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LECTURA DE TEXTOS FILOSÓFICOS

COMENTARIO CRÍTICO A CONTRA ACADÉMICOS, DE SAN


AGUSTÍN

Estudiante: Nikolas Vaca Pereira


Docente: Rocío Carolo
Fecha de presentación: 2 de mayo de 2022

DESARROLLO

I. Introducción

«Mañana lo encontraré. Verás cómo se me hace evidente y lo atrapo. Mira, vendrá Fausto y me
expondrá todo. ¡Qué grandes hombres los de la Academia! ¿Es que no es posible alcanzar ninguna
certeza para guiar mi vida? Al contrario, busquemos con más ahínco y no desesperemos» 1.
Comenzamos este trabajo contemplando la valerosa actitud de San Agustín, en la que, a lo largo de
su vida, se entregará entero a la dedicación de la búsqueda de la verdad.

En este pequeño trabajo comentaremos una de las obras filosóficas del virtuoso San Agustín, en el
que puede él, además de plasmar álgidos acontecimientos de su vida que influyen en su conversión
total al catolicismo, presentar a todo público su pensamiento filosófico, su concepción gnoseológica
respecto a las cosas, y la afirmación que hace respecto a la capacidad que tiene el hombre de poder
conocer a Dios completamente. La obra de la que estamos hablando es Contra los Académicos. En
el recorrido de este trabajo veremos aspectos generales de la obra, así como también las ideas
principales que Agustín quiso decir con esta maravillosa obra.

Es importante tener en cuenta las problemáticas cuestiones que surgen en la juventud de san
Agustín, relativas al conocimiento de la sabiduría. Ciertamente, san Agustín no sólo buscaba o
trataba de elaborar una teoría gnoseológica que hubiese respondido a los problemas de su tiempo y
a los dilemas teológicos que constantemente surgían en el cristianismo, sino que fundamentalmente

1 SAN AGUSTÍN, Confesiones, VI, 11; Editorial Gredos; Madrid, 2010.


quería dar una respuesta consistente a las ansias que él tenía de una respuesta certera, y que iban
consumiendo su vida. O sea, san Agustín quiere descubrir y conocer completamente el sentido de su
vida; y esto, primeramente, lo descubrirá en Dios, quien regala a san Agustín lo que tanto anhelaba.

Vale mencionar que uno de los hechos que catapulta a san Agustín adquirir el espíritu
investigativo por la sabiduría, fue en el momento en el que conoció y llegó a sus manos el
Hortensius de Cicerón. Es, pues, por esta obra que san Agustín adquiere en su vida y su
personalidad el carácter de vivir en la duda de las cosas; el hombre vive cotidianamente con la
verdad y la falsedad de una manera tan normal que ya no sabe qué es la verdad y qué es el error, por
lo que deberá vivir según las probabilidades que tenga de éstas.

Sin embargo, no podemos saber casi nada sobre el Hortensius, ya que, lamentablemente, es una
obra perdida. Pero lo que conocemos – en el contexto agustiniano del que estamos hablando – sobre
el pensamiento de Cicerón es gracias a la fuente secundaria, que es el mismo san Agustín. No
obstante, es interesante y, hasta cierto punto, ilógico, que Cicerón otorgue en su obra el problema
del conocimiento a la Academia; es decir, parece confuso comprender que la Academia haya
promovido algún tipo de argumentos que hayan puesto en incertidumbre la verdad, o sea, la duda
gnoseológica. Pues es necesario tener en cuenta que en cierto período la Academia de Platón fue
heredada, posiblemente, a Carnéades o Filón de Larisa, ambos influenciados por el escepticismo
moderado o probabilismo, en el que la postura era la de la probabilidad y no seguridad del
conocimiento; y Cicerón – junto con otros hechos históricos que también influyen y son de valor en
este tiempo – se sitúa en esta etapa de la Academia, en el que el probabilismo y todo tipo de
subjetivismos pululaban en la filosofía y pensamiento en aquel entonces. Es por eso que, a
consecuencia del Hortensius, san Agustín adquiere tal forma de pensar.

San Agustín, pues, presenta el perfil ideal del filósofo, aquel que pasa por las mayores crisis
existenciales, morales, antropológicas y ontológicas, por las cuales, a gran consecuencia de éstas,
llega a aspirar el Bien en su vida. Por eso san Agustín luchará contra todo lo que se le presente hasta
haber llegado a conocer la Verdad.

II. Contra los Académicos

Contra los Académicos es la composición de tres libros, en el que el primero consta de nueve
capítulos; el segundo, trece; y el tercero, veinte. Estos libros fueron escritos en el año 386, dedicado
a un bienhechor de san Agustín, llamado Romaniano, consolándolo y animándolo a no perder la
esperanza para la búsqueda de la verdad, combatido por el escepticismo 2. La obra es una entre otras
de las que pone base tanto a la filosofía como a la teología agustiniana. El tema central de esta obra
es la certeza de la verdad: ésta es capaz de dejarse conocer por el ser humano, y el ser humano
también, tanto por la razón como por la intervención divina (esta es la teoría iluminista de san
Agustín), puede conocer plenamente la verdad. Esta verdad, lo dirá Agustín tanto en la obra como
en todo su pensamiento, es Dios.

Toda filosofía conduce al ser humano a encontrar la sabiduría, aquella que le concede su imagen y
estado más elevado, más propio; es a través de la filosofía que el hombre descubre su capacidad
más grande: la razón, por la cual, diferenciándole del resto de todas las criaturas, es capaz de tener
noción profunda de su existencia; y esta noción profunda se encuentra en una realidad que supera
toda medida terrenal. Por eso la filosofía hace trascender al hombre hacia lo divino. Así pues, san
Agustín creía que todos los filósofos buscaban a Cristo, sabiduría de Dios3, pero de modo indirecto.

El libro se desarrolla por medio de diálogos que tiene San Agustín con sus discípulos, en los que
tratan temas como, primordialmente, la verdad; después, temas como la sabiduría y felicidad; el
error o mal razonamiento de la verdad; el sabio, sus características, su experiencia frente a la
sabiduría y su posición frente a los académicos (el término por el que llama san Agustín a los
escépticos); la tesis insostenible de los académicos; la intervención divina como medio de
conocimiento en el ser humano; la filosofía como medio para encontrar a Cristo; y otros tantos
temas relativos a todos estos asuntos.

II. 1. Algunas cuestiones de mayor relevancia presentes en la obra

Uno de los temas que trata san Agustín y que vale mencionar en este trabajo es el concepto de
sabiduría que él aporta. Vemos en los diálogos que tiene san Agustín con sus discípulos que
aparecen diferencias y oposiciones que tienen éstos respecto a su concepción de sabiduría. En estos
debates que tienen entre sí, veremos que no sólo el concepto de sabiduría sino también el de
felicidad van fundamentalmente ligados, de tal modo que ambos son el sostén (o también finalidad)
ontológico del ser humano. Vemos, pues, directamente el texto:

« -Ciertamente, bienaventurados queremos ser; y si podemos serlo sin la verdad, podemos


también dispensarnos de buscarla.
-¿Y qué os parece esto mismo?, añadí yo. ¿Creéis que podemos ser dichosos sin hallar la

2 SAN AGUSTÍN, Obras III, Obras filosóficas, Introducción, cap. III; BAC, 1963; p. 15.
3 1 Co 1, 24b
verdad?
-Sí podemos, con tal de buscarla, respondió entonces Licencio.
Habiendo yo aquí pedido por señas el parecer de los otros, dijo Navigio:
-Me hace fuerza la opinión de Licencio. Pues tal vez puede consistir la bienaventuranza en
esto mismo, en vivir buscando la verdad.
-Define, pues, le rogó Trigecio, la vida feliz, para colegir de ahí la respuesta conveniente.
-¿Qué piensas, dije yo, que es vivir felizmente, sino vivir conforme a lo mejor que
hay en el hombre?
-No quiero ser ligero en mis palabras, replicó él; mas paréceme que debes declarar qué es lo
mejor que hay en el hombre.
-¿Quién dudó jamás, le repuse yo, que lo más noble del hombre es aquella porción del ánimo
a cuyo dominio conviene que se sometan todas las demás que hay en él? Y esa porción, para
que no me pidas nuevas definiciones, puede llamarse mente o razón. Si no te place esta opinión,
mira tú a ver cómo defines la vida feliz o la porción más excelente del hombre.» 4

Vemos que la finalidad del conocimiento de la verdad es la felicidad. La cuestión se encuentra en


que si la felicidad es alcanzada cuando el ser humano llega a conocer la verdad, o también cuando
simplemente la busca, pero sin la necesidad de conocerla. No obstante, ya se alcanza la verdad o no,
el objetivo último de esta búsqueda del conocimiento de la verdad es la felicidad. Esta felicidad
como fin último del hombre difiere del concepto de felicidad aristotélica, en la que la felicidad se da
cuando el hombre consigue una vida de tal forma que logra adaptarla al justo medio de la realidad:
el justo medio en la sociedad; el justo medio en sus virtudes; el justo medio en el intelecto; y así
sucesivamente. Por lo que, en Aristóteles, la vida consiste en el equilibrio de la misma. De modo
adverso, la felicidad en san Agustín es más que esto; a él no le basta vincular la felicidad a los
factores del ser humano y la sociedad, sino que aquella, es decir, la felicidad, es el resultado de toda
lucha por la que pasa el ser humano a consecuencia de una constante búsqueda de sentido de las
cosas, y éstas son: ¿por qué debería buscar la sabiduría?, ¿por qué el bien?, ¿por qué debo encontrar
una verdad por la cual pueda comprender mi realidad, así como realmente es?, y es más, ¿existe esa
verdad que busco con tanto esmero?, ¿qué pasaría si no existe esta verdad? ¿Mi existencia seguiría
teniendo razones de ser? En suma, al buscar la sabiduría, es decir, la verdad, se busca una respuesta
que responda a la razón de ser del ser humano, de vivir en el mundo y la realidad, por lo que sólo de
esta forma puede éste encontrar sentido a todo, y así, ser feliz, sentirse plenamente realizado.

Es por eso que, en san Agustín, la felicidad va intrínsecamente unida con la sabiduría en la
medida que ésta es buscada y si se le encuentra. Y a quien corresponde esta búsqueda de la verdad

4 SAN AGUSTÍN, Obras III, Obras filosóficas, Contra los académicos, I, 2, 5; Madrid, 1963.
por la cual el ser humano pueda ser feliz, es todo aquel que decide consagrar su propia vida a esta
labor, apartándose de todo oficio común en la vida del hombre. Se explica esto citando nuevamente
a san Agustín:

«-Ya creo que os habéis dado bastante cuenta de la cuestión que quedó planteada entre
nosotros para debatirse. Pero antes de venir al desarrollo de sus partes, os ruego prestéis gustosa
atención a unas observaciones, relativas a nuestro asunto sobre la esperanza de la vida y los
propósitos que nos animan. Creo que nuestra ocupación, no leve y superflua, sino necesaria y
suprema, es buscar con todo empeño la verdad; sobre este punto convenimos Alipio y yo. Pues
los demás filósofos dijeron que su sabio la había conseguido; según los académicos, el sabio
debe desplegar todo su conato en buscarla, y su acción debe ordenarse a semejante fin; mas
como la verdad se halla oculta o cubierta, o es confusa e indiscernible, para ordenar su vida, el
sabio debe atenerse a lo que le parezca probable o verosímil.
Tal fue igualmente el resultado de la discusión de ayer. Pues el uno aseguraba que el hombre
se hace feliz hallando la verdad, y el otro que con sólo buscarla diligentemente; luego está fuera
de toda duda que nada se ha de anteponer a esta ocupación. Por lo cual os pregunto: ¿Qué tal os
pareció la jornada que llevamos ayer? Vosotros vivisteis enfrascado en vuestros estudios.
Tú, Trigecio, te deleitaste con el poema de Virgilio, y Licencio se entretuvo componiendo
versos, afición que le arrebata con tal fuerza, que por él principalmente he querido hacer este
discurso, a fín de que en su ánimo la filosofía ocupe y reclame -pues ya es tiempo- asiento más
principal que el arte poético y que toda otra disciplina.» 5

La afición o dedicación que requiere la búsqueda de la verdad debe ser de tal forma que – como
ya lo dijimos anteriormente – el hombre consagre su vida a este estudio; lo que tiene por promesa es
el alcance de la felicidad. Pero en esta afirmación surge una duda: entonces, pues, la verdadera
felicidad – como resultado del asiduo estudio de la sabiduría –, ¿sólo está reservada a aquellos que,
apartándose de todos sus medios y desapropiándose de sus intereses personales más que el de
buscar la verdad, entregan su vida a la filosofía? San Agustín se sitúa en un tiempo en el que las
concepciones ascéticas como medio por el cual el que aspire a ser sabio pudiendo llegar a serlo,
pululaban en toda la sociedad. En efecto, el cristianismo en aquel entonces, gozaba del monacato
oriental y occidental, en el que miles de personas lo dejaban todo para tener un encuentro profundo
con Dios. Por un lado, estaba el cristianismo con su teología ascética, en la que tenían como fin a
Jesucristo; por otro lado, estaban la doctrinas filosóficas y místicas que tenían como fin la sabiduría
o la persona misma. Pero lo que tienen en común éstas es que la composición de sus argumentos
son similares: el apartamiento del mundo para encontrar una verdad.

5 Ibid, III. 1, 1.
Además, al igual que tantos hombres santos y virtuosos, san Agustín también tuvo una
experiencia ascética de abandono del mundo. Por eso, san Agustín afirmaba que el hombre no
puede llegar a ser sabio, y mucho menos encontrar la verdad, si no tiene como única necesidad y
objetivo el buscar la verdad, abandonando todo deseo de bienes, tanto personales como sociales6.

La razón por la cual se ha tratado reiteradamente el tema de la consagración de la persona a la


búsqueda de la sabiduría y la verdad es porque ésta es uno de los principales argumentos que
validan la afirmación de Agustín y la existencia de la verdad. Sólo en el abandono de todo, y hasta
de uno mismo, se puede encontrar el sentido de nuestra existencia; porque lo que se busca ya no es
dominado por los intereses de una cultura o sociedad que sólo quiere beneficios y placeres que
satisfagan la voluntad propia, distorsionada por un relativismo sobre la verdad, y que es cegada por
creer, anhelar y esforzarse por obtener fines en la vida que no son más que respuestas a medias, y
hasta incluso mentiras; sino que lo que se busca es realmente puro, libre de juicios o creencias
humanas superfluas, manipuladas para engañar a tantas personas. Por eso san Agustín se empeñó en
decir que su interés al querer hacer que sus discípulos descubran que la verdad existe, es por el gran
amor y creencia que tiene a ésta, siendo su único consuelo; por lo que nunca buscó fama o una alta
posición social o eclesiástica, a diferencia de tantos personas, filósofos, sofistas y escépticos7.

A pesar de que san Agustín hace surgir en el público un sentimiento de asombro y respeto por él
debido a la valentía que tuvo al enfrentar, sin temor alguno, los grandes problemas que atentaron
contra el sentido de su vida, no fue éste el primero – mucho menos el último – en experimentar la
gran desolación de no encontrar una respuesta para saber el sentido de la existencia. Como hemos
visto, san Agustín adquiere su concepción gnoseológica de la duda por Cicerón, y éste por las
escuelas filosóficas griegas. Éstos son los que entraron en la incertidumbre de la verdad,
enfrentando las consecuencias sociales, culturales, políticas y religiosas de toda la filosofía sofista y
helenística que abundaban en aquel entonces. Ciertamente, no sólo las escuelas filosóficas sino
también toda la cultura entró en la nebulosa de la incertidumbre e inseguridad, a consecuencia de
poner en duda la verdad. Es por eso que la salida más próxima que se dio fue el probabilismo en el
conocimiento, dando también soluciones nada favorables.

III. Conclusión

Pese a que san Agustín haya pasado por tan gran tortura psicológica frente a su búsqueda del
conocimiento de la verdad, sí que fue consolado, convirtiéndose radicalmente al cristianismo. Toda
6 Ibid, III. 2, 2-4.
7 Ibid, III. 14.
la etapa de su conversión podemos encontrarla en su obra literaria más solemne, las Confesiones.
Pero nuestro interés principal no tiene un gran enfoque biográfico, sino la postura gnoseológica y el
valeroso enfrentamiento a todas las doctrinas y corrientes que pasaron a lo largo de la vida de san
Agustín, que sembraron en él, pero sin éxito alguno, la semilla de la mentira, como los maniqueos y
escépticos. La obra en la que podemos conocer la mayoría de este asunto es en la obra que hemos
ligeramente comentado ahora.

Finalmente, hemos podido ver panorámicamente los acontecimientos por los que pasó san
Agustín, haciendo de él un hombre sabio, venerado hasta nuestros tiempos, que sólo pudo encontrar
la verdad plena en Jesucristo, y siendo acogido por la Iglesia, haciendo de él un hombre que llevó
en sus palabras y obras la imagen de Cristo, Sabiduría del Dios8. Por eso, en san Agustín
encontramos el modelo a seguir de aquel que busca íntegramente la verdad, por lo que su nombre
seguirá vivo.

8 1 Co 1, 24b

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