclica y que esperan nuestra
colaboración si queremos que penetren a fondo en el magisterio de
Pablo VI.
Al deciros esto bien entendéis que no hago más que seguir el ge-
nuino espíritu de nuestras Constituciones, según las cuales se ejercita
S16 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

el servicio debido a Dios por cada uno de los miembros de la Compañía,


en la obediencia fiel al Romano Pontífice. Y estoy seguro que la Com-
pañía se mostrará, aun hoy, digna de esa fidelidad hacia la Santa Sede
que ha conservado intacta durante cuatro siglos.
No creamos que el Concilio lo ha cambiado todo: he aquí sus
palabras: "Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento
de modo particular se debe al magisterio del Romano Pontífice, aun
cuando no hable ex cathedra, de tal manera que se reconozca con reve-
rencia su magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al parecer
expresado por él, según el deseo que haya manifestado él mismo (Lu-
men Gentium, n. 25).
Y no digamos que lo que en este documento enseña el Santo Padre
no tiene conexión con nuestra fe, ya que consta claramente que todo
eso toca de manera directa la dignidad humana y divina del hombre y
del amor.
En esta grave crisis del mundo que va avanzando, el Sumo Pontí-
fice muestra en sí mismo lo que debe ser toda la Iglesia: "signo y
salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana", según
las palabras del mismo Concilio (Gaudium et Spes, n. 76). Por donde,
ese servicio que, como hijos de la Compañía debemos ofrecer al Vicario
de Cristo y a la Iglesia, será al mismo tiempo un servicio prestado a
todo el género humano.
Podría seguir alargando el discurso, estando plenamente conven-
cido de la indudable obligación que la Compañía tiene en esta hora que
a mí me parece trascendental para la Iglesia. Tiempos difíciles son
tiempos propios de nuestra Compañía; no para buscar su propio triun-
fo, sino para poner de manifiesto su fidelidad hacia la Iglesia. De ahí
que esté seguro de que todos vosotros me oiréis. Y aquellos para quie-
nes la Encíclica provoque un problema de conciencia personal, sepan
que los tengo presentes de una manera peculiar en mi espíritu y que
ruego a Dios, uno por uno, por ellos.
Pido a san Ignacio que nos ayude a fin de que podamos mostrar-
nos embebidos en el espíritu ignaciano y entendamos que nuestro legí-
timo deseo es estar plenamente presentes en el mundo que exige de
nosotros una fidelidad cada día mayor en el servicio de la Iglesia, espo-
sa de Cristo y madre de todos los hombres.
a
Sección 8.

"Puesto que las misiones... exigen hombres de buena preparación


intelectual y de espíritu entregado, la Compañía somete a prueba de
diversas maneras y durante largo tiempo la vocación de aquellos a
quienes admite a sus filas y trata de proporcionarles, del mejor modo
posible, una formación espiritual e intelectual que supere el nivel ordi-
nario" (CG. XXXII, Decr. 2, 25).

29. Sobre la promoción de vocaciones (ll-VII-73).

30. Sobre la preparación para la ordenación sacerdotal (27-XII-79).

31. Alocución a los Instructores de Tercera Probación (1-III-70).

32. Integración real de vida espiritual y apostólica (l-XI-76).


29. Sobre la promoción de vocaciones

( „ . VII. 7 3 )

El tema central de esta sección es la "Formación". Se


abre la sección con la carta sobre las Vocaciones. Problema
vital para la Compañía y demasiado serio para ignorarlo o
desentenderse de él. Por tratarse de algo que afecta al Cuer-
po de la Compañía del que todos somos miembros activos,
el P. General hace un llamamiento a la conciencia y a la
responsabilidad de todos.
Tres capítulos de consideración-reflexión constituyen el
cuerpo de la carta: La imagen desconcertante de la Compa-
ñía que a veces proyectamos; la formación que ofrecemos
y la falta de contacto vivo con la juventud. La formación
excelente que la Compañía quiere dar está presuponiendo
el sujeto apto que ha de recibirla.
Sin duda que, sobre todo los formadores, extrañarán
en esta Sección la ausencia del documento importantísimo
"La Formación espiritual del Jesuita" del 25-XII-1967. La
omisión se debe únicamente al hecho de haber comprobado
a última hora que no pocos de los matices importantes del
texto original latino se difuminaban en la traducción cas-
tellana, perdiendo así su vigor y riqueza. El documento si-
gue teniendo gran valor y creo puede llamarse documento
fundamental e inspirador.

El problema de las vocaciones es un problema vital para la Com-


pañía de hoy y de siempre, pues del número de las vocaciones y de su
calidad dependen en gran parte la supervivencia de la Compañía y la
calidad del servicio que puede rendir a la Iglesia.
La importancia capital del tema ha sido recogida sin excepción
por todos los que han respondido a la pregunta que se les hizo sobre
este particular en las cartas "ex officio". Doy gracias a todos por su
generosa colaboración.
320 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Evidentemente, el tema de la vocación desborda el marco de la


Compañía, va más allá del puro aumento numérico, y llega a tocar el
corazón mismo de la fe y a enraizarse en la revelación de un Dios que
Üama al hombre a entrar en comunión con El.
Porque la cuestión de las vocaciones a la vida religiosa es, antes
que nada, un problema de fe. En el origen de toda vocación religiosa
hay un encuentro con Cristo en la fe, y toda búsqueda, desarrollo y
maduración de las vocaciones a la vida religiosa deberá referirse a la
experiencia maravillosa de ese encuentro, so pena de perder toda su
autenticidad y su valor inspirador.
Muchas de las respuestas recibidas, al tratar de señalar las causas
generales que podrían explicar el descenso vertical de las vocaciones
en la Iglesia, tales como secularización, falta de identidad sacerdotal
y religiosa, frustración, etc., ¿no están manifestando en el fondo, por
lo menos en muchos casos, lo que de hecho es una duda de fe frente
a la realidad y al valor actual de la llamada de Dios a los hombres
de hoy?
Al considerar ahora, desde lo más interno de estas perspectivas, la
situación particular de la Compañía, es posible descubrir un número
considerable de factores que dependen más directamente de nosotros
mismos y a los cuales, por consiguiente, podemos poner remedio.
Por eso voy a escoger algunas ideas que puedan ayudar a una
reflexión, personal y comunitaria, más realista y profunda, que nos
lleve a decisiones prácticas sobre el modo de colaborar con la gracia en
el fomento de vocaciones.
Cuatro son los puntos que deseo tocar:
1) Imagen de la Compañía.
2) Falta de confianza en la formación.
3) Contacto con la juventud.
4) Promoción de vocaciones.

No esperéis un tratado completo y exhaustivo, sino unas breves


reflexiones de orden práctico que no tendrán más valor que el que
vosotros logréis darles, considerándolas en la oración.

1. Imagen de la Compañía

Recuerden sin embargo los religiosos que el ejemplo de su propia


vida es la mejor recomendación de un Instituto y una invitación a
abrazar la vida religiosa (Perf. Carit., n. 24).
Se oye decir que una de las causas principales de la disminución
de vocaciones es debida a que la Compañía en su conjunto proyecta
hoy una imagen de sí misma que desconcierta a muchos fuera de la
Compañía, resultando poco atrayente para los jóvenes que quieren dar
su vida por Jesucristo y llenarla de sentido, consagrándola al trabajo
apostólico.
f ARTE 1.» / n.° 29 321

¿Qué imagen proyectamos hoy con la "confusión", "incertidum-


bre", "división", "rebeldía", "secularismo", de que a veces se nos til-
da? ¿Son ciertas esas valoraciones del modo como aparece nuestra
vida, personal y corporativamente, y nuestro modo de proceder? ¿Tie-
nen un fundamento real? ¿Son, por el contrario, apariencias mal inter-
pretadas? ¡Cuánta materia de reflexión nos proporcionan esos juicios
peyorativos!
Antes de pensar en la imagen, tendremos que pensar en el ser,
porque la imagen depende del ser. Apariencia vacía de contenido se
llama hipocresía; la apariencia fiel y precisa de un contenido real se
llama imagen verdadera. ¿Somos verdaderos jesuitas? Si lo somos, lo
pareceremos; y si no lo parecemos a los ojos escrutadores del mundo,
¿será porque no lo somos?
Ciertamente, para ser de verdad, lo que sobre todo debe preocu-
parnos es alcanzar -—fieles al carisma de San Ignacio— una profunda
experiencia espiritual que, en base a un personal conocimiento de Jesu-
cristo, don gratuito del Señor, haga realidad en nosotros, de modo per-
manente, aquel "seguimiento" y aquella "imitación" (el conformes
fieri) aprendidos y muchas veces prometidos en los Ejercicios Espi-
rituales (nn. 98, 147, 168, etc.). Pertenece al dinamismo esencial de
esta vivencia espiritual personalísima el comprometerse con gran ale-
gría y entusiasmo en la evangelización hoy más necesaria y urgente,
según los criterios ignacianos, como individuos y como cuerpo apostó-
lico. Vivencia que nos hará sentirnos felices viéndonos consagrados a
un ideal que nos llena por completo.
Y es este mismo dinamismo el que encierra un poder eficaz de
testimonio y de convocatoria, de "llamada", para quienes "más se que-
rrán affectar y señalar en todo servicio..." (Ejerc. 97), y una vigorosa
creatividad apostólica, al hacernos particularmente sensibles y abiertos
a la acción del Espíritu Santo a través de las cambiantes>circunstancias
de nuestra historia y de las necesidades más graves de IQS hombres,
para lo que la sensibilidad de las nuevas generaciones puede, y debe,
aportar datos valiosos de discernimiento. ¿Quién no ve, por ejemplo,
en el actual deseo de la juventud de una pobreza más real, de una
mayor justicia, de una ayuda eficaz a los marginados y al Tercer Mun-
do, una indicación del Espíritu que nos señala la necesidad de orientar
nuestro apostolado en tal dirección?
Sería equivocado tomar como criterio de esta renovación el simple
"agradar" o atraer al joven de hoy. Haríamos con ello un pobre ser-
vicio a la Compañía y un mezquino aprecio de la mejor juventud de
nuestro mundo. Al contrario, las grandes metas exigentes de nuestra
espiritualidad (Ex. Gen. c. 4, nn. 44-46) y de nuestra misión apostólica
(Formula Instituti) no han de ser disimuladas, ni son en sí mismas
campo de incertidumbre o de indeterminación.
¿No será la vida aburguesada, fácil o excesivamente secularizada
de algunos, o la inercia y rutina espiritual y apostólica de otros, la que
precisamente disimula esos ideales y esa imagen que los hombres ho-
nestos de nuestro tiempo esperan ver expresados de otro modo?
322 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

De ahí que esta grave cuestión de las vocaciones no tiene más


solución fundamental que la que suponga en nosotros una vida espiri-
tual real, no ficticia, un apostolado creativo, con imaginación, válido
para la Iglesia de hoy y unas formas de vida que expresen esos valores
espirituales y apostólicos, de modo que sean un testimonio para la ju-
ventud de hoy.
Si no encontramos en nosotros mismos ese espíritu, antes de echar
la culpa a nadie, procurémoslo; si tenemos este espíritu, sin preocupar-
nos demasiado de apariencias, de hecho proyectaremos nuestra verda-
dera imagen, ante la que la juventud generosa de hoy, como la de siem-
pre, se sentirá atraída y convocada.
Aquí encontrarán también nuestros novicios y estudiantes un punto
de reflexión personal y comunitaria acerca de su propia conducta y de
la verdadera imagen que proyectan a su alrededor. Hoy más que nunca,
la elocuencia persuasiva no está en las palabras si no van acompañadas
del testimonio de la vida, que deja traslucir la alegría de Cristo Re-
sucitado.

2. Falta de confianza en la Formación

Es ésta otra de las razones más frecuentes mencionadas para expli-


car el descenso en el número de vocaciones. Al ver la formación que
hoy se da a nuestros jóvenes, no pocos de los NN. opinan, que no ofrece
las suficientes garantías para formar debidamente a los que entran en
el noviciado, y que se corre el riesgo de que o no perseveren o se defor-
men hacia un tipo de jesuita que no se acepta.
Opinión que nos debe hacer pensar, porque es verdad que, en
algunos casos, se basa en una falta de información verdadera o en
rumores y exageraciones que deforman la realidad; y en otros casos
se basa en la dificultad de algunos para aceptar los cambios necesarios
en la formación, exigidos por las circunstancias actuales, o proporcio-
nados a la personalidad de los actuales jóvenes, que piden métodos
de formación distintos de los tradicionales.
Estoy bien convencido —y quiero aprovechar esta oportunidad
para manifestarlo— de que los formadores han hecho en estos últimos
años, en circunstancias a veces muy difíciles, un esfuerzo magnífico
que merece toda nuestra gratitud y reconocimiento. Ello no quita que
debamos reconocer humildemente que, en ocasiones, o por la dificultad
objetiva del momento, o por la falta de formadores que estuvieran a
la altura de las circunstancias, o por tratarse de experimentos que han
tenido que realizarse en condiciones desfavorables, o por falta de la
debida colaboración y apoyo por parte de todos, o, en muchos casos,
por no haber seguido las directivas emanadas por la Compañía des-
pués de una cuidadosa reflexión por la comisión de estudios, o por
otros motivos, nos encontramos realmente ante situaciones al menos
ambiguas, que debemos evaluar con objetividad, para confirmar lo que
se demuestre válido y corregir con eficacia y prontitud lo deficiente
a
PARTE 1 . / n.° 29 323

y pernicioso. En esto tenemos una gran responsabilidad, sobre todo


los Superiores y Formadores.
Creo, por tanto, que debemos procurar primero: que los Superio-
res y Responsables de la formación reconozcan concienzudamente sus
responsabilidades. Segundo: que se elijan y preparen los formadores
cuidadosamente y se cree un equipo responsable de la formación, pues
la complejidad de ésta lo requiere hoy de una manera especial. Toca
a ellos hacer planes bien coordinados para toda la duración de la for-
mación. Tercero: que se comuniquen a las Provincias los planes con-
cretos que se hagan para la formación. Será incluso muy conveniente,
como se ha hecho con éxito en algunas Provincias, que los miembros
del equipo de formación visiten las diversas comunidades para pre-
sentar sus planes y el modo de llevarlos a cabo y recoger las observa-
ciones que los miembros de la Provincia puedan hacer, tanto sobre el
plan mismo cuanto sobre los efectos que vaya produciendo. De este
modo todos se sentirán interesados y corresponsables en el fomento
de vocaciones y en la formación de nuestra juventud.
Nuestros jóvenes en formación deben, desde el Noviciado, conocer
la Compañía tal como aparece en la Fórmula, Constituciones y docu-
mentos oficiales, y deben familiarizarse con la historia viva de la Com-
pañía en lo que tiene de reexpresión, explicitación y aplicación, reno-
vada siempre, del carisma ignaciano, pero también han de conocer
la Compañía real, tal y como es al presente. Por eso, la formación de
hoy, aunque es primariamente responsabilidad de los "formadores", es
también responsabilidad y fruto de la colaboración de toda la Pro-
vincia, ya que las comunidades, en una u otra forma, directa o indi-
rectamente, han de contribuir a la formación en sus diversos aspectos
o etapas. Magnífica materia de reflexión para todos. Los mismos for-
madores habrán de idear con especial interés formas de vinculación
de nuestros jóvenes con las obras y los hombres concíetos ocupados
en los diversos trabajos apostólicos, lo que aportará valiosos elementos
de maduración y de formación. Un tal sentido de responsabilidad cor-
porativa fortalecerá nuestro espíritu y nos proporcionará la "cohesión"
propia de la "unió cordium", tan necesaria hoy en la Compañía.
Es necesario fomentar, o en algunos casos restaurar, la confianza
de todos en la formación que se da hoy a nuestra juventud. Esto re-
quiere, como queda dicho, formadores aptos, planes bien concebidos, y
una constante y fiel ejecución de los mismos.

3. Contacto con la juventud

Es otra de las causas que se citan al hablar de la disminución del


número de vocaciones. Se ha reducido el número de los que tienen
ese contacto vivo (v. gr. falta de maestrillos en los colegios, disminu-
ción de las congregaciones marianas, de los Ejercicios a la juventud,
etc.) y son menos los NN. que se sienten preparados para este trato
con estudiantes, obreros, empleados, aprendices, profesionales jóvenes,
324 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

a causa de la especial dificultad que presenta hoy el trabajo con ellos.


La coeducación y la necesidad actual de trabajar con grupos mixtos,
¿no nos habrá también hecho distraer nuestra atención a la juventud
masculina y perder el vigor propio de ese apostolado?
La nueva psicología de la juventud hace que el apostolado deba
verificarse por medios y en circunstancias diversas de las de hace unos
años. Es un hecho que la superficie de contacto con la juventud se
ha reducido mucho en algunas Provincias. Es necesario buscar reme-
dio a esa realidad y considerar los ministerios con la juventud hoy,
como lo han sido siempre, de extraordinaria importancia. Y en con-
creto la pastoral vocacional, de tan capital interés para la Iglesia, debe
ser especialmente fomentada.
Todos los que viven en contacto con la juventud, tanto en los cole-
gios como en otras obras, superando el vacío y las tensiones que pue-
dan existir entre generaciones o entre profesores y alumnos, deben
procurar establecer contactos personales profundos con los jóvenes. Ello
puede resultar difícil en las actuales circunstancias, por exigirnos a
veces un cambio de mentalidad y siempre una gran dedicación, un
tiempo sustraído a otras actividades y una constante acomodación que
no es tan fácil cuando se llega a cierta edad. Recordemos que nuestra
lalta de jóvenes escolares tiene que ser suplida por otros de edad más
avanzada. Además del personal enriquecimiento que tales encuentros
con la juventud nos proporcionarán, la importancia de tales encuen-
tros es tal, que más bien habrá de ser considerada como una rentable
"inversión" de nuestra vida, en colaboración con el Señor, que llama
a través de los hombres.
Quisiera insistir en esto y animar a los que enseñan en universi-
dades y colegios, nuestros o de otros, que consideren esos contactos
como parte esencial de su apostolado educativo y los promuevan y pro-
curen. Si las saben buscar, encontrarán innumerables ocasiones: Sobre
todo en los Ejercicios ignacianos de la juventud y en las Comunidades
de vida cristiana, que donde se han renovado, están dando tan buenos
frutos, e incluso pueden ser una fórmula para los prenoviciados; pero
también en las clases, en las conversaciones particulares o de consejo,
en los campos de verano, en la simple convivencia durante las activi-
dades sociales y caritativas, por no hablar de las literarias y deporti-
vas, etc. Ahí es donde se manifiesta nuestra verdadera imagen del
hombre interior, alegre y feliz, unido a Cristo, del jesuita apóstol que ha
llenado de sentido su vida, imagen muy diversa de la del "camarada",
poco más o menos como los demás, que la intuición del joven discierne
inmediatamente.

4. Promoción de vocaciones

Quisiera dar las gracias aquí a todos los que están haciendo gran-
des esfuerzos en la promoción de las vocaciones y tratar de ayudarles
reflexionando con ellos sobre la profundidad de este problema.
PARTE 1.» / n.° 29 325

Algunas de las dificultades mencionadas, como la diversidad en


el modo de concebir la vida religiosa en la Compañía, la desconfianza
respecto a la formación que se imparte, etc. dan ocasión a que algunos
de los NN. se retraigan en proponer la vocación a la Compañía a posi-
bles candidatos. En algunos casos, sin embargo, esto no es sino un sín-
toma de otras actitudes más profundas que han de ser examinadas ante
el Señor y debidamente corregidas después.
Puede suceder que algunos no estén convencidos del valor mismo
de nuestra vocación: éstos tienen que buscar ante todo la solución de
su problema personal. Pero conviene que reflexionemos sobre tal acti-
tud y que la reconsideremos delante de Dios, para tratar de investigar
si no responde o a una resistencia personal a los cambios y a la reno-
vación que se presenta como inspirada en el Concilio y la Congrega-
ción General, o a una falta de comprensión y de aceptación del modo
como tales cambios se vienen realizando. Lo primero, si fuera opo-
nerse a la verdadera renovación postconciliar, sería claramente resistir
a lo que la Iglesia, principalmente en el Concilio Vaticano II, y la
Compañía nos han pedido y desean; tal actitud es intolerable. En el
segundo caso, más que adoptar una actitud negativa, convendría colo-
carse en actitud de colaboración y aportar, a través del servicio de
una crítica verdaderamente evangélica y constructiva, elementos de solu-
ción fundamental o al menos correcciones parciales de las situaciones
que se consideran inaceptables.
No nos olvidemos de que: 1) los jóvenes de hoy son, en muchos
puntos, muy diversos de los de tiempos aún no muy lejanos; 2) que
los debemos formar en y para un mundo en rápida evolución, muy
diferente en ritmo a la evolución lenta del pasado; 3) que el joven ha
de encontrar esas dificultades, que nacen del momento actual, y aun
mayores, en cualquier género de vida que elija; 4) que nosotros no
podremos encontrar las verdaderas soluciones de los problemas de
nuestra vida religiosa y apostolado del futuro sin la ayuda de la expe-
riencia en unión con la juventud generosa que se siente llamada por
Cristo; 5) que esos candidatos deben saber que, al ser admitidos en
la Compañía, entran en un grupo apostólico de hombres que estando
seguros de la validez y vigencia de su vocación en sus puntos esen-
ciales, buscan una plena renovación y adaptación para lograr un ser-
vicio mejor de la Iglesia y de la humanidad actuales y que por eso
deben estar preparados a entregarse al Señor incondicionalmente y a
correr el riesgo y sufrir la inseguridad tan propia del apóstol, siempre,
pero más hoy, si ha de colaborar en la inmensa obra que se presenta
precisamente hoy a la Compañía; 6) que todos, nosotros y nuestros
candidatos, que hemos sentido y seguido el llamamiento del Reino,
sabemos que precisamente en esa seguridad de nuestro espíritu y vo-
cación y en el riesgo que corremos, por querer servir mejor a Cristo
y a nuestros hermanos, tenemos fundamento para nuestra verdadera
confianza y entusiasmo evangélicos, y el mejor testimonio de nuestra
total entrega al Señor.
326 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

No será fuera de lugar el recordar aquellas palabras de San Igna-


cio cuando se encontraba en Roma con grandes dificultades materiales:
juzgamos no poder ni deber dar con la puerta en los ojos a aquellos
que, por la santa inspiración de Dios, son llamados a nuestra Compa-
ñía (Mon. Ign. Epp. VIII, 584). Porque la razón que él invocaba vale
aún más para las dificultades que hoy encontramos: hemos echado el
áncora de nuestra esperanza en la bondad de Dios.
Presentemos la vocación a la Compañía con la satisfacción y ale-
gría de quien quiere vivir la grandeza de sus ideales y de su espíritu
y se siente identificado con toda ella, y como quien acepta y sabe
redimensionar con confianza todos los riesgos que hoy presenta la
adaptación de tal vocación; pues en realidad no existe riesgo insupe-
rable para quien ha confiado sus preocupaciones al Señor, pues El
cuida de nosotros (Salm 55, 23; cf. 1 Petr 5, 7).

Conclusión

Este tema de las vocaciones es un problema demasiado serio como


para ignorarlo o desentendernos de él. Todos nos debemos hacer cons-
cientes de que se trata de una necesidad vital para la Compañía que
tanto amamos, y buscar todos unidos los medios más aptos para favo-
recer la promoción y el aumento de las vocaciones.
Para promover las vocaciones no cabe duda de que los Ejercicios
ignacianos son "el instrumento de la gracia" más eficaz, como lo de-
muestra toda nuestra historia. Todo lo que podamos hacer en este campo
será poco.
Pero, como la vocación es una gracia: Non vos me elegistis, sed
ego elegi vos, lo primero que hay que hacer, si queremos vocaciones es
orar, pidiendo instantemente al Señor opportune et importune, que quie-
ra dar a muchos la gracia de la vocación a la Compañía. Petite et acci-
pietis. La mies es mucha y va creciendo todos los días con oportuni-
dades apostólicas, pero los operarios son pocos, y van disminuyendo
en una proporción demasiado grande. Difícilmente encontraremos un
objeto más urgente para nuestra oración que este de las vocaciones.
Por eso, yo propondría que todos, individual y comunitariamente,
siguiendo el ejemplo de San Ignacio cuando se encontraba en dificul-
tades especiales, ofrezcamos con esta intención numerosas Misas y
pidamos al Sagrado Corazón de Jesús que despierte muchas vocaciones
de jóvenes generosos para nuestra Compañía. Sigamos el mandato del
Señor: Rogad, pues, al Dueño de la mies, que envíe obreros a su mies
(Mt 9, 38). Pidamos también oraciones a nuestros dirigidos, amigos,
bienhechores, comunidades religiosas contemplativas, etc., y el Señor
no tardará en mandarnos abundantes vocaciones de quienes deseen con-
sagrarse incondicionalmente a su servicio en la Compañía.
30. Sobre la preparación para la ordenación

sacerdotal (27. XII. 79)

Haciéndose eco de la preocupación de la CG. 32 y ante


la triste realidad de la defección de no pocos sacerdotes jó-
venes, el P. General subraya en este Documento la necesi-
dad de una preparación especial para la ordenación sacer-
dotal. A la preparación para la ordenación, parte integrante
de todo el tiempo de formación, se añade esta preparación
especial.
Desde el comienzo de Teología, nos dice, se intensifica-
rán la reflexión y la dirección. Como objeto de revisión
profunda, se presentan los siguientes puntos: motivación
vocacioncí; vida espiritual y práctica religiosa; madurez
afectiva; castidad religiosa y celibato sacerdotal; ser hom-
bres de la Iglesia y pertenencia a la Compañía.
Dos años, o al menos uno, antes de la ordenación, se
tendrá un tiempo de mayor contemplación; tiempo tan im-
portante que, a juicio del P. General, todo otro compromiso
debe ceder y se ha de llevar a cabo bajo los mejores direc-
tores disponibles escogidos por el Provincial.
Sólo cuando esta preparación especial se haya realiza-
do a satisfacción del Provincial y consiguientemente a la
manifestación que haga el escolar de su disposición para
recibir las Ordenes, se procederá a los pasos habituales para
la ordenación.

1. En su decreto_ sobre la Tercera Probación la Congregación Ge-


neral XXXII muestra una acentuarla preocupación por una seria prepa-
rariión espiritual para la ordenació"saiper(Wj, En el modelo A intro-
duce una forma de Tercera Probación en la que la ordenación sacer-
dotal viene pospuesta hasta después de haber hecho algunos meses de
Tercera Probación, incluido el mes de Ejercicios (d. 7, n. 3). Al des-
LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

t cribir el modelo B, pjde una "preparación espiritual adecuada" antes de


^ la ordenación sacerdotal? La CongregaciónQue movida) a esto, no sólo
por la importancia de la decisión de la ordenación sacerdotal en sí, sino
^ también por su preocupación ante el número de sacerdotes jóvenes que
dejaron la Compañía en estos últimos afiojljTJesgraciadamente, desde la
Congregación General 3 2 , un considerable número de sacerdotes jóve-
nes/entre los cinco o seis años) de ordenación y a veces aun menos, ha
pedido la laicización. Por otra parte, ninguna Provincia adoptó el mo-
delo A de Tercera Probación como procedimiento normal de hacerla,
, _ como tampoco ninguna ha introducido un período especial de prepa-
f ración espiritual antes de la ordenación, que es parte del modelo B.

2 . La preparación para la ordenación, es verdad/'no se puede


limitar solamentg a los pocos meses que la preceden; és parte inte-
grante de todo el tiempo de la formación de los escolares. Estoy con-
vencido de que hemos hecho actualmente grandes mejoras en lo que
se refiere a los primeros años de la formación. Continuando estas me-
joras, quisiera pedir una atención mayor que la que hasta ahora se
venía dando al período del magisterio y a los últimos años antes de la
ordenación. (¿Hay algo más aún que se__pueda hacer para ayudar a
nuestros jóvenes a_crecer en espíritu duranteestos años, a través de una
dedicación sustancial a ráoración, a. larejjexión, a~la dirección espiri-
tual y a través del cuidado jersonal por parte de los superiores? El
comienzo He la leología es un momento crucial. Esta decisión deberá ser
cuidadosamentetomada para cada escolar individualmente y ayudada
por informes^oíjeUjos^ados por quienes no sólo conocen bien al can-
didato, sino también saben perfectamente lo que la Compañía exige en
ese momento. No se dude nunca en posponer el comienzo de la teología a
los que aparecen dudosos; ni se dude tampoco en aconsejar a alguno el
dejar la Compañía, insistiendo si es necesario, cuando su vida hasta
ahora no haya dado pruebas positivamente evidentes de su aptitud y
capacidad para vivir nuestra vida y ejercer nuestro apostolado.

3. Desde el comienzo de la teología, se debe iniciar una prepara-


ción más inmediata para el sacerdocio. La reflexión y la dirección se
deben intensificar de forma que nuestros jóvenes puedan profundizar
aún más sus convicciones acerca de los aspectos más importantes de su
vida y vocación y preparar una respuesta a la llamada para la ordena-
ción con la mayor claridad y libertad posibles. Durante este tiempo
deberán meditar profundamente el hecho de que el sacerd"fi" p« para
siempre, como el [Papa Juan Pablo II ha recordado a todos los sacer-
dotes : "Np_se puede renunciar al sacerdocio _pqr causa de las dificul-
tades que encontramos ni de los sacrifícios_jgTie nos impone. Como los
apóstoles, también nosotros hemos dejado todo para seguir a Cristo;
por eso debemos perseverar a su lado, llevando_lambién_Xa.cxuz" (Carta
a los sacerdotes, Jueves Santo, 1979, n. 4).
4. Desde el comienzo, pues, de la teología deberá invitarse a los es-
colares a rehacer individualmente y juntos la peregrinación de sus años
a
PARTE 1 . / n.° 30 329

en la Compañía y, en particular, su llamada al sacerdocio y a la inti-


midad personal con el Señor. Esta revisión hecha con la ayuda de los
Padres espirituales y del Rector deberá ser profundizada y completa-
da, con atención especial a los puntos siguientes:

5. a) Motivación vocacional: Grado de su clarificación a través


de los años. Su fuerza y profundidad, en el sentido de que la convicción
de la llamada personal de Dios es lo bastante fuerte como para sopor-
tar las pruebas y tentaciones inevitables de la vida. Crecimiento en
la libertad de la motivación y purificación de los elementos menos
notables (tal vez, muy inconscientemente) presentes en los comienzos.
Libertad con relación a sus padres y familia, a amigos y compañeros
en la Compañía; libertad con relación a sí mismo, de forma que el
sacerdocio no sea meramente una respuesta a necesidades personales.
Toda clase de preguntas o problemas importantes no resueltos.

6. b) Vida espiritual y práctica religiosa: Fe en Dios y en su


llamada personal al sacerdocio como centro de la motivación en todos
los aspectos de su vida. Una vida de fe que se expresa en su oración
cotidiana, en su participación en la Eucaristía, en su autodisciplina in-
terior; en creciente caridad para con los demás y en un servicio que
no busca recompensa ni reconocimiento; en valores sólidamente religio-
sos y no mundanos; en una vida suficientemente disciplinada y con-
trolada, que es a la vez sencilla y austera. Todo esto asumido libremente
y vivido con paz.

^__7j__s)—Madure?; pfpctíva; el crecimiento en años debe conducir a


1
una vida integrad^ Una vida que tiene suficientemente bajo control
sus sentimientos; capaz de soportar tanto la soledad como las relacio-
nes de amistad"; una yida libre de excesiva dependencia de la aproba-
ción de los otros o de su afecto; una vida en la que la-'valoración per-
sonal brota d e j o interior y del compromiso religioso más TpjeTeTo
exterior, o principalmente de lo que se hace, o del aprecio que le dedi-
can. Una afectividad madura que debe llevar a(juna imagejj) de sí mismo
razonablemente realista y que deberá^xpresarse en un .crecirnieato, -
interior y exterior, de su libertad para responder a la llamada a la
santidad.

8. d) Castidad religiosa y celibato sacerdotal: son dones que no


se conceden de una vez por todas; es necesario pedirlos frecuentemente
y aceptarlos de forma que lleguen a constituirse parte integrante y es-
table de la identidad sacerdotal y religiosa.(Tienen que ser^positiva-
un
mente queridos y aceptados por su propio valor, como ^jístemaíHe
vida, y no_entendjdjD&_cpmo j m a condición necesaria párlTeTlsa^férdoclQ
y para la jada-religiosa, o como ' un no casarse^ o "como parte del
equipaje . Su vivencia debe llevar a un esclarecimiento creciente sobre
la capacidad de establecer, con hombres y mujeres, relaciones tales cua-
les convienen a hombres que aceptaron el compromiso de la castidad
religiosa.
330 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

9. e) Hombres de la Iglesia: el sacerdocio en la Compañía exige


un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia, de lealtad para con ella y
para con su autoridad y magisterio. Sentido de identificación con la
Iglesia institucional, de encontrarse a gusto como su representante públi-
co por medio del sacerdocio ministerial. Cualquier situación de dificul-
tad con relación a la enseñanza del magisterio ordinario debe ser com-
patible con un respeto especial, interior y exterior, y con la lealtad,
que es parte de la vocación del jesuita, a ese mismo magisterio.

10. f) Pertenencia a la Compañía: los años de vida en la Com-


pañía deberían haber desarrollado un sentido de sentirse en casa dentro
de ella y con su modo de proceder. Lo que deberá manifestarse en una
relación de confianza real y de apertura con los Superiores; en la plena
aceptación de la gracia especial de la obediencia, que exige completa
disponibilidad para cualquier misión en cualquier parte. Capacidad para
participar bien en la vida de comunidad, dar y recibir de los hermanos
estímulo y amor. Buena aceptación de los desafíos lanzados por las últi-
mas Congregaciones Generales y por las orientaciones de los Superiores.

11. Esta reflexión continuada debe llevar a un creciente esclareci-


miento vocacional por parte de ellos y por parte de la Compañía. Pro-
porcionará también el contexto en el que se puedan resolver, aún a tiem-
po, problemas o dudas remanentes sea de los individuos, sea de los
Superiores. Desearía que Vd., en alguna ocasión durante estos tres años
que preceden la ordenación, proporcionase a los escolares una experien-
cia privilegiada de oración, reflexión y dirección a fin de completar
la "preparación espiritual adecuada" exigida por la Congregación Ge-
neral 32. Su finalidad será la de una mayor profundizadón del compro-
miso de cada uno con su vocación, de forma que pueda tomar una
decisión definitiva sobre su respuesta a la llamada a la ordenación, con
la mayor claridad y libertad posibles. Este momento privilegiado puede
tomar la modalidad de un tiempo más prolongado en el cual la re-
flexión, la dirección y decisiones anteriores puedan ser revisadas, pro-
fundizadas y sometidas a confirmación en clima de mayor oración (cfr.
Ejer. Espir. 183). Deberá ser un tiempo en que cada uno, libre de
otras ocupaciones y preocupaciones, y con la conveniente ayuda de
buenos directores, pueda considerar con total concentración su voca-
ción al sacerdocio en la Compañía.

12. Esta preparación especial podría ser en un mes tranquilo du-


rante las vacaciones y, preferentemente, dos años antes de la ordenación
de los escolares o, al menos, un año antes. Si toma otra modalidad, no
deberá ser menos apta para la consecución del objetivo deseado y de-
berá incluir siempre, como elementos básicos, la oración, la reflexión,
la formación en alguno de los puntos centrales de nuestra espiritualidad
y los ejercicios espirituales de ocho días completos, o más, con orienta-
ción individual, conforme al método de los mismos Ejercicios Espiri-
tuales.
PARTE 1.» / n.° 30 331

13. Antes de que este período de especial preparación se haya


realizado a satisfacción del Provincial, no deberá ser dado paso alguno
inmediato para las órdenes del diaconado y del sacerdocio. Después, cada
escolar deberá manifestar a su Provincial su disposición para recibir las
órdenes, cuando se juzgue con plena libertad de conciencia para hacerlo.
Entonces los pasos habituales deberán ser dados cuidadosamente e inte-
gralmente ejecutados (AR. XV, 635-41; cfr. 487, 687).

14. Considero esta preparación especial para la ordenación tan


importante que no se deberá admitir ningún otro compromiso que pueda
impedir, a los escolares que van a ordenarse, el hacerla. Sea cual fuere
la modalidad que se le dé, esta preparación especial deberá, hacerse en
algún lugar tranquilo_y con la ayuda de los mejores directores jisponi-
bles y escogidos por el ProvincíátrPuede"sér organizada"dentro cíe una
Provincia o, si la modalidad lo permite, en colaboración con las Pro-
vincias vecinas, o reuniendo a los escolares que frecuentan el mismo Cen- (
tro de Teología, y deberá comenzarse con los escolares que habrían <
de ordenarse en 1981 o después. Espero una resjmesta_ suya hasta el
mes de noviembre de 1980 informándome sobre lo que se haya prepara-
do en_gu Provincia, o en colaboración con otras, sobre este asunto. Los
"Ordo" Regionales de estudios, ahora en revisión, deberán reglamentar
la previsión de esta preparación especial para la ordenación.

15. La experiencia ha demostrado cuan importantes, y a veces


cuan difíciles también, son_jos años que se siguen inmediatamente a la
ordenación. Algunos (Provinciales han organizado encuentros de sus
sacerdotesjóyenes, algunos días al año y todos los años, en üñ" clima de
amistad, discernimiento apostólico y oración. Estos encuentros se han
demostrado^ allí donde fueron organizados, muy estimulantes y de jrrm-
cho fruto/ Sea de esta o de otra forma, le recomiendo (muy especial^
mente un (1íúTdlulo^)rnuy especial )de estos míestros j óvenes" durante Tos
primeros años de su sacerdocio. Eñ eT!JuTcTa3o~pastoraf ordinario y ge-
neral de sus subditos, preste también atención particular a los que, por
razones de trabajo o de estudio, deben vivir fuera de nuestras comu-
nidades, así como a los que puedan estar pasando por algún tipo de
dificultad, sea la que fuere. Procure convencer a todos los miembros
de nuestras comunidades de la responsabilidad que todas _tenemos_de_
ayudarla llevar el peso d e j o s otros, princirjajmente en los momentos
Tfetensión y de dificultades. DeFemos^pj^arJils^con nuestras oraciones
y con nuestro buen ejemplo, con nuestro interesarnos por, ellos y prin-
/
cipalmente con nuestrqjmior.(Es, j f e una manera especiaLj papel de los -
directores espfritualesTy de los Superiores lócales y Provinciales, cada
uno en su esfera, el ser particularmente sensibles y avisados para con
aquellos que puedan estar pasando por pruebas difíciles.

16. Le animo, pues, para que continúe sus esfuerzos por ver que
sus hombres reciban en tiempo oportuno toda la ayuda y comprensión
de que necesitan, de tal modo que puedan experimentar efectivamente
332 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que "nada hay que no se pueda superar con la ayuda de Aquel que
nos conforta" (Flp 4, 13). La cuenta de conciencia es un momento de
especial gracia y eficacia en la Compañía de Jesús. Utilícela bien y
ayude a sus hombres a que se aprovechen bien de ella, de forma que
ninguno se sienta solo en la lucha con sus problemas, buscando ayuda
solamente cuando ya es demasiado tarde. Le pido, pues, que por su cuen-
ta y con la colaboración de los Superiores locales, directores espirituales
y de otros, tenga un cuidado muy especial de los que necesitan de apoyo
y estímulo, siendo firme en exigirles fidelidad a su compromiso.
31. Alocución a los instructores de

Tercera Probación (i. III. 70)

No se puede menos de reconocer el influjo que siem-


pre ha ejercido la Tercera Probación en orden a fomentar
el espíritu dentro de la Compañía y aun en el ámbito de la
Iglesia. En la situación presente, dice el P. General, urge
volver a los fines esenciales de la Tercera Probación, a la
par que se subsanan las deficiencias y se hacen las adap-
taciones necesarias. Seis puntos presentan las nuevas difi-
cultades que afectan a la Tercera Probación, si bien mu-
chas de ellas no son intrínsecas a ella, sin que esto haga
variar lo que toca al objeto y fruto de la Tercera Probación
tal como lo vio San Ignacio.
Al final de su alocución, el P. General hace una traduc-
ción moderna del sentido de "Probación", abriendo nuevos
campos de reflexión para quienes se preparan a hacer su
incorporación definitiva en la Compañía.
No conviene olvidar que la CG. 32 en su Decreto 7
volvió sobre el tema de la Tercera Probación.

En mi carta del 20 de octubre del pasado año, indicaba el objeto


principal de este Congreso. La Congregación General XXXI encomendó
al P. General la convocatoria de esta reunión, una vez que hubiera
transcurrido el plazo de al menos tres años, con el fin de estudiar las
experiencias realizadas y los frutos obtenidos, en orden a una mejor
organización y una sincera revalorización de la Tercera Probación.
Con fecha 6 de abril de 1967 había propuesto anteriormente un
Interrogatorio, cuyas respuestas me sirvieron de base para la carta de
8 de septiembre del mismo año. En esa carta propuse algunas orienta-
ciones generales, que pudieran ayudar a todos en las experiencias de
estos años. Un resumen de las mismas respuestas recibidas fue enviado
juntamente con la convocatoria del actual Congreso, a la vez que se
proponía un cuestionario orientador de esta reunión.
334 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Debo acentuar desde el principio que tengo puestas en esta reunión


esperanzas no pequeñas. Os agradezco mucho las respuestas que habéis
enviado al nuevo cuestionario propuesto. He encontrado en ellas una
estimación unánime hacia la Tercera Probación, a la vez que una se-
rena preocupación por las dificultades que hoy día presenta. Cierta-
mente en vuestras respuestas no encuentro aquella preocupación que
obligó al P. Ledóchowski a decir: "...nuntiatum est aliquos non deesse
qui censerent 'scholam affectus' ut Sancti Patris Nostri verbis utamur,
iam non amplius sibi locum vindicare, sed minoris quam ante fieri. Cui
dubitationi timorive ut ansam omnem adimamus, declaramus tertiam
probationem semper primo loco scholam affectus esse deberé, ut suum,
quem sapientissime S. Pater intendit, finem plene obtineat..." (AR III
1919-1923, 264)). En las comunicaciones que he recibido, y que vienen
tanto de parte de los PP. Provinciales de toda la Compañía, de vosotros
los Instructores actuales y algunos que lo han sido anteriormente, y
también de un número crecido de Padres que hicieron la Tercera Proba-
ción estos últimos años, se advierte una sincera fe en el Instituto de
la Tercera Probación, y un deseo real de lograr que produzca efectos
eficaces en bien de la Compañía y de la Iglesia.
El esfuerzo que para todos vosotros ha supuesto el congregaros
aquí, y el trabajo que en esta reunión vais a empeñar, colaborará, sin
duda, con la gracia del Espíritu Santo a una auténtica labor de discre-
ción de espíritus y a una sana elección en las decisiones de gobierno.
Confío encontrar en vosotros, y en la experiencia que representáis, la
manera más eficaz, después de la oración, de saber lo que conviene
hacer para la orientación de los problemas que presenta la Tercera
Probación.
Dificultades.—Porque la Tercera Probación tiene un contenido sus-
tancial demasiado importante como para que pueda sentirse amenazada
su existencia por las dificultades, reales sin duda e innegables, que su
organización práctica viene presentando desde hace bastante tiempo. Es
también innegable el papel que esta Institución ha desempeñado y sigue
desempeñando en el buen ser de la Compañía, y el influjo que ella
desempeña en la Historia de la salvación dentro de la Iglesia: sin ceder
a ningún triunfalismo, basta repasar la Historia de nuestra Orden, y
el aprecio que la Iglesia ha hecho siempre de la Institución de la Tercera
Probación, y los frutos obtenidos por ella en la formación de hombres
apostólicos, entregados y abnegados, para sentirse impulsados a obtener
sus fines substanciales y mejorar lo que los signos de los tiempos exigen
que sea corregido o adaptado.
Dificultades que han existido siempre.—Profundizando en la His-
toria de la Tercera Probación se advierte que, además de una evolu-
ción que va cediendo a las leyes de los tiempos, se han presentado siem-
pre dificultades no pequeñas. Nunca ha sido fácil que todos los Padres
entraran de la misma manera, y con la misma disposición, en un año
abierto a la generosidad como supone San Ignacio al hablar de este
tema. (Cfr, CC. P. V c. 1, 3/514 - c. 2, 1/516).
PARTE 1.» / n.° 31 335

Pero dificultades que hoy presentan nuevas razones.—Pero es pre-


ciso reconocer que hoy se presentan nuevas dificultades, como puede
deducirse de las comunicaciones que recibo de todas partes. Tengamos
en cuenta, sin embargo, que muchas de estas dificultades no son intrín-
secas a la Institución de la Tercera Probación: son el resultado gene-
ral de la marcha de la Compañía, de la Iglesia y aun del estado de la
conciencia de la sociedad. Pero indudablemente repercuten también, y
de modo notable, en la concepción y en la organización de la Tercera
Probación:

1. Se presentan problemas centrales de la Teología, que afectan


a la vida religiosa y perturban a veces a los hombres de la Compañía,
tanto a los que viven en estadios de formación como a sus formadores
o superiores, que no aciertan frecuentemente a adoptar posturas defini-
das en medio de ideas en evolución. Muchos de estos problemas nacen
también de la evolución del pensamiento humano y del campo de una
técnica en desarrollo continuo.

2. También recaen sobre la Tercera Probación las dificultades


que hoy tiene la formación orgánica y continua de nuestros jóvenes.
La Tercera Probación es una parte del desarrollo gradual del hombre-
religioso-sacerdote que es el jesuita: todas las preocupaciones que pro-
ducen hoy los problemas de la formación afectan de alguna manera a
este último estadio, que, psicológica y cronológicamente, es la corona de
unos años de formación.

3. La misma vida de la Compañía presenta algunos problemas


a la marcha de la Tercera Probación. También la Compañía se pregun-
ta sobre sí misma, al modo que lo decía de la Iglesia Pablo VI. Su
sincero esfuerzo de renovación, y las orientaciones de tina Congrega-
ción General, pueden producir a veces desconcierto, o pueden dar lugar
a abusos reprobables. Pero también es cierto que un deseo de adapta-
ción a las exigencias de la Iglesia y a las necesidades del Pueblo de
Dios pueden ser causas de dificultades y pueden poner en cuestión
algunas de nuestras estructuras. De este modo también la Tercera Pro-
bación experimenta, directa o indirectamente, las dificultades de la
adaptación de la Compañía.

4. Hay un capítulo de dificultades que nos obliga a una profunda


reflexión, para corregir lo que deba ser corregido y para exigir lo que
no puede dejarse al carisma subjetivo. Me refiero a la disposición per-
sonal de los Padres que han de hacer esta experiencia espiritual de la
Tercera Probación, antes de incorporarse definitivamente a la Com-
pañía. A la diversidad de culturas, de mentalidades, de ambientes, se
suma la problemática de la juventud, que siendo en sí una riqueza
querida por Dios en la evolución de la Historia de la salvación, no
siempre es aprovechada debidamente, o porque no se ha acertado du-
rante el período de toda la formación, o porque las personas no tienen
336 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

la capacidad requerida por la exigencia de la vocación a la Compañía,


o porque la debilidad y el desorden han producido efectos menos buenos
de ideas en sí buenas. Sin olvidar que sobre Ja Tercera Probación re-
caen los problemas que hoy afectan al Sacerdocio, principalmente a los
Sacerdotes de una edad más joven, entre los cuales están normalmente
los Padres destinados a hacer el año de Tercera Probación. Esto nos
obliga a pensar en las disposiciones mínimas requeridas para hacer
con fruto esta experiencia espiritual ignaciana, y a procurar que no se
intente llevar a ella a los que no partan de una elemental confianza en
lo que han de hacer.

5. Tampoco escapa a este capítulo de dificultades la figura del


P. Instructor. ¿Quién podrá hoy enfrentarse con esta tarea, partiendo
únicamente de las cualidades que tal vez en otros tiempos, menos exi-
gentes o menos complicados que los nuestros, se requerían? No puede
hoy desconocerse que al Instructor se le pide no solamente un conoci-
miento profundo del Instituto ignaciano y una preparación teológica
acomodada al momento presente. Se precisa una sensibilidad notable
para sintonizar con la mentalidad del hombre actual, unas disposicio-
nes abiertas al diálogo, una comprensión que no ceda de la responsa-
bilidad formativa, una gran capacidad de adaptación a la vez que una
gran fidelidad a la llamada del Espíritu. No pocos se preguntan si es
posible que hoy pueda un solo hombre hacerse responsable de la ayuda
que los Sacerdotes jóvenes necesitan para hacer con fruto la experiencia
de la Tercera Probación. Hay algunos que piensan que sólo un equipo
bien integrado podrá realizar los objetivos propuestos por el mismo San
Ignacio, y que tal vez en la falta de esta colaboración puedan encon-
trarse algunas de las deficiencias que se manifiestan.

6. Existe, por último, una fuente de dificultades, que es, a la vez,


un campo extenso para nuestra reflexión de gobierno. Es tal vez en
este campo donde debemos dialogar con mayor indiferencia y con más
sincera voluntad de encontrar la voluntad de Dios. Es también en este
campo donde más necesito vuestra ayuda y el fruto de vuestras expe-
riencias. Con este fin se han hecho tantas experiencias estos años y es
preciso reflexionar sobre ellas. Precisamente con el fin de buscar esta
Voluntad de Dios no solamente nos reuniremos estos días para dialogar,
sino que acudiremos a la Eucaristía y a la oración común, a implorar
la gracia de la discreción de espíritus.
Se trata de encontrar la solución a las dificultades que provienen
de la manera de hacer lo que San Ignacio llamó la última probación.
Nuestra disposición ha de ser buscar lo mejor para realizar el intento
manifestado en nuestro Instituto. Se nos pide una aportación fraternal
de nuestras opiniones, para encontrar en el diálogo la voz del Espíritu
Santo, la presencia de Jesucristo entre los que se han reunido, en su
nombre, para trabajar mejor en la obra de su Reino. Tenemos que ha-
cer una discreción de espíritus que nos ilumine en la verdad de un
pluralismo en la unidad.
PARTE 1« / n.° 31 337

Porque la apertura al Espíritu del Señor nos hará respetar la ver-


dadera unidad de los fines propuestos por San Ignacio. Una unidad
que si ha de ser eficaz, y no solamente nominal, exige también una
elemental unidad en los medios principales para lograr los fines. ¿Cuál
ha de ser el cauce de esta necesaria unidad, y cuáles los límites de un
pluralismo que respete las exigencias del bien común, y no se oponga
a la realización verdadera de los fines? Confío en que nuestras reflexio-
nes de estos días nos harán encontrar el camino del equilibrio y la
respuesta honesta a las exigencias de nuestro carisma religioso. La
base de mi confianza está fundamentada en gran parte en las orienta-
ciones que he visto en las comunicaciones recibidas y en la coincidencia
muy general de pareceres sobre las líneas fundamentales de la organiza-
ción de la Tercera Probación.

Exhortación al trabajo

En nuestro trabajo estarán presentes estas dificultades reales. Pero


también estará presente la responsabilidad que tenemos en estos mo-
mentos y la confianza que la Compañía ha depositado en vosotros, los
responsables directos de la Tercera Probación en todas partes. No puede
faltar la gracia del Espíritu Santo y la bendición de nuestro Padre
Ignacio, en la tarea que hoy comenzamos.
La C. General XXXI ha puesto muy de relieve el objetivo directo
al que deben tender los esfuerzos de la formación de los Nuestros. Ha-
blando de la Tercera Probación nos inculca que se busque en ese tiem-
po una profundización en la dedicación afectiva a la obra de Jesucristo.
(CG. XXXI, d. 8, nn. 42-43). "Expresio 'schola affectus' eam institu-
tionem designat in qua sodales Societatis ita 'afficiuntur ad veram
Christi doctrinam' ut 'procedant in spiritu et serio Christum Dominum
sequantur'.
Objeto principal.—Este es el espíritu y la mística que anima al que
decididamente entra en la Compañía por la entrada de los Ejercicios Es-
pirituales: la exigencia ignaciana del "magis" no es un slogan, sino un
compromiso de todo el hombre: es el radicalismo del Evangelio: el
tercer grado de humildad, cuya única medida, y a la vez única posibi-
lidad, es la entrega al amor de Jesucristo: de Jesucristo entrañablemen-
te amado en su realidad histórica y en su permanencia de fe eclesial, no
de un Jesucristo diluido en la simple búsqueda incansable —por más
necesaria y meritoria que sea— del hombre y del trabajo por el des-
arrollo de la vida temporal.
Fruto.—No es extraño, por lo tanto, que San Ignacio proponga
como fruto indiscutible de este último período de la formación del
jesuita, lo que expresó tan claramente en las Constituciones (P. V, c. 2,
n 1; n. 516):
"No debiendo admitirse en ninguno de los dichos modos sino
quien fuere resputado idóneo en el Señor nuestro; reputáronse tales
338 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

para ser admitidos a profesión las personas cuya vida con luengas y
diligentes probaciones sea muy conocida y aprobada por el Prepósito
General (a quien darán información los particulares Prepósitos, o
personas de quienes el General quisiese ser informado). Para lo cual
ayudará a los que han seido inbiados al studio, en el tiempo de la últi-
ma probación, acabada la diligencia y cuidado de instruir el entendi-
miento, insistir en la scuela del affecto, exercitándose en cosas" spiri-
tuales y corporales, que más humildad y abnegación de todo amor sen-
sual y voluntad y juicio propio y mayor conocimiento y amor de Dios
nuestro Señor pueden causarle; para que hubiéndose aprovechado en sí
mesmos, mejor puedan aprovechar a otros a gloria de Dios nuestro
Señor"
Si la Compañía no quiere perdonar esfuerzos para que la Tercera
Probación surta los efectos deseados por San Ignacio, es porque cree
estar convencida de lo que expresó la Congregación General última, don-
de la misma Compañía actuaba reunida en Congregación. No se trata,
pues, de una recomendación del P. General, sino de una meta recordada
por el supremo órgano legislativo de la Compañía:
"Iure meritoque exspectari potest fructus optimus ex hac ultima
probatione: ut uniuscuiusque optatam synthesim formationis spiritua-
lis, apostolicae et intelectualis perficiat, qua fiet maior unificatio totius
personalitatis in Domino, secundum scopum Societatis a Sancto Igna-
tio descriptum: Ut cum in seipsis profecerint, melius ad profectum spi-
ritus alios ad gloriam Dei et Domini nostri iuvent". (CG. XXXI, d. 8,
núm. 45).
Probación.—Quiero indicar, por último, algunas ideas sobre el
sentido de esta "probación", que da nombre a la Institución sobre la
que vamos a reflexionar estos días. Porque veo que el sentido de esta
palabra produce su dificultad también por varios motivos.
Únicamente deseo señalar algunos matices que la idea de probación
puede tener en nuestros días, prescindiendo de los reparos que la pala-
bra misma pueda presentar.
a) Me parece que el período llamado Tercera Probación habrá
de ser substancialmente, un período de "reconsideración", de "refle-
xión" sobre el compromiso total del Jeusita, que lleva años en contacto
con la realidad de una Compañía viva y actuante. Tendremos que aco-
modar este período de reflexión a las necesidades del tiempo actual,
como he hecho notar anteriormente: es cierto. Pero también habrá que
pensar con lealtad y honestidad, que este período de reconsideración,
de "reconciliación" tal vez con la misma Compañía, al ser mejor cono-
cida y mejor interpretada, tiene que llegar un momento en que no
pueda menos de exigirse al que quiera permanecer en la misma Compa-
ñía. Habrá que esperar muchas veces, por respeto sincero a las situa-
ciones personales, pero si la situación se prolongara indefinidamente,
¿no sería necesario pensar en la aptitud para la Compañía de aquellos
que no fueran capaces de una época de reflexión espiritual, de madu-
ración de su compromiso religioso en la Compañía?
a
PARTE 1 . / n.° 31 339

b) Del mismo modo, durante este período debe pedirse una sin-
cera confrontación con la Compañía real, y no un mero ocupar el tiempo
provechosamente. Una confrontación de la vida personal con la vida
de una Compañía, deficiente sí, pero animada por el Espíritu del Señor
y ansiosa de responder fielmente a su misión en la Iglesia y en la
Historia de la salvación. Esto supone la aceptación gustosa y compro-
metida del Sacramento recibido en la Ordenación, y la disposición fran-
ca y sincera de testificar la fe y el Amor al Señor en la aceptación de
los votos prometidos. Por eso deseaba San Ignacio que este período
precediera a la incorporación definitiva a la misma Compañía: sea
cual sea el sentido que queramos darle a esta incorporación definitiva,
se exige del hijo de la Compañía que reflexione, en espíritu de humil-
dad y de amor, sobre esta "via quaedam ad Deum" (FI) "intime cog-
noscendo et gustando spiritu Exercitiorum et Constitutionum, eodemque
in propriam orationem et actionem apostolicam traducendo" (CG. XXXI,
á. 10, n. 2).
Un período de la formación del jesuita, que se abre sinceramente a
esta confrontación, deberá ser también, consecuentemente, una verda-
dera prueba de la sinceridad en el Amor, y de la propia identidad con
lo esencial de la misma Compañía.
32. Integración real de vida espiritual y

apostólica (i. XI. 7 6 )

Hace ya tiempo que no entro en contacto epistolar directo con


todos vosotros. He querido terminar, prácticamente, mi primera ronda
de encuentros, después de la Congregación General, con todos los Pro-
vinciales, y verme recientemente con los Responsables de las Confe-
rencias de Provinciales, para hacerme una imagen más completa de la
situación de la Compañía al año y medio de terminada la Congrega-
ción General.
Tengo delante de mí las respuestas de las cartas "ex officio" y
otros documentos, como material muy valioso, a cuyo estudio hemos
dedicado largas horas, tanto yo como mis Consultores.
Mi propósito ahora es continuar con vosotros este múltiple diálogo
—que es búsqueda conjunta y progresiva de Ja voluntad"* del Señor—,
comunicándoos lo que considero más importante en estos momentos y
proponiéndoos algunos temas para guiar el proceso de reflexión y de
examen que nos pide la Congregación General (1).

La praxis: medida de nuestra sinceridad

Después de haber examinado la información y el material aporta-


dos por tantos de vosotros, creo poder afirmar que, en su conjunto,
es francamente positivo el esfuerzo hecho en todas partes por conocer
y asimilar los decretos de la CG., sobre todo mediante la lectura, medi-
tación y oración personal y comunitaria.
Queda aún mucho por hacer y muchos obstáculos por superar para
convertir en vida y en realidad cotidiana esos decretos, que no han sido
redactados para deleite espiritual, sino como directivas y pedagogía
concreta para una praxis viva. Praxis que será finalmente la medida

(1) Decret. 4, n. 72.


342 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de nuestra sinceridad frente a esa voluntad que el Señor nos manifestó


a todos por medio de la Congregación General 32.
En definitiva hemos de pensar que el cumplimiento de estos decre-
tos de la CG. es hoy nuestro modo concreto de seguir a Jesucristo.

Vida espiritual y apostolado

Pienso poder sintetizar lo que hoy considero más importante en


una pregunta: ¿cómo podríamos asegurar y robustecer nuestra vida
espiritual y nuestro apostolado, como un todo perfectamente integrado,
de forma que nuestra vida y actividades resulten realmente evangeli-
zadoras y anuncien eficazmente a Jesucristo hoy?
Pregunta que yo desglosaría en estas otras dos:
—• ¿Nuestra espiritualidad, tal y como vivimos en la práctica, es
tal, que nos permita vivir nuestra vida apostólica con la creatividad,
disponibilidad, riesgo y compromiso que requiere la CG.?
— ¿Nuestra manera de concebir y ejercer de hecho nuestra mi-
sión apostólica hoy, individual y comunitariamente, es tal, que refleje
una espiritualidad profunda y nos permita desarrollarla y sostenerla?
No se trata, como bien podéis suponer, de preguntas retóricas. Me
lleva a hacérmelas, y a proponéroslas, la constatación de que, al lado
de un prometedor resurgir espiritual y de un nuevo dinamismo apostó-
lico, hay en la Compañía síntomas de un real deterioro en ambos aspec-
tos y de una estéril dicotomía que no los integra suficientemente, de
modo personal, en bastantes de los jesuitas. Esto da lugar, como conse-
cuencia, a situaciones de insatisfacción, de desgaste y desilusión perso-
nal por un lado y a tensiones individuales y comunitarias por otro. Se
constatan también formas de actividad, nuevas y antiguas, que acaparan
por entero la generosidad de no pocos de nuestros hombres, pero sobre
las que podríamos preguntarnos si tienen ese peso específico propio que
ha de caracterizarlas como apostolado de la Compañía, es decir, de
este "grupo de compañeros, que es, al mismo tiempo, religioso, apostó-
lico, sacerdotal y ligado al Romano Pontífice por vínculo especial de
amor y de servicio" (2). Por otro lado se constata la existencia de una
práctica fiel en apariencia a expresiones tradicionales de nuestra vida
espiritual, pero a la que no corresponde la creatividad apostólica que
requiere hoy la evangelización de una nueva sociedad.

Problema fundamental: ser, de hecho,


"in actione contemplativus"

Estas consideraciones no agotan, por supuesto, toda la realidad, que


es mucho más compleja y más rica, pero sí revelan un verdadero pro-
blema de fondo, a saber: la falta en no pocos de esa profunda expe-

(2) C G . X X X I I , Decr. 2, n. 24.


a
PARTE 1 . / n.° 32 343

riencia personal de fe y también de esa integración real de la vida


espiritual y apostolado (fe y misión) que han de penetrar y dinamizar
todos los aspectos de nuestra vida. En otros términos, la necesidad de
realizar también hoy de manera concreta el "in actione contemplativus",
de modo que no sea meramente una frase, un "slogan", sino una reali-
dad vivida.
Es evidente que la CG. 32 está suponiendo y exigiendo en cada
jesuita una vida interior, integrada en forma muy profunda y muy
personal. La misma "utopía" de la misión apostólica, tal y como la
presenta la CG. 32 —no de otra manera que la de la Fórmula del Insti-
tuto, que ha pretendido traducir a nuestros días—, no es pensable y
hasta ni siquiera formulable sin esa integración.
No otro es el ideal de las Constituciones (3), al que la CG. 32 se
remite por entero (4).

Exigencia de nuestra misión y de la realidad hoy

Traducida esta afirmación a nuestro momento presente, significa


que:
— Ser testigos de Jesús siempre, pero más en nuestro mundo se-
cularizado, requiere hombres de fe, de amplia experiencia de Dios y
generosa comunicación de esa experiencia.
— Vivir los concretos objetivos del decreto 4.° de la CG. 32, su
concreta promoción de la justicia, sólo es posible desde una experiencia
personal de fe en Jesús y como obvia expresión y realización de ésta.
Pretender desglosar ambos elementos es no haber comprendido el de-
creto 4.°, deformarlo sustancialmente y correr el riesgo de efectos que
no habrán de ser imputables ni al decreto ni a la CG. que lo formuló.
— Tener hoy la intuición y el valor de realizar creativamente nues-
tras opciones apostólicas prioritarias, rompiendo generosamente con
connaturales inercias, requiere una docilidad al Espíritu que no se con-
sigue sino como un don, fruto de humilde escucha de ese Espíritu en el
seno de una vida verdaderamente de oración.
— Mantener el sentido especificador, religioso, apostólico, sacer-
dotal, de todas nuestras actividades, aun las de cuño material más "secu-
lar", sólo será posible desde una consciente vivencia espiritual perso-
nal, compartida comunitariamente.
Más aún, cuando las exigencias de la misma evangelización sólo
permitan o aconsejen una manifestación implícita de nuestra fe, tanto
más viva habrá de ser esa fe en nosotros, más explícita para nosotros
mismos la intencionalidad apostólica que nos justifica en esas activida-
des, y más exigente la coherencia de nuestra propia vida con esa fe.
Todo ello es impensable sin un don de Dios implorado en humilde
oración.

(3) Parte X , nn. 812-13.


(4) Decr. 2.
344 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

— Vivir hoy, en todo momento y en toda misión, el "in actione


contemplativus", supone un don y una pedagogía de oración que nos
capacite para una renovada "lectura" de la realidad (de toda la reali-
dad) desde el Evangelio y para una constante confrontación de esa rea-
lidad con el Evangelio.
— Finalmente, hoy, más quizá que en un cercano pasado, .se nos
ha hecho claro que la fe no es algo adquirido de una vez para siempre,
sino que puede debilitarse y hasta perderse, y necesita ser renovada,
alimentada y fortalecida constantemente. De ahí que vivir nuestra fe
y nuestra esperanza a la intemperie, "expuestos a la prueba de la in-
creencia y de la injusticia" (5), requiera de nosotros más que nunca la
oración que pide esa fe, que tiene que sernos dada en cada momento.
La oración nos da a nosotros nuestra propia medida, destierra seguri-
dades puramente humanas y dogmatismos polarizantes, y nos prepara
así, en humildad y sencillez, a que nos sea comunicada la revelación
que se hace únicamente a los pequeños (6).

Buscando soluciones

Así pues, hemos de acometer sinceramente la tarea de revisar y de


profundizar nuestra vida de fe y de oración y de asegurar su plena
integración con nuestra vida apostólica.

a) Revisar nuestra real integración

— Hay quienes viven una misión de la Compañía en condiciones


difíciles que no siempre favorecen la vida espiritual y de oración en sus
formas y expresiones más tradicionales.
A éstos les es pedida una nueva exigencia: la de buscar, si es
necesario, otros modos, ritmos y formas de oración más adecuados a sus
circunstancias, pero que respeten las directrices de las recientes CC. GG.
y que garanticen plenamente esta experiencia personal de Dios que se
reveló en Jesús. De tal manera, que el constatar la imposibilidad de con-
seguirlo, a pesar de renovadas ayudas y perseverantes esfuerzos, signi-
ficaría una contradicción para esa misión y obligaría a replantearla,
para ver si conviene mantenerla o no y, en caso afirmativo, cómo ha de
ser realizada.
— Nueva exigencia también para quienes la vida espiritual y de
oración se desarrolla, por lo menos en cuanto a sus formalidades ex-
ternas, de manera fiel a la tradición: la exigencia de examinar si esta
vida es verdaderamente auténtica, es decir, si conduce o no de hecho
a una mayor coherencia evangélica en nuestra vida y apostolado, a una
mayor caridad y unión entre nosotros, a una mayor disponibilidad "por
imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor" (7), y a un

(5) C G . 32, Decr. 4, n. 35.


(6) Le. 10, 21.
(7) Ejercicios Espirituales 167.
a
PARTE 1 . / n.° 32 345

más creativo celo apostólico apoyado en la confianza en Dios y no


condicionado por otro tipo de seguridades. Nuestra fidelidad no debería
ser ni estéril ni estática, sino viva y fecunda, como nos lo recuerda el
Santo Padre (8).

b) Tomar conciencia de las dificultades

— No podemos ignorar la existencia hoy de causas más profun-


das de índole general, que inciden de manera determinante en nuestra
misma concepción de la vida espiritual y del apostolado, poniendo a
veces en peligro hasta los fundamentos de nuestra propia vida de fe.
Serán a veces tendencias secularizantes, relativismos e inmanentismos
que nos acechan por todas partes ( 9 ) ; otras veces posturas teológicas,
que condicionan la manera como se cree y se vive el misterio de la
Encarnación, de la Redención, de la Iglesia, de los sacramentos..., y que
habríamos de revisar en humildad y paciencia, a la luz de la fe y del
magisterio de la Iglesia.
Evidentemente no toda crisis de fe ha de interpretarse como algo
fatalmente negativo que lleve necesariamente a una pérdida de la fe,
aunque hoy se den estos casos; más aún, una cierta "conflictividad"
interna y externa ha acompañado y acompañará siempre a muchos
grandes creyentes y grandes cristianos, reportando evidentes efectos pu-
rificadores de esa fe para ellos mismos y para otros.
Cuando el hecho sucede en hombres ocupados, y preocupados, por
la evangelización del mundo de la increencia, tal experiencia puede
reportarles no pocos recursos para un diálogo que haga inteligible su
anuncio de Jesucristo, revelación del Padre. Su empeño puede ser un
impagable servicio a la Iglesia; pero solamente lo será si lo hacen
como hombres humildes, que aceptan su radical insuficiencia, adoran
y aman a Dios en su Misterio, y sirven y aman a los hombres hasta dar
su vida por ellos (10).

c) Abrirnos a nuevas experiencias

Este cuadro plural de circunstancias y de causas, nos hace aún


más necesario el abrir responsablemente nuestra experiencia de oración.
El Espíritu Santo enriquece en nuestros días la vida cristiana suscitando
formas y estímulos de oración, de índole individual o comunitaria, algu-
nos relativamente nuevos, otros patrimonio habitual de muchos jesuitas
de todos los tiempos, hombres de empeñadísimo compromiso apostólico,
como el mismo Ignacio, Javier, Fabro... Muchos de estos modos de
auténtica experiencia espiritual pueden sin duda ser incorporados a
nuestra existencia. Para ello ayudará el hacerlos objeto de la dirección
espiritual, cuya necesidad se siente cada vez más vivamente, y del

(8) PABLO VI, 3-12-74. A R . X V I , 442.


(9) Cfr., ibíd., pp. 442-443.
(10) Cfr. Jn. 14, 13.
346 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

discernimiento personal con el Superior, al cual remitieron realística-


mente las últimas Congregaciones (11).
Quiero en este sentido manifestar mi agradecimiento a los que, en-
viados por la Compañía en misión a situaciones de difícil inserción, se
esfuerzan sinceramente por integrar, en estas nuevas circunstancias,
contemplación y acción, y lo hacen con humildad, ayudándose en verda-
dero discernimiento de otros hermanos de la Compañía expertos en las
cosas del espíritu.
Si su experiencia de contemplación "a la manera de Ignacio" (12)
les lleva a ser captados renovadamente (13) por la llamada dé Jesucris-
to, Hijo de Dios, será experiencia auténtica, y nos harán a todos un
gran servicio haciéndonos partícipes de ella. Necesitamos aprender to-
dos. Sepamos oír a quienes el Señor se comunica. El Espíritu "sopla
donde quiere" (14).

d) Formación permanente en el Espíritu

— Finalmente, hemos de tomar conciencia de un hecho que puede


no haber sido suficientemente advertido por muchos. El fiel cumpli-
miento de la CG. ha de desatar un proceso educador que asegure una
integración cada vez más íntima de contemplación y acción en los indi-
viduos y en las comunidades. Se trata de un proceso de verdadera for-
mación permanente en la vida del Espíritu.
Efectivamente, enraizada en la experiencia ignaciana más pura, la
CG. pone un marcado énfasis en una serie de "ejercicios" (15) expre-
sados bajo nombres diversos: "discernimiento", "reflexión teológica",
"toma de conciencia y análisis de los problemas reales", "evaluación",
"revisión", etc. Estos ejercicios, hechos como verdadera escucha de
Dios y confrontación orante de la. realidad con el Evangelio, deberán
llevarnos a superar dicotomías entre oración y acción, a dar una pro-
funda dimensión religiosa a toda nuestra actividad y una proyección
verdaderamente apostólica a nuestra experiencia espiritual.
Preguntarnos periódicamente, como deseaba S. Ignacio, y hasta de
modo sistemático, después de cada jornada o al final de nuestras se-
siones y encuentros de trabajo, sobre la obra que el Espíritu ha hecho
en nosotros durante ese tiempo, sobre lo que el Señor ha querido sig-
nificarnos, sobre lo que no hemos obrado según el Espíritu, etc., nos
irá poco a poco educando a trascender los aspectos puramente técnicos
y seculares de nuestro trabajo y a desarrollar nuestra actividad, con la
especificidad que nos es propia como compañeros de Jesús. ¿No es ése
el más profundo sentido del examen de conciencia ignaciano?

(11) C G . 31, Decr. 14 y C G . 32, Decr. 11.


(12) C G . 32, Decr. 4, n. 19.
(13) Flp. 3, 14.
(14) Jn. 3, 8.
(15) Ejercicios Espirituales, 1.
PARTE 1.» / n.° 32 347

e) Propuestas prácticas

Concluyo estas largas reflexiones con tres propuestas de tipo


práctico:

a) Considero, por todo lo anteriormente expuesto, que el Señor


quiere de nosotros que hagamos tema de especial revisión y examen, du-
rante los próximos meses, como individuos y como comunidades, este
problema, de realizar una más profunda integración dentro de nosotros
mismos, de nuestra vida espiritual y de nuestro compromiso apostólico.

b) Como base para la meditación, estudio y examen sobre este


tema, os remito una vez más a los textos de las últimas CC. GG. (16),
más en concreto al reciente Sumario "Vida religiosa del jesuita" (17),
y también a cuanto en otras ocasiones os he escrito sobre el tema (18).

c) Finalmente os invito a que en actitud de sincero discernimien-


to ante Dios Nuestro Señor os hagáis y os respondáis, individual y co-
munitariamente, preguntas como éstas:

1.—¿Mi actividad en la Compañía, tiene objetivamente en sí, en


mí intención personal y en el modo de vivirla (objetivos, motivación,
medios y procedimientos), toda la impronta apostólica que debe carac-
terizarla y especificarla en fuerza de mi vocación?

2.—¿Cómo integro de hecho, vitalmente, en lo concreto de mi


existencia, mi experiencia de Dios y la acción apostólica más compro-
metida que me pide la Compañía?

3.—Mi experiencia personal de Dios, y la que comparto con mi


comunidad, ¿es más que una formalidad externa que -"observo con fi-
delidad? ¿Qué he de hacer para que lo sea?

4.—¿Hasta qué punto mi compromiso por la justicia brota de mi


fe? ¿Y hasta qué punto mi fe es tan auténtica, que me proyecta apostó-
licamente en un real seguimiento del Jesús pobre y humillado que me
compromete en la promoción de la justicia?

5.—Si Soy de los que han ido abandonando o reduciendo sustan-


cialmente los medios que la Compañía estima necesarios aún hoy día
para alimentar nuestra vida interior —p. e., la práctica de la oración
personal, la práctica sacramental, los EE. EE. anuales (19)—, he de
preguntarme honradamente delante de Dios: ¿cuáles son las causas que

(16) C G . 31, Decr. 14 y C G . 32, Decr. 11 sobre todo.


(17) Primera parte, nn. 6-12; Segunda parte, nn. 1-9.
(18) Por ejemplo: Puncta quaedam ad renovationem spiritualem Societatis,
AR. X V , 732-40.
(19) C G . 32, Decr. 11, nn. 8-13. -
348 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

han motivado ese abandono o esa reducción y qué hago en concreto


para poner remedio a esta situación?

6.—¿Me ayudo del Superior y sé humildemente tomar consejo del


director espiritual (20) para concretar responsablemente mi tiempo y
modo de oración a mis circunstancias concretas?

Conclusión: una "fuerte espiritualidad"

Vuestras informaciones mencionan otros temas muy importantes


que espero tener la oportunidad de tratar con vosotros en otras ocasio-
nes, pues hoy he querido centrar vuestra atención sobre una materia
que considero de vital importancia para la Compañía.
Quiera el Señor ayudarnos a descubrir más y más profundamente,
con clarividencia y con gozo, para nuestro momento presente y para
el inmediato futuro, esa "espiritualidad de fuertes trazos", esa "fuerte
espiritualidad de San Ignacio", a la que Su Santidad se refirió en su
Alocución a la CG. 32 (21), como garantía divina del ser y del hacer de
la Compañía de Jesús en momentos en que ésta prueba y purifica sus
métodos para lograr que todo jesuita sea "animador espiritual y educa-
dor en la vida católica de sus contemporáneos" (22).
No es otra la raíz viva de nuestra eficacia apostólica, la única
que nos interesa (23), que no se funda en poder humano, sino pura-
mente en "la fuerza de Dios" (24).

(20) CG. 31, Decr. 14, 7.9. 11-12; C G . 32, Decr. 11, nn. 9-36.
(21) El día 3-12-74.
(22) Ibíd.
(23) Const. Parte X , 813.
(24) 1 Cor. 2, 4-5.
a
Sección 9.

"Provenientes de diversos países, culturas y entornos sociales, pero


estrechamente unidos en este camino, intentamos concentrar todos nues-
tros esfuerzos en la común tarea de irradiar la fe y dar testimonio de
justicia" (CG. XXXII, Decr. 2, 26).

33. A los jesuitas de España (29-VI-70).

34. A los Provinciales de América Latina (1979).


33. A los jesuítas de España (29. VI. yo)

Ha pasado ya más de un mes desde mi regreso a Roma después


del inolvidable viaje a España. He preferido dejar sedimentar tantas
y tan variadas impresiones y conferirlas con los Padres Provinciales
antes de dirigirme de nuevo a vosotros.
No tengo mucho que deciros, una vez que en España tuve ocasión
de pronunciarme sobre los más variados temas, pero aún me queda
por comunicaros precisamente la impresión global que en mí han dejado
aquellos diecisiete días llenos de vivencias auténticas y profundas. Os
escribo con el deseo de prolongar la comunicación personal, íntima,
fraterna que caracterizó nuestras charlas, en las que aprendí mucho
y gocé aún más, incluso en aquellas que, por la tensión misma de la pro-
blemática, pudieron parecer más polémicas pero que constituyeron mo-
mentos de una profunda experiencia personal, haciéndome sentir verda-
deramente como hermano entre hermanos.
Muchos son ya los viajes que he realizado como General. Cada
uno ha tenido sus propios matices. También el de España. Circunstan-
cias, unas de carácter general, otras de un sabor más personal, han
dado a este viaje un relieve característico. La visita a lugares ignacia-
nos o íntimamente ligados a nuestra historia, como Loyola, Manresa,
Montserrat, Javier, Gandía, Villagarcía, etc., y el pasar por sitios tan
unidos a mi infancia y a los estudios de mi juventud, han puesto en este
viaje notas del todo peculiares.
Por otro lado, la significación política, ajena naturalmente a mi
intención, que algunos temían se le pudiese dar, y que contribuyó a
atraer la atención de ciertos sectores de la. opinión pública, era un
elemento típico de este viaje, ya que hasta ahora en ninguno de mis
anteriores viajes se había presentado.
Si se me preguntase ahora cuál fue mi impresión global al regresar
de España, contestaría, como respondí en Villa San José pocos minutos
antes de salir hacia Barajas camino de Roma, que, a pesar de la intensa
actividad de los días pasados en España, me encontraba físicamente
como cuando llegué, pero espiritual y psíquicamente mucho mejor, pues
352 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

comprendía más de cerca los problemas de España, con el contacto


personal se habían desvanecido muchas preocupaciones y podía apreciar
el deseo eficaz de todos de servir a la Iglesia del mejor modo posible,
como jesuitas.
Aprovechando, pues, esta experiencia y con la confianza puesta en
Dios, cuya ayuda no nos ha de faltar, paso a exponer algunos puntos
particulares con el fin de orientar más eficazmente la ejecución "de lo
que la Iglesia y la Compañía nos piden hoy.
En las diversas regiones del mundo, la Compañía vive hoy un
momento de adaptación, una inquietud de búsqueda, un, deseo y
una voluntad de servir mejor en la actualidad a la Iglesia; este momen-
to origina asimismo y trae consigo una problemática del todo peculiar,
de signo frecuentemente ambivalente.
Tales elementos se repiten también en España, pero en ella revisten
un relieve aún más pronunciado, debido tal vez al propio temperamento
español, a la situación actual que vive el país, a la multiplicidad y
variedad de los trabajos apostólicos de la Compañía que le imponen una
especial responsabilidad ante la Iglesia española. Lo que conduce fá-
cilmente, si se añade la diversidad de interpretación respecto a la figura
y a la acción del jesuita de hoy, a cierto radicalismo de criterios y
actitudes, y a que una natural disparidad de pareceres adquiera un
carácter muchas veces polémico y tenso.
A quien con buena voluntad considera las Provincias y las Casas
de la Compañía en España, se le descubren en seguida múltiples ele-
mentos positivos: el dinamismo apostólico, que impulsa a buscar nue-
vos caminos y un contacto directo con las personas y problemas que
nos rodean; la sinceridad de seguir una problemática hasta el fondo;
la búsqueda de nuevas formas de vida comunitaria, de oración, de
pobreza personal e institucional; el empeño de nuestra juventud por
encontrar nuevas rutas y caminos tanto para su propia formación como
para su futuro apostolado; el esfuerzo de la Compañía formada por
comprender la situación actual y adaptarse en lo posible a las circuns-
tancias de hoy. Las mismas divisiones y tensiones, que son reales y
deberán evitarse, pueden tener un sentido muy constructivo, ya que
partiendo todos de un mismo ideal y deseo del bien de la Compañía
será éste el que ha de prevalecer sobre las apreciaciones y deseos más
particulares de cada uno.
Pero con no menor evidencia aparecen también en España no pocas
limitaciones concretas: una falta de mutua comprensión y comunica-
ción a diversos niveles, individual y colectivo, entre superiores y co-
munidades, entre grupos • y aun entre individuos de una misma comu-
nidad, con las consecuencias de distanciamiento y desconocimiento re-
cíproco y de juicios desfavorables sin suficiente fundamento a veces, que
ahondan la separación; la necesidad de una mayor reflexión y una
justa valoración de los diversos experimentos, comenzados quizá en
ocasiones sin la debida preparación y que deben ser revisados con cri-
terios que permitan evaluarlos; un sentimiento de frustración, desá-
nimo y como cierta indiferencia o distancia afectiva de la Compañía
PARTE 1. / n.° 33
a
353

actual, que puede tener su origen en la falta de oración, en formas de


proceder fuera del marco y ámbito de la obediencia, en la presente
diversidad de opiniones sobre la vida religiosa, el apostolado, etc. y
verse fomentada por la multiplicación de comunidades demasiado peque-
ñas; cierta introversión hacia los problemas nacionales, regionales o de
las propias obras, que debilitan el impulso apostólico universal; una
disminución de intensidad en el nivel y esfuerzo de los estudios; cierta
tendencia hacia un profesionalismo, que puede ser muy ambiguo tanto
en su concepción como en su realización.
Problemática ciertamente y en buena parte universal y común a
muchos otros países. No digo esto para disminuir su importancia, sino
para evitar que se atribuya casi exclusivamente a circunstancias o per-
sonas de una región lo que es un problema más universal de la Iglesia
y de la sociedad actual.
En esta situación de cambio se suelen dar tres actitudes, explica-
bles pero inaceptables:

— La del pendido, o tendencia a pasar de un extremo al extremo


opuesto, sin detenerse en pasos intermedios.
— La de la alergia, o modo de reaccionar repulsivo, instintivo o
irracional ante expresiones, fenómenos, actitudes, valores hu-
manos o ascéticos.
— La de la acción y la reacción, o sea, el querer buscar en las
actitudes inadmisibles de algunos una justificación para otras
actitudes no menos inadmisibles de signo contrario.

Ninguna de estas actitudes puede ser admitida como legítima y


correcta: por el contrario, la única verdadera actitud es la de una
reflexión seria y dinámica, acompañada de una sana y ^rigurosa dis-
creción espiritual de individuos y comunidades bajo la dirección de los
Superiores.
Todos tenemos hoy que reflexionar y discernir.
Una Orden apostólica debe mantenerse en un permanente creci-
miento de su espíritu apostólico y esto requiere una ininterrumpida re-
novación espiritual. Sin base espiritual sólida todo edificio apostólico
está amenazado de ruina.
Este es también el motivo por que he querido después de mi viaje
a España reunirme con todos los Provinciales de la Asistencia: de-
seaba pensar con ellos sobre el presente y el futuro de la Compañía en
España y sobre aquellos puntos que nos parecían más necesarios para
una profunda y, en lo posible, rápida renovación postconciilar. No era
fácil abarcar en pocos días tanta materia y por eso nos hemos aplicado
preferentemente al análisis de cuanto puede favorecer la renovación
espiritual y comunitaria de las Provincias españolas; más tarde, en
otoño, con la ayuda del Señor, y provistos de todos los datos necesarios,
hemos de estudiar cuanto se refiere más directamente a nuestro empeño
y actividad apostólica.
354 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En el campo, por tanto, de la renovación espiritual y comunitaria


dejo a los Padres Provinciales el comunicar las determinaciones concre-
tas que se han tomado y la aplicación más práctica y más propia de una
Provincia, comunidad o necesidad particular y quisiera solamente seña-
laros aquellas orientaciones que me parecen más generales y necesarias
a todos.
1) Todo espíritu apostólico tiene que fundarse en un contacto
íntimo con Dios, en el espíritu y en la práctica de la oración. Fomentar
el espíritu de oración será dar un paso adelante definitivo en nuestra
renovación espiritual. Individuos y comunidades deben poner-el máximo
empeño en procurar no sólo practicar personalmente la oración, sino
crear en la comunidad un ambiente que la favorezca. Es este encuentro
con Dios, esta experiencia religiosa personal del contacto con Jesu-
cristo lo que nos llevará a la verdadera renovación interior y a que
los valores espirituales sólidos se integren en nuestra vida cotidiana. La
vida de la Compañía supone esencialmente la oración personal: un
jesuita que no ora está ya viviendo prácticamente fuera de la Com-
pañía.
2) Hoy más que nunca, la vida comunitaria es necesaria: para
la eficacia apostólica, para el sostenimiento psicológico de la voca-
ción, para el testimonio de presencia evangélica en el mundo que nos
rodea. La Compañía está concebida como una comunidad apostólica
cuyo centro es Cristo y en la que se convive en profunda intimidad. El
descubrimiento de las relaciones comunitarias, que el apostolado y la
vida de hoy están requiriendo, debe ser también el objeto de un es-
fuerzo colectivo, de una especial atención y de una cooperación de
todos, hasta desarrollar y practicar de un modo actualizado esa unión
que se funda en la caridad y abre el camino a la obediencia tan propia
de la Compañía. Esta mutua unión, esta sincera comunicación inter-
personal, en una forma a la que no siempre estábamos acostumbrados,
hará que se pueda llegar a una convergencia constructiva, en la que sea
posible utilizar, coordinándolos, tantos elementos positivos como cada
una de las tendencias aparentemente opuestas puedan ofrecer.
3) Necesario también es el conocimiento y estima de nuestra vo-
cación y de la Compañía tal y como el Señor la ha venido dirigiendo
por medio de las orientaciones de la Iglesia, de los Decretos de la
Congregación General y del gobierno de los Superiores concretos. Con-
tribuirán a esa estima el estudio y el conocimiento de la esencia y sig-
nificación de la vida religiosa y de lo que constituye la auténtica
'identidad' de la Compañía, el conocimiento de nuestra historia y de
nuestro Instituto, así como también la debida información de la Com-
pañía actual, con sus éxitos y fracasos. Si no se ama lo que no se
conoce, ¿cómo vamos a estimar y amar a la Compañía si la desconoce-
mos? ¿No será esa ignorancia y su consiguiente falta de estima de
nuestra propia vocación una de las causas de no pocas desviaciones
y aun dolorosas salidas, así como también de la falta de vocaciones?
Este problema vocacional es vital y no podrá resolverse si no presenta-
a
PARTE 1 . / n.° 33 355

mos una imagen de nuestra vocación genuinamente ignaciana, moderna


y vivida por todos con entusiasmo. No consideremos la exposición
objetiva de nuestros trabajos apostólicos como 'estéril triunfalismo', al
mismo tiempo que nuestros posibles defectos parece que tuvieran de-
recho a ser pregonados a todos los vientos; no caigamos en el 'neo-
triunfalismo' de la crítica destructiva, que sólo produce derrotismo y
desaliento, y es origen de profundas divisiones entre hermanos, lo que
ahuyenta vocaciones precisamente cuando tanto las necesitamos.
4) La sana preocupación por las obras confiadas a cada uno o
por los problemas específicos de la España actual, preocupación legíti-
ma y necesaria, no nos lleve hasta el punto de desinteresarnos o vivir
menos los problemas tan agudos y urgentes o más de otros países y de
transcendencia más universal, o de aquellos a cuya solución podríamos
nosotros más directamente colaborar. Permitidme que os diga que me
pareció no ver como antaño aquel impulso apostólico que lleva a
preocuparse por los problemas universales. ¡Ojalá fuera ésta una im-
presión equivocada mía! Pero si fuese una realidad, sería necesario
restituir en todo su vigor los ideales apostólicos universales, que han
sido siempre una nota característica de la Compañía, y en particular de
España.
5) Una de las notas positivas de la Compañía es hoy el deseo
de una verdadera pobreza evangélica y apostólica. Ese deseo se mani-
fiesta también en España de un modo muy peculiar y no puedo menos
de alegrarme de ello. Es sin duda un influjo carismático del Espíritu
de Dios, que nos restituye al ideal ignaciano de la pobreza que se
centra en la unión personal con Cristo pobre, con Cristo que quiso para
sí la pobreza.
Superiores, comunidades e individuos deben reflexionar y buscar
modos concretos de realizar y practicar la pobreza individual y comu-
nitaria, aunque humanamente sean dificultosos por llevarnos a una
vida austera y a una inseguridad económica, a la que se resiste nuestra
naturaleza, acostumbrada tal vez a sentirse 'instalada' y a gozar de
relativa comodidad y seguridad. Con la confianza puesta en la Provi-
dencia, una experimentación bien pensada nos irá llevando a descubrir
nuevas formas pastorales y estructurales que nos acerquen a la pobreza
de Cristo y de su Evangelio y a encontrar modelos de vida pobre adap-
tados a las circunstancias actuales que puedan ofrecerse como un nuevo
servicio a otras Provincias de la Compañía.
6) Veo que a algunos el deseo de una mayor encarnación en el
mundo de hoy y de una mayor eficacia apostólica les ha impulsado
hacia el así llamado 'trabajo profesional'. Juzgo que en este punto de-
bemos huir de toda ambigüedad. Si por trabajo profesional se entiende
que en nuestras actividades apostólicas, ministeriales o de otro género,
hemos de proceder con la competencia, responsabilidad, ética de un
verdadero profesional, tal iniciativa no puede ser sino muy laudable.
El mundo moderno con su tecnicismo y especialización exige más que
antes seriedad de conocimientos en cualquier profesión y verdadera
356 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

competencia, incluso refrendada por títulos académicos, en cuantos tra-


bajan al servicio de los demás. Pero si el profesionalismo significa que
para poder trabajar eficazmente se necesita siempre una profesión no
sacerdotal o el ejercicio simultáneo de una profesión laica, si el deseo
de entrar en una profesión se basa en una devaluación sea de la natu-
raleza y oficio sacerdotal, sea de los medios espirituales de apostolado,
es claro que tal tendencia no puede ser admitida. Nuestro apostolado no
se identifica con el apostolado seglar, sino que tiene que estar regulado
por principios sobrenaturales y nunca debe llevar a una falta de dispo-
nibilidad para cualquier clase de colaboración necesaria den-tro de los
planes pastorales de la Compañía.
7) En los varios contactos que tuve en España con nuestra ju-
ventud, me impresionó su sinceridad, su dosis de impaciencia, su ini-
ciativa, una despierta percepción hacia la realidad del mundo actual.
Fue para mí experiencia interesante palpar la fuerza psicológica del
grupo y el influjo que ejerce en los individuos, saludable unas veces
y de efecto positivo, contraproducente otras veces al ejercer una pre-
sión que puede inhibir el desarrollo de la personalidad o su manifesta-
ción espontánea y coartar la libertad de expresión: se ve en esas
circunstancias qué difícil es, al menos en público, manifestar un disenso
contra una minoría, constituida de hecho en grupo de presión, pero que
no representa la opinión de la mayoría.
8) Si todos debemos evitar un 'dilettantismo' fácil e insistir en
el estudio serio y profundo, esto se aplica en cierto modo con mayor
razón a nuestros jóvenes y a su preparación intelectual. Hoy se exige
más que nunca un nivel de conocimientos, especialmente filosóficos y
teológicos, y un esfuerzo continuo de renovación científica para poder
ejercer un apostolado eficaz en la Iglesia. La tradición de la Com-
pañía, que se inicia en San Ignacio y en su idea de crear un grupo de
apóstoles capaces de servir a la Iglesia de un modo especial, coincide
netamente en este punto con lo que el Pueblo de Dios espera de nos-
otros. No podemos permitir el descenso del nivel de estudios ni nos
debemos dejar ilusionar con la tentación fácil de una acción inmediata,
que quita tal vez eficacia a nuestra verdadera misión; ni tampoco creer
que el único estudio ha de ser la reflexión espontánea sobre la vida.
El nivel académico no es mera fórmula jurídica, sino la exigencia del
servicio que la Compañía ha de prestar siempre a la Iglesia.
Es cierto que una modificación en nuestros estudios y métodos pe-
dagógicos es necesaria, pero este esfuerzo, esta seriedad de prepara-
ción, necesarios en la juventud, deben permanecer durante toda la vida,
aun después de la formación, si queremos mantenernos al ritmo del
avance científico y responder a las siempre renovadas necesidades del
apostolado.
No olvidemos además que trabajar por Cristo exige un empeño
y una duración del trabajo diario que no permite el ocio, sino que obliga
a muchas horas de intensa labor. La falta de ocupación en personas que
aún serían aptas por su edad, salud, cualidades, etc. puede tener, entre
PARTE 1.- / n.° 33 357

otras, dos razones: el número excesivo de religiosos y sacerdotes en


algunos lugares, o la falta de adaptación a las circunstancias postcon-
tiliares, que hace que el trabajo de algunos de nuestros operarios sea
menos apreciable, por no hablar de la inconsciente irresponsabilidad
ante la obligación del trabajo, precisamente en estos tiempos en que fal-
tan operarios en tantas partes del mundo.
9) No hay duda de que una serie de causas hacen hoy difícil la
unión sincera y profunda que todos deseamos y necesitamos. Modos de
vida o ministerios que nos fueron queridos no se abandonan a veces sin
grande pena y sacrificios personales y aceptar actitudes o visiones de las
cosas diferentes de las propias requiere siempre una profunda humil-
dad y caridad. El convencimiento absoluto de la verdad de la propia
posición, aun en puntos no esenciales y opinables, o la rigidez exclusivista
en uno u otro sentido, que impide todo diálogo, ceden fácilmente ante
la humildad que reconoce y la caridad que acepta a quien opina de
diverso modo. Por eso nos es hoy tan necesario el mutuo contacto, el
diálogo sincero que sepa utilizar los elementos positivos que en toda
posición y actitud pueden descubrirse siempre. Nadie tiene la verdad
absoluta. Todos podemos y tenemos que aprender en un mundo que
cambia y se renueva siempre.
Una fidelidad profunda por parte de todos a la única Compañía
tal como Dios quiere que ella sea hoy; una actitud constructiva, franca
y leal, de unos frente a otros; un gran sentido de comprensión aun
para nuestras faltas y errores, ayudará más que cualquier otra cosa a
hacer real nuestra unión.
Esto supuesto, un contacto sincero, sobre todo si se realiza en una
atmósfera espiritual, y mejor aún si se centra en la Eucaristía, es el
medio más adecuado para fomentar la mutua estima y el mutuo res-
peto, para hacer posible la acción de conjunto de nuestra vocación
apostólica y para evitar cualquier motivo de desunión o discordia,
que ofende a la caridad.
Esto es cuanto por hoy quería manifestaros. Son puntos más para
reflexión que para una mera lectura de pasada. Más para examinarlos
en el silencio del corazón, en la presencia del Señor o en el ambiente
cálido de la reunión comunitaria, que para considerarlos como imposi-
ción externa de nuevos documentos escritos.
Al escribiros en la fiesta de San Pedro, mi mayor deseo es que el
Señor os conceda, y nos conceda a todos los hijos de la Compañía,
vivir de aquella fe, confianza y amor que El exigió a Simón Pedro en
Cesárea de Filipo, sobre las olas del Tiberíades y a la orilla del mismo
lago de Galilea.
34. A los Provinciales de América Latina
(Agosto 1979)

1. Al terminar la reunión que celebramos en Villa Kostka (Lima)


del 29 de julio al 6 de agosto pasados, me pidieron ustedes que les es-
cribiera una carta en que recogiera las principales conclusiones con
algunas observaciones mías. Es lo que me propongo hacer ahora, mien-
tras recuerdo con agradecimiento al Señor los gratos días pasados con
ustedes, en unión fraternal de corazones y en búsqueda sincera y con-
fiada de la voluntad de Dios sobre nosotros y sobre nuestras Pro-
vincias.
2. El obejto de nuestra reunión era el estudio del Documento
Final de la III Conferencia General del Espiscopado Latinoamericano.
Ese Documento, en frase del Santo Padre, "ha de servir de luz y
estímulo permanente para la evangelización en el presente y el futuro
de América Latina" (Carta de 23 de marzo de 1979 para presentar la
versión oficial del Documento Final de Puebla). Era por lo tanto ne-
cesario, que la Compañía se propusiese estudiarlo con el mayor empeño.
Así lo hizo el grupo de peritos que, para preparar nuestra reunión,
se reunió en la misma casa Villa Kostka del 17 al 23 de junio y elaboró
con cuidado el documento que sirvió de base a nuestras reflexiones.

3. La abundancia y variedad de los puntos tratados en Puebla nos


obligó en Lima a hacer una selección de aquellas materias que fuesen
de mayor importancia para nosotros. Así escogimos las cinco que, des-
pués de un breve examen de nuestra realidad, constituyen también te-
mas de esta carta: evangelización, opción preferencial por los pobres,
relaciones con la Jerarquía, renovación de la Compañía y formación.
Haré un breve comentario de cada uno partiendo del principio de que
reconocemos en el Documento de Puebla la expresión pastoral auténti-
ca de la Jerarquía Latinoamericana. Por eso queremos aceptarlo total-
mente como criterio básico para nuestras deliberaciones sobre el apos-
tolado de la Compañía en este continente.
PARTE 1.» / n.° 34 359

Evangelización

4. La noción-base de cuanto he de decirles es esta frase —sencillí-


sima en apariencia, pero cargada de intención— del Documento de
Puebla: "La misión fundamental de la Iglesia es evangelizar en el
hoy y el aquí, de cara al futuro" (DP 75). Cada una de estas palabras
vale su peso en oro. Y deben ser complementads con estas otras, también
del mismo Documento: "...la evangelización es la misión fundamental
de la Iglesia y no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo perma-
nente de conocimiento de la realidad y adaptación dinámica, atractiva
y convincente del Mensaje a los hombres de hoy" (DP 85).

5. Esto es lo que queremos hacer y para esto nos hemos reunido


en Lima, para tratar de evangelizar mejor a la América Latina de hoy
cara al futuro. Y evangelizar significa "llevar la Buena Nueva a todos
los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde
dentro, renovar a la misma humanidad. [ . . . ] La Iglesia evangeliza cuan-
do, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de con-
vertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hom-
bres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambiente
concretos" (EN 18).

6. Para mí, concretamente, este año de 1979 ha sido como un


'redescubrimiento' de la América Latina como objeto y, al mismo tiem-
po, como sujeto de una privilegiada evangelización. Primero, al asistir
a la Conferencia de Puebla, pude ser testigo del entrañable encuentro
del Santo Padre con el pueblo mexicano y apreciar el valor de la con-
tribución de tantos jesuitas a aquel acontecimiento eclesial. Después,
tuve la oportunidad de pasar con ustedes nueve días en Villa Kostka y
visitar a los jesuitas de Perú, Bolivia, Panamá, Honduras, Nicaragua
y Miami.

7. Considero que este redescubrimiento de la América Latina se


funda en una nueva percepción, por mi parte, de su fe y su juventud;
y de que es una verdadera reserva para la Iglesia por su número, por
su unidad basada en una misma fe, por sus pobres que la colocan
entre los preferidos de Dios, por su generosidad que la ha llevado a
ofrecer mártires por la causa de la justicia. Estos caracteres hacen apa-
recer el continente latinoamericano con una originalidad llena de espe-
ranza que me parece exigir de la Compañía un esfuerzo singular para
conseguir que se conviertan en realidades.

8. Me produjo también intensa alegría ver a tantos hombres y


mujeres, laicos y religiosos, comprometidos en la evangelización y en
el servicio del pueblo de Dios. Entre ellos, los jesuitas responden con
sus vidas y trabajo a los requerimientos del Señor.

9. La profunda fe y juventud de los Latino-Americanos, sobre


todo para quien la contempla desde otros ambientes, es verdaderamente
360 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

impresionante. Nada da unidad al continente, ni la raza ni las lenguas,


en la medida en que lo une la fe. Esta es su característica más común
y donde encuentra su matriz cultural (Cfr. DP 445). Esto quiere decir
que, por un motivo, es la fe donde hay que hacer palanca: ahora bien,
evangelización en cuanto es servicio de la fe —'diakonía fidei'— signi-
fica defender, educar, purificar, difundir esa fe.

10. Defenderla, pues está sometida a la erosión del materialismo,


del consumismo, del hedonismo; o directamente combatida por ideolo-
gías y humanismos de muy diverso signo, no menos que por-el antites-
timonio de quienes, por su posición o estado, estarían obligados a todo
lo contrario. No tenemos que dar por supuesto que, pase lo que pase,
esa fe permanecerá intacta. Observemos lo que ha pasado en los,
antaño, floreciente 'focos de cristiandad', y ahora en rápido proceso de
descristianización. Creo sinceramente que en América Latina no sólo
se está a tiempo, sino que se está viviendo una coyuntura histórica
en la que, a pesar de las dificultades y ataques contra los valores evan-
gélicos y eclesiales —y quizá por reacción contra ellos—, la fe en el
Evangelio y en la Iglesia está llamada a jugar un gran papel en el desarro-
llo espiritual y en la promoción de sus pueblos.

11. Educar la fe. La abrumadora proporción de juventud en la


demografía latinoamericana nos impone una tarea educativa de ur-
gencia extraordinaria y nos lleva a reafirmar la importancia de la es-
cuela católica en todos sus niveles (DP 1040), y su gran sentido pastoral
(DP 1041), ya que, según Puebla, "para la Iglesia, educar al hombre es
parte integrante de su misión evangelizadora" (DP 1012). Esta afirma-
ción se aplica no sólo a la educación elemental y media, sino también
a la universitaria, que es considerada como "vanguardia del mensaje
cristiano" (DP 1058), "opción clara y funcional de la evangelización"
(DP 1055), "servicio destacado a la Iglesia y a la sociedad" (DP 1058).
Debemos, por lo tanto, afirmar y estar convencidos del valor evangeli-
zador de la educación institucional (DP 1040), reconociendo al mismo
tiempo el valor de la educación informal (DP 1047). Esta validez apos-
tólica de las instituciones educativas está condicionada a su renovación
según las líneas de Puebla y la Congregación General 32. Un aspecto
concreto de esa renovación son los esfuerzos concretos para la democra-
tización de la enseñanza (DP 1040).

12. Hay que prestar atención también a la religiosidad popular,


que es una expresión espontánea y sumamente valiosa de la fe del
pueblo y, al mismo tiempo, una fuerza considerable para su liberación
(Cfr. DP 444-469). Ha pasado ya de moda la tendencia demoledora que
tanto daño ha podido causar al pueblo senciDo (EN 48). En este tema,
íntimamente unido con el de la inculturación, hay mucho que investigar,
reflexionar y experimentar cuidadosamente. Para ello, prestemos a los
señores Obispos toda la ayuda que nos sea posible.
PARTE 1.» / n.° 34 361

13. Extender la fe es "condición del cristiano" (DP 1304). Uste-


des se han beneficiado durante siglos de la fe que otros llevaron a esas
tierras. Ahora que empieza a haber una abundancia —al menos rela-
tiva— de vocaciones latinoamericanas, la vocación misionera tiene que
hacerse más viva, tanto para la evangelización en los sectores de pobla-
ción autóctona que en algunos países constituye un elevado porcentaje,
como en otros países lejanos. Tal generosidad será fuente de nuevas
vocaciones: "dad y se os dará" (Le 6, 38). Por su juventud y su fervor
Latinoamérica debe llegar a ser en el futuro una de las grandes fuerzas
evangelizadoras del mundo.
14. Esta misión que la historia reserva a la América Latina exige
de nosotros, si queremos estar a la altura de los graves y complejos
problemas que hay que resolver y de los que ya apuntan por el hori-
zonte, que demos a nuestro apostolado —con una urgencia que no tolera
demora alguna— dos características: una profundidad y base científica
verdaderamente seria, propia de hombres formados académicamente a
lo largo de años de estudios y reflexión personal. Esto es indispensable
si queremos hacer verdaderamente labor de fondo. Así nos lo vienen
pidiendo reiteradamente a la Compañía las diversas jerarquías y los Su-
mos Pontífices. La otra característica es la de un sano realismo que sólo
puede alcanzarse mediante una identificación plena con las actuales
realidades Latinoamericanas.

15. La urgencia —que no dudo en calificar de dramática— de una


vasta labor de evangelización así concebida, volví a sentirla al compro-
bar de nuevo los sufrimientos de la gran mayoría de la gente. Se me
quedaron grabados aquellos rostros de niños, jóvenes, indígenas, cam-
pesinos, obreros, y tantos otros en los cuales "deberíamos reconocer los
rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela"
(DP 31). Mecanismos y estructuras injustas han producido condiciones
en las que encontramos "a nivel internacional ricos cada vez más ricos,
a costa de pobres cada vez más pobres". (Discurso inaugural de S. S.
Juan Pablo II, III/4). Los Obispos reunidos en Puebla denuncian con
fuerza "el lujo de unos pocos que se convierte en insulto contra la mi-
seria de las grandes masas". Es "una situación de pecado social de
gravedad tanto mayor, por darse en países que se llaman católicos y
que tienen la capacidad de cambiar" (DP 28).

16. Estas desigualdades e injusticias, que pueden apreciarse en


cualquier parte del mundo, especialmente en los países económica y
socialmente deprimidos, adquieren en América Latina tan marcado dra-
matismo, que el trabajar por superarlas es parte indispensable de una
auténtica evangelización (EN 30). Es totalmente inaceptable que países
de tan enormes reservas humanas y materiales se vean condenados
—institucionalmente, me atrevería a decir— al subdesarrollo, mientras
los beneficios de sus ingentes recursos y de un trabajo mal remunerado
y sin garantías, contribuyen a hacer la riqueza de gentes extrañas o de
las propias oligarquías de privilegiados que se dicen cristianos.
362 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

17. No es éste el sitio para analizar las complejas causas que han
originado esta situación, pero su correcto análisis es esencial para tomar
una acción efectiva en cualquier nivel (Cfr. DP 30 y 63-71). Recorda-
rán como nuestra Congregación General 32 insiste con fuerza en este
punto (CG. 32, d. 4, n. 44). Tengo muy presente a este respecto la pe-
tición de ustedes de que hiciese estudiar más profundamente el proble-
ma del uso del método marxista de análisis de la realidad, teniendo en
cuenta las referencias ya contenidas en el Documento de Puebla (DP
91, 544, 545). Espero poder satisfacer esa petición mediante una comi-
sión especial entre los jesuitas más cualificados en este delicado campo
en toda la Compañía.

18. Quisiera recalcar la extrema urgencia de emprender una ac-


ción apropiada, y su decisivo valor evangelizador. El Episcopado latino-
americano, una vez más, no duda sobre esto: la Conferencia de Mede-
llín apuntaba ya, hace poco más de diez años, la comprobación de
este hecho: "un sordo clamor brota de millones de hombres pidiendo
a sus Pastores una liberación que no les llega de ninguna parte". (Po-
breza de la Iglesia, n.° 2). El clamor pudo haber parecido sordo en ese
entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amena-
zante" (DP 88, 89). Nosotros dejaríamos de ser verdaderos hijos de
San Ignacio si no pusiéramos todo lo que está de nuestra parte para
responder a ese clamor. La Evangelización prestará un servicio de una
eficacia única, pero nos atraerá también grandes oposiciones y hasta
persecuciones, tal vez de donde menos se podrían esperar. Es un hecho
hoy que los pueblos latinoamericanos tienen puesta en la Iglesia su
esperanza.

Opción preferencial por los pobres

19. La respuesta a ese clamor por parte de los Obispos reunidos


en Puebla, no es sólo renovar la opción tomada, sino que la añaden
mayor profundidad y la hacen extensiva a todos los católicos: "Afir-
mamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción
preferencial por los pobres, en miras a su liberación integral" (DP
1134). Esta opción tiene que ser el eje del apostolado, el "punto de
partida para la búsqueda de pistas opcionales eficaces en nuestra acción
evangelizadora, en el presente y en el futuro de América Latina" (DP
1135). Para nosotros debe ser consolador y estimulante comprobar que
esta opción concuerda y confirma el empeño de la Congregación Gene-
ral XXXII (CG. 32, d. 4, n. 42).

20. No creo necesario recordar la notable insistencia ni la urgen-


cia extraordinaria con la que los Obispos reunidos en Puebla asumen
esta opción; ni tampoco es necesario repetir aquí la reflexión doctrinal
(Cfr. DP 1141-1152) o las líneas pastorales (Cfr. DP 1153-1165) que
PARTE 1.» / n.° 34 363

ofrecen para explicarla, aunque ambas necesitan nuestra oración y


atenta meditación. Hemos visto que los 'pobres' en cuestión son personas
concretas que tienen rostro y nombre (Cfr., n. 9).

21. Es de tanta gravedad la extrema pobreza en que vive gran


parte del pueblo latinoamericano que aun los no cristianos, por simple
solidaridad humana, deberían hacer esta opción. A los jesuitas, esta
opción, fundada en el Evangelio, en los Ejercicios y en las Constitucio-
nes, no sólo no debe dividirnos, sino que, al contrario, ha de constituir
un fuerte vínculo de unión entre todos nosotros. Ha de hacer que todos
nuestros esfuerzos tiendan al mismo objetivo, creando de hecho una
profunda unión basada en la mutua comprensión, multiplicando nues-
tras energías, dándonos alegría y paz. De ahí ha de brotar también
nuestra renovación espiritual y apostólica.

22. Cada Provincia, cada casa, cada uno de los jesuitas debe
preguntarse frecuentemente cómo vive esa opción general por los po-
bres, aunque su apostolado se realice entre personas de otra condición
social más desahogada e incluso adinerada. Este es un tema que debe
estudiarse en reuniones de comunidad para que unos a otros nos estimu-
lemos a vivirla con más perfección y a desentrañar toda su riqueza espi-
ritual y humana.

23. Un medio que nos puede ayudar mucho para ello es el de la


inserción entre los pobres, durante un período de tiempo conveniente.
No hay que exagerarla pensando que ella sola va a resolver todos los
problemas de la vida comunitaria, pero hay que valorizarla grandemen-
te. Si se prepara con cuidado y se vive con sinceridad, hace ante todo
captar vitalmente las angustias de los pobres, sus problemas reales,
sus pequeneces y limitaciones, al mismo tiempo que sus grandes virtu-
des y sus enormes reservas humanas. Este contacto cambia nuestros
ojos, acostumbrados a horizontes muy diversos. Por eso es muy de
alabar la iniciativa que han tomado algunas Provincias de organizar
oportunidades de inserción más o menos larga. Ojalá que esta práctica
llegue a ser general en la Compañía.

24. No cabe duda de que una opción por los pobres conlleva tam-
bién ciertos riesgos. Uno de ellos sería el absolutizarla de tal manera en
sus aspectos económico-políticos, que polarizase el mismo sacerdocio y
la vida religiosa. Otro podría ser el crear conflicto entre la fidelidad a
la Compañía y la fidelidad a otros grupos que trabajan también por
los pobres, aunque con otras motivaciones. Otro, finalmente, el aleja-
miento del cuerpo de la Compañía haciéndonos sentir hermanos sola-
mente de aquellos que viven su opción en las mismas circunstancias que
nosotros. Todos estos riesgos nos exigen una profunda madurez espi-
ritual y humana, basada en el humilde reconocimiento de nuestras limi-
taciones y debilidades y el mantenernos en continuo diálogo, con gran
apertura de corazón con los Superiores.
364 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

25. A este respecto, no podemos olvidar las palabras de Juan Pa-


blo II a los Superiores Mayores Religiosos, también citadas en el Do-
cumento de Puebla: "El alma que vive en contacto habitual con Dios...
sabe interpretar, a la justa luz del Evangelio, las opciones por los más
pobres y por cada una de las víctimas del egoísmo humano, sin ceder
a radicalismos socio-políticos, que a la larga se manifiestan inojoortu-
nos, contraproducentes y generadores ellos mismos de nuevos atrope-
llos. Sabe acercarse a la gente e insertarse en medio del pueblo, sin
poner en cuestión la propia identidad religiosa, ni oscurecer la 'origi-
nalidad específica' de la propia vocación que deriva del peeuliar 'se-
guimiento de Cristo' pobre, casto y obediente. Un rato de verdadera
adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa activi-
dad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (DP 529).

26. Hemos de aceptar de antemano que nuestro compromiso con


el pobre nos llevará, no raras veces, a sufrir con ellos y como ellos.
Debemos sentirnos dichosos al poder contar con testimonios como los
del P. Rutilio Grande, de El Salvador, o Joao Bosco Burnier, del Brasil.
Estos mártires iluminan nuestra opción preferencial y el significado
del seguimiento de ese Cristo que lleva su cruz entre los pobres de hoy
como parte de una pascua que culmina en la resurrección.

27. Nuestra opción por los pobres origina también una fuente de
bendiciones para la Compañía. Ellos nos evangelizan interpelándonos y
llamándonos a la conversión, lo mismo que dándonos testimonio de
grandes valores evangélicos (DP 1147). Así nuestra teología y nuestra
espiritualidad son enriquecidas con elementos tomados de las vivencias
de los que sufren la pobreza y la injusticia o de la religiosidad popu-
lar. En estos campos queda por hacer, pero no es poco lo que se ha
logrado.

28. También se ha progresado en lo que se refiere a la frugalidad


de vida en algunas comunidades, pero es éste un campo en el que toda-
vía tenemos que avanzar mucho. En América Latina vivimos aún en una
sociedad de consumo que influye en nosotros grandemente y no po-
cas veces le pagamos fuerte tributo (Cfr. DP 56, 62, 311, 435, 834,
1147). La caridad nos obliga a ser estrictos en este punto y a recortar
nuestros presupuestos para poner lo que nos sobra a disposición de los
menesterosos. En este punto aún se notan grandes desniveles dentro de
las mismas Provincias, sobre todo entre las instituciones y las modestas
residencias insertas en los suburbios. Aun aceptando la necesaria di-
versidad, no puede admitirse lo que está en desacuerdo con nuestra po-
breza apostólica.

29. Una última observación a este propósito. Para que una Pro-
vincia entre decididamente en la opción por los pobres, es necesario
que los Superiores y ante todo el Provincial, la hayan hecho sincera-
mente y sean consecuentes con ella en sus actos de gobierno. Esta línea
PARTE 1.» / n.° 34 365

claramente marcada y tenazmente defendida, poco a poco se va impo-


niendo sin herir a nadie sino con los medios que la discreta caridad y
la suave unción del Espíritu Santo van sugiriendo según las circuns-
tancias.

Relaciones con la Jerarquía

30. Cuando tomamos la tarea de evangelizar lo hacemos como re-


ligiosos al servicio de la Iglesia. Este fue un punto importante en nues-
tras discusiones. Tal actitud de servicio, especialmente con la Jerar-
quía, es central en nuestro apostolado. El respeto sincero y la colabora-
ción leal, el deseo auténtico de ayudar a los señores Obispos son notas
características del carisma ignaciano, inspiradas en el mismo espíritu
del voto de obediencia especial al Sumo Pontífice. Ellos constituyen
"el centro visible donde se ata, aquí en la tierra, la unidad de la Igle-
sia" (DP 247).

31. Esta colaboración debe hacerse según el propio carisma, idea


que es repetidamente afirmada por el Documento de Puebla (Cfr. DP
756, 757, 771, 772). De ahí la necesidad de informar a los Obispos con
claridad y sencillez acerca de la opción tomada por la Compañía uni-
versal, de pedirles su apoyo y orientación y de ofrecerles nuestra cola-
boración para "dar respuestas eficaces y concretas al problema de la
desigual distribución actual de las fuerzas evangelizadoras" (DP 773).

32. Gracias a Dios, en no pocos lugares nuestras relaciones con


los señores Obispos son excelentes. En otros, desafortunadamente, no
es así. Donde esto ocurre, tenemos que examinarnos muy sinceramente;
porque no pocas veces hemos asumido actitudes que les han llevado con
razón a alejarse de nosotros.

33. En ocasiones nos ha faltado informar, dialogar, fomentar unas


relaciones de amistad y cercanía. Otras veces nos ha faltado docilidad
y hasta ha habido algunos jesuitas que se han expresado de modo que
justamente se han sentido ofendidos los miembros de la Jerarquía. Es
necesario que reconozcamos estos errores para quitar, de nuestra parte,
todo justo motivo de queja y fomentar "un clima tal de comunión ecle-
sial orgánica y espiritual alrededor del Obispo, que permita a las comu-
nidades religiosas vivir su pertenencia peculiar a la familia diocesana"
(DP 765). Sigamos fielmente al espíritu de San Ignacio y las 'Reglas
para sentir con la Iglesia' que aún siguen conservando su gran valor.

Renovación de la Compañía

34. En la alocución final a la Congregación de Procuradores de


1978 decía yo que para nosotros "la respuesta al desafío de hoy y del
previsible futuro no puede ser más que ésta: simplemente la ejecución
366 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

progresiva y renovada de los decretos de la Congregación Gene-


ral XXXII" (Información S. J., p. 291, 1978). Leyendo y releyendo
el Documento de Puebla, no puedo menos de convencerme de que éste
es el mejor servicio que la Compañía puede prestar a la Iglesia y al mun-
do de hoy, especialmente en América Latina.

35. Me atrevo a decir esto a causa de la gran coherencia erítre lo


que pide Puebla y lo que piden nusetros decretos. No es este el sitio
para hacer un paralelo a dos columnas de ambos textos. Pero invito a
que ustedes lo hagan. Es tan evidente la coincidencia de Jas líneas
fundamentales, que desaparecerán las dudas —si quedaban aún en algu-
nos— acerca de la validez y oportunidad de las directrices de la Com-
pañía.

36. Alcanzar estas metas tan exigentes de nuestro Instituto y de


la Iglesia Latinoamericana, es precisamente la finalidad de todo nues-
tro proceso de renovación que se basa en los Ejercicios. Ustedes saben
bien cuáles son sus principales pasos: conversión de mente y corazón,
concientización, solidaridad con los pobres, estudio serio, inserción,
discernimiento y evaluación. Creo que la experiencia que tenemos en la
Compañía post-congregacional puede servir tal vez a la Jerarquía de
sus países en el período post-Puebla. Para ustedes, como para mí, esto
debe ser motivo de aliento y de incondicional disponibilidad.

37. Entre los medios de renovación, junto con el discernimiento


espiritual, individual y comunitario, la formación continua ocupa un
lugar preferencial. No basta organizar cursos de actualización, ciclos de
conferencias, planes de lecturas, sino que hay que ir más allá procu-
rando que las comunidades en cuanto tales, y cada uno de los sujetos
en particular, vivan una actitud de cambio, de progresivo avance en la
aceptación del espíritu evangélico.

38. Otro medio importante es el de la planificación y evaluación.


Aquí hay que tener en cuenta los planes diocesanos o interdiocesanos
que deben orientar en la creación del proyecto de Provincia. A medida
que se va produciendo la selección en las opciones apostólicas, hay
que pasar a la ejecución que genera optimismo y da ánimo para la etapa
siguiente.

39. Pero sabemos bien que tal disponibilidad no se logra con fa-
cilidad. Una cosa para mí es evidente: todo nuestro proceso de renova-
ción, así como la aplicación y ejecución del Documento de Puebla,
pide de nosotros, una vez más y con una insistencia nueva, la oración y
unión con Dios, la abnegación y el sacrificio. En las circunstancias ac-
tuales no podemos hacer nada que valga la pena en el servicio a la fe
y promoción de la justicia sin estar unidos con Dios (Const. 288, 723,
813), "hombres crucificados al mundo y para quienes el mundo está
crucificado" (Prefacio de los Constituciones). Eso presupone en la es-
a
PARTE 1 . / n.° 34 367

piritualidad ignaciana que la Eucaristía es el centro y fundamento de


nuestra vida personal y comunitaria, y que buscamos habitualmente en
la oración y meditación —entiendo esta palabra en el sentido más
estricto— la reactivación constante de nuestra vida interior. Según San
Ignacio, los medios que unen el instrumento con Dios tienen prioridad
(Const. n. 813), y la oración y el Santo Sacrificio ocupan el primer
puesto entre los medios de apostolado (Const. nn. 790, 812). ¡Cuánto
debe hacernos reflexionar esto hoy a nosotros que vivimos inmersos en
un mundo activista y materialista!

Formación

40. Una de las tareas prioritarias señaladas por el Santo Padre


en su discurso inaugural en Puebla fue la de promover las vocaciones
(IVb). Necesitamos vocaciones específicamente religiosas, sacerdotales
y no sacerdotales. Como dice de nuevo el Santo Padre, "una de las
pruebas del compromiso del laico es la fecundidad en las vocaciones a
la vida consagrada" (Ibíd). Aún tenemos posibilidades sin explotar. Me
refiero a las vocaciones de medios populares que están empezando a
surgir y que aceptamos como un don de la generosidad del Señor.
Debemos acogerlas con alegría y formarlas con mucha atención a sus
propios valores culturales y humanos, sin por eso rebajar las exigencias
espirituales y otros valores apostólicos indispensables para vivir el ca-
risma de la Compañía. Es una tarea delicada y difícil pero de grande
importancia, porque estos jóvenes podrán ser los futuros evangelizado-
res ideales de sus propias culturas y de sus propias gentes que, en algu-
nos países, constituyen el 70 por 100 de la población. Para responder
a este reto, es necesario que las diversas Provincias lo estudien con
cuidado y comuniquen sus propias experiencias, sus triunfos y fracasos.

41. En todas partes se observa inquietud por la escasez de voca-


ciones para Hermanos Coadjutores. Todos somos conscientes de la
enorme riqueza espiritual apostólica y familiar que los Hermanos dan
a la Compañía. Tenemos que seguir reflexionando, buscando y traba-
jando en este sentido hasta que logremos encontrar de nuevo ese filón
precioso. No pocos tienen la impresión de que no hemos trabajado su-
ficientemente en este campo y América Latina, que posee una tradición
cristiana tan rica, tiene grandes posibilidades.

42. Naturalmente, junto al problema de las vocaciones está el de


la formación. Saben que constituye una de mis atenciones dominantes.
Ahí nos lo jugamos todo. Del tipo de formación que demos depende
el tipo de jesuita que tendremos y el tipo de apostolado que podremos
hacer al servicio de la Iglesia y de los hombres y mujeres de América
Latina. En el período post-Puebla habrán cambiado — o deberán cam-
biar— muchas cosas en la evangelización del continente. Pero no cam-
biará, si no es para hacerse más apremiante, la necesidad de dar a
368 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

nuestros jóvenes una formación sólida y actualizada en que se manten-


gan los valores religiosos, sacerdotales y apostólicos indispensables para
una auténtica evangelización. Tales valores son, entre otros, la expe-
riencia de Cristo personalmente vivida y renovada cada día, especial-
mente en la eucaristía; la adquisición de hábitos disciplinados de vida
y de trabajo; el crecimiento en la libertad responsable y en la obedien-
cia; la maduración humana en todas sus dimensiones; la sensibilidad
para con los hombres, especialmente los pobres; la formación intelec-
tual amplia, abierta y en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia;
el sentido de pertenencia al cuerpo de la Compañía, y la verdadera dis-
ponibilidad de los Ejercicios. Un problema serio y fundamental en este
campo es la falta de suficientes formadores. Siendo la formación de
nuestros jóvenes la prioridad entre las demás prioridades, vean los Pro-
vinciales cómo proveen a esta urgente necesidad, aunque eso signifique
tener que sacar de otros trabajos a los sujetos aptos para éstos. Eso nos
lo exige la responsabilidad hacia la Compañía y hacia los jóvenes que
se entregan a ella.

Conclusión

43. Con esto llego a la conclusión de esta carta que ha sido, al


mismo tiempo, demasiado larga y demasiado breve. Sé que a pesar de
tantas páginas son muchos los temas que hubieran requerido un trata-
miento más detenido. Pero confío en que ustedes ya conocen mi pensa-
miento sobre ellos. Esta carta sirve principalmente de evocación.
Quiero invitarles a todos que vuelvan a estudiar y meditar el Do-
cumento de Puebla y los más recientes documentos de la Compañía.
(Además de las dos últimas Congregaciones Generales, me refiero sobre
todo a: Alocución Final a la Congregación de Procuradores, Conferen-
cia sobre el Servicio a la Iglesia y Nuestro Modo de Proceder). En
América Latina, en el período post-Puebla, la Compañía está ante una de
sus decisivas oportunidades históricas que tendrá repercusiones en todo
el mundo. Puebla no ha sido una meta final, sino un paso más en la
peregrinación hacia 'la tierra nueva', una nueva llamada de Dios a
desempeñar un papel decisivo en la Iglesia universal. Su ejecución fiel
y valiente es abrir nuevos caminos, nuevos horizontes para que el 'Pueblo
de Dios Latinoamericano' pueda seguir avanzando con optimismo y
firme esperanza.
Con esos sentimientos les exhorto a que se entreguen con renovado
ardor al servicio de sus pueblos para que esta oportunidad histórica fra-
güe en espléndida realidad. Les ayudará a ello el ser cada vez más
profundamente ignacianos.
Que la Santísima Virgen, Madre de América Latina, "nos ponga
con su Hijo". En este deseo condenso mi afecto por todos Ustedes.
A
Sección 1 0 .

"¿Qué significa ser Jesuita? Reconocer que uno es pecador y, sin


embargo, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue San Ignacio:
Ignacio que suplicaba a la Virgen Santísima que "le pusiera con su
Hijo" y que vio un día al Padre mismo pedir a Jesús, que llevaba su
cruz, que aceptara al peregrino en su compañía" (Decr. 2, 1).
"El jesuita de hoy es un hombre cuya misión consiste en entregarse
totalmente al servicio de la fe y a la promoción de la justicia, en comu-
nión de vida, trabajo y sacrificio con los compañeros que se han con-
sagrado bajo la misma bandera de la cruz en fidelidad al Vicario de
Cristo, para construir un mundo al mismo tiempo más humano y más
divino" (Decr. 2, 31).

35. Alocución final a la Congregación de Procuradores (5-X-78).

36. Inspiración Trinitaria del Carisma Ignaciano (8-II-80).


35. Alocución final a la Congregación de

Procuradores (5. X . 7 8 )

De cara al futuro y consciente del reto a que debemos


hacer frente, el P. General presenta como la gran ayuda para
afrontar ese desafío, el 'profundizar más en los criterios
primigenios de S. Ignacio"; y en orden a seguir moviéndo-
nos en la línea de los Decretos de la Congregación Gene-
ral 32, se indican medios concretos para una mejor eje-
cución.

1. Os quedo muy agradecido por vuestras recomendaciones y las


aclaraciones que me habéis proporcionado en vuestras entrevistas y a
lo largo de todas las deliberaciones y sesiones habidas durante la Con-
gregación. No es éste el momento de referirme una por una a todas
ellas. Pero os aseguro que me serán preciosas después de la Congre-
gación, y sobre ellas deliberaré con mis Consejeros Generales y Asis-
tentes Regionales, Peritos, etc. y las tendré en cuenta en el gobierno
ordinario de la Compañía, en la respuesta a los postulados, y para fo-
mentar una serie de estudios e investigaciones que favorezcan la mejor
comprensión de nuestra misión al servicio de la Iglesia.

EL TRASCENDENTAL DESAFIO A QUE DEBEMOS


HACER FRENTE

2. Es corriente que, al terminar reuniones del tipo de esta Con-


gregación de Procuradores que estamos para concluir, se experimenten
sentimientos encontrados. La satisfacción y el gozo que produce ver lo
mucho realizado se mezcla, a la vista de nuestras deficiencias y de lo
que queda por hacer, con cierta ansiedad y preocupación por el fu-
turo.
372 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

La tensión que producen esas sensaciones contrapuestas debe se-


renarse considerando las cosas con una amplitud de miras que pudiéra-
mos llamar 'histórica', sabiendo que las situaciones se crean y desarro-
llan en amplios arcos de tiempo, y reconociendo el valor que tienen
tanto las cualidades y defectos de los hombres, como la 'dynamisf di-
vina que los alienta y fortifica. Ninguno de estos dos elementos puede
ser preterido a la hora de pensar en el futuro. La introducción de este
elemento sobrenatural desconcierta cualquier valoración con criterios
estrictamente humanos. Si el desafío es colosal y nuestras fuerzas li-
mitadas, la proporción la restablece la ayuda de Dios. Este .factor de fe
en Dios hace conciliable nuestra humildad y nuestro optimismo.

3. Nuestra respuesta: el cumplimiento más radical y animoso


de la CG. 32

En esta Congregación de Procuradores nos hemos dedicado en


gran parte al examen del pasado y del presente. Hoy, cruzando la fron-
tera del tiempo, quisiera tender mi vista al porvenir.
Al considerar el desafío a que estamos haciendo frente, que sin
duda revestirá características más graves y exigentes en el próximo
futuro, llego al convencimiento de que la respuesta de la Compañía
debe ser:

— Inmediata, necesaria, conscientes de que es una exigencia in-


soslayable de nuestro carisma de servicio a la Iglesia y al mun-
do, y una indeclinable responsabilidad el hacer frente a ese
reto.
— Animosa, generosa, volcándose en el empeño, más ajlá de cual-
quier inmovilismo personal o institucional.

4. La situación no deja de tener analogías con aquella que se en-


contró la CG. 32 y que la hizo preguntarse a sí misma: ¿Qué servicio
debe prestar la Compañía a la Iglesia y al mundo de hoy?
La respuesta fueron los decretos. Hoy, al cabo de tres años, los cam-
bios habidos tanto dentro como fuera de la Compañía se han operado en
una línea de continuidad que ratifica y aun refuerza la validez de aque-
llos decretos. Por eso, la respuesta al desafío de hoy y del previsible
futuro no puede ser más que ésta: simplemente la ejecución progre-
siva y renovada de los decretos de la CG. 32, contrapesando la mayor
radicalidad del nuevo desafío con una más radical aplicación de cuanto
trazó la Congregación. En esta línea, la Compañía ha pasado ya el
punto de 'no retorno' y el proceso es irreversible. Ni nos lo consiente la
fidelidad a nuestra vocación, ni sería posible en la actual dinámica de
las necesidades de la Iglesia y el mundo. La ejecución de esos decre-
tos hoy es vital y, de hecho, el único camino, el camino de Dios.
¡Manos a la obra!
PARTE 1.» / n.° 35 373

5. Me permitiréis una consideración preliminar: es cierto que


toda la Compañía, en unos sitios más, en otros menos, está llevando a
la práctica la CG. 32. Pero, examinando más de cerca el modo con que
lo hace, el grado de conversión y entrega de los individous, las comuni-
dades y las instituciones, tengo a veces la impresión de que en buena
parte de la Compañía ese proceso de aplicación va adelante demasiado
lentamente y con mucha timidez. No es suficiente "empeñarnos en la
revisión de nuestros ministerios... a la luz de las Constituciones, decre-
tos de las Congregaciones Generales e instrucciones de los Prepósitos
Generales", tal como pedía la Congregación General 31 (d. 21, n. 4).
Es preciso dar con la CG. 32 un paso más y con una óptica nueva:
reasume el más profundo principio vital de la Fórmula de nuestro Ins-
tituto y de las Constituciones y, al aplicarlos a las necesidades de la
Iglesia y del mundo de hoy, se decide por una 'opción fundamental',
"la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige"
(d. 2, n. 2), y señala un método de conversión personal y reconversión
de nuestras obras. Es a la luz de esa opción, y con ese método, como
quiere la Congregación que, en función de las necesidades presentes y
previsibles en el futuro, se revalúen nuestras solidaridades y compro-
misos apostólicos (d. 4, n. 74) y se haga un discernimiento ignaciano,
con todo lo que ello comporta.

6. Es claro que esto es mucho más exigente y requiere cambios


más profundos en el ser y actuar de la Compañía. Pero es indispensa-
ble, si la Compañía quiere retener su actualidad y seguir siendo la
fuerza de choque, no abandonando el apostolado de descubierta y de
frontera que la ha caracterizado siempre.
No niego que en la Compañía se esté tratando de aplicar la CG. 32.
Pero viendo el ritmo, precauciones y temores con que en algunas partes
se afronta la renovación requerida, y la falta de disponibilidad que a
veces se da, sobre todo en las instituciones, se tiene la impresión de que
aún estamos tratando de acomodar lo que tenemos o hacemos a las
exigencias de la actualidad. Muchas veces no nos atrevemos a pregun-
tarnos si algunas de las cosas que no hacemos son más importantes que
otras que venimos haciendo y que deberíamos dejar de hacer, pues no
podemos hacerlo todo.
Esto, que era una impresión mía personal, ha llegado a ser una
convicción a medida que he ido leyendo vuestros informes y escuchán-
doos en las entrevistas en que me habéis expuesto los problemas y
estado general de vuestras Provincias. Reiteradamente he tenido que oír
frases como éstas: "El decreto IV no ha penetrado aún en muchos de
los Nuestros; no tenemos aún definidas las verdaderas prioridades; no
hemos planificado aún nuestro futuro a la vista del progresivo enveje-
cimiento y nuestra falta de efectivos; las instituciones se sienten ame-
nazadas; la inserción aún no se pone en práctica, etc.".
374 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

7. Necesidad de aplicar más radicalmente el proceso


de la CG. 32

Todo ello me lleva a la persuasión de que la puesta a punto de la


Compañía para responder a las necesidades de los tiempos que corremos,
pasa por una aplicación mayor —más extendida y más profunda— del
proceso marcado por la CG. 32 para nuestra conversión personal y la
reconversión de nuestra actividad apostólica. Ya me referí a él en mi
informe sobre el estado de la Compañía. Pero después de haber hablado
detenidamente con cada uno de vosotors, después de haber" conferido
juntos durante tantas horas acerca de los tres temas de estudio que os
propuse, creo deber, por fidelidad a mi propia conciencia, volver a refe-
rirme a ese proceso de conversión, evaluación y discernimiento.

8. Conversión. De la misma manera que no pudimos hacernos


jesuitas sin 'salir de nuestro propio amor, querer e interés' (Ej. 189),
la Compañía no puede, sencillamente, considerarse en forma para afron-
tar las tremendas responsabilidades del mundo actual y del futuro si en
ella como cuerpo, y en cada jesuita personalmente, no se opera una
conversión de readaptación: saliendo de nuestra comodidad, rompiendo
las ligaduras afectivas que nos atan a obras o instituciones — o a modos
de llevarlas— que ya no van, zanjando todo tipo de intereses creados.
Y ello, por amor y fidelidad a Cristo que nos llamó y nos dio como
gracia nuestra conversión, y está dispuesto a darnos esta segunda ca-
pacitación para un mundo nuevo. La conversión es el motor de arranque
de todo el proceso, conversión que es apertura hacia Dios y apertura
hacia el mundo.

9. Evaluación. En mi primera alocución me referí también a ella.


En esta ocasión debo insistir en que es absolutamente necesario iniciar-
la donde no haya comenzado, continuarla donde esté empezada, mante-
nerla metódicamente donde haya sido realizada. Es cierto que en un
primer momento la evaluación de nuestras obras era en algún modo un
paso en la oscuridad, al no disponer de precedentes, y no ser de aplica-
ción a nuestra esfera espiritual y apostólica las técnicas al uso en otro
tipo de actividades. Pero vamos aprendiendo de nuestros propios defec-
tos, se van divulgando experiencias que en otras partes han dado resul-
tado, nuestra propia conversión nos va haciendo más receptivos y des-
bloquea las pasividades psicológicas. Os pido que llevéis a vuestras
Provincias la urgencia de este mensaje: hay que evaluar, hay que sa-
ber si nuestras obras responden a las auténticas necesidades de los hom-
bres promoviendo entre ellos la fe, haciendo con ellos comunidades cris-
tianas, y contribuyendo a la promoción de un mundo más justo.

10. Es cierto que esta evaluación no puede realizarse si no va


precedida de la conversión de que hemos hablado, y la razón es que
esa conversión no se restringe al nivel puramente espiritual, sino que
implica una 'concienrización' v ^duración nermanentes ñor las míe nos
PARTE 1.» / n.° 35 375

abrimos al mundo exterior traspasando las barreras mentales en que


muchos de los nuestros viven recluidos. Sobre el conjunto de los nuestros
tiene que actuar como levadura un porcentaje —¿el 10, el 15, el 20 % ? —
anual que, cambiando de entorno vivencia!, encarnándose entre los po-
bres, sean la avanzadilla de nuevas experiencias espirituales, intelectua-
les, sociales y supongan un renuevo periódico que contrapese la natu-
ral tendencia a la neutralidad y distanciamiento del riesgo.

LA GRAN AYUDA PARA HACER FRENTE AL DESAFIO

11. Profundizar más en los criterios primigenios de San Ignacio.

En la reconversión de nuestra actividad apostólica, los criterios de


nuestro fundador son norma preciosa y segura. Pero a condición de
entenderlos hasta el fondo, y saberlos leer en su valor actual.
1) La necesidad. Allí donde es más grande la desproporción entre
necesidades y operarios del Evangelio, hay un puesto que debe cubrir la
Compañía. Este criterio nos hace replantear toda la cuestión de la dis-
tribución de nuestro personal, en función de nuestra movilidad y dispo-
nibilidad. ¿Podemos estar tranquilos con el reparto actual de nuestros
efectivos? Pregunta turbadora, que no nos hemos hecho aún de modo
eficaz... y que sin embargo encierra un problema de primera magnitud.
Cuando vemos la gran cantidad de sacerdotes y religiosos en algunas
regiones, y pensamos en otras en que la proporción es de un sacerdote
por decenas de miles de habitantes, podemos preguntarnos si la Compa-
ñía, y por qué, está contribuyendo a esa desproporción.

12. 2) Difusión del fruto: San Ignacio dice que deben atenderse
con preferencia aquellas personas y lugares que multiplicarán el fruto
en beneficio de otros. Y pone estos ejemplos: "príncipes y señores,
magistrados o administradores de justicia, personas señaladas en letras
o autoridad". Y yo pregunto: ¿Quiénes son hoy esos multiplicadores,
esas personas influyentes, los "magistrados y príncipes" de hoy? Serán,
por ejemplo, los líderes políticos, los dirigentes sindicales, los jóvenes
de cualidades, los pensadores más influyentes, los científicos que marcan
la historia, los que controlan los medios de difusión. Hoy tendremos
que añadir las ideologías, las estructuras, la opinión pública, que ejercen
un influjo amplio y profundo. De ahí la gran importancia que tiene actuar
en esos campos, como medio más eficaz de difusión del fruto, o de
remoción de los obstáculos que se oponen a la evangelización.

13. 3) Importancia. Los ministerios espirituales han de prefe-


rirse a los meramente materiales. Por ello, nuestro esfuerzo principal
hemos de ponerlo en el 'ministerium verbi' y en otros espirituales. La
Fórmula de nuestro Instituto se refiere a ellos como medios principa-
les, y a las obras de caridad corporal como subsidiarios. Hoy, con tan
376 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ingentes necesidades de orden 'corporal', ese tipo de servicio, especial-


mente calificado, puede en ocasiones tener gran valor y, aun siendo
'subsidiario', parece que debería acompañar, en lo posible, a los medios
'principales'. ¿No puede interpretarse en ese sentido la importancia que
daba San Ignacio a enseñar a los niños y rudos, hasta el punto de que
incluyó la mención de esa enseñanza en la Fórmula de la profesión?
¿No dio albergue San Ignacio en su casa de Roma a 400 damnificados
y socorrió a otros 3.000? El deseaba que los nuestros practicasen las
'obras de misericordia corporal' junto con las espirituales, como cuando
indicó a Laínez y Salmerón que se alojasen en el hospital-durante su
asistencia al Concilio de Trento. La necesidad y la importancia, en los
criterios ignacianos, viene a veces determinada por la urgencia. Urge
ciertamente el servicio de la fe en este mundo secularizado y pagano.
Pero todos sabemos que hoy hay millones de seres humanos que mue-
ren de inanición. ¿Qué tipo de ayuda estamos obligados a darles en
virtud de nuestra vocación? He ahí una cuestión abierta para un discer-
nimiento y decisión de los Superiores. No se puede absolutizar ningún
medio o criterio de valoración apostólico, por ejemplo el hambre. Y es
importante que los nuestros que realizan su apostolado mediante tareas
no específicas del 'ministerium verbV (por ejemplo, la docencia, obras
de promoción o desarrollo), tengan también, en cuanto les sea posible,
ministerios directamente sacerdotales. Esto salvaría algunas vocaciones.
Con esta jerarquización y motivación de nuestros trabajos se aclara
la aparente antinomia de ese 'doble manejo': los ministerios espirituales
tienen una prioridad que a algunos les parece estar en pugna con la
urgencia de las necesidades corporales de hoy. Es una tensión que debe
resolverse por la autoridad con un discernimiento basado en los criterios
que tenemos en las Constituciones: habrá, tal vez, dificultad en el discer-
nimiento, pero los criterios están claros.

14. 4) Universalidad. Es otro criterio ignaciano que él enunció


con el clásico aforismo: "quo universalius, eo divinius".
a) El concepto de 'universal', y su concreción práctica, ha cambia-
do no poco desde el tiempo de San Ignacio. El 'universo' que él conoció
es sólo parte del nuestro. Hoy toda la tierra es un 'global village', no
sólo geográficamente, sino porque la interdependencia de las naciones
ha hecho que tanto los problemas como las soluciones sean en gran parte
universales. El progreso en las comunicaciones ha acentuado el carácter
unitario del universo y ha conferido insospechada fuerza planetaria a
la opinión pública.
b) Consecuencias para nuestro apostolado y estructura de gobier-
no. No sé en qué grado la Compañía ha encajado esa realidad. San Ig-
nacio y las Constituciones piensan en universal, pero mirando nuestra
escala apostólica, los obstáculos que para obras de gran aliento suponen
las barreras provinciales, se tiene la impresión de que muchos de los
Nuestros se dejan obsesionar por las necesidades que ellos palpan. Hay
una falta de adecuación entre el aliento universalista de nuestras Cons-
a
PARTE 1 . / n.° 35 377

tituciones y la estructura jerárquica de nuestro gobierno —que otorga


al General toda la autoridad "ad aedificationem"— por una parte, y
la estabilidad, de hecho, que caracteriza mucho del apostolado de la
Compañía, por otra. ¿No nos pide el futuro que rebajemos a sus justos
límites esta contradicción?

15. Planificación: de lo universal a lo particular

Esto supuesto, parece que habría que comenzar planificando pri-


mero a escala universal y según las prioridades, y que, posteriormente
las regiones particulares deberían ir ajusfando su aportación local a
este plan de conjunto. La CG. 32, señalando una opción prioritaria para
toda la Compañía, sigue esta línea de acción y, aunque con lentitud,
vamos viendo sus frutos. Pero aún sigue ocurriendo que, cuando el
gobierno central lanza un proyecto concreto que requiere la ayuda de las
Provincias, en alguna parte se considera como una intromisión o
una ingrata interferencia con los planes locales. El futuro, lo digo una
vez más, nos hará pensar de otra manera, y las opciones que por 'uni-
versaliores' son 'diviniores* determinarán el peso específico del apostola-
do en la Compañía según el modo y estructuras marcadas por las Cons-
tituciones [206, 662, 668, 971, 821].

16. Este es uno de los puntos que exigen modificaciones más pro-
fundas en la actitud de la Compañía, y en el que necesitamos una ver-
dadera 'reeducación', de manera que magníficos apostolados locales no
bloqueen la posibilidad de acometer proyectos apostólicos concebidos
a más amplia escala, ni éstos paralicen la iniciativa local. Por un lado,
se insiste en la encarnación e inculturación que exige la identificación
con lo local. Por otro, se exige un corazón abierto a la'universalidad y
una incondicional y pronta disponibilidad. Sé que esto es una antino-
mia, y a ello me he referido en mi carta sobre la inculturación. Sé que
no todos podemos hacerlo todo y en cualquier parte, en un mundo en
que la especialización es una dominante de la actividad humana. Lo que
quiero decir, y lo hago poniendo en ello toda la fuerza de que soy
capaz, es que, aun estando completamente entregados a las obras loca-
les o a un ministerio especial, debemos permanecer siempre dispuestos
para enrolarnos en otra actividad más universal o más importante que
pueda sernos señalada por la Compañía, y que nuestros ofrecimientos
a los Superiores deben adelantarse a sus peticiones.

17. Apostolado actual y del futuro

No puedo desarrollar aquí y ahora la amplia temática que cubre


este enunciado. Pero debo deciros esto: la Compañía no puede dejarse
enredar en unas estructuras apostólicas que se conviertan en verdaderas
redes por ceñirse exhaustivamente a las necesidades actuales. Debe re-
378 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tener su capacidad de maniobra y transformación atenta a los grandes


problemas humanos y, en concreto, al estudio de las grandes ideas que
determinan la marcha del mundo. Especialmente aptos para esta misión
son los llamados 'polos de reflexión', la acción sobre los centros neurál-
gicos que dominan los medios de comunicación de masas y, para ello,
debe formar sin demora a aquellos de los NN. que a corto o largo plazo
habrán de recibir esa misión.

18. Criterios ignacianos interpretados hoy:


algunos puntos concretos

Hay muchos puntos más que querría tratar con vosotros. Algunos
de ellos, aparentemente, no tienen gran importancia, pero creo que bien
comprendidos y traducidos a términos reales de hoy, pueden ayudar
poderosamente a nuestra más completa comprensión del carisma igna-
ciano. He aquí unos cuantos formulados en forma de preguntas, que
ofrezco a vuestra consideración y a la de toda la Compañía, para que
veáis la manera de aplicarlos a la realidad de hoy:
1) ¿Qué significa hoy "ministerios ajenos a nuestro Instituto"?
Estamos persuadidos del 'fervor' apostólico sin límites de san Ignacio.
Pero una constante de racionalidad le lleva a prescindir deliberada y
explícitamente de algunos medios: no tener "coro ni horas canónicas,
ni decir misas y oficios cantados ...ni tomar cura de ánimas, ni menos
cargo de mujeres religiosas o de otras cualesquiera para confesarlas por
ordinario o regirlas... ni obligación de Misas perpetuas en sus iglesias,
ni cargos semejantes que no se compadescen con la libertad que es
necesaria para nuestro modo de proceder in Domino. Deje en cuanto
sea posible negocios seglares, etc. [586-594]. ¿Qué hay de contingente
y dinámico en esas prescripciones, y cuál sería su equivalente actual,
y cuál es el elemento profundo y constante que se debe mantener?
2) ¿Qué corresponde en nuestro tiempo a: "de veras habíamos
de desear, de todo corazón, comer ruinmente, vestir mal, andar con mu-
cha vileza en todo, y esto ha de ser propio a nosotros" (Nadal, V.407),
"que se use frugalidad tomando lo necesario por evitar enfermedades, y
no nada superfluo"? (Mon. Paed., p. 72; MI, Reg., p. 238).
3) ¿Por qué daba San Ignacio tanta importancia a la enseñanza
de la catequesis a los niños y personas incultas?: "porque nada hay
más fructífero ni edifica tanto al prójimo como este ministerio que,
por otra parte, nos obliga a ejercitar una perfecta humildad y caridad,
más difíciles para los que tienen más ciencia" (MI, Const. I, 18). ¿Qué
nos dice eso hoy y cuál es su paralelo en nuestro tiempo?
4) ¿Qué significa hoy que debemos estar "diu noctuque succinti
,
lumbos, et ad tan grandis debiti solutionem promptC l (ibíd.).
5) Y, al contrario, ¿cuáles son las "cosas ordinarias" y "propias
de nuestro Instituto y de mucho momento"? ¿No nos obliga esto a
a
PARTE 1 . / n.° 35 379

releer, con la libertad de espíritu de quien aspira al 'magis', el empleo


de nuestros hombres? "Mirando el fin de nuestro Instituto y modo de
proceder" [152], ¿qué cabe pensar de nuestra frecuente profesionali-
zación, super-institucionalización, trabajo parroquial, contratos de tra-
bajo, etc.?
6) ¿Cómo entender hoy el "deber tener ánimo aparejado y pronto
para obedecer en todo a la vera esposa de Christo Nuestro Señor, que
e¿ la Nuestra Sancta Madre Iglesia Hierarchica"? (Ej. 353). San Ignacio
fue "el peregrino", que quiere decir movilidad, riesgo, espíritu de aven-
tura, inseguridad, pobreza. Lo contrario de "instalado", que dice auto-
suficiencia, satisfacción, seguridad.
7) San Ignacio tuvo sumo empeño en que los jesuitas que iban a
Trento viviesen en el hospital —¡un hospital de aquella época!— y
fomentó el trabajo en cárceles y hospitales. ¿A qué términos concretos
de nuestra realidad actual habría que trasponer ese comportamiento?
Precisamente hoy, cuando se siente una necesidad tan grande en este
campo, ¿qué lugar ha de ocupar hoy en nuestra selección de ministe-
rios, y cómo se le aplican las reglas de selección que hemos comentado
más arriba?

Todas éstas son cuestiones —podrían añadirse muchas más— en


que es necesario investigar para que la renovación apostólica de la
Compañía en el mundo del futuro se haga con fidelidad al carisma de
Ignacio, según el fervor discreto, y a la luz que no dejará de darnos
el Espíritu.

MEDIOS CONCRETOS PARA UNA MEJOR EJECUCIÓN


DE LA CG 32

19. Algunas manifestaciones concretas de la acción del


Espíritu Santo

El Espíritu Santo ha tenido una parte muy concreta en todo este


proceso de renovación de la Compañía.
Durante todos los años de mi generalato —antes, durante y des-
pués de la CG.— he tenido la constante preocupación, cumpliendo en
ello un fundamental deber de mi cargo, de estar atento y descubrir las
manifestaciones del Espíritu en la Compañía: en sus hombres, en sus
comunidades, en su vida apostólica. Ha llegado a ser evidente para mí
que es el Espíritu quien alienta con nuevo y vital soplo a la Compañía
en su esfuerzo por renovar su servicio a la Iglesia de Cristo y que,
para ello desea renovarnos a partir de "la interior ley de la caridad
y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en nuestros corazo-
nes" [134]. La efectividad de ese renovado servicio estará condicionada
a nuestra fidelidad al Espíritu.
380 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

2 0 . La experiencia espiritual de la CG. 32 fue, según mi profun-


da convicción, un proceso en que el Espíritu estuvo manifiestamente
presente. A medida que con el paso del tiempo se va ganando en pers-
pectiva crece mi persuasión de que el purificador proceso de conver-
sión, la generosidad de las prioridades que allí se adoptaron y las
líneas maestras que allí se delinearon para la renovación espiritual y
apostólica de la Compañía son dones del Espíritu allí presente. La fide-
lidad a esas gracias recibidas nos obliga a planificar nuestro futuro
sobre la base de las ideas maestras de aquella Congregación.

21. La experiencia de la aplicación de la CG, fuente de inspiración

La Congregación no pudo ahondar en todos los puntos abordados.


Nos quedan aún grandes tesoros que descubrir y de nuestra fidelidad a
la pedagogía del Espíritu dependerá el que lleguemos a hacerlo. Y es
precisamente en la fiel ejecución de los decretos, en la experiencia progre-
siva de su animosa y responsable ejecución, donde el Espíritu puede
seguir hablándonos. Permitidme recorrer con vosotros, a manera de
ejemplo, algunos de estos hitos principales con que la Congregación
nos jalona la ruta hacia el futuro.
a) La inserción y la solidaridad con los pobres nos lleva a una
vivencial penetración de la doctrina evangélica sobre pobreza, libertad
interior y valor de la persona humana, aun —y sobre todo— de la más
humillada y desposeída de cualquier otro valor.
b) La oración participada se experimenta como lugar privilegiado
para el encuentro de los ánimos que buscan unirse. La unión que se
logra en la oración no es en un plano horizontal con vistas a una
serena convivencia o mera operatividad apostólica, sino en un plano
más profundo, llegando sus raíces al mismo Cristo que prometió estar
con quienes se reuniesen en su nombre, que quiso que fuésemos uno.
Unión más sólida, más duradera, más eficaz, que no se sospecha hasta
que se la experimenta. Añádase a ello la sensación profunda de perte-
nencia al único cuerpo universal de la Compañía, de participación en
una misma misión.
c) La práctica de la obediencia, pareja al ejercicio de la autori-
dad, es otro punto de encuentro iluminante con el Espíritu. Ejercer la
autoridad y prestar obediencia son operaciones que requieren esfuerzo
tanto en el Superior como en el subdito: ello hace experimentar el sen-
tido que tiene el mandar y el obedecer en el nombre del Señor. El Supe-
rior vive conscientemente su capacidad de dar y transmitir misión; el
subdito actualiza su disponibilidad y capacidad de servir.

Son sólo tres los ejemplos puestos. Podría haber muchos más. Quie-
ro reiterar esto: la ejecución de los decretos de la CG. no es —si se
hace con 'fervor discreto'— un ejercicio extenuante que exija períodos
de reposo, sino, al contrario, una experiencia gratificante e iluminado-
PARTE 1.» / n.° 35 381

ra que genera nuevas luces y generosidad en el servicio del Señor. Es,


perdonad la metáfora, un proceso de espontánea realimentación que hay
que mantener por la fidelidad al Espíritu que lo inició.

22. "Vino nuevo en odres viejos"

Analicemos brevemente algunos aspectos de la etapa actual en que


se encuentra la ejecución de la CG. 32. Hubo un primer período en que
la renovación y adaptación apostólica se realizó con valentía, remo-
viendo estructuras y actitudes pasadas que justificadamente se pensó
estaban ya superadas e incluso frenaban las exigencias del mundo mo-
derno y del Concilio Vaticano II. No se debía echar el vino nuevo en
odres viejos.
Así se ha creado una etapa de transición, la actual, en que, por una
parte, se han consolidado otros nuevos en sustitución de valores anti-
guos que habían perdido su significación. Pero otras veces se han des-
montado valores del pasado sin la correspondiente sustitución o com-
pensación, produciéndose un vacío peligroso. Es necesario proceder con
cautela en esas evoluciones, reteniendo los principios antiguos —con las
acomodaciones necesarias para que no frenen— y apoyar en ellos la
búsqueda y formulación de los nuevos.
Esta coexistencia de principios perennes, mantenidos o debidamen-
te renovados, con el vacío dejado por otros dejados de lado sin la
correspondiente sustitución, salta a la vista si nos preguntamos qué
influjo han tenido nuestras prioridades apostólicas y 'opción funda-
mental' tomada por la Congregación en la selección de nuestros traba-
jos apostólicos.
En muchos casos, las Provincias no han traducido aún a su escala
tales prioridades, o lo han hecho a modo de 'segundo biliario' (Ej. 154),
o sin la necesaria evaluación previa y sin reflexionar sobre las necesi-
dades de la sociedad contemporánea. Ese vacío de reflexión a nivel de
Provincia ha podido llenarse, comprensiblemente, con la abundancia
—tal vez en demasía— de iniciativas e interpretaciones privadas, per-
sonales o de grupos, difícilmente armonizables entre sí y, lo que es más
preocupante, con el cuerpo de la universal Compañía.
Otras veces ha sido la Provincia en cuanto tal la que ha promo-
vido la renovación, pero al definir sus acciones concretas, un excesivo
respeto de lo que existe —y porque existe— ha bloqueado las decisio-
nes. Esa parálisis operativa tiene sin duda su principal raíz en la
dificultad objetiva inherente a Ja toma de decisiones importantes. Pero
esa dificultad, lejos de justficar la demora en la toma de posiciones,
la urge: la dificultad crece a medida que aumenta la dispersión de
individuos y grupos provocada por el vacío de decisiones. Se crea así
un círculo vicioso que hay que romper: la falta de decisiones provoca
la dispersión y la dispersión hace más difícil la decisión sobre el con-
junto. Ese círculo vicioso puede romperse aplicando los criterios ig-
nacianos.
382 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

23. La dispersión.

Analicemos con algún detalle este fenómeno de la dispersión. Con


frecuencia no hay nada que objetar a muchas de esas iniciativas y ten-
dencias particulares, en las que el Espíritu se manifiesta con suficiente
claridad. Algunas de ellas incluso desbrozan tal vez caminos por los
que avanzará más tarde la Compañía misma. Otras iniciativas ayudan
al menos a subrayar determinados valores o aspectos apostólicos que es
necesario no olvidar, o que son por sí mismas legítimas e incluso ne-
cesarias vocaciones particulares dentro de la Compañía. En ninguno de
estos casos su integración presenta seria dificultad.
Pero en otras ocasiones las cosas no proceden así. A veces se
trata de proyectos en sí legítimos, e incluso magníficos pero que, en
concreto obstaculizan una acción más eficaz del cuerpo apostólico de
la Compañía. Eso se opone a nuestra vocación de hacer, no el bien,
sino el mayor bien. Y mayor, no en abstracto, sino el mayor bien con-
creto y posible, que rara vez coincide con las opciones individualistas,
sobre todo cuando se trata de una labor corporativa. Nuestra vocación
de jesuitas nos pedirá con frecuencia el sacrificio de esas intuiciones
apostólicas individuales o de grupo en aras de una mayor eficacia del
conjunto.
Lo dicho vale para el mismo proceso de toma de decisiones, que
por un afán de perfeccionismo mal entendido se prolonga desproporcio-
nadamente, o que pierde coherencia y fuerza por desear integrar ca-
rismas individuales poco conciliables. ¿No estaremos cayendo con fre-
cuencia en la trampa de un individualismo disgregador, de estériles y
larguísimas discusiones de la comunidad con el Superior, haciendo prác-
ticamente imposible que respondamos a tiempo a las situaciones actuales
que exigirían un gobierno más ágil y eficaz?
Otras veces se trata de un problema más de fondo: hay quienes
de palabra admiten las dos últimas Congregaciones Generales, pero con
una interpretación selectiva, aislando y radicalizando uno u otro as-
pecto de ellas, y desvalorizando en función de él todo lo demás. Casi
siempre que esto ocurre, prácticamente se rechaza esta idea central del
espíritu de la Compañía: que es precisamente el cuerpo de la Com-
pañía, por sus legítimos órganos de gobierno, quien en última instancia
debe concretar y dirigir la aplicación de las directrices señaladas por
las Congregaciones Generales. Cuando esto no se acepta, en la práctica
no queda más alternativa que la interpretación individual o de grupo
que, si prevaleciese, dividiría irremediablemente a la Compañía.

24. La dinámica de la autoridad y obediencia

Este problema, que he presentado un poco esquemáticamente y sin


las matizaciones que reviste en la vida real, se da en algunas partes de
la Compañía. Si no tomamos conciencia de él y reaccionamos a tiempo,
se pone en peligro el mismo proceso de renovación, o desvirtuándola,
PARTE 1.» / n.° 35 383

o provocando reacciones paralizantes o incluso de retroceso. A superar


este peligro pueden ayudar las reflexiones siguientes.
En primer lugar es necesario resolver la aparente imposibilidad de
conjugar el respeto al pluralismo y la eficaz toma de decisiones. Son
tantas las posibles opciones que se presentan en el terreno apostólico
que es comprensible la tentación de un excesivo pluralismo 'inicial'. Pero
es el cuerpo de la Compañía que delibera en comunidad, y la final actua-
ción del Superior, quien debe decidir cuáles de las posibles opciones
son asumidas y pasan a ser programa firme de acción concreta, con
abandono del resto.
Estos planes, además, deben ser coordinados, de modo que las de-
cisiones a distintos niveles (universal, provincial, regional, local) no
sólo no sean contrapuestas o divergentes, sino que respondan a un
proyecto armónico del conjunto. Es el cuerpo de la Compañía, y en
último término los Superiores, quiénes han de juzgar no sólo de la
idoneidad de las iniciativas individuales y de grupo y de su adecua-
ción con nuestro carisma y su oportunidad apostólica en abstracto, sino
también de su coherencia concreta con el plan apostólico corporativa-
mente adoptado por la Compañía y, no en último lugar, con las cua-
lidades humanas y disposiciones espirituales del sujeto que las propone.
En otras palabras: las cosas realizables son muchas menos que las po-
sibles, y no todo lo que se debe hacer lo puede hacer cualquiera.
Un paso más. Ni siquiera ese pluralismo, que he llamado 'inicial',
es ilimitado en la Compañía. No todas las cuestiones prácticas están
puestas a discusión o, al menos, no todas lo están en el mismo plano.
Por ejemplo: las opciones tomadas en las últimas CC.GG., que induda-
blemente pueden ser revisadas por otra Congregación General, no pue-
den ser impunemente boicoteadas en ámbitos inferiores so pretexto de
que son revisables. Tampoco sería aceptable una abusiva aplicación de
la dispensa y excepción que desvirtuase e invalidase el sentido que se
ha pretendido dar a determinadas decisiones. Me llegan a veces quejas
de que en algunas regiones la excepción (bajo capa de atención al caso
personal o debido a presiones de grupo) es tan frecuente que casi se
convierte en norma, con la consiguiente frustración de la mayoría, es-
pecialmente de los más dóciles.
A la luz de todo esto, avalado por la experiencia de estos años, pa-
rece que ha llegado el momento de que el cuerpo de la Compañía recu-
pere el protagonismo de la orientación y programación apostólica con-
creta. Eso evitará el vacío de las decisiones y la consiguiente desban-
dada propia de una acción individualista (que no debe confundirse con
una acción individual pero integrada), o, lo que sería peor, que ese
vacío se llene con decisiones tomadas de hecho por imposición de
grupos compactos que se imponen con la táctica de los hechos consu-
mados o la resistencia pasiva.
Completemos lo dicho hasta ahora acerca de la dialéctica entre
pluralismo y decisión, con algunas indicaciones sobre el objetivo de esas
decisiones. El primer paso, condición sine qua non, es una aceptación
384 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sincera, plena y simultánea, al menos en el plano operativo, de toda


la CG. 32, especialmente de los decretos 2, 4, 11 y 12. Más en concreto,
se requiere abordar con toda decisión, y de forma corporativa, la se-
lección de nuestras obras, su reestructuración y, en el plano personal
y comunitario, la adecuación de nuestra vida a las exigencias de la
opción fundamental por la fe y la justicia.
Evidentemente babrá que tener en cuenta la diversidad de perso-
nas y de situaciones. No todos podrán constituir la vanguardia y la
punta de lanza en ese empeño, pero todos deben quedar integrados,
sin que nadie obstaculice la dirección fundamental. Es asimismo nece-
sario que la vanguardia quede integrada armónicamente con el cuerpo.
Por eso, la realización de las iniciativas más audaces la debe hacer o
discernir el mismo cuerpo de la Compañía con los sujetos que ella juz-
gue más idóneos. La triste experiencia nos dice que la forma más
segura de que fracasen las iniciativas más innovadoras y audaces, pero
de fecundo contenido, es dejarlas al capricho de los autodestinos o
abandonarlas en las manos de personas que no se dejan guiar por la
Compañía. Es verdad que hay que tener gran confianza en las personas,
pero sólo en la medida en que hayan probado su espíritu de obediencia
y se mantengan en actitud de disponibilidad respecto a la Compañía. Si
ése no fuera el caso, habría que descalificar de entrada a esas personas
para cualquier difícil misión. Con ellas no tiene sentido iniciar una
deliberación que estaría viciada en su raíz.

25. Simultáneamente a la revitalización práctica del decreto IV,


deben urgirse (y también esto se aplica de manera especial a quienes
llevan apostolados de vanguardia) las exigencias que la Compañía ha
fijado en el decreto 11 sobre unión de los ánimos, vida espiritual, sen-
tido comunitario y de obediencia, espíritu de misión y de disponibili-
dad. No olvidemos que los decretos 4 y 11 forman una unidad vital,
como lo demuestran las recíprocas referencias y el hecho de que el
mismo decreto 4 dedique toda una sección, "un cuerpo para la misión",
al análisis de las condiciones que harán posible responder, sin desviar-
nos de nuestro espíritu, a ese difícil empeño.
Creo sinceramente que solamente el cumplimiento entusiasta de toda
la Congregación General puede ayudarnos a salir del callejón sin salida
en que algunas veces se ha metido uno u otro sector de la Compañía,
precisamente por haber realizado una lectura parcial y selectiva de las
dos últimas CC.GG. Así será posible también recuperar a bastantes je-
suitas desilusionados que, en caso contrario, pueden radicalizarse en
uno u otro sentido y distanciarse interiormente del cuerpo de la Com-
pañía al perder la esperanza de que ella sea capaz de urgir eficazmente
aquello en que cada uno lleva razón: unos, al reprochar a la Compañía
falta de creatividad; otros, ante la reacción secularizante y evidentes
fallos de disponibilidad que suelen encubrirse con apariencias de re-
novación.
PARTE 1.» / n.° 35 385

26. Otra función de la autoridad es la de ser último y determi-


nante factor que legitima y consuma el discernimiento sobre 'tensiones
dialécticas' o aparentes contradicciones que se presentan con fre-
cuencia:
1) La elección entre trabajo con los pobres, identificándose con
ellos en la inserción y solidaridad efectiva, y la necesidad de llevar a
cabo trabajos de investigación y educación institucional con medios de
elevado costo.
2) La penetración en la masa del pueblo, que apenas podrá ha-
cerse sino con comunidades muy reducidas e incluso con trabajos in-
dividuales, y otras clases de apostolados que requieren grandes comu-
nidades.
3) El trabajo de promoción y desarrollo material (apostolado ru-
ral, etc.) y el trabajo específicamente espiritual y pastoral: predicación,
sacramentos, ejercicios, etc.
4) La inserción local exigida por la inculturación, y la movilidad
universalista.
5) La creatividad que sugiere el lanzamiento a nuevos apostolados
y la retención de los apostolados tradicionales, de modo que, procuran-
do la máxima eficacia y teniendo en cuenta las circunstancias del mun-
do de hoy, no queden olvidadas las exigencias de personas de otras ge-
neraciones que, de hecho, no pueden ya llevar otro tipo de vida y ejercer
otro tipo de apostolado más que el tradicional.
6) El trabajo con el inmenso mundo de la increencia o el ateísmo
militante y el cuidado de los católicos, cuya perseverancia y perfec-
ción no pueden ser desatendidos.
7) El envío de personas válidas y de socorros al Tercer Mundo
y el mantenimiento en el propio país de las grandes obras, cuando la
situación de nuestros recursos humanos es de escasez.

27. Testimonio de vida

Cuanto paso a deciros ahora, es una idea que me habéis oído repe-
tidas veces, pero sin cuya expresa mención quedaría descabalado este
mensaje que, por mediación vuestra, quiero llegue a toda la Compañía.
Me refiero al testimonio perfectamente legible que hemos de dar con
nuestra vida de trabajo, de servicio, de frugalidad. No es que estas cua-
lidades de nuestra vida constituyan por sí mismas los valores centrales
de nuestro ser como religiosos. Pero están tan indisolublemente unidas
con la profunda conversión a Dios y al mundo, y son una manifesta-
ción tan inevitable del empeño conscientemente asumido de solidarizar-
se con los pobres, de luchar por la fe y promover la justicia, que si no
se dan en nosotros en grado bien visible esa laboriosidad, servicio y
frugalidad, podemos asegurar que nuestra conversión, nuestra oración
—si es que nos creemos convertidos y hombres de oración— son meras
apariencias.
386 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En la Compañía se trabaja, y en muchos casos demasiado, quizá


con merma de otros valores o de las aportaciones que debemos a nues-
tra comunidad o a atenciones espirituales. Pero no descubro nada si afir-
mo que el régimen de vacaciones, viajes, etc., no pocas veces excede
al de la gran masa de trabajadores, quizá de nuestros colaboradores se-
glares que realizan labores análogas a nosotros, y cuyos ingresos no les
permiten, a ellos y sus familias, el gasto per cápita que nosotros tene-
mos en nuestra comunidad, ni el tipo de vacaciones y días de ausencia
de trabajo que, no infrecuentemente, se da entre nosotros. Sé que mu-
chos de ellos tienen otros alicientes, personales y familiajes, que no
puede permitirse un religioso. Pero hay que poner también en la ba-
lanza que ellos padecen, también a nivel personal y familiar, otras obli-
gaciones y pesadumbres y, en cambio, carecen de muchas ayudas, inte-
riores y exteriores, que se dan por descontadas entre los nuestros.
Nuestra capacidad de trabajo bien explotada, e inteligentemente
empleada, hará posible la reestructuración de muchas obras y aun su
pervivencia en una época en que la disminución de nuestros recursos
de personal y isu envejecimiento merman nuestras posibilidades de
atención.
Pero no basta trabajar, pues eso nos asemeja a los pobres, pero
no nos diferencia de los ricos, que también trabajan, y a veces mucho,
y precisamente justifican con este trabajo, no siempre en una estructura
injusta, un nivel de consumo que no es lícito en nosotros. Los peligros
del trabajo remunerado entre nosotros quedan apuntados en mi alocu-
ción sobre el estado de la Compañía (n. 18).
Nosotros debemos dar testimonio de servicio desinteresado y de fru-
galidad. Os remito a cuanto, hace menos de un año, dije en el Tercer
Congreso Interamericano de Religiosos en Montreal (21-XI-1977. Cfr.
Documentación SJ, n. 38, pp. 2-4). El servicio como actitud permanente,
el 'homo serviens', hermano de los demás y solidario de todos: esa ha
de ser la tipología del jesuita de hoy empeñado en las batallas de la
fe y de la justicia, denuncia viviente contra el 'homo consumens' en
un mundo en que el hambre atenaza a tres cuartas partes de la hu-
manidad.
La frugalidad, el fijar como tope máximo, incluso en las circuns-
tancias más atenuantes en que a lo largo y ancho del mundo pueda
encontrarse un hijo de la Compañía, un nivel de decorosa suficiencia,
es condición ascética y apostólicamente necesaria. El reducir ese nivel,
para acomodarse al entorno en que se trabaja y hacer auténtica nuestra
inserción, es un deber, y ha de traducirse en medidas concretas fijadas
en un cuidadoso discernimiento. Es difícil, prácticamente imposible, dar
desde aquí, y en este momento, normas concretas. Y, podéis creerme,
es penoso para mí el que la carencia de estas normas concretas desde
lo alto de la Compañía pueda servir de pretexto para que no se tomen,
desde niveles inferiores de gobierno —provinciales y locales—, más
cercanos a la realidad concreta de cada comunidad, las medidas prác-
ticas que aseguren esta reducción del nivel de vida a términos frugales.
Es en esos niveles donde pueden y deben tomarse tales medidas.
PARTE 1.» / n.o 35 387

El tamaño y emplazamiento de una comunidad y su vinculación a


una obra institucionalizada de grandes proporciones condicionan mu-
chas veces la posibilidad de vivir más pobremente, pues fácilmente los
servicios generales de la institución y sus medios materiales acarrean
confortable asistencia a los nuestros. Pero aun en esos casos, es mucho
lo que se puede y debe hacer, y es obligación de los Superiores estimu-
lar la generosidad de las comunidades y, ¿por qué no decirlo?, condu-
cirlas con delicadeza, pero con eficacia, a la adopción de medidas de
autolimitación y reconocida frugalidad. Con esta vida de trabajo, ser-
vicio y frugalidad, podemos dar un irrefutable testimonio anticonsu-
místico. El mundo necesita hoy no palabras, sino vidas que no puedan
explicarse más que por la fe y el amor a Cristo pobre.

28. Necesidad de la contemplación: 'espiritualidad robusta'

Soy consciente de cuanto pido de vosotros y de la Compañía, sin


excederme por ello de las exigencias de las Congregaciones Generales,
y soy consciente también de que el realizar este programa con la per-
fección del 'magis' que es nuestra vida, puede parecer una utopía. Quizá
lo sea, pero es una utopía necesaria —ya el mero hecho de ser cristiano
era una locura, según San Pablo—. Vivirla exige una vida 'contempla-
tiva' intensa, completamente integrada en fecunda simbiosis con la acti-
vidad apostólica y, concretamente, contar con amplios espacios de si-
lencio dedicados a la oración personal y compartida con la comuni-
dad. Os lo digo con vehemente apremio: tratando de sentir qué es lo
que Dios quiere de esta Compañía, siento que, en el centro de la con-
versión y compromiso apostólico a que me he referido, está una 'robus-
ta espiritualidad' que no se adquiere ni se conserva sino con una ora-
ción continua que dé sentido a nuestra acción. Permitidme que, con-
traviniendo todas las reglas de la retórica, insista una vez más: hace
falta más oración personal, profunda, prolongada, y saber compartirla
con los demás. Sin oración, ni conversión, ni evaluación, ni discerni-
miento, ni empeño apostólico son posibles.

29. El verdadero 'fervor"

El programa que he desarrollado ante vosotros es nuestra respues-


ta al desafío del mundo. Pero a un desafío no se puede acudir sin ganas
o sin combatividad, sino con ardor. Y nada tan opuesto a ello como el
desánimo, apatía o falta de fe en el futuro que puede advertirse en
algunos jesuitas. Eso frena la vitalidad de la Compañía y la impide
lanzarse a fondo a la ingente tarea que tiene por delante.
Precisamente es hoy cuando necesitamos aquel "fervor" del que
hablaba Nadal citando palabras de Ienacio: "hemos de ayudar al
prójimo no de manera fría y quedándonos parados ('frigide et stando');
y con esta sencilla expresión indicaba el fin de la Compañía, a saber,
388 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

"correr con fervor a la salvación y perfección del prójimo" (Ms. Arch.


SI, Roma. Vitae 15 fol. 18, rv).
Esta idea la resumía Nadal con una frase propia, más breve y con-
tundente: "fervor es la Compañía" (Schol. 584, not. 382). Ese fervor,
nacido del amor apasionado a Cristo pobre y humillado, mantiene el
"magis" ignaciano en la Compañía y nos aviva la conciencia de que
ser llamados a ella es una "gratia eximia" (Nadal, Ann. in Const. 186a.
Cfr. Nicolau 341). Este fervor hace que "ex perfectione caritatis toto
corde, tota mente, tota anima, ómnibus viribus feramur in suavitate spi-
ritus atque hilaritate, vivaciter" (Nadal, Ann. in Examen Inst." 186).
A un fervor así "hácesele todo angosto: no cabe en sí; no cabe
ni en el cielo ni en la tierra" (S. Juan de la Cruz, 'Noche Oscura'
II, 11, n. 6). Ese fervor nos impulsa a ser absolutamente fieles al Es-
píritu Santo que nos inflama. El estimulará nuestra imaginación en la
búsqueda de formas insospechadas de servicio.
Pero no todo fervor, ni el de más puro origen, es necesariamente
válido. Nadal dice por qué: "Fervor es la Compañía, como os dije,
pero no indiscreto, sino lleno de virtud y que tenga todas partes. En-
gáñanse muchos en pensar que es de Dios el fervor cuando es contra
razón o contra algunos de los medios eclesiásticos" (Mon. Nadal, 5,
310).
Esta presencia de la razón es característica de la personalidad es-
piritual de San Ignacio, del que se ha podido escribir: "poseía un jui-
cio firmemente dirigido por la fe que, sin disminuir en nada el entu-
siasmo y la fidelidad a la voluntad divina, formaba con ella una armo-
niosa unión de ímpetu de amor con una poderosa razón al servicio de
Cristo". (De Guibert, Espiritualidad de la Compañía de Jesús).
Nosotros necesitamos también, ¡cómo no!, esa armoniosa síntesis
de 'impetuoso fervor' y serena razón. Pero es la componente del impulso
espiritual, nacido del apasionado amor a Cristo, la que más necesitamos
fomentar si queremos llegar a ese futuro que hoy soñamos.

30. Para concluir, permitidme la confidencia de invocar al Espí-


ritu Santo, cuya ayuda imploramos al comienzo de esta Congregación,
con esta oración, que es un sentido reflejo de cuanto deseo para mí,
para vosotros, para toda la Compañía:

VENI, CREATOR SPIRITUS

Señor, ¡necesito de tu Espíritu!, de aquella fuerza divina


que ha transformado tantas personalidades humanas hacién-
dolas capaces de gestos extraordinarios y de vidas extraordi-
narias.

Dame ese Espíritu que, viniendo de Ti y yendo a Ti, San-


ie 15, 11 tidad infinita,* es un Espíritu Santo.
» / n.o 35 389

Los jueces de Israel sin esperarlo, sin nada que les predis-
pusiese, sin poder poner resistencia, sencillos hijos de aldea-
nos, Sansón, Gedeón, Saúl... fueron cambiados por Ti brusca
y totalmente. No sólo fueron hechos capaces de gestos excep-
cionales de audacia o de fuerza, sino que se vieron dotados de
una nueva personalidad, se sintieron capaces de realizar una
misión tan difícil como la de liberar un pueblo. Tu acción en
ellos fue interior, aunque se describiera a veces con imágenes
que subrayan un influjo tuyo repentino y extraño. Te lanzas-
te sobre Sansón como un ave de rapiña sobre su presa,* reves-
tiste a Gedeón como con una armadura.*

Sintiendo la dificultad de mi misión, desearía yo una ac-


ción muy profunda tuya en mi alma: que no sólo descendieras,
sino que reposaras sobre mí,* que me concedieras los tesoros
de los dones que repartiste a tantos de tus elegidos: de sabi-
duría e inteligencia, como a Besalel* y a Salomón; de consejo
y de fuerza, como a David; * de conocimiento y temor de Dios,
que fue el ideal de tantas almas santas de Israel. Esos dones
abrirán para la Compañía una era de dicha y de santidad.*

Dame lo que diste a los Profetas: que, aunque mi ser pe-


queño proteste, me vea forzado a hablar por una presión so-
berana.* Aquella palabra que venía de ellos, pero no había
nacido de ellos, era una palabra tuya, de tu Espíritu que les
enviaba y que no se limitaba a suscitar una nueva personali-
dad al servicio de la acción, sino que explicaba el sentido y el
secreto de ella; de tu Espírtu, que no es solamente inteligencia
y fuerza, sino conocimiento de Dios y de sus caminos.*

Dame, pues, la fuerza con la que no solamente abriste a los


Profetas tu palabra hasta revelarles tu gloria,* sino que les
hiciste mantenerse en pie* para hablar al pueblo y anunciarle
su suerte.

Con aquella voz que Tú haces gemir en el fondo de mi ser,*


pido la efusión copiosa de Ti mismo, semejante a la lluvia co-
piosa que devuelve la vida a la tierra sedienta,* y como soplo
de vida que viene a vivificar las osamentas desecadas.*

Dame aquel Espíritu que lo escruta todo, lo sugiere todo


y lo enseña todo, que me fortalecerá para soportar lo que aún
no puedo soportar. Aquel Espíritu que transformó a los débi-
les pescadores de Galilea en las columnas de tu Iglesia y en
los Apóstoles que dieron con el holocausto de la vida el supre-
mo testimonio de su amor por sus hermanos.
390 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Así esta efusión vivificante será como una nueva creación,


de corazones transformados, de una sensibilidad receptiva a
is 59,21 la voz del Padre, de una fidelidad espontánea a su palabra.*
Sal 143. lo Agín ohallarás de nuevo fieles, y de tu parte no nos ocultarás
s

tu rostro, porque habrás derramado tu Espíritu sobre nosotros.


Ya comprendo que para que esto se realice se necesita un amor
como el del Padre, que intervenga en persona. "Tú, Yahve, eres
nuestro Padre... ¿por qué nos dejas errar lejos de tus ca-
is 63,15.19 minos? ¡Ah, si rasgaras los cielos y bajaras!".* Tal fue tu
manifestación definitiva: los cielos abiertos, un Dios Padre vi-
sible, un Dios Hijo que baja a la tierra haciéndose hombre
para la salvación del mundo: "misterio que en las generacio-
nes pasadas no fue dado a conocer a los hombres"... "Por eso
Ef 3,5-14 doblo mis rodillas ante el Padre".* ¡Veni, Sánete Spiritus!

"Dice el que da testimonio de todo esto: '¡Sí, pronto ven-


dré! Amén. Ven, Señor Jesús".

"Que la gracia del Señor Jesús sea con todos,


Apoc 22,20-21 Amén".*
Inspiración Trinitaria del Carisma Ignaciano

(8. II. 8o)

Este Documento es un remontarse hacia arriba, allí de


donde todo desciende. El segundo párrafo del Documento
explica por sí lo que con él se pretende:
"Nuestro modo de proceder" partía del carisma igna­
ciano, descendiendo por diversos niveles de aplicación a
'las cambiantes condiciones de los tiempos'. Hoy, arran­
cando también del carisma de Ignacio, pretendo caminar
en sentido inverso, remontándome hacia lo más alto, hasta
el supremo y originario punto de partida: las vivencias
ignacianas de las que todo fluye y que son las únicas que
pueden explicarnos en su ultimidad tanto su figura espi­
ritual como su intuición fundacional. En una palabra: su
intimidad trinitaria".
A una exposición histórica detallada de las tres etapas:
Cardoner —llamamiento, convocatoria—, el largo espacio
intermedio entre las dos grandes ilustraciones y la Storta
—respuesta y confirmación—, sigue el análisis de una se­
rie de conceptos ignacianos a la luz trinitaria. Este análisis,
reconoce al final de su conferencia el P. General, ni es
completo, ya que quedan otros muchos conceptos por expo­
ner, ni exhaustivo. De ahí la invitación a teólogos y espe­
cialistas para que continúen el estudio, y el llamamiento a
todos a hacer un esfuerzo por descubrir y reproducir en
nosotros la dinámica y contenido del itinerario espiritual
de nuestro Fundador "que conduce directamente a la Stma.
Trinidad y desciende de ella al servicio".
Esto haría, así lo cree el P. General, que la marcha
de la esperada renovación interior y de la adaptación apos­
tólica a las necesidades de nuestro tiempo se acelerara en
todas partes.
392 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

1.* Cuando el pasado año de 1979 acepté la invitación del Centro


Ignaciano de Espiritualidad para clausurar su 'Curso Ignaciano', elegí
como tema de mi disertación esa frase que para Ignacio y sus primeros
compañeros condensaba la aplicación práctica del carisma de la Com-
pañía: "Nuestro modo de proceder" (1). La tesis que allí expuse es
que una recta comprensión y aplicación de 'nuestro modo de proceder'
permite a la Compañía hoy, en una línea de continuidad histórica, con-
seguir el doble objetivo que el Concilio Vaticano II ha fijado a los
Institutos religiosos: el retorno a las fuentes del propio carisma y,
al mismo tiempo, adaptarse a las cambiantes condiciones de los tiem-
pos (2). Me complace poder decir que, a juzgar por las noticias que
me llegan de diversas partes de la Compañía, aquellas reflexiones han
ayudado a no pocos jesuitas a avanzar en la propia renovación a que
nos invitaba el Concilio y que nos fue urgida por la Congregación Ge-
neral XXXII.

2. 'Nuestro modo de proceder' partía del carisma ignaciano des-


cendiendo por diversos niveles de aplicación a "las cambiantes condicio-
nes de los tiempos". Hoy, arrancando también del carisma de Ignacio,
pretendo caminar en sentido inverso, remontándome hacia lo más alto,
hasta el supremo y originario punto de partida: las vivencias ignacia-
nas de las que todo fluye y que son las únicas que pueden explicarnos
en su ultimidad tanto su figura espiritual como su intuición fundacio-
nal. En una palabra: su intimidad trinitaria.

3. Me propongo para ello analizar brevemente sus experiencias


espirituales más importantes (junto al río Cardoner en Manresa, en
la capillita de la Storta a la entrada de Roma y su Diario Espiritual),
poniendo de relieve la relación entre el contexto trinitario de esas vi-
vencias y la maduración en la mente de Ignacio de la idea germinal
de la Compañía. Me detendré después en algunos conceptos más for-
malmente explicitados en esas ilustraciones trinitarias y, por último,
indicaré algunos otros elementos del carisma ignaciano que la teolo-
gía demuestra pueden recibir de la Trinidad su más alta iluminación.
Este proceso mental tiene un claro precedente ignaciano. En su Diario
Espiritual le vemos cómo busca su luz alternativamente mirando arriba
o bajando a la letra o en medio (3), es decir: sintiéndose inmerso en
la luz trinitaria, o aferrándose a la realidad terrestre de las cosas, o
más en medio, con Jesús el mediador que enlaza y cierra los extremos.

* Las citas de escritos de San Ignacio se hacen sobre la edición de sus obras
A
completas en la Biblioteca de Autores Cristianos, 3 . ed., Madrid, 1 9 7 7 . Se
cita BAC.
Las citas de las fuentes jesuíticas primitivas son todas de volúmenes de
MHSI. Se citan por sus abreviaturas.
( 1 ) "Este instituto o modo de proceder, que assí lo llama el Padre Igna-
A
tio..." NADAL, 3 . pl. de Alcalá, 1 5 6 1 . Comm. de Inst. 3 0 4 .
(2) P . C. n. 2 .
( 3 ) Diario, nn. 1 2 6 - 2 8 ( 7 marzo 1 5 4 4 ) .
PARTE 1.» / n.° 36 393

4. No todo será nuevo en estas páginas. Los biógrafos de San Ig-


nacio y los especialistas en su espiritualidad, quien más quien menos,
y desde diversos puntos de vista, han tratado repetidamente este tema.
Pero no sé si la matriz trinitaria del carisma ignaciano está presente en
los jesuitas de hoy con suficiente claridad y fuerza y yo me siento
inclinado y casi interiormente obligado a procurarlo. Creo que ni 'el
modo de proceder', ni el carisma radical de la Compañía, pueden en-
tenderse y valorarse plenamente si no llegamos hasta arriba del todo:
hasta la Trinidad. En el retorno a las fuentes que nos pide el Concilio
Vaticano II no puede la Compañía detenerse antes de llegar allí. Sólo
a la luz de la intimidad trinitaria de Ignacio puede comprenderse el
carisma de la Compañía y ser aceptado y vivido por cada jesuita no
por ser un legado histórico que tiene su origen en la intuición, refle-
xión y capacidad legislativa y de inspiración de un hombre, por genio
que sea; sino porque, por un designio de la Providencia que debe
llenarnos a un tiempo de humildad y fidelidad, sabemos que es una
vocación inspirada en la contemplación misma de los más altos mis-
terios.

EL INICIO DE TODO. EL CARDONER: LA LLAMADA (1522)

5. Una consideración inicial se impone: toda la aventura mística


y trinitaria de Ignacio le ha sido prácticamente impuesta. Es una
iniciativa divina. Una "invasión mística que se apoderó de su alma
apenas convertido a Dios y que no le abandonó jamás" (4). Ningún
dato nos permite predecir los derroteros místicos que había de tomar
su vida espiritual cuando, apenas a ocho meses de haber sido herido,
abandona Loyola. Ha leído la Leyenda Áurea y la Vida de Cristo.
Tiene devoción a San Pedro y siente emulación por las figuras de San
Francisco y Santo Domingo. Es un neo-converso que aún reacciona con
categorías caballerescas: Visita los santuarios de Nuestra Señora, pien-
sa competir con los santos en cosas grandes, mide su contrición en tér-
minos de aspereza y piensa ir a Jerusalén descalzo, y no comer sino
hierbas y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los
santos (5). Y todo esto, tanto por su devoción á Cristo como, y prin-
cipalmente, por puro deseo penitencial. Otro tanto puede decirse de la
devoción a Nuestra Señora, cuyos santuarios jalonan etapas de su salida
a la nueva vida. Ante el altar de la Virgen de Montserrat deja la espada
y el puñal, rendición suprema del soldado y el galante mundano, y
vela sus nuevas armas espirituales (6).

(4) J. DE GUIBERT, La Espiritualidad de la Compañía de Jesús, p. 55.


(5) Autob., n. 8.
(6) Autob., nn. 17-18. Que Ignacio encuadraba aún su conversión en un
esquema caballeresco y militante, lo indica la definición que. unos párrafos más
adelante da de sí mismo: el nuevo soldado de Cristo (n. 21).
394 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

6. Cuando Ignacio, por no ser conocido se retira a la apartada


Manresa, no lleva por bagaje espiritual más que la consumada decisión
de un cambio radical de vida, un propósito de expiación —que tal es
el carácter de sus asperezas, vigilias y extenuantes horas de oración—
y un gran ansia de luz que oriente su nueva vida. Va también a notar
algunas cosas en su libro, que llevaba él muy guardado, y con que iba
muy consolado (7). Es el Ignacio reflexivo y metódico por naturaleza.
Sus cualidades naturales cristalizan y adquieren nueva forma y expre-
sión: absoluta coherencia entre su pensamiento y su vida, una voluntad
de hierro y una singular capacidad de introspección y análisis.

7. Los primeros cuatro meses de los once que va a estar en Man-


resa son un desierto recorrido por un aire de fuego purificador de
su pasado. Penitencia, vigilias, exterior deliberadamente desaliñado y
repelente y, sobre todo, entrega a la oración. Esta maceración es vivida
espiritualmente con una igualdad grande de alegría, sin tener ningún
conocimiento de cosas interiores espirituales (8) Es la destrucción del
yo carnal y mundano de que hablará en los Ejercicios (9). Sigue un
segundo período de turbulencia interior en que entra en crisis la resis-
tencia de su cuerpo y de su espíritu. ¿Es sostenible aquella vida? ¿Vale
para algo, puesto que sigue la obsesión de sus pecados pasados y pre-
sentes? Es el período de los escrúpulos y de las tentaciones, incluso de
suicidio. Pero es también el comienzo de las grandes variedades en el
alma... que nunca antes había probado (10). Su capacidad de intros-
pección, de discernimiento, va a salvarle. Ya iba teniendo alguna expe-
riencia de la diversidad de espíritus con las lecciones que Dios le había
dado (11). La consolación y la desolación van alternando.

8. Comienza entonces la tercera fase de su estancia manresana.


Dios comienza a hacérsele presente con representaciones figurativas,
elementales, comportándose con él de la misma manera que trata un
maestro de escuela a un niño (12). Las ilustraciones versan sobre temas
que serán dominantes todo el resto de su vida: la creación del mundo,
la eucaristía, la humanidad de Cristo y, en forma de figuraciones muy
concretas, sobre la Trinidad. Han desaparecido las anteriores mencio-
nes de los Santos. En su labor Ignacio prorrumpe en un largo párrafo
sobre su mucha devoción a la Santísima Trinidad que va convirtién-
dose en un tema dominante de su vida espiritual, hasta el punto que no
podía dejar de hablar sino en la Santísima Trinidad; y esto con mu-
chas comparaciones, y muy diversas, y con mucho gozo y consola-
ción (13).

(7) Ibíd.
(8) Autob., n. 20.
(9) Ejerc. Esp., nn. 82-89.
(10) Autob., n. 21.
(11) Autob., n. 25.
(12) Autob., n. 27.
(13) Autob., n. 28.
PARTE 1.' / n.° 36 395

9. Ignacio ha superado la prueba de la penitencia y entra en la


tercera fase de su estancia en Manresa, caracterizada por una madurez
y serenidad mayores y una apertura apostólica. Después que empezó a
ser consolado de Dios, viendo el fruto que hacía en las almas tratán-
dolas, dejó aquellos extremos que antes tenía; ya se cortaba las uñas
y cabellos (14). Hasta ahora ha hecho cuanto estaba de su mano: la
entrega sin reservas, la purificación despiadada, la recepción espiritual-
mente discernida de las luces de Dios, la disponibilidad para la comu-
nicación y acción apostólica. Era, humanamente hablando, cuanto se
necesitaba para ponerlo a punto de recibir la señal definitiva: Y
no tardó.

10. Aquella "ilustración tan grande"

Fue en agosto o septiembre del 22, apenas 15 meses después de


su herida en Pamplona y a siete de su llegada a Manresa. En tan
breve tiempo ha recorrido un inmenso itinerario espiritual. Sale de
Manresa a visitar por devoción una iglesia apartada. El camino va al
borde de una alta escarpada a cuyos pies corre el Cardoner.
Y yendo así en sus devociones, se sentó así con la cara
hacia el río... y se le empezaron a abrir los ojos del enten-
dimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo
y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales co-
mo de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración
tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se
puede declarar los particulares que entendió, aunque fueron
muchos, sino que recibió una grande claridad en el enten-
dimiento; de manera que en todo el discurso de su vida,
hasta pasados sesenta y dos años coligiendo todas cuantas
ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabi-
do, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber
alcanzado tanto como de aquella vez sola. Y después que
esto duró un buen rato, se fue a hincar de rodillas a una
cruz que estaba allí cerca, a dar gracias a Dios (15).

11. La ponderación aquella ilustración tan grande es sumamente


significativa en Ignacio. Había sido para él como un Pentecostés que
daba por clausurado su pasado y encendía la luz de un porvenir dis-
tinto. Cuando dicta su autobiografía en 1555, el año anterior al de su
muerte, con una experiencia mística de la altura que nos revela su
Diario, aquella luz sigue brillando fulgurante en su recuerdo.

12. Tres son, a mi modo de ver, los ángulos bajo los que debe
considerarse aquella iluminación:

(14) Autob., n. 29.


(15) Autob., nn. 20-21.
396 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

1) La naturaleza de la gracia recibida. Tengamos presente que las


palabras empleadas por Ignacio no son casuales. Está al fin de su vida,
cuando se ha extremado en él el sentido de la exactitud, y cuando sus
vivencias místicas le han dotado de una experiencia sin paralelo (16).
Pues bien, después de la ponderación inicial ("aquella ilustración tan
grande"), Ignacio pone sumo empeño en una distinción: "no que viese,
sino entendiendo y conociendo". Es decir, hay un fundamental salto cua-
litativo respecto a las ilustraciones precedentes que eran sólo de tipo
imaginativo, apto solamente para manifestaciones rudimentarias. Aquí
se trata de "luces intelectuales, directamente infusas por Dios en su
inteligencia. En Manresa Ignacio entra por las vías de la más alta con-
templación infusa" (17). Ignacio exalta también un aspecto cuantitativo
diciendo que en aquella ocasión recibió más que en todo el resto de su
vida. Puede que esta valoración sea una hipérbole, aunque no eran las
hipérboles un defecto habitual en Ignacio. Pero aunque así fuera, el
hecho de haber caído en ella no carecería de significación.

13. 2) Contenido de la ilustración. Los términos usados por Ig-


nacio son muy exactos, pero también muy enérgicos. Polanco dice que
el Padre Ignacio no detalló a nadie el secreto de esta visión, dado lo
difícil que era para comunicar sus cosas. Pero sí les refirió el he-
cho (18). No podía por menos. La ilustración del Cardoner es el factor
espiritual más influyente de la vida de Ignacio hasta La Storta, y eso
le confiere una importancia transcendental en el período prefundacional
de agregación de los compañeros parisinos y en el proceso de decanta-
ción de las ideas germinales de la Compañía hasta 1538. Cuando Ignacio
se los iba ganando, uno a uno, ellos quedaron firmes en seguir al Padre
Ignacio y su modo de proceder (19). Sin entrar en detalles, como dice
Polanco, no hay duda de que Ignacio, en aquellos largos años de inti-
midad y confidencias, les ha puesto al corriente de lo acaecido junto al
Cardoner en las líneas generales de su significado.

14. Es fácil espigar en los volúmenes de Fontes Narrativi de


Monumenta hasta una docena de descripciones y referencias, veladas
o expresas, de la ilustración del Cardoner, con los calificativos más en-
1
comiásticos: 'insólitaf (20), 'extraordinaria' (21), 'eximia' (22). La

(16) "Tiene tanta memoria de las cosas, y aun de las palabras más impor-
tantes, que cuenta una cosa que pasó, diez, quince y más años, omnino como
pasó, que la pone delante de los ojos; y plática larga sobre cosas de importan-
cia la cuenta palabra por palabra". L . GONZÁLEZ DE CÁMARA, Memorial. 29 enero
1955, n. 99. F N , I , p. 586.
(17) J. DE GUIBERT, Op. cit., pp. 13-14.
(18) POLANCO, Vita Patris Ignatii (1574), n. 16. F N I I , p. 527.
(19) POLANCO, Informado de Instituto S. J. (1564), n. 9. F N I I , p. 309.
(20) POLANCO, De vita P. Ignatii et de Soc. Iesu initiis (1574), n. 16.
F N I I , p. 526.
a
(21) NADAL, 3. pl. de Coimbra (1561), n. 11. F N I I , 152.
(22) NADAL, Apología contra censuram (1577), n. 40. F N II, p. 66.
PARTE 1.» / n.° 36 397

importancia del acontecimiento se les graba más profundamente cada


vez que Ignacio, a preguntas de por qué manda esto o lo otro en las
Constituciones, responde indefectiblemente: a esto se responderá con un
negocio que pasó por mí en Manresa (23). Ellos aceptaron siempre esa
palabra de Ignacio, admitieron la fuerza del argumento y respetaron su
silencio. Pero todos, también, de palabra o por escrito, ven en la eximia
ilustración (como pronto se dio en llamarla), la piedra sillar del ca-
risma ignaciano, y de sus confidencias y observaciones sacan deduccio-
nes concordantes. Laínez, en su carta biográfica de San Ignacio en-
viada a Polanco, recién nombrado secretario, siete años antes de que
Ignacio dictase su autobiografía (24); Nadal en sus pláticas (25) o en
sus diálogos (26); Polanco en su Vida del fundador (27); todos, en
una palabra, sin apenas deformaciones o ampulosidades en esas prime-
ras fuentes, admiten el contenido trinitario de la visión del Cardoner,
la radicalidad del cambio que con ello se opera en Ignacio y la vir-
tualidad generativa de la Compañía.

15. Tomemos un testimonio de cada una de las dos líneas bio-


gráficas :
1) Laínez es parco en la descripción del contenido y claro en los
efectos: fue especialmente ayudado, informado e ilustrado interiormen-
te... comenzó a ver con otros ojos todas las cosas, y a discernir y probar
los espíritus buenos y malos, y a gustar de las cosas del Señor, y a
comunicarlas al próximo (28). Tres cosas fundamentales se nos dicen
aquí: la transformación que Ignacio experimenta en su espiritualidad,
el discernimiento como método y la apertura apostólica. En un docu-
mento tan temprano como éste (1547) Laínes no podía decirle más
a Polanco. Pero cuando éste, con plenitud de información escribe en
1574, libre ya de las trabas de la confidencialidad y la, reserva, es mu-
cho más explícito: Ignacio tuvo admirables ilustraciones acerca del mis-
terio de la Santísima Trinidad, de la creación del mundo y de otros
misterios de la fe (29). Tan grandes fueron estas ilustraciones que con
ser hombre simple y no saber sino leer y escribir en romance, se puso
a escribir de ella un libro (30).

16. 2) Nadal, confidente de la madurez de Ignacio, el hombre


que rindió la resistencia del fundador a dictar su autobiografía, el que,
a decir de Polanco, tiene entendido su espíritu y penetrado cuanto otro

( 2 3 ) NADAL, Diálogi pro Societate ( 1 5 6 3 ) , n. 8 . F N I I , p. 2 4 0 . Cfr. tam-


bién 1.» pl. de Colonia, 3 . de Coimbra, 2 . de Alcalá, etc. Q 7 N I I , pp. 4 0 6 ,
A A

152-193).
(24) LAÍNEZ, Carta a Polanco ( 1 5 4 7 ) , n. 1 2 . F N I , p. 8 2 .
(25) N A D A L , Cfr., nota 2 3 .
(26) N A D A L , ibíd.
(27) POLANCO, Cfr., nota 2 0 .
(28) LAÍNEZ, Carta a Polanco n. 1 0 , F N I , p. 8 0 .
(29) POLANCO, Cfr., nota 2 0 .
(30) LAÍNEZ, Cfr., nota 2 4 .
398 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que yo sepa el Instituto della (31), el que por toda Europa explicaba
la génesis de la Compañía sobre el modelo de la vida espiritual de
Ignacio, ha dejado en sus pláticas y escritos imprescindibles ampliacio-
nes sobre el contenido de la 'eximia ilustración': se le abrieron los ojos
intelectuales con tanta abundancia e intensidad de luz, que entendió y
contempló los misterios de la fe... se le representó una nueva verdad
sobre todas las cosas, una inteligencia elevadísima (32), se le abrieron
los principios de todas las cosas (33). En los Diálogos es más explícito:
Entonces Dios empezó a enseñarle como hace un maestro con un niño.
Allí aumentaron sus ilustraciones del entendimiento, creció su facilidad
para la oración y contemplación, le fue infundida una superior inteli-
gencia de las cosas espirituales y celestiales. Allí recibió un insigne co-
nocimiento Cpraeclaram cognitionem') de las personas de la Trinidad,
y de la esencia divina. Más aún, recibió no sólo una clara inteligencia,
sino visión interna del modo como Dios creó el mundo, del modo como
el Verbo se hizo carne... (34). Nadal es un testigo serio, probo, que ha
tenido acceso durante largos años a las confidencias de Ignacio. Su
testimonio es indudablemente una pista de gran valor.

17. En definitiva, y tomando la ilustración del Cardoner como el


climax excepcional de un ciclo de ilustraciones que, en realidad, ha-
bía comenzado y progresado en las semanas precedentes, el contenido
puede definirse más o menos así: una iluminación intelectual infusa
sobre la esencia divina y la trinidad de personas en modo genérico y,
más concretamente, sobre dos operaciones ad extra: la creación y la
encarnación. Ignacio es introducido a la intimidad trinitaria y se ve
a sí mismo como espectador iluminado de la creación y encarnación en
un encuadre trinitario. "El descenso de las creaturas de Dios y su ne-
cesario reascenso y reintegración en su fin último, Dios mismo, consti-
tuye una de las experencias más vivas de la gran iluminación" (35).
Ignacio, sin saberlo, se sitúa en una línea teológica eminentemente pau-
lina. Este contexto trinitario será claramente perceptible en los ejerci-
cios. No sólo en la presentación que Ignacio hace del misterio de la
encarnación, sino en el mismo Principio y Fundamento que escribiera
más tarde, a juzgar por los elementos filosóficos que contiene y que
exceden la preparación del peregrino en Manresa.

18. 3) Significado y consecuencias de la ilustración. Manresa


fue para Ignacio lo que Damasco para San Pablo, o la zarza ardiente
para Moisés. Una misteriosa teofanía que inaugura y compendia su
misión. El llamamiento a emprender un camino oscuro que se irá
abriendo ante él a medida que lo vaya recorriendo (36). Por de pronto,

(31) POLANCO, Mon. Ign., Epp. V., p. 109.


(32) NADAL, Diálogos, n. 8 . F N I I , 2 3 9 .
a
(33) NADAL, 1. pl. de Colonia, n. 8 . F N I I , p. 4 0 6 .
(34) Cfr., nota 3 2 .
(35) LETURIA, Génesis de los Ejercicios. A H S I , 1 9 4 1 , p. 3 2 .
(36) NADAL, Diálogos, n. 1 7 . F N I I , p. 2 5 2 .
PARTE 1.» / n.» 36 399

Ignacio sale transformado. Apostillando al margen la Autobiografía de


Cámara, Laínez escribe: " Y esto fue en tanta manera de quedar con el
entendimiento ilustrado, que le parescía como si fuese otro hombre y
tuviese otro intelecto que tenía antes" (37).

19. La transformación de Ignacio es patente. Lo menos impor-


tante es que se ponga presentable y se haga sociable, mitigue sus aspere-
zas, y adquiera un ritmo de vida más ordenado y humano. Es princi-
palmente su talante interior el que cambia: su espiritualidad, hasta
entonces individualista e interiorizante, se orienta en una dirección in-
versa, progresivamente grupal y apostólica. Su peregrinación a Je-
rusalén pierde su motivación penitencial y se convierte en un encuentro
con Cristo en los lugares en que vivió y murió, y en los que Ignacio
deseará quedarse para continuar su obra.

20. La mayor transformación, con todo, es la que confiere a


Ignacio el haber conseguido el método para todo ulterior progreso, su-
prema lección con que el Señor, que le había ido guiando como a un
niño, culmina la etapa manresana de su pedagogía. Digámoslo con pa-
labras de Nadal: Allí consiguió la discreción de espíritus (38). Polan-
co, que sigue la línea testimonial de Laínez, lo dice también: aquella luz
(recibida en el Cardoner) se refirió concretamente ("ira particulari) a la
distinción entre los buenos y malos espíritus" (39). Esta ciencia es —y
va a serle en el futuro, a él y a la Compañía— tanto más necesaria
cuanto que su vocación apostólica es percibida aún sumamente indeter-
minada y necesitará poder echar mano constantemente de un método
de clarificación. Años más tarde, Nadal dirá que la gracia del Instituto
de la Compañía es que se entregue al apostolado, sed indefinite (40).

21. La maestría adquirida en el discernimiento -de espíritus da a


Ignacio una bienhechora sensación de seguridad. Sabe desechar las
consolaciones espirituales cuando le vienen en las escasas horas desti-
nadas al sueño (41), y se libera de la enfermiza necesidad de confesores
y guías espirituales provocada por sus turbaciones interiores y sus
escrúpulos. Esa capacidad de reflexión para buscar y hallar lo que
más conduce a la cooperación con el plan divino de reconducción de
todo al Creador, es la gran conquista del Cardoner, es el punto en que
cristalizan las experiencias de Manresa y lo que, desde el punto de
vista de la Compañía, constituye la primera posibilidad de llegar a ser.

22. El giro copernicano que la estancia en Manresa y las ilus-


traciones del ciclo del Cardoner suponen para Ignacio —y a largo plazo

(37) LAÍNEZ, en nota marginal a Autob., n. 3 0 .


(38) NADAL, Cfr., nota 3 2 .
(39) POLANCO, De vita P. Ignatii, n. 1 6 . F N I I , 5 2 6 .
(40) NADAL, Orationis observationes, n. 1 4 5 . Epp. Nadal I V , p. 6 9 6 .
(41) Autob., n. 2 6 .
400 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

para el nacimiento y carisma de la Compañía— es visible sobre todo en


el sesgo que a partir de aquella ilustración toman los Ejercicios. Los
especialistas establecen, basados en testimonios irrefutables, que la ilus-
tración del Cardoner hay que situarla entre el final de la primera se-
mana y el comienzo de la segunda, y que tiene decisivo influjo en la
temática que en ésta se aborda y en el enfoque que recibe. Se trata
de lo que en los Ejercicios puede considerarse la articulación fundamen-
tal que es reflejo de la propia experiencia: Rey Temporal — Preámbulo
para considerar estados — Tres maneras de humildad. Si la Compañía
de Jesús no es otra cosa que una versión institucionalizada de los Ejer-
cicios —de esa parte de los Ejercicios muy específicamente— es en la
luz trinitaria de Manresa donde hay que reconocer el primer destello
que prenuncia su existencia. Nadal, en su plática de 1554 en Salaman-
ca, la más sobria de todas las suyas (42), nos pone ante los ojos la
relación estrecha que hay entre Cardoner-Ejercicios-Compañía: Aquí
le comunicó N. S. los Ejercicios, guiándole des ta manera para que todo
se emplease en el servicio suyo y salud de las almas, lo cual le mostró
con devoción spsecialmente en dos exercicios, scilicet, del Rey y de las
Banderas. Aquí entendió su fin y aquello a que todo se debía aplicar y
tener por escopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Com-
pañía (43). Años más tarde, en 1561, muerto ya Ignacio, Nadal repite
la misma idea en Alcalá con más profusión pero con no menor firmeza
en el punto esencial: Después de haberse exercitado en algún tiempo
en los punctos que llamamos de la 1." semana, el Señor lo llevó más
adelante, y comenzó a meditar en la vida de Cristo nuestro Señor y a
tener en ella devoción y deseo de imitarla; y luego, en ese mismo púne-
lo, tuvo deseo de ayudar al próximo (44). El que Ignacio a lo largo de
su vida invoque repetidamente el negocio que pasó por mí en Manresa
cuando se trata de concretar el modo de servir al prójimo en la Com-
pañía, es una confirmación del fuerte nexo existente entre las ilumina-
ciones recibidas —marcadamente trinitarias, como hemos visto—, la
conversión a la vida apostólica mediante los temas nucleares de los
Ejercicios, y el paso del apostolado individual inicial a su instituciona-
lización en la Compañía.

23. En esas meditaciones o ejercicios, efectivamente, el Rey eter-


nal llama a todos a "ir con El" para extender su reino "a todo el
mundo" y "así entrar en la gloria de mi Padre". ¿Y qué es esto sino
integrarse en el ritmo del descenso de las creaturas y su reintegración
en el fin último por Cristo, tal como lo ha entendido en "aquella ilustra-
ción tan grande"? Ignacio pasa con toda lógica del Verbo persona trini-
taria al Cristo histórico cuya tierra ansia visitar y al Cristo perenne que
actúa en el mundo hasta el fin de los tiempos. El encuadre trinitario de
la 'contemplación' de la encarnación se funda en esa perspectiva. Y el

(42) Cfr. F N I, p. 303.


(43) N A D A L , Pl. de Salamanca ( 1 5 5 4 ) , n. 6 . F N I, p. 3 0 7 .
(44) N A D A L , 2." pl. de Alcalá ( 1 5 6 1 ) , nn. 8 - 9 . F N II, p. 1 9 0 .
PARTE 1.» / n.° 36 401

que en un misterio tan gozoso como el nacimiento —segunda 'contem-


plación'— se acabe en un coloquio en que entra la cruz, obedece al mis-
mo razonamiento. No hay mejor comentario que esta frase de Nadal:
Nativitas Christi, egressus gratiae ad operationem: unde oratio Societa-
tis, ex qua extensio ad ministeria (45). Para Ignacio, Cristo es ante todo
el enviado del Padre cuya voluntad busca y desea realizar en una
indiferencia que incluye la cruz. Ignacio acepta la llamada implícita en
la iluminación y responderá con la oblación de mayor stima y momen-
to... sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza (46); y, en un
nuevo paso, en una manera de humildad perfecússima, aunque sólo sea
igual alabanza y gloria, la pobreza, la humillación, la cruz. Es la parti-
cipación en la 'kénosis' con que Cristo sale del Padre para reconducir
todas las cosas a El.

24. La antigua tradición de la praenotio Instituti tiene justifica-


ción en esta interpretación que otros han querido llevar mucho más le-
jos (47). Para encontrar en la ilustración del Cardoner el germen inicial
de la Compañía, basta apreciar la diferencia entre el Ignacio de antes
y de después de Manresa, la coherencia de cuanto allí empieza a ser
con cuanto —en una trayectoria rectísima—- seguirá siendo toda su
vida y precisamente en virtud de los misterios allí contemplados y de
la discreción allí adquirida. El pedir a Nuestra Señora —como nos acon-
seja en el coloquio de las Dos Banderas escrito en Manresa— que me
alcance de su Hijo y Señor ser recibido debajo de su bandera, ¿no es ya
un clarísimo anticipo de la súplica con que se acercará a La Storta:
que le quisiese poner con su Hijo? (48).

25. II. ENTRE EL CARDONER Y LA STORTA i 1522-1537)

En los años de maduración —entre el regreso de Jerusalén, 1524,


y su salida de París para Roma— Ignacio vive del Cardoner. No de
su mero recuerdo, entendámonos, sino de la actuación de sus princi-
pios. El vector apostólico de su espiritualidad se desarrolla rápidamen-
te y se convierte en determinante. Porque el apostolado requiere pre-
paración y ciencia, se sienta en los bancos para emprender unos estu-
dios tan largos y tan serios como pide su carácter (49). Porque el
apostolado no puede hacerse pleno si no lleva a la plenitud de la adhe-
sión a Cristo, se decide por el sacerdocio. Porque la imitación y segui-
miento de Cristo conlleva humildad, pobreza y cruz, su vida es humil-
de, pobre y entre los pobres, desafiando las fuerzas de este mundo.

(45) NADAL, Orationis observationes, n. 6 1 (cfr., nota 4 0 ) .


(46) Ejerc. Esp., n. 9 8 .
( 4 7 ) Cfr. ASTRAIN, Hist. de la C. de J. en la As. de Esp. I, p. 102;
CAL VERAS, La ilustración del Cardoner, en A H S I , 1 9 5 6 , p. 2 7 , etc.
(48) Autob., n. 9 6 .
(49) POLANCO, Sumario..., n. 3 3 . F N I , p. 1 6 9 .
402 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Porque el llamamiento del Rey con quien Ignacio quiere colaborar es


"al qual y cada uno" para "conquistar todo el mundo", se abre a la
comunidad apostólica como forma de plenitud de Isu vocación de
servicio.

26. Ignacio pasa por los conocidos avatares de Alcalá, Salaman-


ca y París, reuniendo y perdiendo amigos. Más bien aceptándolos al
principio; luego, buscándolos deliberadamente, incluso acosándolos te-
nazmente (50), unas veces con inmediato éxito, otras tras largo y azaroso
asedio, incluso después de haberlos dado por perdidos. Otras veces fra-
casa. ¿Qué pretende con este sistemático proselitismo, qué significa esa
urgencia por formar grupo? Sencillamente, comunicar sus deseos de vida
apostólica, siguiendo a Cristo en pobreza y humildad. Ellos quedaron
firmes en seguir al Padre Ignacio y su modo de proceder (51). Seguir
a Ignacio es también la frase que Fabro se aplica a sí mismo: Seguir
a Ignacio es reconocerlo como conductor en el seguimiento de Cristo.
Aceptar su modo de proceder es asimilar sus principios ideológicos y
operacionales. El modo de proceder de la Compañía no es otro que el
modo de proceder de Ignacio: A Ignacio tomó Dios por medio para
comunicar esta gracia, y quiso que fuera ministro desta vocación, y en
él nos ha puesto un vivo ejemplo de nuestro modo de proceder (52). La
génesis de la Compañía, según Nadal, es la reproducción corporativa del
proceso espiritual de Ignacio (53). Es lógico que su primer proyecto
concreto sea reproducir la peregrinación a Jerusalén: pero no con la
perspectiva penitencial del Ignacio premanresano, sino con la devoción
a la persona de Cristo y el objetivo apostólico que nacen en el Cardoner.

27. La maduración de Ignacio es fruto de la constante aplicación


de uno de los más fundamentales principios de su modo de proceder:
el discernimiento, practicado según el método que él mismo ha codi-
ficado en los Ejercicios, en Manresa, para conocer la voluntad divina.
Con el mismo método ayuda a los compañeros a que busquen y en-
cuentren su camino. El primero de todos, Fabro, da en breves líneas
una descripción casi pictórica del cuadro: Por providencia de Dios me
tocó darle clase, y así comencé a tratarle en lo exterior, y después tam-
bién interiormente. Teníamos vivienda y habitación común, y, asimismo,

(50) Fabro en su Memorial dice que "Coduri y Broét nondum erant capti".
FN I, p. 39.
(51) POLANCO, lnformatio de Instituto, n. 9. F N II, p. 309.
a
(52) NADAL, 2. pl. de Alcalá, n. 1. Es traducción del manuscrito italiano.
El ejemplar español varía: al cuál puso nuestro Señor como exemplo vivo más
proporcionado a nuestra baxeca e imperfection de nuestro modo de proceder.
F N I, pp. 179 y 178. Cfr. también NADAL, Commentarii de Instituto, p, 262,
n. 33: Esto es religión, gracia, Instituto y modo de proceder.
(53) Ibíd. y p. 287, n. 52a. En un largo párrafo Nadal explica este para-
lelismo llegando a decir aue la vida de Ignacio es la prima forma et gratia que
el Señor dio a la Compañía. Cfr. también F N I, p. 11, F N II, pp. 2, 5, 6, 43,
143, 165, 227, etc.
a
PARTE 1 . / n.° 36 403

mesa y bolsa. Era mi director en cosas de espíritu, proporcionándome


el modo de progresar en el conocimiento de la divina voluntad y de la
mía propia (54).

28. Los votos de Montmartre, 1534, señalan el primer compromi-


so moral del grupo a través de su oferta individual. Todo este episodio
de Montmartre está cuajado de elementos sorprendentes y aparente-
mente inmotivados, cuyo 'sensus plenior' sólo se revelará más tarde.
Porque, caigamos en la cuenta, se trata solamente de votos para el fu-
turo. El de pobreza no comenzará a obligarles sino una vez acabados
los estudios. No hacen voto de castidad (si no es que lo tuviesen
privadamente) y eso que ninguno es sacerdote excepto Fabro. No ha-
cen voto de obediencia: no hay más autoridad que la moral de Ignacio
que les ha comunicado su ideal y su modo de proceder. En cambio,
hacen un voto aparentemente extraño: peregrinar a Jerusalén y gastar
su vida fallí) en provecho de las almas. ¿Qué se les ha perdido en
Jerusalén? ¿De dónde les ha venido esa idea? La respuesta es clara:
es la experiencia ignaciana que se reproduce corporativamente en la
gestación de la Compañía. Y añaden otra cláusula no menos aparente-
mente extraña e inmotivada: si no pueden ir en el plazo de un año, o
no pueden quedarse allí, habrán de volver a Roma y presentarse al Vi-
cario de Cristo para que los emplease en lo que juzgase ser de más
gloria de Dios y utilidad de las almas (55). Es la llamada 'cláusula pa-
pal', cuya trascendencia va a ser defintiva. Pero podemos y debemos
preguntarnos por qué se ha introducido este elemento nuevo, el Vicario
de Cristo, como determinante de su servicio y seguimiento de Cristo,
que es una relación personal o, si se quiere, grupal, pero privada. Esto
tiene que haber pasado por las elecciones de Ignacio. Y no es difícil
percibir un reflejo de cuanto ha visto en el Cardoner: el Cristo místico
que es la Iglesia, confiada a un Vicario en quien reside la suprema
potestad y responsabilidad de enseñar, santificar y regir. A sus órde-
nes hay que militar. El pasado castrense de Ignacio le lleva a buscarse
un jefe. Sabe que no son los francotiradores los que ganan las grandes
batallas.

29. Podemos preguntarnos: entonces, Montmartre, ¿por qué y


para qué? Es cierto que, de momento, nada cambiaba en el grupo,
puesto que ninguno de los dos votos tenía aplicación inmediata. Pero
en la mente de Ignacio aquello era un paso transcendental: los segui-
mientos individuales de Cristo bajo la guía del propio Ignacio adquie-
ren una nueva dimensión grupal. Cada uno, como los otros y junto a los
otros, se vincula individualmente a Cristo y, en una hipótesis de sus-
titución, con el Vicario de Cristo. Ignacio ha servido de catalizador, de
provocador de aquella súbita cohesión. ¿Podemos imaginarnos la ebu-
llición de ideas y sentimientos, de mociones espirituales y razones en

(54) FABRO, Memorial, n. 8 , F N I, pp. 32-33.


(55) Autob., n. 8 5 .
404 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

pro y en contra que sin duda han precedido en Ignacio y en los demás
al nacimiento de aquella iniciativa, su preparación y su realización?
Era apostarse ya la vida a una sola baza. Y la motivación decisiva no
era otra que ésta: la decisión irrevocable de llevar a ejecución una vida
y estado elegidos en los Ejercicios. Las individualidades habían crista-
lizado en grupo al colectivizar su ideal apostólico como fin y. modo
de vida.

30. Los estudios. Conviene decir una palabra sobre los estudios
de Ignacio y su preparación intelectual. Nos es útil, no sólo •porque este
aspecto forma parte del desarrollo de su personalidad, sino porque ello
nos servirá para calibrar la fiabilidad de los testimonios sobre sí mis-
mo, especialmente en materia y vocabulario tan delicado como el que
llena las páginas de su Diario, y valorar la impostación que él da a la
preparación científica para un apostolado tal como lo concibe en la
Compañía.

31. Ignacio había comenzado sus estudios por servicio de nuestro


Señor (56), en frase de Laínez o, como dice el propio Ignacio en la auto-
biografía, por dos fines: poderse dar más cómodamente al espíritu y
aun aprovechar a los ánimos (57). Hay en esta frase un profundo sig-
nificado: el sacerdocio para Ignacio, en primer lugar, permite entre-
garse más "cómodamente", es decir, en condiciones de obtener mayor
fruto, adquiriendo una sólida base intelectual para su vida espiritual y
hacerse más íntimamente partícipe de la intimidad con el Cristo que
salva. En segundo lugar, para "aprovechar a las ánimas", porque no
podría, desde su perspectiva, hacerlo plenamente sino desde el sacerdo-
cio, al igual que los apóstoles.

32. Ignacio, que en Manresa era un hombre simple, sin otras le-
tras que leer y escribir en romance (58), ha discernido con sorprendente
claridad la necesidad de los estudios. Esta decisión está tomada en el
conjunto del discernimiento de Manresa: Aquí (en Manresa) le co-
municó N. S. los exercicios, guiándóle desta manera para que todo se
emplease en el servicio suyo y salud de las almas, lo cual lo mostró con
devoción especialmente en dos ejercicios, scilicet, del Rey y de las Ban-
deras. Aquí entendió su fin y aquello a que todo se debía aplicar y tener
por scopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía.
Y pensando que para este fin le convenía estudiar, lo hizo en España y
después en París... (59). Es característico de su temperamento el que, a
pesar de su edad, pretenda hacer sus estudios con toda seriedad, a fondo,
no sólo sin quemar etapas, sino recomenzando cuando advierte que está

(56) LAÍNEZ, Carta a Polanco, n. 2 2 , F N I, p. 9 2 .


(57) Autob., n. 5 4 .
(58) LAÍNEZ, Carta a Polanco, n. 1 2 . F N I , p. 8 2 , reflejado también, natu-
ralmente, en POLANCO, Sumario..., n. 2 1 , F N I, p. 1 6 2 .
(59) NADAL, Pl. de Salamanca, n. 6, F N I, p. 3 0 7 .
PARTE 1.» / n.° 36 405

yendo demasiado aprisa con mengua de la calidad. Diez años van a


durar esos estudios, tiempo de la distracción en que le alentaba lo que
había tenido en Manresa, que él solía magnificar y llamar su primitiva
iglesia (60). Hay de este tiempo datos que demuestran hasta qué punto
se le habían hecho consustanciales el discernimiento y la caritas discre-
ta aprendidos junto al Cardoner: Quando estudiaba, en los officios (lo
qual hacía poniendo en ello todo estudio, con oyr missa y poca ora-
ción), porque le deleitaban, los dejó (61).

33. Ignacio no es un teólogo profesional, y eso habrá de tenerse


en cuenta al leer su diario en que de ninguna manera pretende dar una
iluminación doctrinal del misterio trinitario. Pero hizo sus estudios teo-
lógicos. Y, a pesar de su edad, de su pobreza, de sus actividades apostó-
licas, del acoso de las incomprensiones, los hizo bien, los avaló con uno
de los títulos más prestigiosos de su época: Maestro por la Universidad
de París. No es poco salir con el número 30 en una promoción de casi
un centenar de licenciados, si sabemos que el sensato Fabro y el bri-
llante Javier, tres años antes, habían sacado respectivamente el 24 y el
22. La teología que Ignacio estudió en París fue ya la Suma Teológica
que había desplazado los libros de las Sentencias de Pedro Lombardo.

34. Los tres años de estudios en España y los siete de París son
un período de decantación, en que la caritas discreta concede la priori-
dad a la formación sobre la actividad puramente espiritual o apostó-
lica. Su personalidad, fraguada en Manresa, no sufre alteración algu-
na, si no es la de progresar constantemente en la perfección de la propia
identidad. Se dedicó a la filosofía y teología con gran empeño y con
fruto eximio, nos dirá Nadal (62), que fue testigo de ello en las propias
aulas. Estudió tan bien sus facultades, que a nosotros nos maravillaba
cuando tratábamos delante de él alguna dificultad (63): Laínez, enten-
dido en la materia, califica de sorprendente el señorío y majestad con
que se expresaba en materias teólogas (64) y la gran cognición de las
cosas de Dios, gran afición a ellas, y más a las más abstractas, separa-
das de que daba muestras Ignacio (65). ¿Hay en estas palabras un
velado eco de la ciencia recibida preternaturalmente? Maestro en Artes
por la Universidad de París, bastaba a Ignacio, junto a su devoción per-
sonal, para mostrar tal dominio e inclinaciones. Pero, estando ya mar-
cado por la experiencia del Cardoner, revivida constantemente en el
recuerdo, el estudio de la teología representaba para él un privilegiado
campo de interés, y no dejó de dotarle del lenguaje y articulación inte-
lectual indispensables. Hablar de temas teológicos sin los avales acadé-

(60) LAÍNEZ, Carta a Polanco, n. 5 9 . F N I, 1 4 0 .


(61) RIBADENEIRA, Dichos y Hechos de N. P. Ignacio, n. 1 0 , F N I I , p. 4 7 4 .
p 474.
(62) NADAL, Diálogos, n. 1 7 . F N II, p. 2 5 2 .
(63) NADAL, 2." pl. de Alcalá, n. 1 5 , F N II, p. 1 9 8 .
(64) Ibíd.
(65) LAÍNEZ, Carta a Polanco, n. 5 6 , F N I, 1 3 6 .
406 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

micos y preparación correspondiente, le había traído en los primeros


tiempos no pocas dificultades.

35. La ordenación. En abril del 37 el Papa les faculta para recibir


el sacerdocio. Se ordenan en junio. Se imponen un trimestre de contem-
plación y penitencia para prepararse a la primera misa que todos, me-
nos Ignacio, celebran en septiembre. El seguirá aplazándola hasta año
y medio con la esperanza de poder celebrarla en Jerusalén para sellar
allí, con la reproducción del sacrificio, el encuentro de 14 años antes
en su primera peregrinación. Cuando esto se hace imposible, elige el
altar de una reliquia palestina en Roma, el del santo pesebre en Santa
María la Mayor. En todos estos hechos que son otros tantos pasos lógica
c inexorablemente conducentes a la fundación de la Compañía, hay
un armónico que nos es familiar: el rumor del Cardoner. Es como el
'bajo continuo' que subraya y da fondo a toda su vida puntuando con
rítmica cadencia y marcando el 'tempo', acentuando y dando estructura
a los pasos clave.

36. III. LA STORTA: ACEPTACIÓN Y


CONFIRMACIÓN (1537)

Este es el Ignacio que, ordenado ya sacerdote, pero sin celebrar


aún Misa, se encamina de Venecia a Roma a finales de octubre de
1537. Lleva consigo a dos miembros de ese grupo que en carta escrita
aquellos días llama nueve amigos míos en el Señor (66). Todos com-
parten el ideal y 'forma de vida' —quizá no pueda hablarse aún de ca-
risma— que les ha comunicado Ignacio. Es, ciertamente, su versión de
las cosas. Todos han reproducido en sí mismos la experiencia que llevó
a Ignacio a ser quien es. Por eso ahora son tan semejantes a él, y tan
estrecha la unidad del grupo. Los ejercicios han sido el instrumento del
cambio. Van a Roma sin mucha justificación, pues sólo han corrido
seis meses del año de espera a que se han obligado, y Venecia sería el
punto ideal para aprovechar la improbable posibilidad de realizar el
viaje. Pero, aparte la cláusula papal del voto, Roma —la Iglesia, el
Papa—, ejerce en ellos una creciente y misteriosa fascinación. Es un
elemento de la visión ignaciana que se desarrollará poderosamente en
la etapa que ahora comienza. Acabará incluso por redactar sin tardar
mucho unas realas para sentir con la Iglesia que serán incorporadas a
los Ejercicios. Ignacio va, sin ser consciente de ello, al encuentro con su
destino. La intuición de Manresa va a llegar a su plenitud y a su rea-
lización.

37. Baja por la via Casia, camino de Roma, con Fabro y Laínez,
siendo, como él mismo dice, muy especialmente visitado del Señor (67).

(66) Carta a Juan de Verdolav, Venecia, 24 julio 1537. M I Epp. XII,


p 321.
(67) Autob., n. 96.
a
PARTE 1 . / n.° 36 407

Con el fervor del reciente sacerdocio y la intensa preparación para ce-


lebrar por primera vez la Misa —él, que de la Misa había de hacer el
tiempo y lugar de sus más altas ilustraciones—, es una época de muchas
visiones espirituales, y muchas, casi ordinarias, consolaciones. Lo con-
trario de cuando estaba en París (68). Es la división en tres períodos
que aparece en todas las fuentes: pasado el paréntesis central —el
"tiempo de la distración"—, Manresa vuelve a despertarse en él con nue-
va fuerza: Cuando se preparaba para decir la (primera) misa, durante
todos aquellos viajes, tuvo grandes visitaciones sobrenaturales, de aqué-
llas que solía tener cuando estaba en Manresa. El testimonio es del
propio Ignacio (69) y no puede ser más explícito.

38. Había determinado invertir un año preparándose y rogando a


la Virgen que le quisiese poner con su Hijo (70). Y lo dice así, como si
fuesen sinónimos 'ser puesto con el Hijo' y 'quedar preparado'. Y, en
realidad, para Ignacio así era. La búsqueda de aceptación y confirma-
ción se le hace apremiante ahora que se siente núcleo de un grupo que
busca la embocadura definitiva de su camino espiritual, y se ve a sí
mismo a punto de consumar su sacerdocio subiendo al altar. Ignacio,
tan favorecido en estos días con especiales dones, suplica por ese 'ser
puesto con el Hijo' que para él constituirá un definitivo elemento de
discreción y discernimiento, la autentificación de que, tras la genérica
llamada del Cardoner, ha seguido un recto camino. Y, al mismo tiempo,
la luz para las jornadas que quedan por hacer. Si el Cardoner había
significado tanto un punto de llegada como un punto de partida, otro
tanto, y mucho más aún, puede decirse de lo que en la Storta va a
acontecer.

39. La Storta es un lugar, a 17 kilómetros de Roma, en que una


capillita hace horquilla entre la via consular por la que vienen y un
camino lateral. Ignacio, con Laínez y Fabro, entran en'ella.

y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma, y vio


tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su
Hijo, que no tendría ánimo par dudar de esto, sino que
Dios Padre le ponía con su Hijo (71).

Esta es la global información del hecho que Ignacio dará 18 años


más tarde.

40. Pero Laínez, que estuvo allí, y recibió sin duda inmediatas
y pormenorizadas confidencias, nos ha detallado el contenido, que no
puede ser más trascendental. E Ignacio admitió que todo lo que Laínez

(68) Autob., n. 95.


(69) Ibíd.
(70) Autob., n. 96.
(71) Ibíd.
408 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

decía era verdad (72). Lo que Laínez decía, y luego dejó escrito, es
esto: Ignacio era especialmente favorecido en aquel viaje por senti-
mientos espirituales, especialmente cuando comulgaba de mano de Fabro
o del propio Laínez. Tenía la sensación de que el Padre le imprimía en
el corazón estas palabras: Yo os seré propicio en Roma. En la ocasión
a que nos referimos le pareció

ver a Cristo con la cruz al hombro, y, junto a él, el Padre


que le decía: quiero que tomes a éste por servidor tuyo.
De modo que Jesús lo tomó diciendo: yo quiero que tú nos
sirvas. Por esta razón, cogiendo gran devoción & este san-
tísimo nombre, quiso que la congregación se llamase Com-
pañía de Jesús (73).

41. El significado profundo de esta ilustración es sumamente cla-


ro: las divinas personas le aceptan a su servicio. Es la confirmación
divina que Ignacio deseaba en aquel momento transcendental de su vida.
La genérica llamada del Cardoner le es ya expresa y formalmente reva-
lidada. De nuevo aquí la habitual impasibilidad de la prosa ignaciana
se enciende en inesperadas ponderaciones (lo mismo que ocurriera cuan-
do "aquella ilustración tan grande"): sintió tal mutación en su alma,
vio tan claramente. Tan claramente, podemos glosar nosotros, que siete
años más tarde, escribiendo en su Diario (23 de febrero de 1544) el
momento cumbre de la aceptación y confirmación trinitaria de su elec-
ción de pobreza absoluta para las casas de la Compañía, no puede por
menos de evocar la semejanza con la confirmación de su aceptación en
La Storta: Creciendo incremento, y pareciendo una confirmación, aun-
que no recibiese consolaciones sobre esto, y pareciéndome en alguna
manera ser obra de la Santísima Trinidad el mostrarse o sentirse de
Jesú, veniendo en memoria cuando el Padre me puso con su Hijo (74).
Un pasaje, notémoslo, enmarcado por él en un recuadro, como todos
los más importantes del Diario.

42. La persona que domina la escena es el Padre, no el Hijo. Es


el Padre el que lo acepta y lo entrega, lo mismo que es el Padre el que
le va prometiendo serles propicio en Roma. Ignacio, generador del
grupo apostólico, portador del virtual carisma de la Compañía —que
en aquel momento tiene asegurada su existencia— es recibido como
servidor de Jesús, y del Padre en Jesús. Ha alcanzado la gracia que
se pide en el coloquio del ejercicio de las Banderas: "ser recibido debajo
de su bandera" en suma pobreza y humildad —que eso es lo que sig-
nifica el que el Hijo se le aparezca no en su infancia, predicación o
resurrección, sino portando la cruz—. Hay también la misma línea ig-

(72) Ibíd.
(73) LAÍNEZ, Adhort. in examen ( 1 5 5 9 ) , n. 7 . F N II, p. 1 3 3 .
(74) Diario. 2 3 febrero 1 5 4 4 (BAC, n. 6 7 ) .
PARTE 1.» / n.° 36 409

nacían a de intercesores: por María al Hijo, por el Hijo al Padre. La


cristología que subyace en esas ilustraciones se sitúa en la más pura
línea paulina y joánica de reconducción de todo al Padre (75).

43. Con tales ilustraciones de las personas divinas, Ignacio es


conducido como de la mano hacia lo que será la Compañía. Nadie
ha sintetizado mejor que Nadal el significado de aquella etapa prefunda-
cional: Ignacio spiritum sequebatur, non praeibat. ¡taque deducebatur
quo nesciebat suaviter, nec enim de Ordinis institutione tune cogitabat;
et tomen pedetentim ad illum et viam muniebat et iter faciebat, quasi
sapienter imprudens, in simplicitate cordis sui in Christo. Toda la pre-
noción de la futura Compañía está atestiguada en esas líneas. "Ignacio
seguía al espíritu, no se le adelantaba. Y de ese modo era conducido
con suavidad adonde no sabía. El no pensaba por entonces en fundar
la Orden. Y, sin embargo, poco a poco, se le abría el camino y lo iba
recorriendo, sabiamente ignorante, puesto sencillamente su corazón en
Cristo (76).

44. La suerte de la Compañía quedaba echada en La Storta. Hu-


biera sido compatible incluso con el viaje a Jerusalén, aunque ello
habría supuesto todo un abanico de futuribles en que no es posible con-
jeturar nada. Pero la confirmación de La Storta va acompañada con la
connotación de que Roma se convierte en referencia privilegiada, y la
'cláusula papal' del voto de Montmartre, una alternativa hipotética, va
a fijarse en el centro de su destino. Faltan solamente seis meses para
que se cumpla el año de espera, y para que el voto de ir a Jerusalén
ceda su paso a la obligación de "presentarse al Vicario de Cristo, a fin
de que los emplease donde juzgase ser de más gloria de Dios y utilidad
de las almas" (77). Todo este vocabulario —'emplearse', 'Vicario de
Cristo', 'más gloria de Dios', 'ayuda de las almas'— es^ya plenamente
jesuítico. La especial vinculación con el Vicario de Cristo se va clari-
ficando. Si ya en el Cardoner los "sentimientos de los misterios divi-
nos" se extendieron también a los de la Iglesia (78), desde Montmartre,
y ahora en La Storta a las puertas de Roma, ve que el servicio a la
Iglesia pasa a través de la disponibilidad para con el Vicario de Cristo.

45. De las narraciones coetáneas que del suceso de La Storta


poseemos, hay que recoger aún dos cosas fundamentales.
1) La primera es la proyección grupal de la aceptación de Igna-
cio por el Hijo. En vida aún de San Ignacio, 1554, Nadal lo explicaba
así en su plática de Salamanca: Cuando se le apareció Cristo con la
cruz... y el Padre le dijo 'os seré propicio en Roma', daba a entender
magníficamente que Dios nos elegía a nosotros como compañeros de

(75) Cfr. Ef. 3, 18; Heb 7, 2 5 ; Jn 14, 6 ; etc.


(76) NADAL, Diálogos, n. 17, F N I I , p. 252.
(77) Autob., n. 85.
(78) NADAL, Pl. de Salamanca, a. 5, F N I , p. 307.
410 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Jesús (79). Nadal, en el manuscrito que poseemos, añadió de su mano


esas palabras que habían escapado al copista: 'Dios', 'a nosotros'. Era
la certeza inconmovible que el núcleo de los más autorizados coetáneos
del fundador tenían de que en La Storta había nacido la Compañía (80).

46. 2) El nombre de Jesús. Se habían puesto de acuerdo sobre


él en Vicenza, antes de partir por diversos rumbos hacia Roma. La pro-
puesta había partido de Ignacio, por iniciativa personal, pidiéndoselo a
los Compañeros con toda insistencia, antes de nada y de tener constitu-
ciones, que nuestra Compañía se llamase Compañía de Jesús. Y les gustó
a todos (81). Esta iniciativa de Ignacio tuvo también en La Storta plena
confirmación. Cuando Nadal acaba de narrar la aceptación de Ignacio
por el Hijo, continúa: De este principio, Cristo Jesús, se sigue el que
nuestra Compañía se llame Compañía de Jesús (82). Este nombre era
tan importante para Ignacio que, según él, sólo Dios puede cambiar-
lo (83). Polanco, como no podía ser menos, deja constancia de la
inquebrantable voluntad de Ignacio en este punto: En esto del nombre
tuvo tantas visitaciones... que le oí decir al mismo que pensaría ir con-
tra Dios y ofenderle si dudase que este nombre convenía... y que si
todos los de la Compañía juzgasen... que se debía mudar, que él solo
nunca vendría en ello. Y pues está en Constituciones que uno dissentien-
te no se haga nada, que en sus días nunca se mudaría este nombre. Y
esta seguridad tan inmovible suele tener él Padre Maestro Ignacio en
las cosas que tiene por vía superior a la humana, y ansí en las tales no
se rinde a razones ningunas (84).

47. Aceptación de la oblación de Ignacio y conformación del ser


de la Compañía son sólo dos aspectos de la misma cosa. No puede con-
cebirse el uno sin el otro. La presencia de las divinas personas preside a
los dos. Sintetizando, podemos decir que de La Storta salen afirmados
los siguientes puntos:
— La seguridad espiritual y psicológica de Ignacio: ha sido acep-
tado, y su intuición del Cardoner ha llegado a su madurez. No
falta sino la realización.
— La institucionalización del grupo con que se presenta es acepta-
da como parte del plan.
— El nombre 'Compañía de Jesús'.
— El servicio en humildad y con la cruz.
— La vinculación eclesial en la persona del 'Vicario de Cristo'
como dador de misión.

(79) Ibíd.
(80) Cfr. NADAL, Pláticas en el Colegio Romano ( 1 5 5 7 ) , n. 2 4 , F N II, p. 1 0 .
(81) Ibíd.
(82) Ibíd. Cfr. también Annot. in examen, Epp. IV, p. 6 5 0 .
(83) NADAL, Pl. de Salamanca, n. 17, F N , p. 3 1 4 .
(84) POLANCO, Sumario..., n. 8 6 , F N I, p. 2 0 4 .
PARTE 1.» / n.° 36 411

48. El vertiginoso ritmo que adquieren los acontecimientos a par-


tir de La Storta indica el avanzado grado de maduración del proyecto
común y la fuerza del impulso que allí han recibido. Un año después,
en noviembre del 38, cumplen el voto de Montmartre —que no es un
voto de obediencia, sino de disponibilidad— y se ofrecen al Papa. La
inminencia de una dispersión inevitable provoca la cuestión defini-
tiva: hacer compatible la vinculación personal que cada uno de ellos
tiene con el Romano Pontífice, con la vinculación afectiva y de ideales
que se tienen entre sí (85). La solución unánime es reducirse a un
cuerpo, institucionalizar su Compañía de Jesús. Siguen las 'Delibera-
ciones' y "Determinaciones'. Nada de extraño que la primera sea ésta:
"Quien quiera entrar en la Compañía deberá hacer voto expreso de
obediencia al Sumo Pontífice" (86). La obediencia al Papa es la puer-
ta para entrar en la Compañía.

49. Si me he detenido en este análisis y he acudido tan frecuente-


mente a las fuentes, es porque he estimado necesario completar e ilumi-
nar la discretísima información que nos da Ignacio —limitándose ge-
neralmente a enunciar el hecho sin entrar en su contenido-— con las
noticias de apodíctica autoridad referidas por sus inmediatos colabora-
dores. La Compañía de Jesús ha sido bendecida por Dios con una inigua-
lada documentación sobre sus orígenes, que hoy está íntegramente pu-
blicada. Del estudio de estas fuentes brota la profunda convicción de
que la llamada de Ignacio en el Cardoner y la confirmación en La Storta
tuvieron lugar en el seno de elevadísimas comunicaciones de las Divinas
Personas a nuestro fundador.

50. Parece como si Ignacio no hubiera podido contentarse con


menos. Tal es su tendencia a llegar al final de las cosas. El antiguo gen-
tilhombre en la corte o capitán en la guerra aborreció siempre la media-
nía y el compromiso, aspiró a la dama más alta, quiso competir con los
santos; más tarde porfió por no quedarse a medio camino en los pleitos.
Nuestro Padre Ignacio era de gran natural, de gran ánimo, y, ayudado
esto con la gracia de Nuestro Señor, siempre se esforzó a abrazar cosas
grandes (87). Será el hombre del magis, de la mayor gloria divina.
Afrontado a la Trinidad, el misterio fontal de la esencia divina, Ignacio
sublima sus ambiciones y acepta su misara, el misterio de la pequenez e
indignidad propias llamadas a colaborar en la acción divina. Es aquel
sentimiento de la época del Cardoner: considerar sus atributos compa-
rándolos con sus contrarios en mí: su sapiencia a mi ignorancia, su om-
nipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi
malicia (88). Ahora, admitido a la intimidad trinitaria y confirmada su

( 8 5 ) Cfr. Mon. Const. I , p. 3 .


( 8 6 ) Determinatíones Societatis, n. t. Mon. Const. I , p. 1 0 .
a
( 8 7 ) NADAL, 3. pl. de Alcalá, n. 6 0 en Comm. de Inst., p. 2 9 6 . Cfr. tam-
bién Apología contra censuram, n. 3 0 , F N I I , p. 6 3 .
( 8 8 ) Ejerc. Esp., n. 5 9 .
412 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

vocación de servicio, redimensiona y purifica las limitaciones de su coo-


peración mirando... cómo la mi medida potencia desciende de la suma
y infinita de arriba (89) o, como dice en el Diario, mediendo mi mesura
con la sapiencia y la grandeza divina (90).

51. IV. LA CUMBRE TRINITARIA: EL DIARIO


(FEBRERO 1544 - FEBRERO 1545)

Cuanto hemos dicho sobre la matriz trinitaria de la vocación de


Ignacio en el Cardoner y su confirmación y aceptación en La Storta,
afecta al carisma ignaciano en su nivel más elevado de 'imagen ejem-
plar' en que sólo los elementos esenciales están presentes, y pendientes
de ulterior determinación y complementos. Tales elementos esenciales
son: el servicio divino siguiendo a Cristo en pobreza y cruz, por amor,
sin condiciones ni limitaciones, como compañeros de Jesús, en estrecha
vinculación con el Vicario de Cristo.

52. A un año de La Storta, en noviembre del 38 se presentan al


Papa, y el proceso fundacional entra en su fase decisiva. Lo que pasa
por la mente de Ignacio nos lo dice él mismo en una carta de esos días:
no se atreven a aceptar nuevos compañeros para no ser acusados de
institucionalizarse antes de la aprobación pontificia. La unión va pro-
gresando: Así agora, y si no somos juntos en el modo de proceder,
todos somos juntos en ánimo para concertarnos para adelante (91).
No hay unanimidad. Siguen las Deliberaciones y las Determinaciones en
la primavera del 39, y en el verano queda preparado el borrador de la
primera Fórmula que el Papa aprueba oralmente el 3 de septiembre. Un
año tardaría en darse el documento pontificio. Es el primer desarrollo
orgánico del carisma de la Compañía, 1540. En abril siguiente, Ignacio
es elegido General y se hacen las profesiones. Ignacio comienza a tra-
bajar en las Constituciones. La primera redacción estaba ultimada en
1545. El Diario, del que nos ocuparemos seguidamente, corresponde pre-
cisamente a esas fechas finales: de febrero del 44 al mismo mes del 45.

53. El Diario demuestra hasta qué punto el proceso de convertir


las intuiciones originarias del Cardoner y La Storta en principios ins-
titucionales —que no son otra cosa que las Constituciones—• lo hace
también a la luz trinitaria. Sin este excepcional documento, jamás hu-
biéramos adivinado lo que había debajo de aquella modesta frase de
su autobiografía: Toda su vida le ha quedado esta impresión de sentir
grande devoción haciendo oración a la Santísima Trinidad (92). Cierto

(89) Ibíd., n. 237.


(90) Diario, 18 febrero 1544 (BAC, n. 50).
(91) Carta a Isabel Roser, Roma, 19 de diciembre de 1538, n. 8, F N I,
p 13.
(92) Autob., n. 28.
PARTE 1.» / ti." 36 413

que González de Cámara acaba el manuscrito de la autobiografía ano-


tando ya observaciones propias y no palabras de Ignacio: El modo que
el Padre guardaba cuando hacía las Constituciones era decir misa cada
día y representar el punto que trataba a Dios y hacer oración sobre
aquello (93). Cuando hacía las Constituciones las tenía también (visio-
nes) con mucha frecuencia (...) Y así me mostró un fajo muy grande de
escritos, de los cuales me leyó una parte. Lo más eran visiones que él
veía en confirmación de alguna de las Constituciones, y viendo unas
veces a Dios Padre, otras las tres personas de la Trinidad, otras a la
Virgen que intercedía, otras que confirmaba (94). Pero, ¿quién hubiera
podido suponer por frase tan genérica que Ignacio había sido "con-
ducido por Dios por las vías de la contemplación infusa en el mismo
grado, si no de la misma manera, que un San Francisco de Asís o un
San Juan de la Cruz?" (95). ¿Y que éste era el 'medio' en que Ignacio,
al menos en el punto concreto que conocemos, hace su elección, analiza
las mociones que la avalan, la ofrece y la agradece?

54. Lo que nos queda del Diario (25 folios, de los que el primer
cuadernillo de 14 corresponde a lois cuarenta días que deliberó sobre
la pobreza) es, sin duda, una mínima parte de aquel fajo muy grande
de escritos de los cuales me leyó una parte que enseñó a Cámara. Yo
deseaba ver todos aquellos papeles de las Constituciones y le rogué me
los dejase un poco; pero él no quiso (96). Son las palabras finales del
epílogo de Cámara a la Autobiografía. Ni siquiera un poco. Un senti-
miento de pudor y de humildad, de fidelidad al Señor que le había admi-
tido a sus confidencias y, posiblemente también, un caballeresco senti-
miento de lealtad para la libertad de quienes habían de ver y aprobar
su trabajo, aun careciendo de tan altos elementos de elección como él
tenía, le hicieron reservarse para sí las luces con que procedía.

55. El Diario son notas escritas exclusivamente para sí mismo con


la espontaneidad y absoluta falta de inhibición, incluso literaria, de
quien está seguro que no ha de ser violado por ojos ajenos. En él
vemos sin velo alguno el interior del alma de Ignacio: su espiritualidad
trinitaria y eucarística, los supremos niveles del conocimiento y amor
infusos en que se movía, su fidelidad al método de elecciones y discre-
ción de espíritus de los Ejercicios, la coherencia absoluta entre su espi-
ritualidad ascética y su mística, la vinculación del modelo trinitario y
algunos elementos de su carisma y, también, el reflejo de no pocos ras-
gos de su psicología y personalidad humana.

56. Quien toma en sus manos por primera vez el Diario no puede
reprimir dos observaciones: una es el rigor del análisis a que Ignacio
se somete a sí mismo, no desmintiendo una dote fundamental de su

(93) Ibíd., n. 101.


(94) Ibíd., n. 100.
(95) J. D E GUIBERT, Op. ext., p. 27.
(96) Autob., nn. 100, 101.
414 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

carácter. Aquel pararse a pensar, razonando consigo que apunta ya en


sus lecturas de convaleciente (97), que en los Ejercicios aflora no me-
nos de trece veces en una frase gramaticalmente incorrecta, pero suma-
mente expresiva, reflectir en mí mismo (98), llega en el Diario a la per-
fección de una obra maestra de introspección. La segunda observación
es el afán de exactitud al consignar el tipo, la duración, la cantidad, la
intensidad de la gracia recibida. A ese deseo de aquilatar se deben los
'pentimenti' que refinan una y otra vez el texto. "El estudio de las ta-
chaduras, que tienen su lenguaje, que nos descubren en las frases aña-
didas al margen, en las palabras iniciadas y no acabadas, Jos diversos
momentos de la composición y las reacciones que iban produciendo en
su espíritu las diversas mociones" (99). Ignacio enmarca en un recuadro
los pasos más importantes, añade misteriosas llamadas margínales. Y,
por si fuera poco, copia en tres folios aparte (uno de los cuales aún
se conserva en Madrid) esos párrafos selectos, referentes todos a la
Trinidad o a Jesucristo como mediador ante la Trinidad.

57. Es conocido el problema concreto de las Constituciones sobre


el que ha versado la elección en los cuarenta días más importantes del
Diario. Y ello, en mi opinión, explica por qué esos folios se han sal-
vado de la destrucción del resto de aquel "fajo muy grande de escritos".
No se trataba de un problema de secundaria importancia, como a veces
se ha sugerido para ponderar la magnitud e intensidad de las gracias
que habría podido recibir al presentar a la Trinidad puntos más im-
portantes. Para Ignacio, pocos temas eran más importantes o más ne-
cesitados de un aval tan elevado antes de lanzarse a la decisión a que
le impelía su corazón. Tres años antes, en las deliberaciones de 1541
(las 'Constituciones de 1541'), los seis compañeros que habían quedado
en Roma con plenos poderes habían decidido que la pobreza de las
casas profesas fuese absoluta, sin posibilidad de tener rentas. Pero las
habían admitido para el sostenimiento de las iglesias anejas a tales ca-
sas: La sacrestía puede haber renta para todas las cosas de menester, de
aquellas que non serán para los profesos (100). A Ignacio esto, en el
momento de redactar las Constituciones, le parecía marcar distancias
con el Cristo absolutamente pobre que él quería seguir, y renunciar a la
oblación de mayor estima y momento de imitaros en pasar toda pobreza,
así actual como espiritual (101).

58. Ignacio se debate entre su lealtad a Cristo pobre, a quien


quiere seguir en la línea del magis y el respeto a la decisión de los
compañeros. ¿Cómo prohibir que las Iglesias tuviesen renta, imponien-
do con ello a la Compañía una pobreza que excedía incluso a la de

(97) Ibíd., n. 7.
(98) Ejerc. Esp., nn. 106-108, 114, 116.
(99) I. IPARRAGUIRRE, Intr. al Diario Espiritual. B A C , p. 338.
(100) Constitutiones anni 1541. Mon. Const. I, p. 35.
(101) Ejerc. Esp., n. 98.
a
PARTE 1 . / n.° 36 415

las órdenes contemplativas más estrechas y rigurosas? (Hasta Teresa de


Jesús las admitirá en parte para sus conventos reformados). Ignacio sen-
tía que ahí se jugaba uno de los pilares fundamentales en que se basa
la libertad apostólica de la Compañía y su grado de seguimiento de Cris-
to. Podía haber problemas más importantes, pero por ser menos deba-
tidos no necesitaban tan alta confirmación como éste. Este era crucial.
Por eso, y no sólo porque eran el memorándum de las gracias recibidas
—que sin duda abundarían también en el resto del 'fajo muy gran-
de'— Ignacio indultó esas páginas de la destrucción a que sometió las
demás: porque, llegado el caso —pues nunca pensó en negarse al diá-
logo a que los demás tenían derecho antes de aprobar las Constitucio-
nes que él iba escribiendo—, él podría argüir de la seriedad del proceso
y de la altísima confirmación divina que le habían llevado a semejante
rectificación.

59. Lo que nos interesa directamente, aquí y ahora, no es el estu-


dio global de la mística ignaciana que en el Diario encuentra su más
convincente documentación, sino el hecho de la confirmación trinitaria
dada a Ignacio sobre un punto concreto que él estima esencial en su
carisma y quiere convertir en 'modo de proceder' constitucional de la
Compañía. Pero no podríamos valorar esa confirmación trinitaria sin
asomarnos, siquiera sea para una panorámica del conjunto, al mundo
espiritual interior de Ignacio. Una autorizada síntesis del ritmo as-
censional del Diario, entre las varias sistematizaciones propuestas, po-
dría ser ésta (102):

— De las personas divinas, contempladas separadamente, a la uni-


dad de su circuminsesión (2-21 febrero).
— De Jesús hombre, que ha pasado a ser el centro de sus expe-
riencias e intimidad, a Jesús Dios (21-28 febrero).
— De la segunda persona a la plenitud unificadora de la esencia
divina en sí misma. Es el descubrimiento decisivo de la unidad
transcendente (29 febrero - 6 marzo).
— El agradecimiento en amoroso acatamiento y reverencia.

60. He aquí un brevísimo muestrario de frases especialmente re-


veladoras de las comunicaciones trinitarias en torno a la elección de
una total pobreza:
— Las inteligencias eran circa el operar de las personas divinas y
del producir dellas, más sentiendo o viendo que entendiendo (21
de febrero). El contenido de esta ilustración es la procedencia
del Espíritu Santo bajo el aspecto formal de la operación del
Padre y el Hijo (103).

(102) A. HAAS, Cfr. Iparraguirre, en B A C , p. 3 3 1 , nota 2 4 .


(103) Diario. 1 9 febrero 1 5 4 4 (BAC, n. 5 4 ) .
416 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

— El mismo día, 21 de febrero: sentiendo inteligencias espiritua-


les, a tanto que me parecía así entender, que casi no había más
que saber de esta materia de la Santísima Trinidad. (...) Co-
nocía o sentía, Dominus scit, que en hablar al Padre, en ver
que era una persona de la Santísima Trinidad, me afectaba a
amar a toda ella, cuánto más que las otras personas eran en ella
esencialmente. Otro tanto sentía en la oración del Hijo. Otro
tanto en la del Espíritu Santo, gozándome de cualquiera en sen-
tir consolaciones, tribuyendo y alegrándome en ser de todas
tres (104). Ignacio vuelve a hablar aquí de la cirduminsesión.
La determinación esencialmente indica que por la unidad de
esencia, en cada una de las tres personas divinas están las
otras dos. Esta ilustración ha sido tan extraordinaria que el
relato, habitualmente de una objetividad casi de inventario,
deja paso a una exclamación admirative con crescido afecto (105)
y una aplicación 'de la su misura' frente a la dignación divina:
En soltar este nudo (el haber sido tan ilustrado acerca de la esen-
cia del misterio) o cosa símile, me parecía tanto, que conmigo
no acababa de decir, hablando de mí: Quién eres tú, de dónde,
etc. Qué merecías, o de dónde esto, etc.
— Dos días después Creciendo incremento, y pareciendo una
confirmación, aunque no recibiese consolaciones sobre esto, y
pareciéndome en alguna manera ser de la Santísima Trinidad
el mostrarse o el sentirse de Jesú, veniendo en memoria cuando
el Padre me puso con el Hijo (106). Ignacio recuerda aquí a
Jesús cargado con la cruz, a quien fue dado como servidor por
el Padre. Después, las veces que en el día me acordaba o me
venía en memoria de Jesú, un cierto sentir o ver con el enten-
dimiento en continua devoción y confirmación.
— Un sentir, o más propiamente ver, fuera de las fuerzas natura-
les, a la Santísima Trinidad y a Jesú, asimismo representán-
dome, o poniéndome, o seyendo medio junto la Santísima Tri-
nidad, para que aquella visión intelectual se me comunicase; y
con este sentir y ver, un cubrirme de lágrimas y de amor más
terminándose a Jesú; y a la Santísima Trinidad un respecto de
acatamiento allegado a amor reverencial (107).

61. Todo esto sitúa la deliberación de Ignacio a alturas verdade-


ramente sublimes. Pero, ¿cuál es, en concreto, el motivo que le impele a
plantearse el imponer una pobreza tan singular en la Compañía? Nos
lo dirá en la primera fase de su deliberación, cuando, siguiendo el mé-
todo que él mismo ha dado en los Ejercicios, se pone a discurrir y en-
trar por las elecciones, y determinando, y sacando las razones que tenía

(104) Diario. 21 febrero 1544 (BAC, n. 63)


(105) Ejerc. Esp., n. 60.
(106) Diario. 23 febrero 1544 (BAC, n. 67).
(107) Diario. 27 febrero 1544 (BAC, n. 83).
PARTE 1.» / n.° 36 417

escritas (el autógrafo de la Deliberación sobre la Pobreza que posee-


mos) (108) para discurrir por ellas, haciendo oración a nuestra Señora,
después al Hijo y al Padre para que me diese su espíritu para discurrir
y discernir (tercero y segundo tiempo de los Ejercicios) (...) me senté
mirando casi in genere el tener tener todo, en parte, y no nada (109)
y se me iba la gana de ver ningunas razones, en esto veniéndome otras
inteligencias, es a saber, cómo el Hijo primero invió en pobreza a pre-
dicar a los apóstoles, y después el Espíritu Santo, dando su espíritu y
lenguas los confirmó, y así el Padre y el Hijo, inviando al Espíritu San-
to, todas tres personas confirmaron la tal misión (110).

62. Esta es la clave. En esas inteligencias Ignacio ve que la Santí-


sima Trinidad ha confirmado una pobreza apostólica que es absoluta
y no cree que la Compañía pueda apartarse de este modelo. El resto del
Diario es buscar idéntica confirmación para similar pobreza de la
Compañía. Cuando haya acabado ese proceso con la plena confirmación
divina, Ignacio, con un golpe de voluntad en que se vuelca todo su ca-
rácter, comienza nuevo renglón y pone una sola palabra, de esas suyas,
gramaticalmente imperfectas y geniales, que valen más que un retrato:
Finido. Cuando empieza página nueva, a pesar de que no ha escrito más
que diez renglones en la anterior, comienza con una anotación margi-
nal: Estos cuatro días tomé para no mirar cosa alguna de Constitucio-
nes. Es el merecido descanso después de una tarea bien hecha (111).
Aquellas páginas del Diario merecían ser salvadas.

63. El desenlace de la historia es bien conocido. En el texto de la


Fórmula de Paulo III se añadirán estas palabras en la nueva redac-
ción presentada a Julio III en 1550: ... professi, vel ulla eorum Domus
aut ecclesia... Esas dos palabras aut ecclesia son la sobria huella en las
Constituciones de aquella epopeya espiritual (112).

64. V. A LA LUZ TRINITARIA: EL CARISMA


IGNACIANO

Cuando uno cierra las 25 páginas del Diario y reflexiona en la ce-


gadora luz trinitaria que pasa por ellas, y conjetura lo que debe haber
sido el 'fajo muy grande' del que 'lo más eran visiones que él veía en
confirmación de algunas de las Constituciones', no puede menos de sen-
tirse perplejo ante esta sencilla consideración: Ignacio no menciona ni
una sola vez a la Santísima Trinidad en las 'Constituciones'. Este simple

(108) Mon. Const. I, p. 78 y BAC, p. 318.


(109) Esto es: que tuviesen renta tanto las casas como sus iglesias (=todo),
que las tuviesen solamente las iglesias ( = e n parte), o que no las tuviesen ni las
casas ni las iglesias (=nada).
(110) Diario. 11 febrero 1544 (BAC, n. 15).
(111) Diario. 12 marzo 1544 03AC, n. 154).
(112) Form. Inst. Jul. III, n. 7.
418 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

hecho nos da la medida de su discreción, de su humildad y de su sen-


isatez. Y, sin embargo, es con esta luz trinitaria con la que nosotros
—ahora que poseemos su secreto— debemos iluminar los elementos del
carisma ignaciano si queremos comprender su más alto punto de refe-
rencia.

65. Por testimonio de Ignacio nos consta que algunas determina-


ciones concretas relativas a nuestra vida común (carencia de coro y
hábito —"el hábito nada importa"—) y las peregrinaciones como prue-
ba, hay que relacionarlas con un negocio que pasó por mí en Manre-
sa (113). Nadal generaliza más, remitiéndose a sus confidencias con el
fundador: Cuando se le preguntaba por qué había dispuesto esto o lo
otro, solía responder: me remito a Manresa (114). Incluso en su modo
de proceder como General en el gobierno, lo visto en Manresa era su
criterio (115). Nadal llega en sus reflexiones a concluir que en La Stor-
ta San Ignacio tuvo una praeclarissimam futuri instituti intelligen-
tiam (116), la 'praenotio Instituti' a que me he referido más arriba. No
querría yo entrar en una interpretación maximalista de estas genéricas
afirmaciones de Nadal, sobre las que hay abundante bibliografía. Con-
sidero, en cambio, de la mayor importancia subrayar la matriz trinita-
ria de algunos vectores del carisma ignaciano, tal como podemos dedu-
cir de las experiencias del Cardoner, La Storta y su Diario espiritual.

66. Servicio y misión. La inmersión en la luz trinitaria, con sus


dones de conocimiento y amor infusos, no ha conducido a Ignacio a la
mística nupcial o de unión transformante a que otros contemplativos
han llegado. La conversión y transformación de Ignacio en el Cardoner
pudiera haber derivado a una espiritualidad eremítica, penitente y con-
templativa. Si no fue así, se debe, como elemento previo, a su predis-
posición natural al empeño ardoroso y a su formación cortesana y cas-
trense. Pero, sobre todo, al designio divino y al mensaje mismo con-
tenido en las ilustraciones con que fue favorecido.

67. La ilustración del Cardoner es virtualmente una convocatoria.


Ignacio va a pasar de la contemplación de la Trinidad, a la contempla-
ción de las obras de la Trinidad para, finalmente, aspirar a ser admiti-
do a colaborar con esa acción de la Trinidad. Es una mística que le
lleva a la acción. Porque lo que a él se le muestra entre contornos
imprecisos que se irán definiendo y enriqueciendo progresivamente des-
de el Cardoner (1522) a La Storta (1537), a la época del Diario (1544)
y hasta su muerte (1556), es "la comprensión en el seno de la Trinidad,
del misterio anunciado por Pablo de la salida de los seres de Dios y

(113) Luis GONZÁLEZ D E CÁMARA, Memorial, n. 137, F N I, 609-610.


a
( 1 1 4 ) NADAL, Pl. de Colonia, n. 8 , F N I I , p. 4 0 6 . Cfr. también 3. vi. de
a
Coimbra, n. 1 1 ( F N I I , p. 1 5 2 ) y 2. de Alcalá, n. 1 0 ( F N I I , p. 1 9 3 ) .
( 1 1 5 ) NADAL, Pl. del Colegio Romano, n. 1 2 ( F N I I , p. 6 ) .
( 1 1 6 ) NADAL, Diálogos, n. 2 4 , F N I I , p. 2 6 0 .
PARTE 1.» / n.° 36 419

su retorno a él. Ignacio ve que en ese movimiento de descenso y ascen-


so se enmarcan los misterios de la creación, de la caída del hombre, de
la redención y de la Iglesia. Sobre todo, esa es la perspectiva en que
se le revela el misterio de Cristo. Lo que ve en Cristo no es el modelo
de tal o cual virtud, por perfecta que sea, tales como la humildad,
pobreza, paciencia, celo, etc. Cristo, para Ignacio es, ante todo, el que
siendo siempre consciente de salir del Padre y de volver a él, contempla
continuamente los designios del Padre para discernir, por así decirlo,
en una perfecta indiferencia de corazón y apertura de espíritu, sin
límites preconcebidos, lo que el Padre espera de él para el cumplimiento
de su Obra y de su mayor gloria" (117). No es una contemplación pla-
tónica, sino que en el corazón de Ignacio arranca una respuesta. La
obra de Cristo tiene que ser matenida, y mantenida con las mismas
características con que la llevó Cristo: misión incondicional, univensal,
en 'kenosis' —que significa pobreza, humildad y cruz— y en continua
unión con el Padre.

68. Ignacio se siente interiormente impelido a dar a su vida ese


destino. Por el discernimiento y la elección de estado, por la medita-
ción del Rey y de las Banderas —todo a raíz de aquella ilustración tan
grande— responde a la llamada. Será un hombre del mayor servicio
divino. En el Cardoner está aún ausente el aspecto grupal de ese servi-
cio, e incluso el aspecto sacerdotal. Pero, ¿no estamos hablando ya de
cosas que son la Compañía?

69. Hemos visto el avance que La Storta supone en ese servicio:


su aceptación trinitaria, la grupalidad, la cruz, la romanidad, el nombre.
No se trata aquí de hacer una monografía sobre el servicio (y su equiva-
lente: la gloria) en el carisma ignaciano, sino de poner en luz su ins-
piración trinitaria. El Diario espiritual pone de manifiesto cómo Ignacio
concibe todo saliendo y retornando a la Trinidad, como un reflejo ex-
terno de la circuminsesión. Se siente llamado a asociarse a esa obra,
a servir.

70. Es en la Trinidad donde Ignacio busca el punto inicial y final


de su discernimiento, en una actitud de acatamiento y reverencia como
la del servidor ante su rey, consciente de que tiene una misión que
cumplir. Todo el discernimiento es una función de servicio porque la
ilimitación de la tarea, y la ilimitación también de los medios para
cumplirla, imponen un criterio de reducción y de aplicación. Ignacio
llega a la Trinidad, una vez hecha la oblación, no para más confirmar
en ninguna manera, mas que adelante de la Santísima Trinidad se hi-
ciese cerca de mí su mayor servicio, etc., y por la vía más expedien-
te (118). "La vía más expediente": es la disponibilidad plena. Como
lamas de un tronco, de este mayor servicio que ha de realizarse por

( 1 1 7 ) R . CANTIN, L'illumination du Cardoner. Sciences Eclesiastiques. Mon-


treal, 1 9 5 5 , p. 5 4 .
( 1 1 8 ) Diario. 2 7 febrero 1 5 4 4 ( B A C , n. 8 2 ) .
420 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

la vía más expediente se derivan las características del servicio apos-


tólico de Ignacio: En la intención no se nos fija término, por tener que
mirar siempre a la mayor gloria de Dios, siempre ir en aumento de la
caridad; la extensión es tanta, cuanto se extiende la caridad; los me-
dios son tantos, cuantos pueden ser ejercitados por la humildad de un
simple sacerdote (119). No hay ministerio que caiga fuera de] campo
apostólico de la Compañía, no hay hombre que a él no tenga derecho,
no hay medio honesto que quede excluido, no hay logro alguno que
dispense del esfuerzo por una ulterior superación.

71. Ignacio ha tenido otras inteligencias: cómo el Hijo primero


invió en pobreza a predicar a los apóstoles, y después el Espíritu Santo,
dando su espíritu y lenguas los confirmó, y así el Padre y el Hijo,
inviando el Espíritu Santo, todas tres personas confirman la tal mi-
sión (120). Está aquí toda la teología de la misión que Ignacio hace ple-
namente suya: Cristo da la misión, la confirma el Espíritu Santo con
sus dones, para gloria del Padre. Es la extensión 'ad extra' de la aspi-
ración con que el Padre y el Hijo 'envían' eternamente al Espíritu.

72. En un servicio apostólico concebido con tal grandiosidad a


la luz trinitaria, la limitación humana corre el riesgo de perderse. Ignacio
encuadra este servicio en fuertes líneas jerárquicas y le da sentido de
milicia: Militar para Dios, soldados de Cristo que militan (121), pero
el último punto de referencia sigue siendo trinitario:

— En la obediencia apostólica que se debe primariamente al Sumo


Pontífice: "para ser más seguramente dirigidos por el Espíritu
Santo" (122). Al mismo Espíritu Santo deberá pedirse discerni-
miento al entrar en la Compañía, pues él es el que llama (123).
— En el discernimiento para las opciones concretas, tanto en la
vida personal como comunitaria, que tiene su raíz en el Car-
doner.
—• En las normas para la selección de ministerios que garantizan
las características de la misión apostólica tal como fue apre-
hendida en el Cardoner.

73. Nota esencial del carisma ignaciano y de claro origen trinita-


rio en la visión de La Storta, es que el seguimiento de Cristo ha de
hacerse en humillación y cruz. Ignacio lo ha entendido así, y el co-
mentario de este aspecto es tema de su conversación con Fabro y Laí-
nez apenas sale de la capilla y siguen acercándose a Roma. Las perse-
cuciones serán necesarias para mantener el temple militante de la Corn-

a
il 19) NADAL, 3. pl. de Alcalá. Comm. de Inst., p. 308.
(120) Diario. 11 febrero 1544 (BAC, n. 15).
(121) Form. Inst. luí. III, nn. 1, 3, 4.
(122) Ibíd., n. 4.
(123) Ibíd.
PARTE 1> / n.° 36 421

pañía, y en este sentido Ignacio pedirá que nunca le falten. Son también
la contraprueba de la fidelidad a Cristo, y la señal de que los jesuitas
"no son del mundo" (124). La vida de Ignacio, sembrada de procesos y
sentencias —a veces tenazmente exigidas por Ignacio porque liberarse
de las acusaciones condicionaba el mayor servicio—, le había dado la
experiencia de que el seguimiento de Cristo está erizado de hostilidades.
Con su habitual tendencia a la reflexión había observado que sólo le
faltaban las persecuciones cuando se apartaba del apostolado (125).

74. Pero la cruz que el Señor cargaba sobre sus hombros no sig-
nificaba sólo la persecución externa. Significaba también, y primaria-
mente, el seguimiento en humildad, pobreza, abnegación de sí mismo.
Significaba desprenderse de todo, incluso del honor y buena fama,
dándolos por bien perdidos cuando esté en juego el mayor servicio.
Nadal lo explica muy bien vinculando esa abnegación y cruz con el
apelativo de mínima, que es un superlativo de inferioridad: El fun-
damento de la Compañía es Jesucristo con la cruz por la salud de las
almas, como le fue mostrado a nuestro bendito Padre cuando Dios Pa-
dre le puso con su Hijo. De ahí viene que la Compañía, por ser Jesu-
cristo nuestro fundamento y capitán —al cual debemos imitar espiri-
tualmente, sobre todo en su mansedumbre y humildad—, se llame 'mí-
nimd Compañía de Jesús (126). Así llamaba siempre Ignacio a su
Compañía, especialmente en los asuntos y misiones de mayor impor-
tancia (127).

75. Ninguna síntesis mejor de cuanto la Cruz de Cristo ha ense-


ñado a Ignacio en La Storta, que este párrafo de Nadal que se prestaría
a una larga exégesis llena de evocaciones jesuíticas, bíblicas y teológi-
cas: Ayuda exercitarse y considerar y sentir que seguimos a Jesucristo
que lleva aún su cruz en la Iglesia militante, a quien nos ha dado por
siervos su Padre eterno, que le sigamos con nuestras cruces, y no que-
ramos más del mundo que lo que él quiso y tomó, scilicet, pobreza,
opprobios, trabajos, dolores, hasta la muerte, exercitando la missión
para que Dios a él le había mandado al mundo, que era salvar y per-
feccionar las ánimas, con toda obediencia y perfection en todas las vir-
tudes. Mas es muy gustosa nuestra cruz; porque tiene ya esplendor y
gloria de la victoria de la muerte, resurrection y ascensión de Je-
sús (128).

76. Trinitaria es también en el carisma de la Compañía la nota de


ser contemplativos en la acción. Pasma saber que cuando Ignacio está

(124) Jn 1 5 , 1 8 a 1 6 , 1 4 .
(125) RIBADENEIRA, Dichos y Hechos de N. P. Ignacio, n. 9 3 , F N II,
p 381.
(126) NADAL, Adhort. incerto tempore, n. 2 . Comm. de Inst., p. 4 9 0 .
(127) NADAL, Pl. de Salamanca, n. 1 2 , F N I, p. 3 1 1 ; y Apología, F N I,
p. 231.
(128) NADAL, Oratíonis Ratio in Soc. MHSI. Nadal IV, p. 6 7 8 .
422 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

pasando por las experiencias místicas que nos descubre su Diario, si-
gue desarrollando su normal actividad: gobierno de la Compañía, abun-
dantes cartas, visitas hechas y recibidas y otras actividades apostólicas.
Por aquellos días está fundando la casa de Santa Marta para recoger a
cortesanas romanas, negocia con el Papa la supresión del límite de 60
profesos, funda la casa para catecúmenos, etc. Nada de esto distrae a
Ignacio de su intimidad trinitaria: tiene algunas de esas gracias ex-
traordinarias en la antesala de los Cardenales, y aun en la misma calle.

77. La contemplación no desplaza a la acción. Cuando Nadal da


cuenta de cómo la vida espiritual de Ignacio estaba centrada en la Tri-
nidad, sobre todo en sus últimos años, concluye con estas palabras:
Este tipo de oración que tan excepcionalmente consiguió nuestro Padre
Ignacio por gran privilegio de Dios, le hacía, además, sentir la presen-
cia de Dios y el sabor de las cosas espirituales en todas las cosas, en
cuanto hacía, en cuanto conversaba, siendo contemplativo en la acción
(lo que él explicaba diciendo que hay que hallar a Dios en todas las
cosas) (129). Ignacio se esforzó por instruir a la Compañía que su ora-
ción no ha de ser especulativa, sino práctica (130). Lo mismo decía el
propio Nadal cuando recorría Europa difundiendo las Constituciones y
transmitiendo a las nacientes comunidades el genuino modo de proceder
de la Compañía. Decía en Alcalá: La oración y la soledad, sin medios
exteriores para ayudar a las almas, son propias de las religiones mona-
cales, de los ermitaños, pero no de nuestro Instituto. Quien quiere so-
ledad y sola oración, a quien agrada el rincón y huir de los hombres y
el trato con ellos para aprovecharlos, no es para nuestra vocación; para
ese tal hay cartujos... cuya vocación es ésa. La nuestra más nos pide
que ayudarnos a nosotros, y la gracia de nuestra religión nos ayuda a
esto (131). Y momentos después, Ninguno se piense que en la Compañía
le ayuda Dios para sí solo. Es precisamente la contemplación de los mis-
terios trinitarios lo que ha lanzado a Ignacio a la acción apostólica. El
circuito espiritual de Ignacio, como se pone de manifiesto en pasajes
claves de su Diario (132) —mirando arriba— comienza buscando en
Dios la luz y la imagen primordial, pero sin detenerse en él, sino ba-
jando a la letra para seguirle encontrando en las realidades terrestres.
Elevarse por las creaturas al creador es una forma de oración, por
cierto no desconocida de Ignacio. Pero más característico de él es ese
descenso desde arriba a las creaturas como término de la acción divi-
na (133). En su primera visita a España en 1553, Nadal insiste en que
lo mismo, en su grado, debe ser propio de todo jesuita: El sentimiento
de la oración y affecto della que inclina a recogimiento y solicitud no

(129) NADAL, Annotationes in Examen. MHSI. Nadal IV, p. 6 5 1 .


(130) NADAL, 2." pl. de Aleda, n. 9 , F N I, 1 9 3 .
a
(131) NADAL, 3. pl. de Alcalá. MHSI. Nadal, Comm. de Inst, p. 3 2 4 .
(132) Diario. 7 marzo 1 5 4 4 (BAC, nn. 1 2 6 - 1 2 8 ) .
(133) Cfr. H. RAHNER, citado por Iparraguirre, B A C , p. 3 7 6 , nota 2 2 6 .
PARTE 1.» / n.° 36 423

necesaria, no paresce ser propria oración de la Compañía, sino aquel


que inclina al exercicio de su vocación y ministerio (134).

78. Pero no es sólo la oración la que debe impulsar la actividad


apostólica, sino que, a su vez, también ésta tiene que realimentar y
promover la oración. Es la conocida teoría nadaliana del círculo acción-
contemplación: Este es el círculo que yo suelo decir hay en los ministe-
rios de la Compañía: por lo que vos hicisteis con los prójimos y servís-
teis en ello a Dios, os ayuda más en casa en la oración y en las ocupa-
ciones que tenéis para vos; y esa ayuda mayor os hace que después con
mayor ánimo y con más provecho os ocupéis del prójimo. De modo que
el un ejercicio a veces ayuda otro, y el otro a éste (135).

79. Deseo añadir una observación que considero necesaria: no


me parece objetivo el caracterizar la espiritualidad ignaciana por su
ascética, cosa que consciente o inconscientemente se ha venido hacien-
do, quizá más en épocas pasadas que en la nuestra. La espiritualidad
ignaciana es un conjunto de fuerzas motrices que llevan simultáneamen-
te a Dios y a los hombres. Es la participación en la misión del enviado
del Padre en el Espíritu, mediante el servicio siempre en superación,
por amor, con todas las variantes de la cruz, a imitación y en segui-
miento de ese Jesús que quiere reconducir a todos los hombres y toda
la creación a la gloria del Padre.

80. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que no exista una as-


cética ignaciana. Al contrario: es tan alta esta vocación que quien siente
su llamada debe disponerse a ella destruyendo en sí mismo, por la
abnegación y la purificación de todo desorden, cuanto le impida vivirla
en la medida de la gracia que le es comunicada. La biografía de Ignacio
nos da un ejemplo de esa purificación. Los Ejercicios Espirituales nos
proporcionan el método de operarla en nosotros, y dé procurarlas en
los demás. Mística trinitaria ignaciana y ascética ignaciana van siempre
en una insuperable armonía. Su Diario no es más que un caso modelo
del método de elección de los Ejercicios para buscar la voluntad de
Dios, con la misma devoción espiritual y lágrimas, el mismo sentimien-
to de acatamiento y reverencia, el mismo uso de los mediadores que
leemos en las páginas de los Ejercicios.

81. VI. LA BÚSQUEDA CONSTANTE

He tratado hasta aquí de elementos del carisma ignaciano, cuya


inspiración trinitaria es comprobable. Pero, ¿puede bastarnos esto? Sa-
bemos que Ignacio fue favorecido con la gracia de contemplación infusa
de los más profundos misterios de la Trinidad: el misterio de la uni-

(134) NADAL, Orationis Ratio in Soc. MHSI. Nadal IV, p. 673.


a
(135) NADAL, 3. pl. de Alcalá. MHSI. Nadal, Comm. de Inst., p. 328.
424 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

dad de esencia y trinidad de personas, el misterio de la circuminsesión,


el misterio de la generación del Verbo y la procedencia del Espíritu San-
to, el misterio de las operaciones divinas ad extra. Son sólo enunciados
expresamente insertos en su Diario o fácilmente deducibles de lo que él
expone. Pero Ignacio no hizo teología o mística en sus apuntes espiri-
tuales, ni se detuvo sobre el contenido de sus ilustraciones más que lo
necesario para recordarlas con la mayor precisión posible y fundamen-
tar el ritmo del movimiento de espíritus en torno a la elección u obla-
ción que traía entre manos.

82. Constándonos, pues, el origen trinitario del carisma ignacia-


no, considero que es derecho y deber nuestro alzar los ojos a la Tri-
nidad y tratar de ver —basándonos en los datos de la revelación ela-
borados por la teología— otros aspectos que Ignacio vio, y de los que
nada nos dijo. No se pueden declarar los particulares que entendió, aun-
que fueron muchos (136). De este modo podremos iluminar y comple-
tar otros elementos importantes de su carisma. Porque es indudable que
el carisma ignaciano, al menos en su comprensión y aplicación, admite
un desarrollo. Hay elementos en él que van adquiriendo con el tiempo
un mayor relieve y profundidad, se van haciendo más explícitos. En
consecuencia, de la misma manera que Ignacio, en un proceso descen-
dente, traspuso elementos trinitarios en el carisma de la Compañía,
nosotros, en un proceso ascendente, partiendo de aspectos concretos del
carisma, podemos elevar nuestra mirada a la Trinidad para ver cómo
se realizan con ella y comprender así más plenamente su significado. El
carisma de la Compañía, de ese modo, se enriquece y garantiza su pro-
pia pureza. La perspectiva trinitaria no puede faltar en la renovación
de la Compañía.

83. Persona. En medio de tanta ruina de valores morales en los


tiempos recientes, nuestra época tiene el mérito de haber puesto de relie-
ve, como nunca antes, el valor de la persona. Esta revalorización se ha
hecho patente incluso en el campo eclesiástico, religioso y aun jesuítico.
No se trata de un humanismo ideológico o cultural, como pudo acon-
tecer en el siglo XVI, sino de la auténtica reverencia y respeto por cada
hombre o mujer concreto, individual e irrepetible, prescindiendo de cual-
quier condicionamiento de raza, credo, clase social o país de origen.
Este tema es uno de los ejes doctrinales del actual pontificado. Una lu-
minosa síntesis de la naturaleza, derechos y deberes de la persona, nos
había sido dado ya por Juan XXIII en su última encíclica "Pacem in
Terris" (137).

84. Pero es en la Trinidad donde el concepto de persona obtiene


su más alta y misteriosa realización: modelo fascinante e inalcanzable;
pero, al mismo tiempo, ejemplar supremo en cuya imitación, a infinita

(136) Autob., n. 30.


(137) Núm. 9 y ss.
PARTE 1.» / n.° 36 425

distancia, el hombre puede encontrar estímulo para su propio perfeccio-


namiento, tanto en lo que cada uno es como en las relaciones que man-
tiene con sus semejantes. Al fin y al cabo, el hombre en cuanto persona
ha sido creado por Dios —que es uno en esencia y trino en persona—
a su propia imagen y semejanza.

85. Cada día comenzamos la Misa con una formulación paulina


de esa trinidad de personas: la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el
amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (138). En esta confe-
sión se condensa la concepción neotestamentaria de la función salvífica
de cada una de las tres divinas personas y, al mismo tiempo, la Tri-
nidad inmanente, es decir, el misterio trinitario considerado en sí mis-
mo. El Padre es persona en cuanto es Origen del Hijo, y mediante el
Hijo, del Espíritu; es decir, en cuanto se da a sí mismo, en comunión
de la misma vida divina, al Hijo y al Espíritu. Su ser personal es de
autodonación de su mismo ser divino al Hijo, y mediante el Hijo, al
Espíritu. El Hijo es también persona, en cuanto recibe del Padre su
misma vida divina y la comunica al Espíritu. Y también el Espíritu es
Persona, en cuanto recibe del Padre, mediante el Hijo, la comunión
de la misma vida divina.

86. Cada una de las personas no es en sí ni se pertenece en sí


misma, sino en cuanto se refiere y se da toda entera a las otras dos
simultáneamente. El ser de cada una de las tres personas es puro y
completo éxtasis (es decir: salir fuera, darse), impulso vital hacia las
otras dos. Se verifica de este modo la circuminsesión, esto es, el misterio
en virtud del cual por la unidad de esencia en cada una de las tres
divinas personas están las otras dos. La interioridad de las relaciones
se verifica en un misterio de intimidad. Las personas son tres, y, sin
confundirse, se compenetran hasta lo más íntimo de sí mismas, puesto
que su persona es "extática", con don total de sí y apertura total y
completa a las otras dos.

87. La persona humana debe inspirarse para su perfección y, ana-


lógicamente, para su realización y consumación, en ese inalcanzable
modelo de la persona divina. Persona humana —según una de sus más
clásicas definiciones— es el ser subsistente, incomunicable y racional.
Análogamente esta formulación conviene tanto a las personas divinas
como a las creadas, aunque hay que entender de modo no idéntico la
distinción, la incomunicabilidad y la subsistencia. El constitutivo de la
persona divina es la relación subsistente propia de cada una en cuanto
es tal relación o esse ad. Esa mayor perfección de la personalidad divina
en su alteridad es ejemplar de lo que debe ser la personalidad humana,
que no debe encerrarse en sí, sino que ha de perfeccionarse en su re-
lación y alteridad, renunciando a todo egoísmo. En las personas divinas
está el modelo supremo del hombre para los demás.

(138) 2 Cor 13, 13.


426 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

88. La total disponibilidad del jesuita, no sólo respecto a su


superior en una relación de obediencia y de receptibilidad de misión,
sino también hacia los hermanos, se basa en ese ideal supremo trinitario
por el que las personas divinas se comunican plenamente, se aceptan
plenamente, se enriquecen plenamente. Una 'circuminsesión' misteriosa
en la Trinidad, que entre nosotros, humanos, debe ser reproducida ana­
lógicamente en una donación total, en una mutua aceptación total, en
una condivisión total. Sentirme en el otro, sentir al otro en mí, acep­
tarlo y ser aceptado... es un ideal de suprema perfección, sobre todo
sabiendo que el otro es morada de Dios, que Cristo está en él,,que sufre
y ama en él y que me espera en él. Un apostolado concebido en esta
óptica es de una pureza sin límites, de una generosidad absoluta. Es
la plenitud de la fuerza bautismal comunicada por la gracia que nos
vinculó a la Trinidad y a la comunidad de todos los hombres, igual­
mente creados y redimidos por Dios y destinados a participar de su
vida divina.

89. Donación - Pobreza. El misterio trinitario es, pues, en el fon­


do, un misterio de amor y de comunión interpersonal entre las personas
divinas. Es, por consiguiente, la diversidad en este dar y recibir de la
misma vida divina lo que constituye la distinción y perijoresiz de las
personas divinas en el misterio trinitario. En el vértice de tan misteriosa
comunión, las personas divinas no reservan absolutamente nada para
sí, sino que se enlazan indisolublemente con todo su ser. La comunión
entre ellas se opera precisamente por lo que tienen de más personal,
de más incomunicable. Es una paradoja maravillosa. Por ser la perso­
na incomunicable, y en la medida en que es incomunicable, puede co­
municarse a las otras sin alienarse de sí. No hay ninguna contradicción
entre la absoluta autonomía de cada persona divina y sus mutuas re­
laciones, que consisten en un total don de sí mismas, puesto que ambos
aspectos coexisten simultáneamente en los sujetos más simples y per­
fectos que pueda concebirse. Ambos aspectos no ee oponen, sino que son
complementarios. Puesto que las tres personas tienen la misma natura­
leza y las mismas perfecciones, cada persona es tan grande recibiendo
de las otras cuanto posee, como dando a las otras cuanto tiene. En la
coexistencia de estas dos perfecciones de dar y recibir todo, está su
suprema grandeza. Por analogía, en la superación analógica de esa con­
tradicción está también la perfección de la persona humana.

90. La persona, como tal, es social y abierta a la relación por


naturaleza. En la medida en que esta relación es comunión y no sola­
mente comunicación, la persona humana afirma su autonomía y ori­
ginalidad propias: darse a otros es el mejor uso que puede hacerse de
la capacidad de autodeterminación. Esta afirmación consciente del pro­
pio ser y la deliberada donación de sí mismo es la mayor aproximación
que podemos hacer de la imagen perfecta de la Santísima Trinidad en
nosotros. Cierto que la noción de persona se realiza diferentemente en
Dios y en el hombre, pues en Dios se trata de un ser subsistente total-
PARTE 1.» / n.° 36 427

mente en sí y para sí. Cierto también que en Dios la unidad de natu-


raleza es no sólo específica, sino numérica, mientras que en el hombre
sólo es específica. Y cierto también que en Dios todo es perfecto y el
hombre es limitado incluso en lo que tiene de bueno. Pero, ¿no es en la
totalidad de la donación de cuanto se tiene a los demás donde cabe la
analogía? Muchas de las decisiones en materia de pobreza, a raíz de la
Congregación General XXXII, van en esa línea de donación, condivi-
sión y solidaridad. La comunicación solidaria entre las personas y obras
de la Compañía, que se extiende aun fuera de ella, la creación del
FACSI, la ayuda establemente estipulada entre antiguas y nuevas uni-
dades de la Compañía —si se me permite mencionar cosas tan concre-
tas y aún susceptibles de mejora— son muestras de nuestro deseo de
progresar en esa dirección.

91. Por otra parte, vistos a la luz trinitaria todos los egoísmos
humanos: la explotación, el conculcamiento de los derechos ajenos, la
injusticia, todo lo que es apropiación indebida de los bienes materia-
les o morales de otro, antítesis de la donación total de sí, ¿no se pre-
sentan como pecado de ateísmo, porque niegan lo que Dios es en noso-
tros y lo que nosotros somos de Dios? ¿No son la negación impía —en
el sentido técnico de la palabra— del concepto que Dios tiene de la
persona humana concebida al modelo divino, y de las relaciones que
deben existir entre nosotros, fundados en la donación y la condivisión?
Promover la justicia es también restaurar en nosotros el modelo de
relación trinitaria. Liberar al oprimido es recuperar el sentido de la
paridad en que nuestra condición de personas hechas a imagen divina
nos ha colocado. Luchar por la paz es redescubrir la igualdad de nues-
tra condición de hijos del Padre y de hermanos en Jesucristo por la
obra del Espíritu. No hay verdadera persona sin verdadera donación.
Y cuanto se opone a la donación —egoísmo, retención, explotación, opre-
sión— nos despersonaliza en el sentido trinitario del término. El que
la Compañía de Jesús perciba con claridad la necesidad de darse, de
dedicarse, es condición para que la intuición ignaciana siga viva y ope-
rante entre nosotros.

92. De este concepto de la persona que alcanza su plenitud en la


donación, se deducen dos conceptos sumamente importantes: el de
pobreza y el de comunidad.
En la Trinidad, el intercambio es tan total que todo es común a
las tres divinas personas. Es una total autodonación sin más límite que
aquello que la constituye como relación subsistente respecto a las otras
dos. El Padre no tiene como propio sino el dar su naturaleza al Hijo, es
decir, la relación personal de la paternidad. Y el Padre y el Hijo no
tienen como suyo propio sino el relacionarse en un amor infinito que es
el Espíritu Santo. A esta vida divina se refería Jesús cuando afirmaba:
"todo lo que es mío es tuyo y todo lo tuyo es mío" (139).
(139) Jn 17, 10
428 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

93. Jesús en su vida humana es la potenciación infinita de la ca-


pacidad de despojo, porque siendo Dios, no se aferró ávidamente a su
condición divina, sino que se despojó de todo y optó por hacerse siervo,
hombre entre los hombres, humillándose y acatando la voluntad de
Dios hasta la muerte, y muerte en la cruz (140). En esta cruz, Jesús,
cuya única persona es divina y eternamente engendrada del Padre, sien-
te el desgarramiento de su naturaleza humana, e invoca al Padre del
que se siente abandonado. La pobreza de Cristo es tan total que tiene
necesidad de esa voluntad del Padre para subsistir (141). Su único bien
es su dependencia radical del Padre. Su riqueza es su pobreza, porque
su subsistencia es su dependencia. La pobreza del Hijo de Dios consis-
te en esa doble actitud: recibir todo del Padre y devolverle todo en la
acción de gracias. Nosotros mismos somos don del Padre a su Hijo:
Aquellos que tú me has dado (142); y nos enriquece con su pobre-
za (143). Jesús es el pobre primero y por excelencia: nos recibe del Pa-
dre como hermanos y nos devuelve al Padre como hijos. Como hom-
bres, más aún como religiosos, nuestra pobreza teológica consiste en
primer lugar en recibir esa pobreza de Jesús, es decir, abrirnos al don
que nos hace Jesús.

94. Pero estas consideraciones sobre la pobreza teológica no pue-


den ser opio adormecedor que nos distraiga de la pobreza real. Cristo
fue también y eminentemente pobre material. Hemos visto antes cómo
una cuestión de pobreza fue el punto de encuentro de Ignacio con la
Trinidad. Hemos visto también cuan decisivamente la consideración de
la misión de los apóstoles a predicar en pobreza confirmó su
elección más allá de cualquiera duda. Después, las Constituciones parti-
cularizan vinculantemente los aspectos concretos de esa pobreza y sus
relaciones con la vida religiosa y apostólica. Más aún, es la única materia
en que Ignacio impone un reaseguro: el voto de no tocar la pobreza,
si no es para hacerla más estricta, que deben emitir aquellos que tienen
acceso a la Congregación General, única sede en que es posible modifi-
car las Constituciones.

95. Nada tiene de extraño que la pobreza, así espiritual como


temporal (144), sea un punto en torno al cual gira en los Ejercicios el
proceso de seguimiento de Cristo. Para nosotros, jesuitas, que hemos
optado individual y colectivamente por el seguimiento en su grado más
alto, el de la oblación de mayor momento y estima (145), esta pobreza
teológica tiene que conducirnos, de hecho, a la pobreza actual. A la
luz de esta pobreza y total desapropiación trinitaria, adquieren su sig-

(140) Flp 2, 7-8.


(141) Jn 4, 34.
(142) Jn 17, 6.
(143) 2 Cor 8, 9.
(144) Ejerc. Esp., nn. 98, 146, 147, 157, 167.
(145) Ejerc. Esp., nn. 97, 98.
PARTE 1.» / n.° 36 429

nificado transcendente muchos de los términos al uso: frugalidad, nivel


propio de honestos sacerdotes, vida propia de pobres, solidaridad con
los pobres. Y también aparecen con su trágica fuerza muchas de las mi-
serias de nuestro tiempo: la insuperable miseria de los individuos o de
los pueblos, la miseria espiritual de los descreídos, la miseria moral de
quien niega en su vida lo que cree en la oscuridad de su corazón. El
Señor que redimió en pobreza no puede ser ayudado más que en la
pobreza y desde la pobreza.

96. Comunidad. La comunidad es un elemento de la vida religio-


sa que ha recibido en los últimos tiempos una necesaria y justa reva-
lorización. Todo induce a pensar que no están aún explotadas del todo
las posibilidades y riquezas que yacen en el hecho comunitario, y que
el futuro va a irlas descubriendo más y más. No se trata de una tras-
posición a la vida religiosa de la tendencia colectivista y agrupativa
que se impone en todos los órdenes de la vida: comunidades económi-
cas, políticas, sociales, nacionales o internacionales. La comunidad reli-
giosa no nace de consideraciones tomadas del campo secular o mun-
dano; ni siquiera se basa, primariamente, en la sublimación religiosa
del carácter de sociabilidad que tiene el hombre. Su origen es mucho
más alto. En un sentido plenísimo podemos decir congregavit nos in
unum Christi amor.

97. Es curioso que la palabra comunidad no aparece ni una sola


vez en las Constituciones, ni hay en ellas nada que pueda considerarse
como una teoría o una espiritualidad de la comunidad. Se habla más
bien de las Casas, se habla de la unión — ¡ y con qué elocuencia!— y
los medios que ayudarán a mantenerla, de las cautelas con que hay que
protegerla y, en los términos más enérgicos, de las medidas que hay que
tomar contra los que la lesionan. Ignacio habla también del cuerpo de
la Compañía, que es quizá su concepción favorita. Es un concepto afín
al de cuerpo místico o moral, con su cabeza y sus miembos, con distin-
ción de funciones y coordinación para un fin, para la misión.

98. Lo interesante es que Ignacio, de quien sabemos por su Diario


que fue introducido a la contemplación del gozo trinitario de la co-
munidad de personas, nos ha dejado en las Constituciones una pista
preciosa sobre el fundamento trinitario de toda auténtica comunidad
religiosa en el que habrá de basarse cualquier ulterior desarrollo: El
vínculo principal de entrambas partes para la unión de los miembros
entre sí y con la cabeza, es el amor de Dios Nuestro Señor; porque
estando el Superior y los inferiores muy unidos con la su divina y
summa Bondad, se unirán muy fácilmente entre sí mesmos. El párrafo
podría haber acabado aquí y todo hubiera quedado suficientemente ex-
plicado. Pero Ignacio especifica más, y refleja su concepción del des-
censo de todas las cosas de la Trinidad. Continúa: ...se unirán muy
fácilmente entre sí mesmos, por el mesmo amor que della (de la divina
y suma bondad) descenderá y se extenderá a todos los próximos, y en
430 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

especial al cuerpo de la Compañía (146). Para Ignacio, la Compañía,


como comunidad global de cuantos se han reducido a un cuerpo, tiene
como fundamento el amor que liga las tres divinas personas. Este amor
hace posible la pervivencia como cuerpo de lo que es una 'comunidad
para la dispersión'. Sólo manteniendo vivo el relieve de esta impronta
trinitaria de su constitutivo, podrá la comunidad ir afirmándose en el
futuro en ese papel primordial que en la renovación de la vida religio-
sa le concede el Concilio Vaticano II. Sólo con la potenciación de ese
vínculo que es el amor, pueden superarse las innatas tensiones anejas
al ser comunidad: unidad y pluralismo, bien individual y feien común,
diálogo y obediencia, cohesión y dispersión, etc.

99. Pero, ¿cómo pueden nuestras comunidades ser inspiradas por


el modelo de la pluralidad personal trinitaria? La respuesta es fácil:
por el amor y por la misión. La comunión entre nosotros refleja la koi-
nonia divina en cuanto Dios ha querido vincularnos consigo por amor,
para una misión dada por la obediencia, no sólo individualmente, sino
en cuanto partícipes de una conspiración apostólica que procede de él.
La unión que entre nosotros se da, es según un designio divino. La
vinculación que el Espíritu opera en una comunidad procede de la mis-
ma unidad que el amor opera en el seno de la Trinidad. En la comu-
nidad religiosa se da eminentemente lo que San Agustín afirmaba de la
unidad eclesial: que es obra propia del Espíritu Santo, cooperando el
Padre y el Hijo. El Espíritu constituye en cierto modo la sociedad del
Padre y el Hijo al ser poseído comunitariamente por ambos (147). De
la misma manera que la unidad divina entre el Padre y el Hijo, como
sociedad de amor, culmina en la relación de ambos con el único Es-
píritu, así también la comunidad eclesial, y concretamente la comunidad
religiosa, alcanza su unidad en el Espíritu y por el Espíritu. Es el
amor hecho persona el que opera la unidad en la Iglesia. El debe ser
también, y lo es de hecho, el que infunde la caridad aglutinante en los
miembros de una comunidad religiosa.

100. La comunidad trinitaria, como hemos visto antes al tratar de


las personas, es de una naturaleza y perfección misteriosas. Por la cir-
cuminsesión y la perijoresis las tres divinas personas se mantienen en
una unión que es vida y comunicación sin límites. No solamente todo
es común en ellas, sino que ellas, cada una de ellas, es y son la vida
divina que es numéricamente una sin que en ellas tres haya más vida
que en uno solo, puesto que las tres existen por identidad real en un
mismo ser divino. En ellos, sólo en ellos, la unidad de amor es la unidad
de esencia. Sólo queda entre ellos la distinción suprema de su relación,
de su ser persona, que asegura la divina intimidad de su 'koinonia'. Las

(146) Const., n. 671.


(147) Sermón 41. Pl 38 463/464.
PARTE 1.» / n.° 36 431

tres personas son coeternas, coiguales, consustanciales, no solamente por


la unidad de esencia, sino, expresamente, por la intercomunión y unión
de amor.

101. Pero esa comunidad se manifiesta también en la conspiración


de sus operaciones ad extra, sin más diferencias que las atribuciones.
Ninguna obra sin las otras, porque ninguna existe sin las otras. Esto
no es solamente, ni primariamente, una exigencia de la unidad de esen-
cia, sino consecuencia directa de su íntima 'koinonía'. Cristo dirá: el
Padre que permanece en mí, realiza las obras que yo hago (148). Es
la esencia o naturaleza común a las tres personas el principio de toda
operación: las personas son 'coagentes', lo mismo que son coexisten-
tes, porque cada una está en las otras dos indisociablemente. Hay obra
común, porque hay comunión en el ser.

102. Vale la pena aplicar todo esto a la encarnación del Hijo,


como misión trinitaria. Ignacio en Manresa, ya ilustrado por altísima
contemplación, no tiene más encuadre que éste para explicar el decreto
de la encarnación. La misión de Jesús a los apóstoles se hace también
bajo el signo trinitario (149), y asimismo la confirmación apostóli-
ca (150). Pablo lo comprende así (151). Vivencialmente, para Ignacio,
misión y comunidad apostólica van unidos en la comunicación trinita-
ria de La Storta. De ahí que podamos afirmar que la comunidad jesuí-
tica, siguiendo el modelo trinitario, está unida 'ad intrd por un sincero
amor y caridad; y 'ad extra' por la comunidad de servicio apostólico
recibido como misión. Todo el desarrollo que las comunidades hayan
de tener en el futuro —si queremos que sea un desarrollo orgánico no
canceroso— ha de ser a partir de esos elementos: amor y misión, que
en la Trinidad tienen su más alta y misteriosa expresión. La Trinidad
es, pues, el modelo supremo y misterioso al que nosotros nos acerca-
mos con analogías y oscuridades, pero al que hemos de recurrir perseve-
rantes para mantener la Compañía en estado de permanente inspiración,
de modo que sea siempre nueva y siempre ignaciana.

103. Quiero terminar por donde he comenzado. Me doy cuenta


de que hay muchos otros conceptos además de los expuestos, y de que
algunos de los que he tratado requerirían una más amplia explicación
para la que las Fontes Narrativi de la historia de la Compañía ofrecen
un material inmenso. Hay, además, una abundante bibliografía sobre
la relación que muchos de ellos, en cuanto integrantes del carisma igna-
ciano, tienen con la llamada y aceptación de Ignacio en el seno de
altísimas comunicaciones trinitarias, y hacer más conscientes de ello a
los jesuitas de hoy, abriendo así una vía de enriquecimiento en la com-

(148) Jn 14, 10.


(149) Mt 28, 29.
(150) Jn 14, 26 y 15, 26.
(151) Ef 1, 3-14 y 2, 18.
432 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

prensión y aplicación del carisma ignaciano. Pero esto no es más que el


principio. Desde aquí exhorto a nuestros teólogos y especialistas en es-
piritualidad ignaciana a que amplíen y profundicen estos estudios.

104. Si la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad


permitió a Ignacio llegar a resoluciones prácticas proporcionadas, a las
necesidades de su tiempo —la fundación de la Compañía, con su deter-
minado carisma—, poner en luz aquel hecho, y ponernos también nos-
otros a la misma luz, nos permitirá también a nosotros revivir en toda
su pureza aquel carisma y hacernos más aptos para las necesidades de
nuestros días. Si lo hacemos así, habremos conseguido, como deseaba
el Concilio Vaticano II, nuestra actualización mediante el retorno a las
fuentes más altas de nuestra generación como religiosos.

105. Me pregunto si la falta de proporción entre los generosos


esfuerzos realizados en la Compañía en los últimos años y la lentitud
con que procede la esperada renovación interior y adaptación apostólica
a las necesidades de nuestro tiempo en algunas partes —tema del que
me he ocupado reiteradamente— (152), no se deberá en buena parte a
que el empeño en nuevas y ardorosas experiencias ha predominado so-
bre el esfuerzo teológico-espiritual por descubrir y reproducir en nos-
otros la dinámica y contenido del itinerario interior de nuestro fundador,
que conduce directamente a la Santsíima Trinidad y desciende de ella al
servicio concertó de la Iglesia y 'ayuda de las ánimas'.

106. ¿Parecerá a algunos que todo esto es un tema demasiado ar-


cano y alejado de las realidades de la vida cotidiana? Tanto valdría
cerrar los ojos a los fundamentos más profundos de nuestra fe y de
nuestra misma razón de ser. Hemos sido creados a imagen y semejanza
de Dios, que es uno y trino. Nuestra vida de gracia es participación de
esa misma vida. Y nuestro destino es ser asumidos, por la redención
del Hijo, en el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Cristo, a
quien y con quien servimos, tiene esa misión de llevarnos al Padre y
enviarnos al Espíritu Santo que nos asiste en nuestra santificación, es
decir, en la perfección en nosotros de esa vida divina. ¡ He ahí las gran-
des realidades!

107. Como la inserción de servicio en el mundo vigoriza nuestro


celo apostólico, porque nos da a conocer las realidades y necesidades
en que se opera la redención y santificación de los hermanos, así una
penetración en el significado que la Trinidad tiene en la gestación de
nuestro carisma, nos proporciona una participación vivencial de esa
misma vida divina que es conocimiento y amor y da al celo apostólico
impulso en el rumbo cierto. Más aún: a nivel de realidades terrenas, la
experiencia confirma y, a lo más, profundiza el conocimiento; pero a

(152) Cfr. Alocuciones a la LXVI Congr. de Proc, 1978. A R XVII,


pp. 423 y 519.
PARTE 1.» / n.° 36 433

nivel de contemplación espiritual, el conocimiento vivo de Dios es ya


participación y gozo. "Via ad Illum", como se llama a la Compañía en
la Fórmula de Julio III (153), es la vía a la Trinidad. Ese es el camino
que debe seguir la Compañía; camino largo que no terminará sino
cuando lleguemos a la plenitud del Reino de Cristo. Pero el camino está
trazado y debemos recorrerlo siguiendo las huellas del Cristo que retor-
na al Padre, iluminados y vigorizados por el Espíritu que habita en
nosotros.

108. Sí. Este sublime misterio de la Trinidad tiene que ser objeto
preferente de nuestra consideración, de nuestra oración. Esta invitación
no es ninguna novedad. Nadal, el mejor conocedor del carisma igna-
ciano, la hizo a toda la Compañía hace más de cuatro siglos. Su voz
llega también hasta nosotros: Tengo por cierto que este privilegio con-
cedido a nuestro Padre Ignacio es dado también a toda la Compañía;
y que su gracia de oración y contemplación está preparada también para
todos nosotros en la Compañía, pues está vinculada con nuestra voca-
ción. Por lo cual, pongamos la perfección de nuestra oración en la con-
templación de la Trinidad, en el amor y unión de la caridad, que abraza
también a los prójimos por los ministerios de nuestra vocación (154).

109. INVOCACIÓN A LA TRINIDAD

¡Oh Trinidad Santísima! Misterio frontal, origen de todo.


¿Quién te ha visto para que pueda describirte? ¿Quién pue-
Eccl 63,41 de engrandecerte tal como eres?* Te siento tan sublime, tan le-
jos de mí, ¡misterio tan profundo!, que me hace exclamar del
fondo de mi corazón Santo, Santo, Santo. Cuanto más siento
ITim 6,16 tu grandeza inaccesible,* siento más mi pequenez y mi nada,*
Salmo 38, 6
pero al ahondar más y más en el abismo de esa nada, te en-
Confesiones cuentro en el fondo mismo de mi ser: intimior intimo meo*
amándome, creándome para que no me reduzca a la nada,
trabajando por mí, para mí, conmigo en una comunión miste-
Ejerc. Esp., riosa de amor.* Puesto delante de Ti, me atrevo a elevar mi
núm. 236
plegaria, a pedir tu sabiduría, aun sabiendo que el vértice del
De Potent., conocimiento de Ti por parte del hombre es saber que no sabe
q. 7, a.5 nada de Ti.* Pero sé también que esa oscuridad está llena de
ad 14
la luz del misterio, que ignoro. Dame esa "Sabiduría misterio-
sa, escondida, destinada desde antes de los siglos para gloria
ICor 2.3 nuestra".*

(153) Form., Inst. Jul. III, n. 1.


(154) NADAL, Ann. in Ex. MHSI. Nadal, Comm. de Inst, p. 163.
434 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Como hijo de Ignacio y teniendo que cumplir con la misma


vocación, para la que Tú me elegiste, te pido algo de aquella
luz "insólita", "extraordinaria", "eximia", de la intimidad Tri-
nitaria, para poder comprender el carisma de Ignacio, para
poder aceptarlo y vivirlo como se debe en este momento histó-
rico de tu Compañía.

Dame, Señor, que yo comience a ver con otros ojos todas


las cosas, a discernir y probar los espíritus que me permitan
LAINEZ. Car-
leer los signos de los tiempos, a gustar de tus cosas y saber
ta a Polan- comunicarlas a los demás. Dame aquella claridad de entendi-
co, n. 10.
FN I, p. 80 miento que diste a Ignacio.*

Deseo, Señor, que comiences a hacer conmigo de maestro


Autob., n. 27 como con un niño,* pues estoy dispuesto a seguir aunque sea
Autob., n. 23 a un perrillo, para que me indique el camino.*

Que sea para mí tu iluminación como fue la zarza ardiente


para Moisés o la luz de Damasco para Pablo, o el Cardoner y
La Storta para Ignacio. Es decir, el llamamiento a emprender
un camino que será oscuro, pero que se irá abriendo ante nos-
Cfr., nota 76 otros, como le sucedió a Ignacio, según lo iba reccorriendo.*

Concédeme esa luz trinitaria, que hizo comprender a Igna-


cio tan profundamente tus misterios que llegó a poder escri-
Diarlo. 20 fe- bir: "No había más que saber en esta materia de la Santísima
brero 1544
(BAC, n. 62) Trinidad".* Por eso, quiero sentir como él que todo termina
Diarlo. 3 mar- en Ti*
zo 1544
(BAC, nú-
mero 101)
Te pido también que me enseñes a comprender ahora lo
que significa para mí y para la Compañía lo que manifestaste
a Ignacio. Haz que vayamos descubriendo los tesoros de tu
misterio, que nos ayudará para avanzar sin errar por el ca-
Form. Inst.
Jul. III, n. 1 mino de la Compañía, de esa via riostra ad Te* Convéncenos
de que la fuente de nuestra vocación está en Ti y que conse-
guiremos mucho más tratando de penetrar tus misterios en la
contemplación y de vivir la vida divina "abundantius", que
procurando sólo medios y actividades humanas. Sabemos que
nuestra oración nos conduce a la acción y que "ninguno es
Cfr., nota 131 ayudado por Ti en la Compañía para él solo".*

Como Ignacio, hinco mis rodillas para darte gracias por


Cfr., nota 73 esta vocación trinitaria tan sublime de la Compañía,* como
también San Pablo doblaba sus rodillas ante el Padre, supli-
cándote que concedas a toda la Compañía que arraigada y ci-
mentada en el amor pueda comprender con todos los Santos
cuál es la anchura, la longitud, la altura y profundidad... y me
a
PARTE 1 . / n.° 36 435

vaya llenando hasta la total plenitud de Ti, Trinidad Santísi-


3
^iaM ' ma* Dame tu Espíritu que todo lo sondea, hasta las profun-
1 Cor 2, io didades de Dios*

Para conseguir esa plenitud, sigo el consejo de Nadal: Pon­


go la preferencia de mi oración en la contemplación de la Tri­
nidad, en el amor y unión de caridad que abraza también a
Cfr., nota 153 los prójimos por los ministerios de nuestra vocación*

Termino con la oración de Ignacio: Padre Eterno, confír-


Diario. 18 fe- mame; Hijo Eterno, confírmame; Espíritu Santo, confírmame.
OEIAC, I^4%) Santa Trinidad, confírmame; un solo Dios mío, confírmame.
% Parte
a
Sección 1.

Homilías
En la fiesta del Corazón de Jesús

1. La devoción al Corazón de Jesús y La Storta (9-VI-72).

2. Fiesta del Amor y de la Alegría (6-VI-75).


1. La devoción al Corazón de Jesús

y la Storta (9. VI. 72)

Al querer renovar la Consagración al Sagrado Corazón, que tuvo


lugar hace 100 años en esta misma Iglesia del Gesü, vienen instintiva-
mente a mi recuerdo los momentos difíciles para la Compañía, en los
que el Padre Beckx realizó aquella ceremonia. Estas eran sus palabras:
"Más aún, si consideramos el estado del mundo, comenzamos a sentir
nuevos males, y con razón nos parece que podemos temer otros..." Y
añadía: "sin vacilar en la fe, pidamos y esperemos del Sacratísimo Co-
razón de Jesús la salvación, la incolumidad, la paz".
Como entonces, ahora también la situación del mundo y de la Igle-
sia es sumamente delicada. Nos encontramos hoy ante un mundo que
está naciendo, ante un tipo nuevo de hombre, ante una vida religiosa en
evolución. Convencidos de que la solución de las dificultades y la aco-
modación de nuestra vida a las nuevas circunstancias se encuentra so-
lamente en Aquel que es "solutio omnium difficultatum", queremos hoy
también renovar nuestra Consagración al Corazón de Jesús.
Y buscando el modo de acomodar nuestra consagración al tiempo
presente y al inmediato futuro, de acuerdo con la norma de la Iglesia,
he querido considerar el espíritu primigenio de San Ignacio, evocando
la visión de la Storta.
Podrá pensar alguno: ¿qué tiene que ver la Storta con la devoción
al Sagrado Corazón? Y en verdad, mirándolos externamente, no puede
haber dos episodios más distintos. En la Storta, capillita solitaria y
abandonada en los suburbios de Roma, un pobrísimo peregrino con
otros dos compañeros se detiene a orar; en el fondo de su alma, en el
secreto de su espíritu, la Trinidad comunica a Ignacio una gracia altí-
sima, resumen de su vida mística hasta ese momento, y una de las más
decisivas para la Fundación de la Compañía. Aquí, en el Gesü, el Padre
General, en representación de miles de jesuitas, hace 'solemnemen-
te una consagración, cuyo eco se extiende a todas las casas de la Com-
pañía esparcidas por el mundo. Pero examinándolos internamente, entre
442 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

estos dos hechos, gracia de la Storta y ceremonia en el Gesü, existe una


relación muy íntima. La significaión espiritual, la profundidad y la
riqueza de la gracia de la Storta aparece precisamente hoy, ante la
Compañía actual, como fuente de la inspiración, como la mejor clave
para poder interpretar en todo su sentido ignaciano el significado y el
alcance de esta Consagración.
Ignacio había pedido incesantemente a Nuestra Señora durante mu-
chos años que "le pusiese con su Hijo". Esta petición logra ahora su
efecto y de modo más sublime de lo que él hubiera imaginado.
En la Storta Ignacio siente hondamente que su vocación es la de
ser compañero de Jesús y que la Trinidad lo acepta para que la sirva
como servidor de Jesús.
Es el mismo Eterno Padre quien imprime en el alma de Ignacio
esta aceptación y le promete su especial protección al decirle aqueüas
palabras que nos ha conservado Laínez: " Y o os seré propicio en
Roma", o la expresión, aún más fuerte y significativa, que leemos en
Nadal y Canisio: "Yo estaré con vosotros".
Dirigiéndose luego a Jesucristo, que se muestra cargado con la
cruz, el Eterno Padre le dice señalando a Ignacio: "Quiero que recibas
a éste por tu servidor", a lo que Jesús responde mirando a Ignacio:
"Quiero que tú nos sirvas".
Esta escena trinitaria, tan brevemente descrita, nos revela la con-
cesión de una gracia mística altísima, que como tal será imposible se
pueda llegar a expresar adecuadamente en palabras humanas. El mis-
mo Ignacio lo reconoce. Y ello es causa de las diversas versiones que
se han hecho de este hecho único y fundamentalmente cierto.
Analizando, con todo, algunos detalles de la gracia de la Storta,
podremos descubrir algo de lo mucho que en ella se encierra.
La petición de Ignacio es escuchada nada menos que por el mis-
mo Padre Eterno. Es el Padre quien imprime en Ignacio el sentimiento
profundo e inconfundible de la divina protección. El "yo estaré con
vosotros", es como un eco de las promesas bíblicas. Así aseguraba el
Dios de los Ejércitos a Gedeón: "Yo estaré contigo y derrotarás a Ma-
dián"; así el Dios de Israel a los Profetas: "No temas, que yo estaré
contigo" (Is. 41, 10); "No tengas temor ante ellos, que yo estaré con-
tigo" (Jer. 1, 8 y 19). Así aseguró el Ángel a María: "Salve, llena de
gracia, el Señor es contigo". Así prometió Cristo a sus Apóstoles: "He
aquí que yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del
mundo" (Mt. 28, 20), y a Pablo en Corinto: "No temas, no calles,
porque yo estoy contigo" (Hech. 18, 9-10).
Ignacio puede estar seguro. Si Dios está a su favor, ¿quién podrá
vencerlo?
Es petición clave y muy querida para Ignacio la de "ser puesto
con el Hijo". Esta frase, gramaticalmente algo forzada y dura, expresa
la aspiración a una proximidad más íntima aún que la que ya tenía
con Jesucristo, a una muy particular interioridad recíproca con El, a
algo semejante a lo que Santa Teresa llama "desposorio espiritual" y
María de la Encarnación "don del Espíritu del Verbo Encarnado". Y
a
PARTE 2. / n.° 1 443

si tan ardientemente deseaba Ignacio esa gracia es porque preveía cuan


necesaria y transcendental le era para poder realizar el ideal apostólico
que concebía en su mente.
El Padre Eterno toma la iniciativa y expone a Jesucristo el deseo
de Ignacio: "Quiero que recibas a éste en tu servicio". Y a su vez
Jesucristo, que hace siempre la voluntad del Padre, responde dirigién-
dose a Ignacio: "Quiero que tú nos sirvas". No le dice: "que me sir-
vas", sino "que nos sirvas", tomando de este modo a Ignacio a su ser-
vicio y al de la Trinidad.
La oblación de Ignacio es así aceptada por el Verbo Encarnado.
En el alma de Ignacio se produce una profundísima transformación,
más íntima que la experimentada en el Cardoner: allí le pareció que se
le cambiaba el entendiimento, aquí se siente aceptado y como introdu-
cido en la vida trinitaria, en aquel "círculo" íntimo de la Trinidad (MI,
ser. III, vol. I, 132), desde el cual es enviado ad extra con Cristo para
servirle en favor de las almas, nuevo servicio que definirá después en
la Fórmula del Instituto como "servir a la Iglesia sub Romano Pontí-
fice", o como "defensio et propagatio fidei".
Adquiere plena significación aquella palabra "servir", tan caracte-
rística de Ignacio, que expresa el fin mismo de los Ejercicios y resume
la ofrenda del Reino, de las Dos Banderas, de los tres grados de hu-
mildad. Servir será en adelante consagrarse por entero al servicio de la
Trinidad como compañeros de Jesús en pobreza, en abnegación total de
sí mismos, en cruz. Ignacio entiende el sentido profundo de su vocación
y de la de sus compañeros y se siente no sólo llamado y admitido, sino
además penetrado y transformado interiormente como lo fueron los
Apóstoles (Lagrange, L'Evangile selon St. Jean, París 1936, 447-48).
Tal era su fuerza interior que se sentía capaz hasta de morir en cruz:
"No sé lo que nos espera en Roma, repetía, no sé si seremos crucifi-
cados".
La gracia de la Storta ilumina siempre la trayectoria espiritual de
la Compañía y nos ayuda a comprender el sentido de nuestra vocación
en cada nueva perspectiva histórica: el servicio a la Trinidad en Cristo
pobre.
Ante el "munus suavissimun" confiado a la Compañía de vivir y
difundir la devoción al Sagrado Corazón, ¿qué otro sentido puede te-
ner la consagración de la Compañía al Sagrado Corazón que hizo hace
100 años el Padre Beckx y qué otro sentido puede tener la consagración
que queremos hoy renovar, ¡sino el de una entrega completa e incondi-
cional al servicio de Jesucristo y de la Trinidad, el de un colaborar in-
cesante con Jesucristo pobre para reparar la gloria del Padre y ayudar
al mundo a encontrar su salvación?
Francisco de Borja, Canisio, La Colombiére y tantos otros gran-
des jesuitas han entendido así el "servir" "bajo la bandera de la cruz"
que nos ha enseñado la Storta. A Ignacio se le presentó Jesús con la cruz
sobre sus hombros: a nosotros se nos presenta hoy clavado en la cruz,
con el costado traspasado y el corazón abierto, símbolo de su amor, y
444 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

del que sale sangre y agua, expresión mística de su Iglesia. El 'vexillum


crucis' adquiere así una nueva significación, reviste un aspecto mucho
más personal, dinámico y profundo, al mantenernos en el recuerdo per-
manente de que la .raíz de todo el misterio de la Encarnación y de la
Redención es el amor infinito y humano de Cristo.
Este constante recordar lo más íntimo de la personalidad de Cristo,
su amor al Padre y su amor a nosotros, es un elemento nuevo que se
añade a la visión de la Storta y que nos ayuda a comprender mejor su
significado y mantener viva toda su importancia y su relación con
nosotros.
Es decir, que la Storta contribuye a hacernos penetrar más en el
verdadero sentido ignaciano de nuestra consagración, y ésta nos ayuda
a entrar más adentro en el mensaje de la Storta, haciéndonos conocer
más íntimamente la persona de Cristo y el sentido de nuestra misión,
haciéndonos por tanto más ignacianos y mejores y más íntimos "socii
Jesu".
¿Qué es, pues, la consagración que vamos a hacer dentro de unos
momentos?: "no es otra cosa, dice León XIII en "Annum Sacrum"
(AAS XXXI, 649, a. 1899), que entregarse y obligarse a Jesucristo,
ya que lo que, como obsequio de piedad se tributa al Corazón divino,
se tributa verdadera y propiamente al mismo Cristo".
Es una entrega, una oblación, un "suscipe". Acto de fe, porque es
una confesión de la Santísima Trinidad y una entrega absoluta al Ver-
bo Encarnado y a la Iglesia, su Cuerpo Místico, traducida en fidelidad
especial al Vicario de Cristo, a la cual llamaba Ignacio "principio y
fundamento" de la Compañía. Acto de esperanza, pues sabemos que
para cumplir lo que prometemos contamos con la ayuda del Señor:
"yo estaré con vosotros"; "si Dios está por nosotros, ¿quién contra
nosotros? (Rom. 8, 31). Sabemos por experiencia la multitud de gra-
cias que nos han venido de la fidelidad a esta devoción. Acto de caridad,
porque hacemos nuestra entrega como holocausto a ciencia y concien-
cia, conociendo sus consecuencias: sabemos bien qué significa "dar
la vida por los amigos", seguir a Jesús Crucificado.
El mundo necesita hoy de esos hombres con fe, fuertes, desinte-
resados, confiados, dispuestos a dar su vida por los demás. Ello no
se hace sin gracias especiales; nuestra vocación en el mundo de hoy
es demasiado difícil. Por eso pedimos a María "que nos ponga con su
Hijo", es decir, que nos alcance del Eterno Padre, como alcanzó para
Ignacio, aquella especial intimidad recíproca, absolutamente necesaria
no sólo para resistir al mundo, sino para llevarlo a Cristo. Una gracia
que verifique en nuestra alma la transformación interior, que sea una
"re-creación" de nuestras facultades, una identificación tal con Cristo
que logre, usando las palabras de Nadal, "que entendamos por su en-
tendimiento, queramos por su voluntad, recordemos por su memoria,
y que todo nuestro ser, nuestro vivir y obrar no esté en nosotros, sino
en Cristo" (MHSI vol. 90, 122). Una transformación interior que nos
lleve a amar más a la Trinidad, a Cristo, a la Iglesia y a las almas y
llegar así al nivel ignaciano de verdaderos "compañeros de Jesús". Una
PARTE 2.» / n.° 1 445

transformación de "nuestro corazón de piedra por otro de carne" (Cfr.


Ez. 36, 26), que nos lleve a tener conciencia, como la tuvo Ignacio, de
que Dios está siempre en y con nosotros, y de que lo sintamos, en frase
ignaciana, "como un peso en nuestra alma".
Nuestra consagración termina, por eso, con las palabras del "Sus-
pice". Ese "Suspice", resumen y vértice de los Ejercicios, expresa nues-
tro modo personal de ofrecernos y la realización concreta de nuestro
holocausto "en olor de suavidad" (Const. 540); y, al ser aceptado
por el Señor, nos garantiza las gracias para llevarlo a la práctica; "ad
explendum, gratiam uberem largiaris".
Una vez más vemos así identificado el espíritu de nuestra Consa-
gración con el espíritu de los Ejercicios y de las Constituciones, y así
su expresión más adecuada será la que realice el ideal del verdadero
hijo de Ignacio y "compañero de Jesús".
Terminemos considerando, con San Francisco de Borja, a Cristo
Nuestro Señor en la Cruz: "en la llaga del costado ...tomándola por
refugio, oratorio... y continua morada. Amén. Amén" (Tratados Es-
piirtuales, Barcelona 1964, p. 304).
2. Fiesta del Amor y de la Alegría (6. VI. 7 5 )

Hoy es la fiesta del Sagrado Corazón. Una fiesta que presenta una
nota de dolor, de tristeza, de cruz: el costado herido de Jesús Crucifi­
cado; su corazón traspasado, del que brotan sangre y agua; el mismo
símbolo del Corazón con la cruz sobrepuesta y rodeado por la corona de
espinas; la invitación a la reparación por los pecados y las infidelidades
de los hombres en respuesta al infinito amor de Jesús...
Todo esto da a la fiesta del Sagrado Corazón como una nota de
culpabilidad, de pena, de sufrimiento...
Sin embargo, en su realidad más profunda, es la fiesta del Amor;
y amor quiere decir alegría, gozo, felicidad...
Alguno dirá: es verdad, pero en el caso de Jesús el amor lleva
consigo la Cruz. A pesar de todo, es cierto que las llamadas que parten
del Corazón de Jesús son llamas de amor y de amor infinito; y en este
amor está el verdadero significado de la fiesta del Sagrado Corazón.
Solamente en este amor es posible comprender a fondo el misterio de la
redención, así como en el amor infinito de Dios está la clave para com­
prender el misterio pascual; un misterio que, si bien lleva consigo la
Cruz, comprende también la resurrección y una eterna glorificación.
Por eso el "Exultet pascual —dice Pablo VI— canta un misterio rea­
lizado por encima de las esperanzas proféticas: en el anuncio gozoso
de la resurrección, la pena misma del hombre se halla transfigurada,
mientras que la plenitud de la alegría surge de la victoria del Crucifica­
do, de su Corazón traspasado, de su cuerpo glorificado y esclarece las
tinieblas de las almas: Et nox üluminatio mea in delieiis meis" (Pa­
blo VI, Exhortación Apost. Gaudete in Domino, III).
También nosotros, para poder conciliar esta antinomia de cruz y
resurrección, de pasión y de gloria, debemos tratar de penetrar en el
misterio de Cristo, penetrar en lo más profundo de su persona: en él
descubriremos una inefable alegría; una alegría que es su secreto,
que es solamente suya: Jesús es feliz porque sabe que es amado por
su Padre. La voz que viene del cielo en el momento de su bautismo:
Tú eres mi hijo predilecto, en ti me complazco (Le. 3, 22), no es más
PARTE 2.» / n ° 2 447

que la expresión externa de la experiencia profunda y continua que


Jesús tuvo del Padre desde su concepción. El Padre me conoce y yo co­
nozco al Padre (Jn. 10, 15): este conocer y sentirse conocido del Pa­
dre se realiza en un completo e incesante intercambio trinitario de amor:
Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío (Jn. 17, 10). En esta comunicación
de amor, que es la misma existencia del Hijo y el secreto de su vida
trinitaria, el Padre se da constantemente y sin reservas al Hijo y el
Hijo se da en un infinito amor al Padre en el Espíritu Santo.
El motivo profundo de la alegría de Cristo será también el motivo
de nuestra verdadera alegría: la participación en la vida divina por
medio del Espíritu, presente en la intimidad de nuestro ser, la partici­
pación en el amor con el que Cristo es amado por el Padre, a la cual
también nosotros hemos sido llamados: Yo les he dado a conocer tu
Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú
me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn. 17, 26).
En el cuadro de esta experiencia interior se comprende el verda­
dero sentido de la felicidad: Bienaventurados los que lloráis ahora, por­
que reiréis (Le. 6, 21); el sentido de la alegría en la persecución:
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con men­
tira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y rego­
cijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, que de la
misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mt.
5, 11-12).
El Corazón de Cristo es el símbolo de su amor infinito, del amor
humano y trinitario que él nos da en el Espíritu Santo que habita en
nosotros. Fruto de este Espíritu es la alegría, que tiene el poder de
transformarlo todo en gozo espiritual (Rom. 14, 17; Gal. 5, 22); gozo
que ninguno puede quitar a los discípulos de Cristo, una vez que lo
poseen (Jn. 16, 20; cfr. 2 Cor. 1, 4; 7, 4-6).
Comparando la alegría de Cristo, tan íntima y profunda, con la que
se nos comunica a través de los dones de la ciencia, de la inteligencia
y de la sabiduría, y que tiene como fruto el gozo en el Espíritu Santo,
vemos que es una alegría que abraza todo nuestro ser, haciendo que
nos sintamos íntimamente felices también en este mundo, en medio de
las tribulaciones que son casi un presagio de la felicidad perfecta, y
por ello eterna, del reino de los cielos.
Esta íntima alegría, cuando es percibida en toda su profundidad
y extensión, se manifiesta en una alegría de ser: es la experiencia vivida
a la luz de la fe del in ipso vivimus movemur et sumus — en él vivimos,
nos movemos y existimos (Hech. 17, 28); es un sentirse penetrados por
Dios, que nos vivifica, que habita en nosotros en trinidad de personas,
que nos crea continuamente, dándonos así la prueba irrefutable de su
amor infinito. Esta alegría se manifiesta además en la alegría de haber
sido elegidos ante mundi constitutionem — antes de la creación del
mundo (Ef. 1, 4), con el amor de predilección que esta elección supo­
ne, para una vocación privilegiada, ut essemus sancti... in conspectu
eius — para ser santos en su presencia (ib.): es la consciencia de haber
sido objeto de las predilecciones divinas: non vos me elegistis, sed ego
448 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

elegí vos — no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he


elegido a vosotros (Jn. 15, 16); de haber sido admitidos a la amistad
de Dios: vos amici mei estis — vosotros sois mis amigos; es sobre todo
la consciencia, confirmada por el testimonio del Espíritu, quod sumus
filii Dei — de que somos hijos de Dios; y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom. 8, 16-17).
Una alegría segura porque está fundada en el amor y omnipotencia
de Dios: Si Deus pro nobis, quis contra nos? — Si Dios está por nos-
otros, ¿quién contra nosotros? (Rom. 8, 31); quis nos separabit a ca-
ritate Christi? — ¿quién nos separará del amor de Cristo? (Rom. 8,
35); sabiendo que, incluso si una madre olvidase a su hijo pequeño,
yo en cambio no te olvidaré jamás (Is. 49, 15).
La alegría del que sabe que posee todo el depósito de la fe, los te-
soros de la sabiduría y de la ciencia de Dios, por los que vale la pena
vender cualquier otra cosa, con tal de comprar esta perla preciosa. ¡Esta
perla es mía!
La alegría de ser instrumento en las manos de Dios, por lo cual
todo lo que es obra mía es al mismo tiempo obra de Dios, gracias a su
continuo concurso, sea en el orden natural o en el sobrenatural. La ale-
gría de ser cooperadores de Dios, ministros e instrumentos suyos, in-
cluso en esa obra de las obras de su infinito amor que es la redención
del mundo.
La alegría de sentirse creados para la eternidad, llamados a una
vocación escatológica, destinados a una vida qué no tiene fin, a la que
tendemos con el ansia y la nostalgia del que va hacia la Patria, donde
participaremos "con gran alegría" en las bodas del Cordero (Ap. 19,
7-13). Nuestra vida terrena, con todos sus acontecimientos, tiene una
propia trascendencia eterna; tenemos la certeza de que nuestros nom-
bres están escritos en el cielo (Le. 10, 20); de que al final de nuestros
días nos espera una felicidad eterna, perfecta (Ap. 18, 20; 19, 1-4),
porque Dios enjugará toda lágrima de sus ojos (Ap. 7, 17).
Lo difícil es percibir esta alegría en medio de la gran tribulación
de este mundo (Ap. 7, 14). La sola luz que puede darnos esta percep-
ción es la fe, una fe viva que afine nuestras capacidades de penetración
y nos haga reconocer en cada momento esta trascendente relación esca-
tológica. La sola fuerza que puede doblegar el duro madero de la tri-
bulación y del sufrimiento es la de la llama del amor de Cristo. Por
eso en el Corazón de Cristo tenemos el símbolo y la clave de esta divina
alquimia que convierte el sufrimiento en alegría y la pena en gozo.
Una cosa es cierta: la verdadera alegría de Cristo nace del amor
y el camino para conseguirla es la cruz. Doctrina difícil de comprender
y que los mismos apóstoles comprendieron bastante poco, a pesar del
mucho tiempo transcurrido en la escuela de Jesús. Las palabras que
El dirigió a los discípulos de Emaús podemos aplicárnoslas también a
nosotros: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que
dijeron los'profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y
entrara así en la gloria? (Le. 24, 25). Pero cuando lo comprendieron,
los Apóstoles experimentaron una alegría comunicativa imposible de
PARTE 2.» / n.° 2 449

reprimir (Hech. 2, 4 y 11), una alegría tan grande que se marcharon


de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dig-
nos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús (Hech. 5, 4 1 ; cfr. 4, 12).
Quienes tienen una fe viva sienten en sí mismos la plenitud de
esta alegría (Jn. 17, 13), llevan una vida alegre y sencilla, viven con
alegría y sencillez de corazón (Hech. 2, 46), y comunican esta alegría
a los demás, con la palabra y el ejemplo, como el diácono Felipe que,
encontrándose en Samaría, les predicaba a Cristo y hubo una gran ale-
gría en aquella ciudad (Hech. 8, 8). Y es tal la fuerza de esta alegría
que Pablo y Silas cantaban himnos a Dios incluso en medio de los su-
frimientos de una cárcel y los presos les escuchaban (Hech. 16, 25).
Sólo entonces se llega a comprender en toda su profundidad el mis-
terio de la fiesta del Sagrado Corazón, que es fiesta de amor y no, como
decía, una fiesta de dolor y de pena. En realidad este dolor y esta pena,
efecto de la falta de correspondencia al amor de Cristo, se transforma
por la fuerza de este mismo amor en una verdadera felicidad y alegría.
Se comprende así cómo Pablo pudo decir de los ministros de Cristo:
quasi tristes, semper autem gaudentes — como tristes, pero siempre ale-
gres (2 Cor. 6, 10), y cómo él mismo se sentía lleno de consuelo y
¿obreabundando de gozo en todas sus tribulaciones (2 Cor. 7, 4) y por
qué podía escribir a los fieles de Colosos: me alegro por los padeci-
mientos que soporto por vosotros (Col. 1, 24). Una alegría tan grande
que invitaba a sus discípulos a condividirla con él.
Todo esto nos llevará a asumir una actitud positiva frente al su-
frimiento y a la cruz, a dilatar nuestra alegría en la medida en que
participemos en los sufrimientos y en la cruz de Cristo: Queridos, no
os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para pro-
baros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida
en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os
alegréis alborozados en la revelación de su gloria (1 Pe 4, 12-13). Como
igualmente Santiago escribirá a sus discípulos: Considerar como un
gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas
(Sant. 1, 2). Clave de todo esto es el modo con que Jesús ha conside-
rado el sufrimiento y la cruz: El cual, en lugar del gozo que se le
proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia (Heb. 12, 2).
Para terminar, quisiera citar las palabras de Pablo V I : En el
curso de este Año Santo, hemos creído ser fieles a las inspiraciones del
Espíritu Santo, pidiendo a los cristianos que vuelvan de este modo a
las fuentes de la alegría (Exhortación Apost. Gaudete in Domino). En
el mundo hay necesidad de alegría, hay mucho sufrimiento, mucha an-
gustia, mucha inseguridad. La fuente de la alegría es el Corazón de
Cristo, símbolo del amor infinito de Dios que tanto ha amado al mundo
que dio a su Hijo único (Jn. 3, 16). En este amor está la fuente de nues-
tra felicidad, el secreto que lo transformará todo en alegría, la verda-
dera alegría capaz de colmar el corazón del hombre.
Los que poseen el amor de un modo tan profundo y transformante
lo sentirán como una llama de amor viva, como un cauterio suave,
como un toque delicado, que a vida eterna sabe y que matando, muerte
450 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ere vida la has trocado (S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva, c. II).
Aqui está el secreto de la felicidad humana, escondido a los sabios y a
los inteligentes, que sólo los pequeños y humildes saben descubrir.
Quiera el Señor que la fiesta del Sagrado Corazón de este Año San-
to nos inspire a cantar en nuestro corazón, con plenitud de alegría, el
aüeluia que no acabará jamás. Porque el sufrimiento y la cruz pasa-
rán, pero la alegría del aüeluia no sólo no pasará, sino que será el pre-
ludio de un aüeluia más perfecto: el alleluia celestial, que ya cantan los
bienaventurados en el cielo.
En la fiesta de S. Ignacio

3 Amor de Ignacio por la Iglesia y el Papado (31-VII-67).

4. Ignacio, modelo para la Compañía (31-VII-68).

5 Inspirador de esperanza (31-VII-70).

6. Un hombre para el servicio (31-VII-71).

7 Paralelo entre Ignacio y Borja (31-VII-73).

8 A la escucha del Espíritu (31-VII-75).

9 Reengendrar cada día la Compañía (31-VII-79). En Lima, Perú.


3- Amor de Ignacio por la

Iglesia y el Papado (31. VIL 6 7 )

1. He elegido este tema porque considero que esta actitud funda-


mental de San Ignacio es algo absolutamente perenne y, por tanto, plena-
mente actual.
La Iglesia y el Papa fueron su gran amor, su estrella polar, su
principio regulador, la garantía suprema.. No tenemos ninguna necesi-
dad de hacer en algo violencia a su espíritu para vivir la teología y la
espiritualidad eclesial de hoy. Esta corresponde .plenamente al alma del
Santo. Es como el desarrollo de la actitud germinal de San Ignacio.

2. ¿Cómo se fue formando tal amor por la Iglesia?


El amor de San Ignacio por la Iglesia encuentra sus raíces, antes
que nada, en el clima de su infancia: con la devoción a San Pedro
y el respeto a la jerarquía; después, en el ambiente de defensa del
cristianismo, de Arévalo, que era un espejo de la España del siglo X V ;
se desarrolla y crece después bajo la acción de Dios, al precio de duras
experiencias. Dios, que "lo instruía" exactamente como "un maestro
hace con un niño" (Autobiografía n. 27) lo dirigía en esto, como en
todo lo demás que se refiere a la Compañía, principalmente con una
luz sobrenatural especial. Desde Manresa, dice Nadal en una exhorta-
ción de 1554, "guiándole nuestro Señor comenzó a tratar del interior
de su alma y de la variedad de los espíritus, dándole el Señor grande
conocimiento y sentimientos muy vivos de los misterios divinos y de la
7
iglesid (MHSI, Epp. Nadal V, 40). Con una misteriosa Providencia lo
hace después llegar a Roma. Finalmente sella esta vocación con la vi-
sión de la Storta.
En segundo lugar, el Señor lo dirigía a través de las más diversas
experiencias "edocente experientia ac usu rerum" [enseñándole por la
experientia y el uso de las cosas] (Form. Inst., MHSI, Const. I, 375).
Tales experiencias le hicieron ver la Iglesia cual se encarnaba
en los hombres concretos; le pusieron en contacto con instituciones y
454 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

estructuras que parecían, al menos externamente, obstaculizar o retar-


dar aquellos proyectos que él consideraba de Dios, garantizados por
visiones y mociones extraordinarias: así la vida en Palestina, que el
Superior Jerárquico le prohibió; así las continuas limitaciones a su
libertad de acción por parte de los jueces eclesiásticos en Alcalá, Sa-
lamanca, París: "mis superiores hicieron tres veces proceso contra mí,
fui preso y puesto en cárcere por cuarenta y dos días" (Epp. I, 296;
2
BAC , 662).
Todo esto engendra, es verdad, una desorientación personal mo-
mentánea que le impulsa a buscar continuamente nuevas rutas, otras
universidades.

3. Pero le lleva también a la percepción de la verdadera fuerza de


la Iglesia. Este rudo contacto con la realidad, bajo la luz que le venía
de lo alto y de la continua reflexión personal, le lleva a ver, más allá de
lo exterior, el espíritu interno de la Iglesia. El ve que la verdadera
fuerza le viene no del poder político, de la grandeza de su historia, del
prestigio de sus jefes —como sin duda había creído cuando era niño y
estaba influenciado por su ambiente— sino, como escribirá más tarde
al Negus de Etiopía, de "ser unidos al cuerpo místico... vivificado y
regido por el Espíritu Santo, que, como dice el Evangelista (Jn 16,
2
13), le enseña toda verdad" (Epp. VIII, 464; BAC 906). La ve, por
decirlo con las palabras de las reglas para el sentido verdadero que en
la Iglesia militante debemos tener, como "la vera sposa de Christo nues-
tro Señor" (Ejerc. 353). O también es para él "la santa madre Iglesia,
hecha cada día más gloriosa e ilustre por nuestro Señor, que la rige y
la gobierna" (Epp. I, 242).
Esta percepción del sentido profundo de la Iglesia nace del cono-
cimiento cada vez más íntimo que S. Ignacio va teniendo de Cristo:
lo ve cada vez mejor proyectado sobre la perspectiva de la Iglesia. En
la medida en que lograba vivir más profundamente el misterio de
Cristo, iba captando también más ampliamente su presencia actual en
la Iglesia. En realidad, es Cristo quien, con el retorno de los hombres
al Padre y la constitución del único rebaño, volverá a "entrar en la glo-
ria del Padre" (Ejerc. 95). Por así decirlo, Cristo no está plenamente en
la gloria mientras algunos de sus miembros estén todavía "en la pena".
Por esto S. Ignacio cree firmemente "que entre Christo nuestro Señor,
esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna
y rige para la salud de nuestras ánimas" (Ejerc. 365). La Iglesia le
aparece en su triple dimensión de Madre nuestra, de Reino mesiánico,
de Cuerpo místico o Esposa de Cristo, organismo vivificado por el
Espíritu Santo. De tal manera siente que el Papa es Vicario de Cristo
que, para explicar por qué se habían puesto a sus órdenes, escribe que
la voz del Papa resuena el cielo: "a la voz del cual resonando el cielo, y
en ninguna manera la tierra..." (Epp. I, 241).
Y estaba tan persuadido de la verdad del magisterio pontificio que,
con ocasión de las disputas que se encendieron respecto al uso de los
dos Breviarios, el ordinario y el que introdujo en 1535 el Cardenal Qui-
PARTE 2.» / n.° 3 455

ñones con autorización de Pablo III, escribía: "Todo es santo y bueno,


el viejo y el nuevo, pues que la autoridad de la Sede Apostólica nos
lo enseña así" (Epp. IX, 213).

4. Avanzando en esta línea S. Ignacio termina por descubrir cuál


debe ser su función dentro de la Iglesia. Es decir, el fruto de todas estas
luces y experiencias es arraigarse cada vez más profundamente en la
Iglesia. La Iglesia le ha dado la luz. En ella ha encontrado el camino
de su vocación.
Para él quedará éste como un principio fundamental: cualquier
acción deberá desarrollarse dentro de las normas de la Iglesia. En los
Ejercicios señalará como primera condición esencial para una buena
elección: "es necesario que todas cosas, de las cuales queremos hacer
elección... militen dentro de la sancta madre Iglesia hierárquica"
(Ejerc. 170). Son límites, sin embargo, que se aceptan porque se les
ama, se les estima; por eso añadirá la regla: "Alabar... todos preceptos
de la Iglesia, teniendo ánimo pronto para buscar razones en su defensa
y en ninguna manera en su ofensa" (Ejerc. 361).
Pero no se contenta con una posición puramente pasiva: aceptar y
gozar de los tesoros de la Iglesia. Se siente miembro plenamente activo,
con una misión propia que ha de realizar en el seno de la Iglesia.
Por tanto, examina el momento presente, los problemas de la Igle-
sia, lo que él puede hacer por ella. Comprende que se encuentra en una
época de transición, de crisis. Es necesario transvasar la esencia del
cristianismo en formas nuevas. De aquí la consigna: "renovación". Por
eso las palabras de renacimiento, de reforma, se repiten como palabras
preferidas. El amor a la Iglesia es el que hace ver el modo de renova-
ción adecuado a un momento dado y a un ambiente concreto.
Sabe evitar los dos extremos: una actitud de pura fe y de con-
fianza ciega que deja a Dios la solución de los males, sin hacer lo que
puede por su parte. Por otra parte, evita una crítica amarga de la situa-
ción: no critica, sino rehace. Los conflictos con los tribunales eclesiás-
ticos, el contacto con el ambiente mundano de la corte pontificia de
aquel tiempo, no le dejan el más mínimo sedimento de amargura o de
desilusión; únicamente le hacen capaz de comprender dónde están los
abusos y los males a los que se debe poner remedio.
En el fondo era una actitud de tensión (palabra y realidad tan ac-
tual también hoy) entre iniciativa y obediencia, abandono y esfuerzo,
atención a las mociones divinas y percepción del espíritu auténtico.

5. Bajo la dirección del Papa.

En esta acción suya, plena de peligros y de dificultades, él toma


como norma fundamental el Papado. Si su tarea es separar lo caduco
de lo permanente y encarnar el espíritu en formas nuevas, él sabe
que este espíritu se encuentra dentro de la Iglesia misma. Hace polari-
zar en torno a ella todas las fuerzas y todos los movimientos de re-
456 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

forma que dependen de él o entran en contacto con él. Se trata de


llenar de espíritu la Iglesia, no de crear una nueva Iglesia del Espíritu.
Por eso, como primera orientación toma la de someter todos sus pro-
yectos al Papa: éste es su modo concreto de insertar en la Igesia su
programa de vida y de reforma.
El Beato Fabro considera este presentarse "en holocausto al Sumo
Pontífice Pablo III, para que viera en qué podríamos servir a Cristo
para edificación de todos... en pobreza perpetua y dispuestos hasta a ir
por obedecerle aun a lo más lejano de la India", como "beneficio me-
morable y en cierto modo el fundamento de toda la Compañía" (FN
I, 42).
Polanco, por su parte, refiere el voto hecho en Montmartre de "ir
a los pies del Papa como Vicario de Cristo y suplicarle que le diera
su bendición y licencia para pasar a Jerusalén, y permanecer allá para
hacer entre los infieles lo que pudiéramos en el servicio de Dios, o
bien de volver acá por el mismo fin, dudando cuál de estas dos partes
sería más agradable a Dios; y esperando que le daría a entender a su
tiempo cuál fuese su santísima voluntad, para realizarla, El que tanto
daba a todos el desearla". Y con las siguientes palabras indica el mo-
tivo por el que acudía al Papa: "porque ésta era su persuasión, que
por medio de su Vicario se dignaría Cristo enderezarlos en la vía de
su mayor servicio" (MHSI, Fon. Narr. I, 264).
La misma razón, o sea, que el Papa era garantía de éxito, expone
Fabro, a nombre de los otros compañeros, a Diego de Gouvea: "Nos
hemos ofrecido al Sumo Pontífice, por cuanto es el Señor de toda la
mies de Cristo... La causa de esta nuestra resolución, que nos sujeta a
su juicio y voluntad, fue entender que él tiene mayor conocimiento de
2
lo que conviene al universo cristianismo". (Epp. I, 132; BAC 633).
Todo esto aparece también en el texto que ha quedado en nuestras Cons-
tituciones, en el número 605.
No solamente somete al Papa sus proyectos, sino que la voluntad
del Papa se convierte en el principio supremo de la selección de los
ministerios. Podríamos casi llamarlo un "superprincipio". En efecto,
en las Constituciones Ignacio determina, como se sabe, los grandes prin-
cipios que deben gobernar la selección de las actividades de la Com-
pañía: "el mayor servicio divino y bien universal... dónde es verosímil
que más se fructificará...", etc. (Const. 622).
Ahora bien, en una carta a Francisco Villanueva, del 1 de septiem-
bre de 1555, o sea, cuando ya habían sido escritas aquellas páginas de
las Constituciones, San Ignacio alude claramente a estos principios y
dice que la Compañía trabajará en donde las necesidades son más ur-
gentes y de mayor importancia. Pero añade en seguida: "aunque las
necesidades fuesen menores, la obediencia del Vicario de X.°, n. s., las
haría mayores" (Epp. IX, 527).
Por tanto, sobre el principio de la urgencia y de la necesidad
está el de la obediencia al Papa, dado que se trata de misiones reco-
mendadas por él Vicario de Cristo: Etiopía, Alemania, Polonia.
PARTE 2.» / n.° 3 457

Ignacio podía escribir con toda verdad al Dr. Ortiz que el ideal de
la Compañía "será de cumplir enteramente la voluntad de Su Santi-
dad" (Epp. I, 359). Y a Díaz de Luco, Obispo de Calahorra: como
no somos nuestros, ni queremos, nos contentamos en peregrinar donde
quiera que el Vicario de Cristo nuestro Señor, mandando nos enviare"
(Epp. I, 241). Es verdad que tales órdenes del Papa causaban a veces
perjuicio a otras obras particulares, pero, escribía con claridad extrema,
"no se puede dejar de obedecer a Su Santidad —y tendremos paciencia
si nos causa alguna incomodidad en las obras particulares que vamos
fundando, con tal de atender al bien universal" (Epp. IX, 337).
El P. Laínez subrayaba en una exhortación de 1559 que San Ig-
nacio "cuando se encontraba en duda de alguna cosa, decía: La Sede
Apostólica nos la resolverá y enseñará, y a ella se remitía y confiaba"
(MHSI, Font. Narr. II, 137). Un ejemplo más de cómo el Papa era,
para él, la norma suprema.
Este fue también el motivo por el que solicitó la intervención de
San Francisco de Borja para obtener una de las tres cosas que más
deseó en su vida, esto es, la aprobación pontificia del libro de los Ejer-
cicios (cfr. MHSI, Font. Narr. I, 355). Es decir, que él quería el aval
de la Iglesia respecto a su obra. Y este mismo fue el motivo por el
cual, una vez obtenida la aprobación, no quiso aceptar que se cambiara
en los Ejercicios ni siqiuera una palabra, a pesar de que hombres
como Araoz lo inducían por todos los medios a cambiar al menos una
expresión que podía dar pie a sospechar que se defendía ahí la sentencia
de Ambrosio Catarino (el famoso "esset" del n. 366).
Ignacio completó la sumisión y la obediencia con una confianza
plena y una verdadera devoción al Papa.
El Santo tuvo una fe total en que Dios no faltaría a la confianza
que él ponía en la Sede Apostólica y en el Papa. Esta le daba sobre
todo la garantía enorme de que trabajaba conforme'al beneplácito
divino. Como escribía a Teresa Rejadell, "teniendo confirmación de la
Sede Apostólica, no hay que poner duda alguna, es cierto que estáis
2
conformes al servicio y voluntad divina" (Epp. I, 275, BAC 656).
Tal actitud se manifestaba en la confianza con la que acudía al
Papa en sus negocios y en el modo de llevarlos. Como narra el P. Gon-
zález de Cámara, "El Padre hace siempre cada día oración por el Papa;
y agora que está enfermo, dos veces, y siempre con lágrimas" (MHSI,
Fon. Narr. I, 703).
Como complemento de esta doctrina y práctica de nuestro Fun-
dador hacia el Sumo Pontífice, podríamos también señalar su actitud
hacia los Obispos. Es significativo, desde este punto de vista, el cambio
de la Fórmula del Instituto: de la redacción primitiva "Soli Domino ar-
que eius in terris Vicario serviré", a la otra más amplia y que abarca
la realidad total de la Iglesia: "soli Domino ac Ecclesiae ipsius Sponsae
sub Romano Pontífice Christi in terris Vicario serviré". Y aun defen-
diendo la función específica y la naturaleza propia de la Compañía,
Ignacio la quería verdaderamente al servicio del Pastor de la Diócesis.
Es muy expresiva a este propósito la carta que dirigía al Arzobispo de
458 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Lisboa, Fernando Vasconcelhos: "Siendo, no solamente conforme a


nuestro instituto, pero muy especialmente encomendado en nuestras
Constituciones, que, donde quiera que los de nuestra Compañía mínima
residan, hagan recurso al perlado, y le reconozcan por padre y señor,
y se ofrezcan a servirle, según nuestras ñacas fuerzas y profesión, en el
negocio de las ánimas que están a su cargo... suplico a V. Sría. Rma.
a todos acá y allá nos acepte y tenga por hijos y siervos suyos en el
Señor nuestro, y haga cuenta de tener siempre, en todos los que en
su arzobispado se hallaren de nuestra Compañía, otros tantos ministros
fieles y obedientes, para llevar, conforme a su profesión, la partecilla
que pudieren del peso que puso Dios N. S. sobre los hombres de V.
Sría. Rma., y es necesario se reparta con otros para poderse llevar. Y
será para mí muy gran consolación... que a todos nos tenga por cosa
2
suya..." (Epp. VII, 327; BAC , 877).
Aceptemos la invitación que nos dirige hoy San Ignacio a re-
novar también nosotros, a ejemplo suyo y por su intercesión, la entrega
y la devoción más completa a la Santa Iglesia y al Papa.
Y hagámoslo, en este Año de la Fe, con ese mismo espíritu de fe,
con esos "ojos del corazón, iluminados" (Ef. 1, 18) que, junto con San
Ignacio y siguiendo las huellas de San Ambrosio, nos hagan estimar y
amar la verdad de que "ubi Petrus ibi Ecclesia et ubi Ecclesia ibi
Christus".
4. Ignacio, modelo para la Compañía (31. VII. 6 8 )

Los artistas han representado a San Ignacio de diversos modos,


pero las obras más notables del arte le representan con los sagrados
ornamentos: unos en éxtasis, como Rubens o como Pierre Gress en
este altar; otros señalando con su dedo el A.M.D.G. de las Constitu-
ciones, como Francisco Vergara Jr., en el Altar de la Basílica de Lo-
yola.
Pozzo, en la Iglesia de San Ignacio, lo presenta en el momento de
la visión de la Storta. Representaciones del San Ignacio sacerdote místi-
co, expresiones de una intuición artística que representa el dinamismo
de Ignacio que comunicó a la Compañía de Jesús a lo largo de la historia
y a través de todo el mundo.
La figura de San Ignacio como que quiere desaparecer detrás de
su Obra: esto lo expresa él mismo al insistir de una manera inconmo-
vible que la Compañía no era de Ignacio, sino de "Jesús".
Sin embargo, es precisamente hoy cuando el Concilio desea que en
este mundo en transformación, todas las Ordenes y Congregaciones re-
ligiosas traten de renovarse; para lo cual deben volver hasta sus orí-
genes, y tratar de descubrir y profundizar lo más posible en el carisma
de sus Fundadores (Perf. Carit. n. 2 b) Por lo cual debemos tratar de
descorrer el velo de la obra misma que oculta la persona de Ignacio;
pues su obra no es sino la cristalización en el tiempo y en el espacio
de aquellas gracias extraordinarias, de aquel carisma que en lo oculto
de la oración de Loyola, Manresa, París y Roma, la Trinidad le fue
comunicando en lo más íntimo de sus exaltaciones místicas. Tanto más,
que San Ignacio, de un modo especial, es la causa ejemplar de la Com-
pañía: "En los hechos del P. Ignacio se encierra toda la vida de la
Compañía", reitera incansablemente Nadal en todas las comunidades de
Europa (MN. V, 780). "Según Nadal, la vida de Ignacio no sólo está
íntimamente relacionada con la fundación de la Compañía, sino también
con todo el Instituto y modo de proceder" (FN. II, p. 6). "Ya que el
conformarse de la Compañía al modo de ser de Ignacio es verdadera-
460 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

mente fundarla, importaba muchísimo que su vida fuera conocida por


sus compañeros" (FN. I, 7).
Si esto siempre fue verdad, cuánto más en estos momentos tan de-
cisivos para la historia de la Compañía y de la Iglesia a que tiene que
acomodarse sin perder todo el dinamismo carismático de Ignacio y
ninguno de sus elementos esenciales que constituyen el Instituto de la
Compañía tanto de hoy como la de los tiempos de Ignacio.

I Carisma ignaciano y de la Compañía

En el gran carisma de Ignacio se incluyen muchas gracias perso-


nales que en muchos casos, a través de una experiencia Trinitaria y
evangélica, le impulsa a llevar ua vida que sigue esta luz, abandonando
todo lo demás. Un carisma de enseñanza no solamente de palabra, sino
también de modo de vida: su ejemplo, su acción por la que Ignacio
manifiesta un nuevo aspecto del reino del evangelio en la Iglesia y en
el mundo. Un carisma de fundación que da fuerza para reunir compañe-
ros y encontrar, poco a poco, los elementos característicos que han de
dar a su vida común un sello diferente y único en la Iglesia; esto co-
menzó en "aquel negocio" que pasó por él a las afueras de Manresa
(Cardoner) mientras "veía pasar las aguas que corrían profundas".
¿Por qué trayectoria llevó Dios a Ignacio hasta la fundación de
la Compañía? Primero, ¿qué se quiere decir cuando se afirma que
"Dios movió a Ignacio" a fundar la Compañía? Según Nadal, este mo-
ver al fundador no es darle una orden que él recibe a manera de
mandato externo y que ejecutó como tarea extrínseca, mecánica, sin
que llegase a tocar su intimidad profunda. Dios lo mueve en cuanto
que le da "una gracia de la vocación" que orienta su vida. "Esta gracia
de la vocación no es de Ignacio; él ¿qué podía? Dios le movió a él
y a nosotros también, y El nos ha traído" (MN. V, 260). Esta voca-
ción no le es dada para que quede en un estado "personal", Dios "le
elige como ministro de esa gracia" (MN. V, 250) para que Ignacio pase
a la Orden que funda.
De ahí que nosotros somos actualmente participantes aunque sea
en un grado mínimo, personalmente y como comunidad, de esa misma
gracia del fundador, pues como dice Nadal: "lo que aquí se considera
como un privilegio de nuestro padre Ignacio, creemos que se haya con-
cedido también a la Compañía" (MN. IV, 652).
Supuesto, pues, que la Compañía tiene hoy como distintivo y fuer-
za el mismo carisma que San Ignacio, es muy interesante estudiar y
ver cómo procedió no solamente en el descubrimiento interno de su
propio carisma y de los impulsos que Dios le iba suministrando, sino
además el ver cómo procedía en la aplicación externa de esas gracias
que recibió como una semilla en "aquel negocio que pasó por él" en
Manresa. Pues desde Loyola hasta la Manresa-ascética, Dios parecía
preparar la tierra; Palestina, Barcelona, París, Venecia, la Storta, Roma
fueron las etapas del crecimiento vital de aquella semilla que se plantó
PARTE 2.» / n.° 4 461

en el Cardoner. Camino sinuoso, difícil, en el que Ignacio siempre trató


de buscar la voluntad de Dios y a Dios mismo en todo, con un des-
prendimiento absoluto, personal y con una confianza y esperanza heroi-
ca en que Dios había de ayudarle.

II. Características de San Ignacio

Supuesta la situación actual, es de un enorme interés considerar


cómo procedió San Ignacio en este proceso:
Si Ignacio respecto al mundo de su tiempo se manifestó como un
inconformista, respecto al concepto de vida religiosa se manifestó como
un revolucionario. Ante sí mismo como muy inseguro de sus fuerzas,
pero ante Dios con una grande confianza.

A) Ante el mundo:

Un inconformista: Se viste de saco, se deja crecer el pelo y las


uñas, hace una vela de armas enteramente sui generis. Se ríe del mun-
do y hasta goza haciéndose el tonto; como en Ferrara, delante de aquel
oficial.
Es el estudiante revoltoso que hace propaganda de sus ideas, que
origina un juicio y un castigo de parte de las autoridades académicas,
en tal grado, que es condenado a ser azotado públicamente por el
claustro de profesores en plena aula de la Sorbona. ¿Quién no ve en
Ignacio un joven que, como nuestro® contemporáneos, rechaza la so-
ciedad actual y busca con nuevas ideas y movimientos corregir los
errores de su tiempo? Es el clásico hombre sincero, que ve en su con-
temporánea sociedad algo que hay que corregir y que se rebela tratan-
do de modificarlo, en cuanto esté de su mano, pero ^en Ignacio los
motivos son claros y su fin también.
A lo largo de sus experiencias espirituales y, sobre todo al querer
afrontar al mundo con su deseo de ayudar a las almas, descubre en él
grandes valores; tanto que se convence que debe emplear todos los
recursos humanos posibles, para poder ser eficaz en el servicio de
Dios y de las almas "omnia ad maiorem Dei gloriam" y en ese "om-
nía" se incluyen todos los valores naturales y sobrenaturales. ¿No trató
de recoger todas sus experiencias en las distintas Universidades para
echar los fundamentos de sus disposiciones sobre la educación que han
de dar las bases a la Ratio Studiorum?

B) Respecto a sí mismo:

Se encontró indigno e inútil: "el Señor se digna hacernos partici-


pantes y cooperadores de lo que sin nosotros podría hacer", ya que:
"sírvese de sus mínimos instrumentos el que sin ellos y con ellos es
autor de todo bien" (Epp. VI, 367; IV, 128). Reconocía con toda hu-
mildad que él correspondía "con mucha negligencia e imperfección"
462 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

(Epp. VIII, 633) y dice claramente: " Y o para mí me persuado que


antes y después, soy todo impedimento (B. 704). Esto también lo ex-
perimentaba a su alrededor, por eso decía: "que hay pocos en esta
vida, y más yo que ninguno, que en todo puedan determinar o juzgar
cuánto impiden de su parte y cuánto desayudan a lo que el Señor quiere
•en su ánima obrar" (B. 704).
La misma Compañía débil y mínima palpó muchísimas deficien-
cias; tuvo que expulsar a muchos y por eso repetía con frecuencia:
"Esta Compañía tanto indignísima delante de Nuestro Criador y Señor
en el cielo". En este sentido también le mandó a Laínez el aviso: "Que
parece nuevo en el gobierno afligiéndose tanto por algunos defectos
de los suyos" (Epp. IV, 469). Pero esta vida realista de sus propias
imperfecciones y de los demás, no le quitaba la paz: "Precisa haber
paciencia y no pensar que pretende Dios Nuestro Señor lo que no puede
hacer el hombre; ni por ello que se aflija" (B. 933).

C) Respecto a la vida religiosa

Se muestra como un verdadero revolucionario en el concepto de


muchos de sus contemporáneos: la supresión del coro, del hábito re-
ligioso, el concepto de la vida comunitaria, la oración mental y su
doctrina, la obediencia, etc., hizo que le considerasen muchos peor que
los protestantes, y destructor de la vida religiosa, llegando a tener
San Ignacio cinco procesos y dos prisiones (B. 701) por la Inquisición:
"durante ocho meses enteros hemos pasado la más recia contradicción
o persecución que jamás hayamos pasado en esta vida", "más habiendo
rumor en el pueblo, y poniéndonos nombres inauditos: herejes, lute-
ranos, inmorales, viniendo en mucho escándalo" (FN. I, 6).

D) Respecto a Dios

Ignacio sentía una confianza ilimitada. Era, sin duda, el fruto de


aquellas experiencias de Manresa que nos refiere: "En este tiempo lo
trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un
niño enseñándolo, y... siempre ha juzgado que Dios le trataba de esta
manera, antes si dudase de esto, pensaría ofender a su Divina Majes-
tad" (B. 471). Esta confianza la mostró durante toda la vida, y la ex-
presa admirablemente; "Porque la Compañía no se ha instituido con
medios humanos, no puede conservarse y aumentarse con ellos, sino
con la omnipotente mano de Cristo Señor nuestro; es menester poner
en El solo la esperanza" (B. 555). El verdadero fundador de la Com-
pañía es Dios y sólo en su Providencia hay que poner la confianza.
En esta confianza se basaba su alegría y su seguridad: "Baste a
nosotros hacer según nuestra fragilidad lo que podamos, el resto que-
ramos dejarlo a la divina providencia, a quien toca, y cuyo curso no
entienden los hombres y por eso se afligen a las veces de aquello que
deberían alegrarse" (B. 939). Ignacio se sentía meramente instrumento,
por lo cual la causa principal era la base de su confianza. Ni nuestra
PARTE 2.» / n.° 4 463

ignorancia, ni nuestra fragilidad, ni nuestra falta de cualidades, deben


desanimarnos. Cuando a veces nos sentimos ignorantes Ignacio nos
dirá: "El que es infinita sapiencia os enseñará siempre en lo que con-
viene para satisfacer al oficio". Si nos sentimos débiles: "la suavísima
Providencia... puede toda cosa que quiere" y "no es más difícil a su
potencia infinita con pocos que con muchos hacer grandes cosas a honor
y gloria suya". Si nos sentimos torpes y poco cualificados: "a su tiempo,
si el Señor será servido, Dios Nuestro Señor lo enderezará bien todo y
suavemente" (Epp. I, 80; VIII, 305...; X, 506; XII, 198). Sin esta
profunda y como ciega confianza, no se entiende el modo de proceder de
Ignacio y su fortaleza.
San Ignacio estaba pesuadido que el Señor le había llamado para
una misión muy difícil, y él se sentía extraordinariamente débil y sin
fuerzas. Pero Dios era fuerte y le comunicaría aquella "virtud divina";
ésta era la razón de su fortaleza y optimismo. Y con el mismo espíritu
mira hacia el porvenir en la "esperanza de ver aún más muestras de su
misericordia y liberalidad" [ . . . ] .
Ignacio comprendió que lo que Dios había realizado por medio de
él, era muy diverso de aquello que él, Ignacio, había pensado [ . - . ] .
Esta acción de Dios especialísima hace que tenga "firme funda-
mento y verdaderas raíces para edificar adelante; ha placido a Dios
N. S. por la sua infinita y suma bondad (en quien esperamos por
la sua inmensa y acostumbrada gracia), tener especial providencia de
nosotros y de nuestras cosas, o por mejor decir, de las suyas" (BAC,
p. 636). Este es el motivo por el que quiso que la Compañía se llamase
de Jesús. Sin esta particular acción de Dios, se hubiera formado otra
Compañía; no la que fundó colaborando con Dios. Ignacio no com-
prendió muchas veces lo que Dios quería cuando le enviaba esas prue-
bas, pero sabía que él dirigía su vida [ . . . ] .

III. ¿Qué haría San Ignacio?

Llegados a este punto, sentimos, sin duda acuciante, la pregunta:


¿Qué haría hoy San Ignacio en este momento tan difícil como decisivo
de la Historia?
La respuesta parece clara. Trataría de ver de un modo concreto
cuál es el modo más eficaz de servir a la Iglesia en esta situación. En
otras palabras: dónde está la mayor ayuda de las almas, la mejor de-
fensa y propagación de la Fe.
Aunque externamente la situación del mundo actual sea tan diversa
de la del siglo XVI, si se observa, como lo haría Ignacio, a la luz tri-
nitaria de su iluminación mística, se ve que los problemas son muy
similares en el fondo: Ni el evangelio ha cambiado, ni el "espíritu del
mundo" ha cambiado, así que esta confrontación o lucha de ambos,
auque con formas externas diversas, en el fondo queda la misma. Cierta-
mente que con su fuerza de discreción de espíritus, Ignacio descubriría
una serie de valores positivos del mundo actual que han adquirido peso
464 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

y fuerza especial en esta época post-conciliar: la valoración de lo natu-


ral y humano, la sinceridad, el deseo de mutua comprensión, el recono-
cimiento de la promoción humana, etc., son elementos que tienen un
relieve y dan una oportunidad apostólica especial para la ayuda de las
almas.
La defensa de la fe, no ya solamente como en su tiempo ante una
herejía cristiana, sino ante la idea de que Dios ha muerto, o de una
época que se quiere llamar "post-cristiana"; lo que presenta una com-
plejidad extraordinaria, al mismo tiempo que produce una debilitación
hasta en las mismas filas católicas y aun religiosas.
Y, ¿qué decir de la propaganda del evangelio? Viendo cómo dis-
minuye la proporción de fieles en el mundo y cómo aumentan las difi-
cultades de evangelización, Ignacio sentiría arder en su corazón aquel
"élan" apostólico de un modo aún más fuerte que durante su vida de
fundador. Yo creo que se sentiría contento y feliz ante una empresa tan
inmensa como la que le desafía ahora.
En su deseo de eficacia, se pondría inmediatamente a una labor de
adaptación y reestructuración de la Compañía, con un espíritu abierto
hacia el Espíritu; seguiría pidiendo como hace cuatro siglos en Roma
a la Santísima Virgen que le "ponga con su Hijo"; desearía saber su
voluntad. Pero, antes de pensar en ninguna adaptación exterior, procu-
raría "que todos los de la Compañía se den a las virtudes sólidas y
perfectas y a las cosas espirituales,- y se haga de ellas más caudal que
de las letras y otros dones naturales y humanos, porque aquellos inte-
riores son los que han de dar eficacia a estos exteriores para el fin que
se pretende" (Const. P. X, n. 2, 813); viendo el momento actual procura-
ría en especial un robustecimiento en el espíritu de fe ante el peligro del
ateísmo y naturalismo que tanto influyen aun en la misma concepción de
la vida religiosa: una fe humilde, sincera, fuerte. Sentiría aún con más
fuerza en esta sociedad de consumo que "la pobreza es el muro de la
religión", por lo cual insistiría en esta vida de desprendimiento de todo.
Y ante el debilitamiento del concepto de autoridad, volvería a insistir
en su concepto de obediencia sobre todo al Sumo Pontífice y a la Iglesia
Jerárquica.
Así, pues, podemos decir que el servicio a la Iglesia en este tiempo,
exige de la Compañía exactamente la misma actitud espiritual: una fe
profunda, base de una vida según "la ley de la caridad y amor" y una
pobreza austera, que es la salvaguardia de esa vida religiosa, y una
obediencia al Sumo Pontífice (en que tuvo su origen) y a los Superio-
res, que han de ser aún hoy la característica de la Compañía, como lo
fue antes.
Supuesto ese espíritu, el uso de todos los elementos humanos (Ep.
2, 484), de todos los adelantos y medios modernos... "tantum quantum:
omnia" del modo más eficaz; Ignacio se sentiría feliz de poder apro-
vechar tanto adelanto científico, tanta rapidez de comunicaciones, tan-
ta facilidad para la propagación de las ideas. La máxima acción apostó-
lica basada en la más profunda contemplación.
PARTE 2.» / n.° 4 465

Parece que sentimos que San Ignacio, desde este altar, nos repite las
palabras que escribía a Gaspar Núñez Barreto: "No temáis las em-
presas grandes, mirando vuestras fuerzas pequeñas, pues toda nuestra
suficiencia ha de venir del que para esta obra os llama y os ha de dar
lo que para su servicio os es necesario" (B. 875). Y Dios está más pronto
a "querer más hacernos gracias, que nosotros a recibirlas" (B. 105).
Aprendamos, pues, a ser como San Ignacio unos anticonformistas
constructivos ante el mundo, renovadores de nuestro espíritu ante la vida
religiosa, conforme al espíritu del Vaticano II; a sentirnos "estorbos por
parte nuestra, pues no hacemos más que impedir la obra de Dios, pero
ante Dios sintámonos instrumentos elegidos por El, y por tanto, con
aquella paz y alegría que se basa sólo en nuestra inquebrantable con-
fianza en su Bondad y Omnipotencia, que ha de suplir lo que nos
falta".
Dios nos "une consigo por vera esperanza" (Epp. I, 170).
5. Inspirador de esperanza (31. VIL 70)

El hombre que vive en el mundo actual parece querer vencer su


frustración con la esperanza.
Mirando al porvenir, trata de persuadirse que en el futuro gozará
de un mundo nuevo, creado por él, lleno de satisfacción, de paz, de
confraternidad. El, y sólo él, podrá ser el artífice de ese paraíso sin pe-
cado original: espera poder lograrlo ineludiblemente.
Mas no se da cuenta de que, al soñar como futurólogo y como
realizador terreno, está ejecutando una doble amputación: la resección
del pasado, al cortar con la historia y despreciar la tradición; y la
resección de lo trascendente, al cortar con lo divino y proclamar la
"muerte de Dios".
El corte con el pasado y el corte con lo divino le han convertido en
un mutilado, le han hecho prisionero de lo material presente. Para salir
de su cárcel, en que se siente torturado, se convierte en un iluso soñador
del futuro. Sueño de engañosa confianza, que no puede librarle de su
frustración actual ni le permite eliminar su profunda angustia. Porque
el sufrimiento, el temor, la duda, el interrogante del más allá, vienen,
en el fondo, a destruir su esperanza.
Ya en el siglo XVI Javier, discípulo predilecto de Ignacio, hizo un
diagnóstico que todavía es válido en este siglo X X : "El que aspira a
grandes cosas fiándose de sí mismo, como al fin se siente débil e
impotente, cae en una profunda frustración y descorazonamiento. Esto
es más peligroso que la pusilanimidad del tímido que no se atreve a
emprender cosas grandes. Pues el que confiando en sí fracasa no es
capaz en el futuro ni aun de cosas pequeñas" (Cf. Mon. Xav. Epp. II,
183; 5-XI-1549).
El "homúsculo" de antaño se cree hoy "super-hombre", pero al ex-
perimentar su impotencia evidente y palpable cae en el nihilismo de la
frustración, de la destrucción, del suicidio. Es la fuga liberadora de su
prisión terrena, simbolizada en el esfuerzo hercúleo hacia la conquista
del cosmos inexplorado, o el precipitarse en el abismo de la degene-
PARTE 2.» / n.° 5 467

rante fuga de sí mismo, cuyo símbolo lleva hasta los antros subterrá-
neos de las drogas y de los estupefacientes.
Y sin embargo, es cierto: El hombre necesita ánimo, necesita espe-
ranza, pero aquella esperanza que tiene como legítimos progenitores la
humildad y la fe: la humildad que reconoce la propia impotencia, el
"non ego" de San Pablo; y la fe, oscura y magnánima al mismo tiem-
po, en la omnipotencia de Dios: "todo lo puedo en aquel que me con-
forta".

Ignacio, inspirador de esperanza

San Ignacio es un modelo y un inspirador de esperanza, de la


verdadera esperanza que se basa sólo en Dios. Llegar a esa roca desnuda
de la divinidad supone el esfuerzo y el trabajo de toda una vida. E Ig-
nacio se ha dejado purificar por el Espíritu, separándose de todo
aquello que podía darle una seguridad meramente humana: fuerza, po-
der, influjo, dinero. Y ha procurado buscar la verdadera imagen de las
cosas y de los acontecimientos, separar lo humano de lo divino en la
Iglesia, en su propia alma, en la obra carismática que realizó, dejando
que Dios se le descubriera, a veces en la purificación de la noche os-
cura, y le penetrara "hasta la división del alma y del espíritu" (Hebr.,
4, 12).
La esperanza fue una de las actitudes que distinguen la figura de
San Ignacio: esperanza ciega, como él mismo la llama, "in spem contra
spem". Esperanza que fue creciendo y aquilatándose a lo largo de su
vida. Esta figura del Ignacio inspirado "peregrino" en la búsqueda
lenta, incierta y a veces hasta angustiante del camino que Dios le iba
trazando, es la verdadera y auténtica figura del Fundador y primer
General de la Compañía de Jesús.

1) En la Iglesia

La Iglesia se le descubre a Ignacio como la "verdadera sposa de


Cristo N. S., que es nuestra sancta madre Iglesia hierárquica" (Ejerc.
353). Se deja enseñar de quien la dirige "como un niño de un maestro
de escuela" (Autob. 271).
"Edocente experientia et usu rerum" fue guiándole el Señor, como
dice Nadal, y dándole conocimiento y sentimientos muy vivos de los
misterios divinos y de la Iglesia (MHSI, Epp. Nadal V, 440).
Esta visión de la Iglesia verdadera fue madurando en él. Se había
acostumbrado en su juventud a ver a la Iglesia como vencedora de los
árabes, como triunfadora en América, y al Papa como Rey y Señor
de sus Estados: coloración necesariamente demasiado político-terrena.
Su contacto con la realidad humana, duro y contrastante a veces, las
dificultades con que su propio carisma hubo de tropezar, hicieron aque-
lla visión más sobrenatural y teológica y fueron eliminando de ella los
aspectos humanos y terrenos, llevándole a Comprender que la fuerza de
468 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

la Iglesia no viene ni de su poder político, ni de la grandeza de su


historia, ni del prestigio de sus Jerarcas, sino del Espíritu Santo, que
vivifica y rige a su Cuerpo Místico.
La Iglesia aparece así purificada de todo elemento contingente. Es
el reino mesiánico, el Cuerpo Místico del Señor, el organismo vivificado
por el Espíritu Santo. Su fe y su confianza llegan a ser ilimitadas: con-
fía, espera sólo en ese Espíritu, alma de la Iglesia, que mueve e inspira
a sus Pastores.
La fidelidad al Sumo Pontífice será como el "memorable beneficio
y como fuente de toda la Compañía" (MHSI, Font., Nadal L, 422). "Es-
tábamos persuadidos, escribirá a Polanco, de que por medio de su Vi-
cario, Cristo le enderezaba en la vía de su mayor servicio" (Font. Na-
dal I, 264). Por eso, como dirá el Dr. Ortiz, el ideal de la Compañía
"será cumplir enteramente la voluntad de su Santidad" (Ep. I, 359).
Elemento divino de la Iglesia, que Ignacio supo descubrir a través
del ropaje de las debilidades humanas de los hombres y de las institu-
ciones. La esperanza en la Iglesia fue ya para él inquebrantable.

2) En su propia alma

No fue menor el fruto de su encuentro personal con Dios y del


reconocimiento de la acción del Espíritu y de la Voluntad divina en su
misma alma. La experiencia y la discreción de espíritus fueron los ele-
mentos que ayudaron a Ignacio a ir descubriendo en sí mismo el espíritu
de Dios y el significado de su carisma.
A lo largo de su vida tropezará con grandes incomprensiones, aun
de personas de grandísima autoridad, que le obligan a pensar y a dis-
cernir. Es el Guardián de los Franciscanos que le prohibe la permanen-
cia en Palestina; o los jueces legítimos que en Alcalá, Salamanca y
París instruyen procesos contra él llegando a meterlo en la cárcel du-
rante 42 días (Epp. I, 296). Es la nueva concepción de la vida religiosa,
son sus ideales de renovación y de reforma (supresión del coro, del
hábito; imposición de dos años de noviciado, etc.); es la variada efi-
ciencia de su ritmo apostólico lo que tantas veces le hará sufrir y
sentirse completamente en el vacío y sin apoyo humano, "con el agua a
la garganta" (MI, Epp. 533-34), llegando en alguna ocasión a que le
pareciera "se le estremecían todos los huesos" (Font., Nadal, 581-82).
Esta purificación le lleva a un perfecto discernimiento entre lo hu-
mano y lo divino en su movimiento interno y a poder distinguir con
claridad el tiempo de moción directa del buen espíritu y "el segundo
tiempo en que el ánima queda caliente y favorecida... y por su propio
discurso... forma diversos pareceres y propósitos que no son dados
inmediatamente de Dios N. Señor (Ex. 336).
Este descubrimiento interno de Dios, de su amor y providencia, le
dio una seguridad que le iba inspirando lo que cristalizó después en las
Constituciones de la Compañía de Jesús porque indudablemente era de
Dios, y por lo mismo sin relación estricta al tiempo o al espacio.
a
PARTE 2. / n.« 5 469

San Ignacio fundador nació así de un proceso de gestación lento y


doloroso, purificado por aquellos conflictos "que adelgazaban su alma
en extremo" (Ex. 349) y le obligaban a discernir con toda escrupulo­
sidad la voz de Dios: era el encuentro íntimo con Dios.
En medio de su "noche oscura" comprendió al fin de su vida lo
que significaba "contra spem in spem credere" (MI, Epp. IV, 2835),
comprendió de modo experimental la radical distancia entre Dios y sus
criaturas y lo que importa que el hombre, hecho lo que está lealmente
en su mano, se deje llevar con inquebrantable esperanza de la acción
divina. Esta esperanza, al fin de su vida, es una esperanza del todo
divina, una esperanza pura, basada en la acción de Dios.

3) En su obra carismática

Como todo lo de Ignacio, su esperanza también fue apostólica.


"Dios nunca cesa de visitar, instruir y consolar" (Epp. I, 301). Si uno
deja hacer a Dios, realizará necesariamente una obra fecunda.
Este fue el origen del gran dinamismo de Ignacio, pues el hombre
que tiene confianza y espera en Dios es el único que podrá emprender
obras grandes, ya que el límite de sus aspiraciones apostólicas no será
el de sus limitadas fuerzas humanas, sino el de la omnipotencia de Dios
en quien se espera.
Ignacio no quiso tomar "ningún solicitador, ni procurador, ni abo­
gado", sino sólo a Dios "en quien toda esperanza presente y por venir,
mediante la divina gracia, tenía puesta" (Epp. I, 257).
Hoy que vivimos en una situación como la del siglo XVI de honda
transformación cultural, de renovación, de retorno a las fuentes, de
renacimiento, podemos quizá juzgar y entender mejor a S. Ignacio que
los que vivieron en épocas más tranquilas, más tradicionales, en las que
los cambios se realizaban a ritmo más lento. En épocas más estables se
ha presentado a San Ignacio como un prototipo de fidelidad, de rigidez,
de dura ascética, de obediencia ciega. Pero si en la figura de Ignacio
hay elementos de fidelidad estricta y de lógica firme, hay que situarlos
en el conjunto de su personalidad y de su época: época, como la nues­
tra, también de cambios y de renovación. Hoy apreciamos mejor la
dimensión existencial renovadora que predomina en Ignacio. Y llega­
mos a la reconstrucción vital de una persona que vive en una época
rebosante de humanismo y agotada por problemas hasta entonces in­
sospechados.
El choque del Ignacio carismático impulsado por el Espíritu contra
las realidades renacentistas y frente a los aspectos humanos de la misma
Iglesia le purifica y le hace descubrir lo divino y lo humano que hay
tanto en sí mismo como en la Iglesia y en el mundo. Es una "catharsis",
(purificación) propia de una tragedia helénica, en que el servicio mismo
que se quiere prestar se convierte en origen de sufrimiento inevitable.
Dialéctica divina e indispensable. Es el mismo Espíritu el que im­
pulsa por el carisma y frena a veces por la autoridad institucional: esa
470 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tensión puede producir dolor, pero origina también la verdadera luz.


San Ignacio ha sido uno de esos carismáticos que ha dado así tanto
a la Iglesia, y que de su noche oscura personal ha podido ver surgir
al que "habita en la luz inaccesible" (1 Tim., 6.16).

Esperad en el Señor

El mundo de hoy necesita la verdadera luz de la esperanza que le


devuelva la alegría y el bienestar. Pero para ello necesita un descubri-
miento más en medio de tantos como va haciendo: el descubrimiento
de Dios vivo. Así, como Ignacio, también nosotros nos podremos sen-
tir fuertes y alegres: "No temáis la empresa grande, mirando vuestras
fuerzas pequeñas, pues toda nuestra suficiencia ha de venir del que para
esta obra os llamó y os ha de dar lo que para su servicio os es ne-
cesario...".
"Baste a nosotros hacer según nuestra fragilidad lo que podemos
y el resto queramos dejarlo a la divina providencia, a quien toca y cuyo
curso no entienden los hombres y por eso se afligen a las veces de
aquello de que debieran alegrarse" (BAC, 939).
Esa parte que le toca hacer a Dios en la vida del mundo y en vida
personal de cada uno de nosotros es la base granítica de la esperanza de
Ignacio y debe serlo también de nuestra esperanza. Nuestra fragilidad
natural no puede impedir el funcionamiento y el desarrollo del plan
divino.
Nos toca a "nosotros hacer según nuestra fragilidad lo que poda-
mos", "hacer lo que se puede suavemente", estando ciertos de que a su
tiempo Dios N. Señor nos proveerá de todas las armas necesarias para
su mayor servicio" (Epp. VIII, 545).
6. Un hombre para el servicio (31. VIL yi)

Uno de los hechos más trascendentales en la vida de San Ignacio


fue la visión que tuvo en la pequeña capilla de la Storta. Vio allí al
Eterno Padre que le decía: "Yo os seré propicio en Roma" y que, vol-
viéndose a su divino Hijo, añadía: "Quiero que tomes a éste como sier-
vo tuyo". Ignacio oyó finalmente las palabras del mismo Cristo, car-
gado con la cruz, "Quiero que tú nos sirvas" (Font. Narr. I, 498, nota
23). Aunque todavía no sabía con precisión qué era lo que esperaba
en Roma, tanto a él como a sus compañeros, una cosa le quedaba clara:
Jesús quería que él fuese su servidor y el Eterno Padre le sería pro-
picio en Roma: "Ego vobis Romae propitius ero".
Desde aquel momento en el alma de Ignacio se obró un cambio
profundo. En adelante, Roma será su residencia definitiva. Otros fun-
dadores, San Benito, San Francisco, Santo Domingo, San Cayetano de
Tiene, fueron también romanos de corazón en su espíritu y en su acti-
vidad, pero no fijaron en Roma su residencia permanente; la visitaron
solamente de paso. Ignacio, en cambio, no saldrá ya de Roma en los
diecinueve años que aún le quedaban de vida. Se hizo romano al estilo
de Felipe Neri, su apreciado y dilectísimo amigo. Pasó en Roma y para
Roma, diecinueve años de intenso trabajo como fundador y organiza-
dor, pero también como predicador, director espiritual, catequista y
apóstol. El florentino Leonardo Bini lo vio predicar en la "Zeccha Vec-
chia" y en el "Campo dei Fíori". Este testigo es especialmente interesante
porque nos descubre algunos detalles realísticos: la pronunciación ex-
tranjera de Ignacio, su calvicie, su cojear de mutilado de guerra que
provocaban las acostumbradas burlas de los golfillos romanos. Bini
añade de hecho que "los chicuelos le arrojaban manzanas y él lo so-
portaba con gran paciencia, sin enojarse y continuaba el sermón".
(Ibíd. 831).
El zarandeado catequista del 1553 y 54, había ya fundado para
entonces los colegios Romano y Germánico; gozaba de la confianza de
Carlos de Guisa, Cardenal de Lorena, de Alberto V, Duque de Baviera,
de Felipe, Príncipe de España, de Juan III, Rey de Portugal, de Fernán-
472 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

do, Rey de Romanos y era consultado frecuentemente por los Papas Pa-
blo y julio III. (Leturia, "Estudios Ignacianos", I, 269).
Al morir, en 1556, podía San Ignacio echar una mirada sobre la
actividad apostólica de sus hijos en todo el mundo. Toda ella era dirigida
por él desde su retiro de Santa María de la Estrada en Roma, desde
aquellas estrechas habitaciones que Ignacio mismo hizo construir junto
a la Iglesia de Santa María de la Estrada.
Todos conocéis las célebres "camerette" donde Ignacio celebraba
la misa, donde murió, donde escribió sus cartas de gobierno y sus in-
mortales Constituciones y habéis visto la ventana a la que se asomaba
para contemplar en éxtasis el cielo romano, movido por el ardiente
deseo de unirse a su Señor en la eternidad.
De esas pobres habitaciones salió el impulso apostólico de la Com-
pañía naciente y la nueva estrategia al servicio de la Iglesia: en ellas
se fueron sucediendo las grandes ilustraciones espirituales de Ignacio,
como nos consta por su Diario de los cuarenta días; allí el Espíritu
Santo le comunicó, mientras escribía las Constituciones, el don de sa-
biduría sobrenatural. Desde allí salió para el mundo entero el mensaje
ignaciano.
¿Cuál es ese mensaje? Es un mensaje de intenso servicio, de ser-
vicio apostólico "ad maiorem Dei gloriam", a la mayor gloria de Dios;
de servicio en conformidad generosa con la voluntad de Dios; en la
abnegación de todo interés propio y personal; en el amor, en la imita-
ción y en el seguimiento de Cristo, amado sobre todas las cosas.
Así las Constituciones reciben la estructura institucional del carisma
ignaciano, de modo que permiten un desarrollo ulterior y hacen operan-
te el apostolado.
Ignacio aprendió su ideal de "servicio amoroso", del mismo Cristo
Jesús, el gran "Siervo de Jahvé"; de los primeros apóstoles, de tantos
santos de la Iglesia.
Servir hasta el sacrificio de la propia vida: esta fue la actitud de
Cristo; "Servidor" será también el título de Pablo en su carta a los
romanos (Rom. 1, 1). "Siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol",
"Soy deudor de los griegos y de los bárbaros, de los cultos y de los
ignorantes"; Pedro, Santiago, Judas, en sus cartas a los cristianos, se
llamaron insistentemente "siervos de Cristo Jesús"; Domingo, Fran-
cisco de Asís y tantos otros santos, hablaron el mismo lenguaje de
servicio total a Cristo y a los hermanos.
Para Ignacio, sin embargo, este programa no es una elección o un
programa personal, sino que lo hace en la obediencia a la voluntad
divina, como lo hizo Jesús que encontraba su alimento en hacer la
voluntad del Padre (Jn. 4, 34), que bajó del cielo no para hacer su
voluntad, sino aquella del que lo envió (ib. 6, 38), que oró en Getse-
maní: "no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Me,
14, 26).
Ignacio se esfuerza por conocer perfectamente y seguir con fideli-
dad la voluntad divina. El, lo mismo que la Compañía, sólo emprende-
rán el trabajo después de haber orado intensamente para conocer lo que
rARTE 2.» / n.° 6 473

Dios quiere de cada uno. La mística del servicio en la obediencia a la


voluntad divina se realiza en el amor a Dios, a la Trinidad Santísi-
ma. Un amor que es operativo y eficaz, más que sólo unión o comuni-
cación transformante. Para Ignacio, Dios no es sólo el Esposo íntimo
del alma, sino el Señor, el Rey eterno por cuyo Reino hay que trabajar
sin descanso e infatigablemente hasta que todos los hombres lo conoz-
can y lo amen y se reúnan en la vida divina de la Trinidad. Ignacio
se siente llamado por la voz y por la misión que procede del Padre
por el Hijo y en el Espíritu Santo. Las otras realidades místicas exis-
ten, pero a Ignacio no le preocupan tan directamente: lo que busca y
quiere por encima de todo es el perfecto cumplimiento de la voluntad
divina en la docilidad interior, en la abnegación de la voluntad propia
cuando ésta se oponga a la de Dios, en la constante indiferencia afec-
tiva que sólo será determinada por la voluntad de Dios.
Ignacio quiere así entregarse a Dios sin reservas; quiere ponerse
en las manos del Señor con plena disponibilidad; se siente enviado por
el Padre por medio del Hijo. Y ¿quién podría manifestar esta volun-
tad mejor que el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la Iglesia? He
ahí el cuarto voto de la Compañía, el de obediencia especial al Sumo
Pontífice acerca de las misiones que quisiere confiar a cada jesuita. A
este voto lo llamará Ignacio "el verdadero principio y fundamento de
la Compañía de Jesús".
Movido por la gracia divina, Ignacio no se contentó con hacer
hermosos planes apostólicos para que fuesen después ejecutados por sus
hijos, ni se recluyó en sus habitaciones para dirigir desde ellas, como
desde un cuartel general, la actividad de la Compañía. Como indicába-
mos al principio, él mismo ejercitó un intenso apostolado. A imitación
de Jesús, la vida de Ignacio fue también un incesante "agere et docere"
enseñar y obrar, palabra y acción (Hech. 1, 1). Si por una parte, examina
los grandes problemas del mundo entonces conocido y. de la Iglesia de
su tiempo, no olvida, por otro, las necesidades concretas de la ciudad
de Roma que tiene delante de sus ojos.
Sería tarea demasiado difícil describir en pocas palabras la activi-
dad de Ignacio en Roma y en favor de Roma, durante su permanencia
en esta ciudad. La primera en el orden del tiempo y también en el
orden de su intención, fue la de los Ejercicios Espirituales, durante
los cuales el ejercitante encontraba en Ignacio no a un predicador, sino
más bien a un director que seguía, sin adelantarse, al Espíritu Santo. Los
efectos de la reforma fueron casi admirables.
El catecismo, otra actividad típica de Ignacio en Roma, contrasta
en cierto modo con los Ejercicios. En éstos buscaba él la "élite", en el
catecismo la masa, sobre todo de niños. Ignacio fue catequista desde el
principio de su conversión. No sólo impulsó y organizó la enseñanza
del Catecismo hasta el año mismo de su muerte, sino que la practicó
personalmente, al menos hasta 1553.
La tercera característica del apostolado romano de Ignacio fue la
acción pedagógica. Este ideal quedó bien claro en la inscripción que el
año 1551 hizo colocar en la puerta del primitivo Colegio Romano en
474 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

via del Campidoglio: "Scuola di grammatica, di umanitá e di dottrina


cristiana, gratis". Este ideal pedagógico de Ignacio abrazó gradualmen-
te todo el conjunto de estudios filosóficos y teológicos necesarios enton-
ces para la perfecta formación del sacerdote. Con ello buscaba el Fun-
dador, ante todo, la adecuada formación de sus hjos, pero ya desde
1552 había intuido los frutos que produciría para la Iglesia universal
la formación en Roma de sacerdotes diocesanos selectos, de las diversas
naciones.
Ejercicios, pues, para las personas cultas; Catecismo y Letras Hu-
manas para la juventud; apta formación del sacerdote, son Jas tres ca-
racterísticas más típicas del apostolado romano de Ignacio, su servicio
concreto a la ciudad de Roma y a la Iglesia de su momento histórico;
pero para tener siquiera una vaga idea de su actividad apostólica, para
hacer de ella al menos un árida enumeración, tenemos que recordar
el esfuerzo por la renovación del culto divino; las diversas obras de
asistencia y beneficencia social, como las establecidas en favor de los
hambrientos y marginados; la educación de los niños abandonados; el
cuidado de los pobres vergonzantes; la campaña emprendida contra el
más terrible escándalo de la Roma del quinientos, aquellas que "el siglo
refinado solía llamar mujeres de buen tiempo o cortesanas" (Tacchi
Venturi, S. Ignazio, 255); la erección de un auténtico instituto, desti-
nado a los judíos en vía de conversión; el servicio a los hospitales
lómanos.
El 31 de julio de 1556, Ignacio fue llamado por Dios al reposo
eterno de los justos. Su continua súplica al Señor había sido la de poder
conocer siempre más íntimamente a Cristo para poder así amarlo y ser-
virlo siempre más. Después de tantos años de intenso trabajo; después
de haber fundado la Compañía de Jesús para continuar su servicio;
con qué dulzura tan grande debieron resonar en el corazón de Ignacio,
siervo de Dios y de la Iglesia, aquellas palabras de Cristo: "Euge,
serve bone et fidelis... intra in gaudium Domini tui!" "¡Animo, siervo
bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor!" (Mt. 25, 23).
7. Paralelo entre Ignacio y Borja
(Gandía, 31. VIL 73)

Nos reunimos en Eucaristía para recibir del Señor el crecimiento


de nuestra fe, en esta Iglesia Colegiata donde Francisco de Borja "nació
del agua y del Espíritu" por el Santo Bautismo y donde frecuentemente
volvía a formar y robustecer su fe mediante la oración y mediante la
escucha de la Palabra del Señor.
Nos reunimos a cuatro siglos de su muerte y en la Festividad de
San Ignacio de Loyola, de quien el Señor se sirvió para iluminar a
Francisco de Borja los caminos por los que había de hacer su vida
enteramente coherente con la fe recibida.
Sin conocerse todavía personalmente, por correspondencia, se esta-
blece entre estas dos grandes almas una sintonía espiritual que había de
encontrar su primera y definitiva formulación aquí mismo, en Gandía,
en la mañana del 2 de junio de 1546. Ese día Francisco de Borja, 36
años de edad, 8 hijos, en la cima de su carrera política-y de su madurez
humana, se confesó y comulgó y después de la Misa hizo el siguiente
voto: "En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, yo, Francisco de
Borja, Duque de Gandía, hice voto de Castidad y de Obediencia al Su-
perior de la Compañía de Jesús, queriéndome recibir para cualquier
oficio de portero o cocinero, etc. acabados que tenga de expedir los
negocios que por conciencia soy obligado.
Y este Voto de ser de la Compañía, si me recibieren, hice a 2 de
junio, Vigilia de la Ascensión" (B. III, 15).
Los negocios que tenía que expedir y ultimar no eran pocos ni le-
ves. Obligaciones familiares, obligaciones de su cargo y de su oficio...
Pero no se trataba de una veleidad de momento. Años de deliberación,
de consulta, de oración, de penitencia... en un hombre que había de-
mostrado no arredrarse ante decisiones de gran riesgo, le habían prepa-
rado para la más radical y comprometedora de todas las decisiones de
su vida.
Ignacio de Loyola sabía por propia experiencia de semejantes de-
cisiones y había aportado esa su experiencia para iluminar el camino que
condujo a Borja. Nada extraño que desde Roma, conocedor de esa deci-
476 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sión escribiera ese mismo año a Francisco de Borja: "Consolado me


ha la Divina Bondad con la determinación que ha puesto en el alma de
vuestra Señoría. Infinitas gracias la den sus Angeles y todas las almas
santas que en el cielo le gozan pues acá en la tierra no bastamos a
dárselas por tanta misericordia con que ha regalado a esta mínima
Compañía de Jesús en traernos a ella a vuestra Señoría, de cuya entrada
espero sacará la Divina Provindencia copioso fruto y bien espiritual
para su alma y otras innumerables, que de tal ejemplo se aprovecha-
rán; y los que ya estamos en la Compañía nos animaremos a comenzar
de nuevo a servir al Divino Padre de Familias, que tal hermano nos da
y tal obrero ha cogido para la labranza de este su nuevo majuelo, del
cual a mí (aunque del todo indigno) me ha dado algún cargo. Y así
en el nombre del Señor yo acepto y recibo desde ahora a vuestra Se-
ñoría por nuestro hermano, y como a tal le tendrá siempre mi alma
aquel amor que se debe a quien con tanta liberalidad se entrega en
la Casa de Dios para en ella perfectamente servirle. (Monumenta Igna-
tiana, series prima, Epistolae I. 442 - 443).
¿Qué había pasado en Borja, y qué había pasado años antes en
Ignacio, para producirse ese radical viraje en sus vidas, que visto ahora
a distancia de siglos y sobre el plano de la Historia de la Iglesia y de
la Humanidad, resulta ser un acontecimiento cristiano de primera mag-
nitud?
La Palabra de Dios que acabamos de esuchar nos servirá de hilo
conductor en este itinerario similar en parte, en parte idéntico, que
brevísimamente recorremos ahora no como recuerdo de un pasado sobre
el que gloriarnos sin mérito propio, sino como lección y como urgencia
para un presente y un futuro que, si necesitan ser profundamente trans-
formados, habrán de serlo por hombres como Ignacio y como Francisco
y por experiencias como las que ellos vivieron.

1. Porque, efectivamente, todo aranca de una peculiarísima ex-


periencia de Yahvé que pasa (1 Re. 19, 11). Dios, que pasa delante de
nosotros, a nuestro lado, dentro de nosotros, en cada experiencia hu-
mana. Cuando a Ignacio de Loyola se le aguce la visión, habrá de
descubrir a Dios "en todas las cosas y a todas en El" y habrá de
convertirse en ese descubridor y enseñar a los demás el modo de descu-
brirlo discerniendo todo acontecimiento, leyendo los signos de Dios en
cada tiempo (y Francisco de Borja resultó ser uno de sus primeros
discípulos).
"He aquí que Yahvé pasaba" en medio de la persecución, como
hemos escuchado del Profeta Elias; en una herida de guerra en Pam-
plona, como a Ignacio; en medio de las alegrías y los sinsabores del
quehacer político o de la vida familiar, como a Borja.
Hay un momento X en la historia de estos hombres en que ese
paso de Yahvé como que se desvela y se sienten envueltos en el vértigo
de Dios y el vértigo de sí mismos. Borja hablará más tarde en su diario
del "espanto" del plan divino (MH. V, 852).
PARTE 2.» / n.° 7 477

La resultante es que algo cambia en lo profundo de estos hom-


bres. "Anda y vuelve por tu camino", le pide el Señor al Profeta Elias
haciéndole dar un giro a su vida. Surge efectivamente una nueva luz,
un nuevo modo de ver y entender y un nuevo modo de valorar.
La Autobiografía describe este momento en Ignacio: en la visión
del Cardoner "una ilustración grande, que le parecían todas las cosas
nuevas". "Comenzó a ver con otros ojos todas las cosas y a discernir
y probar los espíritus buenos y malos, y a gustar las cosas del Señor,
y a comunicarlas al prójimo en simplicidad y caridad según que del
las recibía" (Autob. n. 30).
Desde este momento empiezan a tener sentido esas novísimas ca-
tegorías del Evangelio en las que ganar es perder, y viceversa, recibir es
dar, morir es resucitar, etc.
Escuchando las palabras de San Lucas que hemos leído hoy, uno
no puede menos de evocar enraizada en ellas la personalísima pedago-
gía de Ignacio de Loyola con sus compañeros de estudios en Alcalá,
Salamanca, París, enfrentándoles precisamente con una nueva escala de
valores y asediándolos con ella. Mejor dicho, remitiéndolos al único
valor fundamental, ante el que palidecen todos los demás valores y en el
que tienen valor todos los demás seres: Jesucristo.
Se lo hemos escuchado a San Pablo, otro gran "sorprendido" por
el Señor: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conoci-
miento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y
las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp. 3, 8).

2. Y así vemos que el siguiente paso de este itinerario es una


opción, una decisión fruto de una elección entre alternativas, que en la
línea de los Ejercicios de San Ignacio, es una opción entera por Jesu-
cristo, sin más límites que los del hombre como tal, "hasta el extremo"
(EE. EE. 167). "El día que Dios me llamó a su servicio y me pidió
el corazón, se le deseé entregar tan enteramente que ninguna criatura
le pudiese turbar, ni viva ni muerta" (B. I, 627) escribe Francisco de
Borja. "Deseo vivo de seguir a Cristo desnudo". "Voluntad de seguir
tan buen Capitán y Señor con la imitación más conforme que se pueda",
"ser todo de Cristo en la tierra y todo en Cristo en el cielo", "ser todo
de Jesús, sangre y todo" (B. V, 785). Así traducía Borja esta opción,
él que había de definirse y firmarse "Francisco para siempre del
Señor" (B. V, 844).
Si esta elección resuelta por Jesús importa inevitablemente lo que
San Pablo llama "olvido de lo que dejé atrás" (Flp. 3, 13), no es por
desamor o desinterés de las realidades humanas y sobre todo del mismo
hombre; todo lo contrario. No se puede decir que ni Pablo ni Ignacio
ni Borja se desinteresasen de nuestro mundo. Si toman distancia de
él es para valorarlo más y consecuentemente para consagrarse más a él.
Si su opción por Jesucristo importa "renuncias", llamémoslas mejor,
como ellos las llamaron, "libertad". Libertad para volcarse más por
entero.
478 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

3. Porque en último término la opción de Borja y la de Ignacio


) la de Pablo y la de todos por Jesús, es, con El y como El, una
opción por el hombre.
El paso último de este itinerario que venimos bosquejando es
también idéntico en Ignacio y en Francisco. Desde Manresa o desde
Candía, desde esa hora X del Señor en ellos, empieza a ensanchárseles
el mundo. La geografía humana y la geografía social. Si Ignacio envía
a sus hombres al Extremo Oriente, India, China, Japón, a tierras de
moros, a los campos de la Reforma, Borja se ofrecerá él mismo y vol-
cará después sus mejores efectivos jesuitas por tierras del Occidente
de la América descubierta 80 años antes. "El Señor me da grandes
deseos de emplear una buena parte de la Compañía en esas regiones
tan lejanas como abandonadas".
Y a ambos se les abre indefinidamente, como ni lo imaginaban
antes de su encuentro con el Señor, la geografía de la promoción hu-
mana. La red de colegios que enseñan el saber, como camino para el
creer, se extiende rápidamente por toda Europa y arraiga con una gran
fertilidad en tierras de misión. Fue ésta una tarea en la que Ignacio
y Borja ya desde el primer momento se complementaron eficazmente.
Y sobre todo se les abre en toda su profundidad el hombre concre-
to. Todo hombre es objeto de todo su interés. Los niños, los enfermos,
los pobres, los pecadores, los olvidados, son objeto preferido (como lo
fueron en Jesús y porque lo fueron en El) de su entrega. Ya General y
dos años antes de su muerte sintetizará Borja: "Por lo cual, siguien-
do estas pisadas los primeros Padres de la Compañía, luego que Cristo
Nuestro Señor la visitó con la aprobación de la Santa Sede Apostólica,
luego (la Compañía) salió a visitar y consolar los prójimos por mon-
tañas, por mar y por tierra, tan aprisa que pone admiración la dili-
gencia que tuvieron en ir a Indias y a otras diversas partes del mundo,
para ayudar a la conversión y santificación de la gentilidad, y en toda
parte que reside mostrando bien por la obra la visitación del Señor
en cuanto no suele estar ociosa la caridad en las almas que se apa-
rejan a recibirla. Y así también la Compañía sólo pretende visitar a
menudo las cárceles, los enfermos y afligidos, y los que están cercanos
a la muerte, por imitar en algo lo que Cristo Nuestro Señor enseñó"
(Manuscriptum B. Francisi Borgiae, fol. 158).

4. La vida para ambos es un servicio En este marco adquieren


todo su sentido las palabras originales con que Borja se ofreció a
Ignacio de Loyola como Superior de la Compañía de Jesús "para cual-
quier oficio de portero o cocinero, etc.". Hecha la opción por el Señor,
el "ser todo de Jesús, sangre y todo", que escribía Borja, significa
haber comprendido que nuestra vida, como la de Jesús y en cumpli-
miento de la voluntad del Padre, se llena de sentido cuando es toda ella
un servicio. No interesa en qué modo se realice este servicio, con tal de
que de verdad lo sea.
La obsesión de Ignacio será la de buscar siempre el mejor servicio,
el mayor servicio, pero un "mejor" y un "mayor" no competitivos,
PARTE 2.» / n.° 7 479

sino en la escala evangélica de valores, que integra como posible la


voluntad del Señor o, lo que es equivalente, como posible mayor ser-
vicio, la cruz misma. Como voluntad y como disposición, más aún,
hasta como un deseo, habrán de tener presente ambos la invitación
de Jesús que hemos vuelto a escuchar hace unos momentos: "si alguno
quiere venir en pos de Mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz cada día
y sígame" (Le. 9, 23).

5. A nadie extrañará que la profunda identificación de estos hom-


bres fuera mucho más que una profunda estima mutua y reconoci-
miento personal, e incluso más que una honda amistad, crecida a lo
largo de este abrirse el alma en busca de iluminación y de este comple-
tarse mutuamente en los proyectos que el Espíritu promovía en los dos.
Es como una nueva vinculación familiar, una profunda fraterni-
dad, "y así en el nombre del Señor yo acepto y recibo desde ahora a
vuestra Señoría por nuestro hermano, y como tal le tendrá siempre
mi alma aquel amor, que se debe a quien con tanta liberalidad se
entrega en la Casa de Dios para en ella perfectamente servirle". (M. I,
Epist. I, 443).
Cuatro escasos meses vivieron juntos en Roma Ignacio.y Francisco
de Borja. Bastaron para ahondar definitivamente una confianza nacida
ya mucho antes y que había de crecer aún más durante la vida de am-
bos. Ignacio remitirá en mil oportunidades a Borja a seguir "la inspi-
ración que vos juzgáredes ser de Dios Nuestro Señor". Mientras que
Borja se remitirá enteramente a Ignacio: "para adelante, donde la Di-
vina Providencia por medio del Rev. Padre Maestro Ignacio, mi Supe-
rior y de toda la Compañía, me empleará en su servicio y ayuda
de las ánimas, que con tanto precio redimió, allí espero ir con más
voluntad".
Vuelto del encuentro de Roma, Borja escogerá Oñate, junto a
Loyola, para su primer retiro y para su preparación al sacerdocio. Y
en la mañana del 1 de agosto de 1551 en la Capilla de la Casa de
Loyola, por devoción a Ignacio, celebrará su Primera Misa. Ignacio
en cambio habrá obtenido del Vicario de Cristo para la Primera Misa
pública de Francisco el regalo de Indulgencia Plenaria para todos los
que asistieran a ella.
Cuando cinco años después le llega la noticia de la muerte de
Ignacio, Francisco escribirá: "sentí tanta soledad y desconsuelo, se-
cundum hominem dico, cuanto se puede pensar, viendo que los hijos
quedamos en este destierro y nuestro Padre es ido a gozar y coger el
fruto con gozo, que había sembrado con lágrimas tan continuas y per-
severantes. (B. III, 26).

6. Hemos esbozado apenas el itinerario conjunto de estos dos


hombres tan cercanos: Ignacio y Francisco. Cuatro rasgos nada más
que se agrandarían entrándonos por su correspondencia y por la vena
profunda de sus diarios espirituales.
480 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Ya indicábamos desde el principio que no queríamos sólo recordar,


como si quisiéramos con ello tranquilizar un poco nuestras conciencias
vistiéndonos con el mérito de estos hombres. Queremos aprender y
queremos dejarnos urgir.
Un Santo es un signo de Dios en el tiempo, para todos los tiempos.
Despojado de su envoltura externa histórico-temporal, queda su fuerza
de signo, valiosísima hoy y siempre. Por una especie de carrera de
relevos de estos testigos de Jesús Resucitado, nos ha llegado ese "co-
nocimiento de Cristo Jesús, mi Señor" (Flp. 3, 8), que supera todo co-
nocimiento y por el que vale la pena perder todas las cosa».
Pues bien, celebrar a Ignacio de Loyola celebrando a Francisco de
Borja es celebrar un capítulo concreto de esa carrera de relevos, de
esa cadena de testigos que comenzó en el Cenáculo el día de Pentecostés
y no terminará hasta que el mundo termine, o mejor, cuyo punto de
salida fue Belén, y su meta final el trono apocalíptico de "el testigo
fiel, el Primogénito, el Príncipe" (Apoc. 1, 5). Ignacio se dejó urgir
por otros: "Leyendo la vida de Nuestro Señor y la de los Santos se
paraba a pensar, razonando consigo, ¿qué sería si yo hiciese esto que
hizo Santo Domingo?... (Autob. n. 7) y aquí se le ofrecían los deseos
de imitar los Santos no mirando más circunstancias que prometerse así
con la gracia de Dios de hacerlo como ellos lo habían hecho". (Autob.
n 9).
Borja aprendió en la escuela de Ignacio a optar por Jesucristo en
términos que significan vivir como Jesús, para la salvación de los
hombres, es decir, para la promoción total del hombre como hijo
de Dios.
Celebrar hoy nosotros a Ignacio de Loyola y a Francisco de Borja
es dejarnos "urgir" por ellos, para una opción idéntica por el Señor,
que es una opción, con El y como El, por los hombres.
Ningún prototipo humano, ninguna ideología humana, puede ofre-
cernos ni motivos más convincentes, ni método más radicalmente eficaz.
Aprendamos pues.
Doy gracias a quienes con la promoción de este Centenario de
San Francisco de Borja han ofrecido al Pueblo Cristiano y nos han
ofrecido a todos oportunidad para dejarnos enseñar y estimular por
estos compañeros de Jesús.
De manera especial la lección vale y urge para mis hermanos de la
Compañía de Jesús, continuadores de Ignacio y de Francisco. Para
ellos es especialmente toda la fuerza de "signo de los tiempos" que
estos hombres encierran hoy. Acercarnos a ellos, es acercarnos como
Elias al Monte donde Dios habló a Moisés. Hay que acercarnos como
él "ardiendo en celo por Yahvé, porque los hijos de Israel te han
abandonado, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus
Profetas (1 Re. 19, 10) y he aquí que Yahvé pasaba". Sigue pasando.
Estos hombres son el paso de Yahvé. Dios nos habla por ellos. Posi-
blemente nos dirán como el Señor a Elias: "Anda, vuelve por tu ca-
mino hacia el desierto de Damasco". Adentraos una y otra vez en la
oblación que hicisteis de querer y desear, sólo que sea vuestro mayor
PARTE 2.» / n.° 7 481

servicio y alabanza, imitar en todo a Cristo Nuestro Señor. En la


limpieza de esta oblación de cada jesuita radica toda la fecundidad
y toda la perenne novedad de la Compañía.
Pidamos esta gracia a Ignacio de Loyola, a Francisco de Borja
con la fe con que éste comentaba la muerte de Ignacio: "Tengo firme
esperanza que ahora la Compañía de nuevo empezará a dilatarse y con
nuevos favores del cielo alcanzados por el nuevo morador, porque si
siendo acá peregrino, tanto pudo luchar y alcanzar la bendición tan
bendita del Señor, ¿qué debemos esperar que hará allá, libre de todas
ataduras y contrastes de nuestra mortalidad?, de manera que ni por él
debemos tener pena, porque esperamos gozar de Dios, ni de nosotros
lástima, pues más ahora que nunca seremos de él ayudados" (MD.
III, 266).
Continuemos nuestra Eucaristía en el espíritu de Ignacio y de
Francisco, y como de la mano de ambos. Aunque no pueda hacer otra
cosa que nombrarlo, quede aquí este último rasgo familiar que les iden-
tifica profundamente. Ignacio y Francisco de Borja son hombres de
Eucaristía.
Llamados al sacerdocio a la hora de nona de su vida, se preparan
profundamente a él. Ignacio llega a los 46 años, Francisco de Borja a
los 40. Y lo hacen punto de apoyo de su acción evangelizadora.
La Eucaristía no es para ellos algo al margen de la vida. Es el
corazón mismo de su vida y de su proyección apostólica. Es el centro
unificador de sus personales referencias a Dios y a los hombres. Por
la Eucaristía pasan las grandes generosidades personales de Ignacio
y sus deliberaciones más menudas sobre opciones apostólicas, o sobre
aplicaciones concretas de pobreza... Dios y creaturas, Principio y Fun-
damento y Contemplación para Alcanzar Amor, Trinidad y Creación,
encuentran su síntesis en este sacramento de reconciliación, que es la
Eucaristía.
No de otra manera hace gravitar Francisco de Borjá su dinamismo
apostólico, sobre la Eucaristía, sobre este sacramento "en el cual nos va
la vida, por tenerla para ayudar en Vos y por Vos a los prójimos",
y en la que busca gracia para "amar a los prójimos con el amor con
que Cristo los amó", "reverenciarlos porque son miembros de Cristo",
"tenerlos a todos en mucho como salidos de la Gracia, hijos de ella"
(Manuscriptum B. Francisci Borgiae, fol. 211).
Hagamos Eucaristía como ellos. Nos queda mucho (casi todo) que
aprender de estos hombres, que vivieron anticipadamente las soluciones
más actuales para los problemas más actuales suscitados en nuestro
mundo por una, en parte legítima y en parte pretenciosa, autonomía
del mundo (de lo temporal). Amar a Dios y amar a los hombres, es
en síntesis: Amar a los hombres como Cristo, es decir, con un amor que
tiene su origen en el amor de Dios y que, libremente aceptado por el
hombre, se hace hoy la encarnación querida por Dios de su amor en
nuestro mundo.
8. A la escucha del Espíritu (31. VIL 7 5 )

Hay santos de figura verdaderamente popular que se hacen atrac-


tivos a todos: su vida es como una inspiración para nuestra vida de
cada día; sus ejemplos nos hablan por sí solos e interesan directamente
al "hombre de la calle", sumergido en las preocupaciones de la exis-
tencia vulgar de todos los días.
Hay otros santos a los que sentimos muy distanciados de la vida
ordinaria del cristianismo: no nos aparecen como inspiradores, ni
se diría que pueden ser aptos para arrastrarnos con la fuerza poderosa
y sugestiva del leader.
San Ignacio se presenta para algunos como un hombre muy lejano
del hombre moderno: sin duda se reconoce en él a un místico, a un
fundador de una Orden religiosa, a un buen organizador, pero se añade
que su tiempo ya ha sido sobrepasado, superado; su lenguaje no suena
bien a los oídos secularizados y refinados del mundo del confort y de
la técnica moderna; sus expresiones: penitencia, mortificación, abnega-
ción, cruz, considerarse como llaga y postema, etc. corresponden a épo-
cas medievales, a una teología y ascética pretridentinas...
Sin embargo, cuando uno se acerca un poco más a S. Ignacio,
cuando se entra en su mundo interior y en su espiritualidad profunda,
se tiene la firme sensación de que hay en él algo muy provechoso para
el hombre de todos los tiempos, y por lo tanto también para el mundo
de hoy; su experiencia personal de fe vivida viene a iluminarnos y a
orientarnos; su mensaje espiritual pretende llegar a lo más íntimo
del hombre, haciéndole capaz de resolver los verdaderos problemas
del hoy o del mañana.
¿Cuál es la característica de ese mensaje de Ignacio?: el enseñarnos
a repetir la experiencia espiritual que le condujo a él al cambio total de
su propia vida. El alma de Ignacio, atraída por el Espíritu, se transfor-
ma completamente en El, y observando lo que Dios ha realizado en su
interior, nos enseña a ponernos en contacto inmediato con el Espíritu
y a dejar que El transforme profundamente nuestra vida. Como en
San Ignacio, se verifica así en nosotros la verdadera "conversión"
PARTE 2.» / n.° 8 483

en el sentido más rico y pleno de esta palabra: es decir, la transforma-


ción (divinización) del alma bajo el influjo transformante (deificador)
del Espíritu.
Esta es la meta de los Ejercicios Espirituales: éste es el sentido
preciso de la elección o de la reforma de vida a que llevan los Ejer-
cicios. Nuestra existencia, inspirada por el dinamismo del Espíritu San-
to, entra en un proceso constante de asimilación de la voluntad divina,
que terminará solamente cuando hayamos llegado a la perfecta filiación
adoptiva en el cielo.
Otro elemento constitutivo del mensaje ignaciano es el presentar la
clara exigencia de la indiferencia interior. Para asimilar constantemente
la voluntad divina, se requiere, como condición indispensable y perma-
nente, que el alma se sienta despojada de todo lo "desordenado", es de-
cir, que llegue a la completa indiferencia y a estar siempre alerta para
escuchar la voz del Espíritu.
S. Ignacio nos enseña y nos lleva a vivir en un clima de perma-
nente discernimiento espiritual. Y la razón es que, como nota un autor
moderno, "la voluntad de Dios no se impone siempre al corazón humano
bajo la forma de una única posibilidad clara como la luz del sol e
idéntica al pensamiento propio, aun el mejor intencionado. Esa voluntad
de Dios puede estar disimulada bajo múltiples posibilidades; no consti-
tuye algo establecido de una vez para siempre, es distinta en cada situa-
ción diversa, es preciso discernir cada día de nuevo cuál es la voluntad
de Dios. Cada mañana nos asalta la pregunta: cómo debo estar hic et
nunc, en esta situación presente, en esta vida nueva, con Dios y con
Jesucristo" (cfr. Bonhoeffer, Ethique, Généve, 1965, p. 21).
Esta búsqueda de la voluntad de Dios, simplemente ascética en
apariencia, tiene un aspecto mucho más complejo y profundo. El hom-
bre se encuentra enmarcado en un proceso histórico, cada acto humano
está condicionado por ese devenir histórico y adquiere por tanto un
carácter y un significado único e irremplazable. La voluntad de Dios
engloba a todo el hombre y a todos los hombres y a todo su actuar
histórico en un único plan providencial: el plan de la salvación del
género humano. Por eso, en cada instante el hombre es invitado por el
Espíritu a avanzar en el sentido verdadero de la historia de salvación
con un discernimiento auténtico de la voluntad de Dios.
Manifestándose la voluntad de Dios a nuestra conciencia por el
Espíritu, parece que debería ser fácil el conocerla en lo más íntimo de
nuestro ser, ya que además interesa a toda nuestra vida de relación con
Dios y con los hombres. Y sin embargo no es así: para traducirla en
actos concretos, es necesario conjugar la toma de conciencia personal y
el momento eclesial (el Kcdros).
Aquí es donde el mensaje de Ignacio adquiere una maravillosa pro-
fundidad. Con términos y fórmulas sencillas, Ignacio pone al hombre
ante el problema fundamental de la vida: que es el de discernir en
cada momento la voluntad de Dios, para cumplir personalmente su pro-
pio fin y para que, por medio de él, alcancen también su fin todas las
creaturas que le rodean (Ejerc. 23; Rom 8, 20-22).
484 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

¿Qué es para San Pablo ese discernir? Discernir, buscar a lo largo


de la vida la voluntad de Dios sobre nosotros, es obra, dice el Apóstol,
de la verdadera sabiduría. No de aquella sabiduría especulativa según
la carne (1 Cor 1, 26), ni según el mundo (ib. 20), ni según los sabios
de este mundo (ib. 19); sino de la sabiduría de Dios, misteriosa y ocul-
ta (1 Cor 2, 7), de aquella sabiduría que, especialmente en la locura
de la cruz, realiza el gran plan salvífico de Cristo (1 Cor 1, 20). Esta
sabiduría, nos dice el mismo Apóstol sobre todo en sus Cartas a los
Efesios y Colosenses, es sabiduría de fe, que se da "en la revelación del
misterio de la voluntad de Dios revelado en Jesucristo" (Ef 1, 8.10;
Col 1, 28; 2, 3), que no podemos conocer sin la luz clara del verdadero
Dios en nuestros corazones (Ef. 1, 17). Y es, sobre todo, sabiduría de
vida, que nos hace vivir dignamente en Cristo, que nos "hace gustar y
sentir, comprender y aceptar los caminos de Dios en el mundo de hoy"
(J. Cambien, Le grand mystére concernant le Christ et son Eglise, Bíbli-
ca 43 (1966), pp. 43-90, 223-242).
Si analizamos el discernimiento con un análisis humano, veremos
que en lo que aparece como una simple intuición o una simple decisión,
entran al menos el corazón, la razón, la reflexión y la experiencia. El
corazón, elevado por el Espíritu y la fe a la connaturalidad con las cosas
divinas; la razón, es decir, la sabiduría humana y la reflexión teoló-
gica; la observación y la experiencia, es decir, la vida misma con todo
lo que tiene de vivencia profunda y de continua enseñanza. Y todo ello
para llegar a la acción concreta; pues, como dice San Pablo, no pode-
mos contentarnos con buenos deseos.
El acto de discernir se puede llamar, por una parte, un acto divino-
humano, ya que supone todo el hombre, prevenido por la gracia divina.
Verdadero sinergismo cristiano, en el que la gracia y la naturaleza tra-
bajan a una. El cristianismo se hace capaz de oír la llamada de Dios
y de responder como hijo obediente, precisamente porque está animado
por el Espíritu de Dios. Y, al mismo tiempo, es un acto personal y
eclesial. San Pablo quiere que sus cristianos procedan no como niños,
sino como adultos, que estén siempre abiertos libremente a la llamada
personal y siempre nueva de la cruz de Cristo. Por eso el Apóstol nunca
decide en lugar de sus cristianos (Rom 14), da los principios pero deja
su aplicación a los cristianos, que supone adultos y que no abusarán de
su libertad. Con razón se ha dicho que la discreción (dokimazein) es el
"término técnico de la libertad cristiana" (J. Cambien, Vie chrétienne
dans l'Eglise, L'Epitre aux Ephesiens lúe aux chrétiens d'aujourd'hui",
Tournai 1966, pp. 155-157). Pero la dimensión eclesial es indispensable
siempre; no se puede discernir sino en unión con los demás miembros
del cuerpo místico, su verdadero lugar es la iglesia. No puede haber
discernimiento separado de la comunión y de la solidaridad eclesial
(Rom 12, 15; 1 Cor 12, 26).
Es grande la responsabilidad que este discernimiento lleva con-
sigo: "Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que hace según
su voluntad" (Ef 5, 8-14). He aquí uno de los aspectos más profundos
del discernimiento.
a
PARTE 2. / n ° 8 485

No se debe pensar, por otra parte, que el discernimiento imponga


soluciones hechas o prefabricadas a los problemas modernos y urgentes
que atormentan a la humanidad de hoy. Como San Pablo, San Ignacio
quiere que se empleen todos los recursos de la fe, de la reflexión hu-
mana y de la experiencia, a fin de investigar la auténtica voluntad de
Dios en las situaciones históricas concretas siempre en cambio: "Yo os
exhorto, hermanos, dejaos transformar por la renovación de vuestro
espíritu, para discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rom 12, 1.2).
Este es el sentido del 'examen de conciencia' que S. Ignacio repetía
tantas veces durante el día. No se trata de una mera revisión escrupulosa
y detallada de nuestras acciones, sino más bien de una constante ve-
rificación de nuestra vida en cuanto debe estar siempre en armonía
con el Espíritu.
Esta es la ley del espíritu que, "impresa en nuestros corazones", se
convierte en ley fundamental de las Constituciones de la Compañía, ver-
dadera piedra de toque para proceder siempre como hijos de Dios, ins-
pirados por la verdadera caridad. Es un continuo verificar el "Domine,
quid me vis faceré".
La fuerza del mensaje de San Ignacio es llevarnos a esa introver-
sión profunda, a vivir la ley del Espíritu y su "dynamis" irresistible,
que nos hará instrumentos más unidos con Dios, efectivos y universales,
capaces de colaborar con Cristo y de realizar su voluntad de "conquistar
todo el mundo" hic et nunc (Ejerc. 95).
Rehacer y repetir en nosotros esa experiencia personalísima de
contacto con el Espíritu es, en el fondo, repetir la esencia misma de la
experiencia ignaciana. Y esto no puede hacerse de una vez por todas. San
Ignacio procura y quiere que, una vez realizada la primera experiencia,
que lleva a la primera conversión, no se la considere como un punto
final, sino como un primer paso de la experiencia total, que se irá
completando durante toda la vida y que debe renovarse en cada mo-
mento, de modo que el alma llegue a poder encontrar a Dios cada vez
más profundamente en todas las cosas, en los acontecimientos y en las
personas que nos rodean y, a través de ellas, en el fondo del propio
espíritu.
El mensaje de Ignacio es prepararnos para la conversión a Dios
verdadera, íntima y continua. Esta conversión es la base del dinamismo
más fuerte y de la universalidad más completa, pues pone a nuestra alma
en relación directa con Dios y con toda la Iglesia, y nos introduce en la
historia de la salvación.
Pidamos al Señor que nos haga penetrar en la significación de este
mensaje ignaciano, para que sepamos mantenernos en una continua
actitud de escucha y de perfecta disponibilidad: "Habla, Señor, que
tu siervo escucha" (1 Sam 3, 10).
9. Reengendrar cada día la Compañía
(Lima, Perú, 31. VII. 7 9 )

El Señor nos brinda este año la oportunidad de celebrar la festivi-


dad de San Ignacio en el corazón de estas jornadas de trabajo, en las
que estamos buscando cómo servir hoy mejor "solamente al Señor y su
esposa la Iglesia —esta Iglesia particularmente activa en este joven
continente—, bajo el Romano Pontífice" (1). Con pocas cosas podre-
mos honrar mejor la memoria de nuestro Santo Padre en este 1979 y
mostrarle mejor el aprecio y la confianza que le tenemos los que Dios
ha querido que seamos "imitadores" que le siguen en este camino (2),
que con el trabajo de estos días.
Porque con él nos sumamos, desde nuestra pequenez, al esfuerzo
de Ignacio y de los primeros jesuitas por hacer y reengendrar cada día
esta Compañía de Jesús, que el Señor "con su providencia benignísima
gobierna y hace cada día crecer" (3). Es muy importante que reavive-
mos la conciencia de que nuestro trabajo no sirve sólo a unas cuantas
Provincias. Es un ejercicio de esa responsabilidad, que exige que los
Provinciales "sean tenidos delante de Dios Nuestro Señor de mirar y
hacer lo que deben al bien universal de la Compañía" (4) y es una
forma muy realista y muy válida de mostrar y hacer realidad nuestro
amor a esta Compañía de Jesús concreta, la que hoy existe para Dios
y para su Iglesia, la que lucha, sufre, trabaja, experimenta, se equivoca,
sirve, muere... en este turbulento escenario humano, que nos azota con
su dolor, sus ambiciones, su hambre, sus dudas, sus búsquedas, su nue-
va sensibilidad para los problemas humanos, su generosidad a veces...
A San Ignacio le gustaba "situarse" para todo, para orar, para
discernir... Pues bien, desde esta nuestra concreta "situación", que co-
nocemos y analizamos, podemos preguntarnos: ¿no podrá San Ignacio
enseñarnos cómo hemos de vivir y amar hoy esta Compañía? ¿Cómo
vivía y amaba él la que vio surgir de entre sus manos y a su alrededor?

(1) Formula Instituti 3.


(2) Formula Instituti 6.
(3) Carta a Enrique de la Cueva, 22 de mayo de 1554.
(4) Const. 778.
a
PARTE 2. / n.° 9 487

¿Cómo se sentía él jesuita? ¿Qué significó para él pertenecer a la Com-


pañía de Jesús, y cómo lo vivió?

1. Aunque pudiera resultar sorprendente, es necesaria una prime-


ra respuesta muy fundamental: —San Ignacio no vive la Compañía
como una obra suya, personal, de su propiedad, de la que tiene "dere-
chos reservados", como si fuera una creación proyectiva de su propia
persona, algo que ha necesitado realizar para "realizarse"...
San Ignacio siente la Compañía como obra de Otro, del Señor.
Como una misión, una tarea, de cuya importancia y de cuya dificultad
es muy consciente. A San Ignacio le entusiasma la Compañía, que intu-
ye y espera durante muchos años, pero le asusta la Compañía y quiere
que no se disimule a nadie, que pretenda entrar en ella, que se trata
de una empresa ardua (5), de algo que últimamente necesita ser realiza-
do no por mano de hombre, aunque sí con toda la colaboración posible
de hombres movilizados por una gran esperanza en la "suma sapiencia
y bondad... que ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo
servicio esta mínima Compañía de Jesús como se dignó comenzarla" (6).
No sólo mientras camina hacia ella, sino igualmente después de
que la Compañía es ya una realidad constituida, permanentemente la
vivirá con conciencia de que va "llevado", de que es "usado", por el
Señor para ella. Esta convicción fundamental parece que debería debi-
litar su entrega, pero, al revés, la hace más comprometida, más respon-
sable, más audaz —como quien tiene experimentado que "es menester
en él solo poner la esperanza" (7)—, y hasta le hace más libre —toda
la melancolía que podrá tener en su vida le vendrá "si el Papa deshicie-
se la Compañía del todo y aun así con esto yo pienso que si un cuarto
de hora me recogiese en oración quedaría tan alegre y más que an-
tes" (8)— y lo hace, por supuesto, más constante y tenaz en las tribu-
laciones y problemas a través de los cuales ha de ir abriéndose camino
esta historia.
Porque de historia se trata. La Compañía no es un objeto inerte,
sino una vida que se transmite y que se abre por sí misma camino.
Algo que hay que ir haciendo todos los días y que se va entendiendo
en la medida en que se va haciendo. San Ignacio murió haciendo y
entendiendo cada vez más la Compañía. Es una historia, en fin, dentro
de la historia del hacer de Dios con los hombres, una parte de ese
hacer.

2. Todo debió empezar muy temprano. Probablemente en Man-


resa, junto al Cardoner (9). Discrepan los especialistas. Lo que sí es
cierto es que, aunque aquella gracia, que había de tomar forma defi-
nitiva en la Bula de Pablo III el 27 de setiembre de 1540, había ma-

(5) Formula Instituti 4.


(6) Const. 134.
(7) Const 812.
(8) P. G z . D E CÁMARA, Memorial.
(9) Memorial 137.
488 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

durado ya en 1527, o aun antes, lo había hecho más en forma de un


deseo confuso que de un proyecto ultimado. Un indicio de esto es que,
sobre la época de Salamanca el P. González de Cámara asegura en la
Autobiografía que "como... a él no le faltasen los mismos deseos que
tenían de aprovechar a las ánimas y para el efecto estudiar primero
y a juntar algunos del mismo propósito y conservar los que tenía" (10),
Nadal asegura de la etapa siguiente en París "que era llevado suave-
mente a donde él no sabía, ni pensaba entonces en la fundación de una
orden" (11).
En todo caso lo verdaderamente decisivo es que, desde muy al
principio, vive irresistiblemente un "propósito" (hoy diríamos una "op-
ción") suficientemente luminoso como para arrastrarle, pero también
suficientemente impreciso como para obligarle a tantear, experimentar,
discernir, conferir, cómo hacerlo concreto, darle cuerpo y forma hu-
manos en la historia viva. Esto sería tarea de años.
Otro dato también decisivo es que este "propósito" se presenta
desde el principio como algo irresistiblemente contagioso, que necesita
ser comunicado y que pronto empieza a ser compartido y a catalizar
insensiblemente en torno a sí un grupo de hombres, una serie de exis-
tencias humanas, que en un momento determinado ya no pueden rom-
per entre sí, ni siquiera para vivir ese propósito dispersos, abandonados
cada uno a su propia suerte, porque ese propósito les ha cohesionado
también entre sí fuertemente como personas que ya se necesitan y se
pertenecen mutuamente. No sólo han entregado su existencia a esa
opción primera, sino que han desarrollado, y ahora lo descubren, una
fuerte reciprocidad personal en esta entrega. El "propósito" —que es
la causa de Jesús como la propone Ignacio— ha creado la comunidad
de Jesús, y ambas cosas son ya una única realidad indivisible.

3. Lo más nuevo y original de este momento, para el cual y hasta


el cual el protagonismo de Ignacio ha sido necesario (no ciertamente
un protagonismo autónomo, sino el de quien actúa consciente de que
es "suavemente llevado"), es la toma de conciencia colectiva de la
nueva identidad surgida en ellos por obra del Espíritu. Ignacio, como
uno más del grupo, delibera sobre cómo dar expresión a esta ya larga
experiencia vivida en comunión durante varios años. Tantea con los
demás y, como los demás, trata de leer la voluntad del Señor en la
experiencia que les ha llevado hasta aquí y hasta ahora, y de esta
lectura surge entre ellos la primera gran unanimidad. (Al historiador
de aquel crucial momento le interesa resaltar la enorme diversidad ra-
cial, cultural, temperamental y hasta religiosa, de los componentes del
grupo que delibera):
"Definimos, finalmente —según consta en las Actas de aquella deli-
beración—, la parte afirmativa: es a saber, que habiéndose dignado el
Clementísimo y Piadosísimo Dios de unirnos y congregarnos reciproca-

do) Autobiografía, 71.


(11) MHSI Fontes narrativi II, 252.
PARTE 2 * / n.° 9 489

mente, aunque somos tan flacos y nacidos en tan diversas regiones y


costumbres, no debíamos deshacer la unión y congregación que Dios
había hecho, sino antes confirmarla y establecerla más, reduciéndonos
a un cuerpo, teniendo cuidado unos de otros y manteniendo inteligencia
para el mayor fruto de las almas" (12).

4. Una primera observación, que a uno se le ocurre hacer, es la


de que, efectivamente, "propósito" y grupo humano, opción y comu-
nidad, misión y cuerpo, se han fundido definitivamente. Se podrá discu-
tir especulativamente e históricamente qué es lo primero, si la misión
o el cuerpo, pero no se podrán sacar conclusiones desintegradoras, como
si los componentes de aquel grupo se debieran a la misión y no al
cuerpo, o como si pudieran deducir de ello consecuencias de automi-
sión al margen del cuerpo, o sin el cuerpo mucho menos en contra
del cuerpo. Porque si es verdad que éste no tiene sentido sin la misión,
también lo es que ésta deja de ser tal, "una misma intención y volun-
tad" (13), fuera del cuerpo.
En último término lo que ha aparecido es una nueva conciencia de
que misión y cuerpo legítimamente reclaman su origen en la misma
y única voluntad indivisible de Aquél que consagra y envía en el mismo
acto, "une y consagra recíprocamente... para el mayor fruto de las
Almas". Esta es la gran sorpresa, el fundamental hallazgo, de aquel
grupo de deliberantes: su conciencia de con-vocados, de hombres lla-
mados por el Señor para una "pertenencia" mutua, que les proyecta
juntos y más fuertes a una misión misma y única: "pues también la
misma virtud unida tiene mayor vigor y fortaleza para ejecutar cuales-
quiera empresas arduas" (14).
Esta unión y congregación "recíproca" se realizará reduciéndo-
nos a un cuerpo, teniendo cuidado unos de otros, "manteniendo inteli-
gencia" y finalmente con "dar la obediencia a alguno de* nosotros" (15).
Es decir, la transparencia y confianza mutuas, el servicio mutuo, la obe-
diencia mutua, van a ser las tres dimensiones que constituyen en lo
más profundo de la persona la "pertenencia" viva de aquellos hombres
a esa nueva realidad que es la Compañía.

5. Evidentemente no se trata de un recurso involucionista, uno


de esos procesos que los sociólogos estudian en la formación y evolu-
ción de muchos grupos humanos que surgen cogidos por una dinámica
clasista que les lleva a cerrar filas sobre sus propios intereses y a
eliminar por superación o por exclusión a los que se oponen a ellos:
"que nada afirmemos por nuestro capricho y propio espíritu" (16),
pusieron como condición aquellos hombres.

(12) Deliberationes primorum PP. 3.


(13) Ibíd., 1.
(14) Ibíd., 3.
(15) Ibíd., 8.
(16) Ibíd. 3.
490 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

La nueva comunidad nace con la conciencia de que no se debe a


sí misma ni en su origen ni en su destino. Por eso es constitutiva en ella
la apertura al Dios que la sigue haciendo porque sigue convocando, y a
los hombres para cuya salvación Dios la hace crecer cada día, como
la semilla evangélica (17). La comunión en "un mismo propósito e
intención", hoy diríamos en una misma "opción fundamental" (que en
último término es Jesucristo, y la causa de Jesucristo en la historia
concreta de cada día, bajo su Vicario...) no la permitirá replegarse so-
bre sí misma. Tal vez el más estupendo servicio de Ignacio luego, una
vez hecho General, haya sido el proyectarla de modo que pueda resistir
la inevitable tentación de este repliegue.

6. No nos consta si Ignacio fue sorprendido por el resultado de


esta fundamental deliberación, aunque él era un hombre habituado ya
a sorpresas, más aún, vivía de la continua sorpresa de Dios, de su
voluntad activa, en cada momento. Más bien habría que pensar que
no le sorprendió, pues, entre otras cosas, ya en Loyola (1535) había
hablado con su sobrino "de la Compañía que esperaba" (18). Pero
en todo caso para él este nuevo grupo constituido como tal, esta Com-
pañía, que espera el respaldo del Vicario de Jesús, es un nuevo capítulo
de su existencia, y comienza a proyectarse sobre ella en una relación
de "pertenencia" entera, que es importante contemplar. Ignacio entra
gozoso en el grupo que acaba de encontrar su propia identidad, se
diluye en él con toda su persona, aportando toda su transparencia,
pronto a servir en lo que sea clara voluntad de Dios para el grupo y
"hallando en sí más querer y más voluntad para ser gobernado que
para gobernar" (19).
Pronto llegará la primera prueba y la primera medida de esta su
pertenencia, de este su amor a la recién nacida Compañía, cuando ésta
le elija como General. Sus insistentes resistencias a aceptar el cargo,
hasta que le es sugerido que "parecía resistir al Espíritu Santo" (20),
ponen en evidencia cómo entiende él la pertenencia a esta nueva comu-
nidad a la que él ha aportado todo lo que tiene y es y que para él es
ya una nueva y altísima mediación precisamente para lo que él más
pretendía "para mejor y más exactamente poder ejecutar nuestros pri-
meros deseos de cumplir en todo la voluntad divina" (21). Con una
sinceridad y transparencia que impresiona, y que es la primera dimen-
sión de su pertenencia, se autorretrata ante sus compañeros hablándo-
les "según que su ánima sentía" (22), pidiéndoles que agoten y pongan
en juego, para mayor "claridad en la cosa", todos los recursos de bús-
queda de la voluntad de Dios. Su aceptación final, sobria, asumiendo
toda la repugnancia que no les había ocultado, que le duraría toda la

(17) Me 4, 26-27.
(18) Carta a Beltrán de Loyola, 24 sept. 1539.
(19) Forma de la Compañía y oblación, MHSI, Fontes narrativi I, 15, 4.
(20) Ibíd., 7.
(21) Deliberationes..., 8.
(22) Forma de la Compañía y oblación, 4.
PARTE 2.» / n.° 9 491

vida y que manifestaría frecuentemente, sirve para subrayar la impor-


tancia que da Ignacio a ese nuevo cuerpo del que prefiere ser miembro,
no cabeza, y al protagonismo que le concede para disponer enteramente
sobre su propia existencia. Es el segundo rasgo de su pertenencia. Y
finalmente, desde aquel momento, su vida no tendrá otro sentido que
el servir a la Compañía —y vive para ello día y noche—, en el servicio
que en aquellos primeros pasos es más urgente: "...aunque indignísi-
mo, he procurado, mediante la gracia divina, de poner fundamentos fir-
mes a esta Compañía de Jesús la cual hemos así intitulado y por el Papa
aprobado" (23).

7. Y así resulta, testimonialmente, que el primer fundamento que


Ignacio pone es el de su propia obediencia a esta Compañía, que le
nombra General "por inducción e imposición", como él escribía diez
años más tarde, cuando pida a la Compañía un nuevo control y
revisión de la elección que había hecho (24). Y esa misma obediencia
la manifiesta escribiendo a Bobadilla (contestador oficial de aquella
primera Compañía) cuando le afirma que "siendo contenta la Compañía
o la media parte de ella", está dispuesto "de mucha buena voluntad y
con mucho gozo de mi ánima" a dar su voto a él o a cualquiera otro...
" Y así en todo y por todo deponiendo todo mi poco juicio, siempre ten-
go y espero tener por mucho mejor lo que vos mismo y la Compañía,
o parte de ella, según que está declarado determinare..." (25). Porque
para Ignacio la Compañía de Jesús no es sólo un cuerpo a regir. Es
también una mediación del Señor por la que ser regido.
Desde esta misma perspectiva hay que entender también la aper-
tura con que vive abierto y atento a los hombres concretos de la Com-
pañía. Cuando requiere de ellos información frecuente y pormenoriza-
da, no es por curiosidad o por control informativo —recurso de un go-
bierno autoritario—, sino por atención y escucha a lo .que la Compañía
vive, porque siente que a través de esta vida le orienta el Espíritu, como
hace escribir a Polanco: "Lo que nuestro Padre desea saber es todo
aquello (en cuanto se podrá) que conviene sepa para más ayudar y me-
jor satisfacer el cargo que Dios Nuestro Señor le ha dado" (26).
Ignacio, pues, sirve y ama a la Compañía viviendo pendiente de
ella, no como quien defiende una entidad abstracta o jurídica en la que
le va personalmente mucho, sino como quien se mueve responsablemente
en lo profundo de una comunidad humana con la que comparte un
propósito común, que hay que replantear entre todos constantemente
en lo concreto de la historia y de la geografía humana de cada tiempo.

8. Un segundo "fundamento firme" que pone Ignacio a la Com-


pañía es el de transferir al cuerpo de ésta su propia agilidad y dispo-
nibilidad personal. No pretende perpetuar una institución a base de
(23) Carta a Beltrán de Loyola, 24 sept. 1539.
(24) Carta a los PP. congregados en Roma, 30 enero 1551.
(25) Carta al P. Nicolás de Bobadilla, Roma 1543.
(26) Carta de Polanco al P. Urbano Fernández, 1 junio 1551.
492 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

solidificarla en leyes cerradas, sino desatar una dinámica, la de la


caridad que el Espíritu "escribe e imprime en los corazones" (27), una
dinámica que supone que el cuerpo se deja "mover y poseer de la potente
mano del autor de todo bien" (28), se pone en condiciones de "ser lle-
vado", como él.
Amar, pues, a la Compañía, pertenecer a ella por entero es para
Ignacio aportar la propia docilidad al Espíritu de Dios que actúa en
ella, contribuir creativamente a esta acción del Espíritu y dar cuerpo
a su personal docilidad encarnándola en la libertad de la obediencia:
"ningún ejercicio tengo por más oportuno ni por más necesario para el
bien común de la Compañía, que éste del obedecer mucho y bien" (29).
Su preocupación por verificar cuidadosamente la autenticidad vo-
cacional de los candidatos, de los nuevos con-vocados, y su insistencia
en no admitir sino a hombres capaces de esta obediencia, muy mortifi-
cados, es decir, muy liberados por el Señor, no es atribuible a resabios
de elitismo o clasismo, sino a convencimiento experimental de que sólo
tales hombres, evangélicamente "pequeños", son libres para "ser lle-
vados" por el Señor, para "en todo y por todo hacer la voluntad de Dios
Nuestro Señor" (30).
Tales hombres —y la Compañía ha tenido y tiene muchos de
ellos— no envejecen nunca, son contagiosamente jóvenes, y sus obras
tienen la perennidad que proviene no de la fijación y la seguridad, sino
de la vida y del riesgo. Son también hombres abiertos a la vida que
portan los demás, capaces, por ello, de "confirmar y establecer más la
unión y congregación", porque se han hecho más aptos para descubrir
en el otro un "con-vocado" por el mismo Señor para la misma misión,
y para ver en él, desde una perspectiva de fe, una presencia activa de
ese Señor "a quien cada uno debe reconocer en el otro como en su
imagen" (31), alguien a quien se pertenece y se debe uno por voluntad
del Señor.

9. Mil gestos ignacianos que recuerdan sus contemporáneos y


que se pueden espigar en sus escritos, con los que Ignacio muestra su
amor a la Compañía concreta —algunos de los cuales se han hecho
proverbiales—, tienen su raíz en esta honda comprensión de su pertenen-
cia a la Compañía: la sensibilidad para los más mínimos problemas
personales de sus compañeros, el gozo de las buenas noticias de la
Compañía, el sufrimiento por cuanto pueda dañarla ("si quiera Vuestra
Reverencia ser miembro de esta Compañía es necesario que se duela
del daño de todo el cuerpo de ella") (32), la alegría por lo que Dios
hace sirviéndose "de instrumentos de suyo débilísimos, pero movidos

(27) Const. 134.


(28) Carta al P. Diego Mirón, 17 diciembre 1552.
(29) Carta a los jesuitas de Gandía, 29 julio 1547.
(30) Deliberationes..., 4.
(31) Const. 250.
(32) Carta al P. Andrés Galvanello, 16 dic. 1553.
a
PARTE 2. / n.° 9 493

de la santa obediencia" (33), la movilización que pone en juego cuando


ha sido tocada la fama de la Compañía, su consigna a los que envía de
"sentir bien" de la Compañía y "procurar la buena fama y olor de la
Compañía... en buscar buenos sujetos para ella" (34), y tantos y tantos
otros gestos, demuestran en lo continuo de cada día qué es pertenecer
a esta comunidad humana que sigue siendo instituida no con medios
humanos, sino con la mano omnipotente de Dios Nuestro Señor (35).

10. Pues bien, la pregunta inicial que nos ha llevado a ver muy
someramente a Ignacio ante la Compañía que se iba haciendo delante
de sus ojos y entre sus manos, la podemos volver aquí y hoy sobre
nosotros mismos, que con humildad nos decimos aquellos que San Ig-
nacio llama "nuestros sucesores, si Dios quiere que tengamos imitadores
que nos sigan en este camino" (36). ¿Cómo sentimos, cómo sienten
nuestros hermanos hoy, la Compañía? ¿Qué significa para nosotros y
para ellos, en concreto, pertenecer a ella hoy?
Pienso que de alguna manera nos toca algo así como desandar ha-
cia atrás la experiencia de Ignacio. A saber, de una institución ya cons-
tituida y, por supuesto, sin pretender deshacerla, rehacer aquel primer
momento, revivir aquella primera caridad, que les hace sentirse perte-
neciendo "recíprocamente", redescubrir de modo casi tangible como
ellos, que pertenecer a la Compañía no es dar el nombre a una institu-
ción humana protectora, ni aun comprometiéndose a aceptar una reglas
de juego y de acción, ni sólo disponerse a conspirar a un objetivo co-
mún compartido, como lo declaró la Congregación General 31, sino tam-
bién, como ha madurado la 32, poner a disposición de todos los demás
convocados "lo que uno tiene y es" (37), y acoger lo que los demás
convocados tienen y son. Tomar conciencia cada vez más profunda del
proyecto de Dios uniéndonos y convocándonos recíprocamente, para con-
cluir con nueva fuerza que no debemos "deshacer la .unión y congre-
gación que Dios había hecho, sino antes confirmarla y establecerla
más reduciéndonos a un cuerpo, teniendo cuidado unos de otros y man-
teniendo inteligencia para el mayor fruto de las almas". Sencillamente
porque lo quiere El y porque lo esperan muchos que sólo por esta
"unión y congregación" podrán ser salvados.
Esta convicción fundamental comporta una conciencia nueva, di-
námica, de nuestro "entrar" en esta Compañía, que no puede reducirse
a un momento (una fecha que consta en el catálogo y que se evoca a
los 50 años) y a un acto, el de los votos, por el que somos constituidos
miembros. Como si luego no quedase otra preocupación que "estar en
esta Compañía", conservar y defender este "status". Si la pertenencia ha
de ser algo vivo, una actitud permanente de cada jesuita, un deseo
consciente, claro, libre y gozoso, de meterse en la dinámica permanente

(33) Carta a Juan B. de Fermo, 6 junio 1556.


(34) A los PP. que se envían a ministerios, 8 octubre 1552.
(35) Const. 812.
(36) Formula Instituti 6.
(37) C G . 32, dto. 2.°, 18.
494 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

del Dios que nos con-voca todos los días, un deseo de vivir hasta el
fondo esa "reciprocidad", que El funda y quiere, y de hacer responsa-
blemente Compañía de Jesús todos los días.
Por eso pertenecer a esta Compañía es, en lo concreto, aportar
responsablemente al grupo de hombres que la forman mi propia exis-
tencia personal en servicio, transparencia, disponibilidad para la mi-
sión que busco y hago con ellos. Y, naturalmente, acoger la existencia
que los demás aportan. A este doble proceso de entregar y aceptar la
mutua existencia ha de llegar nuestra pertenencia a la Compañía si
quermos que sea algo más que un compromiso jurídico sancionado por
unas leyes. Porque la verdadera pertenencia a la Compañía, como la
pertenencia a la Iglesia, es profundamente vital y realista, como lo es
la fe misma que la alimenta, y vincula a hombres concretos, que
buscan y tropiezan y aciertan, como busca, tropieza y acierta uno
mismo, cuyos medios y métodos a lo mejor no acierto a comprender,
pero de cuya "misma intención y voluntad de buscar la beneplácita
voluntad de Dios según el blanco de nuestra vocación", tengo cons-
tancia (38).

11. Sólo situados en esta perspectiva nos sentiremos capaces de


abordar el tema de todas nuestras diversidades a otros niveles. Que es
un tema que debemos tener el valor de abordar desde el "vínculo de la
fraterna caridad" (39). Cuando se conoce cómo es, cómo piensa, cómo
vive el otro "una misma intención de buscar la beneplácita y perfecta
voluntad de Dios", el diálogo sobre cosas, situaciones, métodos, decisio-
nes... que realicen esa voluntad es más fácil, o menos difícil. Y hasta
se concibe y llega a quererse la riqueza de esta diversidad. Más aún, se
podría formular así el principio por el que el propio Ignacio se rigió:
la capacidad de pluralismo de la Compañía es proporcional al sentido
de pertenencia al cuerpo tal y como lo venimos esbozando (40).

12. Esta pertenencia, hecha de transparencia mutua, de servicio,


de obediencia, admite en lo concreto de la vida infinitas expresiones:
—es dolerle a uno como propio el pecado y el error, individual o colec-
tivo, de la Compañía; —es vivir con gozo y con agradecimiento las
realizaciones, antiguas y nuevas, y los intentos actuales de la Compa-
ñía, aun los que luego se quedan en meros deseos porque, como Igna-
cio, y mucho más que él, somos "puro impedimento"; —es recoger y
venerar como regalo sagrado la santidad y la espiritualidad de nuestros
hombres, los antiguos y los actuales, y no despreciarla ni malbaratarla;
—es comprender los excesos de los audaces y los de los tímidos; —es
asumir esta historia concreta de la Compañía de Jesús no como algo
ajeno, que se contempla desde fuera, sino metiéndose en ella, haciéndola
y sufriéndola, porque el "propósito" común, la opción común, son una

(38) Deliberationes..., 1.
(39) Const. 250.
(40) Const. 624.
a
PARTE 2. / n.» 9 495

fuerza histórica y para la historia, para esta historia concreta en la que


ya se inicia el Reino...
Desde esta pertenencia es fácil y es gozoso "sentir bien" de la
Compañía, y el "hablar bien" de ella se hace una necesidad y no tiene
que ser pedido a nadie por obediencia.
Termino. Muchas cosas podríamos comentar en este momento y
cuesta poner fin a este tema, que estoy seguro nos va desbordando "ex
abundantia cordis". Pero escuchando en el Evangelio ese examen de
identidad que Jesucristo hace a sus discípulos, se me ocurría transponer
a nuestra Compañía unas preguntas parecidas: ¿qué dicen los hombres
que es la Compañía de Jesús? Unos dicen que es una multinacional, otros
una sociedad en decadencia; unos, una Orden que ha perdido su fuerza
del pasado, su autocontrol; otros, al revés, que está realizando una ejem-
plar autocrítica y creando de su propio espíritu expresiones y realiza-
ciones nuevas; unos, que ha perdido su poder eclesial y humano y, por
eso, la silencian; otros, que precisamente ahora empieza a reencontrar
sus auténticas dimensiones de servicio gratuito y en silencio, como co-
rresponde a la mejor imagen que Ignacio tenía de ella...
Y vosotros, ¿qué decís? También aquí la respuesta no nos la da
la carne y la sangre, sino el Padre que está en lo alto. El es quien ha de
revelarnos que su voluntad viva y activa, hoy como ayer y como ma-
ñana, está en el origen de esta "unión y congregación" convocándonos
cada día, y está en la esencia de esa reciprocidad que nos debemos y
que es el corazón de nuestra pertenencia a la Compañía... "para el ma-
yor fruto de las almas".
El mapamundi de la Compañía hoy mismo es la más convincente
revelación de esta verdad. Allí donde esta conciencia nuestra es más
viva, por gracia del Señor —gracia que a veces despierta con la cruz
y la persecución de todas clases—, "Dios continúa haciéndola crecer
cada día" y la Compañía crea respuestas nuevas a nuevos desafíos, da
muy diversos testimonios de Aquel "cuyo nombre lleva ciertamente con
poca modestia, pero también con una impresionante esperanza" (41),
incluso testimonios firmados con sangre bien reciente.
Esta impresionante esperanza que en El hemos de poner toda ente-
ra, como Ignacio, es la que nos mueve a completar hoy, en su fiesta, el
buen hacer de esta Compañía en todas partes, pero especialmente en este
continente en el que la semilla del Evangelio se está demostrando ex-
traordinariamente feraz.
En este gozo nos unimos de nuevo a Ignacio —y con sus propias
palabras terminamos—, que escribía así a Pedro Canisio (42):
"Este es mi gozo en Cristo Jesús: ver el nombre del Señor, ver
a Jesucristo manifestándose a todos los de su Iglesia en virtud de su
sangre y cómo en muchísimos fructifica y crece. Demos gracias a Dios
por la inefable misericordia y piedad con que nos colma por la eficacia
de su glorioso nombre. Muchas veces me conmuevo cuando oigo y en

(41) K A R L RAHNER, Anuario S. J. 1976, pág. 33.


(42) Carta al P. Pedro Canisio, 2 junio 1546.
496 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

parte veo con los ojos, así de vos como de otros llamados a nuestra
Compañía en Cristo Jesús.
Tened, pues, buen ánimo y consolaos en Dios 'y en el poder de
su fuerza', que es Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro. De su propia
voluntad, 'por nuestros pecados murió', y sin duda 'fue resucitado por
nuestra justificación.' De modo que 'con él nos resucitó y juntamente
nos sentó en los cielos', en Dios.
Conoced, examinad la vocación a que fuisteis llamados 'en virtud
de la gracia que [te] fue dada' en Cristo, ejercedla, insistid, con ella
negociad, que no permanezca en vos ociosa, nunca la resistáis, 'porque
Dios es el que obra en vosotros así el querer como el obrar, en virtud
de su beneplácito', que es en sí y por sí infinita y super gloriosa e
inefable por Cristo Jesús. 'Te dará el Señor inteligencia en todo' y
fortaleza, a fin de que el nombre del Señor, en esperanza de mejor vida,
por vuestro medio en muchísimos fructifique y sea ilustrado".
En fiestas de Santos de la jCompañía

10. San Francisco Javier (3-XII-75).

11. San Francisco de Borja (30-IX-72).

12. San Pedro Claver (23-VI-80).


10. San Francisco Javier (3. XII. 7 5 )

Javier, al decir de sus contemporáneos, fue una personalidad ex-


traordinaria. Para nosotros Javier es, sobre todo, el hijo espiritual de
Ignacio, un hijo de la Compañía de Jesús.
Javier fue, en efecto, uno de los que mejor realizó el ideal igna-
ciano, después del mismo Ignacio. Tanto le estimó Ignacio que, ade-
más de hacerle su secretario, le envió a la gran empresa apostólica de
las Indias y a los diez años le llamó de nuevo a Europa para que fuese
su sucesor (Ep. II, 543, n. 40 - Q6022).
Javier es como la encarnación del carisma ignaciano; por eso su
vida es la respuesta viviente —que es la verdadera respuesta— a la cues-
tión de la identidad del jesuita. Mucho se ha cuestionado hoy esa
identidad, buscando una definición nueva del jesuita; y la respuesta
implícita o explícita ha sido que la identidad del jesuita no es defini-
ble en conceptos abstractos o en términos filosóficos; se trata de una
vida y la vida no puede describirse sino aproximativamente: para en-
tenderla a fondo, hay que vivirla. La vida se entiende viviéndola. La
vida se vive, no se define, ni puede darse a entender en conceptos des-
encarnados y teóricos. Javier es un hombre que ha vivido la espiritua-
lidad de S. Ignacio y nos puede por tanto indicar con su vida, más que
con definiciones teóricas, en qué consiste tal espiritualidad.
La personalidad y la vida de Javier son, además de expresión, un
testimonio válido de aquellas gracias e intuiciones místicas, por medio
de las cuales el Espíritu comunicó a Ignacio lo que hoy llamamos su
carisma, su espiritualidad.
La figura de Javier tuvo valor y lo sigue teniendo después de 400
años pasados desde su muerte, y ello es garantía de la modernidad de su
espíritu. La historia ha pasado, la espiritualidad ignaciana ha sido ata-
cada de dentro y de fuera, pero la figura de Javier y el espíritu que
encarna se mantienen incólumes y, por el contrario, descubren mejor
cada día su profundidad, su riqueza y su actualidad.
En la carta que escribió Ribadeneira en 1559 para presentar la
primera edición de las Constituciones, definía así al jesuita: "y, para
PARTE 2.» / n.° 10 499

decir mucho en pocas palabras, nuestras Constituciones quieren de nos-


otros que seamos hombres crucificados al mundo y para quienes el
mundo esté crucificado. Hombres nuevos que, despojados de sus afec-
tos, se revistan de Cristo; hombres muertos a sí mismos a fin de vivir
para la justicia... Este es el compendio, éste el fin de nuestras Consti-
tuciones". (Institutum S. /., edit. Florent. 1893, II, pág. XII).
Javier es el retrato viviente de esta descripción del jesuita. Si ha
habido un jesuita "crucificado al mundo y para quien el mundo haya
estado crucificado", ése fue Javier. Si ha habido un hombre nuevo, des-
prendido de sus afectos para revestirse de Jesucristo, ése fue Javier.
Si ha habido un hombre que se mostrase ministro de Dios en trabajos,
vigilias, ayunos, castidad, ciencia, longanimidad, suavidad en el Espíri-
tu Santo, en caridad no fingida, en la palabra de la verdad, ése fue
Javier. Si ha habido un hombre que haya mirado siempre a la gloria de
Dios usando las armas de la justicia, a derecha e izquierda, por gloria
e infamia, por la prosperidad y la adversidad, en largos viajes, ése fue
Javier.
Después de 400 años, en medio de un ambiente en que se cuestiona
todo, en que se pregunta la razón de todo, en que se quieren reexaminar
todos los valores tradicionales, la Compañía se ha visto interpelada so-
bre su propia identidad por el mundo, por la Iglesia y por los mismos
jesuitas: ¿qué es hoy el jesuita?, ¿cuál es la misión de la Compañía
hoy?
A esta pregunta la CG. 32 ha respondido no con una definición ni
con la descripción de dicha identidad, sino con un Documento que se
llama "El jesuita hoy", elaborado a base de cuanto se dice en los demás
decretos y del espíritu mismo de Ja Congregación, en el que aparece lo
que la Compañía y los jesuitas piensan de sí mismos.
Repasando ese documento de la CG. salta a la vista con claridad
que la vida de Javier ya fue como una expresión encarnada del mismo,
como lo fue de la Summa et Scopus nostrarum Constitutionum de Ri-
badeneira. Aparece así la vida de Javier en toda su modernidad y ac-
tualidad, como una visión profética de nuestros tiempos, como un valor
escatológico que supera los vaivenes del tiempo, de las culturas y de la
historia; como un testimonio y como una garantía de que la CG., al
querer interpretar y profundizar el carisma ignaciano, se ha mantenido
en una fidelidad constante al primigenio espíritu fundacional de S. Ig-
nacio, dando a la vez una mayor profundidad a su comprensión. Por
vía indirecta la misma figura de Javier queda también como remozada
y viene a adquirir un relieve y una grandeza renovada. Analicemos un
poco esta confirmación.
Dice el Decreto de la CG. 32 que el jesuita ha de comenzar por ha-
cerse consciente de su propia debilidad y por reconocerse pecador. Es
notable en Javier esta conciencia de su propia flaqueza: se llama a sí
mismo "triste pecador" (Ep. I, 272), "Grandísimo pecador" (Ep. I,
394), espera que Dios no se fije en sus pecados: "no mirando Dios
nuestro Señor a mis infinitos pecados" (Ep. I, 127), teme que sus pe-
cados puedan estorbar la obra de Dios: "se nossos pecados nao forem
500 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

em caso de impedir o milito fruto que com ajuda de Deus Nosso Senhor
poderiamos fazer" (Ep. II, 131).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita debe sentirse "comprometi-
do bajo el estandarte de la Cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo",
y si ha habido algún jesuita comprometido de veras bajo ese estandarte,
ése ha sido Javier. Al llegar a la India en 1542, escribió una larga
carta a sus compañeros de Roma, como se lo había prometido, y les
cuenta cómo los trabajos de la larga navegación, sufridos por Cristo,
"son grandes refrigerios y materia para muchas y grandes consolacio-
nes". Y añade: "creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro
Señor descansan viniendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos
huyen o se hallan fuera de ellos... Qué descanso es vivir muriendo cada
día, por ir contra nuestro propio querer, buscando non quae nostra
sunt sed quae Iesu ChristC (I, 127). Ese amor a la Cruz le da un valor
tan extraordinario para afrontar toda clase de peligros que le hace es-
cribir antes de partir para las islas del Moro que se ha resuelto ir allí
por la necesidad de aquellos cristianos "y también por la necesidad
que tengo de perder la vida temporal por socorrer a la vida espiritual
del próximo": "determino, dice, de me ir al Moro por socorrer in spi-
ritualibus a los cristianos, ofrecido a todo peligro de muerte, puesta toda
mi esperanza y confianza en Dios nuestro Señor..." (I, 325).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita es hombre con una "mi-
sión". Y Javier es uno de los casos típicos en toda la historia de la
Compañía de jesuita que recibe una misión, misión extraordinaria por
su envergadura y por sus circunstancias, y la cumple con singular ge-
nerosidad y eficacia. Pocas palabras bastaron a Ignacio para enviar a
Javier a la India: "Maestro Francisco: ya sabéis cómo por orden de
Su Santidad han de ir dos de nosotros a la India...: ésta es vuestra
empresa". A lo cual, nos cuenta Ribadeneira, respondió Javier con mu-
cha alegría y presteza: "Pues sus! heme aquí! Y así luego aquel día
o el siguiente, son siempre palabras de Ribadeneira, remendando cier-
tos calzones viejos y no sé qué sotanilla, se partió con tal semblante
que en fin bien se veía que Dios le llamaba para lo que habernos vis-
to" (MI, FN II, 381). Es aquel comienzo de su misión pontificia, ex-
presión de nuestro 4.° voto, que abriría las puertas del Oriente al Após-
tol de las Indias y del Japón, un rasgo conmovedor que nos revela el
carácter humano de San Ignacio y la vida austerísima de Javier. Nos
dice la crónica que "Ignazio, prima di mandare il Beato Francesco Sa-
verio all'India, gli apri la veste in sul petto, per vedexe se gli mancava
cosa alcuna del vestito e gli trovó la semplice camicia in su le carni,
il che vendendo il nostro Beato Padre Ignazio, tutto stupito, disse:
Assí, Francesco, assí" (ARSI Sicula 185 I, 137) "e senza piü ordinó che
fosse bastevolmente proweduto d'ogni necessario riparo" (Della storia
della Compagnia di Gesü: La Sicilia, Palermo 1702, 505-506).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita "precisamente por ser en-
viado se convierte en compañero de Jesús... manteniéndose en comu-
nión de vida, de trabajo y de sacrificio con los compañeros que se han
consagrado bajo la misma bandera de la Cruz..."; en otras palabras,
PARTE 2.* / n.° 10 501

que se hace miembro de la Compañía de Jesús, fundada por Ignacio. Y


en Javier, a lo largo de su numerosa correspondencia y en la elocuencia
de su vida, se transparentan precisamente tres amores suyos muy perso-
nales: el amor a Ignacio, el amor a la Compañía y el amor a sus
compañeros.
Amor a Ignacio: ya sabemos que es algo muy típico de Javier. En
el voto que dejó escrito para la elección de General, antes de partir
para la India, dice que, según su conciencia, "sea el prelado nuestro
antiguo y verdadero padre Don Ignacio" (Ep. I, 26). A 29 de enero
de 1552, año de su muerte, escribe desde Cochim Javier a Ignacio:
dirige la carta "A mi en Cristo santo Padre Ignacio en Roma" y se
firma: "Menor hijo y en destierro mayor, Francisco"; y expresa el
consuelo que ha tenido al recibir carta de Ignacio: "Dios nuestro Se-
ñor sabe cuan consolada fue mi ánima; y entre otras muchas santas
palabras y consolaciones de su carta, leí las últimas que dicen: "Todo
vuestro, sin poderme olvidar en tiempo alguno, Ignazio"; las cuales,
así como con lágrimas leí, con lágrimas las escribo, acordándome del
tiempo pasado, del mucho amor que siempre me tuvo y tiene..." (Ep. I,
293, 287). En otra carta de 1549 a Ignacio, a quien llama "Padre mió in
visceribus Christi único", termina con esta conmovedora confesión:
"Ceso rogando a vuestra santa Caridad, Padre mío de mi ánima ob-
servantísimo, las rodillas puestas en el suelo al tiempo que ésta escribo,
como si presente os tuviese, que me encomendéis mucho a Dios nuestro
Señor..."; y se firma "vuestro mínimo y más inútil hijo, Francisco"
(Ep. II, 5, 16).
Amor a la Compañía. La lleva siempre en el alma, como lo afirma
en su correspondencia: "Cuando comienzo a hablar de esta santa Com-
pañía de Jesús no sé salir de tan deleitosa comunicación, ni sé acabar
de escribir. Mas veo que me es forzado acabar... No sé con qué mejor
acabe de escribir que confesando a todos los de la Compañía, quod si
oblitus umquam fuero Societatis nominis Iesu, oblivioni detur dextera
mea, pues por tantas vías tengo conocido lo mucho que debo a todos
los de la Compañía" (Ep. II, 6), "santa Compañía de Jesús" (Ep. I,
393), y cuando quiere definirla escribe: "por me parecer que Com-
pañía de Jesús quiere decir Compañía de amor y conformidad de áni-
mos" (Ep. II, 8), de donde procede el tradicional axioma de: "Compa-
ñía de Jesús, Compañía de amor".
Amor, en fin, a sus compañeros de vocación y de apostolado. Quiere
Javier estar unido a ellos espiritualmente, saber de cada uno: "Cuando
nos escribiéredes a las Indias, escribidnos nominatim de todos..., y muy
a largo, que tengamos que leer ocho días, que nosotros así lo hare-
mos" (Ep. I, 89). Toma como intercesores a sus hermanos para pedir
algo a Dios: "Nunca podría acabar de escribir las consolaciones que
recibo cuando por los de la Compañía, así de los que viven como de
los que reinan en el cielo, me encomiendo a Dios nuestro Señor" (Ep. I,
394); los tiene siempre presentes en la memoria: "las recreaciones que
en estas partes tengo son en recordarme muchas veces de vosotros,
carísimos Hermanos míos, y del tiempo en que por la mucha miseri-
502 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

cordia de Dios nuestro Señor os conocí y conversé" (Ep. I, 175), y en


otra ocasión les escribe: "vosotros, carísimos en Cristo Hermanos míos,
imprimís en mi ánima continua memoria vuestra" (Ep. I, 272). Pre-
sencia que quiere Javier materializar con un gesto que muestra su
profunda caridad: "tomé de las cartas, que me escribisteis, vuestros
nombres, escritos con vuestras manos propias, juntamente con .el voto
de la profesión que hice, y los llevo continuamente conmigo por las con-
solaciones que de ellos recibo" (Ep. I, 330).
Dice el Decreto de la CG. que el jesuita es un hombre que "se
entrega totalmente al servicio de la fe y a la promoción de ia justicia".
Desde que se convirtió a Dios, con la ayuda y la inspiración de Ignacio,
Javier vivió la entrega total e incondicional, a tal punto que el trabajo
apostólico le absorberá por completo, como lo particulariza para quie-
nes quieran ir al Japón: "no han de tener lugar para meditar y contem-
plar..., casi no han de tener tiempo para decir el Oficio..., ni para
comer ni dormir han de tener tiempo" (Ep. II, 299). Es bien consciente
Javier que en tales circunstancias sólo una intensa vida interior y una
virtud sólida pueden sostener al apóstol: "El demonio tiene altos modos
de tentar en semejantes casos; y cuando un hombre carece de se
ejercitar, contemplar mentalmente, orar, y lo que es más, no tomar el
Señor ni decir misa, y ser muy perseguidos, así de los bonzos como de
los grandes fríos y poco mantenimiento, y fuera de todos los favores y
ayudas humanas, creed que han de ser bien probados" (Ep. II, 299-
300).
Javier se identifica siempre con los pobres y los más desvalidos:
siendo legado pontificio, en viaje a la India, trabaja en el barco como
un simple peón; acude a los enfermos y a los moribundos; en su apos-
tolado se señala personalmente en su eximia pobreza y desprendimiento
de todas las cosas; se decide en favor de los esclavos en contra de los
negociantes de Portugal que quieren explotarlos: reprende a Alvaro de
Ataíde su egoísmo, su injusto modo de proceder, su avaricia, y llega a
excomulgarle; se sacrifica hasta el cansancio físico por predicar a todos
el Evangelio, es un auténtico servidor de la fe, y lucha por todos los
modos por desterrar los vicios de la sociedad y por sustituirlos por
las virtudes cristianas de la justicia y de la santidad de vida. Y todo
esto con un celo insaciable, a un ritmo siempre creciente, con horizontes
cada vez más extensos, hasta que con el alma llena de ilusión apostó-
lica desfallece su cuerpo en la isla de Sancian, frente a las costas de
China, a la que quería entrar para convertirla a Cristo. Al morir, tiene
tan sólo 46 años.
Como el apóstol San Pablo, también Javier se hace "todo a todos"
para ganar los hombres para Cristo. La vida de Javier es un modelo
de verdadera "inculturación": en la India, en el Japón, en las islas...
A sus compañeros de Goa les escribe con decisión: "Forzado nos es
tomar medios y disponernos a ser como ellos, así acerca de aprender la
lengua como acerca de imitar su simplicidad de niños, que carecen de
malicia" (Ep. II, 201). Lo único que parece detenerle es no poder ha-
blar en las lenguas de los pueblos: "Placerá a Dios nuestro Señor
a
PARTE 2. / n.° 10 503

darnos lengua para poder hablar de las cosas de Dios, porque entonces
haremos mucho íruto con su ayuda, gracia y favor". "Agora somos
como unas estatuas..." (Ep. II, 201). Con gran esfuerzo y sin lograr
aprenderlas bien, Javier estudia las lenguas para hacerse más a todos:
en su trato y en su correspondencia usa el vasco, el español, el portu-
gués, el francés, el italiano, el latín, el tamil, el malaca, el japonés.
Todo en el curso de 10 años de apostolado: podemos imaginar fácil-
mente el cúmulo de obstáculos que hubo de superar: en 1544 llega al
Cabo de Comorín: "como ellos no me entendiesen, ni yo a ellos, por
ser su lengua natural malavar, y la mía vizcaína, ayunté los que entre
ellos eran más sabidores, y busqué personas que entendiesen nuestra
lengua y suya de ellos. Y después de habernos ayuntado muchos días
con grande trabajo, sacamos oraciones..., después el Credo, mandamien-
tos, Pater noster, Ave María, Salve Regina y la confesión general de
latín en malavar" (Ep. I, 162). No es raro, por tanto, que en las tra-
-
ducciones cometiera errores que otros tuvieron que corregir (cfr. Ep.
II, 584), y que tuviera que pasar por humillaciones, como en Yama-
guchi cuando tradujo la palabra Dios por "Dai-nichi", que tenía una
significación impropia, y la quiso corregir usando la palabar "Deus"
y le entendían los japoneses "Dai uso", que quiere decir "la gran
mentira".
Javier ama a todos los países, a todos los pueblos, a todas las cul-
turas. De todos habla siempre con gran amor. Pero su amor es auténti-
co: quiere el mayor bien de esos pueblos, desea su salvación, por eso
no duda en criticar sus costumbres y enumerar sus defectos, animán-
doles siempre a superarse y a realizar el plan de Dios sobre la huma-
nidad.
Como todo verdadero apóstol, también Javier, al sentir que él es
nada, ve surgir en su alma una inmensa confianza en Dios, que se
apoya en los méritos infinitos de la pasión y muerte dejCristo, en la in-
tercesión de su santa Madre, de la Iglesia su esposa, de los santos,
de la Compañía de Jesús militante y triunfante, de los nueve coros de
los ángeles. Fuerte con esa confianza en Dios, desprecia la muerte y el
demonio, y se deja llevar por el Espíritu a continuas "oblaciones de
mayor estima y momento".
Javier de este modo ha sido y sigue siendo el ejemplar perfecto del
hijo de la Compañía, del jesuita de ayer, del de hoy y del de mañana,
tal como lo describen las Constituciones y tal como lo han tratado de
definir los Decretos de la reciente Congregación General. Quiera él
ahora interceder por nosotros para que logremos todos y cada uno rea-
lizar como él, con la gracia de Dios, nuestra tarea personal en el plan
divino de la historia de la Salvación.
11. San Francisco de Borja (30. IX. 72)

Nos hemos reunido esta tarde en torno al altar para ofrecer el


Santo Sacrificio, y para celebrar la memoria de San Francisco de Borja,
Tercer General de la Compañía de Jesús. Hace cuatro siglos, un 30 de
septiembre, en las mismas pequeñas habitaciones ("camerette") en don-
de vivió y murió San Ignacio de Loyola y también el P. Diego Laínez,
moría San Francisco de Borja. Apenas hacía dos días había regresado
a Roma gravemente enfermo, después de haber cumplido una misión
que le había encomendado Su Santidad Pío V en España, Portugal y
Francia. Ahora celebramos su memoria en esta Iglesia del Gesü en cuya
construcción tuvo una parte decisiva San Francisco de Borja. En la
capilla dedicada a su nombre, la primera entrando por la puerta de la
izquierda, lo encontramos en el cuadro central (pintado por el H. Pozzo)
en una actitud de recogimiento y de oración, mientras un grupo de
ángeles muestra el Santísimo Sacramento, centro de la espiritualidad
de Borja. Su personalidad fue rica e interesante, dotada de fina sensi-
bilidad y de recia voluntad; se conjugaban en él su carácter enérgico
y su temperamento artístico con habilidades de compositor en el cam-
po de la música. El mundo le había ofrecido cargos y honores como
Duque de Gandía, Marqués de Lombay, Virrey de Cataluña, Grande de
España. Su Santidad Pío V por mucho tiempo tuvo el propósito de
nombrarlo Cardenal. San Ignacio lo nombró Comisario (Delegado suyo)
para las Provincias españolas de la Compañía. Más tarde Laínez, como
segundo General de la Compañía, lo nombró su Vicario en Roma en el
tiempo en que Laínez tomaba parte en el Concilio de Trento. Final-
mente, el 2 de julio de 1565, por 31 votos entre 39, fue elegido Tercer
General de la Compañía de Jesús.
"Dies meae crucis" (el día de mi cruz), escribió lacónicamente en
su diario espiritual; él, que había dejado el mundo para eludir la
grandeza y los honores del gobierno, se encontraba ahora atado a
nuevas y más graves responsabilidades, entendidas éstas en su verdade-
ro valor como servicio a la Iglesia y al bien espiritual de sus prójimos.
PARTE 2 . / n.° 11
a
505

La figura de San Francisco de Borja ha sido poco comprendida.


Uno de sus biógrafos, el P. Sau, dijo que "pocos santos han sido tan
mal comprendidos como Borja". Margaret Yeo, en su libro titulado "El
más grande de los Borja" (pág. 135), aludiendo a algunos biógra-
fos del Santo dice: "en el purgatorio ciertamente habrá un lugar espe-
cial reservado a los biógrafos que presentan a los santos como figuras
anémicas, sin virtudes humanas, con los ojos bañados en lágrimas y fijos
hacia un cielo sin nubes". No maravillará esta incomprensión de la
personalidad de San Francisco de Borja, si se piensa en la dificultad de
encontrar un punto focal que permita la convergencia en su precisa di-
rección de los múltiples aspectos que caracterizaron su espiritualidad.
Se puede decir que Borja fue un apasionado por la santidad, y que
en su vida toda claramente se perciben sus esfuerzos por progresar en
ella. Es verdad que las horas dedicadas al retiro y a la oración dismi-
nuyeron con su traslado de Gandía a Roma, pero su unión con Dios,
aun en medio de los negocios y de los sufrimientos, crecía hasta alcanzar
altos niveles místicos. Quizá lo que más caracteriza su fisonomía espi-
ritual es la dialéctica afectiva entre el temor y el amor. En Borja estas
dos fuerzas se atraían una a la otra y se complementaban formando
una unidad de extraordinaria solidez. Su temperamento sanguíneo y las
circunstancias de la época, le llevaban a ciertos comportamientos que no
parecían imitables. Tal vez indiscriminadamente intentó infundir en
otros los sentimientos de contrición y de profunda humildad que ali-
mentaban su alma; por esto en sus escritos destinados a otros podrá
parecer duro y difícil, en contraste con sus escritos de carácter privado.
Su perfil humano demostraba siempre una inmensa riqueza de afecto,
de imaginación, de grandeza de ánimo; en cambio su perfil espiritual
revela una ascesis constante, un amor puro y comprometido, una apertu-
ra mística de sus cualidades y de su dimensión humana.
Creo que S. Francisco de Borja habla al hombre de hoy, con su
vida, con su forma de gobierno, con su espiritualidad. Las circunstan-
cias actuales son muy diversas, pero los principios espirituales son
eternos y es muy importante escuchar lo que nos dice el Espíritu. Borja
fue un alma continuamente abierta a la acción del Espíritu Santo. No
fue un hombre introvertido y mucho menos un obstinado en su modo
de pensar y de juzgar. Profundamente humilde supo escuchar a Dios y
a aquellos que lo dirigían y aconsejaban en el nombre del Señor.
Particularmente ahora, cuando se habla tanto del cambio y de la
ti ansformación de las estructuras, percibimos cada vez con mayor cla-
ridad que tales cambios no pueden realizarse en forma eficaz, si no van
precedidos de una conversión interior y de un cambio ("metanoia")
en el modo de pensar. La percepción de lo pasajero en las cosas terrenas,
más sensible en Borja ante la pérdida de sus familiares y especialmente
ante la muerte de la joven Emperatriz Isabel cuyo cadáver en descom-
posición pudo ver en Granada, despertó en él un anhelo por encontrar
lo estable y lo definitivo que le sacara de la superficialidad del mundo
en que había vivido. No se trataba de una conversión en el sentido de
cambio de una vida desordenada, sino más bien de un cambio de men-
506 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

talidad progresivo que le permitía ir purificando el discernimiento de


los valores auténticos dando la primacía a lo espiritual sobre lo tem-
poral, a lo duradero sobre lo efímero, al amor de Dios y de las almas
por encima de su amor propio y de los honores o intereses personales.
Esta progresiva conversión a Dios tomaba fuerza de un profundo espíri-
tu de oración, de una devoción llena de fe y respeto a la Sagrada Euca-
ristía, y del contacto íntimo con el Señor en largas horas pasadas delante
del Santísimo Sacramento.
San Ignacio, que buscaba conducir a Borja hacia un más sereno
equilibrio espiritual, le recomendaría no excederse en la austeridad cor-
poral en penitencias y ayunos; así, en carta del 20 de septiembre de
1948, le decía:
"Cerca 'de lastimar su cuerpo por el Señor nuestro', sería en quitar
de mí todo aquello que pueda parecer a gota alguna de sangre, y si la
divina Majestad ha dado la gracia para ello... para adelante... es mu-
cho mejor dejarlo" (Epp. 2, 233-237).
La fidelidad al Espíritu debe llevarnos a leer con mayor atención
lo que hoy llamamos "signos de los tiempos", y a valorar con toda
objetividad lo que nos sugieren, sin caer en desalientos estériles ni en
presunciones de tipo personalístico. En nuestro tiempo, como en el de
San Francisco de Borja, no faltan dificultades. En la Compañía de
aquellos días, Borja conoció la turbación, las persecuciones externas, el
debilitamiento del espíritu. El siglo en que vivía sufría también entonces
de "grandes males", como Borja mismo los llamaba. El deploraba tal
estado de cosas y siempre se mantenía en una disposición de esperanza.
"Creo —escribía— que jamás fue tan vilipendiado y execrado el nom-
bre cristiano por causa de nuestra conducta, pues el que predica que
no se debe robar es el mayor de los ladrones... Pero el Señor es buen
médico, y aplica grandes remedios a grandes enfermedades. Día a día
espero mayor misericordia, porque son mayores nuestras heridas".
Contestando al P. Baltasar Alvarez que se lamentaba por la deca-
dencia del espíritu religioso en la misma Compañía, le decía: "Lo que
V. R. siente y lamenta tanto, la paulatina pérdida del espíritu y resigna-
ción que en otros tiempos hacían muy feliz la consagración religiosa
(es algo que)... se percibe también aquí. Puesto que el remedio depende
de una mano que está por encima de las fuerzas humanas, por una parte
no debemos dejar de invocar al Señor, y por otra poner los medios más
oportunos, o sea: hacer todo lo que sea posible. Créame, Padre mío, que
en todas partes hay tres leguas por recorrer de mal camino, y que en
todo el mundo sucede lo mismo".
Efectivamente, la fidelidad al Espíritu no nos exime de poner todo
lo que esté de nuestra parte con los medios más oportunos. Hoy día el
activismo no debe ser fruto de una inquietud interior, ni de las cir-
cunstancias que apremian; sino fruto de la oración y del contacto con
Dios, como en Borja.
Nuestra acción apostólica viene a ser como un fruto de la unión
con la "summa Bondad", como nos dice San Ignacio en las Constitucio-
PARTE 2.» / n.° 11 507

nes, "por el mesmo amor que della descenderá y se estenderá a todos los
próximos" (Const. 671).
En su servicio a la gloria de Dios, Borja desarrolló una actividad
prodigiosa; sólo en la península ibérica fundó más de 4 0 colegios in-
terviniendo personalmente en la fundación de muchos de ellos; dirigió
Ejercicios, visitó enfermos, escuchó confesiones, tuvo atención personal
para muchas almas y, sobre todo, concentró sus fuerzas en preparar
nuevas fundaciones, en dirigir nuevas construcciones, en atender a la
formación y mantenimiento del personal necesario. Para lograr esto
tuvo que viajar mucho y pedir limosnas por doquier a favor de las
casas y colegios, a favor de la Curia Generalicia y de la Iglesia del
Gesü. Cuando se refería a toda esta actividad externa, solía decir que
sería "una cruz más grande que la que había dejado en el mundo si
Dios cesara de favorecerlo o de darle una buena dosis de paciencia".
A Borja se deben las primeras misiones jesuíticas en Florida, en México
y en Perú.
Esta sorprendente actividad iba unida a un empeño por consolidar
lo interno de la Compañía, convencido de que nosotros éramos sólo
instrumentos del Señor y, como tales, debíamos ser dóciles en las manos
de Dios y adaptarnos ai cambio de las circunstancias. Borja mandó ha-
cer una edición de nuestras Constituciones y se propuso revisar las re-
glas de diferentes oficios. Especial empeño puso en la cuidadosa forma-
ción de los novicios; fundó el noviciado de San Andrés del Quirinal;
se esforzó en la preparación de la futura "Ratio Studiorum" de la Com-
pañía. Entre todas sus preocupaciones, destacará siempre la de alentar
a sus subditos a progresar en el camino de la santidad.
Por experiencia propia era muy consciente de lo que significaba
el contenido de nuestro 4.° voto de entregarse al Papa por una obedien-
cia especial acerca de las "misiones" o encargos apostólicos. Allí estaba
como "el Principio y Fundamento" de la Compañía. Más de una vez su
obediencia al Santo Padre fue una prueba indiscutible de su fidelidad
heroica. S. S. Pío V y San Francisco de Borja eran dos grandes perso-
nalidades, dos Santos, pero no siempre pensaban del mismo modo. Sin
embargo, era claro que la última palabra era la del Papa. Así, Borja
aceptó con sacrificio de su propia voluntad establecer el coro en la
Compañía, junto con otras prescripciones que él personalmente juzgaba
contrarias al pensamiento de San Ignacio y al espíritu de la Compañía.
Prescripciones, por otra parte, que no continuaron después de la muerte
del Sumo Pontífice, pues fueron plenamente revocadas por su sucesor,
Gregorio XIII, que pidió que nuestro Instituto volviera a su original
fisonomía.
Siempre obediente a Pío V y no obstante la mala salud de Borja,
éste no dudó en aceptar el largo recorrido por España, Portugal y Fran-
cia que aceleraría su muerte al poco tiempo de cumplida su misión. A
propósito de tal viaje escribía: "La obediencia al Vicario de Cristo
nuestro Señor no sólo ha acallado, sino ha hecho agradables los incon-
venientes, y así marchaba con alegría por tierra o por mar".
508 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En abril de 1569 Borja envió una extensa carta a toda la Com-


pañía sobre los medios para conservar el espíritu. Los principios ex-
puestos en este documento no eran enunciados abstractos, sino reali-
dades de su gobierno conformes a las nuevas situaciones que acompaña-
ron a los diez primeros años de la Compañía. Pensemos tan sólo en
lo que implicaba, por ejemplo, su rápido crecimiento numérico. Los
cambios que se fueron introduciendo en la Compañía durante el gene-
ralato de Borja, sin dejar de llevar la impronta de la personalidad de
quien los ejecutaba, eran en parte el resultado inevitable de los giros
que va encontrando una familia religiosa. Las raíces iban creciendo
en medio de contingencias históricas impuestas, y la Compañía, bajo
la dirección de Borja, fue encontrando en su asentamiento un nuevo
equilibrio que el tiempo ha reconocido como valioso y digno de ala-
banza.
El hombre de hoy, por las circunstancias mismas en que se encuen-
tra, más que nunca tiene necesidad de algunas de las virtudes de Borja
que él supo practicar en grado eminente: la esperanza, la alegría inte-
rior, la gratitud.
"SPES" era una de las palabras que el Santo más usaba en su
Diario Espiritual; equivalía a esperanza y a confianza en la ayuda
del Señor. Esperanza llena de optimismo que le impulsaba a escribir:
"En todo me da ánimo el Señor", que parece evocar aquella otra frase
de San Pablo: "Abundo en gozo en medio de mis tribulaciones" (2 Cor
7, 4). Cuando Borja se enteró que uno de sus libros espirituales fue
incluido en. el índice de libros prohibidos, éste fue su comentario:
"Creo poder decir con verdad que me gozo con la cruz de ese libro".
Al P. Araoz le escribía: "¿Piensa V. R. que me atemoriza el que
haya días de niebla y largas horas de tinieblas? No por cierto porque,
cuando pasan, el sol me parece más hermoso y me alegro más con su
luz. Por esto, querido Padre, arrojemos al fuego de la caridad de Cristo
todos los razonamientos e ideas que la hermana imaginación suele meter
en estos asuntos...".
Aparece también frecuentemente en su Diario Espiritual la palabra
"CONSOLATIO" en el sentido de alegría interior y de íntimo gozo.
Así, cuando cumplía veinte años de haber pronunciado sus votos reli-
giosos, escribía: "Fue un día 'jubilar': veinte años de vida religiosa
y de júbilo". La satisfacción de Borja por su vocación religiosa no
conoció ocaso; más bien aumentó día tras día. La primera carta que es-
cribió a toda la Compañía que mencioné antes, no tenía otra finalidad
que "animar —decía el Santo— a todos mis Padres y Hermanos en
Cristo a proseguir nuestra vocación con diligencia, ánimo y fortaleza".
"ACCIÓN DE GRACIAS" es otra expresión que retorna con fre-
cuencia en el Diario, y expresa una disposición habitual en Borja. La
gratitud surge de su corazón lleno de alegría por los dones recibidos de
Dios, en donde entran también las cruces con las que el Señor lo visita
pero, muy especialmente, por el don de su vocación a la Compañía. El
amor a su vocación se identificaba con una admiración y adhesión
afectuosa y profunda a San Ignacio, que tan de cerca lo había dirigido
PARTE 2.» / n.° 11 509

y ayudado con una prudencia sobrenatural y con su discreta caridad.


Reflexionando sobre la personalidad de Borja brota espontánea la
frase del Salmista: "mirabilis Deus in sanctis suis", admirable es Dios
en sus santos (Salmo 67, 36).
Con su fidelidad al Espíritu, con su servicio a la Iglesia de Cristo,
San Francisco de Borja, a cuatro siglos de su muerte, continúa dando
su mensaje de universalidad y con sus continuas llamadas a la esperan-
za, una respuesta a nuestros problemas actuales e indicando el camino
que debe seguir el hombre moderno. Una frase de su Diario Espiritual
parece resumir toda su experiencia terrena: "Amar sin límites partici-
pando del Amor infinito".
Que tal participación en el Sacrificio Eucarístico que estamos ce-
lebrando hoy nos enseñe y estimule a todos y a cada uno, para que
podamos amar con un amor sin límite.
12. San Pedro Claver (Barcelona, 23. VI. 80)

Queridos hermanos, compañeros de Jesús: La ocasión de encon-


trarnos aquí hoy, en esta Eucaristía, nos la da uno de nuestros compa-
ñeros, miembro originario de esta Provincia, Pedro Claver. Ante él, a
mí se me ocurren y se me amontonan muchas preguntas.
Por ejemplo, la primera es ésta: ¿agradecemos a Dios nuestros san-
tos, los canonizados y los anónimos, los de ayer y los de hoy? Porque
la Compañía de Jesús tiene hoy también santos. Muchos. Como en cual-
quier época.
Pero sigo preguntándome: ¿aprovechamos nuestros santos?, ¿o los
arrinconamos?, ¿o les tenemos miedo? ¿Es que nos asusta su palabra
"profética", a nosotros que tanta importancia damos a la nuestra?;
¿son para nosotros un recuerdo del pasado, un objeto de museo, o unos
compañeros vivos con una palabra actualísima?
Porque nos siguen hablando. Siguen diciéndonos cosas enormes
y cosas muy elementales, como el Evangelio. Y sobre todo siguen ase-
gurándonos, a golpe de vida, que la utopía del Evangelio vale no sólo
para cambiar a un hombre y llenarle de sentido la vida, sino para
transformar nuestro mundo con una silenciosa pero profunda eficacia.
No ciertamente la eficacia del poder humano, ni la de la propaganda
humana, ni siquiera la de la técnica humana. Con la eficacia de la Pas-
cua de Jesús. No hay otra más profunda y verdadera.
La palabra de Pedro Claver sigue gritándonos hoy la misma pala-
bra de Jesús, la del capítulo 25 de San Mateo: "tuve hambre y me
disteis de comer..."; o la de la parábola del Samaritano, o la del capí-
lulo 13 de San Juan: "habéis visto lo que he hecho con vosotros"; o,
más adelante, la palabra de nuestra Formula Instituti y de nuestras
Constituciones, o la palabra de la Congregación General 32. Exacta-
mente la misma. Y diciéndonos sin romanticismos que todas ellas, que
en último término traducen la palabra de la Pascua de Jesús, son pro-
yectos posibles, más aún, necesarios. Y que el secreto —secreto de fami-
lia regalado por el Señor Jesús a Ignacio, y que celosamente deberíamos
mantener vivo— es identificarse con esos proyectos, con esa palabra,
PARTE 2.» / n.° 12 511

hasta hacerlos única razón de nuestra propia existencia, porqué funda-


mental y personal de nuestra vida, nuestra propia identidad.

A) Autodefinirse, como se autodefinió Claver en sus últimos vo-


tos, "esclavo de los esclavos" es la condensación personal del proyecto
evangélico en lo más esencial del mismo. No se trata de hacer erudición,
pero a nadie se le ocultan las profundas resonancias bíblicas de este
título —que no es un término sin contenido—• de "siervo de Yahweh".
Tratemos de desentrañar esta definición de su propia identidad que es
la nuestra.
1) Ser esclavo significa —evangélicamente— en primer lugar que
la vida está voluntariamente ligada a un Señor. Alguien es reconocido
como "Señor" de la propia existencia y uno comienza a pertenecerle por
entero. Ya del día de sus primeros votos, 8 de agosto de 1604, son estas
líneas de Claver: "Consideraré la obligación grande que tiene el que
una vez ha hecho esta consagración de sí a Dios... Hasta la muerte me
he de consagrar al servicio de Dios, haciendo cuenta que soy como
esclavo, que todo su empleo es de ser en servicio de su amo y en
procurar con toda su alma, cuerpo y mente, agradarle y darle gusto
en todo y por todo". A uno le resuenan inevitablemente palabras muy
esenciales de los Ejercicios. Hemos convenido que el concepto "dispo-
nibilidad" las resume todas. La "disponibilidad" total al Señor —dimen-
sión esencial del "esclavo" según el Evangelio— se convierte en forma
nuclear de vida, en el rasgo identificador más personal.
Frente a la permanente tentación de autonomía que padece todo
hombre, y de construirse a sí mismo y a su mundo según esquemas
personales suyos, Claver levanta el ideal de "esclavo voluntario", dispo-
nible al Señor, lo que significa en último término construirse como
persona "conforme a Su voluntad". Es precisamente así como mis
obras adquieren una nueva dimensión esencial, ya no son mías, sino "de
mi Padre"... y por lo mismo capaces de liberar y salvar al hombre
con la única liberación que cuenta como definitiva, la que hace el
Padre.
2) Ser esclavo quiere decir en segundo lugar que la propia exis-
tencia está definitivamente ligada a unos destinatarios, a quienes ama
el Señor y a quienes el enviado por el Señor se debe enteramente. Son
"lo que estaba perdido de la Casa de Israel", lo que está enfermo, lo
oprimido, lo marginado. Es lo violentamente esclavo en este mundo, lo
que las potencias del mal han orillado fuera de la ciudad, de la vida,
del pan, del derecho, de la cultura, de la fe... ¿Dónde está? Ya desde
el principio de su vida religiosa Pedro Claver lo está buscando. Lo
olfatea. Alonso Rodríguez le abrirá una gran pista que correrá sin
miedo. En el diario de Claver quedaron escritas estas palabras del an-
ciano Hermano que nos evocan otras umversalmente conocidas de Fran-
cisco Javier: "Cuántos que están ociosos en Europa podrían ser apóstoles
de América. Gran cosa, gran cosa. Oh, que la caridad de Dios no haya
de surcar aquellos mares que ha sabido hendir la humana avaricia.
512 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Pues qué, ¿no valen también aquellas almas la vida de un Dios? ¿Por
ventura, no ha muerto El también por ellas? Ah, Pedro, hijo mío
amadísimo, y ¿por qué no vas tú también a recoger la sangre de Jesu-
cristo? No sabe amar el que no sabe padecer, y allá te espera y, ¡ay, si
supieses el gran tesoro que te tiene preparado...!".
¿Dónde están hoy esos destinatarios de los que nuestra existencia
debe sentirse profundamente solidaria? ¿A qué distancia me encuentro
yo de esos destinatarios de mi vida? ¿Son ellos "los que están lejos",
c soy yo el que me "he distanciado", debiendo estar cerca, en medio,
"ser uno de ellos", como Jesús? Preguntas para hacernos hoy, como
se las hizo y se las respondió la Congregación General 32. Son las mis-
mas que se hizo y respondió Pedro Claver.
También aquí una doble tentación: la fácil tentación de "entrete-
nernos" con los hombres, incluso de hacerles algún buen servicio, pero
ahorrándonos la molestia de salir a buscar a los necesitados, a los más
necesitados, y precisamente en cuanto tales, olvidándonos del criterio
de Ignacio, que de cara a la misión de la Compañía afirma que "debe
preferirse aquella parte de la viña del Señor que tiene más necesidad"
(Const. 622).
Y la otra sutil tentación de "dividirme" como esclavo entre Dios
y los hombres, como si se tratase de dos esclavitudes distintas, de dos
dinámicas diversas, de dos servicios y de dos amores que se yuxtaponen,
se suplantan y hasta se estorban. Como si se pudiese ser esclavo del
Señor sin serlo de los hombres, o al revés, como si se pudiese servir
plenamente al hombre sin servir a Dios. Para Claver, orar o cargar
sobre sus hombros un esclavo son dos vertientes, dos caras de una misma
voluntaria esclavitud, necesarias mutuamente las dos. Su Santidad Juan
Pablo I nos recordó precisamente esto en su alocución postuma.

3) Ser esclavo quiere decir, en tercer lugar, poner la existencia en-


tera en juego, en acción, en servicio. Ser esclavo no es una etiqueta, un
título que se adhiere a la vida. Servir es un verbo de acción, de expe-
riencia. No es un concepto ni una teoría. Ser esclavo es una dinámica
permanente que reclama la inversión permanente de la propia existen-
cia, la "donación" permanente de la vida, el "perderla" permanente-
mente. No es necesario que nadie nos la quite violentamente. Lo más
importante de los mártires, antiguos y nuevos, de Mons. Romero o Luis
Espinal, y de tantos, no es que les fuera quitada violentamente la vida en
un momento, sino el que ellos la "perdieran" todos los días. En esto
fueron hermanos de Pedro Claver.
Frente a la tercera tentación, tan frecuente, de enredarnos y entre-
tenernos en nuestras racionalizaciones y problematizaciones teóricas so-
bre la naturaleza de este "servir", llámese "promoción de la justicia" o
con cualquier otro nombre, nuestras problemáticas, nuestras reuniones,
nuestras asambleas, nuestros documentos, probablemente necesarios
—yo me pregunto—, ¿nos hacen de hecho más servidores? ¿No nos
encontraremos muchas veces a nosotros mismos pretendiendo justificar-
nos con esta "sabiduría humana" el no arriesgarnos a la locura de la
PARTE 2.» / n.° 12 513

Cruz, que afirma simplemente que amar es perder la vida... por Alguien
y por algo?

4) Pero ser esclavo, en cuarto lugar, interpretado como lo veni-


mos haciendo desde el Evangelio, dice aún más. No se trata de cual-
quier forma de servir, sino de servir "de último".
Dicho con otras palabras, esto equivale a reconocer en el otro, en
cualquier otro y por el mero hecho —importante hecho— de ser hom-
bre, a un "primero" (Flp 2, 3; 1 Cor 10, 24; Const. 250), "consideran-
do cada cual a los demás como superiores", escribe San Pablo y recoge
San Ignacio en las Constituciones.
Este "reconocimiento" de descubrir en el otro un primero, es en
último término un problema de "lectura", de "contemplación" del hom-
bre. Lectura hecha desde la caridad de Dios, como Jesús, como Igna-
cio, como Pedro Claver, "que nos hace aprender, de aquellos mismos a
quienes servimos, cómo hemos de servir" (CG. 32, 2.°, 29) y que nos
devuelve a un amor de Cristo cada vez más realista y más profundo
(CG. 32, 4.°, 19).
Esa era la contemplación de Claver, la que le llevaba con prisa a
precipitar ese primer gesto humano de abrazar y tomar sobre sí la
carga de esclavos de las naves negreras, como creyendo reconocer y
devolver con ello su dignidad entera a aquellos contemporáneos suyos
que discutían en sus clases y en sus libros si tenían alma y si podían
ser libres.
Todo este grito, más que palabra, de Claver, entrañado en los
Ejercicios, nace del alma misma de la Compañía, es de lo más genuino
que la Compañía ha fructificado, desde la primera letra de las Constitu-
ciones hasta la última de la Congregación General 32, y desde Ignacio
hasta el último novicio cuyo nombre acaba de ser escrito en el libro
de la Compañía.
Me complace ver que esta palabra quiere ser también el alma de
los esfuerzos de vuestra Provincia, que muy concretamente —con todas
las limitaciones de todo lo humano, pero con evidente voluntad de com-
prometeros— habéis formulado en vuestra reciente Asamblea Provin-
cial. Me ha parecido que esta palabra es el alma que da valor a esos
textos vuestros. Sólo desde ella es inteligible y aprobable vuestro "Mar-
co Referencia!", que en la medida en que recoge esta palabra, resulta
una traducción válida —perfectible, por supuesto— de nuestro proyecto
de seguidores de Jesús para aquí y para hoy.
En este sentido lo considero el mejor homenaje de la Provincia a
Pedro Claver y el mejor signo de que su palabra está viva y es escucha-
da y reproducida. Naturalmente, si cuanto se afirma en ese Marco Refe-
rencial no se queda en un papel más o en un bello documento más.
Pero evidentemente un Marco Referencial, ése y cualquier otro,
será lo que sean y lo que quieran, uno a uno, los hombres que han de
vivirlo. Porque un Marco Referencial, por sí mismo, no os hace me-
jores, no os convierte en las "personas espirituales y aprovechadas para
correr por la vía de Cristo nuestro Señor" (Const. 582), que exige Igna-
514 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

ció, sino que os presupone tales. Al menos en una cierta medida. Y sólo
desde este presupuesto os ayudará a crecer.
La más fuerte interpelación de Claver, por tanto, no es a nuestros
objetivos y actividades misioneras, a la tarea que nos ocupa, sino que
su palabra profética nos busca a nosotros mismos, nuestras propias per-
sonas. Es ahí, en lo más profundo y personal de nosotros mismos, donde
su palabra, "más tajante que espada de dos filos" (Hebr 4, 12), debe
entrar cortando, es decir, provocando "opciones". (Y toda opción es un
corte, implica una renuncia). Claver nos dice que no son los objetivos
los que definen al hombre, sino el hombre, cada hombre, .y los "por-
qués" de cada hombre, sus razones personalísimas de esperar y de
actuar, las que buscan, imaginan, intuyen, descubren, definen y reali-
zan los mejores objetivos.

B) Así pues, la palabra de Claver nos devuelve apremiantemente


a sus "porqués". Los que determinan su identidad y la nuestra.

1) Nos devuelve en primer lugar al corazón de la experiencia de


los Ejercicios. Allí donde el "conocimiento interno de Cristo N. S.", y
sólo él, nos hace libres, capaces de salir de nosotros mismos ("sal de tu
tierra"), de vaciarnos; capaces de volcar nuestra existencia, como Je-
sús; capaces de revelar al Padre y de descubrir al hombre toda su
dignidad y, por eso, capaces de liberar con Cristo y como Cristo.
Cuando Claver se autodefine "esclavo de los esclavos" lleva ya 20
años de jesuita, 20 años de esta experiencia definitiva, de este conoci-
miento interno que está en la base de todo jesuita, sin el cual es incon-
cebible un jesuita, y que es un don a pedir y a cultivar todos los días.
Hoy, en nuestro mundo secular, y más aún que ayer, la Compañía
no convertirá su gran activismo en verdadera "misión", misión que sal-
va, mientras no recupere lo que hizo "misioneros" a Ignacio, y a Claver
y a tantos... de los que esta Provincia ha sido generosa, a saber, la
experiencia de Dios en Cristo Jesús. Estoy seguro de que me compren-
déis si os aseguro que en esta experiencia personalísima en la que nadie
puede sustituirnos, no tenéis que tener miedo a exagerar. Como he
dicho en varias ocasiones, nos falta mucho.

2) La palabra de Claver nos devuelve en segundo lugar al corazón


de la comunidad jesuítica. A ese espacio vivo, necesario, de una relación
interpersonal, hecha de servicio humilde y de transparencia mutua, don-
de se contrasta la caridad y se comparte la fe que nos hace libres.
Porque Claver es producto de esta esencial comunidad, que ya en-
tonces, sobre la base de una profunda relación personal, derriba barre-
ras de edad, de generaciones, de grados, de cultura, y descubre una
sintonía espiritual y humana maravillosa con el santo Hermano portero
de Mallorca, de quien le separan 48 años de vida y de historia y que
en una amistad transparente contagia sus personales "porqués" y le
ayuda a crecer y lo empuja lejos, a riesgos a todas luces extremos: "otro
día le dice: cuánta ceguedad por no haber quienes iluminen con la
PARTE 2 . / n.° 1 2
A
515

luz de Cristo a tantos millones de infieles. Cuántos de éstos mueren sin


haber conocido ni amado a su Creador y Redentor. En cambio, por
negocios temporales, por intereses terrenos, surcan los mares multitud
de aventureros. ¿Podráse sufrir por más tiempo que sean los del mun-
do más solícitos por allegar mercancías y bienes caducos, que los sier-
vos de Cristo en rescatar las armas que tan caro costaron al Hijo
de Dios?".
Nos hacen falta comunidades, es decir, relaciones personales, que
abran horizontes de generosidad, que no acaparen, que creen misión y
que, no cerrándonos, sino abriéndonos, nos "liberen"... Comunidades,
como las quiere la Congregación General 32, donde la amistad en el
Señor es muy honda, y por eso no se repliegan sobre sí, porque no se
consideran nunca fin en sí mismas, sino que se proyectan generosamente
en la misión a la que se deben, y ofrecen a sus miembros para que sean
"dispersos", para que sean enviados... y los siguen y los apoyan en
ese envío.
La palabra de Claver nos devuelve finalmente al corazón de la "mi-
sión apostólica de la Compañía" y a su más perenne y actual traduc-
ción. Esa misión, sensible a los más pequeños de nuestro mundo, ya
desde el comienzo mismo de la Compañía, que busca preferentemente a
los que "están lejos", con toda clase de lejanías... Esa misión que es
fruto de una especial "contemplación" de "toda la planicie o redondez
del mundo llena de hombres...", que se especializa en el hombre, en todo
ser humano, en los desperfectos y destrozos que la historia humana hace
en esa imagen de Dios que es cada hombre.
Es efectivamente un problema de contemplación cristiana de nuestro
mundo. "¿Cuándo te vimos, Señor, con hambre, desnudo, encarcela-
d o . . . ? " (Mt 25, 37-39). Advirtiendo que sólo "ven" los libres, los que
han superado todo egoísmo, los que han quitado todo estorbo a la ca-
ridad, que es en realidad la que contempla, la que conoce en profun-
didad. ¿Qué veía Claver en las llagas que besaba y curaba, en los cuer-
pos que cargaba sobre sí y trataba mucho mejor que al propio cuerpo?
¿Por qué vivía pendiente de la llegada de los barcos, con una prontitud
que nos remite a la del Santo portero de Mallorca, como si Dios mismo
llegase?
Estamos más capacitados, tal vez, que nuestros predecesores para
comprender a Claver. Formamos parte de un mundo, una Iglesia y una
Compañía fuertemente sensibilizados a la injusticia de nuestro mundo y,
en principio, somos más aptos para entender a quienes hicieron ideal
de su vida compadecer, conllevar, asumir sobre sí, desde el Evangelio,
el dolor y las injusticias de hace tres siglos; y desde este gesto cien
por cien evangélico actuar, como Jesús, sobre las estructuras y los res-
ponsables de las mismas.
Se ha hablado mucho de la necesidad de rehabilitar la figura de
Claver. La auténtica rehabilitación es la de escuchar esta palabra suya,
dejarnos tocar y cambiar por ella, asumir su modelo profundo de
jesuita.
516 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Comenzando por ahondar no tanto lo que tenemos que hacer (que


ya nos lo tenemos más que suficientemente dicho y claro, y vuestro
Marco Referencial es una última, inmediata definición), sino ahondar
cada uno en sí mismo el quién lo ha de hacer, qué tipo de hombre y de
comunidad suponen y nos exigen los programas magníficos que tiene
delante la Compañía, hoy no menos que ayer.
Plantearnos así nuestro recuerdo de Claver es todo menos "invo-
lución" o cualquier otro de esos fantasmas del pasado que asustan a
algunos. Todo lo contrario. Es regenerarnos desde nuestras propias raí-
ces originales, las que nos proporcionan la sensibilidad d » Jesús para
todas las esclavitudes de nuestro mundo, y las que nos hacen capaces de
vaciarnos de hecho, de salir fuera de nosotros mismos, lejos, donde están
los esclavos, dispuestos a servir a todo esclavo.
Este es el gran ideal de esta Compañía de Jesús, a la vez santa
y pecadora. Sin duda lo vivimos, pero sin duda también necesitamos
purificarnos mucho más para vivirlo mejor. Seguramente nos falta hu-
mildad para dejarnos "mover y poseer por Dios n. S.", que es en
términos ignacianos la razón de nuestra eficacia. Pero mientras la
Compañía, sensible a todo ser humano necesitado de redención, y pre-
cisamente por eso, sigue derramando su sangre, y nada más que su
sangre —y una de la más reciente es de esta Provincia, la de Luis
Espinal, salido de aquí mismo, de entre vosotros-— por la causa de Je-
sucristo, que sigue siendo que el hombre viva y viva plenamente, la
Compañía de Jesús va por buen camino, por su camino, que no es otro
que el de Pedro Claver. Seguirá diciendo a nuestro mundo, tan distinto
de aquél en la metodología de la esclavitud, pero tan igual como escla-
vizados la misma palabra de Claver.
Pero no nos ilusionemos pensando que esta palabra, que es la más
difícil, la de la Pascua, pueda ser dicha por pura fuerza humana, como
pura palabra humana. Sólo si es recibida como un don, buscada expre-
samente y pacientemente en la oración, día y noche, podrá sernos dada.
No es una palabra ruidosa, espectacular, como no lo fue la de Claver.
Claver no es un teórico. Ni siquiera un técnico como su maestro el
P. Sandoval. Es sencillamente un testigo. Pero precisamente en un mundo
secularizado resulta más necesario, imprescindible, el testimonio. Es casi
la única palabra que cuenta. Sobre todo cuando, como el de Pedro Cla-
ver, es la palabra del amor gratuito, hasta el extremo de que es la única
palabra que revela, que da buena noticia de Dios, que es ella misma
noticia —presencia activa— de Dios en nuestro mundo.
En diversas circunstancias

13. Últimos votos. Consagrados para la misión (2-II-76).

14. Elegidos para el Señor. A los novicios de Ciampino 18-1-72).

15. Sal y luz. A jesuitas belgas (5-II-78).

16. Jesús, el único modelo. A maestros de novicios (5-IV-70).

17. En sus bodas de oro en la Compañía (15-1-77).


13. Últimos votos. Consagrados para

la misión (2. II. 7 6 )

Estamos conviviendo en esta Eucaristía la ceremonia de la consa-


gración religiosa de cuatro hermanos nuestros. En la terminología habi-
tual de los textos sobre la vida religiosa esto significa que cuatro cristia-
nos, "mediante los votos... con los que se obligan a la práctica de los
consejos evangélicos, hacen una consagración de sí mismos a Dios,
amado sobre todas las cosas, de manera que se ordenan al servicio de
Dios y a su gloria por un título nuevo y especial" (1).
Tal vez la primera cosa, elemental, que tenemos que hacer es pre-
guntarnos: —¿Estamos convencidos de que el protagonista de cuanto
aquí estamos viviendo es Dios? ¿Somos plenamente conscientes de que
el que "consagra" es el Señor?
Pero, ¿qué significa que Dios "consagra" a un > hombre? En el
A. T. nos encontramos reiteradamente con esta realidad. Se diría que
el A. T. es una galería de hombres que el Señor ha "consagrado". Oi-
gamos cómo uno de ellos, el profeta Jeremías, nos lo describe: "Antes
de formarte en el vientre te escogí; antes de que salieras del seno ma-
terno te consagré; te nombré profeta de los gentiles..." (2).
Se trata de una misteriosa intervención, casi la llamaríamos intro-
misión, del Señor en la vida de un hombre, que desde siempre y en
todo le pertenece. Para el hombre abordado así, esta intervención toma
forma de elección ("te escogí"), de llamada. Y para el pueblo, que será
testigo y destinatario de esa elección, la consagración se visualizará en
un rito (imposición de manos, fuego, unción...).
Se trata de una especie de nueva "presencia", de una afirmación
explícita de "propiedad", de una "toma de posesión", por parte del Se-
ñor, de lo que ya es Suyo por todos los motivos. "Samuel tomó el cuer-

(1) Lumen Gentium 44.


(2) Jerem. 1, 5.
520 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

no de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. El espíritu de Yahweh


ee posesionó de David a partir de aquel día" (3).
Dios consagra y el hombre, o el pueblo, consagrado resulta Su pro-
piedad por un nuevo título: "Porque tú eres un pueblo consagrado a
Yahweh tu Dios; El te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su
propiedad personal entre todos los pueblos..." ( 4 ) .
Pero evidentemente esta "apropiación", esta "toma de posesión" de
algo que ya le pertenece desde siempre no es una apropiación inma-
nente, cerrada sobre sí misma. Podríamos decir que en este gesto Dios
transmite al consagrado algo de Sí mismo, le hace participar su propia
comunicación, su entrega al mundo, a los hombres, su voluntad efectiva
de salvación. De ahí el que toda consagración del Señor lleve insepara-
blemente fundida como en una sola realidad una "misión" del Señor:
"...te consagré, te nombré profeta" (5).
Cuando Dios consagra, y en el mismo acto de consagrar, envía.
Más aún, la consagración misma resulta misión vista como proyecto
total de Dios con el hombre, o el pueblo, "de su propiedad". No hay,
pues, consagración sin misión. Ni cabe verdadera misión que el hombre
se haya dado a sí mismo.
Esta verdad adquiere aún mayor claridad y toda su plenitud en
Jesús, que se define a sí mismo como aquel "a quien el Padre consagró
y envió" (6). Aquí nos encontramos con otro elemento nuevo, que nos
ayudará a profundizar en cuanto venimos diciendo: "el Padre". Con-
sagrar es obra del Padre. Es ejercicio de su Paternidad. Consagrar se
convierte en expresión cumbre de la Paternidad de Dios. Y "ser con-
sagrado" el hombre equivale a posibilitarle al máximo toda su dimen-
sión de Hijo.
Precisamente cuando Jesús hace su manifestación al mundo, en su
bautismo, como "consagrado", ungido por el Espíritu, será revelado
por el Padre como "mi Hijo amado, mi predilecto" (7). Más tarde lo
habrá de afirmar Jesús de sí mismo, como su propia identidad, apli-
cándose la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor sobre mí, pues me
ha ungido (consagrado), me ha enviado a llevar la buena nueva a los
pobres..." (8).
Es decir, otra vez, y ya definitivamente, en Jesús se nos revelan como
una única realidad inseparable consagración y misión, ungido y envia-
do, Cristo y Mesías. Y esta será la imagen total que sus discípulos con-
servarán y transmitirán a la primera Iglesia, como evangeliza San Pedro
en casa de Cornelio: "Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido (consa-
grado) por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el

(3) 1 Sam. 16, 13.


(4) Dt. 7, 6.
(5) Jerem. 1, 5.
(6) Jn 10, 36.
(7) M e 1, 12.
(8) Le 4, 18-21.
PARTE 2.» / n.° 13 521

bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba


en él" (9).
Dios es, pues, el que consagra y envía al mismo tiempo al hombre.
Pero esta consagración del Señor no se consuma sin un acto humano,
sin una respuesta correspondiente, libre, por parte del hombre, que
hemos convenido en llamar (tal vez con menos propiedad teológica)
"consagración". El hombre se consagra a Dios.
Es la respuesta bíblica del profeta: "Heme aquí, envíame" (10),
que Jesús hará enteramente suya. Es la figura del Siervo de Yahweh,
cuya razón de ser es "pertenecer" a su Señor y estarle enteramente "dis-
ponible" para cualquier misión, aun para la que exija la consagración
total, el holocausto, de la vida.
Pero el A.T. ha sido reasumido y desbordado en el N.T. y esta
figura del Siervo ha sido plenificada en la figura del Hijo, el consagrado
y enviado, en quien el Padre se complace, cuya entera razón de ser es
vivir esta doble radicalidad: "Mi alimento ( = m i vida) es hacer la vo-
luntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (11). Otra vez
aquí "consagración" y "misión" fundidas en una única realidad en esta
actitud fundamental de la respuesta de Jesús.
Pues bien, también nosotros podríamos decir ahora: "Esta Escritu-
ra que acabáis de oír se ha cumplido hoy" (12) y aquí. Tras las huellas
de Jesús, puestos a "seguir a Jesucristo con más libertad e imitarlo más
de cerca" (13), ¿es de extrañar que la Vida Religiosa sea definida
como una consagración de la propia vida al Señor y a la misión del
Señor? (14).
También aquí consagración y misión se identifican en el hombre
de tal modo que la disponibilidad para la misión es signo de la verdad
de la consagración y viceversa, esta consagración es tal, en la medida
en que por ella el hombre vive disponible, en estado permanente de en-
viado, en y para la misión.
No otro es el sentido de lo que os disponéis a hacer: "Hijos en el
Hijo" (15), Cristos en el Cristo, enviados en el Enviado, hacéis hoy
delante de los testigos que fueron y de los que somos ahora en la tierra
profesión de pertenencia y de disponibilidad al Señor que os ha con-
sagrado. Vuestros votos, por lo que tienen de adhesión libre, cordial,
subrayan esta vuestra pertenencia a vuestro Señor y vuestro Padre;
por lo que tienen de despojo, de libertad, para que nada ni nadie
impida que el Señor disponga de vosotros, proclaman vuestra disponi-
bilidad. En términos que nos son familiares y que gozosamente y humil-
demente recordamos aquí, ante el sepulcro de Ignacio, que los escul-
pió con su pluma y con su vida, estáis aquí para incorporaros con "los

(9) Hech. 10, 38.


(10) Is. 6, 8.
(11) Jn 4, 34.
(12) Le 4, 21.
(13) Pertectae Caritatis, 1.
(14) Lumen Gentium 44.
(15) Ef. 1, 4-5.
522 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que más se querán afectar y señalar en todo servicio de su Rey eterno


y Señor universal" (16), prontos a ofrecer vuestras "personas al traba-
j o " (17). Que así, con esta sobriedad sintetiza Ignacio los dos elementos
inseparables: "personas", es decir, consagración de la vida entera, y
"trabajo", esto es, la misión.
Para los que os acompañamos como testigos es también ocasión de
renovar nuestra consagración. Porque es una realidad que cada día se
nos confirma por parte del Señor y cada día debe ser gozosamente res-
ponsable por nosotros. Al hacerlo no podemos pretender cosa mejor
que revivir, a infinita distancia sin duda, la experiencia de Ignacio
a su entrada en Roma, en la Storta, como nos cuenta Laínez: "Después
otra vez dijo que le parecía ver a Jesucristo con la cruz a la espalda
y el Padre eterno cerca que le decía: "Quiero que lo tomes por servidor
tuyo". Y así lo tomaba y decía: "Quiero que tú nos sirvas" (18).
Otra vez aquí, esta realidad que venimos meditando, y de modo
definitivo para Ignacio, que habrá de remitirse frecuentemente a esta
experiencia de "tomar" para "servir", de consagración y misión, que
procede del Padre y se le dan en el Hijo, y a la que Ignacio vinculará
de modo irrevocable no sólo su respuesta personal, sino la de la Com-
pañía de Jesús. " Y por esto tomando gran devoción a este santísimo
nombre quiso llamar a la Congregación Compañía de Jesús" (19).
Nos queda, para terminar, subrayar un último aspecto importante
que nos abre la liturgia de hoy y la palabra que acabamos de escuchar
en el Evangelio. Celebramos la fiesta de la presentación del Señor. Jesús
es "presentado" (un rito para significar que es "consagrado": "Todo
varón primogénito será consagrado al Señor") (20). Pero todo ello,
porque Dios ha "presentado" (consagrado y enviado) a Jesús, lo ha
"puesto a la vista", a disposición, de todos los pueblos (21).
Es decir, que en último término el destinatario de esta consagración
que Dios hace de Jesús y con la que Jesús se entrega al Padre es el
hombre ("todos los pueblos", "las naciones", "el pueblo de Israel",
"los que aguardaban la liberación de Israel", leemos en el Evangelio).
Esta vuestra consagración —que es iniciativa de Dios y respuesta
vuestra—, tiene un destinatario: el hombre, su liberación, su salvación.
Así pues, resulta que nuestra consagración a Dios se hace finalmente
una consagración al hombre, como parte de esa Caridad que es Dios y
que Dios vuelca, dándose, en el mundo. Es este descubrimiento ilumi-
nado el que hace desbordar de gozo a los dos ancianos testigos de la
escena del Evangelio. Es el mismo descubrimiento que nos llena de gozo
hoy a cuantos somos testigos de esta nueva "presentación". En defini-
tiva, "todos los pueblos", "las naciones", "el nuevo Israel que sigue
aguardando la liberación" van a ser iluminados por la Gracia y la

(16) Exerc. Spir. 97.


(17) Ibíd.
(18) M I , Fontes Narrativae, II, 133.
(19) Ibíd.
(20) Le. 1, 22-23.
(21) Le. 2, 21.
PARTE 2.» / n.° 13 523

verdad de vuestra consagración y la de todos vuestros hermanos que


hoy también, en toda la geografía de la Compañía, se consagran como
vosotros.
Si la Compañía de Jesús en su última Congregación General ha
subrayado la presencia y urgencia de este pueblo, destinatario de nues-
tra misión, lo ha hecho explícitamente en el contexto de esta consagra-
ción que nos compromete por entero hoy en el seno de esta Iglesia
concreta: "Si queremos permanecer fieles tanto a la característica pro-
pia de nuestra vocación, como a esta misión recibida del Sumo Pontí-
fice, es preciso que "contemplemos" nuestro mundo de la manera con
que San Ignacio miraba el de su tiempo, a fin de ser de nuevo captados
por la llamada de Cristo, que muere y resucita en medio de las miserias
y aspiraciones de los hombres" (22).
Es en esta perspectiva de consagración-misión como la Compañía,
aquí representada por un grupo de hermanos, os abraza y os acepta
—y yo os recibo en su nombre—, agradecida a Dios y a vosotros; y se
compromete con vosotros en la misma consagración y en la misma mi-
sión, que no es otra que la consagración y misión de Jesús. "Precisa-
mente por eso —concluimos con San Pablo—, respondemos nosotros
a la doxología con el amén a Dios por Jesucristo. Y el que nos mantiene
firmes —a mí y a vosotros— en la adhesión a Cristo, es Dios que nos
ungió (consagró); él también nos marcó con su sello y nos dio dentro
el Espíritu como garantía" (23).

(22) C G . X X X I I , Decr. 4, n. 19.


(23) 2 Cor. 1, 20-22.
14. Elegidos para el Señor.

A los novicios de Ciampino (18. I. 72)

A la expresión de la alegría de encontrarme en medio de vosotros


y de poder ofrecer el Santo Sacrificio con vosotros, permitidme que
añada una breve palabra de exhortación.
El punto de partida me lo ofrece sobre todo la primera lectura que
hemos escuchado hace unos momentos.

1. En ella nos encontramos frente al misterio de la libre elección


de Dios. En el texto íntegro del Primer Libro de Samuel, primero refi-
riéndose a Abinadab, después a Sama, después a todos los siete prime-
ros hijos de Isai, la voz misteriosa se dejaba oír dentro de Samuel:
"Dios no ha elegido a éste". "Queda aún el más pequeño", añadió en-
tonces Isai, y aquél fue el elegido.
Dejemos a los teólogos las doctas cuestiones que pueden suscitarse
acerca del misterio de la elección divina; nosotros, mientras tanto, po-
demos y debemos gozar del "don" que se nos ha concedido en nuestra
vocación: "no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he
elegido a vosotros" (Jn. 15, 16). Así es como podemos y debemos
mantenernos en aquella pobreza interior y persuasión de nuestra peque-
nez que, por sí solas, exaltan la potencia de Dios y atraen la divina efica-
cia sobre nuestra débil condición de instrumentos: "Ha escogido Dios
más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido
Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despre-
ciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la
nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de
Dios" (1 Cor. 1, 27-29).

2. Sigue luego otra reflexión. Como queriendo justificar su elec-


ción, el Señor explica a Samuel: "El hombre mira a las apariencias, pero
Dios mira en el corazón".
PARTE 2 » / n.° 14 525

Es éste un claro reclamo a los auténticos y sólidos valores, los cua-


les, en el campo humano y espiritual, no pueden ser más que valores de
interioridad. Es decir, valores que construyen al hombre o al cristiano;
que le hacen crecer como hombre y como cristiano; no los bienes su-
perficiales y exteriores que, al venirle al hombre desde fuera, se le pue-
den también quitar desde fuera, y no le hacen ser, sino más bien pa-
recer.
A esto aludía Jesús, aunque fuera más bien bajo su aspecto nega-
tivo, cuando decía: "Del interior, es decir, del corazón del hombre sa-
len los malos pensamientos..." (Me. 7, 21). Y en la misma línea de
pensamiento hemos oído en el Evangelio de hoy a Jesús prociamar la
relatividad del mismo Sábado.
Bajo el aspecto más positivo, San Pablo definía estos valores inte-
riores, en oposición a la letra de la ley, cuando decía a los Gálatas: "El
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, templanza" (Gal. 5, 22-23); o cuando repetía
a los Filipenses: "Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo,
de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna
de elogio, todo eso tenedlo en cuenta" (Flp. 4, 8).
He querido indicaros todo esto porque se dirige directamente a lo
que debe ser, en el delicado y fundamental período de vuestro Novicia-
do, la substancia de vuestra formación. Una vez que han perdido fuerza
ciertas formas de disciplina externa, aspectos que cada vez más amplia-
mente se dejan a la responsabilidad de los individuos, debemos vigilar
ante todo el "corazón", los valores profundos, lo que Dios aprecia y
lo que Cristo ha exaltado en sí mismo. Incluso para una auténtica vida
comunitaria la aportación más valiosa no puede venir más que de una
solidez de vida interior que únicamente puede generar la disponibilidad
al servicio, aun sufriendo, y la capacidad de perseverancia, que son la
verdadera contribución eficaz al bien común.

3. La condena explícita de todo cuanto es sólo apariencia y el én-


fasis en los valores auténticos, del "corazón", me recuerdan espontánea-
mente otro aspecto unido a todo ello y que además tiene características
especialmente ignacianas: se trata de la exigencia de una absoluta cla-
ridad, de una cristalina lealtad que debe regular cada actitud, guiar
cada relación con los hermanos o con los Superiores; esto es lo que
engendra la verdadera confianza mutua, base insustituible para una vida
propia de la Compañía, en todos, pero especialmente en los Novicios.
Pero no se trata solamente de una claridad de conocimiento mutuo
entre candidato y Compañía que impida toda idea errónea basada en
solas apariencias: para esto insiste el Examen General y las Constitu-
ciones en que se lean las Bulas y los otros documentos que se refieren
a la Compañía "y esto porque de una parte y de otra se proceda con
mayor claridad y conocimiento en el Señor nuestro" (Ex. Gen. c. 1,
n. 13, 18). Pero también, y sobre todo, para que de una y otra parte
se llegue a una seguridad interior de que este particular camino de la
Compañía es ciertamente aquel en el que este determinado sujeto puede
526 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

servir mejor al Señor. Con la consecuencia de que "quanto con mayor


claridad se procede, tanto más firme esté cada uno en su vocación"
(Const. P, 1, c. 4, n. 7, 202).

4. La lectura acaba así: "A partir de entonces, vino sobre David


el espíritu, del Señor".
En nuestro caso sabemos que no se trata solamente de un genérico
"favor de Dios", o de una genérica "asistencia divina" para llevar a
cabo las obras de Dios, como en el caso de David. Nosotros sabemos
que está en nosotros el Espíritu Santo, Persona de la Santísima Trini-
dad, que es el Amor subsistente, que obra en nosotros el querer recta-
mente y lo lleva a su perfección. (Flp. 2, 13).
En El, Espíritu de verdad, tenemos toda nuestra confianza para
superar en nuestra vida espiritual toda pura apariencia; en El, enviado
a nuestros corazones para que podamos pronunciar con plenitud de
verdad "Abba, Padre" (Gal. 4, 6), está toda nuestra confianza para po-
der vivir así, en la Compañía del Hijo, como verdaderos hijos del
Padre.
15. Sal y Luz. (A los jesuitas belgas, 5. II. 7 8 )

"Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz


del mundo. Alumbre vuestra luz delante de los hombres
para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Pa-
dre que está en los cielos".

¡Sal y luz! La sal es indispensable para la vida. Igualmente la luz.


Y este pequeño grupo de hombres, ¿va a ser indispensable para la vida
del mundo, para el Imperio Romano, para que toda la humanidad des-
cubra la verdad? Sí. Sin la sal que son los discípulos viviendo las bien-
aventuranzas, el mundo entero decae y perece por su egoísmo, como
Sodoma y Gomorra, porque no había en ellas un puñado de hombres
justos. ¡Sin un puñado de hombres que vivan el Evangelio —y no digo
"que hablen del Evangelio"—, el mundo en general se halla sumergido
en la desesperante ignorancia del amor de Dios al hombre!
Sin duda sería una mala exégesis agarrarse excesivamente a la letra
del texto, pero con todo podemos hacer notar que Jesús no ha dicho:
"vosotros estáis en posesión de una doctrina que es la sal de la tierra,
vosotros transmitís un conjunto de verdades de fe que iluminan al mun-
do"; Jesús ha dicho: "Vosotros, vosotros sois la luz, vosotros sois la
sal". Con ello sugiere que los enviados son sal y luz a través de sus
personas, de sus vidas, de sus acciones, del conjunto de su testimonio.
En efecto, por su bautismo y en llegando a una fe más adulta,
cada cristiano es llamado imperativamente a ser discípulo de Jesús.
Pero una tradición de más de quince siglos —una tradición en la que
nosotros creemos, pues de lo contrario nuestra vida no tendría ningún
sentido— nos muestra que hay hombres y mujeres que reciben la
llamada para ser discípulos de una manera más específica. Es el mismo
Concilio quien nos dice: "La profesión de los consejos evangélicos apa-
rece pues como un signo que puede y debe atraer eficazmente a todos
los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes
de la vocación cristiana... (El estado religioso) pone a la vista de todos,
de una manera peculiar, la elevación del Reino de Dios sobre todo lo
528 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

terreno y sus grandes exigencias; demuestra también a la humanidad


entera la maravillosa grandeza de la virtud de un Cristo que reina
y el infinito poder del Espíritu Santo que obra maravillas en su
Iglesia" (1).
¿Nos reconocemos a nosotros mismos en esta descripción de la
vida religiosa como discípulos que siguen a Cristo? ¿Qué humildes exi-
gencias de conversión podemos expresar? Esta conversión del corazón
con su dimensión de renovación apostólica fue vigorosamente acentuada
por la última Congregación General (2).
Sin duda que nuestra vida en la Compañía comprende»mucho más
que la simple observancia de los consejos evangélicos. Habría mucho
que decir sobre la contemplación en la acción que nos permite encon-
trar a Dios en todas las cosas o, por ejemplo, sobre la indiferencia del
Principio y Fundamento, sobre la generosidad del tercer binario, sobre
la admirable aspiración del tercer grado de humildad, sobre el ideal
del mayor servicio... Nosotros somos los responsables si esta herencia
ignaciana no es la nota característica de nuestra Compañía en el día de
hoy. Pero si nosotros respondemos generosamente a esta llamada al
seguimiento de Jesús en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y
obediencia, todo el ideal de los Ejercicios, la dinámica de las Constitu-
ciones, la irradiación apostólica, serán una realidad.
En el coloquio de la contemplación del Reino, San Ignacio nos
invita a que pidamos imitar a Jesús "en toda pobreza así actual como
espiritual" (3). La pobreza de espíritu es una llamada que puede dirigir-
se a otros, pero San Ignacio no ha dudado jamás que la pobreza actual
era nuestra vocación. Es precisamente esta pobreza actual la que hemos
elegido, esta pobreza que, según descripción de la Congregación Gene-
ral, tiene que ser:

— "Sencilla en su expresión comunitaria, y feliz en seguir a


Cristo.
— Entusiasta en compartir todos los bienes, unos con otros y con
los demás.
— Inspiradora en la selección de ministerios, para que se ayude
a quienes más lo necesitan.
— Espiritualmente eficaz, de modo que, en todo lo que se haga,
el mismo género de vida sea un anunciar a Cristo" (4).

Tampoco hay duda de que, en nuestra Compañía, el consejo de la


castidad es una invitación a un amor a Cristo y a su cruz. Este amor a
Cristo nos abre a toda la humanidad. Libremente y sin violencia, ale-
gremente y sin miedo, definitivamente y sin mirar atrás, hemos renun-
ciado al amor particular de un hombre por una mujer, aun cuando

(1) Lumen Gentium, n. 44, § § 4 y 5.


(2) Cf. Decr. 1, n. 9.
(3) Ejerc. n. 98.
(4) Decr. 12, n. 14.
a
PARTE 2. / n » 15 529

reconozcamos un elevado valor a la expresión de este amor y de esta


mutua ternura. El jesuita hace libremente esta renuncia para poder
vivir una fraternidad y una eficacia apostólica. Nuestra castidad es, pues,
una manera de amar, de vivir la caridad, o no es absolutamente nada.
A nadie se le fuerza a vivir en la Compañía. Esto constituye siempre una
libre elección en la línea del "Tomad, Señor, y recibid". Pero la perte-
nencia a la Compañía no se vive de cualquier manera; exige sacrificios,
morir para resucitar.
La obediencia que hemos prometido es también un esfuerzo cons-
tante para encontrar la voluntad de Dios en la voluntad del superior
y en el estilo de vida que la Compañía nos propone. La Formula Insti-
tuti nos invita a "traer delante de los ojos todos los días de nuestra vida
a Dios primeramente, y luego esta vocación e Instituto, que es camino
para ir a Dios" (5).
Si aceptamos verdaderamente esta Compañía, con sus defectos y
sus limitaciones, una Compañía que, como cada uno de nosotros, es
"semper reformanda", entonces nuestra consagración en la obediencia
está plenamente justificada. Sin ella el jesuita permanece prisionero de
su egoísmo y de sus incertidumbres, encerrado en sí mismo. Mas, cuan-
do uno se entrega a la obediencia, se da cuenta que eso lo requiere pre-
cisamente el hecho de ser discípulo de Aquel que ha venido a cumplir
la voluntad del Padre.
La Congregación General ha podido, por tanto, decirnos justa-
mente: "Nosotros nos comprometemos hasta la muerte con los conse-
jos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, para poder estar
totalmente unidos con Cristo y participar de su propia libertad de estar
al servicio de cuantos nos necesitan. Los votos, atándonos, nos hacen
libres:

— Libres, por el voto de pobreza, para compartidla vida de los


pobres y para usar cualesquiera recursos qué podamos tener,
no para nuestra propia seguridad y confort, sino para el ser-
vicio ajeno.
— Libres, por el voto de castidad, para ser hombres de los demás,
en amistad y comunión con todos...
— Libres, por el voto de obediencia, para responder a la llamada
de Cristo conocida a través de aquel que el Espíritu ha colocado
al frente de la Iglesia" (6).

Si a veces tenemos la impresión de que la Compañía concreta


no realiza este ideal, la Congregación nos invita y nos recomienda me-
ternos dentro de este esfuerzo de renovación, comprometiéndonos vo-
luntariamente y con gusto, como hermanos que se ayudan mutuamente
y no como críticos que se sitúan al margen del esfuerzo común para
juzgarlo y resaltar sus insuficiencias.

(5) Form. Inst, n. 1.


(6) Decr. 2, n. 20.
530 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En nuestras vidas, mis queridos hermanos en Cristo, el gran desa-


fío de nuestra fe y de nuestra consagración consiste en que nosotros,
débiles y pecadores, tendemos a un ideal que se encuentra fuera de
nuestro alcance, demasiado elevado para nosotros. Pero no olvidemos
que hemos sido llamados "a estar con El". Nuestra respuesta al desafío
de nuestra debilidad no puede ser jamás una reducción de nuestro ideal,
un seguimiento parcial de Cristo, un corazón dividido. Ello nos haría
perder la alegría y la belleza de nuestro compromiso de seguir y acom-
pañar a Cristo.
Cristo nos ha llamado para ser sus discípulos y participar de su
pasión y su muerte. Y también para participar con El de una vida nueva.
Vosotros sois la sal de la tierra no por vuestra propia virtud, sino por
la suya. Vosotros sois la luz del mundo no por vuestra propia claridad,
sino por la transparencia de su luz que os ilumina. Todo esto nos desbor-
daría a no ser por El que nos da su fuerza (7).
"El llama a Sí a los que quiere; y vinieron a El... para estar con
El" (8).
Unidos unos con otros y con El que nos llama, nos envía y per-
manece siempre con nosotros, que esta Eucaristía nos haga decir verda-
deramente esta oración de nuestro Padre San Ignacio y de toda nuestra
Compañía:
"Tomad, Señor, y recibid... mi memoria, mi entendimiento y toda
mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor,
lo torno... Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta" (9).
"Que el Dios de la paz os santifique cumplidamente, y que se
conserve entero vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sin
mancha para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os
llama, y El lo llevará a término" (10). Amén.

(7) Cf. Flp. 4, 13.


(8) Me. 3, 13.
(9) Ejerc. 234.
(10) 1 Tes. 5, 23 s.
16. Jesús, el único modelo.

(A los Maestros de novicios, 5. VI. 70)

Vamos a comenzar una serie de importantes, y espero que fructí-


feras, discusiones. Y las iniciamos, de un modo sumamente apropiado,
con esta concelebración que nos reúne en torno al altar, símbolo de
Cristo, y nos une a El en su sacrificio. Y digo que es un modo apro-
piado porque El es en realidad el único Maestro y Director de almas,
de quien ha de tomar la luz y la fuerza todo aquel que desee enseñar
y guiar a otros.

A) Nuestra tarea

¿Cuál es, de hecho, nuestra tarea? Colaborar con Cristo en la for-


J
mación de Sus futuros apóstoles. Porque son Suyos. El los ha llamado,
y El es su único Maestro: "Uno solo es vuestro Maestro" (Mt. 23, 8).
El, efectivamente, dice a nuestros novicios: "No me habéis elegido voso-
tros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Jn. 15, 16). El es quien
les da esa generosidad inspiradora de grandes empresas, y esas virtudes
juveniles que han dé desarrollarse y madurar. El es también el maestro
interior de la verdad ("intus sum doctor veritatis") que, a la vez que
enseña, hace que crezcan espiritualmente esas jóvenes almas.
Nosotros no somos más que colaboradores y siervos inútiles. Tra-
tamos, con la ayuda del Espíritu Santo, de imprimir en los jóvenes
confiados a nuestro cuidado las lecciones que nosotros mismos hemos
aprendido de ese mismo Cristo, de ese mismo Espíritu. Con San Pa-
blo podemos decir a nuestros novicios: "Vosotros sois nuestra carta,
escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres.
Evidentemente, sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nues-
tro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en
tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Cor. 3,
2-3).
532 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

B) Nuestro Modelo

Grande es, en efecto, nuestra responsabilidad para con Dios, para


con esas almas escogidas, para con la Iglesia y para con la Compañía.
Con todo, y para que esta consideración no nos abrume, Cristo nos ha
dado, junto con la promesa de su indefectible asistencia, un ejemplo
y un modelo muy concretos en la forma de tratar con sus discípulos.
Deberíamos aprender de El.
Deberíamos constatar desde el principio que sus relaciones con sus
discípulos fueron mucho más íntimas y profundas que las habituales
relaciones entre el rabino y sus alumnos en la sociedad 'judía de la
época. De sus discípulos exigía Cristo un compromiso y una entrega ab-
soluta a su persona, un compromiso en el que El estaba por encima del
padre y de la madre, del hermano y de la hermana; por encima incluso
de la vida misma. Ellos habían de ser sus testigos, la luz del mundo
(Mt. 5, 14), los partícipes de su reino y de su poder, para que un día
se sentaran "sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel"
(Le. 22, 30).
Podemos con todo derecho preguntar: ¿qué se esperaba que hicie-
ran exactamente los discípulos de Cristo?; ¿a dónde hay que conducir
a los discípulos de hoy, nuestros novicios, y cómo ayudarles a alcanzar
su objetivo?
Una cosa debe quedar clara: no es suficiente que sepan escuchar
a Cristo y aprendan de El. Esto ha de hacerlo cualquier cristiano. Pero
el discípulo, el novicio, debe ir más allá. Debe creer en Cristo de tal
forma que sea capaz de seguirle de cerca y dar testimonio de El con su
vida y su trabajo, a fin de que otros también crean en El. Este es, espe-
cialmente hoy, un asunto muy importante: necesitamos una fe muy
fuerte en Cristo y un amor personal a Su persona. ¿Cómo puede conse-
guirlo el novicio?

1) Ha de escuchar atentamente, poniéndose a los pies del Señor y


sabiendo que "sólo una cosa es necesaria" (Le. 10, 42). Nunca insisti-
remos suficientemente, mis queridos Padres, en la necesidad de esta
comunión de las almas, de este elevar el corazón y la mente a Dios en
la oración. Pero no basta con escuchar: "Todo el que venga a mí y
oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién
es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó
profundamente y puso los cimientos sobre roca" (Le. 6, 47-48a). Este
poner por obra el mensaje hasta sus últimas consecuencias es el com-
promiso total y confiado que Cristo espera de sus elegidos. El jesuita
debería ser el radical, el extremista del Evangelio.

2) El discípulo es enviado a predicar, pero no antes de haber sido


adiestrado e inspirado por el Maestro. Habríamos de ser capaces de
hacerle revivir con aquellos amigos predilectos de Cristo los tres años
que pasaron juntos. En sus conversaciones íntimas, ellos aprendieron
de El lo que más tarde habrían de predicar desde los terrados: "El
a
PARTE 2. / n." 16 533

les dijo: 'A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero
a los que están fuera todo se les presenta en parábolas'" (Me. 4, 11).

3) Pero la lección suprema que hay que aprender es, naturalmen-


te, la del amor que mueve a realizar la voluntad de Dios. Esto es lo
que el mismo Cristo vino a hacer en la tierra, como de El está escrito
al comienzo del libro (Heb. 10, 7). Y esto es lo que su discípulo debe
hacer, porque "no está el discípulo por encima de su maestro, ni el
siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo con ser como su
maestro, y al esclavo como su amo" (Mt. 10, 24-25).
A fin de cuentas, el discípulo de Cristo, el novicio de la Compañía,
no tiene más que una" tarea —tarea que es compartida por su guía espi-
ritual—: aprender de Aquél que es manso y humilde de corazón (Mt.
11, 29). Ningún tipo de saber mundano, de técnicas profesionales o de
actividades filantrópicas puede sustituir a esta obligación absolutamente
fundamental.
Y una vez aprendida su lección, por muy deficientemente que lo
haya hecho, el discípulo se pone a trabajar con su Maestro, el cual hace
de él un colaborador, un partícipe de su cansancio, sus fallos y sus
aciertos. Han de ser pescadores de hombres, trabajadores que el Señor
de la mies ha enviado a sus campos. Es esta una gran vocación y una
noble misión que debería mover al novicio a pedir al Señor, junto con
San Ignacio, "la gracia de no ser sordo a su llamada, sino pronto y
diligente a cumplir su santísima voluntad".

C) El significado de nuestra vida religiosa, especialmente para


el novicio

Nuestros novicios, mis queridos Padres, han oído esa llamada, con-
cretada en una vocación a nuestra Compañía. Pero esta vocación tiene
diversas implicaciones:

1) Significa una entrega incondicional a Cristo, fruto de una fe


inconmovible en El. Su llamada es perentoria: "Ven y sigúeme" (Le.
18, 22), y la respuesta debe ser total. "Scio cui credidi" (2 Tim. 1, 12).
"Sé de quién me he fiado"; y porque lo sabe, y le conoce y cree en El,
el discípulo está dispuesto a decir con Tomás: "Vamos también noso-
tros a morir con El" (Jn. 11, 16).

2) Se trata de dar un testimonio escatológico, de compartir con


Cristo no sólo su dolor y su gloria, sino también su destino último:
"Te seguiré adondequiera que vayas" (Le. 9, 57). Este seguimiento pue-
de incluso suponer la muerte, pero el discípulo sabe que el hombre que
trata de salvar su vida la perderá, y que el hombre que pierda su vida
por Cristo y por el Evangelio, la salvará (Me. 8, 35). El creer esto
requiere una enorme fe, sin la cual no seremos auténticos jesuitas.
534 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

D) ¿Qué hay que hacer?

Esperamos todos, mis queridos Padres, que a lo largo de esta reu-


nión de Maestros de Novicios lleguemos a una mejor comprensión de
la tarea específica que se nos ha encomendado dentro de la Compañía.
Se trata de una tarea impresionante, a veces difícil de realizar en la
práctica, pero —así lo espero, al menos— obvia en sí misma: tenemos
que conducir a nuestros novicios —y cuando digo "conducir", me refie-
ro, naturalmente, a que hemos de ir al frente de ellos— a los pies del
Maestro: "Magister adest et vocat te" (Jn. 11, 28): el Maestro está
presente y nos llama a cada uno de nosotros.
Pidámosle a El que nos enseñe. El lugar más apreciado por noso-
tros debería ser el sagrario: "Sentada a los pies del Señor, escuchaba
su Palabra" (Le. 10, 39). Pidámosle que nos enseñe a orar como El lo
hizo, en aquella inefable comunión con su Padre —"Doce nos orare"
(Le. 11, 1). Pidámosle que prenda fuego a nuestros corazones, como
hizo con los discípulos de Emaús: "¿No estaba ardiendo nuestro cora-
zón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino?" (Le. 24, 32).
Estos son tiempos difíciles. Son tiempos de prueba y de desafío,
pero son también tiempos de oportunidad. Y frente al desafío y a la
oportunidad, nosotros sabemos a dónde acudir: "Tú tienes palabras
de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de
Dios" (Jn. 6, 68-69).
Reunidos aquí para celebrar el "Mysterium fidei", el misterio de la
fe y del amor, a la pregunta del Señor "¿Me amas?", respondamos con
Pedro: "Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo" (Jn. 21, 17); y con
nuestro Padre y Fundador, hagamos ese ofrecimiento que nosotros y
nuestros novicios hacemos en los Ejercicios y a lo largo de nuestras
vidas, repitiendo hoy con especial fervor: "Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer..." Que Cristo Resucitado nos conceda
su amor y su gracia, porque eso nos basta.
17. En sus bodas de oro en la Compañía (15.1.77)

Hemos asistido sin duda a muchas celebraciones de jubileos y ani-


versarios. Se da en todas un común denominador: de una parte, la sen-
sación y manifestación sincera de la pequenez del hombre y de su
infidelidad humildemente reconocida y, por otra parte, el reconocimien-
to de la magnanimidad del Señor y la gratitud hacia El. La dialéctica
entre la pequenez y la limitación del hombre y la grandeza del Creador
atraviesa como un hilo conductor todas las historias personales que,
siendo desde ese punto de vista muy semejantes todas, tienen al mismo
tiempo aspectos y desarrollo muy diversos. Cada uno es distinto de los
demás. Cada uno es original. Cada uno tiene su historia, que no es la
repetición de la de otros, ni se repetirá por otros.
Al oír esas historias personales se percibe que hay en todas ellas
algo que no se dice, porque no se puede decir: es un secreto personal,
que ni uno mismo a veces alcanza a percibir completamente. Esa parte
oculta o semi-oculta aun para nosotros mismos es la'verdaderamente
interesante, porque es la parte más íntima, más profunda, más perso-
nal; es la correlación estrecha entre Dios, que es amor y que ama a
cada uno de modo diverso, y la persona, que en el fondo de su esencia
da una respuesta, que es única, pues no habrá otra idéntica en toda la
historia. Es el secreto del maravilloso amor trinitario que irrumpe
cuando quiere en la vida de cada uno de una manera inesperada, inex-
presable, irracional, irresistible, pero a la vez maravillosa y decisiva.
La vida de cada uno, en cuanto vida, no puede delimitarse ni expresarse
en categorías "aristotélicas", pues hay una fuerza vital humana y otra
divina, que es el amor, que supera toda razón y "cuyos designios (como
diría San Pablo) son insondables y sus caminos inescrutables" (Rom
11, 33).
Al recorrer yo también el camino de estos mis setenta años de vida
y cincuenta de Compañía de Jesús, no puedo menos de reconocer que
los jalones decisivos de mi vida, los virajes radicales en mi camino han
sido siempre inesperados, irracionales, pero en ellos he podido siempre
reconocer, tarde o temprano, la mano de Dios que daba un atrevido
536 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

golpe de timón. La vocación a la Compañía de Jesús en medio de la


carrera de medicina que tanto me entusiasmaba, y ello en la mitad del
curso; mi vocación al Japón (misión por la que hasta la llamada de
Dios no sentía ninguna inclinación) y que me negaron los Superiores
durante diez años, mientras me preparaban para ser un día profesor
de Moral; mi presencia en la ciudad sobre la que explotó la primera
bomba atómica; mi elección como General de la Compañía... haft sido
acontecimientos tan inesperados y tan bruscos y han llevado al mismo
tiempo tan claramente la "marca" de Dios, que realmente yo los he
considerado y los considero como aquellas "irrupciones" con que la
amorosa providencia de Dios se complace en manifestar su presencia
y su absoluto dominio sobre cada uno de nosotros. Y las reacciones
que uno siente son algo parecido a las de un Isaías: "Ay de mí, que
estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros" (Is 6, 5 ) ; de
un Jeremías: "Ah, Señor Yahveh, mira que soy un muchacho" (Jer 1,
6); o de un Moisés: "¿Quién soy yo par ir al Faraón?" (Ex 3, 11).
Estáis asistiendo de nuevo a uno de tantos aniversarios, en los que
la pequenez del hombre ( ¡ y ese hombre soy yo hoy!) reacciona con
estupor y gratitud ante los beneficios de Dios. Estupor y gratitud no
solamente, o no tanto por esos momentos privilegiados, decisivos o apre-
ciables de mi vida, sino sobre todo por esa serie de gracias incalculables
que he ido recibiendo de Dios a lo largo de la vida cotidiana, en la
monotonía de una existencia corriente y vulgar. Todo ello me hace de-
sear que mi vida hubiese sido, o al menos lo sea desde ahora un continuo
"Magnificat".
Es ésa la reacción profunda que experimento ante la inconfundible
experiencia y la vivencia honda de mi propia pequenez, unida a un no
sé qué de seguridad inconmovible en los diversos cargos de responsa-
bilidad que la obediencia ha ido poniendo sobre mis débiles hombros;
la sensación experimental del "semper ero tecum" (Jud 6, 16), la garan-
tía de parte del Señor, pero que deja siempre la inquietud de que de mi
parte "verificetur conditio", es decir, que yo me mantenga fiel. Es
aquel claro-oscuro de la inseguridad humana, que no puede dudar de
la seguridad de la ayuda de Dios.
Reflexionando sobre todo acerca de estos últimos años, he encon-
trado tres figuras que simbolizan mi estado de espíritu, especie de pa-
tronos o modelos que me ayudan y me enseñan.
El primero fue el patriarca Abraham, aquel espíritu decidido y
generoso, que sigue inmediatamente la invitación del Señor a salir de
su tierra, de su casa paterna... en busca de un país "que yo te mos-
traré", le había dicho el Señor (Gen 12, 1). Esquema de una vocación
que, en las circunstancias sobre todo de hace unos años, me parecía
muy inspiradora. Una llamada de Yahveh, una irrupción de Dios ines-
perada, un destino aún muy impreciso: "yo te mostraré", la realización
de esa llamada exigirá toda una vida, la respuesta irracional de Abra-
ham, que se pone inmediatamente en camino, sostenido por una con-
fianza ciega: "in spe contra spem credidit" (Rom 4, 18).
PARTE 2.» / n.° 17 537

Esta fue la sensación de mis primeros años de mi vida en la Com-


pañía..., de cuando fui al Japón..., sobre todo de cuando fui elegido
General. Salir de la patria... el Japón... pero aún más como General
un éxodo mucho más radical, en una incerteza profunda y llena de
responsabilidades; un éxodo de toda una serie de actitudes, de prácticas,
de conceptos, de prioridades, de las que, según el Concilio, había que
salir, para entrar en otras muy imprecisas, aún por clarificar y definir;
un éxodo de un mundo lleno de seguridades creadas a lo largo de una
tradición secular de la Iglesia y de la Compañía, para entrar en un
camino que llevaba a un mundo todavía "in fieri", desconocido para
nosotros, pero al que Dios nos llamaba por el Concilio, por el Santo
Padre, por las Congregaciones Generales: camino lleno de incertidum-
bres, de desafíos, pero también de esperanzas y de posibilidades, que
era... y sigue siendo el camino de Dios.
Para mí aquella figura de Abraham fue siempre fuente de inspira-
ción profunda: "¿a dónde va la Compañía?", me preguntaban; mi
respuesta fue siempre: "a donde Dios la lleva". En otros términos, era
como decir: "no sé, pero sí sé una cosa y es que Dios nos lleva a
alguna parte: vamos seguros, vamos con la Iglesia que va dirigida por
el Espíritu Santo. Sé que Dios nos lleva a una tierra nueva, la de promi-
sión, la suya. El sabe dónde está, a nosotros no nos toca sino se-
guirle".
Esta postura, que sin fe es absolutamente imprudente e irracional,
con la fe, con la confianza de Abraham, se hace clara, segura, consola-
dora..., tanto que, pensando con Dios, se siente como la única verda-
deramente racional, la única prudente. Ese abandono, ese lanzarse con
los ojos cerrados en brazos de Dios es una fuente de fortaleza y de
consolación que sólo así se llegan a experimentar.
Naturalmente no pueden faltar en este camino dificultades, incom-
prensiones, obstáculos: las fuerzas humanas no son suficientes, es "su-
pra vires" lo que se nos pide. Pero aquí me salió al paso mi segundo
modelo y patrono: San Pablo. Su consejo fue genial, y nunca me ha
fallado: "no yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Cor 5, 10); "todo
lo puedo en Aquél que me conforta" (Flp 4, 13); "si Dios está por
nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rom 8, 31). En nuestro intento de
seguir al Señor, le preguntábamos constantemente, como lo hizo Pablo:
"Señor, ¿qué quieres que yo haga?" (Hech. 9, 6), y oíamos su respuesta:
"si permaneciereis en mí y mis palabras en vosotros, pedid lo que
queráis y lo conseguiréis" (Jn 15, 7). El éxito es seguro, es la omnipo-
tencia de Dios quien lo ha de hacer, ya que "¿quién puede resistir a su
voluntad?" (Rom 9, 19).
Pero el éxito, en el "abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la
ciencia de Dios" (Rom 11, 33), no está precisamente en que todo salga
"a pedir de boca", en que todo resulte bien. En los pensamientos de
Dios la cruz tiene un lugar privilegiado y caracterizante: esa "locura",
ese "escándalo", para el que tiene fe, será "sabiduría de Dios" (1 Cor
1, 22-25). Por eso afirma nuestro modelo San Pablo: "Dios me libre
538 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gal


6, 14).
El tercer modelo y patrono, esta vez de la Compañía de Jesús, ha
sido para mí Francisco Javier. Javier, para quien la verdadera fuente de
energía apostólica es la confianza en Dios: el hombre tendrá tanto me-
nos fuerza cuanto más confíe en sí mismo y en sus propias fuerzas.
Javier, que comprendió magníficamente el significado de la cruz y del
sufrimiento, hasta el punto de que su oración es el "magis, magis"
(G Schurhammer, S. I., Franz Xaver, I, 324, 698; II, 1, 268) cuando
se trata de pedir cruces, y el "satis, Domine satis" cuando recibe la
consolación. (MHSI, Mon. Xav. II, 950; Epp. Xav. I, 175). *
Estas tres figuras: Abraham, Pablo, Javier, han sido para mí de
permanente inspiración, pues encarnan el espíritu de Dios en la inter-
pretación realista de la perfecta indiferencia, ideal del tercer grado de
humildad ignaciana. Y realizan a perfección lo que expresa el dicho
de San Ignacio: "Sic Deo fide, quasi rerum successus omnis a te, nihil
a Deo penderet; ita tamen iis operam omnem admove quasi tu nihil,
Deus omnia solus sit facturus" (G. Hevenesi, "Scintillae ignatianae",
Viena, 1705, citado en Maurizio Costa, "Legge Religiosa e discerni-
mento spirituale", p. 123).
A lo largo de estos 50 años de vida con sus variadas experiencias
insensiblemente se han desarrollado y crecido algunos amores especia-
les, con la característica propia de todo amor: cuanto más se sufre,
más se inflama.
El primero es el amor a la Compañía, un amor sencillo y filial des-
de el Noviciado y que, sin perder su simplicidad, va adquiriendo con
la experiencia, al correr de la vida, una extraordinaria profundidad y
fortaleza. La Compañía, entendida como expresión y encarnación del
carisma ignaciano: a medida que se conoce íntimamente la intuición
evangélica de este carisma, se admira uno más de la simplicidad de esa
intuición: es la intuición del amor, que puede unir elementos que, al
faltar ese amor, parecerían irreconciliables o al menos conducir a dico-
tomías y tensiones que frenarían el verdadero dinamismo apostólico:
oración-contemplación, fe-justicia, obediencia-libertad, pobreza-eficacia,
unidad-pluralismo, sentido local-universal. San Ignacio, al contrario, en-
cuentra soluciones admirables que unen lo que al parecer es contrario
y producen así la eficacia apostólica máxima.
Y la Compañía, constituida por personas. Es ésta una de las gran-
des experiencias espirituales que un General puede tener: la de conocer
"por dentro" espiritualmente a tantas personas de la Compañía, al poner-
se en contacto con ellas en las más diversas formas y circunstancias,
directa o indirectamente. Para mí ha sido un grandísimo estímulo y
consuelo el ver la virtud y la calidad de los miembros de la Compañía.
Es algo de lo que debió sentir Javier cuando escribía desde Amboino
a sus compañeros de Europa: "Para que jamás me olvide de vosotros...
os hago saber, carísimos Hermanos, que tomé de las cartas que me
escribisteis, vuestros nombres, escritos por vuestras propias manos...
y los llevo continuamente conmigo por las consolaciones que de ellos
PARTE 2.» / n.° 17 539

recibo". (MHSI, Mon. Xav. Epp. I, 330); o cuando escribía a los com-
pañeros de Goa: "si los corazones de los que en Cristo se aman se
pudiesen ver en esta presente vida, creed, Hermanos míos, que en el mío
os veríais claramente; y si no os conocieseis, mirándoos en él, sería
porque os tengo en tanta estima, y vosotros por vuestras virtudes tene-
ros en tanto desprecio, que por vuestra humildad dejaríais de veros y
conoceros en él" (ibíd. II, 211-212).
Este es uno de los mayores motivos de optimismo cuando pienso
en el futuro de la Compañía. El Señor que ha dado tales vocaciones y
con ellas tantas gracias a estos hijos de Ignacio, no puede dejarlos,
habrá de continuar ayudándolos, como con razón lo esperaba el mismo
Ignacio: "es menester en El solo poner la esperanza de que El haya
de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar..." (Const.
812); si hasta ahora nos ha ayudado, ¿por qué no lo hará también en
el futuro?
La Compañía como institución e instrumento de apostolado. En
estos últimos años en que se han verificado tantos cambios para lograr
acomodar las instituciones y las estructuras a las actuales necesidades
apostólicas, me he dado cuenta de modo mucho más claro de las dotes
de gobierno que tuvo San Ignacio y del conocimiento que poseía no
sólo del hombre como tal, sino también de la maleabilidad necesaria en
las estructuras, si se quiere que sean eficaces y adaptables a todas las
circunstancias.
Al ver la Compañía en su verdadera realidad, me viene frecuente-
mente a la mente lo que escribía con tanto afecto San Feo. Javier: "no
sé con qué mejor acabe de escribir que confesando a todos los de la
Compañía, quod si oblitus fuero umquam Societatis nominis Iesu, obli-
vioni detur dextera mea (Ps 136, 5), pues por tantas vías tengo conocido
lo mucho que debo a todos los de la Compañía" (EPP. Xav. I, 395).
El segundo amor es la Iglesia: la de Cristo, su "sponsa sine ruga
et sine macula" (Ef 5, 22), la que San Ignacio llamaba conscientemente:
"nuestra santa madre Iglesia hierárchica" (Ejerc. Esp. 353). Sí: esa
Iglesia que, como todo lo humano, tendrá sus limitaciones, pero que
es la instituida por Cristo y que tiene por Cabeza visible al Romano
Pontífice, al que nos ligamos por especial voto de obediencia, "prin-
cipio y fundamento de la Compañía" (MHSI, MI, ser III, I, 162).
A lo largo del tiempo y con renovada experiencia se descubre en
ella tal vigor sereno pero inalterable, por tener como Cabeza invisible
al mismo Cristo y estar vivificada por su Espíritu, que la confianza
no puede menos que robustecerse. Y esta confianza se reafirma aún
más cuando se ve que cuantos llegan a separarse de la Iglesia, alegando
motivos que al menos en apariencia parecen justificar su actitud, al cabo
de poco tiempo no tardan en mostrar desfallecimiento y atrofia mortal,
por estar fuera de esa circulación del Espíritu, propia y exclusiva de
la comunión con la Iglesia jerárquica.
Con el andar de la vida y según se va penetrando en el misterio de
la Iglesia y en el carisma de la Compañía, se siente con mayor fuerza
que la Compañía tiene su verdadera razón de ser en el servicio de la
540 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Iglesia bajo el Romano Pontífice: fallar en esto sería firmar nuestra


sentencia de muerte. Pero es, por el contrario, motivo de consuelo ver
cómo la Compañía hace un esfuerzo por ser en lo posible siempre fiel
a la Esposa de Cristo y a su Vicario.
El tercer amor es Jesucristo: el Rey Eternal de los Ejercicios, el
Hijo de Dios encarnado, al que debemos todos un amor personal, clave
de nuestra espiritualidad. Nuestra satisfacción más honda y el origen
de todas las demás satisfacciones es sentir que Jesucristo es el centro
de nuestra vida y nuestro ideal. Ese Jesucristo, que me ha llamado y
me envía, el que me da su Espíritu, el que me alimenta con au carne, el
que me espera en el tabernáculo, el que me muestra su Corazón tras-
pasado como centro y símbolo de su amor, el que se identifica con los
que sufren hambre y desnudez, con todos los marginados del mundo...
Ése Jesucristo que me sale al encuentro en tantas ocasiones de alegría
y de dolor, como un amigo íntimo, que me espera, me llama y conversa
conmigo: "el Maestro está ahí y te llama" (Jn 11, 28). Ese Jesucristo,
que dijo a S. Ignacio en La Storta: "Quiero que tú nos sirvas" (MHSI,
FN II, 133). Sin ese amor a Jesucristo, la Compañía no será ya la que
fundó Ignacio, la de Jesús.
Ese amor a Jesucristo que supone e incluye el de su Madre, "la
Señora", la que "nos pone con su Hijo" (MHSI, Font. Narr. II, 133), la
Madre de la Compañía. El amor de María: si lo tuve desde niño, ha ido
aumentado a lo largo de la vida sin por eso perder ese carácter infantil
que tenía cuando, al morir mi madre (tenía yo diez años), mi padre me
dijo conmovido: "Pedro, has perdido una santa madre, pero tienes otra
aún más santa en el cielo". Son momentos y cosas que no se olvidan...,
herencia de-unos padres profundamente buenos.
Por eso, queridos hermanos, al llegar a esta cima de los cincuenta
años de vida en la Compañía, me brotan instintivamente las palabras
del Eclesiastés: "Quiero darte gracias, Señor, y alabarte, oh Dios mi
salvador. A tu Nombre doy gracias, pues has sido para mí protector y
auxilio" (Ecles. 51, 1-2). Aún mejor: quisiera con todo respeto pedir
prestadas a "la Señora "sus palabras del Magníficat: "Engrandece mi
alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque
ha puesto los ojos en la humildad de su siervo" (cfr. Le 1, 46-48),
para terminar con aquella oración de S. Ignacio en su Diario espiritual,
dicha desde el fondo de mi debilidad ("De profundis clamavi ad te,
Domine" - Ps. 129, 1):
"Padre Eterno, confírmame; / Hijo eterno, confírmame; / Espí-
ritu Santo eterno, confírmame; / Santa Trinidad, confírmame; / Un
solo Dios mío, confírmame". (Diario Espiritual, 18 febr. 1544, 48).
a
Sección 2 .

Exhortaciones y oraciones

18. El año santo y nuestra tarea en la Iglesia (19-VI-74).

19. Coloquio con el Señor (18-VI-75).

20 Enséñame tus caminos. Oración de súplica (17-VI-76).


18. El Año Santo y nuestra tarea

en la Iglesia (19. VI. 7 4 )

El Año Santo se inicia con un gesto simbólico: la apertura de la


Puerta Santa. Dice el Papa en la Bula de indicción "Apostolorum limi-
na": "La Puerta Santa que abriremos la noche de la vigilia de Navidad
será señal de este nuevo acceso a Cristo, que es el Camino y a la vez la
Puerta, y también será señal de la caridad paterna con la que abrimos
nuestro corazón a todos, con pensamientos de amor y de paz".
La Puerta Santa simboliza y sugiere un nuevo acceso a Cristo y
nos invita a abrir nuestro corazón a la caridad (reconciliación) y al
apostolado. La apertura de la Puerta Santa representa admirablemente
los fines del Año Santo: reconciliación, apostolado, conversión.

I. Reconciliación

Lo primero que se nos viene en mente cuando se habla de recon-


ciliación es la pacificación de unos hombres con otros. Y no sin razón.
Apena el alma ver cómo el mundo y la humanidad están divividos y
destrozados por tantas tensiones, guerras y odios. Símbolos elocuentes
de estas separaciones son en nuestros días el muro de Berlín, o una línea
imaginaria, como el paralelo 38 de Corea, o la cortina de hierro y la
cortina de bambú... La sangre, el color de la piel, los lazos de una tra-
dición tribal, la ideología, la estructura social bastan para provocar
reacciones y encender guerras increíbles, más crueles a veces que las de
los mismos seres irracionales: como si el animal racional, cuando pierde
el uso de su inteligencia, se convirtiera en el más irracional de los
animales.
La Iglesia, durante el Año Santo, nos habla de una reconciliación
profunda y universal, la reconciliación de unos con otros, que se basa en
aquella otra reconciliación fundamental que es la reconciliación del hom-
bre con Dios, de la criatura con el Creador.
a
PARTE 2. / n.° 18 543

Así como la reconciliación del hombre con Dios fue de iniciativa


divina: "El nos amó primero" (1 Jn. 4, 19), así la reconciliación con
nuestros hermanos debe ser iniciativa nuestra, con la ayuda de la gracia
de Dios. Hecha la paz del hombre con Dios por la cruz de Cristo, que-
daron al mismo tiempo reconciliados con Dios todos los seres, "tanto
los que están en la tierra como los que están en el cielo" (Col. 1, 20).
Si esto es así, si estamos todos reconciliados en Cristo, todos debemos
sentirnos hermanos y amarnos mutuamente con el amor mismo de
Cristo. Vienen a fundirse en uno el amor a Dios y a los hermanos y no
podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestros hermanos
y que nos sentimos reconciliados con Dios si no nos reconciliamos con
nuestros hermanos: "Si al presentar tu ofrenda, te acuerdas que has
ofendido a tu hermano, deja tu ofrenda, vete primero a reconciliarte
con tu hermano, y vuelve después a ofrecer tu don" (Mt 5, 23). Se
diría que la verdadera reconciliación tiene que empezar por nuestros
hermanos: "quien no ama a su hermano, a quien ve, mal podrá amar
a Dios, a quien no ve" (1 Jn 4, 20).
Para nosotros, en la Compañía, la reconciliación tiene también un
sentido, en cuanto que viene a restaurar o a consolidar la "unió cor-
dium", elemento fundamental para el buen ser de la Compañía y para
nuestro apostolado. El testimonio de la unión fraternal entre nosotros
es tal que, si falta, todo el resto de nuestra acción apostólica se destru-
ye y, si existe, es ya por sí solo un elemento de increíble vigor para
las empresas apostólicas.
En el momento actual esa "unió cordium" parece sufrir quebran-
to: se habla frecuentemente de desunión entre nosotros, de tensiones,
de dos compañías, de crisis de generaciones, de diversidad de mentali-
dades, de credibility gap, de radicalismos extremos, etc. Si queremos
llegar a la reconciliación que nos pide este Año Santo, el movimiento
de acercamiento, de comprensión y de unión tiene que empezar por nos-
otros mismos. Si Dios nos amó cuando éramos sus enemigos y si Cristo
propuso el amor al enemigo como una de las exigencias radicales del
Evangelio, con cuánta mayor razón hemos de procurar llegar a aquella
sólida unión de ánimos con nuestros mismos hermanos dentro de la
Compañía. Debe ser el amor a Dios N. Señor el que nos lleve a vencer
cualquier clase de división originada por la diversidad de ideas, por
la incompatibilidad de temperamentos, por la variedad de formación
y de cultura, por las diferencias de edad, de carácter, etc. Esto es lo que
movía al Bto. Fabro a escribir en su Memorial (Coll. "Christus", pp. 130-
131): "El día de Santa Isabel, reina de Hungría, sentí mucha devoción
al presentárseme 8 personas por las que deseaba orar sin considerar sus
defectos: el Papa, el Emperador, el Rey de Francia, el Rey de Inglaterra,
Lutero, el gran Turco, Bucer, Felipe Melanchton, al ver la manera como
se juzga a esos hombres, y me venía una especie de compasión acompa-
ñada de buen espíritu".
Y el mismo S. Ignacio nos lo dice en las Constituciones: "El vínculo
principal de entrambas partes para la unión de los miembros entre sí y
con la cabeza es el amor de Dios nuestro Sénior, porque estando el Su-
544 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

perior y los inferiores muy unidos con la su divina y summa Bondad, se


unirán muy fácilmente en sí mismos, por el mismo amor que de ella
descenderá y se extenderá a todos prójimos, y en especial al cuerpo de
la Compañía".
Creo que éste es un punto en que nos debemos examinar: si tene-
mos realmente el espíritu ignaciano, no podemos contentarnos con un
entendimiento recíproco puramente superficial, con una colaboración ex-
terna, con un trato afable de labios para fuera, con una cortesía ele-
mental o de "coexistencia pacífica", sino aspirar a la unión profunda,
basada en la verdadera caridad, en el amor que nos pide Cristo cuando
nos dice "Amaos... como yo os he amado" (Jn 13, 34). Este amor real,
no aéreo o utópico ni meramente platónico, es el que se traduce en ca-
ridad profunda, en trato sencillo y noble, en saber interpretar y defender
a nuestros hermanos, a quienes se considera como "alter ego", con quie-
nes se colabora y se sufre, se trabaja y se vive, siempre unidos.
Hoy se habla mucho de relaciones interpersonales, de espíritu comu-
nitario: que no resulten esas palabras más slogans que realidades, más
puros deseos que concreto acercamiento de personas.
Sólo una unión de corazones, interna y profunda, entre nosotros
mismos, nos dispondrá a ser los apóstoles de la reconciliación en el mun-
do que nos rodea y en cualquier clase de circunstancias, incluso con los
que nos persiguen. Un ejemplo de esta clase de reconciliación con un
mundo que nos rechaza, nacida de la comprensión y del amor, nos viene
ofrecida por el ejemplo de los NN. en Cuba. La ideología y los procedi-
mientos marxistas no pueden ser admitidos, y sin embargo escriben acer-
ca de lo que les rodea: "Conocemos hombres que viven el marxismo
como una fe, capaces de dedicar su vida a él con una sinceridad au-
téntica... Creemos que nuestra tarea es convivir en forma continua con
todos los hombres que nos rodean y predicar los valores del respeto a
la verdad y a la justicia. La actitud de encarnación nos exige... amar a
todos los hombres sin excepción, aun enemigos, con auténtico espíritu
evangélico. Alegrarnos de todo lo bueno de nuestra sociedad, cooperar
en fomentar todo lo bueno, dolemos y lamentar todo lo malo y tratar
de corregirlo en cuanto nos sea posible, pero como un hermano corrige
a su hermano: desde dentro, no desde fuera, evitando el formar un
ghetto dentro de la sociedad actual".

II. Apostolado

La apertura de la Puerta Santa simboliza también la apertura al


mundo por el apostolado. El Año Santo nos debe abrir necesariamente
al apostolado: como San Pablo, debemos sentir que se nos "abre una
puerta grande y prometedora", aunque como para él, también para
nosotros pueda ser verdad que "los enemigos son muchos" (1 Cor 16, 9).
No olvidemos que toda reconciliación debe ser iniciativa propia,
como la que Dios inició con los hombres; el deseo de una plena y
total reconciliación nos debe llevar por fuerza hacia los demás, a
PARTE 2.» / n ° 18 545

hacer más insistente en nosotros el "caritas Christi urget me" de


S. Pablo (2 Cor 5, 14) y el "ay de mí si no evangelizare" (1 Cor 9,
16), a querer hacer partícipes a nuestros hermanos de los tesoros de
gracia que el Señor nos comunica.
El mandato de Cristo "Id y enseñad a todas las gentes", sobre todo
en estas circunstancias del Año Santo y de la Congregación General,
debe dar un nuevo impulso al celo universal. El campo de nuestra acti-
vidad podrá después ser concreto y nuestro trabajo reducido, pero no
debemos perder la sensación de formar parte de la empresa salvífica
de Cristo ("Mi voluntad es de conquistar todo el mundo"), que se rea-
liza en su Iglesia, sobre todo en estos momentos tan decisivos. Esto debe
dar sentido profundo a nuestra oración apostólica y al sacrificio oculto
de nuestra vida, que radicando y desarrollándose en unión con la vida
íntima de Cristo, tiene un objeto universal, que es la humanidad entera.
La apertura al Verbo de la puerta de nuestro corazón da un sentido
real a nuestra apertura al mundo por el apostolado. Nuestro apostolado,
en efecto, no depende tanto del volumen de nuestra actividad externa,
cuanto de la gracia interior, recabada en el secreto del trato íntimo con
Cristo, que llama a nuestra puerta, como dice el Apocalipsis, para cenar
con nosotros en el interior del alma: "Mira que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo" (Ap. 3, 20).
Nuestra vida de oración se hace así apostolado y nuestro apostolado
se hace oración, dando unidad y universalidad a nuestra existencia, ya
que en último término nuestra oración y nuestro trabajo vienen a inte-
grarse en la obra salvífica de Cristo. Nos parecerá a veces que nuestro
trabajo es estéril, y sin embargo podrá tener repercusiones increíbles en
puntos tal vez geográficamente remotos, si en realidad estamos identi-
ficados con Cristo.
Así se entiende por qué San Ignacio consideraba como los más
eficaces medios de apostolado la oración y sobre todo la Misa (Const.
812). La gracia recabada con ellos se extiende hasta donde ningún otro
medio puede llegar, al mundo entero, y al interior mismo de las almas.
En la oración y el sacrificio eucarístico se fortalece nuestra alma para
las empresas difíciles y para las que humanamente parecerían impo-
sibles, como se fortalecía el alma de Javier al ver que se le abrían las
puertas del Oriente y soñaba en convertir naciones enteras y aun el
mismo Imperio de la China. Recordemos lo que escribía sobre sus de-
seos de ir a las Islas del Moro, a pesar de los peligros de la empresa:
"Yo, por la necesidad que estos cristianos de la isla del Moro tienen de
doctrina espiritual y de quien los bautice para salvación de sus ánimas,
y también por la necesidad que tengo de perder mi vida temporal por
socorrer a la vida espiritual del prójimo, determino de ir al Moro para
socorrer in spiritualibus a los cristianos, ofrecido a todo peligro de
muerte, puesta mi esperanza y confianza en Dios N. S., deseando de me
conformar, según mis pequeñas y flacas fuerzas, con el dicho de Cristo
N. Redentor y Señor, que dice: "quien quisiere salvar su alma la per-
derá; en cambio, quien la perdiera por Mí, la encontrará". Y aunque
546 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sea fácil de entender la sentencia en universal de este dicho del Señor,


cuando el hombre viene a lo particularizar para disponerse a de-
terminar de perder la vida por Dios, para hallarla en él, ofreciéndose
casos peligrosos, en los cuales probablemente se presume perder la vida
sobre lo que se quisiere determinar, hácese tan oscuro, que la sentencia,
siendo tan clara, viene a oscurecerse; y en tal caso me parece que
sólo aquél lo viene a entender, por más docto que sea, a quién Dios
N. S. por su infinita misericordia lo quiere en casos particulares de-
clarar" (Epp. I, 325-326).

III. Conversión.

Nuestra reconciliación será tanto más verdadera y eficaz y nuestro


apostolado tanto más operativo, cuanto mayor sea nuestra conversión inte-
rior a Dios, cuanto la apertura de la puerta de nuestro corazón sea más
amplia. El Año Santo nos invita a un "nuovo accesso a Cristo, che
solo é la Via ed insieme la Porta", como dice Pablo VI en la Bula
"Apostolorum limina". El Año Santo viene a subrayar y a confirmar
la llamada a la santidad, hecha por el Conc. Vat. II; todo en este año
nos habla de santidad: año santo, puerta santa, santo jubileo... Y para
nosotros esta llamada insistente a la santidad viene a identificarse con
nuestra misma vocación y con el fin primero de la próxima Congrega-
ción General, que no deseamos sea otra cosa que un nuevo Pentecos-
tés, que venga a traducirse en un mejor servicio de la Iglesia.
La conversión, el volverse a Cristo tiene una expresión más profun-
da y amplia en la santificación misma de Dios, el Santo de los Santos.
"Ya sé quién eres tú: el Santo de Dios", dijo el endemoniado de Ca-
farnaún a Jesucristo. En efecto: siendo Dios el Santo por excelencia,
todo lo que se relaciona con él es santo (Lev 18, 1), y ante todo
Jesús, que perteneciéndole por sú filiación mesiánica (Me 1, 10), está
constituido cabeza del pueblo de los "santos" (Dan 7, 18), es decir, de
la comunidad de los elegidos, los cristianos (Hechos 9, 13).
La santificación implica una verdadera transformación de la sus-
tancia misma del alma, en expresión de los Padres de la Iglesia. Es una
verdadera creación, en la que el hombre viejo muere para transformarse
en hombre nuevo por una identificación mayor, por una penetración más
íntima en el Santo de los Santos, en la Trinidad Santísima, que habita
en el fondo del alma, en la esencia misma del alma. "Esta secreta unión,
escribe Sta. Teresa (Mor. VII, c. 2, n. 3), se hace en el centro muy
interior del alma, que debe ser donde está el mismo Dios, y a mi pare-
cer no ha menester puerta por donde entre... Digo: aunque no es
menester puerta..., como se apareció a los apóstoles sin entrar por la
puerta, cuando les dijo: "Paz a vosotros".
Los santos emplean toda clase de imágenes para explicar de algún
modo lo que pasa en el alma con esta unión con Dios tan profunda.
Es como la luz que da sobre un cristal muy puro en que el cristal pa-
rece convertirse en luz; o como un hierro incandescente en que el hierro
a
PARTE 2. / n.° 18 547

parece convertirse en fuego. Así expresan los Padres griegos el modo


misterioso de la inhabitación del Espíritu Santo en el alma.
San Juan de la Cruz dice que en la unión santificadora el amor
hace que el alma se asemeje totalmente a Dios, por razón de la clara
visión de Dios que el alma llega a poseer (Noche ose. 1, II, c. 21,
n. 5). Es naturalmente una claridad de fe, pues, dice el mismo Santo,
"más se llega a Dios no entendiendo que entendiendo"; es el "rayo de
tiniebla", de que hablan los Santos Padres (S. Dyonis, Mist. theol. c. 1).
"Todo lo que el alma es se hará semejante a Dios, por lo cual se llamará
y será Dios por participación".
Los actos de un alma movida así por el Espíritu serán (así los
llaman los místicos) divinos, pues son hechos y movidos por Dios
(Llama de amor viva, c. 1, n. 4). "A medida que el Espíritu Santo
toca las cuerdas de nuestro corazón, nuestra alma debe ser como un
arpa dócil en los dedos de este artista divino..." (cfr. D. Columba
Marmion, Le Christ, ideal du mrine, c. 14, p. 443). El valor de los
actos de un alma unida así a Dios será incomparablemente mayor que
los de un alma que no esté tan unida al Señor. Sigamos oyendo a
S. Juan de la Cruz: "Esos actos de amor son preciosísimos, y merece
en uno y vale más que cuanto había hecho en toda la vida sin esa
transformación por más que ello fuere... porque la voluntad de Dios y
del alma es una, y así la operación de Dios y de ella es una" (Llama,
c. 3, n. 78). Y así nuestra acción viene a identificarse con la acción de
Cristo, como lo expresa D. Columba Marmion, al referirse al modo
como hemos de rezar el Oficio divino: es como si Cristo mismo nos
dijera: "Prestadme vuestros labios y vuestros corazones para que pueda
prolongar mi oración aquí abajo, mientras que en lo alto ofrezco mis
méritos al Padre" (ibíd., p. 434). Es Cristo mismo quien ora y trabaja
en nosotros, cuando nosotros oramos y trabajamos: "oramos, pues, a
El, por El y en El, y decimos con El y El dice con nosotros; decimos
en El, dice en nosotros la oración de este salmo", dice S. Agustín (Enarr.
in Ps. LXXXV, 1 PL 37, col. 1082).
Esta es nuestra máxima fuerza apostólica, éste es el sentido más
profundo de la renovación a que aspiramos: nuestra deificación, que
sea el Espíritu omnipotente del Padre y del Hijo quien viva y obre
en nosotros. A esto nos invitan el Año Santo y la Congregación Gene-
ral: a que, con la divina gracia, logremos esta total transformación en
Dios, dejemos obrar libremente a Dios en nosotros, lleguemos a obtener
que sea el Espíritu quien viva en nosotros, nos inspire, nos fortalezca,
de modo que, como el Espíritu, nuestro corazón gima también "con
gemidos inenarrables" (Rom. 8, 26).
Se habla hoy mucho de transformación del mundo por la justicia
social e internacional, pero la base de toda transformación está en el
corazón mismo de los hombres: mientras nuestro corazón no llegue
a este supremo grado de transformación en Dios, muy débiles serán
nuestros esfuerzos. Y aunque seamos conscientes de que muy pocas al-
mas escogidas pueden llegar a esta perfecta transformación en Dios, no
debemos dejar de aspirar a este ideal, insistir en él y tratar de acer-
548 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

caraos a él. Si queremos llegar a la máxima eficacia en la transforma-


ción del mundo tenemos que pedir al Señor esa profunda transforma-
ción personal divinizante, que sólo el Espíritu Santo (el Espíritu de
Cristo) puede realizar.
En la fe de Jesucristo crucificado y resucitado, cum María matre
eius, preparémonos al nuevo Pentecostés del Año Santo y de la Con-
gregación General, que venga a deificar el cuerpo todo de la Compañía,
los individuos, las comunidades, las Provincias: que todos recibamos
el Espíritu santificador que nos transforme y divinice. Las mismas es-
tructuras externas, como fruto de la divinización del cuerpo de la Com-
pañía y de los individuos, se verán también como divinizadas y podrán
contribuir a sostener el verdadero espíritu ignaciano y serán vehículos
vivientes de la circulación espiritual de la cabeza a los miembros y de
los miembros a la cabeza.
La Compañía así divinizada podrá "impetrar mucha participación
de los dones y gracias (de Dios) y mucho valor y eficacia a todos los
medios que se usaren par la ayuda de las ánimas" (Const. 723).
¿Queremos de veras crear en nosotros el hombre nuevo que requie-
ren los tiempos actuales? ¿Queremos de veras construir a nuestro alre-
dedor el mundo nuevo que la humanidad necesita? Nos es menester ol-
vidar lo de atrás y mirar hacia adelante: "dando al olvido lo que ya
queda atrás, me lanzo hacia la meta, hacia el galardón de la soberana
vocación en Cristo Jesús". (Flp 3, 13-14). No podemos dar un paso atrás.
Que la próxima solemnidad del Corazón de Jesús nos ayude a dar
ese nuevo paso adelante, a procurar ese nuevo acceso a Cristo, de que
nos habla el Papa, a convertirnos más total y definitivamente al Señor,
al modo de Ignacio, Javier, Borja y tantos otros hijos de nuestra
Compañía.
Cuando el 31 de agosto de 1550 la caravana montó a caballo cami-
no de Roma y se alejó de Gandía, para ir a celebrar el Año Santo,
cuenta la historia que Carlos de Borja, hijo de S. Francisco de Borja,
seguidamente hizo tapiar la puerta por la que su padre había salido
de la villa; y que cuando la caravana llegó como a dos tiros de piedra
del poblado, se volvió el Santo Duque para saludar a Gandía por última
vez y después comenzó el salmo "In exitu Israel de Aegypto": "la-
queus liberatus est et nos liberati sumus in nomine Domini" (cfr. Suau,
Hist. de S. F. de Borja, Zaragoza, 1963, p. 186). Dos años antes, Borja
había ya hecho los votos de la Compañía en secreto: desde aquel 31 de
agosto de 1550 Borja no pensó ya más, como su maestro Ignacio, sino
en la gloria de Dios y en el servicio de la Iglesia. Nunca más dio un
paso atrás.
19. Coló quio con el Señor (18. VI. 7 5 )

Señor, estamos aquí en tu presencia, a tu alrededor, como tus dis-


cípulos, para escuchar tus enseñanzas y tus consejos, para una charla
íntima contigo, como los apóstoles, cuando con toda confianza te de-
cían: "Señor, enséñanos a orar" (Le. 11, 1); "Señor, explícanos la pa-
rábola" (Mt. 13, 36).
Con la confianza que nos inspiran tus palabras: "Vosotros sois
mis amigos (Jn. 15, 14); "No os llamo ya siervos..., a vosotros os he
llamado amigos" (Jn. 15, 15), tenemos tantas cosas que decirte, tenemos
necesidad de escuchar tantas cosas de ti: "Habla, Señor, que tu siervo
escucha" (1 Sam. 1, 39). "Porque hablas como jamás un hombre ha
hablado" (cfr. Jn. 7, 46). "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes pala-
bras de vida eterna" (Jn. 6, 69).
Estamos ciertos, Señor, de que tus promesas son sinceras y no en-
gañan: "Pedid y se os dará..., llamad y se os abrirá" (Mt. 7, 7). Ani-
mados con estas palabras, queremos hoy pedirte muchas cosas, que en
definitiva se reducen a una sola: "Venga tu Reino." Hágase tu volun-
tad" (Mt. 6, 10). En esto se resume todo lo que te pedimos; sin em-
bargo, aunque no sea más que por desahogo del corazón, queremos ha-
certe una serie de peticiones, como lo hacían los que te rodeaban en el
tiempo del Evangelio. Tú que eres el Sí a disposición del Padre: "El
Hijo de Dios no fue 'sí' y 'no', en El no hubo más que Sí" (2 Cor, 1,
19), responde con un sí a nuestros pedidos.
Señor, cuando me siento ciego y sin luz para comprender lo que
debo hacer yo, o sugerir a los otros, vienen a mis labios las palabras
del ciego del evangelio: "Señor, que vea" (Le. 18, 41). Da luz a mis
ojos para que puedan ver siempre la realidad verdadera y no me deje
engañar por la falsa apariencia del mundo.
Cuántas veces me cuesta dar oídos a tus palabras, cuántas veces
permanezco sordo a tus llamadas, a tus órdenes, a tu misión. Repíteme,
Señor, también a mí lo que dijiste al sordomudo: " 'Effetá', que quiere
decir 'Ábrete'" (Me. 7, 34), y mis oídos se abrirán y escucharé aquella
tu voz tan profunda y sutil, que no llego a distinguir en el estruendo
del mundo. Dame, sobre todo, sensibilidad y prontitud para escuchar,
550 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

para que pueda oír cuando llamas a mi puerta: "Mira que estoy a la
puerta y llamo" (Ap. 3, 20).
A veces, Señor, me encuentro interiormente tan pobre, tan sucio,
tan lleno de heridas, peor que las de la lepra, casi todo "una llaga" y
una "úlcera" (E. E., 58): extiéndeme tu mano, como hiciste con el
leproso del evangelio: "Si quieres, puedes limpiarme" (Mt. 8, 2), te
pido que pronuncies la palabra todopoderosa: "Quiero, queda limpio"
(Mt. 8, 3 ) ; y mi cuerpo quedará limpio como la carne de Naamán,
después de haberse lavado en las aguas del Jordán (cfr. 2, R. 5, 14), y
mi alma se hará pura y sin mancha, como la de aquellos q«e lavaron
sus vestiduras en la sangre del Cordero (cfr. Ap. 7, 14).
La debilidad de mi alma me da a veces la sensación de decaimien-
to, como de morir. Por eso te pido, desde lo más profundo de mi ser,
como el Centurión: "Di una sola palabra y mi criado quedará sano"
(Mt. 8, 8 ) ; que también yo pueda decirte con la misma fe: "y tu criado,
es decir, mi alma, quedará sana". Me queda un consuelo, el de que mi
enfermedad, como la de Lázaro, no sea "de muerte, antes sea para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella"
(Jn. 11, 4). Enfermo como estoy, quiero decirte con las hermanas de
Lázaro: "Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo" (Jn. 11, 3 ) ;
quiero escuchar de tus labios las palabras que dijiste a Marta: "Yo soy
la resurrección y la vida" (Jn. 11, 25); y si me preguntases como a
Marta: "¿Crees esto?", quisiera poder responderte como ella. "Sí,
Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que va a
venir al mundo" (Jn. 11, 27).
Y si mi debilidad fuese tal que deba decirse de mí, como de Láza-
ro: "Ya huele mal" (Jn. 11, 39), tengo, sin embargo, la confianza de
que tú mandarás con voz imperiosa: "Sal fuera" (Jn. 11, 43) y yo
volveré de nuevo al mundo con una vida nueva, mientras se caen todas
mis ataduras por orden tuya: "Desatadle y dejadle andar" (Jn. 11, 44).
Así podré seguir sin tardanzas el camino de tu voluntad.
Señor, otras veces, el peso de mi responsabilidad sacerdotal me
aplasta, viéndome tan poca cosa delante de mi vocación, tan superior a
mis propias fuerzas que me veo tentado a decirte como Moisés: "¿Por
qué tratas tan mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus
ojos?... No puedo cargar yo solo con todo este pueblo, es demasiado
pesado para mí. Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado
gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventura" (Nm. 11, 11.14-
15). Pero, apresúrate a darme la misma respuesta que diste a Moisés:
"¿Es acaso corta la mano de Yahveh? Ahora vas a ver si vale mi pala-
bra o no" (Nm. 11, 23).
Si en ciertos momentos de desaliento y de abatimiento me parece,
como a los apóstoles, sumergirme y casi ahogarme, vuelven a resonar
en mi alma las palabras de ánimo y de dulce reproche que dijiste a
Pedro: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt. 14, 31). "Au-
menta, Señor, nuestra fe" (Le. 17, 5). Tenemos sed, como la Samarita-
na, y sentimos la necesidad de ese agua viva que sólo tú nos puedes dar:
"Dame de ese agua, para que no tenga más sed" (Jn. 4, 15).
a
PARTE 2. / n.° 19 551

Señor, se está aquí tan bien en tu presencia que, como Pedro,


querríamos hacer tres tiendas para quedarnos contigo: pero sabemos
que este estar aquí contigo, en estas horas serenas, no puede ser sino
por poco tiempo, porque "la mies es mucha y los obreros pocos" (Mt. 9,
37), y tú nos mandas a trabajar por ti en el mundo: "Id también voso-
tros a mi viña" (Mt. 20, 4 ) ; "Id por todo el mundo, y proclamad la Bue-
na Nueva a toda la creación" (Me. 16, 15). Sí, nosotros iremos a tra-
bajar por ti en tu viña, pero nuestro corazón se quedará aquí, a tus
pies, atento, como María, para escuchar tus palabras de vida eterna
(cfr. 10, 42); como tu Madre, que "conservaba cuidadosamente todas
las cosas en su corazón" (Le. 2, 51), para gustar también nosotros tus
palabras en nuestro corazón. Enséñanos a ir y a quedar, a trabajar por
ti sin separarnos de ti, a ser contemplativos en la acción, a experimen-
tar en nuestro corazón tu presencia de "dulce huésped del alma".
Conscientes de que las necesidades del apostolado son innumera-
bles, estamos aquí a tu disposición: danos la misión que quieras, mán-
danos a donde quieras, porque: "Por Yahvéh y por tu vida, Rey mi
Señor, que donde el Rey mi Señor esté, muerto o vivo, allí estará tu
siervo" (2 Sam. 15, 21).
Danos tu fuerza para cumplir nuestra misión, la misma fuerza que
diste a los apóstoles, cuando los llamaste para seguirte, la que diste a
Mateo, cuando le dijiste: "Sigúeme. El se levantó y le siguió" (Mt. 9,
9). Para que se renueve nuestro fervor, repítenos, Señor, aquellas tus
palabras que son una invitación y una promesa al mismo tiempo: "Ve-
nid en pos de mí y os haré pescadores de hombres" (Mt. 4, 19). Y
danos valor para que nos hagamos "sal de la tierra" y "luz del mun-
do" (Mt. 5, 13-14).
Dinos lo que hemos de hacer. Siguiendo el consejo de tu Madre
en Cana: "Haced lo que él os diga" (Jn. 2.5), estamos ciertos de que,
si acogemos tus palabras, tu fuerza todopoderosa no" sólo cambiará el
agua en vino, sino que hará de nuestros corazones de piedra corazones
de carne (cfr. Ez. 11, 19). Por eso te pedimos: "ayuda a mi falta de fe"
(Me. 9, 23).
Contemplando esta hostia a la luz de la fe, reconocemos en ella a
Aquel que dijo de sí mismo antes de venir al mundo: "He aquí que
vengo a hacer tu voluntad" (Hb. 10, 9 ) ; a Aquel que colmó su vida en
la cruz con el "todo está cumplido" (Jn. 19, 30); a Aquel que vuelto
al seno de la Trinidad, de donde había salido, está sentado en el trono;
y unidos a los veinticuatro ancianos del Apocalipsis queremos repetir:
"Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que era, que
es, que va a venir... Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la
gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo, por tu
voluntad fue creado lo que no existía" (Ap. 4, 8.11).
"Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso;
justos y verdaderos tus caminos, ¡oh, Rey de las naciones! ¿Quién no
temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo,
y todas las naciones vendrán y se prosternarán ante ti" (Ap. 15, 3-4).
552 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Sentimos que desde esta hostia, trono humilde y escondido, nos di-
ces: " Y o soy la vida y vosotros los sarmientos" (Jn. 15, 5 ) ; " Y o soy el
camino, la verdad y la vida" (Jn. 14, 6 ) ; "Vosotros me llamáis 'el
Maestro' y 'el Señor' y decís bien, porque lo soy" (Jn. 13, 13). Por eso
no podemos sino repetir como en el Apocalipsis: "Ven" (Ap. 22, 17).
Que podamos también nosotros ser dignos de escuchar tu respuesta: "El
que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente
agua de vida", y tu infalible promesa "Sí, pronto vendré" (Ap. 22, 20).
"Amén, Ven, Señor Jesús" (ib.).
20. Enséñame tus caminos.

Oración de súplica (17. VI. 76)

Señor, hoy es el día de Corpus Christi y en este momento estás


dentro de nuestro corazón, en cada uno de los miembros del Consejo
Ampliado, de mis consejeros, los que me ayudan a llevar el peso de la
gran responsabilidad que supone la dirección de la Compañía; des-
pués del diálogo que hemos tenido estos días, te pido desde el fondo
del alma que me ilumines y nos ilumines en un punto fundamental.
Para mí el diálogo y la conversación íntima contigo, que estás
realmente presente en la Eucaristía y me esperas en el Tabernáculo,
ha sido siempre y es todavía fuente de inspiración y de fuerza; sin
ellos no podría sostenerme, cuánto menos llevar el peso de mis respon-
sabilidades. La Misa, el santo Sacrificio es el centro de mi vida: no
puedo concebir un solo día de mi vida sin la celebración- eucarística o la
participación en el sacrificio-banquete del altar. Sin la Misa mi vida
quedaría como vacía y desfallecerían mis fuerzas: esto lo siento pro-
fundamente y lo digo...
Pero, por otro lado, oigo, veo y siento decir que tu presencia en
el Sagrario les tiene tan sin cuidado que no te hacen una sola visita
durante el día y nuestras capillas se ven desiertas, sin que se acerque
nadie a saludarte. Más aún: afirman que tu presencia en nuestras co-
munidades no es necesaria..., que no te necesitan...
Reconocen en la Misa valor infinito, pero dicen que no se debe
celebrar todos los días, pues eso es demasiado para una cosa tan gran-
de; y sostienen que no se debe celebrar si no hay una comunidad que
participe en el Sacrificio... Y todo esto lo apoyan en argumentos teoló-
gicos, psicológicos, sociales, litúrgicos... y en pareceres de personas que
ocupan puestos de gran responsabilidad en la Compañía, de formado-
res de nuestros jóvenes, de profesores de teología. Hablan también de
su propia experincia personal, que les hace prescindir de Ti en el Sa-
cramento porque aseguran que te encuentran mejor y más fácilmente en
el trabajo, en los prójimos, etc.
554 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

¿Será verdad? Yo no dudo de su buena voluntad, de su veracidad


subjetiva, pero no lo entiendo. ¿Se equivocan ellos o es que Tú has
cambiado de modo de ser y de alimentar a las almas para el difícil tra-
bajo apostólico actual?
Señor, ¡no entiendo! ¡Doce me! Siento, por una parte, la eviden-
cia de mi experiencia personal y de otros muchos compañeros, que
sienten como yo. ¿Es que estamos ya anticuados? ¿Esa nueva manera
de pensar y de actuar en las cosas del espíritu es hoy la correcta? Te
pido luz, pues no quiero caer en lo que San Ignacio prevenía: que el
mayor error de un director espiritual es "querer llevar a tados por su
propio camino": no, Señor, sé que hay muchos caminos y que hay
que conceder amplia libertad para que tu Espíritu actúe "como Tú
deseas".
Pero, por otra parte, meditando la vida de Ignacio, las Constitucio-
nes, sus cartas, viendo toda la tradición de la Compañía hasta ahora, y
sobre todo recordando a los jesuitas Santos de todos los tiempos, descu-
bro que la Eucaristía, la Misa, el Sagrario han sido el alimento, la
inspiración, el consuelo, la fuerza de tantas empresas que han edificado
a todo el mundo y han hecho que la Compañía fuera como un grupo
de hombres alrededor de la Eucaristía.
Precisamente hoy, cuando el mundo ha cambiado tanto y se ha
secularizado de un modo tan impresionante, cuando las necesidades
de la humanidad nos exigen un apostolado y un servicio mucho más
peligroso y difícil que antes, parece que deberíamos tener más necesi-
dad de un contacto íntimo y continuo contigo para poder ganar el
mundo para Ti, pero es precisamente ahora cuando se diría que hay
muchos jesuitas que, si no de palabra, al menos con los hechos pare-
cen mostrar que no te necesitan. ¿Es verdad? ¿Son sinceros? ¿No se
engañan?
Yo estoy dispuesto, Señor, a estudiar el problema, para ver los
efectos aceptables que estos cambios culturales y de mentalidad traen
consigo. Indícame, Señor, tus deseos, tus modos de actuar en estas
nuevas circunstancias, las formas de expresión que sean inteligibles
para todos. Pues, si es necesario acomodarme a las nuevas circunstan-
cias, antes de cambiar nada, deseo tener una prueba clara de tu parte,
ya que un cambio erróneo en esta materia podría ser mortal para toda
la Compañía. Señor, ilumínanos: "Vias tuas, Domine, edoce me" (Sal
24, 4).
a
Sección 3 .

Conferencias, diálogos, comunicaciones

21. Sobre el Apostolado de la Oración (4-V-74). A los Secretarios


nacionales.

22. La formación del jesuita (22-XI-77). Encuentro con jesuitas


canadienses.

23. Ante el reto de la renovación (111-78). A jesuitas ingleses.

24. El superior local (IH-78). A los superiores ingleses.

25. El corazón de Cristo y la Compañía (9-VI-72). Carta a toda la


Compañía.
21. Sobre el Apostolado de la Oración.

(4. V. 7 4 ) . A los Secretarios nacionales

Importa sobremanera que nos demos cuenta del valor que tiene el
A. O. en el momento histórico actual, de las nuevas oportunidades que
se le presentan y de la eficacia que puede tener en las presentes cir-
cunstancias, ya que el mundo se encuentra hoy no sólo en una encruci-
jada, sino en un momento de creación de una nueva cultura y de una
nueva humanidad.
La historia de la humanidad es la historia de la salvación; la filo-
sofía de la historia viene a coincidir con la teología de la historia. Es
el Espíritu de Dios —que renueva la faz de la tierra— el que dirige la
historia de la humanidad. El hombre hace sus planes, pero Dios es
quien rige el mundo: "el corazón del hombre medita su camino, pero
es Yahveh quien asegura sus pasos" (Prov 16, 9).
Podemos entrever esa acción oculta del Espíritu a través de los
signos de los tiempos. El mundo, los fenómenos sociales, el curso de la
humanidad son como un libro escrito por un doble autor: el Espíritu
de Dios y la libertad humana, unidos en colaboración y formando un
consorcio que es verdadero misterio: misterio de la Providencia y de la
sabiduría infinita, por un lado, y por el otro el misterio de la libertad
humana. "Pues sabemos que la creación gime hasta el presente y sufre
dolores de parto..." (Rom 8, 22).
El A. O. puede y debe ser una gran fuerza de transformación del
mundo.
Si hablo aquí de "mundo", no lo entiendo en un sentido filosófico
y general, sino concreto e histórico: el conjunto de los hombres y de
las cosas que constituyen nuestro mundo actual. Es el mundo que ha
tenido presente el Concilio:
"El mundo de los hombres, la entera familia humana con el conjun-
to universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro
de la historia humana, señalado por los esfuerzos del hombre, sus fra-
casos y sus victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y
PARTE 2.» / n.° 21 557

conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del


pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder
del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito di-
vino y llegue a su consumación" (GS. 2).
Esta transformación, de la que aquí se habla, se opera por la asun-
ción del mundo en Cristo, "para hacer de él, comenzando ya desde esta
tierra", una nueva creación que alcanzará su plenitud el último día
(cf. AA 5). Cristo resucitado es el comienzo de esta nueva creación.
Primatum habens.
Y este comienzo está dinámicamente presente en la Iglesia —pri-
mitiae creationis novae— como una fuerza transformadora. Esta fuerza
obra por la Palabra del Evangelio y por los Sacramentos en toda la
Comunidad eclesial, y se extiende sobre todas las criaturas, "que es-
peran la manifestación de la gloria de los hijos de Dios" (Rom 8, 19).
En la Iglesia, el Apostolado de la Oración es un órgano privilegia-
do de esta fuerza, "canaliza", hace presente y operante esta fuerza, ayuda
a los cristianos a vivir y a obrar en esta fuerza. Así, el A. O. es un
medio de elección "para llevar a la perfección" a nuestros hermanos y
hermanas en la Iglesia (fin de la Compañía).
Veamos ahora más de cerca cómo es el A. O. un instrumento
para la transformación del mundo: los hechos y las potencialidades.
Quisiera yo distinguir tres niveles, íntimamente ligados: el cristia-
no individual; la dimensión social: la Iglesia; la dimensión cósmica:
el mundo.

I. La transformación de la vida del cristiano

En el plano de la libertad, del acto moral, libre. Esencial para el


acto libre es la intención. Demos toda su fuerza a la palabra "intención".
No la intención como a veces es considerada mezquinamente, concebida
de una manera demasiado exclusivamente voluntarista, en el plano de
la voluntad, sino más bien como en la gran corriente de la tradición es-
colástica, como perteneciente ante todo al entendimiento. (Hoy habla-
ríamos tal vez más fácilmente de "mentalidad", de la "dimensión" de la
conciencia). Podríamos decir que la intención es la que da la forma al
acto. En un solo acto puede haber varias intenciones. Una intención pue-
de también ser más o menos "actual".
La gran intención del cristiano es la identificación con la intención
del Dios Creador, como dice el Concilio en el texto citado más arriba:
"Dios mismo quiere, en Cristo, reasumir el mundo entero, para hacer
de él una nueva creatura" (AA 5), o como lo dicen los Ejercicios en el
Principio y Fundamento: identificación —también y por eso mismo—
con la intención de Cristo, como está expresada en el "Reino" de los
Ejercicios.
Esta intención ha sido aceptada por el cristiano en el momento del
bautismo. Mas, para que la vida cristiana llegue a ser más perfecta, es
558 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

preciso que esta intención transforme ("informe") su mentalidad y pue-


da llegar a ser una dimensión "actual" de su conciencia.
El A. O. ayuda a actualizar esta intención poniéndola en "la ac-
tualidad": haciendo presentes a la conciencia del cristiano las grandes
intenciones actuales de la Iglesia.
Esta intención actualizada y actual puede transformar la vida del
hombre. Viviendo en esta nueva dimensión, el cristiano sentirá también
más intensamente la llamada de la voluntad de Dios, estará más abierto
para responder a ella.
Y como esta actualización de la intención se hace porcuna confor-
mación a las grandes intenciones de la Iglesia, expresadas por el Santo
Padre, el cristiano vivirá, por eso mismo, más intensamente también
con la Iglesia. De este modo llegamos al aspecto social, la gran preocu-
pación actual del Santo Padre, que debe integrarse en el A. O.

II. Transformación = conformación con la Iglesia y en la Iglesia

Podría parecer una tautología hablar del carácter eclesial del A.O.
Sin embargo, existen quizá en la vida de la Iglesia de hoy aspectos co-
munitarios, a los cuales, como ya lo he dicho, el A.O. parece quedar un
poco demasiado extraño.
Hoy existen en la Iglesia muchos movimientos de oración comu-
nitaria: las "casas de oración", la oración en las comunidades de base,
en las Comunidades de Vida Cristiana, el redescubrimiento de la ora-
ción en común en las comunidades religiosas, y tantas otras formas. El
Espíritu Santo trabaja en las almas y en los grupos de cristianos.
Podemos recordar aquí las palabras que el Santo Padre mismo ha
dirigido a los participantes en un congreso de grupos de oración: "Nos
nos alegramos con vosotros de la renovación de vida espiritual que se
manifiesta hoy en la Iglesia, bajo diferentes formas y en diversos me-
dios. En esta renovación aparecen ciertas notas comunes... el deseo de
entregarse totalmente a Cristo, una gran disponibilidad a las llamadas
del Espíritu Santo, un contacto más asiduo con la Escritura, una am-
plia dedicación a los hermanos, la voluntad de aportar un concurso a los
servicios de la Iglesia. En todo esto podemos reconocer la obra miste-
riosa y discreta del Espíritu, que es el alma de la Iglesia..." (L'Osserva-
tore Romano, 11 oct. 1973, p. 2).
Se puede comprobar también que son numerosos los jesuitas que
participan activamente en estos movimientos.
El A. O., que en sus intenciones es eminentemente eclesial, todavía
conserva un poco demasiado su forma antigua y su tendencia a limitarse
a la dimensión individual.
Yo desearía que el A. O. entrara más de lleno en este movimiento
multiforme de solidaridad por la oración que hoy vivimos en la Igle-
sia —sin perder nada de su fuerza en la vida de cada cristiano—. Que
el A. O. viva y exprese esta solidaridad por la oración no sólo en las
intenciones comunes y en las comunicaciones escritas, sino que busque,
a
PARTE 2. / n.° 21 559

con creatividad, formas de oración en común, en las comunidades re-


ligiosas, en las parroquias, etc.

— Por el ejercicio de la oración de intercesión en la comunidad


local. Esta oración de intercesión se encuentra quizá un poco
olvidada hoy, o, al menos, no es muy aceptada, por más que
sea tan natural y tan humana.
—• Entrando en los grupos de oración que existen, para comuni-
carles la inspiración propia del A. O., y lo mismo en las otras
fuerzas activas apostólicas. (Quizá estos grupos a veces están
un poco cerrados sobre sí mismos. Importancia de las inten-
ciones actuales de la Iglesia).
— Aceptando la palabra de orden del Santo Padre para el Año
Santo: la realización de una verdadera reconciliación.
— explicitando las posibilidades que nos da hoy la celebración
litúrgica para la oración de intercesión.
— Y con tantos otros modos que el Espíritu os sugerirá, el Espíritu
que da a cada uno y a cada época "prout vult".

III. La transformación eucaristica del mundo

El A. O. ha tenido siempre un carácter eucarístico. Podría decirse


que el Concilio ha hecho suya la actitud espiritual que se vive en el
A. O., al decir:
"Todas sus obras (las obras de los laicos), sus oraciones e iniciati-
vas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo de cada día, el
descanso de alma y cuerpo, e incluso las mismas penas de la vida, si se
sobrellevan con paciencia, se convierten en sacrificios espirituales, acep-
tables a Dios por Jesucristo (1 Pedr. 2, 5), que en la celebración de la
Eucaristía son ofrecidos piadosamente al Padre con la oblación del cuer-
po del Señor. De este modo, también los laicos, como adoradores que en
todo lugar actúan santamente, consagran a Dios el mundo mismo"
(LG 34).
Esta "consagración del mundo" es una transformación y una santi-
ficación. El Concilio menciona esta transformación y esta santificación,
al hablar de los religiosos y de los laicos:
"Los religiosos, por su estado, proporcionan un preclaro e inestima-
ble testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a
Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. Los laicos.., están llamados
por Dios para que, desempeñando su propia profesión guiados por el
espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como des-
de dentro, a modo de fermento" (LG 31).
Por el misterio pascual los hombres han sido puestos en condiciones
de colaborar en la transformación del mundo humano y natural, transfor-
mación celebrada y hecha misteriosamente presente en la Eucaristía,
"sacramento del mundo".
560 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

"A todos los libera para que, con la abnegación propia y el empleo
de todas las energías terrenas en pro de la vida humana, se proyecten
hacia las realidades futuras, cuando la propia humanidad se convertirá
en oblación acepta a Dios. El Señor dejó a los suyos las arras de esta
esperanza y un alimento para el camino en aquel sacramento de la fe,
en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se
convierten en su Cuerpo y en su Sangre gloriosos. Esta es la cena de la
comunión fraterna y una anticipación del banquete celestial" (GS. 38).
He ahí la fuerza y el dinamismo del A. O. en este mundo en devenir,
órgano e instrumento de esta espiritualidad eucarística y eclesial, que
vive de esta gran intención de la Iglesia:
"Así la Iglesia ora y trabaja a la vez, para que la totalidad del
mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del
Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador y Pa-
dre del universo todo honor y toda gloria" (LG. 17).

Conclusiones prácticas

A) Lo que podría hacer el A. O.

Prácticamente, ¿cómo puede ayudar el A. O. al mundo moderno?

1. Ensenando a orar.—Existe hoy una verdadera sed de contacto


con Dios, de experiencia de Dios, de diálogo con Dios. Pero no se sabe
orar. El "doce nos orare" (Le 11, 1) es de una actualidad vital. Enseñar
a orar es uno de los primeros apostolados hoy; es colaborar con el
Espíritu y poner la base de toda otra actividad espiritual, interior y
apostólica. Sin oración no puede haber apostolado de la oración; por
eso, el primer apostolado del A. O. es enseñar a orar. Y orar en su
doble dimensión: personal y comunitaria. Dos aspectos, dos formas
de orar que se complementan, y cada una es estímulo para la otra.

2. Mostrar el significado y la realidad del apostolado de hoy.—Ex-


poner la realidad del mundo con toda su dramaticidad y mostrar la
urgencia que el mundo tiene de encontrar una solución, la cual sólo
puede venir de Dios, que obre y mueva a los hombres para que actúen
según su Espíritu. Cuando se comprende la urgencia del apostolado y
las dificultades a que debe hacer frente, entendiendo el apostolado en
toda su amplitud, será mucho más fácil que la oración brote espontá-
neamente.

3. El A. O. como servicio a la humanidad.—Alguno de los grupos


ha señalado esta idea: de dar al A. O. el sentido de servicio a la hu-
manidad, es decir, de orientar la oración y la espiritualidad del A. O.
a mover a las almas a la acción en servicio de los prójimos, en toda la
vasta gama de servicios que la Iglesia nos presenta hoy como propia
de los cristianos.
PARTE 2.» / n.o 21 561

No que vayamos a transformar el A. O. en un grupo de activistas,


pero tampoco reducirnos a ser un grupo que ora, pero no siente sus
responsabilidades y la necesidad de su cooperación efectiva ante los pro-
blemas del mundo que le rodea.
Hoy más que nunca, el mundo es sensible a aquellas palabras del
Apóstol Santiago: "De qué sirve, hermanos, que alguien diga: tengo
fe, si no tiene obras?... Así también si la fe no tiene obras, está real-
mente muerta" (Sant 2, 14-17).
Es preciso combinar la oración con la acción de servicio. Esta idea
tan ignaciana y tan propia también del pasado Papa Pablo VI (cf.
"Octog. adv." 48-49) debe ser atentamente meditada y considerada, con
el fin de lograr integrar el servicio que ya presta el A. O. por medio
de la oración, con otros servicios de orden social, caritativo, etc.

4. Enseñar de modo actual el significado de ser "contemplativus


in actione", de "encontrar a Dios en todo", del "contemplata tradere":
expresiones que denotan una realidad similar, aunque con matices en
el modo de considerar la vida espiritual. En el hombre espiritual, todo
debe tender a la unidad de una vida orientada "ad maiorem Dei glo-
riam".
5. Servirse mucho de la liturgia.—No solamente la santa Misa,
que es siempre el centro de toda liturgia, sino también las liturgias de
la palabra o para-liturgias, acomodándolas para atraer al mundo de hoy
a orar por el apostolado y la evangelización.

6. Cultivar el campo, todavía inexplorado, de la oración junto con


ios hermanos separados, y aun con otras religiones, como la musulma-
na, etc., que creen en el verdadero Dios. Campo inmenso, aunque deli-
cado, en el que el A. O. puede desarrollar una preciosa actividad. Es
cierto que la unidad de la Iglesia es obra del Espíritu .Santo, y que es
un misterio para el mundo de hoy el saber cómo se llegará a esa unidad,
pero es cierto también que la oración por la unión y la oración "uno
ore et uno corde" será uno de los medios más eficaces para llegar a la
unión completa en la fe. Todo lo que podamos hacer en esta dirección
será una excelente colaboración para la "unión de los cristianos", que
la Iglesia y el Santo Padre llevan tan en el corazón.

B) Lo que la Compañía debe hacer

1. Convencerse de que el A. O. conserva hoy su valor esencial, aun


cuando en sus manifestaciones exteriores y en sus aplicaciones deba
ser adaptado al mundo moderno.
Incluso hay que añadir que el A. O. es de más valor en nuestra
época, y que por tanto se impone un esfuerzo serio para utilizarlo en
toda su plenitud.
Para ello, nos toca (a vosotros y en especial a mí) presentarlo a la
Compañía de la manera más oportuna, mostrando toda su actualidad.
562 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

2. Orar por el A. O.—En las circunstancias presentes será muy


conveniente pedir al Señor por el mismo Apostolado de la Oración, para
que nos ilumine y nos ayude a encontrar soluciones en los problemas
fundamentales que ahora se ofrecen a nuestra Organización.
Y tengamos confianza que, si en algún caso, en éste no faltará el
Sagrado Corazón de cumplir su promesa de bendecirnos "ultra quam
speraverint..," y de ayudarnos. A nosotros toca esperar mucho, "dila-
tando spatia caritatis et spei".

3. Buscar más colaboradores.—Si el A. O. quiere realizar un tra-


bajo que sea resultado eficaz de su adaptación al mundo moderno, nece-
sita tener más colaboradores fuera, pero especialmente dentro de la
Compañía.
La dificultad de encontrar gente joven, que colabore con entusias-
mo y competencia, puede explicarse en gran parte por la evolución que
en todos los sectores del apostolado se está verificando en la Iglesia y en
la Compañía.
Más en concreto: en un apostolado como el vuestro, la dificultad
sube de punto, porque en él vienen a centrarse muchos y diversos pro-
blemas: de orden teológico, espiritual, psicológico, pastoral, etc. El
A. O. se relaciona con la Cristología, con las formas de la espiritualidad,
con el sentido psicológico de los símbolos, con los modos de actuar en
la pastoral y lo que ello supone de diversidad en las devociones y prác-
ticas externas, que hasta el presente habían caracterizado al A. O.
Por eso yo creo que para no caer en un círculo vicioso (no nos
renovamos porque no tenemos gente joven y no tenemos gente joven
porque no nos renovamos), tendríamos que ir en la dirección de dar al
A. O. una inyección de gente joven y procurar al mismo tiempo una
simultánea apertura de los métodos tradicionales que puedan ser re-
novados.
Hay que evitar dos extremos: querer que los jóvenes se adapten a
unos métodos y a una mentalidad que ellos consideran ya como obso-
leta, y obligar a los actuales moderadores a prescindir en todo de una
experiencia, de una tradición e incluso de una doctrina que tiene mu-
chos puntos válidos y esenciales, aunque tenga algunos elementos ya
superados.
Para poder tener una colaboración verdadera, espontánea y dura-
dera de los NN., es preciso que podamos presentar este apostolado como
una cosa de gran valor hoy, lo cual no se logra con la argumentación
de una imposición de fuera, sino con el convencimiento de razones inter-
nas y de experiencia y con la necesaria apertura para una experimenta-
ción bien fundada y sometida a una periódica evaluación.
Varias veces se ha hecho alusión a la falta de colaboración de parte
de los Superiores de la Compañía. Creo que nuestra labor de persuasión
debe empezar por algunos de ellos. Al establecer las prioridades de sus
Provincias con toda sinceridad y con sentido de responsabilidad, quizá
consideran al A. O. como algo que fue válido un día, pero que ha
perdido su actualidad. Nada obtendremos con echarnos mutuamente en
PARTE 2 . / n.° 21
A
563

cara los defectos: debemos, en una labor constructiva, entablar un diá-


logo constructivo para llegar entre todos, superiores, encargados del
A.O., jóvenes y menos jóvenes, a redescubrir los valores que sea menes-
ter redescubrir, y a poder dar al A. O. una imagen y una realidad que
exprese todo su valor actual y convenza a todos de su importancia. Esta
es la labor inicial que debemos hacer, si queremos un florecimiento
y una renovación del A. O. en las circunstancias modernas. Manos,
pues, a la obra, desde el momento que salgáis a vuestras Provincias,
que nosotros haremos aquí nuestra parte.

4. Perseverar en el estudio y en la adaptación de la exposición de


la devoción al Corazón de Jesús será otro gran servicio que el A. O.
puede prestar al mundo cristiano de hoy.
No solamente un estudio teológico, necesario para profundizar más
y más en el conocimiento de las "riquezas de la sabiduría y de la ciencia
de Dios" (Rom 11, 33), sino también un estudio pastoral de la exposi-
ción de la doctrina y de la práctica del culto. No podemos ser ciegos
a las dificultades que esto presenta hoy. Este es un punto de pedagogía
catequética bien difícil, y cuya solución supone el análisis de los di-
versos aspectos del problema: teológicos, psicológicos, simbólicos, afec-
tivos, estéticos, etc., que es preciso considerar de un modo práctico y
actual. Es claro que esto supone apertura, comprensión, prudencia y
paciencia; supone el colocarnos en la mentalidad de los demás, el
tratar de comprenderlos sin condenarlos 'a priori', aunque a veces se
nos haga difícil admitir ciertas posiciones, expresionas o manifes-
taciones.

Conclusión :

La devoción al Corazón de Jesús

Hemos de dar gracias a Dios por el don que ha hecho a la Com-


pañía de esta devoción. Es éste nuestro tesoro.
Esta devoción es característica del A. O. Ella "personaliza", hace
personal esta fuerza transformadora.
El Cristo glorioso es Aquel que se ha manifestado al Apóstol To-
más, mostrando las llagas causadas por nuestros pecados; es Aquel que
se ha manifestado a San Ignacio en La Storta, llevando la cruz en la
cual nos ha rescatado; es Aquel que nos ha manifestado sobre la cruz
su Corazón atravesado, hoguera de amor.
Esta atención amante al Cristo glorificado, herido por amor, "ag-
nus tamquam occisus", descubre el aspecto de sacrificio que lleva con-
sigo esta vida de oración y de acción por la transformación del mundo,
a la cual se consagran los miembros del A. O.
Sacrificio quiere decir sufrimiento, quiere decir olvido total de sí,
quiere decir muerte a sí mismo. El sacrificio no es sólo soportar con
paciencia las adversidades de la vida. El espíritu cristiano de sacrificio
564 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

es una actitud supremamente activa, es el don de sí —sin reserva— en el


amor, con una generosidad de dimensiones divinas. En retorno, se cum-
plirá en nosotros el "ultra quam speraverint", es decir, recibiremos gra-
cias extraordinarias para la salvación y la santificación del mundo de
hoy; obtendremos también el realizar de una manera particularmente
.•ficaz el fin de nuestra Compañía.
El espíritu cristiano de sacrificio llega a ser, en fin, un lugar
de amor en el cual el hombre grita (para tomar los términos muy fuer-
tes, casi duros, del Padre Teiíhard):
"Señor, enciérrame en lo más profundo de tu Corazón» Y, cuando
me tengas ahí, quémame, purifícame, inflámame, sublímame, hasta la
satisfacción perfecta de tus gustos, hasta la más completa aniquilación
de mí mismo".
22. La formación de Jesuita (22. XI. 7 7 ) .

Encuentro con jesuitas canadienses

El hecho mismo de formar aquí un pequeño grupo que engloba a


los formadores de la Provincia y a los que están en período de forma-
ción ( ¡ perdonadme estas expresiones!), a excepción de los que estudian
su teología en otras Provincias, me va a permitir limitar mis observa-
ciones sobre la formación. No será preciso hablar aquí de la necesidad
de preparar profesores de filosofía o de teología para los escolasticados
de la Compañía. Tampoco debemos poner a punto un programa de cur-
so o de estudios, o discutir sobre la opción entre grandes y pequeñas
comunidades para los escolares, etc. De este modo podremos concen-
trar nuestra atención sobre cuestiones centrales para nosotros.
Otra observación preliminar. La escasez de vocaciones, de novicios,
de escolares, la desaparición de grandes casas especializadas para la
formación, todo esto no debe engendrar en nosotros un^ sentimiento de
desánimo ante la perspectiva de una eventual extinción de la Provincia.
No debemos pretender hacerlo todo en la Iglesia. Lo que simplemente
se nos pide es hacer lo que podamos en función de nuestro número
y de nuestros recursos. Pero, con paz y con gozo, hemos de hacer todo
lo que podamos para extender el Reino, y todo ello con un estilo y de
una manera que sea propio de nuestra vocación.
El desarrollo de la formación, desde el postulantado hasta la inte-
gración completa en el cuerpo apostólico de la Compañía, ha de inte-
grar evidentemente diversos componentes:
— Tener en cuenta el mundo de donde proviene el candidato, su
problemática religiosa y profana.
— Ver la vocación o la misión para la que ha de formarse, la na-
turaleza del cuerpo apostólico en el que se va a integrar.
— Prever también el mundo y el trabajo a que ha de ser enviado.

No tengo por qué extenderme aquí ampliamente en la descripción


del mundo de donde proviene el candidato. Conocéis mejor que yo
566 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

sus características propias en vuestro país. Con todo, podemos anotar


que, a grandes rasgos, nuestro mundo está experimentando una evolu-
ción universal poco menos que caótica, con cambios rápidos, bruscos y
difíciles de prever. Este mundo se caracteriza también por un secula-
rismo triunfante, por asombrosos progresos técnicos y científicos, por
un alocado afán de consumo junto a grandes zonas de pobreza y de
indigencia, incluso en nuestro hemisferio occidental. Es también un
mundo en el que los derechos humanos son frecuentemente conculca-
dos por los gobiernos, por las luchas de clases o de individuos, un mun-
do de terrorismo. Pero a pesar de todo, en este mundo {jay grandes
aspiraciones y magníficos esfuerzos para hacer más humana y más justa
la sociedad, para desarrollar la fraternidad entre las personas y en
la comunidad de naciones. ¡Se tiene sed de verdaderos valores! Re-
cordemos los primeros párrafos de la Gaudium et Spes. Este documento
conciliar ilumina los acontecimientos y las corrientes de ideas de la
última década. Como dice también el decreto once de la Congregación
General XXXII, debemos afrontar "una dificultad peculiar de nuestro
tiempo... Las condiciones materiales de nuestro mundo... y el clima
espiritual por ellas suscitado, suelen producir en nuestros contemporá-
neos un vacío interior y una sensación de ausencia de Dios. Las ex-
presiones y signos religiosos de la presencia y acción de Dios, que
solían crear antes en los hombres un sentimiento de seguridad, a me-
nudo no llenan ya este vacío del corazón" (1).
Este es el mundo de donde proviene el candidato a la Compañía.
¡Surge de él casi por un milagro de la gracia! Tal es también el mundo
en el que tenemos que comprometernos. Pero, ¿con qué objetivos?
¿Cuál es el fin que nos fijan nuestra acción y nuestro compromiso? "Ha-
ced discípulos de todas las naciones... enseñándoles a guardar todo lo
que os he mandado" (2). "Seréis mis testigos... hasta los confines de
la tierra" (3).
Esta misión consiste, pues, en anunciar la Buena noticia de la
venida de Cristo y de su redención: que "Cristo ha muerto por nues-
tros pecados y ha resucitado al tercer día" (4).
La amplitud de esta misión puede asustarnos, pero según la palabra
que confirmó al profeta Jeremías, "irás a los que te envíe yo, y dirás
lo que yo te mande" (5).
Dos mil años de historia dan testimonio de lo que comprende este
mensaje y esta misión. La evangelización ha adoptado formas muy va-
riadas, como lo prueba la vida de todos los santos y de todos los pue-
blos que han acogido esta Palabra. La única constante ha sido siempre
el anuncio de Jesucristo, el testimonio de su vida en el mundo. ¡Y
este testimonio va mucho más lejos que la expresión de una palabra!

(1) C G . X X X I I , Decr. 11, n. 7.


(2) Mt. 28, 19 s.
(3) Hech. 1, 8.
(4) 1 Cor. 15, 3.
(5) Jer. 1, 7.
PARTE 2 . / n.° 22
a
567

Nuestra vocación ha de precisarse en función de este mundo, pero


nosotros ejercemos en él una presencia apostólica que tiene sus rasgos
peculiares. El Santo Padre no ha dudado en decirlo a la Congregación
General, insistiendo en ello con fuerza: Somos un grupo sacerdotal,
apostólico y religioso, que vive una relación especial de servicio y de
obediencia hacia el Vicario de Cristo. Por lo mismo, nosotros tenemos
"una espiritualidad de fuertes trazos, una identidad inequívoca..., méto-
dos que, pasados por el crisol de la historia, siguen llevando la impronta
de la fuerte espiritualidad de San Ignacio" (6).
Acogemos con alegría esta insistencia: Venimos de San Ignacio,
de Manresa, de Montmartre.
Sin pretender realizar aquí un desarrollo sistemático, permitidme
repasar ahora algunos rasgos absolutamente esenciales de nuestra espi-
ritualidad. Hay que asimilarlos e integrarlos bien, so pena de desvia-
ciones profundas en nuestra concepción del ideal mismo de la Com-
pañía y de errores en los objetivos fijados para la formación.
Me refiero al ideal y a una perfección que hay que lograr, sabiendo
bien que somos pecadores; pero la conciencia de nuestra fragilidad
no puede jamás ser excusa para devaluar nuestro ideal. Si pues, nos-
otros, pecadores como somos, no fijamos claramente dicho ideal con
gran lealtad, no podremos realizar los objetivos esenciales de la for-
mación. Perdonadme que insista sobre puntos probablemente obvios,
pero los llevo muy en el corazón, y deben ser muy queridos a todos.

1. En mi carta del año pasado "Sobre la Integración de la vida


espiritual y del apostolado" he insistido con energía en la necesidad de
una experiencia personal profunda de Dios, de un conocimiento vivo
en Jesucristo, de una familiaridad con nuestro Dios-Salvador. Esto re-
pite, por otra parte, la misma doctrina de San Pablo: "Todo lo consi-
dero pérdida en comparación del bien supremo del conocimiento de
Jesucristo, mi Señor" (7). "Se trata de conocerle a El,'y el poder de su
resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome
a El en su muerte" (8).
No se trata aquí simplemente de un estudio de religiones compara-
das. Tampoco del conocimiento que de ello pueda tener un teólogo, sino
de un conocimiento que nos viene únicamente de la oración y de la
comunión vital... Ignacio nos manda pedir para conseguir este cono-
cimiento, en cada una de las contemplaciones de la segunda, tercera y
cuarta semana de los Ejercicios, "conocimiento interno del Señor" (9),
un conocimiento que es pura gracia, gratuitamente otorgada, y que no
puede adquirirse de ninguna otra manera. Tal es el conocimiento que
la carta a los Efesios designa como "la fuerza de comprender, en unión
con todos los santos, cuál es la anchura, la largura, la altura y la

(6) A.R. X V I , 438.


(7) Flp. 3, 8.
(8) Flp. 3, 10.
(9) Ejerc. n. 104.
568 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

profundidad, y conocer el amor de Cristo" (10), la fuerza de conocer


lo que "supera todo conocimiento" (11).
A menos que estemos formados en esta ciencia íntima por la acción
del Espíritu Santo con la cual cooperamos todos, formadores y escola-
res, la formación fracasará, su valor es nulo.

2. Es necesario precisar aquí más, algo que va en la línea de


nuestra vocación ignaciana. Según San Ignacio, Nadal era el mejor
intérprete de ¿la última redacción? de las Constituciones. Por eso lo
envió por toda Europa para exponerlas a la joven Compañía. Ahora
bien, a Nadal le gustaba decir que nuestra Compañía había* nacido de
dos meditaciones de los Ejercicios, la del Reino y la de dos Bande-
ras (12). Pues la gTacia que pedimos en estas dos meditaciones es
"imitar a Cristo en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza
así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctissima majestad
elegir" (13). Humildad, pobreza, así actual como espiritual, tal es sin
duda el carisma de la Compañía... y nosotros somos culpables si es
que no podemos decir que esa es nuestra característica actual.
Una formación que no conduce a este ideal con paciente perseve-
rancia, no es una formación jesuítica y no persigue efectivamente sus
objetivos. No se trata aquí, preciso es anotarlo, de una actitud pura-
mente interior en orden a la perfección personal. Se trata más bien de
una estrategia apostólica, de la "sacra doctrina" que Cristo nuestro Se-
ñor nos envía a "esparcir", precisamente para ayudar a los otros a
orientar sus pasos hacia los del Señor. Recordemos también que en
La Storta, para confirmar esta vocación, Ignacio ha visto al Salvador
coronado de espinas y llevando su Cruz. Nuestro Fundador se ha consi-
derado dichoso de ser "puesto" al servicio de este Salvador.

3. La formación jesuítica debe, por tanto, desarrollar en un grado


eminente la libertad interior, como un don de la gracia, fruto de un
amor preferencial y de una caridad triunfante: es decir, el desprendi-
miento y la disponibilidad del Principio y Fundamento que acepta igual-
mente la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, el honor o el des-
honor, la riqueza o la pobreza (14), para que así pueda realizarse un
mayor servicio a Dios y a los hombres.

4. Se trata, pues, de la formación de uno que se consagra dentro


de un cuerpo apostólico y que, por lo mismo, se forma para obedecer,
para reconocer la voluntad de Dios en la del superior. Esta obediencia
se dirige ante todo y sobre todo al Santo Padre, conforme a la Fórmula
del Instituto de la Compañía: "Cualquiera que en esta Compañía...

(10) Efes. 3, 18.


(11) Efes. 3, 19.
(12) Cf. CÁNDIDO DE DALMASES, Las meditaciones del reino y de dos ban-
deras y la vocación a la Compañía de Jesús, según el P. Nadal: Manresa X X ,
1948, pp. 311-20 y las citas señaladas.
(13) Ejerc. n. 98; cf. n. 147.
(14) Ejerc. n. 23.
PARTE 2.» / n.° 22 569

pretende servir... bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la


tierra" (15).
Pero esta obediencia se dirige también a los superiores religiosos
según sus diversos grados de responsabilidad. Debe ser fuente de su-
frimiento y de preocupación para un jesuita si aparecen divergencias,
de juicio o de voluntad, con lo que piensa y pide el Romano Pontífice,
la Iglesia o los superiores. Ha de emprenderse entonces un laborioso
esfuerzo de búsqueda espiritual para superar el desacuerdo y llegar a
una verdadera obediencia interior de voluntad y de juicio.
Indudablemente que se pueden concebir otras maneras de vivir la
obediencia en la vida religiosa y eclesial, pero la obediencia jesuítica ha
sido descrita con demasiada claridad en las Constituciones y en las
cartas de San Ignacio como para admitir incomprensión o equívocos. A
la vez que se dejan amplias posibilidades a las representaciones, al diá-
logo y al discernimiento comunitario, el jesuita ve y debe ver en la
obediencia una manera privilegiada de encontrar y aceptar la voluntad
de Dios, de "confesar la verdad en el amor, para crecer en todo hacia
aquel que es la cabeza, Cristo" (16).

5. Nuestra Compañía, y por tanto la formación de todo jesuita,


está orientada esencialmente hacia el apostolado. Como claramente de-
muestra el P. Dominique Bertrand en su libro "Un Corps pour l'Esprit"
(Desclée 1974), las Constituciones son el fruto de una larga experien-
cia, cuidadosamente reflexionada y con la aportación de un paciente
esfuerzo, para perfeccionar la estructura del cuerpo apostólico, a fin de
integrar en él al candidato, respetando plenamente su personalidad y su
trayectoria propias. La Compañía, al igual que cada jesuita en particu-
lar, tiene la vista fija en el apostolado. De ahí la necesidad de esta hu-
mildad, de esta obediencia y de esta pobreza real que ya he mencio-
nado más arriba.

6. Así pues, todo jesuita ha de formarse para ser un apóstol, de


manera radical, pero con una cierta coloración que le viene del espíritu
ignaciano. Por lo demás no debemos pretender ser exclusivistas en este
espíritu, pero San Ignacio insiste en ello con energía. Aunque la frase
no provenga de él, el jesuita debe ser "contemplativo en la acción". Des-
de luego San Ignacio admite una variadísima gama de servicios apos-
tólicos, incluso profanos y fuertemente secularizados.
Somos enviados a un mundo secularizado, profundamente marcado
por un ateísmo práctico. Sería un cobarde abandono de nuestra misión
el contentarnos con mantener una simple continuidad de los servicios
apostólicos que prestamos a los creyentes que recurren a nosotros. El
jesuita es enviado al mundo, a un mundo que con frecuencia vive sin
Dios e incluso ni desea conocerle. Somos enviados a dar testimonio de
Cristo, a llevar a Cristo a ese mundo. Nuestra vida no es otra cosa:

(15) Form. Inst, n. 1.


(16) Efes. 4, 15.
570 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tenemos que ser Cristo mismo con palabras y con obras. Si el medio en
que se ejerce nuestra misión no está preparado para un anuncio evan-
gélico explícito, el apóstol que hay en nosotros sufre hasta que nos sea
posible "predicar un Mesías crucificado... poder de Dios, sabiduría
de Dios" (17).
Tan sólo un jesuita animado de este amor a Cristo e impulsado a
proclamarlo puede comprometerse en un ministerio en un medio se-
cularizado.
Por eso es necesario insistir siempre en los "medios que juntan el
instrumento con Dios"..., es decir, el amor a Cristo, "la pura intención
del divino servicio y familiaridad con Dios..., el celo sincero de las
ánimas por la gloria del que las crió y redimió" (18). De ahí proviene
también la necesidad de esta integración de una ardiente vida interior
y un incansable empeño en un servicio que, según el discernimiento,
sea el mejor para Dios y para la humanidad.
Dicho esto hay que recordar aquella declaración de la última Con-
gregación General: "La Compañía, por tanto, de nuevo opta por una
profunda formación de sus futuros sacerdotes en los estudios, tanto
teológicos como filosóficos, humanos y científicos, en la persuasión de
que, supuesto el testimonio de la vida, no hay camino más apto para
ejercitar nuestra misión" (19).
Estemos profundamente persuadidos de esto. Todos no tienen las
mismas capacidades académicas, pero yo estoy persuadido de que aun
las personalidades menos intelectuales pueden aumentar continuamente
en su irradiación apostólica, con tal de que se apliquen con seriedad al
estudio y con tal de que estos estudios estén bien escogidos y bien di-
rigidos.
Aun cuando la filosofía no cumple ya en el mismo grado que antes
su función de preparación inmediata para la teología escolástica, sigue
siendo una parte necesarísima de la formación intelectual en el rigor del
pensamiento y en una verdadera comprensión de las corrientes de refle-
xión que, incluso de manera inconsciente, influyen en la mentalidad
del mundo.
Ya he recordado frecuentemente que Ja reflexión teológica es uno
de los compromisos de la Compañía que merecen toda clase de priorida-
des. Una Provincia no contará nunca con suficientes personalidades cua-
lificadas en teología y en Sagrada Escritura. Los que de vosotros se
consagren a un trabajo pastoral no se arrepentirán nunca del tiempo
consagrado a este estudio fundamental. Y si os comprometéis luego
en otros sectores académicos, la reflexión metódica y profunda sobre la
fe os será siempre un precioso enriquecimiento para toda vuestra
acción.

(17) 1 Cor. 1, 23-24.


(18) Const. n. 813.
(19) C G . X X X I I , Decr. 6, n. 22.
PARTE 2.» / n.» 22 571

7. Como apóstoles, somos miembros de un cuerpo apostólico,


miembros del "corpus unum". Es hermoso contemplar, en la Delibera-
ción de los Primeros Padres, que fue precisamente la preocupación apos-
tólica la que les impulsó a formar una comunidad, una familia reli-
giosa. Los motivos de eficacia apostólica se mezclan a los del amor mu-
tuo, del apoyo interpersonal, en la decisión de los primeros Compañe-
ros de constituir un grupo permanente y estructurado "de amigos en
el Señor", una fraternidad que viva en comunidad. La formación jesuí-
tica debe, por tanto, apuntar a una comunidad de amor verdadero, de
amor a nuestros compañeros j e s u í t a s , de amor a todos nuestros her-
manos en Cristo que es la verdadera cabeza de la Compañía. Un hombre
no centra nunca su amor en la idea abstracta de "la" madre, ni en la
idea de la maternidad. ¡Ama a "su" madre! En cuanto jesuitas, o
amamos a "nuestra" Compañía tal como es, o no amamos a ninguna.
Amamos a la Compañía concreta y viva, con sus limitaciones y sus
miembros pecadores.

8. En su despliegue universal nuestra fraternidad apostólica &•!


abre a la humanidad entera; es tan universal como la Iglesia a la que
desea servir. Los territorios se dividen en Provincias para facilitar el
trabajo administrativo. Pero debemos estar profundamente persuadidos
de que, al entrar en la Compañía, nos enrolamos en un cuerpo que se
extiende por el mundo entero. Nuestra inserción local y la especifica-
ción de nuestro servicio no están determinadas por los lazos de naci-
miento, de familia, ni por preferencias de trabajo o de ministerio, ni
siquiera por las mejores aptitudes para tal o cual servicio. El único
criterio es el mayor servicio apostólico que responda a las mayores ne-
cesidades de nuestro prójimo.
La formación para la gracia propia de las Dos Banderas, para la
humildad y la pobreza real comprende por lo tanto: ^
— Una formación para esta libertad interior de indiferencia igna-
ciana y de disponibilidad, de modo que el espíritu de obedien-
cia hace encontrar la voluntad de Cristo en la de nuestros su-
periores.
— Una formación igualmente para una generosa consagración en
un apostolado vivido a imitación de Cristo Salvador, un Cristo
sufriente. Esto no puede vivirse más que con el apoyo de un
sólido espíritu de contemplación en la acción y de una comu-
nión fraterna realizada en cualquier parte del mundo sin limi-
tación alguna.

Habría que tratar aquí todavía de otras características de la for-


mación, pero ya me he extendido bastante sobre el tema, quizá incluso
más de lo que era necesario desde el punto de vista de los principios
básicos. ¿Cuál es el punto central de nuestra formación? No otro que
el "revestirnos del Señor Jesucristo" (20), "tener los mismos sentimien-

to) Rom. 13, 14.


572 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

tos de Cristo Jesús" (21). Se trata de un esfuerzo apasionado y perse-


verante para conocer a Cristo en la fe, con un conocimiento profundo,
íntimo, personal. Si la formación ayuda a esta experiencia de fe pro-
funda, que impulsa a la conversión, entonces todo el resto, absoluta-
mente todo el resto se conseguirá fácil y rápidamente. Habiendo asimi-
lado de una manera connatural las Constituciones, el jesuita puede ser
enviado a cualquier misión y apostolado, incluso el más profanó, con
toda seguridad y confianza.
Creo que lo que he dicho son cosas evidentes. Lo sé. Pero la expe-
riencia de mi visión global de la Compañía me demuestra cada día que
a veces se olvidan estas cosas evidentes, sin concederles siempre la
prioridad que merecen.
Debemos reconocer que el camino de realización de esta formación
está lleno de trampas de toda clase. Tenemos que avanzar a tientas y
realizando experiencias, pero sin salimos del programa de conjunto es-
tablecido por las dos últimas Congregaciones, según las directivas del
Concilio y las prescripciones ulteriores dictadas por la Iglesia.
"Los Consejos evangélicos son un don divino que la Iglesia ha re-
cibido de su Señor" (22). La organización social de la vida según los
Consejos es, por lo mismo, algo que está confiado a la Iglesia bajo la
inspiración del Espíritu Santo. Correríamos un grave peligro si descui-
dásemos esta dirección eclesial.
¡Desde luego que muchas cuestiones están planteadas! Quisiera
ahora suscitar el diálogo con vosotros para escuchar vuestras sugeren-
cias y opiniones, para profundizar también este o aquel punto sobre el
que deseéis tener un cambio de impresiones.

(21) Flp. 2, 5.
(22) Lumen Gentium, n. 43.
23. Ante el reto de la renovación (III. 7 8 ) .

A los jesuitas ingleses

Hace ya más de ocho años desde que tuve la oportunidad de visi-


taros y dirigirme a toda la Provincia. Recuerdo que fue en la antigua
casa de Heythrop, y me ha resultado interesante releer lo que dije en
aquella ocasión. Podéis encontrarlo en "Cartas y Noticias" de 1970
(p. 79). Sigo pensando que eran cosas que había que decir en aquel
momento, aunque desde entonces ha llovido mucho. Ante todo, la Com-
pañía ha convocado su XXXII Congregación General, nuestro segundo
esfuerzo común por llevar adelante, bajo el impulso del Concilio, esa
renovación espiritual y apostólica de la vida religiosa que corresponde a
las exigencias de la Iglesia y de esta nueva época.
El tiempo de que disponemos no nos permite • siquiera dar un
informe sumario de lo que ha sido la respuesta de la Compañía. Sin
embargo, me gustaría hablar con vosotros, de un modo absolutamente
familiar, acerca de determinados retos que se le plantean a la Com-
pañía —y a la Provincia— y de nuestra respuesta a los mismos.
El problema era, es y seguirá siendo —a lo largo de mi vida y de
la vida de todos nosotros— un problema de adaptación; de ser otros
a la hora de responder a las nuevas circunstancias de la Iglesia y del
mundo; de ser otros en muchos e importantes aspectos de nuestra vida
y nuestro trabajo, aunque conservando una identidad fundamental de
naturaleza, de finalidad y de espíritu evangélico. Dado el carácter fa-
lible de las intuiciones del hombre, dada la fragilidad de la naturaleza
humana, el proceso no puede ser perfecto y ordenado. Es preciso, pues,
que poseamos aquella firme confianza de San Ignacio de que

"la Compañía... no se ha instituido con medios humanos...,


sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nues-
tro (y por consiguiente) es menester en El solo poner la es-
peranza" (Const. 812).
574 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

El fundó la Compañía. El la ayudó a sobrevivir y superar la su-


presión. ¿Creemos realmente que El puede y quiere, si nosotros coope-
ramos, darle la gracia suficiente para prestar un mayor servicio a la
Iglesia? ¿Qué finalidad tiene esta renovación? La Fórmula de nuestro
Instituto, escrita por San Ignacio, es la quintaesencia de lo que la Com-
pañía es y debe seguir siendo. Para hacer realidad la Fórmula se tardó
quince años en elaborar las Constituciones. Y la Fórmula nos dice abier-
tamente que:

"Cualquiera que en esta Compañía... pretende... servir


a sola su Divina Majestad... persuádase que es miembro de
una Compañía fundada para emplearse toda en la defensión
y dilatación de la santa fe católica... enseñar la Palabra de
Dios... y la fe cristiana" (Fórmula, n. 3).

Nuestra finalidad sigue siendo la misma: anunciar el Reino, pre-


dicar a Jesucristo, ser sus testigos. Pero la situación y las circunstan-
cias de evangelización han cambiado espectacularmente en poco más de
una década.
Prescindiendo de la evolución que se ha producido en la teología
> en la exégesis, que ha dejado a muchos desconcertados y como mo-
viéndose a tientas, aquellos de vosotros que os dedicáis a un apostolado
directo con la gente sabéis perfectamente los cambios que se han efec-
tuado en las actitudes religiosas de los últimos años. Esta evolución ha
sido más rápida en el continente que en las islas, lo cual quiere decir
que habrá de proseguir aquí, y probablemente de un modo acelerado.
En un mundo en el que triunfan la ciencia física y la tecnología,
un mundo de creciente secularismo y de un consumismo estimulado por
todos los "mass media" sin excepción, es infinitamente más difícil man-
tener cualquier tipo de fe vital, incluso para muchos que continúan
exteriorizando su práctica religiosa. Los historiadores de la religión
suelen hablar de un mundo post-éristiano, y no les falta razón. Sabéis
que una gran parte de la juventud, incluidos los matrimonios jóvenes,
no siente gran interés por ninguna iglesia o religión organizada. En una
Iglesia que se mantenía apartada de otras iglesias y de las masas de
los no practicantes, las familias católicas podían ser retenidas en el
redil. Pero esta estrategia o táctica ya no es posible.
Usando una expresión ya bastante trillada, hoy día la llamada
es a la misión, no a la conservación; la llamada es a la proclamación
del Evangelio en las áreas de la increencia y en esa esfera cada vez
más amplia de católicos cuya fe eclesial y cuya lealtad son dudosas y
renuentes, y que guardan una cierta distancia con respecto a la ense-
ñanza de la Iglesia; una esfera en la que no se acoge fácilmente al
evangelizador clerical y su mensaje. La llamada es a servir a esos mu-
chos que padecen nuevas y especiales dificultades: los divorciados, los
separados, los hijos de matrimonios divididos, los ancianos solos y
abandonados. La llamada es a usar los prodigios de la tecnología al
servicio del Evangelio. A hacer oír una voz profética y a apoyar toda
a
PARTE 2. / n.° 23 575

acción eficaz en defensa de los que sufren la injusticia y la opresión, o


de aquellos a quienes nuestra sociedad o nuestra cultura marginan y no
tienen en cuenta.
Ciertamente, es necesario ayudar y apoyar a quienes buscan en
nosotros un servicio sacerdotal; es necesario conservar aquellas institu-
ciones y estructuras que constituyen canales de la gracia, aunque sea
para un número de "clientes" cada vez menor. Pero en su origen —y
para su gloria—, la Compañía nació para la Europa del Renacimiento
y para emplear el nuevo saber al servicio de la fe; nació para la de-
fensa y el rescate de las naciones en la Europa de la Reforma; para
misionar entre las abandonadas áreas campesinas de la cristiandad que
habían estado durante generaciones sin sacerdotes; nació para las In-
dias recién descubiertas y para la evangelización de continentes en-
teros.
El jesuita no es el hombre (ni son éstos los tiempos) que pueda re-
cluirse en el presbiterio (en una tranquila residencia donde pueda es-
pecializarse en dar conferencias a monjas). Ya sabéis lo que quiero
decir. Estoy exagerando. Estoy subrayando un aspecto parcial. Natu-
ralmente que ésas son tareas buenas, y hay que hacerlas. Pero la inspi-
ración de Ignacio era la del mayor servicio, allí donde las dificultades
abundan y la necesidad es apremiante. Esta es nuestra vocación. Pode-
mos verlo en los Ejercicios, en la Fórmula del Instituto, en las Constitu-
ciones, y aún mejor en nuestra misma historia. ¿Dónde debe poner hoy
la Compañía, la Provincia, la comunidad, cada uno de nosotros, el es-
fuerzo y el principal acento? ¿Y qué clase de esfuerzo ha de ser?
Estemos seguros de que la evangelización y la misión exigen mu-
cho más que una mera conservación. Podríamos enumerar muchas de
esas exigencias, pero vamos a fijarnos en tres. La primera —válida en
todo tiempo, pero mucho más ahora— es que no podemos proclamar
eficazmente una verdad o unos valores que no vivamos nosotros mismos
de un modo evidente hasta el límite de nuestras posibilidades. Esto nos
remite a las cosas fundamentales: la fe, la caridad, los votos y, por
encima de todo, nuestra experiencia personal de Jesucristo.
]Vivir la verdad y los valores que predicamos...! Y lo que pro-
clamamos es a Cristo crucificado y resucitado, "escándalo para los ju-
díos, necedad para los gentiles; mas, para los llamados... fuerza de Dios
y sabiduría de Dios" (1 Cor. 1, 23-24). Esta proclamación no puede
ser únicamente de palabra, sino que hay que hacerla mediante el tes-
timonio de una vida inspirada en Cristo, semejante a la de Cristo, de
manera que Cristo sea comunicado por toda la persona, y con una
claridad en la que se transparente el mismo Cristo. Esto es imposible,
absolutamente imposible sin una gracia extraordinaria de Dios; gracia
extraordinaria que no es sino la gracia ordinaria de nuestra vocación
y que únicamente se puede lograr en la oración, en una oración pro-
funda y perseverante. Ninguna ciencia, ninguna teología, ninguna téc-
nica de comunicación puede sustituir a ese conocimiento interior de
Cristo. Únicamente de quien posea dicho conocimiento podrá afirmarse
que "de su seno correrá ríos de agua viva" (Jn. 7, 38).
576 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Todo jesuita debe examinarse a fondo sobre esto, pero tal vez de
un modo especial los que no están directamente comprometidos en una
evangelización explícita, en un ministerio personal y directo orientado
a las necesidades religiosas de los demás. Los jesuitas que se dedican a
la administración, al mundo académico, a la investigación científica
(incluso en el terreno de la teología y de la Escritura), a la enseñanza
primaria y secundaria, a los servicios sociales..., todos ellos deben exa-
minar sus motivaciones reales y la eficacia de sus respectivas vidas
como evangelización. Este era el principal interés de mi carta sobre la
Integración. Propongo un "test" no muy difícil de realizar,""pero "más
cortante que espada alguna de dos filos" (Heb. 4, 12). Se trata de
preguntarse frecuente y sinceramente: "¿Con qué frcuencia, con qué
seriedad y con qué confianza se dirigen a mí los hombres, las mujeres,
o la gente joven que me rodea, como sacerdote o como religioso; como
a alguien que está consagrado a Dios, a Jesucristo; o al menos como a
alguien dedicado a un valor trascendente que sobrepasa lo puramente
material, lo mundano, lo fútil en que están atrapadas las vidas de tantas
personas?".
O bien, si esta pregunta resulta demasiado explícitamente religiosa,
preguntémonos: "¿Busca la gente en mí algo de esperanza, de fe, o
de atención desinteresada? ¿Habla mi vida de misterio? ¿Suscita algu-
na pregunta?". Y si la respuesta es no, ¿dónde está el testimonio?,
¿dónde está el apostolado?, ¿dónde la proclamación? Ninguna residen-
cia, ningún colegio, ningún centro social, ninguna comunidad es apos-
tólica por el hecho de ser católica o jesuítica, sino únicamente en ra-
zón de la actividad evangelizadora de sus miembros.
Una segunda exigencia de esta renovación de la misión consiste en
que busquemos con lealtad y con toda honradez aquellas situaciones,
aquellos apostolados, aquellas formas y esferas de evangelización de las
que pueda esperarse un mayor bien. Aquí estamos tocando algo que es
fundamental a la vida jesuítica y ocupa un lugar central en la espiritua-
lidad ignaciana. No basta, mis queridos hermanos, con seguir haciendo
las mismas cosas y de la misma manera. Los desafíos han cambiado.
Hace falta poseer la indiferencia del Principio y Fundamento, el deseo
de un mayor servicio del Reino, la disponibilidad del tercer binario,
el heroísmo de la tercera manera de humildad. Este es el espíritu de ese
"unum corpus" estructurado por las Constituciones, con el estribillo
una y otra vez repetido de "ad maius servitium divinum", "ad maiorem
Dei gloriam", "ad maius beneficium animarum". Y sin este espíritu, la
Compañía será un cuerpo sin alma, una estructura jurídica carente
de vida. Cuando escribí la carta sobre la Disponibilidad, no me refería
únicamente a que hubiera que estar dispuestos a aceptar un destino del
Provincial. Me refería, más bien, a esa actitud de abierta magnanimi-
dad que busca siempre adaptarse a la mayor necesidad con presteza y
con generosidad.
Hay muchos en la Compañía y en esta Provincia que han realizado
generosos esfuerzos de acomodación a las circunstancias enormemente
diferentes de nuestra misión, a las nuevas necesidades, a las nuevas for-
a
PARTE 2 . / n.° 23 577

mas de vida y de trabajo. Es una tarea difícil e ingrata; el éxito no


es siempre perfecto, y el rechazo es frecuente. Otros muchos en la
Compañía han encontrado demasiado difícil el cambio, después de ha-
ber pasado más de media vida trabajando de un modo diferente, y se
han retraído, se han replegado, han rechazado la invitación. Yo suplico
a todos que renueven su fervor apostólico, su amor a Cristo y su deseo
de que Cristo sea amado, y que hagan uso de los inmensos medios
de renovación pastoral que están al alcance de todos.
Una tercera exigencia de esta renovación apostólica consiste en que
no seamos prisioneros de una situación social y económica que nos es
favorable. Y aquí tocamos de lleno en la orientación del Decreto de la
última Congregación General sobre la Misión.
Todas las pruebas más sólidas y los cálculos más prudentes re-
fuerzan el convencimiento de que este nuestro pequeño planeta —tan
hermoso, en comparación con la luna que han pisado los astronautas—,
esta munífica tierra de la que somos administradores, no podrá man-
tener, con el ritmo que exige nuestra sociedad de consumo, a los más
de seis mil millones de seres humanos que la habitarán el año 2000,
es decir, dentro tan sólo de veintidós años. Y aun cuando pudiéramos
negar a los cuatro o cinco mil millones de pobres la posibilidad de
compartir los dones de Dios, ¿podríamos los ricos usurpar tranquila-
mente una parte tan terriblemente desproporcionada, como beneficiarios
de la pobreza y la miseria de nuestros hermanos?
Dos fantasmas se ciernen sobre nuestro mundo: La pobreza y la
guerra. Son como hermanos gemelos. La guerra no puede ser conjurada
si no desaparecen las más horribles manifestaciones de injusticia y de
opresión.
"El Señor de los ejércitos esperaba de ellos justicia, y hay asesina-
tos; honradez, y hay alaridos" (Is. 5, 7).
Está en lo cierto la Congregación General cuando dice:
"El hombre puede hacer del mundo un lugar más-justo, pero no
desea realmente hacerlo... La desigualdad y la injusticia ya no pueden
ser consideradas como el destino natural del hombre, sino que hay que
reconocer que son la consecuencia del egoísmo del hombre" (D. IV,
n. 27).
Pero, ¿de qué hombre?
Sería muy reconfortante culpar de la injusticia institucional a las
anónimas y siniestras corporaciones multinacionales, o a cualquiera de
los dos (o a ambos) colosos del poder industrial y político. Las corpora-
ciones multinacionales existen porque nosotros somos sus más fieles
clientes. Los gobiernos son los que son porque nosotros, los ciudadanos
del mundo occidental, no podemos admitir la perspectiva de un descenso
en nuestro nivel de vida, que sería la única forma de que grandes sec-
tores de la humanidad se libraran de la pobreza.
¿Dónde nos hallamos nosotros, los religiosos, la Compañía de
Jesús?
No ha habido nunca una época en la que esa pobreza que profesa-
mos pudiera ser tan significativa para la vida religiosa, para la Iglesia
578 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

y para el mundo de los hombres; unos hombres que, en palabras de


Pablo VI, "están atrapados en el implacable proceso del trabajo por
el lucro, del beneficio para el disfrute, y del consumismo, que les obliga
a realizar un trabajo que en ocasiones resulta inhumano" (Evangélica
Testificatio, 20).

Recordemos aquel pasaje de los Ejercicios:

"Ver las personas, las unas y las otras; y primero las


de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes co-
mo en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y
otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y
otros enfermos, unos nasciendo y otros muriendo, etc." (EE.,
106).

O aquellas otras palabras:

"...es mi determinación deliberada..., de imitaros en


pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así
actual como espiritual..." (EE., 98).
[
"...para que yo sea recibido debaxo de sit bandera, y
primero en summa pobreza espiritual..., y no menos en la
pobreza actual... por más en ella le imitar..." (EE., 147).

La Congregación General pedía algo más que pobreza, tanto perso-


nal como comunitaria, en el ejercicio de nuestro apostolato. Exigía so-
lidaridad con los pobres, un giro significativo de nuestro apostolado,
en el sentido de que se oriente al servicio de los marginados y abando-
nados, más que al servicio de los que tienen menos necesidad de nues-
tro ministerio y que, por otra parte, siempre encontrarán a quienes estén
dispuestos a servirles. Esta solidaridad no es sino la respuesta del re-
ligioso —que debería ser un ejemplo para el pueblo de Dios— a las
repetidas llamadas de los últimos Pontífices en la Pacem in Terris, la
Populorum Progressio, la Octogésima Adveniens, el Sínodo sobre la
Justicia en el Mundo, y la Evangélica Testificatio; llamadas especial-
mente dirigidas a los religiosos. Muy lejos de constituir una desviación
del espíritu y el carisma de la Compañía, el llamamiento de la Congre-
gación General XXXII, especialmente en sus decretos sobre la Identi-
dad, la Misión y la Pobreza del jesuita, está dentro del más auténtico
espíritu de "sentir con la Iglesia" y de seguir la voz del magisterio.
Me temo que, en este terreno de la pobreza y de la solidaridad con
los pobres, haya mucho que haceT en toda la Compañía, si es que no
queremos ser prisioneros de nuestra historia, de nuestro status social,
económico y cultural, de una situación que nos favorece. La misma pa-
labra "prisioneros" recuerda el llamamiento del enemigo de la humani-
dad en la meditación de "Dos banderas" —su amonestación para echar
redes y cadenas que tienten de codicia de riquezas, de honor y de so-
berbia (EE., 142). Yo os pido, no en nombre de la autoridad (aunque,
PARTE 2.» / n.° 23 579

¿qué autoridad en la Compañía es mayor que la de la Congregación


General?), sino por amor a la Compañía de Jesús, que respondáis a la
llamada de la pobreza, de los pobres, de la solidaridad con los pobres.
Por lo que a mí respecta, creo que la tarea de los años que me
queden de vida o de generalato consiste en promover, del modo más
urgente y enérgico posible, la respuesta al llamamiento de las últimas
Congregaciones, y concretamente del Decreto sobre nuestra misión al
servicio de la fe y la promoción de la justicia, que constituye para mí
el más claro y más directo requerimiento de la obediencia.
24. El superior local (II. 7 8 ) .

A los superiores ingleses

Me siento feliz de tener la oportunidad de estar con vosotros, que


compartís con el Padre Provincial y conmigo la responsabilidad de
gobernar en el Señor esta parte de nuestra Compañía. Mis primeras
palabras deberían ser de agradecimiento por la generosidad con que
habéis aceptado esa responsabilidad. En algunas provincias se está con-
virtiendo en un asunto difícil el encontrar hombres que quieran aceptar,
responsablemente y con buena voluntad, el oficio de superior, y consta-
tamos que los superiores tienden a cansarse en seguida y a desear ser
relevados de su cargo. Por eso os aseguro que os estoy sumamente
agradecido, y que tanto el Padre Provincial como yo estamos deseando
poder prestaros todo tipo de servicio y de ayuda.
Hace ya mucho tiempo que yo fui superior local. Fue elegido Ge-
neral el año 1965, hace ya doce años, y había sido Provincial en el
Japón durante casi los doce años anteriores. Las circunstancias han
cambiado enormemente en estos veinticuatro años, de modo que en
ciertos aspectos yo me encuentro aquí más para aprender que para en-
señar, al menos por lo que se refiere al arte práctico del gobierno local.
Las condiciones varían muchísimo según las diferentes áreas de
la Compañía, dependiendo en gran parte de la historia pasada y de los
cambios culturales y sociales que se hayan producido a nivel local. Esto
resultó evidente en la última reunión de representantes de las Confe-
rencias de Provinciales de todas las Asistencias, celebradas el pasado
mes de septiembre en Roma. De los cuatro días de reunión, empleamos
uno y medio en estudiar el papel, las dificultades y las posibles ayudas
a los superiores locales. Tal vez sea fácil ser superior local y no hacer
nada, es decir, dejar que la máquina se mueva por sí sola. Pero ser su-
perior en el sentido ignaciano... ya es otra cosa.
a
PARTE 2. / n.» 24 581

I. ALGUNOS FACTORES ESENCIALES

Me gustaría tocar algunos puntos sobre los que podremos volver en


nuestra discusión. El primero y central parece ser el problema de la
identidad y el papel del superior local. "Superior", e incluso "superior
local", es un concepto en cierto modo análogo que se usa necesariamente,
en parte en el mismo sentido y en parte en un sentido diferente, en las
muchas y muy diferentes comunidades de nuestra Compañía. Pero hay
un contenido que es esencial al concepto, y tanto el superior como la co-
munidad deben llegar a algún tipo de acuerdo sustancial sobre el con-
tenido. Permitidme que lo exprese tal como yo lo veo a partir de mi
propia meditación y de mis reflexiones sobre la mentalidad de San Ig-
nacio, las Constituciones y los decretos de las Congregaciones, y a partir
también de mi propia experiencia de la vida y el trabajo de la Compañía.

1. El superior local, representante de Dios, de Jesucristo

Para Ignacio y para el jesuita ignaciano, el superior es el repre-


sentante de Dios, de Jesucristo; la persona privilegiada a través de la
cual el jesuita descubre la voluntad concreta de Dios aquí y ahora.
Prescindamos por un momento de la reflexión, el diálogo y la oración
en las que el Superior necesariamente ha de descubrir esa voluntad de
Dios. Esta verdad fundamental es tan central al pensamiento de Igna-
cio y a la vida jesuítica, que el abdicar de ella significaría hacer de la
Compañía de Jesús algo distinto. La Fórmula del Instituto, nuestra ley
fundamental, insiste en que "todos han de reconocer y venerar en el
General a Cristo mismo como si estuviera presente" (n. 6). Y el que
todos los superiores han de ser igucdmente considerados, es el motivo
central de todas las Constituciones (nn. 84, 85, 284, 286, 342, 424, 547,
551, 552, 618, 619, 627, 661, 765).
Esto es demasiado importante dentro de la mente y el corazón
de Ignacio, demasiado esencial al carisma de la Compañía como para
soportar cualquier idea falsa al respecto. De ello depende nuestra "mi-
sión", nuestro "descubrir a Dios en todas las cosas". La inspiración,
toda la inspiración del paciente esfuerzo de San Ignacio por reunir
compañeros para la obra del Evangelio, consistía en formar un colegio
apostólico, según el modelo de los Apóstoles enviados por Cristo. En
aquel primer colegio, la cabeza era Cristo. Como refiere Marcos, "llamó
a los que él quiso, y vinieron donde él... Instituyó Doce, para que es-
tuvieran con él, y para enviarlos" (Me. 3, 13s). Sin El, no habrían sido
apóstoles, no habrían sido enviados, no habrían conocido la voluntad del
Padre. Esta fue la inspiración de la paciente obra constructiva de Igna-
cio, y esta fue la idea que los primeros jesuitas se apropiaron tan per-
fectamente. Su cabeza era Cristo, a quien representaba el superior. Por
supuesto que no olvido "aquella bondad, mansedumbre y caridad de
Cristo" (son palabras de Ignacio en la Fórmula del Instituto, n. 6) que
se recomiendan con tanta insistencia en el ejercicio de la autoridad.
582 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

¡Ser representante de Cristo! Esto implica unas responsabilidades más


graves para el superior que para sus hermanos. ¡Pero que mucho
más graves!

2 Responsabilidad y autoridad apostólica

Un segundo factor esencial del oficio de Superior. Puesto que la


Compañía está de tal forma consagrada al apostolado, el superior, y tam-
bién el superior local, ejerce una auténtica responsabilidad y^ autoridad
apostólica. A veces se ejercerá directamente, si el superior es tam-
bién el director de la obra jesuítica. Pero incluso en el caso de que no
sea el director, como con tanta insistencia afirmó la última Congrega-
ción General (D. 11, n. 28), "conserva, sin embargo, la responsabilidad
de confirmar a sus hermanos'en su misión apostólica", facilitando, ani-
mando y apoyando con toda discreción, según la mente del superior
mayor. El esfuerzo consistirá principalmente en ayudar a cada uno a
ser celoso, diligente y trabajador en su misión, y especialmente a que
cada cual, de un modo eficaz y práctico, considere su obra, profesional,
académica o de otro tipo —independientemente de lo secular que pueda
ser— como un apostolado, como medio y ocasión de evangelizar y dar
%

testimonio en la medida en que sea posible. Esto es sumamente impor-


tante, aunque me temo que sea un área en la que muchos de los Nues-
tros no son apóstoles plenamente dedicados.

3. Cuidado personal

En tercer lugar, el superior habrá de tener un solícito cuidado per-


sonal por todos los miembros de la comunidad, esforzándose por pro-
mover por todos los medios posibles su bienestar espiritual y religioso,
el crecimiento de su vocación, pero cuidando también de su desarrollo
humano, su salud y su felicidad natural. Esto exige una exquisita pers-
picacia sobrenatural y una correcta jerarquía de valores. Es un cuidado
que hay que practicar sobre una base individual, uno por uno, pero
también a nivel comunitario, puesto que cada uno se ve afectado, a
veces muy profundamente, por la vida comunitaria y el entorno social.
Evidentemente, este gobierno apostólico y este cuidado personal,
individual y comunitario, lo ejercen hombres que se supone son ma-
duros, religiosos de buena voluntad. Pero que son hombres y, por tan-
to, falibles y pecadores (también los superiores somos pecadores), que,
sin embargo, desean alzarse por encima de su propia debilidad y ser
ayudados por alguien que les ame sinceramente.

4. El gobierno: primera y principal responsabilidad del superior

Este oficio de superior, incluso en una comunidad pequeña, debe


estimarse como la primera responsabilidad del superior, puesto que
PARTE 2.» / n.° 24 583

concierne al crecimiento y al bien espiritual y apostólico de un deter-


minado número de compañeros que tienen derecho a exigirle algo. El
superior, por consiguiente, es un "multiplicador". Tal vez su cargo no
debe ocuparle la mayor parte de su tiempo y de sus energías, pero sí
debe recibir todo el tiempo y las energías que requiera.

5. Toda comunidad ha de tener un superior

Por último, creo firmemente que, en la Compañía, cada comuni-


dad, por pequeña que sea, ha de tener un superior. Ésta era la invariable
costumbre de San Ignacio cuando enviaba a dos o tres en misión; y no
lo hacía simplemente por un mero deseo de orden o de eficacia. Un
aspecto muy importante de la pedagogía ignaciana es ayudar a cada
jesuita —aunque éste no quiera aprovecharse de ello— a buscar y des-
cubrir siempre la voluntad de Dios, no sólo en el mandato expreso, sino
también en todo aquello que no sea más que preferencia o sugerencia del
superior. Se nos ha advertido muchas veces que busquemos la voluntad
de Dios, que descubramos a Dios en todas las cosas, que discernamos,
aun cuando la voluntad del superior no sea manifiesta. La comunidad
como grupo no constituye un símbolo adecuado para el desarrollo de
este hábito y, por otra parte, el distante superior mayor no está siempre
lo suficientemente presente para este fin.

II. ALGUNAS DIFICULTADES DE CARA AL SUPERIOR

Hasta aquí, mis ideas sobre la identidad y el papel del superior.


Pero, ¿qué decir de las dificultades? Hay en cierto modo una crisis de
autoridad en la Compañía, del mismo modo que existe^ dicha crisis en
la Iglesia, en cualquiera de las grandes instituciones humanas, en la
sociedad civil, en la universidad, en las funciones de gobierno, en las
instituciones industriales y comerciales, y de un modo muy notable en
la familia. Mucho se ha escrito al respecto, y sería ingenuo pensar
que la Compañía pudiera librarse de esta realidad. Es muy poco lo que
podemos hacer con respecto al fenómeno general, pero ¿cuáles son
nuestras dificultades concretas a las que tal vez podríamos poner algún
remedio?

1. Diversidad de expectativas con respecto al superior

En primer lugar, existe el problema del cambio y de las confusas


expectativas de los jesuitas con respecto a los superiores. Generaciones
enteras de jesuitas se han acostumbrado a una divesridad bastante li-
mitada de comunidades (colegios, residencias, casas de escritores, casas
de ejercicios...). En cada una había una obra jesuítica que ocupaba
a la mayor parte de la comunidad. Por lo general, el superior era el
director de la obra y de los que en ella trabajaban, y se relacionaba
584 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

con su comunidad en gran parte como administrador-director-organiza-


dor de la obra y de la disciplina comunitaria. La vida de comunidad es-
taba orientada a la obra y era, por así decirlo, bastante monástica en lo
referente al silencio, a la recreación y a la comunicación, todo lo cual
se regía por un "costumbrero". La animación espiritual estaba suma-
mente estereotipada (letanías diarias, exhortaciones o conferencias men-
suales...), mientras que la vida espiritual era algo casi absolutamente
privatizado (meditación, examen, ejercicios anuales). La cuenta de con-
ciencia, casi siempre muy breve y formalista, que se daba una vez al
año a un superior mayor, y la dirección espiritual del jesuka formado
constituían la excepción. Pero tampoco hemos de ser injustos: Dentro
de aquel estilo, la Compañía realizó una prodigiosa labor apostólica,
tanto interior como misionera, con una magnífica capacidad de sacrifi-
cio y de generosidad. Y muchos jesuitas vivían felices y plenamente rea-
lizados.
No es preciso detallar cómo ha cambiado el panorama en tan sólo
quince años, como tampoco es necesario que nos detengamos a consi-
derar cómo el preservar aquel estado de cosas era imposible, y el tratar
de re-crearlo resultaba impensable. Pero son muchos los que, con todo
el vigor de su mediana edad, siguen ambicionando dicho ideal. Hay,
por otra parte, muchos jóvenes que, o nunca han conocido aquello, o lo
han rechazado enérgicamente. Y como los nuevos modelos no pueden
improvisarse de la noche a la mañana, unos y otros han conformado
su estilo de vida según sus propios deseos y criterios. En una comuni-
dad de seis miembros puede haber tres o cuatro diferentes formas de
concebir el papel del superior y lo que de él hay que esperar. Si
actúa según una de esas formas, los demás encuentran dificultades para
aceptarlo. Y al sentirse confuso, el superior muchas veces renuncia a
hacer los esfuerzos necesarios para ser superior en un sentido auténtico,
limitándose a desempeñar el papel de ministro, a prestar aquí y allá
alguna ayuda, y a estimular un mínimo denominador común de vida
espiritual y comunitaria, dejando todo lo demás en manos del superior
mayor.
En muchas provincias el Provincial se ha hecho muy cercano a sus
subditos, con excelentes resultados pero no sin dificultades. Este hecho
puede devaluar al superior local. Aunque deba desempeñar su oficio de
acuerdo con los criterios del Provincial, el superior local es un superior
dotado de su propia autoridad. El principio de subsidiariedad debería
regir las relaciones mutuas. El Provincial es quien da la misión, pero
es el superior local quien de ordinario ha de regir el ejercicio de esa
misión. El teléfono ha tenido una gran repercusión en el gobierno re-
ligioso, porque gracias a él se acude muchas veces al Provincial en
cuestiones de menor importancia que deberían ser de la competencia
del superior local, y al Provincial no le resulta fácil en ocasiones eludir
tales instancias, con lo que puede llegar a verse paralizado por culpa
de auténticas minucias. Hay que preservar la subsidiariedad. Aun en
materias reservadas al Provincial, muchas veces es bueno que éste pida
a un sujeto que trate primero el asunto con su superior, e incluso que
PARTE 2.» / n.° 24 585

obtenga el parecer del superior local antes de dar una respuesta. San Ig-
nacio concedía un gran valor a la subsidiariedad (Const. 206, 662s,
791, 820s).

2 Diversidad de expectativas con respecto a la comunidad

Las expectativas con respecto al carácter que debe tener la comuni-


dad son tan dispares como las expectativas con respecto al tipo de
superior. Algunos desearían una comunidad al estilo de las de 1960,
en la que se desentendieran de todo tipo de servicios, olvidando que
esto resulta imposible debido a la escasez de hermanos coadjutores, al
elevado costo que supone tener empleados, y a las exigencias radicales
de la pobreza contemporánea. Otros no desean más que una residencia
bien organizada que exija una mínima inversión de tiempo, de esfuerzo
y de sacrificio personal, o sólo en la medida en que se acomode a su
estilo de vida.
Otros, a su vez, experimentan una auténtica angustia de soledad,
de falta de amor, que se ha hecho mucho más común en nuestro mundo
contemporáneo; sienten necesidad de comunicación, de amistad, de apo-
yo para afrontar lofi problemas de la fe, de la labor apostólica o del
crecimiento espiritual. Es esta pobreza de afecto, mucho más que la
sensualidad ordinaria, lo que está en la raíz de muchos abandonos de
la vida religiosa. Algunos jesuitas jóvenes no están dispuestos a acudir
a una "quiete" formal al estilo antiguo. Y otros más mayores no están
dispuestos, por su parte, a asistir a una reunión de comunidad. ¿Qué
puede hacer un superior?
Una comunidad no puede existir si dentro de ella se da un excesivo
pluralismo de estilos de vida, y las comunidades jesuíticas no pueden
iser indefinidamente variables, organizadas según las .diversas expecta-
tivas de los individuos. La comunidad es ad missionem, para el aposto-
lado. Esto plantea el problema de la composición de las comunidades:
muchos de nosotros hemos experimentado la imposibilidad de agrupar
a tres o cuatro sujetos que comparten una misma expectativa, en una
comunidad en la que hay tras o cuatro tipos de expectativas diferentes.
Disponemos, naturalmente, de unas Normas para los Superiores,
de carácter experimental y ciertamente susceptibles de mejora. Para
algunos son demasiado teóricas, no suficientemente concretas; pero re-
sulta que están hechas para toda la Compañía, que es un cuerpo suma-
mente diversificado. Otras las consideran demasiado complejas; pien-
san que ofrecen una imagen de superior tan difícil de obtener que resul-
tan desalentadoras y producen sentimientos de culpabilidad. Cierto su-
perior local recomendaba que se hicieran unas ¡"Normas par los Sub-
ditos"!
Creo que al nombrar a un superior, el Provincial debería mantener
con él un largo coloquio acerca de las expectativas de la Compañía y
de su realización práctica en esa comunidad concreta. A esto ayudaría
el que el Provincial hiciera en seguida una visita a la comunidad al
586 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

objeto de tratar el mismo asunto. Asunto que debería ser tema de diálo-
go en el momento de la visita canónica. Es sumamente necesario llegar
a un consenso en cada comunidad porque, de lo contrario, se producirá
una enorme proliferación de imágenes del superior y de la comunidad;
y ¿de qué otra manera se puede llegar a un consenso?

3. Cuenta de conciencia

Para superar la imagen del superior local como "administrador-


director-organizador", parecen necesarias dos cosas. En primer lugar,
el superior debe hacer un paciente y serio esfuerzo por intimar con los
individuos en una relación personal, cordial y confiada que pueda per-
mitir un diálogo a los niveles espiritual y apostólico. No creo ser inge-
nuo, y conozco las dificultades. Pero, a menos que el superior sea capaz
de hacer esto era alguna medida, se quedará en el papel de puro admi-
nistrador. Puede ser que este diálogo no sea al principio, y tal vez nun-
ca, una auténtica cuenta de conciencia, pero sí puede llegar a ser una
especie de coloquio espiritual, un intercambio a ese elevado nivel que
es el único que da snetido a nuestra vida de jesuitas.
¿Cómo fomentar la costumbre de que una o dos veces al año el su-
perior entable un diálogo con cada individuo acerca de su salud, su
estado de ánimo, su grado de satisfacción en el trabajo que realiza, los
progresos que hace en la oración? Los jesuitas de más edad experimen-
tan aquí una mayor dificultad. Ciertamente los superiores han de estar
ansiosos por ayudar, y deben hacer un esfuerzo, ofrecer una invitación,
aun a riesgo de cualquier desaire. Pero también debe haber confianza
por parte de los sujetos, confianza en que no son únicamente las cuali-
dades naturales del superior las que harán fructífero tal intercambio.
El segundo requisito para unas mejores relaciones es que la comu-
nidad llegue a concebirse a sí misma como algo más que un grupo que
tiene su utilidad y sus ventajas en determinados aspectos materiales,
e incluso para una mayor eficacia en la labor apostólica. Debe darse
un esfuerzo común y constante por construir una comunidad que apoye
al individuo en su necesidad de amistad, en su crecimiento humano, en
sus empresas apostólicas, en su progreso espiritual; una comunidad
en la que ocasionalmente sea posible el intercambio espiritual y en la
que, de vez en cuando, se sepa hacer un discernimiento espiritual.
Una dificultad en este sentido es que todos nos hemos hecho muy
psicologicistas. Todos, cuando menos, leemos libros y artículos de di-
vulgación acerca de cómo ser un buen líder, o acerca de métodos y
estilos de dirección, o de cómo alcanzar los objetivos, o de cómo ga-
narse amigos e influencias. Sabemos algunas cosas sobre cómo dirigir
reuniones, dinámicas de grupo y sesiones de sensibilización. Y todo
esto es bueno y necesario, e incluso puede ser realmente provechoso.
Pero, de un modo sutil, nuestra idea de autoridad religiosa, del supe-
rior como elemento de ayuda para descubrir la voluntad de Dios, puede
resultar oscurecida, y se confunde la autoridad religiosa con una aucto-
a
PARTE 2. / n.° 24 587

ritas puramente humana, con una capacidad para ser aceptado o para
imponerse a sí mismo. Esto hace que se exijan cosas imposibles a un
superior. El superior no puede ser siempre el más inteligente, el más
fuerte y el más dotado de la comunidad. Y de ahí, la necesidad de asirse
firmemente a la idea ignaciana de obediencia y de superior.

4. Gobierno apostólico

Ya me he referido a este asunto, pero quisiera volver sobre él para


considerar una dificultad especial. Muchas veces, el superior no es el
director del apostolado de la comunidad, o puede que sea el superior
de unos individuos cuyo apostolado se ve condicionado y determinado
por una autoridad no jesuítica. Y puede ser, además, que tenga muy
pocos conocimientos o experiencia del trabajo de esos individuos. Pues
aun así, como subrayó la última Congregación General (D. 11, nn. 27-
30 [226-230]), ha de mostrarse solícito por ayudar al individuo a con-
siderar siempre su trabajo como un apostolado por el Reino, como un
testimonio de Jesucristo. Toda la atmósfera comunitaria puede ayudar
enormemente a esto, así como el interés personal y el estímulo del su-
perior. Nuestra vida de pobreza, castidad, obediencia y oración debería
también constituir una tremenda ayuda al respecto, porque hay en ello
un campo inmenso para la animación apostólica de la comunidad. La
comunidad debe caer en la cuenta, pues, de que en esto consiste el
interés propio del superior local, y de que constituye un área legítima de
su actividad.

III. AYUDAS PARA EL SUPERIOR LOCAL

Los problemas son bastante numerosos y evidentes. Pero, ¿qué


decir de las ayudas? La reciente reunión de Roma concedió un gran
valor a las frecuentes reuniones de los superiores locales con el Provin-
cial y los consultores, con la ayuda en ocasiones de expertos, incluso de
fuera de la Compañía, al objeto de concretar e identificar los proble-
mas, formarse una idea de los mismos y hallar soluciones. Ustedes lo
están haciendo y, en la medida en que lo hagan confiando mutuamente
unos en otros, reconociendo los fallos, las dudas y las limitaciones, estas
reuniones serán tanto más fructíferas. Pueden ustedes llegar a formar
un verdadero grupo de discernimiento si es que son capaces de estar total-
mente abiertos a las ideas de los demás, a las directrices del Provincial,
a los ideales de la Compañía y a la inspiración del Espíritu, siempre
con una gran libertad interior. Paciencia, Padres, mucha paciencia. La
reforma no es obra de un día o de un año, sino un lento avanzar
juntos.
Personalmente, concedo la mayor importancia a la labor de eva-
luación exigida por la Congregación General en su Decreto IV (71-76).
Les pido, por favor, que hagan todo lo posible por fomentarla. Es lo
588 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

más importante que hemús de hacer en esta época de cambios pro-


fundos. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos dejando de hacer?
¿Cómo podemos mejorar lo que hacemos? ¿Cómo llegar a aquellos a los
que aún no llegamos? ¿Movemos realmente a los "inamovibles"?
Pienso que, sin invadir el terreno de responsabilidad del Provin-
cial y los consultores, habría que hacer todos los esfuerzos posibles por
asociar a los superiores locales a Ja tarea de proyectar la política y el
gobierno de la Provincia. De este modo se consolida al superior local,
se mejora el aspecto ejecutivo práctico al ser mejor comprendido, y se
fomenta en toda la Provincia la unión de superiores y comunidades.
Tienen en esta provincia y en este país magníficos recursos para
realizar cursos de renovación y formación de diversos tipos, tanto para
los superiores como para los demás. Hagan uso de ellos, por favor, y
fomenten la asistencia de sus respectivas comunidades. Los hombres de
negocios y los profesionales también se esfuerzan en su propio perfec-
cionamiento para seguir progresando. Es un gran error pensar que no
tenemos nada que aprender en el ámbito del gobierno, del cuidado pas-
toral o de la animación espiritual. Habría que animar al mayor número
de sujetos posible a que hicieran lo mismo. Estudien, por favor, y ha-
gan propio el Decreto VI de la última Congregación General, especial-
mente los números 18-20. La Compañía apenas ha hecho lo necesario
en este sentido.
Y una última observación. En el número 820 de las Constituciones,
escribe San Ignacio que, por lo general, los subditos iserán tal como
sean los superiores. No nos gusta oírlo, porque ello nos impone una
tremenda carga y nos dan ganas de decir: "¡Eso no es justo! ¡Eso no
es lo convenido!". Pero es un hecho. Y, ¿cómo reaccionamos ante este
hecho, mis queridos Padres? Todos estamos llamados a una conversión
continua.
El superior, aun con sus limitaciones y fallos personales, al que se
ve tratando de vivir su vocación de jesuita, será capaz de hacer por su
comunidad mucho más que otro con mayores cualidades pero sin esa
sencilla fidelidad. La clave está en la oración. Padres míos, debemos ser
hombres de oración. Para la fe, todas las cosas son posibles, y la fe
crece con la oración. Una oración, ante todo, de discernimiento que
trate siempre de encontrar luz y fuerza para servir a esta comunidad,
a estos hermanos en el Señor que la Compañía ha encomendado a uno
para que tenga por ellos un cuidado y una preocupación muy espe-
ciales.
Pero ya he hablado demasiado. Desearía estar un día entero con
vosotros, pero es imposible. Ahora quisiera escuchar vuestras reacciones
a lo que acabo de decir... que me dierais un poco más de luz acerca de
vuestras propias dificultades, y que me comunicarais vuestras ideas para
superar los obstáculos que se oponen a un mejor gobierno espiritual y
apostólico.
25. El Corazón de Cristo y la Compañía

(9. VI. 72). Carta a toda la Compañía)

Como lo prometí en mi carta de 16 de diciembre de 1971 (AR XV


766), al producirse en este año 1972 el centenario de la Consagración de
la Compañía al Corazón de Jesús, realizada por el Padre Pedro Beckx,
deseo conversar con todos y con cada uno de vosotros sobre un aspecto
de la espiritualidad cristocéntrica en la Compañía, y su manifestación
concreta en la devoción al Corazón de Cristo.
Es un tema que llevo muy en el alma, aunque no deja de ser hoy
difícil de tratar por lo diversas que son en la Compañía las posiciones
subjetivas ante esta devoción. Me voy a limitar a presentaros un deseo
que siento profundamente como General: el de ayudar a encontrar la
solución del problema ascético, pastoral y apostólico que nos presenta
hoy la devoción al Sagrado Corazón.
Nadie duda de que la espiritualidad ignaciana es cristocéntrica.
Toda ella, lo mismo que nuestro apostolado, se funda en el conoci-
miento y en el amor profundo de Jesucristo, de su divinidad y de su
humanidad: en el conocimiento de Jesucristo Redentor, que ha amado
a su Eterno Padre y al género humano con un amor divino-humano, in-
finito y personal, con un amor que se extiende a todos y a cada uno
de los hombres. Es ese amor de Cristo, que una tradición plurisecular,
alentada por el Magisterio, representa en su Corazón, el que da origen a
la respuesta apostólica (al modo ignaciano) de quienes "se quieren se-
ñalar en todo servicio" y llegar hasta el anonadamiento de la bandera de
la cruz (la "kenosis" del vexillum crucis) para colaborar en la redención
del mundo.
Es éste un punto fundamental en que nos encontramos fácilmen-
te de acuerdo. Pero tratándose ya de la Devoción al Sagrado Corazón,
hay dos posiciones antagónicas que se podrían caracterizar así: Unos
consideran esta espiritualidad, que han llamado y siguen llamando "De-
voción o Culto al Corazón de Jesús", como algo tan propio y esencial en
la Compañía qué la reputan indispensable para todo buen jesuita. El
590 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

apostolado del Sagrado Corazón, "munus suavissimum", sería esencial


en toda nuestra actividad pastoral y la debería inspirar y animar. El
Sagrado Corazón, símbolo del amor divino-humano de Cristo, sería
para ellos el camino más directo de llegar al conocimiento y al amor
de Jesucristo.
Otros hay, en cambio, que sienten más bien indiferencia y aun
una especie de aversión subconsciente a este género de devoción, y llegan
incluso a evitar hacer mención de ella. Piensan, en efecto, por una parte,
que se reduce a unas cuantas prácticas devocionales, superadas y
anacrónicas, y no se ayudan, por otra parte, del símbolo del corazón,
pues la palabra "corazón" se ha ido cargando, según ellos, de sentimen-
talismo y de una fuerza alérgica incoercible, a lo que contribuye tam-
bién el hecho de que, al menos en algunas culturas, el corazón no sea
considerado como símbolo del amor, si no es dentro de un contexto
puramente sentimental.
Sucede con esto que no faltan quienes se sienten desorientados en
esta materia. Están convencidos del valor que encierra lo esencial del
culto al Corazón de Cristo, pero no saben cómo podrían proponerlo
hoy a los demás en un modo aceptable, y prefieren mantenerse a la
expectativa y como en un respetuoso silencio.
Las dos primeras posiciones parecen irreductibles y esencialmente
opuestas, pero quizá no lo sean en sus aspectos más fundamentales. La
primera se apoya, y nadie podrá negarlo, en numerosos documentos
oficiales de la Iglesia y en la tradición de la Compañía: decretos de las
Congregaciones Generales, cartas de los Padres Generales, etc. Una for-
mación en ese sentido, recibida desde el noviciado, y la propia experien-
cia espiritual, personal y apostólica, les demuestra cuánto se han sentido
ayudados por la práctica de esta devoción, y no pocos recuerdan el "ul-
tra quam speraverint" en los frutos extraordinarios de su acción apos-
tólica como un signo fehaciente de su eficacia.
La posición opuesta tiene su origen en una serie de razones, que
varían según los casos. No me refiero, es claro, a las dificultades más
hondas basadas en una problemática cristológica que puede llegar hae-
ta deformar la fe misma en Cristo y nuestra relación personal con El,
sino a otros varios motivos que fundamentan la reserva seria de al-
gunos. Sienten, en efecto, algunos una dificultad general en aceptar
métodos de espiritualidad que puedan significar, según ellos, una li-
mitación de la libertad personal o dar la impresión de algo impuesto
indiscriminadamente desde fuera. Otros temen comprometerse con una
espiritualidad que estiman excesivamente subjetiva e intimista. A otros
les retrae el valor o el alcance de las revelaciones privadas, en las que se
ha pretendido a veces fundamentar la devoción al Sagrado Corazón, o el
concepto mismo de consagración. Y en no pocos se añade un rechazo
instintivo al modo emocional, anti-artístico y barato de algunas pre-
sentaciones o escritos sobre este argumento.
Si se confrontan serenamente y en un diálogo ordenado a un ver-
dadero discernimiento espiritual, estas dos posiciones no son tan contra-
rias como podrían parecerlo. Si se analiza el significado de expresiones
"ARTE 2.» / n.° 25 591

como éstas: "Déjeme de devociones especiales, a mí me basta con Je-


sucristo redentor, crucificado y resucitado", es claro que lo que con
ellas se quiere subrayar es la solidez de un amor verdadero a Cristo,
que en el Misterio Pascual ha realizado nuestra salvación y nos llama
a la identificación con El; y precisamente ese amor incondicional a la
persona de Cristo ha sido siempre esencial en el culto al Sagrado Co-
razón.
Cuando los de la segunda posición dicen rechazar las prácticas ex-
ternas, menos compatibles con la manera de ser de hoy, los de la pri-
mera no tienen dificultad en reconocer que tales son cosas accidentales,
de valor relativo y condicionado. Si éstos a su vez insisten en que el
cristocentrismo y el amor personal a Jesucristo es absolutamente ne-
cesario para realizar la vocación en la Compañía, aquéllos lo aceptan
plenamente, reconociendo que podría llegarse a exagerar la horizonta-
lidad si se perdiera de vista esta indispensable verticalidad.
Se podrían así citar otros puntos, que en un sano discernimiento
pierden agresividad y aun llegan a desaparecer. Debemos fomentar este
intercambio de ideas que deberá caracterizarse por los elementos si-
guientes, típicamente ignacianos:

— Una gran comprensión, que trata de entender la proposición y


el espíritu del interlocutor (Ejerc. 22).
— Una plena objetividad, a fin de considerar los valores reales
y saber eliminar cualquier clase de exageraciones unilaterales,
de reacciones emocionales, etc. (Ejerc. 181).
— Un respeto total a la legítima libertad de los demás, sin querer
llevar a todos por el mismo camino, sino dejando que el Espí-
ritu conduzca a cada uno según su voluntad (Ejerc. 15).

El valor objetivo del verdadero culto al Corazón de'Cristo se mues-


tra a las claras y en muchos documentos de la Iglesia y de la Compa-
ñía. Sería muy difícil sostener, y mucho más difícil probar científica-
mente que sus fundamentos han caducado o se encuentran desprovis-
tos de base teológica, si se presenta la esencia profunda del mensaje que
ofrece y de la respuesta que exige.
Cristo, Dios-hombre, precisamente por ser el Hijo de Dios encar-
nado, posee en plenitud todos los valores genuinamente humanos. Es
Dios y al mismo tiempo el más hombre de los hombres. La persona
de Cristo realiza la medida del amor pleno, porque expresa el don
que nos hace el Padre de su Hijo revelado en la carne, y porque realiza
en sí misma la síntesis perfecta del amor al Padre y del amor a los
hombres.
Es este misterio de amor divino-humano, simbolizado en el Co-
razón de Cristo, lo que ha tratado de comprender y lo que ha querido
subrayar la tradicional devoción al Corazón de Cristo, en un mundo
cada vez más sediento de amor y más necesitado de comprensión y de
justicia. Entre el Verbo de Dios y el Corazón de Jesucristo traspasado
592 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

en la cruz está toda la humanidad del Hijo de Dios, y el eclipse del


sólido sentido teológico de esa humanidad ha sido una de las razones
que han llevado a la desvalorización de su corazón como símbolo. Saltar
el anillo de la humanidad total de Cristo equivale a crear un vacío
teológico entre el símbolo y lo simbolizado, que el antropomorfismo y
el pietismo se sienten tentados de colmar. Dejar en la sombra la plena
humanidad de Cristo significa también y sobre todo perder la dimen-
sión comunitaria, es decir, eclesial, de la espiritualidad cristocéntrica.
La Iglesia nace de la Encarnación, más aún, ella misma es una
continua Encarnación; la Iglesia es el cuerpo místico de J)ios-hecho-
hombre. Ahora bien, nada hay menos individualista que un genuino
amor a Cristo: la existencia misma de la reparación procede de una
auténtica exigencia comunitaria, del Cuerpo Místico.
Superando los obstáculos de orden psicológico que las formas ex-
temas de este culto pueden presentar, el jesuita debe revitalizarlo con
la espiritualidad cristocéntrica sólida y viril de los Ejercicios que, con
su cristocentrismo integral y con su culminación en la entrega total,
nos preparan a "sentir" el amor del Corazón de Cristo como punto de
unificación de todo el Evangelio. La vida del jesuita queda perfecta-
mente unificada en la respuesta al llamamiento del Rey Eternal y en
aquel "Tomad, Señor, y recibid" de la Contemplación para alcanzar
amor, que es corona de los Ejercicios. Vivir esa respuesta y ese ofre-
cimiento será para cada uno de nosotros y para toda la Compañía la
verdadera realización del espíritu de la consagración al Corazón de
Crist», al modo ignaciano.
De este intenso vivir el espíritu de los Ejercicios es de donde sur-
gió, como ineludible urgencia apostólica, el empeño de vivir y ofrecer
la oración y el trabajo propios en unión con el Corazón de Cristo y de
realizar así una existencia íntimamente centrada en Cristo y en la
Iglesia. El Apostolado de la Oración ha vivificado y sigue vivificando
de este modo la perspectiva sacerdotal de tantas existencias cristianas,
haciéndolas culminar en el ofrecimiento eucarístico de Cristo y en la
consagración del mundo a Dios (LG. 34). Este medio del Apostolado de
la Oración, que tanto ha ayudado al Pueblo de Dios, puede hoy, debida-
mente renovado y adaptado, preciar nuevo y mayor servicio, cuando
tanto se siente la necesidad de crear grupos apostólicos de oración y de
serio compromiso espiritual.

Resumiendo :

Es un hecho que la providencia de Dios, en las diversas situaciones


históricas, ha ido proveyendo a la Iglesia de loe medios espirituales
más adaptados. Uno de esos medios ha sido evidentemente, para la
Compañía de Jesús, la devoción al Sagrado Corazón. Nadie podría
negar los frutos excelentes que se han seguido de ella para la espiritua-
lidad cristocéntrica y para el apostolado de la Compañía.
a
PARTE 2 . / n.° 25 593

Es teológicamente cierto, confirmado por la tradición de la Com-


pañía, que en la esencia de la devoción al Sagrado Corazón hay grandes
valores, que pueden y deben ser aplicados también a las circunstancias
actuales.
Es un hecho, por otra parte, que nos encontramos ante la realidad
de que muchos y buenos jesuitas no sienten hoy especial atracción, an-
tes al contrario, experimentan repulsión hacia esta forma de culto. Y
un principio ignaciano nos dice que no ise puede imponer a nadie una
forma de espiritualidad que no le ayude en su vida de jesuita. (Cfr.
M. I. Fontes Narrativi IV - 855).
Nos encontramos en un momento histórico de crítica, de contesta-
ción, de rechazo de elementos tradicionales. Esto, si tiene grandes pe-
ligros, tiene también la ventaja de obligarnos a ahondar en la esencia
de las cosas.
De ahí que la Compañía, precisamente para mantenerse fiel a su
tradición, tiene hoy el deber de estudiar la esencia de la devoción al
Corazón de Jesús y de descubrir el modo de utilizarla y de presentarla
al mundo de hoy. Serían inaceptables las soluciones simplistas que, o
desconocieran la necesidad de una adaptación viva y de un desarrollo
teológico de su esencia y de su ejercicio, o la rechazaran de plano
porque personalmente no agradara.
Profundizar en este problema espiritual, pastoral y apostólico nos
llevará, por un lado, a descubrir su verdadera solución, que ha de ser
de gran servicio no sólo para nosotros mismos, sino para tantos re-
ligiosos y laicos que esperan desorientados direcciones concretas en esta
materia; y nos dispondrá, por otro, a conocer más profundamente a
Aquel en quien se encuentran todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia (Col 2, 3).
El estudio profundo sobre el costado atravesado de Jesús en la
Cruz (Juan 19, 34) es un tema de reflexión teológica fecundísima y muy
actual. El Evangelio, que había subrayado expresamente el amor de
Cristo en su pasión y en su muerte (Juan 13, 1; 15, 13), parece querer
llamar nuestra atención sobre este amor, como clave de la obra reden-
tora, al mostrarnos el costado abierto de Jesús, del que brotan la sangre
> el agua, misterioso anuncio de los dones del Espíritu a la Iglesia.
Quisiera añadir una palabra personal, como General. He sentido
la obligación de hablar de este punto, tan vital en nuestra espiritualidad,
no solamente porque celebramos este centenario, sino también porque,
además de estar personalmente convencido del valor intrínseco de la
devoción al Corazón de Cristo y de su extraordinaria energía apostó-
lica (tanto por razones teológicas como por experiencia propia), creo
que se puede definir, con las Sumos Pontífices, "compendio de la re-
ligión cristiana" y con Pablo V I : "excelente forma de la verdadera
piedad... en nuestro tiempo".
Esto me induce a querer recomendar a todos, y especialmente a los
teólogos y especialistas de espiritualidad y pastoral, que estudien el
mejor modo de su presentación moderna para que obtengamos en ade-
lante los resultados que hasta ahora se han obtenido. Estoy convencido
594 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de que insistiendo en esta recomendación presto un gran servicio a la


Compañía, y de que cuanto más a fondo conozcamos el amor de Cristo,
más fácil nos será encontrar los modos auténticos de describirlo y de
expresarlo. El "ultra quam speraverint" prometido, vale también para
nosotros.
En la Iglesia del Gesü de Roma, donde el Padre Beckx lo hizo por
primera vez, espero renovar el próximo 9 de junio, fiesta del Corazón
de Jesús, la Consagración de la Compañía al mismo Sagrado Corazón
con la fórmula cuya copia adjunto a esta carta. Desearía que todos se
unan en espíritu a este acto en la forma que se crea más conveniente en
cada Provincia.
Que el Padre, "que ha ocultado estas cosas a las sabios y prudentes
y las ha revelado a los pequeños" (Mt 11, 25), nos conceda, a vosotros
y a mí, el conocer y sentir cada vez más profundamente las inagota-
bles riquezas encerradas en el Corazón de Cristo. Yo considero esta
gracia importantísima en este momento de la historia de la Iglesia y
de la Compañía. "Petite et dabitur vobis".

Oh Padre Eterno,

Mientras oraba Ignacio en la capilla de La Storta, quisiste tú con


singular favor aceptar la petición que por mucho tiempo él te hiciera
por intercesión de Nuestra Señora: "de ser puesto con tu Hijo". Le
aseguraste también que serías su sostén al decirle: " Y o estaré con
vosotros". Llegaste a manifestar tu deseo de que Jesús portador de la
Cruz le admitiese como su servidor, lo que Jesús aceptó dirigiéndose a
Ignacio con estas inolvidables palabras: "Quiero que tú nos sirvas".
Nosotros, sucesores de aquel puñado de hombres que fueron los
primeros "compañeros de Jesús", repetimos a nuestra vez la misma sú-
plica de ser puestos con tu Hijo y de servir "bajo la insignia de la
Cruz", en la que Jesús está clavado por obediencia, con el costado
traspasado y el corazón abierto en señal de su amor a Ti y a toda
la humanidad.
Renovamos la consagración de la Compañía al Corazón de Jesús
y te prometemos la mayor fidelidad pidiendo tu gracia para continuar
sirviéndote a Ti y a tu Hijo con el mismo espíritu y el mismo fervor
de Ignacio y de sus compañeros.
Por intercesión de la Virgen María, que acogió la súplica de Ig-
nacio, y delante de la Cruz en la que Jesús nos entrega los tesoros de su
corazón abierto, decimos hoy, por medio de El y en El, desde lo
más hondo de nuestro ser: "Tomad, Señor y recibid toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi
poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno, todo es vuestro;
disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que
esto me basta".
3," Parte
Sección 1. A

Formación

1. Directivas de gobierno (8-XII-69).

2. Slogans que necesitan puntual interpretación (20/24-1-70).

3. ¿Qué jesuita queremos formar según la CG. XXXII? (1975).

4. La formación en el Noviciado (31-XII-73).

5. El desenfoque de la "politización" (26-111-79).

6. Oración, experiencias y mes de Ejercicios en el Noviciado (8-XI-79).

7. Candidatos procedentes de otros institutos religiosos (14-VI-76).

8. Estudios de teología en el Noviciado (30-VI-72).

9. Algunos consejos sobre la formación de los escolares (9-III-76).

10. Comienzo del estudio de Teología. Auto-destinos (5-X-73).

11. Sobre el permiso de vivir fuera de la casa religiosa (14-VI-79).


I
1. Directivas de gobierno ( 8 . XII. 6 9 )

Se ha de fomentar hoy en la Compañía, sobre todo entre los jó-


venes, la auténtica espiritualidad ignaciana, es decir, aquella que,
guiada por los Ejercicios, tiende a conseguir una plena y sincera con-
sagración a Dios en la actividad apostólica aceptada como servicio a la
Iglesia.
Hágaseles ver de una manera positiva, el modo de pensar de san
Ignacio, con toda su profundidad y su exacta aplicabilidad a las nece-
sidades de hoy, acomodada a la mentalidad actual, de modo que se
disipe toda incertidumbre y duda respecto al sentido de nuestra voca-
ción y sobre el lugar que la Compañía ocupa en la Iglesia y en el
mundo de hoy. No tengamos miedo en exigir a nuestros jóvenes los
sacrificios y la austeridad de vida que lleva consigo una vida auténti-
camente apostólica; la generosidad de su alma desea cosas de ese
género, y quien no estuviera dispuesto a hacerlo así,' demostraría con
lo mismo no ser apto para la Compañía.
Fomentemos la lectura de los escritas de san Ignacio y de sus
compañeros, sobre todo el estudio de los Ejercicios en sus fuentes y a la
luz de la Teología de hoy y de la Pastoral.
Para poder alcanzar los fines de la Compañía y para hacer que se
conserve su ímpetu apostólico, convendrá en primer lugar que queden
bien subrayados los elementos esenciales de nuestra vocación y que
los jóvenes sean formados en ese espíritu. Sin pretender recoger aquí
toda la materia, enumeraré al menos los puntos de mayor importancia:

1. Cuando entramos en la Compañía dejamos espontáneamente de


lado cualquier tipo de derechos, para servir mejor a Dios por el ca-
mino que, con la obediencia, nos trazará la Compañía: con todo, no
habrá de omitir el superior el tener en cuenta el carisma individual de
cada uno.

2. La Compañía está vinculada de una manera peculiar al Papa.


600 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

3. La autoridad en la Compañía procede de Dios: y nadie apren-


de la obediencia si no es obedeciendo.

4. Fundamento de nuestra pobreza es el amor y la imitación de


Cristo pobre. Esa pobreza exige una vida común, en la que no hay nada
propio: el peculio no se admite entre nosotros.

5. En la observancia de la castidad no puede en modo alguno ad-


mitirse una "tercera vía".

6. La Compañía es un cuerpo universal: hemos de estar prepara-


dos a ir a cualquier parte del mundo. La división en Provincias, intro-
ducida únicamente por motivas administrativos, no destruye la esen-
cial unidad del cuerpo de la Compañía: ya que ésta no es en modo
alguno una simple confederación de Provincias.

7. La cuenta de conciencia es algo esencial en la Compañía, y


no va contra el derecho personal. En su lugar no puede ponerse nin-
gún otro tipo de práctica colectiva, como serían la revisión de vida o
una "dinámica" o cosas por el estilo, aunque todo ello sea sumamente
útil para otros fines.

8. La oración privada, personal e individual es imprescindible, y


no bastan las solas oraciones comunitarias o litúrgicas.

9. La Compañía difiere esencialmente de un instituto secular. Evi-


dentemente se hace necesaria hoy una adaptación apostólica al mundo
actual, pero quien pretende convertir la Compañía en un instituto se-
cular, pretende con eso cambiarla radicalmente, es decir, destruirla.

10. La especialización individual y una actividad particular me-


diante la cual algunos se integran en obras o institutos (aun fuera de
la Compañía), son a veces caminos aceptables, pero que no habrán de
disminuir en nada nuestra disponibilidad.

11. Nuestro servicio en las cosas temporales y concretamente en


el campo de la política no se ha de poner en que substituyamos nosotros
al seglar en su encargo específico, sino en un diálogo con ese seglar,
a quien ayudaremos a discernir los principios éticos con que dirija él
su propia actividad. Porque la Compañía no puede confundirse con
ningún partido político ni identificarse con algún régimen concreto.

12. Existe una sola Compañía, es decir, la que vive según las
Constituciones y en conformidad con los decretos de sus Congregacio-
nes Generales. Sería por consiguiente grave defecto tratar de romper
esta unidad.
1. Slogans que necesitan puntual

interpretación (20/24. I. 70)

1. "La Compañía debe evolucionar en un instituto secular"

La Compañía es una orden clerical religiosa que se diferencia esen-


cialmente de un instituto secular. Por tanto, la evolución y transforma-
ción en ese sentido significa la destrucción de la Compañía.
La necesidad de una adaptación de la Compañía al mundo secula-
rizado de hoy, modificando algunos de sus elementos accidentales, es evi-
dente y la Compañía lo está procurando, pero nuestra pobreza, nuestra
obediencia, nuestra vida comunitaria, etc., son enteramente diversas de
las de un instituto secular.
Es cierto que hoy algunos jesuitas están llevando una vida que no
es sino la de un instituto secular o tal vez ni siquiera Hega a eso. Por
tanto, quien crea que para su vida personal espiritual o apostólica ese
modo de vida es el más apto, debe replantearse la cuestión con since-
ridad y valentía: la Compañía tiene su espíritu y sus estructuras bási-
cas fundadas en el carisma ignaciano de las cuales no puede ni quiere
desprenderse. Si alguien delante de Dios cree que ha descubierto en él
una nueva vocación y que la manera de vida de un instituto secular le
ayuda más para hallar a Dios, replantéese la cuestión de un modo res-
ponsable y serio, pida consejo a los que le conocen bien y conocen la
Compañía y llegue a una decisión. Pero no procure transformar la
Compañía en algo que sería destruirla.
Por otro lado es una gran responsabilidad de todos y especialmente
de los Superiores el procurar atender a quienes con buena voluntad
comienzan a seguir ese camino. En muchísimos casos es una falta de
conocimiento de la Compañía real y de sus posibilidades apostólicas
para el presente y futuro, y de un idealismo y falta de realismo gran-
des, que les hace creer que las cosas pueden modificarse a medida y
con la presteza de nuestros meros deseos y desconocen la eficacia apos-
tólica que se deriva de una institución como la Compañía.
602 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

En muchos casos son sujetos de gran sinceridad y valor que están


desorientados.

2. "Mi personalidad debe ser desarrollada según mi carisma personal:


La Compañía tiene obligación de ayudarme a ello con todos
sus medios"

Ciertamente que la Compañía debe ayudar a desarrollar la perso-


nalidad de cada uno de sus hijos y tener en cuenta su carisma personal,
pero también es verdad que cuando entramos en la Compañía fue si-
guiendo libremente una llamada (vocación) de Dios, pero entramos en
ella para servir a la Iglesia según el espíritu y estructuras de ella. De
ahí que, implícitamente al menos, cedimos una parte de los derechos
que en una vida laica pudiéramos santamente gozar. De ahí que la Com-
pañía tiene que realizar un servicio concreto a la Iglesia siguiendo su
misión y nosotros tenemos que colaborar en ese servicio del modo como
nuestra misión recibida por medio de la obediencia nos es dada. Na-
turalmente, al determinar la obediencia nuestra labor debe tener en
cuenta (ratio conscientiae) nuestro carisma personal y nuestras cualida-
des, etc. Pero es en último término la Compañía la que nos determinará
nuestro modo de formarnos y nuestras actividades apostólicas una vez
formados. Entramos a servir a la Iglesia en la Compañía: por eso San
Ignacio nos habla tanto de la indiferencia; esto no excluye el que en
algunos casos Nuestro Señor indique claramente su voluntad respecto
a un sujeto y en ese caso esa voluntad será respetada por la Compañía.
Hoy existe la tendencia a crearse uno mismo su destino y su trabajo
en el futuro, lo cual si se hace fuera de la obediencia no es admisible.
Esto obliga por otro lado a los Superiores a pensar y plantear esos des-
tinos dentro de un marco de planificación muy bien estudiado. Si es
inadmisible que el sujeto se "predestine", también es reprobable que
se proceda con ligereza y sin profunda consideración en la determinación
del futuro de nuestros jóvenes.

3. "La Compañía debe fomentar el pluralismo y la descentralización.


El papel del Gobierno central es meramente de coordinación"

La Compañía es un cuerpo unificado en una autoridad central


(P. General —736, ss.—) y su división en provincias es solamente una
necesidad administrativa. El exceso de centralización y uniformidad
debe ser ciertamente evitado, pero siempre debe permanecer la Compa-
ñía un cuerpo único con una cabeza, tal como se describe en las Consti-
tuciones. Por tanto, el principio de subsidiariedad y el principio de
adaptación y pluralismo deben ser fomentados, pero sin romper esa
unión que es a la vez la base de una gran movilidad y eficacia estraté-
gica apostólica. "El Prepósito General tenga toda autoridad sobre la
Compañía ad aedificationem" (736). "Es necesario haya quien tenga
cargo de todo el cuerpo de la Compañía" (719).
a
PARTE 3 . / n.° 2 603

4. "iVo es necesaria la institución. El carisma no debe ser ahogado


por las estructuras y las instituciones"

El carisma representa el espíritu que ha de vivificar el cuerpo y sus


actividades. Pero el carisma para poder perpetuarse y para ser eficaz
exige una estructura y para su actividad apostólica las instituciones son
necesarias.
El carisma vivifica la estructura y la estructura sostiene el carisma.
Es cierto que en muchos casos se ha exagerado la institucionaliza-
ción y las estructuras pesadas e inoperantes, pero eso no quiere decir
que haya que suprimir toda institución y todas sus estructuras. Hay que
estudiar, acomodar, pero la institución y las estructuras se deben deter-
minar de modo que ayuden al carisma a actuar y desarrollarse.

5. "La autoridad (Superior) no es sino el intérprete y coordinador


de la voluntad de la Comunidad"

El Superior tiene una función que es la del servicio a la Comuni-


dad. Servicio que consiste en buscar por todos los medios prudentes y
necesarios la voluntad de Dios para la Comunidad y BUS miembros. El
Superior debe buscar esa voluntad y uno de los medios, en muchos
casos el más eficaz, será el consultar a la Comunidad y sentir sus opi-
niones y su modo de pensar. Pero el Superior no está obligado a seguir
la opinión de una mayoría si tiene otros motivos que, pensados delante
de Dios, le obligan en conciencia a dar otra decisión que la propuesta
por la mayoría.
La Compañía no tiene sistema capitular ni es esencialmente demo-
crática, aunque en sus estructuras haya muchos elementos democrá-
ticos.

6. "La acción es oración: yo encuentro a Dios más fácilmente en los


prójimos y en el trabajo que en la oración retirada"

Todo eso puede ser verdad, pero no se puede concluir de ahí que
la oración personal privada no sea necesaria. En la oración, como en la
caridad, hay dos dimensiones que no pueden excluirse: la dimensión
vertical hacia Dios y la horizontal hacia las criaturas. Las dos absolu-
tamente necesarias. En los tiempos pasados se insistió mucho, tal vez
demasiado exclusivamente, en la dimensión vertical, pero hoy se va al
extremo opuesto con un exclusivismo horizontal también equivocado.
La necesidad de la oración personal privada es evidente por la mis-
ma doctrina teológica, la tradición cristiana toda, y el mismo ejemplo de
Cristo. Que se encuentre dificultad en ella no arguye que no sea nece-
saria. Es obligación de todo jesuita procurar esa oración personal y
progresar en ella, como en un elemento necesario también para poder
conservar la verdadera dimensión horizontal de la caridad y oración.
604 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Todos debemos procurar llegar a ser hombres de oración. El des-


cuido en este punto es de consecuencias perniciosísimas, como va dando
la experiencia de tantos como van dejando la Compañía y cuyo prin-
cipio ha sido la negligencia en esa práctica de la oración personal pri-
vada y comunitaria.

7. "Lo cuenta de conciencia es contra el derecho


de la persona"

De ningún modo puede aceptarse esa expresión. La cuenta de con-


ciencia es un elemento esencial en la Compañía para poder tener la obe-
diencia apostólica tal como la concibió San Ignacio. De ahí que cuando
entramos en la Compañía la hemos aceptado como un medio para nues-
tra vocación y para nuestra actividad apostólica. Así como la confesión
es obligatoria y no es contra el derecho de la personalidad, la cuenta
de conciencia en el modo como la concibe la Compañía no es en absolu-
to contraria a esos derechos. Así lo ha declarado la Iglesia al confirmar
nuestro proceder y es de tal naturaleza que el negarlo sería negar uno
de los principios básicos de la espiritualidad de la Compañía.

f-. "Lo obediencia ciega es irracional e inadmisible"

Entendida la obediencia ciega a modo de caricatura, como si se


tratase de un modo ciego en que toda reflexión humana individual fue-
se excluida siempre o si se hace convertir al sujeto en un instrumento
o un cadáver, puede entenderse esa afirmación, pero si se entiende como
la entiende San Ignacio y la entiende hoy la Compañía no es irracional,
sino en algunos casos puede ser el modo más prudente de proceder.
Ciertamente, hoy, dada la psicología actual y el respeto a la perso-
na, etc., así como el deseo de dar mayor objetividad y eficacia a la obe-
diencia, s e insiste mucho en el diálogo y en la preparación de las deci-
siones con consultas y discusiones, etc., lo cual es sin duda un adelanto
en la línea ignaciana de búsqueda de la voluntad de Dios en que todos,
Superiores y subditos, deben contribuir, pero puede haber ocasiones o
un motivo decisivo que obligue al Superior a tomar una decisión en
apariencia (para todos los que desconocen ese motivo) imprudente; mo-
tivo que por ser un secreto de conciencia o comiso, de ninguna manera
se puede revelar: en ese caso no hay más remedio que someter su
juicio sin conocer los motivos (y en ese sentido ciego). Pero para esa
ceguera hay un motivo muy prudente: que sé que el Superior (en quien
se confía) ha de tener motivos incomunicables y que yo debo respetar
y por tanto me someto a su decisión aunque yo no la entienda. ( ¡ Cuán-
tas veces ocurre esto tratándose de personas!). Eso exige un espíritu
grande mental sobrenatural y de confianza con el Superior, pero es un
modo muy racional de actuar... aunque haya procedido en este punto
"ciegamente"... pero la posición y los motivos de esa actuación son muy
a
PARTE 3 . / n.° 2 605

sabios y prudentes. Es un acto de fe humana hacia el Superior para la


cual hay motivos suficientes.

9. "Cada cual debe tener la libre disposición de lo que gana


(al menos de una parte)"

Lo que alguien puede ganar de cualquier manera que sea no le


pertenece a él personalmente, debe entregarlo a la Comunidad. Algunos
se procuran dinero con el motivo de una seguridad para el futuro (¿qué
será de ellos en su vejez?) y tienen cuentas aparte sin conocimiento
de nadie. Práctica intolerable y un "grave vulnus" contra la pobreza
más elemental de la Compañía.

10. "El jesuita no debe distinguirse del laico"

El jesuita internamente tiene una disposición de espíritu que es la


de un religioso con la identidad propia de la vocación de la Compañía.
En el exterior, no solamente en su modo de proceder y en su modo
externo de vida (habitación, traje, etc.), siempre ha de manifestar esa
identidad interna, en la forma que sea prudente en el lugar o la ocasión
en que se encuentre. Desde luego, en muchas cosas que están relacionadas
con el apostolado, etc., dependerá de las decisiones de la Jerarquía.
La adaptación al mundo siempre se ha de hacer según unos criterios
que favorezcan nuestra acción apostólica. Es difícil, a priori, prever
todos los casos particulares, pero no debemos olvidar que estamos en
el mundo, pero no somos del mundo, lo cual aun externamente se ha
de manifestar en alguna forma adecuada.

11. "El amor de la mujer es necesario para el desenvolvimiento


de la personalidad"

Como nos dice el decreto 16 de la C.G., "como fruto apostólico pre-


cioso del amor de amistad vivo y pujante, puede contarse ese trato ma-
duro, sencillo, no angustioso, con las almas —hombres o mujeres—".
Es un amor verdaderamente humano hacia los hombres y una verdadera
amistad que nace del afecto viril que se consagra a Cristo por medio
de la castidad. Este amor casto "lleva consigo una renuncia definitiva
y la soledad del corazón. Esto forma parte de la cruz que Jesús nos
ofrece en su seguimiento".
La Compañía no puede tolerar, en cambio, el amor exclusivo a una
mujer que lleve a una relación íntima que incluso se manifiesta externa-
mente como suelen hacerlo los que se aman en el mundo.
La Compañía prohibe esto, y si alguno creyese que eso le es ne-
cesario para el desarrollo de su personalidad, debe elegir entre esa
renuncia o la Compañía. En este punto la Compañía quiere permanecer
enteramente firme, pues es un campo sumamente peligroso y que ñor-
606 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

malmente llevaría a una degeneración de nuestra vida y de nuestra vo-


cación. (Cfr. AR. XV, pp. 179-80).

12. "La dinámica de grupo puede sustituir a la


dirección espiritual"
Las ventajas de esa vida comunitaria y de la confianza y mutua
ayuda que la vida comunitaria entendida de un modo actual con toda
su sinceridad, mutua comprensión y ayuda, es, sin duda, una gran
ayuda y puede sustituir en algunos casos a la labor del P. Espiritual,
pero no completamente. Hay puntos y cuestiones enteramente*"personales
que son reservadas a la intimidad de la cuenta de conciencia o de la
confesión y que, por otro lado, requieren una experiencia y prudencia
que un grupo de inexpertos no pueden proporcionar. De ahí, pues, que
reconociendo las grandes ventajas y la ayuda magnífica que esa vida de
comunidad puede aducir, no se la puede considerar como un sustitutivo
de la dirección espiritual personal bajo un P. Espiritual.

13. "La terapia de grupo debe ser aplicada a todos


los escolares"
De ninguna manera. La terapia de grupo puede ser útil para algu-
nos. Pero en modo alguno debe ser universal y menos obligatoria.
El que necesite, a juicio del médico, de ese tratamiento, debe ha-
cerlo fuera de la comunidad e interrumpiendo sus estudios. Solamente
con un dictamen médico puede comenzarse.
Lo mismo diría del psicoanálisis, que nunca se debe realizar con
médicos que no tengan comprensión para la vida religiosa. Si en casos
especiales deben someterse al análisis, será con especialistas de toda con-
fianza y que conozcan la vida religiosa. Durante el tratamiento deben
interrumpir los estudios en nuestras casas de formación y vivir en otras
comunidades.

14. "Dejemos las estructuras actuales y cada uno debe hacer


por sí mismo la experiencia ignaciana"
¿Qué significa hacer la experiencia ignaciana? Se admite si sig-
nifica hacer unos Ejercicios, tal y como los pide San Ignacio, y con ese
espíritu tratar de trabajar apostólicamente con la entrega a Cristo en
el tercer grado de humildad, y siguiendo en todo el espíritu que revela
en sus escritos (Constituciones, Autobiografía, Cartas, etc.), llevando
las conclusiones de esa espiritualidad hasta el grado en que San Ig-
nacio las llevó. Pero si por experiencia ignaciana se entiende el comen-
zar una vida sin conocimiento profundo de la espiritualidad de San Ig-
nacio, haciendo caso omiso de sus normas y modo de proceder, como
además se ha ido manifestando a lo largo de los años en la Compañía
(que interpretaba el carisma ignaciano), parece una utopía peligrosa e
inútil, y en el fondo bastante altanera, por creer que él subjetivamente
va a descubrir por sí solo lo que otros no le pueden enseñar.
3- ¿Qué jesuita queremos formar

según la C. G. XXXII? (1975)

Puede afirmarse que la CG. 32 supo sacar de los recursos de la


Compañía "nova et vetera". Y marcó con un nuevo acento muchos de
los elementos tradicionales del apostolado y de la espiritualidad jesuí-
tica para responder a las exigencias nuevas del mundo de hoy. Insis-
tiendo en la "razón de ser" fundamental de la Compañía, en el servi-
cio de la fe ("la defensa y la propagación de la fe", según la primera
Fórmula del Instituto), la CG. 32 puso de relieve uno de sus elementos
integrantes, la promoción de la justicia, precisamente en un momento
en que tantos en el mundo se ven privados de los derechos humanos
básicos y son víctimas de la injusticia. Pero, al hacer esto, la Congre-
gación no dejó de reconocer que hoy se encuentran dificultades muy
particulares no sólo para predicar la fe, sino también para vivirla y
que nosotros los jesuitas no estamos libres de tales dificultades. "En
las sociedades tradicionalmente cristiana(s un secularismo dominante
está cerrando las mentes y los corazones de los hombres a la dimensión
divina de toda realidad" (II, 5). Este secularismo dominante "produce
en nuestros contemporáneos un vacío interior y una sensación de au-
sencia de Dios" (XI, 7), de la que nosotros podemos también sufrir.
Para preparar, por tanto, a la Compañía para su misión en el
servicio de la fe y en la promoción de la justicia, debemos formar
hombres:

a) Que hayan penetrado tan hondamente en los misterios de la fe


por la oración y el estudio que lleguen a vivir de veras de ellos, de
modo que se les haga connatural la atmósfera de fe profunda. Para
llegar a esto, la CG. 32 exige que a lo largo de la formación se pro-
mueva una integración nueva de oración, estudio y desarrollo personal.
Y supone que los formadores estarán "tan imbuidos de la divina sabidu-
ría, que formen a los NN. no menos con el cordial contacto de su ex-
periencia y ciencia de Dios y de los hombres que con la comunicación
académica de la doctrina" (VI, 14).
608 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

b) Que con su vida, tanto personal como comunitaria, den testi­


monio de las exigencias radicales del Evangelio, sobre todo de una íe
profunda y de un inequívoco compromiso con la justicia. "Pese a lo
imperfecto de toda anticipación del Reino que está por venir, nuestros
votos quieren proclamar la posibilidad evangélica... de una comunión
entre los hombres basada sobre la participación y no sobre el acapara­
miento, sobre la disponibilidad y la apertura y no sobre la busca de
privilegios de castas, de clases o de razas, sobre el servicio y no sobre
la dominación o la explotación. Los hombres y las mujeres de nuestro
tiempo tienen necesidad de esta esperanza escatológica, y, de signos
de su realización ya anticipada" (IV, 16).

c) Que quieran vivir menos aislados de sus contemporáneos y es­


tar prontos a compartir su suerte. "Durante el curso de la formación no
ignoren las verdaderas condiciones de vida de los hombres de la región
en que viven. Su modo de vida sea tal que puedan conocer y entender
las apetencias de los hombres entre los que viven, lo que sufren, en lo
que fallan" (VI, 9c).
d) Que quieran superar las limitaciones de su propio nivel so­
cial, casi siempre de clase media, y optar por una vida de gran senci­
llez, que por sí misma constituya como una réplica, tan necesaria, a
la sociedad del consumo, en que vivimos y trabajamos. "Por tanto, al­
guna vez será necesaria a todos alguna experiencia de vida con los po­
bres... Conviene que se piense cuidadosamente en las condiciones de tal
experiencia, para que sea del todo auténtica y no resulte ilusoria y ca­
rente de conversión interior" (VI, 10).

e) Que estén dispuestos a entregarse sin reserva al estudio serio


y exigente, que les será indispensable para poder comprender los com­
plejos problemas humanos y ser.capaces de aplicarles algún remedio.
Lograrán esto "tan sólo aquellos que alcancen una profunda visión de
la realidad por la reflexión personal sobre la experiencia del hombre en
el mundo y su reacción trascendental a Dios.., Tal asimilación personal
y genuina no puede lograrse sin una continua disciplina y sin un asi­
duo y paciente trabajo en los estudios... Recuerden, pues, nuestros
jóvenes que su peculiar misión y apostolado en el tiempo de estudios
son los estudios mismos" (VI, 21-22).

d) Que estén tan compenetrados de la mentalidad y de las actitu­


des de sus contemporáneos y hayan adquirido tal dominio en el arte de
la comunicación en nuestra era de la imagen que sean capaces de tras­
mitir la verdad del Evangelio a aquellos con quienes trabajan. "Si el
mundo nos sitúa ante nuevos desafíos, pone también a nuestra disposi­
ción nuevos instrumentos: medios más adecuados, sea para conocer al
hombre, la naturaleza, la sociedad, sea para comunicar pensamientos,
imágenes y sentimientos, y para hacer nuestra acción más eficaz. He­
mos de aprender a servirnos de ellos en favor de la evangelización y
del desarrollo del hombre" (IV, 8).
PARTE 3.» / n.° 3 609

g) Que, con gran libertad interior, han puesto sus vidas totalmen-
te al servicio de Dios para la obra de su Reino, y viven esta entrega en
la misión recibida de sus superiores. Este sentimiento de ser enviados
es central en la vida del jesuita y crucial para la actividad apostólica
en un mundo en cambio. Por tanto, durante la formación cada uno debe
aprender "a no condescender con cierto individualismo en sus aspira-
ciones, sino a considerarse como miembro de todo el cuerpo de la Com-
pañía y de su misión apostólica" (VI, 17).

h) Que han aprendido a usar el delicado instrumento del discer-


nimiento espiritual en la búsqueda constante de la voluntad de Dios,
tanto en la propia vida y trabajo, como en los de la comunidad y de
la Compañía universal. El discernimiento no se aparta sino más bien
se relaciona íntimamente con la vida de obediencia. El arte del discer-
nimiento debe ser aprendido. "Las condiciones actuales exigen que los
miembros de la Compañía se ejerciten durante todo el tiempo de su
formación en la discreción espiritual sobre las opciones concretas, gra-
dualmente preparadas, que exigen el servicio de Cristo y de la Iglesia.
Con esta discreción se forma el sentido de la propia responsabilidad y
de la verdadera libertad" (VI, 12).

i) Que sacan fuerza para su misión y discernimiento de su co-


munidad, tanto de su comunidad local como de la de toda la Com-
pañía. Dentro de la comunidad cada uno a su vez apoya a sus herma-
nos y busca con ellos sin cesar una más íntima relación con Dios y un
servicio apostólico más eficaz. Para la Compañía la comunidad no es
sólo una "communitas ad dispersionem", sino también una "koinonia"
(II, 18).

j) Que toman sobre sí mismos la responsabilidad.de una forma-


ción que se continúa a lo largo de toda su vida religiosa y apostólica.
Porque, "especialmente en nuestro tiempo, en que las condiciones de
las cosas están sujetas a rápidos cambios y evolución, y se desarrollan
continuamente nuevas cuestiones y nuevos conocimientos, lo mismo en
otras ciencias que en la teología, la acomodación del apostolado exige
de nosotros un proceso de formación permanente o continuada"
(VI, 18).

k) Que, por fin y quizá sobre todo, son hombres de la Iglesia,


entregados profundamente a ella y que saben comprenderla en todos sus
dones y en sus debilidades. "Siguiendo a Ignacio, hemos pedido a Cris-
to, Nuestro Señor, que nos permita prestar este servicio en una forma
que nos confiere personalidad propia. Hemos elegido realizarlo, en la
forma de una vida consagrada, conforme a los consejos evangélicos, y
hemos puesto ese servicio no sólo a disposición de las Iglesias locales,
sino de la Iglesia universal, mediante un voto especial de obediencia
a aquel que preside esa Iglesia universal: el sucesor de Pedro" (II, 23).
4. La formación en el Noviciado (31. XII. 73)

Mi querido P. Maestro:

Con verdadero gusto he leído su carta y envío del pasado día 2 ,


en la que me da su primera información sobre la puesta en marcha de
ese Noviciado. Y doy gracias al Señor por cuanto de positivo va ha-
ciendo El con Vds.

1. Me complace reseñar —por supuesto, sin pretender reseñarlo


todo—, lo siguiente:

— El asistir y acompañar Vd. con dedicación muy personal la


experiencia espiritual de cada novicio, conduciéndoles, a través de la
vía de la oración en la que les inicia y les forma, al discernimiento
y al compromiso específicos de nuestra vocación.
— El sistema de "re-hacer" en forma viva, activa, las grandes lí-
neas de la experiencia evangélica que constituyeron el camino de con-
versión y entrega de Ignacio y sus compañeros.
— Para ir penetrando desde ahí en el descubrimiento personal de
la Compañía viva a lo largo de su historia y en el presente. Ponga es-
pecial acento en acercar sus novicios a los "testigos", a aquellos hom-
bres de la Compañía de antes y de ahora, bien numerosos por la mise-
ricordia del Señor, que vivieron y realizaron el ideal de nuestra vocación
con más plenitud.
—• La integración de los novicios en una verdadera comunidad de
fe con otros miembros de la Compañía, hombres en plenitud espiritual
y apostólica, es sin duda un acierto importante, que Vd. ha de adminis-
trar con libertad y flexibilidad, toda vez que hay aspectos que reque-
rirán un ritmo específico para los que comienzan.
— La relación personal de Vd., y de sus novicios, con la comunidad
más amplia de la Provincia en toda su heterogeneidad, reportará bienes
no sólo para las comunidades de la Provincia, sino para la dimensión de
realismo que ha de comportar la formación de los novicios.
PARTE 3 . / n.° 4
a
611

2. No le voy a dar mi "parecer", como Vd. me pide, pero sí a


comentar con Vd., como lo he hecho con otros Maestros de novicios,
algunos puntos que me ha suscitado la lectura de su carta. Vea Vd.,
ante el Señor, lo que de todo esto es inmediatamente realizable y cómo,
a qué ritmo y con qué acomodaciones. No pretendo otra cosa que pro-
porcionarle algunos puntos de reflexión, por lo demás obvios, que pue-
dan ayudarle en este delicado y transcendental servicio que la Compañía
le ha confiado.
Tal vez lo más difícil sea acertar con ese punto de ser "Maestro",
que forma y no sólo informa; que conduce sin violentar, pero también
sin dejarse llevar; que desde luego aprende y se enriquece de sus
novicios, pero cuyo servicio principal es enriquecerles comunicándoles
(contagiándoles) la "forma Societatis", que él vive. Y todo ello conju-
gando doctrina, principios, historia, normas, experiencias, vida; y
equilibrando y dosificando uno y otro elemento en la cantidad e inten-
sidad convenientes, según el crecimiento espiritual y humano de cada
novicio.
Para esta "forma Societatis" ante todo habrá de tener Vd. muy
claro para sí mismo el tipo de jesuita que ha de empezar a "edificarse"
ahí. Es el que definieron Ignacio, Ribadeneira...; el hombre nuevo,
ideal, de los Ejercicios (Rey temporal, dos banderas, tercer binario,
tercera manera de humildad, contemplación para alcanzar amor) y de la
Fórmula del Instituto. Hombre entregado por entero al Padre mediante
un proceso de asimilación a Jesucristo realizador de la voluntad del
Padre, que es la salvación de los hombres. Hombre que haciendo suyas
las actitudes de Cristo Jesús (Fil 2, 5) adquiere la plena libertad sobre
todo egoísmo, con la que se hace disponible, pronto, incondicional, para
cualquier servicio a los hombres, que se manifieste como mejor servicio.
Y este servicio lo habrá de buscar y realizar en equipo, en grupo
de "amigos en el Señor", por lo que esta "forma Societatis" entraña
también un fuerte sentido de solidaridad, corresponsabilidad, comunión,
Cuerpo. Y finalmente un fuerte sentido de Iglesia (la Sancta Madre Igle-
sia Hierarchica) a través de la cual, y en la cual, nos viene dada la
"misión", y frente a la cual vive una fidelidad madura, fruto de la fe
en la presencia activa de Jesús en el cuerpo humano de la Iglesia.
Ahora bien, esto supuesto, es evidente que la base ha de ponerse
(y le toca a Vd. esta tarea en gran manera) en lograr hombres de pro-
funda experiencia espiritual. El noviciado es ante todo escuela de ora-
ción. La oración del apóstol, del hombre que ha de volcar toda su exis-
tencia en evangelizar, en una u otra forma. Esto le exige una auténtica
experiencia personal del Que ha de ser anunciado, un amor personal
a Jesucristo persona, Dios y hombre verdadero. Sin este amor no hay
hombre de tercera manera de humildad, que es el prototipo ignaciano
del hombre en el que el ideal de la Caridad evangélica llega a su cota
máxima.
Para esta experiencia espiritual es clave, ignacianamente hablando,
el mes de Ejercicios. No necesito encarecérselo, pues le veo bien con-
vencido de ello y preparando a sus novicios individual y comunitaria-
612 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

mente para que la Gracia de esta extraordinaria experiencia encuentre


el "subiecto" más apto. Pediré por el fruto de este excepcional encuen-
tro con el Señor de todos, por Quien la Compañía es y tiene su razón
de ser.
Pero no habrá de bastar el mes de Ejercicios. Serán necesarias du-
rante el noviciado (como también después durante toda la vida) dosis
más intensas, seguidas o intercaladas, de silencio, retiro, vida interior...,
en condiciones favorables. Ha de primar claramente la hondura de esta
experiencia que está a la base de la "nueva vida" que se comienza, por
lo que normalmente no bastará un tiempo de "eremo" demasiado breve.
Es además importante que los novicios psicológica y ascéticamente
tomen conciencia de que ha empezado una nueva vida. Esta "novedad",
que es fundamentalmente una irrupción del Señor en sus vidas "porque
El quiere", necesita corporeizarse en forma de un "corte", que no hay
por qué disimularles. Un tránsito demasiado paulatino puede no crear
esa conciencia de "segregado para el Evangelio", por falta de "signo"
suficiente. Naturalmente no se trata de una segregación que les desco-
necte de la vida, cosa que, por otra parte, no sucederá en hombres de
la madurez de los seleccionados por Vd. Pero interesa dar, a plano de
conciencia, suficiente intensidad a la "novedad" del seguimiento radical
de Jesucristo que se ha optado inicialmente.
Desde esta perspectiva considérelo bien primero y si le parece con-
veniente, vea Vd. mismo experimentalmente si el esquema que ha co-
menzado —mañana estudios universitarios, tarde en casa formación in-
terior y comunitaria—, aplicado a estos concretos novicios en una pri-
mera fase, es el más apropiado para el fin que se pretende, "conjuntar
la vida de estudios con la profundización en la vida interior", sabiendo
la importancia de dar a nuestra vida hondas raíces y de crear hábitos
internos muy duraderos para lograr ese fin. ¿No será para el primer
año demasiado tiempo al estudio?

3. Me voy alargando mucho en este comentario, por lo que resu-


miré algunos rasgos del "modelo" de jesuita que interesa formar y
desarrollar ya desde el noviciado con gran realismo.

— Por de pronto la capacidad para hacer comunidad real con los


hombres concretos que Dios se ha escogido para la Compañía; y a la
vez la capacidad para soportar soledad —la soledad real del apóstol
por el Reino de los cielos—, que le pone en disposición de poder ser
enviado solo y de actuar solo, sintiéndose verdaderamente en comunidad
por encima de la presencia física.
— La capacidad para obedecer responsablemente: en el discerni-
miento previo, en el asumir responsablemente la decisión, en la pronti-
tud de ejecución..., aun en cosas mandadas contra su opinión y contra
su voluntad. Sin olvidar que a obedecer se aprende obedeciendo. Y...
mandando responsablemente, por lo que puede ejercitarse también la
capacidad de tomar decisiones responsables sobre otros, dentro de cier-
tos límites.
PARTE 3.» / n « 4 613

-—- En este mismo campo de la obediencia interesa desarrollar la


capacidad de trabajo. Del trabajo creador, de libre decisión y organiza-
ción. Y del trabajo impuesto, obligado, como parte de un conjunto
organizado, en el que cada uno ha de sumar la responsabilidad de su
tarea a la de otros. Esta educación de trabajo en grupo es muy necesa-
ria hoy. En esta línea tiene su importancia pedagógicamente el ejercicio
de un orden, un horario, un programa, una disciplina precisa, mandada.
Si anteriormente hubo abusos en esto, es claro que hoy los hay por
falta de autorrigor, de método, de rendimiento responsable, desaprove-
chándose valiosas energías en aras de una espontaneidad que frecuente-
mente degenera en dispersión y superficialidad.
— Finalmente interesa formar y desarrollar la sensibilidad apos-
tólica para los problemas vivos y concretos de la Iglesia y del mundo,
pero integrada en una visión universalista del apostolado de la Com-
pañía, que avive la disponibilidad para cualquier misión.

Subraya Vd. muy ignacianamente el valor de la experiencia como


rasgo típico de nuestra pedagogía espiritual y apostólica. Únicamente
quiero apuntarle la necesidad imprescindible de la reflexión antes y
después del experimento (en forma de discernimiento y en forma de
revisión-evaluación) para extraer todo el fruto a la experiencia. Y esto
tanto cuando se trata de experiencias comunitarias, como en las que se
ofrecen más convenientes para la formación de cada individuo.
Le he dicho demasiadas cosas, tal vez. ¡No se asuste! He querido
pasar un rato con Vd., comentando una tarea que llevo muy en el
corazón. El Señor le ayudará a ir encontrando el camino apropiado ahí
para ir haciendo realidad estos ideales. No se olvide que los Novicios
tienen una voluntad de oro, pero no son el hombre ideal que en nuestras
discusiones presentamos a veces un poco desencarnados: son débiles y
hay que formarles y endurecerlos pues van a tener que luchar mucho.
Ño deje de ayudarse también de otros Maestros de novicios. De-
berían también Vds. formar una especie de "comunidad en dispersión",
puesto que Dios les ha unido confiándoles una misma tarea. Con ello
además de ayudarse mutuamente y completarse sumando y confrontan-
do su propia experiencia personal, darían a los novicios y a todos un
buen ejemplo vivo de la universalidad y unidad de la Compañía.
Les deseo a Vd. y a sus novicios y a toda la comunidad un Feliz
Año Nuevo. Nuevo de verdad, si día tras día lo van enriqueciendo con
el descubrimiento individual y comunitario de la inagotable novedad de
Jesús, el Señor.
5. El desenfoque de la "politización" (26. III. 7 9 )

1. Bien comprendo las dificultades que encuentra para poner los


cimientos de una sólida formación jesuítica sobre las tres columnas
debidamente equilibradas de que habla en su informe. Hace usted bien
en distinguir dos de los sentidos de la palabra "politización": el uno
sano, el otro inadecuado. Me dice que el primero lo promueven para
orientar el marco de inculturación que en el país tiene "un fuerte color
político". Al segundo, al que llama "enfermizo" y que ha encontrado en
casos particulares, le ha puesto remedio.
Creo, sin embargo, que estamos aquí en un tema complejo y de-
licado que requiere nuestra atención serena, con lo mejor de nuestra
reflexión y discernimiento. Se dan casos de una radicalización tal en
el decreto 4.° de nuestra última Congregación General, que impide la
correcta asimilación del resto de los decretos. Lo que empezó con toda
buena voluntad y con bandera de bien, insensiblemente va descuidando
y perdiendo otros valores esenciales de nuestra vocación jesuítica. ¡Qué
dolorosas nos resultan entonces las consecuencias!...
La Compañía no puede admitir que un jesuita se una a la guerrilla
y que actúe en flagrante desobediencia. Comprendo que a algunos les
cueste aceptar mi decisión, pues hay otros aspectos entrelazados que,
aislados, pueden ser aceptables y aun admirables. Pero el caso concreto
y en su conjunto, es inaceptable. La Compañía tiene su espíritu y
modo de proceder, y en estas cosas esenciales no puede separarse ni un
milímetro.
Creo que fácilmente, por las circunstancias y con toda buena vo-
luntad, puede entrar un apasionamiento en puntos serios, que tocan el
espíritu de la Compañía y de la Iglesia y que pueden hacernos perder de
vista horizontes fundamentales y aun el sentido mismo de nuestra voca-
ción. Son puntos en que debemos ser cristalinos y no podemos permitir
"no aceptaciones" de lo que claramente nos repite la Iglesia y la Com-
pañía. Comprenderá mi responsabilidad y el que tenga que tomar deci-
siones difíciles y dolorosas para mí, como en el caso aludido.
PARTE 3.» / n.° 5 615

2. Todo esto me lleva a compartir con usted algunas reflexiones


que quisiera le ayudaran para el ejercicio de su cargo.
Sabemos bien que cada etapa de la formación en la Compañía
conlleva prioridades graduales y sucesivas a las que se subordinan otros
aspectos. Así, durante los estudios, la conveniente actividad apostólica
se subordina y va acompañando a la parte académica con una intensi-
dad y proporción que deben ir bien reguladas, a fin de no obstaculizar
o mermar la calidad de los estudios propios de la Compañía. Experien-
cias en diversas Provincias claramente han mostrado que durante las
etapas académicas es contraproducente tomar responsabilidades apostó-
licas que piden mucho tiempo y atención y continuidad. El no hacerlo
así ha ocasionado resultados que no se deseaban. Algo semejante ocurre
durante los años de Noviciado. Aquí la prioridad insustituible es la que
llama usted primera columna: la formación espiritual del Novicio en el
espíritu de la Compañía. Las otras columnas, estudio y apostolado, van
subordinadas a la primera en un tanto-cuanto que asegure lo específico
de esta etapa fundamental. Eso es claro. Ahora bien, si en una Provin-
cia, para la inculturación de un Novicio encontramos un marco histórico
concreto "de fuerte color político", eso nos demandará un discernimien-
to más fino y sagaz, conocedor de la naturaleza humana, que permita
tomar distancias para ver las cosas en sus conjuntos. Proveniendo
nuestros Novicios de los marcos históricos concretos aludidos, fácilmen-
te se puede concentrar su atención en problemas de pobreza, de justicia,
de urgente necesidad de soluciones políticas, dificultando crear una at-
mósfera que facilite la comprensión de otros aspectos esenciales propios
de la etapa del Noviciado. Por ejemplo, el aprender a tener una oración
personal de más larga duración, en donde vayan experimentando el ca-
mino para llegar a conocer y amar más a Jesucristo, a conocer sus
planes desde distintos ángulos, a descubrir las exigencias del propio
crecimiento interior y de la conversión en sus diversos aspectos.
Comprendo que hoy es mucho más arduo el camino para lograr
la cimentación de una honda formación espiritual y ascética, pero pre-
cisamente por eso es necesario empeñarnos en ello. El equivocarnos
en esto puede traer consecuencias fatales para la formación de esos jó-
venes que, dado el ambiente del país, se sentirán inclinados a considerar
una Compañía de Jesús polarizada hacia la política. Precisamente en
esas condiciones hay que contrabalancear esa politización con un sano
espíritu amplio y evangélico, que insista en los valores espirituales y
relativice nuestra acción dándole el significado y alcance que debe
tener.
También comprendo que por carta no es posible matizar más todos
los aspectos y que algunos de estos podrían dar ocasión a polémica. No
es esa mi intención ni mi deseo. Simplemente he querido compartir
con usted mis preocupaciones y reflexiones con la misma confianza que
usted me mostró y con el deseo de ayudarlo en todo lo que yo pueda,
pues está usted formando la Compañía del mañana y me siento corres-
ponsable con usted en esta magnífica y delicada misión.
Con mi bendición y agradecimiento.
6. La oración, experiencias y mes de Ejercicios

en el Noviciado ( 8 . Xí. 7 9 )

Mi querido P. Maestro:

He leído con interés sus observaciones sobre el desarrollo de un


espíritu de oración personal y comunitaria, y sobre el nacimiento de lo
que parece constituir una preferencia por un tipo de espiritualidad mo-
nástica. Tiene usted razón en estar alerta al respecto. Las formas de
oración que se cultivan en el noviciado deberían ayudar a los novicios
a adquirir y desarrollar una práctica de la oración que permita razona-
blemente esperar de ellos una fidelidad a la misma en los años subsi-
guientes, no sólo durante el período de estudios, sino también con pos-
terioridad a éstos, y que sirva de base a una vida de intensa actividad
apostólica. Por esta razón, no soy partidario de que se insista en la
recitación comunitaria del breviario, que, como usted mismo dice, tende-
ría a ser más monástica. No quiero decir con ello que haya que excluir
por completo la recitación comunitaria. Algunas comunidades ya forma-
das lo encuentran útil y provechoso. Una cierta forma de oración co-
mún es realmente buena para una comunidad apostólica, especialmente
cuando constituye una expresión de fe compartida. Además, yo espero
que se conserve en la Compañía con todo su vigor la característica ig-
naciana de una piedad centrada en la Eucaristía. Le animo a usted, por
consiguiente, a que ayude a sus novicios a centrar su vida en la Eucaris-
tía, aunque no exclusivamente en la liturgia, sino también en formas
sólidas y auténticas de devoción eucarística no-litúrgica.
Estoy también plenamente de acuerdo en que los Ejercicios Espi-
rituales deberían hacerse en el primer semestre del primer año de no-
viciado. Los problemas previos de ajuste deberían solucionarse con an-
terioridad, mediante un programa adecuado para los candidatos, no du-
rante el noviciado. De lo contrario, como dice usted, no queda tiempo
para confirmar los resultados de los Ejercicios Epirituales y de la
elección durante las oportunas experiencias.
Me complace saber que intenta usted acomodar las experiencias
a las necesidades de crecimiento de cada uno. Otro aspecto en el que
hay que insistir es la importancia de la subsiguiente reflexión sobre la
PARTE 3.» / n.° 6 617

experiencia de las diversas experiencias o pruebas. Me gustaría que


prestara usted mayor atención a esto en el futuro.
Deseo también aclarar mis anteriores comentarios sobre el enviar
a los novicios a realizar experiencias en la India. Entiendo perfecta-
mente que lo interpretara usted como lo hizo, pero ahora he de decirle
claramente que prescinda usted de la India en su programa de expe-
riencias del noviciado. No niego que haya sido muy provechoso, pero,
como práctica general, conlleva determinados inconvenientes que es
preferible evitar.
No es malo el que algunos novicios hayan experimentado las di-
ficultades de los trabajadores manuales. Sin embargo, yo no sería par-
tidario de exigir a todos los novicios el que trabajen algún tiempo como
asalariados. Dado que muchos de sus novicios ya han trabajado antes
de entrar en el noviciado, no veo que el realizar esa misma experiencia
como novicios vaya a ayudar necesariamente a desarrollar en ellos un
mayor sentido de la responsabilidad económica del que poseían cuando
entraron.
Estoy de acuerdo con usted en que no constituye un valor evidente,
y sí probablemente una considerable imprudencia, el fomentar unas
"mayores relaciones con las mujeres" de un modo directo. Me parece
que tales relaciones únicamente son sanas cuando son indirectas, es de-
cir, en el contexto de un apostolado de trabajo o de estudio, y siempre
bajo la guía de un buen asesoramiento o dirección espiritual.
En general, el problema de la selección de los candidatos es de pri-
merísima importancia, y yo le urgiría a usted a que apoye y anime a
quien esté al cargo de ese programa a que conserve el adecuado rigor.
Hemos de evitar lo que alguien podría llamar un noviciado "blando",
como si no tuviéramos nada que ofrecer a los jóvenes en esta importan-
tísima primera etapa de la formación. Y, por recordar algo que ya dije
hace dos años, creo que tiene verdadero valor, tanto para el desarrollo
personal como para el apostolado subsiguiente, el inculcar un sentido de
regularidad y puntualidad, acomodado, como es lógico, a hombres de
veintitantos años.
Estoy también de acuerdo con sus observaciones sobre la necesidad
de una más cuidadosa "criba" de los candidatos antes de entrar, y du-
rante el período mismo del noviciado, como el tiempo más apropiado
para desechar a los sujetos que demuestren no ser aptos para la Com-
pañía. Deseo animarle a usted en este sentido. Con demasiada frecuencia,
una mezcla de timidez infundada y de falso sentido de la bondad, nos
lleva a evitar el actuar con decisión, en perjuicio del individuo y de la
Compañía.
Mi reacción ante la idea de construir un noviciado en estos mo-
mentos coincide con la suya. Es mucho mejor alquilar instalaciones ya
existentes, al menos durante los próximos años.
Coincido también con usted, por último, sobre el momento de la
elección de su sucesor. Sería muy útil para él disponer de un año de
preparación, en parte supliéndole a usted y, en parte, visitando algunos
de los otros noviciados de la Asistencia.
7. Candidatos procedentes de otros

Institutos religiosos (14. VI. 7 6 )

Mi querido P. Provincial:

Deseo responder a su carta del 2 de junio acerca de la posible


candidatura de un joven que ha pertenecido a otra Congregación.
La política que sigo habitualmente es la de no buscar dispensas
para aspirantes a ingresar en la Compañía que hayan sido miembros
con votos de otras órdenes o congregaciones religiosas. Cuando hago
una excepción, que es muy rara, es a causa de circunstancias especiales,
una de las cuales ha de ser que el sujeto en cuestión sea un candidato
realmente excepcional que tenga mucho que ofrecer al servicio dentro
de la Compañía.
Últimamente hemos recibido un cierto número de peticiones de
personas que han vivido en una Congregación religiosa durante algunos
años hasta darse cuenta de que no habían sido llamados a esa forma
concreta de vida, o que, aun siguiendo perteneciendo en una situación
perfectamente correcta a una Congregación religiosa, piensan que es en
la Compañía donde realizarían su auténtica vocación.
Yo no sé qué es lo que deberíamos deducir de este aumento de
solicitudes. En un aspecto positivo, podríamos decir que la Compañía
posee la reputación de estar realizando un serio esfuerzo de renovación
apostólica y espiritual. En un aspecto negativo, podríamos preguntarnos
si un creciente número de personas que han abandonado, o están pen-
sando abandonar su Orden, culpan a ésta de sus problemas y piensan
equivocadamente que todo habría de irles perfectamente en la Com-
pañía de Jesús.
Volviendo a su petición, me ha impresionado el proceso que usted
y otras personas han seguido en este caso, así como el inapreciable ma-
terial que me ha enviado. Por tanto, me resulta especialmente difícil
tener que decepcionarle. Sin embargo, no observo en ese candidato unas
cualidades excepcionales. Lo que observo, más bien, es una preocupa-
PARTE 3 . / n.° 7
a
619

ción por una historia de tensiones, de problemas de salud y de una


notable dificultad en admitir la existencia de tales dificultades.
De ordinario, mi decisión en estos casos debería ser considerada
definitiva. Sin embargo, voy a pedirle que dilate usted la fecha para
la posible entrada del candidato dos años más, es decir, hasta septiembre
de 1978. La petición, por tanto, habría que hacerla dentro de ese año.
Mientras tanto, espero que los amigos y consejeros jesuitas de su
candidato puedan ayudarle a que siga tratando de hallar la paz en su
actual vocación.
8. Estudios de teología en el Noviciado

(30. VI. 72)

Mi querido P. Provincial:

Los fines principales de un noviciado jesuítico consisten en adqui-


rir un mayor conocimiento, tanto teórico como experimental, y un
mayor amor de Cristo; una comprensión experiencia!, histórica y teo-
lógica, de la Compañía de Jesús; y, por último, llegar a un más pro-
fundo conocimiento de sí mismo. Mientras la teología actual se entienda
correctamente como una ciencia que no sólo hay que aprender, sino
también vivir, no hay contradicción entre los fines del noviciado y los
de diversos cursos que puedan tenerse sobre los Misterios de Cristo
y otros temas afines. Por eso estoy a favor de muchos de los cursos
que usted propone para el estudio durante el noviciado.
Al mismo tiempo, quiero insistir en que estos estudios hay que
tomarlos muy en serio. Los estudios superficiales y ligeros, más que
formar, deforman. Temo que el programa esbozado en su esquema es
demasiado amplio si se desea al mismo tiempo cumplir todos los fines
del noviciado y estudiar teología en serio. En otras palabras, temo que
un curso tan denso obligue a recortar y, consiguientemente, a no poder
valorar adecuadamente las "experiencias" que, para San Ignacio, cons-
tituyen el meollo del noviciado; y puede que pueda ir en detrimento
del tiempo dedicado a una oración intensiva y a un adecuado estudio
de las Constituciones y otros elementos de nuestra vida jesuítica.
Hasta ahora no he permitido a ninguna Provincia convalidar los
estudios teológicos del noviciado por un año completo de teología y,
por consiguiente, tampoco estoy dispuesto a permitirlo en su Pro-
vincia. En Francia, por ejemplo, durante los últimos seis meses de
noviciado se tiene un curso intensivo, formal y adaptado, de teología.
Después del noviciado hay un año entero de estudios combinados de
juniorado y teología. La teología hecha en ese año y medio es convali-
dada como un curso completo de teología por la Facultad de Fourviére.
¿No sería posible que algunos de los cursos que se proponen en su
programa para el noviciado se hicieran en otro momento, como puede
ser durante lo que solíamos llamar "juniorado"?
Me encomiendo en sus oraciones y Santos Sacrificios.
9. Algunos consejos sobre la formación

de los escolares (9. III. 7 6 )

Mi querido P. Rector:

Fue para mí una satisfacción hablar con usted. Se mostró usted


capaz de proporcionar una dirección espiritual, que es lo que muchos
jóvenes jesuitas buscan hoy en los superiores. Mientras siga usted
fiándose de la fuerza de Dios más que de sus propias fuerzas, no tendrá
usted nada que temer.
En estos momentos en que empieza usted su mandato, querría ani­
marle a mantener estrechos contactos con el maestro de novicios, el
rector del juniorado y el instructor de tercera probación. Es importan­
te que los escolares descubran una coherencia de política y de gobierno
con respecto a ellos a lo largo de todo el período de formación. Esto sólo
se logrará si todos los rectores-clave han determinado juntos los fines
y los medios de la formación jesuítica.
El Decreto sobre la Formación que promulgó la Congregación Ge­
neral XXXII es, evidentemente, la "carta magna" para todos los res­
ponsables de la formación. El "leitmotiv" de este Decreto es la inte­
gración: es decir, que debería haber una auténtica coherencia operativa
en todos los aspectos de la vida de un jesuita. Debería ser una vida de
una pieza. Ya rece o estudie, coma o beba, lea o vaya al cine, realice
un trabajo pastoral o visite a sus amigos, debe darse esa coherencia,
de tal manera que no sólo para los demás, sino también para sí mismo,
resulte evidente que en todas esas actividades es guiado por un solo
y mismo Espíritu. El comportamiento ambivalente ha de ser evitado a
toda costa, porque denota confusión en el interior del jesuita, lo cual,
a su vez, hará que aumenten, en lugar de solucionarse, las confusiones
relativas a cuestiones religiosas que de un modo general se experi­
mentan en estos momentos entre los seglares inquietos y pensantes.
Todo esto lleva a la conclusión de que Jos "formadores" deben
ofrecer a nuestros jóvenes jesuitas las más elevadas metas. Pero deben
622 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

hacerlo sin dar la impresión de estar juzgando a todos los jesuitas que
son débiles. Debemos aceptar a cada uno como es, y no hacerle nunca
tener la sensación dé que es inaceptable o de que no se le aprecia.
Sólo cuando un superior ha establecido con sus "subditos" una rela-
ción de comprensión y respeto mutuos, podrá colaborar con ellos en
orden a alcanzar las más encumbradas metas.
Viniendo a lo concreto, hay dos aspectos en que los jesuitas más
jóvenes de su Provincia se hacen acreedores a una crítica negativa, y
en los que sería conveniente que los "formadores" tuvieran buen cui-
dado. El primero es referente a la obediencia. "Resulta cada vez más di-
fícil", escribe cierto padre de su comunidad, "pedir a un escolar que
haga algo que no desea especialmente hacer". Es ésta una mala noticia,
si es que aceptamos, como con tanta claridad e insistencia afirma la
Congregación General XXXII, que el jesuita es un hombre en misión.
¿Cómo van a poder los superiores encomendar misiones difíciles a unos
hombres que sólo hacen lo que desean hacer? No creo que deba admi-
tirse a un novicio a los primeros votos, ni a un escolar a la ordenación,
a menos que haya demostrado palpablemente que, cuando llega la oca-
sión, obedece aun en una situación en la que el obedecer le resulta
difícil y contrario a su inclinación natural.
El segundo aspecto son los viajes. De muchas partes llegan quejas
en el sentido de que nuestros jóvenes viajan demasiado. Los viajes por
razones apostólicas y en el contexto de una franqueza absoluta para con
los superiores, son una cosa; es nuestra vocación. Pero el viajar por
recreo o por placer es un lujo que difícilmente puede conciliarse con
nuestra confesada solidaridad con los pobres.
Hay, por último, dos puntos en los que me gustaría insistir: la vida
de oración y la utilidad de los estudios teológicos para crecer en nues-
tra vida de hijos de Dios y apóstoles de Cristo —y el "sensus Eccle-
siae", que debe ser un rasgo característico de los hijos de Ignacio.
Esto es todo lo que tengo que decirle por ahora. Le ruego se man-
tenga en contacto con el Provincial, especialmente durante sus primeros
años de rector. Si en algún momento puedo serle de alguna utilidad,
no dude en acudir a mí...
10. Comienzo del estudio de Teología.

Auto-destinos ( 5 . X . 7 3 )

Mi querido P. Provincial:

No le toca al General tomar ninguna decisión acerca del status in-


mediato o futuro de los miembros de su Provincia, y le aseguro que no
tengo intención de hacerlo. Sin embargo, me parece que ha tenido usted
que afrontar ciertos problemas en los que había implicados principios
generales de gobierno, y voy a servirme de ellos para hacer una serie
de observaciones que pueden ser útiles en el futuro.
Un Superior Mayor ha decidido enviar a un escolar a teología, aun
sabiendo que todavía no se le puede considerar como un candidato to-
talmente idóneo para la ordenación. Y esta decisión ha encontrado la
plena aprobación de usted y de sus consultores. ¡Magnífico! Sin em-
bargo, quisiera recordarle que en otro lugar (cf. Cartas y Noticias, julio
1970, p. 139), establecí la norma general de que "nadie debería ser en-
viado a teología cuando exista alguna duda positiva acerca de su voca-
ción". En este caso, el problema es si usted tiene alguna duda acerca de
la vocación de este escolar. Si es así, parece que sería mejor no enviar-
le. Sin embargo, si lo que a usted le preocupa es únicamente la falta de
seguridad de ese escolar, y cree que ésta se intensificaría, en lugar de
reducirse, si se le negara el poder comenzar la teología, entonces la
decisión estaría de acuerdo con el principio más general.
Hablando o escribiendo sobre la "misión" del jesuita, he pedido
muchas veces a los Provinciales que no admitan los "auto-destinos", es
decir, que los individuos se procuren un status en lugar de acudir a los
Superiores para saber cómo pueden desempeñar mejor su papel en la
misión corporativa de la Compañía. Sólo deseo que sepa usted que yo
me opongo abiertamente a que la gente ande buscando ministerios có-
modos o atractivos cuando sus Superiores pueden necesitarles para un
trabajo que consideren de mayor bien universal.
11. Sobre el permiso para vivir fuera

de la casa religiosa (14. VI. 7 9 )

Mi querido P. Viceprovincial:

Muchas gracias por su carta, en la que me informaba de las me-


didas que ha adoptado para ayudar a un escolar a adquirir una mayor
claridad sobre su vocación jesuítica.
Deseo aprovechar esta ocasión para revisar el proceso que ha dado
en llamarse "permiso de ausencia". Supongo que habrá seguido usted
las normas de Comp. lur., 149, y de A. R. XIV, 754-755. Pero que se
preste especial atención a lo estipulado en el sentido de que no se
conceda dicho permiso con excesiva facilidad. Creo que este tipo de
situaciones debería ser realmente excepcional.
No pretendo con ello privarle a usted de su libertad para el caso de
que, después de reflexionar sobre mi observación, siga usted consideran-
do que el conceder dicho permiso sería lo mejor para ese escolar.
Sin embargo, preferiría que en el futuro tratara usted de resolver
los problemas de inseguridad acerca de la vocación de los escolares
y los hermanos antes de los últimos votos, mediante una continuada y
experta dirección espiritual. Si un hombre, especialmente después de
tantos años en la Compañía, sigue estando "desconcertado", probable-
mente no debe continuar. El permiso para vivir fuera de la comunidad
debería considerarse una rara excepción, y habría de concederse única-
mente por razones muy especiales (...).
Sección

Votos y vida de comunic

12. La castidad. Exclusión de la "tercera vía" (12-XII-67).

13. Sobre la clausura en nuestras casas (2-IV-70).

14. Cada Comunidad debe tener su Superior (31-1-72).

15. Condiciones para la creación de Comunidades experimentales


(17-VI-77).

16. Requisitos para la Profesión de cuatro votos (7-IX-78).


12. La castidad. Exclusión de la

"tercera vía" (12. XII. 67)

Si hubiera un camino nuevo en la observancia de la castidad de


que hacen voto los religiosos, habría que buscarla en los documentos
del Concilio Vaticano II, ya que los consejos evangélicos "son un don
divino que la Iglesia recibe de su Señor... y es la autoridad de la
Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, la que debe interpretarla y re-
gular su práctica" (Lumen Gentium, 43). Estamos por consiguiente muy
lejos de que pueda uno servirse del decreto Perfectae Caritatis para
abrir el camino a esa "tercera vía" de la que ahora se habla.
Nuestra Congregación General 31, al tratar de la castidad (de-
creto 16) ciertamente no pretende que los Nuestros queden alejados y
ajenos a quienes integran más de media humanidad; sino que propo-
ne "un trato maduro, sencillo, nada angustioso, con hombres y muje-
res", como fruto apostólico de aquel auténtico amor humano y de una
sincera amistad con el hombre, que proviene de un sentimiento viril
consagrado a Cristo con la castidad. El mismo San Ignacio logró atraer
a Dios "innumerables hombres y mujeres con su afabilidad personal y
su amistosa conversación".
Pero de ahí no se deduce nada en favor de una cierta "tercera
vía". Mediante la castidad religiosa, como recuerda la Congregación
General 31, nos consagramos más fácilmente a Dios con corazón indivi-
sible, y nos abrimos hacia todos los hombres con una más plena
disponibilidad. Este amor casto "lleva consigo cierta renuncia afectiva
y soledad del corazón que forman parte de la cruz que Jesús nos ofrece
a sus seguidores". Si luego nuestros contemporáneos se obstinan en
repetir que nadie puede vivir sin amor y nos someten a indagaciones
y difícilmente llegan a entender qué tipo de amor existe en nuestra vida,
la Congregación nos exhorta a que "les demos una oportuna respuesta"
con el testimonio de una vida que está consagrada en la castidad desde
una íntima amistad con Cristo y una real familiaridad con Dios.
628 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

Por consiguiente, ni con la doctrina del Concilio Vaticano, ni con


las decisiones de nuestra Congregación se puede justificar ni aprobar
ese modo de comportamiento al que se alude con la terminología de
"tercera vía". No nos está permitido consentir que un religioso nuestro
mantenga con una mujer esa amistad íntima y exclusiva en la que uno
a otro se manifiestan todo su ánimo propio y secreto, con sentimientos
y deseos totalmente personales, y dedique toda su persona de una
manera análoga a la del matrimonio, aunque excluyendo todo privile-
gio conyugal...
No pretendo discutir o juzgar aquí ciertas teorías psicológicas que
sostienen que un mutuo trato heterosexual, que arrastre profundamente
la emotividad, sea el medio indispensable para conseguir la madurez
emotiva y psicológica. Más bien, desde los principios religiosos, llego
a deducir normas y métpdos de comportamiento que se han de seguir
en la Compañía en esta materia...
Si alguno de los Nuestros estuviera persuadido de que para lograr
la madurez le es absolutamente necesario el ejercicio de una cierta "ter-
cera vía", por respeto a la Iglesia y a la castidad religiosa, debería
abandonar la Compañía.
13. Sobre la clausura en nuestras casas

(2. IV. 70)

A todos los PP. Provinciales:

Según un permiso dado benignamente por el Papa, la clausura de


nuestras casas se podrá regir en adelante por las normas del canon 604
del Código de Derecho Canónico, que antes se aplicaban solamente a las
Congregaciones Religiosas y no a los Regulares, ya que éstos estaban
obligados a una más estricta clausura papal, según el mismo Código.
En adelante los Superiores Generales de los Canónigos Regulares,
de los Mendicantes y de los Clérigos Regulares (no los de los Monjes),
podrán usar de esta facultad pontificia en favor de sus propios institu-
tos. De ahí que, pensando bien la cosa y oídos los Asistentes Generales,
concedo este permiso á toda la Compañía.
Como resulta claro, no se trata de una supresión de la clausura,
ya que su observancia queda declarada como obligatoria en el mismo
canon 604 con las explícitas palabras "obsérvese la clausura, en la que
nadie del otro sexo sea admitido", sino de una clausura en la que pue-
dan ser admitidos aquellos "a quienes por justas y razonables causas
los superiores crean deber admitir".
Ya que este permiso pueden darlo los superiores locales, a menos
que el Provincial haya determinado lo contrario en un caso particular,
considero oportuno que sea él quien establezca un modo de comportar-
se habitual; y donde exista un Equipo de Provinciales, a nivel Nacio-
nal o Regional, sea éste quien precise esas normas. De ese modo podre-
mos disfrutar de los beneficios del nuevo permiso sin detrimento de la-
clausura, que en nuestras casas sigue vigente tanto por el derecho co-
mún de la Iglesia cuanto por prescripción explícita de nuestras Cons-
tituciones (1).
Me encomiendo en sus Santos Sacrificios.

(1) P. III, c. 1, n. 14 L 267.


14. Cada comunidad debe tener su

Superior (31. I. 72)

Mi querido P. Provincial:

Es verdad que se están permitiendo o pueden permitirse una serie


de experimentos encaminados a buscar nuevas formas para la adapta-
ción de la vida religiosa a las necesidades de los tiempos en que vivi-
mos. En esto, nuestras Constituciones ofrecen un amplio margen y des-
de luego una serie de cosas inspiradas en ellas y que hasta ahora no
se habían permitido por razones circunstancíales, pueden ser estudiadas
en una nueva luz, aunque siempre con la necesaria prudencia en su
contraste con la realidad.
Sin embargo, estos experimentos no pueden ser de tal tipo que lle-
guen a desfigurar la imagen de la Compañía aun concebida en un plu-
ralismo y riqueza mayores que los que hasta ahora hemos conocido.
Consiguientemente, no creo justificado el permitir una experiencia, ni
aun a título de excepción rarísima, cuya generalización se prevé ya des-
de el principio inaceptable.
Y en este encuadre es donde sinceramente juzgo que entra la pro-
posición de una comunidad sin Superior o en la que ella misma en su
conjunto actúe de Superior, con autoridad delegada.
Para concretar más el punto central, prescindo del hecho de que
tal teoría pueda llevarse a la práctica en un Instituto Religioso cuyas
Constituciones establecen un régimen capitular de gobierno. Tam-
poco trato, como es claro, de aquellas comunidades de la Compañía
que por diversas circunstancias y de manera temporal o más estable,
tienen al frente un Ministro o un Vícesuperior que depende directamen-
te de otro Superior local. Finalmente, también es conocido el caso de
algún particular que por razón de trabajo u otra semejante, depende
directamente del Provincial, cosa que por otra parte, no es aconsejable
se extienda fuera de circunstancias muy especiales.
Fuera de estos casos, he de manifestarle claramente que una comu-
nidad sin verdadero Superior, que sea una persona física concreta, es
PARTE 3.* / n." 14 631

absolutamente contraria a nuestro Instituto; y que un experimento en


tal sentido, nunca se ha permitido ni se debe permitir. Recordarán los
que asistieron a la última Congregación de Procuradores, que la única
vez que no pude menos de interrumpir a uno que hablaba, fue cuando
propuso una experiencia en este sentido.
Incluso en un plano meramente teórico, se plantea una duda muy
seria al menos en la Compañía sobre la obligación que puede tener un
individuo en virtud del voto de obediencia que ha emitido, ante las de-
cisiones de un grupo, de una comunidad. En la Compañía se hace ese
voto de obediencia al Superior General elegido por la misma Com-
pañía y a sus delegados o superiores mayores y locales: todo en nues-
tras Constituciones se explica solamente si estos Superiores son perso-
nas físicas, no colegiadas. En la práctica, en el proyecto aducido, apenas
se explica cómo se han de tomar decisiones en el seno de la Comunidad:
cuando se habla de obedecer a la comunidad, ¿se entiende sólo cuando
hay una previa unanimidad?, ¿bastaría una mayoría? Además, la obe-
diencia al Superior supone, al menos para las cosas más importantes, la
cuenta de conciencia (en todo caso, siempre se supone la posibilidad de
la misma); ahora bien, me parece muy difícil que la apertura de con-
ciencia requerida se obtenga en relación con un grupo de personas.
Y ¿qué decir de los cambios de casa que imponen las mismas etapas de
la formación o las necesidades apostólicas o de trabajo concreto? Saltan
a la vista los inconvenientes que se seguirían contra la disponibilidad
que nos pide nuestra vocación, si previamente a cualquier cambio hu-
biera que conseguir el mutuo consentimiento del sujeto y de la comuni-
dad en que va a vivir, para asegurar ese clima de confianza y plena inte-
gración mutuas, que exigen la autoridad compartida por todos los que
la forman.
Por todo lo dicho, tampoco me parecen aplicables los casos que
aducen como realización de esta autoridad colegiada: la Congregación
General es algo eminentemente transitorio en la vida dé' la Compañía,
cuya misión es precisamente la elección del nuevo General o el estudio
de problemas especialmente importantes, pero no ordinarios; evidente-
mente se desenvuelve en un plano superior al gobierno normal de la
Compañia y consiguientemente presenta unas características tan especí-
ficas que no se pueden generalizar.
Como ve, padre Provincial, respecto al caso concreto que me expo-
nen (los miembros de la Comunidad Campion) lo que he expresado an-
teriormente lleva consigo la imposibilidad de proseguir tal experiencia.
Deseo que se tomen mis palabras como una interpretación auténtica y
oficial de este punto, que considero absolutamente fundamental en
nuestra vida religiosa en la Compañía, y espero confiadamente que,
como expresan en su carta, acepten "los motivos que persuaden" esta de-
terminación, la cual naturalmente, tiene el carácter de decisión última
en el caso propuesto.
15. Condiciones para la creación de

comunidades experimentales (17. VI. 77)

Mi querido P. Provincial:

Muchas gracias por su carta referente a la proposición de una co-


munidad experimental, así como por el informe de la comisión de
trabajo.
La idea de dicha comunidad experimental me parece buena. Y
estimo en lo que vale el trabajo realizado hasta llegar a la formulación
del proyecto. Sin embargo, tal como viene propuesto, tengo una serie
de dificultades. Quisiera hacer mención de cinco condiciones que con-
sidero necesarias, antes de dar mi aprobación a la formación de dicha
comunidad.
En primer lugar, es precisa una exposición clara de los objetivos y
de su relación e integración. Ciertamente se han expuesto los objeti-
vos, pero me parece que no queda" clara su relación. La finalidad prima-
ria de esa comunidad es, y debe ser, el estudio. Los demás elementos
de experiencia apostólica y de vida encarnada en el pueblo han de ase-
gurar el que haya una conexión con las necesidades reales y la inte-
gración personal. Por esta razón, es precisa una mayor explicitación de
la relación entre el estudio y el servicio a la comunidad local.
Para ser más concreto: al igual que todas las comunidades jesuí-
ticas, esta comunidad ha de estar orientada al apostolado. El principal
apostolado de esta comunidad es el estudio. Sin embargo, su misma
ubicación plantea una serie de obstáculos a este apostolado, entre ellos
el de los largos desplazamientos, que obligan a dos miembros de la co-
munidad a pernoctar en el seminario dos veces a la semana. Este plan
no puede ser útil ni para el apostolado ni para la comunidad.
En segundo lugar, debe haber un superior responsable que viva
con la comunidad. La idea de un superior "visitador" es inacepta-
ble. (...).
En tercer lugar, querría insistir en la conveniencia de que se
prevea al menos la instalación de una pequeña biblioteca, una capilla,
PARTE 3.' / n.° 15 633

etc. Volvemos otra vez al tema de la finalidad de la comunidad, que


es el estudio y la formación integrada. Y si no se aseguran esos medios
concretos, no es de esperar que se alcancen los objetivos que buscamos.
En cuarto lugar, debo insistir en que la comunidad no debe estar
formada exclusivamente por escolares. La experiencia de otros lugares
demuestra que eso no funciona. Además del superior, me pregunto si
no habría que considerar el que vivieran con ellos otros sacerdotes o
hermanos, con el fin de añadir otra dimensión a la comunidad.
Querría insistir, por último, en los criterios y el tiempo de evalua-
ción. Comprendo que desee usted formular dichos criterios con sus
consultores. Por mi parte, me gustaría saber cuáles son. Pienso que es
buena la idea de realizar regularmente evaluaciones menores. Sin em-
bargo, creo que debemos considerar la posibilidad de un período dé
dos años para dar una oportunidad a la comunidad. Si los fines de la
comunidad son válidos, no habría que considerarla como un recurso
temporal, sino como una comunidad que podría tener un valor más
permanente. Este es, creo yo, el verdadero sentido de una comunidad
experimental.
Tal vez encuentre usted esta respuesta bastante negativa. Sin em-
bargo, quiero asegurarle que precisamente porque aprecio la importan-
cia de la comunidad experimental y porque tengo interés en ella desde
el principio, pienso que debemos asegurar que se den las condiciones
necesarias para que tenga éxito.
Hemos tenido la experiencia de demasiados fracasos y de la pér-
dida de centenares de vocaciones en comunidades indebidamente pro-
yectadas y organizadas. Los comienzos son decisivos. Y tengo la fuerte
sensación de que la ubicación que se propone y la idea de un superior
"visitador", que debería cumplir también otros cometidos, minimizan
las posibilidades de éxito y de continuidad.
16. Requisitos para la Profesión

de cuatro votos (7. IX. 7 8 )

No poco de lo que se dice en esta carta había sido ya


expuesto por el P. General en documentos precedentes. Sin
embargo, satisfaciendo a los deseos de algunos Provinciales
de habla inglesa, se presentan aquí unas directivas claras
sobre el tema.
Ante la posición de quienes piensan que todos deben
ser admitidos a profesión, el P. General afirma su obliga-
ción de mantenerse fiel a lo que el Instituto establece sobre
las normas de la profesión y pide a los Provinciales le ayu-
den a mantenerse en su fidelidad a la Compañía en esta
materia, siguiendo así los deseos de Pablo VI.
Del jesuita admitido a profesión, dirá el P. General,
se espera que sea un hombre "notable en el seguimiento de
Cristo", que haya alcanzado un "alto nivel de virtud" y
muestre "talento más que ordinario" para nuestros minis-
terios. Al firud de la carta llama la atención sobre el cuida-
do en la selección de los informadores.

Uno de los consultores me ha pedido que haga algunos comentarios


más, que puedan servirles de orientación también en el futuro a ustedes
y a los consultores. Tengo la sensación de que ya se ha escrito mucho
al respecto, v. gr., A.R. XVI, 516-524) (para casos como los actuales,
véanse especialmente las pp. 519-521) y A.R. XVI, 695-698. Yo les
recomendaría que leyeran y reflexionaran detenidamente esos textos.
Sin embargo, voy a intentar añadir unos cuantos puntos que puedan
servir de ayuda. Aunque voy a tratar directamente el caso de los es-
colares a los que se presenta para los Últimos Votos, lo que diga puede
aplicarse, mutatis mutandis, al caso de los coadjutores espirituales a los
que se presenta para la Profesión.
PARTE 3.' / n.• 16 635

Ante todo, quisiera dejar muy claro que no se trata de llamar a


todos a la Profesión, sino más bien a los que cumplan las condiciones
del decreto 11 de la Congregación General XXXI (con las enmiendas
del decreto 10 de la C G . XXXII). En otras palabras, debería ser nues-
tra intención la de cumplir el espíritu y la letra de nuestra ley.
En segundo lugar, el aprobar el examen "ad gradum" no es razón
suficiente, ni debería constituir el principal criterio útil para acced
v la Profesión. Más importantes son los otros requisitos: un elevado
nivel de virtud, la firmeza de criterio y la prudencia en la acción
una capacidad más que normal para realizar nuestros ministerios, son
cualidades que deben darse siempre (1).
En tercer lugar, querría hacer notar que la Hornada a la Profesión
no se hace "in spe", sino que debe estar fundada en unos logros reales
los cuales, además de haber aprobado el examen ad gradum, pueden
consistir, según el decreto 11 de la CG. XXXI, 3-4, en haber obtenido
un grado superior en ciencias sagradas, en literatura, o en otras cien-
cias (por lo que se refiere al tipo de grados que podrían satisfacer este
requisito, cf. A.R. XVI, 520); pueden consistir también en haber de-
mostrado un talento especial para gobernar, predicar o escribir, o en
haber ejercido con éxito la docencia a un nivel superior, o en haber
desempeñado un cargo o un ministerio propio de la Compañía de un
modo tan excelente que se haya ganado la general aprobación. Estas
tres últimas posibilidades pueden entrañar especiales dificultades. Debe
tratarse, por tanto, de un logro continuado durante un período de
tiempo suficiente (2). Es muy difícil establecer una norma matemática,
pero yo diría que, de ordinario, sería preciso un período de unos cin-
co años.
Por último, y en relación a otras condiciones y documentación ne-
cesarias, quisiera observar dos cosas. Primero, el Provincial y sus con-
sultores han de estar convencidos de que aquellos sujetos propuestos
para la profesión y que no han pasado el examen ad gradum ni tienen
una titulación superior en ciencias sagradas, poseen, sin embargo, el nivel
de conocimientos teológicos exigido a los profesos de la Compañía, y han
de hacer una declaración a tal efecto (3). Segundo, el supplementum in-
formationis, debidamente cumplimentado, ha de acompañar siempre
a la información ordinaria (4).
El pasado mes de julio me pedían ustedes información sobre lo que
se requiere para la Profesión definitiva en la Compañía de Jesús hoy,
) me decían que apreciarían mucho el que les diera unas orientaciones
al respecto.
Me decían con toda franqueza que, personalmente, se inclinaban
ustedes a pensar que "por regla general, los jesuitas deberían ser ad-
mitidos a la Profesión": que "sólo en el caso de que un sujeto careciera

(1) Cf. AJÍ. XVI, 697-698.


(2) Cf. AJt. XVI, 521.
(3) Cf. AJÍ. XVI, 520-521.
(4) AJÍ. XVI, 521; en diciembre de 1979 se volvieron a revisar y se im-
primieron los nuevos formularios De promovendis ad ultima vota.
LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS
1
636

de las cualidades (exigidas por) la Compañía, debería negársele la


Profesión"; y que "en tal caso, podría dudarse de que la Compañía de-
biera aceptar en absoluto a dicho sujeto".
Con respecto a está postura, he de decirles con la misma franqueza
que yo no puedo cambiar las normas para la Profesión establecidas por
el Instituto de la Compañía, que estoy obligado a defenderlas y que,
además, el Papa Pablo VI, en diversas comunicaciones a los miembros
de la CG. XXXII, insistió en la fidelidad al Instituto precisamente
en esta material Los Provinciales deben ayudarme a garantizar la fide-
lidad de la Compañía y, por ello mismo, no pueden adoptarja postura
anteriormente formulada como principio operativo a la hora de propo-
ner a los sujetos para los Últimos Votos: fue precisamente ésta una de
las cosas excluidas por él Papa Pablo VI cuando insistió en que no
podía cambiarse el Instituto en esta materia (5). Es de la mayor im-
portancia aclarar este punto, porque en no pocas provincias de la Com-
pañía se tiende hoy a aceptar a todo el mundo a la Profesión, conside-
rando el grado de Coadjutor Espiritual como una excepción.
Para empezar, les invito a ustedes y a sus consultores a que relean
atentamente el decreto 11 de la CG. XXXI (6), donde se dan las nor-
mas para la promoción a los Últimos Votos. De dicho decreto se des-
prende que una ejecutoria media y la pura valía personal no pueden ser
adoptadas como norma. Del jesuita que es admitido a la Profesión se
espera que sea "relevante en el seguimiento de Cristo", que haya alcan-
zado un "alto nivel de virtud", que demuestre poseer "un talento más
que ordinario para nuestros ministerios", etc.

Cualidades intelectuales

Entre las explicaciones que envié a todos los Superiores Mayores


el 15 de julio de 1975, referentes a la admisión a los Últimos Votos,
una de ellas especificaba que "antes de llamar a un escolar a la Pro-
fesión, según las normas adicionales de la C G . XXXI, el Provincial y
sus consultores deben estar convencidos de que el sujeto en cuestión
posee el nivel de conocimientos teológicos exigidos a los Profesos en
la Compañía, y deben hacer una declaración a tal efecto" (7).
Los que no han pasado el examen ad gradum ni tienen cualquier
otro título universitario que pueda suplir, deben poseer, a juicio del
Provincial y sus consultores, "unos conocimientos teológicos suficien-
tes" (8).

Cualidades apostólicas

Sobre este punto, le remito al decreto 11 de la CG. XXXI, n. 2,


donde se dice que "en cada caso individual es necesario que el Pro-
(5) Cf. Carta autógrafa de Pablo VI, 15 de febrero de 1975.
(6) Cf. Comp. lur. 278-279.
(7) A .R. X V I , pp. 520-521.
(8) CG. X X X I , d. 11, 4, § 2.
PARTE 3." / n.° 16 637

vincial y sus consultores tengan constancia de que el candidato posee


una capacidad apostólica y ministerial sobresaliente".
A.R. XVI, pp. 195-198, presenta unos criterios muy útiles sobre las
aptitudes apostólicas requeridas para la Profesión.

Cualidades espirituales

El decreto 11 de la CG. XXXI, 2, 1.°, exige para la Profesión


"un alto nivel de virtud .., que esté positivamente probado y sea eviden-
te hasta el punto de que sobresalga como buen ejemplo para los demás".
El decreto añade que "la deficiencia en este sentido no puede ser suplida
por ningún otro tipo de cualidades".
Las manifestaciones de la excelencia espiritual de un sujeto son,
entre otras, la celebración o la asistencia diaria a misa, puesto que la
Eucaristía es el auténtico centro de la adoración cristiana, y porque
todos nuestros miembros "deben considerar la celebración diaria de la
Eucaristía como el centro de su vida religiosa y apostólica" ( 9 ) ; un
sólido hábito de oración personal y de participación en la oración co-
munitaria; un espíritu de caridad y de servicio a la comunidad; una
obediencia que le haga totalmente disponible para la misión de la
Compañía a través de sus Superiores; un compromiso con el voto de
castidad que no admita la menor ambigüedad en sus relaciones; y la
sencillez de vida y el amor a la justicia que exige la CG. XXXII.
Si un sujeto es hallado seriamente deficiente en tales materias, ¿puede
considerarse que posee el "alto nivel de virtud" que se requiere?

Los "informadores"

Han de ser cuidadosamente seleccionados. Ha habido casos en los


que han sido elegidos únicamente entre aquellos que se sabía que iban
a ser propicios al sujeto cuyas cualidades se trataba dé valorar. Cuando
se actúa de ese modo, es muy fácil hacer que todo el mundo parezca
apto para la Profesión. Es deber del Provincial, pues, escoger "infor-
madores" que valoren de un modo objetivo las aptitudes apostólicas y
las cualidades espirituales de los candidatos a la Profesión.
Las aclaraciones que ahora les envío, a petición de ustedes mismos,
coinciden y, a la vez, complementan lo que ya ha sido dicho al respecto
en A.R. XV, pp. 39 y 687; y en A.R. XVI, pp. 516, 519ss, 691ss y
1.095ss.
Espero que estas declaraciones puedan ayudarles en las decisiones
que hayan de tomar en el futuro. Una vez que se han dado las normas
y se han hecho las debidas explicaciones, sólo queda que en cada caso
se adopte, con la ayuda del Espíritu Santo, una decisión prudente.
Y hemos de reconocer que esto resulta a veces difícil.
Convendría que informaran a sus consultores del contenido de la
presente carta.
(9) C G . X X X I I , d. 11, 35. Cf. también lo que dije sobre este punto en
A.R. X V , pp. 121-122.
Sección

Sacerdo

17. Sacerdote-Profesor. El celo apostólico (30-111-74).

18. Ordenación sacerdotal de Hermanos coadjutores (30-IV-77).

19. Rezo del Oficio divino (4-VIII-70).


YJ. Sacerdote-Profesor. El celo apostólico

(30. III. 7 4 )

Siempre resulta lamentable que un profesor de la Compañía tienda


a que su vida se parezca a la de un profesor seglar y a pensar que
puede dispensarse de todo trabajo apostólico, instrucción de catecú-
menos, dirección espiritual, ejercicios. Evidentemente en algunos "am-
bientes" misioneros este trabajo es imposible, como por ejemplo, en
los países musulmanes. Pero vuestro país y vuestra región han ofrecido
siempre abundancia de ocasiones apostólicas a todos aquellos que tienen
el celo y el deseo de presentar a Cristo a las almas de buena voluntad o
de ayudarlas a avanzar en su conocimiento. De hecho, sólo raras veces
es cuestión de tiempo, aunque muy frecuentemente sea ésta la excusa
que se da por adelantado. Es normal, por ejemplo, que en una univer-
sidad de la Compañía, la mayoría de los Padres de la Facultad se dedi-
quen a algún apostolado directo: hay que añadir que entre los sacerdo-
tes que han dejado la Compañía y abandonado el sacerdocio, hay bas-
tantes que precisamente habían dejado de ejercer su ministerio sacer-
dotal. Para un buen sacerdote, no le será necesario ir muy lejos en
busca de este trabajo apostólico: si irradia la bondad de Cristo y su
presencia viva, estudiantes o profesores vendrán espontáneamente a él
para obtener ayuda espiritual de una u otra naturaleza. Mucho puede
depender, es cierto, de la mentalidad, del carácter, pero tenemos que
reconocer que un sacerdote-profesor es sacerdote ante todo.
18. Ordenación Sacerdotal de Hermanos

coadjutores (30. IV. 77)

Mi querido P. Provincial:

Muchas gracias por su carta de 28 de marzo y su cuidado y com-


pleto "dossier" referente al deseo del Hermano N. de que se le permita
iniciar los estudios eclesiásticos para acceder al sacerdocio en la Com-
pañía.
Este tipo de peticiones no son infrecuentes hoy día, y yo he in-
tentado, con ayuda de mis asesores, formular algunos criterios suficien-
temente claros que puedan ayudar a tomar una decisión. Los principales
puntos serían: 1) un discernimiento acerca de la autenticidad de la
llamada en sí, que es la "conditio sine qua non"; 2) aptitud para los
estudios eclesiásticos, y 3) experiencia y aptitudes pastorales.
Evidentemente, los números 2 y 3 son en gran parte criterios
negativos, en el sentido de que, si no se dan, constituyen importantes
contraindicaciones. En el caso que nos ocupa, parece que hay en el
"dossier" el suficiente material como para poder emitir un juicio po-
sitivo sobre estos dos puntos.
Sin embargo, lo que es vital en el discernimiento es el importan-
tísimo problema de la motivación. Debemos tener sumo cuidado en
evitar, en la medida en que sea posible (y, como usted mismo observa,
esto no es en absoluto tarea fácil) todo lo que pueda ser una motivación
menos deseable, consciente o inconsciente. Debemos asegurarnos, por
ejemplo, de que no se considera el sacerdocio como una posesión per-
sonal (algo "para sí", o tal vez un medio para adquirir "status"). Esto
último es hoy muy importante, dadas las numerosas transformaciones
que se producen en la sociedad en general y que no pueden dejar de
afectar —en algunos lugares más que en otros— a nuestras propias
actitudes.
Es precisamente en el asunto de la motivación donde tengo algunas
dudas en el presente caso. Aunque la conclusión de la mayoría de los
PARTE 3 . / n.° 18
a
643

consultores y el esmerado informe del sacerdote psicólogo —y aprove-


cho para elogiarle a usted por haberme incluido tal informe psicoló-
gico— son positivos, sin embargo se expresan algunas dudas. Y estas
dudas no pueden menos de causar preocupación.
Evidentemente, la propia declaración del Hermano, de las razones
que le hacen desear el sacerdocio es sumamente abstracta y bastante
poco convincente. También yo he percibido su reacción, un tanto fuerte
y bastante negativa, cuando usted no le mostró demasiado entusiasmo
ante la idea. Al menos podría esperarse de él un poco más de "paz" y
de "indiferencia".
Por consiguiente, teniendo en cuenta todo esto, yo le pediría a
usted que intentara aclarar las motivaciones del Hermano y su actitud
con respecto al sacerdocio. Existe el peligro real de que, una vez comen-
zados sus estudios para el sacerdocio, resulte moralmente imposible ne-
garle la ordenación sin que se produzcan serias consecuencias para su
vocación a la Compañía.
Sin embargo, si después de intentar aclarar este problema de la
motivación, se siente usted moralmente seguro de que dicha motivación
es fundamentalmente sólida, puede permitirse que el Hermano comience
los estudios eclesiásticos, a lo largo de los cuales puede hacerse aún más
clara la susodicha motivación. Sin embargo, habría que hacerle ver con
toda claridad que el permiso para emprender los estudios eclesiásticos
no supone en absoluto que se le conceda ya desde ahora la ordenación,
sino que para ésta serán precisas ulteriores pruebas.
Siento tener que pedirle esta última medida. Sin embargo, se trata
de un problema muy importante para la Compañía en general, porque
concierne a la misma existencia de la vocación del Hermano Coadju-
tor dentro de la Compañía como una auténtica vocación, no como un
sucedáneo. No podemos poner condiciones a la llamada del Señor al
sacerdocio, pero estamos obligados a tomar todas las medidas posibles
para asegurar que la llamada es auténtica.
19. Rezo del oficio divino ( 4 . VIII. 70)

Mi querido P. Provincial:

Muchas gracias por su carta... en la que pregunta por la recitación


del Breviario.
Creo que el parecer de la Iglesia y de la Compañía acerca del Oficio
Divino está expresado con suficiente claridad en la Constitución Sacro-
sanctum Concilium del Vaticano II, nn. 83-101, y en el decreto 14,
n. 10 de la CG. XXXI.
Por lo que se refiere a la conmutación, puede usted consultar el
n. 97 de la misma Constitución conciliar, así como nuestro Elenchus
Facultatum y otros autores aprobados. Por razones suficientemente gra-
ves, puede usted permitir la conmutación en casos individuales, pero no
de modo general. Y del mismo modo que puede usted conmutar la reci-
tación del Breviario por el rezo del rosario o alguna otra acción piado-
sa, puede también conmutarla por la lectura de las Sagradas Escrituras.
Pero esta última no puede ser un sustitutivo generalizado del Oficio Di-
vino, el cual sigue siendo la oración pública y oficial de la Iglesia,
"la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre". Los que desean aban-
donar el Breviario parecen olvidar esto, y olvidan también que una
gran parte del Breviario está, de hecho, tomada de las Sagradas Es-
crituras.
Uno se pregunta cómo es posible que muchos sacerdotes que son
fieles a su hora diaria de oración personal no encuentren realmente 30
minutos para el Breviario. Dejando aparte determinados casos espe-
ciales, habría que inclinarse a pensar que quienes abandonan el Bre-
viario es muy probable que tampoco sean fieles a la oración mental.
Esperemos que la nueva reforma del Oficio Divino lo haga más signi-
ficativo y más atractivo para todos.
a
Sección 4 .

Sentir con la Iglesia

20. Lealtad al Magisterio de la Iglesia (10-1-79).

21. Diálogo teológico y acogida a los documentos de la Santa Sede


(5-VH-79).
20. Lealtad al Magisterio de la

Iglesia (10. I. 7 9 )

(A varios PP. Provinciales):

El motivo de la carta es que me han llegado, desde diversos lugares,


copias de una carta fechada el 1 de noviembre y firmada por varios
candidatos a la ordenación, de la Facultad de Teología de la Compañía.
No sé con seguridad cuál ha sido la difusión de dicha carta. Parece ser
que una serie de comunidades jesuíticas de los Estados Unidos han re-
cibido una copia de la misma, pero, dado que la carta iba dirigida a
"Hermanos y Hermanas"', no parece que estuviera destinada únicamen-
te a los jesuitas.
El tema principal de la carta lo constituye una queja por la ex-
clusión de las mujeres de la ordenación sacerdotal en la Iglesia Cató-
lica, y significa una crítica de la disciplina vigente al respecto. Soy
perfectamente consciente de lo delicado del tema en los Estados Uni-
dos, especialmente a raíz de la reciente Conferencia de Baltimore sobre
la Ordenación de las Mujeres. No pretendo hablar aquí sobre los pros
y los contras del asunto. Lo que quiero, más bien, es aprovechar la
ocasión para tocar un problema más amplio. Quiero pedirles a ustedes
que hagan ver muy claro a los Rectores de los diversos teologados que,
en línea con el sentir que ya manifesté en mi alocución a los Procura-
dores, no deben producirse de nuestra parte ningún tipo de declaracio-
nes públicas en las que se critique la política de la Santa Sede.
Por supuesto que hay mucho que decir sobre el tema, especialmen-
te en lo referente a la cura pastoralis con que debe cumplirse este mi
requerimiento. Confío en el buen criterio de todos ustedes para transmi-
tir mis deseos de forma que ello contribuya a la formación de nuestros
escolares. En definitiva, lo que aquí se halla implicado no es un tímido
espíritu, un "jugar con prudencia". Se trata, más bien, de entender y
vivir auténticamente un carisma propio y capital de la Compañía...
648 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

... A medida que me va llegando más información sobre el modo


de pensar que va tomando cuerpo entre los profesores y administradores
de nuestros tres centros teológicos de los Estados Unidos, se me ocurre
que debo adoptar nuevas medidas. Estoy pensando, por ejemplo, en las
siguientes actitudes que han llegado a mi conocimiento:
"La función del Centro consiste en inducir a la Iglesia a que adop­
te la postura de emitir un juicio válido, y basado en la experiencia,
sobre la admisión de las mujeres a las Ordenes Sagradas".
"El Centro debería ser un lugar donde pudiera especularse teológica­
mente, con independencia o en oposición al magisterio jerárquico".
Estas citas pertenecen a conversaciones tenidas en los diversos Cen­
tros, no a documentos escritos de los que yo tenga conocimiento. Sin
embargo, en la medida en que son verídicas, me plantean graves pro­
blemas. Por si esto fuera poco, tengo noticia de que un número cada
vez mayor de jesuitas, en esos Centros, se sienten "obligados en con­
ciencia" a expresar su viva preocupación por la "injusticia" que co­
mete la Iglesia Católica al no ofrecer el sacerdocio a las mujeres.
No puedo dejar pasar sin respuesta este tipo de posturas. Inde­
pendientemente de lo "sinceras" que puedan ser, me parecen irreconci­
liables con la tradicional lealtad jesuítica al magisterio oficial de la
Iglesia...
21. Diálogo teológico y acogida a los

documentos de la Santa Sede ( 5 . VII. 7 9 )

Mi querido P. Rector:

Le escribo en respuesta a una carta del 28 de mayo dirigida a mí


por un grupo de 54 estudiantes y profesores de la Facultad de Teolo-
gía de la Compañía, 23 de los cuales son jesuitas. La razón de que le
escriba a usted es que me parece la mejor y más eficaz forma de
responder.
Quisiera comenzar por la segunda de las dos preguntas formuladas
en la carta: ¿Nos recomienda usted suspender todo tipo de diálogo sobre
el problema de la ordenación de las mujeres en la Iglesia? Las acciones
privadas emprendidas por los profesores y estudiantes no jesuitas, de
forma que no impliquen públicamente a la Facultad, caen fuera de mi
jurisdicción. Por lo que se refiere a los firmantes jesuitas de la carta,
quisiera realmente animarles a un auténtico diálogo a nivel local, con
participación de los superiores y administradores locales. Le pido a us-
ted que haga lo posible por fomentarlo. Me gustaría ver este tipo de
compromiso de la autoridad local en todos los centros teológicos...
He hablado de un diálogo "auténtico", y me refería con ello a una
conversación bilateral. Una serie de declaraciones de protesta en deman-
da de acciones concretas de la autoridad difícilmente puede calificarse
de diálogo. Además, como decía en mi anterior carta, la orden dada por
mí de que no se hagan declaraciones públicas de crítica a la Santa
Sede debía ser comunicada a la comunidad jesuítica de manera que
contribuyera a la formación de nuestros escolares. En lo que pensaba
sobre todo era en la formación de la actitud mental y la actitud anímica
hacia la Santa Sede que constituyen parte esencial de nuestro carisma
jesuítico.
Esto me lleva a la otra pregunta que se me hacía: ¿Cuáles son las
respuestas apropiadas? Por el contexto, supongo que la pregunta se
refiere a las respuestas que hay que dar a las declaraciones y acritudes
650 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

de la Santa Sede, ya sea que provengan directamente del Santo Padre


o de las Congregaciones Romanas. Me parece que una respuesta a los
jesuitas firmantes podría ser una repetición de muchas cosas que yo
mismo he dicho durante los últimos años, y más recientemente en mi
discurso inicial a la Congregación de Procuradores de 1978 (1), y en
mi respuesta a diversos postulados que se me presentaron directamente
a mí con ocasión de la misma Congregación.
De lo que no se trata aquí es de discutir las normas tradicionales
para determinar la autoridad teológica de una determinada declaración
o documento de la Santa Sede. Esto pertenece precisamente al quehacer
teológico.
De lo que realmente se trata es de la actitud que hay que adoptar
en respuesta a una clara enseñanza o a una decisión práctica de la
Santa Sede, aun cuando tenga que ver con un problema doctrinal que
aún no haya sido decidido mediante el ejercicio del magisterio infa-
lible. Admitiendo la legitimidad de un ulterior estudio y discusión, he-
mos de mantener una constante actitud de "abierta y respetuosa lealtad
de mente. Esta sumisión leal de la voluntad y del entendimiento debe
prestarse, de modo especial, a la auténtica autoridad docente del Roma-
no Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra..." (2). Por otra parte,
la actitud propia de una facultad de teología eclesiástica en tales asun-
tos está perfectamente descrita en la nueva Constitución Apostólica Sa-
pientia Christiana (3).
La forma apropiada de llevar a cabo ulteriormente un estudio y una
discusión legítimos, es obvia para los teólogos profesionales. La pro-
testa pública, la táctica de presionar a través de los medios de comu-
nicación, y la llamada "teología reivindicativa", no tienen lugar en el
ministerio teológico de la Compañía de Jesús.
Lo que he dicho hasta ahora es aplicable a cualquier problema teo-
lógico. Pero fijándonos concretamente en el motivo de la citada carta,
no puedo aceptar la afirmación, "Consideramos que el argumento con-
tra la ordenación de las mujeres constituye una evidente injusticia
dentro de la Iglesia", como una expresión del interés por la promoción
de la justicia recomendada a la Compañía por el decreto IV de la
CG. XXXII. Las "Reglas para sentir con la Iglesia" siguen siendo parte
de nuestro Instituto y deben ser tenidas en cuenta siempre que se quiera
expresar nuestro carisma jesuítico.
Quiero ahora referirme a otro asunto que ha originado ciertos co-
mentarios. Aunque personalmente estoy en favor de una legítima in-
vestigación y reflexión teológica, estoy convencido de que las protestas
efectuadas dentro "de una ceremonia de ordenación, o en relación con
ella o con otro tipo de liturgias, no pertenecen a esa investigación y
reflexión. Tales actividades parecen ideadas para dar al traste precisa-
mente con la unidad que la liturgia trata de crear y favorecer.
a
(1) Cf. el citado discurso en la 1. parte, sección introductoria, docu-
mento 3, del presente libro.
(2) Lumen Gentium, 25.
(3) Introducción, § IV.
PARTE 3.» / n.° 21 651

Le ruego que no piense que no soy consciente de los dificilísimos


problemas y situaciones existentes, especialmente en Norteamérica, con
respecto a la ordenación sacerdotal de las mujeres, y de las delicadas
consecuencias que originan. Al igual que en mi anterior carta, encomien-
do a su prudencia y a su cura personalis el modo de transmitir a la co-
munidad jesuítica estas reflexiones mías sobre la carta del 28 de mayo,
que, por otra parte, era sumamente respetuosa. Usted sabe la importan-
cia que tiene para mí la formación sacerdotal y jesuítica de nuestros
escolares, y que debería tenerla también para todo el profesorado y
miembros directivos de las facultades teológicas de la Compañía.
Pido al Señor que su gracia siga alumbrando nuestro camino
y nos dé el valor y la fuerza necesarios para proseguir en él. Que
Dios le bendiga a usted y a su importantísimo ministerio. Me enco-
miendo en sus oraciones.
a
Sección 5.

Ejercicios Espirituales

22. Ejercicios, Ejercitaciones, Cursillos de Cristiandad (l-XII-68).

23. Colaboración de Escolares en dar Ejercicios (15-XII-77).


22. Ejercicios, Ejercitaciones, Cursillos

de Cristiandad (i. XII. 68)

¿Qué hay de cierto sobre el permiso de substituir los Ejercicios


anuales por las Ejercitaciones del P. Lombardi?

Padre General: Es verdad que he dado permiso, creo que hasta


ahora a tres Provincias, que han hecho ya Ejercitaciones y otras que
van a hacerlas. Pero a condición de que las dé el P. Lombardi perso-
nalmente, que sean Ejercitaciones de ocho días, y que por una vez so-
lamente substituyan a los Ejercicios. ¿Por qué? Las Ejercitaciones no
son Ejercicios. Pero son una modalidad postconciliar, de una reflexión
comunitaria de cosas espirituales, que por una vez pueden dar frutos
que, tal vez, unos Ejercicios hechos individualmente, no darían directa-
mente. Esto se ha visto realmente en las Provincias que lo han hecho,
en Méjico, en la Provincia Tarraconense y en la de Toledo.
Desde luego, las Ejercitaciones son otra cosa: es una labor comu-
nitaria, en diálogo comunitario. Y hoy precisamente, para combatir esa
división, ese no entenderse, conviene poner a las comunidades en un
ambiente espiritual, en que se puedan decir las cosas con sinceridad y
sin herirse. Y creo que en ese ambiente se ha conseguido bastante.
De modo que, concretando: Ejercitaciones no son Ejercicios; pero
el P. General ha dado permiso a algunas Provincias, para que cuando el
P. Lombardi personalmente, ayudado por otros, da esas Ejercitaciones,
sirvan de Ejercicios anuales, por una vez.
Esto nos lleva a considerar otro punto del que he hablado otras
veces. Creo que hay un tríptico magnífico: Cursillos de Cristiandad,
Ejercicios y Ejercitaciones. Las tres cosas son fundamentalmente dis-
tintas; de modo que, ni los Cursillos son Ejercicios, ni las Ejercitacio-
nes son Cursillos, ni los Ejercicios son Ejercitaciones. Pero no cabe
duda que los Cursillos producen un "shock" magnífico y llegan a la
gente a la que nosotros no llegaríamos.
PARTE 3.» / n.° 22 655

Mons. Hervás, que es un entusiasta de los Ejercicios, como sabéis,


me decía en una entrevista: el que ha hecho los Cursillos, necesita hacer
Ejercicios, para consolidar el fruto adquirido, para lograr la vida es-
piritual que necesita.
Después, para adquirir un sentido más postconciliar, con dinámica
comunitaria, los ejercitantes podrán adquirir mucho fruto en las Ej er-
utaciones. Las tres cosas pueden completarse magníficamente, pasando
desde una conversión, con el carisma especial de los Cursillos, luego por
una consolidación personal en los Ejercicios, hasta una apertura comu-
nitaria, que dan las Ejercitaciones. Pero distinguiendo siempre las co-
sas. Como me decía Mons. Hervás, hace un año: Padre General, ¡que
los jesuitas no quieran hacer de los Ejercicios, Cursillos! No, ¡son
otra cosa!
23. Colaboración de los escolares en dar

Ejercicios (15. XII. 77)

Mi querido P. Provincial:

Dice usted que algunos jesuitas opinan que yo me opongo en


absoluto a que los escolares colaboren en la tarea de dar los Ejercicios
Espirituales. De hecho, me parece bien la idea, si bien a un nivel mo-
desto y debidamente controlado, de que el escolar forme parte de un
equipo de ejercitantes y participe en las reuniones diarias del mismo.
Por consiguiente, con tal de que los sujetos escogidos para tal fin se
distingan por su prudencia, no veo problema alguno en el hecho de
que los escolares ayuden en los retiros para alumnos de enseñanza
secundaria durante el año escolar o, de un modo más restringido, en
los retiros para religiosos durante los meses de verano. Este último
caso es más susceptible de posibles abusos, especialmente si los citados
escolares no han hecho un año o dos de teología.
No creo haber puesto jamás estas ideas por escrito, pero sí las he
manifestado en más de una ocasión en mis charlas con maestros de no-
vicios y otros jesuitas que trabajan en la formación de nuestros esco-
lares. Por lo que yo puedo saber, la idea de que algunos escolares ad-
quieran alguna experiencia en dar ejercicios, en situaciones controladas,
es al menos tan viable como cualquier otra experiencia apostólica
seria (1).

(1) Para una aprobación positiva de dicha práctica, cf. Const., nn. 408,
409; C G . X X X I I , d. 6, n. 47.
a
Sección 6.
0
En torno al Decr. 4 . de la C G X X X I I

24. Para la aplicación del Decreto "Nuestra misión hoy" (23-X-75).

25. Para la recta interpretación del Decreto cuarto (24-X-76).

26. El servicio a la fe y a la justicia en nuestros Colegios (20-111-79).

27. Jesuitas activos en movimientos de liberación (29-V-71).

28. El compromiso de la Compañía con partidos políticos en España


(31-X-77).

29. Cargos públicos políticos (17-V-72).

30. Un permiso excepcional para desempeñar un cargo político


(29-VI-78).

31. Confrontación entre nuestra vocación y la dedicación a la acción


política como principal medio de servir a los pobres (27-VII-76).

32. "La atracción del marxismo hoy" (31-111-77).


24. Para la aplicación del Decreto

"Nuestra misión hoy" (23. X . 75)

Mi querido P. Provincial:

... Por lo que se refiere al Documento sobre el Proyecto Pastoral


de su Provincia, no parece estar en conflicto con las orientaciones de
los decretos de la Congregación General, ni opuesto a mis propias di-
rectrices. Sin embargo, sí habría que clarificar algo más un punto, a
saber, que nuestra principal contribución específica como sacerdotes a
la promoción de la justicia consiste más bien en ayudar a la gente a
interiorizar el espíritu de Cristo y a reconocer los derechos y respon-
sabilidades recíprocas que nos vinculan mutuamente, que en idear los
medios más técnicos con los que ese espíritu pueda poner por obra
las exigencias de la justicia. Nuestro principal papel consiste en diri-
girnos a los demás al nivel de la conciencia, en inducirles a que clari-
fiquen las exigencias de la misma, y en servir de catalizadores con y para
los demás en el interminable proceso de realizar la justicia.
Esta actitud habrá de llevarnos a subrayar en toda ocasión la
dignidad de las personas; su capacidad —real o potencial—, otorgada
por el Espíritu, para hacer lo que su conciencia les dicta; y su res-
ponsabilidad para usar todos los medios legítimos a su alcance en
pro de las mejoras posibles en cada momento. Con esto no deseo negar
la función crítica que estamos llamados a desempeñar con respecto a las
estructuras económicas, sociales, políticas y culturales de la sociedad.
Por el contrario, sabe usted perfectamente que, hablando de nuestra
misión hoy, la C G . XXXII insistió en la importancia de dichas es-
tructuras y de nuestros esfuerzos para hacerlas más humanas y más
justas.
Digo que no parece haber conflicto con las orientaciones de la
Congregación General. Pero me extraña que, por omisión o por otras
razones, no se aprecie en la redacción del Documento ese énfasis que
pone la Congregación. Quiero decir con esto que no se dice casi nada
660 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

directamente acerca del servicio a la fe. ¿Puede explicarse adecuada-


mente el actual estado de injusticia que se deplora en el Documento,
sin hacer referencia a la situación propiamente religiosa de su país?
Permítame ilustrar mi observación con cuatro o cinco preguntas.
¿Ha sido transmitida la fe en su país de tal forma que se haya
hecho creer a la mayoría de los fieles, especialmente a los pobres, en su
relativa incapacidad para promover la deseable transformación? ¿De
qué modos puede el carácter sacramental de la vida religiosa del pue-
blo, especialmente de los pobres, llevarles a interesarse cada vez más
profundamente por la dignidad de los demás, y a desear construir
con los demás una sociedad más justa? La fe ¿ha sido evocada o pre-
dicada?
Estas preguntas ilustrativas pueden sugerir que es preciso un es-
tudio más profundo de la situación actual de la fe, y una estrategia
tendente a profundizarla, de una manera o maneras que estén en línea
con la enseñanza actual de la Iglesia y la situación concreta de su país.
Por otra parte, la misma justicia ha de ser promovida en un con-
texto de fe. La motivación, subyacente a la promoción de la justicia, el
modo de promoverla, los objetivos que deseamos alcanzar..., todo ello
ha de estar marcado por nuestra visión de fe. A veces ésta se da por
supuesta con demasiada facilidad, y la consecuencia es que no aporta-
mos toda la riqueza de nuestra contribución específica a la búsqueda
de la justicia por parte del hombre.
De modo que, en resumen, el documento en cuanto tal no se haya
en conflicto, en su literalidad, con la Congregación ni con mi propia
manera de pensar. Sin embargo, sí que le falta equilibrio, en la me-
dida en que el análisis de la situación socio-política no va unido a un
análisis del modo como la fe se halla presente hoy entre la gente. Creo
que dicho análisis conduciría a una estrategia más generalizada, en la
que habría que insistir mucho más en el servicio del jesuita a la fe,
incluyendo, desde luego, su papel en la tarea de llevar a los hombres
a promover la justicia.
[¿Qué aplicación tiene esto a los ministerios concretos?]
...Mi "actitud" consiste en que todos los jesuitas, en cualquier
apostolado, deben, por medio de la reflexión, la oración y el discer-
nimiento comunitario, interiorizar los decretO|S de la Congregación,
tratar de ver su sentido en cada apostolado, y proceder después, en
armonía con quienes estén implicados en la tarea, a realizar —y seguir
realizando— los cambios que parezcan necesarios. Esto puede significar
que un departamento de química, dirigido por un jesuita, decida insistir
más que antes en las cuestiones teóricas, porque, en un determinado
contexto, este enfoque puede constituir la mejor forma de promover la
justicia y servir a la fe. Y, por el contrario, puede significar que deba
insistir más en la química aplicada, por la misma razón.
Sin embargo, también puede suceder que en una evaluación gene-
ral de nuestro apostolado, a la luz de nuestra misión hoy, ciertos mi-
nisterios o ciertas obras parezcan hoy menos oportunos que otros, e
incluso que algunos de ellos deban ser gradualmente desechados. Da-
PARTE 3.» / n.° 24 661

dos nuestros limitados, y a veces menguantes, recursos, tenemos que


afrontar valerosamente esta posibilidad. Pero antes de abandonar cual­
quiera de nuestros principales compromisos institucionales, especial­
mente en el campo de la educación, hemos de estar absolutamente se­
guros de las oportunidades apostólicas y el valor de otras alternativas
que se nos puedan presentar.
25. Para una recta interpretación
0
del Decreto 4. (24. X. 76)

Mi querido P. Provincial:

Para satisfacer su pregunta sobre la misión de la Compañía en el


mundo quisiera ante todo notar que la Congregación General respondió
a postulados sobre el mismo tema, con el decreto 4, "Nuestra misión
hoy: servicio de la fe y promoción de la justicia". No puedo yo, por lo
tanto, aprobar para una Provincia particular una orientación que no
esté totalmente de acuerdo con ésta que la Congregación ha dado para
toda la Compañía.
Ahora bien, si comparamos el documento con el Decreto, encontra-
mos que hay una diferencia fundamental en el diagnóstico que cada
uno de los dos documentos hace de los males que sufre la sociedad
de nuestros días. En efecto, mientras el primero los reduce todos a la
injusticia, el Decreto presenta un panorama mucho más amplio y se-
ñala tres causas, no una sola. Esas tres causas son el hecho de que
muchos hombres no conocen a Cristo y tenemos gran dificultad para
llegar a ellos; los cambios culturales y la secularización que presentan
a la fe un nuevo desafío y finalmente la injusticia que tiene especial
importancia para nuestra misión evangelizadora.
Esta visión un poco reducida, aparece también en el análisis que
hace el documento de la situación de injusticia. En efecto, como única
variante para explicar no sólo la injusticia socio-económica, sino tam-
bién la negación del poder como servicio, presenta la propiedad privada
de los medios de producción. Ella es sin duda una de las causas prin-
cipales, pero no ciertamente la única y el no reconocerlo así, puede
dar pie a conclusiones peligrosas. La Congregación General nos invita
a combatir la injusticia no sólo en las estructuras, sino también en el
corazón mismo del hombre, en actitudes y tendencias que no pueden
siempre explicarse en puros términos económicos. A este propósito ha-
bría que tener presente que hay un gran número de pequeños propie-
PARTE 3.» / n.° 25 663

tarios y de profesionales, que no se dejan incluir en una fórmula


tan general como la que expone el documento: "conflicto radical entre
los intereses de la clase propietaria de los medios de producción y la
clase proletaria". Ellos argüirían que los abusos radican en la concen-
tración de la propiedad y no en esta misma.
La reducción del punto de vista hace que en el documento se sa-
quen conclusiones discutibles por lo que toca a la acción de la Iglesia
y de la Compañía en la promoción de la justicia. Así, por ejemplo, si
bien es cierto que la neutralidad política es imposible a no ser en un
sentido muy restringido, no se sigue de ahí la necesidad de que la
Compañía ponga su poder institucional en favor de una clase. Para
muchos quizá, y precisamente de los hombres más comprometidos de
la Iglesia, el problema no está en poner el peso del poder institucional
de ésta en servicio de nadie, sino de perderlo.
Hay otro punto que necesita aclaración y es el de la opción por
los pobres. Porque es importante notar que optar por los pobres no
quiere decir optar por quienes dicen representarlos. Siempre es nece-
sario un difícil discernimiento entre los pobres como grupos sociales no
organizados y la clase proletaria organizada la cual es con frecuencia
un control tecnocrático-intelectual y de ninguna manera la organización
real de los pobres.
El documento habla también de opción por el socialismo. Pero
como se hace notar muy justamente en la fundamentación, se trata de
un socialismo que no se identifica "con los socialismos históricamente
existentes del pasado o del presente". Por lo tanto no se trata de una
opción práctica ya que ésta mal podría hacerse por un socialismo que
no existe, sino de señalar un norte de acción, una utopía social. Esta
aclaración es importante para evitar torcidas interpretaciones.
No quiero terminar sin reconocer nuevamente todo lo que en este
documento hay de positivo y especialmente el largo estudio que exigió
su preparación. Mi reparo fundamental está en que reduce notablemente
la misión de la Compañía. Por eso la norma para el apostolado de la
Viceprovincia ha de ser el decreto 4 de la Congregación General XXXII
que todos debemos esforzarnos por asimilar en nuestra vida y por
llevar a la práctica comunitariamente.
26. El servicio a la fe y a la justicia

en nuestros colegios (20. III. 7 9 )

Mi querido P. Consultor:

Como usted sabe, los servicios de la secretaría de la Curia no


incluyen el de responder personalmente a todas las cartas de los con-
sultores; pero su carta ha constituido un primer y evidente esfuerzo
(y afortunado) por suministrarme algún conocimiento sobre la vida de
la comunidad del Loyola y de su apostolado en el Colegio; por otra
parte, deseo comunicarle que acabo de firmar la carta al Padre Provin-
cial en la que le concedo a usted los Últimos Votos; de modo que he
creído que debía responderle con algo más que un mero formulario.
Algunos de los puntos que usted menciona puede tratarlos con el
Padre Provincial. Por desgracia, su carta llegó después de que yo res-
pondiera a su Superior, demasiado tarde para que pudiera producir
algún efecto en esta mi respuesta. ¡Es una de las desventajas de llegar
tarde!
¿No cree usted que tal vez esté permitiéndose una lectura unilateral
de la CG. XXXII, y concretamente del decreto IV? Conviene leer este
decreto junto con el decreto II, y recordar que la lucha es "por la fe,
con el combate por la justicia que ello implica" (d. II, n. 2). Creo
que deberíamos trabajar por la fe y la justicia en su ciudad. Creo
también que deberíamos trabajar con la juventud. No veo mejor lugar
para que una comunidad (de 5 ó 6 miembros) trabaje por la juventud
que un colegio. Y no tenemos ningún otro, sino el Loyola. Pienso que
se vería usted bastante paralizado en sus esfuerzos si enseñara en una
escuela pública. ¿No cree que puede usted hacer algo mucho más
eficaz por 600 muchachos en el Loyola que en una escuela pública?
Si la respuesta es no, entonces habría que cerrar el Loyola, pero yo
no creo que la respuesta sea no. Sea usted tan pobre como desee, tan
pobre como le sea posible y yo lo apruebe, pero alsuien debe hablar de
Dios y de su Cristo y, a menos que yo esté equivocado, usted podrá
a
PARTE 3 . / n.° 26 665

hacerlo más eficazmente en un colegio de la Compañía que en una


escuela no jesuítica.
La misión del jesuita es el servicio de la fe y la promoción de la
justicia. Hemos de hacer ambas cosas. Algunos jesuitas se sentirán lla-
mados a insistir más en una que en otra. Pero el cuerpo de la Com-
pañía en su país ha de trabajar por ambas. Trate usted de que el cole-
gio se caracterice por su preocupación por la justicia y por su com-
promiso en obras de caridad social, y de que todo ello esté impregnado
de un espíritu de fe.
Últimamente ha vivido usted algún tiempo con una comunidad en
un barrio humilde. ¿Cómo le resultó la experiencia? Pienso que el
testimonio de pobreza es eficaz en el servicio a la fe únicamente si la
comunidad es vista por los que la rodean como una comunidad de fe.
Usted es joven y se siente impaciente por la lenta evolución de la
comunidad hacia una mayor pobreza comunitaria y una más estrecha
comunión, tanto al nivel de la amistad como al nivel de la fe. Es bueno
que usted sea joven e impaciente. Yo soy viejo, ¡e impaciente! Pero
no permitamos que nuestra impaciencia nos amargue o nos frustre.
Transmita sus buenas ideas a los demás con suma paciencia y dulzura,
y no se sorprenda si no le aceptan totalmente. Piense detenidamente
en "el siguiente paso posible", pero ¡no exagere lo posible!
27. Jesuítas activos en movimientos de

liberación (29. V. 71)

(Respuesta a una pregunta que se le formuló en Lima-Perú):

P.—1. Padre Arrupe, ante situaciones creadas, como el instituto


PATRIA en México, actitudes de Figueredo en República Dominicana,
Prats en Bolivia, ILADE en Chile y la acción de otros jesuitas en di-
versos países de América Latina que participan activamente en movi-
mientos de liberación, ¿cuál es su opinión?, ¿los apoya o no?

R.—Debo prescindir de los matices concretos de cada caso y enfo-


car el común denominador de esos esfuerzos liberadores.
No es de hoy la necesidad de llevar el amor cristiano a sus últi-
mas consecuencias. Pero sí es de hoy una mayor conciencia de las po-
sibilidades nuevas y responsabilidades del amor cristiano en el plano
social y político.
Para puntualizar mejor mi sentir ante estos "esfuerzos liberadores"
haría estas precisiones:

— Indudablemente nuestra vocación es espiritual y religiosa, pero


tiene responsabilidades en lo temporal y político.
— Ahora bien, no es lo mismo una "alta Política" que se mueve
en el nivel de los grandes principios humanos y evangélicos que
la "política" en minúsculas de tal o cual opción para realizar
de una u otra manera aquella alta política.

Todos estamos de acuerdo en que el jesuita no puede actuar como


militante de un partido político. Esta independencia con respecto a to-
das las tendencias partidistas, es la condición para que podamos cum-
plir con nuestra misión sacerdotal específica, la misión de predicar el
evangelio, por nuestra vida, nuestra palabra y nuestra acción. Pero
esta misión sacerdotal propia conlleva una dimensión política. Ninguna
a
PARTE 3 . / n.° 27 667

persona tuvo tanto influjo en la conciencia y en la sociedad política


como Cristo, como los mártires, enfrentando el mito del poder bajo
todas sus formas.. Tampoco nosotros podemos callar ante manifestacio­
nes injustas del poder, sea del poder estatal, sea del poder paralelo
e ilegítimo que deriva del abuso de la propiedad. Cumplir con nuestra
misión "política" propia, implica que seamos independientes de todas
las "políticas". No hay nada más necesario en el mundo de hoy, nada
más liberador, que esta independencia que nos deja libres para dar tes­
timonio de la verdad, venga de donde viniere la injusticia, pues no se
denuncia realmente la injusticia, si no se la denuncia provenga de la
derecha o de la izquierda o del centro. No hay ningún neutralismo o es­
capismo o apoliticismo en esta posición: hay un compromiso radical
con el evangelio en toda su dimensión temporal.
Cómo conciliar esta independencia y este compromiso, no es fá­
cil decirlo.
En última instancia —es otra precisión que deseo hacer— compete
la decisión al discernimiento comunitario. No se puede pedir a la co­
munidad una solidaridad en las consecuencias dolorosas de una actitud
comprometedora, si no se ha dialogado previamente con esa comuni­
dad para medir y aceptar maduramente responsabilidades y conse­
cuencias.
Finalmente puedo dar toda muestra de respeto personal a la perso­
na protagonista de uno de estos gestos de denuncia sin que esto impli­
que una identificación plena con él antes de conocer todos los adjuntos
del caso que permiten una opción y decisión personal.
28- El compromiso de la Compañía con

partidos políticos en España (31. X. 77)

Mi querido P. Provincial:

... Ya en el terreno de las decisiones adoptadas por la Compañía


sobre el compromiso social de sus miembros y en el de los principios
en que dichas decisiones se fundan, la voluntad de la Compañía es
claramente, y debe seguir siendo, la de un creciente compromiso con
los pobres, como lo entendió la Congregación General 32. Sin duda he-
mos de confesar y de lamentar el no haber hecho ya mucho más en
este sentido.
Pero se trata de un compromiso específico, como jesuitas y sacer-
dotes. Hay otros muchos posibles modos, inspirados en el Evangelio,
de realizar un compromiso con los pobres. Lo que afirmo es que el
compromiso propio de la Compañía (como cuerpo sacerdotal, religioso,
apostólico y vinculado de modo especial al Romano Pontífice) contiene
en sí mismo posibilidades prácticamente ilimitadas en cuanto a su ra-
dicalidad, como lo confirma la historia antigua, y la recientísima, de
la Compañía. Posibilidades que no necesitan pasar por la militancia en
partidos políticos del signo que sean, más aún, que la excluyen por
considerar que su radicalismo evangélico específico resulta limitado
precisamente por dicha militancia.
Estos planteamientos y sus consecuencias prácticas los asume la
Compañía no sólo por principios teológicos de libertad y universalidad
en su servicio al Evangelio, sino en fuerza de una larga historia de pre-
sencia apostólica bajo toda clase de regímenes políticos y por una gran
experiencia, antigua y actual, de toda clase de fases y cambios de dichos
regímenes.
Son esos principios y esta experiencia los que me llevan a concluir
que en circunstancias como las de España no se dan las condiciones de
suplencia de otras competencias ( C G . 32, 4.°, 43), que pudieran justifi-
car el caso extremo excepcional. Caso que no debe ser evaluado en
PARTE 3.' / n.° 28 669

solitario, desde el eventual bien particular que pudiera entrañar, sino


desde un claro mayor bien común de todos los que la Compañía debe
servir por el Evangelio.
Y, si no debe ser evaluado, mucho menos decidido en solitario y
puesto ante la Compañía como hecho consumado. Este procedimiento
tampoco es válido en otros tipos de compromisos, aun en aquellos que
pueden ser legítimamente asumidos por un jesuita, cuando no se trata,
como en los casos a que vengo refiriéndome, de "detalles" de la misión,
sino de aspectos fundamentales de la misma que debe discernir la co-
munidad y decidir el Superior en sus funciones propias.
La Congregación General 32, que debe ser leída y asumida en su
totalidad, con el mismo rigor con que afirma la necesidad de compro-
meternos con los pobres, afirma también la esencialidad de que este
compromiso en sus formas más significativas sea discernido y realizado
en comunión con el cuerpo de la Compañía.
Este genuino sentido de pertenencia a la Compañía es lo que
está en juego. No sé cómo puedan ser compatibles con la verdadera
pertenencia prometida en nuestros votos, compromisos adquiridos con
grupos políticos del género que sean, o con otros grupos, que ligan a
ellos en servicio y disciplina con una obediencia que se regatea, o se
niega, a la Compañía.
Se añade otro aspecto: esta pertenencia, además de poner nuestra
persona entera disponible a la misión que quiera asignarnos la Compa-
ñía, hace que nuestras acciones públicas dejen de ser asunto estricta-
mente individual, para convertirse en acto de la Compañía, que connota
a todos los miembros de la misma. No tomar esto en cuenta indicaría
una débil conciencia de la propia identidad como jesuita.
Evidentemente esto vale no solamente para el compromiso político,
sino también para toda actividad pública, profesional, del jesuita, que
no puede ser desglosada por su autor de su propia identidad como tal
jesuita.
Todos estos principios, radicados en la esencia de nuestra propia
vocación, están en la base de cuanto la Congregación General formuló,
que ha de ser leído e interpretado en su totalidad desde ellos.
Otros temas tocados en su carta, como el relativo al marxismo, o
los marxismos —es equívoco el confundir partidos con tendencias—, no
entran en el problema de fondo, que mira a la incompatibilidad del je-
suita con compromisos de militancia activa en cualquier partido po-
lítico.
Respecto al marxismo, puesto que hace Vd. referencia a él, me
limito a remitirme como punto de referencia necesario al magisterio
superior de la Octogessima Adveniens, nn. 33-34. Como en varias oca-
siones he manifestado, las distinciones teóricas en pro de una pretendida
compatibilidad entre marxismo y cristianismo no son fáciles, y su apli-
cación en la práctica, con frecuencia es inadmisible y nunca es obvia
e inmediata de modo que pueda ser asumida por cualquiera. Se trata,
por su propia naturaleza, de uno de esos campos que la Compañía ne-
cesita en conciencia estudiar y discernir adecuadamente para dar la
670 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

misión, cuando lo requiera el mayor servicio, a personas de profundidad


espiritual y humana, con conciencia de su propia identidad como jesui-
tas y específicamente preparadas. También esto lo afirmo no desde teo-
rías ni desde miedos, a nadie ni a nada, sino desde larga experiencia
real y desde el deseo de una presencia responsable de la Compañía allí
donde el Evangelio y la Iglesia tienen hoy uno de sus más delicados cam-
pos de misión.
En éste, como en otros muchos problemas vivos de la actualidad de
nuestro mundo, solamente un verdadero discernimiento entre todos los
miembros de la Compañía, con todas las cualidades espirituales y huma-
nas que lo hacen legítimo, nos ayudará a encontrar el camino justo que
él Señor quiere de nosotros y a recorrerlo generosamente.
Tal vez le parezca un estilo tajante el de esta carta, pero he pre-
ferido ser claro aunque dé impresión de frío en favor de la claridad.
Vd. sabe entender todo el interés y espíritu fraternal que encierran estas
líneas. Yo no pretendo con ello sino aclarar bien algunos puntos y acti-
tudes que siento profundamente en estos momentos tan delicados y
decisivos para la Compañía en España. Pues creo así poder ayudarles
y cumplir con una responsabilidad que pesa sobre mis débiles hom-
bros.
Pida al Señor por mí y salude lo más cordialmente a sus compa-
ñeros.
29. Cargos públicos políticos (17. V. 72)

A los PP. Provinciales de EE.UU.:

Al parecer, la norma que comuniqué a toda la Asistencia Norte-


americana el 26 de abril de 1970, en el sentido de que "ningún jesuita
está autorizado a presentarse a un cargo público electivo sin permiso
expreso del General", no ha llegado a conocimiento de todos los miem-
bros de la Asistencia.
Permítanme, por tanto, en estos momentos en los que se están ce-
cebrando elecciones políticas en todos los Estados Unidos, reafirmar
esa norma y, además, ordenar que el contenido de esta carta se ponga
en conocimiento de todos los miembros de la Asistencia, a fin de evitar
cualquier posible malentendido en el futuro.
La norma no excluye necesariamente la posibilidad de que un je-
suita sea candidato a un cargo electivo. Pero toda petición de un jesuita
en el sentido de hacer esta clase de apostolado deberá ser valorada te-
niendo en cuenta la larga tradición de la Compañía en estos asuntos,
y de acuerdo con el espíritu del último Sínodo de Obispos, que reconoce
que el bien de la comunidad puede requerirlo en determinadas y excep-
cionales circunstancias.
Con San Pablo, elevo mis oraciones para que el Dios de la paz,
que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos para que fuera nuestro
gran Pastor, os dé ánimos para hacer Su voluntad en toda clase de
buenas acciones.
30. Un permiso excepcional para desempeñar

un cargo político (29. VI. 78)

Mi querido P. Provincial:

... Concedo permiso al Padre N. N. para presentarse a la reelección


en el cargo que ocupa en el Consejo Estatal de educación primaria y
secundaria. Este permiso se concede bien entendido que el Padre se
compromete a obrar de acuerdo con todas las condiciones que usted ha
establecido y que me describía en su carta (1).
Sin tratar de prejuzgar nada, deseo subrayar el carácter excepcio-
nal de este permiso. Deberíamos conservar intacta la resistencia de la
Iglesia y de la Compañía a considerar normal este tipo de compromiso
político por parte de los sacerdotes y los religiosos. Él motivo para ha-
cer esta excepción es que, junto a una inhabitual serie de circunstan-
cias, concurre el claro y decidido apoyo de los obispos de la región (2).

(1) He aquí el principal fragmento de dicha carta: "...Las condiciones que


establecí fueron las siguientes: 1) Que el Padre acepte desempeñar un trabajo
"full-time", o algo semejante, en uno de nuestros colegios. De lo contrario, la
Compañía daría la impresión de subvencionar la campaña y la incipiente carrera
de un político. 2) Que firme una declaración en la que declare que no pretende
presentarse a ningún otro cargo político, y que la concesión del permiso por
parte de Usted para presentarse al cargo de Consejero Estatal de educación pri-
maria y secundaria no es ningún escalón para acceder a algún cargo político más
importante. 3) Que el Padre explique de un modo satisfactorio cómo piensa fi-
nanciar su campaña. 4) Que se comprometa a comenzar la Tercera Probación en
el verano de 1979.
Dado que el Padre ha cumplido todas estas condiciones, consignándolas por
escrito, le recomiendo a Usted que le conceda permiso para presentarse a las
elecciones.
La candidatura del Padre es vivamente recomendada por el Arzobispo, con
quien he hablado personalmente al respecto, porque considera que el Padre ha
sido de gran utilidad a la causa de la educación católica en este Estado; él
mismo ha hecho que otros obispos me escriban cartas en el mismo sentido. Y
todos ellos piden con la mayor seriedad que permita Usted al Padre concurrir a
las elecciones...".
(2) Cf. CG. X X X n , 114, 115, 117, 128, 129.
PARTE 3.» / n.° 30 673

Una vez aceptado el carácter excepcional de la situación —es de-


cir, una vez percibida la guía del Señor—, debemos conceder al Padre,
con el mejor talante, todo el apoyo fraternal posible, con el fin de ayu-
darle a integrar su trabajo en su vocación de jesuita y de sacerdote.
Aunque pudiera haber alguna dificultad en calificar su actividad polí-
tica de "misión", en el sentido ordinario del término (pues su mandato,
en definitiva, procede de sus conciudadanos), sin embargo, fortalecido
con la bendición de la obediencia, el Padre está llamado a transformar
su actividad política en un auténtico servicio al Evangelio.
31. Confrontación entre nuestra vocación y la
dedicación a la acción política como principal
medio de servir a las pobres (27. VIL 76)

Mi querido P. Provincial:

... Es importante tener clara la naturaleza exacta del debate plan-


teado entre vuestro compañero jesuita y la Compañía de Jesús. El Pa-
dre N., con una gran honestidad y habiendo evaluado seriamente el ca-
rácter peculiar de la profesión religiosa, no acepta emitir sus últimos
votos, a no ser que se entienda que él queda disponible para servir allí
donde sus conciudadanos o los pobres puedan pedírselo.
Esta condición previa sobre la disposición de sí mismo según la
demanda de no jesuitas y de acuerdo con un discernimiento personal o
con el discernimiento de la comunidad local solamente, es de tal modo
contraria a la naturaleza y al espíritu de nuestra vida, que no podría
admitirla, aunque fuera para un servicio mucho más tradicional que una
función política sometida a una elección y amparada por una legislación
especial. Esto afecta al corazón de nuestra vocación, como ya lo afirma-
ba en 1975 la Congregación General:
"Por tanto, un jesuita es esencialmente un hombre con una misión:
misión que recibe directamente del Santo Padre y de sus superiores reli-
giosos... Precisamente por ser enviado, el jesuita se convierte en com-
pañero de Jesús" (1).
Respeto la sinceridad del Padre N. cuando insiste en su profunda
convicción de ser llamado por el Espíritu Santo para esa apertura al
servicio de los pobres, según unos caminos no autentificados por sus
Superiores. Esto significa, sin embargo, que el Espíritu lo llama a otro
género de vida. No todo cristiano ferviente ni toda persona comprometi-
da en el servicio de los pobres está llamado a ser jesuita.

(1) Decr. 2, n. 14.


PARTE 3 » / n.° 31 675

Por lo que respecta a la cuestión general del compromiso político


del sacerdote, existen ciertos puntos básicos que habría que establecer:

— Que la misión propia confiada a la Iglesia y al sacerdote no es


de carácter político, económico o social, sino de carácter reli-
gioso. Esta es la enseñanza del Concilio Vaticano II (2), al igual
que del Sínodo de los Obispos de 1971 (3), de los que difícil-
mente puede sospecharse que no se preocuparon de los pobres.
— Que la acción cívica o política en un sentido amplio, es decir,
el ejercicio de los derechos y de la libertad personales a fin de
concurrir al bien común, proviene del deber de cada hombre en
particular (4).
— Que los puestos de responsabilidad y de militancia políticas
quedan excluidos para el sacerdote en las circunstancias nor-
males, y son admisibles solamente en una situación extraordi-
naria, de la que debe juzgar el Obispo local juntamente con su
presbiterio y, en caso de necesidad, consultando a la conferen-
cia episcopal (5). En cuanto miembro de este Sínodo, puedo
aseguraros que éste no tuvo la intención de eximir a los supe-
riores religiosos de dicho discernimiento cuando se trata de sus
cohermanos.
— Finalmente, nuestra Congregación General XXXII (6), a la que
también tengo que someterme, ha reiterado la obligación de
obedecer a la ley de la Iglesia en cuanto al compromiso político
de un jesuita y ha indicado quién está autorizado para otorgar
un permiso para semejante acción.

Estas son las directivas conforme a las cuales ha de discernirse la


misión de un jesuita para un compromiso político. Son estas unas nor-
mas que derivan de la naturaleza misma del sacerdocio, de la vida
religiosa y del mayor servicio de la Compañía en el mundo contempo-
ráneo. Y puedo afirmar, en virtud de un conocimiento inmediato y per-
sonal, que vuestro Obispo no desea en su diócesis ningún sacerdote, ni
religioso ni diocesano, que disponga de dicha libertad para optar a un
puesto sometido a elección; y es esta una opinión que yo comparto.
¿Cómo podéis pretender de mí un permiso previo para un compromiso
político sometido a la elección y a la discreción de un individuo o de
una pequeña comunidad local?
Me parece que vuestras quejas deben apoyarse más bien en mi
manera de proceder, como si no tuviese suficientemente en cuenta a la
comunidad local, como si hubiera faltado diálogo, etc., o en la impresión

(2) GS, nn. 42-43.


(3) El ministerio sacerdotal, P. 1, n. 7.
(4) Cf. Pablo V I , Carta Apostólica al Cardenal Roy "Octogésima Adve-
niens", n. 46.
(5) Sínodo de los Obispos 1971: El ministerio sacerdotal, P. 2, I, n. 2.
(6) Decr. 4, n. 80.
676 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

que tenéis de que me he equivocado al aplicar un principio a las cir-


cunstancias excepcionales que prevalecen entre vosotros.
En cuanto al primer asunto, diré que he departido largamente con
el Padre N., así como con el P. Provincial y algunos de sus Consejeros,
precisamente tratando de profundizar nuestro conocimiento mutuo. ¿Pen-
sáis realmente que habría que haber prolongado más el diálogo?
En cuanto al error cometido en la aplicación de los principios, lo
único que puedo aseguraros es que* en el caso que nos ocupa, se ha
dispensado una cuidadosa atención a las circunstancias particulares de
vuestro país y de vuestra ciudad, y que la decisión se ha tomado después
de una prolongada consulta con mis Asistentes Generales, que la Com-
pañía me ha puesto para aconsejarme. Queda siempre la posibilidad de
un error. Es el riesgo que entraña la fe, la esperanza y la caridad que
afecta a la esencia de la consagración religiosa.
Sin despreciar lo más mínimo a vuestra comunidad, no puedo me-
nos de indicar que hay centenares y quizá millares de jesuitas que dan
un bello testimonio de su amor y de su compromiso para con los pobres,
y muchos de ellos en circunstancias más difíciles de privación y de
peligro. Y no experimentan ninguna disminución en su compromiso para
con los pobres por el hecho de aceptar las normas establecidas por la
Iglesia y por la Compañía.
Vuestra carta toca otros puntos, sobre todo una serie de cuestiones
en la última página, a los que no puedo responder más que breve-
mente.
Por lo que concierne a la intervención "de la autoridad romana a
nivel local cuando la situación ha sido objeto de un discernimiento ade-
cuado" —permitidme lamentar de pasada el que se me defina de una
manera tan impersonal—, pienso haber ya indicado la necesidad y el
deber de mi intervención. Es el compañerismo de toda la Compañía
más bien que la comunidad local el que, a través de sus superiores,
puede enviar a uno de sus miembros a presentarse como candidato a un
puesto, de una tal importancia, sometido a elección (7). En no pocos
casos la comunidad local sola no es capaz de discernir los efectos más
amplios de una acción semejante en el interior de una Compañía con
dimensiones mundiales.
¿Por qué no nos comprometemos más con los pobres y no somos
más solidarios con ellos, con los desamparados? ¿Por qué tenemos
miedo a los que denuncian la injusticia? Quizá la respuesta esté en el
primer párrafo del segundo decreto de la Congregación.
Lo que yo escribí antes de la Congregación, expresaba mi visión de
las cosas, y mi esfuerzo principal, desde entonces, ha sido promover la
ejecución de la voluntad de la Congregación. Pero vosotros afirmáis
que presentarse como candidato a un cargo sometido a elección es el
test del compromiso auténtico... Una experiencia más amplia y prolon-
gada no permite mantener tal afirmación.

(7) Cf. CG. X X X I I , Decr. 2, n. 16.


a
PARTE 3. / n.° 31 677

¿Por qué "el religioso comprometido políticamente recibe un trata-


miento diferente del religioso comprometido en la investigación nuclear,
en la psicología, etc.?". Según mi modo de ver no tiene por qué recibir
un tratamiento diferente. En cada caso la misión la da la Compañía a
través de sus representantes. Pero en razón de que ciertos compromisos
implican consecuencias especiales para el bien del individuo o para un
bien más amplio, el compromiso de solicitar un poder político —no
cualquier compromiso radical para con los pobres— exige un discerni-
miento cualificado según las directivas de la Iglesia y de la Compañía.
Temo, mis queridísimos hermanos, haber escrito demasiado largo.
No me he limitado aquí a un debate de pura fórmula. Creo que vuestra
carta ha sido provocada por la angustia de la marcha de un hermano
querido, vuestro y mío. Os pido que creáis que comparto esta angustia,
pero no puedo compartir vuestra concepción, según la cual debiera, o
incluso pudiera, dar al Padre N. la seguridad de que él puede aceptar
la invitación a pretender un cargo político sin recurrir a este discerni-
miento que la Iglesia y la Compañía piden a todos los jesuitas.
32. "La atracción por el marxismo, hoy"

(y. ra. 7 7 )

(Las preguntas son del P. Francisco Ivern)

] * Pregunta:

Padre General, en muchos países del mundo la atracción que el


marxismo o comunismo ejerce sobre los cristianos en general y sobre
los jesuitas en particular, no parece ser ni extensa ni profunda. Tam-
bién en muchos otros países, la Iglesia y la Compañía no sólo no gozan
de libertad, sino que hasta sufren persecución por parte de regímenes
comunistas. Pero, por otra parte, en varias regiones sí que existe esta
atracción aun en la Compañía. ¿Le preocupa este hecho?

Respuesta:

Sí, francamente me preocupa y mucho. No me preocupan los jesui-


tas que dotados de una sólida formación filosófica, teológica y religiosa,
hombres de sólida fe, se interesan por el marxismo, lo estudian, pro-
curan discernir lo que el Señor nos quiere hoy decir por medio del
marxismo, del comunismo... y a veces hasta exploran la posibilidad de
servirse de algunos elementos del marxismo, para comprender mejor
la sociedad actual y lo que tenemos que hacer para mejorarla... Pero
sí que me preocupan y me causan profunda tristeza los pocos que pa-
recen encontrar en el marxismo su principal inspiración para la pro-
moción de la justicia y con frecuencia caen incautamente prisioneros de
ideologías y de modos de actuar que están muy lejos de una concep-
ción cristiana del hombre y de la sociedad y de una praxis verdadera-
mente evangélica. La experiencia demuestra que los que entran por
este camino, tarde o temprano terminan por perder el espíritu apos-
tólico y religioso que como a jesuitas debería inspirarles, y hasta pier-
den la fe o la reducen o la mutilan... en algunas de sus dimensiones
esenciales.
PARTE 3.» / n.o 32 679

a
2. Pregunta:

¿Cómo se explica, Padre General, este fenómeno, después de tan-


tos años de formación, de tantas semanas y hasta meses de Ejercicios
Espirituales, etc.?

Respuesta:

En estos pocos casos de los que se desvían, de los que pierden el


norte de su vida, quizá la formación filosófica y teológica no ha sido
tan seria y sólida como creemos. Yo también dudaría de la profundidad
y solidez de su formación espiritual y religiosa, de su experiencia per-
sonal de fe, de si tienen aquel "sensus Christi" que es tan necesario para
nuestro apostolado en un mundo tan conflictivo, ideologizado y po-
litizado como el actual.
Pero estos extremismos y estas desviaciones también tienen otras
causas. Muchas veces son nuestra timidez y cobardía, nuestra insensibi-
lidad social, nuestra inercia y resistencia a todo cambio, nuestra falta
de solidaridad efectiva con los pobres y los oprimidos, las que pro-
vocan estos extremismos, las que ofuscan y hacen perder la fe en la
capacidad transformadora de la Iglesia y de la Compañía a algunos de
nuestros jóvenes generosos que han entrado en contacto directo con la
pobreza y la opresión. No basta condenar los extremismos, sino que te-
nemos también que reflexionar seriamente sobre las causas que los pro-
vocan.

a
3. Pregunta:

Entonces, Padre General, ¿cuál debería ser nuestra actitud frente al


marxismo y al comunismo, combatirlo, ignorarlo?

Respuesta :

Ciertamente que no puede ser ignorarlo. Tampoco nos podemos


limitar a combatirlo de una manera negativa, ignorando no sólo las
causas que le dan vida y fuerza, sino también algunos de los innegables
valores que contiene. En Cavalletti se mencionaron algunos de estos as-
pectos positivos del marxismo y del comunismo y que constituyen para
nosotros una continua interpelación, un reto, ya que son valores que se
encuentran en su mayor parte en el Evangelio, y de un modo mucho
más radical y más perfecto, e incluso más humano. Da pena ver cómo
a veces se alaban en otras ideologías y a veces como contraponiéndoles
al Evangelio, cuando en realidad se encuentran en éste de un modo más
profundo, y ya desde hace 2.000 años.
Por otra parte, tampoco podemos ignorar tantos aspectos negativos
de esta realidad y que están en abierta contradicción con el cristianis-
680 LA IDENTIDAD DEL JESUÍTA EN NUESTROS TIEMPOS

mo, con nuestra misión esencialmente religiosa y apostólica. No pode­


mos cerrar los ojos a todas las atrocidades y a todas las injusticias que
se han cometido contra la Iglesia y la religión y los cristianos y los
hombres en general, en tantos de los países llamados comunistas. Aun
hoy día, en muchos de estos países, la libertad, y no sólo la libertad re­
ligiosa, sufre graves e injustificables limitaciones y violaciones.
Sé que en varios países del occidente se proponen comunismos que
prometen respetar las libertades llamadas democráticas, incluyendo la
libertad religiosa.. Es difícil creer en estas promesas y garantías, des­
pués de experiencias tan dolorosas.
Es verdad que también en muchos otros países, que no son comu­
nistas sino todo lo contrario, los pobres sufren y son oprimidos y cuan­
do queremos promover la justicia, también encontramos oposición y
hasta abierta persecución... Entre nuestros "mártires" recientes se cuen­
tan hombres como los PP. Juan Bosco BURNIER y Rutilio GRANDE,
que fueron asesinados por defender a los pobres y a los oprimidos en
países que se declaran cristianos y anti-comunistas.
Pero una injusticia no justifica la otra. Nuestro objetivo no es la
justicia únicamente en el campo económico, social o político, sino la
justicia en toda su integridad: la liberación cristiana e integral del
hombre y de la sociedad.
Por todos estos motivos se necesita hoy mucho coraje y valentía,
pero también una grande fe y una grande esperanza en la fuerza libe­
radora del Evangelio que predicamos: el Evangelio en toda su pureza
e integridad. Necesitamos más hombres como Juan Bosco Burnier y
Rutilio Grande. Hombres que con su innegable y total dedicación y en­
trega a Cristo y a sus hermanos, sobre todo los más pobres y oprimi­
dos, con su vida transparente y genuinamente evangélica, den un testi­
monio irrefutable al mundo de hoy del mensaje de amor y de justicia
que Cristo nos trajo. Creo que ésta, sin ser la única, es una de las
respuestas más cristianas, más eficaces y más liberadoras que podemos
dar al reto que nos presentan hoy tanto el capitalismo como el comu­
nismo.
ÍNDICE DE MATERIAS

ADMISIÓN : — con los creyentes: 9 0 ;


— intelectual y propagación de la f e :
factores que conviene atender: 4 7 ; 35; cf. 211.-23;
examinar sobre la capacidad para vivir — social: su actualidad: 3 4 , principios
e integrarse en las tres dimensiones y directrices: 188-92; cf. 193-202
constitutivas de la comunidad apostóli- (misión obrera);
ca (.koinonia, diakonía y kerygmá): 2 7 5 ; •— educativo: su vigencia: 3 4 ; cf. 2 0 9 -
de candidatos provenientes de otros Insti- 10;
tutos: 6 1 8 - 1 9 . — pastoral: 3 5 ; cf. 2 2 4 - 3 0 (parroquias),
2 3 1 - 3 6 (Ejercicios);
AMÉRICA LATINA:
nuevos apostolados: 3 6 - 3 7 ;
el Decreto 4 . ° , principio motor de su
evangelización: 3 5 8 - 6 1 ; evolución: 3 3 ;
. opción preferencial por los pobres: 3 6 1 - 6 4 ; apostolado y testimonio de pobreza: 1 6 8 .
relaciones con la jerarquía: 3 6 4 ss; Prioridades apostólicas: 181-87.

coherencia entre Puebla y la C G . 3 2 :


APOSTOLADO D E LA ORACIÓN: 556-564.
365;
formación y vocaciones: 366-67.
ARRUPE :

AÑO SANTO: responsable ante la Compañía y la Igle-


sia de la fiel ejecución de la C . G .
reconciliación: 5 4 2 ss; 32: 21;
apostolado: 5 4 4 ss; impresiones sobre la aplicación de la
conversión: 5 4 6 ss. C G . 3 2 : : 373.; .....
relaciones personales con el Santo Pa-
dre: 4 1 ;
APERTURA:
sus tres modelos (Abrahán, Pablo y Ja-
a los grandes problemas humanos, pro- vier): 5 3 6 - 3 8 ;
sus tres amores (la Compañía, la Iglesia
pio de la Compañía: 3 7 7 ;
y Cristo): 5 3 8 - 4 0 ; ,
— interior, requisito para la incultura-
invocación a Jesucristo modelo: 8 0 - 8 2 ;
ción: 9 9 ;
invocación a la Stma. Trinidad: 4 3 3 - 3 5 ;
— al problema de la increencia: 8 5 s.
invocación al Espíritu Santo: 3 8 8 - 9 0 ;
coloquios con la Eucaristía: 5 4 9 - 5 2 ;
APOSTOLADO: 553-54.

criterios ignacianos de — : conocerlos en ASCÉTICA IGNACIANA:


profundidad: 3 7 5 - 7 7 ;
interpretados hoy: 3 7 8 - 7 9 ; los Ejercicios proporcionan el método:
— y vida interior: 3 5 3 , 5 4 5 ; 423;
— con los no-creyentes: 9 0 ; — y mística trinitaria: 4 1 2 ss.
682 ÍNDICE DE MATERIAS

ATEÍSMO: cf. Increencia — según Laínez: 397;


— según Nadal: 397-98;
AUTODESTINO: cómo puede definirse la ilustración
del — : 398;
inadmisible fuera de la obediencia: 602; su impacto en los Ejercicios: 399-400;
no lo consientan los Provinciales: 623; germen inicial de la Compañía: 401.
va disminuyendo: 33; •
misión, sí; autodestino, no: 199. CARISMA :

AUTORIDAD : sentido técnico: 105;


tener consideración del — propio de ca-
actitud ignaciana ante la — : 311 ss; da cual: 599;
causas de su eclipse temporal y estado el — personal ha de Ser juzgado siem-
actual: 33; pre como tal en la Compañía: 131;
la — en la Compañía procede de Dios: — e institución: 603;
600; carisma ignaciano: seguimiento de Cris-
la — no queda diluida en la colectivi- to en humillación y cruz: 420-21;
dad: 175; fidelidad al Vicario de Cristo y a la
la — como servicio y dadora de la mi- Iglesia jerárquica: 40;
sión apostólica: 19; actitudes de mente y corazón hacia la
la — y la obediencia: 382 ss; Santa Sede: 650;
la — factor último y determinante de umversalmente válido y actual: 13;
discernimiento: 385; imprime un distintivo peculiar a nues-
— y multiplicidad de comunidades: 33; tra pobreza: 141;
— religiosa y tácticas psicológicas: 586- su inspiración trinitaria: 391-435 pas-
87; sim.
principio de autoridad: 174 s;
de la sumisión mecánica a la resistencia
a priori: 312. CASTIDAD Y CELIBATO:

BREVIARIO : queridos y aceptados por su propio va-


lor, no como "condición": 329;
no puede ser sustituido de modo general evitar cualquier tipo de ambigüedad:
por la lectura de la Escritura: 644; 31-32; 79;
recitación comunitaria del breviario: 616. errores que crean problema en esta ma-
teria: 32;
CAMBIO:
claridad de conciencia: 32;
valor apostólico y testimonial: 32;
factores que aumentan la dificultad del inadmisibilidad de la "tercera vía": 600.
proceso de — : 6 7 ;
criterios reguladores del proceso de — : CÍAS: 188-192.
68-69;
diversas actitudes ante el — : 352; COLABORACIÓN :
única actitud verdadera: reflexión y dis-
cernimiento: 352. —- coordinada de todos para la transmi-
sión adecuada del mensaje: 101-102;
CANDIDATOS : — humilde, sin creernos superiores a na-
die en la Iglesia: 19;
selección cuidadosa: 617; — en obras ajenas y disponibilidad: 600.
verificación de su autenticidad vocacio-
nal: 4 9 2 ; COLEGIOS :
admisión de candidatos procedentes de
otros Institutos: 618-19. aspectos positivos en su evolución: 3 5 ;
campo privilegiado para el servicio de la
CARDONER: fe y la promoción de la justicia: 664-
65;
naturaleza de la gracia recibida: 396; sobre el abandono de las grandes insti-
contenido de la ilustración: tuciones en este campo: 666-67;
— términos de Ignacio: 396; importancia y fuerza apostólica: 203-207.
ÍNDICE DE MATERIAS 683

COMPAÑÍA D E J E S Ú S : —: apostólica, abierta al servicio de la


misión y a la comunidad universal
su germen inicial: el Cardoner: 401; del cuerpo de la Compañía: 114-
su fin como cuerpo es sacerdotal: 121; 115;
cuerpo universal, no confederación de — : fuente de apoyo humano y fraterno,
Provincias: 600; discernimiento y dinamismo apostó-
en cuanto tal, protagonista de la orien- lico: 19;
tación y programación apostólica con- — : inspirada por el modelo de la plu-
creta: 383; ralidad personal trinitaria: 4 3 0 ;
cómo siente Ignacio la Compañía: 487; la verdadera — : el "corpus societa-
no sólo un cuerpo a regir, sino media- tis": 132; el cual se concretiza en
ción del Señor por la que ser regi- comunidades locales: 114;
do: 4 9 1 ; tiene su más alto origen en el amor a
su principio y principal fundamento: el Cristo: 429;
4.° voto: 297; la vida de — , decisiva para la actividad
qué es para Ignacio amar a la Compa- apostólica y la perseverancia en la vo-
ñía: 492; cación : 30;
conocimiento y estima de la Compa- el desempeño de la misión, criterio nor-
ñía : 353; mativo de la vida de — : 114;
el sentido de "mínima Compañía": 7 8 ; cada — ha de tener un superior: 583;
una sola Compañía: la que vive según comunidades pequeñas y ejercicio de la
las Constituciones y los decretos de autoridad: 33;
las CC.GG.: 600; y discernimiento: 2 9 ;
por su propia finalidad, está obligada al comunidades numerosas: valores y ven-
servicio de la fe y la promoción de la tajas: 29-30.
justicia: 86,
pretender hacer de ella un Instituto secu-
lar significa desconocerla y destruir- CONGREGACIÓN GENERAL 3 2 :
la: 600-01;
es la Compañía quien da la misión y Cf. el documento 1 de la Parte I, pp. 10-
quien, por lo tanto, se responsabiliza 17: Alocución del P. General al tér-
de ella: 197; mino de la C G . 32.
la Compañía de Jesús en España: 350- etapa actual de su ejecución: 381;
356; el cumplimiento radical de sus decretos,
Pertenencia a la Compañía: cómo la en- respuesta al desafío de nuestros tiem-
tiende Ignacio: 490; ¿qué significa pos: 372; ha de ayudarnos a salir de
para nosotros h o y ? : 493 ss; la perte- la difícil situación: 384; el mejor ser-
nencia nos hace a cada uno responsa- vicio de la Compañía a la Iglesia y al
bles del todo: 116; nuestras acciones mundo de hoy: 364-65; nuestro mo-
públicas son acto de la Compañía: do concreto de seguir a Jesucristo:
669; prioridad del "sentido de perte- 342;
nencia": 2 9 ; pertenencia y dispersión: los decretos de la C G . 32 son la expre-
229; pertenencia y compromiso polí- sión actual de nuestra Compañía: 18;
tico : 669. todos los jesuitas deben interiorizarlos:
Véase también: disponibilidad, jesuíta, 660;
misión, universalidad. sugerencias para su ejecución: 18 ss;
lo que piden de nosotros: 2 0 ;
colaboración y apoyo de la comunidad:
COMPROMISO POLÍTICO:
21;
aplicación demasiado lenta y tímida de
es compromiso radical con el evangelio
sus exigencias: 373;
en toda su dimensión temporal: 667;
a medios concretos: atención y docilidad
véase la sección 6. de la Parte III: Do-
al Espíritu: 379.
cumentos 24-32, pp. 659-680.

COMUNIDAD : CONTEMPLACIÓN :

— según las Constituciones: 248; necesidad de la — : 387;


— : centro de donde irradia el aposto- —"tn la acción: nota trinitaria del ca-
lado: 142; risma ignaciano: 421-22.
684 Í N D I C E D E MATERIAS

CONSTITUCIONES: centro de la comunidad apostólica: 3 5 3 ;


inspirador, según los Ejercicios, de los
opiniones encontradas sobre ellas (Boba- elementos institucionales de nuestro
dilla y Laínez): 1 0 7 ; modo de proceder: 6 2 ;
la expresión más articulada y palpable aspirar a un "sensus Christi", rasgo pri-
del carisma fundacional: 1 0 5 ; mero y fundamental de nuestro modo
para profundizarlas hay que repetir la de proceder: 7 5 ;
experiencia de los Ejercicios: 1 0 7 ; en su condición de enviado del Padre en
su dimensión eclesial: 1 2 0 ; misión al hombre, clave de la lectura
ininteligibles si no se participa del ca- del Evangelio: 1 0 9 .
risma ignaciano: 1 0 6 :
lo que en Ejercicios se formula como ex- CRUZ:
periencia individual cristaliza en las
— como experiencia comunitaria: 1 0 9 ; Nota esencial del carisma ignaciano de
— y modo nuestro de proceder: 5 2 . origen trinitario: 4 2 0 - 2 1 .

CONSUMO :
CUENTA D E CONCIENCIA:

nuestra actitud ante una sociedad de con- cómo debe ser entendida y a qué con-
sumo: 1 7 0 - 7 1 ; tribuye: 1 7 6 - 7 7 ;
consumismo y sencillez de vida: 1 6 1 ss. elemento esencial en la Compañía: 6 0 0 ;
no lesiona los derechos de la persona:
CONVERSIÓN : 600;
no puede ser sustituida por prácticas co-
el mensaje de Ignacio es prepararnos a lectivas: 6 0 0 ;
la conversión a Dios verdadera, íntima medio eficaz de ayuda mutua: 3 3 2 ;
y continua: 4 8 5 ; la claridad de conciencia juega un pa-
no se limita al nivel puramente espiri- pel esencial: 3 2 .
tual, sino que debe abarcar todo el
proceso de readáptación: 3 7 4 ; CUERPO :
— del corazón: lo primero en el traba-
jo por la justicia: 2 3 2 ; sentido de cuerpo: 7 6 - 7 7 , 2 2 9 , 4 8 9 .
— eclesial: por qué se nos exige: 2 8 5 - cfr. también: Comunidad y Compañía
86. de Jesús.

CREDIBILIDAD : DECISIONES :

La — del apostolado, directamente pro- toma de decisiones y pluralismo: 3 8 2 ;


porcional a nuestro desprendimiento de dificultades por la falta de disponibilidad
espíritu y a nuestra sencillez de vi- y movilidad: 3 3 .
da: 1 6 8 ; Cfr. también: Disponibilidad y Obe-
diencia.

DEFECCIONES :
de obediencia: de dónde ha nacido y
cómo resolverla: 1 7 3 ; sus causas: 4 7 ;
de pobreza: serio problema a nivel per- — y selección y formación de candida-
sonal, comunitario e institucional: tos, admisión a las Ordenes, crea-
163. ción de clima comunitario, atención
y vigilancia de los superiores: 4 7 ;
RISTO: — como consecuencia de comunidades
experimentales no bien planeadas:
Ignacio y su referencia personal a Cris- 634.
to: 62-63;
su seguimiento en humillación y cruz: DIARIO ESPIRITUAL D E S. IGNACIO:
420;
modelo y fuente de inspiración del je- lo que es, lo que contiene y lo que se
suita: 6 7 ; . observa en su lectura: 4 1 3 - 1 4 ;
modelo de nuestra pobreza apostólica y lo que demuestra: Ignacio, como legisla-
sencillez de vida: 1 7 1 ; dor, trabaja a la luz trinitaria: 4 1 2 .
Í N D I C E DE MATERIAS 685

DISCERNIMIENTO : — que alcance al "hombre entero":


185:
Véase el documento sobre discernimiento —• en instituciones ajenas: 3 5 ;
espiritual comunitario, pp. 247-52. nuevas metodologías educativas: 184;
sentido de -—: uno de los elementos pro- valor evangélico de la — institucional:
pios del "modo nuestro de proceder": 359.
78;
permanente actitud de — , según el Espí- EJERCICIOS :
ritu y la C G . 3 2 ; 15;
lo que con él se pretende: 78-79; Véase el documento sobre el modo de
por qué Ignacio nos enseña a vivir en dar los Ejercicios, pp. 231-36.
un clima de — : 483; impacto en los — de la ilustración del
la maduración de Ignacio, fruto de la Cardoner: 400;
constante aplicación del — : 402; medio para potenciar la toma de con-
— y disponibilidad se necesitan mutua- ciencia de nuestra identidad: 13;
mente: 2 4 1 ; su meta: la "conversión" en el más ple-
— comunitario y comunión eclesial: no sentido: 482-83;
484; los •— forman al hombre disponible: 241;
y comunión con el cuerpo de la Com- el instrumento de gracia más eficaz pa-
pañía: 669; ra promover vocaciones: 326;
y su escasa aplicación: 30; — y ascética ignaciana: 423;
y métodos de presión de grupo y mani- — y Constituciones: 109;
pulación política: 27; — y promoción de la justicia: 231-32;
el •— ignaciano, presupuesto para la in- — y métodos orientales: 233;
culturación: 99. — y Ejercitaciones: 654;
el mes de — en el Noviciado: clave
para la experiencia espiritual: 6 1 1 ;
DISPONIBILIDAD : cuándo han de hacerse: 616;
colaboración de los escolares a la obra
Véase el documento sobre la disponibili- de dar •—: 656:
dad, pp. 239-46.
actitud fundamentar de todo jesuita: ESPERANZA:
101;
por ser un cuerpo en misión, la — cons- Véase: "Ignacio, inspirador de esperan-
tituye nuestra identidad: 2 4 1 ; za", pp. 466-70.
elemento propio de "nuestro modo de
proceder": 7 6 ; ESPIRITUALIDAD IGNACIANA:
sus constitutivos: 7 6 ;
no es pasividad, sino participación acti- no parece objetivo caracterizarla por su
va y responsable: 2 4 1 ; ascética: 423;
la falta de — dificulta la obediencia y en qué consiste: 423;
la toma de decisiones: 33; su objetivo: lograr el "hombre disponi-
—• y obediencia a la comunidad: 632; ble": 2 4 1 ;
— y especialización individual: 600; definida en función del servicio: 294.
— para toda actividad más universal o
más importante que nos señale la ESTUDIOS :
Compañía: 337;
— a la luz del ideal supremo trinita- los — de Ignacio: 404-06;
rio: 426; nivel de — : 38-39;
— en todo momento: 2 4 1 ; seriedad de preparación y continuación:
— e inculturación: 101. 355;
eü tiempo de formación constituyen el
principal apostolado: 608;
EDUCACIÓN : en el noviciado, subordinados a la prio-
ridad insustituible: 612.
Véase el documento sobre el apostolado
educativo, pp. 209-10. EUCARISTÍA :
valor de la — y modificación de sus fi-
nalidades, contenidos y procedimien- junto con la oración, primer medio de
tos: 34; apostolado para Ignacio: 8 8 ;
686 ÍNDICE D E MATERIAS

sin ambas, inconcebible la vida apostó- vida de fe sin expresión de oración, una
lica de la Compañía: 288; ficción: 287;
las Constituciones y las CC.GG. esta- interacción fe-experiencia, fundamental
blecen como norma la participación para comprender la pobreza: 164;
y la celebración diaria de la — : 289; propagación de la fe y apostolado inte-
— y desafío de la increencia: 88-89; lectual : 35;
— y vida del jesuita intelectual: 222; reavivar la propia fe, prioridad absoluta
— y noviciado: 616; ante el desafío de la incraencia: 88;
razones que se alegan para la reducción fe y religiosidad popular: 359;
de la vida eucarística: 288; fe y justicia: cf.: justicia;
coloquios del P. Arrupe con la Euca- en el fondo de los problemas nos enfren-
ristía: 549-52 y 553-54. tamos a nuestra vida de fe: 286
aspectos positivos de las crisis de fe:
EVALUACIÓN : 345.
absolutamente necesaria: 374. FORMACIÓN ;
no puede realizarse si no va precedida
de conversión: 374. responsabilidad fundamental de toda la
Compañía, pero en especial de los Su-
EVANGELIO :
periores y de quienes han recibido esa
el — meditado en los Ejercicios, fuente misión: 71;
de donde brota la "misión" en las factores que hay que acentuar en la —
Constituciones: 109; de los escolares: 622;
para profundizar y renovarse en su vo- su contenido primario: los elementos es-
cación, el jesuita deberá leerlo bajo la pecíficos de "nuestro modo de proce-
perspectiva de "enviado": 110; der": 72;
para Ignacio, la clave del — está en la de ella dependerá el tipo de jesuita y de
persona de Cristo y en su condición apostolado del futuro: 366;
de "enviado" del Padre en misión: — sólida y actualizada: 367;
109. — y preparación sacerdotal: 328;
especialmente necesaria en el jesuita-
obrero: 200;
EVANGELIZACIÓN :
preparación para el encuentro con la in-
su significado en cuanto servicio de la creencia : 9 1 ;
fe: 359; la falta de confianza en la — que se
aspecto ineludible de la — : superar las da, causa del descenso de vocaciones:
desigualdades e injusticias: 360; 322;
— y promoción humana: 36. cf. también el documento sobre la for-
mación del jesuita: 565-72.
EXAMEN D E CONCIENCIA:
FORMACIÓN PERMANENTE:
de lo que pretende: 234;
nos hace contemplativos en la acción: cómo debe concebirse: 39, 72;
234; — de los operarios intelectuales: 217;
hace que se renueve el espíritu de ora x exigencia del desafío de la increencia:
ción: 234; 91;
su íntima relación con el discernimien- dificultad en encontrar formadores capa-
to: 485. ces de formar a los jóvenes en el es-
píritu del Decreto 2 : 25, 367.
FE:
GOBIERNO :
necesidad de renovarla, alimentarla y for-
talecerla constantemente: 344, 359; Véase: Directrices de gobierno, pp. 599-
indispensable su "culturación" para la 600;
transmisión del mensaje: 9 6 ; gobierno central: comunicación, rees-
urgencia de compartir el don de la fe tructuración, cambios en la Curia, des-
con quienes no creen: 8 5 ; centralización: 44-45;
primera virtud exigida para la renovación no hay lugar en la Compañía para el
de la obediencia: 187; gobierno colectivo: 175.
ÍNDICE DE MATERIAS 687

GRATUIDAD : su maduración, fruto de la constante


aplicación del discernimiento: 402;
sentido de — : uno de los elementos pro- relato de la visión de la Storta: 407;
pios del "modo nuestro de proceder": cómo siente a la Compañía: 487;
76. lo que significa para él amar y pertene-
cer a la Compañía: 492;
HERMANOS COADJUTORES: lo que haría hoy ante la sociedad de
consumo: 170-72.
Véase el documento: "Encuentro con los
HH.CC", pp. 265-76; INCREENCIA :
su extinción, pérdida irreparable y de gra-
vísimas consecuencias para la Compa- Véase el documento: "Nuestra respon-
ñía: 4 0 ; sabilidad frente a la increencia": 85-
tres razones explicativas de la crisis de 94.
vocaciones para Hermano Coadjutor:
40;
ordenación sacerdotal de los H H . C C . : INCULTURACIÓN :
45, 642-43.
Véase la "Carta sobre la inculturación":
HUMILDAD : 95-102;
experiencia de — en la Congregación
actitud de mayor — y sencillez de vida General: 13;
urgida por la C. G . 3 2 : 15; para la verdadera — hay que asimilar la
humillación y cruz, nota esencial del ca- cultura y la sub-cultu/a: 198.
risma ignaciano: 420;
se ha avanzado en el sentido de humil- INJUSTICIA :
dad como cuerpo: 25.
se da en todo tipo de sistemas políticos
IGLESIA : y económicos: 26, 680;
consecuencia del egoísmo del hombre:
"Amor a la Iglesia", elemento propio de 577, 662;
"nuestro modo de proceder": 78; constituye una forma de ateísmo prácti-
que debe llevarnos a sentir con la Iglesia co: 89;
y en la Iglesia: 100; y el combatirla no es separable de la fe:
que es una actitud urgida por la C G . 32: 74;
15-16; el contacto conjella pone a prueba nues-
visión sobrenatural ignaciana de la Igle- tra fe y nuestra esperanza: 9 2 ;
sia: 453-58; las estructuras sociales injustas no son
el porqué de la esperanza inquebrantable la única causa de todos los males:
de Ignacio en la Iglesia: 467-68; 662;
servir a la Iglesia: 293-310; y la sencillez de vida: 169;
carácter eclesial de la "misión": 120; y el apostolado educativo: 64-65;
Iglesia y Cristo; institución y misterio: y la concientización evangélica: 190;
121; y nuestra función crítica: 659;
amor del P. Arrupe a la Iglesia: 539- y la situación religiosa: 6 6 0 ;
40; Pedro Claver, ejemplo de cómo asumir
las injusticias: 515.
Cf. también: Vicario de Cristo. Cf.: Justicia.

IGNACIO :
INSERCIÓN :
amor a la Iglesia y al Papado: 453-58;
—• modelo para la Compañía: 459-65;
— inspirador de esperanza: 466-70; en vistas a una inculturación; de lo con-
— y su mensaje de servicio: 471-74; trario, es "snobismo": 198;
— modelo de actitud de escucha del Es- en obras aun fuera de la Compañía, pe-
píritu: 482-85; ro sin merma de la disponibilidad:
su referencia personal a Cristo: 62-63; 600;
su aventura mística y trinitaria, iniciativa a qué nos lleva la inserción y la solida-
divina: 393; ridad con los pobres: 380.
688 ÍNDICE DE MATERIAS

INTEGRACIÓN': y experiencia personal de fe en Je-


sús: 334, 347;
Véase: "Integración real de vida espiri- y su relación con el servicio de la fe:
tual y apostólica": 341-48; 25, 89, 607, 665.
— y disponibilidad: no pueden separar-
se: 242-43;
— de la actividad intelectual y sacerdo- MARXISMO :
cio: 220;
— del apostolado parroquial en el pro- formas y expresiones de simpatía por
grama apostólico de la Provincia: el — : 2 7 ;
226. el compromiso con el — : 27;
atracción por el — : cómo se explica:
JESUÍTA : 678-79;
nuestra actitud: 679;
conforme a la C. G. 32 : 607-09; ¿compatibilidad con el cristianismo?:
identidad del — : no definible en con- 670.
ceptos: 498; cómo se capta en toda
su profundidad: 12; por pertenecer a
un cuerpo en misión, la radical dispo- M E D I O S DE COMUNICACIÓN SOCIAL:
nibilidad constituye su identidad: 2 4 1 ;
cfr.: "El modo nuestro de proceder":
prioridad apostólica; nuestra responsabi-
49-82; lidad ante el fenómeno: 185-86;
la "misión", clave de la vida del — : integración de los — en la formación y
111-13; coordinación de nuestras actividades en
el — , enviado para servir y salvar al este campo: 35-36.
mundo: 110;
el — , testimonio de vida ante el desa-
MISIÓN :
fío de la increencia: 89;
el — , miembro de un "cuerpo entero":
142; Véase: "La misión apostólica, clave del
el — y la oración: 353; carisma ignaciano": 105-24;
prioridades apostólicas del — : 253-56; doble sentido de la palabra: 126;
vida comunitaria del — : 258; en el sentido de "propagación de la fe"
vida espiritual del — : 258-61, 284-90; no es una prioridad apostólica, sino
Cfr. también: Compañía de Jesús, Dis- una de las finalidades esenciales de la
cernimiento, Disponibilidad y Modo Compañía: 126;
nuestro de proceder. es lo que nos unifica en la Compañía:
197; 43-44;
JUSTICIA:
está por encima de otras inclinaciones o
compromisos humanos: 19;
el verdadero valor apostólico nos viene
la promoción de la — , compromiso de
de "ser enviados" y mientras perma-
toda la Compañía: 25, 89, 188; no es
nezcamos como tales: 255;
una desviación del espíritu del Institu-
to: 2 6 ; supone la solidaridad con los la "conciencia de misión": 255.
pobres: 26, 578; en comunión con to- Cfr. Disponibilidad.
do el cuerpo de la Compañía: 669;
exige un precio y se cobra unas vícti-
mas : 2 6 ; nuestra contribución espe- M I S I Ó N OBRERA:
cífica es de tipo "interiorizante" y
"concientizador"; 659; no ha de ser Naturaleza, importancia, características,
el marxismo su principal inspirador: actitudes: 193-202.
678;
promoción de la — MISIONES :
y compromiso político: 2 7 ;
y apostolado educativo: 210; vocación y acción misionera: 125-31;
y apostolado intelectual: 213; características ignacianas de la imagen
y apostolado parroquial: 227; del misionero: 131-33;
y Ejercicios Espirituales: 231; antinomias en la actividad misionera y
y vida de oración: 288; su solución: 133-36.
Í N D I C E DE MATERIAS 689

M O D O NUESTRO D E PROCEDER: "expuestos a la prueba de la increen-


cia y de la injusticia", 344;
Véase pp. 49-82. — personal, esencial para la vida de la
Compañía: 353;
NOVICIADO : — comunitaria: gran fuerza como ac-
tuación y presencia del Señor. Debe
Véanse los documentos 4, 5 y 6 de la fomentarse: 289; crear en la comu-
Parte III: pp. 610-17. nidad un ambiente favorable: 353;
el novicio: libre elección de Dios: 524; — participada: más sólida unión y más
sus auténticos y sólidos valores son los profunda sensación de pertenencia al
de interioridad: 525; cuerpo de la Compañía: 380;
exigencia de absoluta claridad y lealtad: vivir las exigencias del "magis" exige una
525. más intensa — personal y comunita-
ria: 387;
OBEDIENCIA : fomentar el espíritu de — , paso adelante
definitivo en la renovación espiritual:
Véase: "Vivir en Obediencia": pp. 173- 353;
78; — e increencia: 88.
revitalización a partir de las dos últimas
CC. G G . : 32, 33;
PARROQUIAS :
dificultades por falta de disponibilidad y
movilidad: 33;
directrices sobre el apostolado parro-
— a personas físicas concretas, no a co-
quial: 224-30.
legiadas o grupos: 632;
— a la comunidad: no es parangonable
con el caso de la C G . 3 2 : 632; PLURALISMO :
— "ciega": ¿por qué se llama así?:
175; el — "inicial" no es ilimitado en la Com-
— al Vicario de Cristo, "principio y pañía : 383;
principal fundamento" y estructura pe- — y eficaz toma de decisiones: 383-84;
culiar de la Compañía: 297 ss. la capacidad de — de la Compañía, pro-
Cfr.: Autoridad, Disponibilidad, Gobier- porcional al sentido de pertenencia al
no, Misión. cuerpo de la Compañía: 494.

OBISPOS : POBRES:

actitud de Ignacio respecto a los — : sentido de la opción por los — : 6 6 3 :


457; compromiso con los — , pero específico:
lo que Ignacio quiso de los suyos: 458; como jesuitas y sacerdotes: 668;
respeto sincero, colaboración leal y de- posibilidades ilimitadas, sin necesidad de
seo auténtico de ayudarles, notas ca- pasar por la militancia en partidos po-
racterísticas del carisma ignaciano: líticos : 668;
364 respetar su dignidad, tomarles como
los que trabajan en parroquias deben se- maestros: 169;
guir fielmente sus indicaciones: 227; para entender su condición, es necesario
lo que en ocasiones nos ha faltado en experimentarla: 166;
las relaciones con ellos: 364; la inserción entre ellos, medio para vi-
vir la pobreza; 362;
ORACIÓN : riesgos que conlleva: 362;
exigencia de madurez espiritual y huma-
— y Eucaristía, primer medio de apos- na: 362.
tolado para S. Ignacio: 88-89; consecuencias: sufrir con ellos y como
— sin vida de fe, y viceversa, son fic- ellos; frugalidad de vida: 362;
ciones: 287; cada cual debe vivirla, aunque su apos-
coherencia entre — y vida: 287; tolado se realice entre personas de
algunos "slogans" sobre la—: 287, 603- otra condición social: 362;
04; solidaridad con los — : conduce a veces
más necesaria que nunca, si queremos a la persecución: 2 6 ;
vivir nuestra fe y nuestra esperanza cfr.: Justicia, Injusticia.
690 ÍNDICE D E MATERIAS

POBREZA: a un nivel inferior que las Constitucio-


nes: 58-59;
elementos fundamentales de nuestra po- marcan un modo de proceder más minu-
breza: — individual: 140-42; cioso y externo: 59;
—-comunitaria: 142-44; peligro de detenerse en ellas e identifi-
— y remuneración del trabajo: 144-46; car con ellas al jesuita: 59.
vida trabajadora y desinteresada por la
caridad: 146-48;
RENOVACIÓN :
dignidad humana y sacrificio de reivindi-
caciones legítimas: 148-4?;
experiencia de Dios en Cristo: 277-78;
espíritu y realidad de servicio gratuito: dinamismo apostólico: 279;
150-52; Ta unión ordinaria con Dios: en Cris-
— e inseguridad: 152-56; to: 280;
peligro de formalismo: 156-57;
hallar a Dios en todas las cosas: 2 8 1 ;
su fundamento: amor e imitación de vida comunitaria: 282;
Cristo pobre: 600; medios de renovación: discernimiento es-
exige vida en común: nada hay propio: piritual, formación continua, planifica-
600; - ción y evaluación: 365;
lo positivo realizado en la línea de la requerida por una orden apostólica que
C. G. 3 2 : 30; debe mantenerse en un permanente
grandes fallos concretos contra la — : crecimiento espiritual: 352;
30; sus principales pasos: conversión de
¿libre disposición de lo que uno gana?: mente y corazón, concientización, so-
605; lidaridad con los pobres, estudio se-
— y sencillez de vida: 161-72. rio, inserción, discernimiento y evalua-
Cfr.: Testimonio de vida. ción: 365.
POLÍTICA:
SACERDOCIO :
• aceptación de cargos políticos: el P . Ge-
neral se ha reservado para si la última nota característica de la misión y de la
decisión en tales casos: 4 5 ; Compañía como cuerpo: 121;
condiciones, bajo las que se concede per- lo que exige en la Compañía: 330;
miso: 672-73; nuestra misión sacerdotal exige indepen-
dimensión política que conlleva nuestra dencia política: 667;
misión sacerdotal: 666; es "para siempre": 328;
la Compañía no puede identificarse con cuidado especial durante los primeros
ningún partido o régimen político: años de sacerdocio: 331;
600; — y trabajo intelectual: 219-20.
independencia política: condición para Cfr. también documentos 17, 18 y 19 de
cumplir con nuestra misión sacerdotal la Parte III: pp. 641-44.
y poder denunciar toda injusticia: 667.
SERVICIO :
PROFESIÓN :

fundamentación ignaciana: 293-99,


Requisitos para la profesión de cuatro 471-74;
votos: 635-38. servir a la Iglesia bajo el Romano Pon-
tífice: 299-310;
PROFESIONALISMO :
servir desinteresadamente al hombre:
386; en diálogo: 600; sin protagonis-
doble sentido: 354-55; mos: 78.
efectos negativos de la profesionalización
al margen de los Superiores: 2 9 ;
"modo nuestro de proceder" y profesio- SOLIDARIDAD:
nalización: 379.
en la vida comunitaria local, con las ca-
REGLAS: sas y personas de la Provincia y con
la Compañía universal: 169-70;
muchos de los principios que las inspiran el principio y la práctica de la — pue-
tienen eterna vigencia: 59-60; den transformar nuestro modo de vi-
ÍNDICE DE MATERIAS 691

da y actividad: 1 7 0 ; cfr. también: Pobreza, Testimonio de


no deberá limitarse a la Compañía: 1 7 0 ; vida.
— con los pobres: 2 6 .
U N I Ó N D E LOS Á N I M O S :
SUPERIOR :
dónde se basa y cómo se traduce: 5 4 3 -
identidad, función y responsabilidades: 44;
4 7 , 5 8 0 - 8 3 , 5 9 9 , 6 0 3 , 6 2 2 , 6 3 3 ; difi- dificultad hoy por tensiones ideológicas:
cultades provenientes de las expectati- 43;
vas mutuas superior-comunidad: 5 8 3 - otras causas que la hacen hoy difícil:
86; 356;
cuenta de conciencia y gobierno apos- para hacerla real: fidelidad de todos a
tólico: 5 8 6 - 8 7 . la única Compañía de hoy, actitud
constructiva, sentido de comprensión:
356;
TERCERA PROBACIÓN:
una uniformidad a ultranza podría ser
su importancia: 3 3 4 ; factor de división: 4 3 ;
dificultades actuales: 3 3 5 - 3 7 ; difícil determinar dónde empieza el plu-
su objetivo y sentido: 3 3 7 - 3 9 . ralismo y la diversidad: 4 3 ;
elemento fundamental para nuestro apos-
tolado: 5 4 3 ;
TESTIMONIO D E V I D A :
cfr. también: Comunidad, Cuerpo, Plu-
ralismo, Solidaridad.
fuerza persuasiva en materia vocacional:
321-22;
UNIVERSALIDAD :
el más convincente argumento de la ver-
dad de nuestra doctrina y nuestra vi- lo que significa: 7 6 ;
da consagrada: 1 3 0 ;
elemento del "modo nuestro de proce-
una vida que se presente como misterio der": 75-76;
y, como tal, cuestione: 8 9 ; — e inculturación: 1 0 1 ;
lenguaje convincente para el increyen- — y regionalismos/nacionalismos: 1 3 2 ,
te: 8 9 ; 354;
como proclamación más decidida del cfr. también: Apertura, Compañía de Je-
Evangelio: 1 4 ;
sús, Disponibilidad, Misión.
cuáles son sus componentes para el je-
suita: 8 9 , 3 8 5 ss. VICARIO D E C R I S T O :
cfr. también: Consumo, Credibilidad,
Modo nuestro de proceder, Pobreza. relaciones del P : Arrupe con el — : 4 1 ;
cuál debe ser nuestra actitud ante el—:
TRABAJO: 314:
amor sincero al — , urgido por la C. G .
exigido por la pobreza, pero ésta no se 32: 15-16;
reduce a la condición del trabajador: el espíritu de fidelidad a su persona, ins-
1 4 6 ss; pirado por el 4 . ° voto: 3 1 1 ;
testimonio de servicio desinteresado: la lealtad al — en la crítica: 3 1 1 ;
3 8 5 ss; cfr. también: Iglesia, Ignacio, Obedien-
seriedad en el — y sentido de lo gra- cia.
tuito: 1 4 8 ;
una vida de — intenso, o nace y alimen- VOCACIONES :
ta de la fe y la oración, o no puede
durar: 2 8 7 ; — e imagen de la Compañía: 3 2 0 - 2 2 ;
en la Compañía se trabaja, a veces de- — y problemática de la Formación:
masiado y tal vez en detrimento de 322-23;
otras cosas importantes: 3 8 6 ; — y contacto con la juventud: 3 2 3 - 2 4 ;
dos razones de la falta de — en perso- — y su promoción: 3 2 4 - 2 6 ;
nas que serían aptas: 3 5 5 . cfr. también: Admisión, Candidatos.
ÍNDICE GENERAL

PágB.

Presentación 5

1.» PARTE 7

Sección Introductoria 9
1. Alocución final a la Congregación General X X X I I (7. III. 75) 10
2. Acerca de la ejecución de los Decretos de la Congregación Ge-
neral X X X I I (15. I X . 75) 18
3. Discurso inicial a la Congregación de Procuradores (27. I. 78)
Informe sobre el estado de la Compañía 22
4. "El modo nuestro de proceder" (18. I. 79) 49
a
Sección 1. 83
5. Nuestra responsabilidad frente a la increencia (25. X I 79) . . . 85
6. Carta sobre la Inculturación (14. V. 78) . . . 95

Sección 2." ..„ 103


7. La misión apostólica, clave del carisma ignaciano (7. I X . 74) . . . 105
8. Nuestra vocación misionera (22. III. 72). Alocución a los Su-
periores Mayores de la Asistencia de África 125
a
Sección 3. 137
9. Carta a toda la Compañía sobre la pobreza, trabajo y vida en
común (14. IV. 68) 139
10. La sencillez de vida (29. III. 73) 161
11. Vivir en obediencia (11. X . 66). Discurso a la Congregación
General X X X I 173
a
Sección 4. 179
12. Prioridades apostólicas (5. X . 70) 181
13. Principios y directrices para el apostolado social (15. I. 77) . . . 188
14. Con los representantes de "misión obrera" (10. II. 80) 193
15. Importancia y fuerza apostólica de los Colegios (25. VIII. 65) 203
16. Orientaciones para el apostolado educativo (15. I. 77) 209
17. El apostolado intelectual en la misión de la Compañía hoy
(25. X I I . 76) 211
18. Algunas directrices sobre el apostolado parroquial (8. X I I . 79) 224
19. Notas sobre el modo de dar los Ejercicios hoy (VI. 78) 231
694 ÍNDICE GENERAL

Págs.

a
Sección 5. 237
20. Sobre la disponibilidad (19. X . 77) 239
21. Sobre el discernimiento espiritual comunitario (25. XII. 71) . . . 247
22. En respuesta a las cartas "ex offício" de 1972 (8. IX. 72) . . . 253
a
Sección 6. 263
23. Encuentro con los Hermanos Coadjutores (30. X . 78) 265
24. Puntos para una renovación espiritual (24. VI. 71) 277
25. En respuesta a las cartas "ex officio" de 1976 ... 284
a
Sección 7. 291
26. Servir sólo al Señor y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano
Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra (18. II. 78) 293
27. Perfecta fidelidad a la persona del Sumo Pontífice (25. I. 72). 311
28. Con ocasión de la "Humanae Vitae" (15. VIII. 68) 314
a
Sección 8. 317
29. Sobre la promoción de vocaciones (11. VIL 73) 319
30. Sobre la preparación para la ordenación sacerdotal (27. X I I . 79 327
31. Alocución a los Instructores de Tercera Probación"(1. III. 70). 333
32. Integración real de vida espiritual y apostólica (1. X I . 76). . . . 341
a
Sección 9. 349
33. A los jesuitas de España (29. VI. 70) 351
34. A los Provinciales de América Latina (1979) 358
a
Sección 10. 369
35. Alocución final a la Congregación de Procuradores (5. X . 78). 371
36. Inspiración trinitaria del Carisma Ignaciano (8. II. 80) . . . 391

a
2. PARTE ... 437

a
Sección 1. : Homilías 439

En la fiesta del Corazón de Jesús


1. La devoción al Corazón de Jesús y La Storta (9. VI. 72) 441
2. Fiesta del Amor y de la Alegría (6. V I . 75) 446

En la fiesta de San Ignacio


3. Amor de Ignacio por la Iglesia y el Papado (31. VII. 67). ... 453
4. Ignacio, modelo para la Compañía (31. VII. 68) 459
5. Inspirador de esperanza (31. VIL 70) ... ... 466
6. Un hombre para el servicio (31. VII. «71) 471
7. Paralelo entre Ignacio y Borja (31. VIL 73) 475
8. A la escucha del Espíritu (31. VIL 75) 482
9. Reengendrar cada día la Compañía (31. VIL 79) 486

En fiestas de Santos de la Compañía


10. San Francisco Javier (3. XII. 75) 498
11. San Francisco de Borja (30. IX. 72) 504
12. San Pedro Claver (23. V I . 80). 510
ÍNDICE GENERAL 695

Págs.

En diversas circunstancias
13. Últimos votos. "Consagrados para la misión" (2. II. 76) 519
14. "Elegidos para el Señor" ( A los novicios de Ciampino) (18.
I. 72) 524
15. "Sal y Luz" (A jesuitas belgas) (5. II. 78). 527
16. "Jesús, el único modelo" (A maestros de novicios) (5. IV. 70) . . . 531
17. En sus "bodas de oro" en la Compañía (15. I. 77) 535

a
Sección 2. : Exhortaciones y Oraciones 541
18. El Año Santo y nuestra tarea en la Iglesia (19. VI. 74) 542
19. Coloquio con el Señor (18. VI. 75) 549
20. "Enséñanos tus caminos". Oración de súplica (17. VI. 76). . . . 553

a
Sección 3. : Conferencias, Diálogos, Comunicaciones 555
21. Sobre el Apostolado de la Oración (A los Secretarios Nacio-
nales (4. V . 74) 556
22. La formación del jesuita (Encuentro con jesuitas canadienses)
(22. X I . 77) 565
23. Ante el reto de la renovación (A jesuitas ingleses) (III. 78). . . . 573
24. El superior local (A los superiores ingleses) (III. 78) 580
25. El Corazón de Cristo y la Compañía (Carta a toda la Com-
pañía) (9. VI. 72) 589

3.» PARTE 595

Sección 1.": Formación 597


1. Directrices de Gobierno (8. XII. 69) ... 599
2. "Slogans" que necesitan puntual interpretación (2/24. I. 70). . . . 601
3. ¿Qué jesuita queremos formar según la C. G. X X X I I ? (1975) 607
4. La formación en el Noviciado (31. X I I . 73) > 610
5. El desenfoque de la "politización" (26. III. 79). ... 614
6. Oración, experiencias y mes de Ejercicios en el Noviciado
(8. X I . 79) 616
7. Candidatos procedentes de otros Institutos religiosos (14. VI. 76) 618
8. Estudios de teología en el Noviciado (30. VI. 72) 620
9. Algunos consejos sobre la formación de los Escolares (9. III. 76). 621
10. Comienzo del estudio de teología. Auto-destinos (5. X . 73. ... 623
11. Sobre el permiso para vivir fuera de la casa religiosa (14. V I . 79 624

a
Sección 2. : Votos y vida de comunidad 625
12. La castidad. Exclusión de la "tercera vía" (12. XII. 67) 627
13. Sobre la clausura en nuestras casas (2. IV. 70) 629
14. Cada comunidad debe tener su Superior (31. I. 72) 630
15. Condiciones para la creación de comunidades experimentales
(17. VI. 77). 632
16. Requisitos para la Profesión de cuatro votos (7. IX. 78) 634

a
Sección 3. : Sacerdocio 639
17. Sacerdote-Profesor. El celo apostólico (30. III. 74). 641
18. Ordenación sacerdotal de Hermanos Coadjutores (30. IV. 77) 642
19. Rezo del Oficio Divino (4. VIII. 70) 644
696 ÍNDICE GENERAL

Págs.

a
Sección 4. : Sentir con la Iglesia 645
20. Lealtad al Magisterio de la Iglesia (10. I. 79) 647
21. Diálogo teológico y acogida de los documentos de la Santa
Sede (5. VIL 79) 649
a
Sección 5. : Ejercicios Espirituales 653
22. Ejercicios, Ejercitaciones, Cursillos de Cristiandad (1. X I I . 68). 654
23. Colaboración de los Escolares en la tarea de dar Ejercicios
(15. X I I . 77) 656
a
Sección 6. : En torno al Decreto 4." de la C. G. XXXII ......... 657
24. Para la aplicación del Decreto "Nuestra misión hoy" (23. X . 75). 659
25. Para la recta interpretación del Decreto 4.° (24. X . 76) 662
26. El servicio a la fe y a la justicia en nuestros Colegios (20.
III. 79) 664
27. Jesuitas activos en movimientos de liberación (29. V . 71). . . . 666
28. El compromiso de la Compañía con partidos políticos en Es-
paña (31. X . 77) 668
29. Cargos públicos políticos (17. V . 72) 671
30. Un permiso excepcional para desempeñar un cargo político (29.
VI. 78) 672
31. Confrontación entre nuestra vocación y la dedicación o la ac-
ción política como principal medio de servir a los pobres (27.
VII. 76) 674
32. La atracción por el marxismo hoy (31. III. 77) 678

índice de materias 681

índice General 693


La
identidad
del jesuíta
en nuestros
tiempos

...Ya sea que consideremos las necesidades y aspira-


ciones de los hombres de nuestro tiempo, o reflexio-
nemos sobre el particular carisma que fundó nuestra
Compañía, o busquemos conocer lo que Cristo tiene
dispuesto en su Corazón para todos y cada uno de
nosotros, llegamos a la misma conclusión: que el je-
suíta es un hombre cuya misión consiste en entregar-
se totalmente al servicio de la fe y a la promoción
de la justicia, en comunión de vida, trabajo y sacrifi-
cio con los compañeros que se han congregado bajo
la misma bandera de la cruz, en fidelidad al Vicario
de Cristo, para construir un mundo al mismo tiempo
más humano y más divino.

Congr. Grai. XXXII


Decr. 2, n.° 31

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