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INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS

-ISET- "JUAN XXIII"

LA VERDAD EN NUESTRAS VIDAS

AUTOR

José Luis Leal Jiménez

CAJAMARCA, FEBRERO, 2010


2

ÍNDICE

Páginas

ÍNDICE........................................................................................................................................2

INTRODUCCIÓN......................................................................................................................4

CAPÍTULO I

EL PROBLEMA DE LA VERDAD..............................................................................7

1. Consideraciones previas………………………………………………………………...........7

2. Breve acercamiento a las concepciones más importantes sobre “la verdad”……….......……8

2.1 Concepción griega de la verdad……………………………………………….........….8

2.2 La concepción hebrea de la verdad……………………………………………......……9

3. La verdad hoy...................................................................................................................... ...12

La crisis de la verdad………………………………………….……...…………………….12

La falta de verdad en la realidad peruana……………………………………......................14

La importancia de la verdad en nuestra sociedad

¿se puede construir una vida sin verdad? ................................................................16


3

CAPÍTULO II

JESÚS TESTIGO DE LA VERDAD..........................................................................19

1. El tema de la verdad en el evangelio de Juan………………………………………...19

2. Jesús: modelo de vida en la “verdad”…………………………………………….......22

2.1 Jesús testigo de la verdad …………………………………………………….......22

2.2 “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” …………………………………...25

2.3 “La verdad os hará libres” ………………………………………………………..27

2.4 A un hombre que dice la verdad lo quieren matar………………………....…….29

CAPITULO III

LA VERDAD SE HACE........................................................................................................32

1. La “verdad” como fundamento de una sociedad libre, justa y pacífica……………..32

2. Hacer la verdad……………………………………………………………………....34

3. La Iglesia camina hacia la “plenitud de la verdad”……………………………..…...37

4. Educar en la verdad ……………………………….………………………………...38

CONCLUSIONES……..............................................................................................42

BIBLIOGRAFÍA…….............................................................................................................45
4

INTRODUCCIÓN

Nuestro país ha vivido, social y políticamente, un clima de corrupción, de injusticia y de muerte en

los últimos 20 años. Los llamados Vladivideos nos han revelado cuánta corrupción y mentira había

en los que nos gobernaban. El informe final de la “Comisión de la Verdad y Reconciliación”, por

su parte, ha puesto en evidencia cuántas injusticias y violaciones de los derechos humanos se han

cometido en estos últimos años. La verdad y la justicia se habían prostituido. Y lejos de ser los

pilares fundamentales de la sociedad, se convirtieron en instrumentos de un sistema al servicio de

la corrupción y de la mentira.

Han pasado algunos años desde que toda esta situación se dio, e hizo que muchos saliéramos a las

calles a exigir que se restableciera la verdad y la justicia, tanto en la política como en la

administración de la justicia. Sin embargo, la corrupción y la mentira siguen, al parecer, presentes

en nuestro país, en nuestros servidores públicos.

El problema es más amplio y complejo porque no son sólo nuestras autoridades las que atentan

contra la verdad y la justicia, también lo hace el ciudadano común cuando no da a cada quien lo

que le corresponde, cuando no da el peso exacto en la venta de un producto, cuando hace o acepta

una coima, cuando engaña y es infiel a su pareja, etc. Como vemos, el problema no es cuestión de
5

pocos sino de muchos; es un problema cultural y ético que todos debemos encarar para lograr la

justicia, la paz y la reconciliación que nuestro país necesita.

Creemos que es necesario preguntarnos por la verdad pero, sobre todo, preguntarnos para qué sirve

la verdad en nuestra sociedad y en nuestras vidas. Porque no podemos ser indiferentes y seguir

viviendo en medio de tanta mentira y corrupción que nos deshumanizan. Por ello, el presente

trabajo no pretende profundizar la verdad en sí misma, sino resaltar la importancia de vivir la

verdad en la vida cotidiana, social y política. Y como creyentes que somos, debemos preguntarnos

qué tiene que aportar Jesucristo, en este asunto, como hombre que dijo y obró la verdad.

En el primer capítulo trataremos dos puntos. El primero es un breve acercamiento a las dos grandes

concepciones de la verdad: la cultura griega y la hebrea. El segundo punto trata de hacer una

descripción de la crisis de la verdad en la actualidad.

En el segundo capítulo desarrollamos dos aspectos que nos parecen fundamentales. El primero

presenta un breve acercamiento al evangelio de Juan en lo que respecta al tema de la verdad; el

segundo trata de Jesús como hombre que vivió y obró la verdad y es modelo para todos los

creyentes.

El tercer capítulo consta de cuatro partes. En la primera parte tratamos la importancia de la verdad

en la construcción de una sociedad que propicie la vida, la liberad y los derechos fundamentales del

hombre. El segundo apartado trata sobre la importancia de “hacer la verdad” en nuestras vidas,

como hizo Cristo. La tercera parte trata sobre la actitud abierta que la Iglesia y los cristianos deben

tener respecto a la verdad. El cuarto y último punto trata sobre la necesidad de educar en la verdad

a la generación del futuro.


6

Sabemos que es difícil tratar el tema de la verdad, sin embargo, creemos que es un tema que no

podemos esquivar ya que es de vital importancia para la vida y las relaciones del hombre actual.

Por ello es que hemos decidido aventurarnos en este proyecto. Y, con la confianza puesta en Dios,

esperamos que nuestro trabajo pueda aportar algo concreto para crear una “cultura de la verdad” en

nuestro país que tanto la necesita.


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CAPÍTULO I

EL PROBLEMA DE LA VERDAD

1. Consideraciones previas.

El problema de la verdad es intrínseco a la realidad del hombre, a su ser mismo. El hombre desde

antiguo se ha preocupado por la verdad de su origen, de su ser y estar en el mundo, y de su fin

último. El hombre siempre ha buscado la verdad de las cosas y de la existencia humana. Como dice

la encíclica Fides et Ratio:

“una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad cómo en distintas partes de la tierra,
marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan
el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe
el mal? ¿qué hay después de esta vida?”1

El hombre es fundamentalmente un ser buscador de la verdad. Y, por lo mismo, el hombre no

puede eludir dichas preguntas. Estas preguntas son expresión de la necesidad que tiene el hombre,

de encontrar el sentido de las cosas y de su existencia. De la respuesta que se dé a tales preguntas,

en efecto, depende la orientación que dé a su existencia.

1
JUAN PABLO II, Fides et Ratio, N° 1
8

En esta búsqueda de la verdad, el hombre, según su época y según su cultura, a lo largo de la

historia, ha formulado diferentes concepciones o definiciones de verdad. Y de acuerdo a tales

concepciones ha concebido el mundo, ha vivido en él y se ha relacionado con sus semejantes.

Dos grandes expresiones de esa búsqueda de la verdad son la cultura griega y la cultura hebrea. En

ellas nos detenemos ya que, de alguna manera, son las que más han influenciado en nuestra historia

humana.

2. Breve acercamiento a las concepciones más importantes sobre “la verdad”

2.1 Concepción griega de la verdad.

En la cultura griega “verdad” se dice “a-letheia” que significa “desvelamiento”, descubrimiento del

“ser”. La verdad tiene que ver con el descubrimiento de la esencia de la cosa, de lo que es

verdaderamente; con aquello que hace que la cosa sea y exista, pero que se halla oculto por el velo

de la apariencia.2 Por ello, buscar la verdad era todo un arte de pocos, de la élite pensante.

La preocupación de los griegos era buscar la verdad o lo verdadero frente a lo que es la falsedad, la

ilusión, la apariencia. Así la verdad para ellos es la realidad misma de la cosa en cuanto es conocida

o aprendida por la mente. La realidad misma de la cosa es aquello que permanece, algo que es, en

sentido de “ser siempre” frente a lo cambiante. Así lo que es aparente, aunque no sea falso

necesariamente, no es verdad.

Plantón al definir el discurso verdadero en el “Cratilo” decía: "verdadero es el discurso que dice

las cosas como son, falso el que dice las cosas como no son"3. Por otro lado, Aristóteles decía:

“negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en tanto que afirmar lo que es y negar lo que

2
FERRATER MORA, P. Diccionario de Filosofía Barcelona, 1994, T. IV, p. 3660
3
Citado por ABBAGNANO, Incola, Diccionario de Filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 1992,
p. 1180
9

no es, es lo verdadero"4. Con ello, Platón y Aristóteles precisan lo que después se llamará “la

verdad como adecuación” o como “correspondencia. Es decir, un enunciado es verdadero si hay

correspondencia entre lo que se dice y aquello sobre lo cual se habla.

En esta concepción de la verdad, según Aristóteles, hay que tener en cuenta dos teoremas

fundamentales. El primero, la verdad está en el pensamiento o en el lenguaje, no en el ser o en la

cosa. El segundo, la medida de la verdad es el ser o la cosa misma, no el pensamiento o el discurso.

Es decir, el oro no es amarillo porque se afirma que es tal, sino que se afirma con verdad que el oro

es amarillo porque es amarillo realmente. La realidad de la cosa o el ser es el criterio de la verdad.

Es decir, si lo que se dice corresponde con lo que la cosa es realmente, entonces es verdad. Se trata

de decir las cosas tal cual se revelan. Por tanto, una cosa es que el problema de la verdad esté en el

hombre y no en la cosa, y otra muy diferente es que el hombre sea el criterio de la verdad o la

medida de las cosas.

Por ende, para lo griegos un hombre veraz es aquel que dice las cosas tal cual son y no según lo que

le parece que sean.

2.2 La concepción hebrea de la verdad

En la cultura hebrea, por lo menos en su “época clásica”, la verdad es la “émunah” que proviene

del “aman” (que está emparentado con nuestro “amen” litúrgico), y significa fundamentalmente:

seguridad, firmeza, transparencia, confianza, fidelidad, honestidad. Por eso, mientras que para los

griegos la verdad se mueve en un plano teórico y abstracto del conocimiento, la verdad hebrea tiene

un campo semántico más amplio y está relacionado con la vida más que con el pensar.

Para el hebreo la verdad se hace y se vive en relación con otros, y está fundada en la confianza o, al

menos, es el fundamento de la confianza en las relaciones personales. Para el hebreo la verdad es la

4
Ibid, p. 1180
10

voluntad fiel a la palabra empeñada que se cumplirá en el futuro, mientras que para el griego es el

descubrimiento de lo que la cosa es, y se da en el presente. Por tanto, la verdad para el hebreo no se

halla tanto en el presente como en el futuro. Por otra parte, mientras que para el griego lo contrario

de verdad es lo aparente, para el hebreo lo contrario de la verdad es la inconsistencia, el no

cumplimiento, la infidelidad, la no firmeza a la promesa, el no tener Palabra.

La verdad es seguridad en la relación entre personas y coherencia en la persona mima. Por tanto,

más que un concepto ontológico, “emeth”o “emunah” es un concepto existencial y de relación: es

la confianza que alguien suscita y es digno de ella. Así Dios es el único veraz porque sólo él

cumple lo que promete: “Has de saber, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que

guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos”

(Dt 7,9). Sólo Dios es fiel y digno de confianza y seguridad. Por lo mismo, todo hombre puede

sentirse seguro en él.

Israel descubre la “emeth” de Dios en la historia, en el contexto de la alianza y de las promesas. Es

Yahveh quien se manifiesta como digno de confianza por no faltar a sus promesas y a su alianza, a

pesar de la infidelidad de los israelitas. Yahveh es el Dios fiel (Dt, 32,4; Sal 31,6; etc), y sus

palabras y sus promesas son verdad. El sentido fundamental del término aparece claro en la

promesa que Yahveh hace a David de colocar a un descendiente suyo sobre su trono: “Yahveh juró

a David ‘emeth’ y no se apartara de ella” (Sal. 132,11). El juramento llamado ‘emeth’ es sinónimo

de infrangible, de irretractable. En esta misma línea el salmo 89 recuerda y celébrala fidelidad de

Dios respecto a la alianza establecida con el pueblo de Israel.

Algunos salmos destacan la fidelidad y estabilidad divina como protección, sobre todo para el justo

que implora el auxilio divino. Aquí destacan las imágenes que dan seguridad: llaman a Dios

“muralla”, “escudo”, “armadura”, “baluarte” donde el hombre, que lo invoca de corazón, se pone a

salvo (Sal 91; 40,12; 54, 7; 6,18). Dios fiel es la fortaleza de quienes confían en él. Así lo expresa
11

el salmo 17: “¡Yo te amo, Señor, mi fortaleza! ¡Señor mi peña, mi alcázar, mi libertador! ¡Dios

mío, roca mía en que me refugio! ¡Mi fuerza salvadora, mi baluarte famoso! Invoco al Señor y

quedo libre del enemigo” (Sal. 17, 2-4)

Para los hebreos existe, también, una identificación entre la Palabra de Dios que es verdadera

(Sam 7,28) y su ley. Los salmos celebran la ley divina, pues la verdad es lo que hay de fundamental

y esencial en la Palabra de Dios, ya que es irrevocable y permanece para siempre: Dios “actúa con

verdad y con justicia, todas sus leyes son de fiar; estables para siempre y promulgadas con verdad

y rectitud” (Sal 111,7-8). Así también lo expresa el salmo 119.

En este contexto, la “emeth” de los hombres debe reflejar la “emeth” de Dios, tanto referida a la

alianza como a la vida cotidiana: “de ordinario, la fidelidad de los hombres designa directamente

su fidelidad a la alianza y a la ley divina”.5 Para los hebreos, los hombres de verdad (Ex 18,21;

Neh 7,2) son hombres firmes y seguros y, por ende, dignos de confianza de quien uno se puede fiar.

Un hombre que vive la “emeth” es un testigo veraz y de confianza en un juicio porque dice las

cosas como son, salvando así vidas humanas (Prov 14, 25). Por lo tanto, el tema de la verdad en los

hombres también tiene que ver con una actitud fundamental de fidelidad a Dios que es fiel. Esta

fidelidad va unida al temor del Señor: los que temen realmente a Dios (temor aquí equivale a

respeto y consideración a Dios) son los que guardan la alianza y caminan según la verdad y el

querer de Dios.

La verdad se trasluce, de manera concreta, en la vida y en el comportamiento de los justos. Muchas

veces se identifica a un hombre que hace y camina en la verdad como un hombre de “corazón

íntegro” (2Re 20,3), como aquel que practica el bien y el derecho (Is 58,14; cf. Sal 45,5), como un

hombre santo (Zac 8,3). Por tanto, hacer la verdad y caminar en la verdad es ser fiel observador del

Señor: “ ... si evita hacer el mal y es justo cuando juzga; si se comporta según mis preceptos y

5
LEON _ DUFOUR, Xavier, Vocabulario de teología bíblica, Barcelona, Herder, 1980, p. 931
12

cumple mis leyes actuando rectamente, ese hombre es intachable y vivirá, oráculo del Señor” (Ez

18,8-9).

Por tanto, para el hebreo, las relaciones entre los hombres deben estar sujetas por la “emeth”. En

este sentido destacan las formulas de hacer la bondad y la verdad (Gn 47, 29; Jos 2,14). Se trata de

un obrar con benevolencia y lealtad, con una actitud fiel a Dios que siempre está al lado del

indefenso, del que sufre, del extranjero, del pobre. Por eso, la “emeth” tiene que ver también con

las normas del derecho y con la justicia: “ Así dice el Señor Todopoderoso: juzguen con rectitud y

justicia; practiquen el amor y la misericordia unos con otros. No opriman a la viuda, al huérfano,

al extranjero o al pobre; y no tramen nada malo contra el prójimo” (Zac 7, 9-10).

En conclusión podríamos decir que, tanto la cultura hebrea como la cultura griega han aportado

algo a la humanidad en la concepción de la verdad. Ambas son interesantes e importantes en la

compresión de la verdad. No se trata de un escoger entre el hacer o el ser; el problema se presenta

en forma de síntesis, porque el hacer sin el ser es ciego y hasta cierto punto significa solamente

hacer; por otra parte, el ser es fecundo, no debe esterilizarse desinteresándose del hacer. Cuando la

verdad se centra en el ser nos permite conocer las cosas tal cual son (cultura griega). Y esto debe

llevarnos actuar con claridad precisamente porque nos ilumina la verdad (cultura hebrea).

3. La verdad hoy

3.1 La crisis de la verdad

La búsqueda de la verdad es tan antigua como la raza humana. Es en esta búsqueda que el hombre

ha formulado diferentes concepciones sobre la verdad, y de acuerdo a éstas ha vivido y se ha

relacionado con el mundo, con sus semejantes y consigo mismo. La forma de entender la verdad

ha condicionado la forma de vivir del ser humano.


13

La “emeth” es firmeza y seguridad que funda la confianza entre las personas, y da seguridad y

sentido a la vida del que la busca. Sin embargo, en la época en que vivimos pareciera que la

búsqueda de la verdad hubiera terminado. Por un lado, se afirma explícita o implícitamente que “la

verdad es relativa”. Por otro lado, pareciera que a nadie le importara la verdad, sino sólo sus

propios intereses (escépticos).

La afirmación de que la verdad es relativa no es nueva, ya filósofos griegos como Pitágoras (s. V.

a.C.) habían afirmado que “el hombre es la medida de todas las cosas”, dando entender con dicha

expresión que el hombre es el artífice de la verdad. Es decir, que el oro es oro porque el hombre

quiso que sea oro y no piedra.

Esta forma de acercamiento a la verdad es una nueva forma de acercamiento a la vida donde reina

el relativismo, la incertidumbre, el escepticismo y la desconfianza. Hoy se niega la existencia de

una norma o criterio para la verdad. La verdad absoluta ha muerto. Así, lo que para uno puede ser

verdad para otro no lo es. Y esto no genera “ningún problema”. Una discusión sobre cualquier

punto puede terminar así: “Esto será verdad para ti, pero para mí, no”. No existe un interés de una

búsqueda común para llegar a la verdad en la que todos estén de acuerdo.

La falta de un criterio de verdad hace que ésta se halle en crisis, y en aras de la llamada tolerancia,

se acepta todo cuanto modo de pensamiento, de ser y de vivir esté de moda, como si todo valiese y

todo tuviese el mismo valor. Así la vida humana, en estos tiempos, se ha visto zarandeada por

cualquier viento de doctrina de un extremo a otro, como lo señaló el actual Papa, Benedicto XVI en

la homilía de la misa antes del cónclave:

“Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuantas corrientes
ideológicas, cuantas modas de pensamiento. (...) La pequeña barca del pensamiento de muchos
cristianos ha sido agitada con frecuencia por estas ondas, llevada de un extremo al otro, del
marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del
ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc... Cada día nacen
nuevas sectas y se cumple lo que dice San Pablo sobre el engaño de los seres humanos, sobre la
astucia que tiende a llevar al error (Cf. Efesios 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la
14

Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir,
el dejarse llevar «zarandear por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que está
de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y
que sólo deja como última medida el propio yo y sus deseos.”.6

La crisis de la verdad la constatamos de modo más concreto en nuestra experiencia diaria, en lo que

nos transmiten los medios de comunicación social, en expresiones escépticas como: “¿quién puede

decir que conoce la verdad?”, “nadie puede creerse dueño de la verdad”, “la verdad absoluta no

existe”. Y en expresiones relativas como: “yo tengo mi verdad”, “ésta es mi verdad”, “ésta es tu

verdad”, “depende”, etc. Detrás de tales expresiones, se esconden intereses personales. Cada uno

manipula “la verdad” según sus antojos y sus deseos. Y la verdad manipulada ya no es la verdad, es

mentira que sólo genera incredulidad, desconfianza, injusticia, violencia y muerte.

Estas maneras de concebir la verdad - sin tener un criterio de verdad - traen consecuencias funestas

para la humanidad. La vida del hombre ha dejado de tener un norte, generándose una confusión

moral: no se sabe cómo actuar, cómo vivir y cómo relacionarse unos con otros, no se sabe qué es

lo correcto ó ¿acaso todo vale? Existe también una confusión religiosa: todas las religiones son

vistas como buenas, incluso las “religiones” sin Dios. Y en definitiva se ha generado un vacío

existencial: se vive el presente sin esperanza y sin sentido.

Pero también, paradójicamente, frente a los que consideran la verdad como relativa, surgen algunos

que tienden a absolutizar sus medias verdades, y se cierran en ellas. Aquí destacan los fanáticos, los

machistas, los “religiosos fundamentalistas”, los nacionalistas, las sectas etc. Para todos estos, la

verdad ya esta dicha. Por eso, no necesitan buscarla ni mucho menos, ir descubriéndola en el

acontecer de la historia. Pero absolutizar medias verdades es negarse a crecer hacia la plenitud de la

verdad y la vida. La historia cambia y cada época tiene nuevas cosas e interrogantes a las cuales no

podemos evadir y a las cuales debemos responder con la Verdad.

6
Ratzinger, J. hoy Papa Benedicto XVI, en la homilía de la misa antes del cónclave.
15

3.2 La falta de verdad en la realidad peruana

Hace unos meses un periodista, al entrevistar a cierto candidato a la presidencia, le hizo una

pregunta sobre la sinceridad y la corrupción de nuestros políticos. El candidato contestó que el

problema de la sinceridad y la corrupción no era una cuestión de políticos, sino que se debía a una

situación cultural, ya que todos, en algún momento de su vida han mentido y viven dentro de la

mentira, la corrupción, la coima, la falsificación, el padrinazgo, etc. y que bastaba con mirar a

nuestro alrededor para darnos cuenta de ello. Su respuesta evadió la pregunta puntual del

periodista, sin embargo, hay que aceptar que tenía razón.

Nuestro país ha vivido y vive aún, social y políticamente, situaciones de corrupción, de injusticia,

de tránsfugas, de tráfico de influencias, de coimas, de violencias, etc. que atentan contra la verdad,

la justicia y la paz. Dichas situaciones las explicitan muy bien los llamados “Vladivideos”, el

informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y los recientes reportajes de los

medios de comunicación en los que se muestra la falsedad y la corrupción aun imperante en nuestro

país. Todo esto ha generado en el pueblo peruano un clima de escepticismo y desconfianza total

frente a las autoridades públicas y los llamados “Padres de la patria”. Para muchos la democracia

no existe y la actividad política es considerada sucia.

Pero la credibilidad política no es la única que está quebrantada en nuestro país, también el Poder

Judicial ha demostrado ser muy corrupto e injusto. Se absuelven a muchos que realmente deberían

pagar una condena y se prolongan casos que deberían ser atendidos urgentemente como el juicio a

Montesinos o la extradición de Fujimori. Además, como si fuese poco, algunos personajes con

penas privativas de la libertad cumplen sus condenas con muchos beneficios. Pareciera que “la

justicia” que se administra está a favor de los que tienen dinero y no de parte de la verdad. Frente a

la justicia es más eficaz tener dinero que tener la verdad. Y aquí como ocurre siempre, los más

débiles e indefensos son los más perjudicados.


16

Por otra parte, los abanderados de la verdad, los medios de comunicación social, en nombre de la

libertad de prensa, manipulan las noticias a su antojo y tienden a ser más sensacionalistas que

verdaderamente objetivos e imparciales. Además no sólo faltan a la verdad cuando manipulan la

información, sino también cuando la ocultan o dejan de investigarla.

Pero cabe reconocer que no sólo nuestras autoridades y representantes públicos atentan contra la

verdad, sino también los ciudadanos comunes. Como muestra concreta de esto tenemos “el mundo

de las falsificaciones”. Los peruanos somos considerados especialistas en falsificación: todo se

falsifica, desde una simple boleta hasta títulos profesionales, documentos de identidad, dinero, etc.

Tal parece que todo se compra y se vende en este país, desde la dignidad personal hasta las

instituciones que deben velar por los derechos de todos.

También se falta a la verdad cuando no se da a cada quien lo que realmente le corresponde, cuando

no se da el peso exacto en la venta de un producto, cuando se hace o se acepta una coima, cuando

se engaña y se es infiel a la pareja, cuando no se cumplen las promesas y los compromisos

asumidos, etc. Como vemos, esto no es cuestión de pocos sino de muchos; es un problema cultural

y ético al cual debemos encarar para lograr la justicia, la paz y la reconciliación que nuestro país

necesita.

3.3 La importancia de la verdad en nuestra sociedad ¿se puede construir una vida sin

verdad?

Siendo realistas, tal vez sea tonto preguntar por la importancia de la verdad en nuestras relaciones

personales en un mundo donde pareciera que la verdad a nadie le importa, donde cada día se hace

más común mentir y transgredir la verdad.


17

En una encuesta a jóvenes de cierto grupo parroquial, se hizo la siguiente pregunta: ¿en qué

ocasiones mientes y por qué? Sus respuestas se pueden agrupar del siguiente modo: “por no hacer

daño a las personas que quiero”, “por evitar un disgusto a alguien”, “para evitar meterme en un

lío mayor” “para lograr el objetivo que quiero”, “para seguir cuidando mi imagen”, etc. El

hecho es que todos alguna vez en nuestra vida hemos mentido y vivimos dentro de la mentira.

Pero si asumimos el hecho de que todos estamos acostumbrados a mentir y ser cómplices de la

mentira, ¿por qué nos extraña tanto cuando nuestras autoridades mienten y engañan al pueblo con

sus propuestas jamás cumplidas, una vez alcanzado el cargo público que buscaban?, ¿por qué nos

indignamos cuando descubrimos que los jueces son corruptos e injustos? En fin ¿en qué quedamos?

¿acaso no todos, de alguna manera, vivimos la no verdad?

Tal vez la razón es simple: una cosa es saber que mentir puede ser común a todos en nuestro medio

y en nuestro mundo, y otra muy distinta es reconocer que faltar a la verdad trae grandes

consecuencias que degradan a la persona humana y a la sociedad. Y los peruanos somos testigos de

esto: la falsedad y la mentira son la causa principal de todos los males que nuestro país ha vivido.

Como dijo el Papa Juan Pablo II en la jornada mundial de la paz en 1980, la no verdad sirve a la

causa de la guerra y la violencia se impregna de mentira y tiene necesidad de mentira; la no verdad

rechaza los derechos de las personas, destruye la libertad y propicia la injusticia7.

La falta de verdad tiene sus múltiples víctimas: personas condenadas injustamente, violadas en sus

derechos, estafadas, explotadas y mal remuneradas, silenciadas y muertas, mujeres engañadas, hijos

no reconocidos, etc. La falta de verdad en nuestro medio hace que unos pocos acumulen riquezas y

que muchos otros se mueran en la pobreza.

7
Cf. Juan Pablo II, “La fuerza de la Verdad”, 1980, Nº 7-10
18

En síntesis, podríamos decir que vivir la verdad es estar a favor a de la vida y de la dignidad del

hombre, mientras que vivir la mentira es estar a favor de la muerte y la degradación de las

personas.

Por tanto, si queremos construir una sociedad y una patria digna de las generaciones futuras donde

reine la justicia, la paz y la reconciliación, y donde sea posible la convivencia y se respeten los

derechos humanos, necesitamos aprender a actuar conforme a la verdad. Porque la verdad es la

base y el principio fundamental donde se fundan los valores: porque no existe verdadera libertad si

ésta no está fundada en la verdad, porque no se puede administrar verdadera justicia si no se actúa

conforme a la verdad, porque no existe una verdadera paz si ésta no está impregnada de verdad,

porque no existe amor verdadero si no está fundado en la verdad.

Desde esta perspectiva, queremos profundizar en la verdad desde el testimonio de Jesucristo ya

que, como sus seguidores, no podemos seguir viviendo en el reino de la no verdad, sino que como

discípulos suyos estamos llamados a vivir en la verdad. Es más, nuestra fidelidad a Cristo pasa por

nuestra fidelidad a la verdad porque Él, no sólo es testigo de la verdad, sino que Él mismo es la

verdad. Y a esto nos abocaremos en el siguiente capítulo.


19

CAPÍTULO II

JESÚS TESTIGO DE LA VERDAD

1. El tema de la verdad en el evangelio de Juan

El texto bíblico neotestamentario que más nos habla de Jesús como hombre de la “verdad” es el

evangelio de Juan, pues Cristo mismo se autodefine con la expresión “yo soy la verdad” (Jn 14,6).

Por ello es preciso aclarar ¿qué entiende o trata de decir el evangelista al referirse al concepto de

“verdad” (aletheia)? ¿Tiene dicho concepto una connotación helénica-gnóstica o semítica? En este

sentido, los estudios de la investigación histórico-religiosa que se han hecho -sobre todo teniendo

contacto con los textos de Qumrán- han ayudado a esclarecer dicha cuestión.

La investigación realizada de los textos del Qumrán ha evidenciado que el concepto joánico de la

verdad tiene que ver con el concepto semítico de firmeza, consistencia, fidelidad, obrar recto y

digno de confianza, mientras que nada o poco tiene que ver con el concepto de verdad que el

dualismo helénico-gnóstico ofrece. Al parecer, Juan es un hombre que escribe en griego pero que

piensa en hebreo:

“…la influencia del lenguaje dualístico del helenismo religioso y del gnosticismo que suponen
Bultmann y Dodd, entre otros, ha de reducirse también notablemente, en cuanto que a los sumo se
20

ha dejado sentir sobre Jn de una manera indirecta, a través del judaísmo que había experimentado
esa influencia” 8

Para la valoración del concepto joánico de “verdad” se puede partir de Jn 1, 17 donde se habla de

“la gracia y la verdad”, binomio tomado de Ex 34, 6 y que equivale a una definición de Dios. La

“gracia y la verdad” no son aquí dos palabras distintas, sino que una explicaría a la otra de tal modo

que se pude interpretar como: “la gracia que es la verdad” o “la gracia de la verdad”9 que es

traída por el Hijo en contraposición a la otra gracia (la ley) que ha sido dada por Moisés (Jn.1, 17).

Esta “gracia de la verdad” o “don de la verdad” sustituye “la gracia” o “don de la ley”. No es que

haya una oposición entre estos dos dones, sino que la primera gracia da paso a una gracia mejor, la

“gracia de la verdad” traída por Jesucristo. El Dios verdad, fidelidad y amor se revela plenamente

en Cristo, por eso Él puede decir: “Yo soy la verdad” (Jn 15,6).

Los judíos se vanagloriaban de poseer en su ley la expresión adecuada de la voluntad de Dios y el

conocimiento de la verdad que se constituye en luz y sabiduría para la vida, pero Juan hace notar

que la plenitud de la verdad sólo es traída por Jesús, el Hijo de Dios, porque sólo Él está “lleno de

la gracia que es la verdad”. Y además, Él mismo es la verdad (Jn14, 6). Y así como en el lenguaje

cotidiano se dice que una persona está “llena” de cualidades o de defectos, de sentimientos buenos

o sentimientos malos, de virtudes o de vicios, de Espíritu Santo, etc, Juan, en el mismo sentido,

manifiesta que Jesús está “lleno” de la gracia de la verdad (Jn 1, 14), es decir, por un lado,“lleno”

de las actitudes que manifiestan la fidelidad y el amor verdadero de Dios a los hombres, y por

otro, “lleno” de las actitudes que manifiestan su vida filial y obediencial de cara al Padre. Esto lo

demuestra en el comportamiento constante de toda su existencia terrestre. Por ello, el tema de la

verdad en Jn está referido al ámbito de las relaciones personales con Dios y con los hombres

basadas en el amor, la confianza y la fidelidad.

8
SCHNACKENBURG, Rudolf, El envangelio según San Juan, Versión y Comentario, Herder, Barcelona,
1980, TII, p. 272
9
Cf. DE LA POTTERIE, Ignacio. La verdad de Jesús, BAC, Madrid, 1979, p. 259
21

El pensamiento gnóstico sostiene que la gnosis permite la ascensión liberadora al reino de la

verdad. De esta manera, Jesucristo es visto sólo como un maestro que enseña a liberarse de la

mentira de este mundo a través de la gnosis. Por el contrario, la verdad joánica es, en esencia, la

revelación histórica del Dios fiel, único y verdadero, traída por el Hijo. “La gracia y la verdad”

(esencia de Dios) nos ha sido dada por medio de Jesucristo en contraposición a la ley que fue dada

por Moisés (Jn 1,17). Y esta verdad no supone una elevación del alma por medio de la gnosis, sino

la aceptación de dicha verdad, mediante el camino de la fe y el obrar la verdad en nuestra vida y en

nuestras relaciones personales.

Para Juan las palabras de Jesús no revelan misterios (gnósticos) ni enseñan verdades objetivas

(griegos) sino que, como palabras del enviado y revelador divino, son “espíritu y vida” (Jn. 6,63)

que transparentan la fidelidad y el amor de Dios a los hombres en la historia, y dispone a éstos a

tener una actitud filial y obediencial al Padre. Por eso los que acogen la verdad no alcanzan una

enseñanza o ilustración, como suponen los gnósticos, sino que son “consagrados en la verdad”, en

la fidelidad a Dios (Jn 17, 17a) para que sabiéndose hijos de un mismo Padre (Jn 13, 34) vivan

amándose unos a otros como Dios los ha amado primero.

En Juan, estar a favor de la verdad supone estar de parte de Jesús, identificarse con Él, porque Él

es la verdad (Jn 14, 6). Todos los que son de la verdad pertenecen a Cristo y escuchan su voz (Jn.

18, 37). Esta apertura a la voz de Cristo, implica una exigencia por realizar las obras de Dios que es

verdad. Los que son de Dios “hacen la verdad”, es decir, viven lo que creen: viven el amor

auténtico y verdadero en el obrar (cf. Jn 3,21; 1Jn 1,6; Jn 3,18). Los que hacen la verdad viven

libres de la esclavitud de la mentira (Jn 8, 32). Abrirse a Cristo es abrirse a la verdad, pero abrirse a

la verdad es también, abrirse a Cristo.

La conducta y el obrar del hombre son el criterio para ver si se es de la “verdad”, si se pertenece a

Dios o si se es de la mentira, es decir, si se pertenece al diablo, en quien no hay verdad alguna,


22

porque es un mentiroso y un homicida desde el principio ( cf. Jn 8, 44). Para Juan, la fidelidad a

Dios se demuestra en la conducta y pasa por la fidelidad a las obras de la verdad, ya que son éstas

las que en última instancia testifican la pertenencia a Dios. Todo el que es de la verdad pertenece

Cristo y permanece en su Palabra (cf. Jn 8, 31-32)

Por último, para Juan, es el Espíritu quien, después de la partida de Jesús, dará testimonio a favor

de la verdad y “conducirá a la verdad plena” (cf. 1Jn 4,6; Jn 16,13). El Espíritu de la verdad es

quien dará fortaleza, a quienes lo acogen, para mantenerse firmes en la “verdad” y fidelidad a Dios,

para vivir y obrar como Cristo y según la voluntad de Dios Padre. Es el Espíritu quien, guiará a la

humanidad en la profundización y comprensión de la verdad de Dios y del hombre, según el

devenir de la historia y de la humanidad.

2. Jesús: modelo de vida en la “verdad”

2.1 Jesús testigo de la verdad

En la vida ordinaria se llama testimonio a la declaración de una persona a propósito de una cosa

que ella misma ha presenciado, de la que tiene un conocimiento directo; en otras palabras, una

atestación sobre un hecho que conoce por experiencia personal. En el evangelio de Juan

“testimonio”tiene este mismo sentido ya que el verbo “atestiguar” está ligado con frecuencia al

verbo “ver”. Por consiguiente, el testigo es alguien que ha visto y tiene experiencia personal de

algo. (Jn. 1, 34; 14, 35; 1Jn. 1, 2; 4, 14).

En Jn, Jesús aparece como testigo de la verdad, pero ¿de qué verdad es testigo? ¿de qué verdad se

trata? Si nos situamos dentro del evangelio de Juan, pero de manera particular en la escena de Jesús

ante Pilatos, comprenderemos que no se trata de una verdad hecha de conocimientos abstractos,

sino de comportamientos regidos por la verdad. Es en esta escena donde Jesús se autodefine como

testigo de la verdad. Ante lo cual Pilatos preguntará ¿y qué es la verdad? (cf Jn 18,37-38). Ésta
23

no es una pregunta que brote realmente del deseo de saber. A Pilatos no le interesa la

verdad. Y por lo mismo, sale de la presencia de Jesús sin escuchar la respuesta. La

respuesta es la vida de Jesús que vive y obra la verdad. “La verdad se vive y se hace”.10

Veamos esto más detenidamente.

Dios ama tanto al mundo que envió a su Hijo único para que éste lo salvara de las tinieblas del

pecado (cf. Jn 3, 16-20). Las tinieblas caracterizan aquí la situación existencial del hombre que sin

la luz, que es Cristo, vive desorientado y sin norte, en un “mundo” donde reina la conducta mala

(Jn. 3, 19-20), es decir, en un “mundo” de mentira, de engaño, de injusticia, de falsedad y de

muerte. He aquí la misión del Hijo: ser luz en medio de la tinieblas de este mundo, es decir, enseñar

y dar testimonio, con palabras y obras, de la verdad que ha visto hacer a su Padre (cf. Jn. 8, 38).

Jesús es el testigo del Padre, de su amor y de su voluntad de salvar al hombre de la mentira y del

engaño en el que vive esclavo, en este mundo injusto. La verdad de Dios está a favor de la vida, la

libertad y la realización plena de hombre. Por ello Jesús quiere hacernos partícipes de esta verdad

que nos hace hijos libres de Dios (Jn 8, 32. 36).

Cristo es testigo de la verdad porque es la verdad misma: él es la verdad (Jn.14, 6) y por eso vive y

“hace las obras de la verdad”, es decir, que, fiel a la voluntad de Dios, hace lo que agrada al Padre

(cf Jn8, 28-29). Y son sus obras las que garantizan y dan testimonio de su fidelidad a Dios: “si yo

no realizo obras iguales a las de mi Padre, no me crean, pero si las realizo acepten el testimonio

de las mismas, aunque no crean en mí” (cf Jn 10, 37-38).

Jesús invita a los hombres a seguirle y a realizar las obras de Dios. Sin embargo, los hombres no

creen en Él, tampoco en sus obras, prefieren la oscuridad a la luz, y vivir en un “mundo” alejado

de Dios donde reina la mentira y la muerte. Los hombres no aceptan la verdad traída por el Hijo y

10
DÍAZ MATEOS, Manuel: “La verdad nos hace libres”, en Páginas, Nº 170, CEP, Lima, 2002, p. 24
24

rechazan su testimonio, porque esta verdad, que es luz, pone al descubierto su mala conducta y la

malicia de sus obras (cf. Jn. 7, 7). Jesús pone al descubierto la mentira de sus vidas, pero ellos,

prefieren seguir las obras de la mentira porque éstas quizás sean más beneficiosas o lucrativas, que

vivir con una actitud de cara a Dios que es verdad.

Este rechazo que sienten los representantes judíos por Jesús, los lleva a entregarlo al poder

extranjero para que lo juzgue. Jesús es llevado ante Pilatos para que éste lo conde a muerte.

En la escena de Jesús ante Pilatos, Jesús manifiesta ser rey, pero no es rey de “este mundo”, es

decir, que la calidad de su realeza no consiste en dominar o gobernar, al estilo de los reyes de este

mundo, donde prima la mentira, la injusticia, la hipocresía y la muerte, sino en dar testimonio de la

verdad. Esta escena es totalmente simbólica, donde se enfrentan el reino de la verdad, representado

por Jesús y el reino de la mentira, representado por los judíos y Pilatos. Los a favor de Cristo están

a favor de a verdad, los a favor de la mentira, los que condenan. Dicho de otra forma, los que son

de la verdad están a favor de la vida y la dignidad del hombre y los que son de la mentira están a

favor de la injusticia, y no les importa condenar a muerte a un inocente, con tal de proteger sus

propios intereses.

Paradójicamente en este proceso Jesús juzga al mundo, según su comportamiento de cara a la

verdad. Jesús vive la verdad y la trasluce en su vida, en su comportamiento y en sus actitudes,

mientras que el resto de las personas, de esta misma escena, viven en la mentira y en la injusticia.

Por eso, odian a Jesús y quieren su muerte. Quien tiene un comportamiento homicida y mentiroso

no es de Dios, ni tiene por rey a Jesús. Jesús es rey de todo aquel que está abierto a la verdad y

reina donde reina la verdad.

Jesús da testimonio de la verdad que ha visto hacer a su Padre y no renuncia a ella a pesar que es

reo de muerte. Jesús es la verdad del Padre, hecha acontecimiento. Él transparenta al Padre de tal
25

modo que quien ha visto al Hijo ha visto al Padre (Cf. Jn. 14,9): Jesús vive y hace la verdad de su

Padre. El precio de ésta forma de vida, lo hizo merecedor de una muerte de cruz.

Para Jesús la verdad es una actitud de vida de cara a Dios, que es verdad que implica ser coherentes

con lo que uno cree y hace; que implica ser sinceros con uno mismo, con los demás y con Dios;

que implica ser justos, dando a cada uno lo que le corresponde; que implica apostar por la vida, la

dignidad y los derechos del hombre; que implica vivir el amor auténtico en la caridad (Ef. 4,15);

que implica, en esencia, vivir la verdad.

Quizás la vida de Jesús no hubiese estado en peligro si hubiese buscado agradar a los hombres, si

hubiese buscado su propia gloria y sus propios deseos (cf. Jn 5, 43-44). Sin embargo, ¿de qué vale

todo eso si se vive en una felicidad aparente, en la desconfianza, en la injusticia, en la maldad, en

definitiva, alejado del Dios verdadero? Jesús sabía que la verdadera vida y felicidad sólo la da Dios

que es Padre. Y por ello, permaneció en la verdad a pesar de que su vida corría peligro. Jesús da

testimonio de que el único camino para llegar al Padre, que es plenitud de la vida, es viviendo y

haciendo las obras de la verdad, permaneciendo en él y en su palabra.

2.2 “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”

Jesús ha sido enviado por aquel que es la Verdad, Dios (cf Jn 7, 28; 8,26), sin embargo, los

hombres no le creen, no escuchan su voz, prefieren morir en sus pecados (cf Jn 8,24). Y no

escuchan su voz porque no son de la verdad, ni están abiertos a ella porque no les interesa, porque

prefieren sus obras malas (cf Jn 3, 19-20). Dicho de otra manera, los hombres de este mundo no

escuchan la voz de Jesús, porque no son fieles a la verdad, ni a fieles a Dios que es verdad, más

bien, están resueltos a buscar sus propios intereses y su propia gloria alejados de Él (cf. Jn 5, 44).

Los judíos se cierran en sus medias verdades y no están dispuestos aceptar que necesitan caminar

hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16,13). Ellos son los estudiosos de las escrituras y nadie como

Jesús, y menos si es de Nazaret, va a enseñarles la verdad de Dios. Y con tal de defender su


26

“verdad” están dispuestos a caer en contradicciones: afirman que son hijos de Abraham y de

Moisés, y sin embargo, maquinan la muerte de quien lleva la plenitud y el resplandor de la vida (cf.

Jn 5, 18; 8, 37).

Jesús denuncia la hipocresía, la mentira y la falsa fe que los judíos le profesan a Dios, pero ellos,

lejos de cambiar y vivir de acuerdo a la verdad, siguen en su error. Su cerrazón llega a tal punto

que, por no aceptar el reinado de la verdad de Dios, no les importa contradecirse: afirman que no

tienen más rey que el César (cf. Jn 19,15); no entran en el palacio de Pilatos para no contraer

pureza legal y poder celebrar así la cena de pascua, pero no tienen escrúpulos para condenar a un

inocente (cf. Jn 18, 28). Es más, justifican la muerte de Jesús basándose en su ley: “nosotros

tenemos una ley y según esa ley (Jesús) debe morir” (Jn 19, 7) cuando la ley de Moisés manda “no

matar”. Descargan en Dios la responsabilidad de su injusticia, lo hacen cómplice de su homicidio.

En última instancia, los judíos se consideran no necesitados de la gracia de Dios porque se

consideran libres de pecado ( Jn 8, 33).

La razón por la cual los hombres no escuchan la voz de Jesús, la da el mismo Jesús: no escuchan su

voz porque son hijos de aquél que es homicida y mentiroso desde el principio, Satanás (cf. Jn 8,44)

es decir, se han dejado envolver por sus falsas seguridades y por sus “falsas verdades” que sólo

generan injusticia, opresión, esclavitud, violencia, hipocresía y muerte.

Todo el que está por la verdad escucha la voz del Señor. Lo cual implica no pertenecer a este

mundo donde reinan las tinieblas de la injusticia y de la mentira (Jn 18, 36-37). Por eso, lejos de

endurecer el corazón, se debe estar atento a los engaños y a las injusticias de este mundo, para ser

capaces de erradicarlos y apostar por lo que humaniza. Escuchar la voz del Señor supone, en

definitiva, estar abiertos a la verdad, disponibles para profundizarla y vivirla.


27

Los que escuchan la voz del Señor “hacen la verdad”, porque no se trata de oír, sino de hacer

realidad las obras de la verdad. Lo cual supone tomar una actitud de servicio -a ejemplo de Cristo,

que vino a servir y no ser servido- (Jn. 13, 5ss), y de solidaridad con el prójimo (Lc. 15, 11, 32),

practicar la justicia y la misericordia (Lc 11, 42 Mt. 12, 7), ser sinceros y hablar de acuerdo con la

verdad (Mt. 5, 37), ser coherentes con nuestra adhesión al Dios del amor y la vida (1Jn 4, 7-8),

supone, en definitiva, apostar por la vida y por lo humano, cómo lo hizo Cristo (Jn 3,16).

“Escuchar la voz de Jesús” y “hacer la verdad” tiene como exigencia cristiana permanecer en la

palabra de Cristo y estar abiertos a la voluntad de Dios, y dejarse conducir por el Espíritu Santo

“hacia la verdad plena”. Por tanto, La pertenencia a la verdad precede al hecho de escuchar la voz

de Jesús y es condición para ello.

2.3 “La verdad os hará libres”

El beneficio de aceptar la verdad testimoniada por Jesús, es tener luz y libertad para vivir, ya no en

las tinieblas, esclavos del pecado, sino en la verdad, que trae consigo la vida y la libertad de los

hijos de Dios.

Jesús ha dicho “la verdad os hará libres” ((Jn 8, 32) sin embargo, esta libertad es sólo ofrecida a

los verdaderos discípulos que permanecen en la palabra de Jesús (Jn. 8, 30-31). “Permanecer” es el

verbo de la fidelidad y significa -en la teología joánica- meterse por completo en el círculo de

influencia y acción de la palabra de Cristo y dejarse conducir por ella (cf. Jn. 14, 21-23s; 15, 4-10)

obrando la verdad en la vida concreta (cf. Jn. 3, 21; 1Jn. 1, 8; 3, 6).

Los judíos no quieren aceptar esta verdad que Cristo les ofrece porque se saben interiormente hijos

libres de Abraham, pese a la opresión o dominio romano, por eso, objetan a Jesús diciendo que

jamás han sido esclavos de nadie (cf. Jn 8,33). Jesús afirmará, por el contrario, que son “esclavos”

porque “todo aquel que comente pecado es esclavo del pecado” (Jn 8, 34).
28

Para Jesús, ser hijo libre se demuestra por la conducta, no con el mero nacimiento. Quien en su

manera de proceder es un embustero, injusto y homicida no tiene por Padre a Abraham (ni a Dios),

por muy adicto a Él que se profese, sino que sus obras muestran que tiene por padre al mentiroso y

asesino, el diablo (Jn 8 39, 47). Este era el caso de los dirigentes judíos que, bajo el pretexto de la

religión, querían matar a Jesús.

Los judíos son esclavos del pecado porque obran el pecado. Este obrar el pecado significa rebeldía

contra Dios que está a favor de la vida, rechazo radical al Hijo que realiza las obras del Padre. En

definitiva significa vivir y obrar el mal que deshumaniza y que propicia la esclavitud y la muerte;

significa vivir como si Dios no importase o no existiese, cerrándose totalmente al Hijo que libera

para la verdadera libertad (cf. Jn8, 36; Gal 4,4s).

La libertad que pose y comunica Jesús sobrepasa la mera posibilidad de optar por el bien o la

maldad. Jesús concede al hombre la facultad de participar de la libertad del Padre (Jn 8, 36). Por

tanto, se trata“de la libertad otorgada por Dios, que libera al hombre de la más profunda

esclavitud de su existencia humana y le asegura la participación en la libertad de la vida de

Dios”11. Jesús libera al hombre haciéndole ver la falsedad de lo que creen. No es voluntad de Dios

que el hombre sea esclavo, sino libre (Jn 8, 34-36). Para lo judíos la verdad era la ley, y el estudio

de la ley hacia al hombre libre. Para Jesús, la verdad es la vida que él comunica, y la permanencia

en su palabra hace al hombre libre. Cristo es la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32).

Por lo tanto, Jesús deja en claro que la verdadera libertad sólo es otorgada por Él. Pues Él viviendo

en plena libertad, es decir, participando en la vida del Padre (Jn. 5, 26), separado completamente

del pecado y de la muerte, puede conducir a los hombres esclavos del pecado hasta la libertad

plena. Y esto le supone al hombre permanecer en su Palabra y hacer las obras de la verdad.

11
Cf. DE LA POTTERIE, Ignacio, La verdad de Jesús, BAC, Madrid, 1979, p. 260
29

2.4 A un hombre que dice la verdad lo quieren matar

Jesús, al decir y obrar la verdad de su Padre, choca con cuantos están llenos de los deseos de aquel

que es homicida y mentiroso por antonomasia (Jn 8, 44). Porque esta verdad, apuesta por la vida y

la libertad del hombre y exige la ruptura del orden injusto y de dominio que los judíos defienden.

Jesús, fiel a la verdad que realmente hace libre y no esclavo (cf Jn 8,32), sin desviaciones ni

miedos, se pone de parte de los débiles, de los marginados, de los oprimidos, de los ignorantes

considerados malditos por los fariseos (Jn 7, 49). La verdad que Él dice y hace, desenmascara la

falsa religiosidad de los judíos:

“Jesús ha puesto al descubierto su ambición de honores y prestigio (Jn. 5, 43s), les ha echado en
cara su infidelidad a Moisés (Jn 5, 45-47) y a las escrituras (Jn 5, 39s), les ha acusado de no
cumplir la ley que Moisés les había dado (Jn 7,19) y de juzgar sin justicia (Jn7, 24); les ha predicho
la ruina (Jn 7,34), haciéndolos responsables del desastre que se cierne sobre el pueblo ( Jn 8,23),
los ha llamado esclavos, negando que sean hijos de Dios” (Jn 8, 42).12

Las autoridades judías, lejos de aceptar la invitación de Jesús de hacer la verdad, se aferran y

defienden el sistema que oprime al hombre, porque dicho sistema, respalda sus intereses y sus

privilegios. Los judíos optan por obrar la mentira, por eso levantan falso testimonio para lograr la

muerte del único que otorga la plenitud de la vida y la verdadera libertad, Cristo.

Dar testimonio de la verdad no es empresa fácil de realizar en un mundo donde reina todo lo

contrario a esa verdad que el Hijo trae. Proclamar la verdad es enfrentar el poder de la mentira y las

tinieblas. El sistema de este mundo coacciona, intimida, excomulga y mata con tal de opacar la

verdad y hacer prevalecer la injusticia. Por eso los padres del ciego de nacimiento no pueden

expresar su alegría al ver a su hijo curado por miedo a ser excomulgados (Jn9, 20-22), por eso

Pedro, que juro morir junto a Jesús, lo negó tres veces antes que cantara el gallo (Jn 18,17. 25-27),

por eso Pilatos por más que sabía que Jesús era inocente y que no presentaba amenaza alguna al

reinado de Roma (Jn 19,4), lo entregó para que lo crucifiquen. Salva su carrera política pero mata a

12
SCHNACKENBURG, Rudolf, El envangelio según San Juan, Versión y Comentario. Herder,
Barcelona, 1980, T II, pp. 419-420
30

un inocente. Pilatos ostentaba tener toda “la libertad” y la“autoridad”, pero no es más que una

marioneta que hace lo que el sistema mentiroso de este mundo le pide: “si pones en libertad a ese

hombre no eres amigo del César” (Jn 19,12). Pilatos no es capaz de dar la cara por la verdad, se

deja vencer por el miedo, y abdica de la libertad.

Los judíos no quieren un reinado de la verdad, porque eso implicaría cambiar todo el sistema

injusto del que reciben beneficios y “reputación”. Por eso, a pesar de que se vanaglorian de su

religiosidad y de ser un pueblo libre, para acabar con el rey de la verdad, Jesús, no les importa

afirmar que “no tenemos más rey que el César” (Jn 19,15). Pero lo que más sorprende es cómo esta

esclavitud del pecado y la mentira, en la que están envueltos, los lleva a creer que con este acto

homicida están haciendo un servicio a Dios. Los judíos no se responsabilizan de la muerte de Jesús

sino que, también como Pilatos, quieren lavarse las manos. Por ello tratan de legalizar la muerte de

Jesús: “Nosotros tenemos una ley y según esa ley el debe morir” (Jn 19, 7).

En la mentira está la auténtica postura antidivina (cf Jn 8, 44-45) que empuja a la eliminación de

todo aquel que proclame la verdad de Dios. Y como Jesús dice la verdad, los hijos del diablo

buscan matarlo en lugar de escucharlo.

Si Jesús hubiera hablado y obrado la mentira, adulando y buscando el agrado de los hombres no

hubiera sido objeto de odio y, mucho menos, hubiese sido reo de muerte, pues el mundo ama a

todos los son como él (cf. Jn 15, 19). Pero Jesús no acepta el dinamismo suicida de este mundo y

se mantiene en la Verdad, fiel a la voluntad del Dios de la vida. Y esto le costó una muerte en Cruz.

Los hombres que se desvían de la voluntad de Dios, de su amor, fácilmente caen en sus falsas

seguridades, se vuelven autosuficientes y relativizan o absolutizan la verdad, en lugar de seguir

profundizando y caminando, de la mano del Espíritu, hacia la verdad plena. Ser partícipes de la
31

corrupción, de la injusticia, de la violencia, etc sólo logra separarnos de Dios Padre, que es amor

verdad y vida, viviendo así en la esclavitud del pecado y no en la libertad de los hijos de Dios.

La vida de Jesús es un testimonio clave para la vida de todo creyente que se esfuerza por ser fiel a

Dios que es verdad y fuente de libertdad. Jesús nos enseña con su vida que ser fieles a Dios implica

ser fieles a las obras de la verdad. De tal modo que quien vive y hace la verdad vive de cara Dios,

porque Dios es verdad. Jesús es conciente que ser de la verdad en un mundo de mentira e injusticia

es difícil e implica ser valiente, porque el mundo odia a los que son de la verdad. Sin embargo,

anima a sus discípulos diciéndoles “animo yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Jesús es el modelo

de todo hombre que aspire a la verdadera libertad de los hijos de Dios. Los cristianos estamos

llamados a vivir la verdad como lo hizo Cristo, luz que ilumina la vida de todo hombre.
32

CAPITULO III

LA VERDAD SE HACE

1. La “verdad” fundamento de una sociedad libre, justa y pacífica.

Todos nosotros hemos sido testigos de cómo, en nuestro país, la mentira, que sustenta la injusticia,

la corrupción y la violencia, etc, se disfrazaba de legalidad y de honestidad. Ante tal situación

muchos de nosotros expresamos nuestra indignación con el gesto simbólico del lavado de la

bandera. Han pasado ya algunos años de tal acontecimiento y sin embargo, parece que la

corrupción y la mentira siguen campeando en nuestro país: el poder judicial sigue tan corrupto

como lo fue antes, y nuestros representantes patrios sólo velan por sus intereses y no por los

intereses del país y de los más pobres.

Esta realidad vivida nos evoca el pasaje evangélico de Juan en el que se dice que la luz vino al

mundo (Cristo) y que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas y

más beneficiosas que actuar con la verdad (Jn 3, 19-21). La realidad vivida no ha enseñado que no

basta con indignarse y hacer gestos simbólicos con los que se repudian la mentira y la corrupción.

Se trata de hacer realidad la sociedad justa y pacífica que todos deseamos. No se trata sólo de
33

protestar y exigir un mundo más justo y pacífico, se trata de construir juntos un orden social nuevo,

fundado en la verdad. Pues creemos que la convivencia social sólo puede juzgarse ordenada,

fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad. Por tanto, necesitamos que

las nuevas relaciones personales y sociales estén fundadas en ella.

La verdad es el fundamento de la libertad, la justicia y la paz, y de todos los demás valores que la

sociedad necesita. Porque sin la verdad, la libertad a la que se aspira, podría ser entendida como

pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal de conseguir el placer y los propios intereses,

aunque estos atenten contra la dignidad de las demás personas. La orientación del hombre hacia el

Bien sólo se logra con el uso de la libertad (GS 17) y “la libertad depende fundamentalmente de la

verdad” (VS 34), porque ésta, modela la inteligencia y la libertad del hombre para que, libre de sus

propios deseos y sin coacción alguna, pueda tender hacia el bien personal y comunitario.

Por tanto, sólo en la verdad el hombre vive a plenitud su libertad porque “la verdad nos hace libres”

(Jn 8,32) de nuestros egoísmos e individualidades, y nos permite dar lo mejor de nosotros a los

demás, respetando la libertad de los otros.

El anhelo ardiente de todo hombre de buena voluntad es la consolidación de la paz en el mundo (cf.

PT 166). Pero la paz será palabra vacía si no se funda en la verdad, si se hace caso omiso a sus

exigencias y compromisos a favor de la dignidad del hombre. La paz no es la mera ausencia de la

guerra, ni se reduce sólo al equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía

despótica, y muchos menos, es “paz armada”, sino que con toda exactitud y propiedad es obra de la

justicia y de la solidaridad (cf. GS 78). Y como dijo el Papa Juan Pablo II, “La paz debe realizarse

en la verdad, debe construirse sobre la justicia; debe estar animada por el amor; debe hacerse en

la libertad”.13

13
JUAN PABLO II, Mensaje para la celebración de la jornada mundial de la paz, 1981, Nº2
34

Una sociedad que no practica la justicia termina en el caos y la violencia. Sólo en la práctica de la

justicia la sociedad encontrará un equilibrio cada día más humano. Pero sin verdad, la

administración de la justicia nunca será justa, sólo beneficiará a unos en detrimento de otros. Por

ello necesitamos que la justicia esté impregnada de la verdad. La verdad en la justicia hace que ésta

sea equitativa e igual para todos los hombres y permite dar a cada uno lo que le es debido.

Por lo tanto, establecer una sociedad que garantice la dignidad, la libertad y los derechos

fundamentales del hombre exige, por parte de todos, apostar por una “cultura de la verdad”. Porque

no se trata sólo de exigir justicia, paz y libertad sino de realizar y hacer verdad eso que exigimos, se

trata de “hacer las obras de la verdad”. Y aquí estamos involucrados todos: creyentes y no

creyentes; los de derecha, los de centro y los de izquierda; los progresistas y conservadores, etc.

Todos debemos esforzarnos por hacer realidad una sociedad que se rija con los cánones de la

verdad.

2. La verdad se hace

Habíamos dicho que la concretización de un nuevo orden social, que propicie la justicia, la libertad

y la paz, exige de parte de todos, hacer que sea verdad y no puras palabras eso que exigimos. Es

decir, “hacer la verdad” en nuestras relaciones y en nuestros compromisos.

Para los creyentes, la verdad de la que hablamos no es sólo una verdad que se aprende, se piensa o

se dice. Es, ante todo, un conjunto de comportamientos y actitudes de cara a la verdad, una forma

de vivir como Cristo que es la verdad. (Jn 8, 28-29) Es decir, vivir conforme a la verdad que Dios

ha querido que aprendamos de él para nuestra felicidad.

Por ello, “hacer la verdad” tiene que ver con la honestidad, con la transparencia, con la coherencia,

con la justicia, con el derecho, con la fidelidad y con la claridad en nuestras relaciones con Dios,
35

con los demás y con nosotros mismos. Pero ¿qué implicaciones tiene esta tarea de hacer la verdad

en nuestra sociedad?

Hacer la verdad implica, en primer lugar, reconocer nuestros errores y tomar conciencia del engaño

en el que hemos vivido irresponsablemente; implica hacer un “mea culpa” por los miedos y

silencios que nos hicieron cómplices de tanta mentira e injusticia. Se trata, por tanto, de aceptar que

“es cierto que perdimos el camino de la verdad, (y) el espíritu de justicia no fue nuestra luz” (Sab.

5, 6). Y como dice el profeta, se trata de reconocer que “no se ha hecho justicia como corresponde

y se ha estado lejos de comportarse como es debido. La buena fe ha andado en las plazas por los

suelos y a la honradez la han dejado fuera” (Is. 59, 14)

En segundo lugar, hacer la verdad implica corregir errores y renovar compromisos a favor de la

dignidad y los derechos del hombre. Se trata de “luchar por la verdad” (Ecl. 4, 28) y restablecer la

justicia y el derecho (Dt. 16, 20), tan fragmentados en nuestro país.

Hacer la verdad es librarnos de nuestras parálisis y cegueras que nos impiden actuar y ver con

optimismo y esperanza el futuro de nuestro país. Lo cual supone vencer nuestro pesimismo

reflejado en la opinión generalizada de que “el Perú no tiene futuro” y dar lo mejor de nosotros

para una sociedad justa, libre y soberana.

Nada surge de la nada, lo que deseamos de nuestra sociedad debemos construirlo juntos, con la fe

puesta en Dios. Por ello, lejos de catalogar a la política como sucia y ser indiferentes ante ella,

bebemos participar en ésta y hacer que tienda a buscar el bien común de las personas. Debemos

esforzarnos por establecer una democracia más justa, fundada en los valores y que sea capaz de

velar por las necesidades de los más pobres.


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Hacer la verdad en los medios de comunicación significa que la comunicación que estos difundan,

esté al servicio del bien común y que siempre sea verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la

caridad. Además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir, debe respetar

escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la dignidad del hombre, tanto en la

búsqueda de la noticia como en su divulgación (cf. IM 11).

Hacer la verdad en la educación, es educar a la generación del futuro con una actitud abierta y

dialogante. Es decir que lejos de cerrarse y creerse dueños de la verdad y absolutizar verdades

parciales, debemos optar por buscar juntos la verdad, respetando las convicciones ajenas. Implica

también ser concientes de que la verdad está marcada histórica y culturalmente por mediaciones

humanas. Por ello, hacer la verdad es también ser tolerante, porque la tolerancia es la virtud del

respeto de las convicciones personales ajenas. Y este respeto no se reduce a decir “yo no me meto

con lo tuyo y tú no te metas con lo mío”, sino que nos debe llevar a profundizar juntos la verdad en

miras al bien común.

Hacer la verdad implica ser valientes para denunciar la cultura deshumanizante de la mentira como

lo hizo Cristo al denunciar la ambición (Jn 5, 45ss), el no cumplimiento de la ley (Jn7, 19) y la

injusticia de los dirigentes judíos (Jn 7, 24) etc. Implica ser valientes para vencer las presiones

externas y, lejos de lavarse las manos como Pilatos, optar por la verdad y apostar por una “cultura

de la verdad”que propicie la vida, la dignidad y los derechos del hombre, sobre todo de los más

débiles.

Hacer la verdad en nuestras vidas significa no engañarnos a nosotros mismos, salir de nuestras

falsas seguridades, que nos hacen, muchas veces, aparentar lo que no somos y vivir en la alienación

constante, minusvalorando lo propio y creyendo que todo lo que viene de afuera es mejor. Significa

también reconocerse con humildad tal cual somos, con nuestros defectos y con nuestras virtudes, e
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implica crecer cada día como mejor persona, mejor profesional, mejor esposo (a) mejor estudiante,

mejor ciudadano, etc.

Hacer la verdad en nuestra vida personal es vivir con transparencia nuestras relaciones personales,

siendo fieles a nuestros compromisos, despojados de mentira e hipocresía. Es también ser

coherentes con lo que creemos, pensamos y hacemos; ser honestos y sinceros con nosotros mismos,

con los demás y con Dios. Se trata de ser veraces, como dice el evangelio, que nuestra palabra sea

sí cuando es sí y no cuando es no (Mt 5, 37). En definitiva, hacer la verdad es ser fieles a la persona

de Cristo que no sólo se limitó a decir la verdad, sino que obró la verdad de su Padre que es vida

plena para el hombre.

3. la Iglesia camina hacia la “plenitud de la verdad”

La Iglesia, fiel a Cristo que es “camino verdad y vida” (Jn 14, 6), “camina a través de los siglos

hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios”

(DV8). Esta es una exigencia que la Iglesia asume con una actitud humilde de escucha permanente

a la Palabra de Dios, pero sobre todo, con una actitud abierta al Espíritu Santo quien es el que

realmente “nos guiará hasta la verdad plena” (Jn 16, 13)

La Iglesia participa del esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo por alcanzar la verdad. Por

ello, entre los diversos servicios que la Iglesia realiza a favor de la humanidad, “la diaconía de la

verdad” es uno de los más importantes. Por eso la Iglesia, fiel a Cristo que no vino al mundo para

condenar al mundo sino para salvarlo, lejos de cerrarse a sí misma, se abre al mundo para dialogar

con él sobre la verdad última del hombre y de su existencia. Y tiende a renovarse constantemente

conforme vaya profundizando en la verdad, según el devenir de la historia.

No hay que tener miedo a la verdad. “La verdad os hará libres” ha dicho Jesús, por eso, la búsqueda

de la verdad no debe llevarnos a enfrentamientos y ni divisiones sino a unirnos y hermanarnos. No


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hay que tener miedo a buscar la verdad con otros que piensan y viven diferente a nosotros. Es más,

los cristianos no debemos descuidar las opiniones que tienden a “relativizar” la verdad o

“absolutizar medias verdades”. Más bien, debemos conocer a fondo dichas opiniones, porque no

se curan bien las enfermedades si no son de antemano debidamente conocidas. Además, porque

puede ser que en esas mismas opiniones, sistemas de pensamiento y de vida se esconda algo de

verdad.

Los cristianos, debemos tener una actitud abierta a la verdad y tener en cuenta que “la verdad no se

impone, sino por la fuerza de la misma que penetra suave y fuertemente en las almas (DH 1). Esta

actitud abierta a la verdad libera de prejuicios y supone el amor a la verdad.

Sin embargo, para los creyentes en Cristo, no basta con conocer la verdad sino vivir conforme a

ella, profundizarla en su vida (cf. DH 1), a ejemplo de Cristo que no se limitó a decir la verdad sino

a obrar la verdad. Todo aquel que pertenece a Cristo vive y obra de cara la verdad. Es más, nuestra

fidelidad a Cristo es medida por nuestra fidelidad a la verdad. Por ello, todos los cristianos estamos

llamados a realizar las obras de la verdad en nuestras relaciones con Dios, con los demás y con

nosotros mismos.

La vida del creyente debe ser luz para el mundo. Su testimonio debe ser veraz, no por las pruebas o

palabras que pueda dar o decir, sino por la credibilidad que sabe suscitar, por la coherencia

atractiva y arrolladora con que vive la verdad que profesa, como lo hizo Cristo. Jesús nunca impuso

la verdad que ha visto hacer a su Padre por la fuerza, sino con su testimonio de vida y obra: “hacia

las obras de su Padre” (Jn 8, 38). Son sus obras las que dan testimonio de que el Padre está en Él y

Él en el Padre. Por eso dice, “si yo no realizo obras iguales a las de mi Padre, no me crean, pero si

las realizo acepten el testimonio de las mismas” (Jn 10, 37-38). Es esta coherencia de vida y

fidelidad al Padre que lo hizo creíble, y suscitaba confianza en sus seguidores.


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Por tanto, si los cristianos obrásemos la verdad de Cristo, ni siquiera sería necesario exponer la

doctrina cristiana, bastaría sólo con el testimonio de nuestra vida y de nuestras obras. Las obras

demuestran la verdad de lo que somos. Son ellas las que acreditan nuestra pertenencia al Dios de la

vida. Obrar la verdad es, en esencia, realizar obras a favor de la vida, la libertad y la dignidad del

hombre, es dar buenos frutos para el mundo, sin ser del mundo.

3. Educar en la verdad

Todos los peruanos hemos sido testigos de cómo la “falta de verdad” en nuestras relaciones y en

nuestras responsabilidades ha ocasionado injusticias, violencia y muerte, y ha favorecido a la

degradación de la dignidad humana. Todos, de alguna manera, somos concientes de que debemos

superar la “crisis de la verdad” por la que nuestro país y el mundo entero atraviesa.

Es hora de apostar por una “cultura de la verdad” para no seguir incurriendo en los mismos errores

que como país hemos vivido y aún vivimos: infidelidad, coimas, estafas, padrinazgos, corrupción

en el poder ejecutivo, judicial y legislativo, etc.

Debemos apostar por una educación en la verdad y en los valores. El concilio Vaticano II,

conciente de esta necesidad, exhorta a todos los cristianos, pero especialmente a los educadores a

formar hombres que amen la libertad, que actúen con valores y que sean capaces de actuar con

criterio propio a la luz de la verdad:

“Este Concilio exhorta a todos, pero principalmente a aquellos que cuidan de la educación, a que
se esmeren en formar hombres que, actuando el orden moral, obedezcan a la autoridad legítima y
sean amantes de la genuina libertad; hombres que juzguen las cosas con criterio propio a la luz de
la verdad, que ordenen sus actividades con sentido de responsabilidad, y que se esfuercen en
secundar todo lo verdadero y lo justo, asociando gustosamente su acción con los demás”(DH 8)

Los educadores deben esforzarse para que los alumnos adquieran un criterio de verdad, para que

puedan discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo que propicia la vida y lo que produce la muerte

y la destrucción del hombre, entre los actos que humanizan y los que deshumanizan.
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Los niños y jóvenes deben aprender a ser sinceros, transparentes, coherentes, justos y veraces, que

su palabra, como dice el evangelio, sea sí cuando es sí y no cuando es no (Mt. 5, 37). También

deben comprender que para que la comunicación humana sea creadora de una sociabilidad

humanizante, debe producirse en la verdad, debe ser don e intercambio de verdad. Porque en la

verdad los hombres se hacen creíbles y fiables, y la comunidad progresa en la justicia y en el amor.

Pero también deben comprender que no se trata de hablar de cualquier manera, sino de hablar en

sintonía con la caridad. Porque una verdad echada en cara, dicha de malos modos o en un momento

inoportuno, es verdad sin amor que deprime, ofende, aleja o destruye a la persona. Una media

verdad, una mentira piadosa o benévola, es amor sin verdad. Por tanto, verdad y amor son

inseparables en nuestras palabras y en nuestras obras.

Los educandos deben ser formados con una actitud abierta a la verdad y, a la vez, con una actitud

tolerante, porque la verdad no la poseemos de manera total, sino que, por estar marcada histórica y

culturalmente, es susceptible de determinaciones parciales y unilaterales. La búsqueda de la verdad

supone mediaciones humanas, marcadas por la diversidad de individuos y comunidades que, por lo

mismo, recorren caminos múltiples. Pero nuestro deseo sincero de encontrar la verdad nos debe

unir, en esta búsqueda, incluso con aquellos que viven y piensan de un modo diverso a nosotros.

Luchar por establecer una “cultura de la verdad” implica un esfuerzo de parte de todos, pero sobre

todo de los educadores. Por ello su testimonio de vida es importante en la enseñanza. Los

educadores deben formar en la verdad y en los valores con su testimonio de vida. Porque la

vivencia precede a la palabra y la hace verdadera; y un sujeto es veraz no por las pruebas que sabe

ofrecer o por el poder con que se impone, sino por la credibilidad que sabe suscitar, por la

coherencia atractiva y arrolladora con que vive la verdad que profesa. Su presencia testificadora es

la demostración primera y decisiva de la verdad. Por tanto, los alumnos, más que convencidos o
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persuadidos, deberían ser conquistados para la verdad con el testimonio de vida de sus

educadores.

En la forma de enseñar y resaltar la importancia de la verdad en nuestras relaciones personales y

sociales, los educadores deben tener en cuenta los cuentos, las parábolas, las moralejas, pero sobre

todo, los ejemplos de la vida real. Los peruanos no debemos olvidar cuánta corrupción y

violaciones de los derechos humanos se han cometido en estos últimos 20 años en nuestro país. Se

trata de hacer una sana memoria de lo ocurrido, sin resentimientos, con el fin de que nunca más se

repitan.

Los jóvenes y niños son el futuro de nuestro país. Por tanto, esforcémonos todos por educar en la

verdad y en los valores. Con ciudadanos educados en la verdad se asegura el futuro de país.
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CONCLUSIONES

1. La concepción de la verdad hebrea difiere de la concepción griega. Para la primera, la verdad

está referida al presente y siempre se refiere a algo que es. Para la segunda, la verdad se hace y

se vive en relación con otros, está fundada en la confianza, y referida al futuro. Por tanto,

mientras el griego, para manifestar una verdad, siempre se refiere a algo que es o dice algo que

es, en cambio, el hebreo dice: “así sea”, (amén). Dicho de otra manera, para el griego la verdad

es la correspondencia entre lo que se dice y aquello sobre lo cual se habla, mientras que para el

hebreo la verdad es la voluntad fiel a la promesa hecha.

2. La época que vivimos, según muchos pensadores y moralistas, sufre de una crisis de la verdad.

Pues la falta de un criterio de verdad hace que ésta se halle en crisis, y en aras de la llamada

tolerancia, se acepta todo cuanto modo de pensamiento, de ser y de vivir esté de moda como si

todo valiese y todo tuviese el mismo valor. Esta crisis de la verdad, por un lado, ha generado

un clima de desconfianza y escepticismo en las personas. Y por otro, ha ocasionado la pérdida

de valores, que ha dado paso a la corrupción y a la injusticia. El Perú ha sido testigo presencial

de esta crisis de la verdad. La falta de verdad en nuestra sociedad ha sido la causa principal de

que los peruanos vivan, en estos últimos 20 años, situaciones de corrupción, injusticia y

muerte.
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3. La verdad que Jesús aprende de Dios, su Padre, es un modo de obrar (Jn. 5, 19s), y ese es el

mensaje que transmite e invita a realizar. A Jesús no le interesan adhesiones intelectuales a su

mensaje sino la aceptación total de su verdad que debe traslucir en la práctica del amor al

hombre y en esfuerzo constate por “hacer la verdad” en la vida cotidiana. El que rompe con el

sistema de opresión, de injusticia y de muerte de este mundo de mentira y pone en práctica la

obra del Padre, se constituye en el verdadero discípulo que vive y obra la verdad. Por tanto,

para Jesús, ser de la verdad e hijo de Dios se demuestra con la conducta, no por la mera

pertenencia a una tradición o linaje como suponen los judíos. Quien en su manera de proceder

es un embustero, injusto y homicida no tiene por Padre a Dios, por muy adicto a Él que se

profese, sino al enemigo del hombre. Estar de parte de Dios o de la verdad supone luchar por

la paz, la justicia y la libertad del hombre.

4. Para Jesús, la verdad no es un conjunto de conocimientos abstractos sino que es una actitud de

vida de cara a Dios que es verdad, que implica ser coherentes con lo que uno cree y hace; que

implica ser sinceros con uno mismo, con los demás y con Dios; que implica ser justos y dar a

cada uno lo que le corresponde; implica apostar por la vida, la dignidad y los derechos del

hombre; implica vivir el amor auténtico en la caridad (Ef. 4,15)

5. Para los cristianos, la verdad no sólo es algo que se dice o se aprende, sino una forma de vivir,

como Cristo que es la Verdad. Por tanto, implica un conjunto de comportamientos y actitudes

de cara a la verdad. En definitiva, implica “hacer la verdad” en nuestras obras y en nuestras

relaciones. Por ello, “hacer la verdad” tiene que ver con la honestidad, con la transparencia, con

la coherencia, con la justicia, con el derecho, con la fidelidad y con la caridad en nuestras

relaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Todos los cristianos estamos

llamados a definirnos siempre por la verdad. Es más, nuestra fidelidad a Cristo pasa por nuestra

fidelidad a la verdad. Los que son de Cristo no pueden ser indiferente ante la mentira y la
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corrupción, ni mucho menos lavarse las manos como lo hizo Pilatos. Los que son de Cristo

viven y obran en la verdad en el mundo sin ser del mundo.

6. La búsqueda la verdad implica profundizar en ella con una actitud abierta. Lo cual supone ser

tolerante con aquellos que viven y piensan de modo diferente a uno. La tolerancia es la virtud

del respeto por la opinión del otro. Pero la tolerancia no se reduce a decir “yo no me meto con

lo tuyo y tú no te metas con lo mío”, sino, más bien, nos debe llevar a profundizar juntos la

verdad en miras del bien común.

7. Construir una sociedad que garantice el respeto por la vida, la dignidad y los derechos

fundamentales del hombre, exige por parte de todos consolidar una “cultura de la verdad”. Lo

cual implica “hacer la verdad” en nuestras relaciones y en nuestras obras, como lo hizo Cristo.

La verdad es el fundamento de la justicia, la libertad, la paz y la reconciliación, y de los demás

valores que nuestra sociedad necesita para tender al bien común y social.

8. Nuestro país necesita apostar por una educación en la verdad y en los valores para que la

generación del futuro no siga incurriendo en los mis errores y bajezas morales que ha llevado al

Perú a vivir tanta corrupción, injusticia y violaciones de los derechos humanos en estos últimos

tiempos. Nuestro país necesita de verdad y para ello necesitamos educar en la verdad.
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