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La l u c h a
CONTRA EL MAL
COLECCION
POPULAR
Traducción de
C a k lo s V a l d é s
Título original:
Escape from Euil
© 1975, Marie Bedcer, publicado por The FFree Press,
Nueva York
9
Sin duda la salud mental es inadecuada
como doctrina filosófica, porque los actos
malos que definitivamente se niega a re
conocer, son una parte genuina de la
realidad; y después de todo pueden ser
la mejor clave del significado de la vida,
y posiblemente son los únicos que pue
den iluminar los niveles más profundos
de la verdad.
W illiam J ames
11
REFERENCIAS
N ota : Las obras de A. M. Hocart y Otto Rank se m encio
nan con frecuencia en este libro, por ello las abrevié en
las referencias de la manera siguiente:
A. M . H ocart:
so Social Origins (Londres: Watts, 1954), prólogo de
Lord Raglan.
kc Kings and CouncillorSj 1936 (Chicago: University of
Chicago Press, 1970), ed. Rodney Needham.
K Kingship, 1927 (Londres: Oxford University Press,
1969).
pm The Progress of Man (Londres: Oxford University
Press, 1933).
lgm The Life-Giving Myth (Londres: Metliuen, 1952),
ed. Lord Raglan.
O tto R ank :
j?s Psychology and the Soul, 1931 (Nueva York: edición
de Perpetua Books, 1961).
me Modern Educatíon: A Critique of its Fundamental
Ideas (Nueva York: Knopf, 1932).
wt Will Therapy and Truth and Reality, 1936 (Nueva
York: Knopf, 1945, edición en un volumen).
bp Beyond Psychology, 1941 (Nueva York: Dover Books,
1958).
aa Art and Artist, 1932 (Nueva York: Agathon Press,
1968).
La obra de Norman O. Brown citada con frecuencia en
este libro, Life Against Death: The Psychoanalytical Mean-
ing of History, Nueva York, Viking Press, 1959, la abrevié
LAD.
12
PREFACIO
E ste libro se relaciona con El eclipse de la muerte.
Aquí completo la tarea que inicié, que es sintetizar
las perspectivas científicas y trágicas del hombre. En
El eclipse de la muerte afirmé que el miedo a morir¿
innato y que lo abarca todo, impulsa al hombre a
intentar trascender a la muerte mediante sistemas y
símbolos heroicos culturalmenté constituidos. En este
libro intento mostrar que la necesidad inevitable y
natural del hombre de negar a la muerte y de lograr
una imagen heroica de sí mismo son las raíces de la
maldad humana.
En este libro también completo mi enfrentamiento
con la obra de Otto Rank y mi intento de describir
su importancia para lá ciencia general del hombre.
Desde luego, idealmente estos dos libros deberían leer
se uno después del otro para apreciar el panorama
amplio e integrado que tiene el autor (o que imagina
tener), pero cada uno de estos libros vale por si mis
mo y puede leerse independientemente, sin necesidad
de leer el otro.
En mis libros anteriores intenté bosquejar lo que
podría ser una síntesis de la ciencia deí hombre. Una
de las principales fallas de mis libros, lo advierto aho
ra, era su concepto de organización básico. Creía que
bastaba unirlos por “el principio de conservación de
la autoestimación”; pero como veremos en el capítu
lo V, esto resultó demasiado abstracto, y carecía de
cuerpo, de un contenido energético universal fen la
forma de motivos inflexibles y específicos. Éstos los
13
descubrí en la obra de Rank, en su insistencia en
la dinámica fundamental del miedo a la vida y a la
muerte, en la necesidad del hombre de trascender este
temor con un heroísmo basado en la cultura.
En mis obras anteriores no traté con amplitud la
conducta humana verdaderamente maligna. Este dir
lema me ha atrapado, junto con otros muchos indivi
duos que han tratado de mantener viva la tradición
heredada de la Ilustración de una ciencia del hombre:
cómo reflejar los datos empíricos sobre el hombre, los
datos que muestran la m atura tan terriblemente des
tructora que ha sido durante toda la historia, y sin
embargo aún tiene una ciencia que no es manipula
dora o cínica. Si el hombre es tan malo como parece,
debemos ejercer una coacción para obligarlo a llevar
una vida buena o debemos abandonar la esperanza
de que exista una ciencia del hombre. Éstas parecen
ser las alternativas. Obviamente este problema es
enorme: mostrar que el hombre es verdaderamente
malo en muchas de sus motivaciones, y sin embargo
ir más allá hasta llegar a la posibilidad de una acción
renovadora y sana, una especie de tercera alternativa
que supera a la ciencia burocrática y la desesperación.
Si he tenido éxito en dejar abierta la posibilidad
para esta tercera alternativa, al mirar directamente el
rostro del hombre por primera vez en mi carrera, otras
personas deben decidirlo. Mientras escribía este libro
reuní un montón de fichas con apuntes para este pre
facio, acerca de las cuestiones en las que he cambiado
mucho de opinión, y aquellas en las que mi punto de
vista continúa siendo el mismo, etcétera, pero esto
resultaría redundante; es más fácil para el investiga
dor interesado buscar (si se siente dispuesto a hacerlo)
los errores y las aberraciones, la inevitable historia
del desarrollo personal y el apaciguamiento que caí-
14
racteriza a la llamada carrera científica. Pero si han
cambiado mis opiniones sobre muchas cosas, creo que
este cambio deja intacta la premisa básica de la Ilus
tración, que no podemos abandonar, y seguir llamán
donos científicos: no existe nada en el hombre o en
la naturaleza que nos impida tener cierto dominio
de nuestro destino y volver el mundo un lugar más
sano para nuestros hijos. Esto es seguramente más di
fícil y depende más del azar que lo que una vez
creí; mas quizá puede reforzar nuestra dedicación y
exigir que esforcemos nuestra imaginación. Muchos
hemos sido perezosos o presumidos, otros demasiado
optimistas e ingenuos. El realismo del mundo debe
contribuir a hacernos mejores científicos. Existe una
clara diferencia entre el pesimismo, que no excluye la
esperanza, y el cinismo, que sí lo hace. No advierto
la necesidad, pues, de pedir disculpas por el pesimis
mo relativo de una gran parte de los pensamientos
contenidos en este libro; me parece que son totalmen
te empíricos. Ya que he estado luchando durante doce
años por no aceptar el lado oscuro de la naturaleza
humana, esto difícilmente puede ser un sencillo re
flejo de mi temperamento, de algo con lo que me
siento muy cómodo. Tampoco es sólo un resultado
de nuestra época inquieta, ya que lo han manifestado
los mejores pensadores de diversos temperamentos y
épocas, y por ello creo que se puede afirmar que re
fleja objetivamente la situación universal de la cria
tura que llamamos hombre.
Finalmente, no puedo dejar de dedr que este pro
yecto es demasiado amplio para tratar de aprisionar
lo entre las cubiertas de un libro; tengo la conciencia
dólorosa de que quizá no he tenido éxito en mi em
peño, de que he tratado de abarcar mucho y que he
intentado presentarlo de una manera demasiado sín-
15
tética para que esto pueda resultar bien. Como en
la mayoría de mis trabajos anteriores, he tratado de
ir más allá de mi capacidad y seguramente me he ga
nado la reputación de extravagante. Pero las distin
tas épocas me obsesionan, no me permiten descansar
y no puedo evitar hacer intentos ambiciosos de sínte
sis; si no elegimos una parte de los pensamientos
acumulados, continuaremos nadando sin esperanza en
la abundancia, y muriéndonos de hambre en medio
de ésta. He jugado al azar con la ciencia y con las
letras, pero este juego me parece muy serio y nece
sario.
La investigación para este libro la realicé con la
ayuda de una beca de la Universidad Simón Fraser.
E. B.
Vancouver, 1972
16
I n t r o d u c c ió n
. LA CONDICIÓN HUMANA: ENTRE
EL APETITO Y LA CAPACIDAD
CREADORA
¿Có m o podríamos expresar de la manera más sencilla
algo que pudiera “revelarnos” qué es el hombre, que
nos muestre qué es, qué trata de hacer, y cuál es el
resultado de todo esto? He trabajado en esta cuestión
durante varios años tratando de aclarar las cosas com
plejas, de eliminar los disfraces y lo secundario, tra
tando de destacar las cosas verdaderamente básicas
para el hombre, lo que realmente lo impulsa. Hoy
día advierto que debemos hacer una clara distinción
entre la condición del hombre —su apetito— por una
parte, y su capacidad creadora por la otra.
El hombre es un animal. La finalidad de la mo
derna ciencia activa denominada etologia, estudiada
por Lionel Tiger, Robin Fox, Konrad Lorenz, y otros
muchos, es recordarnos la condición humana básica:
que el hombre ante todo es un animal que se mueve
en un planeta iluminado por el Sol. Cualquier otra
cosa que sea el hombre se basa en esto. El argumento
de estas personas es que ño entenderemos al hombre,
si no empezamos a estudiar su naturaleza animal. Ésta
es una verdad básica. Lo único seguro que sabemos
sobre este planeta es que constituye el escenario' de lá
vida animal, de la vida orgánica, y por lo menos Sa
bernos qué son los organismos y qué tratan de hacer;
17
En su nivel más elemental, el organismo humano,
como el de todos los animales, tiene una boca, un
aparato digestivo, un ano, una piel que lo mantiene
intacto, y miembros para adquirir el alimento. Para
todos los animales la existencia es una lucha constante
por alimentarse, una lucha por devorar a cualquier
otro organismo que puedan colocarse en su boca y
pasárselo a través del gaznate sin ahogarse. Vista en
estos términos absolutos, la vida en este planeta es
un espectáculo sangriento, una pesadilla de ciencia
ficción en la que aparatos digestivos por un extremo
con sus dientes destrozan cualquier tipo de carne que
tengan a su alcance, y por el otro extremo arrojan el
excremento humeante a medida que se mueven en
busca de más carne. Creo que por esto la época de
los dinosaurios ejerce tan extraña fascinación en nos
otros: es una orgía épica de alimentos con actores de
tamaño gigantesco que representan inequívocamente
lo que los organismos se dedican a hacer. Los espíri
tus sensibles han reaccionado con alarma ante el dra
ma elemental de la vida en este planeta, y Darwin
conmocionó tanto a su época (aún nos molesta a nos
otros) porque mostró este drama de aplastar huesos
y beber sangre en todo su aspecto elemental y en su
necesidad: la vida no puede continuar si no se devo
ran mutuamente los organismos. Si al final de la vida
de cada persona le presentaran el espectáculo vivo de
todo lo que ha incorporado orgánicamente para man
tenerse viva, podría sentirse horrorizada de la energía
viva que ha ingerido. El horizonte de un gourmét,,
o hasta el de una persona común y corriente, queda
ría formado por cientos de pollos, hatos de carneros y¡
ovejas, un pequeño rebaño de bueyes, porquerizas lies
ñas de cerdos, y ríos de pescados. El solo clamor sería
ensordecedor. Parafraseando a Elias Canetti, afirma*
J8
remos que cada organismo levanta su cabeza sobre un
montón de cadáveres, le soiiríe al Sol y declara que
la vida es buena. '.
Además del sabroso placer de consumir a otros or
ganismos se encuentra la cálida felicidad de continuar
existiendo, continuar experimentando los estímulos
físicos, percibir las propias pulsaciones interiores y la
musculatura, disfrutar los placeres que transmiten los
nervios. Después de que el organismo se encuentra
harto, lo anterior se convierte en su tarea frenética
que todo lo consume: aferrarse a la vida a cualquier
costo, un costo que puede ser catastrófico para el
hombre. Esta absoluta dedicación al Eros, a la con
servación, es universal para los organismos, y consti
tuye la esencia de la vida en esta Tierra, y debido a
que ésta nos confunde, lo llamamos instinto de con
servación. Para el hombre, según el antropólogo A.
M. Hocart, este anhelo orgánico toma la forma de
una búsqueda de "prosperidad”, la ambición univer
sal de la sociedad humana. La prosperidad significa
sencillamente que se mantenga un elevado nivel de
funcionamiento orgánico, y por ello cualquier cosa
que se opone a esto debe evitarse. En otras palabras,
la busca de la satisfacción del apetito en el hombre
se ha vuelto consciente: es un organismo que sabe que
desea el alimento y sabe qué sucederá si no lo obtiene,
o qué sucederá si lo logra, pero se enferma y no pue
de gozar de sus beneficios. Después de que un animal
advierte que necesita la prosperidad, comprende que
es nociva cualquier cosa que se oponga a esta pros
peridad continua. Así comprendemos cómo el hom
bre ha llegado, universalmente, a considerar las en
fermedades y la muerte los dos males más importan
tes de la condición humana orgánica. Las enfermeda
des destruyen los goces de la prosperidad mientras el
19
individuo se encuentra con vida, y la muerte destruye
definitivamente la prosperidad.
La e x t in c ió n : el tem o r a l a insignificancia
Esto nos enfrenta a la singular paradoja de la condi
ción humana: el hombre desea sobrevivir como lo
hace cualquier animal u organismo primitivo; es im
pulsado por el mismo anhelo de consumir, de conver
tir la energía, y de gozar continuamente de experien
cias; pero el hombre carga un peso que ningún ani
mal puede soportar: tiene conciencia de que su fin
es inevitable, que su estómago desaparecerá.
Esperando nada menos que una prosperidad eter
na, el hombre desde el principio de los tiempos no
ha podido vivir en paz ante la perspectiva de la muer
te. Como afirmé en El eclipse de la muerte, el hom
bre creó símbolos culturales qüe no envejecen ni de
caen para aliviar su temor a su fin último, que le
preocupa mucho, y para tener la esperanza de una
duración indefinida. La cultura le ofrece al hombre
un alter-organismo más durable y poderoso que el que
la naturaleza le ha dado. Por ejemplo, el cielo de los
musulmanes probablemente es una visión más total
e inconsciente de lo que el organismo humano real
mente espera, de lo que el alter-organismo espera
gozar.
Quiero decir que el hombre trasciende a la muerte
por medio de la cultura, no sólo mediante visionés
sencillas (o ingenuas) como hartarse de cordero en Uii
cielo perfumado, lleno de danzarinas, sino de una
manera mucho más compleja y simbólica. El hom
bre no sólo trasciende a la muerte al continuar ali
mentando sus apetitos, sino especialmente encontrán
dole un significado a su vida, un tipo de esquema
20
más amplio en el que él encaje: puede creer que ha
cumplido la voluntad de Dios, o su deber con sus
antepasados o con su familia, o ha logrado algo que
ha enriquecido a la humanidad. Así el hombre ase
gura la expansión dd significado de su vida ante las
limitaciones reales de su cuerpo; el “yo inmortal”
puede tomar fonnas muy espirituales, y la espiritua
lidad no es un simple reflejo del hambre y del temor,
sino una expresión de la voluntad de vivir, un deseo
ardiente de la criatura de ser tomada en cuenta, de ser
importante en este planeta debido a que ha vivido,
ha destacado, ha trabajado, ha sufrido y al fin muere.1
Guando Tolstoi se enfrentó a. la muerte, realmente
sintió angustia por el significado de su vida. Se la
mentó en su Confesión:
¿Qué he logrado en mi vida... Tiene ella algún signi
ficado que no lo destruya la muerte inevitable que me
espera? 2
Éste es el antiguo dilema de la humanidad ante la
muerte, éste es el significado de algo que tiene una
importancia suprema: el hombre realmente no teme
tanto su extinción, sino morir siendo insignificante.
Desea saber que su vida de alguna manera es impor
tante, si no para él, por lo menos en un plan más
amplio, que ha dejado una huella que tiene impor
tancia. Y para que alguien que una vez vivió tenga
importancia, sus efectos deben continuar existiendo
de alguna manera en la eternidad. O, si existe una
contabilidad “final”, “un día del juicio” para juzgar
el paso fugaz del hombre sobre la Tierra, entonces la
1 Rank, ps, pp. 143-145. ,
2 León. Tolstoi, Una confesión, 1883. Londres: Oxford Uni-
vérsity Press, 1961, p. 24.
21
huella de su vida debe tomarse en cuenta en esta con
tabilidad, debe consignarse lo que el hombre fue, y
que hizo algo importante. .
Podemos advertir que la perpetuación del organis
mo es el motivo básico de lo más característico del
hombre: la religión. Como Otto Rank señaló, toda
la religión surge, en última instancia: “no. tanto...
del temor a la muerte natural, sino a la destrucción
fina]”.3 Pero la cultura misma encarna la trascenden
cia de la muerte en una forma o en otra, aunque pa
rezca algo puramente religioso o no. Es muy impor
tante que los investigadores del hombre aclaren esto:
la cultura misma es sagrada, ya que ésta es una “reli
gión” que asegura de alguna manera la perpetuación
de sus miembros. Durante mucho tiempo a los inves
tigadores de la sociedad les ha gustado pensar en tér
minos de los aspectos "sagrados” contra los "profa
nos” de la vida social; pero ha existido una insatisfac
ción continua con esta dicotomía simple, pues no
existe una distinción básica entre lo sagrado y lo pro
fano en las cuestiones simbólicas de los hombres. Tan
pronto como el individuo utiliza símbolos puede lo
grar una trascendencia artificial por medio de la cul
tura. Toda la cultura es creada y él pensamiento le
da un significado, un significado que no proviene de
la naturaleza física. La cultura en este sentido es
“sobrenatural”,- y todas las sistematizaciones de la
cultura finalmente tienen la misma meta: elevar a los
hombres sobre la naturaleza, asegurarles que de algu
na manera sus vidas son importantes en el universo,
más que las cosas físicas.
Hemos llegado a un punto de esta breve introduc
ción en que podemos ver a dónde ños conduce todo
s Rank, bp , p. 208.
^ Ibid., p. 63.
22
esto. El lector seguramente ya ha captado el proble
ma, y ha objetado en su fuero interno que la nega
ción simbólica de la muerte es un inventó de la ima
ginación de los organismos de carne y hueso, que si
el hombre trata de evitar el mal y de asegurar su
prosperidad eterna, está viviendo una fantasía que
no se basa hasta ahora en ninguna evidencia cientí
fica. A lo que yo podría añadir, que esto estaría muy
bien si la fantasía fuera inofensiva. El hecho es que
la trascendencia de sí mismo mediante la cultura no
le ofrece al hombre una solución sencilla y total del
problema de la muerte; el terror a la muerte aún vi
bra bajo la represión- cultural (como afirmé en u n
libro anterior).® Los hombres han llevado el temor
a la muerte a un nivel más alto de perpetuación cul
tural; pero este mismo triunfo anuncia un nuevo
problema ominoso. Ya que los hombres hoy día de
ben aferrarse al concepto de la trascendencia de la
sociedad en que viven, a los símbolos de la inmorta
lidad que les garantizan una duración indefinida de
cierta clase, se crea un nuevo tipo de inestabilidad
y angustia. Y. ésta precisamente es la que se difunde
en los asuntos humanos. Al tratar de evitar el mal
el hombre produce más mal en el mundo que el que
los organismos pueden causar ejercitando sus apa
ratos digestivos. La capacidad creadora del hombre,
más bien que su naturaleza animal, les impone a sus
semejantes un destino'terrenal muy amargo. Ésta es
la principal tesis de mi libro, y en los siguientes ca
pítulos intentaré mostrar exactamente cómo sucede
esto, cómo las esperanzas, y los deseos imposibles han
acumulado el mal en el mundo.
47
primitiva estaba organizada para cierto tipo de pro
ducción de la vida, una técnica ritual de manufactura
de las cosas del mundo que usaba la dimensión invi
sible. El hombre utilizaba su ingenio para llenar su
estómago, para dominar la naturaleza en beneficio
de su organismo; esto sólo es lógico y natural. Pero
esta característica de toda la cultura, de basarse en el
estómago, fácilmente la perdemos de vista. Una razón
es que el hombre jamás se limitó a los alimentos: de
seaba más vida en el más amplio sentido del término,
exactamente lo que podríamos esperar que un orga
nismo deseara si de alguna manera pudiera ingeniarse
para tener conciencia de la vida y de la muerte, y de
la necesidad de continuar teniendo experiencias.22 El
alimento sólo constituye una parte de esta busca.
El hombre rápidamente vio más allá de la mera ne
cesidad física y debió concebir maneras de conquistar
la inmortalidad. Así la simple busca del alimento se
transformó en una búsqueda de la elevación espiri
tual, de la bondad y de la pureza. Todos los elevados
ideales espirituales del hombre eran una continua
ción de la busca original de la fuerza y dé la energía.
Nietzsche fue uno de los primeros filósofos en afirmar
esto vehementemente y conmovió al mundo con su
afirmación: toda la moral es fundamentalmente una
cuestión de fuerza, la fuerza del organismo para con
tinuar existiendo al buscar una pureza sobrehumana.
Está muy bien que el hombre hable de metas espiri
tuales; pero lo que realmente quiere decir es que busca;
hacer méritos para conquistar la eternidad. Desdé
luego, esto también es el desarrollo lógico de las am
biciones orgánicas.
Hocart termina su notable obra Kingship con un
22 Hocart, p m , p. 133.
48
comentario similar sobre la evolución de la espiritua
lidad a partir de una sencilla busca de la vida física:
El cordero sacrificado ya no es el joven animal que en
la fiesta de la Pascua encarna a un dios para fomentar la
abundancia de las cosedlas, sino la expresión de un
símbolo... una suma de inocencia, pureza, nobleza, sa
crificio de sí mismo, redención y divinidad... Sin duda
muchos individuos se sentirán escandalizados ante cual
quier intento de derivar la cura de las almas de los
deseos del estómago... Aun así la nueva generación
puede no encontrar causa para sentirse disgustada, sino
maravillada, por la rapidez con que el hombre, que tan
tarde surgió del bruto, ha avanzado de la conquista de
la materia a la del espíritu.23
Nadie se atrevería a negar las emociones profundas
y espirituales que puede sentir el hombre. Como cria
tura está en armonía con el milagro viviente del cos
mos y responde a ese milagro con una perfección y
una nobleza que son en sí maravillosas. Todo esto
seguramente forma parte de un misterio divino; pero
el paso de ,1a busca del alimento a lo espiritual no es
en sí tan idealista como parece creer Hocart. La con
quista de aspectos espirituales es el ímpetu inicial de
la busca de la pureza; pero muy pocas almas nobles
podrían transmutar esto en una dirección desinteresa
da. Para la mayoría de los hombres la fe en el espíritu
sólo constituye un paso hacia la vida eterna, la ex
tensión exacta del proyecto del estómago orgánico.
Hoy día existe un pequeño debate en ciertos círcu
los antropológicos acerca de las muchas maneras en
que la vida primitiva era superior a la nuestra. El
mismo Lévi-Strauss se ha puesto a favor de los primi-
23 Hocart, K, p. 243.
49
ti vos.24 No deseo analizar el pro y el contra de esto
ni los argumentos sutiles y válidos que han propuesto
ambos bandos, pero nos ayudará a comprender a]
mundo primitivo si estamos de acuerdo con el anti
guo principio antropológico de “la unidad física de la
humanidad”. Esto es, el hombre en todas partes, sin
importar lo exótica que sea su cultura particular, es
básicamente un Homo sapiens común, intercambiable
en su naturaleza y en sus motivos por cualquier otro
ser humano. Todo el movimiento para rehabilitar
al primitivo ha pretendido (desde Hocart hasta Lévi-
Strauss) mostrar que él no es básicamente diferente a
nosotros, y con certeza no es inferior mental ni emo
cionalmente. Bien; habiendo convenido en que el
primitivo no era peor que nosotros, sería conveniente
añadir que no era mejor.
De otra manera, como veremos, no podremos real
mente comprender qué ha sucedido en la historia, si
creemos que el hombre se desarrolló como un animal
diferente; tampoco podremos comprender los proble
mas de la sociedad moderna, si pretendemos que el
hombre moderno es un Homo sapiens totalmente de
generado.
Intento decir que si el hombre moderno parece loco1
por su obsesión por dominar a la naturaleza median-:
te la tecnología, el hombre primitivo no sentía menos:
obsesión por su técnica mística del sacrificio. Después;
de todo, en el estudio moderno de las enfermedades
mentales, hemos aprendido que convertir el cuerpo
en el punto de referencia de todo el cosmos consti
tuye una forma de la locura.25 Es verdad que median-*
te la macrocosmización institucionalizada, el hombre:
primitivo convirtió esto en una manera normal de
24 Lé-vi-Stiauss, El pensamiento salvaje, México, tce , 1964.
25 Becker, El eclipse de la muerte.
50
someterse a los sucesos trascendentales; pero este tipo
de “normalidad” es en sí irreal, e infla al hombre
hasta que toma un tamaño anormal. Por ello estamos
en lo justo al considerar esto contraproducente, y una
desviación de la verdad de la condición humana. El
primitivo no era menos inteligente ni intentaba me
nos la perpetuación. Cuando “consideramos” la his
toria, parece que descubrimos un tipo de hombre más
obsesionado, pero esto sólo sucede porque ya sen
tía obsesión por imponer su dominio y por su hambre
de inmortalidad. Es verdad que el hombre primitivo
era más bueno con la naturaleza, que no la destruía
tanto como nosotros, y que de hecho no parecía ca
paz de nuestro desdén ante la generosidad del mundo
natural. Tendríamos que realizar muchos estudios y
hacer una gran compilación de datos comparativos
para demostrar esta hipótesis, pero creo que si el
hombre primitivo fue más bondadoso con la natura
leza no se debió a que fuera distinta su sensibilidad
ni más altruista con las otras formas vivientes de lo
que somos nosotros. Más bien creo que su técnica
de manipulación era menos destructiva: necesitaba
un árbol, el espíritu de un animal o de una planta,
sacrificar un animal de una especie. Como veremos,
nosotros destruimos cantidades de vida astronómica
mente mayores, pero lo hacemos con el mismo espí
ritu y por las mismas razones básicas. Cuando nos
referimos a cierta cualidad primitiva de “reverencia”
por la vida, debemos ser muy cuidadosos. La actitud
de los primitivos ante los animales que consideraban
sagrados a veces fue más cruel que la nuestra. No
dudaban en sacrificar a aquellos que consideraban sus
benefactores o sus dioses, ni dudaban en matar a sus
jefes o a sus reyes. El principal valor era si esto le
51
producía vida a la comunidad y si el rito lo exigía.26
El hombre siempre ha sacrificado la vida para tener
más vida.
Más exactamente, es probable que el hombre siem
pre trató con consideración y respeto a esas partes del
mundo natural que no dominaba. Tan pronto como
obtuvo poder, disminuyó su respeto por el misterio
de las cosas a las que se enfrentaba. Hocart hace una
notable observación sobre la evolución de la actitud
del hombre ante los animales:
Ya que su superioridad y dominio sobre el resto del
mundo viviente se volvió cada vez más evidente, parece
que el hombre se sintió cada vez más ansioso por des
conocer su relación con los animales, en especial cuando
el culto requería respeto. No existe objeción a que un
animal sea objeto de culto cuando esto no implica res
peto, y sólo es un procedimiento para que el animal
se multiplique. Es muy diferente cuando el rito se con
vierte en un culto, el hombre detesta humillarse ante
un animal.27
Hocart atribuye esto a “la creciente presunción dé]
hombre”, pero podemos considerarlo sólo un produc
to del narcisismo natural. Cada organismo se dedica
a la especialidad de su vida que late dentro de él, j
por su propia perduración está dispuesto a dominai
a todos los demás. El hombre siempre fue presuntuo
so, pero sólo comenzó a mostrar su aspecto destructivo
con el resto de la naturaleza cuando la tecnología
ritual de la producción espiritual de animales fufé
reemplazada por otras tecnologías. El desarrollo de
28 Hocart, K.C, pp. 53-54.
27 Hocart, so, p. 35.
52
la historia es precisamente la épica de la sucesión
de ideologías nuevas y diferentes de la perpetua
ción del organismo, y de las nuevas injusticias y de
la exaltada destructividad del hombre histórico. Vea
mos cómo sucede esto.
II. EL MUNDO PRIMITIVO:
LA ECONOMÍA COMO EXPIACIÓN
Y PODER
A h ora que hemos referido cómo el hombre primi
tivo creaba o contribuía a crear una generosidad
natural, tenemos que considerar qué hizo con esta
generosidad, cómo aplicó su concepto del orden na
tural de las cosas en la vida cotidiana además de rea
lizarlo en el ritual. Cuando reunimos estos dos as
pectos nos ofrecen un panorama muy completo de la
sociedad primitiva, de cómo el hombre vivió durante
largos periodos de la prehistoria.
A menudo sucede que obtenemos nuestros más:
importantes conocimientos de gente extraña a una
materia, y la antropología no es una excepción. Hui-
zinga, al que ya hemos mencionado, es uno de estos
extraños que nos ha ayudado a comprender a la
sociedad primitiva. Norman O. Brown es otro; su
análisis de la economía primitiva literalmente rebosa
conocimientos.1 Lo que vuelve su estudio tan produc
tivo es que en su análisis de los motivos económicos
combinó obras esenciales de la antropología clásica
y del psicoanálisis, a menudo ignoradas, pero su psico
análisis, a diferencia del de Róheim, no es del tipo
dogmático freudiano, y no estudia a la sociedad pri
mitiva para demostrar que Freud tenía razón.2 Todo
1 Biown, LAB.
2 Géza Róheim, Psychoanalysis and Anthropolegy (Nueva
York: International Universities Press, 1969).
54'
el peso del argumento de Brown consiste en mostrar
que la actividad económica en sí, desde el alba de la
sociedad humana hasta la época presente, es sagrada
hasta la médula.3 Ésta no es una actividad racional,
secular, sencillamente destinada a satisfacer las nece
sidades de la supervivencia humana, o, más bien,
nunca lo fue ni nunca lo será. Si fuera así, ¿cómo
explicar el impulso de crear un excedente, desde el
mismo principio de la sociedad hasta el presente?
¿Cómo explicar la voluntad del hombre de renunciar
al placer, de negarse a sí mismo para producir más
allá de su capacidad de consumo? ¿Por qué la gente
trabaja tan arduamente para crear bienes inútiles
cuando tiene bastante para comer? Sabemos que los
primitivos acumulaban grandes cantidades de alimen
tos y otros bienes, a menudo sólo para destruirlos en
forma ceremonial, exactamente como continuamos
haciéndolo. Sabemos que muchos de sus artículos de
comercio preferidos, como los trozos de ámbar, eran
enteramente superfluos; que muchas de sus más va
liosas posesiones económicas creadas con una labor
ardua eran prácticamente inútiles; por ejemplo, la
gran hacha ceremonial de los trobriand [Nueva Gui
nea], Finalmente sabemos que históricamente esta
creación de bienes inútiles quedó fuera de control y
nos condujo a la presente situación: vivimos inmersos
en un horizonte de basura contaminada, acosados
por la injusticia social y por la opresión de razas y
dases; los ricos y los pobres lo codician todo, luchan,
se atropellan, y no saben cómo llegaron a esta con
dición abismal ni qué significa. Ahora veamos el que
probablemente es uno de los capítulos más vitales
para comprender al hombre.
3 Brown, ia d , p . 261.
55
La e c o n o m ía com o expiació n
¿Cuál era la actividad “económica" más característica
dé la sociedad primitiva? Marcel Mauss la reveló hace
medio siglo en su famoso estudio The Gift (El rega
lo).- Allí mostró, a través de ejemplos de muchas y
diversas sociedades, que el ofrecer regalos entre los
grupos y los individuos era el corazón del sistema
social arcaico. En el nivel primitivo advertimos sin
duda que la vida social es un diálogo continuo de
regalos que se dan y que se reciben.
Para el observador con conocimientos antropológi
cos esto era sencillamente maravilloso: los bienes eran
compartidos y regalados libremente. Los hombres
observaban el principio de la reciprocidad social y
respetaban al pie de la letra las obligaciones sociales.
Cuando había alimentos, éstos eran para todos. El
cazador que cobraba una pieza la distribuía con or
gullo, y a menudo se quedaba con la parte menos
deseable del animal. Como afirma Brown, éste fue
el centro de la verdad del mito del comunismo primi
tivo. Si alguien tenía algo que uno deseaba, uno lo
pedía y lo recibía; pero a menudo este continuo dar
regalos y recibirlos, les pareció algo perverso a los;
observadores occidentales. Un nativo podía trabajar
arduamente en un puesto comercial para ganarse una
camisa, y cuando regresaba una semana más tarde
alguien podía estarla usando. Los occidentales sólo
podían creer que esto representaba una falta de res;
ponsabilidad básica, una especie de simpleza. Esto
resulta muy ajeno a nuestra filosofía de "lo mío es
mío, y lo tuyo es tuyo”. O más alarmantemente, ios
misioneros podían descubrir que los nativos llegaban
a su choza y sencillamente tomaban valiosos cuchi*
4 Marcel Mauss, The Gift (Glencoe: The Free Press, 1954).
56
[los, armas de fuego, vestidos, etcétera, sin siquiera
dar las gracias, como si pensaran que estos artículos
se los habían traído a ellos.
Cómo podían los comerciantes, los misioneros, y los
administradores comprender algo que a menudo elu
de a los mismos antropólogos: que el hombre primi
tivo no actuaba basándose en los principios económi
cos. que el proceso de libre dar y recibir estaba em
potrado en una cosmología más importante y más
grande; ya que el hombre blanco había destruido a
los antiguos dioses nativos y los había reemplazado,
debía dar libremente, como lo hacían sus dioses. La
vida primitiva estaba totalmente inmersa en la deuda,
en la obligación con los poderes invisibles, con los
antepasados, con las almas de los muertos. En parte
el grupo vivía extrayendo sus fuerzas de los muertos.
A diferencia de nosotros, los primitivos conocían la
verdad de la relación del hombre con la naturaleza:
ésta regalaba libremente y era generosa con el hom
bre; por este milagro se sentían muy agradecidos y
obligados, y les daban algo a cambio a los dioses de
la naturaleza. Cualquier cosa que se recibía era un
regalo, y para mantener el equilibrio se debía regalar
algo a cambio: regalarse los unos a los otros, y hacer
ofrendas a los espíritus. Los dioses existían para re
cibir regalos. Esto nos ayuda a comprender por qué
la sociedad primitiva nos parece tan “masoquista”
por su deseo de sumisión a la naturaleza y a los espí
ritus de los muertos: descubrió la fórmula perfecta
para mantener las cosas en equilibrio:
En la conciencia arcaica existía un sentimiento de
deuda junto con la ilusión de que ésta podía pagarse;
los dioses existían para que pudiera pagarse la deuda.
Por ello la economía arcaica se encontraba empotrada
57
en la religión, lim itada por el marco religioso y míti
gada por el consuelo de la religión, sobre todo, de 1;
eliminación de la deuda y la culpa.5
Esto explica también lo que. intrigaba a los pensa
dores desde que empezaron a estudiar al hombre..
¿Por qué los nativos no se limitaron a vivir en el
“paraíso” primitivo? ¿Por qué no pudo el hombre
sencillamente descansar y aprovechar la generosidad!
de la naturaleza? ¿Por qué se sentía impulsado desde
el principio a crear un excedente que superaba las
necesidades humanas básicas? La respuesta es que en
hombre primitivo producía un excedente económico’,
con el fin de tener algo para regalar a los dioses. El
excedente se ofrendaba a los dioses que controlaban
en primer término toda la economía de la naturaleza¡
Por ello el hombre necesitaba dar precisamente para
mantenerse inmerso en la cosmología de la deuda y
de la expiación. La destrucción ceremonial de grandes
cantidades de alimentos preciosos era exactamente
esto: una ceremonia, un acto religioso. La fabricas
ción laboriosa de amuletos o la búsqueda peligrosa
de objetos raros, como los dientes del cachalote, re*
presentaba el esfuerzo por lograr lo más vital que co
nocía el hombre: mantener el ciclo del poder que
se movía del mundo invisible al visible. Cuando el
hombre da: “la corriente de la vida continúa flu-,
yendo”, como lo expresó bellamente Van der Leeuw
en su clásico estudio sobre las ideas primitivas.® Para
comprender esto debemos abandonar nuestras nocio
nes de lo que es regalar. Esto no es un soborna
que nos hace un extraño y que sencillamente desea;
‘‘quedar bien”, ni es el presente de un ser amado que
6 Brown, l a d , p. 271.
* Van der Leeuw, Fenomenología de la religión, capítulo'50;
58
desea hacer méritos o un regalo desinteresado para
agradarnos.
La eco no m ía com o poder
En primer lugar, para el primitivo regalar era una
parte de la corriente de la generosidad de la natura
leza. Hoy día mucha gente cree que el primitivo veía
al mundo bajo el aspecto del milagro y del pavor
más que nosotros, y por ello apreciaba las cosas ele
mentales más que nosotros. Para capturar de nuevo
esta manera de considerar la naturaleza los modernos
generalmente tenemos que sufrir un derrumbe de
nuestras ideas y lograr el renacimiento de la percep
ción ingenua. Por ejemplo, cuando a Hamann le
preguntaron qué significaba el cristianismo, respon
dió que era la busca de la esencia del pan y del vino.
Pero nosotros no necesitamos idealizar a los primiti
vos (aunque esto sea cierto o no) para comprender
su evaluación de la generosidad de la naturaleza. Ya
vimos que el principal motivo orgánico era la per
petuación. Es lógico que cuando ésta se convierte en
un problema consciente en el nivel de hombre, él
naturalmente tiende a evaluar mucho las cosas que
le dan poder para perdurar, y que tienen la energía
del Sol y que ofrecen calor y vida. La comida es un
elemento sagrado porque ofrece el poder de la vida.
El sacrificio original siempre consiste en alimento,
porque es lo que se desea de los dioses como la base
gara la vida. ‘‘El pan nuestro de cada día dánoslo
hoy.. Además, si el álimento contiene poder, siem
pre es algo .más, algo superior a lo físico: tiene una
misteriosa esencia interior o espíritu. La leche es
la esencia de la vaca, los dientes del tiburón son la
esencia de la vitalidad y del instinto homicida del
59
tiburón, etcétera. Por eso cuando el hombre primi
tivo regalaba estas cosas, no ofrecía algo muerto, ui
mero objeto, como nos parece a nosotros, sino ui
trozo de vida, de espíritu, y hasta una parte de s,
mismo, porque él se encontraba inmerso en la co
rriente de la vida. Los regalos tenían el poder de
maná, la fuerza de la vida sobrenatural.
Esto constituye el vínculo y le permite a la corrien
te fluir entre el individuo que da el regalo y el que 1c
recibe: dar algo y luego recibir otro regalo manden!
el movimiento, mantiene el ciclo del poder. Debemoi;
entender las fiestas donde se hacían muchos regalos
y se destruían grandes cantidades de alimentos come
el flujo eterno del poder en la amplia corriente de ll
vida que era generado por el mayor gasto posible
El hombre deseaba que la corriente fluyera con li
mayor generosidad posible.7 Resultaba difícil distin
guir quién daba y quién recibía, ya que todos erar
bañados por el poder del movimiento; todo el mundo
participaba de los poderes que se encontraban abier
tos a todos: al que regalaba, a la comunidad y a lo
dioses. “Te doy poder para que puedas tener poder,
Cuanto más des, tanto más recibirá todo el mundo.
Este sentimiento de gasto como poder no es ex.
traño a los hombres modernos. Deseamos mantene»
en movimiento nuestros bienes con la misma dedica*
ción obsesiva: autos, refrigeradores, casas, dinero,
Creemos que existe riqueza y fuerza en el mundo si
la economía se mueve, si hay un frenesí de compra,
y de venta en la bolsa de valores, y actividad en los
bancos. Esto no sucede sólo porque. el movimiento
de bienes hace que se acumule dinero en el banco;
sino que realmente refleja, según creo, el sentimiento
de confianza y de seguridad en que los poderes ti®
i Ibid., p. 356.
60
icos de la libre empresa seguirán funcionando para
tosotros mientras continuemos comprando, -vendiendo
; moviendo los bienes. Los soviéticos están experi-
nentando lo mismo: un sentimiento de regocijo y de
;elebración en el movimiento de producción y de con-
umo de los bienes. Gomo el primitivo, el hombre
noderno cree que sólo puede prosperar si muestra
¡que ya tiene poder. Desde luego, por su unidimen-
íionalidad ésta es una caricatura de las fiestas primi
tivas en las que se hacían muchos regalos, como lo
£s la mayor parte de la ideología moderna del poder;
ho tiene, una base en el mundo invisible, ni se hace
¡para honrar a los dioses. El hombre primitivo les
hacía ofrendas a los dioses. Hocart considera que el
origen del comercio se halla en el hecho de que un
grupo haga ofrendas a los dioses de sus parientes y
viceversa. Esto conduce al intercambio de mercancías
entre grupos distintos, y en esto advertimos el motivo
directo de la creación de un excedente para el inter
cambio. El intercambio de ofrendas fue una especie
de competencia, que consistía en demostrar quién
podía ofrecer más a los dioses de sus parientes. Pode
mos advertir para qué le servía esto a la persona:
ofrecerle una competencia en la que podía salir vic
toriosa si sus ofrendas de excedentes superaban a las
del otro dan. En pocas palabras, le otorgaba el he
roísmo cósmico, la distinción de ofrecer el máximo
poder natural en beneficio de todos. Él era un héroe
tío sólo para los dioses, sino también para los hom
bres. Conquistaba el honor social, “el derecho de
álardear”.s Él era un hombre "poderoso”. Por ello,
podernos advertir en la donación de regalos y en las
fiestas en que se hacían muchos presentes la conti
nuación del triunfo del cazador, pero hoy día se hace
8 Hocart, lgm , pp. 102-103. . .
61
creando y distribuyendo nuestro propio excedente
acumulado. Róheim muy adecuadamente llama a este
estado de cosas “capitalismo narcisísta”: la ecuación
de la riqueza con el poder mágico.9 Por ello, este
excedente aparentemente inútil, peligrosa y ardua»
mente acumulado, tiene la más alta utilidad en tér
minos de poder. El hombre, el animal que sabe que
no se encuentra seguro aquí, que necesita una afir
mación continua de sus poderes, es el animal qué
implacablemente se siente impulsado a trabajar des
pués de que ha satisfecho sus necesidades animales,
precisamente porque no es un animal seguro. El ori
gen del impulso humano es religioso, porque el
hombre experimenta su condición humana. La acu
mulación del excedente, pues,, va hasta el mismo co
razón de la motivación humana, a la necesidad de
sobresalir como un héroe, de trascender las limita
ciones de la condición humana y de lograr una vic
toria sobre la impotencia y la finitud.
Veremos, como afirma Brown, que en el estricto
sentido utilitario como entendemos el término, el
“trabajo” primitivo no puede denominarse económi
co. Por ejemplo, la “propiedad común” y la “em
presa colectiva” de la cual una persona es “soda” no
están de acuerdo con la multidimensionalidad del
mundo primitivo. El hombre primitivo trabajaba
para poder ganar una competencia en la que se ha
cían ofrendas a los dioses; conseguía un mérito espi
ritual con su trabajo. Supongo que el calvinismo pri
mitivo fue un eco de esta actuación para los hombres
y para los dioses, pero sin el continuo regalar, sin la
redistribución de los bienes más preciosos. “El hom
bre grande” en la sociedad primitiva era el que daba
s Géza Ji.0h.eim, “La evolucióa de la cultura”, International
Journal of Psychoanalysis, 1934, 15: p. 401.
62
lo máximo, y que no guardaba nada para él. A veces
un jefe aun podía ofrecer su vida para apaciguar a un
bando injuriado en una disputa. A menudo su papel
consistía sólo en ser un vehículo para que fluyera
suavemente la vida dé la tribu. (La semejanza con
el calvinismo histórico termina abruptamente con este
tipo de acción por conseguir méritos espirituales.)
Esto revela un hecho muy importante de la vida so
cial: el hombre primitivo se encontraba inmerso en
una red de obligaciones sociales por razones psico
lógicas. Justamente como afirmó Rank, el hombre
debió tener un motivo psicológico importante para
pertenecer al grupo, pues de otra manera no habría
sido un animal que viviera en comunidad. O, como
afirmó Brown, al que le gusta llamar al pan pan:
“El hombre ingresó a la organización social para com
partir la culpa. La organización social... es una es
tructura de culpas compartidas... una confesión
mutua y simbólica de la culpa.” 10 Por ello podemos
comprender de golpe por qué la economía primitiva
era inexorablemente sagrada, comunal y al mismo
tiempo se encontraba motivada psicológicamente.
La naturaleza de l a culpa
Este tipo de panorama corre el riesgo de colocar al
hombre primitivo más allá de nuestra comprensión,
aunque parece que explica lógicamente lo que hacía.
El problema se encuentra en el motivo básico: el sen
timiento de culpa. A menos que sepamos exactamente
qué es éste, lo que significa esta experiencia, no en
tenderemos la naturaleza sagrada de la economía pri
mitiva. Aun podemos preferir nuestro “hombre eco
10 Brown, l a jj , p. 269.
63
nómico” sin ilusiones a los primitivos “dignos de
lástima”, y este resultado desvirtúa totalmente la tesis
de Brown, pero él mismo es culpable en cierta me
dida. En parte se inspiró en Níetzsche y en Freud, y
el desprecio de éstos del sentimiento de culpa por ser
debilidad parece ser un problema para él. Lo que es
más grave, el mismo Brown admite que no tiene una
teoría de la naturaleza del sentimiento de culpa
(“cualquiera que sea la explicáción básica del senti
miento de cu lp a...")11 aunque basa toda su argu
mentación en éste. Cuando ofrece una explicación
convierte el sentimiento de culpa en un sencillo re
flejo de la represión del placer, algo por lo que ya
había criticado con razón a Freud al discutir el pro
blema de la fase anal: “La represión del placer pleno;
en el presente inevitablemente produce agresión con
tra ios antepasados que por cariño imponen la repre
sión. La agresión contra los individuos a los que simul
táneamente se ama, causa sentimientos de culpa.” 12
Esta explicación del sentimiento de culpa proviene
del psicoanálisis: el niño en su deseo ilimitado de
gratificación no puede dejar de sentir amor por los
que le corresponden; al mismo tiempo, cuando inevi
tablemente lo frustran por su propio bien, el niño no
puede evitar sentir odio e impulsos destructivos hacia
ellos, lo que lo pone en un compromiso imposible..
El compromiso es un tipo de sentimiento de culpa,
pero sólo constituye un aspecto del compromiso total
de la vida que integra e] peso inmenso de la culpa
en la psique humana.*
11 Ibid., p. 268.
12 Ibid.
* Aquí me veo obligado a repetir lo que lie escrito en otra
parte sobre el sentimiento de culpa, parcialmente porque és
esencial paTa comprender al primitivo, y en parte porque, como,
Brown, estoy dialogando conmigo mismo.
64
El sentimiento de culpa resulta tan difícil de ana
lizas porque en sí es "mudo”. Constituye la experien
cia de sentirse obstruido, limitado, trascendido, sin
saber por qué. Ésta es la experiencia peculiar de un
organismo que puede comprender muchas cosas, pero
que no es capaz de actuar en relación con ellas. El
hombre experimenta esto especialmente como un sen
timiento del pavor aplastante de las cosas y su des
amparo ante ellas. Este sentimiento de culpa real
en parte explica la voluntad de someterse a la cultu
ra; después de todo, el mundo del hombre es aún
más deslumbrante y milagroso en su riqueza que el
pavor de la naturaleza. También, la dependencia
proviene naturalmente de las experiencias básicas de
ser alimentado y cuidado; ésta es una respuesta lógica
al altruismo social. En especial cuando uno se encuen
tra enfermo o herido cree que las fuerzas de la salud
provienen del sistema cultural subordinado a los ins
trumentos, a las medicinas y a las habilidades perso
nales conquistadas con grandes trabajos. Es lógico
asumir una actitud de gratitud humilde ante las fuer
zas que sostienen la vida. Vemos esto muy claramente
en el aprendizaje y en el desarrollo de los niños.
Otra razón de que el sentimiento de culpa sea tan
difuso es que constituye muchas cosas diferentes: exis
ten muchos compromisos distintos en la vida. El
hombre puede sentirse comprometido con su propio
desarrollo, puede creer que no tiene todo lo que de-
hería haber logrado. Puede sentirse comprometido
con su cuerpo, que es el sentimiento de culpa de la
fase anal: sentirse ligado y condenado por los propios
apéndices y orificios físicos. El hombre también siente
culpa porque ocupa un lugar en el espacio y produce
efectos involuntarios sobre los demás. Por ejemplo,
cuando lastimamos sin intención a alguien, sólo por
65
ser lo que somos o por seguir nuestros deseos y ape
titos naturales, sin mencionar cuando lastimamos fí
sicamente a los otros por accidente o descuido. Desde
luego, esto forma parte del sentimiento de culpa por
nuestro cuerpo, que tiene efectos que no deseamos
en nuestro yo interior. Usando la feliz frase de Rank,
diremos que experimentamos sentimientos de culpa
por ser un objeto “que crea el destino”.13 Nos senti
mos, culpables por lo que pesa sobre nosotros, un
peso que sentimos que es más de lo que podemos
soportar. Por eso nuestra esposa y nuestros hijos son
un peso de culpa, porque no podemos prever y ma
nejar todos los accidentes, enfermedades, etcétera, que,
les suceden. Nos sentimos limitados y agobiados, y
no podemos vernos libres de cuidados y ser tan ex
pansivos como nos gustaría, pues el mundo es dema
siado para nosotros.14
Si tenemos sentimientos de culpa cuando no hemos
desarrollado nuestro potencial, también sentiremos
un compromiso por desarrollarnos demasiado. Nues
tra singularidad se convierte en un peso; sobresalimos
demasiado y no podemos manejar las cosas con se
guridad. El sentimiento de culpa se relaciona con la
misma evolución. El hombre se encuentra en el “filo”
de la evolución. Es un animal cuyo desarrollo no se
encuentra prefigurado por los instintos, y por ello
puede convertirse en lo que desea. Esto significa lite
ralmente que la persona se encuentra de alguna ma
nera “adelante de sí misma” sencillamente por ser
humana y no animal. No es extraño que, casi univer
salmente, la gente en la sociedad le tenga miedo "al
13 Ranlc, wt, p. 87.
14 Cf. la discusión sobre las "ambigüedades de la vida” de
Paul Tillích en Systematic Theology (Chicago: University oí
Chicago Press, 1963), yol. 3.
66
nial de ojo”: esto expresa una reacción natural y an
tigua de volverse demasiado prominente y destacarse
demasiado del medio ambiente. Entre los judíos, por
ejemplo, cada vez que alguien hace una observación
favorable sobre la salud y los logros de un ser que
rido, inmediatamente después hace la siguiente invo
cación: líein Ayin-Hara (que te salves del mal de ojo).
Es decir, "que tu buena fortuna y tu prominencia no
se vean arruinadas por ser demasiado conspicuo”. Al
gunos hombres logran una intensidad de individua
lización por la que sobresalen tanto que casi cada día
se exponen insoportablemente, pero aun la persona
común y corriente en cualquier sociedad es más indi
vidual que lo que puede ser cualquier animal. El
testimonio de esto es el rostro humano, la expresión
animal más individualizada en la naturaleza. Los ros
tros nos fascinan precisamente porque son únicos, por
que sobresalen de la naturaleza y de la evolución
como la expresión más plenamente desarrollada de
las pujantes fuerzas vitales por la intensidad dé' su
realización. No comprendemos por qué las fuerzas
vitales se individualizan de esta manera, ni qué fin
persiguen. Pero claramente sabemos que es algo per
sonal, porque tenemos nuestras cabezas y nuestras ca
ras como testimonio y como un peso del sentimiento
de culpa. Podríamos decir que el desarrollo de la
vida es el peso de nuestra propia vida.
Insisto en estos pensamientos ontológicos por una
muy buena razón: nos indican lo que nos molesta tan
profundamente. Si la cara del hombre es la parte de
la naturaleza más individual, y si sobresalir resulta
un peso para él, porque esto encarna el filo de la
evolución y el hombre ya no se siente seguramente
protegido en el medio ambiente de la naturaleza, en
tonces es peligroso tener cabeza. Creo que la huma-
67
nielad siempre ha reconocido esto implícitamente, en
especial en los niveles primitivos de la experiencia.
Y A. J. Levin tiene razón cuando afirma que en
la sociedad "es un crimen tener cabeza”. Las socie
dades históricamente no han tolerado mucho la in
dividualización, en especial en los niveles primitivos.
Levin puede tener razón cuando añade que ésta es la
explicación m^s sencilla de la cacería de cabezas.15
Bien, puede no haber una explicación para la exten
dida pasión por la cacería de cabezas;16 pero proba
blemente lo fundamental que tienen en común las
distintas formas de la cacería de cabezas, es que la
cabeza se considera un trofeo precisamente porque
constituye la parte más personal, la que sobresale
más prominentemente en la naturaleza. En cierto
sentido también la cacería de cabezas puede ser una
manera de proyectar en los otros nuestro sentimiento
de culpa por destacamos demasiado. Por ello las ca
bezas se consideran chivos expiatorios para expiar el
sentimiento de culpa. Es como si dijéramos: “Esto te
enseñará a no destacarte tan escandalosamente.” Ad
vertimos algo de esto en las sociedades en las que se
practicaba la decapitación como castigo, y las cabezas
decapitadas se exhibían públicamente. Ésta fue una
destrucción de la individualidad en su aspecto más
intenso, y por ello una vindicación del conjunto de
caras de la comunidad cuyas leyes habían sido tras
gredidas. Si extendemos estos pensamientos un paso
más allá podremos comprender una idea psicoanalí-
tica básica que en otra forma parecería ridicula: “A
15 A. J. Levin, “La ficción del instinto de la muerte”, Psy-
chiatric Quarterly, 1951, 25: p. 269.
16 Cf. H. Ií. Tumey-High, Primitive War: Its Practice and
Goncepts (Columbia: Úniversity of South Carolina Press, 1971),
pp. 196-204.
68
los ojos de la cultura, vivir es un crimen.” 17 En otras
palabras, vivir es destacarse, ir más allá de los límites
seguros, cortejar el peligro, ser el locus de la posibi
lidad de desastre para el grupo.
Si tomamos en consideración todo esto podremos
encontrar más aceptable y comprensible lo que Brown
da a entender cuando afirma que la organización so
cial fue una estructura de la culpa compartida, una
confesión mutua y simbólica de esto. La humanidad
tiene tantas cosas que la comprometen que sencílla-
mente no puede soportarlas a menos que las expíe
de alguna manera. La persona no puede soportar su
propio surgimiento y las muchas maneras en que
su organismo es frustrado silenciosamente desde den
tro, y trascendido desde fuera. La persona literalmen
te puede ser derribada y arrojada al viento o corroída
en su interior por la angustia cruel si no se protege
con algo. Por esto la principal característica general
del sentimiento de culpa es que debe compartirse: el
hombre solo no puede soportarlo. Esto es precisá-
mente lo que Brown quiere decir cuando afirma:
“El hombre arcaico regala porque desea perder; la
psicología es... el sacrificio de sí mismo . Lo que
desea el que da es perder su sentimiento de culpa.” 18
O, metafóricamente, “en el regalo se reconoce la com
pleja dependencia de la madre, y luego se supera
siendo maternal con los otros”.19 En otras palabras,
la sociedad es una dramatización de la dependencia
y un ejercicio de la seguridad mutua que realiza el
único animal en la evolución que debió inventar una
17 Levin, “La ficción del instinto de la muerte”, p. 268, que
amplia una idea de The Magic Cloak, de J. C. Moloney (Wafce-
field, Mass.; Montrose Press, 1949), p. 213.
18 Brown, l a d , pp. 265-266.
i» Ibid.., p. 280.
69
manera para tranquilizarse y tranquilizar a la natu
raleza. Podemos concluir que los primitivos eran más
sinceros acerca de estas cosas (el sentimiento de culpa
y la deuda) porque eran más realistas acerca de la
desesperada situación del hombre frente a la natura
leza. El primitivo empotraba su vida social en una
matriz sagrada no necesariamente porque fuera más
miedoso o masoquista que los hombres de las épocas
posteriores, sino porque advirtió la realidad más cla
ramente en algunos aspectos básicos.20
Después de reconocer esto debemos tener mucho
cuidado de no darle demasiada importancia: el grupo
que vive impulsado por el sentimiento de culpa no
es totalmente humilde ni desea anularse. Como vi
mos en nuestra consideración de dar regalos, no sólo
la expiación, sino la afirmación ruidosa del poder
son los impulsos primarios que se encuentran tras
esto. Si el sentimiento de culpa es la experiencia de
temor y de desamparo, entonces sumergirse en un
grupo es una manera de eliminar esto activamente:
sólo los grupos pueden crear grandes excedentes, pue
den generar un poder desmedido en forma de grandes
cosechas, capturar muchos animales peligrosos, manu
facturar artículos espléndidos y complicados basán
dose en técnicas complejas, etcétera. Desde el prin
cipio de los tiempos el grupo ha representado una
gran fuerza, una gran victoria, mucha vida.
El h er o ísm o y e l a r r epe n t im ie n t o : los dos aspec
tos DEL HOMBRE
Si consideramos ambos lados del cuadro del senti
miento de culpa, podemos advertir que el primitivo
20 Cf. Van der Leeuw, Religión, vol. 2, pp. 463 ss.
70
se asigna las dos cosas que necesita más el hombre:
la experiencia del prestigio y del poder que trans
forma al hombre en héroe, y la experiencia de expia
ción que lo libra del sentimiento de cíilpa de ser
humano. El complejo del regalo se encarga superla
tivamente de estos dos aspectos. El hombre trabaja
por acumular un excedente económico de algún tipo
para tener algo para regalar. En otras palabras, al
mismo tiempo logra el heroísmo y la expiación, como
el hijo respetuoso que trae a su casa su salario y lo
pone en el cofre de la familia. Sobresale de la natu
raleza y se protege en ella con el mismo gesto, un
gesto de heroísmo y expiación. El hombre necesita
el amor propio más que cualquier otra cosa; desea
ser un héroe cósmico, contribuir con sus energías
nada menos que a la grandeza y al placer de los
mismos dioses. Al mismo tiempo esto representa el
peligro de inflarlo hasta que toma proporciones que
no puede soportar. Llega a parecerse demasiado a los
mismos dioses y debe renunciar a este peligroso po
der. No hacerlo así es perder el equilibrio, cometer
el gran pecado de hubris como lo entendían los grie
gos. Hubris significa olvidar dónde se encuentra la
fuente real del poder e imaginar que se halla en
uno.21
110
V. LAS NUEVAS FORMAS HISTÓRICAS
DEL PODER DE LA INMORTALIDAD
La historia en sí no es nada sino psico
logía aplicada. Por ello debemos buscar
la psicología teórica para que. nos ofrezca
una pista que nos lleve a su verdadera
^interpretación.
K a rl L a m f r e c h t 1
152
VIL LA DINÁMICA BÁSICA DE LA
. MALDAD HUMANA
Todos nuestros problemas humanos, con
. sus intolerables sufrimientos, surgen de las
tentativas incesantes del hom bre de trans-
• form ar este m undo m aterial en u n a rea
lidad hecha por el hom bre. . . dirigida
a lograr en la T ierra una "perfección”
que sólo puede encontrarse en el más
a llá ... que por consiguiente confunde
sin esperanza los valores de ambas esferas.
O tt o .R a I ík .1