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“La emancipación de la razón y sus problemas1”

Eduardo Fernández

Conocer las raíces o el origen, interpretarlo y saber las limitaciones que se desgajan de
los resultados, es algo siempre ha sido una necesidad imperiosa, ya que este
conocimiento concede la certeza de llamar a dicha adquisición, ciencia y, solo podemos
denominarlo así si responde a las interrogantes básicas que se han de plantear. Por lo
que el presente pretende abordar algunas posibles respuestas a las cuestiones que se
suscitan a lo que se ha llamado como “sabiduría de Israel”.
Se hará el esfuerzo por colocarse los anteojos de un israelita para contemplar la realidad
como si fuera uno, partiendo de lo siguiente, ¿Cómo concebía el propio Israel tal
conocimiento? O cuestionando con mayor exactitud ¿Cómo los maestros conciliaron su
fe en Yahwé con la capacidad de conocer la realidad? Sobres esto hay unos posibles
caminos que nos llevan a sacar algunas conclusiones.

Como un primer acercamiento hay que tener en cuenta que, concebir la sabiduría como
un don excepcional de Yahwé procede de una época tardía, más bien fue un esfuerzo y
gran trabajo de concentración mental en la se los sabios sentían movimos por un
impulso divino. Pero nada se resuelve creyendo que Dios asistía al sabio en su afán por
conocer, de ello es testigos Siráj (autor de la sabiduría de Salomón) que tenía que estar a
la altura de los conocimientos de los otros pueblos, para establecer la propia.
Seguido de esto, imposible que los maestros fundamentaran sus conocimientos con
pretensiones teológicas, sus estudios eran aplicados a objetos de cualidad mundana, es
decir, adquirir sabiduría es un asunto meramente humano y no tanto divino – más
adelante se explicará mejor este punto –.
Proverbios como 15,32 y 16,16 hablan de que el hombre se encuentra en la disposición
de adquirir sabiduría, por ende, Israel no concibe su capacidad de saber cómo dispensa
de parte de Dios, al contrario, consultó el saber de los otros pueblos, y se apropió de
ellos, según le parecían útiles. A esta actividad de conocimiento podemos denominarla
como un fuerte movimiento intelectual, que tuvo que poco a poco irse desestructurando
y que M. Buber designa como “pansacralismo”.
El pansacralismo consistía básicamente en considerar en que en todo acontecimiento
estaban insertados ritos y reglas sagradas, o sea, por creencias “pansacrales”. Pero partir
de Salomón se tuvo que producir un cambio en la manera de comprender la realidad.
Ahora los acontecimientos los determina un hombre con voluntad y fortaleza, pero
también con sus debilidades, como cualquier hombre, lo que no impide que los hilos de
la trama estén en manos de Yahwé. “¡Qué mundano es el escenario donde los hombres
desempeñan ahora sus papeles! Ahí la desgracia no es atribuida a transgresiones
contrarias al orden sacral”.

1
Las citaciones que aparezcan entre comillas (“”) a los largo del trabajo, se entenderá que han sido
extraídas del libro de G. Von Rad que se titula “La sabiduría en Israel”. P. 75- 147.
A partir de esto se suscita una nueva cuestión, a saber, la fe en la intervención de Yahwé
en la vida del hombre y cómo se entra en relación con esta nueva comprensión de la
realidad, claro está que hay que tener en cuenta que el conocimiento cada vez más
consciente, nunca entró en conflicto con la fe en Yahwé, más bien los maestros enseñan
conocimientos autónomos juntos con la fe en Yahwé. Así es como la comprensión del
mundo israelita se fue secularizando, la voluntad de saber se volcó hacia las
experiencias de orden mas cotidiano: vida social, economía y el trato del hombre
consigo mismo, etc.
Partiendo de esto, el exégeta actual se encuentra con la desventaja para comprender la
sabiduría de Israel porque siente la tentación de introducir en los textos antiguos una
tensión entre fe y razón, asunto que para Israel no existía, “Quizá su grandeza radique
en no haber disociado fe y conocimiento”. Un ejemplo de ello es el profeta Amós, ya
que la Palabra de Yahwé le enseñó a leer en los acontecimiento de la historia, una lógica
anclada a la realidad misma y al mismo tiempo, reconocer en ella la voluntad de Yahwé.
Un aspecto de suma importancia para tener claro lo que se acaba de anunciar es que en
todo conocimiento la confianza juega un papel trascendental, es lo que permite a Israel
hablar de la realidad de manera secularizada, porque su fe en Yahwé es recia e
indiscutible, su libertad precisamente esta autorizada por ese misma fe. Eso sí, la
experiencia del mundo y la experiencia referente a Yahwé no coincidieron del todo,
como ya se ha dicho los sabios hicieron un gran esfuerzo por no separar esas dos
realidades.
Aparece así la figura del “sabio” o el “justo”, o sea, el hombre que había sabido
configurar toda su conducta, conforme a los conocimientos impregnados de valores. Y
frente al sabio el “insensato” que posee una capacidad indeficiente para someterse a las
reglas enseñadas por los sabios. La necedad es un desorden en el interior del hombre, es
la falta de realismo y un desconocimiento de Dios. En suma, es una ateísmo práctico.
Otro elemento, ha destacar es lo especifico o característico de la sabiduría de Israel, “El
temor de Yahwé es el principio de la ciencia”. Esta expresión “temor de Yahwé”,
sencillamente significa “obediencia para con la voluntad divina”. No hay que pensar en
“temor” como algo emocional, psíquica, es más bien sujetarse, es una actitud de
confianza con Dios. En ultimas, el temor de Dios conduce, capacita y educa para la
sabiduría.
Como se ha notado, la relación entre sabiduría y Dios es muy estrecha, porque todo
conocimientos humano desemboca en preguntarse por las relaciones con Dios y el
hombre, la respuesta que se suscite, tendrá como consecuencia que el hombre se vuelva
diligente y experto en las normas de la vida. Volviendo aquí a un enunciado capital: el
conocimiento humano se le atribuye al temor de Dios y su fe en él, por ende, los malos
desconocen lo que es justo, mientras que quienes buscan a Yahwé lo entienden todo
(Prov. 28,5).
¿De qué podría servirle la sabiduría a aquellos que desprecian a Dios? responde la
sabiduría más antigua con carácter antropológica: “la sabiduría depende enteramente de
que el hombre adopte una adecuada actitud respecto a Dios, y me atrevería a decir,
respecto a la vida, y respecto al otro.
Estas tres premisas que se han desarrollado, se cierran con las siguientes conclusiones;
no existe fe que no pueda apoyarse sobre conocimientos y experiencias y, la
argumentación con experiencias básicas – especialmente religiosas – no debe
menospreciar en lo más mínimo la comprensión de la realidad, la fe no estorba al
conocimiento, al contrario, la impulsa.
Teniendo claro ese punto, se aborda el significado que poseían las reglas en el
comportamiento social de Israel, la cuestión aquí es, ¿la enseñanza de los sabios puede
provenir en cuanto a una noción moral? Hay que responder que, nuestra idea de moral
no puede ser aplicada más que de una manera forzada al concepto de bondad (moral)
porque se trata más bien de directrices para “señorear la vida”, esto es, para resolver las
muchas dificultades de la existencia.
El hombre debe conducir su vida en el temor, o lo que es lo mismo, en el conocimiento
de Dios – debe rechazar el mal y elegir el bien –. Para Israel el bien es simplemente una
fuerza que determina la vida, algo cotidiano en la realidad. Es interesante la visión
pragmática y a la vez lógica de bondad que tenían “Es bueno lo que hace bien, y malo lo
dañoso”.
Partiendo de eso, es sencillo dar una respuesta al ethos de la sabiduría didáctica, es
bueno aquel que contribuye a la construcción del bien y, por ende, a la destrucción del
mal, y se somete al orden de cosas que la realidad y Yahwé exigen. La bondad es algo
palpable, no solo una disposición interior, era por así decirlo, un “fenómeno social”.
El hombre que se comportaba con rectitud, que cumplía con las exigencias de la
comunidad, era llamado “saddik”, es decir, “recto”, el que tiene su vida “en orden”. De
esto se saca la conclusión que el conocimiento del bien se adquiere en la vida en común,
de hombre a hombre. Estas enseñanzas no se dirigen “al hombre” en abstracto, sino a
una comunidad bien determinada por su historia y por su propia manera de ser. Pero la
validez de estas, no se limitan a un grupo solamente, estas enseñanzas son para todos,
tanto para el rico, como para el sirviente.
A la par, Israel poseía un fuerte sentido del honor con gran eficacia pública. A esto le
hace contraste, el insensato, imprudente o necio, “que carece de honor” (Prov. 26, 1.8),
se denomina como “desordenado” y, hasta puede ser orgulloso y arrogante, ardoroso,
que se deja llevar por sus afectos y pasiones, que no se inserta en el orden en el que
viven todos los hombres (saddik).
El insensato puede realizar malas acciones, pero estas no deben ser calificadas a la
ligera como “pecado” ante Dios. Para referirse a estas acciones los sabios usan la
palabra que aparece en los proverbios como “pesa”, que no debe traducirse por pecado,
porque no es una falla del hombre insensato contra Dios, sino como una falta a las
relaciones interhumanas.
Seria pecado contra Dios, si el necio faltase al decálogo, entonces, surge la interrogante,
¿el decálogo puede ser considerado una norma moral? La respuesta es No, se trata de
sentencias exhortativas, de experiencias en órdenes, de las cuales los hombres se han
convencido a lo largo de la historia que son buenas para la vida, para el orden. Se trata
por tanto de experiencias que regulan lo inmanente, porque a Yahwé no solo es el
fundador del orden y del derecho, sino también el que vigila esos ordenamientos (Prov.
22,23)
Por otro lado, los sabios están convencidos que Yahwé ha dejado su huella en la
creación muy marcada, está tan presente en ella “que el hombre da con un sólido asiento
ético cuando aprende a leer en esas ordenanzas de la creación y acomoda su conducta a
las experiencias adquiridas”, sin embargo, no se debe conceder un rango superior a las
sentencias que hablan de Yahwé, son solamente proverbios enunciativos, - Yahwé “en
todo lugar observa a los buenos y a los malos (Prov. 15,30) -.
Esto muestra que el hombre se haya en una relación de dependía con Yahwé, en
ocasiones parece oculta, otra veces se expresa directamente. No obstante, aunque los
sabios inviten al hombre a comportarse bien, su reflexión apunta a una mejor manera de
considerar las cosas, y desde esa posición interpretar al hombre, pero en esas
experiencia interviene también Yahwé, ordenando y dirigiendo los movimientos de la
realidad. “El hombre está siempre y totalmente en el mundo, y siempre depende por
completo de Yahwé”.
Concluyendo este punto, el sentido del ethos de Israel descansa en la confianza de un
orden que Yahwé ha mostrado al hombre por medio de la realidad, en ocasiones esa
acción es visible en muchas otras no. Ejemplo de ello es la revelación del decálogo en el
Sinaí, aunque se caracteriza por haber sido un acontecimiento que atemorizó a Israel,
los estudios demuestran que secundariamente fue ligado a una manifestación directa de
Yahwé.
Como ultimo apartado ahora nos sumergimos en los limites de los esfuerzos
cognoscitivos con que se vieron los sabios de Israel. “¿cuál es la sede específica de las
palabras que los antiguos maestros de la sabiduría dedicaron a los límites que le han
sido impuestos al hombre? El pensamiento, en este momento entró en una forma nueva
de responsabilidad. “La realidad se tuvo que desalojar del cobijo que le proporcionaba
el sagrado orden patriarcal”.
Esto se debe a que fácilmente se puede caer en la tentación me desplazar a Dios como
fuente de la sabiduría y, considerarse al hombre como manipulador o dueño de la
misma, como si leer la realidad lo colocara por encima de ella. Por eso los maestros
sacan al hombre de la seguridad de sus percepciones, ya que lo que pueden estimar
correcto, Yahwé puede considerarlo de manera distinta, el Proverbio lo deja en
evidencia, “al hombre le parecen puros todos sus caminos, pero Yahwé pondera los
espíritus. ( 16,2).
En palabras distintas, pero con la misma idea de fondo lo menciona el fragmento
proverbial “Al hombre, forjar planes en el corazón; de Yahwé, la respuesta de la lengua.
(Prov.16,1)”. Estos dictámenes tratan de los limites que se han de tener presentes
cuando el hombre quiera tomar las riendas de su vida, separado de voluntad de Yahwé.
Claro está que, no es algo que imposibilite la capacidad de conocer del hombre, lo que
se quiere decir es que, Dios tiene la última palabra en los proyectos humanos, incluso
puede proteger al hombre de sus mismos proyectos.
En pocas palabras, “El hombre debe estar siempre preparado para una intervención de
Dios que escapa a todo cálculo, pues entre la puesta a contribución de la sabiduría más
probada y lo que efectivamente sucede media una gran incógnita”. Y, aquí la confianza
en Yahwé juega un papel preponderante, porque los limites humanos no son negativos,
son más bien liberadores porque se le atribuye a Dios la victoria de los acontecimientos.
Atribuirle al hombre la sabiduría es un signo de necedad y vanagloria, el verdadero
sabio es aquel que no se considera como tal. Así, toda autoseguridad es inconciliable
con la confianza en Yahwé. “No se alabe el sabio por su sabiduría, ni se alabe el
valiente por su valentía” … (Jer 9,23s). De lo único que le queda al hombre gloriarse es
del conocimiento que tiene de Dios (Prov. 21,30).
El hombre debe descubrir y ser consciente de la presencia de Yahwé que lo acompaña.
Es decir, Dios y hombres son cooperadores de un mismo acontecimiento. Pero ¿se queja
el Israel de está misteriosa presencia de Dios en sus proyectos humanos? En realidad, no
era así, el Israelita se sentía consolado por la compañía de Yahwé, que le hacía tener
presente sus limitaciones. El sabio, no puede conocer todo, no porque no tenga
capacidad e inteligencia, sino porque se ve limitado ante el misterio de su existencia,
incluso de la realidad que lo circunda, yendo un poco más, ante él, Dios mismo se
enmarca como misterio.
Así se ha llegado al final de este recorrido, después de colocarse los anteojos de un
israelita se ha dado respuesta a las interrogantes básicas que este ejercicio a supuesto,
quiero resaltar el eje transversal que a mi parecer se intuye en la sabiduría de Israel, y
este el, el temor de Dios “que no sólo capacitaba para el conocimiento, sino que también
tenía una función crítica eminente al mantener despierta la conciencia del cognoscente,
recordándole que su capacidad de conocer se vuelve hacia un mundo donde impera el
misterio”.

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