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Érase una viejecita Sin nadita que comer

Sino carnes, frutas, dulces, Tortas, huevos, pan y pez


Bebía caldo, chocolate, Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba Qué comer ni qué beber.
Y esta vieja no tenía Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande Con su huerta y su jardín
Nadie, nadie la cuidaba Sino Andrés y Juan Gil
Y ocho criados y dos pajes De librea y corbatín
Nunca tuvo en qué sentarse Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines Y resorte al espaldar
Ni otra cama que una grande Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma, Mucha seda y mucho
olán.
Y esta pobre viejecita Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja Y uno menos que vivir
Y al mirarse en el espejo La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras, Papalina y peluquín.
Y esta pobre viejecita No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes Y de telas mil y mil.
Y a no ser por sus zapatos, Chanclas, botas y
escarpín,
Descalcita por el suelo Anduviera la infeliz
Apetito nunca tuvo Acabando de comer,
Ni gozó salud completa Cuando no se hallaba bien
Se murió del mal de arrugas, Ya encorvada como un
tres,
Y jamás volvió a quejarse Ni de hambre ni de sed.
Y esta pobre viejecita Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas, Ocho gatos y un
turpial
Duerma en paz, y Dios permita Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre Y morir del mismo mal
Fábula de la liebre y la tortuga 
(Versión actualizada)

¿Recuerda la fábula?

Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para 
dirimir el argumento, decidieron hacer una carrera. Eligieron una ruta y
comenzaron la competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió
enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja,
decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego
continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso
lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora
indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras haber 


perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que
había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado
tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la
tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su
triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga 


reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de 
ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella
siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso 
correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a 
toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río.
Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la 
tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer 
lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el


entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia tampoco termina aquí: el tiempo pasó, y tanto compartieron 


la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas
reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última
carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre
cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con 
la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la liebre cargó 
nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada 
en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían 
experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades


personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y
potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos
completamente efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no
estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.

La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: cuando


dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una 
situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos
nuestros recursos y… ¡obtenemos mejores resultados!
La tortuga y el águila
Una Tortuga a un Águila rogaba
le enseñase a volar; así le hablaba:
"Con sólo que me des cuatro lecciones
ligera volaré por las regiones:
ya remontando el vuelo
por medio de los aires hasta el cielo.
veré cercano el Sol y las estrellas
y otras cien cosas bellas.
Ya, rápida, bajando,
de ciudad en ciudad iré pasando:
y de este fácil delicioso modo
lograré en pocos días verlo todo".
El Águila se rio del desatino.
Le aconseja que siga su destino
cazando torpemente con paciencia,
pues lo dispuso así la Providencia.
Ella insiste en su antojo ciegamente.
La reina de las aves prontamente
la arrebata, la lleva por las nubes.
"Mira, -le dice- mira cómo subes".
Y al preguntarle, dijo: "¿Vas contenta?"
Y la deja caer y la revienta.

Moraleja: Para que así escarmiente quien desprecia el


consejo del prudente.
CAPERUCITA ROJA

Por Charles Perrault

Había una vez...


...Una niñita que vivía con su madre cerca de un gran bosque. Al otro lado del
bosque vivía su abuelita, que sabía hacer manualidades y un día le había
realizado una preciosa caperucita roja a su nietita, y ésta la usaba tan
continuamente, que todos la conocían como Caperucita Roja.
Un día la madre le dijo:
-Vamos a ver si eres capaz de ir solita a casa de tu abuelita. Llévale estos
alimentos y este pote de mantequilla y pregúntale cómo se encuentra, pero ten
mucho cuidado durante el camino por el bosque y no te detengas a hablar con
nadie.
Así, Caperucita Roja, llevando su cestito, fue por el bosque a visitar a su abuelita.
En el camino la observó el lobo feroz, desde detrás de algunos árboles. Tuvo
ganas de devorar a la niña, pero no se atrevió, pues escuchó muy cerca a los
leñadores trabajando en el bosque.
El lobo, con su voz más amistosa, preguntó:
-¿Dónde vas, querida Caperucita? ¿A quién llevas esa canata con alimentos?
-Voy a ver a mi abuelita, que vive en la casa blanca al otro extremo del bosque
-respondió Caperucita Roja, sin hacer caso a lo que le había recomendado su
mamá y sin saber que es muy peligroso que las niñas hablen con los lobos.
-Tus piernas son muy cortas y no pueden llevarte allá rápidamente; yo me
adelantaré y le diré a tu abuelita que la vas a visitar -dijo el lobo pensando
comerse a las dos.
Caperucita Roja se entretuvo en el camino recogiendo flores silvestres. Mientras
tanto el hambriento lobo feroz se dirigió con mucha rapidez a la casa donde vivía
la abuelita. Estaba muy impaciente porque no había comido en tres días.
Sin embargo, la abuelita se había ido muy temprano para el pueblo, y el lobo
encontró la casa vacía.
 Poniéndose el gorro de dormir de la anciana, se metió en la cama y esperó a
Caperucita Roja. Cuando la niña entró en la casa, se asustó porque encontró a su
abuelita en cama y le pareció muy extraña.
-¡Oh! ¡Abuelita! -exclamó Caperucita Roja-, ¡qué orejas más grandes que tienes!
-Son para escucharte mejor -dijo el lobo.
-Abuelita, ¡qué ojos más grandes tú tienes!
-Son para verte mejor, querida nieta.
-Abuelita, ¡qué dientes más grandes que tienes!
-Son para comerte mejor -gritó el lobo saltando de la cama.
Un leñador que se encontraba cerca escuchó a Caperucita Roja que pedía socorro
por la ventana. Tomando su hacha corrió hacia la casa para salvarla.
Antes que el lobo pudiera hacer daño a Caperucita Roja, el leñador le dio muerte
de un tremendo hachazo. Luego lo arrastró hasta el bosque Y en ese momento la
abuelita regresaba a su hogar, lo que hizo tranquilizar a Caperucita y pasar un rato
de alegría junto a ella.

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