DE LA INDEPENDENCIA
A LA DOMINACION
IMPERIALISTA
1811-1870
HISTORIA
O
EDITORIAL DE CIÍENCIAS SOCIALES, LA HABANA.1984
EDICIÓN: Jorge Oviedo Rueda y Consuelo Casanova Orozco
CORRECCIÓN: Lea Lozano Ramil
1
la s masas campesinas pudieron llevar adelante
los avanzadas proyectos democráticos de la co
rrien te radical rioplatense —cuyos exponentes
fueron Artigas en el Uruguay, Mariano Moreno
en Buenos Aires y el doctor Francia en la tierra
guaraní—, abriendo el camino al avance capi
talista por la vía que Lenin llamó revolucionaria.
Así se convirtió en la única nación latinoam eri
cana que las grandes potencias industriales —y
la s fuerzas sociales aliadas én el plano interno—
n o lograron deform ar hasta que en 1870 con
cluyó la devastadora agresión de la Triple
Alianza.
El presente texto ha sido elaborado tomando
com o base los siguientes trabajos. En la parte
introductoria se utilizaron dos artículos edita-
d.os originalmente en la revista OCLAE en 1977
y 1978. El ensayo sobre la época del doctor
Francia, cuya prim era versión corresponde a los
años 1971-1972, fue presentado en la Universi
d a d Nacional Autónoma de México (UNAM) en
u n Seminario internacional (1980) sobre "Dicta
duras y D ittadores en América Latina” y publi
cado en la revista Crítica y Utopía de Buenos
Aires, en 1981. Por último, el estudio sobre los
López y la guerra de la Triple Alianza apareció
p o r prim era vez en Santiago, Resista de la Uni
versidad de Oriente, en diciembre de 1978.
S.G.V.
2
INTRODUCCIÓN:
LAS LUCHAS INDEPENDENTISTAS
EN EL RIO DE LA PLATA
CORNELIO SAAVEDRA
3
dad estuvieron las invasiones inglesas, ocurridas
durante 1806 y 1807. El ataque inglés no sólo
reveló la existencia de im portantes sectores crio
llos en ascenso económico —naciente burguesía
comercial, hacendados y estancieros—, capaces
de levantar con su-acción todo un movimiento
popular al margen de las autoridades coloniales
españolas, sino también descubrió los propósi
tos de Gran Bretaña para suplantar por la fuer
za a España en sus dominios americanos.2
El crecimiento de la conciencia nacional en
el Río de la Plata forma parte de un largo pro
ceso, que comenzó a cobrar fuerza desde comien
zos del siglo xix.3 Manifestaciones de los intere
ses criollos, que perm itieron crear las prim eras
fisuras en el régimen colonial español, se dieron
a conócer en las páginas de algunos periódicos
de Buenos Aires, como El Telégrafo Mercantil
(1801-1802) o el Semanario dé Agricultura y Co-
4
mercio, que se publicó hasta 1806 bajo la di
rección de Hipólito Vieytes.'4
Esos cambios coincidieron con el incremen
to de las apetencias coloniales de la rapaz bur
guesía inglesa, cuyas vinculaciones con Hispano
américa se habían fortalecido durante el siglo
xviix en virtud del comercio de contrabando. A
raíz del Tratado de Basilea —firmado en 1795—,
España y Francia se aliaron contra Inglaterra,
y después”'d e la batalla de Trafalgar, los ingle
ses qüedaron posesionados de los mares, para
aum entar así las posibilidades de arrebatar colo
nias a las potencias enemigas.
5
Entregada Buenos Aires a los soldados bri
tánicos, Beresford modificó la tarifa aduanera
a favor del comercio inglés, propició el asenta
m iento en la villa de algunas casas comerciales
y proclamó sus respetos a la religión católica.
Además, se decretó la libre navegación por los
ríos. Pero estas medidas no fueron suficientes
piara vencer la oposición criolla, que considera
b a la invasión inglesa como de agresión a la
tie rra natal. La existencia de un naciente senti
m iento nacional, que aún se identificaba de cier
ta form a con España, perm ite entender el ines
perado comportam iento de los hacendados y
com erciantes criollos, a quienes beneficiaban las
medidas liberales adoptadas por los ingleses.
Los criollos tom aron en sus manos la lucha
contra la invasión británica y organizaron sus
fuerzas bajo la dirección de un experto m ilitar
francés, Santiago Liniers, residente en el virrei
n ato desde 1796.
Integraron el contingente patriota los gau
chos qué dirigía Juán Martín de Pueyrredón y
las milicias patricias de Cornelio Saavedra, así
com o decenas de combatientes procedentes de
las más recónditas regiones de El Plata. El re
cién creado ejército criollo se concentró en la
B anda Oriental del Río Uruguay. Recibieron
arm as y provisiones enviadas por el Gobernador
español de Montevideo, y con ellas iniciaron la
«Reconquista» de Buenos Aires. Los combates
se desarrollaron exitosamente para las armas
6
criollas y culminaron el 12 de agosto con la ex
pulsión de los ingleses.5
La Junta de Guerra —integrada por muchos
combatientes criollos—, reunida, en febrero de
1807, acordó la destitución del marqués de So-
bremonte, cuyas atribuciones pasaron a la Au
diencia, aunque el título de Comandante Militar
—exclusivo del Virrey— le fue conferido a San
tiago Liniers. Pueyrredón partió entonces hacia
España para dar cuenta de los sucesos y con
seguir la aprobación de estas decisiones por el
jGobierno de Madrid.
Sin embargo,' los ingleses no desistieron de
su empeño. A principios de 1807, 12 000 soldados
al mando dé John Whitelocke se presentaron
esta vez en Montevideo y ocuparon la ciudad.
Luego intentaron repetir la operación en Bue
nos Aires. Los criollos, dirigidos de nuevo por
Liniers, se negaron a rendir la capital del Virrei
nato, hostigando tenazmente a los ingleses en
episodios de gran audacia m ilitar que los histo
riadores han dado en llam ar «La defensa». Derro
tados los invasores el 7 de julio, las tropas bri
tánicas fueron obligadas a evacuar todos sus
efectivos del Río de la Plata.
El fracaso estrepitoso del intento colonia
lista demostró a la burguesía inglesa los peli
gros y las limitaciones que implicaba la realiza
ción de expediciones de conquista, del tipo
tradicional, contra Hispanoamérica. Pero las
7
consecuencias más im portantes, que de estos
hechos se derivaron fueron otras. Los éxitos de
la lucha popular contra los ingleses elevaron la
confianza de los criollos en sus propias fuerzas,
y ayudaron a acercar la fecha de la emancipación
del yugo español. La apertura de Buenos Aires al
libre comercio, legalizado durante un breve pe
ríodo, ayudó a deslindar los campos antagónicos,
entre los intereses económicos de españoles y
criollos, propugnado res unos del mercantilismo
monopolista y otros del comercio libre. La inter
vención inglesa reveló también el grado de inca
pacidad política y m ilitar de España, obligada a
depender de sus propias colonias para la defensa
de su Imperio de Ultramar.
La Junta de Mayo
La crisis política en que se vio envuelta Es
paña con la destitución por Napoleón Bonaparte
de la monarquía reinante y la consiguiente ocu
pación francesa de la península ibérica, tuvo
profunda repercusión en Hispanoamérica.6 Los
sucesos europeos agudizaron las contradicciones
entre criollos y españoles, acelerando el movi
miento independentista.
En el Virreinato del Río de la Plata gober
naba desde 1807 Santiago Liniers, quien había
sido designado para tan alto cargo por los crio-
:8
líos, en premio a su destacada participación en
la lucha contra los ingleses. La m onarquía es
pañola, puesta ante hechos consumados, no tuvo
más remedio que ratificarle como virrey y san
cionar la destitución del desprestigiado marqués
de Sobremonte.
Los círculos m onopolistas.de Buenos Aires y
Montevideo contemplaron con creciente alarma
el avance de la influencia criolla en el Gobierno
del virreinato, La resistencia de los españoles a
aceptar la introm isión de los criollos en los
asuntos gubernamentales aumentó con el nóm-
bram iento del general Francisco Javier de Elío
como Gobernador de la plaza de Montevideo.
Elío era un furibundo defensor del absolutismo
y el 24 de septiembre de 1808 aprovechó las no
ticia s sobre la creación en Sevilla de una Junta
Central de Gobierno ^ d e s tin a d a a dirigir la
resistencia del pueblo español contra los ocu
pantes franceses— para desconocer la jurisdic
c ió n de Liniers sobre Montevideo, autoprocla-
mándose presidente de una Junta subordinada
directámente a la de España. Elío no se limitó a
desconocer al Gobierno capitalino, sino que tam
bién fomentó la desobediencia de los españoles
residentes en Buenos Aires a . la autoridad del
virrey Liniers. Como resultado de su actividad
antiporteña un grupo de peninsulares, encabeza
dos por el alcalde del cabildo bonaerense, don
M artín de Alzaga, se sublevó en la capital del
virreinato el prim ero de enero de 1,809. El mo
vimiento fue dominado por las milicias de Saa-
9
v ed ra y los involucrados desterrados a Carmen
de Patagones.
E stas circunstancias perm itieron al general
E lío lograr que la Junta Central de Sevilla sus
titu y era a Liniers como virrey y situara en su
lu g ar al funcionario español B altasar Hidalgo de
Cisneros, quien llegó a Buenos Aires en julio de
1809. La llegada de Cisneros a la sede del virrei
n a to coincidió con el inicio del movimiento inde-
pendentista en los territorios bajo su jurisdic
ción. Juntas de Gobierno, compuestas en su
m ayoría por criollos, destituyeron a las autori
dades españolas y se establecieron en Chuqui-
saca, La Paz y otras villas del Alto Perú. Apre
suradam ente, el nuevo virrey despachó las
fuerzas con que contaba para reprim ir al movi
m iento. En coordinación con las tropas del
virrey del Perú, lograron aplastar las subleva
ciones en relativamente poco tiempo.
E n agosto de ese turbulento año ix se pre
sentaron arité el puerto de Buenos Aires varios
,barcos ingleses, que pretendían establecer re
laciones comerciales con el virreinato, pretex
tando la alianza recién concertada ^entre España
e Inglaterra contra la Francia napoleónica. Los
monopolistas se opusieron a la apertura del
puerto y ello motivó que el relator de la Real
Audiencia, Mariano Moreno, escribiera su famo
so alegato en favor del comercio libre titulado
Representación de los hacendados, que recogía
el sentir de los intereses criollos. Este documen
to pronto se convirtió en el program a económico
10
de los estancieros y comerciantes, enemigos del
régimen colonial.7
El movimiento anticolonialista se iba exten
diendo en Buenos Aires como expresión de estas
contradicciones. Uno de los grupos de conspira
dores que alcanzó mayor importancia era el que
se reunía en la jabonería de Hipólito Vieytes,
■donde se formó la organización secreta Sociedad
de los Siete. E ntre sus fundadores se encontra
ban Juan José Castelli, Manuel Belgrano y Juan
José Paso. De acuerdo con Saavedra, estos hom
bres prepararon la sublevación que debía esta
llar cuando Sevilla cayera en poder de los fran
ceses. La ocupación de esa ciudad española por
las huestes de Napoleón significaría la desapari
ción de la Junta Central Gubernativa y el de
samparo de las autoridades coloniales, así como
la ruptura de las relaciones formales metrópoli-
colonia.. Ese hecho se conoció en Buenos Aires
el 13 de mayo, y precipitó el desenlace de los
acontecimientos.
Cuando llegó la noticia de la toma de Sevi
lla por los franceses, la población de Buenos Ai
res se volcó a las calles y, con el apoyo de las
milicias patricias, exigió al virrey la convocato
ria de un cabildo abierto a fin de elegir una
Junta de Gobierno. La presión popular obligó al
virrey Cisneros a ceder y el 25 de mayo de 1810
asumió los poderes una Junta de Gobierno inte
grada por 7 criollos y 2 españoles. E sta especie
11
de Gobierno colegiado de Buenos Aires, estaba
presidido por el propio Saavedra y contaba con
Moreno y Paso como secretarios; vocales de
la Junta eran Belgrano, Castelli, Manuel Alberti,
Miguel de Azcuénaga y los españoles Domingo
Matheu y Juan Larrea. En la práctica, la Junta
de Gobierno sólo ejercía su soberanía sobre el
puerto y regiones cercanas; pues las restantes
provincias del virreinato se negaron á reconocer
al nuevo Gobierno y mantuvieron las tradiciona
les autoridades coloniales.
12
La estructuración más integral del pensa
miento de Moreno fue plasmada por el líder ra
dical en su discutida obra titulada Plaii de Ope
raciones, donde se relacionaban las tareas
militares, sociales y económicas necesarias para
consolidar el movimiento revolucionario. Las
ideas recogidas en este program a superaban con
creces las demandas formuladas a España por
el propio autor en su mencionado memorándum
al virrey Cisneros. El Plan de Operaciones refle
jaba una*Tápida m aduración del pensamiento
revolucionario de Moreno.8
En él se planteaba el proyecto de expropiar
a 5 000 o 6 000 ricos propietarios y así obtener
fondos para im pulsar el desarrolló de la indús-
tria, Ta minería y la agricultura. El program a
proponía una cierta intervención estatal en dife
rentes sectores de la economía, a la vez que ha
blaba de aniquilar sin contemplaciones a los
aliados del régimen colonial.
/ El ala radical de la Junta impulsó, entre sus
prim eras medidas, el establecimiento del comer
cio libre y la represión a las actividades con
trarrevolucionarias. Con el propósito de pasar a
la ofensiva contra las autoridades coloniales, to
davía al frente de las provincias, Moreno preparó
un poderoso ejército (29 de mayo) que debía
sum ar a todas las regiones del interior al movi
miento de Mayo, especialmente a las de Alto
Perú, cuna del fenecido movimiento juntista de
1809.
13
Las fuerzas enviadas al nOrte se organizaron
b a jo la dirección m ilitar de Francisco A. Ortiz
d e Ocampo. Como “consejero político” actuaba
Hipólito Vieytes. El 26 de agosto Castelli se
sum ó a las tropas que m archaban hacia el Alto
P erú —sustituyó a Vieytes—, con la finalidad
d e asegurar la ejecución de los realistas captu
rados en Córdoba, entre los que se encontraba
e l otrora virrey Liniers. La incorporación de
Castelli imprimió valor y espíritu revolucionario
al Ejérc ito del Norte. En la travesía se fueron
incorporando, para com batir a los "godos”, gau
chos y campesinos —como Martín Güemes—,
que le dieron el aspecto de una verdadera hueste
popular. Ya en el Alto Perú, las fuerzas coman
dadas por Castelli lograron apoderarse de Chu-
quisaca y Potosí. En medio del júbilo de la po
blación indígena de los Andes, Castelli proclamó,
en una solemne ceremonia celebrada al pie de
las ruinas de Tiahuanaco —y ante la estupefac
ción de los terratenientes-^, la abolición de la
capitación y la plena igualdad de todos los ciu
dadanos. Aunque los indios no podían compren
d er todo el sentido de aquella ceremonia, ni de
las consignas "jacobinas” de Castelli, sí aprecia
ro n su esfuerzo por repartir tiecgas entre las
m asas desposeídas. Las clases privilegiadas del
Alto Perú, por otro lado, no tardaron en mani
festar su descontento.9
M ientras estos acontecimientos revoluciona
rios se desarrollaban en el norte, la situación
política se complicaba en Buenos Aires. La rup
9 Ibídem.
14
tura entre la facción m oderada de la Junta,
encabezada por Saavedra, y el ala "jacobina”
dirigida por Moreno, se acentuaba. Los sectores
conservadores del Gobierno consideraban intole
rables las proyecciones radicales de Moreno
-—así como sus decretos y resoluciones—, quien
ya acariciaba el plan de convocar a un Congreso
Nacional que proclam ara abiertam ente la inde
pendencia de España.
Para socavar los propósitos revolucionarios
de Moreno, la facción conservadora consiguió
poner en minoría al grupo radical en el seno dé
ía Junta, valiéndose de la incorporación de dele
gados del interior, partidarios hasta cierto punto
de m antener el statu quo alcanzado. La Junta
Ampliada o Grande, como se le denomina indis
tintamente, se organizó el 18 de diciembre de
1810 con 22 miembros, entre los que se encon
traba el deán Funes, ilustrado sacerdote cor
dobés.
El año de 1811 se inició con el alejamiento
de Moreno del escenario político bonaerense.
Obligado a ocupar un cargo en Londres, cosa
que equivalía al destierro, Moreno falleció (4 de
marzo) duránte la travesía hacia Inglaterra, se
supone que envenenado. Su fecunda influencia
sólo había durado unos meses.
Los epígonos de Moreno se reunían en el
club del Café de Marco —dirigidos por Hipólito
Vieytes y Domingo French —y a semejanza de
los clubes del París revolucionario, no tardaron
en constituirse en organización política. En los
días 5 y 6 de abril intentaron sublevarse, pero
15
fueron aplastados por las milicias patricias de
Saavedrá. Clausurado el Club, un tribunal, de
nominado de Seguridad Pública, condenó a sus
miembros a penas de destierro o prisión.10 La
derrota de la facción revolucionaria de Mayo se
completó con el pretexto de los fracasos mili
tares de. Castelli en el Alto Perú —derrotada en
la batalla de Huaqui el 20 de junio de 1811. El
"consejero político” del Ejército del Norte fue
sustituido —por Pueyrredon— y murió un año
después en una prisión de Buenos Aires.
16
Por esa razón;' los patriotas orientales bus
caron aliento en Buenos Aires/ decididos a em
prender la lucha contra el Gobierno realista de
Montevideo, a cargo de Ello, quien ya había sido
nombrado por el Consejo de Regencia de Es
paña como Virrey del Plata.
La guerra emancipadora del pueblo oriental
comenzó el 28 de febrero de 1811 con el famoso
grito de Ascencio. Los sublevados pronto recono
cieron su*5ubordinación a las autoridades de la
Junta de Buenos Aires y solicitaron su respaldo.
El Gobierno porteño respondió enviando un con
tingente m ilitar al m ando del general Manuel
Belgrano. En abril se incorporóla las fuerzas
patriotas el ojiental José Gervasio Artigas
—'quien desembarcó por la Calera—. Artigas es
taba llamado a desémpeñar un im portante papel
en la lucha independentista-11
- La prim era victoria m ilitar de las arm as an
ticolonialistas se obtuvo el 24 de abril en la villa
de San José. Obligados los realistas a refugiarse
en las fortificaciones de Montevideo, Belgrano
puso sitio a la ciudad el 2 de mayo de 1811. Víc
tima de las intrigas políticas de la oligarquía
bonaerense, tuvo que entregar el mando poco
después al coronel José Rondeau.
No obstante estos cambios en la alta jerar
quía m ilitar patriota, las tropas dp Elío fueron
derrotadas el 18 de mayo en la batalla de Las
Piedras, donde se distinguió por su bravura el
comandante Artigas. La ocupación de todo
17
el territo rio oriental por las fuerzas de Rondeau
y Artigas era sólo una cuestión de días. En esas
circunstancias, se produjo el entendimiento
entre el Gobierno de Buenos Aires, represen
tado p o r el deán Funes, y las fuerzas realistas
de Montevideo, encabezadas por Elío, que entre
gó la Banda Oriental a los españoles. Evidente
m ente, la oligarquía porteña temía que la lucha
del pueblo oriental escapara a su control.’2
Artigas se vio forzado a em prender la re
tirad a desde la sitiada Montevideo (octubre de
1811) y dirigirsé hacia lá zona entrerriana de
-Ayuy, acompañado de sus soldados y de miles
de gauchos y peones con sus familias, que pre
ferían el éxodo antes de volver a someterse a
la dominación española. Esta verdadera epopeya
ha sido recogida por la historia como el "éxodo
del pueblo oriental”.13
18
La gestión del nuevo Gobierno quedó en
manos de uno de sus secretarios: don Bemar-
dino Rivadavia, quien se había destacado como
Capitán en una compañía del Regimiento Galle
gos en la lucha contra los ingleses y más tarde
como Alférez Real del cabildo de Buenos Aires,
en la semana de los sucesos de Mayo. Bajo el
impulso de Rivadavia se promulgó un Estatuto
Provisional del Gobierno Superior de las Pro
vincias Unidas del Río de la Plata, que fue el
prim er intento de organización constitucional
emprendido por Buenos Aires. Rivadavia propu
so también algunas leyes destinadas a favorecer
el desarrollo de la economía y la cultura. Nos
referimos al proyecto de cesión gratuita de
tierras fiscales y a la creación de escuelas laicas.
El período de gobierno del Triunvirato se
caracterizó por las continuas turbulencias po
líticas, conspiraciones y motines. En diciembre
de 1811~se produjo un conato de golpe de estado,
protagonizado por las milicias patrlicias que se
negaban a secundar los planes de Belgrano, en
caminados a organizar un verdadero ejército na-
qiónal. A principios de 1812 fue resueltamente
reprim ida la sublevación realista dirigida por
Alzaga y á continuación se desarrolló la crisis
política que condujo a la sustitución de Paso
por Pueyrredón como miembro del Triunvirato.14
La caída del prim er Triunvirato no se debió
en realidad a ninguno de estos hechos, sino al
resurgimiento de las sociedades semisecretas.
19
Tras la disolución de la Junta Ampliada, Riva-
davia permitió la reorganización del viejo Club
“jacobino” fundado por los partidarios de Mo
reno. El 13 de enero de 1812 el Club se trasladó
del Café de Marco a la Casa del Consulado, y
adoptó el nombre de Sociedad Patriótica. La
dirección del Club radical estaba ahora en ma
nos de Bernardo Monteagudo, ferviente partida
rio de la independencia. La lucha constante de
Monteagudo por declarar la emancipación de
España lo llevaría poco a poco a posiciones an
tagónicas, frente a la política conciliadora de
Rivadavia y el Triunvirato.15
Otra organización que hizo su aparición en
el escenario bonaerense fue la Logia Lautaro.
Esta sociedad nació en marzo de 1812, después
de la llegada a Buenos Aires de Carlos M. de
Alvear y José de San Martín. La Logia Lautaro
—junto con la Sociedad Patriótica— asum iría la
responsabilidad de derrocar al Gobierno. La po
lítica titubeante del Triunvirato, que concitaba
el descontento de las provincias yr rehuía una
confrontación directa con los realistas, quedó al
descubierto cuando Rivadavia desautorizó a Bel-
grano (febrero de 1812) por hacer ju ra r a sus
tropas una bandera con los colores celestes y
blanco.16
20
El desenlace final se produjo el 8 de octu
bre de 1812, cuando José de San M artín dirigió
él golpe'm ilitar que dio al traste con el prim er
Triunvirato, y estableció él segundo. En la prác-
ticá, el segundó Triunvirato, encabezado por
Paso, resultaría tan vacilante como el primero,
aunque a diferencia de éste tuvo en ocasiones
que ceder ante las presiones de la Logia Lautaro
y la Sociedad Patriótica, concordes en el propó
sito de radicalizar el movimiento para alcanzar
la independencia y lograr un cordial entendi-
miento con las provincias. De ahí que el nuevo
Gobierno se viera precisado a convocar a elec
ciones para una asamblea, encargada de ela
borar la Constitución de las Provincias Unidas
del Río de la Piata y declarar la independencia
de España.17
El vuelco favorable en el curso de los acon
tecimientos se produjo con la victoria m ilitar
alcanzada por San M artín en la batalla de San
Lorenzo —que puso fin a las correrías españolas
por el Paraná— y las derrotas sufridas por los
ejércitos realistas en Tucumán y Salta a manos
de las fuerzas de Belgrano —quien en marzo de
1812 había sustituido a Pueyrredón al frente de
los contingentes del norte—, apoyadas por las
guerrillas indígenas de las “republiquetas", co
mandadas por Manuel A. Padilla y su valerosa
mujer, Juana de Azurduy, Ignacio Warnes y José
Vicente Camargo.
21
La Asamblea del Año xm
Alentado o tra vez por Buenos Aires se rei-
nició la lucha a fines de 1812 en la Banda Orien
tal, d e nuevo foco de constantes conspiraciones
realistas. Rondeau y Artigas dirigían a los patrió-
tas que, en una serie de campañas fulminantes,
derrotaron a las tropas españolas, y los obliga
ron, p o r segunda vez, a encerrarse en Montevideo.
Conocida por Artigas la convocatoria librada
por el segundo Triunvirato para reunir una
asam blea de representantes del Plata en 1813,
el caudillo oriental dispuso la organización en
Tres Cruces de la elección de los diputados de
la B anda Oriental. A los representantes electos
por el pueblo, Artigas entregó sus famosas Ins
trucciones del Año X III, en las cuales hizo gala
de u n a clara visión de los problemas sociales
del Plata y de un avanzado pensamiento político.
Los principales postulados sostenidos por Arti
gas eran: independencia absoluta de todo poder
extranjero; régimen republicano y sistema fede
ral p ara el nuevo Estado; libertad civil y reli
giosa; eliminación de las trabas arancelarias
internas, que lim itaban la creación de un mer
cado nacional; nacionalización de la acTuana por-
teña y distribución equitativa de sus rentas
entre todas las provincias, así como perm itir la
libre navegación por los ríos.18
22
Las clases dominantes de Buenos Aires no
aceptaron el program a político artiguista y des
conocieron la elección de los diputados del
pueblo oriental. Para sustituirlos por represen
tantes domesticados, Rondeau organizó en Ma-
ciel una farsa comicial, en la que fueron desig
nados delegados conservadores por la Banda
Oriental.
Ante la inescrupulosa violación de los dere
chos orientales, Artigas se declaró en rebeldía,
desconoció la elección hecha por Rondeau y
abandonó con sus fuerzas el sitio de Montevideo.
Se iniciaba una nueva etapa de la lucha ár-
tiguista.
La experiencia, de los sucesos en la Banda
Oriental, la tradicional política hegemónica de
Buenos Aires y los términos de la convocatoria
del Congreso del Año x i i i , no dejaban lugar a
dudas en cuanto a las pretensiones y objetivos
que perseguía el Triunvirato.
Con esta asamblea la oligarquía porteña
pretendía legitimar su predominio político y
privilegios económicos. El puerto y la provincia
de Buenos Aires seguían aprovechándose en for
ma exclusiva de las rentas de aduana prove
nientes del comercio. Al amparo de la naciente
penetración comercial inglesa, la balbuceante oli
garquía porteña se iba enriqueciendo, mientras
se arruinaban los productores de las provincias:
hacendados, chacreros y artesanos. Esta situa
ción alentaría de a,hí en adelante la agitación po
lítica en todas las regiones del interior y el
litoral, y arrastraría a las masas populares tras
23
caudillos, de las más disímiles tendencias, pero
siempre enemigos de las pretensiones hegemó-
nicas de Buenos Aires, defendidas por los uni
tarios.
En estas circunstancias se había producido
en Buenos Aires la debatida Asamblea del Año
x i i i , inaugurada el 21 dé enero. A pesar de no
24
una sola persona. Las derrotas de Vilcapugio y
Ayohuma en el Norte (octubre-noviembre de
1813), el anuncio de una posible invasión espa
ñola, la enfermedad de Belgrano, la ausencia de
San Martín —que marchó al norte a asum ir la
dirección del ejército-—, la rebeldía de Artigas y
el bloqueo de Buenos Aires por los realistas de
Montevideo, fueron factores que facilitaron a
Alvear imponer, el 22 de enero de 1814, a su
pariente Gervasio Antonio de Posadas como Di
rector Suprgmo de las Provincias Unidas del Río
de la Plata.'9
25
am bas fuerzas obligó a los realistas a capitular
y «ntreg’ar Montevideo el 23 de junio de 1814.
Artigas no aceptó la ocupación de l a ,capital
oriental por fuerzas bonaerenses; empeñado en
hacer retroceder a los porteños. A principios de
1815 las tropas artiguistas lograron sorpresiva
m ente ócupar Montevideo y después de aquel
éxito, continuaron la lucha contra Buenos Aires.
Su objetivo era establecer una federación con
las provincias del litoral del Paraná, o sea, Santa
Fe, E n tre Ríos y Corrientes, también en guerra
con Buenos Aires. De ahí el título de Protector
de los Pueblos Libres que éstas le otorgaron.20
La acción revolucionaria de Artigas, quien
levantaba a las masas de las provincias del lito
ral, descontentas por la política hegemónica de
Buenos Aires, puso en una •situación difícil al
gobierno de Posadas. La sublevación del E jér
cito del Norte complicó aún más las cosas y
Posadas tuvo que renunciar. La asamblea, con
vocada al efecto, le aceptó la dimisión el 9 de
enero de 1815 y designó en su lugar a Alvear.
Uno de los principales problemas que la
oligarquía encomendó resolver a Alvear era el
de la presencia de Artigas y su jefatura indis-
cutida en la zona del litoral. Al ef&eto, Alvear
26
ofreció a Artigas la independencia de la Banda
Oriental, a cambio de la evacuación de Santa
Fe, E ntre Ríos y Corrientes. Artigas rechazó el
ofrecimiento, pues su proyecto no era el de frac
cionar el antiguo Virreinato, sino, por el contra
rio, establecer una federación que lo agrupara.
, E1 10 de septiembre de 1815 Artigas apro
bó el Reglamento Provisorio. Con su aplicación,
el caudillo pretendía detener lá anarquía de la,
propiedad en el campo, debilitar el latifundio y
dar tierras a los campesinos y peones despo
seídos. En el Reglamento se apuntaba un cierto
intervencionismo del Estado en la economía,
dirigido a regular el comercio, proteger la in
dustria y repartir las tierras baldías y propieda
des confiscadas a los realistas.21
Entretanto, en la frontera altoperuana, el otro
frente de combate, la situación no podía ser más
difícil para las armas patriotas, después que los
descalabros de Vilcapugio y Ayohuma habían
obligado a los criollos a retroceder hasta Tu-
cumán. Para rom per la ofensiva realista en el
norte, Buenos Aires designó al general San Mar
tín, quien poco antes había rechazado el ofreci
miento porteño de que asumiera el mando de
la campaña contra Artigas.
San M artín se hizo cargo del Ejército del
Norte en Tucumán, a pesar de que comprendía
27
que la batalla final contra el colonialismo espa
ñol en la América del Sur había que llevarla a
cabo por otra ruta, atravesando la cordillera de
los Andes y bordeando el océano Pacífico hasta
llegar a Lima. De todos modos, la frontera sep
tentrional no podía quedar sin protección y San
Martín encomendó esa tarea a las montoneras
del gaucho Martín Gíiemes. Las guerrillas de
Giiemes se encargaron de m antener en jaque a
las tropas españoles por varios años. Cinéo
tentativas de invasión realista fueron rechazadas
por los «rotosos» de Güemes,22
Para llevar adelante sus planes, San Martín
solicitó de Buenos Aires la gobernación de Cuyo,
en sus manos desde octubre de 1814. A p artir de
ese momento, el general San M artín dedicó todas
sus energías a la formación del Ejército de los
Andes, que habría de liberar a Chile y Perú.
Mientras tanto, Rondeau se ocupaba del contin
genté m ilitar del norte en lugar de San Martín.
Cuando Rondeau intentó pasar a la ofensiva,
desoyendo los consejos de San Martín, sus fuer
zas fueron derrotadas por los españoles: batalla
de Sipe-Sipe (29 de noviembre de 1815).
Alvear tampoco duró mucho al frente del Go
bierno en Buenos Aires. Acosado por la oligar
quía porteña, que exigía mayor represión Contra
las tendencias autonómicas de las provincias
—-unido al fracaso del intento por sustituir a
Sán Martín en Cuyo—, presentó su renuncia y
escapó a Río de Janeiro. En su lugar se instaló
una Junta de Observación, dé carácter interino,
28
en espera del regreso de Rondéau, nombrado
nuevo Director Supremo; Rondeau tampoco per
duraría en eí cargo; pronto sería relevado por el
coronel Ignacio Álvarez Thomas.23
Proclamación de la independencia:
el Congreso de Tucumán
La anarquía "política se adueñaba de los
territorios del antiguo virreinato. Tras el des
calabro de Sipe-Sipe, cada provincia se dio su
propio Gobierno y Buenos Aires quedó aislada.
Güemes había proclamado la 'federación en
Salta; en Córdoba y La Rio ja se" imponían mo
vimientos separatistas; en el Paraguay se conso
lidaba la República independiente, y el litoral
del Paraná y la Banda Oriental reconocían el
liderazgo de Artigas.
Tales circunstancias obligaron a la oligar
quía porteña a hacer concesiones. Lo prim ero
era detener el movimiento descentralizador que
amenazaba destruir la tradicional hegemonía de
Buenos Aires. Eso fue lo que llevó a convocar el
Congreso de 1816, cuya sede se estableció en una
provincia interior (Tucumán) para disminuir las
sospechas y el recelo de los caudillos. No obstan
te, ni aun esto pudo garantizar una amplia par
ticipación de los representantes de las provin
cias. Faltaron a la cita de Tucumán: la Banda
Oriental, Corrientes, E ntre Ríos, Santa Fe, Cór
23 Ibídem, p. 38.
29
doba y, por supuesto, la República del Paraguay.
Sólo 6 provincias enviaron delegaciones, inclui
das la del Alto Perú.
Las sesiones se iniciaron el 24 de marzo de
1816. Enseguida se m anifestaron dos" grandes
tendencias: la unitaria, representada fundamen
talm ente por los delegados de Buenos Aires, y
la federal, que respaldaban los diputados de las
provincias. El conflicto entre los distintos gru
pos se extendió a otras cuestiones, como el sis
tema político a adoptar monárquico o republi
cano.
Algunos, delegados llegaron a plantear su
exigencia de coronar a un descendiente de los
incas y trasladar la capital del nuevo Estado al
Cuzco.24
El único punto que resultó aprobado por
acuerdo unánime de. los delegados fue el de la
independencia, proclamada, por fin, solemnemen
te el 9 de julio de 1816. A continuación, Juan
M artín de Pueyrredón resultó electo Director Su
prem o de las Provincias Unidas, tras declinar el
ofrecimiento Belgrano y San Martín. Pueyrredón
no tardaría en perder todo escrúpulo y trasla
daría, sin más subterfugios, la sede del Congreso
de nuevo a Buenos Aires.25
30
Ya en enero de 1817, el general San Martín
atravesaba con su ejército la cordillera de los
Andes, engañando a los realistas que lo espera
ban por una dirección equivocada. El 12 de fe
brero las tropas patriotas conquistaban la vid-
toria de Chacabuco, que marcó el principio del
fin de la dominación española en Chile.
Una política contradictoria caracterizó el
Gobierno de Pueyrredón. Si bien por un lado
prestó apoyo a San Martín para realizar las
hazañas de Chile; por el otro, permitió el resur
gimiento de la reacción clerical y la profundiza-
ción del conflicto con las provincias y especial
mente con Artigas. Acérrimo enemigo del caudillo
oriental, Pueyrredón no puso obstáculos a la
ocupación de la Banda Oriental por los portugue
ses.26 Las tropas lusitanas, dirigidas por Carlos
Federico Lécor, invadieron el territorio oriental
en junio de 1816. Los desesperados esfuerzos de
Artigas por detener aquella avalancha que lle
gaba del Brasil fueron inútiles. El 19 de noviem
bre de 1816 los artiguistas sufrieron una derrota
en la batalla de India Muerta y otra el 4 de enero
de 1817, en la del Estero Catalán. Esos enfren
tamiento perm itieron a las fuerzas portuguesas
ocupar, quince días después, la ciudad de Mon
tevideo.
Sobreponiéndose a estos duros reveses, Ar
tigas prosiguió el hostigamiento de las tropas
portuguesas, hasta que vencido en las batallas
de Río Queguay (4 de julio de 1818) y en Ta-
31
cuarembó (20 de enero de 1820), abandonó para
siempre el territorio oriental rum bo al litoral
del Paraná. '
La derrota de Artigas a manos de la oligar
quía bonaerense —aliada con las clases privile
giadas del Brasil y favorecida con la naciente
penetración comercial inglesa—, dejó el camino
expedito para que Buenos Aires sometiera a las
provincias rebeldes y apretara el cerco contra el
único Estado que nacía verdaderam ente libre a
la vida independiente: el Paraguay del doctor
Francia.
32
PRIMERA PARTE:
EL PARAGUAY DEL DOCTOR
FRANCIA
33
1811) prevaleció en la provincia, a diferencia del
re sto de la América Latina, la estructura econó
m ica impuesta por las misiones de los jesuitas.
Los eclesiásticos de esta órden lograron estable
cer durante los siglos xvn y xvin su hegemonía
casi completa sobre toda la producción agrope
cuaria y el comercio de la región, en virtud de los
sistem as de trabajo implantados y los favores
recibidos del E s t a d o colonial. Gracias a , estas
circunstancias favorables lograron extender in
creíblem ente su poderío económico, y llegaron
incluso en determinadas ocasiones a controlar
prácticam ente el poder político de la provincia.
De esta manera, la orden de los jesuitas acumuló
extraordinarias riquezas, derivadas, en lo funda
m ental, del monopolio de las exportaciones de la
región y de la explotación desm esurada de los
indígenas. Es ilustrativo al respecto el testimonio
que nos brinda un Acta Capitular de la Villa de
Asunción:
de modo que por ese lado cogen todo lo
m ejor de la*tierra inmediata a la ciudad ( . . . )
34
siendo la mejor de toda la provincia en pas
tos, aguadas, montañas y abrevaderos, ha
biendo adquirido todo este dominio por sola
su autoridad.
No siendo menos perjudicial esto, por el
atajo que hacen de los caminos públicos en
todo lo que dicen ser suyo, causando a los
vecinos de ésta Provincia innumerables tra
bajos, y perdidas de haciendas y vidas, por los
rodeos que les obligan a hacer por los caminos
y arroyos crecidos. 1
No es menos el dañó que esta Provincia
experimenta de dichos religiosos por el modo
con que se tienen ábarcado el comercio del
río y de la tierra a título de Misiones y Bienes
Eclesiásticos, sin pagar la Real Alcabala, de
recho de estanco a la ciudad ni los diezmos a
la Iglesia alzándose con los yerbales de que
esta ciudad es d u e ñ a ...2
35
Ies con aborígenes. Pero la m ayor especificidad
del Paraguay no estuvo dada por esta combina
ción racial, sino por la relativa debilidad de
este grupo social privilegiado, en comparación
con los latifundistas y terratenientes de las de
más colonias iberoamericanas. Los hacendados
paraguayos habían sido entorpecidos en su cre
cimiento económico por el rígido monopolio de
los jesuítas, lo que los obligó a aliarse con el
común —el pueblo—, dando lugar á las afama
das insurrecciones de los comuneros entre 1721
y 1730.3 Estas sublevaciones fracasaron, pero en
1767 la orden de los jesuítas fue expulsada de los
dominios ibéricos, y se produjo así un vacío que
el Gobierno colonial pretendió llenar entregan
do la administración de las antiguas misiones a
funcionarios de la Corona o religiosos de otras
órdenes. Sin embargo, estos centros productivos
sin la disciplina y los sistemas de explotación de
los jesuítas, y sujetos a la celosa introm isión gu
bernamental —aumentada después de la creación
del Virreinato en el Río de la Plata—, term ina
ron rápidamente con su tradicional rentabilidad,
lo cual ocasionó la decadencia de las misiones.
36
Los latifundistas criollos, que hasta ese mo
mento habían permanecido en franca desventaja
económica frente a los religiosos, pudieron co
menzar a fortalecerse como clase social, asu
miendo en el comercio exterior, y también en
el ámbito interno, el papel que hasta entonces
habían desempeñado los astutos seguidores de
Loyola. No obstante, este crecimiento no fue tan
absoluto, pues el hecho de que los Gobernadores
provinciales gozaran de cierta autonom ía con
respecto afh poder central, les perm itió realizar
algunas distribuciones de tierras, difundiéndose
las pequeñas propiedades o chacras.4 Por todas
estas razones, cuando en la prim era década del
siglo xxx estalló el movimiento independentist^
en Iberoamérica, los hacendados paraguayos no
eran tan poderosos como los ganaderos bonae
renses o los mantuanos venezolanos, lo que per
mitió al proceso paraguayo adquirir característi
cas muy propias.5
Asunción, capital de la provincia del Para
guay, nucleaba a los principales componentes de
la burguesía comercial monopólica, en su inmen
37
sa m ayoría de origen español. Además, habita
ban en la villa los más grandes hacendados de
la región, algunos intelectuales, campesinos
—propietarios o no-— y determinados trabaja
dores del puerto. En el restó de la provincia
vivían tam bién los hacendados, chacrerós y peo
nes, junto a los indígenas que aún ocupaban las
viejas y empobrecidas misiones. Los principales
renglones de producción de la provincia eran el
tabaco, la yerba mate y los cueros. El primero
se obtenía fundam entalmente de las chacras de
los campesinos, mientras que las mayores can
tidades de yerba v cueros exportados salían de
las ¿xtensas propiedades territoriales, que em
pleaban la fuerza dé trabajo forzosa de los mes
tizos e indígenas endeudados. En general puede
decirse que los hacendados paraguayos se dedi
caban a la exportación de yerba mate, pues este
producto tenía un gran mercado en la zona rio-
platense y en especial en Buenos Aires. Debido a
la am plitud de lá demanda, el fisco español se
había cebado *en ésta mercancía, y la recargaba
de trabas arancelarias, como la del “puerto pre
ciso” de Santa Fe, instalado en 1662. Además de
éstos gravámenes, existían los impuestos del
puerto de Buenos Aires, trabas a la sq u e se unía
el estanco del tabaco, segundo producto de ex
portación del Paraguay. Para hacer más tensa
la situación entre los productores paraguayos y
la Corona, estaba el problema de la utilización
del dinero de estos impuestos, destinados al ex
clusivo beneficio de la Metrópoli española o de
la capital del virreinato. Así, existía un sistema
38
de explotación-dependencia entre la ciudad de
Buenos Aires y la provincia interior del Para
guay, al margen de las propias relaciones colo
niales con España. De tal manera que el descon
tento no era exclusivo de determinada clases
social, sino un sentimiento sumamente arraigado
entre toda la población criolla paraguaya, aun
que los más afectados eran los grandes yerbate
ros exportadores.6 Por tanto, para los paragua
yos su contradicción económica fundam ental no
residía sólo en la lejana España, sino especial
mente en la cercana Buenos Aires.
39
la protección de sus intereses económicos en
contra del nuevo Gobierno porteño. Así, el grupo
social con más privilegios, integrado por los rea
listas, no podía aceptar la implantación en Bue
nos Aires de un Gobierno compuesto por criollos
que, además, clamaba por la libertad comercial
para sus ventas al exterior. Los realistas, en su
mayoría de origen español, eran funcionarios
coloniales, granídes comerciantes vinculados es
trechamente a monopolios y estancos, así como
miembros del alto clero. Por su parte, los ricos
hacendados también se opusieron a la Junta de
Buenos Aires, pese a que deseaban, como los
porteños, aprovechar la coyuntura política fa
vorable de 1810 para, desprenderse del mercanti
lismo metropolitano que los oprimía y hacerse
de la administración pública. Los terratenientes
paraguayos, al igual que los del resto del conti
nente, pretendían librarse del yugo español, a
fin de obtener el beneficio exclusivo de las ex
portaciones y la libertad de im portar manufac
turas inglesas que abaratasen el ciclo productivo,
sin realizar reformas sociales en favor de las
clasés populares.
En el panoram a socio-político del Paraguay
existían otros intereses de clase, totalm ente dife
rentes a los anteriores, que estaban llamados a
desempeñar un im portantísim o ^papel en el pro
ceso independentista paraguayo, y que contribu
yeron en gran medida a la radicalización del
movimiento separatista. Este grupo social inter
medio, que pudiéramos catalogar de incipiente
pequeña burguesía, se hallaba compuesto por
40
propietarios medios o pequeños —llamados cha-
creros—, en su mayoría campesinos dedicados al
cultivo del tabaco y otros productos agropecua
rios. Más adelante, al desarrollarse el proceso,
los pequeños propietarios rurales, beneficiados
directam ente por las medidas económicas que
im plantó el doctor José Gaspar Rodríguez de
Francia (1766-1840)/ constituyeron la base social
fundam ental de la Dictadura. Los campesinos se
hallaban "Identificados con las masas trabaja
doras, con los peones agrícolas, artesanos, co-
merciántes al menudeo y algunos curas popula
res. Para los chacreros éra imprescindible la
erradicación del monopolio español, pero era
41
tam bién sumamente necesario asegurar la pro
tección a la pequeña propiedad, amenazada
constantem ente por la voracidad de los latifun
distas. Por otro lado, pretendían conservar las
artesanías locales, que habían florecido en la
época colonial debido al relativo aislamiento de
la provincia y áhora corrían el peligro de
desaparecer, en virtud de la libre irrupción de
m anufacturas foráneas. Por tales motivos, los
pequeños propietarios lograron coordinar sus ac
ciones con los peones agrícolas y demás grupos
sociales explotados, que componían la base prin
cipal de la sociedad paraguaya.
Los pocos intelectuales de la colonia se'-ha
llaban permeados por las teorías políticas, so
ciales y filosóficas, que andaban en boga por
F.uropa desde hacía algunos años. Muchos de
ellos se habían formado en la Universidad de
Córdoba, o en la más culta de Charcas, por lo
que captaron y asimilaron las principales ideas
de los enciclopedistas franceses, el entonces
avanzado pensábniento de hombres como Rous
seau, Voltaire y Montesquieu. Además, adm ira
ban las revoluciones burguesas de Francia y
Norteam érica y deseaban im itarlas. De esta
form a, al decir de M ariátegui:8
42
rica, a causa de que en Sudamérica existía ya,
aunque fuese embrionariamente, una burgue
sía que, a causa de sus necesidades e intereses
económicos, podía y debía contagiarse de]
hum or revolucionario de la burguesía europea.
43
guay una coalición de distintas clases sociales
contra la Junta bonaerense, acuerdo que fue
cubierto, inicialmente, de una apariencia rea
lista.
Ante esta circunstancia, el nuevo Gobierno
del Río de la Plata, surgido de la Revolución de
Mayo, envió hacia Asunción al coronel José
de Espinóla, para persuadir a los paraguayos de
que aceptaran la jurisdicción de la Junta por
teña. Sin embargo, el Gobernador colonial de
la provincia, coronel Bernardo Velazco, se negó
a acatarla y expulsó al emisario bonaerense.
Desde ese momento todos los criollos y realistas
del Paraguay se unieron en torno al Goberna
dor, y nutrieron las milicias que se form aron
apresuradam ente para defender l a , provincia,
Con el respaldo casi unánime del pueblo, Ve
lazco se decidió a convocar una Junta General
de Vecinos, o sea un cabildo abierto, en el que
predom inaron los elementos más conservadores
de las clases pudientes del Paraguay. Este Con
greso de “notables”, al que sólo podían asistir
las personas que percibiesen determ inadas ren
tas, era necesario para legalizar el poder político
del Gobernador, pues su cargo y autoridad, de
pendientes del virrey, habían quedado sin sus
tentación oficial. No obstante la composición
clasista de la asamblea, en ella lograron infil
trarse algunos intelectuales de ideas avanzadas,
como el doctor Francia, que enarbolaron en el
cabildo planteamientos radicales.
El Congreso de Vecinos inició sus sesiones
el 24 de julio de 1810 en el Real Colegio de San
Carlos, y la monotonía de los discursos conser
44
vadores y reaccionarios sólo fue alterada cuando
el doctor Francia tomó la palabra para declarar:
45
Pero los acaudalados asistentes a la asamblea
desestim aron el discurso, y acordaron por mayo
ría reconocer a Fernando VII —en su lugar al
Gobierno de la Regencia—•; creár un comando
m ilitar en Asunción y tratar dé mantener, en
la m edida de lo posible, buenas relaciones con
la Ju n ta de Buenos Aires. No obstante, la procla
m ación hecha por la Asamblea dé su carácter
1realista era un desafío al Gobierno criollo por
teño. Eri represalia, la Junta de Buenos Aires
dispuso la incomunicación fluvial de la provin
cia paraguaya, el retiro a la jurisdicción asunce
ña de su departam ento dé Misiones y el envío de
una expedición militar. Las fuerzas bonaerenses
fueron puestas a las órdenes' de Manuel Bel
grano, nombrado general. Estos hechos provoca
ron en el Paraguay una gran indignación po
pular.
En Asunción, el Gobernador colonial se pre
paró apresuradam ente para defender el territo
rio bajo su jurisdicción. Reforzó y movilizó las
milicias mandadas por oficiales criollos, repre
sentantes de lo s intereses, comerciales de una
provincia cuyo desarrollo había sido constante'
m ente obstaculizádo por trabas e impuestos, que
aún la Junta bonaerense no había derogado. El
Paraguay Se aprestaba a responder?"El Gober
nador logró reunir cerca de 6 000 milicianos, en
su m ayor parte campesinos mal armados, y avan
zó con ellos hasta Curupaity, Corrientes, donde
esperó a los 1 500 soldados que traía Belgrano.
Las tropas rioplatenses fueron derrotadas el 19
de enero de 1811 en la batalla de Paraguarí, y
después, el 9 de marzo, en la de Tacuarí. Las
46
victoriosas milicias paraguayas habían sido guia
das por el teniente coronel Atanasio Cabañas y
el comandante Fulgencio Yegros, ambos ricos
terratenientes criollos. El gobernador Velazco se
vio obligado a prem iar a los conspicuos milita
res, y les entregó incluso el control m ilitar de
la provincia.
Sin embargo, los vencedores se trocaron en
vencidos por la: labor proselitista de Belgrano.
El general bonaerense convenció a los oficiales
criollos, encabezados por Cabañas y Yegros, de
lo absurdo de su posición al lado de España y
de la conveniencia de sumarse al movimiento
emancipador, prometiéndoles que Buenos Aires
escucharía las reclamaciones de los hacendados
del Paraguay y eliminaría los pesados graváme
nes que tasaban sus exportaciones. Por su parte,
los oficiales paraguayos se comprometieron con
Belgrano a llevar a cabo un golpe m ilitar en
Asunción contra las autoridades coloniales y en
favor del movimiento de Mayo.
De esta manera, los oficiales paraguayos lié
permitieron a Belgrano la retirada de sus fuer
zas derrotadas, y le hicieron saber que de dero
garse los abusos comerciales, el Paraguay no
tendría inconveniente en seguir el camino de los
bonaerenses, para después ingresar en una con
federación de Estados del Río de la Plata. Res
tablecida la paz en la provincia, reintegrada la
tropa a las guarniciones, el gobernador Velazco
ascendió a los más destacados militares criollos.
A Fulgencio Yegros le fue conferido el grado de
teniente coronel y, como los restantes oficiales
criollos, quedó al mando de tropas. La jefatura
47
de la plaza de Asunción le fue entregada al rico
hacendado paraguayo Pedro Juan Caballero.
48
peninsulares. Estas, conocedoras del peligro en
que se hallaban, comenzaron a pactar secreta
mente con los realistas de Montevideo y Brasil.
El acercamiento reaccionario fue dirigido por el
propio gobernador Velazco, quien complicó en
sus actividades al cabildo de Asunción, órgano
controlado por la “aristocracia” española y
criolla.14 Esta circunstancia motivó que los terra
tenientes opuestos al Gobernador, buscaran el
apoyo de «los pequeños propietarios y peones
agrícolas, pues eran débiles para alcanzar por
sí solos el poder político.
Por lo pronto, comenzaron a conspirar. Fue
ron descubiertos y abortados varios complots,
como el de Villa Real, encabezado por José Mar
tínez Báez y el presbítero José M artín Sarmien
tos; y el del 4 de abril de 1811, dirigido por, los
criollos Manuel Hidalgo y Pedro M. Domecq,
quienes contaban con la secreta colaboración
del oficial Vicente Ignacio Iturbe. El éxito se
acercó cuando se incorporaron a la conspiración
los principales oficiales de las milicias criollas,
controladas por los grandes hacendados y es
tancieros. '
La sublevación definitiva, e fic ie n te m e n te
preparada, estalló la noche del 14 de mayo de
1811. Al parecer, el movimiento se inició en
C orrientes/ donde se rebeló el oficial Blas J.
Rojas, y se propagó enseguida a las demás guar
niciones y cuarteles militares: Misiones, Itapúa y
Asunción. La masividad del golpe impidió cual
quier conato de resistencia por parte de los
49
realistas. Al día siguiente, el gobernador Velazco
se vio obligado a aceptar las condiciones impues
tas p o r el jefe de los sublevados de la capital,
el criollo Pedro Juan Caballero. Ya el 16 se
formó un Triunvirato "hasta que el cuartel con
los demás vecinos de la provincia arreglen la
form a de gobierno".15 Este trío gubernam ental.
quedó integrado por razones tácticas con el pro
pio ex gobernador Velazco; el doctor Francia,
por se r uno de los intelectuales más destacados
de la provincia; y como representante m ilitar el
capitán de milicias Juan Valeriano de Zevallos.
En la práctica, fue un Gobierno que representó
a los dos grupos sociales criollos que habían de
satado el movimiento separatista, o sea, los
grandes hacendados y los pequeños propietarios
(chacreros).
La prim era medida del nuevo Gobierno fue
disolver el viejo cabildo pro español, y sus
tituirlo por otro de composición mucho más po
pular, en el cual predom inaron los campesinos
vinculados al doctor Francia. Después, el 21 de
mayo, entró triunfalm ente en la capital el prin
cipal líder m ilitar del movimiento separatista, el
teniente coronel Fulgencio Yegros. Pero las dis
crepancias entre los oficiales criollos y*el doctor
Francia no tardaron en aparecer. Desde el día 28
de mayo se distribuyeron las circulares que con
vocaban a una nueva Asamblea General, fijada
para el 17 de junio. Uno de los principales as-
50
Rectos que debía resolver era el referente a la
política a adoptar en las relaciones con Buenos
Aires. El desenlace de los acontecimientos sobre
vino cuando el 9 de junio se descubrió una cons
piración de factura realista. El jefe m ilitar de
Asunción procedió enérgicamente, y destituyó
del Triunvirato al ex gobernador Velazco. Por
entonces el Gobierno ya había acordado la eva
cuación de Corrientes por las fuerzas militares
paraguayas. Con esa medida buscaba la disminu
ción de los aparentes motivos de tensión con los
gobernantes porteños. .
Por . fin, el 17 de junio de 1811, fue inaugu
rado el Congreso General de la provincia, al cual
asistieron delegados de todas sus regiones. La
asamblea contó con la presencia de 300 diputa
dos que, en su inmensa mayoría, respondían a
Í q s intereses de los grandes estancieros y ha
cendados. La composición social de la reunión
permitió que todavía se reconociera la soberanía
de Fernando VII y se adoptara la libertad de
comercio, junto .con la suspensión del estanco
del tabaco, a la vez que se tasaban m oderada
mente las exportaciones paraguayas. Además, se
estableció un sueldo fijo para las milicias, y se
propuso un acuerdo con Buenos Aires, siempre
que no fuera en perjuicio de los intereses econó
micos de la provincia. El Congreso finalizó el
20 de junio, y dejó constituido un Gobierno
criollo en el que se mezclaron los latifundistas
con los representantes de la incipiente pequeña
burguesía rural. La Junta quedó integrada por
Fulgencio Yegros en calidad de presidente, y
como vocales, Pedro Juan Caballero, Fray Fran-
51
cisco Javier Bogarín, Fernando de la Mora y el
doctor Francia. Sin embargo, las tremendas di
ferencias ideológicas existentes entre los lati
fundistas y el representante de los chacreros con
dujeron rápidamente á un desgajamiento en el
propio seno de la Junta. El doctor Francia, al
verse en minoría y sin ningún control sobre las
fuerzas armadas, optó en el mes de agosto por
renunciar a su elevado cargo y retirarse a su
chacra de Ibiray, en las cercanías de Asunción.
Su ausencia causó desajustes en la adm inistra
ción del Estado, pues los miembros de la Junta
se habían acostumbrado a dejar las principales
tareas del Gobierno en manos de su ilustrado
compatriota.
Desde su retiro, el doctor Francia se carteó
continuamente con sus partidarios del cabildo
capitalino, y les explicaba sus radicales ideas con
el fin de precipitar un enfrentam iento entre la
institución asunceña y la Junta. En una carta
fechada el 3 de septiembre de 1811, el doctor
Francia preguntaba: "¿Qué sería de la Junta de
Provincias si a cada instante los oficiales, pre
validos de las armas, tuviesen que hacer tem blar
al Gobierno por obtener con amenazas las pre
tensiones de su arbitrio?"u Más adelante, él día
9, advertía que su regreso a la Junta estaba con
dicionado exclusivamente a que los oficiales "se
reduzcan a una exacta subordinación, cual exigen
la tranquilidad, la unión, el buen régimen y de
fensa de la provincia”.
14 Ibídem, p. 90.
52
Dos inesperados acontecimientos le hicieron
cambiar de actitud, y le obligaron a retornar al
Gobierno. El prim ero fue el fracaso, el 16 de sep
tiembre, de una nueva conspiración realista, en
cabezada por el comandante José Teodoro Fer
nández, quien fue arrestado con otros siete
complotados. El otro, la llegada a Asunción de
una comisión diplomática rioplatense, integrada
por Belgrano y Vicente Anastasio Echevarría, en
viada por g ú en o s Aires con el propósito de discu
tir el carácter de las futuras relaciones entre el
puerto y la provincia interior. Las conversacio
nes oficiales se iniciaron el 12 de octubre de
1811 entre \el doctor Francia —designado nego
ciador paraguayo por el Congreso celebrado
unos meses antes— y los delegados porteños. En
las reuniones se acordó la supresión del estanco
del tabaco y la derogación de tributos a muchos
de los artículos de exportación paraguayos; ade
más, se concedían facultades legales a la Junta
de Asunción para recaudar impuestos en su be-
beficio, dentro de la provincia; y se reconocían
los límites tradicionales que tenía Paraguay du
rante el virreinato, y se llegó incluso, mediante
el artículo cinco del Tratado de Alianza, a un
tácito reconocimiento de la autonom ía paragua
ya. En suma, el Gobierno porteño se comprome
tió a reducir los aranceles a las yerbas y algunas
otras producciones del Paraguay, lo que satisfizo
, plenamente las demandas de los ricos hacenda
dos, quienes quedaron de hecho afianzados en
el poder político. ^
Muy pronto reaparecieron los antagonismos
entre la oligarquía y los representantes popula
53
res. La agudización de las contradicciones se pro
d u jo a pesar de la separación del padre Bogarín
de la Junta, coi} quien Francia tenía serias dis
crepancias políticas. Desalentado, el doctor Fran
cia renunció a su cargo, para regresar de nuevo
(fines de 1811) a su chacra. Durante casi todo un
año permaneció en Ibiray, sin participar en las
lábores del Gobierno.
55
pez, sucesor del doctor Francia en el Gobier
no paraguayo y continuador de su política na
cionalista:
18 Ibídem, p. 90.
19 Ibídem, p. 280.
56
El puerto y su provincia tenían establecido un
rígido monopolio, beneficiándose exclusivamen
te con las rentas de aduana provenientes del in
tercambio comercial. Bajo el am paro de la na
ciente penetración inglesa la oligarquía porteña
se iba enriqueciendo, m ientras se arruinaban los
productores de provincias, hacendados, chacre-
ros y artesanos. Este fue uno de los factores
que provocó la agitación política de todas las
regiones interiores y litorales, que reclamaban
la protección de sus intereses, producciones e in
dustrias, mediante la adopción de un program a
federalista,20 en contra del unitarism o privile
giado de los porteños. Paraguay, u n a de las pri
meras provincias del Río de la Plata en ser afec
tada por está contradicción con Buenos Aires, se
había visto obligada a realizar una independen
cia de facto. No obstante, el tratado de octubre
de 1811 pareció brindar una solución al agudo
conflicto económico, pero el puerto de Buenos
57
Aires no era capaz de aceptar la relación que
establecía el acuerdó. Los hacendados y estan
cieros paraguayos se veían súbitam ente aboca'-
dos a la ruina. Así, la oligarquía exportadora
del Paraguay se enfrentó a una terrible disyun
tiva: o se sómetía a las restricciones del puerto
bonaerense, y dé esa form a se condenaba a la
m ediocridad económica y lá posible ruina, o pro
clam aba audazmente la independencia absoluta,
im plem entando las medidas necesarias para for
talecer esa actitud, que cóntaba con el apoyo
de los caudillos federales de las provincias lito
rales de Corrientes, E ntre Ríos, la Banda Orien
tal y algunos otros del interior. Pero desde el
punto de vista de esa clase social privilegiada,
am bas soluciones eran potericialmente peligrosas
p ara sus intereses, ya que la prim era los obligaba
a la sumisión con respecto a lá aristocracia por
teño, mientras qué la segunda, podía conducir a
la total paralización del comercio. Por otra par
te, la oposición interna a la Junta oligárquica,
fundam entalm ente la que provenía del cabildo,
ju n to con la creciente agitación de los cha.
creros, hicieron insostenible por más tiempo la
posición gubernamental.
En medio de la crisis política, los hacenda
dos tuvieron que pedir al doctor Francia su rein
corporación a la Junta, única posibilidad que les
quedaba de am pliar su base de apoyo, para
enfrentar con éxito a la arrogante Buenos Aires.
Sin embargo, el doctor Francia impuso condicio
nes para regresar a su puesto. La Junta, sir
58
poder hacer otra cosa, aceptó todas las deman
das: separación de su cargo del asesor guber
namental Gregorio de la Cerda; entrega al doc
tor Francia de un batallón de soldados, así como
la m itad de los armamentos y municiones de la
provincia; convocatoria de un nuevo Congreso
General, con el fin de declarar la independen
cia absoluta.
• Poco antes de expirar su control sobre el
Gobierno, los representantes de la oligarquía
paraguaya dirigieron una carta a Buenos Aires.
La misiva decía:
59
ducirse la total paralización del comercio. Los
pequeños propietarios rurales disponían, en bue
na medida, de una economía relativamente au-
tárquica, en la que las exportaciones desempeña
ban un insignificante papel. Por su parte, los
artesanos hubieran sido directam ente perjudica
dos por la libertad comercial, que perm itiría
inundar la provincia con m anufacturas extran
jeras baratas; la amenaza de asfixia que pesaba-:¡
sobre ellos los condujo a unirse con los chacre-
ros. Al respaldar la declaración de independencia
contribuían a impedir la penetración de mercan
cías foráneas competitivas, a la vez que se ne
gaban a aceptar los gravámenes e impuestos ex
clusivistas de Buenos Aires. Los chacreros no
tardarían en identificarse totalm ente con los
demás sectores populares, en contra de la oli
garquía paraguaya y de la burguesía exportadora
e im portadora bonaerense.
En virtud del retorno del doctor Franciá a.
la Junta asunceña, los sectores oprimidos, y en
especial los campesinos, pasaron a com partir
el poder político con los. grandes estancieros y
hacendados, presionados ahora a una declara
ción de independencia. En ese proceso los cha
creros se radicalizaron vertiginosamente, en
medio de la vorágine revolucionaria que se de
sató en el Paraguay, no limitándose a proteger
sus intereses económicos tras las barreras de
una frontera nacional, sino avanzando hacia pro
fundas transformaciones sociales y económicas,
lo que obligaría a la depauperada oligarquía a
60
declararse abiertam ente porteñista,22 antindepen-
\dista y contrarrevolucionaria.
Establecimiento de la dictadura
revolucionaria
El doctor Francia, con gran agudeza política,
preparó con tiempo las 'condiciones que le per
mitieron obtener una mayoría de campesinos en
el Congreso de Vecinos, convocado desde su re
greso a la Junta. Entretanto, concedió mayor
párticipación en el Gobierno a los miembros del
cabildo popular de Asunción, y f\mdó, como
medida preventiva, una colonia penal en Tevegó,
para enviar allí a sus enemigos políticos. Ade
más, en la convocatoria librada para la nueva
asamblea, logró impedir la participación de los
que no reconocieran la necesidad de declarar
la independencia absoluta del Paraguay. Dado
que las elecciones para delegados se realizaron
mediante el sistema de sufragio universal, y re
presentación proporcional, resultó posible que la
mayoría de los mil diputados del Congreso fue
ran miembros de las clases trabajadoras: funcio
narios locales, artesanos, peones y chacreros.
\ .
61
La capital cambió de aspecto m ientras duró el
Congreso (septiembre y octubre de 1813), pues
se impregnó del espíritu rural con la presencia
de cientos de delegados campesinos que se pa
seaban por sus' calles. De hecho, el cónclave
legitim ó el predominio de los chacreros ;en el
poder político. La asamblea sancionó un regla
m ento de Gobierno, elaborado por el doctor
Francia, que estipulaba un poder ejecutivo ejer-
cido por dos Cónsules, los guales alternarían
cada año su m andato efectivo. Los propios dele
gados declararon oficialmente la independencia
del Paraguay, al dotar al nuevo Estado de una
carta magna republicana (Banda del 21 de octu
bre), y al aprobar su bandera e insignias. Después
fueron elegidos los dos primeros Cónsules, que
resultaron ser el terrateniente Fulgencio Yegros
y el doctor Francia, quien ejercería el poder
ejecutivo durante el prim er año. De esta form a
el sector "jacobino” del proceso paraguayo que
dó consolidado en la dirección del Gobierno, me
diante la persona del doctor Francia.
Fue entonces que Francia ratificó la deci
sión de la Junta de Gobierno de Asunción en
cam inada a no enviar diputados a la Asamblea
del año X III, convocada por la oligarquía por-
teña. Los paraguayos se sentían fuera de la juris
dicción de Buenos Aires. Las contradicciones
económicas no resueltas entre la antigua capital
del virreinato y Asunción, em pujaban a los ha
cendados y comerciantes criollos a suscribir esta
tesis y a aliarse con los campesinos, frente a la
constante hostilidad del Gobierno porteño. Sobre
62
esta situación Francia expuso diáfanamente sus
criterios: enviar una delegación a la llamada
Asamblea del año X III significa denigrar la na
cionalidad paraguaya, pues una República inde
pendiente no tiene por qué m andar diputados "a
un Congreso de las provincias de otro go
bierno”.23
Ante la posibilidad de un ataque armado
por parte de Buenos Aires, el doctor Francia se
dedicó a reforzar m ilitarm ente los puestos fron
terizos de lá nueva República, una de las pri
meras del continente en declarar de form a ofi
cial su independencia de España. En virtud de
esta política defensiva surgieron los fuertes del
Pilar, Curupaity, Atajo, Itapúa, Misiones, Olim
po, San Carlos, Form osa y Antequera. Las sali-
t das y entradas al Paraguay fueron controladas
de m anera rigurosa, y se perm itió sólo el comer
cio exterior por determinados puertos fluviales,
tales como Concepción, Pilar, Olimpo e Itapúa.
Sin embargo, en estos cuatro puertos el comer
cio era exiguo, pues la República quedó some
tida de inm ediato al estricto bloqueo de Buenos
Aires, en represalia por la declaración de inde
pendencia.
Francia arrem etió después contra los privi
legiados que residían en Paraguay. La ley del
63
1ro. de marzo de 1814 fue un duro golpe para
la vieja oligarquía Comercial de Asunción, a
cuyos miembros peninsulares se les prohibió el
matrimonio con mujeres criollas blancas, y se
les gravó con elevados impuestos. Además, todos
los bienes de los españoles o extranjeros que
fallecieran en el Paraguay, aún en el caso de que
tuvieran herederos, pasarían a engrosar los fon
dos de la República. Por otra parte, Francia prú
vó a los latifundistas de los cargos im portantes
que habían obtenido en el Estado, m ientras la
creciente paralización del comercio exterior lle
vaba rápidamente a la ruina a los miembros de
la clase social privilegiada. “En el puerto queda
ron flotando como recuerdos los barcos parali
zados desde que se clausuró el comercio eon el
Río de la Plata.” 24 La atm ósfera se fue haciendo
irrespirable para los grandes hacendados, estan
cieros y comerciantes, bajo la política naciona
lista propugnada por la naciente pequeña bur
guesía rural, con el apoyo de las masas de arte
sanos y peones agrícolas. Para defenderse, la
oligarquía criolla, antes de tom arse definitiva
mente porteñista, buscó protección y auxilio en
la alianza con algunos de los caudillos federalis
tas de las cercanas provincias del Río de la
Plata, que eran también grandes propietarios
territoriales. Las conspiraciones reaccionarias
no tardarían en aparecer.
Decidido a reafirm ar el poder revoluciona
rio, el doctor Francia llamó a un nuevo Congreso
en Asunción. La heterogénea composición del
24 Justo Pastor Benítez: ob. cit., p. 261.
Consulado era ya insostenible, por lo que el 7
de septiembre de 1814 se dio a conocer la con
vocatoria a otro Congreso General. Como suce
dió en la asamblea anterior, los delegados eran
en su mayor parte campesinos. El 3 de octubre,
en el Templo de la Merced, fue inaugurada la
Asamblea Nacional. Presidió los debates el doc
tor Francia, y en ellos prevaleció la idea de for
talecer todavía más al poder ejecutivo, p o r lo
que el cargo se hizo unipersonal, y se alargó
el período"1de m andato a cuatro años. También
se acordó reducir a doscientos cincuenta el nú
mero de diputados para futuros congresos, y
se recomendó la elaboración de otro reglamento
de Gobiérno. Por aclamación general, el nuevo
cargo ejecutivo de Dictador, con poderes tem
porales, fue ocupado por el doctor Francia, Le
tomó el juram ento de rigor el comandante José
M. Tbáñez.
Instalado Francia en la antigua Casa de los
Gobernadores, se dispuso a preparar las condi
ciones para la contienda clasista que se avizo-
, raba en el horizonte político. Con ese fin, el
flamante dictador creó un cuerpo especial de
Seguridad, denominado Granaderos, integrado
por hombres escogidos entre las clases popula
res. Una de las prim eras medidas de la dicta
dura fue la renovación de una ley de 1812, que
prohibía la extracción de metales preciosos de
la República. Se im pulsaron medidas y arance
les proteccionistas, en favor de las artesanías
y producciones nácionales, y comenzó a usarse
el penal de Tevegó como reclusorio de contrarre
65
volucionarios. También fue decretada otra im
portante medida económica: el monopolio de
las exportaciones. Se comenzó por el de la ma
dera, "el estado era el único comprador, y no
la revendía sino a los comerciantes que tenían
arm as y municiones. Poco a poco fue extendién
dose el sistema a las demás producciones."25
Francia se ocupó también del trazado, mo
dernización y urbanización de la capital. Demo
lió algunas casas, "casualmente” aquellas que
pertenecían a los latifundistas, sus enemigos po
líticos. En su lugar fueron edificadas viviendas
para los humildes. Por otro lado, "el peculado,
la holgazanería y la ineficiencia tuvieron que
desaparecer de todas las oficinas públicas del
Paraguay-”.26 Junto a esta arrem etida dé la dic
tad u ra contra los intereses económicos de realis
tas y porteñistás, se dictaron las leyes contra
las grandes propiedades y privilegios de la Igle
sia católica.
El doctor Francia no se limitó a laicizar el
Estado, sino que tam bién expropió a las órdenes
religiosas y en general todas las propiedades
eclesiásticas, y convirtió a los campesinos arren
datarios de la Iglesia en propietarios libres; tam
bién limitó las actividades del clero ^ obligó a
los sacerdotes a vivir de un modesto sueldo gu
bernam ental. El diezmo fue eliminado como tal
66
y se barrieron los últimos vestigios del tribunal
de la Inquisición.
En 1816 fue convocado otro Congreso Na
cional, pero esta vez con la asistencia de sólo
doscientos cincuenta diputados. La Asamblea
popular se inauguróla fines de mayo, y en ella
los delegados José M, Ibáñez y Mariano Carea-
ga, presentaron una moción en favor de la Dic
tadura Perpetua, proposición que. fue aceptada
por aclamación, y se le otorgó al doctor Francia
el nuevo cargo. Finalmente, los diputados acor-
daron que sólo se volverían a reunir a petición
expresa del dictador.
Concluida la asamblea, el doctor Francia
clausuró el puerto fluviáí del Pilar, debido a los
problemas que se confrontaban con la vecina
provincia de Corrientes, la única del Río de la
Plata que todavía mantenía algún intercambio
comercial con Paraguay. De esta manera, quedó
como único contacto con el exterior el puerto de
Itapúa, por el cual se comerciaba con el Brasil,
ya que los restantes puertos habían ido cerran
do paulatinamente. En 1818 también Itapúa se
ría clausurado, al producirse algunos problemas
con Brasil; la República del Paraguay quedaría
entonces virtualm ente aislada del exterior, por
la hostilidad creciente de las regiones vecinas.
De inmediato comenzaron a producirse los com
plots porteñistas y reaccionarios, én los cuales
se hallaban también envueltos muchos realistas.
Los conspiradores tenían contactos secretos con
los demás caudillos terratenientes del Río de la
Plata. El doctor Francia, por él contrario, como
reconoce un historiador liberal, "se apoyó prin
67
cipalmente en las clases populares. Su dictadura
tuvo la resistencia de la mayor parte de los hom
bres ilustrados y de los jefes militares de alta
graduación.” 27 Estos militares e intelectuales no
eran más que los miembros de las clases explo
tadoras, únicos que hasta ese momento habían
tenido acceso a la instrucción y a la alta jerar
quía castrense. La incipiente pequeña burguesía
rural y las clases trabajadoras sólo podían man
tener el poder político si reprim ían fuertemente
a los antiguos explotadores, mediante la dicta
dura revolucionaria. Ella se encargó de golpear
a todos los enemigos internos de la verdadera
independencia y de cambios profundos en el ré
gimen socioeconómico. Fue este período de "te
rro r jacobino”, el que sum inistró a la historio
grafía burguesa el material para desprestigiar la
lücha revolucionaria del pueblo paraguayo, y le
endosó al doctor Francia los más ruines califica
tivos. Para ello se utilizaron los testimonios so
bre supuestas persecuciones y asesinatos contra
los latifundistas paraguayos, quienes después de
ser expropiados por el doctor Francia encontra
ron refugio en Buenos Aires.
A principios de marzo de Í820 fue descu
bierta la prim era conspiración derechista de im
portancia, fraguada en connivencia con Buenos
Aires, y en la que estuvieron involuérados buena
parte de los altos oficiales latifundistas: Ful
gencio Yegros, Pedro Juan Caballero, Manuel
Iturbg, Miguel A. Montiel, el doctor Juan Arís-
tegui y los hermanos Acosta, entre otros. Todos
68
fueron encarcelados y sus bienes confiscados por
el Gobierno paraguayo. Desde la prisión prosi
guieron sus actividades contrarrevolucionarias,
vinculados en esta ocasión al caudillo entrerria-
no Pancho Ramírez, quien ya había traicionado
a su antiguo jefe, José Gervasio Artigas. Descu
bierta una nueva conspiración en 1821, los impli
cados fueron condenados a m uerte y fusilados.
No obstante, otros miembros de la vieja oli
garquía lograron escapar y también encontraron
refugio en Buenos Aires. Mientras, otros complo-
tados fueron; confinados a prisiones en el inte
rior de la República. De esta manera fueron de
puradas la administración, el Gobierno y los
mandos militares, a la vez que< se expropiaban
las tierras de los principales latifundistas.
El doctor Francia no sólo tuvo que enfren
tar la oposición de la oligarquía paraguaya ex
propiada, sino tam bién la franca hostilidad fo
ránea, que intentó, por todos los medios a su
alcance, destruir el poder revolucionario esta
blecido en el Paraguay y abrir sus fronteras al
"libre comercio”, para im poner una estructura
de dependencia económica y política. Pero la
unidad de la incipiente pequeña burguesía rural
con las clases populares, en torno al doctor Fran
cia, así como la situación de anarquía en que
se hallaba el Río de la Plata, perm itieron la con
solidación en Paraguay de un excepcional régi
men revolucionario, en una época en que la pe
netración inglesa se intensificaba .en numerosos
países del continente.
69
... - i . . . .
71
miento de un reducido grupo de funcionarios y
ministros, entre los cuales sobresalieron José G.
Benítez, Juan Álvarez, Bernardo Villamayor, Po-
licárpo Patiño y Juan J. Medina. Ya por entonces
la prim era preocupación del Estado era la'diver
sificación de la agricultura. Se hacía hincapié en
los cultivos destinados aí consumo de lá pobla
ción y se desentendía o se relegaba a un se
gundo plano los que hubieran podido destinarse
al mercado exterior. Esta im portante transfor
mación perm itió la liberación de la fuerza de
trabajo que se ocupaba de la atención a los cul
tivos de exportación. I>e esta form a les fueron
entregados lotes de tierras a los peones ru ra
les, que hasta ese momento habían laborado en
las grandes plantaciones privadas. A pesar de
ello, la mayor parte de la propiedad territorial
del país permaneció en manos del Estado, como
se desprende del testimonio de dos famosos ene
migos del doctor Francia:
Los bienes nacionales del Paraguay forman
poco más o menos la m itad de su territo
rio, Se componen de pastos y bosques que
en tiempos de la dominación española no han
sido vendidos ni cedidos a particulares, de las
misiones de los jesuítas, de las posesiones de
otras corporaciones religiosas, y últim amente
de un gran número de casas de campo y cor
tijos confiscados por el dictador,29
29 Juan Rengger y Marcelino Lomgchamp: Ensayo históri
co sobre la revolución del doctor Francia, Imprenta de
Moreau. París* 1828, pp. 252-253. Los doctores suizos
Juan Rengger y Marcelino Lomgchamp llegaron al Río
72
. Gracias a la inmensidad dé los terrenos es
tatales, la dictadura pudo conceder un gran nú
mero de parcelas a los campesinos sin tierra o a
aquellos que usufructuaban-lotes de los antiguos
terratenientes. "Ha arrendado una parte de las
tierras a precios muy moderados y sin término
lijo, con la sola condición de que sean bien be
neficiadas, tanto por el cultivo como por la cría
de ganado. . . ” 30 - -
A d e m a re n muchos de los viejos latifundios
fueron creadas las famosas Estancias de la Pa
tria, que se mantuvieron bajo el control directo
del Estado y en las cuales el dictador hacía
"criar millares de caballos y bueyes” 31 y otros
tipos de animales, destinados al abastecimiento
de carne a la población y el Ejército, mientras
que los cueros se utilizaban para la exportación.
Otro aspecto destacado e n la gestión de la
Dictadura fue su atención al problema indígena.
Desde 1823 el Gobierno se propuso m ejorar las
73
condiciones de vida de los indios guaraníes, mu
chos de los cuales aún permanecían en las anti
guas misiones, dentro de sus tradicionales co
m unidades agrícolas. El doctor Francia rechazó
los criterios liberales sobre la forma de propie
dad de las comunidades y respetó la costumbre
indígena de cultivar colectivamente la tierra, sis
tema que condujo a la distribución equitativa
de los productos entre todos los miembros de
la com una, sin propiedad privada sobre los me
dios de producción. Además, el Gobierno saneó
la adm inistración de los llamados pueblos de
indios e impulsó la producción agrícola y la
autonom ía de las propias comunidades. Por otra
parte intentó, en forma experimental, una mo
dalidad de haciendas estatales, en las cuales los
indígenas trabajaban como peones, dirigidos por
una especie de adm inistrador designado por el
propio doctor Francia. Estos funcionarios tenían
tam bién la obligación de movilizar m ilitarm ente
a los indígenas en caso de necesidad, sobre todo
ante u n a agresión arm ada del exterior.
Junto a todas estas transformaciones, el Es
tado señalaba a los productores los cultivos que
debí&n desarrollar, para posibilitar la completa
autosuficiencia agropecuaria del país, tjos resul
tados obtenidos fueron verdaderam ente extra
ordinarios, hasta los detractores del dictador lo
tuvieron que admitir:
74
hizo repetir sucesivamente y las extendió por
todo el país; de suerte que a cada propieta
rio se le obligó a dedicarse a los cultivos va
riados que el dictador señalaba.32
75
Los grandes comercianteSi que estaban ya
arruinados por la paralización del comercio —al
igual que los hacendados antes de ser confisca
das sus propiedades—, fueron obligados a traba
ja r como simples campesinos, para que se ga
naran el sustento. De esta forma, toda la oligar
quía exportadora fue destruida Como clase social.
En virtud del esfuerzo económico empren
dido por el Paraguay bajo la presión estatal, la
hacienda pública pudo obtener grandes incre
mentos en sus recaudaciones tributarias. El Es
tado se vigorizó extraordinariam ente con la
posesión de los obrajes y estancias, las confisca^
ciones efectuadas, las alcabalas y los impuestos
fiscales que pesaban sobre las tiendas, la pro
piedad, las casas de piedra —consideradas un
privilegio—, etcétera. El uso pleno de la fuerza
de trabajo y de los medios de producción, crea
ron en el Paraguay una favorable situación eco
nómica, que condujo a la acumulación de gran
des excedentes en manos del Estado. Este
plusproducto era entonces imposible de' comer
cializar —lo cual hubiera perm itido saltos cuali
tativos en el desarrollo económico—, debido a
que el país se encontraba totalm ente bloqueado
por sus vecinos. Al Estado se le hacía necesario,
cada vez con mayor urgencia, la apertura de
los mercados foráneos, a fin de obtener técnicas
industriales y bienes de producción, que posibi
litaran el avance del país. No obstante, el doctor
Francia comprendió los peligros a que se expo
nía el país con una política librecam bista, por
lo que reguló de forma meticulosa todo posible
intercambio exterior.
Y reconocía la ventaja que tendría el país
con la exportación de tantos productos que
sobraban pero que todavía el germen de la
anarquía en los estados vecinos no se había
extinguido, que, por el contrario, tom aba cada
día más impulso^ por la lucha personalista de
las fracciones que querían predom inar y que
■ todos ellos seguían conspirando contra la
Independencia del Paraguay, la que era nece
sario conservar a toda costa, que ésta ha sido
la razón^que los había decidido a continuar
sus propósitos de incomunicación, y sobre
todo, desde que el Paraguay no necesitaba de
ellos y se bastaba a sí mismo.34
77
cuales se podía comerciar ante la hostilidad
constante de Buenos Aires.
A ffO E X P O R T A C IO N
1816 , 394»,233
1818 292,564
1819 191,852
1820 57,498
1829 78,670
1835 181,710
1837 160,531
1838 137,478
79
productos adquiridos en el extranjero. Estos im-
puestos eran tan elevados que resultaba prácti
camente imposible enriquecerse en el ejercicio
del comercio.
Cabe destacar, por último, el esfuerzo reali
zado en el campo de la educación; en noviembre
de 1828, por ejemplo, el Gobierno emitió una ley
que hizo obligatoria la enseñanza elemental
hasta los catorce años. Las clases eran im parti
das en las esCuelas bajo disciplina m ilitar.37
En 1833 la economía dirigida del Paraguay
se anotó un triunfo trascendental en la produc
ción agrícola, pues sobrepasó todos los niveles
anteriores en la cosecha de maíz, trigo, papas,
maní, legumbres y caña de azúcar. Una de las
causas del éxito, fue la orientación del Gobierno
para que se hicieran dos recolecciones anuales.
Los montos de las recaudaciones fiscales fue
ron entonces tan elevados, en virtud de la bo
nanza económica, que el Estado pudo reducir los
impuestos más gravosos para los campesinos.
Las rebajas de las contribuciones a la dicta
dura, realizadás en 1835, 1839 y 1840, elevaron
el nivel de vida de los trabajadores, muchos de
los cuales pudieron realizár una m odesta acumu
lación, al invertir su dinero en ganado.
Con el fin de reestructurar la adm inistra
ción pública, fue realizado en 1830 un censo de
37 A modo de comparación con la situación actual del Pa
raguay, obsérvese que en estos moméntos el 40 % de la
población del país es analfabeta, mientras que la renta
percápita anual es la más baja del continente, en com
paración incluso con la de Haití y Bolivia. Ver Bohemia,
La Habana, 14 de abril de 1972, p. 81.
80
población que arrojó la cifra de 375000 habi
tantes, sin^los indígenas del Chaco. Al parecer, a
finales del Gobierno de Francia la población au
mentó considerablemente. Dicho aumento1 se
calcula en medió millón de personas. En esta
oportunidad el Paraguay fue dividido en veinte
delegaciones territoriales y éstas, a su vez, en
partidos, al frente de los cuales estaban jueces
con atribuciones legales, adm inistrativas y eco
nómicas. A Jj-i cabeza de las delegaciones se en
contraban jefes militares, quienes no poseían
grados mayores que el de capitán, la máxima
graduación m ilitar otorgada por el ejército. Para
el control financiero del Estado se realizaba un
estricto inventario anual de la Tesorería. Tam
bién se inspeccionaban los obrajes, estancias y
haciendas del Gobierno. El francés Aimé Roger,
cónsul interino de su país en Buenos Aires, rea
lizó un sustancioso inform e eváluativó de la dic
tadura paraguaya, a solicitud de su Gobierno,
utilizando las versiones que le ofrecieron los exi
liados paraguayos. Pese al origen de esas fuentes,
el memorándum ofrece algunos aspectos de in
terés, por lo cual hemos seleccionado varias
párrafos:
81
de importación que da en cambio a sus súb
ditos. Me explico: El dictador es el único
negociante del Paraguay. Ha elegido sobre el
Paraná un pequeño puerto cómodo (Itapúa)
( . . . ) allá se estableció el comercio de cambio,
el único que consiente dejar hacer fuera como
dentro de su estado. Hacia ese punto se diri
gen todas las mercaderías extranjeras cuya
entrada es perm itida y cuya venta depende de
la buena o m ala voluntad de Francia.
El doctor Francia entrega luego a sus agri
cultores el valor de sus productos en merca
derías m anufacturadas y limita de tal modo
sus beneficios ( . . . ) que hace imposible la
creación de nuevas fortunas, o por lo menos
pasar de> límites muy restringidos.
Después de su aislamiento, el Paraguay que
dó tributario Nde las regiones vecinas en ce
reales y algodón. Fue dada una orden a los
propietarios para afectar una parte de sus
tierras de cultivo de dichos productos y pron
to pudo el país, no sólo prescindir de sus ve
cinos sino exportar una parte considerable de
estas materias. Si el doctor Francia no hubiera
conseguido aislar al Paraguay, sin duda al
guna que este hermoso país serta hoy un mi
serable anexo a las miserables provincias
argentinas. Cualquier día, cuandQ los republi
canos necesitados y ham brientos de esta;
provincias se arrojen sobre la presa que ello!
desean desde hace tiempo, los paraguayos la
m entarán [sic., mal trad. por añorarán] e
yugo que les había preservado de la anarqüís
82
política y de los males qué son inevitables
consecuencias de ello.
El Dr. Francia, como le he dicho, es de edad
avanzada. La m uerte puede de un momento
a otro hacer caer la muralla que ha levanta
do, pues no hay persona bastante fuerte para
sostenerla después que é l.3*
83
nacional, el dictador fue acusado de xenofobia,
confirmada según estas fuentes por su rechazo a
perm itir la "entrada libre” de m anufacturas ex
tranjeras. Sobre esto escribió el francés Juan F,
Ricardo Grandsire, quien visitó al Paraguay en
1824 para tratar de obtener la libertad de
Bonpland:
84
lución independentista del Paraguay, Todavía
muerto, el dictador daba ejemplo de honestidad
y desinterés, dejando acumulados en la Tesore
ría estatal 36 564 pesos de sus sueldos sin cobrar.
Significativamente, los únicos objetos personales
de algún valor que poseía eran arm as y libros.
Los funerales se realizaron el día 22 y fueron
m uestra de duelo popular. Asunción se llenó de
miles de campesinos, provenientes de todos los
rincones del país, que acudieron a la capital para
acompañar el cadáver del dictador hasta sü
últim a morada. "El trastorno, la confusión, en
el instante se hace general. Los tristes lamentos
resuenan por toda la ciudad; el pueblo todo
corre en tropel a cerciorarse de la verdad, de lo
que supone sueño o delirio. Mas ay, no es ilu
sión, nuestro dictador caminó ya a la región de
la verdad.” 41
85
Valoración del régimen de Francia
E n la actualidad ningún historiador progre
sista pone en duda la proyección revolucionaria
del régimen del doctor José Gaspar Rodríguez
de Francia, quien gobernó en el Paraguay duran
te la prim era m itad del siglo xix. Estudios re
cientes, realizados por destacados investigadorés
m arxistas, han contribuido notablemente a re
sa lta r y esclarecer una serie de cuestiones deter
m inantes para entender el. carácter de la socie
dad y la economía paraguayas en la época de
Francia.42
42 Manfred Kossok: «La sal de la Revolución. El jacobinis
mo en Latinoamérica», loe. cit.; M. S. Alperovich: Revo
lución y dictadura en el Paraguay (1810-1840). En una
dirección más o menos semejante apuntan las obras de
historiadores progresistas como la de Richard Alan
W hite: La primera revolución radical, loe. cit.
86
Con estos trabajos ha quedado demostrado
que el Gobierno del Dictador Supremo —como
suele denominarse al doctor Francia—, fue un
régimen radical, calificado por algunos de! "jaco
bino”, que expulsó del poder a la oligarquía
exportadora criolla y a la burocracia peninsular,
y que estableció un férreo control estatal sobre
el comercio y la economía, impidiendo la libre
penetración del capital y las m anufacturas ex
tranjeras y garantizó, por encima de todo, la
soberanía nacional. Francia, además, expropió
los bienes de muchos grandes estancieros y de
la Iglesia; las tierras arrebatadas a los latifun
distas y al clero fueron repartidas entre los
campesinos desposeídos o se integraron en las
Estancias de la Patria, fundos agropecuarios del
Estado.
La interrupción del comercio exterior, debi-
do a la persistente hostilidad del Gobierno de
Buenos Aires —que reclamaba al Paraguay como
provincia—, unido a novedosos mecanismos pro
teccionistas, facilitaron el desarrollo de ciertas
artesanías y la diversificación de la producción
agrícola. Se creó así en el Paraguay de Francia,
una economía floreciente, relativamente autár-
quica.
En pocas palabras puede definirse al gobier
no del doctor Francia como una dictadura na
cional revolucionaria, que contaba con el apoyo
del pueblo y que estaba destinada a consolidar
la independencia, al realizar profundas transfor
87
maciones económicas y sociales.43 Ese régimen
"jacobino” logró estructurar una sociedad-mar
cadamente igualitarista, eliminando la gran pro?
piedad semifeudal. La base social fundamen
tal del Gobierno estuvo constituida por los cha?
creros, quienes fueron indudables protagonistas
de esa especie de república campesina. De cierta
manera, el historiador alemán Manfred Kossok
reafirm a esos criterios cuando sostiene:
La, dictadura personal de Francia encama
ba en un régimen autoritario de carácter re-
43 La historiografía marxisla no se ha puesto completa
mente de acuerdo en cuánto a la definición del régimen
de Francia. Una de las primeras interpretaciones fue
elaborada por el científico soviético V. Miroshevski, pio
nero de la latínoamericanística en la URSS, quien en
José Gaspar Francia, líder de la democracia revolucio
naria del Paraguay (1814-Í840) C. H., Moscú, 1946, en
ruso, lo calificó como indica el título ^de «régimen de-
mocrático-revolucionario». Para otros autores, se trata
de una «dictadura nacional revolucionaria», concepto en
el que concuerdan E. L. Nitoburg: El Paraguay, ensayo
de economía y geogratía, Moscú, 1964, en ruso, y Ornar
Díaz de Arce: Paraguay. Casa de las Américas, La Ha-
b'sng, 1967. Por su parte, el investigador soviético M. S.
Alperovich en su obra ya citada, la caracteriza de sin
gular revolución «desde arriba» no concluida, llamada a
liquidar el orden feudal y materializar las transforma
ciones burguesas. Manfred Kossok, en otra definición
reciente, lo califica de ¿jacobinismo para el pueblo»,
dentro de una proposición de esquema que incluye a
los principales proceres radicales de la prim era inde
pendencia. Una interpretación diametralmente opuesta
hace Agustín Cueva en EÍ desarrollo del capitalismo en
América Latina, Editorial Siglo XXI, México, 1977, p. 20,
en donde define al gobierno de Francia de «atenuado
régimen feüdal-patriarcal».
88
volueionário cuya estructura socioeconómica y
política se sometía totalm ente al objetivo prin
cipal, que era la defensa consecuente de la In
dependencia y cuya base social la constituían
las capas campesinas y pequeño-burguesas.44
89
en el contexto latinoamericano. La misma razón
condujo al doctor Francia a aum entar el peso
de la participación gubernamental en las activi
dades productivas del país, en detrim ento de la
propiedad privada sobre los medios de produc
ción fundamentales. El Estado ocupó, en cierta
form a, el lugar que estaba destinado a una clase
que no acababa de hacer su aparición: la b u r
guesía nacional. Fue un caso atípico en la confi
guración estatal y en proceso de formación de
los estados nacionales en América Latina.46
E n el Paraguay, el Estado se formó sobre la
base de absorber la dirección de la economía
—ju n to con la adopción de formas paternalistas
de gestión—, para im pulsar el desarrollo de las
fuerzas productivas y de nuevas relaciones de
producción. Ello echó los cimientos para el cre
cim iento ulterior —en la década del cincuenta—:
de una especie prem atura de capitalismo estataJ
El profesor soviético M. S. Alperovich, al valo
ra r ese fenómeno dice:
90
De este modo tenemos que Francia, al re
presentar la corriente radical dentro del mo
vimiento libertador de la América Hispana,
avanzó más que otros' revolucionarios de en
tonces cuando realizó sus tareas históricas.
Bajo su dirección el Paraguay no sólo con
quistó y defendió su independencia nacional
sino logró además un sensible progreso, resul
tando ser el único país de la América Latina
donde se produjeron serios avances socio-eco
nómicos. La injerencia del Estado en la vida
económica, sin haber eliminado la propiedad
privada, las contradicciones clasistas y la ex
plotación, fue una manifestación sui géneris
de la tendencia hacia el estatism o/7
91
tadura revolucionaria de Francia no terminó con
su creador, sino que se prolongó con sus here
deros en la dirección del Gobierno asunceño,
aunque adoptando otras formáis y adquiriendo
nuevas modalidades, para rom per los límites a
la expansión de las fuerzas productivas.
El paternalism o del doctor Francia en sus re
laciones con las masas campesinas y su política
igualitarista eran objetivamente un obstáculo al
desarrollo capitalista. Quizás por eso el modelo
de sociedad del doctor Francia, sin duda es el
más avanzado de la América Latina en la primera
m itad del siglo xix, no era más que una utopía.
Por ser parte integrante de un mismo pro
yecto de desarrollo nacional, es indispensable
abordar también el estudio del régimen para-'
guayo después de la desaparición de el Supre
mo. A continuación pretendemos analizar, si
guiendo un orden estrictam ente cronológico, la
evolución de la sociedad y la economía para
guayas desde la m uerte del doctor Francia hasta
la violenta conclusión del proceso nacionalista
con la funesta Guerra de la Triple Alianza (1864-
1870), o sea, un lapso de unos treinta años.
92
SEGUNDA PARTE
LOS LÓPEZ Y LA GUERRA
DE LA TRIPLE ALIANZA
El segundo Consulado
Desaparecido el Supremo, el 20 de septiem
bre de 1840, algunos oficiales de Asunción esta
blecieron una Junta de Gobierno Provisoria,
derrocada el 22 de eneró de 1841 por los sar
gentos Duré y Ocampos. Estos fueron a su vez
desplazados el 9 de febrero por el comáñdante
Mariano Roque Alonso. H asta cierto punto, los
continuos golpes de estado se explican porque
el ejército, como única fuerza organizada en el
país, buscaba la form a de asegurar la continui
dad de la línea nacionalista. Así se cumplía el
vaticinio formulado por el doctor Francia iíis-
93
tantes antes de fallecer. "No tengo que hacer dis
posiciones. Mis herederos son mis so ld ad o s/'2
R oque Alonso convocó para el 12 de marzo
a u n a asamblea de 500 personas en la que se
decidió reim plantar el Consulado —por un tér
mino de tres años—, integrado por un civil y
un m ilitar. De nuevo se volvían a aplicar viejas
fórm ulas de estructuración del poder ejecutivo,
sem ejantes a las de 1813. Los elegidos fueron el-
propio Roque Alonso y un desconocido abogado
de la capital llamado Carlos Antonio López,
quien pronto se convertiría en el verdadero ár
b itro del Gobierno.
López había nacido en Asunción el 4 de no
viembre de 1792. Realizó estudios de latín, fi
losofía y teología en el Real Colegio de San
Carlos. Graduado, trabajó en ese centro como
profesor, pero la falta de vocación sacerdotal lo
impulsó a abandonar la cátedra, después se dedi
có a las leyes. En 1826 Carlos Antonio se casó
con la hijastra de un rico estanciero, con quien
tuvo a sus hijos Francisco Solano, Inocencia,
Venancio, Rafaela y Benigno. En las postrim e
rías de la dictadura de Francia, abandonó la
jurisprudencia y comenzó a trab ajar su hacienda
de Villa del Rosario. En 1841 marchó ada capital,
al llamado de su amigo Roque Alonso. Es in
dudable que por esta época López estaba im
buido ya de ideas liberales, pero se encontró
con que muchos de sus proyectos reformistas
eran aborrecidos por los m ilitares que, educados
por el doctor Francia, tenían "ciega aversión a
94
todo lo que no era paraguayo". En el Congreso
de 1841, donde López fue elegido Cónsul, los par
tidarios de Francia llevaban de candidato a un
antiguo delegado de Misiones, nombrado Nor-
berto Ortellado, destinado, según decían, "a pro
seguir las tradiciones del Dictador". Los partida
rios de Carlos Antonio se las arreglaron para
hacer creer a los campesinos que el Supremo
había señalado a López como sucesor.3
Desde el principio la política del Consulado
se encaminó a facilitar la exportación de los ex
cedentes agropecuarios que acumulaba la nación,
junto con el inicio de cierta liberalización, diri
gida, en particular, a restringir el poderío esta
tal —que algunos estimaban abusivo—: y a esta
blecer varios principios característicos de una
República burguesa en maduración. Esos planes
se concretaron con la reform a del sistema de
recaudación tributaria, la elaboración de un nue-
• vo reglamento de aduanas, el restablecimiento
‘ del comercio con Corrientes, la liberación de los
''presos políticos y la concesión de libre salida a
Uos extranjeros residentes en el país, así como
‘el derecho de éstos a naturalizarse paraguayos.
>López, en su afán democratizador, llegó a elabo
r a r un documento titulado Tratado de los Dere
chos y los Deberes del Hombre Social,4 inspi-
L ,
Í
presidente López. Vida y gobierno de Don Carlos, Edi
torial Ayacucho, Buenos Aires, 1955, p. 29. También pue
de consultarse el libro de Blas Garay: Tres ensayos sobre
( . historia del Paraguay, ob. cit.
96
social. Por ejemplo, durante el Consulado se
distribuyeron animales y útiles de labranza entre
los campesinos y se arrendaron tierras estatales
a varias familias, tal como era costumbre en lá
época del doctor Francia.
Para podér aum entar realmente el volumen
del comercio exterior era imprescindible abrir
los ríos a la libre navegación, aun cuando el
regimen de Juan Manuel de Rosas, Gobernador
do Buenos Aires, seguía defendiendo los intere
ses exclusivistas del puerto privilegiado. La cre
ciente hostilidad de Rosas y las reiteradas nega
tivas del caudillo a reconocer la independencia
de la más antigua provincia del Virreinato del
Río de la Plata —a pesar de que López no se
había dejado seducir por las prom esas unitarias
dirigidas a involucrarlo en una cruzada antibo
naerense—, se hicieron del dominio público cón
la difusión de una carta en la que el gobernante
porteño amenazaba con invadir al Paraguay. El
conato de agresión precipitó la convocatoria de
una nueva asamblea antes del plazo fijado. El
Congreso Nacional se celebró en Asunción el 25
97
de noviembre de 1842, con el único objetivo de
reafirm ar la soberanía nacional. Los símbolos
p atrio s fueron ratificados por los delegados y el
25 de diciembré se procedió a ju ra r la indepen
dencia a lo largo y ancho del país. La declara
ción, que reafirm aba la emitida en octubre de
1813, fue enviada a los principales Gobiernos
extranjeros, con vistas a propiciar el reconoci
m iento de la República.7
98
La Ley Fundamental de la República también
evidenciaba que las amenazas que pendían sobre
la soberanía nacional, como una verdadera espa
da de Damocles, iban alejando a López de las
veleidades descentralizadoras con que había ini
ciado su adm inistración y que m archaba de
una m anera decidida, al reforzamiento del poder
ejecutivo y del Estado, como principal garante'
del sistema económico nacional y de la indepen
dencia. Esa posición se había expuesto de m a
nera abierta sólo unos meses antes, cuando
López rechazó tajantem ente un audaz proyecto
para liquidar el poderío estatal, preparado por
algunos de sus antiguos colaboradores, y presen
tado en el Congreso de 1842 por el delegado Juan
B. Rivarola. La indignación popular frente a esos
planteamientos fue en realidad grande. Incluso
el ejército llegó a expresar claramente su pos
tura mediante la actitud asumida por los sol
dados, que enfurecidos amenazaron con m atar al
diputado liberal.9 En definitiva, la Asamblea de
1844, en aras de conseguir la estabilidad de la
república, entregó el poder ejecutivo a un Pre
sidente, que gozaría de facultades extraordina
rias —y que gobernaría por un plazo de seis
años—, aunque formalmente los poderes del Es
tado se dividían en tres, según el clásico esque
ma burgués. A continuación, Carlos Antonio
López resultó electo para ocupar la alta inves
tidura.
El latente conflicto con Buenos Aires se agu
dizó de improviso en agosto de 1844, cuando
99
Rosas prohibió cualquier tipo de navegación por
el río Paraná a Jos barcos paraguayos, en re
presalia por un tratado comercial firmado entre
Asunción y Corrientes. Carlos Antonio López qui
so llegar a un acuerdo con Buenos Aires, pero la
obstinación de Rosas lo condujo a aliarse con
el Gobierno unitario de Corrientes y otras fuer
zas antiporteñas mediante el tratado del 11 de
noviembre de 1845. Era el preludio de una ries
gosa política exterior.
Esta amenaza llevó a los paraguayos a refor
zar aún más sus capacidades defensivas con el
establecimiento del servicio m ilitar obligatorio,
contratación de instructores brasileños para el
ejército y fortificación de los principales puntos
estratégicos, como el llamado Paso de lá Patria,
cuya jefatura fue encomendada al joven coronel
de 19 años francisco Solano López, primogéni
to del Presidente. Fue en medio de estás circuns
tancias, nada halagüeñas para el porvenir del
país, que se puso en funcionamiento la primera
imprenta, en la que se editaba El Paraguayo In
dependiente10 y se empezó a divulgar el lema
"Independencia o Muerte”.'1
100
A fin de obtener el financiamiento necesario
para la defensa nacional, se decretó el 2 de ene
ro de 1846 la propiedad del Estado sobre las plan
tas de yerba mate y las m aderas de construcción
naval, independientemente de la propiedad de la
tierra. "Los yerbales —expresaba la disposi
ción— son producciones espontáneas de la na
turaleza, que no están en el dominio privado, ni
son frutos de trabajo individual a lg u n o /'12
Según aftVma el historiador paraguayo Carlos
Pastore: <
Rivalidad anglo-norteamericana
en el Plata
En esta difícil coyuntura apareció en Asunción
el 8 de noviembre de 1845 el Agente Especial de
Estados Unidos, Edw ard Augustus Hopkins,
quien bajo el pretexto de la mediación preten
101
día iniciar la penetración comercial norteam eri
cana en el Paraguay.14
Como se sabe, por entonces Inglaterra había
logrado consolidar im portantes posiciones en su
ofensiva comercial y financiera sobre la América
del Sur, iniciada desde el momento en que los
em préstitos británicos, endeudaron a las nacien
tes repúblicas, prácticamente antes de alcanzar
su independencia. Entre 1830 y 1850, Francia e
Inglaterra mantuvieron bloqueado el puerto de
Buenos Aires, para tratar de doblegar al Go
bierno porteño, que impedía la libre navegación
p o r los ríos interiores del Plata. Rosas defendía
con esa actitud intransigente sus intereses per
sonales y el de los grandes estancieros porteños.
La política del caudillo bonaerense obstaculizaba
la penetración de los mercados sudamericanos
p o r las m anufacturas de las potencias industria
les, pero al mismo tiempo impedía el comercio
exterior de las provincias interiores y del litoral
del Paraná, así como el de la República del
102
Paraguay. Por esa razón, el Gobierno de Rosas se
había convertido en el eje fundam ental sobre el
que giraban las contradicciones entre unitarios
y federales, detrás de los cuales se escondían los
intereses antagónicos de los grandes comercian
tes y ganaderos de Buenos Aires —que disfruta
ban del monopolio del puerto—, frente a los
habitantes de las provincias interiores y del lito
ral. Esas disputas habían originado las .guerras
civiles en el Río de la Plata y, de cierta manera,
impulsaron la independencia paraguaya, consu
mada en 1813.
La complicada evolución política del Cono
Sur era conocida en los círculos gubernamenta
les de Estados Unidos mediante los informes de
sus enviados, destacados en Buenos Aires y Río
de Janeiro. El bloqueo anglo-francés del Río de
la Plata animó en W ashington la idea de apoyar
a Rosas, con la esperanza de desplazar la inci
piente penetración británica por la norteameri
cana. Para alcanzar el predominio frente a los
hábiles competidores ingleses, Estados Unidos
intentó conseguir un arreglo entre Asunción y
Buenos Aires, pues la disputa posibilitaba un
acercamiento inglés al Gobierno presidido por
Carlos Antonio López.
Prueba de estos proyectos son los informes
de William Brent Jr., Encargado de Negocios
norteamericano en Buenos Aires. En sus éscritos
Brent planteó, por prim era vez, el plan de apo
yar a Rosas con la finalidad de contrarrestar
la influencia inglesa. De lo contrario todo el Río
de la Plata, decía Brent, caería “completamente
bajo el desgobierno y la tiranía británica, sin una
103
sola excepción", agregando que "sería deseable
la mediación amistosa de los Estados Unidos
para poner término a las diferencias existentes
( . . . ) entre el Paraguay y Buenos Aires''.15
El plan Brent fue auspiciado por el enton
ces secretario de Estado James Buchanan, quien
declaró que el Paraguay
hasta el presente no ha recibido del Gobierno
de íos Estados Unidos toda la atención que
exige su importancia. Debemos empeñarnos
con vigor y actividad en reparar lo que pudié
ramos haber perdido con la demora. Además,
se debe asegurar a las autoridades deí Parar
guay que el Gobierno de los Estados Unidos,
si ello fuere necesario, interpondrá sus bue
nos oficios ante el de Buenos Aires para indu
cir a éste a abrir el gran río al comercio de
las demás naciones.16
104
Plata para su país.17 Como Hopkins pretendió
obtener para una compañía norteam ericana la
concesión exclusiva de la navegación a vapor por
los ríos paraguayos, Carlos Antonio López re
chazó sus proposiciones. De vuelta a Buenos Ai
res, Rosas le dijo que cualquier acuerdo debía
incluir la incorporación del Paraguay en calidad
de provincia a los territorios, bajo su dominio. -
Siguiendo su curso, los acontecimientos se
precipitarañ después del fracaso de la mediación
norteamericana. En diciembre de 1845, como
parte del acuerdo firm ado con. Corrientes, el
presidente López declaró la guerra a Rosas. Los
4 0G0 hombres, comandados, pór el coronel Fran
cisco Solano López, cruzaron sin demora el Pa
raná y se pusieron a las órdenes del general an-
tirrosista José María Paz. Poco antes de qué las
tropas paraguayas partieran de Asunción hacia
Corrientes, el presidente López las arengó Con
estas palabras:
106
de los paraguayos. Los hechos demostraron, una
vez más, que la tradicional política de neutrali
dad del doctor Francia era más aconsejable.
Poco tiempo después, en agosto de 1846, Corrien
tes firm aría con Buenos Aires el tratado de paz
de Alearaz.
107
al territorio de Misiones, cómo corredor comer
cial con el vecino Im perio de Brasil.19
El restablecimiento de los vínculos con el
exterior se afianzó con la autorización otorgada
por el presidente López para que algunos mer
caderes pudieran reiniciar libremente sus activi
dades y con la firm a de convenios comerciales
con Inglaterra, Estados Unidos y Francia. La
apertura del comercio abrió una nueva fase en
la liberalización del régimen económico nacio
nal, lo que se puso en evidencia con la autori
zación otorgada por López a los extranjeros para
que invirtieran en el país. Con ello se pretendía
incentivar la actividad mercantil y perm itir la
libre acumulación de capital en manos privadas,
así como la inversión extranjera. Esas medidas
estuvieron precedidas de ciertas disposiciones
que se destinaban a rehabilitar el paralizado
sector externo de la economía, y paradójicam en
te significaron un reforzamiento del poderío es
108
tatal. Una de esas leyes era la dictada el 7 de
octubre de 1848, y la misma introducía deter
minadas reformas burguesas en el régimen de
¡tenencia de la tierra. El decreto en cuestión de
claraba propiedad del Estado los bienes de 21
pueblos de indios, y de esta m anera muchas
familias guaraníes adquirieron la condición de
arrendatarios de tierras estatales. De esa form a
se sumaron al patrim onio del Estado extensas
superficiesa^de pastoreo, inmensos yerbateros,
bosques de maderas duras y unas 200 000 cabe
zas de ganado vacuno y caballar. Las disposi
ción perm itió la ampliación de las Estancias de
la Patria a sesenta y cuatro y el casi, absoluto
control estatal sobre los principales productos
exportables. Otra consecuencia de esta medida
fue la liberación de fuerza de trabajo, necesaria
para dar un mayor impulso a la economía expor
ta d o ra , a pesar de que no puede decirse, en rigor,
que se produjera un proceso masivo de prole-
tarización. La reforma burguesa de 1848 signifi
có la liquidación definitiva de formas caducas
de tenencia de la tierra —eminentemente preca-
pitalistas—, y la conclusión del proceso de unifi
cación y formación nacional, ya que suprimió
para siempre la división de la sociedad en cas
tas, al otorgarle a los indios guaraníes todos los
derechos legales, junto con la condición de ciu
dadanos paraguayos libres.
Uno de los prim eros permisos para realizar
inversiones concedido por el presidente López
a extranjeros, recayó en el ya mencionado
Edward A. Hopkins, quien creó con capital de
109
R hode Island la United States and Paraguay Na-
vegation Company.20 La firm a norteamericana,
en la que tenía participación el propio secreta
rio de Estado, James Buchanam, instaló en
Asunción una fábrica de cigarros, otra de ladri
llos y varias industrias menores y comercios.
Las irregularidades cometidas por los norteame
ricanos, no muy inclinados a reconocer las
prerrogativas del Estado paraguayo, unido al
desmedido avance de la esfera de actividad de
esta empresa extranjera —que vulneraba el in
m aculado sistema económico nacionalista—, hi
cieron que el presidente López dictara la expro
piación de to d a s . las inversiones foráneas y
expresam ente prohibiera a los extranjeros po-
séer bienes en el país, cerrando así, abrupta
m ente, el último capítulo del intento liberaliza-
dor de su régimen. Inconforme con esta decisión,
H opkins llamó en su ayuda a un barco de guerra
de Estados Unidos, el "W ater Witch”, que se ha
llaba navegando por las aguas fluviales de
Corrientes. Con supuestas intenciones pacíficas,
el capitán del buque, Thomas Page, fondeó fren
te a Asunción el 20 de septiembre de 1854. Una
vez en el puerto, amenazó con cañonear la ciu
dad. El grave incidente terminó, momentánea-;
110
mente, con la evacuación del personal norteame
ricano hacia la provincia argentina vecina.21
Sin tardanza, el presidente López prohibió
la navegación por los ríos paraguayos a todos los
barcos extranjeros (3 de octubre). El Gobierno
norteamericano, por su parte, ordenó al "W ater
Witch” ignorar esa disposición soberana. Ente
rado del irrespetuoso avance del vapor de Esta
dos Unidos, López cursó la siguiente ordenanza
al Jefe de la Marina de Guerra paraguaya:
Reservada:
Al Comandante Jefe de la Escuadra Nacional
Hay noticia de que el "W ater W itch” se
prepara a entrar en los ríos de la República
sin necesidad de licencia porque no la nece
sita, según dice. Repito que si llega el caso
se hará toda la resistencia posible, como ten
go prevenido anteriormente. H ará requerir al
Comandante del "W ater Witch” con el decreto
del 3 de octubre diciéndole que en su virtud
no se le puede perm itir el arrib o . . .
Pida Usted con esta orden al Comandante de
la villa del Pilar las detonaciones de tiro a
111
metralla y bala del depósito de pertrechos
en dicha villa, para esos cañones de a 6 que
se hallan con pocas dotaciones, según refie
re Usted en su oficio del 28, ( . . . ) son muy
atrevidos esos piratas, y es demasiado (, ., )
no se puede dudar que los correntinos les
ayudarán en cuanto Te sea posible siendo con:
ira la República; y lo mismo se puede esperar
del Gobierno de la Confederación. La invasión
preanunciada de los americanos les presentará
la ocasión de ponerse con ellos contra la Re
pública. Tampoco espero que se hagan neutra
les, en cuyo caso les negarán el arribo. Será
pues tiempo de que se aclaren las cosas, y
haga el Paraguay lo que pueda.
Se tendrá presente desde ahora ( . . . ) que en
las costas de la República no hallarán los pira
tas especie alguna de mantenimiento, ni po
drán cortar leña impunemente, y qúe serán
hostilizados de día y de noche: que no se les
dejará dormir, descansar, ni ponér el pie en
ninguna playa; se llenarán las costas de tira
dores, y piezas de artillería volante, todo lo
que tengo prevenido al Comandante Robles.
El vapor paraguayo tal vez sufra embarazo y
tropiezos por las hostilidades que no dejarán
de procurar los piratas. Con ese soló vapor
dotado de la artillería gruesa que trae al man-
do de un capitán de alta recomendación, haría
im penetrable la boca del río Paraguay. Mues
tre esta carta al Comandante Robles, por si
no hay tiempo de repetir por separado, con la
prevención de que en la prim era ocasión me
112
incluirá una copia íntegra para tenerla pre
sente.
Asunción. Octubre 31 de 1854
AÑO E X P O R T A C IÓ N IM P O R T A C IÓ N
115
AÑO EXPORTACIÓN ' IMPORTACIÓN
116
Gobierno paraguayo daba pasos firmes en el de
sarrolló económico nacional.26 Un historiador
liberal, Efrain Cardozo ha comentado:
Los progresos materiales alcanzados en todos
los órdenes, bajo la dirección de los técnicos
europeos contratados pór el general López
hicieron del Paraguay una unidad económica
autónoma y pujante que en poco tiempo se
colocó entre los prim eros países sudamerica
nos. Abandonando el intento de: implantación
de capital extranjero con el provocado fraca
so de la Compañía Hopkins, el Paraguay fue
117
1^ única nación del continente donde encontró
vallas infranqueables la expansión del impe
rialism o europeo, y acostumbrado a prolon
gados aislamientos desarrolló un género de
economía peculiar que dependía muy poco de
la economía internacional-27
118
resistencia alguna de parte del presidente Urqui-
za, cabeza de la Confederación Argentina,, la po
tente flota llegó a su destino. Allí exigió el libre
tránsito para los barcos del Imperio que comu
nicaban al estado de Matto Grosso con la costa
atlántica, por medio del sistema fluvial. Desean
do evitar a todo trance una guerra, Carlos An
tonio López firmó —12 de febrero de 1858— el
tratado que derogaba las restricciones a la, nave
gación brasileña por el río Paraguay. Esta con
cesión paraguaya, como se dem ostraría un lustro
más tarde, no iba a poner fin a las ambiciones
del Imperio del Brasil, por lo que a los dos años
las relaciones entre ambos países volverían a
deteriorarse.
Apenas transcurridos diez meses de estos
sucesos, se desarrolló el segundp capítulo del
drama paraguayo por la supervivencia nacional.
Otra flota de guerra extranjera, esta vez norte
americana, amenazaba la integridad del país.
Once vapores y nueve veleros con 200 cañones y
1 500 tripulantes, enviados por James Buchanam
—elegido presidente de Estados Unidos—, cons
tituían una especie de expedición punitiva que se
proponía arrancar por la fuerza las indemniza
ciones y privilegios que el "W ater Witch" no
había ^ido capaz de obtener. La presencia en e l ,
Paraná de la más poderosa arm ada que hasta
entonces partiera de Estados Unidos en zafarran
cho de combate, sirvió de pretexto a Urquiza
para ofrecer su mediación. Pero su vérdadera
finalidad era atraer al Paraguay a la alianza que
organizaba contra la continua disidencia de Büe-
119
nos Aires. López cedió en algunas cuestiones y
el incidente se solucionó sometiendo el diferendo
al arbitraje internacional, con la retirada de la
reclamación norteam ericana y la concertación dé
un nuevo tratado comercial. Después de este epi
sodio, el presidente Lópéz quedó completamente
convencido de que también Estados Unidos era
hostil al Paraguay y corría a conjurarse con sus
enemigos, con el propósito de cerrar el asfixiante
cerco que se levantaba lentamente en tom o al
país.
A fines de la propia década del cincuenta,
y paralelamente con el creciente hostigamiento
de fuerzas extranjeras, se fue haciendo palpable
la aparición de los primeros síntomas internos
de oposición al régimen de Carlos Antonio Ló
péz. La mism a causa, el desarrollo de la política
nacionalista en el Paraguay, iba provocando dis
tintos efectos en su contra y poniendo en ac
ción el engranaje hostil de la m aquinaria deses-
tabilizadora que artificialmente creaban las
grandes potencias industriales. De cierta manera,
los prom otoíes de la disidencia retom aban con
sus gastados argumentos la campaña difamato
ria que desde hacía años se venía desarrollando
contra el doctor Francia. Los antiguos círculos
privilegiados del Paraguay habían cifrado todas
sus esperanzas en que el Gobierno de López lle
vara hasta sus últimas consecuencias el procesó
de liberalización, sobre todo en lo referido a lo
que modernamente se denomina el área estatal
de la economía. La reiterada negativa del Jefe
de Estado a abandonar su política nacionalista,
120
que limitaba el acceso al enorme patrim onio
estatal e impedía lucrar con la comercialización
de la yerba mate y la riqueza forestal, hizo re
nacer el descontento en un sector de los pro
pietarios. Es de destacar que en todo este asun
to desempeñaban un papel sobresaliente las res
tricciones vigentes, que impedían la penetración
extranjera del mercado paraguayo y entorpecían
la expansión del comercio anglo-argentino por
el Río de la Plata. Un testimonio directo de la
magnitud ¿te este tipo de limitaciones lo brindó
él publicista español Idelfonso A. Bermejo, quien
laboró durante varios años en él Paraguay en
Condición de maestro y periodista. En un pinto
resco libro, Bermejo relata cómo ‘ al cruzar la
frontera “los pasajeros deben presentar a los
guardias paraguayos las onzas de oro que lleven,
y las apuntan para que al retirarse del país no
puedan extraer mayor cantidad de la que han
introducido”, y el propio autor de m anera despec
tiva añade: "Comprendí que en esta República
no está muy acariciado el sistema de librecam
bio.” 2-3 Sobran los comentarios.
Las prim eras voces que se alzaron contra el
régimen de López no fueron, sin embargo, la de
ciudadanos paraguayos, sino la de intelectuales
y políticos liberales de Buenos Aires —muchos
de ellos viejos unitarios—, que veían en el Pa
raguay un mal ejemplo para la Argentina, así
como un obstáculo a la expansión comercial por
121
el interior del Río de la Plata y comparaban al
G obierno asunceño con su enemigo depuesto, el
"tira n o Rosas”.
E l 3 de julio de 1857 se publicó un artículo
en el periódico bonaerense El Orden, firmado
por el historiador y político liberal Luis L. Do
mínguez, en el que atacaba ásperam ente al pre
sidente López. Con posterioridad fueron apa
reciendo otros trabajos que continuaron la
cam paña contra el Gobierno del Paraguay, al
gunos elaborados por los dos personajes más
destacados de la política bonaerense de enton
ces: Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé
M itre.29 El prim er paraguayo que se hizo eco del
coro antilopizta fue Luciano Recalde. No tardó
122
en form arse un grupo de emigrados paraguayos,
radicados en Buenos Aires, que organizó, el 2 de
agostoxde 1858, la llamada Sociedad Libertadora
del Paraguay, auspiciada por los liberales bonae
renses y antecesora de la tristem ente célebre
Legión. La agrupación ía encabezaban Gregorio
y Serapio Machaín, Manuel Pedro de la Peña,
Carlos Loizaga y el ya mencionado Luciano
Recalde.3p Las pretensiones "libertadoras” de
estos individuos se plasmaron en el program a
de la organización, en el que se decía:
123
alcance, los principios, de libertad, igualdad;
derecho de propiedad y todos aquellos goces
concedidos a los hombres por las leyes divinas
y humanas, reconocidos y acatados hoy por
el mundo civilizado, y de que ha estado pri
vada por la arbitrariedad de sus mandata
rios.31
125
lieron de form a resuelta en defensa del Para
guay. Entre ellos merecen citarse a Juan J. Bri-
zuela, Nicolás Calvo y más tarde a Juan Bautista
Alberdi. Calvo, por ejemplo, elaboró un intere
san te alegato en favor del Gobierno de López,
en el que sagazmente preguntaba:
126
mantuvo plenamente —superada una etapa de
vacilación— y hasta se amplió en varios aspec
tos. También se conservó el predominio guber
namental sobre las actividades productivas más
importantes del país. Todo ello puede definirse
como una modalidad precoz de capitalismo de
estado, todavía en una fase de transición, y adap
tado como es lógico a las realidades paraguayas
del siglo xix. __ _
En medio de condicionantes históricas dife
rentes a las que tuvo que afrontar el Supremo
—como la oportunidad de comerciar libremente
con el exterior y de adquirir modernos medios
de producción y otros progresos técnicos—, el
Estado se convirtió en una formidable palanca
impulsora del desarrollo económico nacional, en
virtud de las posibilida,des de acumulación de
capital que perm itía la vasta esfera económica
gubernamental. Ello explica que, sin necesidad
de obtener empréstitos foráneos y al valerse de
Una balanza comercial anualmente favorable,
que perm itía obtener medios de producción con
costos relativamente bajos, el país estuviera en
posibilidad de crear una naciente infraestructu
ra y de echar las bases de una industria propia,
;;Sin perder por ello el dominio de los principales
recursos naturales, ni de ninguna de las fuentes
¡internas de financiamiento. Sobre ello Efraín
iCardozo apunta:
3A Ibídem, p. 143.
sübédíá eñ los deffiás ^aíáesudé América Látiria.
Esos sectores sociales támpOcóí lc>griaroñ:liquidar
el peso abrum adoram ente m ayoritario del Esta
do en la economía: -Más bieri -la presencia del
capital privado y el crecimiento relativo de la
naciente burguesía nacional, se hizo sentir al
rededor de las actividades mercantiles, produc
tivas y empresariales de la familia presidencial,
en íntim a vinculación con el aparato guberna
mental. Cguj razón ha observado Julio César
Chaves:
Los López realizaban intensa actividad eco
nómica y no sólo dominaban el campo de la
política sino también el de los negocios. Eran
comerciantes, ganaderos, agricultores, tenían
sendas estancias y vastas plantaciones; labo
raban yerba y madera; intervenían en nego
cios inmobiliarios y operaciones de créditos,
im portaban y exportaban. Se enriquecían a
ojos v is ta s ...37
Evidentemente, junto a la familia López se
fue conformando una nueva oligarquía, de carac
terísticas burguesas, vinculada en forma muy es
trecha a la actividad estatal.38 En ese restringido
círculo de poder figuraba, además de la fajnilia
presidencial, la alta jerarquía eclesiástica y los
129
m ilitares de elevada graduación, junto a algu
nos destacados negociantes. El creciente abur
guesamiento dé la clase dominante y las lim ita
ciones introducidas al régimen democrático>
estaban en cierta form a determinados histórica
m ente y no pueden opacar el hecho concreto de
que la función prim ordial del Estado paraguayo
siguió consistiendo en colocár a la nación en
condiciones de preservar su independencia y a la
vanguardia entre los países latinoamericanos,
creando las premisas necesarias para un de
sarrollo propio del capitalismo.
El Gobierno no abandonó los resortes fun
dam entales de la economía nacional y, como el
pasado, tampoco dio entrada al capital extranje
ro, arrojando, en suma, para su época, un ba
lance positivo. Algo parecido opina el historia
dor paraguayo Juan Natalicio González cuando
señala:
130
pueblo, y donde la cultura se expandía en
form a realmente explosiva. Convertido en po
tencia de prim er orden, acaso la m ejor orga
nizada y poderosa de la América antes espa
ñola, sus barcos, al tope la bandera nacional,
surcaban los mares y visitaban regularmente
los principales puertos europeos, conduciendo
en sus bodegas los múltiples productos del
suelo paraguayo.39
133
desiguales relaciones comerciales que imponían
los capitalistas ingleses a las demás naciones de
la América Latina.
P o r su parte, la oligarquía liberal bonaeren
se, tam bién adueñada recientemente del poder
(1862), perseguía con la destrucción del peculiar
régimen paraguayo la consolidación del estado
nacional, en alianza con el capital británico. A
esos fines se hacía necesaria una política agre
siva contra el Paraguay, que acabara con la
resistencia del foco nacionalista que, con su sola
presencia en el escenario rioplatense, alentaba
la lucha de los caudillos del interior y el litoral
del Paraná contra la hegemonía de Buenos Ai
res. Iba a resultar fatal para el Paraguay que la
tan debatida unidad argentina se consiguiera
teniendo como polo a los liberales porteños y ño
a la corriente federalista de las provincias, a la
que, en cierta forma, estaba ligada su suerte
desde hacía décadas. Para mayor calamidad, los
liberales bonaerenses estaban encabezados por
un viejo enemigo del Paraguay, Bartolomé Mitre,
de quien no era de esperarse ningún tipo de con
templación. Ello explica que la prensa porteña
no cesara de atacar a López —calificado por el
periódico m itrista La Nación como “El Atila
Americano” —y acusara a su régimen de incivi
lizado, predicando una guerra de exterminio,
p ara acabar con lo que denominaba el reinado
de la barbarie.42
134
_ Dadas estas condiciones, en cualquier mo
mento podía ocurrir lo que los paraguayos siem
pre habían temido: un acuerdo argentino-brasi
leño que enclaustrara al país y lo aislara de todo
contacto con el exterior. A principios de la déca
da del sesenta ese entendimiento era ya natural
y palpable, sobre todo si se tenía en cuenta que
entre la m onarquía liberal de Pedro II y la oli
garquía m itrista no existía una diferencia esen
cial, a pesar de las antiguas rivalidades. De con
sumarse, la clausura de la comunicación con
ultram ar significaría para el Paraguay su asfixia
, económica.
135
video, lo cual aseguraba, al parecer de forma
definitiva, la libre comunicación del Paraguay
con el océano Atlántico. Una valoración justa
sobre este problema fue realizada por el desta
cado pensador argentino Juan Bautista Alberdi,
quien defendió al Paraguay de los López con
calor y entusiasmo, como no lo hizo ninguno de
sus contemporáneos.43
136
contra el Paraguay y el Uruguay—, se dispu
sieron a consum ar sus proyectos agresivos. Con
el propósito de eliminar prim ero al más débil
de sus adversarios, el presidente Mitre brindó su
respaldo al caudillo oriental Venancio Flores,
cjuien desembarcó en Uruguay a bordo de un
buque de guerra argentino el 16 de abril de 1863,
y llamó a la lucha contra el gobierno de Berro.
La resistencia de los patriotas orientales perm i
tió al préndente Berro concluir su período y
entregar el mando a Atanasio C. Aguirre, impla
cable enemigo del Brasil. La anulación de la
influencia brasileña en el Uruguay y el repudio
gubernamental a los tratados de lá51 —que lega
lizaban el desmembramiento de parte del terri
torio oriental—, aceleraron la intervención di
recta de las fuerzas m ilitares de Pedro 11.44
137
. Cuando Brasil evidenció públicamente sus
intenciones, Francisco Solano López recordó a
Ja corte imperial su compromiso de respetar la
independencia uruguaya. Invocando el tratado
del 25 de diciembre de 1850, el presidente para
guayo advirtió que cualquier invasión a la Banda
Oriental sería considerada por el Paraguay como
un ataque a su propio territorio. Por ese motivo,
a principios de 1864, López ordenó la moviliza
ción m ilitar, y como consecuencia levantó en
pocas semanas un poderoso ejército. Los hom
bres comprendidos entre los 17 y los 40 años
fueron llamados a filas, y se repartió a los nue
vos soldados más de 20 000 fusiles, adquiridos
en su mayoría en Brasil entre 1848 y 1850. Se
intensificó la producción nacional de lanzas y
sables, sobre todo para arm ar a los regimientos
de caballería. En poco tiempo el Paraguay había
puesto sobre las arm as un ejército estimado en
más de 50 000 hombres, dispuesto a hacer cual
quier sacrificio, con tal de defender la soberanía
nacional/11
Desoyendo la severa advertencia de López,
tropas brasileñas al mando del general Mena
B arreto irrum pieron en el Uruguay en octubre
de 1S64 y ocuparon Villa Meló. Paralelamente, el
alm irante Joaquín Marques Lisboa, Marqués de
Tam andaré, franqueaba el estuario del Plata con
la tácita anuencia de Buenos Aires, para atacar
la plaza oriental de Paysandú.
138
Fracaso de la ofensiva
paraguaya
En estas circunstancias, López ordenó a sus
fuerzas que, en represalia, se apoderaran de un
barco mercante brasileño que navegaba por el
río Paraguay rum bo al norte. Poco después, el
presidente paraguayo envió dos columnas —una
terrestre al mando del coronel Francisco Isidoro
Resquín y otra fluvial dirigida por el tam bién
coronel José Vicente Barrios—, que con relativa
facilidad se apoderaron en menos de quince días
de todo el territorio en litigio con Brasil, así
como de los principales puertos imperiales sobre
el río Paraguay. La campaña del Matto Grosso
había sido fulminante, y resultó un verdadero
éxito para las tropas paraguayas, que de paso
capturaron un valioso botín de guerra. Las es
paldas del país quedaban de esta m anera ase
guradas. En tal sentido parece correcta la
apreciación de Alberdi sobre esta fulminante
operación militar:
139
Rendida Paysandú por las fuerzas del Im
perio, los uruguayos mantuvieron la resistencia
a los invasores en el camino hacia Montevideo.
La masacre de Paysandú indignó a las poblacio
nes del interior argentino y estimuló las mani
festaciones solidarias del pueblo paraguayo con
sus herm anos orientales. Por esa razón, el 14 dé
enero de 1868, Francisco Solano López solicitó
del presidente Mitre una autorización para atra
vesar territorio argentino, semejante a la que
se había concedido Con anterioridad a la flota
brasileña, con el objetivo de enviar soldados pa
raguayos a com batir junto a los patriotas orien
tales, ¡siguiendo el criterio de que “si no pegamos
ahora, tendremos que ir a las manos con Brasil
en algún otro momento menos conveniente para
nosotros”.47 Mitre, al tem er una reedición de la
vieja coalición antiboiiaerense, demoró su res
puesta hasta el 9 de febrero, fecha en que des
cubrió abiertam ente su parcialidad en el conflic
to de la Banda Oriental al rechazar la petición
paraguaya, con la cual facilitó la inminente ocu
pación de Móñtevideo por las tropas de Flores.
El cerco contra el Paraguay se'había consumado.
Los intereses comunes del Brasil, .Argentina
e Inglaterra finalmente se coordinaron, con ma
yor o m enor armonía, gracias a las gestiones
de la cancillería londinense, en un pacto de
140
claras intenciones agresivas. En el acuerdo se
preveía una guerra de exterminio que perm itiera
el reparto de la antigua tierra guaraní, la desar
ticulación del área estatal de la economía y la
apertura del país al comercio y los capitales bri
tánicos. Junto a esos objetivos generales, el Bra
sil se proponía reajustar sus fronteras, mientras
Buenos Aires pretendía buscar un medio que fa
cilitara el sometimiento definitivo de la rebeldía
de las provincias, y, de ser posible, la anexión
del Paraguay. El tratado satisfizo las ambiciones
de todos los intereses, sin que Gran Bretaña
apareciera directam ente mezclada en la riesgosa
aventura. Edward Thorton, m inistro inglés en
el Río de la Plata, apadrinó lo que pasaría a la
historia con el nombre de Tratado de la Triple
Alianza, suscrito en secreto el primero de mayo
de 1865 entre los Gobiernos dé Buenos Aires,
Río de Janeiro y Montévidéo, este último recién
usurpado por el "colorado” Flores.48 Por enton
141
ces el m inistro Thorton se dedicába, según cuen
ta Cardozo, "a propalar versiones nada halagüe
ñas sobre la situación política paraguaya, que la
prensa porteña recogió con agrado para inten
sificar sus campañas contra el Gobierno de
López”.49
Dos meses- antes, López había convocado _a
un Congreso Nacional en Asunción, que lo de
signó Mariscal de Campo y que declaró el 24
de m arzo la guerra á los organizadores de la
agresión contra el Uruguay. Concluido el cón
clave, un ejército de más de 25 000 hombres,
guiados por el general Wenceslao Robles, invadió
la provincia de Corrientes, con la finalidad dé
levantar el interior argentino contra el Gobierno
de Buenos Aires. A renglón seguido, el 14 de
abril, las fuerzas de Robles ocuparon la capital
de Corrientes y propiciaron la convocatoria de
Í4 2
un Congreso de Vecinos, que eligió una Junta
de Gobierno. Sus miembros no tardaron en ex
pedir una proclama elogiosa para los ocupantes,
que venían a "defender íá independencia de las
Repúblicas del Plata” 50 y de condena al Gobier
no porteño. Después se firmó Un tratado de
Alianza entre Corrientes y Asunción.
A fines de mayo de 1865 las fuerzas del ge
neral Robles avanzaron, siguiendo el curso dél
Paraná, hasta ocupar las. villas de Bella Vista
y Goya, ante lá m irada estupefacta de la escua
dra brasileña. Simultáneámente llegaba a Sao
Tomé otro ejército paraguayo, compuesto de
12 000 soldados, procedentes de Villa Encarna
ción (Itapúa). Ambos contingentes tenían como
objetivo final alcanzar el estuario del Plata, para
garantizar la comunicación permanente del Pa-
( raguay con el exterior mediante los ríos Paraná
y Uruguay. Los efectivos que habían salido de
Encarnación llevaban al frente al coronel Anto
nio de la Cruz Estigarribiá, quien dividió a sus
tropas en dos columnas. Una avanzó por la m ar
gen derecha del río Uruguay al mando del mayor
Pedro Duarte. La otra, con el grueso del contin
gente, se desplazó por la orilla izquierda de la
misma arteria, con la misión de aniquilar las
concentraciones de fuerzas brasileñas. Estas
fuerzas avanzarían muchos kilómetros sin obs
táculos, pues la resistencia de las tropas impé-
143
ríales era prácticamente nula y el pánico cundía
por todo Río Grande do Sul.
Para entorpecer la ofensiva paraguaya, la
flota imperial del alm irante Tamandaré trans
portó numerosos pelotones hacia el norte, ocu
pando de form a sorpresiva la Casi desguarnecida
ciudad de Corrientes. Ante este inconveniente
imprevisto, López, convencido de la necesidad
de eliminar la supremacía naval enemiga, dis
puso el envío de la flota paraguaya, compuesta
básicamente de ocho vapores de rueda, todos
buques mercantes artillados a excepción de la
cañonera "Tacuarí”. Al mando del capitán Pedro
Ignacio Meza, los buques paraguayos fueron in
capaces de vencer a la flota imperial el 12 de
junio, en la batalla naval de El Riachuelo, pese
a contar con el apoyo de la artillería terrestre.
Lá superioridad de la escuadra brasileña decidió
la lucha y desde entonces sus barcos se adue
ñaron del control de las aguas del Paraná. Los
buques paraguayos que se salvaron regresaron
rumbo a Humaitá. El propio capitán Meza mo
riría después, como resultado de las heridas re
cibidas.
La amenaza existente en la retaguardia, de
bido al avance de la escuadra imperial por el
Paraná, hizo que Robles se retirara 200 km,
desde Goya hasta Empedrado. El finalizar julio,
el comandante de la División del Sud, general
Robles, fue relevado de sus funciones, arrestado
y sometido a proceso, acusado de haber "faltado
a los deberes de su alta posición y a la confian
za del Gobierno desde el prim er día que pisó el
144
territorio enemigo”, así como de tra ta r con trai
dores a la patria, pues había aceptado cartas de
un "legionario” que, “desde las filas enemigas,
le hacía proposiciones para volver contra su
propia Patria las arm as”.51 Existía la sospecha
que detrás de su excesiva cautela en las opera
ciones militares se escondía la traición. Hallado
culpable por un tribunal, fue fusilado junto con
otros seis altos oficiales de su Estado Mayor.
Al frente dp la columna ,1o sustituyó el coronel
Resquín, héroe de la campaña* del Matto Grosso.
E n tre ta n to / las fuerzas de Estigarribia se
guían su avance y el 6 de agosto se apoderaron
de Umguayana, m ientras la otra columna, diri
gida- por Duarte, acampaba en la localidad de
Yatay, en la margen opuesta del río Uruguay.
Sin saberlo, ambas fuerzas habían caído en una
ratonera: estaban alejadas 500 km de sus bases,
no tenían contacto con las fuerzas de Resquín y,
además, entre ellas se interponían profundos
pantanos y extensos esteros. El aislamiento de
las columnas paraguayas fue aprovechado por
las fuerzas aliadas. El 17 de agosto, 11 000 solda
dos con 32 cañones atacaron en Yatay el desta
camento de Duarte, que escasamente contaba
con 3 000 hombres. En la lucha perecieron 1 500
145
paraguayos y los demás, en su mayoría heridos,
fueron hechos prisioneros. Impotentes para auxi
liar a sus com patriotas en la orilla derecha del
río, los 7 000 ocupantes de Uruguayana contem
plaron su exterminio. Luego se vieron tam bién
rodeados, esta vez por un poderoso ejército alian
do calculado en 20 000 hombres. El bloqueo de
Uruguayana fue completado con el arribo dé
unidades navales brasileñas. Pronto acudieron
a observar el campo de batalla los más prom i
nentes jerarcas de la Triple Alianza, encabeza
dos por el emperador Pedro II, Bartolomé Mitre
y Venancio Flores. Sin provisiones ni esperan^
zas de recibir refuerzos, el 19 de septiembre el
coronel Estigarribia optó por la rendición, cap
turando los aliados más de 5000 prisioneros.5^,
Con esta catástrofe m ilitar term inaba el prim er
año de la guerra para el Paraguay. El país había
perdido casi 20 000 soldados, los mejores regi
m ientos de caballería, la m itad de la flota y la
iniciativa estratégica. La proyectada conquista
146
de la desem botadura del Plata había fracasado
y la guerra no tardaría en volcarse sobre su pro
pio territorio. Por otra piarte, el esperado levanta
miento popular de Entre Ríos y Corrientes —en
el que los paraguayos habían puesto su esperan
za—^ no se había producido, a pesar de que las
poblaciones del interior y el litoral del Paraná
se negaban a cooperar con los ejércitos aliados
en la lucha contra el Paraguay.53
147
fronteras: Entre Ríos, Corrientes y Río Grande
do Sul. Fueron retirados básicamente los efec
tivos del coronel Resquín, que se hallaban inac
tivos desde agosto en la zona de Bella Vista.
El mariscal López estableció su cuartel ge
neral en la fortaleza de Paso de la Patria, pocos
kilómetros al norte del fortín Itapirú, en la con
fluencia de los ríos Paraná y Paraguay. A su es
palda tenía los nada desdeñables bastiones de
Curuzú, Curupayty y Humaitá, que vigilaban el
acceso al río que da nom bre a la República.
Durante varios meses los dos contendientes
se conformaron con estudiarse, con el río de
por medio. Reunidos en Corrales, en la orilla iz
quierda del Paraná, se habían concentrado no
menos de 45 000 soldados enemigos: 30 000 bra
sileños, 12 000 argentinos y 3 000 orientales. Sólo
se esperaba que los acorazados imperiales ase
gurasen el dominio del río, pára iniciar el avan
ce del ejército más poderoso reunido hasta en
tonces en }a América Latina. Los paraguayos, no
obstante la superioridad aliada, realizaron au
daces incursiones al mando del coronel José E,
Díaz. Atacaban a las avanzadas enemigas y obli
gaban a huir tierra adentro a sus unidades de
caballería.
El 16 de abril de 1866 los aliados desembar
caron cerca de Laguna Vera, en territorio para
guayo, casi en la confluencia de los dos grandes
ríos. H asta allí los condujo una enorme flota
brasileña, compuesta por 30 vapores de trans
porte y 22 buques de guerra dotados de hélice.
De ellos, cuatro eran acorazados y uno poseía
incluso torretas artilladas giratorias. Los bom-
148
bárdeos de la escuadra no tardaron en demoler
los fuertes de Itapirú y Paso de la Patria, para
así obligar a los defensores a replegarse al in
terior.
Dos semanas después, el estero Bellaco ser
vía-de preámbulo a un combate monumental. El
24 de mayo, 25 000 soldados paraguayos detuvie
ron en Tuyutí la ofensiva de 40 000 aliados apo
yados por 150 cañones. En el estero Bellaco y
Tuyutí las tro ja s mandadas por Mitre sufrieron
ip 000 bajas y los d efen so res—guiados por los
generales Díaz, Barrios y Resquín— 7 000 muer
tos y otros tantos heridos. Había sido la batalla
más sangrienta en la historia de América. En los
cañadones y esteros de Tuyutí quedaban lós res
tos del m ejor ejército del Paraguay, y los alia
dos adquirían una superioridad numérica —-a
costa de grandes bajas— que pesaría decisiva
m ente en el curso ulterior de la contienda. En
esa batalla los aliados capturaron 350 prisione
ros, 4 morteros, 5 000 mosquetes y 5 banderas.
Una de estas enseñas se la arrebataron a un
soldado herido, que había dedicado los últimos
instantes de su vida a tra ta r de desgarrarla, para
evitar que cayera en poder del enemigo. Los epi
sodios heroicos se repetían a diario en las trin
cheras paraguayas. El propio mariscal brasileño
Luis Alves de Lima e Silvia, marqués de Caxias,
se vio obligado a adm itir en un despacho pri
vado dirigido al em perador Pedro II: "Todos los
Rencuentros, todos los asaltos, todos los combates
habidos desde Coímbra a Tuiutí, m uestran y
|$ostienen de una m anera incontestable que los
Asoldados Paraguayos son caracterizados de una
149
bravura, de un arrojo, de una intrepidez, y de
una valentía que raya a ferocidad sin ejemplo
en la historia del m undo.” 54
150
Elizardo Aquino, jefe de los defensores, murió
de las heridas recibidas en el prim er combate.
Las tierras de Boquerón, y Sauce quedaron con
vertidas en un inmenso cementerio, en el que
yacían 2 500 paraguayos y 5 000 aliados. Las vic
torias de Yataity Corá, Boquerón y Sauce, cons
tituyeron serios reveses p ara el ejército agresor
y levantaron la m oral de los soldados paragua
yos. A Mitre le habían salido mal los cálculos,;
pues antes de estallar la guerra había declarado
con prepotencia: "E n veinte y cuatro horas en
los cuarteles. En tres semanas en la frontera^ En
tres mesés en Asunción.” 55 Sin embargo, a más
de un año de iniciado el conflicto, Mitre aún se
hallaba a las puertas del Paraguay y los soldados
de López, en vez de desertar, resistían cada vez
con mayor ahínco.
Detenida la ofensiva aliada, Mitre decidió
transportar sus fuerzas en dirección a Curupay-
ty, a bordo de la flota del alm irante Tamandaré.
A pesar de que un acorazado brasileño fue hun
dido por dos minas en el río, los aliados lograron
desembarcar 21 000 hombres y ocupar el fuerte
de Curuzú. La caída de esta estratégica fortaleza
creaba una peligrosa amenaza sobre los fortines
de Curupayty, donde los 5 000 hombres manda
dos por el audaz general Díaz derrotaron de
^manera decisiva a los asaltantes, apoyados en la
¡eficiente actuación de tres regimientos de caba-
gllería, guiados por el joven capitán Bem ardino
¡Caballero. En esta ocasión los paraguayos com
batieron sin exponerse demasiado y utilizaron
152
rante Joaquín José Ignacio y el propio Mitre
debió entregar el mando supremo de las fuerzas
coaligadas al marqués dé Caxias. La salida de
Mitre, con la m itad de los efectivos argentinos,
tenía que ver con la sublevación de los caudi
llos provinciales de San Juan, La Rio ja, Córdoba
y Cuyo contra el Gobierno de Buenos Aires. A
esos sucesos se refiere el historiador argentino
Ramón J. Carcano cuando señala: ''E l derrumbe
aliado en Cyrupayty estim ula las malas-pasiones
en Argentina. Estalla el desorden y la revolución
en varias provincias, los contingentes de reclutas
para Paraguay se desbandan en el camino, la
anarquía amenaza a la República." 5®
155
forzaba totalm ente el paso del río, por lo que
los brasileños inicaron una hábil maniobra, que
les permitió burlar las defensas paraguayas el 17
de febrero de 1868. Bajo una lluvia de fuego*
los acorazados imperiales lograron pasar frente
a Humaitá y avanzaron hasta Asunción, con la
finalidad de bom bardearla. Ante la gravedad de
la situación, el mariscal ordenó la inmediata eva
cuación de la capital.
Conspiración antipatriótica
y caída de Humaitá
Fue entonces que López descubrió los hilos
de una conspiración dirigida contra su Gobierno
y encaminada a debilitar la defensa nacional.59
La intriga antipatriótica había comenzado a u r
dirse desde mediados de 1867, en la Legación
norteamericana de Asunción bajo los auspicios
del ministro Charles Alfred W ashbum. Por
medio del representante de Estados Unidos, los
'conspiradores hicieron llegar a los brasileños
una propuesta de paz y un proyecto de consti
tución aceptable para los aliados. El complot
cobró nuevos bríos cuando los acorazados bra
sileños hicieron acto de presencia frente a la
capital; los conspiradores planearon la entrega
de la ciudad al enemigo, a la vez que se pro
ducía un golpe de estado contra López;, quien,
como era de sobra conocido, estaba decidido a
156
resistir hasta el final; Las pesquisas ordenadas
por el Mariscal revelaron estos hechos, juntó
Con los nombres de los involucrados, así como la
descarada complicidad del ministro norteame
ricano/0 Entre los complotados se encontraban
personalidades del Gobierno; altos jefes mili
tares, la máxima jerarquía eclesiástica y la pro
pia familia del presidente. Todos ellos integra
ban el í'estringido círculo oligárquico, que había
ascendido al prim er plano nacional durante el
período*"'de Carlos Antonio López. De cierto
modo, la traición de la clase dominante se ex
plica por el tem or ante la inexorable derrota,
que significaría la pérdida del poder, privilegios
y propiedades. No tardaron en instruirse tres
procesos judiciales, en el que fueron hallados
culpables, entre otros, los herm anos del presi
dente López, Benigno y Venancio, sus cuñados
Saturnino Bedoya y el general Barrios, el mi
nistró José Berges, el obispo Manuel Antonio
Palacios y el general José Bruguez. Más tarde,
a finéis de 1868, los conspiradores serían fusila
dos en el campamento de San Fernando.61
157
" E sto s hechos, junto con la destrucción de
Asunción por la artillería de los acorazados im
periales, convencieron a López de la necesidad
de aco rtar las líneas defensivas paraguayas,
así como de disminuir la distancia entre el frente
y lá retaguardia. Antes de abandonar las fortifi
caciones entre Potrero Sauce y Humaitá, los sol
dados de López hicieron un último esfuerzo por
d estru ir o capturar la poderosa flota enemiga. Un
comando de 200 hombres, al mando de Ignacio
Genes, armados sólo con sables y algunas bombas
de mano, embarcados en canoas camufladas como
si fueran camalotes, asaltaron la vanguardia de
la escuadra brasileña el 2 de marzo de 1868.
Sorprendidos, algunos barcos fueron abordados
con éxito por decenas de asaltantes semides-
nudos. La victoria inicial pronto se esfumó, pues
los paraguayos no pudieron llegar a la sala de
caldera de los vapores -—debido a que la tripu
lación se encerró herméticamente en el interior
de los barcos—, y fueron barridos como polvo
por la m etralla de los demás navios, que dirigie
ron su artillería sobre las cubiertas de los bu
ques ocupados. Los escasos sobrevivientes esca
paron de la matanza saltando al río. El propio
jefe de la misión, el comandante Geites, con va
rias heridas en su cuerpo, logró salvar la vida
nadando hasta la orilla.
Totalmente cercadas por agua y tierra, las
posiciones paraguayas eran indefendibles y los
15 000 soldados de López apenas si podían conte
ner la avalancha de los 50 000 hombres que
tenía movilizados la Triple Alianza. El mariscal
158
resolvió entonces retirarse por el Chaco. En Hu
maitá se dejó una reducida tropa, bajo el mando
del coronel Paulino Alem. El resto del ejército
abandonó las cercadas defensas del "cuadriláte
ro”. Con el auxilio de los dos únicos vapores
todavía en funciones, el "Tacuarí” y el "Igurey”,
y de otros botes y canoas, se completó la sigilosa
evacuación de los últimos regimientos que defen
dían la extenuada línea defensiva. Todavía du
rante cuatro meses Humaitá albergó a los pocos
hombres que debían resistir, mientras se ter
minaban las nuevas trincheras, gracias a que
los aliados seguían creyendo que el grueso del
ejército aún se encontraba encerrado en la for
taleza. Las líneas defensivas se excavaron ahora
en las orillas del Tebicuary, acompañadas de sus
correspondientes fortificaciones. Otra vez los
hilos de telégrafo fueron tendidos, pero en esta
ocasión enlazaban con la nueva capital de Luque.
Por otra parte, el asedio enemigo de Hu
m aitá fue dejando a sus defensores extenuados
y sin municiones ni alimentos. Cuando los 1 200
soldados comandados por el coronel Francisco
Martínez no pudieron más, se rindieron: llevaban
cuatro días sin comer y muchos no podían ca
minar. El "Sebastopol Paraguayo” había caído
para siempre.62 La ocupación de Hum aitá había
costado 28 meses de guerra a los ejércitos alia
dos. En el perím etro de la fortaleza yacían más
159
de 60 000 soldados sepultados. Para el Paraguay
era el principio del fin.
Se cuentan asombrosas anécdotas sobre la
valentía demostrada por los combatientes para
guayos en estos encuentros: antes de entregarse
prisioneros preferían arrastrarse m anando san
gre por los pantanos, o m orir en silencio si no
podían moverse. Soldados heridos, muchos de
ellos casi niños, pedían la m uerte antes que la
prisión. Oficiales tocados por la m etralla le órde;
naban a algún asistente que los m ataran para
no caer en manos enemigas.
160
a la retaguardia paraguaya, tras bordear el lito
ral del Chaco —repitiendo en cierta form a la
m aniobra de López al abandonar Humaitá—,
tuvo éxito y culminó con los sangrientos com
bates de Ytororó —rdonde se distinguieron las
fuerzas del general Caballero— y Avahy. En
ambos encuentros los contrincantes tuvieron
más de 8 000 muertos.
A principios dé diciembre de 18681 11000 sol
dados paraguayos con 76 cañones se seguían
sosteniendo en Lomas Valentinas de Piquysyry,
frente a fuerzas cinco veces superiores. Conven
cidos de la inminente derrota paraguaya, en lo
que se suponía1era la resistencia final, el mando
aliado envió una carta al presidente López, don
de le exigía la capitulación incondicional. Vale
la pena reproducir, a pesar de su extensión, la
valiente respuesta del Mariscal:
161
m ada v la que en caso contrario se habrá to
davía de derram ar, haciéndome responsable
ante la Patria, las Naciones que sus Excelen
cias representan, y el mundo civilizado.
Pero me h e ' impuesto hacerlo, precisamen
te p o r rendir homenaje a esta sangre vertida
p o r los míos y por los que combaten, así como
a los sentimientos de religión, de humanidad
y de civilización que sus Excelencias invocan
en su intimación. Precisamente fueron estos
sentim ientos los que, hace ya dos años, me
hicieron pasar por encima de todas las des
cortesías oficiales con que era tratado el ele
gido de mi patria. Ya en Yataity Corá, busqué
en una conferencia ( . . . ) la reconciliación de
los cuatro estados soberanos de América del
S u r que habían empezado a destruirse. Pero
m i iniciativa, mi apresurado empeño no en
contraron otra respuesta, de parte de los go
biernos aliados, que el desprecio y el silencio,
y siguieron nuevas batallas sangrientas.
Ahora he visto más claro cuáles son los
fines perseguidos por los aliados* contra la
existencia del Paraguay ( . . . ) Sus Excelencias
han creído oportuno informarme que conocen
los recursos de que actualm ente dispongo,
creyendo que yo sé la fuerza numérica del
ejército aliado y sus recursos cada día en au
mento. Yo no lo sé, pero por la experiencia de
cuatro años de lucha sé que nunca la fuerza
numérica y los recursos se han impuesto a la
162
abnegación y el valor del soldado paraguayo,
que se bate con la resolución del ciudadano
honrado y del hombre cristiano, y que se abre
una amplia tum ba en su patria, antes que
verla Humillada.
Sus Excelencias han tenido a bien recor
darm e que la sangre vertida en Itororó y en
Avahy debió hacerme evitar la qüe fue vertida
el 21; pero olvidan, sin duda, que estas mis
mas batallas podrían haber demostrado antes
cuán verdad es todo lo que afirmo acerca de
la abnegación de mis compatriotas y que cada
gota de sangre que cae sobre la tierra es una
nueva obligación para los que sobreviven. Sus
Excelencias no tienen derecho a acusarme ante
la República de Paraguay, mi patria, porque
yo la he defendido, la defiendo y la defenderé.
Ello me ha impuesto este 'd eb er y yo me
glorio de cumplirlo hasta el último extremo,
rindiendo cuentas sólo a Dios. Si la sangre
debe correr todavía, Dios sabrá quién es el
responsable. Por mi parte estoy siempre dis
puesto a tra ta r el fin de la guerra, pero no a
escuchar una intimación de deponer las armas.
Así, que, a mi vez, invitando a Sus Ex
celencias a tratar de la paz únicamente sobre
estas bases, creo cumplir un deber imperioso
hacia la religión, la hum anidad y la civili
zación, y hacia el grito unánime que yo he
oído de mis generales, de mis oficiales y de
mis soldados, a los cuales he comunicado la
163
intimación-de Sus Excelencias, además de con
respecto a mi honor y mi nombre.
Francisco Solano López63
164
superiores y muriendo como si fueran soldados
en los campos de batalla. . 64
Los; brasileños creyeron terminada la guerra
y a López, si aún estaba1vivo, en camino a Boli-
via. Junto a los 1 000 sobrevivientes de Lomas
Valentinas, que habían logrado escapar a Cerro
León gracias a una brecha en el cerco aliado,
el presidente paraguayo se disponía a continuar
la lucha hasta el último hombre. Sin pérdida de
tiem po, eT mariscal ordenó la evacuación de Lu-
que, que ya era imposible defender, y dispuso
la instálación de la nueva capital —la tercera—
en Peribebuy, en el corazón de la cordillera de
Ascurra. Mientras, las tropas aliádas saqueaban
la desolada ciudad de Asunción y constituían un
Gobierno títere con miembros de la “Legión”.
Era el prim er día de enero de 1869. Unos días
después Luque corría la misma suerte que Asun
ción. Ambas ciudades fueron desmanteladas por
las huestes aliadas. El historiador paraguayo
Juan E. O'Leary escribió:
64 Ibídem, p. 9.
165
los mármoles, las puertas, y hasta los marcos
de los mejores edificios.
D urante meses una escuadra de modernos
p iratas no descansó en la tarea de llevar al
P lata el fruto de la ra p iñ a /5
Peribebuy y Curuguaty
M ientras los verdaderos bárbaros no deja
ban piedra sobre piedra en Asunción, a la nueva
sede del Gobierno patriota en Peribebuy acudía
la gente desde los lugares más inverosímiles
del Paraguay. De todos los rincones brotaban
com batientes: de la campaña, de los hospitales
y h asta del mando enemigo, como si la lucha es
tuviera recién comenzada. Además, a las fuerzas
del m ariscal se sumó la guarnición de Asunción,
com puesta de 2 500 hombres, que se había re
trasado en su m archa hacia Lomas Valentinas,
sin poder llegar a tiempo para aquel combate.
También se incorporó el regimiento de Caacupé,
cuerpo con el que ya no se contaba. A principios
de febrero, López había le v a n ta d ^ un nuevo
ejército de 13 000 hombres, dotado de 36 piezas
de artillería. Las tropas pudieron equiparse gra
cias a que previsoramente el mariscal había
hecho trasladar las maquinarias y operarios del
arsenal asunceño a Caacupé. La fundición de
Ibicuy aún trabajaba y lo mismo sucedía con un
tram o de ferrocarril, a pesar de que la vía entre
166
i
Asunción y Luque se encontraba en poder de los
aliados. Con grandes sacrificios todavía se edi
taban dos semanarios para el ejército.
Al considerar imposible una recuperación pa
raguaya, los brasileños ordenaron el ataque a
Peribebuy, lo que imaginaban sería un paseo mi
litar. La victoria de las fuerzas que suponían
definitivamente derrotadas en el combate del
puente Yuquery, desconcertó a los invasores. La
Triple Alianza tuvo incluso que reestructurar sus
altos manidos. El márqués de Caxias, víctima de
un síncope cardíaco, fue sustituido por el propio
yerno del emperador del Brasil, el mariscal Luis
Felipe Gastón, Conde D'Eu. . ■ «>.
El nuevo jefe de las tropas aliadas decidió
cam biar la estrategia seguida en los últimos me
ses y se dispuso a destruir las bases de aprovi
sionamiento de los paraguayos. El 5 de mayo
atacó Ybicuy, y exterminó a todos los que allí
se encontraban. Según relata O'Leary.
66 Ibídem, p. 282.
168
obstante, el avánce incesante del ejército ene
migo, compuesto por 30 000 hombres, le hizo
abandonar a mediados de octubre su últim a ca
pital.
169
de Amanbay, los paraguayos se dieron a la tarea
de construir trincheras y parapetos. En ese lugar
López les dirigió por últim a vez la palabra a sus
soldados, y condecoró a los más distinguidos con
la m edalla conmemorativa de la Campaña del
Amanbay. Como no podía contar con las meda
llas, el mariscal distribuyó simples cintas para
colgar del pecho. En esa sencilla ceremonia el
presidente paraguayo pronunció palabras que
encerraban una buena carga de profecía:
171
produzcamos, por el interés que presenta, la re
construcción histórica que hizo Efrain Cardozo
de la muerte del presidente:
172
López, trabándose en lucha con el soldádo que
intentó hacerlo. Uno de los soldados puso tér
mino a la desigual lucha matando a López, a
boca de jarro y en presencia de Correa de
Cámara, de un balazo en el corazón,71
173
A fines de marzo los brasileños todavía per
seguían a Caballero en las cercanías del ríg Apa,
a donde había ido en busca de víveres junto con
algunos oficiales.74 El 8 de abril divisaron su
cam pam ento y lo cercaron. Informado de la
m uerte de López, el héroe de Itororó aceptó con
lágrim as en lo* ojos la inevitable derrota. La
guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay
-h a b ía terminado.
174
ellos ancianos. Se cuenta que fu e necesario au
torizar la poligamia para reppblar el país.75
' La victoria aliada permitió al Brasil y la
Argentina jrepartirse como aves de rapiña los
restos del país derrotado, salvándose el Para
guay de la completa asimilación por sus ambi
ciosos vecinos, gracias a la agudización de las
contradicciones entre los gobiernos de Río de
Janeiro y Buenos Aires. Al país vencido le fue
ron impuestas nuevas fronteras. De su territorio
original pasó a la Argentina el Chaco, Austral,
zona comprendida entre los ríos Bermejo y Pil-
comayo. Los brasileños, por su parte, no se que
daron a la zaga de los argentinos: se apoderaron
de toáa la región situada al borde del río Apa.
Los vencedores mantuvieron al país ocupado
militarmente hasta 1876 y al retirarse dejaron
una República moldeada a su imagen y semejan
za, sobre la base de una Constitución de tipo libe
ral, que concedía privilegios exclusivos a los ex
tranjeros y el derecho a tener propiedades. El
huevo Gobierno paraguayo—constituido por "le
gionarios" o funcionarios y oficiales lopiztas trai
doras—, fue obligado a reconocer una cuantiosa
"reparación de guerra" a sus adversarios. Las
puertas del Paraguay se abrieron a la penetra
ción del capital foráneo. Ya entre 1871 y 1872
175
fueron contratados en Londres los prim eros em
préstitos de la historia del país, p o r un valor
de varios millones de libras esterlinas. Los ban
queros ingleses recibieron en garantía miles de
hectáreas de tierra paraguaya. Es por eso justa
la siguiente apreciación de J. Natalicio González:
"Londres obtuvo dos resultados: destruir la in
dependencia económica del Paraguay haciendo
arrasar los altos hornos, los astilleros, las fá
bricas de armas, de losa y de implementos agrí
colas; y al propio tiempo endeudar considerable
mente a los peones.”7*
Por si todo esto fuera poco, el área estatal
de la economía fue completamente desmantela
da y enajenada al capital pi ivado o a inversionis
ta^ extranjeros. El ferrocairil nacional fue tras
pasado a una empresa británica, que creó The
Paraguay Central Railway Company. También, se
abolieron las restricciones a las actividades mer
cantiles, y se liberaron inm ediatamente la expor
tación de yerba mate y maderas. Las Estancias
de la Patria, e incluso las chacras de los pequeños
propietarios, pasaron en la década del ochenta
a manos de capitalistas extranjeros. Según re
lata Carlos Pereyra:
176
netas brasileñas. El gobierno del Paraguay
había vendido, en una palabra, las tierras del
paraguayo. Esto era tanto como si le hubie
ra dado amos al pueblo. Consorcios de Nue
va York, de Londres y de Amsterdam eran
dueños del cultivador, dueños del ciudadano.77
177
tum bre, el campesino se convirtió en peón
explotado y sin tierra.7*
178
INDICE