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ACLARACIÓN.
Unos amigos me pidieron que publicara algo de mis “escritos” antes del fin del Milenio.
En respuesta a ello he seleccionado este capitulo de una obra en vías de conclusión sobre
el “Estudio del pensamiento” y he dado para su publicación un trabajo que versa y trata
expresa y específicamente sobre el punto en cuestión del tiempo, su medición y el
milenio.
10/12/99 – 11:50
EL TIEMPO
Principiemos expresando que el tempo, del latín tempus, es, al decir de Aristóteles (384–
322 a.C.), la medida entre dos instantes. Expresemos igualmente que el tiempo, la
medición del tiempo, desde otra perspectiva, es una creación humana a sus propios fines
y para su propio servicio, que no es sino el de su trascendencia.
En igual sentido, San Agustín (354-430) en parte de los 22 tomos de “Civitas Dei” (413-
426) acertadamente enseña que el tiempo no tiene significado antes del comienzo del
universo, que es una paradoja inaccesible en sí misma, pero mensurable partiendo del
alma humana y así, recién con la creación del universo por Dios, nace conjuntamente el
tiempo como una propiedad del universo por la creación.
Vemos siempre hacia atrás en el tiempo, el cielo que contemplamos, sus estrellas son
todas imágenes presentes irreales, son una simple visión del pasado. Hechos o hitos
fundamentales son marcas del tiempo, marcas humanas que referencian la medición del
tiempo.
Decir que estamos a los albores del tercer milenio, está implícitamente referenciando que
partimos, para nuestra medición temporal, del hecho o hito histórico del nacimiento de
Cristo, y no en absoluto de otra medición temporal. Hegel George Wilhelm Friedrich,
(1770-1831) admite el tiempo sol o como un desplegamiento del Espíritu, el cual es en sí
mismo, atemporal o eterno.
El tiempo, por otra parte, es una variable que tiene intima relación con otros sucesos,
tales como la luz y el sonido, y así, como medición, podemos decir que sentimos después
de ver, en cuanto a que la velocidad de la luz es superior a la del sonido.
Concebir al tiempo sin el espacio, o viceversa, es imposible, pues sólo cuando ambos se
encuentran en relación es cuando el concepto se torna inteligible. El carácter cíclico y
recurrente del tiempo, desmiente la concepción lineal, uniforme y cuantitativa.
Más allá de los anteriores planteos sobre la existencia previa o no del tiempo al Big Bang,
y en la seguridad de la existencia del tiempo desde la existencia del universo, creemos
que es necesario y conveniente tener una referencia acotada y gráfica del tiempo a efectos
de su comprensión en el estudio del pensamiento humano, fundamentalmente para
poder verificar el nacimiento o inicio de ese “pensamiento humano” dentro de la variante
tiempo.
El pensador japonés Motoo Kimura, (1924) nos da una excelente visión gráfica de todo el
“tiempo” acaecido desde el origen de la tierra, hasta nuestros días. Partimos para ello en
encuadrar los cuatro mil seiscientos millones de años desde la creación de la tierra e
insertar dicha secuencia temporal en otra escala de tiempo, “un año” y para ello
dividimos los cuatro mil seiscientos millones en los doce meses del año, obteniendo
aproximadamente que cada mes contendría o representaría poco más de 383 millones de
años, y cada día, de los 365 días del año representaría algo así como doce millones y
medio de años.
Tratando ahora de encuadrar los acontecimientos del “tiempo” en nuestra nueva escala
anual, nos enseña Kimura que debemos tener como que la tierra aparece el día primero
de enero y el origen de la vida, esa primera célula que en el caldo químico se logra
reproducir a sí misma, aparece sobre el 20 del mes de febrero, los fósiles y las bacterias;
solo dos meses más tarde, esto es sobre finales del mes de abril, transcurriendo una
lenta evolución hasta el 11 de diciembre en que se inicia el reinado de los dinosaurios
que dura solamente hasta el 26 de diciembre, encontrando en esa fecha el nacimiento de
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los mamíferos, también encontramos, previo a la extinción de los dinosaurios, unas
horas antes, el antepasado común del hombre, hace ochenta millones de años, para
llegar al último día de este especial año, el 31 de diciembre en el que sobre las 20 horas
encontramos ya al hombre; a las 23:59:00 horas de ese último día aparece la agricultura,
y a las 23:59:58 horas; es decir, faltando tan solo los dos últimos segundos del año,
recién aparece la ciencia moderna.
Nosotros, hoy, en 1997 debemos estar en el último infinito nanosegundo existente de ese
“tiempo”. Esta secuencia nos puede confundir un poco más, pero nos da una idea
acotada y medida de lo inconmensurable del tiempo, que no es infinito, sino inmedible.
Carl Sagan (1934 – 1996) expone con precisión que el mundo occidental ha tenido una
visión casi provinciana del tiempo por su imposición judeocristiana de los tiempos de la
creación, que no va más allá de unos muy pocos miles de años.
Tan estrecha ha resultado ser la concepción judeocristiana del tiempo, tan provinciana,
más aún, aldeana, que cuando Eusebio, (315 - 370) un cronista cristiano en el 340 d.C.
tuvo que explicar las cronologías de Manetón (siglo III a.C.) realizada en su obra
Aegyptiaca, de los periodos pre – dinásticos de Egipto se vio obligado a expresar que para
los egipcios prehistóricos un año era un ciclo lunar, es decir un mes, por lo que los
24925 años que informa Manetón su cronología los redujo, Eusebio, a tan solo poco más
de 2000 años, lo que entonces sí coincidía y encajaba con precisión en la estrecha
cronología judeocristiana.
Así pues, el hombre es, al decir de Carl Sagan (recientemente fallecido en 1.996) “es un
niño indefenso dejado en una simple canasta al umbral de la tierra, sin ni siquiera una
nota explicativa de quién es, ni de dónde viene”. Ese es nuestro origen, somos un azar de
la evolución, un “algo” que se pudo dar en una reacción genética en nuestra Gaia.
Kimura con precisión matemática asegura que cada 26 millones de años, la Tierra sufre
una extinción masiva por un meteorito, como la sucedida a los dinosaurios, y que la
próxima es a la extinción de nuestra especie.
Si hace tan solo 5 millones de años que apareció el hombre, por lo menos, en nuestra
medición del tiempo, podemos quedarnos tranquilos, faltan poco más de veinte millones
para el nuevo impacto, y con seguridad, sin ser pesimistas, sino sencillamente realistas,
la autodestrucción del hombre habrá extinguido su propia especie antes del meteorito.
Siendo optimistas, y más aún realistas, por los grandes intereses en juego del planeta
tierra, no se lo dejará sucumbir frente a un nuevo impacto, y hay grandes proyectos de
detección de posibles y eventuales impactos, para todos los que se los esperará con una
calurosa bienvenida nuclear. Puede que, en lo profundo de nuestra naturaleza, podamos
llegar al borde, pero ninguna especie está condicionada para el suicidio. En este contexto
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temporal, apareció el hombre y alcanzó el pensamiento, y es a partir de allí que nos
interesa su evolución.
Desde otra óptica, el pensamiento surgió cuando, al decir en un artículo la Lic. Paula
Margules, que desde que el hombre y la mujer dieron el salto cultural sin retorno al
paraíso, para convertirse en seres sociales y se lanzaron a la hazaña de la vida
independiente, descubrieron conceptos nuevos que les produjeron más preguntas que
respuestas y comprendieron, reconociéndose en su propia realidad individual que eran
seres libres.
Finalmente, una última reflexión sobre el tiempo, y es obtenida de Lucio Anneo Séneca (4
a.C.-65 d.C.) en su obra “De la brevedad de la vida” (54 a.C.) donde toca el especial tema
de que la naturaleza: “nos creó para una vida breve ... que transcurre veloz y
rápidamente”. En su análisis, Séneca nos hace ver que: “No es que dispongamos de poco
tiempo, es que perdemos mucho” y en una frase genial expresa: “No somos pobres de
tiempo, somos pródigos”.
Hay un tiempo, pero hay varios tiempos insertos en ese tiempo y si personalizamos hay
infinitos tiempos personales que se referencian en ese tiempo. Tenemos un tiempo
histórico, un tiempo mítico, un tiempo científico, y un tiempo al que deberíamos
denominar Global o contenedor de todos los tiempos. Hubo un tiempo de la creación, y
hubo un tiempo de la evolución, un tiempo simbólico y un tiempo estimado.
Todas las cosmovisiones míticas y religiosas nos hablan de una creación y de un tiempo,
desde los simbólicos siete días de la creación judeocristiana, hasta la creación sucesiva
de los aztecas en sus cinco soles.
El tiempo mítico y religioso es sacralizado, necesariamente debe ser ritualizado; esto es,
un manejo circular y repetible del tiempo, reversible y recuperable como un eterno
presente. En la concepción mítica y religiosa del tiempo, el hombre como único sujeto del
tiempo tiene un camino único de retorno o ascenso, o llegada al reencuentro con su
origen y su creador en donde podrá descansar de su pesada humanidad y sin tiempos en
una recompensada eternidad.
Y así como hay muchos tiempos, no podía escapársele al hombre uniformarlo y crear un
“tiempo oficial”. El tiempo oficial es la uniformidad de un mismo tiempo, o de una misma
medición civil, basado en el tiempo solar y que fue introducido en 1883 por un acuerdo
internacional para evitar complicaciones en que cada lugar pudiera tener su propia hora
solar, y con ello una total distorsión.
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Para esta uniformidad humana se dividió la tierra en 24 husos horarios (cada huso
abarca 15° de longitud) y se creó un meridiano de longitud cero, que arbitrariamente fue
impuesto en el sur de Inglaterra en Greenwich, y así los husos se numeran según su
distancia al este o al oeste de Greenwich, con una diferencia de una hora entre un huso y
el siguiente. El tiempo científico es la medición de sucesos para referenciar hechos y
acontecimientos. Así se determinan unidades de tiempo para, casualmente, poder medir
y encapsular el tiempo, para usarlo como secuencia humana.
Para toda medición del Tiempo, el hombre se referencia en su gran pasión desde sus
orígenes que son los astros, y en especial en los dos mayores astros que vio desde que
inició su paso erguido y que fueron los más reverenciados por el hombre, el sol y la luna,
y de allí surgen conceptos para la medición del tiempo.
AÑO:
El concepto o unidad de tiempo es el “año” y dentro de este hay una gama de variedades
para referenciarlo. En principio, año es el periodo de tiempo que emplea la tierra durante
una revolución real en su órbita alrededor del sol, y teniendo en cuenta que la medida de
ese periodo de “giro” es según el cuerpo celeste empleado como punto de referencia, por
lo que hay distintos y variados valores, existen por ello también varias definiciones del
mismo concepto de unidad del año. El año se cuenta en unidades y fracciones de días.
Otro elemento que debe necesariamente tenerse en cuenta para la medición del tiempo
en cuanto a la unidad “año” es precisamente la precesión de los equinoccios, lo que
obliga a introducir al menos dos conceptos de medición de años diferentes.
El año solar medio o trópico, cósmico es el que podemos definir como el tiempo que
transcurre entre la aparición del sol en el equinoccio de primavera hasta su regreso a ese
mismo lugar, y tiene una duración media de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45.5
segundos. Linealmente, según posteriormente veremos más en detalle, podemos expresar
esa misma duración anual como que el año dura 365.2422 días, o más preciso aún:
365.2421995949074 días
El año sidéreo o sideral es el periodo de tiempo que transcurre desde que el sol eclipsa
una estrella dada hasta que la vuelve a eclipsar; y su duración es de 365 días, 6 horas, 9
minutos y 9.54 segundos, o lo que es lo mismo, 365.2563612 días solares medios. Se
encuentra una diferencia de 20 minutos y 24.04 segundos, entre las mediciones del año
sidéreo y el año solar medio, y ello por la posición variable del equinoccio real de
primavera, que tiene que ver con la Eclíptica y lo que veremos de la precesión.
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El año anomalístico es el periodo de tiempo que transcurre desde el paso de la Tierra por
un punto determinado de su órbita hasta que vuelve a pasar por ese punto, y su
duración es de 365 días, 6 horas, 13 minutos y 53.1 segundos, o lo que es lo mismo, de:
365,2596425 días solares medios.
El año lunar, por su parte, es un periodo de 12 meses lunares que comprende 354 días,
tal como el judío y el musulmán. Año embolismal o lunar es el que se compone de trece
lunaciones, añadiéndose una sobre las doce que consta el año puramente lunar para
ajustar los años lunares con los solares.
Año luz es la unidad de longitud astronómica empleada para medir muy grandes
distancias, esencialmente estelares. A los fines de su comprensión se lo define como que
es igual a la distancia recorrida por la luz en un año solar medio, lo que equivale
aproximadamente a nueve billones y medio de kilómetros, y a un poco menos del tercio
de otra medida utilizada para medir distancias inconmensurables, que es el pársec.
Pársec es la unión de dos palabras utilizadas para la medición estelar, como “paralaje” y
“segundo”. El pársec, como medida humana y por tanto arbitraria y creada al solo efecto
de deflacionar las grandísimas medidas estelares, equivale a 30.86 billones de kilómetros
o en relación con el año luz, es igual a 3.26 años luz. A todo esto, científicamente se ha
determinado que la velocidad de la luz tiene un valor aproximado de 300000 km/s, y con
mayor precisión, su valor real y astronómico es de 299789452 metros por segundo, lo
que hace, convertidos en kilómetros, en una velocidad por segundo de 299789
kilómetros, por lo que un año luz equivale en números redondos a 9.461.000.000.000
kilómetros.
Por su parte, el año civil, o año legal, es la medición humana de ese año cósmico, y que
como veremos ha tenido, tiene y tendrá diferencias que hacen necesarias periódicas
correcciones humanas. Mayores formas de medición humana del año, los hay en relación
con acontecimientos que se consideran religiosos, y así, entre las religiones occidentales
(judeocristiana), encontramos los siguientes
El año cristiano o litúrgico está basado en los hechos que marcan la vida de Cristo y se
inicia con el adviento, que es el tiempo de la venida del mesías, continuando con el
tiempo de la cuaresma, que es el periodo de cuarenta días de penitencia y oración, que
precede al tiempo de pasión, el que a su vez acaba en pascuas y continúa con el tiempo
de Pentecostés. El año sabático es el que, en el calendario judío, tiene lugar cada siete
años y su origen es la necesidad de que el pueblo diera respiro a sus tierras y las dejara
en reposo.
El año de jubileo es el impuesto por el Papa Bonifacio VIII (Benedetto Gaetani) (1235–
1303) (Papa 1294-1303) aquel que instituyó el poder absoluto del pontificado, y que
arrebato el papado a San Celestino V (Pietro da Morrone) (1251–1296), Papa (1294) por el
que determinó que había de celebrarse cada cien años, disminuyéndose su periodo por
otros pontífices que lo fijaron cada 25, 30 o 50 años.
Los judíos tienen igualmente un año jubilar el que se celebra cada siete semanas de
años, es decir cada 49 años. Continuando en este recorrido por la composición humana
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del tiempo, el año, que es la unidad que integra las conjunciones mayores de décadas,
siglos y milenios, se integra a su vez de meses y estos de semanas y días, y finalmente
estas de horas y segundos.
Mes:
El mes es la unidad divisible del año, y científicamente es el intervalo que media entre
dos lunas, siendo la medición científica de 29 días, 12 horas 44 minutos y 2,8 segundos.
Por su parte la medición civil del mes es totalmente arbitraria con un promedio de treinta
días por unidad mensual.
No podemos consignar lo expresado sin decir a su vez, aún saliéndonos del tema en
especial, que la intolerancia religiosa, el mayor agente activo de la involución de nuestra
civilización, y este comprensible de la tríada semítica (judeocristiano – islámica) fue la
que impuso culturalmente el tabú y la anatematización de toda exteriorización y
manifestación sexual, máxime de las mujeres, quizás el origen de lo que hoy
consideramos mujer objeto.
Así, el mes anomalístico es el intervalo que transcurre entre dos pasos consecutivos de la
luna por un ápside de su órbita y dura 25d - 13h - 18m - 37s.
El mes draconítico es el intervalo que transcurre entre dos pasos consecutivos de la luna
por el nodo ascendente de su órbita. Dura 27d - 5h - 5m - 36s.
El mes sidéreo es el intervalo que separa dos conjunciones consecutivas de la luna con la
misma estrella. Dura 27d - 7h - 43m - 11s.
El mes sinódico es el intervalo que media entre dos entradas sucesivas de la luna en la
misma fase. Dura 29d - 12h - 44m - 3s.
El mes civil o legal es el período de treinta días, y el mes de calendario, es de 30 y 31 con
un mes de 28 o 29 días.
DÍA:
El mes, con toda su variedad está esencialmente integrado por días, y esta es su unidad.
El día, sin llegar a una definición científica, es el periodo de tiempo utilizado por la tierra
para girar en torno a su propio eje.
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Como todo es relativo, como todo es diverso, como nada es absoluto, pese a la innata
intención humana de uniformarlo todo, también en cuanto al día su medición dependerá
respecto a qué o quién se tome como referencia, y así, lo será más corto o largo según se
referencie con el sol o con otra estrella.
También, entre pasos sucesivos del sol por el mismo meridiano la longitud del día no
será la misma a lo largo de todo un periodo anual, llegándose a detectar diferencias de
duración de un día en las distintas estaciones que pueden llegar a ser de 16 minutos. El
día sidéreo es el tiempo que emplea la tierra en realizar un giro en relación con una
estrella, y es 4 minutos más corto que el día solar medio. El día solar es el intervalo de
tiempo entre dos pasos sucesivos del sol por el meridiano, y, para mayor complicación,
tiene una duración distinta según la época del año y ello debido a la variación de la
velocidad de la tierra en su órbita.
Para tratar de evitar distorsiones civiles, el hombre uniformó sus medidas y tomó para el
día, la media del día solar a lo largo de un año, y así se emplea para todos los fines
legales y civiles en que sin atención a épocas, órbita y velocidad todos los tipos de día son
exactamente iguales y se dividen exactamente en 24 horas, permitiéndose solo la
variación dentro del mismo día de su transcurso; es decir, inicio, día y noche,
denominándose comúnmente día al periodo de luz natural entre el amanecer y el ocaso, y
noche al de oscuridad.
Quizás por una cuestión simple de observación, en la antigüedad, entre los babilónicos,
el día comenzaba con la salida del sol, para los atenienses y los judíos, por su parte, el
inicio era con la puesta del sol. Actual, civil y occidentalmente, el día principia con la
medianoche del horario local; el día astronómico hasta hace poco comenzaba a mediodía.
Julio César, (12 de julio del año 100 a.C.–44 a.C.) impuso el inicio al mediodía de su día
juliano. En el calendario romano, se dividían los días en Festi y Profesti, así como en días
Fasti y Nefasti, e iniciaron el concepto de días Feriae.
HORA:
El día como unidad del mes está a su vez integrado por la hora que es una unidad de
tiempo que es igual a una veinticuatroava parte de un día astronómico. Así como para
las otras medidas, se repite también aquí la diferencia entre la hora solar y la hora
sidérea, que se corresponden al día solar y al día sidéreo respectivamente. La hora solar
que es la empleada actualmente tiene como particularidad que permanece constante a lo
largo del año, y ello simplemente por una convención civil a los fines de la medición civil
del tiempo.
Encontramos que antes del siglo XVIII, la hora no era constante por cuanto se
consideraba como tal a la doceava parte del periodo comprendido entre la salida y la
puesta de sol, por lo que variaba con cada una de las estaciones. La hora sidérea es una
unidad de tiempo solo empleada por los astrónomos, y es 9.83 segundos más breve que
la hora solar.
MINUTO:
SEGUNDO:
SEMANA:
Hemos dejado para el final de estas consideraciones sobre las unidades del tiempo, a la
semana, del latín, septimana, por cuanto, fundamentalmente es una medida totalmente
humana y, por tanto, arbitraria. Actualmente la semana es un periodo de tiempo de siete
días, sin que ello haya sido siempre así y constante. El origen de esta división temporal
dentro de la unidad “mes” y comprendiendo a la unidad “día” es hebreo o caldeo.
Los romanos, en cambio, tenían también una división del mes en semanas, pero estas
estaban formadas por un periodo de ocho días y ello hasta el año 303, cuando debió
reformularse dicha medida en atención al reconocimiento oficial, por el imperio, de la
religión cristiana como religión oficial. Los mayas, por su parte, en su calendario,
integraban las semanas con trece días.
La semana tiene también que ver con el día del descanso, del señor, del reposo, o del
inicio de la misma, y así, de acuerdo con cada religión encontramos un día de descanso o
dedicado al Señor, y es el domingo para los cristianos, el sábado para los judíos y el
viernes para los musulmanes.
LA PRECESIÓN.
Ese mismo plano estelar por el que aparentemente realiza su trayectoria anual el sol
mide 360 grados y cada una de las doce casas o constelaciones que va transitando el sol,
ocupa en una distribución proporcional, 30º. Astronómicamente cada grado (º), al igual
que la hora, se subdivide a su vez en sesenta (60) minutos (’) y cada minuto en sesenta
segundos (’’).
Para comprender la precesión, debemos tener presente que la tierra gira sobre su propio
eje cada 24 horas, dando así lugar al día y a la noche, y a su vez gira sobre el sol en una
órbita elíptica al cabo de un año y prueba de esa trayectoria orbital son las estaciones
que aparentemente el sol visita en los equinoccios (otoño y primavera) y en los solsticios
(invierno y verano). El término solsticio significa “sol inmóvil” y es el punto de la eclíptica
en el que el sol está en el punto más alejado del Ecuador celeste.
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Encontramos el solsticio de verano donde el día es el más largo del año y el sol alcanza
ese punto el 21 de junio en el hemisferio norte; el 21 de diciembre en el sur, y el solsticio
de invierno, en donde el día es el más corto del año, y en donde el sol alcanza ese punto,
el 22 de diciembre en el norte y el 22 de junio en el sur.
Debido a los diversos giros que hace la tierra, sea sobre su propio eje en forma diaria, sea
en un ciclo anual sobre el sol, y sea en relación a la oblicuidad de la eclíptica provoca que
el fondo sobre el que aparentemente se levanta o “sale” el sol vaya cambiando y se vaya
desplazando muy lentamente por no ser ni perfecto ni circular ninguno de los giros
terrestres, y así, realizándose las observaciones sobre el hemisferio norte en el punto
invernal el 21 de junio, se observa que el sol “sale” en la casa o constelación de Piscis, y
que lentamente se va desplazando a la casa o constelación de Acuario.
Retrotrayendo las aparentes salidas del sol, y considerando arbitrariamente que estamos
al final de Piscis, observamos que desde el siglo I a.C. hasta la actualidad ha sido la era
de Piscis, siendo la de Aries desde el 2300 a.C. hasta el siglo I a.C. la de Tauro desde el
4450 a.C. hasta el 2300 a.C. la de Géminis desde el 6500 a.C. la de Cáncer desde el 8700
a.C. y la de Leo desde el 10800 a.C.
Finalmente, y a los fines de su relación con el tiempo y su medición vemos que hay
registros de que la precesión fue descubierta por Hiparco de Nicea (150 a.C.) un
astrónomo y matemático griego que se basó en sus propios estudios y observaciones y en
observaciones detalladas dejadas por Timocaris de Alejandría (320 a.C.) que a su vez se
basaba en observaciones más antiguas aún.
Este astrónomo griego que murió en Rodas determinó el valor del movimiento precesional
en 45’’ (segundos de arco) y la ciencia actual lo considera en 50.274 segundos de arco,
por lo que es verdaderamente asombroso el cálculo antiguo, y más asombroso aún, al
poder luego verificar que esos números precesionales eran ya del conocimiento de las
antiguas civilizaciones egipcias, mesoamericanas y de muchísimas más según sus relatos
mitológicos.
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EL CALENDARIO
El hombre en su inacabado apetito por dominar todo, por creer ser el Amo del Universo,
y por creerse en su condición de ser un Ser superior, por haber sido así dotado por la
creación o por la evolución, no podía dejar de tener su dominio, su aprehensión del
tiempo, debía dominarlo, tenerlo bajo control, hacer del tiempo un instrumento de sus
fines, y así lo hizo, lo encapsuló en una medición entre religiosa, científica y astrológica
que llamo calendario, para medir su propio tiempo y dejar constancia de su paso por el
espacio.
Tan arbitrario, tan humano es todo calendario que ha sido siempre base de equívocos e
imprecisiones, así como de conceptos o referencias que no se corresponden como la de
llamar décimo mes (diciembre) al décimo segundo y ultimo mes del año, o como, para
quienes recuerdan y celebran en noviembre el aniversario de la famosa revolución rusa
de octubre.
Desde ese contemplar pasivo y absorto el universo y desde ese observar y, a lo largo,
detectar la repetición de ciclos a los que luego llamaría estaciones, se propuso su
dominio y conocimiento, y para ello, como una constante en todas las civilizaciones, ideó
en el calendario, un instrumento donde dominar y acotar el tiempo.
La medición del tiempo, así como la invención de la rueda y el descubrimiento del fuego
fueron las mayores conquistas del hombre desde los albores de sus orígenes; y son, a no
dudarlo, las conquistas más antiguas de la humanidad y las manifestaciones concretas
del paso evolutivo que fueron base y sustrato para su evolución.
Para la observación estelar los Caldeos al igual que la mayoría de los pueblos de la
antigüedad, utilizaban un Gnomon que era una varilla de madera que clavaban en el
suelo y marcaban y registraban los cambios de su sombra. Los egipcios tenían como
instrumento el Merjet o “vara del observador de las horas” que era una vara de palma con
una comisura en “V” en la parte superior.
Mitos y Misterios:
El Universo, como hemos visto, fue, desde los más remotos y desconocidos orígenes la
pasión de todos los tiempos. Somos literal y materialmente “polvo cósmico” - “polvo de
estrellas” y ello era sabido, consciente o inconscientemente por aquellos primeros
hombres y por ello, su pasión desbordada de conocer, con aún mayor precisión que
nosotros, el cielo, el Universo, y el interrogarse: de dónde venimos y qué somos.
Han sido encontrados restos fósiles de hongos y bacterias en un meteorito que chocó
contra la Tierra hace más de 4500 millones de años; es decir, antes del surgimiento
oficial de la vida en nuestro planeta, lo que equivaldría a sostener que pudo haber un
origen extraterrestre de la vida y que aquel “caldo” bien pudo formarse con materia
extraterrestre. Así, por lo pronto, lo han admitido técnicos e investigadores de un
proyecto ruso norteamericano, entre ellos, Alexei Rozanov, investigador ruso del Instituto
de Paleontología de Rusia.
Las primeras y perdidas civilizaciones eran quizás más conscientes que nosotros y
asumían la insignificancia de la presencia humana en lo inconmensurable del Universo.
Se sabían parte del universo, se sabían parte de Gea, súbditos y no “Dominus” de ella.
El primer asombro del hombre fue el cielo, el universo, verse y sentirse insignificante en
un mundo dentro de un universo ininteligible. El primer asombro del hombre fue el
inconsciente mirar hacia arriba como lo superior, como el desconocido origen de sí
mismo.
Los primeros pensadores, por todo ello fueron llamados Astrónomos, puesto que eran los
que observaban, se asombraban y estudiaban el firmamento y las estrellas, y por ello, tal
como dijimos, su nombre deriva de “Astron” que para los antiguos griegos eran las
estrellas y “Homos” que es el hombre, de allí, Astron – Homos.
Astrónomos, pensadores, filósofos y científicos, que en los inicios eran la misma cosa, se
preguntaban sobre el origen y destino del Universo, y aún hoy, filósofos y científicos, ya
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diferenciados en sus ciencias, continúan en el mismo interrogante, sin poder haber
arribado a una conclusión definitiva, sino simplemente creíble.
El universo y la tierra eran desde antiguo tema de los filósofos, y así en el 340 a.C.
Aristóteles sostenía en su obra “De los Cielos” que la tierra era una esfera redonda y no
una plataforma plana.
Tanta fue la pasión por los cielos de las que conocemos como primeras civilizaciones, que
verdaderamente llama la atención sus avanzados conocimientos estelares, por una parte,
y la terrible o aparente contradicción entre aquellos avanzadísimos conocimientos y su
carencia de otros quizás muchísimos más elementales.
Llama la atención que los Caldeos representaran a Nisroch (el planeta Saturno) envuelto
en un anillo, cuando a simple vista es imposible observar el anillo de ese planeta.
Llama la atención las revelaciones del pueblo Dogon en África, que viven en el actual
estado de Malí y que de acuerdo con sus relatos conocen la existencia del sistema de
Sirio en el que basan sus creencias religiosas. Conocen desde sus orígenes que Sirio es
un conjunto estelar compuesto, según recientemente lo ha confirmado la astronomía
moderna, de Sirio A, Sirio B y Sirio C, siendo “B” y “C” completamente invisibles a la vista
humana, y que sin embargo era sabida su existencia y demás datos constitutivos de esos
cuerpos celestes por ese pueblo africano hace miles de años.
Las revelaciones de los misterios de los dogones se hicieron públicas en este siglo a raíz
de las profundas investigaciones de los antropólogos franceses Marcel Griaule y
Germaine Dieterlen, según la apasionante historia e investigación de Robert Temple en
“El misterio de sirio” (1976). Oficialmente, no hay explicación alguna en la actualidad que
de una razonable versión de lo inexplicable del conocimiento estelar del pueblo Dogon,
salvo la de la admitir la existencia de un contacto interestelar.
No solo llama la atención, sino al decir de José Álvarez López, en su muy apasionante “El
enigma de las pirámides” (1965) sorprende a los científicos modernos la exactitud de las
observaciones y mediciones efectuadas por los pueblos antiguos, y máxime cuando,
según el autor citado, Newton debió postergar por veinte años su estudio de la teoría de
la gravitación universal por no contar en su tiempo con una medida del meridiano
terrestre con errores inferiores al 10%, cuando Eratóstenes (220 a.C.) había calculado ya
la longitud del meridiano en 36690 kilómetros, con un error menor al 1% de acuerdo con
las mediciones científicas actuales
Los babilonios habían calculado el movimiento diario de la luna en 13º 10’ y 35’’ esto es
con una asombrosa perfección con un error actual del 1%, máxime si se tiene en cuenta
que aparentemente dicha civilización carecía de elementos ópticos que permitieran esa
precisa observación.
Los mayas, por su parte, entre otras muchas observaciones asombrosas, habían
determinado la revolución sinódica de la luna en 29.528395 días, siendo el valor actual
admitido de 29.530588 días, así como el valor del año en 365.2420 días, cuando el valor
actual es de 365.2421 días.
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No conociendo ni la antigua Grecia ni Roma el valor y el concepto abstracto del cero y el
valor de la posición de las cifras, era ya, sin embargo, conocido por los mayas.
Podríamos, y es verdaderamente apasionante, continuar en este listado e inventario de
conocimientos asombrosos de todos esos pueblos, y podríamos también observar sus
incomprensibles contradicciones que hacen dudar de la originalidad de sus
conocimientos.
¿Es posible que los Mayas y los egipcios pudieran tener todos los conocimientos
descriptos y muchísimos más, y que, sin embargo, no hubieran descubierto la rueda?
Quizás no hay contradicción alguna y simplemente hayan sido esos pueblos, unos
simples pueblos normales y en gradual y lenta evolución que fueron los depositarios o
herederos de una civilización más antigua, o de conocimientos legados de contactos
estelares.
Quizás fueron conocedores del Tiempo, de sus inicios y de sus fines y quizás hayan
pretendido transmitirnos ese fatal mensaje, y quizás no estemos dispuestos nosotros a
entenderlo.
Todos los pueblos de la más remota antigüedad han tratado de hacernos llegar su
mensaje, sus historias, y para ello, los relatos y leyendas a través de la Mitología y su
danza de números como un idioma universal que pueda ser entendido intemporalmente.
Quizás no sea de ellos la culpa como emisores de un mensaje para nosotros ininteligible,
seremos nosotros los que no somos capaces o dispuestos a asumirlo.
Los Mayas nos han trasmitido su verdad de cómo y de donde habían obtenido sus
avanzadísimos conocimientos, y ello, nos lo dicen claramente en el Popol Vuh, que le
había sido entregado por los Primeros Hombres, aquellos que eran los descendientes de
Quetzalcóatl, un hombre blanco, alto y barbado, cuyos hijos fueron: Balam Quitzé
(Jaguar de dulce sonrisa), Balam Akab (Jaguar de la noche), Mahucutah (el hombre
distinguido) e Iqui Balam (Jaguar de la Luna). Expresamente se puede leer del Popol Vuh
respecto a estos seres “dotados de inteligencia” que “veían y eran capaces de ver a lo lejos
... exploraron las cuatro esquinas, los cuatro puntos de la bóveda celeste, y la faz
redonda de la tierra.”
Los Incas por su parte nos cuentan que “luego de la gran inundación” y dentro del caos y
las desgracias “apareció de forma inesperada un hombre blanco y barbado que procedía
del sur” ese hombre era Viracocha, que significa “la espuma del mar” y era un hombre
“de gran estatura. ... Poseía tal poder que transformó las colinas en valles ... este hombre
recorrió la ruta hacia el norte y jamás volvieron a verlo.”
Otros relatos de los Andes dan cuenta del rey Thunupa que habitaba el lago Titicaca, y
que era “un hombre blanco, de augusta presencia, ojos azules y barba.” Thunupa
apareció en el Altiplano “con cinco discípulos y enseñó contra el vicio, la poligamia y la
guerra.”
Osiris, el Dios más reverenciado de los egipcios, le dio a su pueblo, de acuerdo con las
crónicas de Plutarco, todos los conocimientos necesarios, abolió el canibalismo y el
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sacrificio humano, y luego recorrió el mundo para transmitir las bondades del
conocimiento.
Platón (428 a.C. – 347 a.C.) nos habla en el Critias y en el Timeo de la existencia de la
Atlántida, y se refiere a ello por información recibida de Solón, (638 – 559 a.C.), el sabio
estadista ateniense, uno de los siete sabios de Grecia, a quien a su vez le había sido
contada la historia por un alto sacerdote egipcio detallando la majestuosidad de dicha
civilización y referenciando el tiempo en que se habría desarrollado, que era, a ese
tiempo, más de 9500 años.
La Atlántida es referenciada actualmente y en forma oficial, como una fantasía, así como
también lo son las referencias de egipcios, sumerios, caldeos y babilonios respecto al
hombre pez, o anfibio, sea el Oannes, “el señor de las olas” Musari, o Annedoti o el
Nommo identificado con el dios Ea o Enki, a todos quienes se les atribuía un papel
civilizador.
Berroso, el caldeo, ha dejado escritos propios sobre estos “civilizadores” así como escritos
referenciados por otros historiadores como Apolodoro, al igual que por Abideno, en todos
los cuales se cuenta como Oannes transmitió a los hombres “conocimientos de letras y
ciencias y todas las artes, ... les explicó los principios de la geometría ... les enseño toda
suerte de conocimientos que tendían a humanizar a la humanidad.”
Otro historiador griego, Alejandro Polihistor de Mileto (150 a.C.) también describe como
anfibios a los fundadores de la civilización sumeria. Pero no solamente en esa parte hay
referencias anfibias del hombre, o, en especial, de algunos y especiales hombres, en las
civilizaciones mesoamericanas y andinas, también encontramos otras referencias.
Se ignoran estas revelaciones reales existentes, así como se ignora y se pretende negar
las dataciones de las pirámides de Gizeh y de la Esfinge en aproximadamente 12500
años, como que también se rechaza sin argumento valedero la datación de Arthur
Posnansky, un investigador germano boliviano sobre Tiahuanaco y Kalassaya con una
antigüedad de más de quince mil años.
Misterios y más misterios, mitos y misterios que tienen que ver con el tiempo, que tienen
que ver con nuestra historia real no comprendida o no aceptada, o no reconocida, y que
escapan a este trabajo, mereciendo uno especial, son entre otros muchos, la Piedra de
Ica, Chichén Itzá, el templo de Angkor en Camboya.
No solo todo el misterio de Stonehenge sino también los “tótems” de madera encontrados
en la zona y de mayor antigüedad aún. La enorme plataforma de piedra construida en
homenaje al dios del sol Helios para posar su “carruaje de fuego” en el Líbano, en
Baalbek, en tiempos remotos con piedras de cientos de toneladas que, por su peso, sería
casi imposible actualmente colocar esas rocas en donde se encuentran. Los misterios en
Perú de las líneas de Nazca, que solo pueden ser observadas correctamente desde el aire.
Muchos, muchísimos más mitos y misterios deben ser develados, pero deben ser
inicialmente aceptados como tales y no ser rechazados considerando que son “simples
coincidencias.”
¿Son los egipcios, los antiguos egipcios, los Olmecas y Mayas, los descendientes de los
Atlantes?
¿Tuvieron esas antiguas civilizaciones acceso a los elevados conocimientos de una
civilización perdida?
¿Obtuvieron los antiguos egipcios, olmecas, mayas, dogones, hotis sus elevados
conocimientos por el acceso o contactos extraterrestres interestelares?
Grandes y apasionados autores tratan todos estos y otros misterios, entre ellos merecen
además de los autores y obras ya referenciados en este trabajo, los de Robert Bauval y
Adrian G. Gilbert en “El misterio de Orión” (1994), así como de Robert Bauval y Maurice
M. Cotterell en “Las profecías Mayas” (1996) y “La huella de los Dioses” (1998) por
Graham Hancock.
Otros grandes investigadores en especial sobre los misterios de Egipto y que merecen mi
expreso reconocimiento por su inapreciable ayuda, son “mis amigos de Internet” en la
página web de piramidología, en especial, y con ello comprensible de todos los co-listeros,
de Manuel José Delgado, David Martínez y Manuel Rodríguez.
El primer “Astro” que les sirvió a los fines de la medición del tiempo, fue la luna, y luego
el sol, y así nacieron los calendarios lunares y calendarios solares como instrumentos o
medios de medir el tiempo. Se llamó “año” al trascurso de todo un ciclo y al inicio de la
repetición de un mismo acontecimiento estelar o astral. Ante todo, y a los efectos de los
análisis evolutivos, debemos previamente conceptualizar lo que entendemos por “año”.
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Igualmente debemos expresar que la medición del tiempo es una medida humana y por
tanto arbitraria. Arbitraria en el sentido que es el propio hombre el que fija la referencia o
comparación para la medición, y así como para el tiempo se ha decidido referenciar la
relación tierra-sol, podría haberse definido otra muy distinta, y de todas maneras válida
para la medición humana. Toda medición humana es una medida comparativa, y la
medición del tiempo no escapa a esa regla.
El hombre definió y caracterizó como “año” una unidad de medida de tiempo que es el
periodo que tarda nuestro planeta Tierra en completar una órbita entera alrededor del
sol, cuya duración es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45.5 segundos.
También el hombre referenció el tiempo en relación con la luna, a los ciclos lunares y
para ello calculó y determinó la duración de un ciclo o mes lunar que es de 29 días, 12
horas y 44 minutos. Linealmente el mes lunar y de acuerdo con las investigaciones
realizadas por el astrónomo inglés Joseph Norman Lockyer (1836–1920), creador de la
revista Nature y fundador del Museo de Ciencias en Londres, había determinado en el
siglo pasado, la duración astronómica del mes lunar en 21.530588715 días.
Comparativamente, un año de 12 meses lunares es 11 días más corto que un año solar.
Así definida, la unidad “año” partiendo de una visión astrológica, toda medición humana
debe tratar de ajustarse lo más exactamente posible a ese perfil y definición. Ese fue el
desafío de todas las civilizaciones desde que el hombre acometió el proyecto de dominar
no solo el planeta sino el tiempo como medición y como memoria de su tránsito.
Atento a que la concepción del tiempo se mide por la órbita de la tierra alrededor del sol,
la medición es, técnicamente una medición astronómica, o lo que podríamos denominar
un año astronómico, que, como podrá apreciarse a través de la historia del hombre, no
hay coincidencia exacta entre su medición, civil o humana, con la técnica o astronómica.
Las pacientes vigías de los primeros y antiguos astrónomos desde el origen de todas las
civilizaciones, sus observaciones y registraciones, detectaron el ciclo de las estaciones, el
cambio de los climas, dieron las pautas de las repeticiones de los acontecimientos, los
que fueron fijados como ciclos y la unidad y la regularidad de estos como años. Hoy
decimos que el año es la rotación de la tierra alrededor del sol. Hoy aceptamos, sin duda
alguna, la posición copernicana de que el sol es el centro del sistema y que la tierra gira
alrededor de él.
Esa concepción heliocéntrica también fue aceptada por los primeros pensadores jonicos
naturalistas y contrariada por los pensadores griegos, especialmente por Aristóteles,
marcando la mayor involución cultural y científica de la historia de la humanidad.
Dicha involución, que le costo a la humanidad más de quince siglos de atraso, fue
sostenida científicamente por Claudio Ptolomeo, (87–170 A.D.) y con tal andamiaje
científico–filosófico, el “sistema ptolemaico–aristotélico” fue adoptado como verdad
indiscutible, manteniéndose a fuerza de inquisición por la Iglesia católica.
Aristóteles tenía una visión estática del mundo, de la evolución y de la naturaleza, y fue
la que le dio sustento intelectual al cristianismo en la elaboración científica de su
cosmovisión. Aristóteles sostenía, por cierto, que la tierra era el centro del universo y
que, tanto el sol como los distintos planetas y estrellas giraban a su alrededor.
Toda la culpa o responsabilidad por ese error no puede atribuírsele solo a Aristóteles, por
el contrario, se equivocó en eso como se equivocó igualmente en muchas otras cosas,
entre ellas en la consideración social de las mujeres.
No debe tampoco considerarse que era una constante de su tiempo por cuanto otros
pensadores contemporáneos suyos ya advertían la posición heliocéntrica (de Helios, sol–
centro) Filolao de Crotona (350 a.C.), Heráclides del Ponto (388 – 310 a.C.), Aristarco de
Samos (310–250 a.C.) y otros.
La posición de PTolomeo, ahora la posición oficial de la Iglesia católica y del papado, fue
cuestionada por pensadores y sólidos científicos con argumentaciones y comprobaciones,
sin que nada hiciera mella en la intransigente posición pontificia.
Tres mil años antes que el propio Aristarco, la posición heliocéntrica ya era sostenida por
los astrónomos egipcios. También 5000 años antes de nuestra actual era, los pueblos de
Mesoamérica, en especial los olmecas y con posterioridad los mayas, concebían y
entendían la posición heliocéntrica.
El error de Copérnico fue el cálculo sobre órbitas circulares, lo que se corrigió con
Johannes Kepler (1571–1630), quien en sus obras “Mysterium cosmographicum” en 1596;
“Astronomia nova” en 1609; “Dioptrik” en 1611; “Harmonices mundi” en 1619; y con sus
“Tablas rudolfinas” de 1627 da las primeras leyes científicas del movimiento planetario y
precisa el movimiento de los planetas en órbitas elípticas y no circulares. Kepler permite
con sus correcciones a Copérnico, que la teoría heliocéntrica sea científicamente
demostrable.
Galileo Galilei (1564–1642) continúa la obra de Copérnico y en su “Diálogo sobre los dos
máximos sistemas del mundo” de 1632, en donde expone y enfrenta la posición
ptolemaica con la copernicana, lo que le vale comparecer ante la Santa Inquisición y el
tener que abjurar públicamente de su verdad científica, so pena de ser castigado con la
pena capital.
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Giordano Bruno, (1548–1600) uno de los primeros científicos y pensadores que se atrevió
abiertamente a sostener la equivocación del planteo aristotélico ptolomista de la Tierra
como centro del universo y de la inmutabilidad de las especies y de la creación, fue literal
y salvajemente muerto en una pira incendiaria encendida en el año 1600, por la
autoproclamada Santa Inquisición, pretendiendo hacerlo en nombre de un dogma de fe,
en nombre del Señor y de la verdad religiosa, la única verdad revelada.
“Hereje” llegaría a decir con total sabiduría William Shakespeare, (1564–1616) “no es el
que arde en la hoguera, es el que la enciende”. O al decir de Denis Diderot (1713–1784):
“No hay más que un paso del fanatismo a la barbarie”; y el hombre está
permanentemente dispuesto a cruzarlo con total irresponsabilidad en nombre de la
defensa de lo que dice son sus verdades.
Los dogmas y los fanatismos son, al decir de Karl R. Popper, (1902 – 1994)) en su libro
“La sociedad abierta y sus enemigos” (1945) todas formas de historicismo con el que se
pretende condicionar la libertad humana. Se debió llegar a Isaac Newton para que con la
formulación de la ley de la gravedad se pudieran explicar los movimientos de los cuerpos
celestes y con ello asentar científicamente con su obra “Philosophiae naturalis principia
mathematica” publicada en el año 1687.
Los pueblos antiguos calculaban y medían al “mes” como el tiempo transcurrido entre
dos lunas llenas, o el número de días necesarios para que la luna circunde la tierra (29.5
días). La medición del tiempo relacionando la tierra con la luna, dio lugar a lo que se
conoce como calendario lunar, con base en un mes lunar o sinódico, que daba lugar a un
año lunar de 354 días. Este año así resultante era 11 días más corto que un año solar.
Tenemos ya como unidades del año, los días y los meses, y se incorporó como una
subdivisión más, “la semana” como una unidad que comprende una cantidad fija de días.
La semana fue un aporte cultural de la tradición judeocristiana que disponía descansar
del trabajo cada siete días. La semana no tiene sentido astrológico ni científico, ni está
basada en la observación de fenómenos naturales, sino es meramente de carácter
religioso.
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En el calendario gregoriano, hoy conocido, los días de la semana adoptaron nombres
planetarios dados por los romanos, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno, y
el séptimo día adoptó el nombre religioso del Dominus. Cada civilización tenía su forma
de medir el tiempo, tenia o había adoptado un calendario, y en los primeros tiempos era
más normal y usual el lunar que el solar.
Los primeros años, comparando los años lunares con los astronómicos, eran fatalmente
imperfectos, los calendarios humanos estaban basados en los ciclos lunares y estos no
coincidían con los años astronómicos. Como el calendario era una creación humana, el
propio hombre se dio la tarea de ir corrigiendo su creación a medida que esta fallaba
ostensiblemente.
Así fue como las primeras civilizaciones, con su medición lunar, pronto pudieron
observar que había grandes diferencias al cabo de periodos de tiempo entre la repetición
de los ciclos contemplados y sus anotaciones, por lo que se vieron obligados a introducir
un remedio humano para ajustar las fechas y para ello nada mejor que el expediente
simple de agregar o suprimir días y meses, para que así hubiera una coincidencia entre
los fenómenos naturales con las fechas civiles.
Haciendo una breve repasada por las mediciones de los antiguos, observamos que no
hubo pueblo o civilización que careciera de su método de medir el tiempo y de tener su
propio calendario, por lo que luego del análisis de los principales sistemas, procederemos
a breves comentarios de diversos “Calendarios”
Por su Imperium, César estableció su propio calendario, el “juliano” que fue el primer
calendario aceptable y razonablemente preciso adoptado por los romanos, determinando
un año, lo más cercano para la época, al año astronómico. Julio César por intermedio de
Sosígenes simplemente adoptó y corrigió el antiquísimo calendario egipcio del año 4245
a.C. que contenía muchísimos menos errores y desfasajes que el existente a esa fecha en
Roma.
No era un problema menor para Julio César, el que se había suscitado en esa época, era
un verdadero problema para Roma, pues había toda una anarquía en la medición del
tiempo, y ello debido a que el calendario de Roma era el calendario imperante en todo el
mundo occidental civilizado.
Otra de las particularidades del año era que se iniciaba en marzo, seguido de abril, mayo,
junio, y luego los meses, quinto (Quintilis), sexto (Sextilis), séptimo (septiembre), octavo
(octubre), noveno (noviembre), y décimo, (diciembre). Con posterioridad, en el siglo VII
a.C. se adicionaron para la adecuación a la realidad, dos meses más, que fueron
denominados enero y febrero.
Luego de las modificaciones realizadas por Julio César al calendario, y una vez asumido
en el poder su sobrino nieto como Imperator, Octavio César Augusto (63 a.C.–14 d.C.),
que había sucedido a Julio César y era, a la postre, el primer emperador romano (27
a.C.–14 d.C.), ordenó en el año 8 a.C. la substitución del mes de Quintilus como mes de
julio, y ello en obvio homenaje a Julio César, y del mes de Sextilis por el mes de
Augustus, en su propio honor.
Los meses estaban dedicados a la veneración de sus Dioses, y así enero, que aunque la
traducción castellana no se compadece con el nombre latino, estaba dedicado a Janus,
que era el Dios de las dos caras; febrero en veneración del Dios romano Febo, el Dios Sol
romano, similar al Helios griego; marzo en obvia alusión al Dios de la guerra Marte; abril,
al parecer lo fue por el inicio de la primavera del latín Aperia; mayo, sin precisión, pudo
serlo en veneración a Maia la diosa de la primavera o bien en homenaje a los grandes
“Maiores” de la Patria romana, y junio, sin duda a Juno, la Diosa romana, mujer y
hermana de Júpiter, madre de Ares, reina de los dioses, y protectora de las mujeres.
El me de julio fue denominado así, como hemos expresado, en homenaje a Julio Cesar,
en reemplazo del mes Quintilus, que era el mes de su nacimiento en el 100 a.C. y agosto,
en homenaje a Octavio César Augusto, en reemplazo de sextilis. Un dato anecdótico es
que al mes de Agustus le correspondía en la secuencia, treinta días y, sin embargo, no
pudiendo ser menos que el de Julius, se le arrebató un día al indefenso febrero, que
quedó como variable de ajuste, venido a menos con solo 28 unidades. Quedó solamente
el desfasaje semántico de denominar séptimo al noveno mes (septiembre) así como octavo
al décimo (octubre), noveno al undécimo (noviembre) y décimo al duodécimo (diciembre)
Julio César decretó la caducidad del uso del calendario romano y de todos los
calendarios lunares e impuso para todo el uso universal (Roma era el mundo) del
calendario solar, -adaptado de los egipcios- al que no dudó en decretar que se lo
denominara como juliano en su honor.
Mantuvo Julio César el inicio del cómputo del calendario romano que había tomado como
punto de partida, lógicamente el año de fundación de Roma, como año I. El calendario
juliano también estableció el orden de los meses, manteniendo los doce del calendario
romano, y el orden de los días de la semana, cambiando su método, lo que se mantiene
casi inalterable en la actualidad.
Ese desfasaje de un cuarto de día por año lo solucionó Sosígenes introduciendo un día
cada cuatro años. Originalmente, ese “nuevo día” fue introducido en el mes de febrero y
precisamente no como día “29” sino como una duplicación de un día ya existente, el 24,
con lo que febrero tenía cada cuatro años un día duplicado, y era conocido como “sextus
calendar martias”; es decir, el sexto día antes de marzo, que era cuando históricamente
se iniciaba el año romano. Por ser duplicación ese “día 24” se le llamó “bis–sextus
calendar martiar” y de allí, de “bis–sextus” el origen del vocablo bisiesto.
Quedó así el error o diferencia entre el juliano y el astronómico, de apenas poco menos de
12 minutos, lo que es verdaderamente asombroso para un cálculo realizado hace más de
dos mil años, y más asombroso aún si consideramos que ese cálculo estaba ya realizado
4500 a.C. lo que significa un conocimiento de esa magnitud hace 6500 años.
El calendario juliano fue un calendario muchísimo más exacto que el anterior romano, y
fue impuesto cultural y militarmente por Roma a todo el mundo, comenzando su vigencia
a partir del primero de enero del año 708 de Roma, que pasaría a ser el año 45 a.C. Ese
primer año del calendario juliano tendría como particularidad especial y llamativa que
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contaría excepcionalmente, y por única vez, con 455 días, es decir con 90 más de un año
normal, y ello para ajustar el devenir civil con el astronómico.
La reforma juliana hizo retrotraer el inicio del año al mes de enero desplazando así a
marzo y adoptando como costumbre una fiesta de posesión en enero por los
emperadores, como festejo por el inicio de un nuevo año. Con el tiempo, y ya en la era
cristiana, se impuso la costumbre de tomar como bisiestos a los años que son múltiplos
de cuatro.
Se había avanzado bastante por el astrólogo Sosígenes, verdadero creador del año
juliano, aunque no para identificar plenamente el año civil con el astronómico, aunque sí
reduciendo mínimamente las diferencias. Si antes, los años lunares eran más cortos,
ahora el juliano (365 días y seis horas), era mínimamente más largo que el astronómico
(365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos) y esa diferencia era de tan solo 11
minutos y 14 segundos por año, aparentemente una nimiedad.
Sin embargo, esa nimiedad hacía que el año civil se iniciara antes que el astronómico, y
con ello, las estaciones iniciaban su ciclo civil antes que su realidad. En los primeros
años fue realmente una diferencia sin la más mínima importancia, por tratarse de tan
solo menos de doce minutos por año, pero a medida que iban pasando los años, los
siglos y los milenios, la diferencia pasó a notarse significativamente. Más de mil
quinientos años transcurrieron antes de que fuera imperiosa la necesidad de su cambio,
y ello le cupo al poder que había remplazado a Roma, el papado.
El calendario Gregoriano:
Así como en la época de Julio César, Roma era el mundo, en el siglo XVI la Iglesia
católica y el Papa eran la autoridad máxima y más respetada del mundo occidental; por
ende, la que debía ocuparse de esta situación e imponer, bajo su imperio, la nueva
modificación y adaptación. Once días había sido el atraso del calendario Juliano en poco
más de 1600 años de ininterrumpido uso.
Uno de los más famosos astrónomos de la época y sacerdote, Nicolás Copérnico, fue
consultado, pero quizás por su posición de rechazar el sistema geocéntrico aristotélico-
ptolemaico sostenido como dogma de fe por el papado que consideraba a la tierra como
eje del sistema planetario, no fue atendida su posición de modificación del calendario
juliano, y recién a fines de ese siglo, el Papa Gregorio XIII (Ugo Buoncompagni) (1502-
1585), quien se había destacado como uno de los mejores teólogos en el decimonoveno
concilio ecuménico de la Iglesia católica, el Concilio de Trento, (1545–1563) que había
sido nombrado cardenal en 1564 por el Papa Pío IV, Giovanni Angelo de Medici (1499–
1565), fue elegido pontífice a la muerte del Papa Pío V, Antonio Ghislieri, el gran
inquisidor- (1504–1572), y con el asesoramiento de los astrónomos Lillio Ghirardi y del
astrónomo y matemático jesuita alemán Christopher Clavius reformó el calendario
juliano, para dar nacimiento al gregoriano.
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Debía corregirse esa fracción faltante por año, pero no era posible introducir en un
calendario una fracción, sino un día entero, y así lo propuso Christopher Clavius,
planteando la idea en los siguientes términos: “annus civilem necessario constare ex
diebus integris” (los años civiles deben constar necesariamente de días enteros).
Todos los días debían ser enteros, y todas las fechas debían ser fijas, y sin embargo, la
reforma gregoriana no modificó lo resuelto por el Concilio de Nicea del año 325 por el que
se había decretado que la pascua debía ser celebrada por todos los cristianos en el
mismo día, y para su fijación determinó como fecha el primer domingo posterior al 14 del
mes lunar; es decir, el primer domingo posterior a la luna llena, con lo que se mezcló en
un calendario solar una determinación lunar, a fin de hacer coincidir con la pascua judía
que se celebra en la luna llena que coincide o sigue al equinoccio de primavera en el
hemisferio norte, el cual los cristianos lo consideran fijo en el día 21 de marzo.
Quedó así un engorroso método de fijación de estas fechas religiosas móviles, lo que
continúa aun en la actualidad. Por el imperium papal, por un decreto pontificio o bula
papal del 24 de febrero de 1582, (del antiguo calendario juliano) el Papa Gregorio XIII
abolió el calendario juliano e impuso el gregoriano, que esencialmente consistía en, por
una parte, y para solucionar el retraso acumulado en dieciséis siglos, el corrimiento de
las fechas en diez días.
Simplemente se eliminó la existencia del periodo comprendido entre los días del viernes 5
de octubre de 1582 al día domingo 14 de ese mismo mes y año, y se eligió octubre por ser
el mes de menos festividades eclesiásticas, con lo que luego el calendario pasó de la
existencia del día jueves 4 de octubre de 1582, al día viernes 15 de ese mes y año. Según
Joaquín Alipio Barrio, un estudioso investigador del Equipo NAyA, y con base en las
crónicas de Las Carmelitas Descalzas, había fallecido precisamente ese día jueves 4 de
octubre de 1582, Santa Teresa de Jesús, (1515–1582) quien recibió sepultura al día
siguiente, que se menciona como 15 de octubre. La Iglesia católica podía hacer eso y
mucho más.
Por otra parte, y para evitar que volviera a suceder se introdujo una corrección adicional,
que se encuentra aún vigente, y que consiste en modificar la regla de los años bisiestos,
los que para el juliano eran todos los años que fueran múltiplos de cuatro, pasaron a ser
para el gregoriano, en una regla más complicada, consistente en que serán solo bisiestos
aquellos años que son múltiplos de cuatro, salvo que terminen en dos ceros, y de estos
solo serán bisiestos aquellos que sean múltiplos de cuatrocientos como el año 1600,
mientras que los otros años como el 1700, 1800 y 1900 no serían bisiestos.
El año 2000, nuestro 2000 cristiano, tan cercano será bisiesto, porque, aunque termina
en dos ceros, es múltiplo de cuatrocientos. El gregoriano permite con esta fórmula
compleja eliminar tres días cada cuatro siglos, que es la diferencia que acumulaba el
juliano en ese lapso.
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Sin embargo, aún con esta formula gregoriana, las diferencias entre el civil y el
astronómico, se mantienen y el humano, es 26 segundos más largo que el astronómico.
No pretendemos, por nuestra parte encontrar una solución a ese problema que se
presentará, tan solo dentro de 3323 años, en donde, en teoría, nos encontraríamos con
un día de diferencia.
En el caso particular de Francia, su Rey, Enrique III, (1574–1589), (rey de Francia 1551–
1589), el último de los reyes de la dinastía Valois decretó para la adopción del calendario
papal, que el domingo 9 de diciembre sería lunes 20 de diciembre. En la parte católica de
Alemania y Países Bajos, su adaptación fue haciendo finalizar aquel año de1582 el 21 de
diciembre, con lo que, y según se hace notar graciosamente, se quedaron sin navidades.
Así, en lo que hace a Rusia, encontramos que la primera Revolución, la de 1.917, que
comenzó, según su calendario, con la rebelión ocurrida entre el 23 al 27 de febrero, y que
es conocida como Revolución de febrero, realmente ocurrió en el mes de marzo y se
corresponden con las fechas del 8 al 12 de marzo.
EL CAMBIO ASTRONÓMICO:
Todo este intento humano de asociar el año civil al astronómico, o en su caso minimizar
las diferencias, que hemos visto han quedado reducidas a 26 segundos por año, solo son
validas considerando a su vez que estamos frente a un año trópico constante, lo que en
la realidad no existe por cuanto hemos visto como constante queque nada es estático y
que todo cambia.
Para hacer más constante el cambio hay que tener en cuenta que la medición del día
disminuye a su vez a razón de 0.001 segundos por cada siglo por la disminución de su
rotación, lo que hace que al cabo del devenir de los tiempos las diferencias lleguen a ser
considerables para su necesaria corrección.
EL CALENDARIO EGIPCIO.
Si bien insertamos el análisis del calendario egipcio luego del Juliano y del Gregoriano,
debemos ratificar una vez más que el egipcio fue la base de todos ellos, y demostró un
apasionamiento por el estudio y perfección de las dataciones a un punto que es difícil
imaginar en la actualidad.
Principiemos, por otra parte, diciendo que Egipto cuyo nombre es un derivado de la
palabra griega Aegyptus, tenía su propio nombre que era Hik Up Tah que muy
sugestivamente significa “Casa de los Espíritus”.
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Consideramos luego del estudio de la civilización egipcia, que fue una precisión la de
escoger su propio nombre como el de “Casa de los Espíritus” puesto que fueron
sinceramente una civilización muy especial y hasta estelar que adoraba el Sol, la estrella
Sirio, la Constelación de Orión y tenía sus creencias en el culto a los muertos y en la vida
en el más allá.
Al parecer y según nos cuenta Plutarco (46-125) en su tratado sobre Isis y Osiris, con
notas de Diodoro de Sicilia, Re que gobernaba Egipto celaba de las actividades de Geb, a
quien Plutarco asocia con el Cronos griego y de Nut a quien se asocia con Rea, y por
tanto los maldijo ordenando que Nut no podría tener ningún hijo, ningún día, ni ninguna
noche del año.
Nut requirió de la sabiduría de Thoth el Dios del conocimiento a quien Plutarco asocia
con el Hermes griego, y este planea como sortear la maldición de Re y para ello reta a un
juego a Khensu la Diosa de la luna, a la que Thoth vence, obteniendo como recompensa o
premio la apuesta consistente en la 1/72ª partes de la luz lunar, razón por la que, desde
entonces la luna, la Selene griega no puede brillar con todas sus fuerzas todas las
noches.
Con esa luz, hábilmente conseguida por Thoth, éste crea cinco nuevos días y los añade al
año existente. En esos nuevos cinco días o epagómeno, sorteando así la maldición de Re,
Nut pudo concebir de Geb y tener sus cuatro hijos: Osiris, Isis, Seth y Neftis.
Los egipcios habían determinado científicamente la duración del año como de 365,2422
días, que era lo que tenían como cálculo de una revolución de la Tierra alrededor del Sol,
31
y más científicamente aún, con un cálculo de trece dígitos, era de 365,2421986677311
esto es con una exactitud asombrosa que denota ciertamente la realización de muchos
miles de años de pacientes observaciones estelares.
La necesaria comparación entre estos datos egipcios y los vistos y determinados por el
astrónomo francés Urbain Leverrier en 1840 de 365.2421995949070 nos da una
diferencia de 0.08 segundos por año, lo que marca una asombrosa exactitud para el
cálculo egipcio, que se permite acumular una demora de no más de media hora en todo
un ciclo precesional de 25776 años.
En cuanto a la determinación del ciclo sinódico o mes lunar, los egipcios lo habían
calculado en 29.530588175 días y lo sorprendente es que dicho cálculo data de
aproximadamente el 4240 a.C.; esto es hace más de seis mil doscientos años, siendo
también sorprendente su comparación con la determinación del astrónomo inglés Joseph
Norman Lockyer que lo había determinado científicamente el siglo pasado en
29.530588715, con lo que la diferencia existente es realmente insignificante.
Sin pretender extralimitarnos del tema, han sido muchos en el curso de la historia los
que se han atrevido a sostener una existencia de muchísimas decenas de miles de años
de existencia previa de un Egipto predinástico, sin que la actual egiptología considere
válidas dichas estimaciones. Las investigaciones exentas de intereses oficiales no dudan
en afirmar que es esencialmente necesario datar nuevamente la historia de la humanidad
y redescubrir todo un periodo perdido preliterario antes del 5000 a.C. siendo necesario
retrotraerse otros setenta siglos atrás, como mínimo para encontrarse en los misterios
que están descubriéndose alrededor de hace doce mil quinientos años.
No solo Manetón, que vivió durante el reino de Ptolomeo I Soter, (304 a.C.–284 a.C)
gobernador y sátrapa de Egipto desde el 323 a 305 a.C. y después como Faraón desde
305 a 282 a.C. y que es el historiador egipcio que detalla las treinta dinastías, es quien
relata un pasado asombroso de Egipto de muchísimos miles de años previos.
Heródoto, considerado el Padre de la Historia, relata un viaje que realizó por el Nilo y que
es recogido por Tucídides (historiador del propio Heródoto) en donde establece que la
antigüedad de Egipto era de más de 11.000 años. Explica con sus propias palabras
Heródoto, en el Libro II Capítulo 142: “Hasta aquí los egipcios y sus sacerdotes me
contaron la historia. Y demostraron que habían habido trescientas cuarenta y una
generaciones de hombres desde el primer rey hasta el último; ... .. Ahora bien, trescientas
generaciones de hombres son igual a diez mil años, porque hay tres generaciones de
hombres cada 100 años”.
“De ahí en adelante, el reinado pasó de uno a otro en una sucesión ininterrumpida hasta
Bydis durante 13900 años. Después de los dioses, los semidioses reinaron durante 1255
años y nuevamente otra línea de reyes dominó durante 1817 años. Luego vinieron treinta
reyes de Memphis más, los cuales reinaron durante 1790 años y luego nuevamente diez
reyes de ese reino durante 350; luego siguió el gobierno de los “espíritus de los muertos”
durante 5813 años”.
Egipto todo está plagado de pruebas irrefutables de que “algo” en realidad hubo en esa
asombrosa civilización. Las pirámides, la esfinge, los templos, etc. todo ello tiende a una
razonada y verosímil posición de considerar la existencia de una civilización previa. En el
templo de Hathor (diosa del amor) en Denderah, sobre el río Nilo en su techo,
encontramos un zodíaco que, tras estudios científicos, se ha llegado a comprobar que es
un asombroso plano cósmico reflejando la exacta posición estelar de una configuración
de las estrellas, según se encontraban 90000 años a.C.
Simplicio, en el año 6 d.C. escribió que según le habían relatado sacerdotes egipcios,
ellos tenían registros de observaciones estelares de 630000 años. Aún habiendo
confundido años por meses, aún siendo 630000 meses significarían observaciones
estelares por más de 52000 años.
Diógenes Laercio estimó que los egipcios habían efectuado cálculos astronómicos por
más de 48000 años antes de Alejandro Magno. Si bien es realmente asombroso pensar
que pudo haber existido esa civilización previa por todos esos años antes, lo cierto es que
para que los egipcios pudieran en el cuarto milenio a.C. determinar científicamente la
revolución estelar de la tierra sobre el sol en 365.25636 días debió haber, sin duda
alguna, muchísimos miles de años de paciente observación cósmica.
El inicio del año egipcio se daba con la estrella Sirius, en lo que se conoce como el orto
helíaco después de su periodo de invisibilidad. El orto helíaco de Sirius coincidía, en el
inicio de sus observaciones, con la crecida del río Nilo. Otras estrellas usadas por los
egipcios eran las constelaciones de la Osa mayor y menor. Las posteriores observaciones
fueron revelando un leve corrimiento entre Sirius y la crecida del Nilo y al cabo de 1460
años fue necesaria una corrección con la que determinaron una más exacta duración del
año en 365.25 días.
Este calendario solar data desde el año 4245 a.C. lo que está evidenciando un altísimo
conocimiento de ciencias, matemáticas y astronomía en esa incipiente civilización. Este
calendario solar nos está evidenciando igualmente que ese elevado conocimiento
astronómico, le fue legado a los egipcios por, aparentemente una primera civilización por
nosotros desconocida, y a la que denominamos como “Civilización puente” y sobre la cual
realizaremos algunos breves comentarios en el curso de este proyecto. Ya los antiguos
egipcios habían sido los primeros en sustituir el calendario lunar por un calendario
basado en el año solar.
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Tan exacto fue el calendario solar egipcio que, en el templo de Abu Simbel, en el que se
encuentra una estatua de Ramsés II (1298 a.C.–1235 a.C.) junto a una de Amón, está de
tal forma colocada que, científicamente cada 22 de febrero de cada año, los rayos del Sol
penetran en el templo y reflejan exactamente dicha estatua de Ramsés en el aniversario
de su oportuna coronación como faraón.
Hacia el 238 a.C. el Faraón PTolomeo III Evergetes I (246–221 a.C.) de la dinastía de los
lágidas, ordenó para corregir nuevos desfasajes, que se añadiera un día extra cada
cuatro años, con lo que se instituía el concepto de año bisiesto. En síntesis, podemos
afirmar que el calendario occidental actual, derivado del gregoriano, que es una
corrección del juliano, no es sino una adecuación del calendario egipcio, lo que marca un
asombroso conocimiento astronómico de más de 7500 años de antigüedad.
Finalmente, y asombrados, debemos decir que la civilización egipcia fue una civilización
legada; es decir, que le fue entregada una suma de conocimientos avanzadísimos de
astronomía, lo que prueba la existencia previa de una civilización perdida.
En el 10450 a.C. y solo en esa fecha, el esquema de las pirámides, la Esfinge y el río Nilo
reflejan la exacta posición de las estrellas del cinturón de Orión, y la vía Láctea, y es un
extraño e indescifrable mensaje que torpemente nuestra actual civilización se empeña en
no descifrar.
Para los egipcios, así como para las civilizaciones mesoamericanas y andinas, el misterio
de los tiempos era su pasión, y lo determinaban con una precisión asombrosa. Tan
asombrosa ha sido la antigua civilización egipcia, independientemente de que sus
conocimientos sean de su propia evolución, o más certeramente sean un legado de una
civilización anterior, que todos sus monumentos son una maquinaria matemática de
precisión.
Tan asombroso, enigmático y misterioso es Egipto que nos ha legado a su vez sus
conocimientos recibidos y ello encriptados numerológicamente, y así, sin pretender
ahondar en ninguno de estos muchos misterios, tomamos simplemente como una
muestra el enigmático y conocido como “Factor de desplazamiento” o “Constante 286.1”,
que fue descubierto por Davidson un egiptólogo y apasionado estudioso de la Gran
Pirámide, que llega a comprobar que los corredores y cámaras de la Gran Pirámide no
están situados en el centro del eje norte-sur, sino que están desplazados 7.27 metros a la
izquierda del apotema de la cara norte, y nos explica, así como los posteriores
investigadores, y entre ellos, Manuel José Delgado, que esta distancia, convertida en
34
pulgadas, da el número 286.1, que se repite con enorme frecuencia en distintas partes
arquitectónicas de la Gran Pirámide, y que, dicha constante 286.1 lo está en una unidad
propia de los egipcios que es el metro real egipcio que es de 1.04785 y su mitad, el codo
real egipcio que es de 0.5239; con lo que multiplicando la constante 286.1 por el metro
real egipcio, nos da una medida (286.1 x 1.04785=299789) incorporada reiterativamente
en la Gran Pirámide, que no es otra que el exacto conocimiento de la velocidad de la luz.
Finalizamos el punto sosteniendo que Egipto fue receptor de una ciencia, a esa fecha,
ancestral, sea que fue heredera de la Atlántida, o en su caso, que fue receptora de una
civilización surgida de algún contacto interestelar. Egipto tenía una ciencia sacralizada,
ritualizada y secreta y el gran merito de los griegos, sin desmerecimiento alguno, fue ser
a su vez receptor de estos conocimientos, y ampliamente difundirlos como base de su
ciencia a todas las civilizaciones.
“La filosofía griega nace cuando el Egipto se abre a los griegos” expresa con total
convicción Mondolfo en su obra “La filosofía de Grecia” (1950). Diodoro Sículo en su
“Libro I” enseña que los grandes pensadores y filósofos griegos se habían iniciado en sus
conocimientos en Egipto, y no solo los matemáticos como Pitágoras (582 a.C – 500 a.C.) y
Demócrito, sino también los historiadores como Homero, los filósofos como Tales y
Platón, al igual que los grandes políticos y legisladores atenienses como Licurgo y Solón.
Platón, a su vez en el “Timeo” reafirma la iniciación de Solón en Egipto.
Dos calendarios existían entre los aztecas, que determinaban sus ceremonias religiosas.
El más importante era el llamado Tonalpohualli, que consiste en la unión de una serie de
veinte signos, con otra serie de números, del 1 al 13, combinándose los signos y los
números, de tal manera, que siguen ambas series un orden invariable y que no se repite
la misma combinación de signo y número, hasta que han transcurrido 13 x 20, o sea 260
días.
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Los veinte signos de este calendario eran los siguientes: Lagarto, Viento, Casa, Lagartija,
Serpiente, Muerte, Venado, Conejo, Agua, Perro, Mono, Yerba, Caña, Tigre, Águila,
Zopitlote rey, Temblor, Pedernal, Lluvia, Flor.
Combinando ambas series se obtiene para nombre del primer día “1. Lagarto”; para el
segundo “2. Viento”; para el tercero “3. Casa”, etc., hasta llegar al día “13. Caña”. El día
siguiente se llamará “1. Tigre”; el siguiente “2. Águila”, etc. Cuando se ha llegado al día 7
Flor, se vuelve a contar el día Lagarto, con el número que le corresponde 8 y llegar al 13
Muerte y recomenzar con el 1 Venado hasta el 13 Lluvia, y así en nuevos ciclos con el 1
Flor al 13 Yerba; 1 Caña al 13 Serpiente; 1 Muerte al 13 Pedernal; 1 Lluvia al 13 Mono; 1
Yerba al 13 Lagartija; 1 Serpiente al 13 Temblor; 1 Pedernal al 13 Perro; 1 Mono al 13
Casa; 1 Lagartija al 13 Zopilote Rey; 1 Temblor al 13 Agua; 1 Perro al 13 Viento; 1 Casa
al 13 Águila; 1 Zopilote Rey al 13 Conejo; 1 Agua al 13 Lagarto; 1 Viento al 13 Tigre; 1
Águila al 13 Venado; 1 Conejo al 13 Flor, y nuevamente se reinicia el ciclo con 1 Lagarto.
Ese calendario de los 260 días se denominaba el tonalpohualli, y estaba escrito en libros
sagrados llamados tonalamatl, siendo interpretados sus signos y números por los
sacerdotes. El segundo de los calendarios era para las fiestas y ceremonias religiosas y
estaba dividido en dieciocho meses de veinte días, más cinco días que llamaban
nemontemi similar a los epagómenos egipcios, y que, por considerarse aciagos, no se
celebraba en ellos ninguna fiesta.
El calendario maya fue el más exacto astronómicamente de todos los conocidos de las
culturas mesoamericanas y andinas. El año comenzaba cuando el sol cruzaba el cenit el
16 de julio y tenía 365 días; 364 de ellos estaban agrupados en 28 semanas de 13 días
cada una y el año nuevo comenzaba el día 365.
De los 365 días del año, 360 días se repartían exactamente en 18 meses de 20 días cada
uno. Las semanas y los meses transcurrían de forma secuencial e independiente entre sí.
Sin embargo, comenzaban siempre el mismo día, esto es, una vez cada 260 días, cifra
múltiplo tanto de 13 (para la semana) como de 20 (para el mes).
Los mayas tenían una cronología del tiempo y habían datado el origen del mundo
fijándolo, de acuerdo con nuestra medición cristiana en el 3113 a.C. en cuya fecha se
habría producido el nacimiento del hombre del maíz, como da cuenta el Popol Vuh que
fue su libro sagrado.
Mayas y aztecas tenían registros de los ciclos de la luna y de Venus, de los eclipses de sol
y de la luna, de los solsticios y equinoccios, predecían la aparición de los cometas. La
cultura maya muestra como nota su fascinación por el estudio del tiempo, y su
conocimiento asombroso de comprensión y previsión de sucesos estelares.
Las culturas mesoamericanas tenían para sus cálculos de medición del tiempo grandes
unidades para poder abarcar grandes periodos observacionales de tiempo a través de
unidades temporales propias donde la unidad Tun equivalía a un año civil de 360 días,
un Katun era igual a 20 Tun, es decir a 7200 días, y un Baktun igual a 400 Tun o a
144000 días.
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La famosa Piedra del Sol, también llamada Jícara o Cuahxicalli monumento azteca
esculpido bajo el reinado de Ahuítzotl, (1479), en una roca de basalto olivino de poco
menos de 30 toneladas y casi cuatro metros de diámetro es un conjunto de símbolos que
representa el año civil de 365 días, y su relación con el año ritual de 260 días.
La piedra del sol fue hallada el 17 de diciembre de 1790 bajo escombros de restos
arqueológicos de la ciudad de México. Es probable que el calendario maya se haya
originado en la desaparecida cultura Olmeca, la que es considerada como la cultura
madre más importante de centro América, que se extendió desde el año 1500 hasta el
900 a.C. Por su parte, el calendario mixteca es una versión modificada y adaptada del
maya con la particularidad de considerar como unidad el siglo compuesto de cincuenta y
dos años, y un año de doscientos sesenta días.
EL CALENDARIO ANDINO:
Los incas tenían también un calendario solar de 365 días divididos en doce meses de
treinta días con más 5 días que se intercalaban. Las culturas preincaicas dieron al
Tahuantinsuyo un elaborado calendario para sus fines agrícolas tras muchos miles de
años de pacientes y reiteradas observaciones astronómicas. El calendario Inca estaba
basado en los ciclos solares y en los lunares.
Fuente de acceso al conocimiento de esta cultura andina la debemos entre otros a los
relatos y crónicas de Huamán Poma de Ayala. Al igual que los egipcios, los incas tuvieron
en cuenta para sus mediciones estelares a la estrella sirio.
Un calendario imperial y religioso era el central y único para todo el extenso imperio,
para sus cuatro partes, y otros tantos calendarios agrícolas para cada una de sus
regiones. El calendario se dividía en dos semestres, el primero para el sol y el hombre, y
el segundo, para la luna y la mujer.
El año Inca se iniciaba con la fiesta del Cápac Inti Raymi, en el mes denominado Cápac
Raymi, correspondiendo al mes gregoriano de diciembre, y era el mes de las lluvias. Le
seguía el mes de Uchuy Pokoy (enero) como el mes de la pequeña maduración, luego el
mes de Paucar Varay (febrero) como el de la gran maduración, Pachapukuy (marzo) como
el mes de las flores, Incaraimi (abril) de protección de los frutos, Amoray (mayo) mes de la
cosecha, Inti Raymi (junio) mes de la pascua del sol y de las cosechas recibidas,
Chacraconacuy (julio) mes de la purificación de las tierras, Chacrayapuy Quilla (agosto)
mes de la purificación humana Coya Raymi (septiembre) Pascua del agua, Uma Raymi
Quilla (octubre) mes de la fecundización de la tierra, y Aya Marcay Quilla (noviembre)
mes del culto a los muertos.
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El AÑO I:
En lo expresado sobre el calendario, hemos visto hasta ahora, la relación del civil o
religioso con el astronómico, y la máxima aproximación de uno hacia el otro, pero
debemos abocarnos a otro tópico de esencial interés para la cultura humana, que es el
responder al interrogante, ¿desde donde, desde cuando se inicia la medición del tiempo?
Y así debemos decir que nuestra cultura, occidental al menos, tiene una particularidad
crónica que es la de demarcar el tiempo (cronos) en función de acontecimientos o
personalidades especiales y así se define la era, en antes (a.C.) y después de Cristo (d.C.)
y así también en cada particular ciencia o estudio son comunes las diferenciaciones,
como la de insertar como pie referencial a Sócrates para el estudio del pensamiento, y así
hablar de filosofía presocrática. Cada civilización y esencialmente cada religión ha
querido insertar e imponer su fecha del inicio del tiempo medible.
El calendario hebreo:
Inicia su cronología en el año 3761 a.C., que es la fecha, según sus cálculos, de la
creación del mundo según se describe en el Antiguo testamento. Esta datación hebrea
nos da la pauta de la reducida y estrecha concepción del Tiempo imperante en nuestra
cosmovisión occidental que no considera más que unos pocos miles de años para toda la
creación o evolución.
El calendario judío es lunisolar con meses de 30 días y con inserción de un mes extra
cada tres años en un ciclo de 19 años, insertándose ese décimo tercer mes en forma
ordenada a partir del 359 a.C. por resolución de Hillel II en los años 3, 6, 8, 11, 14, 17 y
19. Ese décimo tercer mes fue originariamente llamado Veadar por ser un segundo mes
Adar en ese ciclo de diecinueve años que se conoce como metónico en referencia al
astrónomo y matemático griego Metón (V a.C.) que es a su vez una derivación del ciclo
babilónico.
Los meses de este particular calendario religioso, que originariamente fue un calendario
agrícola que describe la actividad a partir del otoño, son los siguientes en orden y con su
correspondencia aproximada con los del calendario gregoriano actual.
Como calendario agrícola determina dos meses para el almacenaje, dos meses de siembra
y otros dos de crecimiento en primavera, seguidos de un mes para arrancar el lino, uno
para la cosecha de la cebada y uno de cosecha general; luego, dos meses para cuidar y
podar las viñas y, por fin, un mes de frutos del verano.
El calendario Islámico:
Otro calendario religioso es sin duda, el calendario Islámico que es el utilizado en todos
los países musulmanes. Su inicio data a partir del año 622 d.C. con la Hégira, o salida
del profeta Mahoma (576-632) de La Meca a Medina. El año islámico es lunar, con 12
meses y con ciclos de 30 años con años parecidos a los bisiestos gregorianos, y con 355
días.
Como toda medición humana es convertible, una fecha del calendario Islámico se puede
traducir a una fecha del gregoriano a través de una simple ecuación matemática
consistente en multiplicar el año islámico por 0.970224 y a ello añadirle la suma de
621,5774, con lo que en el resultado la cifra a la izquierda del punto decimal es la
correspondiente al gregoriano, y la fracción decimal multiplicada por 365 es el día del
año.
EL CALENDARIO CHINO:
China había adoptado un calendario lunisolar de doce meses con 365 días y ciclos
bisiestos de 19 años. Todo el saber astronómico chino se había resguardado en “Libros
sagrados” los que en el 213 a.C. fueron destruidos por orden de un nefasto emperador
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que consideraba innecesario todo ese saber astronómico. El calendario chino era muy
complicado y complejo puesto que surgía de una doble combinación de doce reyes
celestiales en combinación con diez reyes terrestres, generando ciclos de sesenta años.
EL CALENDARIO BABILÓNICO:
Los antiguos babilonios establecieron su calendario lunar precisando su ciclo de 29,5
días por lo que hicieron meses de treinta días alternados con otros de solo 20 días. El
total de sus meses fueron doce y a fin de corregir el desfasaje de más de once días por
año intercalaban en forma periódica un décimo tercer mes, el que consideraban cargado
de malos presagios y augurios, cuando así lo necesitaba la realidad de adecuar el
calendario civil con los ciclos estacionales naturales.
Para los babilónicos la división del día comenzaba con la puesta del sol, y desde el año
1700 a.C. ya impusieron la división del día en veinticuatro segmentos temporarios
iguales que denominaron hora, utilizaban para las mediciones las clepsidras que eran
unos relojes de agua.
EL CALENDARIO GRIEGO:
En la antigua Grecia se utilizaba un calendario lunisolar, con un año de 354 días. Los
griegos fueron los primeros en intercalar meses extras en el calendario sobre una base
científica, añadiendo meses a intervalos específicos en un ciclo de años solares, cada 3, 6
y 8 años. El cómputo inicial lo fijaron los griegos en el año 776 a.C. coincidiendo su
datación con la primera olimpiada, las que se realizaban cada cuatro años.
El misterio de Stonehenge
Esta deslumbrante construcción aún no descifrada en su integridad se encuentra en el
sur de Inglaterra; situada en las llanuras de Salisbury es un impresionante conjunto de
monumentos megalíticos que datan, según la datación utilizada comúnmente,
aproximadamente del 3100 a.C. al 2150 a.C. y es un gigantesco calendario astronómico y
reloj solar, además de ser un santuario, lo que denota un profundo estudio de la
astronomía.
En Stonehenge, en el solsticio de verano (22 de junio para ese hemisferio), el sol cuando
asoma por el horizonte ingresa en el gran monumento y divide en dos el círculo y se
proyecta sobre unas piedras del “Altar de los sacrificios”; este es el más famoso de los
monumentos megalíticos de Inglaterra y la estructura prehistórica más importante de
Europa.
Por otra parte, se ha llegado a comprobar por el método de datación con Cloro-36,
técnica ideada por el profesor David Bowen, que los monolitos de Stonehenge datan del
12000 a.C. lo que es una nueva evidencia de la existencia de una civilización hoy
extinguida.
La Revolución Francesa (1789–1799) no solo marcaría una época, sino que pretendía
además imponer su propio Tiempo, para lo cual impuso su propio calendario. Una de las
primeras medidas de la Primera República Francesa, como era de prever de los fogoneros
revolucionarios, fue la derogación de todo lo que tuviera algo que ver con el antiguo
régimen, y entre ello, el calendario gregoriano que se asociaba nada menos que con el
Papado.
Se dividió matemáticamente cada estación insertando exactos tres meses por cada
estación; y así los meses del otoño se llamaron Vendimiario (mes de la vendimia),
Brumario (mes de la niebla) y Frimario (mes del hielo); los meses de invierno, Nivoso (mes
de la nieve), Pluvioso (mes de la lluvia) y Ventoso (mes del viento); los meses de
primavera, Germinal (mes de las semillas), Floreal (mes de las flores) y Pradial (mes de los
prados), y los meses de verano, Mesidor (mes de la cosecha), Termidor (mes del calor) y
Fructidor (mes de los frutos).
Los días de la semana, o más precisamente de las “décadas” de este particular calendario
revolucionario fueron llamados Primidi, Duodi, Tridi, Quartidi, Quintidi, Sextidi, Septidi,
Octidi, Nonidi y Decadi. Napoleón Bonaparte (1769–1821), el Gran Corzo, encontrándose
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ya sin uso el calendario revolucionario desde septiembre de 1805, procedió a abolir el
grandilocuente calendario de la revolución y a restaurar el 2 de enero de 1806, el
gregoriano.
EL CALENDARIO ROJO PUNZO:
No puedo sustraerme a comentar como federal, que el ego del “Ilustre Restaurador de las
Leyes” Don Juan Manuel (1793–1877), impuso un calendario propio para referenciar la
historia de la Confederación argentina, el que se iniciaba a partir de la celebración del
pacto federal del 4 de enero de 1831. Una de las primeras medidas del general victorioso
en la derrota nacional de Caseros fue, obviamente, la derogación del calendario y de todo
cuanto oliera a la causa nacional o tuviera color punzo.
Conclusiones:
Sin pretender dar ninguna conclusión científica, ni mucho menos agotar un tema tan
rico en investigaciones y análisis, sino simplemente dar un pensamiento, debo expresar
que, ante tanto manoseo humano de la datación, podemos afirmar que toda datación es
arbitraria. No hay fecha certera, todo es simplemente una forma humana de cada
civilización de conocer y referenciar sus hechos en relación consigo misma.
Podemos concluir que el tiempo, la medición humana del mismo, como toda medida es
una creación humana y arbitraria que solo sirve a los fines de referenciar y ordenar los
acontecimientos y sus secuencias, quizás un poco por aquello de que el tiempo existe
para que no todo suceda en el mismo tiempo.
Es una constante humana la de pretender ser el centro y referencia del tiempo, y, siendo
el tiempo una simple medida humana, se lo puede personalizar, esto es hacerlo comenzar
una y otra vez a partir de ciertos hechos o acontecimientos de gran importancia, sobre
todo para quien lo personaliza.
Para ello, desde antiguo se ha tomado el concepto de “era” que proviene del latín “aera” y
que significa número o cifra, y así se ha tomado como “periodo de tiempo que se calcula a
partir de un hecho importante o fecha determinada”. En geología, para el estudio de la
tierra se utiliza el concepto de “eones” y de “eras” como una subdivisión de aquellas. En
la Historia tenemos una gran gama de variedad de pretendidas imposiciones de “eras”. La
más importante y la casi universalmente aceptada es la de la “era” cristiana que divide el
tiempo descendente y ascendente a partir del nacimiento de Jesucristo, y que determina
que este sea el año 1997, sin necesidad de consignar al final del mismo la anotación
“d.C.”
42
Esta división, casi universal e imposición de la era cristiana fue introducida por el monje
Dionisio el Exiguo o Dionisio el Breve, (500–555 A.D.) también conocido como Dennys Le
Petit y ello, por la baja estatura del monje, en el siglo VI y no obstante ser una iniciativa
de la propia Iglesia católica, hay que destacar que se tardó mucho tiempo, poco más de
cuatro siglos, en implantarse y como muestra vale el hecho de que el papado recién lo
adoptó formalmente en el siglo X, encontrando documentos oficiales del papado con la
nueva datación temporal en el Papa Juan XIII (965-972 A.D.)
En Europa su uso recién se generalizó sobre mediados del siglo XI, y en el mundo griego
luego del siglo XV. La idea central que propuso Dionisio consistía en que los años fueran
contados a partir del 1º de enero siguiente a la fecha del nacimiento de Cristo, y se
iniciara así el Año I.
Según el estudioso e investigador Joaquín Alipio Barrio, del equipo NAyA, explica que por
pedido del Papa San Juan I en el año 525, encargó a este Dionisio una ardua tarea a fin
de poder modificar los cómputos de Teófilo, Obispo de Alejandría quien los había basado
en lo que llegó a conocerse como “Era de los mártires” o como la Era de Diocleciano, por
este emperador Diocleciano Cayo Aurelio Valerio, (245–313) emperador de Roma (284–
305) quien a criterio del papado, había sido un gran perseguidor de los cristianos y por
ello no se quería datar una cronología cristiana iniciada o basada en el recuerdo de ese
nefasto emperador romano para no perpetuar su nombre.
Dicha “era diocleciana” habría comenzado en el año 284 después de Cristo, año en el que
este emperador ascendió al trono, y habría durado hasta el año 532, en que es
substituida esta medición cronológica por una nueva, y hasta la actualidad, definitiva
cronología cristiana, basada en la ardua tarea de Dionisio.
Dionisio retrotrae los tiempos e inicia una nueva era considerando el nacimiento de
Cristo, en el nuevo Año I, cuando en realidad, Cristo, en una más correcta datación,
había nacido, por lo menos cinco años antes de esa fecha, lo cual no quita, en absoluto,
mérito a la gran tarea de Dionisio, y simplemente como curiosidad diríamos, afectos al
nuevo milenio, que ya lo habríamos pasado, encontrándonos en el 2005 d.C. Ardua y
trabajosa fue la tarea de Dionisio en tener que datar nuevamente toda la historia
conocida y en tener que adaptarla al calendario vigente (que era el Juliano)
¿Con qué seguridad, con que elementos pudo pensar que certeramente estaba
calculando bien Dionisio el nacimiento de Cristo visto a más de quinientos años de
distancia?
¿Con qué seguridad se puede pensar que han sido datados los hechos históricos a partir
de la nueva referenciación histórica?
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Si bien ardua y trabajosa, también con seguridad, debió ser arbitraria y errónea la
datación completa realizada por Dionisio, sin contar con toda la técnica necesaria para
ello.
Sinceramente debemos responder que sin seguridad ni certeza alguna fueron hechas las
dataciones, pero sí, y en merito imborrable e innegable de Dionisio debemos aceptar y
reconocerle que fue el artífice de una nueva marcación histórica, que es la referenciación
actualmente conocida de todos los hechos históricos, y que si bien podría afirmarse que
científicamente los hechos no sucedieron cuando se dice que sucedieron, si sucedieron
formalmente en esa fecha a los fines de la historia del hombre para el hombre, y es la que
nos hará arribar al tercer milenio y nos ha dado una coherente y prolija datación de toda
la historia de la humanidad, y ello, en absoluto es poca cosa.
Como puede apreciarse, todas las mediciones de otras mediciones las realizamos, por el
condicionamiento occidental, por medio de la medición de la “era” cristiana. En otras
regiones los años se contaban desde la llegada al poder de una dinastía, así, por ejemplo,
la era de los seléucidas en Asia occidental, fijada a partir de la entrada de Seleuco I
Nicator, (358–280 a.C.) general, sucesor de Alejandro Magno (356–323 a.C.), en
Babilonia, en el año 312 a.C.
Para los romanos el tiempo se inició con la fundación de la ciudad de Roma acontecido
en la medición cristiana, en el 753 a.C. Más lógico e histórico es decir que Cristo nació en
el año 753 de la Fundación de Roma (f.r.) y que con esa datación histórica se marcaban
todos los acontecimientos civiles del mundo conocido en occidente, que hasta muy
entrada la Edad Media, era el mundo romano.
En la península Ibérica se utilizó entre los s. III y IV la era hispánica o española, cuyo
cómputo se iniciaba en el 38 a.C. Otra gran medición personalizada del tiempo, lo es el
de los hebreos que computan su tiempo desde la Génesis por Jehová.
Más recientemente encontramos como hemos visto, la personalización del tiempo en los
calendarios de la Revolución Francesa que inicio el computo de los años a partir de 1791
como “año I de la Revolución”, así como en la Confederación Argentina con Don Juan
Manuel de Rosas.
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SÍNTESIS CRONOLÓGICA:
Más allá de todas las mediciones, más allá de las arbitrariedades e inexactitudes de todas
ellas, tenemos una breve síntesis de las actuales y más conocidas. Para Occidente, y para
la actual civilización, podría decirse que está imperante, por lo menos como datación
civil, desprovista de lo religioso, la cronología cristiana, y es por ello que nos
encontramos en el año de 1.999.
Para los budistas, por lo menos en Tailandia, nos encontramos con el año de 2542,
Religiosamente para los judíos, y como calendario oficial de su propio estado, nos
encontramos en el año de 5759.
Para los egipcios, partiendo, según Manetón, desde la I Dinastía, nos encontramos en el
año de 8728.
La civilización occidental esta a punto de dar un paso que considera trascendental y que
es la culminación de dos mil años de historia y el inicio del anunciado Tercer Milenio,
contado esto lógicamente desde la óptica de la era cristiana.
Sinceramente toda una hazaña, y como tal, como anuncio de un nuevo milenio, trae
interrogantes y un aura especial, quizás por la magia de los tres ceros “000” quizás por el
mal informático del 2000, quizás por el siempre anunciado “Apocalipsis” quizás porque
hay un inconsciente “milenarismo” en el que se pretende buscarse el fin de los tiempos y
ello es visto como inevitable.
Más aún, sobre inicios de 1.999, y por mis recientes estudios sobre el tema, creo más en
una situación cíclica de la evolución, y en una eventual futura catástrofe global, como
una repetición más de las ya tantas sucedidas, aunque ignoradas por nuestra actual
civilización.
Sin pretender excluirnos de esta nuestra civilización occidental, somos conscientes que la
celebración, no es más que un comercio globalizado y en absoluto un sincero festejo, y
mucho menos de la trascendencia espiritual que se merecería.
El nuevo milenio, sea que se inicie en el 2000 o en el 2001, nos encontrará en una Babel
cultural donde podemos estar globalizados, para beneficio de pocos y cada uno con un
idioma y una historia distinta, todos aparentemente juntos pero aislados e
incomunicados.
Nos encontrara que el supuesto fin de las ideologías ha generado un nuevo orden
mundial que en absoluto es más justo, sino más despiadadamente deshumanizado.
Coincidimos con Edgar Morin, en su “El astro errante “quien ha refutado la tesis de
Fukuyama, que propugnaba que la historia se ha “terminado” tras el primado de la
hegemonía por una superpotencia y que estamos ingresando en la historia “aburrida”,
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cuando, coincidiendo con Morin sostenemos que, por el contrario, la incertidumbre se ha
apoderado de la historia.
Nos encontrará el milenio sin haber descubierto nuestro pasado, sin haber desenterrado
y descifrado aquellas civilizaciones perdidas que nos han enviado un mensaje de urgente
recepción, al que evitamos darle atención. Nos encontrará ratificando una tendencia
suicida de la especie de considerar progreso como una idea de revancha y sometimiento a
la naturaleza.
No obstante, todo ello, hay una visión originalmente cristiana de la historia cada vez que
ese camino es recorrido bajo la bandera de la esperanza. Por otro lado, y dentro del
análisis del pensamiento, se debe acotar que hay una visión, una percepción especial de
la historia que es muy distinta según se analice desde la óptica de los pueblos
indoeuropeos, oriente y el occidente conocido, y la civilización semita, originariamente de
la península arábiga y esto, en el trasfondo hace al concepto de “milenarismo”
recientemente comentado y a unos pocos años de un nuevo acontecimiento.
Por su parte, los pueblos surgidos en la península arábiga tenían una concepción lineal,
curiosamente distinta de los indoeuropeos y muy común entre sí, más allá de la aparente
confrontación entre ellos. No es pura casualidad que las tres más importantes religiones
occidentales sean monoteístas y provengan de la civilización semita, y ellas son, por su
orden de aparición, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo.
Los semitas, tienen una particular visión lineal de la historia, lo que significa concebir un
inicio de la misma por intervención divina, así como un final anunciado (milenio) para el
“juicio final”. Más allá del libre albedrío, los semitas intrínsecamente conciben que, así
como hubo una intervención divina para el inicio, y la habrá para el fin, la hay también
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para todos los tiempos, y con ello, la intervención del ser superior en la propia historia
del hombre.
El milenio está a un paso, a tan solo pocos años de este momento, pero ello, reitero,
considerando como una gran hazaña los dos mil años de esta civilización occidental, los
que son muy pocos, comparativamente con otras civilizaciones pasadas lo que me
recuerda una nota que consigne el 2 de Julio de 1995 al final de mi primer estudio sobre
Egipto:
“¿Qué podemos decir de la civilización actual, si lleva tan solo 2000 años, menos de la
mitad de lo que fue la Civilización Egipcia?”
¿Qué podría decir ahora, a fines de 1999 luego de mi primer y asombroso viaje a Egipto,
y del estudio de sus misterios y enigmas que la sociedad que niega a su estudio?
¿Podría quizás decir que lejos está nuestra pretendida civilización de aquellos orígenes
aun ignorados y asombrosos?
Todas las creencias sostienen que en el 990 d.C. se vivía una situación también
dramática esperando el Apocalipsis del año 1000 y sin embargo, ello no es tan así, o por
lo menos no lo es tan dramático.
En esa especial fecha del supuesto del fin del primer milenio cristiano, se encontraba en
el Papado, que era el centro del poder espiritual y temporal del occidente, Silvestre II (945
– 1003), Papa (999–1003) que fue el primer Papa de origen franco, y que era conocido por
sus conocimientos sobre matemáticas, filosofía como “el mago” y fue al que le cupo el
paso del primer milenio.
Según los estudios realizados por grandes investigadores, el fenómeno del milenarismo
no sucedió precisamente años antes del año 1000, sino, con posterioridad y en especial
ya iniciado el año 1100, y ello, entre otras cosas, por una muy sencilla que es el gran
desconocimiento por las mayorías del computo del tiempo.
El filosofo y pensador español, José Ortega y Gasset (1813–1955) en 1914 presentó como
su tesis doctoral “Los terrores del año 1000. Historia de una leyenda” en la que sienta la
posición del inicio del milenarismo con posterioridad al 1100. En el mismo sentido
encontramos la posición en Norman Cohn en su “En pos del milenio”. El año 1000 en
cualquiera de sus mediciones llegó, pasó, y así también, llegará el 2000 y el 2001 inicio
del tercer milenio cristiano, y también pasará.
A 360 días de la finalización de este año de los tres nueves, definir si con ello se concluye
el siglo XX y el segundo milenio cristiano, o así, con justeza no es así, y habrá que
esperar todo el 2000 para dar real inicio al siglo XXI y al 3 milenio con el advenimiento
del 1º de enero del 2001, es una vieja y reactualizada polémica ya carente de interés.
Sostengo, en pureza cronológica que 1.999 no es el último año del milenio, sino que en
realidad corresponde recién el inicio en el 2001. No obstante, y admitiendo el triunfo
filosófico del cero sobre el uno que es ya una constante de nuestra cultura occidental,
que considera los inicios a partir del cero y no del uno, me avengo a recurrir a un
concepto contable de ejercicio.
Dicho concepto permite concluir un primer ejercicio, en este caso, un primer siglo, con
menos años que los que correspondiera, y por tanto, al haber decretado Dionisio el
exiguo el inicio de la era el día primero de enero (¿Por qué no un lunes?) del año 1º d.C.
ese primer siglo, conceptualmente lo consideramos como irregular y como concluyendo el
siglo en 99 d.C. para así iniciar el siglo II d.C. en el 100, y poder ahora celebrar el siglo
XXI e inicio del tercer milenio el próximo Sábado 1º de Enero del año 2000 d.C. No
obstante, también estaremos dispuestos a re-celebrar un nuevo inicio del siglo y del
milenio el Domingo 1º de enero del 2001 d.C.
Quizás por aquello de que es incomprensible lo infinito es que juntamente todas las
culturas han concebido un inicio del mundo y de la especie y un necesario fin, y algunas
de ellas han imaginado una nueva creación, en un ciclo sin fin.
Los cuatro puntos cardinales tan importantes para los Aztecas lo han sido también para
muchas otras culturas. Tan importantes son los cuatro puntos cardinales para las
antiguas culturas mesoamericanas, que para los misteriosos Hoti de Arizona, así como
para mayas y aztecas, en una común creencia cíclica, el mundo y la humanidad ya han
sido creadas y destruidas cuatro y cinco veces.
Cuatro son los guardianes que sostienen el Mundo para las culturas americanas –los
cuatros regentes Tezcatlipoca encargado cada uno de un punto cardinal – así como los
chinos y noruegos. Para la concepción grecorromana un solo dios y castigado, Atlas, es el
encargado de sostener, por la eternidad el globo terráqueo.
Hoy quienes pronostican el fin del Mundo para el próximo viernes 5 de mayo del año
2000 y ello por una nefasta confusión y alineamiento planetario en la constelación de
Tauro encontrándose el sol en el medio de un “tironeo planetario” con la tierra y luna
solos de un lado, y Mercurio, Venus, Júpiter, Marte y Saturno, todos juntos del lado
opuesto.
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Que astrológicamente alguna y mucha importancia y efectos pueda tener dicha gran
alineación pueda ser admitido, pero que su consecuencia deban ser devastadoras, me
niego a creerlo sin más explicaciones que lo hagan creíble.
Mi primera resistencia a dicho pronóstico apocalíptico del próximo 5 de mayo del año
2000 sufrió un escalofrió cuando los hechos en que se basa tal pronóstico son
confirmados y ratificados por estudiosos y científicos, y así, al leer sobre inicios de 1999
“La huella de los Dioses” de Graham Hancock, y conocer que el New York Times, ya en su
edición del 15 de abril de 1951, había publicado un informe sobre la cuestión,
expresando que “han aparecido pruebas de una extraña e insólita correlación entre las
posiciones de Júpiter, Saturno y Marte en sus órbitas alrededor del sol y de violentas
perturbaciones eléctricas en la atmósfera superior terrestre”.
Cita Hancock, dando mayor dramatismo a la situación, que la misma fue pronosticada y
profetizada por Berroso, un astrónomo Caldeo del siglo III a.C. quien anunció el fin del
mundo con estas palabras: “Yo, Berroso, intérprete de Bellus, declaro que todo cuanto
herede la tierra, será arrojado a las llamas cuando los cinco planetas se reúnan en
cáncer dispuestos en una hilera de forma que a través de sus esferas pueda pasar una
línea recta”.
Precisamente el próximo viernes 5 de mayo del año 2000 sucederá esta extraña y
especial alineación planetaria, y si bien no es de conocimiento público, es de gran
conocimiento e investigación científica y astronómica.
Richard Noone es autor del libro “5/5/2000, el último desastre” y en él sienta su teoría
de grandes cambios producto de ese “tirón electromagnético”. Charles H. Happood, en su
libro “El desplazamiento de la corteza de la tierra” es otro de los investigadores y
estudiosos de este fenómeno, que se considera único en los últimos seis mil a ocho mil
años, y que, a ciencia cierta se desconocen sus consecuencias.
Se ha descifrado, partiendo del estudio del calendario maya, que esta situación extraña y
especial, es tan particular que se da sólo una vez cada 45200 años, y que estaba prevista
por los mayas.
Alguien quizás pudiera asociar dicha profecía de Berroso de que “La Tierra será arrojada
a las llamas” con la visión del Apocalipsis judeocristiano que dice que la primera
destrucción lo fue por agua (el diluvio) y que la próxima lo será por fuego.
Por lo pronto nos queda esperar, poco más de un año desde este inicio de 1999 y
asombrarnos con lo que suceda el viernes 5 de mayo del año 2000. Por otra parte, los
mayas nos han dejado otra fecha, un poco más distante, la han fijado para el día 4 Ahau
3 Kankin, que es, según parece, la fecha correspondiente al 23 de diciembre del año
2012, según nuestro calendario gregoriano vigente, y que es la fecha según el calendario
maya en que perecerá este quinto sol, ya viejo y cansado, y con él, la destrucción del
mundo.
La tradición persa por medio de la gran influencia de Zaratustra o Zoroastro cuenta que
el fin de los tiempos llegará de manos del príncipe de las tinieblas, Arriman y pinta todo
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un pesimista espectáculo de devastación, luego del cual, aparecerá como descendiente de
Zaratustra un guerrero santo Saoshyant, de las aguas del lago Kasaoya.
El fin del mundo llegará algún día, quizás las antiguas y perdidas civilizaciones tratan de
decirnos algo, quizás, saben más de lo que nosotros creemos que sabían, y quizás nos
están tratando de alertar. De nosotros depende si les prestamos atención. En ello nos va
la existencia.
El fin del Mundo llegará algún día, llegará o bien por la autodestrucción del hombre en
su medio ambiente, o bien, superada esta tendencia suicida de la especie, por el
agotamiento de nuestro sol, o por un nuevo meteorito destructor, o quien sabe por cuál
otra causa astronómica, o quizás por la nueva y cíclica destrucción catastrófica global.
En cuanto al juicio final no concebimos el mismo como Universal y colectivo, uno que
será individual, intimo y particular de cada uno en la acción de nuestro inevitable fin
físico y de acuerdo con cada una de nuestras intimas creencias.
Sobre el Autor:
Escritor de temas históricos argentinos, entre ellos: “El bloqueo francés” – “San Martín y
Rosas” – “Nuestras Malvinas” – “Cincuentenario del 4 de junio” – “La historia nacional
como historia argentina” – “Las invasiones inglesas” – “La gesta nacional de mayo”
Escritor de temas políticos argentinos, entre ellos: “Evita por siempre” – “Fichas políticas
partidarias” – “Apuntes para la Liberación” – “Análisis y Alternativa” – “Ensayo político
institucional sobre las autoridades nacionales.”
Escritor de otros temas, entre ellos: “Pensamientos, una razón para existir” –
“Pensamientos para nuestra vida cotidiana” – “Los pilares del pensamiento” e “Historia
del pensamiento político occidental” de donde se extrae esta selección como “Kronos, sus
misterios y el milenio.”