Está en la página 1de 6

Resumen

Gilgamesh y Enkidu
Gilgamesh, el rey de la ciudad de Uruk, es dos tercios dios y un tercio humano.
Es el hombre más grande y hermoso del mundo. Su barba brilla como el
lapislázuli y su cabello crece tan grueso como el grano. Pero Gilgamesh se
comporta como un tirano con sus súbditos y obliga a los jóvenes a trabajar
como siervos. Los hijos no vuelven a ver a sus padres, las hijas son separadas de
sus madres y las vírgenes, de sus amados. La gente ruega a los dioses que creen
un rival de la misma clase para Gilgamesh.

“Gilgamesh, que vio las profundidades, la fundación de la tierra, que conoció los
confines remotos, lo entiende todo””.
La diosa creadora  Aruru arroja arcilla a la estepa y crea a  Enkidu, un hombre
enorme con todo el cuerpo cubierto de pelo. Come hierba y bebe la leche de
animales salvajes. En el abrevadero lo ve un cazador. Primero, este se congela
de miedo, pero unos días después se enoja, porque Enkidu destruye sus trampas
y deja escapar las presas. Le aconsejan que traiga de Uruk a la voluptuosa
ramera sagrada Shamhat: ella debe seducir al salvaje Enkidu e integrarlo a la
comunidad de hombres civilizados. Tan pronto Shamhat ve a Enkidu en el
abrevadero, abre sin miedo su vestido y le muestra sus pechos. El salvaje no
puede resistirse mucho tiempo. Ambos duermen juntos seis días y siete noches.
Cuando Enkidu regresa después con los animales salvajes, ellos huyen de él.
Shamhat lo persuade para que vaya con ella a Uruk, donde Gilgamesh gobierna
como un animal salvaje. A Enkidu le gusta la idea, porque anhela un amigo.
Planea desafiar a Gilgamesh para que se convierta en un mejor rey.

El primer combate
Mientras tanto, Gilgamesh le relata a su madre sabia,  Ninsun, dos sueños.
Primero, un meteorito cayó del cielo y todo el país se reunió a su alrededor.
Después, había un hacha en la calle de Uruk y, de nuevo, mucha gente se reunió
a su alrededor. Él había levantado y acariciado ambos y había puesto el
meteorito y el hacha a los pies de su madre. Ninsun le profetiza a su hijo que
conseguirá un amigo fuerte y sus consecuencias serán enormes. Ella lo tratará
como si fuese su propio hijo.

“Durante seis días y siete noches Enkidu se levantó y cohabitó con Shamhat
hasta que se sació de disfrutar de ella””.
En un campamento cerca de la ciudad, unos pastores le ofrecen a Enkidu pan y
cerveza. Después de la desconfianza inicial, se bebe tres jarras. Se siente
liberado y empieza a cantar en voz alta. Al día siguiente, un hombre en camino
a una boda le dice que Gilgamesh quiere ejercer su derecho de ser el primero en
acostarse con la novia. Enkidu se enoja, va a la ciudad y se interpone en el
camino de Gilgamesh frente a la casa de la boda. Ambos luchan y los muros de
la ciudad se estremecen. Solo se detienen cuando Ninsun se interpone entre
ambos. Ahora los hombres se toman de la mano. Gilgamesh propone ir a la
Selva de los Cedros y matar a Humbaba, el guardián de la selva. Enkidu tiene
dudas. Ha oído hablar de la oscura selva y de su terrible dios y cree que caerá de
un solo golpe si se atreve ir allí. Pero Gilgamesh lo niega: el ser humano es
pasajero y, por tanto, debe hacerse de un nombre con sus hazañas mientras
viva.

La marcha hacia la Selva de los Cedros


En la armería, ambos ordenan un equipo de instrumentos de combate: sus
hachas y espadas debían pesar siete talentos y su faja, un talento. El consejo de
ancianos declara tener dudas sobre el significado de la expedición, pero al final
sus representantes ceden ante la insistencia de su rey y bendicen a los viajeros.
Ninsun consulta el oráculo antes de la partida. Realiza las abluciones rituales, se
pone sus joyas más valiosas, camina por el techo del templo y le reza al dios
sol Shamash para que proteja a su hijo durante el día y lo ponga bajo el
amparo de las estrellas durante la noche. Los compañeros se acercan al Líbano
con pasos gigantescos. En solo tres días recorren un trayecto que normalmente
tomaría un mes y medio en completarse. Durante la caminata, Gilgamesh sube
varias veces una montaña, hace una ofrenda de harina y se sienta a dormir en
la casa de ensueño, construida por Enkidu. Por primera vez sueña que la
montaña se estrella contra él y un rey radiante lo saca de debajo de ella. Enkidu
es optimista: la montaña representa a Humbaba y el salvador del rey Gilgamesh
es Shamash. Pero Gilgamesh tiene otros cuatro sueños horribles que desaniman
a los dos. Shamash se impacienta. Desde el cielo grita que Humbaba se ha
quitado seis de sus siete mantos protectores y exige a los dos que ataquen de
inmediato.

La muerte de Humbaba
Asombrados, Gilgamesh y Enkidu están frente a los cedros inconcebiblemente
altos. Frente a la montaña de los cedros está la morada de los dioses. Humbaba
aparece e insulta a Enkidu, llamándolo “engendro de una tortuga que no bebió
leche materna”. Al mismo tiempo, pisa el suelo con tanta fuerza que la tierra se
divide y se apila para formar montañas. Caen rocas sobre los dos amigos hasta
que Shamash envía una gran tormenta con 13  vientos. Ahora Humbaba está
indefenso ante las armas de Gilgamesh. Le ruega a Gilgamesh y luego a Enkidu
que le perdonen la vida. Es en vano. Entonces, Humbaba se incorpora una vez
más y los maldice: “¡No llegarán a viejos los dos!” vociferó, antes de que
Gilgamesh le corte el cuello con la espada y Enkidu le arranque los pulmones. Al
final, Gilgamesh tira los árboles. De un cedro particularmente alto, hacen una
puerta para el templo de Nippur. Construyen una balsa, ponen la puerta encima
y la transportan a la ciudad por el río Éufrates.

Amor avergonzado
Gilgamesh se lavó el cabello enmarañado, se vistió con ropa limpia y se puso su
corona. Entonces, la diosa Ishtar  se da cuenta de su belleza. Si se casa con ella,
le promete carros de oro, todas las riquezas imaginables, así como múltiples
partos de sus cabras y ovejas. Pero Gilgamesh la rechaza y la insulta, con burla.
Ishtar echa espuma de rabia y le pide a su padre Anu que lance el Toro del
Cielo  contra Gilgamesh. Anu le da la guía y ella conduce al toro a la tierra. De
inmediato, el bosque se seca, el nivel del agua del río desciende
amenazadoramente y el resoplido del enorme animal produce pozos tan
profundos que 200 jóvenes de Uruk caen en él. Pero Enkidu solo se hunde hasta
las caderas. Salta fuera y agarra al toro por los cuernos, que de nuevo arroja
espuma y le lanza estiércol con la cola. Enkidu coge al animal por la cola y pone
su pie en sus cuartos traseros, mientras Gilgamesh lo mata. Le arrancan el
corazón al toro y se lo ofrendan a Shamash.

La despedida de Enkidu
En la noche, Enkidu se despierta de un sueño terrible: la asamblea de dioses los
condenó a él y a Gilgamesh por haber matado a Humbaba y al Toro del Cielo.
Pero Enil, el rey de los dioses, determina que solo Enkidu debe morir. Después,
Enkidu maldice la puerta que donó a los dioses que ahora tramitan su extinción.
Gilgamesh intenta tranquilizarlo. Promete orar a los dioses y sacrificar una
estatua de oro de Enkidu para que lo perdonen. Pero su amigo ya se dio por
vencido: no tiene sentido luchar contra el destino. Ahora maldice al cazador y a
Shamhat, que lo arrancaron de la comunidad de animales. Shamash hace
reflexionar al iracundo: ¿no le dio la prostituta una cerveza y lo vistió con ropas
nobles? ¿Y no le ofreció Gilgamesh un lecho de honor? Doce días después,
Enkidu llama a Gilgamesh, se queja de su final sin gloria y muere.
El camino en el fin del mundo
Gilgamesh está inconsolable. Manda construir una tumba magnífica para su
amigo, a la que provee con costosas ofrendas. Para protegerla de los ladrones
de tumbas, se desvía el Éufrates y la tumba se coloca en el lecho del río.
Gilgamesh lleva el cabello amarrado en señal de luto. Vestido con la piel de un
león, vaga por la estepa hasta que se encuentra frente a las montañas gemelas,
la frontera con el fin del mundo. Dos hombres escorpión vigilan la entrada. Le
preguntan por qué tomó la ruta fatigosa. Gilgamesh responde que está
buscando a su antepasado,  Utnapishtim. De él, a quien los dioses le otorgaron
la inmortalidad, quisiera aprender a vencer a la muerte. Los hombres escorpión
se sorprenden. Nadie antes de Gilgamesh se aventuró por la montaña, porque a
lo largo de un tramo de doce leguas hay una completa oscuridad. Finalmente,
dejan pasar a Gilgamesh. En la oscuridad, está a punto de darse por vencido.
Pero después de doce leguas de repente hay claridad. Divisa un bosque, de
cuyos árboles cuelgan piedras preciosas.

Las aguas de la muerte


A la orilla del mar, la tabernera Siduri  ve a Gilgamesh deambulando por ahí.
Temerosa, cierra su puerta y se sube al techo. Para que no tenga miedo,
Gilgamesh le cuenta sus hazañas y las de Enkidu. Pero Siduri no confía en él.
Entonces, Gilgamesh narra la muerte de su amigo. Cuenta cómo lo amó y lloró
por él y cómo, de repente, sintió un inmenso temor por el fin de su propia vida.
Le pregunta a Siduri qué camino lo puede llevar con Utnapishtim. La tabernera
no le aconseja el viaje. Nadie, con excepción de Shamash, ha cruzado nunca el
mar. Los dioses habrían dado muerte a la gente y no tendría sentido huir. Pero
luego lo remite con el barquero Urshanabi, que está junto con los hombres de
piedra, en los árboles del bosque. Gilgamesh vence al barquero, destroza a sus
asistentes y los arroja al río. Un error, como pronto se comprueba, porque los
hombres de piedra son los únicos capaces de cruzar las Aguas de la Muerte.
Ahora Gilgamesh debe talar 300 árboles para construir pértigas de 30  metros
de largo. Puede utilizar cada vez una pértiga para remar. Cuando hubo utilizado
la última, emplea su ropa como vela. Así llega a la otra orilla.

El relato del diluvio


Utnapishtim escucha a Gilgamesh, pero se niega a ayudarlo a conseguir la
inmortalidad. El cometido de Gilgamesh es ser un buen rey en la tierra. El día de
su muerte está en manos de los dioses. Pero Gilgamesh no cede. Quiere saber
por qué Utnapishtim es inmortal. Entonces este le cuenta sobre la gran
inundación que los dioses enviaron en aquel tiempo sobre el país. El dios Ea, el
príncipe de la sabiduría, le había encomendado en ese entonces construir un
barco enorme. Con la promesa de una cosecha abundante, Utnapishtim había
conseguido carpinteros, tejedores de caña, constructores navales, jóvenes y
viejos para las obras de construcción. El enorme barco tenía siete pisos, cada
uno con nueve habitaciones. Utnapishtim había subido a bordo tanto como le
fue posible: oro y plata, simientes de las cosas vivientes, a toda su familia,
artesanos, artistas y escribas, ganado y animales salvajes. Luego, cerró la
puerta. El temporal que sobrevino poco después fue despiadado. La tormenta,
el aguacero y el diluvio sepultaron a todo lo que había vivo. Solo al séptimo día
hubo calma. La humanidad se había convertido otra vez en barro. Utnapishtim
buscó una orilla, pero solo vio doce islas que sobresalían del mar. Encalló en el
monte Nisir y entonces dejó que volaran una golondrina y una paloma. Ambas
regresaron. Finalmente, soltó un cuervo que no regresó. Entonces Utnapishtim
ofreció un sacrificio que atrajo a los dioses.  Enlil, el que había enviado el diluvio,
se enfureció cuando vio a los humanos sobrevivientes. Pero Ea lo reprendió: en
lugar de destruir todo, debería haber enviado hambre o enfermedades. Pero
ahora, debería ayudar a los sobrevivientes. Entonces, Enlil bendijo a
Utnapishtim y a su mujer y los convirtió en dioses.

El rey sabio de Uruk


Utnapishtim quiere descubrir qué podría justificar la admisión de Gilgamesh en
la comunidad de los dioses. Para ponerlo a prueba, le indica al héroe que se
mantenga despierto durante siete noches. Pero Gilgamesh duerme como piedra
durante seis días y siete noches. Para demostrar esto, la esposa de Utnapishtim
hornea un pan todos los días y apila las hogazas frente al durmiente. Cuando
Gilgamesh despierta, la primera hogaza ya está totalmente seca. No pasó la
prueba y debe regresar con los mortales. Al despedirse, Utnapishtim le revela a
su huésped el secreto de una planta espinosa que brinda vida eterna. A
continuación, Gilgamesh ata piedras a sus pies, se deja hundir en el Apsu, un
océano subterráneo de agua dulce, y recoge la planta mencionada. Quiere
probarla con un anciano en Uruk. En el camino de regreso, Gilgamesh se baña
en el agua fría de un pozo, mientras una serpiente se acerca sin ser vista. Huele
la planta, se la lleva consigo y muda de piel. Gilgamesh estalla en llanto. Todo
fue en vano. La entrada a los inmortales está cerrada para él de una vez por
todas. Regresa a Uruk con Urshnabi y le muestra la muralla de la ciudad. Está
orgulloso de sus sólidos cimientos y las tejas de ladrillo, está orgulloso de la
ciudad cuyo rey en la tierra es él.

También podría gustarte