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Las invasiones inglesas en el Río de la Plata En junio de 1806 fuerzas navales británicas comandadas por el comodoro

Sir Home Riggs Popham y el general William C. Beresford desembarcaron en Buenos Aires. El virrey Rafael de
Sobremonte intentó llevar el tesoro real a Córdoba, donde estableció provisoriamente la capital del Virreinato. En el
trayecto, sin embargo, fue interceptado en Luján y debió entregarlo. Tras su desembarco, los invasores decretaron la
libertad de comercio y ofrecieron garantías a la propiedad. Sin embargo, aunque algunos dirigentes criollos se
mostraron entusiasmados con los beneficios que traería el libre comercio, la resistencia se había puesto en marcha.
En efecto, un grupo de habitantes de Buenos Aires intentó resistir, dirigidos por el alcalde Martín de Álzaga.
Mientras tanto desde Montevideo, el capitán Santiago de Liniers, un francés a las órdenes de España, reunió tropas y
desembarcó en las costas de lo que hoy es la localidad de Tigre. El 12 de agosto de 1806 logró la rendición inglesa y
reconquistó la ciudad. A principios del año siguiente, el Cabildo decidió la destitución de Sobremonte y la elección de
Liniers como nuevo Virrey. En julio, una nueva fuerza militar británica tomó Montevideo y desde allí organizó una
nueva invasión a Buenos Aires. La operación estuvo comandada por sir John Whitelocke. Nuevamente la reacción de
los criollos aseguró la derrota de los ingleses.

¿Por qué los ingleses habían decidido invadir Buenos Aires? Francia había expandido su influencia prácticamente por
toda Europa, lo cual afectaba los intereses económicos de Gran Bretaña. En este contexto, las invasiones al Río de la
Plata buscaban recuperar sitios para el comercio. Si bien los ingleses no buscaban impulsar una política
revolucionaria, estos episodios han sido considerados como la antesala de la revolución de Independencia. Por un
lado, porque España, derrotada en Trafalgar, no estaba en condiciones de asumir compromisos militares en sus
colonias. Por el otro, en América, los británicos habían mostrado las ventajas que el sistema de libre comercio
representaba.

Existían tres aspectos que permitían prefigurar la independencia: 1. la formación de milicias urbanas (vecinos
armados y entrenados) tras la primera invasión 2. el destacado papel de los criollos en la defensa de Buenos Aires,
que permitió ampliar la participación criolla en el cabildo y 3. el hecho de que el cabildo decidiera el nombramiento
del nuevo virrey, previa destitución del designado por el rey. Esta era una función que el Cabildo jamás había
asumido y constituía una verdadera expresión de autodeterminación. 4

LA REVOLUCIÓN CRIOLLA EN EL RÍO DE LA PLATA LA SITUACIÓN EN ESPAÑA En 1810, en España, fueron derrotadas
las últimas fuerzas que sostenían la resistencia contra la invasión napoleónica. Las tropas francesas controlaron la
casi totalidad del territorio español y José Bonaparte fue proclamado por Napoleón como rey de España. Cuando
estas noticias se conocieron en América, la relación entre las colonias y la metrópoli enfrentó una nueva crisis. Desde
1808 se había profundizado la debilidad del vínculo colonial. En 1810 eran numerosos los americanos partidarios de
proclamar la independencia de España y organizar gobiernos locales autónomos. Los primeros movimientos de
emancipación tuvieron lugar en los virreinatos de México y del Río de la Plata.

LA REACCIÓN DE BUENOS AIRES Desde las invasiones inglesas, la sociedad de Buenos Aires habías sufrido un
profundo cambio. Los comerciantes monopolistas se mantenían como el grupo de mayor poder económico y los
peninsulares ocupaban la mayoría de los cargos de gobierno, pero la fuerza militar estaba en manos de las milicias
integradas por criollos que se habían organizado para defender la ciudad. Las tropas regulares peninsulares eran
muy pocas: el mantenimiento de la autoridad del virrey dependía del apoyo de los cuerpos milicianos. En mayo de
1810, en Buenos Aires, un grupo de criollos –integrado por comerciantes, profesionales de formación universitaria y
la mayoría de los jefes de las milicias criollas-, inició una serie de acciones con el objetivo de hacerse cargo del
gobierno que España ya no podía ejercer.

EL CABILDO ABIERTO Cornelio Saavedra –coronel y jefe de un regimiento de milicias urbanas- y Manuel
Belgranodefensor público de un nuevo ordenamiento económico en el Consulado y en publicaciones periódicas-
fueron los elegidos por el grupo de criollos para solicitar a las autoridades virreinales la reunión de un cabildo
abierto. La reunión de un cabildo abierto era una acción prevista por el derecho español vigente en la época; cuando
el trono se encontraba vacante, la soberanía volvía a la institución de gobierno que representaba la voluntad del
pueblo: el cabildo. En esos casos, el cabildo ordinario era abierto al conjunto de los vecinos, quienes en asamblea
elegían a la nueva autoridad. Saavedra comunicó al virrey que las milicias no estaban dispuestas a sostener su
autoridad en contra de los criollos, y un grupo de vecinos se reunió en la Plaza Mayor para apoyar su solicitud.
Finalmente el cabildo abierto fue convocado para el 22 de mayo. 5 Entre los criollos que solicitaron la reunión de un
cabildo abierto, los abogados Manuel Belgrano y Mariano Moreno estaban convencidos que los criollos tenían los
mismos derechos que los peninsulares para decidir sobre su destino una vez que el rey hubo desaparecido. Por esto,
el grupo de criollos se propuso que el virrey y los funcionarios del cabildo y la Audiencia reconocieran como justas las
pretensiones de que el nuevo gobierno debía estar exclusivamente integrado por hijos del país (criollos).

LAS POSICIONES EN DEBATE El debate y la votación del cabildo abierto se desarrollaron alrededor de una cuestión
central: sí el virrey tenía o no que cesar en sus funciones y, en caso afirmativo, quién lo reemplazaría. Las posiciones
extremas no obtuvieron muchos votos. El obispo Lué sostuvo que para asegurar la soberanía de Fernando VII en sus
dominios americanos, el virrey debía continuar ejerciendo el gobierno con la única novedad de hacerlo con un
miembro de la Audiencia. La posición del abogado criollo Juan José Castelli fue radicalmente la opuesta: sostuvo que
el poder de España había caducado y que el pueblo debía asumir los derechos de soberanía y constituir un gobierno
independiente. Ninguna de las dos propuestas fue aceptada. La mayoría de los presentes estaba de acuerdo en que
el virrey debía dejar el gobierno. Las diferencias surgían sobre quién debía reemplazarlo. El teniente general Pascual
Ruiz Huidobro –comandante de las tropas peninsulares regulares sostuvo que debía cesar la autoridad del virrey, la
que sería reasumida por el cabildo como representante del pueblo, hasta tanto se formara un gobierno provisorio
dependiente de la legítima representación del rey Fernando VII instalada en España. Por su parte Saavedra, el jefe de
las milicias criollas, también sostuvo que el virrey debía cesar y que el cabildo debía asumir la autoridad, pero solo
transitoriamente hasta que se formara una junta que reemplazarían al virrey. Y afirmó además que aunque era el
cabildo el que elegía a los miembros de la nueva junta de gobierno, era el pueblo el que le otorgaba autoridad. En la
votación, la propuesta de Saavedra obtuvo la mayor cantidad de votos, seguida por la de Huidobro. En los días
siguientes las posiciones enfrentadas en el debate, fueron asumidas por grupos que tenían intereses económicos y
proyectos políticos diferentes. Criollos y peninsulares –y sus aliados- se enfrentaron con el objetivo de ocupar los
cargos en la nueva junta, encargada provisionalmente del gobierno del Virreinato del Río de la Plata.

LA LUCHA POR EL GOBIERNO ENTRE CRIOLLOS Y PENINSULARES El cabildo asumió la autoridad vacante y el 24 de
mayo designó una junta de gobierno: la presidía el virrey Cisneros y la integraban dos miembros del grupo de criollos
revolucionarios – Cornelio Saavedra y Juan José Castelli – y dos representantes del grupo que se había identificado
con la propuesta de Huidobro en el cabildo abierto –José santos de Inchaúrregui y Juan Nepomucemo Sola-. En un
primer momento, pareció que esta junta integraba a los dos grupos en conflicto. Pero la presidencia de Cisneros no
dejó dudas de que el objetivo era mantener el gobierno de defensores del 6 vínculo colonial con la metrópoli
española. Saavedra y Castelli plantearon que esta junta era resistida por una parte del pueblo y renunciaron.
Finalmente renunciaron los demás integrantes y se planteó una nueva crisis. El 25 de mayo el cabildo convocó a los
jefes de las milicias urbanas para ver si contaba con su apoyo para mantener en el gobierno a la junta designada el
24. Los militares respondieron que no estaban en condiciones de frenar el descontento de las tropas y del pueblo.
Finalmente, Cisneros renunció y el grupo de los criollos revolucionarios impuso al cabildo los nombres de los
integrantes de la junta de gobierno. Cornelio Saavedra como presidente y comandante general de armas; Mariano
Moreno y Juan José Paso como secretarios y Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Miguel de Azcuénaga, Manuel
Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea, como vocales, fueron designados por el cabildo como los integrantes de la
Primera Junta de Gobierno el 25 de mayo de 1810.

PUEBLO Y REVOLUCIÓN DE MAYO “Cuando se habla de milicias en 1810 no debe olvidarse que no constituían un
ejército, en el sentido estricto del término. Eran ciudadanos armados que prestaban servicio voluntario al margen de
sus actividades habituales, por lo menos en su inmensa mayoría. Por ello parece ocioso discutir si el movimiento de
mayo de 1810 contó o no con participación popular, o hablar de presencia de tropas y ausencia del pueblo.
Uniformados o no, un cerco amenazante presionó sobre el cabildo: el virrey envió su dimisión y se impusieron al
cabildo los nombres de quienes integrarían la nueva junta de gobierno.” Haydeé Gorostegui de Torres, historiadora
argentina contemporánea.

LOS PROBLEMAS QUE ENFRENTÓ LA PRIMERA JUNTA DE GOBIERNO La búsqueda de su legitimación Algunos de los
revolucionarios eran partidarios de la total independencia de España. Sin embargo, la nueva Junta de Gobierno puso
especial cuidado en presentarse como heredera y no como enemiga de las autoridades metropolitanas. En la
proclama que dirigió al pueblo el 26 de mayo manifestó que iba a “intentar por todos los medios posibles la
observancia de las leyes que nos rigen y el sostén de estas posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a
nuestro muy amado Rey y Señor D. Fernando VII y sus legítimos sucesores en la Corona de España” Una de sus
primeras gestiones para reafirmar su fidelidad a la monarquía fue la de buscar el reconocimiento de su legitimidad
por parte del ex virrey, el cabildo y la Audiencia. Cisneros, el 26 de mayo, dio su aprobación a lo actuado el día
anterior. Sin apoyo militar en la ciudad ni posibilidades de buscarlo en el Interior o en España, avaló a las nuevas
autoridades pero dejó claro que fue forzado 7 por los hechos. Una actitud parecida tuvieron la mayoría de los
funcionarios virreinales, temerosos de perder sus cargos y privilegios. En los primeros momentos la Junta condenó
las rivalidades entre peninsulares y criollos. Pero en los meses siguientes, los españoles europeos fueron
considerados extranjeros enemigos y se expulsó a muchos que se habían desempeñado como funcionarios
virreinales. La revolución en el interior La Junta también debía legitimarse ante las provincias interiores que
dependían de Buenos Aires como capital del Virreinato del Río de la Plata. Por esto, su primera resolución fue la de
invitar a los cabildos de las ciudades del interior a que enviaran sus representantes. Al mismo tiempo, la Junta envió
expediciones militares hacia el este y el norte, con el objetivo de informar a las autoridades de las ciudades más
importantes del interior sobre los hechos de mayo de 1810 y exigir su obediencia al nuevo gobierno. Los jefes,
Belgrano y Castelli, -abogados e improvisados militaresinformaban también que la Junta era fiel al rey español
cautivo. Los revolucionarios esperaban lograr el apoyo general de las poblaciones del Virreinato a partir dela unión
para el sostenimiento de la monarquía. Sin embargo la resistencia realista comenzó a organizarse en varias regiones
de América española.

Los diferentes proyectos políticos: Morenistas y saavedristas A medida que la revolución se consolidaba y la
expedición al interior iba asegurando el reconocimiento de las ciudades, Mariano Moreno señaló la necesidad de la
reunión de un congreso general de los pueblos para la organización definitiva del Estado. Este proyecto, aspiraba a la
organización constitucional, basándose en la soberanía popular; contaba con el apoyo de Belgrano, Castelli, Paso,
Larrea, Azcuénaga y de la juventud porteña, conformando el grupo revolucionario o morenista. Mariano Moreno Sin
embargo, amplios sectores de la sociedad adoptaron una posición más moderada, apoyaban el ejercicio de la
soberanía popular a través de un gobierno provisorio en manos de los hijos del país, postergando la definición sobre
la forma de gobierno. Este grupo ha sido denominado moderado o saavedrista, porque lo encabezaba el presidente
de la junta; contaba con el apoyo de los cuerpos militares, en especial de los patricios Hacia fines de 1810 las
divergencias se transformaron en un enfrentamiento personal entre el presidente y el secretario de la Junta que
provocó la primera crisis del gobierno. Cornelio Saavedra 8 Durante un banquete, con que la oficialidad del cuerpo
de Patricios celebró la batalla de Suipacha, fue exaltada la personalidad de Saavedra, en un brindis se lo llamó rey o
emperador de América. Moreno, a quien se le había negado la entrada, reaccionó presentando a la Junta un
proyecto de decreto sobre Supresión de Honores; reservaba los honores para la Junta como institución de gobierno,
eliminando los destinados al presidente. Saavedra no se opuso; el documento fue aprobado el 6 de diciembre de
1810; la tensión se extendió a las tropas. Las ciudades del interior, cumpliendo lo dispuesto en la circular del 27 de
mayo, enviaron sus representantes a la capital, para ser incorporados a la Junta. Gregorio Funes, diputado de
Córdoba, lideró el grupo. Partidarios de la revolución, pero moderados en su mayoría, tenían diferencias con los
porteños, sean éstos moderados o exaltados. Defendían el derecho de los pueblos a participar en el gobierno y
recelaban de la supremacía de la capital. Moreno se oponía a integrarlos a la Junta, consideraba que debían formar
el Congreso General de los pueblos para sancionar la constitución y establecer la forma definitiva de gobierno.
Advertía que aumentar el número de integrantes del ejecutivo atentaría contra la unidad de criterio y la rapidez de la
toma de decisiones. En la sesión del 18 de diciembre Funes exigió la incorporación. Debatido el tema se decidió
votar; el presidente lo hizo en primer lugar a favor de la integración y su voto fue seguido por el resto de los vocales
con excepción de Paso. Mariano Moreno consideró que la decisión era contraria al bien general del Estado, aceptó la
voluntad de la mayoría y presentó su renuncia, la que no le fue aceptada. Posteriormente solicitó ser enviado en
misión diplomática al exterior. Se le encomendó realizar gestiones en Río de Janeiro y Londres, pero murió en
altamar. Su alejamiento puso freno al proceso emancipador.

EL COMIENZO DE LAS GUERRAS Después del 25 de mayo hubo diferentes reacciones en el territorio del Virreinato.
Potosí y La Paz en el Alto Perú, se opusieron a la revolución, al igual que Asunción del Paraguay. El resto de las
ciudades con excepción de Córdoba y Montevideo, apoyaron a la Junta. Para combatir los movimientos
contrarrevolucionarios, la Junta organizó campañas militares para atacar los diferentes focos realistas.

Dificultades en la Banda Oriental El conflicto bélico con Montevideo (Banda Oriental) fue prolongado debido a la
existencia de una guarnición naval española, a la presión portuguesa y a las disidencias con los revolucionarios
orientales. En junio de 1810, el cabildo de Montevideo declaró la lealtad al consejo de Regencia (que designó a
Francisco de Elío como virrey) y poco después rompió relaciones con Buenos Aires. Sin embargo en las zonas rurales
de la Banda Oriental el descontento con las autoridades españolas se fue generalizando, sobre todo entre los
campesinos pobres. Estos sectores apoyaron la revolución anticolonial que condujo Artigas. Así, luego de algunos
combates, las fuerzas artiguistas y las tropas de Buenos Aires sitiaron a los realistas de Montevideo. Sin embargo,
ante el avance portugués sobre el territorio oriental, el 9 gobierno de Buenos Aires negoció con Elío y los
portugueses el retiro de las fuerzas porteñas. Cuando el ejército enviado por Buenos Aires al mando de José
Rondeau levantó el sitio, los revolucionarios locales y buena parte de la población de la campaña (que quedaron a
merced del enemigo español) emigraron a Entre Ríos, episodio conocido como "Éxodo del pueblo oriental" Luego del
repliegue portugués se reinició el sitio a los realistas de Montevideo, dirigido por Rondeau y con el apoyo de las
fuerzas artiguistas. La guerra contra los realistas en el frente oriental y las costas del Paraná se prolongó hasta 1814.
Sin embargo, los jefes orientales, liderados por Artigas, no se subordinaron al gobierno de Buenos Aires, y las
fricciones entre ambos grupos fueron en aumento.

Expedición al Paraguay En el caso de Paraguay, todo se resolvió más rápidamente. Allí, el cabildo de Asunción había
reconocido al Consejo de Regencia español, por lo que la Junta envió una expedición al mando de Manuel Belgrano.
Belgrano sufrió algunas derrotas (como la de Paraguarí y Tacuarí) que lo llevaron a un armisticio en marzo de 1811.
Dos meses después, una revolución criolla en Asunción reemplazó a las autoridades españolas e instaló un gobierno
propio. Desde entonces, Paraguay se mantuvo independiente tanto de España como del territorio que comenzaba a
denominarse Provincias Unidas del Río de la Plata.

Hacia el Alto Perú A fines de 1810, las tropas revolucionarias ya se habían impuesto en Córdoba, donde fusilaron a
Liniers y a varios de sus seguidores contrarios a la revolución. Luego, iniciaron su primera campaña hacia el Alto
Perú. Dirigidos por Juan José Castelli, en noviembre de 1810, las fuerzas del Ejército del Norte obtuvieron su primera
victoria en la batalla de Suipacha. En el enfrentamiento fue decisiva la participación del escuadrón de gauchos al
mando del capitán Martín Miguel de Güemes. La victoria patriota expandió la revolución en el Alto Perú: ante la
agitación popular, Potosí, La Paz, Chuquisaca se adhirieron a la Junta de Buenos Aires. Después de esta batalla,
Castelli movilizó las tropas hacia Huaqui, en el límite entre el Alto Perú y el Virreinato del Perú. Pero allí, las tropas
realistas derrotaron a los patriotas. Tras esta derrota, en marzo de 1812, Manuel Belgrano asumió el mando del
ejército y se inició la segunda campaña al Alto Perú. En julio, al enterarse de que la avanzada realista estaba próxima
a La Quiaca, Belgrano inició el Éxodo Jujeño. Así, el 23 de agosto, tanto la población civil como las tropas
abandonaron la ciudad de San Salvador de Jujuy que, al poco tiempo, fue ocupada por los realistas. En la batalla de
Tucumán, en septiembre, las fuerzas patriotas comandadas por Belgrano derrotaron a las realistas, que las
duplicaban en número. Un nuevo triunfo, en la batalla de Salta, en febrero de 1813, aseguró las posiciones de la
revolución rioplatense. Pero luego siguieron dos 10 derrotas (Vilcapugio y Ayohuma) que dejaron al Ejército del
Norte severamente reducido. Rondeau comandó la tercera campaña al Alto Perú. La derrota de Sipe Sipe, en
noviembre de 1815, sin embargo, terminó por definir la pérdida de la región alto peruana. A partir de entonces, la
guerra se circunscribió a contener el avance realista por el norte. La defensa del territorio estuvo a cargo de Güemes
y de sus gauchos.

MUJERES EN LA GUERRA GAUCHA “La lucha de las mujeres fue fundamental en la guerra gaucha. No solamente eran
excelentes espías sino que algunas de ellas, como doña Juana Azurduy de Padilla, comandaban tropas de las
vanguardias de las fuerzas patriotas (…) El amor la llevó a unir su vida con la del comandante Manuel Asencio Padilla.
La pareja de guerrilleros defendió a sangre y fuego del avance español la zona comprendida entre el norte de
Chuquisaca y las selvas de Santa Cruz de la Sierra. El sistema de combate y gobierno conocido como el de las
“republiquetas” consistía en la formación, de zonas liberadas, de centros autónomos a cargo de un jefe político-
militar (…) Entre ellos hay que nombrar a Ignacio Warnes, Vicente Camargo, el cura Idelfonso Muñecas y el propio
Padilla. (…) Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida del grado de teniente
coronel con el uso de uniforme (…) Pigna, Felipe. Los mitos de la historia argentina 2. Buenos Aires, Planeta, 2005.

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