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Pangloss
Pangloss es un personaje de Cándido, novela del escritor francés Voltaire. Es el tutor de Cándido
durante su estancia en el castillo alemán de Thunder-ten-tronckh, en Westfalia, y posteriormente se une
a Cándido en algunas de sus desventuras. Como la mayoría de los personajes de Cándido, Pangloss es un
"personaje plano": posee sólo leves rasgos psicológicos que no evolucionan demasiado a lo largo de la
historia.
Pangloss es un seguidor del filósofo Gottfried Leibniz, o como muchos han señalado, su caricatura o
sencillamente su sátira, el cual en su Teodicea afirmó que vivimos en «el mejor de los mundos posibles».
De ahí que Pangloss señale continuamente que "no existe efecto sin causa", o dicho de otro modo, que
todo lo que existe, desde la nariz de nuestro rostro hasta las catástrofes naturales, responde a un
propósito específico.

Grabado en cobre de 1755 que representa el terremoto de Lisboa de ese mismo año. Ese hecho, junto
con la Guerra de los Siete Años, inspiró a Voltaire para escribir "Cándido".
Sin embargo, esta cosmovisión provoca que Pangloss no sólo mantenga el optimismo ante la terrible
tragedia, sino que la justifique. Por ejemplo, cuando Cándido, Pangloss y Santiago el anabaptista se
embarcan rumbo a Lisboa, una tormenta sacude la nave y Santiago cae por la borda. Pangloss detiene a
Cándido cuando se dispone a saltar al mar para salvarlo, aduciendo que la bahía de Lisboa ha sido hecha
expresamente para que Santiago se ahogara en ella.
A Pangloss se contrapone durante todo su periplo el personaje de Cacambo, que representa la sabiduría
popular y práctica.
Aunque el propio Pangloss sufre una serie de desgracias, como una tentativa de ejecución por parte de
la Inquisición o estar preso en una galera turca, sólo adopta una visión más práctica hacia el final de la
novela, cuando confiesa que toda su vida ha sufrido horribles infortunios, pero como una vez había
mantenido que todo sucedía para bien, sigue empeñado en sustentarlo a pesar de no creerlo ya. Esto
viene a demostrar que Pangloss no cree en su propia filosofía, sin embargo, se aferra a sus principios
para preservar su dignidad como filósofo. De hecho, pocas páginas después, aparece discutiendo su
filosofía con Cándido, aunque esto no significa en absoluto que él mismo crea en sus argumentos.
El nombre Pangloss se construye a partir del prefijo y del sufijo griegos pan- (que significa totalidad) y -
gloss, (que significa lengua). De esta forma, se bautiza como Dr. Pangloss a un personaje erudito para
dar a entender que domina todas las lenguas; no obstante, otra posible traducción de "Pangloss"
sería "todo lengua", es decir, alguien que habla locuazmente sin pensar. Voltaire habría mostrado con
esta novela su particular retrato de lo que la gente común suele considerar digno de personas
honorables y respetables.

Panglossianismo

El término "panglossianismo" se refiere al optimismo infundado como el que ejemplifican las creencias
de Pangloss, que es el opuesto al pesimismo de su compañero de viaje Martín, quien pone su énfasis en
el libre albedrío. La frase "pesimismo panglossiano" se ha usado para describir aquella posición
pesimista en que, presuponiendo que este es el mejor de los mundos posibles, es imposible en una
situación dada conseguir nada mejor.
El paradigma panglossiano es un término acuñado en el ámbito de la biología evolutiva por Stephen Jay
Gould y Richard Lewontin para referirse a la idea de que todo se ha adaptado específicamente para
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ajustarse a unos propósitos concretos. En vez de eso, ellos argumentan que la ocurrencia de accidentes
y exaptaciones (el uso de características viejas para propósitos nuevos), juega un importante papel en el
proceso de evolución.

Leibniz
La Teodicea y el optimismo
Página del título de Théodicée en una versión de 1734.
El término «optimismo» es utilizado aquí en el sentido de «óptimo», y no en el más común de la palabra,
es decir, «estado de ánimo», contrario al pesimismo.
La Teodicea intenta justificar las evidentes imperfecciones del mundo, afirmando que se trata del mejor
de los mundos posibles. Tiene que ser el mejor y más equilibrado de los mundos posibles, ya que fue
creado por un Dios perfecto. En Rutherford (1998) se encuentra un estudio académico detallado acerca
de la Teodicea de Leibniz.
La concepción de «el mejor de los mundos posibles» se justifica por la existencia de un Dios con
capacidad ordenadora, no moral sino matemáticamente. Para Leibniz, este es el mejor de los mundos
posibles, sin entender «mejor» de un modo moralmente bueno, sino matemáticamente bueno, ya que
Dios, de las infinitas posibilidades de mundos, ha encontrado la más estable entre variedad y
homogeneidad. Es el mundo matemática y físicamente más perfecto, puesto que sus combinaciones
(sean moralmente buenas o malas, no importa) son las mejores posibles. Leibniz reescribe al final de
este libro una fábula que viene a simbolizar esto mismo: la perfección matemática de este mundo real
frente a todos los mundos posibles, que siempre se encuentran en la imperfección y descompensación
de hetereogeneidad y homogeneidad, siendo el infierno el máximo homogéneo (los pecados se repiten
eternamente) y el paraíso el máximo heterogéneo.
La afirmación de que «vivimos en el mejor de los mundos posibles» le atrajo a Leibniz numerosas burlas,
especialmente de Voltaire, quien lo caricaturizó en su novela cómica Cándido, al introducir el personaje
del Dr. Pangloss (una parodia de Leibniz) quien repite la frase como un mantra cada vez que el infortunio
caía sobre sus acompañantes. De ahí proviene el adjetivo «panglosiano», para describir a alguien tan
ingenuo como para creer que nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles.
El matemático Paul du Bois-Reymond escribió, en sus Pensamientos de Leibniz sobre la ciencia moderna,
que Leibniz pensaba en Dios como un matemático.
Como se sabe, la teoría de máximos y mínimos de las funciones está en deuda con él por el progreso,
gracias al descubrimiento del método de las tangentes. Pues bien, concibe a Dios en la creación del
mundo como un matemático resolviendo un problema de mínimos, o más bien, en nuestra fraseología
moderna, un problema en el cálculo de las variaciones — siendo la cuestión determinar, entre un
número infinito de mundos posibles, aquel en el cual se minimiza la suma del mal necesario.

Una defensa cautelosa del optimismo de Leibniz recurriría a ciertos principios científicos que emergieron
en los dos siglos desde su muerte y que están ahora establecidos: el principio de mínima acción, la ley
de conservación de la masa y la conservación de la energía.

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