Está en la página 1de 2

Justino.

Diálogo con Trifón


Eduardo Fernández

Justino Mártir el primer apologista filósofo que quiso conciliar la fe con una estructura
de pensamiento racional, de esta manera hizo patentes las palabras de la carta de Pedro: “hay
que dar razón de la fe”, claro está que para los tiempos en que se empezó a gestar esta nueva
manera de filosofía era bastante arriesgado, tanto así que él lo constato con el testimonio de
los mártires y luego murió decapitado por la misma razón.

Por eso, quiero enfocar este ensayo desde la perspectiva que hiso cambiar a Justino de
una filosofía o verdad parcial (estoica, pitagórica y platónica) a una filosofía completa que
contiene la verdad en sí (cristianismo) y como esta verdad hace vivir una vida feliz.

Una de las maneras, -y la fundamental me parece- que pone a Justino en el camino a


considerar al cristianismo como la verdadera filosofía es una “ferviente búsqueda de la
verdad”, que lo hace conocer las diferentes corrientes de pensamiento de su momento, y la
misma gesta en él la capacidad de detectar –por decirlo así- en los errores en que incurren. Es
que cuando se busca la verdad, y nada más que la verdad, ella se encarga de guiar la razón
hasta el punto de desechar lo que antes se tenía como tal, la verdad no se instala ni es pasiva,
al contrario, es dinámica y activa, y así lo experimentó Justino.

La misma búsqueda de la verdad, hace caer en razón que, para que pueda encontrarse
no basta con el simple deseo, hay que emprender un camino hacia ella, pero no un camino sin
rumbo ni destino, sino más bien, un camino de interiorización, es decir, “estar solo para
examinarse, en un diálogo ininterrumpido consigo mismo”. Aquí está la máxima socrática
“conócete a ti mismo”, es decir, la verdad está dentro y para llegar a ella hay que tener un
encuentro interior, para rumear los acontecimientos del exterior y hacer una apreciación más
profunda de ella.

Este estar solo”, no es separarse del mundo, ni mucho menos de la realidad, es más
bien adentrarse sin miedo a las verdades que circundan la propia vida, solo así el verdadero
filósofo podrá separar una teoría que, por muy bien estructurada y aparentemente buena que
sea, no hace más que engañar y perder la recta razón de la verdad.
Pero también están aquellos hombres que conocieron la verdad y la transmitieron
intacta. Justino llama a estos hombres Profetas, los verdaderos filósofos que vieron y
anunciaron la verdad, y los describe como aquellos que no buscaron reverenciar a nadie,
tampoco temieron a hombre alguno y mucho menos los sedujo el deseo de gloria. Y es que en
el fondo esa es la verdadera ciencia y verdadero conocimiento, aquel que es capaz de
desligarse de los intereses mezquinos, primero de los propios y luego de los demás.

Es impresionante como ya desde el primer siglo se tenía esa concepción de la filosofía,


la que es libre para poder ser, la razón debe ser liberadora y porque no, motivo de salvación o,
mejor dicho –en palabras de Justino – motivo de felicidad, porque “no hay más grande y
honorable trabajo” que este.

Buscar la verdad y encontrarla produce en el hombre felicidad. Una felicidad que va


más allá de los meros conocimientos adquiridos, encontrar la verdad va de la mano con
vivenciarla y llegar hasta las últimas instancias por mantenerla y defenderla. Sócrates prefirió
beber la cicuta antes que desvirtuar la verdad que había encontrado, Cristo mismo murió
defendiendo la verdad de salvación, Justino no es la excepción. Y es que una vez encontrada
la verdad, se encarna en la propia vida y después ya no se puede distinguir una de la otra, y
tampoco tiene sentido la una sin la otra.

La felicidad es la recompensa de aquellos que se atreven a conocerse a sí mismos para


transmitir la verdad encontrada, observando el camino de los precursores de la verdad (los
profetas) estos que han consagrado su vida a la verdad junto a Dios y han dado justo
testimonio a lo que creen.

Es así como se muestra que se ha encontrado la felicidad, por la capacidad que se tiene
de relativizar todo aquello que no contribuye a la identificación entre lo que se plantea como
discurso (filosofía) y la vida (praxis). Justino encontró en el cristianismo la plenitud de la
verdad, es decir, la unión de una teoría sustentada en la vida misma.

También podría gustarte