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César

Vallejo
Curso:
Historia Universal
Trabajo en equipo:
Poema de Gilgamesh
Integrantes
DHIOGO ZIDANNE KALEFF DURAN
USAITA
RICARDO WALTER GODOY VARGAS
ANDER GADIEL VELAPATIÑO CCANTO
ALDO URIEL GAMBOA BARRIOS
LUCIA ADRIANA PRETELL LUYA
Ciclo: 2021
Profesor: Víctor Felipe
Espinal Enciso
El resumen del poema de
Gilgamesh
• Gilgamesh y Enkidu
Gilgamesh, el rey de la ciudad de Uruk, es dos tercios dios y un tercio humano.
Es el hombre más grande y hermoso del mundo. Su barba brilla como el
lapislázuli y su cabello crece tan grueso como el grano. Pero Gilgamesh se
comporta como un tirano con sus súbditos y obliga a los jóvenes a trabajar
como siervos. Los hijos no vuelven a ver a sus padres, las hijas son separadas
de sus madres y las vírgenes, de sus amados. La gente ruega a los dioses que
creen un rival de la misma clase para Gilgamesh.
La diosa creadora Aruru arroja arcilla a la estepa y crea a Enkidu, un hombre
enorme con todo el cuerpo cubierto de pelo. Come hierba y bebe la leche de
animales salvajes. En el abrevadero lo ve un cazador. Primero, este se congela
de miedo, pero unos días después se enoja, porque Enkidu destruye sus
trampas y deja escapar las presas. Le aconsejan que traiga de Uruk a la
voluptuosa ramera sagrada Shamhat: ella debe seducir al salvaje Enkidu e
integrarlo a la comunidad de hombres civilizados. Tan pronto Shamhat ve a
Enkidu en el abrevadero, abre sin miedo su vestido y le muestra sus pechos. El
salvaje no puede resistirse mucho tiempo. Ambos duermen juntos seis días y
siete noches. Cuando Enkidu regresa después con los animales salvajes, ellos
huyen de él. Shamhat lo persuade para que vaya con ella a Uruk, donde
Gilgamesh gobierna como un animal salvaje. A Enkidu le gusta la idea, porque
anhela un amigo. Planea desafiar a Gilgamesh para que se convierta en un
mejor rey.
El primer combate
Mientras tanto, Gilgamesh le relata a su madre sabia, Ninsun, dos
sueños. Primero, un meteorito cayó del cielo y todo el país se reunió a
su alrededor. Después, había un hacha en la calle de Uruk y, de nuevo,
mucha gente se reunió a su alrededor. Él había levantado y acariciado
ambos y había puesto el meteorito y el hacha a los pies de su madre.
Ninsun le profetiza a su hijo que conseguirá un amigo fuerte y sus
consecuencias serán enormes. Ella lo tratará como si fuese su propio
hijo.
En un campamento cerca de la ciudad, unos pastores le ofrecen a
Enkidu pan y cerveza. Después de la desconfianza inicial, se bebe tres
jarras. Se siente liberado y empieza a cantar en voz alta. Al día
siguiente, un hombre en camino a una boda le dice que Gilgamesh
quiere ejercer su derecho de ser el primero en acostarse con la novia.
Enkidu se enoja, va a la ciudad y se interpone en el camino de
Gilgamesh frente a la casa de la boda. Ambos luchan y los muros de la
ciudad se estremecen. Solo se detienen cuando Ninsun se interpone
entre ambos. Ahora los hombres se toman de la mano. Gilgamesh
propone ir a la Selva de los Cedros y matar a Humbaba, el guardián de
la selva. Enkidu tiene dudas. Ha oído hablar de la oscura selva y de su
terrible dios y cree que caerá de un solo golpe si se atreve ir allí. Pero
Gilgamesh lo niega: el ser humano es pasajero y, por tanto, debe
hacerse de un nombre con sus hazañas mientras viva.
La marcha hacia la Selva de
los Cedros
En la armería, ambos ordenan un equipo de instrumentos de combate:
sus hachas y espadas debían pesar siete talentos y su faja, un talento.
El consejo de ancianos declara tener dudas sobre el significado de la
expedición, pero al final sus representantes ceden ante la insistencia
de su rey y bendicen a los viajeros. Ninsun consulta el oráculo antes de
la partida. Realiza las abluciones rituales, se pone sus joyas más
valiosas, camina por el techo del templo y le reza al dios
sol Shamash para que proteja a su hijo durante el día y lo ponga bajo el
amparo de las estrellas durante la noche. Los compañeros se acercan
al Líbano con pasos gigantescos. En solo tres días recorren un trayecto
que normalmente tomaría un mes y medio en completarse. Durante la
caminata, Gilgamesh sube varias veces una montaña, hace una ofrenda
de harina y se sienta a dormir en la casa de ensueño, construida por
Enkidu. Por primera vez sueña que la montaña se estrella contra él y un
rey radiante lo saca de debajo de ella. Enkidu es optimista: la montaña
representa a Humbaba y el salvador del rey Gilgamesh es Shamash.
Pero Gilgamesh tiene otros cuatro sueños horribles que desaniman a
los dos. Shamash se impacienta. Desde el cielo grita que Humbaba se
ha quitado seis de sus siete mantos protectores y exige a los dos que
ataquen de inmediato.
La muerte de Humbaba
Asombrados, Gilgamesh y Enkidu están frente a los cedros
inconcebiblemente altos. Frente a la montaña de los cedros está
la morada de los dioses. Humbaba aparece e insulta a Enkidu,
llamándolo “engendro de una tortuga que no bebió leche
materna”. Al mismo tiempo, pisa el suelo con tanta fuerza que la
tierra se divide y se apila para formar montañas. Caen rocas
sobre los dos amigos hasta que Shamash envía una gran
tormenta con 13 vientos. Ahora Humbaba está indefenso ante las
armas de Gilgamesh. Le ruega a Gilgamesh y luego a Enkidu que
le perdonen la vida. Es en vano. Entonces, Humbaba se incorpora
una vez más y los maldice: “¡No llegarán a viejos los dos!”
vociferó, antes de que Gilgamesh le corte el cuello con la espada
y Enkidu le arranque los pulmones. Al final, Gilgamesh tira los
árboles. De un cedro particularmente alto, hacen una puerta para
el templo de Nippur. Construyen una balsa, ponen la puerta
encima y la transportan a la ciudad por el río Éufrates.
Amor avergonzado
Gilgamesh se lavó el cabello enmarañado, se vistió con ropa limpia y
se puso su corona. Entonces, la diosa Ishtar se da cuenta de su
belleza. Si se casa con ella, le promete carros de oro, todas las
riquezas imaginables, así como múltiples partos de sus cabras y
ovejas. Pero Gilgamesh la rechaza y la insulta, con burla. Ishtar echa
espuma de rabia y le pide a su padre Anu que lance el Toro del
Cielo contra Gilgamesh. Anu le da la guía y ella conduce al toro a la
tierra. De inmediato, el bosque se seca, el nivel del agua del río
desciende amenazadoramente y el resoplido del enorme animal
produce pozos tan profundos que 200 jóvenes de Uruk caen en él.
Pero Enkidu solo se hunde hasta las caderas. Salta fuera y agarra al
toro por los cuernos, que de nuevo arroja espuma y le lanza estiércol
con la cola. Enkidu coge al animal por la cola y pone su pie en sus
cuartos traseros, mientras Gilgamesh lo mata. Le arrancan el corazón
al toro y se lo ofrendan a Shamash.
La despedida de Enkidu
En la noche, Enkidu se despierta de un sueño terrible: la asamblea de
dioses los condenó a él y a Gilgamesh por haber matado a Humbaba y
al Toro del Cielo. Pero Enil, el rey de los dioses, determina que solo
Enkidu debe morir. Después, Enkidu maldice la puerta que donó a los
dioses que ahora tramitan su extinción. Gilgamesh intenta
tranquilizarlo. Promete orar a los dioses y sacrificar una estatua de oro
de Enkidu para que lo perdonen. Pero su amigo ya se dio por vencido:
no tiene sentido luchar contra el destino. Ahora maldice al cazador y a
Shamhat, que lo arrancaron de la comunidad de animales. Shamash
hace reflexionar al iracundo: ¿no le dio la prostituta una cerveza y lo
vistió con ropas nobles? ¿Y no le ofreció Gilgamesh un lecho de honor?
Doce días después, Enkidu llama a Gilgamesh, se queja de su final sin
gloria y muere.
El camino en el fin del
mundo
Gilgamesh está inconsolable. Manda construir una tumba
magnífica para su amigo, a la que provee con costosas ofrendas.
Para protegerla de los ladrones de tumbas, se desvía el Éufrates y
la tumba se coloca en el lecho del río. Gilgamesh lleva el cabello
amarrado en señal de luto. Vestido con la piel de un león, vaga
por la estepa hasta que se encuentra frente a las montañas
gemelas, la frontera con el fin del mundo. Dos hombres
escorpión vigilan la entrada. Le preguntan por qué tomó la ruta
fatigosa. Gilgamesh responde que está buscando a su
antepasado, Utnapishtim. De él, a quien los dioses le otorgaron la
inmortalidad, quisiera aprender a vencer a la muerte. Los hombres
escorpión se sorprenden. Nadie antes de Gilgamesh se aventuró
por la montaña, porque a lo largo de un tramo de doce leguas hay
una completa oscuridad. Finalmente, dejan pasar a Gilgamesh. En
la oscuridad, está a punto de darse por vencido. Pero después de
doce leguas de repente hay claridad. Divisa un bosque, de cuyos
árboles cuelgan piedras preciosas.
Las aguas de la muerte
A la orilla del mar, la tabernera Siduri ve a Gilgamesh deambulando por ahí.
Temerosa, cierra su puerta y se sube al techo. Para que no tenga miedo,
Gilgamesh le cuenta sus hazañas y las de Enkidu. Pero Siduri no confía en
él. Entonces, Gilgamesh narra la muerte de su amigo. Cuenta cómo lo amó
y lloró por él y cómo, de repente, sintió un inmenso temor por el fin de su
propia vida. Le pregunta a Siduri qué camino lo puede llevar con
Utnapishtim. La tabernera no le aconseja el viaje. Nadie, con excepción de
Shamash, ha cruzado nunca el mar. Los dioses habrían dado muerte a la
gente y no tendría sentido huir. Pero luego lo remite con el
barquero Urshanabi, que está junto con los hombres de piedra, en los
árboles del bosque. Gilgamesh vence al barquero, destroza a sus
asistentes y los arroja al río. Un error, como pronto se comprueba, porque
los hombres de piedra son los únicos capaces de cruzar las Aguas de la
Muerte. Ahora Gilgamesh debe talar 300 árboles para construir pértigas de
30 metros de largo. Puede utilizar cada vez una pértiga para remar. Cuando
hubo utilizado la última, emplea su ropa como vela. Así llega a la otra orilla.
El relato del diluvio
Utnapishtim escucha a Gilgamesh, pero se niega a ayudarlo a conseguir
la inmortalidad. El cometido de Gilgamesh es ser un buen rey en la
tierra. El día de su muerte está en manos de los dioses. Pero Gilgamesh
no cede. Quiere saber por qué Utnapishtim es inmortal. Entonces este le
cuenta sobre la gran inundación que los dioses enviaron en aquel tiempo
sobre el país. El dios Ea, el príncipe de la sabiduría, le había
encomendado en ese entonces construir un barco enorme. Con la
promesa de una cosecha abundante, Utnapishtim había conseguido
carpinteros, tejedores de caña, constructores navales, jóvenes y viejos
para las obras de construcción. El enorme barco tenía siete pisos, cada
uno con nueve habitaciones. Utnapishtim había subido a bordo tanto
como le fue posible: oro y plata, simientes de las cosas vivientes, a toda
su familia, artesanos, artistas y escribas, ganado y animales salvajes.
Luego, cerró la puerta. El temporal que sobrevino poco después fue
despiadado. La tormenta, el aguacero y el diluvio sepultaron a todo lo
que había vivo. Solo al séptimo día hubo calma. La humanidad se había
convertido otra vez en barro. Utnapishtim buscó una orilla, pero solo vio
doce islas que sobresalían del mar. Encalló en el monte Nisir y entonces
dejó que volaran una golondrina y una paloma. Ambas regresaron.
Finalmente, soltó un cuervo que no regresó. Entonces Utnapishtim
ofreció un sacrificio que atrajo a los dioses. Enlil, el que había enviado el
diluvio, se enfureció cuando vio a los humanos sobrevivientes. Pero Ea
lo reprendió: en lugar de destruir todo, debería haber enviado hambre o
enfermedades. Pero ahora, debería ayudar a los sobrevivientes.
Entonces, Enlil bendijo a Utnapishtim y a su mujer y los convirtió en
dioses.
El rey sabio de Uruk
Utnapishtim quiere descubrir qué podría justificar la admisión de
Gilgamesh en la comunidad de los dioses. Para ponerlo a prueba, le
indica al héroe que se mantenga despierto durante siete noches.
Pero Gilgamesh duerme como piedra durante seis días y siete
noches. Para demostrar esto, la esposa de Utnapishtim hornea un
pan todos los días y apila las hogazas frente al durmiente. Cuando
Gilgamesh despierta, la primera hogaza ya está totalmente seca. No
pasó la prueba y debe regresar con los mortales. Al despedirse,
Utnapishtim le revela a su huésped el secreto de una planta espinosa
que brinda vida eterna. A continuación, Gilgamesh ata piedras a sus
pies, se deja hundir en el Apsu, un océano subterráneo de agua
dulce, y recoge la planta mencionada. Quiere probarla con un
anciano en Uruk. En el camino de regreso, Gilgamesh se baña en el
agua fría de un pozo, mientras una serpiente se acerca sin ser vista.
Huele la planta, se la lleva consigo y muda de piel. Gilgamesh estalla
en llanto. Todo fue en vano. La entrada a los inmortales está cerrada
para él de una vez por todas. Regresa a Uruk con Urshnabi y le
muestra la muralla de la ciudad. Está orgulloso de sus sólidos
cimientos y las tejas de ladrillo, está orgulloso de la ciudad cuyo rey
en la tierra es él.
Gilgamesh

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creen un rival gilgamesh Enkidu se enoja
pelo salvajes
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