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Revolución de Mayo
La rebelión de Tupac Amaru.
Revolución de Mayo
1810
Invasiones
Invasiones Inglesas
Napoleónicas
1806 y 1807
A España 1808
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https://www.infobae.com/sociedad/2021/07/07/el-heroismo-de-las-mujeres-en-la-defensa-de-buenos-
aires-durante-la-segunda-invasion-inglesa/
Las invasiones inglesas entonces (que en principio se pensaba en
independizarse con la ayuda de ellos y luego se dieron cuenta que solo pretendían
reemplazar a España), sirvieron como surgimiento de las milicias criollas y la
toma de conciencia de sus posibilidades (militarización y politización de la
sociedad) y con la huida del virrey y el pobre papel que el centro estatal habían
desempeñado en estas luchas anti inglesas, la autoridad española empieza
aponerse en cuestionamiento.
Napoleón Bonaparte
Fernando VII
Semana de Mayo
Revolución De Mayo
Semana de Mayo de 1810
18/V Publicación de la noticia de la caída de la Junta Central
de Sevilla
¿Dónde está la participación del pueblo? ¿Si los vecinos eran las clases
propietarias de la población, fue la Revolución de Mayo una revolución popular?
Como decía Simón Bolívar, “En el ejército está el pueblo”. Las milicias están
acuarteladas y preparadas para actuar. Los grupos radicalizados como la
Legión Infernal de Domingo French y Antonio Beruti amenazan a españoles en
las inmediaciones del Cabildo para que no asistan y no voten. En las afueras
del Cabildo del 25/V hay una gran multitud.
Uno de los primeros documentos que proyectan las ideas del ala democrática
o más revolucionaria es el Plan de Operaciones de Mariano Moreno. Veamos
una cita que nos permite ver la radicalización de esos tiempos y abrir el eje
de la violencia política.
Cierre:
Hemos visto y construido el contexto externo e interno, de los antecedentes
a la Revolución de Mayo y los principales acontecimientos de la Semana de
Mayo. Enfatizamos el carácter popular de las invasiones y de la Revolución
misma. Por último hicimos un ejercicio de análisis historiográfico sobre este
hecho tan importante de nuestra historia. Tomemos en cuenta, cada una de
estas posturas y enfoques de interpretaciones tan diferentes. ¿Cuál es la
tuya?
Poco después, sobre la marcha, surgió la ilusión: la construcción de “una nueva y gloriosa nación”,
que proclamó Vicente López y Planes. Pero esa esperanza convivió con realidades muy duras: las
disensiones intestinas, a partir del enfrentamiento entre Moreno y Saavedra, y sobre todo una
prolongada y costosa guerra, inicialmente contra los realistas, prolongada luego en sangrientos
enfrentamientos civiles. Para algunos, la revolución y la guerra abrieron nuevas y exitosas carreras
profesionales; para la mayoría, significaron destrucción, desorganización, muerte.
Desde 1816, las voces sensatas ya reclamaban “Fin de la revolución, principio del orden”. Es cierto
que los hombres de la Generación de 1837 vieron en Mayo el momento esplendoroso de la unidad
de origen; pero contemporáneamente muchos otros miraron con nostalgia el viejo orden colonial,
que Rosas habría de restaurar. Solo en 1880 llegaron la paz, el orden y el progreso, y las promesas
de 1810 parecieron finalmente cumplidas.
En suma, en 1810 se inició una de esas etapas interesantes para analizar, positivas en el largo
plazo, pero muy duras para quienes tienen que vivirlas. Esta conclusión puede ayudar a
reflexionar, salvando una distancia de casi dos siglos, acerca de un 25 de Mayo en el que un
cambio de gobierno nos pone, como a los hombres de Mayo, ante los interrogantes y las
expectativas de un ciclo que se inicia.
Otro 25 de Mayo, hace ya veinte años, que también trajo un nuevo gobierno, nos ayuda a
redondear la reflexión. A diferencia de 1810, en 1973 había poca incertidumbre y muchas
ilusiones, aún para quienes no habían acompañado con su voto al presidente Cámpora. Lo de ese
día fue una verdadera “fiesta democrática”, en su sentido más literal, aquel de la Revolución
Francesa o las jornadas parisinas de 1848. A diferencia de 1810, sobraban el entusiasmo y la
ilusión: el “pueblo”, que incluía a una oposición leal y colaboradora, había vencido a uno de sus
enemigos, los militares que se iban para siempre, y se aprestaba a derrotar al otro, el
imperialismo. Uno y unánime, el pueblo era otra vez dueño de su destino, y comenzaba a construir
un futuro libre de las lacras del presente. Sin dudas, comenzaba una nueva época.
Nuevamente, la distinción entre hacer la historia y saber que historia se hace resulta pertinente,
pues lo ocurrido a partir de aquel 25 de Mayo poco tuvo que ver con aquellos auspiciosos
prospectos, aunque los indicios de lo que ocurriría eran –hoy lo sabemos- visibles para quien
supiera mirarlos. Fue una época dura, y sin duda interesante para analizarla a la distancia. No
podemos saber hoy si en algún momento se considerará que inició una etapa nueva de nuestra
historia. Quien sabe.
En este 25 de Mayo todo es más moderado, más desapasionado, más gris y matizado. Tuvimos, en
cierto modo, una ”fiesta democrática”: el “pueblo” unido derrotó al “enemigo del pueblo” y hasta
celebró su muerte ritual, un sacrificio que, según creencias mucho más antiguas, gana la
benevolencia de los dioses. Ocurrió de manera algo extraña, pues quien personificaba al
“enemigo” se comportó de manera errática auqnue idiosincrática, pero en el fondo fue así. La
escena bastó para fundamentar la esperanza en un nuevo comienzo: la ilusión de la unión, la
voluntad de enmendarnos y mejorar nuestra conducta, de actuar todos juntos. Algo así como los
buenos deseos de Año Nuevo. Muy lejos de la euforia de 1973. Pero también lejos del
desconcierto de 1810.
Llegamos a esta instancia después de un duro proceso de introspección. Desde fines de 2001
hemos mirado el fondo del abismo, sin velos ni autoengaños, y tomamos conciencia de cuán cerca
estamos de desbarrancarnos sin remedio. Creo que fue una mirada mucho más profunda y
reflexiva que aquella de 1989, cuando todavía fue posible la apelación a una salida mágica. Es
cierto que en estos últimos meses muchos se conformaron con respuestas fáciles: la culpa sería
simplemente del “modelo” elegido o de la “corrupción de la clase política”; bastaría entonces con
que nuevos dirigentes, surgidos de una sociedad pura e inocente, tomaran los puestos de
conducción para que la Argentina volviera a entrar en la senda que, inclusive, la conduciría a su
“destino de grandeza”. En suma, pensamiento simplista y fe en la magia.
Pero muchos vislumbraron que hay otros problemas, arraigados en lo más hondo de nuestro
proceso histórico, que operan como datos duros y resistentes a la acción voluntaria. Que
requieren de un largo esfuerzo para ser modificados. Ciudadanos que custodian celosamente sus
derechos pero se niegan a asumir sus responsabilidades, comenzando por aquella elemental, que
fundamenta la convivencia política, como es el pago de los impuestos. Una “sociedad civil”,
impoluta heroína de varios relatos históricos, que anida en su seno poderosas organizaciones
corporativas, defensoras de sus mezquinos intereses y ejercitadas en el arte de exprimir al Estado.
Un Estado, finalmente, que sufre un largo y fatal proceso de deterioro, al punto de haber perdido
su capacidad para formular políticas autónomas, para imprimir un rumbo, para construir un
futuro. ¡Que simples nos parecen los problemas de 1810!
La conciencia de la magnitud de los problemas por resolver impide que la buena voluntad con que
el nuevo gobierno es recibido se convierta en ilusión desmedida. Afortunadamente, me parece,
pues como un péndulo, el ánimo ilusionado se transforma con facilidad en decepcionado, y la
decepción es uno de los elementos más corrosivos de la vida pública. En este caso particular, el
sano escepticismo tiene otro fundamento adicional: el nuevo gobierno surge en realidad de un
doble impulso ciudadano. Algunos sectores miran críticamente aquellos problemas, y entienden
que encararlos es decisivo para empezar a encontrar una salida a la encrucijada actual; otros
grupos son en realidad ellos mismos el producto y hasta los gestores de aquella situación que
debe modificarse. Sobran, pues, razones para moderar la ilusión. Pero esa moderación –que no es
ni escepticismo ni desmedida expectativa- es, quizá, el mejor aporte que desde la sociedad puede
hacerse hoy a quienes deben dirigir la etapa que se inicia este 25 de Mayo. Esta es la historia que
hoy creemos estar haciendo. Ojalá sepamos lo que hacemos.
Para febrero de 1810 casi toda España se encontraba en manos de los franceses. Un Consejo de
Regencia gobernaba la península en nombre de Fernando VII, prisionero de Napoleón. El 13 de
mayo de 1810 llegaron a Buenos Aires las noticias de la caída de la Junta Central de Sevilla, último
bastión del poder español.
La autoridad que había designado al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había, por tanto, caducado
y la propia autoridad del virrey se encontraba cuestionada. Pronto Cisneros debió ceder a las
presiones de las milicias criollas y de un grupo de jóvenes revolucionarios y convocó a un Cabildo
Abierto para el 22 de mayo de 1810. El Cabildo, dominado por españoles, burló la voluntad
popular y estableció una junta de gobierno presidida por el propio Cisneros. Esto provocó la
reacción de las milicias y el pueblo. Cornelio Saavedra y Juan José Castelli obtuvieron la renuncia
del ex virrey.
El 25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires
finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la
Plata integrada por: Cornelio Saavedra, presidente; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de
Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, vocales; y Juan José Paso y Mariano
Moreno, secretarios. Quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer la
autoridad del Consejo de Regencia español.
Hemos elegido algunos extractos del pensamiento de Mariano Moreno, uno de los más
esclarecidos patriotas de la Revolución de Mayo, donde reivindica valores todavía vigentes como la
importancia de la instrucción y la educación como método contra las tiranías, la necesidad de
vigilar la conducta de los representantes, los reparos ante las injerencias del extranjero y la
necesidad de una organización federal en el gobierno.
“El oficial de nuestro ejército después de asombrar al enemigo por su valor, debe ganar a los
pueblos por el irresistible atractivo de su instrucción. El que se encuentre desnudo de estas
cualidades redoble sus esfuerzos para adquirirlas, y no se avergüence de una dócil resignación a la
enseñanza que se le ofrece, pues en un pueblo naciente todos somos principiantes, y no hay otra
diferencia que la de nuestros buenos deseos: el que no sienta los estímulos de una noble ambición
de saber y distinguirse en su carrera, abandónela con tiempo, y no se exponga al seguro bochorno
de ser arrojado con ignominia: busque para su habitación un pueblo de bárbaros o de esclavos y
huya de la gran Buenos Aires que no quiere entre sus hijos hombres extranjeros a las virtudes.”
“El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se
interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios
inventados por el poder para cubrir sus delitos. El pueblo no debe contentarse con que sus jefes
obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal.
“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce, lo que
vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar
algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir
la tiranía”
“Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos y no
deben fiar más que de sí mismos. El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien,
sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recibámoslo en buena hora, aprendamos las
mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria y franqueémosle los frutos que la
naturaleza nos reparte a manos llenas; pero miremos sus consejos con la mayor reserva y no
incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas, en
medio del embelesamiento que les habían producido los chiches y coloridos abalorios.
Aprendamos de nuestros padres y que no se escriba de nosotros lo que se ha escrito de los
habitantes de la antigua España con respecto a los cartagineses que la dominaron:
Libre, feliz, España independiente
Fuente: Mariano Moreno, Escritos Políticos, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1915
“En vano publicaría esta Junta principios liberales, que hagan apreciar a los pueblos el inestimable
don de su libertad, si permitiese la continuación de aquellos prestigios, que por desgracia de la
humanidad inventaron los tiranos, para sofocar los sentimientos de la naturaleza. Privada la
multitud de luces necesarias, para dar su verdadero valor á todas las cosas; reducida por la
condición de sus tareas á no extender sus meditaciones mas allá de sus primeras necesidades;
acostumbrada á ver los magistrados y jefes envueltos en un brillo, que deslumbra á los demás, y
los separa de su inmediación; confunde los inciensos y homenajes con la autoridad de los que los
disfrutan; y jamás se detiene en buscar á el jefe por los títulos que lo constituyen, sino por el voto
y condecoraciones con que siempre lo ha visto distinguido. De aquí es, que el usurpador, el
déspota, el asesino de su patria arrastra por una calle pública la veneración y respeto de un gentío
inmenso, al paso que carga la execración de los filósofos, y las maldiciones de los buenos
ciudadanos; y de aquí es, que á presencia de ese aparato exterior, precursor seguro de castigos y
todo género de violencias, tiemblan los hombres oprimidos, y se asustan de sí mismos, si alguna
vez el exceso de opresión les había hecho pensar en secreto algún remedio”.
Algunos miopes quieren ver en esta disputa el origen de la oposición entre unitarios y federales,
alineando por supuesto a Moreno en el rol de padre del unitarismo y a Saavedra como progenitor,
ya que nuestra historia es fanática de los padres, del federalismo. Es curioso porque Saavedra,
hombre poco afecto a la filosofía y a la escritura, no ha dejado una sola línea en la que mencione
siquiera las palabras federalismo o federación, mientras que el “unitario” Moreno le dedica varios
párrafos de su texto: Sobre las miras del Congreso que acaba de convocarse, y la Constitución del
Estado: Allí señalaba:
“El gran principio de la federación se halla en que los estados individuales, reteniendo la parte de
soberanía que necesitan para sus negocios internos, ceden a una autoridad suprema y nacional la
parte de soberanía que llamaremos eminente, para los negocios generales, en otros términos,
para todos aquellos puntos en que deben obrar como nación. De que resulta, que si en actos
particulares, y dentro de su territorio, un miembro de la federación obra independientemente
como legislador de sí mismo, en los asuntos generales obedece en clase de súbdito a las leyes y
decretos de la autoridad nacional que todos han formado. En esta forma de gobierno, por más que
se haya dicho en contrario, debe reconocerse la gran ventaja del influjo de la opinión del contento
general: se parece a las armonías de la naturaleza, que están compuestas de fuerzas y acciones
diferentes, que todas concurren a un fin, para equilibrio y contrapeso, no para oposición; y desde
que se practica felizmente aun por sociedades incultas no puede ser calificada de difícil. Este
sistema es el mejor quizá, que se ha discurrido entre los hombres”.
Autor: Pigna, Felipe, Los Mitos de la Historia Argentina, Buenos Aires, Norma. 2004