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NUEVA HISTORIA ARGENTINA, Directora de tomo: Noemí Goldman; TOMO 3, “Revolución, República,
confederación (1806-1852)”; pp 31 - 36; Buenos Aires; Editorial Sudamericana
Cuando se memorizan -en pantalón corto- la tabla del dos, los verbos regulares, los
nombres de las provincias y la Revolución de Mayo, uno supone que lo fundamental ya lo
sabe. Sólo a la salida de la adolescencia el argentino medio descubre que las preguntas
sobre la Revolución de Mayo sobrevivirán a todas sus certezas. Más tarde o más temprano,
¿quién no desconfía del cliché de French y Beruti y los paraguas, de la deposición del
virrey Cisneros y del concepto glamoroso de la gesta revolucionaria por toda explicación de
las complejidades de aquel 1810, año tan mentado, al cabo, como recóndito?
Resulta que el mito de la revolución fundante de nuestra historia como nación no tiene
pleno aval académico. Asunto importante como pocos en un bicentenario, que no es otra
cosa que una conmemoración de dos siglos apoyados en aquel hito, cuando comenzó todo.
¿Comenzó todo?
José Carlos Chiaramonte, director del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr.
Emilio Ravignani", es uno de los más importantes estudiosos de los orígenes de la nación
argentina. Muchos de sus trabajos abordan esa cuestión. En síntesis, Chiaramonte se refiere
al siglo XIX como de "fabricación" de naciones sobre la base de reinos, imperios, ciudades-
repúblicas o confederaciones. Pero, aclara, la palabra nación no estaba asociada entonces a
la idea de Estado independiente.
-¿Por qué usted ha sostenido que no hay nacionalidad preexistente hacia 1810?
-La historia de la formación de las naciones, no sólo la argentina, ha sido deformada por un
enfoque ideológico que se suele llamar principio de las nacionalidades, que se difundió con
el romanticismo. De acuerdo con esto, los estados nacionales existen como proyección de
una nacionalidad preexistente. Los historiadores, tanto europeos como norteamericanos,
han demostrado que esto no corresponde a la realidad de ninguna de las grandes naciones
que hay en el mundo. Le digo más, en 1810 no existía siquiera el concepto de nacionalidad.
En las primeras ediciones del diccionario de la Real Academia Española, del siglo XVIII,
nacionalidad era una palabra que indicaba pertenencia a un Estado, nada más.
-Había una disconformidad bastante grande, pero salvo una minoría que tenía intenciones
de independencia, lo que la mayoría buscaba era cierto grado de autonomía política sin
abandonar la pertenencia a la monarquía hispana. Es el estallido de la reacción española lo
que va radicalizando la postura hasta llegar a la Independencia de 1816.
-¿En la cabeza de quiénes estaba esa idea cuando se produce la Revolución de Mayo?
-De muy poca gente. Pero de esto no hay pruebas fehacientes. La monarquía castellana
había sucumbido ante Napoleón, pero nadie sabía qué iba a pasar: si Napoleón iba a ser el
triunfador final, si iba a desaparecer, si los monarcas Fernando VII o Carlos IV iban o no a
volver al trono. El panorama era muy incierto. Sacar al virrey era entonces algo transitorio,
a la espera de saber qué pasaba en la corona. Era una medida imprescindible a juicio tanto
de criollos como de españoles para constituir un gobierno local que, sin abandonar la
monarquía, diera satisfacción a las pretensiones de tipo económico y político. La Primera
Junta de Gobierno no es la Primera Junta de la nación que no existía sino una reunión de
diputados que no eran como los actuales, "de la Nación", sino apoderados o procuradores
de las entidades soberanas que los habían elegido, las ciudades. La ciudad fue la primera
forma de soberanía independiente en toda Hispanoamérica.
-No, fue un movimiento iniciado por los porteños que, posteriormente, lograron la adhesión
de una parte de los hombres del interior. Ese apoyo se resiente sobre todo cuando, a partir
de la dictadura del Primer Triunvirato, la política de los hombres que están en Buenos Aires
se hace hiriente para muchos pueblos del interior.
-Sí, hay reacciones adversas tanto de quienes temen provocar la reacción española como de
los que temen al poderío de Buenos Aires. Este es un fenómeno que se repite de Buenos
Aires a México. El temor a lo que en palabras de la época se llamaba la Antigua Capital del
Reino tiende a imponer sus criterios políticos al resto del territorio, los pueblos del interior,
que resisten y temen esta supremacía.
-¿Usted coincide con la visión clásica que dice que el principal enfrentamiento
ideológico era entre Saavedra y Moreno?
-No sé si el principal, pero sí existía ese fuerte enfrentamiento a partir de un estilo político
realmente revolucionario. Aunque no sabemos qué hubiera sido Moreno si no hubiera
desaparecido tan rápido. Un morenista como Monteagudo, diez años después, está de vuelta
de las fantasías de 1810.
-En los escritos de él están las dos versiones. En La Gaceta uno puede encontrar
invocaciones de la autoridad de Fernando VII y párrafos que indican que posiblemente esas
invocaciones eran como lo que se ha llamado "la máscara fernandista". Pero en muchos de
los que invocaban la máscara de Fernando VII no se trataba de una máscara sino de una
postura política real.
-¿Por qué razón en los Estados Unidos, con un territorio similar al del virreinato del
Río de la Plata, se pudo constituir una nación y acá se desmembró en cuatro países?
-En Estados Unidos se formó primero una confederación y muy pocos años después se
inauguró una nueva forma de Estado, el Estado federal. Es decir que se logró conciliar la
pretensión de autonomía gobernada de cada Estado. Mientras que en el Río de la Plata se
demonizó el concepto de confederación y los conflictos que esto originó duraron cuarenta
años.
-¿Por qué en algunos textos, como el del Himno originario, figura el gentilicio
argentino?
-Porque para hombres de Buenos Aires, aun en 1810, todo el territorio rioplatense era
argentino en la medida en que dependía de Buenos Aires, no así para los del interior. Hay
un trabajo mío que evalúa los artículos del Telégrafo Mercantil , el primer periódico
rioplatense, donde la palabra argentinos es usada por algunos colaboradores porteños pero
nunca por uno del interior. En 1831 en Corrientes, que era la más opositora a Buenos Aires,
Pedro Ferré, el gobernador, acepta llamarse argentino. Pero esto sucede en la cúspide del
liderazgo político. El pueblo argentino no va a existir hasta 1853.
José Carlos Chiaramonte analiza las complejidades de la gesta revolucionaria y reflexiona
sobre las preguntas acorde a ese gesta.
Cuando se memorizan -en pantalón corto- la tabla del dos, los verbos regulares, los
nombres de las provincias y la Revolución de Mayo, uno supone que lo fundamental ya lo
sabe. Sólo a la salida de la adolescencia el argentino medio descubre que las preguntas
sobre la Revolución de Mayo sobrevivirán a todas sus certezas. Más tarde o más temprano,
¿quién no desconfía del cliché de French y Beruti y los paraguas, de la deposición del
virrey Cisneros y del concepto glamoroso de la gesta revolucionaria por toda explicación de
las complejidades de aquel 1810, año tan mentado, al cabo, como recóndito?
Resulta que el mito de la revolución fundante de nuestra historia como nación no tiene
pleno aval académico. Asunto importante como pocos en un bicentenario, que no es otra
cosa que una conmemoración de dos siglos apoyados en aquel hito, cuando comenzó todo.
¿Comenzó todo?
José Carlos Chiaramonte, director del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr.
Emilio Ravignani", es uno de los más importantes estudiosos de los orígenes de la nación
argentina. Muchos de sus trabajos abordan esa cuestión. En síntesis, Chiaramonte se refiere
al siglo XIX como de "fabricación" de naciones sobre la base de reinos, imperios, ciudades-
repúblicas o confederaciones. Pero, aclara, la palabra nación no estaba asociada entonces a
la idea de Estado independiente.
-¿Por qué usted ha sostenido que no hay nacionalidad preexistente hacia 1810?
-La historia de la formación de las naciones, no sólo la argentina, ha sido deformada por un
enfoque ideológico que se suele llamar principio de las nacionalidades, que se difundió con
el romanticismo. De acuerdo con esto, los estados nacionales existen como proyección de
una nacionalidad preexistente. Los historiadores, tanto europeos como norteamericanos,
han demostrado que esto no corresponde a la realidad de ninguna de las grandes naciones
que hay en el mundo. Le digo más, en 1810 no existía siquiera el concepto de nacionalidad.
En las primeras ediciones del diccionario de la Real Academia Española, del siglo XVIII,
nacionalidad era una palabra que indicaba pertenencia a un Estado, nada más.
-¿En la cabeza de quiénes estaba esa idea cuando se produce la Revolución de Mayo?
-De muy poca gente. Pero de esto no hay pruebas fehacientes. La monarquía castellana
había sucumbido ante Napoleón, pero nadie sabía qué iba a pasar: si Napoleón iba a ser el
triunfador final, si iba a desaparecer, si los monarcas Fernando VII o Carlos IV iban o no a
volver al trono. El panorama era muy incierto. Sacar al virrey era entonces algo transitorio,
a la espera de saber qué pasaba en la corona. Era una medida imprescindible a juicio tanto
de criollos como de españoles para constituir un gobierno local que, sin abandonar la
monarquía, diera satisfacción a las pretensiones de tipo económico y político. La Primera
Junta de Gobierno no es la Primera Junta de la nación que no existía sino una reunión de
diputados que no eran como los actuales, "de la Nación", sino apoderados o procuradores
de las entidades soberanas que los habían elegido, las ciudades. La ciudad fue la primera
forma de soberanía independiente en toda Hispanoamérica.
-No, fue un movimiento iniciado por los porteños que, posteriormente, lograron la adhesión
de una parte de los hombres del interior. Ese apoyo se resiente sobre todo cuando, a partir
de la dictadura del Primer Triunvirato, la política de los hombres que están en Buenos Aires
se hace hiriente para muchos pueblos del interior.
-Sí, hay reacciones adversas tanto de quienes temen provocar la reacción española como de
los que temen al poderío de Buenos Aires. Este es un fenómeno que se repite de Buenos
Aires a México. El temor a lo que en palabras de la época se llamaba la Antigua Capital del
Reino tiende a imponer sus criterios políticos al resto del territorio, los pueblos del interior,
que resisten y temen esta supremacía.
-¿Usted coincide con la visión clásica que dice que el principal enfrentamiento
ideológico era entre Saavedra y Moreno?
-No sé si el principal, pero sí existía ese fuerte enfrentamiento a partir de un estilo político
realmente revolucionario. Aunque no sabemos qué hubiera sido Moreno si no hubiera
desaparecido tan rápido. Un morenista como Monteagudo, diez años después, está de vuelta
de las fantasías de 1810.
-En los escritos de él están las dos versiones. En La Gaceta uno puede encontrar
invocaciones de la autoridad de Fernando VII y párrafos que indican que posiblemente esas
invocaciones eran como lo que se ha llamado "la máscara fernandista". Pero en muchos de
los que invocaban la máscara de Fernando VII no se trataba de una máscara sino de una
postura política real.
-¿Por qué razón en los Estados Unidos, con un territorio similar al del virreinato del
Río de la Plata, se pudo constituir una nación y acá se desmembró en cuatro países?
-En Estados Unidos se formó primero una confederación y muy pocos años después se
inauguró una nueva forma de Estado, el Estado federal. Es decir que se logró conciliar la
pretensión de autonomía gobernada de cada Estado. Mientras que en el Río de la Plata se
demonizó el concepto de confederación y los conflictos que esto originó duraron cuarenta
años.
-¿Por qué en algunos textos, como el del Himno originario, figura el gentilicio
argentino?
-Porque para hombres de Buenos Aires, aun en 1810, todo el territorio rioplatense era
argentino en la medida en que dependía de Buenos Aires, no así para los del interior. Hay
un trabajo mío que evalúa los artículos del Telégrafo Mercantil , el primer periódico
rioplatense, donde la palabra argentinos es usada por algunos colaboradores porteños pero
nunca por uno del interior. En 1831 en Corrientes, que era la más opositora a Buenos Aires,
Pedro Ferré, el gobernador, acepta llamarse argentino. Pero esto sucede en la cúspide del
liderazgo político. El pueblo argentino no va a existir hasta 1853.
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