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Gilgamesh, el rey de Uruk, construyó una gran muralla para demostrar su poder, pero su trato cruel hacia el pueblo provocó su descontento. El dios Sol creó a Enkidu para enfrentar a Gilgamesh. Tras ser domesticado por Shamhat, Enkidu llegó a Uruk y retó a Gilgamesh a una batalla, la cual terminó en empate. Sin embargo, Enkidu salvó a Gilgamesh de caer de la muralla, lo que llevó a que ambos se hicieran amigos y trajeran paz y felic
Gilgamesh, el rey de Uruk, construyó una gran muralla para demostrar su poder, pero su trato cruel hacia el pueblo provocó su descontento. El dios Sol creó a Enkidu para enfrentar a Gilgamesh. Tras ser domesticado por Shamhat, Enkidu llegó a Uruk y retó a Gilgamesh a una batalla, la cual terminó en empate. Sin embargo, Enkidu salvó a Gilgamesh de caer de la muralla, lo que llevó a que ambos se hicieran amigos y trajeran paz y felic
Gilgamesh, el rey de Uruk, construyó una gran muralla para demostrar su poder, pero su trato cruel hacia el pueblo provocó su descontento. El dios Sol creó a Enkidu para enfrentar a Gilgamesh. Tras ser domesticado por Shamhat, Enkidu llegó a Uruk y retó a Gilgamesh a una batalla, la cual terminó en empate. Sin embargo, Enkidu salvó a Gilgamesh de caer de la muralla, lo que llevó a que ambos se hicieran amigos y trajeran paz y felic
Mesopotamia, el dios Sol envió a un rey llamado Gilgamesh a gobernar la ciudad de Uruk.
Gilgamesh era mitad hombre y mitad dios.
Parecía humano, pero no sabía que significaba ser humano. Tenía poder y riquezas pero no era feliz. Lo tenía todo, pero no tenía amigos. Siempre estaba solo y por eso se volvió amargo y cruel. Un día decidió demostrar su fuerza y su poder para que nadie jamás lo olvidara.
Entonces Gilgamesh ordenó construir una gran
muralla alrededor de la ciudad de Uruk. Para erigirla obligó a los hombres a abandonar su trabajo y su familia. Y a las mujeres a preparar los alimentos, para este ejercito de constructores. El rey mandó a alejar a los niños para que nadie jugara con ellos. Al principio la gente trabajó de buena gana. Suponía que su rey debía de tener un buen motivo para hacer la muralla. ¿Acaso algún enemigo planeaba invadir la ciudad?
A medida que la muralla crecía más y más, todos
empezaron a preocuparse. ¿Qué tan alta tenía que ser? Ya era más grande que cualquiera otra en el mundo. Pero Gilgamesh presionaba día y noche para seguir la construcción. La comida empezó a escasear. Los hombres se desmayaron de hambre y de fatiga. La gente pidió misericordia. Le suplicó a Gilgamesh que se detuviera. Pero él ignoró sus ruegos. Desesperados los habitantes de Uruk, imploraron la ayuda del dios Sol.
El dios Sol escuchó sus plegarias, y ordenó la
creación de otro hombre tan fuerte como Gilgamesh. Lo moldeó de barro y lo llamo Enkidu. Como Gilgamesh no había aprendido nada de su convivencia con los humanos, el dios Sol envió a Enkidu a vivir con los animales del bosque. Poco a poco, Enkidu se acercó a ellos y aprendió a cuidarlos. Pero no conocía la bondad humana, porque nunca había visto a otro hombre o mujer. El primero que vio, le causó una gran decepción. Era un cazador que se adentraba en el bosque para matar animales. ¿Por qué alguien haría algo así? se preguntó. Acudió a salvar a sus amigos, derribó al hombre de su carruaje, y rescató a los animales heridos. El cazador se apresuró de vuelta a Uruk, para advertir a Gilgamesh, sobre el nuevo peligro que rondaba el bosque. Llamó a Enkidu “el hombre más fuerte del mundo”.
Gilgamesh se enfureció. “No existe nadie más
fuerte que yo. Tráeme a esa criatura para comprobarlo. La destruiré frente a todos los habitantes de Uruk.” El cazador se apresuró a decir que era incapaz de capturar a un hombre tan fuerte y tan salvaje. “Entonces le tenderemos una trampa”, respondió Gilgamesh. “Lleva a Shamhat al bosque, y deja que lo seduzca con su voz y sus encantos.”
En Uruk, se decía que el único que no amaba a
Shamhat era Gilgamesh. Y eso porque él, no quería a nadie. Shamhat era la mujer más hermosa de la ciudad, su voz la más melodiosa del templo. ¿Sería capaz de domar al salvaje? El cazador no quería volver al bosque, para no quedar en ridículo de nuevo, pero no se atrevió a oponerse a Gilgamesh, y mucho menos a desobedecerlo.
El cazador llevó a Shamhat al bosque. La dejó en
el sitio donde había visto a Enkidu por última vez, y se apresuró de vuelta a Uruk. Cuando cayó la tarde, Shamhat empezó a tocar el arpa y a cantar en la oscuridad. Su voz hechizó el bosque. Enkidu se dirigió hacia el lugar de donde provenía ese dulce sonido. Se ocultó detrás de un árbol. Nunca había visto algo tan encantador. Se acercó a Shamhat lentamente para no asustarla.
Cuando Shamhat lo vio, dejo de cantar. Enkidu
parecía más bestia que hombre, pero ella sabía que no le haría daño. Nadie jamás la había mirado con semejante ternura. En los siguientes días, Shamhat le enseñó a Enkidu a hablar y a cantar. Se enamoró de él, y juntos exploraron los caminos del amor. Enkidu le prometió permanecer siempre a su lado. Shamhat estaba asustada. Enkidu tenía que alejarse de la ciudad de Uruk, donde Gilgamesh aguardaba para destruirlo. Pero Enkidu no quiso escucharla. No tenía miedo. Por ella estaba dispuesto incluso a enfrentar la muerte.
Para Enkidu, lo más triste fue despedirse de sus
amigos del bosque, quienes se reunieron para verlo partir. No entendían por qué él los abandonaba. Él no lo pudo explicar.
En lo alto de una gran torre de la muralla de Uruk,
desde el amanecer hasta el atardecer, Gilgamesh esperaba todos los días el regreso de Shamhat. Los habitantes de la ciudad habían oído hablar del salvaje que vendría del bosque a rescatarlos de la crueldad de su rey. Gilgamesh lo sabía. Y planeaba matar al forastero frente a todos para que nadie se atreviera a desafiar su poder.
Shamhat estaba muy preocupada. ¿Podría
Enkidu vencer a Gilgamesh? ¿Qué pensaría la gente de este hombre salvaje? Para darle una apariencia más humana, Shamhat le recortó el cabello. Con su propia túnica le hizo una prenda para que se cubriera. Pero Enkidu conservó su corona de cuernos en homenaje, a sus amigos los animales. Shamhat señaló hacia Uruk, que ya se divisaba a lo lejos. Enkidu estaba deslumbrado, jamás imaginó lo hermosa que podría ser una ciudad.
A la mañana siguiente, la multitud se congregó
en las puertas de Uruk para ver la llegada de Shamhat y Enkidu. Gilgamesh había ordenado suspender los trabajos de construcción, para que todos fueran testigos de su victoria. Se paró en lo más alto de la muralla, y le gritó a Enkidu: “¡Soy el amo y señor de esta ciudad y de su gente! ¡Nadie entrará aquí sin mi permiso! ¡Te reto a que me enfrentes!”. Enkidu escaló la muralla y respondió: “Estoy listo.”
Los habitantes de Uruk, jamás habían
presenciado una batalla tan cruenta. Gilgamesh y Enkidu lucharon por horas. La tierra se sacudió y los relámpagos atravesaron el cielo, como si los mismísimos dioses se enfrentaran por el control del mundo. Enkidu y Gilgamesh eran iguales en fuerza y ninguno podía vencer al otro. Entonces, de repente, Gilgamesh pisó una piedra suelta, resbaló y cayó por el borde de la muralla.
Todo ocurrió tan rápido, que la gente no podía
creer lo que veían sus ojos. Ante la sorpresa de los espectadores, Enkidu se lanzó al borde de la muralla, y alcanzó a sujetar a Gilgamesh del brazo para salvarlo. ¿Por qué? Si Enkidu era el vencedor ¿Por qué quería ayudar a quien intentaba matarlo?
De nuevo Gilgamesh estuvo frente a Enkidu en la
muralla. Todos se quedaron sin aliento. Gilgamesh dio un paso hacia Enkidu, se detuvo, extendió los brazos y lo estrechó con fuerza. Por fin Gilgamesh lograba entender lo que significaba ser humano. Ya no estaba solo. Había encontrado un amigo.
Las celebraciones se prolongaron muchos días.
Shamhat encabezó el desfile más grande jamás visto en Uruk. Gilgamesh y Enkidu, ahora hermanos, lo observaron y saludaron desde la cima de la gran muralla. El rey ordenó detener para siempre su construcción. Las familias por fin se reunieron, y los padres bailaron con sus hijos en las calles. Todos fueron invitados al gran festejo.
Una paz nunca antes vivida descendió sobre
Uruk. En tardes apacibles, a Shamhat le gustaba navegar por el río con Enkidu, y escuchar como él y Gilgamesh planeaban hacer de Uruk una ciudad más feliz. Entonces ella tocaba el arpa y cantaba orgullosa de haber reunido a los dos amigos. A medida que el canto de Shamhat ondeaba a través de las aguas, los habitantes de Uruk se detenían a escuchar su voz. Se sentían agradecidos.