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¿ Por qué nos cuesta tomar decisiones?

Primera razón: no decidimos porque nos da miedo ser responsables por nuestras decisiones.

Cuando estamos escogiendo, nos damos cuenta que sólo nosotros podemos decidir y por tanto,
todo depende de nosotros. Nuestra vida es nuestra responsabilidad. Esto puede servir para vivir
una vida más auténtica y realizada, pero también nos puede dar ansiedad y nos conlleva a
paralizarnos, en este caso, evitar tomar decisiones.

Cuando nos enfrentamos con una decisión crucial es normal tener miedo, estamos decidiendo
directamente nuestro destino y por eso, como escribiré en la segunda parte del post, a veces
tratamos de coercer a otras personas para que tomen la decisión por nosotros.

¿Has dejado de tomar una decisión por miedo a equivocarte?

En nuestro ejemplo, a Alejandra se le puede hacer difícil terminar con su novio porque renuncia a
toda una vida de posibilidades con él, a todas las fantasías que tuvo y se siente nostálgica ante los
recuerdos románticos e íntimos que se mancharían de dolor una vez cerrada la puerta.

Segunda razón: no queremos renunciar a otras posibilidades.

Para cada sí, debe haber un no. Decidir siempre quiere decir dejar atrás otra cosa.

Tomar decisiones puede ser doloroso porque estamos renunciando a todo lo demás, y a veces
esto ya no regresa. Aunque parezca precipitado decirlo, mientras más limitadas tenemos las
opciones, más nos acercamos al final de nuestra vida. Nadie quiere acercarse al final de la
existencia, por eso, a veces inconscientemente evitamos decidirnos. Cuando tenemos 18 años
tenemos un mundo de posibilidades y opciones, al llegar a los 60 años tenemos menos decisiones
cruciales que tomar. Hay quienes evitan tomar decisiones para aferrarse a la ilusión que las
posibilidades siguen siendo ilimitadas. No queremos renunciar a ese mundo de opciones. Tomar
una decisión siempre implica un coste de oportunidad.

Aristóteles daba el ejemplo de un perro hambriento al que se le presentaban dos platos de comida
igualmente exquisitos, sin poder decidirse, sigue hambriento y “muriéndose de hambre”.

Se nos hace tan difícil decidir porque a nivel inconsciente nos negamos a aceptar las implicaciones
de renunciar. Si lo vemos de esa forma, en nuestra vida vamos de una renuncia a otra,
renunciamos a todas las demás parejas, renunciamos a todos los otros trabajos, renunciamos a
todos los otros lugares de vacaciones cada vez que decidimos.
¿Has dejado de decidir algo por temor a lo que renuncias?

En nuestro ejemplo, Alejandra puede tener una sensación desagradable de culpa, donde no puede
realmente entender por qué se siente así por dejar a su novio, tal vez inconscientemente siente
que no tiene derecho a hacer ese tipo de decisiones.

Tercera razón: evitamos tomar decisiones para no sentir culpa.

Sí, muchas veces sentimos culpa al tomar decisiones y ésta puede paralizar totalmente el proceso
de la voluntad, además de provocar una tremenda ansiedad. Aunque sepamos que tenemos el
derecho de escoger con quién estamos, aunque sepamos que algo o alguien no nos conviene, a
veces no podemos evitar seguir sintiendo culpa.

El psicólogo Otto Rank da una explicación fascinante sobre porqué algunas personas sienten tanta
culpa al decidir: La voluntad de hacer las cosas (voluntad y decisión van totalmente de la mano)
nace en los pequeños como una contra-voluntad. Los adultos suelen oponerse a los actos
impulsivos de los niños, y éstos desarrollan la voluntad para oponerse a la oposición. Si los niños
tienen padres que, desafortunadamente, aplastan la voluntad y la expresión espontánea de sus
hijos, éstos se vuelven cargados con culpa y viven la experiencia de la decisión como algo “malo” y
prohibido. Por lo tanto crecen con una sensación de que no tienen el derecho de escoger o decidir.

¿Has dejado de tomar una decisión, aun sabiendo que es la correcta, por un sentimiento de culpa?

En nuestro ejemplo, a Alejandra se le puede hacer difícil decidir terminar con su novio porque si lo
hace ahora quiere decir que lo pudo haber hecho desde el principio, es más, tal vez nunca tuviera
que haber salido con él, su intuición ya le decía que no era la persona correcta. Esa realización le
hace sentir culpa (existencial) y por lo tanto retrasar la decisión para no sentirlo.

Cuarta razón: evitamos tomar decisiones para no pensar en todo lo que pudimos haber hecho.

La culpa existencial es diferente a la culpa tradicional en donde uno se siente mal por haber hecho
algo indebido contra otra persona.

La culpa existencial tiene que ver con una transgresión contra uno mismo, viene del
arrepentimiento, del darse cuenta que no se ha vivido la vida como uno ha querido, que no ha
aprovechado el potencial ni todas las oportunidades que ha tenido. La culpa existencial puede
paralizarnos muchísimo, una decisión grande nos puede hacer reflexionar en todo lo que no
hemos hecho anteriormente, lo que hemos sacrificado.
Si tomamos responsabilidad por nuestra vida y hacemos la decisión de cambiar, la implicación es
que solo nosotros somos responsables del cambio y de los errores cometidos, y que pudimos
haber cambiado hace mucho tiempo atrás. Una persona madura de 40 años que decide dejar de
fumar después de 20 años de tener este hábito, se da cuenta que pudo haber dejado de fumar
hace mucho tiempo. Es decir, si puede dejar de fumar ahora, pudo haber dejado de fumar hace
dos décadas. Eso lleva mucha culpa existencial. Ella se puede preguntar: “¿Cómo no pude haber
dejado de fumar antes? Tal vez me hubiera ahorrado enfermedades, críticas, dinero.”

Esta frase de Yalom nos puede ayudar aquí: “Una de las maneras -quizás la única manera- de lidiar
con la culpa (ya sea la violación hacia otras personas o hacia uno mismo) es a través de la
expiación o la reparación. Uno no puede retroceder al pasado. Uno solo puede reparar el pasado
alterando el futuro.”

¿Has evitado tomar una decisión para no ver atrás?

En conclusión: ¿por qué tomar una decisión es tan difícil? Por la renunciación, la ansiedad y la
culpa que acompaña a las decisiones.

En la segunda parte del post analizaremos cuáles son las maneras en las evitamos tomar
decisiones, algunas de ellas son inconscientes.

¿Cómo evitamos decidir en el día a día?

Ya que las decisiones son difíciles de tomar y dolorosas, no es sorpresa que nosotros los humanos
encontremos muchos métodos para evitar tomar decisiones. El método más obvio para no tomar
una decisión es la procrastinación, es decir, dejar las cosas para después, pero hay otros métodos
mucho más sutiles que consisten en engañarse a sí mismo pensando que otros toman las
decisiones por nosotros.

Lo más doloroso de escoger es el proceso no la decisión en sí, por tanto, si uno es ciego ante el
proceso, duele menos. Por lo tanto tenemos varios trucos para hacer más fácil el proceso de
decisión. Estos trucos no siempre son los mejores pero nos ahorran ansiedad.

¿Cómo evitamos la dolorosa renuncia al decidir?

1. Haciendo que una alternativa se vea menos atractiva.

En nuestro ejemplo, Alejandra tiene que decidir entre dos opciones: seguir en una relación poco
satisfactoria vs estar soltera/sentirse sola.
Ambas alternativas son igualmente dolorosas, así que el dilema se resuelve si una de las dos
alternativas es más atractiva, por eso decide salir con Francisco, un chico guapo y cariñoso, de esta
manera la decisión es mucho más fácil: Seguir en una relación poco satisfactoria vs estar con su
nuevo pretendiente amoroso y cariñoso. Este arreglo funciona porque Alejandra ya no está
paralizada y puede decidir, lo negativo de esta situación es que ella no aprende mucho de la
experiencia. No le ayuda a procesar el miedo a la soledad ni tampoco entiende porqué le tomó
tanto tiempo dejar a su novio si no era feliz. Este es el clásico caso de “un clavo saca a otro clavo”,
se podría decir que el clavo ayuda a movilizarse pero no a aprender.

Puede ser que más adelante Alejandra tenga problemas con este nuevo novio y se encuentre otra
vez en el dilema. Por tanto, si la decisión es difícil porque uno tiene frente dos alternativas muy
parecidas, uno suele utilizar un truco: arreglar la situación para que uno renuncie a menos.

2. Haciendo que la alternativa no escogida sea vea peor de lo que es.

En nuestro ejemplo, Alejandra puede comenzar a magnificar los defectos de su novio para poder
dejarlo o a magnificar los efectos de estar sola (se queda “solterona”, ya no hay chicos que valgan
la pena, etc.) para excusarse y seguir en la relación. Algunas personas, cuando escuchan un “no”
suelen decir “de todos modos ni quería”, aunque se toma como un chiste, este mecanismo es muy
parecido, es una forma de sentir menos dolor.

Como en el ejemplo del perro que se moría de hambre al no saber escoger cuál comida comer
porque ambas se miraban igual de atractivas, a nosotros se nos dificulta tomar decisiones cuando
ambas parecen casi equivalentes. Desde un nivel inconsciente, magnificamos las diferencias entre
dos opciones parecidas para que la decisión sea menos dolorosa.

¿Cómo evitamos la ansiedad y la culpa?

1. Delegando la decisión a alguien más.

Alejandra podría empezar a actuar fría, indiferente y distante, su novio notará el cambio, tratará
de hacer algo pero si llega a un punto de frustración y desánimo en donde su actitud sigue igual, él
muy probablemente se verá “forzado” a dejarla, sin embargo ella afirmará “mi novio me cortó” y
se engañará a sí misma pensando en que no fue su decisión.

Los seres humanos somos ambivalentes ante la libertad, una idea atractiva que nos ofrece
opciones pero también nos da miedo porque nos enfrenta al hecho que somos los únicos
responsables de nuestra felicidad. Uno puede evitar una decisión dejándola a alguien más para
que otros tomen la decisión por nosotros. Otros ejemplos de este truco:
No poner despertador para ir a caminar, echarle la culpa a tu amigo que iba a caminar contigo,
que no te despertó.

Gritarle al jefe, llegar impuntual, no terminar los proyectos o tener bajo rendimiento, debido a
que, inconscientemente deseas que te echen del trabajo.

Delegando la decisión a algo más.

Alejandra podría decidir convencerse a sí misma de seguir con su novio y comprometerse debido a
que la obligan las reglas de la sociedad (que dicen que debería estar comprometida a su edad) o
podría pedir por una señal arbitraria para seguir o terminar.

Desde la antigüedad, la humanidad transfiere las decisiones a situaciones externas. ¿Cuántas


veces hemos dejado la decisión al destino o a una moneda? Recuerdo de pequeña, cuando no
podía decidirme entre un paquete de galletas o papalinas en la casa de una amiga, le pedía que las
cogiera por detrás y las intercambiara, mientras que yo escogía la mano derecha o izquierda. La
decisión no era mía, yo sólo escogí derecha o izquierda. Por lo tanto, delegamos la decisión algo
más. Por ejemplo:

Esperar hasta el último momento para comprar las entradas de un concierto al que no queremos
ir, echarle la culpa al hecho que no ya no hay entradas disponibles.

Por otro lado, las reglas, aunque son convenientes para el ser humano, en algunos casos ayudan
indirectamente a no tomar responsabilidad de las decisiones pero también a disminuir la
ansiedad. Por ejemplo:

Un maestro que habiendo dejado tareas extras para niños con bajo rendimiento en el pasado, se
niega a darle un trabajo extra a un alumno que le disgusta, porque “las reglas” no lo permiten, por
lo que si pierde la clase, fue debido a que siguió los lineamientos.

En conclusión, para evitar decidir dejamos las cosas para después y evitamos la sensación de
renuncia distorsionando las alternativas o pretendiendo que algo o alguien más está decidiendo
por nosotros.

Reflexiones importantes

Para evitar caer en estas trampas debemos recordar que nosotros no podemos no decidir. Esto es
imposible. Evitar decidir es igualmente una decisión.

Podemos tomar decisiones de forma activa o de forma pasiva. Si tomamos decisiones de forma
activa, quiere decir que nos estamos dando cuenta que es nuestra decisión y responsabilidad, y
aun enfrentando el miedo, damos el paso y escogemos. Tomar decisiones de forma activa
aumenta nuestros recursos y poder personal. Si tomamos las decisiones de forma pasiva puede
que las estemos delegando a alguien, algo más, o rebajando la alternativa. Al tomar las decisiones
de forma pasiva, corremos peligro de sufrir baja autoestima, autocrítica o desprecio por uno
mismo. Lo importante no es la decisión que tomemos, si no que la tomemos de forma activa.

Cuando estamos ante un proceso de decisión tormentoso, es útil preguntarnos ¿cuál es el


significado de esta decisión? Si tomamos una decisión pero no podemos apegarnos a ella, por
ejemplo, si Alejandra decide dejar su relación pero sigue con contacto con su ex novio, llamándolo
o contestando sus llamadas, etc. tiene que enfrentarse con el hecho que ha tomado otra decisión,
que tiene su propio significado y beneficio. Entonces nos enfocamos no en la negativa de
decidirse, si no en la decisión que FUE hecha, la decisión de seguir en contacto con él. Todas las
decisiones tienen su beneficio. ¿Cuál es el significado que Alejandra le da al seguir en contacto con
él? No sufrir soledad, evitar la ansiedad, no herir su ego, salvar a su ex novio de su soledad, etc.
Entonces Alejandra puede tomar una decisión activa y trabajar en su vida, su dependencia,
inseguridad, su ansiedad o miedo al abandono.

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