Está en la página 1de 9

Mélanges de la Casa de Velázquez

Nouvelle série
48-2 | 2018
Conexiones imperiales en ultramar

Las concepciones y los usos del tiempo en el


análisis histórico
Pedro Ruiz Torres

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/mcv/8370
DOI: 10.4000/mcv.8370
ISSN: 2173-1306

Editor
Casa de Velázquez

Edición impresa
Fecha de publicación: 15 noviembre 2018
ISBN: 978-84-9096-223-7
ISSN: 0076-230X

Referencia electrónica
Pedro Ruiz Torres, « Las concepciones y los usos del tiempo en el análisis histórico », Mélanges de la
Casa de Velázquez [En línea], 48-2 | 2018, Publicado el 05 octubre 2018, consultado el 03 mayo 2019.
URL : http://journals.openedition.org/mcv/8370 ; DOI : 10.4000/mcv.8370

La revue Mélanges de la Casa de Velázquez est mise à disposition selon les termes de la Licence
Creative Commons Attribution - Pas d’Utilisation Commerciale - Pas de Modification 3.0 France.
actualité de la recherche débats

Las concepciones y los usos del tiempo


en el análisis histórico
Pedro Ruiz Torres
Universidad de Valencia

La historia estudia los seres humanos en el tiempo, pero lo cierto es que


los historiadores se han preocupado poco de esa atmósfera en la que según
Marc Bloch debe respirar su pensamiento1. Él mismo puso de relieve, hace
tres cuartos de siglo, el doble error de considerar la historia como «la ciencia 315
del pasado» y de identiicar el tiempo con la cronología. El tiempo de la his-
toria, nos dice, es una realidad concreta y viva, entregada a la irreversibilidad
de su impulso, el plasma mismo en el que están sumergidos los fenómenos y
el lugar en el que resultan inteligibles. El tiempo es un continuo y asimismo
un cambio perpetuo: «De la antítesis de estos dos atributos provienen los
grandes problemas de la investigación histórica»2.
Dos modos muy diferentes de concebir el tiempo salieron a relucir en la
antigua y persistente controversia ilosóica sobre el «enigma del tiempo». Spi-
noza, en sus Pensamientos metafísicos (1663)3, deine el tiempo como el modo
de pensar la duración y lo considera no una afección de las cosas, sino única-
mente «un ser de razón», es decir, un producto de la mente humana. Su con-
cepto de tiempo resulta característico de una de las dos posturas ilosóicas
que durante siglos se enfrentaron a la hora de intentar resolver lo que desde
antiguo venía siendo un enigma, porque, como Agustín airmó en sus Confe-
siones (escritas entre el año 397 y el 400), el tiempo parecía algo muy familiar
y, sin embargo, no había modo de explicarlo4. Más tarde, también Kant puso
el acento en el tiempo como algo «subjetivo» en su Crítica de la razón pura,
por más que en 1787, cuando apareció la segunda edición con modiicaciones
sustanciales, lo hiciera de un modo muy diferente al de Descartes y Spinoza. A
partir de la descomposición llevada a cabo del conocimiento empírico en, por

1
Bloch, Marc (1993), Apologie pour l’histoire ou métier d’historien, ed. crítica de Étienne
Bloch, prefacio de Jacques Le Goff, París, Armand Colin, p. 84 (1ª ed. 1949).
2
Cito ahora la edición en castellano: Id. (1996), Apología para la historia o el oicio de
historiador, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 140-141.
3
Spinoza, Benedictus (2006), Tratado de la reforma del entendimiento. Principios de ilo-
sofía de Descartes. Pensamientos metafísicos, Madrid, Alianza Editorial, p. 300.
4
San Agustín (1993), Confesiones, Barcelona, Planeta, lib. 11, cap. xiv, p. 293.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-320. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez..
actualité de la recherche débats

un lado, lo que recibimos en nuestras impresiones y, por otro, aquello que la


facultad de conocer produce, Kant consideraba el tiempo como un concepto
«no empírico», no extraído de alguna experiencia, sino una representación a
priori que sirve de base a la experiencia de la simultaneidad y de la sucesión y
hace posible la realidad de los fenómenos. El tiempo es para Kant «la condi-
ción subjetiva bajo la cual pueden tener lugar en nosotros todas las intuicio-
nes», no algo que «exista por sí mismo», una «determinación objetiva» o una
«disposición inherente a las cosas mismas»5. El tiempo concebido de un modo
subjetivo se convierte así en una forma innata de contemplar los sucesos, que
se fundamenta en la peculiaridad de la conciencia humana y subyace como
condición de toda experiencia.
En sentido opuesto, a lo largo del siglo xix los descubrimientos cientíi-
cos revalorizaron la antigua idea retomada por Newton del tiempo como un
hecho objetivo y la modiicaron sustancialmente. La teoría de la relatividad
de Einstein arrumbó el tiempo absoluto de Newton y puso en su lugar uno
316 relativo pero, en contra de lo que a veces se piensa, no porque el tiempo fuera
visto como un hecho subjetivo, sino porque se comprobó que no había una
forma única de medirlo. La airmación de Newton de un tiempo absoluto,
verdadero, matemático en sí y por naturaleza sin relación con nada externo,
un tiempo que corre uniformemente, hasta entonces había sido la propia de
las ciencias naturales. Sin embargo, en un vasto universo donde las distan-
cias remiten a la velocidad de la luz, la medida del tiempo depende de la
posición y del movimiento del observador. No existe, por tanto, un espacio
ijo, por un lado, y un tiempo ijo, por otro, sino un espacio-tiempo que como
tal es dinámico de manera conjunta, como nos dice Stephen W. Hawking en
su Historia del tiempo6. En consecuencia, atrás quedará el tiempo univer-
sal, absoluto y rígido de Newton, pero no por tal motivo las ciencias de la
naturaleza dejaron de concebir el tiempo como un atributo de la existencia,
como un hecho objetivo, a diferencia de Spinoza, Kant y otros ilósofos. En
palabras de Paul Davies, el mundo real de ahí afuera incluye al tiempo7, pero
un tiempo ahora intrínsecamente plural, relativo y lexible.
En apariencia dos extremos irreconciliables, «tiempo subjetivo» y «tiempo
objetivo», dieron pie a sendas nociones contrapuestas. Semejante dualismo
no tiene sentido en nuestros días porque dos fenómenos intelectuales del
siglo xx han contribuido decisivamente a superarlo. Uno lleva a pensar el
tiempo de un modo nuevo en las ciencias de la naturaleza, el otro es la apari-
ción y el desarrollo de la llamada «ciencia social» y su búsqueda de un espa-
cio de conocimiento diferenciado del de las ciencias de la naturaleza, por

5
Kant, Immanuel (1993), Crítica de la razón práctica, Madrid, Alfaguara, pp.  41-43
(«Introducción») y 74-75 («La Estética trascendental», sección segunda: «El tiempo»).
6
Hawking, Stephen W. (1988), Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros,
Barcelona, Crítica, p. 56.
7
Davis, Paul (1996), Sobre el tiempo, Barcelona, Crítica, p. 46.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-321. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez.
actualité de la recherche débats

un lado, y del de las ciencias humanas concebidas al modo tradicional, por


otro. La distinción entre dos tipos de ciencias, a las que Windelband llamó
«ciencias ideográicas» y «ciencias nomotéticas», las primeras narrando los
acontecimientos históricos humanos singulares, irrepetibles, en un tiempo
unidireccional, evolutivo, mientras las segundas en busca de leyes generales
como las de la física, para la que el tiempo es algo ijo, invariable, cuantitativo
y medible, perdió fuerza a lo largo del siglo xx8. Hasta entonces las ciencias
de la naturaleza, desde su transformación moderna en ciencias de carácter
empírico y con la adopción del método experimental, habían tomado en
cuenta sólo la medida del tiempo. Pero ahora, en ellas el tiempo adquiría otro
carácter, tras el descubrimiento de la ley de la entropía que explica la «lecha
del tiempo», es decir, la irreversibilidad de los fenómenos y, sobre todo, desde
la resolución del enigma planteado por la teoría de la relatividad general de
Einstein. Dado que era imposible un universo estable y siempre igual a sí
mismo, había que concebirlo en expansión y con un origen (el big bang) y un
inal. Hubble conirmó lo primero en 1929 por medio de la observación del 317
movimiento de las galaxias.
El dualismo metodológico quedó asimismo cuestionado a principios del
siglo  xx al intervenir en la discusión metodológica los partidarios de la
nueva ciencia social. Surgió un modo nuevo de concebir el tiempo, el tiempo
social, que contenía un alto grado de objetividad, sin dejar por ello de ser una
representación subjetiva. Para la sociología de Durkheim, nos dice homas
Hirsch, la «categoría de tiempo» no era ni una forma a priori del entendi-
miento, ni el resultado de una inferencia empírica individual, sino una ins-
titución que variaba según las sociedades, una representación colectiva que
cambiaba con la transformación de la sociedad, pero que, por el hecho de
ser colectiva, tenía garantías de objetividad, dado que esas representaciones
se confrontaban constantemente con las experiencias de los individuos y de
las sociedades. La idea de un tiempo relativo a las sociedades se convirtió
en una noción clave de la sociología9. El concepto social de tiempo formu-
lado por Durkheim iba en contra, por un lado, de la idea newtoniana de
un tiempo objetivo y universal y, por otro, de la concepción bergsoniana de
una duración que se diera de forma inmediata en la conciencia de cada per-
sona. La sociología y la antropología de la época, con la información que iba
recogiendo de la «sociedad primitiva», contribuyeron decisivamente a la idea
de la relatividad social del tiempo. Para Durkheim, el tiempo estaba unido
estrechamente a la organización social.
La inluencia del trabajo de investigación en el entorno de L’Année sociolo-
gique, en particular la noción de tiempo social y la crítica al «ídolo cronoló-
gico» de la historia tradicional por parte de Simiand, tuvo efectos inmediatos

8
Toraldo di Francia, Giuliano (1994), Tempo, cambiamento, invarianza, Turín.
9
Hirsch, homas (2016), Le temps des sociétés. D’Émile Durkheim à Marc Bloch, París,
Éditions EHESS, pp. 71-94.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-321. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez.
actualité de la recherche débats

en la historiografía francesa. En la obra de Lucien Febvre, Philippe II et la


Franche-Comté (1911), inluida por las ideas de Lacombe y de Simiand, los
acontecimientos, que solían ser concebidos por los historiadores como suce-
sos o «circunstancias fácticas», no fueron tratados a la manera convencional
mediante la narración que los relaciona y los describe en un tiempo conti-
nuo, homogéneo, uniforme, sino como síntoma de un malestar social, de un
conlicto económico. Los acontecimientos llevaban a lo que muy pronto reci-
bió el nombre de «estructura social» o de «coyuntura económica», concep-
tos o abstracciones que pertenecían al mundo de lo invisible, permanecían
invariables y de esa manera eran capaces de dar cuenta de las condiciones de
posibilidad de los acontecimientos y proporcionar una «verdadera» explica-
ción cientíica10. Hemos visto al principio cómo para Marc Bloch la historia
era «la ciencia de los hombres en el tiempo». La paradoja de un tiempo de la
historia que mostraba ser «un continuo» y también «un cambio perpetuo»
apuntaba a una posible solución. Por tiempo continuo, escribió Marc Bloch
318 en 1930 con motivo del centenario del nacimiento de Fustel de Coulanges,
hay que entender el tiempo social que este último ha descubierto y que más
tarde los historiadores de los Annales llamaron la longue durée de las estruc-
turas profundas11, mientras que el cambio perpetuo es el de los aconteci-
mientos únicos que se suceden con extraordinaria rapidez.
Después de la Segunda Guerra Mundial y durante un par de décadas, los
«tres tiempos» de Braudel inluyeron en el desarrollo de la «nueva historia».
¿En qué consistió su aportación y hasta qué punto resulta innovadora? No es
fácil contestar a la pregunta porque el propio Braudel cae en contradicciones.
Para él, «no hay un tiempo social de una sola coladura, sino un tiempo social
con mil velocidades, con mil lentitudes que no tienen casi nada que ver con el
tiempo diario de la crónica y de la historia tradicional». Sin embargo, aquello
que interesa apasionadamente a un historiador es el entrecruzamiento
de esos movimientos, su interacción y sus puntos de ruptura: todas
ellas, cosas que sólo pueden registrarse en relación con el tiempo uni-
forme de los historiadores, medida general de todos esos fenómenos,
y no en relación con el tiempo social multiforme, medida particular
de cada uno de ellos12.

¿Incoherencia de la argumentación por razones ajenas a la epistemología


y próximas a la institucionalización de una historia por encima de las demás
ciencias sociales? En cualquier caso, resulta interesante señalar que la varie-
dad de tiempos sociales de Braudel tiene el mismo carácter que la multipli-

10
Pomian, Krzysztof (1990), El orden del tiempo, Gijón, Júcar, pp. 25-121.
11
Raulff, Ulrich (2005), Marc Bloch. Un historien au xxe siècle, París, Éditions de la
Maison des Sciences de l’Homme, p. 84.
12
Braudel, Fernand (1991), Escritos sobre la historia, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, p. 23 y p. 69 respectivamente.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-321. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez.
actualité de la recherche débats

cidad de tiempos en la nueva física y en la biología. Las diversas clases de


«tiempo cíclico» y de «lechas del tiempo» en el cosmos, en la Tierra y en los
seres vivos son para esas ciencias un hecho objetivo, al igual que ocurre con
los tres tiempos de Braudel. Pero hay más: al introducir una nueva jerarquía
epistemológica, Braudel puso en el lugar más bajo la descripción o el relato
de los acontecimientos únicos en un corto intervalo de tiempo, el mundo de
los sucesos vividos por los contemporáneos, el de la acción de los individuos,
en deinitiva el de la historia tradicional. El lugar más alto lo ocupaba la
explicación cientíica que resulta del análisis de los fenómenos que se repiten
en el tiempo largo, aquellos que dan origen a las estructuras que cambian de
un modo lento o muy lento e imperceptible en el corto plazo, la historia en
torno a la longue durée.
El modelo estructuralista braudeliano, de corte materialista pero en sen-
tido muy diferente al del marxismo, puso el acento en la muy larga duración,
pero corría el peligro de caer en un determinismo geográico. Otros histo-
riadores, señala Stuart Clark, preirieron concebir el cambio histórico de un 319
modo multidimensional, al modo de Marc Bloch y Lucien Febvre, dándole
relieve también a lo que más tarde se llamó la historia de las mentalidades
y sin compartir la jerarquía de Braudel13. Los historiadores de los Annales
como Jacques Le Gof o Georges Duby mostraron una atención preferente
por la ordenación simbólica de la vida social y, en especial, por la función
desempeñada en ese sentido por el tiempo en las diferentes culturas y en
particular en la Edad Media. Más tarde, surgió una nueva forma de concebir
los acontecimientos, en tanto que reveladores de realidades de otro modo
inaccesibles y medio de desvelar la subjetividad de los actores, en compañía
de la irrupción de la «microhistoria», de la «historia del tiempo presente»
y de una nueva historia política. Todo lo cual ha dado un vuelco en las dos
últimas décadas del siglo xx a la problemática del tiempo histórico.
Sin embargo, queda aún darle relieve a otro modo de concebir el tiempo
social y el tiempo histórico que no procede de la sociología y de la historia
social francesas, sino de la corriente intelectual que entronca con el histori-
cismo ilosóico y la hermenéutica de Dilthey. Norbert Elias, en su libro Sobre
el tiempo (1984), criticó también el viejo dualismo y propuso una alternativa
desde la ciencia social. Ambas teorías, nos dice, la que pone el acento en lo
subjetivo y la que lo hace en lo objetivo, inventan un individuo solitario que
se enfrenta al mundo y comienza a conocer. La preeminencia la tiene, en
una de ellas, la naturaleza del sujeto y, en la otra, la naturaleza del objeto.
Norbert Elias, por el contrario, parte de la idea de que el saber humano, en
general, y el saber sobre el tiempo, en particular, son el resultado de un largo
proceso de aprendizaje de la humanidad en el que el individuo se apoya en
un conocimiento existente y lo prolonga. Al operar con el tiempo siempre
13
Clark, Stuart (1988), «Los historiadores de los Annales», en Skinner, Quentin (comp.),
El retorno de la Gran Teoría en las ciencias humanas, Madrid, Alianza Editorial, pp. 168-187.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-321. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez.
actualité de la recherche débats

están en juego seres humanos en su entorno, procesos sociales a la vez que


físicos. Por ello, «el individuo no inventa el concepto de tiempo por sí mismo,
sino que aprende desde su infancia tanto el concepto de tiempo como la ins-
titución social del tiempo que le está unida de modo indisoluble14». Los hom-
bres trabajan con diversos tipos de conceptos temporales en la práctica de
las sociedades humanas. Unos indican secuencias de transformación mera-
mente conocidas, como «antes» y «después», y representan una vinculación
de posiciones diversas dentro de una secuencia que es la misma para todas
las personas de referencia. Norbert Elias los denomina conceptos temporales
«referidos a la estructura». Otros, por el contrario, introducen en la forma-
ción conceptual la vivencia que de esa secuencia tienen los seres humanos y
esos conceptos se modiican cuando cambian los grupos o personas de refe-
rencia. La vivencia de los procesos sociales constituye una parte integrante
del mismo proceso, lo que no sucede en el plano físico del Universo y, por
tal motivo, Norbert Elias los denomina conceptos temporales «referidos a la
320 experiencia». De ahí que la frontera entre pasado, presente y futuro cambie
constantemente15.
El mayor avance en el conocimiento de lo que Norbert Elias llamó «con-
ceptos temporales referidos a la experiencia» vino de la mano de Reinhart
Koselleck. En su libro Vergangene Zukunt. Zur Semantik geschichtlicher
Zeiten (1979)16, dejaba claro que su interés no se centraba en la cronología,
una condición de la ciencia histórica, sino en el tiempo propio de la historia o,
mejor, en los distintos tiempos de la historia, lo que él denomina: los tiempos
históricos. Dicha noción remite a una relación distinta de la que establece el
tiempo de la biología, que es de una variabilidad limitada y de una homo-
geneidad universal, un tiempo único y natural, válido para todos los seres
humanos de nuestro planeta, medido culturalmente de distintos modos,
pero siempre remitiéndose a un tiempo común, el de nuestro sistema pla-
netario calculado física y astronómicamente. Los presupuestos «naturales»
de la división del tiempo salen a relucir en el trabajo de los historiadores
cuando se preocupan por la datación exacta y correcta con vistas a poner
orden y narrar los acontecimientos, pero el tiempo histórico va mucho más
allá de la cronología. Entra en el terreno de la determinación del contenido
de aquello —lo histórico— que caliica al sustantivo tiempo. Cuando de la
determinación del contenido de lo histórico se trata, nos dice Koselleck, lo
primero que hemos de poner en duda es la singularidad de un único tiempo
histórico, a diferencia del tiempo natural mensurable, porque el tiempo his-
tórico está vinculado a unidades políticas y sociales de acción, a hombres

14
Elias, Norbert (1989), Sobre el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 20-21
(1ª ed. 1984).
15
Ibid., p. 91.
16
Existe una traducción al castellano: Koselleck, Reinhart (1993), Futuro pasado. Para
una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-321. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez.
actualité de la recherche débats

concretos que actúan y sufren, a unas instituciones y organizaciones. Para


Koselleck, por tanto, el tiempo histórico es un tiempo social y cultural, un
tiempo que existe de distintas formas en función de los diversos contextos
socioculturales.
En el prólogo a una nueva edición en francés del libro de Koselleck, Sabina
Loriga destaca la inluencia de la Begrifsgeschichte en la hermenéutica de la
conciencia histórica de Paul Ricoeur, en la noción de régimen de historicidad
de François Hartog, en la crítica de la modernidad tardía de Hartmut Rosa
y en la relexión sobre la memoria cultural de Aleida Assmann. Con toda
razón concluye que en los últimos años, en buena medida por la enorme
repercusión de la obra de Koselleck, el tema de la temporalidad se ha conver-
tido en uno de los centros de atención de los historiadores y en general de las
ciencias sociales17.

321

17
Véase el prefacio de Sabina Loriga en la edición francesa de Koselleck, Reinhart
(2016), Le futur passé. Contribution à la sémantique des temps historiques, París, Éditions
EHESS, pp. 7-23.

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 48 (2), 2018, pp. 315-321. ISSN : 0076-230X. © Casa de Velázquez.

También podría gustarte