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Esta afirmación acerca de algo que es difícil negar obliga aún más a insistir en
que la investigación del tiempo histórico es un asunto preliminar en la funda-
mentación de cualquier tipo de proyecto historiográfico y, por consecuencia,
en el de una historia del presente. El intento de captación plena del sentido
temporal y sus manifestaciones en las acciones humanas, la atribución sub
jetiva del tiempo o la objetivación de su significado, la reflexión sobre él
como urdidumbre de toda realidad histórica, el esfuerzo por ir más allá en su
análisis de las simples atribuciones cronológicas o la fundamentación de las
periodizaciones, son tareas, en efecto, que el historiador no puede declinar.
Sólo así es posible explorar el sentido profundo del tiempo histórico, sin que
ello presuponga abordarlo filosóficamente.
Si bien el tratamiento historiográfico del problema del tiempo es cier
tamente escaso, es de resaltar que lo producido por los historiadores suele
ordenarse en general según dos orientaciones distintas. Si se atiende a toda
la historiografía que registra nuestra tradición cultural, resultaría plausible la
convencional división que suele establecerse entre los historiadores que han
pensado el tiempo como «hilo temporal... con un futuro abierto» y los que
lo entienden «como algo recurrente y circular»". Sin embargo, los problemas
de linealidad o circularidad en la concepción del tiempo tienen un interés
bastante indirecto para el problema fundamental de la naturaleza del tiempo
histórico. Los dos polos cruciales y efectivos parecen ser otros que tienen
mayor alcance explicativo.
En uno de ellos, el historiador suele ocuparse del problema general del
tiempo en cuanto éste es una dimensión social y simbólica de todas las formas
de civilización que han existido o, lo que es lo mismo, en cuanto existen ex
presiones y representación del tiempo — o meramente de su medida, incluida
la cuestión de los calendarios— distintas entre pueblos y épocas diversas, es
decir, como un aspecto más de la historia cultural. De ahí que la atención se
centre, en estos casos, en la percepción del tiempo y las formas culturales que
se derivan de ello en civilizaciones de distintas épocas y espacios. Ese objetivo
tienen tratamientos como los de Withrow, Momigliano, Pomian, Toulmin,
Goodfield, o Le GofF, por hablar sólo de algunos, que estudian el tiempo y su
percepción humana como un tema histórico más, y no abordan problemas de
fondo sobre la naturaleza del tiempo, ni se considera su significación crucial
en la configuración de la propia historia'^. Es decir, el centro de interés es la
integración del tiempo y las formas de su medición en cada cultura, las con
cepciones de su transcurso lineal o circular, el uso de cómputos y calendarios
y su conformación en las mitologías. En todo caso, se trata de la literatura
más abundante sobre el tiempo en el campo historiográfico'^.
Mucho menos común es el tratamiento del tiempo desde el punto de
vista de la segunda de esas orientaciones, la que incluye con todas sus con
secuencias el problema del tiempo dentro de una teoría de lo histórico y de
la práctica concreta de la investigación histórica — y no, desde luego, de la
filosofía— , aunque se trate de un ejercicio relacionado y cercano tanto a
algunos planteamientos filosóficos como a los de ciencias sociales del tipo de
la antropología, la psicología o la sociología. Es más raro aún que los histo
riadores intenten analizar qué es lo que significa la percepción subjetiva de
un tiempo específicamente histórico. Sin embargo, tal percepción subjetiva,
que obliga a echar mano también de conceptos de ciencias vecinas, es de
conocimiento inexcusable para adentrarse en cuestiones como la generación
de la conciencia histórica, la historicidad, la construcción de identidades,
la percepción del progreso y la función de la memoria histórica. Y es, en
definitiva, en lo que aquí importa, inexcusable para pronunciarse sobre las
peculiaridades de la historia del presente o de la coetaneidad, de su naturaleza
y manifestaciones.
En este terreno, el estudio más citado, y que puede considerarse clásico, es
el de Fernand Braudel publicado en 1 9 5 8 Junto a este y otros textos de
Braudel pertinentes al caso, podrían citarse, producidos por historiadores, los
no menos importantes y más recientes de S. Kracauer, Ch. G. Starr, R. Kose
lleck, algunos de P. Nora, y el clásico que dedicó G. Kubler al estudio del
tiempo en relación con los estilos art í st i cosEn más de un estudio también
se ha abordado una especulación sobre la prolongación del tiempo cósmico en
el tiempo histórico, un enfoque donde se entrelazan lo cosmogénico y lo an
tropológico, considerando un tiempo en tres niveles: cósmico, planetario o
biológico y humano A todo lo cual podrían añadirse también los intentos
de sistematizar periodizaciones históricas globalizadoras, de lo que serían bue
nos ejemplos los de Spengler o Toynbee, por hablar sólo de lo hecho en el si
glo XX, hasta llegar a los estudios más recientes y puntuales sobre la relación
del tiempo histórico y antropológico con el tiempo universal, la significación
del acontecimiento, etc., en trabajos que, a veces, no proceden del campo
historiográfico mismo
En suma, si nos hemos detenido en este exordio sobre la importancia de la
realidad del tiempo en cualquier especulación sobre la naturaleza del mundo
y la sociedad y hemos dedicado algunos párrafos a destacar los campos tan di
versos en que la temporalidad resulta crucial, es para fijar con más énfasis un
punto que nos parece central en toda especulación sobre el tiempo humano y
el tiempo histórico, especialmente en el pensamiento actual. Y ese punto no
es otro que el que alude a la necesidad de una visión integrada, en todos los
niveles posibles de la exploración, de la realidad del tiempo para proyectarlo
después sobre su significación humana. En palabras del sociólogo Norbert
Elias,
el problema del tiem po tiene características tales, que no es posible esperar resol
verlo mientras se investigue el tiem po físico y el social com o entidades indepen
dientes'®.
El presente, pues, no sería sino «un momento» de la serie toda del pasado.
Pero algo seguramente más profundo aún representa mantener que tal «pre
sente momento histórico» tiene su razón no en un pasado concreto, sino
en lo que él llama un «presente total» que constituye esa historia profunda,
intrahistórica. Y esa proposición de que existe algo como un «presente total»
que puede ser percibido por el hombre resulta clave para definir lo que noso
tros llamamos historización de la experiencia, cuestión a la que nos referiremos
en extenso más adelante.
La consideración de la tradición como el proceso acumulativo de la his
toria que condiciona siempre todo presente y la concepción de éste como
«un momento» absolutamente inseparable de la serie toda de lo histórico
son, a nuestro juicio, ideas particularmente penetrantes que, por lo demás,
permanecen hoy vigentes en su plenitud. Si el presente se entiende como
un momento en la serie toda (total) del pasado, es decir, del tiempo realmente
vivido, que excluye el futuro, no sólo no existe una separación radical entre
presente y pasado, porque ambos modos del tiempo no son sino momentos
de una serie completa, sino que la serie completa se identifica, a su vez, con
la tradición eterna, es decir, con una historia que no admite fragmentaciones.
Así, de lo que LJnamuno entendía con sutil penetración habría de deducirse
que este presente histórico es la expresión del ahora extendido.
En definitiva, una cuestión profundamente ligada con el problema de la
naturaleza y percepción del presente es, justamente, el de la duración de ese
presente mismo. ¿Es el presente el mero instante o tiene un determinado gro
sor o duracióni, ¿qué es lo que delimita como entidad temporal diferenciada
al presente?, ¿cuándo empieza y acaba un presente dado?, ¿es el presente mis
mo algo más que la revelación de lo dificultoso de nuestra confrontación
cognoscitiva con la intuición común del tiempo? Un filósofo y epistemólogo
conocido, Gastón Bachelard, partía de su convencimiento de que «el tiempo
es lo más difícil de pensar en forma discontinua» Y, sin embargo, los modos
del tiempo, el presente, pasado y futuro, son el reflejo de la discontinuidad en
una realidad que parece o se intuye continua. El presente es la discontinuidad
más aguda del tiempo, a la vez que, paradójicamente, el modo temporal de
más imprecisos límites. Bachelard pensaba, por otra parte, que el tiempo
sólo tiene una realidad, la del instante^^. El acto-instante comienza y acaba,
pero no todos los instantes son iguales, pueden prolongarse. El flujo históri
co lo entendemos por el transcurso de una serie de actos: «la vida es lo discon
tinuo de ios actos»
Pero el instante, deberíamos añadir, es, sin embargo, sólo una de las for
mas posibles del tiempo presente. El presente es connatural con la presencia.
Presencia como acto de estar presente implica, en alguna manera, la aparición
de algo pero puede representar también su permanencia. Pasado implica paso
e indica, por el contrario, una no-presencia, el fin de toda permanencia. Estas
matizaciones complican la relación recíproca entre percepciones como la de
instante, la de presente y la de duración. Todo lo que ya es pasado es algo no
dado de inmediato, deja alguna huella y es, por tanto, algo que tenemos que
inferir. Tal es la eterna debilidad de lo histórico: su base en inferencias. Existe,
no obstante, una referencia, la de la permanencia del presente, que permite
hablar de la polaridad contraria: la de que cada presente contiene en si igual
mente el pasado. Ello muestra que el mundo del hombre va en realidad,
como va el tiempo mismo, de la presencia al pasado, lo que parece dar la razón
a la visión del flujo temporal de la serie A del tiempo en la que reparó McTag
gart. Tal flujo tiene, no obstante, una vertiente limitativa que lo hace mucho
menos lineal: el mundo como tiempo fluye pero también permanece.
Podría concluirse, y esto es lo importante, que la percepción del tiempo
no tiene otro punto de partida ni otro orden que el que le da su anclaje en el
presente. Desde el presente, y sólo así, se opera cualquiera de las construccio
nes temporales que el hombre incorpora a su conocimiento del mundo. Y la
divisibilidad del tiempo en instantes añadiría, en realidad, unas adicionales
dificultades a la delimitación del presente. Es cuestión importante, por tan
to, no sólo cualificar el presente como la fundamental referencia temporal,
sino considerar que en su delimitación se incluye también el problema de
establecer cuándo algo presente deviene ya pasado, cuándo algo pertenecerá
ya sólo a la memoria porque no tiene vigencia. El presente, identificado en
sentido estricto con el «ahora», es, pues, la más huidiza de las especificacio
nes temporales. El presente y el pasado ofrecen siempre dificultades para su
delimitación, siendo, en cambio, el futuro el tiempo que acusa menos esa
problemática.
Existen entre las argumentaciones actuales procedentes del campo filosófi
co, pero no lejanas de las preocupaciones estrictas de la ciencia social, algunas
que han tenido influencia y que es preciso considerar aquí. Tal es el caso de
la extensa y conocida obra de Agnes Heller, discípula del filósofo G. Lukacs,
en la que se encuentran disquisiciones sobre el problema del presente que
pueden considerarse especialmente útiles desde el punto de vista histórico
e historiográfico. Al enfocar el modo temporal presente, Heller parte de la
afirmación de la existencia de un presente histórico como realidad autónoma
y diferenciada. Existen tres presentes distintos, señala, que se expresan según
la percepción del «ahora», del «ahora mismo» y del «mientras t a n t o » D e
ellos, el «ahora mismo» es, según Heller, el presente «ontogénicamente prin
cipal», el que incluye un más amplio espectro de acciones que como presentes
podrían considerarse pertenecientes a él. El ahora sería el presente-instante,
mientras que también es siempre nuestro «mientras tanto», nuestra percep
ción de la simultaneidad. «Nuestro pasado es el futuro de otros (pasados) y
nuestro presente es el pasado de otros (presentes). Somos los otros y la histo
ricidad es la historia» La relatividad del presente y su situación de frontera
entre pasado y futuro, la historicidad misma de ese presente, como momento
de un flujo o curso, son, según parece, señalados acertadamente en este texto.
Futuro, presente y pasado sólo pueden entenderse desde una referencia cen
tral que les da sentido,
Heller afirma con rotundidad que «el presente histórico no es un presente
absoluto sino una estructura: más exactamente, se trata de una estructura cul-
tural»'^^. Esta idea es tanto más aceptable por cuanto podemos encontrar en
ella el más sólido fundamento para poder hablar de historización del presente.
Podríamos afirmar entonces que la existencia de una real construcción del
presente, de forma que éste viene a ser como una estructura que se genera y
se modifica en el espacio cultural, simbólico, normativo y socializado que da
cohesión al grupo humano, es uno de los fundamentos más explícitos sobre
los que puede basarse la delimitación de una específica historia del presente.
El presente es siempre una construcción, sujeta a las referencias y limitaciones
que caracterizan las condiciones generales de la percepción de lo temporal. El
porte y las fronteras de esa construcción los establecemos de hecho nosotros
mismos. El presente es el tiempo más subjetivo de todos. «Que algo “pertenez
ca” o no a nuestro presente, no es más que una cuestión de puntos de vista,
de experiencia, que depende de nuestra percepción del flujo temporal en el
que estamos inmersos. Por el contrario, la permanencia misma del presente
es en sí dudosa: cada día desaparecen realidades e instituciones y surgen otras
nuevas. Todo acontecimiento supone un cambio verdadero: no hay sino
cambio»
Quizá podría aún profundizarse en la idea de una pertenencia de expe
riencias al presente, haciéndola depender no ya de un mero punto de vista,
sino de las formas que adquieren en la memoria las configuraciones de la
experiencia personal o la colectiva, de la persistencia y la transmisión de
tales experiencias. En algún sentido, el presente puede entenderse también
como producto de una decisión y siempre, en todo caso, como configuración
y ordenación propia de la memoria, lo que pertenece a la conformación más
profunda de la personalidad. No hay estructura cultural sin conciencia de sí
misma, añade Heller, y habiendo conciencia del presente éste no puede dejar
de ser captado como historia. «Si no hay presente histórico, no hay tampoco
pasado histórico ni futuro, sólo el vacío del “tiempo”. Es este vacío — el tiem
po— lo que ha sido, es y será la jaula de hierro de la historicidad», concluye
Heller.
Se ha dicho que cada presente, es decir, la «construcción» de cada presente,
comienza relegando realidades al pasado en el momento en que determinadas
cosas ocurridas o procesos que han venido desarrollándose dejan ya de tener
actualidad, o bien, «cuyas consecuencias no representan una alternativa».
Pero también se ha afirmado, añadamos por nuestra parte, que «el presente...
no disuelve la historia-, su condición de momento temporal de la misma asegu
ra su propia libertad y trascendencia frente a toda positividad establecida»^^.
El pasado es, pues, una especificación que no se limita ni se confiinde con
su contenido cronológico. Así existiría un momento presente-pasado que
asumiría el pasado histórico que es aún comprendido en el presente, aquellas
cosas sucedidas que son aún significativas para nosotros.
El tiempo presente constituye también un referente medular de la vida co
tidiana. Heller señala que el tiempo cotidiano percibido tiene carácter antro-
pocéntrico, como el espacio. Mientras que la referencia inmediata del espacio
cotidiano es el aquí, la del tiempo lo es el ahora. De esta forma, «el sistema de
referencia del tiempo cotidiano es elpresente»"^^. El presente es, pues, el tiem
po de referencia y en ese sentido es el que «separa» el pasado del futuro, vol
viendo a una idea que ya hemos visto expresada por otros autores. En nuestra
opinión, la vida cotidiana introduce también en el tiempo, no obstante, una
percepción distinta del ahora y que es prácticamente su contraria: la de du
ración, como una categoría de la experiencia temporal interior. La duración
equivale en la percepción cotidiana del sujeto a un presente continuo, a un
«estoy viviendo» como percepción fundamental de la historia-presente.
«El mundo de la vida cotidiana — dirán otros autores— se estructura tan
to en el espacio como en el t i e m p o » E l tiempo de la vida cotidiana se fija
intersubjetivamente y en ella la estructura temporal se articula en diversos ni
veles que siempre están correlacionados empíricamente y allí se encuentran el
tiempo cósmico y «las secuencias temporales de la naturaleza» con el tiempo
interior «y su calendario establecido socialmente»^'’. El pasado resulta siempre
incluido en un presente que lo asume como tal pasado pero lo liga a él en la
forma de un presente-pasado. Sin embargo, pensar que el pasado no pueda
ser algo más que una representación mental incluida en el presente no da
cuenta de su verdadera dimensión histórica, como determinante, además, en
alguna medida, del presente mismo. De ahí que siempre haya que diferenciar
entre las apreciaciones psicosociológicas del tiempo y aquellas que atienden
en lo esencial a su dimensión histórica, a través de la cual las cosas portan en
sí mismas el tiempo.
Otro tratamiento señalable es el llevado a cabo por Paul Ricoeur, un
pensador de incuestionable riqueza de matices y con un conocimiento enco-
miable de la tarea de las ciencias sociales y de la historiografía en particular.
Trabajando a partir de muy diversas influencias, entre la fenomenología y
la hermenéutica— , Husserl, Heidegger y Gadamer, además del sociólogo
Schütz— , Ricoeur aporta visiones del tiempo histórico indudablemente
sugerentes, con independencia de que su tesis central que supone la re-fi
guración del tiempo en la narración resulte más discutible. Su tesis de que el
tiempo histórico representa el enlace entre el tiempo vivido y el tiempo universal
es probablemente lo que más interesa aquí del largo tratamiento que el autor
hace del tema, que no pierde de vista esa realidad del continuum formado por
el tiempo del universo y el tiempo humanó. El tiempo histórico, o el tiempo
crónico, como le llama también Ricoeur, es, precisamente, el que hace de
mediador.
Existe una noción fenomenològica de presente basada en la percepción
de él como distinto del instante cualquiera, pero que deriva, a su vez, del
carácter segmentable a voluntad del continuo temporal uniforme, infinito
y lineal. «Si no tuviéramos la noción fenomenològica del presente, como el
hoy en función del cual hay un mañana y un ayer, no podríamos dar ningún
sentido a la idea de un acontecimiento nuevo que rompe con la era anterior
y que inaugura un curso diferente de todo lo que ha precedido» «No hay
presente — añade— , por tanto, tampoco pasado ni futuro, en el tiempo físi
co, hasta que un instante no sea determinado como “ahora”, como hoy, o sea,
como presente»^®. Una idea, como vemos, sobre la que hemos reflexionado ya
aquí, compartida por quienes han enfocado el mismo problema, que insiste
en hacer del presente el punto de referencia ineludible en la percepción del
tiempo, pero que convierte en más problemático aún ese ahora objeto de las
dudas de Aristóteles o de Einstein.
No es menos significativa la suposición de la existencia de un «cuasi-pre-
sente», expresada en la de que «todo instante rememorado puede ser califica
do como presente» El hecho de que el contenido de la experiencia pueda
ser rememorado como un presente, de que sea un cuasi-presente, tiene tam
bién fundamental importancia para el proceso de la percepción del presente
históricamente. La memoria permite que el hombre individual pueda re-vivir
su trayectoria entera como un presente. Ricoeur hace uso de las enseñanzas
del lingüista Benveniste al señalar la importancia del «momento axial» fiinda-
dor de cada presente histórico. El presente es, igualmente, un acto de enun
ciación, una decisión del lenguaje: «el presente es entonces señalado como la
coincidencia entre un acontecimiento y el discurso que lo enuncia»^®. En ese
sentido, el presente es autorreferente.
En coincidencia con lo que Unamuno había puesto de manifiesto casi
un siglo antes, Ricoeur señala que «hasta la idea de tradición — que incluye
ya una auténtica tensión entre perspectiva sobre el pasado y perspectiva del
presente— no se deja pensar como sola ni como primera, pese a su innegable
capacidad mediadora, sino gracias a la perspectiva de la historia por hacer
a la que remi t e»Est amos así ante una manera más de llamar la atención
sobre la ligazón entre los tiempos, el papel central del presente y el enlace que
la tradición hace entre ellos. Luego echa mano también de las categorías de
campo de experiencia y horizonte de expectativas, propuestas por Koselleck, ya
comentadas, para dilucidar los problemas que se encierran de forma específi
ca entre la percepción del pasado y la espera del futuro.
Relacionado más precisamente con el presente histórico, el autor escribe
que «es en el presente donde este espacio (de experiencia) se reúne y donde
puede ensancharse o restringirse»^^. La naturaleza del presente histórico se
fundamenta en la iniciativa. Así, según él, se sustrae el presente «al prestigio
de lapresencia»^^ y se le acerca al concepto heideggeriano de «hacer-presen-
te». El presente es un comenzar. Comenzar, no obstante, para continuar.
Esto apoya algunas afirmaciones nuestras anteriores en el sentido de que el
presente sería así una cuestión de decisión, la decisión de hacer, de construir,
siendo el acontecimiento el que construye. La idea de presente incluye tam
bién, a través del acontecimiento, la de ruptura o intervención — término
tomado de Von Wright— en un sistema, con lo que el presente se liga así
estrechamente al acontecimiento («axial») que interrumpe el estado prece
dente de un sistema.
En un segundo círculo, dirá Ricoeur, la percepción del presente se encua
dra como «ser-afectado-por el-pasado», lo que lleva esta disquisición al terre
no propio del presente cualificado de histórico, al problema de la continuidad
histórica. La fenomenología habría abierto un abismo entre «el instante sin
espesor, reducido al simple corte entre dos extensiones temporales y un pre
sente, cargado de la inmanencia de un futuro próximo y la proximidad de
un pasado apenas transcurrido»*^^. Ricoeur concluirá afirmando, siguiendo
a Nietzsche, que «cierta actitud iconoclasta respecto de la historia, en cuanto
encerramiento en elpasado, constituye así una condición necesaria para refigu
rar el t i e m p o » Y esta sería la ocasión para añadir por nuestra parte que esa
misma actitud es la condición también para refigurar el presente histórico, es
decir, para fundamentar un presente-historia.
Las ciencias sociales, en general, han aceptado la necesidad de destacar en
el análisis del tiempo su carácter de un «doble flujo» según las perspectivas
ya vistas de la serie A y la serie B. Se piensa que la perspectiva de un cam
po fluyente con objetos difuminados es la que proporciona al hombre los
elementos para marcar los límites del comienzo y terminación de cualquier
episodio da lugar a la interpretación del fluir en la historia, como ha mos
trado el psicoanálisis. Discierne discrecionalidad, intención y predicción. Es
seguramente esta concepción del tiempo la que es esencial para construir un
presente y para la percepción de la experiencia como historia.
La doble percepción del tiempo en la experiencia como un cambio que
pertenece a dos órdenes de hechos fiie también analizada por Edmund Leach
desde la antropología. En la primera de esas direcciones, percibimos la con
tinuidad y, en concreto, la repetición: el tictac de un reloj o la cadencia de
las estaciones; sabemos que las cosas cambian pero parecen tener siempre un
enlace con las que le han precedido. Por la segunda se adquiere por el contrario
la experiencia de la no-repetición, de la ruptura, la de actos que han alterado
nuestra vida de manera irreversible, la de que todos los seres vivos nacen, en
vejecen y mueren. Así, mientras ciertos fenómenos de la naturaleza se repiten,
el cambio de la vida es irreversible. En consecuencia «esta irreversibilidad del
tiempo es psicológicamente muy penosa»'’^. El tiempo histórico participa ple
namente de esa doble percepción, a la que aún se sumaría una tercera: la del
ritmo con el que transcurre. El tiempo biológico es irregular. La noción de
regularidad del tiempo no es parte intrínseca de la naturaleza, sino una noción
ideada por el hombre
Desde la teoría social es particularmente interesante la perspectiva abierta
por Niklas Luhmann que comienza unas interesantes precisiones sobre el pro
blema del tiempo presente con una rotunda afirmación: «hacer abstracción
del tiempo es desde luego totalmente legítimo como procedimiento científi
co, pero en tal caso deberíamos abstenernos de usar nociones temporales al
presentar los resultados»*’^. Provisto de este inapelable presupuesto se adentra
en el análisis concreto de la cuestión del presente planteando «si es adecuado
tratar al presente como uno de los modos del tiempo», lo que, según él, puede
tenerse por el «problema principal» en el tratamiento sociológico de lo tem
poral^“. Se trata de la misma duda que había asaltado ya a Aristóteles, según
hemos visto. «¿En qué sentido puede el tiempo ser presente? Una posible
interpretación podría ser que la frase “tiempo presente”, al añadir énfasis a la
noción del presente, compensa una pérdida de significado y duración en el
mismo presente».
La idea expuesta por Luhmann de que la «instanteidad» del presente pro
voca una cierta desazón es, a nuestro juicio, de suma importancia. El anhelo
de una «duración» del presente, lo mismo que esa desazón por su inminente
desaparición, tienen seguramente su más inmediato fundamento en la rea
lidad observada por el mismo Luhmann, según la cual «disponemos de un
pasado histórico casi infinito, estructurado y limitado tan sólo por nuestros
intereses actuales y, si disponemos de un futuro abierto, el presente se convier
te en el punto crítico que cambia el proceso del tiempo del pasado al futuro»^ ^.
La construcción del presente tiene, por lo demás, expresiones y creaciones
características en cada momento histórico. «La transformación de las pers
pectivas temporales empezó con la reconceptualización del presente», insiste
Luhmann, y aunque ése es un fenómeno propiamente «moderno», de la mo
dernidad europea, es también la contemporaneidad tardía, la nuestra, añada
mos, la que vuelve a remodelarlo. Si es el desarrollo de la sociedad burguesa
moderna el que ha transformado el propio concepto de tiempo, «esperemos
que tal cambio tenga su impacto sobre cualquier estructura social y cualquier
concepto. Nada retendrá su antiguo significado».
El presente «se ha acabado por especializar en la función de integración
temporal; pero carece del tiempo necesario para realizar tal tarea», como
muestra justamente el desarrollo histórico de los últimos doscientos años^^.
La comunicación social define el presente para los actores porque los com
promete a la premisa de la simultaneidad, una razón más, creemos, para rati
ficar el aserto de la construcción social del presente. Y, además, proporciona
da oportunidad para una extensión no temporal del tiempo»^^. La idea, por
tanto, de que el presente significa una convergencia de temporalidades es la que
seguramente debe ser destacada como la consecuencia más clara de las lúcidas
observaciones de Luhmann. Aun así, el futuro es para él algo con su propia
entidad, que no puede entenderse como prolongación temporal del presente,
sino como algo distinto.
Tanto este texto como otros que podrían aducirse de G. H. Mead o de
A. Schütz (quien cree, además, que el problema subjetivo del significado y
otros factores de la relación social están siempre ligados a la «vivencia del
tiempo o sentido interno del tiempo») destacan siempre la relación entre
las estructuras sociales y la percepción o la construcción de estructuras tem
porales. Indudablemente, la construcción del tiempo, su conversión en
tiempo histórico, es una función realizada socialmente. George H. Mead al
referirse al concepto de pasado señalaría que existe un «transcurrir del pre
sente», justamente por la fluidez de éste, en el que pueden encajar hechos
que serían cronológicamente un pasado o, incluso, previsiones del futuro.
A la realidad creada por ese fenómeno le llamaría un presente prolongado o
«presente especioso»
El presente encajaría, pues, dentro de las percepciones que pueden llamar
se del tiempo «subjetivo» como tiempo construido en la conciencia y en el
que interviene también la memoria. Esto es lo que se expresa adecuadamente
al señalar que «todos mis recuerdos acontecen ahora, no en el momento en
que ocurrieron los sucesos recordados»^'’. Los contenidos presentes de mi
mente, que, mediante la expectación, pueden ser extendidos al futuro, po
drían recibir el nombre de «tiempo subjetivo». Este contenido de memoria
que informa el tiempo presente hace difícil la relación del tal contenido con
el tiempo objetivo, el tiempo cósmico. Correlativamente, lo que entendemos
del pasado en el sentido histórico lo hacemos «en virtud de la experiencia de
la sucesión dentro de nuestro presente especioso». La relación entre presente
y pasado se muestra así con la entera dificultad de su separación, de su fron
tera.
La enseñanza que puede derivarse de la concepción del presente como
«convergencia de temporalidades» es la más provechosa para fundamentar
una idea de presente histórico. Pero la dificultad estriba en la advertencia
también insistente de una ruptura entre presente y futuro, precisamente por
que el paso del presente al futuro no es en sí mismo algo que pueda registrarse
en la experiencia. El paso del presente al futuro es prácticamente indistin
guible de aquel otro del presente al pasado; pero este último queda recogido
como un contenido de conciencia.