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Por ende, no existe garantía de que este tipo de conocimiento sea o no verdadero,
aunque bien puede servir para dar soluciones a problemas inmediatos, concretos
e individuales.
El término vulgar en este contexto no quiere decir grosero, sino popular, pues
viene de vulgus, un término de origen latino que simplemente quiere decir
“común”. Es un tipo de conocimiento “no especializado” o “no formado”, en
estado natural o salvaje.
Este tipo de conocimiento surge de las preguntas ser humano sobre sí mismo,
muchas de las cuales no tienen una solución sencilla, como: “¿quiénes somos?”,
“¿de dónde venimos?”, “¿hacia dónde vamos?” o “¿por qué existe lo que existe?”,
entre otras muchas.
Los saberes religiosos, pues, son incuestionables y se rigen por una lógica propia,
que generalmente distingue entre el bien y el mal, o entre lo justo y lo
pecaminoso, dependiendo de los valores que se expresen detrás de cada religión.
Por ejemplo, el cristianismo es una doctrina de la culpa, mientras que la religión de
la antigua Grecia se basaba en el honor y el equilibrio.
Este cambio marcó el fin de la Edad Media y del Antiguo Régimen y dio paso a un
mundo moderno, guiado por la ciencia y la fe en la razón humana, antes que en
los designios divinos. Así, la religión pasó a ocupar un lugar secundario, personal,
casi íntimo en la vida de las personas.