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LA EPOPEYA DE GILGAMESH

Tablilla I
Quien ha visto el fondo de las cosas y de la tierra, y todo lo ha vivido para enseñarlo a otros,
propagará su experiencia para el bien de cada uno [...].
Dos terceras partes de su cuerpo son de dios, la otra es de hombre. Su forma es perfecta [...]
como un buey montaraz de gran tamaño [...]. Ése es Gilgamesh, el pastor de Uruk, el pastor de todos,
imponente y sabio. A son de tambor se levantan sus compañeros. En verdad, el choque de sus armas
no tiene igual.
Los señores de Uruk se quejaron a los dioses, y éstos a Anu, que era el dueño de la ciudad:
―Gilgamesh separa a los hijos de sus padres, día y noche suelta el freno a su arrogancia. No deja a
la doncella al lado de su madre, ni a la hija del guerrero, ni a la esposa del noble.
Cuando Anu oyó estas quejas, llamó a la gran Aruru, la diosa madre de los hombres, y le dijo:
―Tú, ¡oh, Aruru!, que creaste a Gilgamesh, crea ahora su réplica y que tenga un contrincante su
furioso corazón. ¡Deja que luchen y haya paz en Uruk!
Tras haber oído Aruru este ruego, su espíritu vio la imagen del dios Anu. La diosa Aruru se
mojó las manos, tomó arcilla y empezó a modelarla y a dar forma a Enkidu, el valiente héroe. Su
cuerpo está todo cubierto de vello, lleva el pelo tan largo como el de una mujer, no conoce a la gente,
no conoce el país. Con las gacelas, en el campo, se alimenta de hierba.
Un día, un cazador se topó con él delante de un arroyo. Al ver al cazador el rostro de Enkidu
se contrajo; luego regresó con las bestias a su casa donde se refugió, asustado y quieto. Su rostro era
como el de un hombre que llega de muy lejos. El cazador abrió su boca para hablar, y dijo a su padre:
―Padre mío, un hombre ha llegado de los montes, el peso de su fuerza se siente en el país. ¡Estoy
tan asustado que no me atrevo a acercármele! Ha llenado las zanjas que yo había abierto, ha
destruido las trampas que yo había armado y me impide cazar en la llanura.
El padre respondió y dijo al cazador: ―Hijo mío, Gilgamesh reina en Uruk, nadie en el país lo
ha vencido jamás. Habla con él de la fuerza de ese hombre.
Así pues, siguiendo el consejo de su padre, el cazador decidió ir a ver a Gilgamesh. Se puso
en camino y llegó a Uruk, y dijo a Gilgamesh: ―Un hombre muy robusto ha llegado de los montes,
recorre sin cesar el país con sus rebaños. ¡Estoy tan asustado que no me atrevo a acercármele!”
Gilgamesh habló al cazador y dijo: ―Ve y toma, cazador, una mujer del templo, Ilévala contigo
y deja que venza al hombre con su poder. Cuando él llegue con sus bestias a beber al arroyo, la mujer
deberá descubrirse y mostrar su belleza y cuando el hombre la vea, se olvidará de todo.
El cazador fue por la mujer, tomaron el camino, sin hacer rodeos, y al tercer día llegaron al
arroyo. El cazador y la mujer se sentaron en sus sitios. Dos días estuvieron sentados junto al agua. Y
entonces llegó el rebaño para beber.
Llegaron los animales y calmaron su sed. Y Enkidu, que había nacido en los montes, que vivía
en los campos con las gacelas y bebía en los arroyos junto con sus rebaños, vio a la mujer, y conoció
su belleza, y se olvidó de todo. Seis días y siete noches estuvo Enkidu con la mujer, hasta que,
cansado de yacer con ella, decidió salir en busca de sus rebaños; pero al verlo las gacelas
emprendieron la huida, los rebaños del llano se apartaban de su cuerpo. Enkidu tuvo miedo,
temblaron sus miembros, se quedó inmóvil, mientras huía su rebaño. Enkidu no podía correr como
antes, mas su espíritu ahora era sabio, comprendía. Volvió a sentarse a los pies de la mujer y levantó
los ojos para mirarla, dispuesto a escuchar lo que dijera.
La mujer habló así a Enkidu: ― ¡Eres sabio, oh Enkidu, eres bello como un dios! ¿Por qué
andar en el llano con las bestias? ¡Ven conmigo! Te llevaré a la ciudad de Uruk, donde vive
Gilgamesh, el esforzado héroe, que es como un gran toro en medio de su gente.

Tablilla II
Enkidu escuchó estas palabras y el consejo de la mujer penetró en su corazón. El divino Enkidu
contestó a la mujer: ― ¡Vamos, condúceme a Uruk, veré a Gilgamesh, le hablaré, pelearé con él!
Ella tomó uno de sus vestidos y se lo puso al hombre, y, tomándolo de la mano, lo guio como
si fuera su hijo. Enkidu va adelante y tras él marcha la mujer. Cuando entran en Uruk de anchas
plazas, el pueblo asombrado sale a su encuentro: ¡Cómo se parece a Gilgamesh! Gilgamesh, en la
noche, sale a la calle [...]. Pero Enkidu le cierra el camino. Se agarraron ante la puerta de la Casa de
la Reunión.

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Contra Gilgamesh se lanzó Enkidu, greñudo. Se levantó contra él, y midieron sus fuerzas en la
gran plaza. Enkidu obstruyó la puerta y Gilgamesh no pudo entrar. Pelearon; como dos toros se
lanzaron uno contra otro. Hicieron astillas la puerta, tiraron el muro. Gilgamesh y Enkidu se agarraron.
Gilgamesh tuvo que hincar una rodilla en el suelo. Su cólera se aplacó.
Cuando el enojo de Gilgamesh se aquietó, Enkidu habló así a Gilgamesh: ― ¡Único eres entre
todos los hombres. Enlil te nombró rey del pueblo!

Tablilla III
Gilgamesh y Enkidu sellaron su amistad.
Gilgamesh dijo a Enkidu: ―El fiero gigante Jumbaba vive en el bosque. Vamos, tú y yo, a
darle muerte para librar del mal al país. Enkidu dijo a Gilgamesh: ―Amigo mío, en la montaña,
apacentando mis rebaños, a dos horas de aquí, en el corazón del bosque, llegué hasta Jumbaba. Su
grito es la tempestad, su boca vomita fuego, su aliento es mortal. ¿Por qué deseas realizar tal
hazaña?
Gilgamesh abrió la boca y dijo a Enkidu: ― ¿Quién, amigo mío, saldrá vencedor de la muerte?
Sólo los dioses viven eternamente al lado del sol. Los hombres tienen con todos sus días; todo lo que
hacen no es más que viento. Tú, ahora, temes a la muerte. ¿Qué se ha hecho de tu poder heroico?
Deja, pues, que vaya adelante. Si caigo, fundaré mi gloria; la gente dirá: Gilgamesh cayó luchando
contra Jumbaba [...]. Quiero fundar mi gloria. ¡Venceré a Jumbaba en el Bosque de los Cedros!
Los ancianos de la ciudad de Uruk hablaron así a Gilgamesh: ―Eres joven, Gilgamesh, y tu
corazón te arrastra. ¿Por qué quieres realizar la hazaña de penetrar en la morada de Jumbaba?―.
Gilgamesh escuchó las palabras de sus consejeros y gritó: ―¡Sé el temor que inspira Jumbaba y, sin
embargo, iré al bosque!
Los herreros trajeron las espadas, el arco y el carcaj y los pusieron en las manos del héroe.

Tablilla IV
Gilgamesh dijo a Enkidu: ―Voy a emprender un viaje desconocido; si triunfo, te celebraré en la alegría
de mi corazón, te haré sentar en un trono. Amigo mío, iremos juntos; no pienses en la muerte. El
hombre valiente en quien se confía, por sus hazañas ganará un nombre inmortal.
Al llegar a la entrada del bosque los dos amigos dejaron de hablar.

Tablilla V
Están allí, admirando el bosque, contemplando la altura de los cedros, contemplando la entrada del
bosque.
En el lugar donde Jumbaba pasea hay un sendero: los dos amigos emprendieron el camino,
luego hicieron alto. A la vista de Jumbaba. Gilgamesh habló así al dios-sol, al dios del cielo: ―A ti
acudo, dios-sol, dios del cielo, porque voy a ponerme en camino para el combate―. El dios sol
escuchó el ruego de Gilgamesh, y en un momento huracanes formidables se levantaron contra
Jumbaba; el ciclón, el viento del norte, el viento del sur, el viento de la tempestad, el viento que hiela,
el torbellino, el viento de todo mal, ocho vientos se levantaron contra Jumbaba, lo golpearon en el
rostro y en la espalda, impidiéndole avanzar o retroceder. Entonces Jumbaba se rinde y dice a
Gilgamesh: ―No me mates, Gilgamesh! Tú eres mi amo; yo seré tu esclavo.
Entonces Enkidu preguntó a Gilgamesh: ― ¿Qué dice, pues, Jumbaba?, no le hagas caso. Y
cortaron la cabeza de Jumbaba.

Tablilla VI
Gilgamesh limpió sus armas, las hizo brillar, se quitó los vestidos manchados en la lucha, se puso
otros limpios y se ajustó la túnica. Luego cubrió su cabeza con una corona.
La gran diosa Ishtar puso sus ojos en la gran belleza del héroe: ― ¡Eh, Gilgamesh, sé mi
esposo, y yo seré tu esposa, haré equipar para ti un carro adornado de oro y lapislázuli―. Gilgamesh
abrió la boca y dijo estas palabras a la divina Ishtar: ― ¿Y qué tendré que darte si me caso contigo?
¿Qué ganaría yo casándome contigo? No eres más que una ruina que no da abrigo, una puerta que
no resiste a la tormenta, un palacio que los héroes han saqueado, una trampa mal disimulada, un
amuleto incapaz de proteger en país enemigo.

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Al oír Ishtar estas palabras furiosa subió al cielo. La diosa Ishtar fue a ver al dios Anu, su
padre, y a la diosa Antu, su madre, y dijo: ―Padre mío, Gilgamesh me ha llenado de insultos. ¡Oh,
Padre mío, crea un Toro Celeste para que Gilgamesh sepa lo que es el miedo! Si no creas para mí el
Toro Celeste haré pedazos las puertas del mundo subterráneo y el número de los muertos superará al
de los vivos”
El dios Anu accedió a crear al Toro Celeste, y el Toro creó el terror en torno a la ciudad de
Uruk.
Mató a centenares de hombres [...]. Gilgamesh y Enkidu salieron a luchar contra el Toro. El Toro
Celeste los embistió, pero Enkidu lo agarró por los cuernos. El Toro le arrojó espuma sobre el rostro,
lo azotó con su gran cola. Entonces Enkidu dijo a Gilgamesh: ―Amigo mío, hemos triunfado [...]―.
Entre la cerviz y los cuernos le clavó Enkidu la espada. Muerto el Toro Celeste, le arrancaron el
corazón y lo ofrendaron al dios-sol. Luego se sentaron, como dos hermanos.
Gilgamesh dio una fiesta en su palacio. Cuando los héroes dormían en sus lechos, de noche,
Enkidu tuvo un sueño […].

Tablilla VII
Al levantarse Enkidu contó a su amigo lo que había soñado: ―Los dioses del cielo estaban reunidos
en consejo y decían: Por cuanto Gilgamesh y Enkidu han dado muerte al Toro Celeste y a Jumbaba
que vivía en el Bosque de los Cedros, deben ser condenados a morir. Enlil contestó: Enkidu debe
morir, pero Gilgamesh no debe morir. Entonces el dios del sol, el dios del cielo, se dirigió a Enlil: ¿No
les ordenaste tú que mataran al Toro y a Jumbaba? Pero Enlil, colérico, gritó: Enkidu debe morir […].
Lleno de amargura, Enkidu se acostó. Por la noche, un ser con uñas como garros de águila lo
condujo al reino del polvo, en las tinieblas, donde no ven la luz [...]
Y luego vino el día. Enkidu no abre los ojos. Gilgamesh le pone la mano sobre el pecho: su
corazón ya no late; abraza a su amigo, ruge de dolor como un león. Gilgamesh llora inconsolable.

Tablilla VIII
“¡Escúchenme, oh, ancianos, escúchenme!: lloro a mi amigo Enkidu. Jamás volveré a empuñar el
hacha que llevo a mi costado, ha desaparecido el puñal de mi cintura. Oh, Enkidu, amigo mío ¿qué
sueño te ha invadido? Tienes el rostro inmóvil y no me oyes. ¿No moriré yo también, como Enkidu? El
miedo se ha metido en mis entrañas la muerte me atemoriza y vago por la llanura. Me pondré en
camino en seguida, hablaré con el único hombre que ha conseguido la inmortalidad, buscaré el
consuelo de Ut-Napishtim, hijo de Ubartutu. Llegaré al desfiladero por la noche, y si me encuentro con
leones y tengo miedo, levantando la cabeza hacia la luna elevaré mi ruego: a la diosa Ishtar dirigiré
mis súplicas”.

Tablilla IX
Cuando Gilgamesh llegó a las laderas de la montaña, encontró a los guardianes del sol naciente y del
sol poniente. Sus cabezas rozan la base de los cielos, sus pechos tocan los infiernos: son los
hombres-escorpiones, guardianes de las puertas del sol; suscitan gran terror y quien los contempla,
muere. Cuando el sol se alza, cuando el sol se pone, velan por él. Gilgamesh los vio; el miedo
ensombreció su rostro, pero se rehízo y les rindió homenaje. El hombre-escorpión se dirigió a
Gilgamesh en estos términos: “De muy lejos has venido hasta mí. ¿Por qué has cruzado mares
tormentosos en tu viaje hacia mí? ¿Qué propósito te ha traído hasta aquí?”
Gilgamesh contestó: “He venido a causa de Ut-Napishtim, mi antepasado, que supo llegar
hasta el consejo de los dioses y obtener la vida inmortal. Sobre la vida y la muerte quiero interrogarlo”.
El hombre-escorpión tomó la palabra: “Jamás ningún mortal, oh Gilgamesh, lo ha logrado. Nadie ha
viajado nunca por el sendero que se adentra doce leguas en la montaña. La oscuridad reina allí, no
brilla ninguna luz ni al salir el sol ni al ocultarse”.
“Triste o alegre, sufriendo calor o frio, seguiré adelante”, respondió Gilgamesh. “Ahora, abre la
puerta de la montaña”.
El hombre-escorpión contestó a Gilgamesh: “Ve, Gilgamesh, la puerta de la montaña está
abierta para ti”.
Gilgamesh, siguiendo el consejo del hombre-escorpión, tomó el camino que sigue el sol [...].
Después de haber andado tres leguas, la oscuridad lo envuelve, deja de ver la luz. Después de haber
recorrido cinco leguas nada podía ver adelante ni atrás. Cuando hubo recorrido nueve leguas, el

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viento del norte sopló sobre su rostro; la oscuridad era completa, no veía la luz Cuando hubo recorrido
once leguas, apuntaba el alba. Cuando hubo recorrido doce leguas, el sol brillaba en el horizonte.
Entonces vio un árbol magnífico: sus frutos son de rubíes, su follaje es de lapislázuli, y hacia el dirigió
sus pasos…

Tablilla X
El sol dijo a Gilgamesh: “¡Oh Gilgamesh! ¿Por qué vagas de un lugar a otro? La vida que persigues no
alcanzarás. Cuando los dioses crearon a los hombres decretaron que estaban destinados a morir."
Gilgamesh contestó así al sol: “Tras haber buscado mi camino en el corazón de la tierra, quiero que
mis ojos contemplen el sol. La oscuridad retrocede cuando tu luz brilla. ¡Quiero que los muertos vean
los rayos del sol! Dime, ¿cuál es el camino que conduce a Ut-Napishtim, el inmortal? ¿Qué señal me
lo hará reconocer? Si puedo hacerlo, atravesaré el mar, si esto no es posible, iré por tierra”.
Y respondió el sol: “Nunca ha existido tal senda, Gilgamesh. Y a nadie ha sido dado, desde los
tiempos antiguos, cruzar las aguas del mar. La travesía es difícil y el camino penoso, y las aguas de la
muerte son profundas. Pero escucha: el barquero de Ut-Napishtim está ahora en el bosque; ojalá
puedas hallar gracia a sus ojos. Él puede llevarte al lugar que deseas; si no, emprende el regreso
[…]”.
Gilgamesh encontró al barquero y le habló de esta manera: “Me llamo Gilgamesh y he llegado
de Uruk; he atravesado las montañas y recorrido el camino que sigue el sol. Ahora que estoy ante tu
presencia revélame el sitio donde vive el lejano Ut-Napishtim, mi antepasado."
“¿Por qué estás tan triste?”, preguntó el barquero a Gilgamesh.
“Porque mi amigo, mi querido amigo Enkidu, con quien he andado por montes y valles, con
quien capturé al Toro Celeste y di muerte a Jumbaba que vivía en el Bosque de los Cedros, ha
muerto.
Seis días y seis noches lo he llorado, y luego lo he llevado a su tumba. Y he tenido miedo; he temido a
la muerte y he huido a los campos. ¡No sé cómo callar, no sé cómo gritar! ¿Acaso yo también he de
morir?”
El barquero contestó a Gilgamesh: “Haremos una balsa, nos embarcaremos y cruzaremos en
ella las aguas de la muerte. Ven conmigo Gilgamesh”. Gilgamesh y el barquero se embarcaron,
durante un mes y quince días navegaron, y al cabo de tres días más el barquero miró y advirtió que
habían llegado a las aguas de la muerte. El barquero habló así a Gilgamesh: “Acércate, Gilgamesh, y
que las aguas de la muerte no mojen tus manos [...]".
Gilgamesh y el barquero llegaron a la tierra donde vivía Ut-Napishtim, y desembarcaron.
Gilgamesh habló así a Ut-Napishtim: “He recorrido todos los países, he atravesado escarpadas
montañas, he cruzado todos los mares, y no he encontrado nada que fuera feliz”. Ut-Napishtim
contestó así a Gilgamesh: “¿Acaso construimos casas para siempre? Los que duermen y los que
están muertos se parecen. Los dioses deciden sobre nuestra muerte y nuestra vida, pero no revelan el
día de nuestra muerte”.

Tablilla XI
Gilgamesh se dirigió al lejano Ut-Napishtim en estos términos: “Te admiro, Ut-Napishtim, y en nada te
veo diferente de mí: tienes un corazón valiente y dispuesto a la lucha y descansas acostado de
espaldas. ¿Cómo has podido presentarte ante la asamblea de los dioses para pedir la inmortalidad?”
Ut-Napishtim contestó: "Voy a revelarte, Gilgamesh, algo que se ha mantenido oculto, un
secreto de los dioses voy a contarte. Cuando los dioses decidieron desatar el diluvio, me eligieron a
mí para sobrevivir a la destrucción: ¡Derriba tu casa y construye una nave, abandona las riquezas y
busca la vida, me dijeron durante un sueño, desprecia toda propiedad y mantén viva el alma! Reunirás
en la nave, Ut-Napishtim, la semilla de toda cosa viviente [...]. Durante seis días y seis noches sopló el
viento del diluvio. Todo lo que había sido luz era tinieblas. La vasta tierra era sacudida como una olla.
Al séptimo día la tempestad comenzó a ceder. El mar se calmó, la tormenta amainó, la inundación
cesó. Observé el tiempo: reinaba la calma. El paisaje aparecía liso como un techo. Abrí una escotilla,
y la luz cayó sobre mi rostro. Me incliné, me senté y lloré; las lágrimas resbalaron por mis mejillas.
Entonces hice que todos los animales salieran de mi nave hacia los cuatro vientos; ofrecí un sacrificio
en la cumbre de la montaña, preparé siete hogueras para incienso. En su base amontoné cedro, caña
y mirto. Los dioses percibieron el aroma y acudieron como una nube de moscas. El dios Enlil subió a

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la nave, me tomó de la mano, luego tomó la mano de mi esposa, tocó nuestras frentes, y nos bendijo:
Hasta ahora, Ut-Napishtim, sólo has sido humano; pero desde este momento tú y tu esposa serán
como dioses. ¡Irás a vivir lejos, en la desembocadura de los ríos!
Eso fue lo que dijo el dios Enlil. En cuanto a ti, Gilgamesh, ¿quién reunirá a los dioses para
que obtengas la vida que buscas? Vamos, trata de no dormir durante seis días y seis noches”, dijo Ut-
Napishtim, el inmortal.
Apenas Gilgamesh se sentó, el sueño lo envolvió como un huracán. Ut-Napishtim dijo a su
esposa: “Mira al hombre fuerte que desea la inmortalidad: el sueño, como un viento furioso, lo ha
vencido”. Entonces Ut-Napishtim despertó a Gilgamesh. “¿Qué hacer, Ut-Napishtim? ¿A dónde ir?
Vaya donde vaya, ¡allá está la muerte!”, exclamó Gilgamesh.
“Regresa por donde has venido, Gilgamesh, pero escucha: como has venido de lejos, antes
que regreses a tu país voy a revelarte un secreto”, dijo Ut-Napishtim. “En el fondo del agua hay una
planta parecida al lirio espinoso, y que pincha como el rosal, y te hiere las manos; si tus dedos la
cogen ¡poseerás la inmortalidad!”, explicó Ut-Napishtim.
Al oír estas palabras, Gilgamesh ató gruesas piedras a sus pies, se hundió hasta el fondo de
las aguas y arrancó la planta, aunque ésta lo hirió; luego cortó los lazos que amarraban las piedras a
sus pies y regresó a la orilla. Gilgamesh habló así al barquero: “Ésta es una planta famosa; gracias a
ella el hombre renueva su aliento de vida. ¡Comeré la planta y volveré a ser joven!” Entonces
Gilgamesh descubrió una fuente de agua fría y descendió hasta ella para bañarse.
Mientras tanto, una serpiente percibió el olor de la planta, salió de su agujero y se la llevó.
Cuando Gilgamesh se dio cuenta de lo ocurrido se sentó para llorar. “Ningún beneficio he obtenido”,
dijo el héroe, “he trabajado para un reptil. Prepararé mis cosas y desembarcaré, abandonaré la nave
en la orilla”. Después de un largo viaje, Gilgamesh llegó a la ciudad de Uruk.

Tablilla XII
Gilgamesh fue al templo, se puso una vestidura limpia, se frotó con aceite puro y los espíritus de los
muertos lo rodearon. “¡Ojalá pueda Enkidu subir del mundo de las sombras!”, dijo Gilgamesh.
Entonces se abrió el agujero que da al mundo de las sombras y el espíritu de Enkidu regresó y
pudo conversar con su hermano. El espíritu de Enkidu, como un hálito, salió. Enkidu y Gilgamesh
entablaron conversación.
“Dime amigo mío, amigo mío, dime la ley del mundo subterráneo que conoces”, preguntó
Gilgamesh a la sombra de Enkidu. “No, no te la diré, amigo mío, no te la diré; si te dijera la ley del
mundo subterráneo que conozco te vería sentarte para llorar”, respondió la sombra. “Está bien, quiero
sentarme para llorar”, insistió Gilgamesh.
“Lo que has amado”, respondió la sombra de Enkidu, “lo que has acariciado y más quería tu
corazón, como un vestido viejo lo roen hoy los gusanos; lo que has amado, Gilgamesh, está hoy
cubierto de polvo”.
“Y aquéllos que la muerte se ha llevado, ¿los has visto?”, preguntó Gilgamesh. “Los he visto”,
respondió la sombra, “están tendidos en el polvo y beben agua fresca”.
―Y aquél que cayó en la lucha, ¿lo has visto?
―Lo he visto; su espíritu no halla reposo en el mundo de las sombras.
―Y aquél de cuyo espíritu ninguno ya se acuerda, ¿lo has visto?
―Lo he visto; come los restos de las ollas y las sobras de los platos que echan a la calle [...].

ANÓNIMO. (1979). La epopeya de Gilgamesh. México: SEP - Fernández Editores.

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