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EL POSITIVISMO Y LA ESCUELA METÓDICA FRANCESA

El espiritualismo del romanticismo alemán del siglo XIX que hemos venido estudiando
y que con matices encontramos también en la concepción hegeliana de la historia, fue
penetrando en la mayor parte de los países europeos y puede apreciarse en
particular, en la corriente o escuela filosófica surgida en Francia en la segunda
mitad del siglo como rechazo a la filosofía racionalista que planteaba que sólo
debían ser objeto de estudio de la ciencia del hombre, los hechos humanos y sus
relaciones entre si.
Aun cuando algunos de los conceptos positivistas ya aparecían en los escritos de
filósofos como el británico David Hume (1711-1775), el francés Saint-Simon (1760-
1825) y el alemán Immanuel Kant (1724- 1804), el término positivismo fue utilizado
por primera vez por el filósofo y matemático francés Auguste Comte (1798-1857).
En el contexto de la historiografía este término contempla dos significados
diferentes. En sentido genérico se refiere a la idea de que la historia es una ciencia,
porque es crítica (especialmente en e tratamiento de las fuentes) y porque trata de
ser objetiva.
Y en sentido estricto, el término hace referencia a la historia escrita según el
modelo de la filosofía positiva de Comte, quien defendía la tesis de que el único
modo de conocimiento fiable es la experiencia, o, en otras palabras, que el único
conocimiento auténtico es el conocimiento científico.
De acuerdo con la concepción de Comte, el conocimiento conforma una estructura
jerarquizada cuyas ramas han ido apareciendo a lo largo de la historia: primero
fueron las matemáticas, luego la astronomía, la física, la química, la biología y, por
último, la sociología o física social, definida como el estudio positivo del conjunto
de leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales.
(…) Comte creyó haber descubierto “una gran ley fundamental” que respondía al
desarrollo intelectual de la humanidad
“Estudiando el desarrollo total de la inteligencia humana, en sus diversas esferas de
actividad, desde su primera manifestación más simple hasta nuestros días, creo haber
descubierto una gran ley fundamental, a la que se halla sometida, por una necesidad
invariable, y que, me parece, puede establecerse con pruebas racionales y también por
medio de la verificación histórica.” (Principios de Filosofía Positiva, 1992, p. 58)
Es a partir de la formulación de esta ley de los tres estados que Comte despliega, en un
mismo movimiento, sus análisis respecto del pasado, el presente y el futuro de la
humanidad, y su teoría del conocimiento. De acuerdo con esta ley la mente humana, en
su reflexión sobre los fenómenos, pasa de un modo natural por tres etapas o estados
teóricos, en cada uno de los cuales pueden encontrarse rastros de las formas de
conocimiento precedentes y obstáculos o problemas que la forma de conocimiento
subsiguiente se propone superar.
“Esta ley consiste en que cada una de nuestras concepciones principales, cada rama de
nuestros conocimientos, pasa sucesivamente por tres estados teóricos diferentes: el
estado teológico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; el estado científico o
positivo. En otros términos, el espíritu humano por su naturaleza, emplea
sucesivamente en cada una de sus investigaciones tres métodos de filosofar, cuyo
carácter es esencialmente distinto y aun radicalmente opuesto: primero el teleológico,
enseguida el metafísico, y por último, el método positivo. De ahí resultan tres clases de
filosofía…”
(…) en el estado teológico o ficticio, se buscan las explicaciones en “la acción directa y
continua de agentes sobrenaturales”. En la historia de la humanidad esta etapa viene a
estar representada por un largo período que abarca, además del salvajismo primitivo, las
civilizaciones de Grecia y Roma y de la Edad Media. Luego en el estado metafísico o
abstracto – identificado con el Renacimiento, la Ilustración, el nacimiento de la ciencia
y el desarrollo de la industria – esos agentes sobrenaturales son reemplazados por
fuerzas abstractas (…) Y finalmente, en el estado científico o positivo, el espíritu
humano renuncia a “conocer las causas íntimas de los fenómenos” o a tratar de indagar
“el origen y destino del universo”, para concentrarse “en descubrir, por el uso bien
combinado del razonamiento y la observación, sus leyes efectivas”. Es precisamente ese
estado científico, lo que da origen al término positivismo, que según afirmaba Comte,
“en su acepción más antigua y más común, (…) designa lo real, en oposición a lo
quimérico: en este aspecto, conviene plenamente al nuevo espíritu filosófico,
caracterizada así por consagrarse constantemente a la investigación verdaderamente
accesible a nuestra inteligencia.”(p.34).
(…) También se lo define como la filosofía que actúa al servicio de la ciencia
natural, del mismo modo que en la Edad Media actuaba al servicio de la teología.
De acuerdo con los presupuestos de la ciencia natural, lo que se busca es, en primer
lugar, comprobar los hechos, y en segundo lugar, fijar leyes; los primeros se
descubren mediante la percepción sensorial y las leyes se establecen generalizando,
por inducción, a partir de los hechos.
Collingwood 2004) considera que los métodos de la ciencia natural son aplicables a la
interpretación de la historia ya que el proceso histórico es de idéntica especie al proceso
natural.
Para los historiadores del siglo XIX (…) lo importante era indagar los sucesos del
pasado a través de una sistematización de los documentos históricos que el
historiador debía ordenar para poder reconstruir ese pasado.
Al tiempo que predicaban el objetivismo, los historiadores positivistas presentaban
la erudición como un instrumento de trabajo fundamental. De esta manera, por un
lado facilitaron el auge de la metodología historiográfica, marginando la filosofía
de la historia y la interpretación; y, por otro, apelaron a la búsqueda de los hechos
históricos en los documentos. Esto produjo un importante giro metodológico que
promovió el desarrollo de los métodos de investigación paleográfica y documental.
(…) para el positivismo la tarea fundamental del historiador era ir más allá de la
narración, exponiendo cómo ocurrieron los hechos, sin dar margen a la
interpretación.
Pese a que en historia, la objetividad, neutralidad, e imparcialidad no son posibles
de manera absoluta, durante el siglo XIX el movimiento positivista tuvo gran
influencia sobre el desarrollo de los estudios históricos. En Francia dio lugar al
surgimiento de la escuela metódica, llamada también positivista, por constituir una
amalgama entre cientifismo empirista, inspirado por el positivismo, y la crítica erudita
del historicismo alemán.
La escritura de la historia según la escuela metódica debía responder a una
investigación de carácter científico basada en la objetividad, dejando de lado
cualquier especulación filosófica o pragmática.
Por su parte Langlois y Seignobos, fieles a los principios del positivismo sostienen
la idea de que la historia debería ajustarse a un método científico y técnico de
carácter objetivo. Para estos historiadores la historia dejaría de ser un arte para
convertirse en una ciencia pura, siendo su finalidad la exposición, análisis y cotejo
de hechos para indicar los lazos que los unen.
Refiriéndose a los documentos escritos aseguraban que “la historia sólo es la puesta
en práctica de documentos”, lo que implicaba descartar cualquier otro tipo de
evidencias. Para ellos la tarea prioritaria de la investigación histórica era la
búsqueda de fuentes, como por ejemplo, las colecciones de inscripciones latinas y
griegas. Afirmaban que: “La historia se hace con documentos. Los documentos son
las huellas que han dejado los pensamientos y los actos de los hombres de otros
tiempos. Entre los pensamientos y los actos, muy pocos hay que dejen huellas visibles,
y esas huellas, cuando existen, son raras veces duraderas, bastando cualquier
accidente para borrarlas. Ahora bien; todo pensamiento y todo acto que no ha dejado
huellas, directas o indirectas, o cuyas huellas visibles han desaparecido, resulta
perdido para la historia, es como si nunca hubiera existido. Por falta de documentos,
la historia de inmensos períodos del pasado de la humanidad no podrá ser nunca
conocida. Porque nada suple a los documentos, y donde no los hay, no hay historia”
(Introducción a los estudios históricos, 1913, pp. 17-18).
Ante la imposibilidad de una observación directa, estos historiadores consideraban
que la primera tarea de su oficio era la búsqueda de documentos, actividad que en
Alemania se conoció como heurística. Una vez registrados y clasificados los
documentos, se los sometía a una serie de operaciones analíticas, como la crítica externa
(o erudita) y la crítica interna (o hermenéutica) …
En Francia los historiadores positivistas desempeñaron un papel muy importante, ya que
participaron en la reforma de la enseñanza superior, ocuparon cátedras en las nuevas
universidades francesas y dirigieron grandes colecciones. Este es el caso de Ernest
Lavisse (1842-192).
Otro de los historiadores positivistas franceses y profesor de Historia medieval de la
Sorbona, es Numa-Denis Fustel de Coulanges (1830-1889).
Fustel contribuyó a establecer los procedimientos de la historia erudita en base a tres
aspectos: - en primer lugar, consideraba el pasado como un objeto separado del
historiador, de modo que podía ser observado con “una mirada más serena y segura”
que el presente, lo que permitía distinguir más fácilmente la verdad;
- en segundo lugar, buscaba prevenir contra los impulsos de la imaginación y los
excesos de la subjetividad; “La historia - decía - es una ciencia; no imagina; sólo ve”;
- y en tercer lugar, tenía como regla de oro, que la historia debía basarse esencialmente
en la crítica de los documentos escritos.
Francisco Sevillano Calero

Introducción a los estudios históricos

Estudio introductorio

El método positivista como paradigma de conocimiento histórico

La prosecución de la verdad en la narración sobre el pasado del hombre ha sido un


afán recurrente en el trabajo historiográfico, pues, en el uso que de él se ha hecho,
“el pasado no es nunca la historia, por más que algunos de sus elementos pueden
ser históricos”. Así, la historiografía, como arte de escribir la historia, ha ido
delimitando su objeto de estudio, perfilando su método y aquilatando sus técnicas
de crítica para el exacto establecimiento de lo acaecido, de la objetividad del
conocimiento del pasado, como sucedió con la afirmación de la historiografía
crítica durante la segunda mitad del siglo XIX.
Este comentario acerca de la formación del método positivista como paradigma de
conocimiento histórico parte, así, de unas premisas: la concepción de la tarea
historio- gráfica como una práctica social enmarcada históricamente; la atención a
los correspondientes factores contextúales, pero sin menoscabo de la que se debe
prestar a los propiamente intelectuales; el interés entre unos y otros fenómenos por
la organización institucional del oficio de historiador; y el rechazo de una visión
lineal acerca de la formación de un método científico, coherente y uniforme, que
sea consustancial a la historia.
La Emergencia del paradigma positivista en Historia
Como vehículo pedagógico, su finalidad era enseñar al estudiante los problemas y
las soluciones metodológicas en el conocimiento del pasado, además de servir para
la reflexión personal de eruditos e historiadores sobre la profesión que, se
objetaba, algunos ejercían de forma mecánica.
El uso público de la historia se convirtió en elemento esencial de la reconstrucción del
sentimiento nacional y de la identidad republicana en Francia. Desde 1867, la historia
era materia obligada en la enseñanza primaria, mientras que, con las leyes Ferri en el
nuevo período republicano, se instituyó la escuela laica (en marzo de 1880), gratuita
(junio de 1881) y obligatoria (marzo de 1882); una reforma que también ocurrió en la
enseñanza superior.
Las ciencias humanas como ciencia positiva
Como paradigma de ciencia positiva, la historia resultó una forma explícita y una
aplicación exhaustiva del campo epistemológico, la episteme, espacio subyacente
más confuso y oscuro, cuyo cambio abrió el umbral de la modernidad a principios
del siglo XIX (…) apareció el hombre por primera vez como objeto del saber y se
abrió un espacio propio a las ciencias humanas. El saber, que hunde sus raíces en las
condiciones de posibilidad de la episteme, aparece ahora como un espacio a modo de
una trama de organizaciones, de relaciones internas entre elementos, cuyo conjunto
asegura una función y permite establecer analogías y la sucesión de una organización a
otra.
Hay que precisar que, en la emergencia del paradigma positivista en la historiografía
francesa, el pensamiento filosófico de Auguste Comte influyó esencialmente a través de
la importancia de la metodología inductiva de la «ciencia positiva» en el estudio de la
complejidad de los hechos del pasado. No obstante, existieron propuestas en relación
con la historia muy próximas a la compleja noción comtiana de sociologie, como la que
hiciera Louis Bourdeau en el libro L’histoire et les histories, publicado en 1888. Para
este autor, la historia estaba toda por hacer, pues no satisfacía ninguna de las exigencias
de una ciencia constituida: su objeto es vago, mal definido, sin límites; su programa de
problemas a resolver, lleno de confusión; su método, incapaz de constatar los hechos
con certidumbre; su capacidad de establecer leyes, nula. (…)
L. Bourdeau definió como «la ciencia de los desarrollos de la razón». De esta
manera, el objeto de la historia debe comprender la universalidad de los hechos
que la razón dirige o cuya influencia sufre- Sin embargo, Louis Bourdeau insistía
en que los historiadores no habían atendido la obligación de observar la
generalidad de los hombres (preocupándose por los personajes) ni las funciones de
la razón (ocupándose de narrar los acontecimientos). La historia tenía que ser
general e impersonal, prestando atención a las masas36; la historia debía tratar de
los hechos regulares de importancia general y permanente37. La estadística
precisamente podía renovar el análisis de la historia, procediéndose a la síntesis
mediante la búsqueda de un orden a través de las leyes que presiden el desarrollo
de la humanidad…
En el mismo año de 1888, las críticas a la historia eran hechas por un joven científico
social, Émile Durkheim, quien opinaba que la historia no es una ciencia porque se ocupa
de lo especial y no puede alcanzar afirmaciones generales, comprobables
empíricamente, que son propias del pensamiento científico. La historia quedaba
reducida al estado de ciencia auxiliar, que aportaba información a la sociología.

Anatomía de un método
Con el método crítico, se establecieron las reglas que deben seguirse para construir
la historia como medio de conocimiento.
«La historia se hace con documentos», que son las huellas dejadas por los
pensamientos y los actos de los hombres en el pasado. Precisamente, la llamada
«heurística» (Heuristik) busca y recoge los documentos conservados. Puesto que
los hechos históricos son conocidos por huellas, su conocimiento es indirecto,
puntualizándose que «el método histórico científico ha de ser radicalmente distinto
al resto de las ciencias, que se apoyan -salvo la geología- en la observación directa.
Independientemente de cuanto haya podido decirse, la historia no es una ciencia de
observación». El historiador procede mediante razonamientos para remontar
desde las huellas a partir de la observación material de los documentos hasta los
hechos históricos, ocupándose la crítica del análisis detallado de tales
razonamientos. De este, modo, la construcción del conocimiento histórico mediante
la razón contradice la experiencia común, pues debe superar los «obstáculos
epistemológicos» que suponen las inercias de la obseivación básica y del
pensamiento común.
Una vez terminada la crítica de erudición de un documento, procede analizar su
contenido mediante la crítica interna. Un procedimiento que utiliza una serie de
razonamientos por analogía para reproducir los estados psicológicos por que pasó el
autor del documento. En último término, éste queda reducido a un estado en que se
asemeja a una observación, es decir, la operación científica a partir de la que se
constituye cualquier ciencia objetiva. El resultado es que todo documento tiene valor
en la medida en que, tras haber analizado su génesis, queda reducido a una
«observación bien hecha». En particular, la crítica de interpretación consiste en
determinar el sentido del documento, o lo que es lo mismo, la concepción del autor.
Por su parte, con la crítica de sinceridad se discierne si el autor ha mentido o
procede con sinceridad, determinándose su creencia acerca de cada punto.
Los resudados de la crítica interna serán, por tanto, relativos y provisionales,
dado que, en el caso más favorable, una afirmación histórica no es sino una observación
medianamente hecha, que tiene que ser confirmada por otras observaciones. Para llegar
a un resultado definitivo, es necesario una serie de operaciones a través de la
comparación, que ocupa un lugar intermedio entre la crítica y la síntesis. La relación
entre varias afirmaciones permite reunir diversas observaciones que corresponden a un
hecho exterior, pues ocurre en la realidad objetiva. Así, las operaciones de síntesis
permiten organizar científicamente los hechos aislados, que la comparación proporciona
después de la crítica documental.
El documento como producto material, pero sobre todo simbólico (pues representa
la serie de operaciones psicológicas por las que ha pasado el espíritu de su autor a
partir de una observación realizada sin método), no puede tomarse
consiguientemente como una observación científica pura. En este sentido,
Seignobos insistía en que, antes de utilizar un documento, es preciso adoptar
precauciones especiales, que constituyen la primera mitad del método histórico,
tratándose de la crítica, es decir, «el juicio que se forma sobre el valor del
documento»
Dosse. La historia: conceptos y escrituras.
“El discurso del método”
5.1. La profesionalización de la historia
En el siglo XIX, llamado “el siglo de la historia”, el género histórico alcanza una
verdadera profesionalización al proveerse de un método con sus reglas, sus ritos y sus
modalidades particulares de entronización y reconocimiento. Los historiadores de la
escuela que suele calificarse de “metódica” pretenden ser científicos de pura cepa y
anuncian así una ruptura radical con la literatura.
Esta profesionalización de la historia acarrea consigo todo un sistema de signos de
pertenencia de un perfil singular. El historiador se presenta a través de sus escritos en la
humilde situación de obediencia a una comunidad de especialistas en cuyo seno su
subjetividad se mantiene a distancia. El buen historiador es reconocible por su ardor en
el trabajo, su modestia y los criterios indiscutibles de su juicio científico.
Los republicanos que van a conformar lo que se llamará escuela metódica se agrupan, a
su vez, alrededor de una nueva revista con la creación, diez años después, de la Revue
historique. Esta escuela tuvo mérito de hacer suya la herencia de la erudición en el
marco de una Tercera República que procuraba disfrutar de estabilidad política pese a la
conmoción provocada por el caso Dreyfus y en un marco nacional amputado de Alsacia
y Lorena, y buscó inspiración para ello en la eficiencia de los métodos alemanes.
5.2. La escuela metódica
Deseosos de escapar al subjetivismo los promotores de la revista se dicen partidarios de
la imparcialidad en nombre de la ciencia y el respeto por la verdad: “no tomaremos, por
lo tanto, ninguna bandera; no profesaremos ningún credo dogmático; no nos
propondremos a las órdenes de ningún partido, lo cual no quiere decir que nuestra
Revue sea una Babel en la que todas las opiniones lleguen a manifestarse. El punto de
vista estrictamente científico en que nos situamos bastará para dar a nuestra colección la
unidad de todo y de carácter.
Todos adhieren a una visión progresista de la historia, según la cual el historiador
trabaja al servicio del progreso del género humano. La marcha hacia el progreso se
despliega como una acumulación de la labor científica, en un enfoque lineal de la
historia, enriquecido por el aporte de las ciencias auxiliares -antropología, filología
comparada, numismática, epigrafía, paleografía e incluso diplomática- que le dan un
aspecto cada vez más moderno en el siglo XIX.
La finalidad nacional es explícita y el trabajo histórico apunta a un rearme moral de la
nación: “De tal modo, la historia, sin proponerse otra meta y otro fin que el beneficio
extraído de la verdad, trabaja de una manera secreta y segura para la grandeza de la
Patria, al mismo tiempo que para el progreso del género humano”.42 Movilizado por un
objetivo claro y que parece en armonía con una imperiosa necesidad nacional, Monod
pretende constituir una ver? dadera comunidad historiográfica unificada por su interés
en un método eficaz e impulsada por la acumulación gradual de los trabajos del oficio
de historiador desde el siglo XVI. A su juicio, en consecuencia, no hay tensión entre el
objetivo científico y el objetivo nacional, visto que las fuentes archivísticas y los
trabajos históricos acumulados desde aquel siglo pertenecen, en esencia, a la matriz
nacional.
Así, esta escuela piensa la historia como una ciencia de lo singular, lo contingente, lo
ideográfico, en oposición a la epistemología de las ciencias de la naturaleza que pueden
aspirar a la elaboración de leyes y fenómenos reproducibles, y por lo tanto de lo
nomotético. Recuperando la inspiración erudita y su ambición de crítica de las fuentes,
Langlois y Seignobos escriben juntos las reglas de autentificación de la verdad según
los procedimientos de un conocimiento histórico que sólo es un conocimiento indirecto,
al contrario de las ciencias experimentales: “Ante todo, se observa el documento. ¿Es tal
como era cuando se elaboró? ¿No se ha deteriorado desde entonces? Se investiga cómo
se fabricó a fin de devolverlo, de ser preciso, a su tenor original y determinar luego su
procedencia. Este primer grupo de investigaciones previas, referido a la escritura, la
lengua, las formas, las fuentes, etc., constituye el dominio específico de la crítica
externa o crítica erudita. A continuación toca su turno a la crítica interna: por. medio de
razonamientos por analogía que en el caso de los principales se toman de la psicología
general, esta crítica procura representarse los estados psicológicos por los cuales
atravesó el autor del documento. En conocimiento de lo que ese autor ha dicho, nos
preguntamos: 1) qué quiso decir; 2) si creyó lo que dijo, y 3) si tenía motivos para creer
lo que creyó”.
5.4 Una inquietud didáctica
Ya no puede decirse que cultivaban un fetichismo del documento y negaban la
pertinencia de la subjetividad del historiador. Como lo mostró con claridad Antoine
Prost, tenían plena conciencia de que la historia es construcción. Con la salvedad de que
la escuela metódica veía la grandeza del historiador en su capacidad de controlar la
subjetividad, de ponerle freno. Es cierto, sin embargo, que la afirmación disciplinaria de
la historia se apoya en dos exigencias considerables: una escritura puramente ascética y
una inquietud esencialmente didáctica, que aparta a los investigadores de toda
interrogación sobre la historia como escritura.
5.5 El caso de Fustel de Coulanges
Si hay un historiador cuyas palabras pronunciadas en el ocaso de la vida sobre la
metodología de la historia corresponden con claridad a las ingenuidades denunciadas
más adelante por los Annales, es aquel que en la Revue historique encarna una
generación más antigua, Numa Denys Fustel de Coulanges, que hace las veces de
“caso”, como bien lo analizó Franfois Hartog.

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