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LA PIEL Y LA MARCA

ACERCA DE LAS AUTOLESIONES

DAVID LE BRETON

EDITORIAL

Colección Fichas para el Siglo XXI


Serie Futuro Imperfecto
INTRODUCCIÓN

RECURRIR AL CUERPO EN UNA SITUACIÓN


DE SUFRIMIENTO

Aproximar la muerte tan cerca cuanto se pueda soportar. Sin aflojar. . . si es


necesario incluso desmayando . � si es necesario, incluso muriendo
. .

G. Bataille, Le Coupable

Este libro se me ha impuesto, a mi pesar, en el cruce de Conductas


de Riesgo y de Signes d'identité, 1 es decir de dos investigaciones: una
sobre las conductas de riesgo de las j óvenes generaciones, y la otra sobre
la moda contemporánea en relación a las marcas del cuerpo {tatuajes,
piercings . . . ). Me conmovió la importancia de las heridas corporales que
los jóvenes en estado de sufrimiento2 se infligen con total lucidez. Espe­
cialmente porque no se trata aquí de comportamientos relacionados con
"la locura" , como se suele decir para desembarazarse de comportamien­
tos insólitos, sino de una forma particular de luchar contra el malestar
de vivir. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres, perfectamente inser­
tos en el seno del lazo social, recurren a esto como una forma de regu­
lar sus tensiones. Nadie podría suponer sus comportamientos. O que
atravesaran por esa situación en un momento doloroso de su historia.
En general, nunca se lo han contado a nadie, experimentando un senti­
miento de vergüenza por haber vivido tal experiencia. Las lastimaduras
corporales (incisiones, rasguños, escarificaciones, quemaduras, lacera­
ciones, etc.) son el último recurso para luchar contra el sufrimiento
(como las conductas de riesgo, pero en otro plano) , remiten a un uso de
la piel que también implica un signo de identidad, pero bajo la forma
de heridas.

1 N. del T.: Signos de identidad.


2 N. del T.: "En souffrance" tiene un doble significado: en estado de sufrimiento
Y t ambién se refiere a un paquete que no ha sido reclamado en el correo, o algo
que ha quedado en suspenso, pendiente.

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En mi experiencia personal, he observado que estas heridas delibera'­
das preocupan profundamente, mucho más que las conductas de riesgo
de las generaciones jóvenes, que sin embargo alientan la hipótesis nada
insignificante de morir. A la inversa, una persona que se corta está lejos de
poner su existencia en peligro. Pero la incisión corporal deliberada golpea
las conciencias porque testimonia una serie de transgresiones insoporta­
bles para nuestras sociedades occidentales. Agrediéndose así, el individuo
rompe la sacralidad social del cuerpo. La piel es una barrera infranqueable
para no provocar el horror. Así mismo, es impensable que cualquiera se
lastime con total conciencia sin que se lo incluya en la locura, el masoquis­
mo o la perversidad. Hacer correr la sangre es otra transgresión prohibida,
dado que, para muchos de nuestros contemporáneos, su sola vista provoca
desmayos o espanto. Yendo más lejos, herirse es un juego simbólico con la
muerte en tanto imita el asesinato de uno mismo, el juego con el dolor, la
sangre, la mutilación.
La herida corporal deliberada, pero manteniéndose al margen de la
mutilación, es el hilo conductor de esta obra. La experiencia en los límites
analizada aquí obliga a pensar al hombre más allá de una intención inge­
nua de felicidad, de una autorrealización, lejos de especulaciones; por lo
contrario, nos confronta con la demanda brutal al dolor o a la muerte
para existir. El hombre no es un ser razonable o racional, va a lo peor con
total lucidez, y puede ser el único que no se da cuenta que pone su vida
en peligro, que se inflige heridas en la memoria o en el cuerpo que perma­
necerán indelebles. Incluso en la vida cotidiana se mezclan la ambivalen­
cia, la incertidumbre, la confusión, atajos que a menudo son los únicos
que todavía pueden tomarse mientras que los demás caminos se alejan.
Puede ser que el hombre pierda la posibilidad de elegir sus recursos y que,
temporalmente, entre en una zona de turbulencia donde su existencia se
tensa en el filo de la navaja. Se vuelve víctima de su inconsciente, de aque­
llo que se le escapa de sus comportamientos pero ya no responde a una
coherencia social o personal. A menudo, para seguir existiendo, le hace
falta j ugar con la hipótesis de su propia muerte, infligirse una prueba indi­
vidual, hacerse mal para tener menos mal en otra parte. La tarea es de una
antropología paradoja! como la de Georges Bataillé cuando hablaba en su
juventud de una filosofía paradoja! (Surya, 1 992, 6 1 0) . Son más bien las
lógicas de la humanidad (las antropo-lógicas) , las que aquí se ponen en

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juego. Es importante comprenderlas para entender por qué, en situacio­
nes de gran sufrimiento, el cuerpo deviene como un último recurso para
no desaparecer. Por propia naturaleza, nada de lo humano es ajeno a la
antropología, ciencia del hombre por excelencia.
El enfrentamiento con los límites que aquí nos interesa en ningún caso
es la voluntad disimulada de perecer, por lo contrario, es una voluntad de
mantenerse vivo, de despojarse de la muerte que se pega en la piel para
salvar su piel. Por supuesto, hay una ambivalencia. La búsqueda de uno
mismo toma caminos tortuosos. Para darse a luz, a menudo hace falta
correr el riesgo de perderse, no por elección, sino por una necesidad inte­
rior, porque el sufrimiento o la falta de ser lo atormentan y lo separan de
la existencia. En los comportamientos analizados aquí, se trata trampear
con la muerte o con el dolor para producir significados para uso personal,
para reinsertarse en el mundo. Pero es necesario no temer quemarse. A
menudo es esperando lo peor, que se puede acceder a una versión más
aliviada de uno mismo.
Si el enraizamiento en la existencia no está apoyado en las suficientes
ganas de vivir, sólo queda capturar furtivamente el sentido poniéndose
en peligro o en situaciones difíciles para encontrar por fin los límites que
faltan y, sobre todo, probar la legitimidad personal. Cuando la existencia
ya no está garantizada por los auspicios del sentido y del valor, el indivi­
duo dispone entonces de un último recurso tomando prestados espacios
poco frecuentados con el riesgo de perecer. Arrojándose contra el mundo,
lacerándose o quemándose la piel, busca autoafirmarse; pone a prueba su
existencia, su valor personal. Si el camino del sentido ya no está marca­
do frente a él, la confrontación con el mundo se impone por medio de
la invención de ritos íntimos de contrabando. Por el sacrificio de una
porción de sí en el dolor, la sangre, el individuo se esfuerza por salvar lo
esencial. Infligiéndose un dolor controlado, lucha contra un sufrimiento
i n finitamente más pesado. Salvar el bosque implica sacrificar una parte.
Así es la parte del fuego.
Aquí se expresa una idea antropológica fundamental, en el consen­
ti miento para despojarse de un fragmento de sí para continuar existien­
do. Se trata de pagar el precio del sufrimiento para tratar de liberarse, de
satisfacer una demanda abrumadora, pero que permite escapar del horror.
Las incisiones corporales son una forma de sacrificio. El individuo acep-

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ta separarse de una parte de sí para salvar toda su existencia. El reto. es
no morir. Son las heridas de la identidad, las tentativas de acceder a uno
mismo desafiando lo peor.
Mi trabajo de investigación a menudo me ha dado la sensación de un
lienzo donde cada obra es un hilo, un avance sobre una línea divisoria
que inscribe su necesidad antes que otro la lleve más lejos todavía. Del
cuerpo maltratado del mundo contemporáneo a las conductas de riesgo,
de las marcas corporales al dolor, estamos siempre en el mismo registro
de un sentimiento de identidad difícil de cristalizar, de un debate interior
que toma al cuerpo como rehén y es una especie de materia prima de la
difícil fabricación de uno mismo. Analizo de este modo las conductas
de riesgo de los jóvenes como formas de resistencia, maneras dolorosas
y torpes de incluirse en el mundo, de recuperar el control, de reparar
el sentido para existir. Signes d 'identité (Le Breton, 2002) recuerda que
las marcas corporales (piercings, 3 tatuajes, brandings, 4 etc.) son también
una manera de capturar las marcas simbólicas con el mundo. Aquí la
lesión corporal (incisión, quemadura, laceración, etc.) es una forma de
control de uno mismo para aquel o aquella que ha perdido la posibilidad
de elegir los medios y no dispone de otros recursos para mantenerse en
el mundo. Es entonces, de algún modo, una forma de "autocuración"
(Hewitt, 1 997) .
Le incisión5 deliberadamente infligida es un medio para escapar al
sufrimiento y de dar un paso hacia otro yo más propicio. Inventa un refu­
gio provisorio permitiendo retomar el aliento. Haciendo una fractura en sí
mismo, el individuo invoca otra presencia en el mundo, espera expulsarse
de sí, devenir por fin un otro y redefinirse de un modo más duradero.
De ningún modo es un acto ciego. Sin destacar la reflexión, no carece de

3 N. del T.: Piercing, del inglés "perforar". Práctica de perforar el cuerpo para
insertar aros u otras piezas de joyería.
4 N. del T.: Brandinges una técnica de escarificación del cuerpo que consiste en
quemar, escarar o lastimar partes de la piel para hacer dibujos con las cicatrices
de la herida, como un tatuaje sin tinta.
5 La incisión es la forma más corriente de las lastimaduras corporales
deliberadas, sobre todo en las generaciones jóvenes que son el punto de partida
de esta investigación. A menudo hablaré de incisión sobreentendiendo las otras
lastimaduras. Precisaré la naturaleza de la alteración cada vez que sea necesario.

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lógica aunque corte j ustamente con las maneras habituales del individuo.
De hecho no es irreflexivo aunque participe de un impulso. Descarga una
tensión, una angustia que ya no permite elegir los medios para liberar­
se. Pero a menudo se inscribe permaneciendo bajo la forma de un ritual
privado. Me refiero a los comportamientos habituales del individuo que
escapan a la vida cotidiana pero cuya significación subjetiva no por ello es
menos eminente.
Las agresiones corporales traducen un entramado de significados que
sólo echan luz sobre la historia del individuo, sobre las circunstancias que
preceden al acto. Las incisiones, las escarificaciones, las escoriaciones, las
raspaduras superficiales o profundas, los rasguños, las quemaduras de
cigarrillos, son a menudo hechas en el antebrazo o la muñeca izquierdos,
lugares del cuerpo fácilmente más accesibles, inmediatamente visibles y
que recuerdan entonces el control ejercido sobre uno mismo. A menudo
se hacen sobre el vientre o las piernas, con objetos que se encuentran al
alcance de la mano; instrumentos elegidos cuidadosamente y preciosa­
mente conservados si la autoagresión se inscribe en una repetición bien
organizada: máquina de afeitar, bisturí, cuchillo, tijeras, trozo de vidrio,
chinche, compás, clips . . . Para la población que aquí nos interesa, salvo
por los rasguños y raspaduras, pero "superficiales" , incluso cabellos arran­
cados, siempre es evitado el rostro en tanto que principio de identidad,
lugar importante de la sacralidad personal y social. La intención no es
borrarse del lazo social sino justamente purificarse de un sufrimiento para
retornar. Cuando es atacado el rostro, el pronóstico es más grave. El indi­
viduo empieza a perder el equilibrio y corta los puentes detrás de él.
Las autoagresiones al cuerpo pueden empezar muy tempranamente.
Diferentes trabajos muestran la "normalidad" de los movimientos "autoa­
gresivos" en la primera infancia: morderse, rasparse, pincharse, arrancar­
se costras, rasguñarse hasta sangrar, golpearse la cabeza, tirarse al piso.
Shentoub y Soulairac observan esto en niños de 9 meses a 2 años, con
una frecuencia máxima de entre 12 y 1 8 meses. Estos comportamientos
se inscriben en una trama relacional y satisfacen una exploración de sí
mismos y del entorno mientras se protegen de una tensión personal. Parti­
cipan de la formación del Yo y afectan sobre todo a niños hiperactivos,
sobre todo a los varones (Shentoub, Soulairac, 1 96 1 , 1 20) . El niño no
siempre percibe la consecuencia de su acto, ni ha aprendido plenamente

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su necesidad de descarga. Estas formas de autoagresiones son corrientes,.
pero disminuyen alrededor de los 2 años.
A medida que elabora el esquema corporal el niño abandona los
comportamientos asociados al dolor, aprende a evitar lastimarse. Si persis­
te, su acción está entonces orientada y dosificada en función del bene­
ficio secundario que obtiene. De este modo, las situaciones cargadas de
ansiedad o de cólera lo llevan a intentar llamar la atención de su madre o
de personas cercanas lastimándose. Si percibe el terror que induce en sus
padres, se instaura una relación perversa, volviendo a los demás rehenes
de su deseo. Ya de una forma precoz, la lesión corporal es un lenguaje,
una forma de ejercer presión sobre el entorno y de controlar las tensiones
interiores. En otras circunstancias también es el índice de un sufrimiento
aplastante. En situaciones de carencias afectivas graves, René Spitz ( 1 965)
observó en los niños comportamientos autoagresivos como golpearse la
cabeza, golpearse con los puños, morderse, arrancarse los cabellos, etc. A
menudo la muerte espera al final del camino si las situaciones de carencia
permanecen. Pero no hablaremos aquí de los niños, que requieren otro
análisis.
El estudio de los autoagresiones corporales deliberadas se considera
más avanzado en los EEUU, donde se han escrito importantes obras sobre
este tema (Hewitt, 1 997; Babiker, Arnold, 1 997; Smith, Cox, Saradjian,
1 998; Ross, Me Kay, 1 979; Kettlewell, 1 999) . Se han evaluado a tres millo­
nes de mujeres norteamericanas de todas las edades, que han pasado con
regularidad al acto con hojas de afeitar, trozos de vidrio, cuchillos, despe­
llejándose, quemándose, etc. En Francia, faltan las cifras, hay pocos textos
y fuentes de referencia, salvo de manera anexa, evocando otras formas
de sufrimiento, sobre todo en adolescentes (Corraza, 1 976; Pommereau,
1 997, 200 1 ; Marcelli, Braconier, 2000; Scharbasch, 1 986) , o en la lite­
ratura referida a la prisión (Frigon, 200 1 ; Gonin, 1 99 1 ) . En los EEUU
el tema es tratado sin moralismo, suscita menos susto y repulsión que en
nuestras sociedades europeas donde el respeto por la integridad corporal
se mantiene como un valor fundamental. El puritanismo norteamerica­
no, la reivindicación de los derechos personales, lleva a tratar sin reparos
un sufrimiento que, en la vieja Europa, permanece contaminado de una
transgresión intolerable. Las mujeres norteamericanas usan corrientemen­
te sus cuerpos como una superficie de protección de su malestar de vivir,

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pero una parte de los adolescentes y de las mujeres adultas europeas recu­
rren a esto igualmente, sin encontrar el mismo eco en la clínica o en la
reflexión antropológica. También es cierto que su número es menor. Los
no rteamericanos ponen en marcha programas de atención para las muje­
res en quienes las heridas autoinfligidas se vuelven una adicción. Si bien
los psiquiatras estadounidenses clasifican bien las autoagresiones corpo­
rales en un síndrome reconocible, todavía quedan en nuestra sociedad
anomalías poco estudiadas en sus especificidades.
Las incisiones corporales deliberadas, en el contexto de nuestras socie­
dades contemporáneas, componen la trama de esta obra. Si me detengo
un momento sobre las marcas corporales ligadas a los ritos de pasaje de
las sociedades tradicionales, es sobre todo para demostrar en qué, en nues­
t ras sociedades de individuos, aunque esté involucrado el cuerpo es mejor
hablar de ritos íntimos de contrabando, de ritos personales, privados. Se
trata de evitar el lugar común que consiste en decir que un joven impli­
cado en las conductas de riesgo o en autoagresiones corporales repetidas,
vive "una especie" de rito de pasaje o, a la inversa, que su comportamien­
to solamente es provocado por su ausencia en nuestras sociedades. Las
antropo-lógicas son más ambivalentes, más ricas de sentido, y es impor­
tante comprenderlas sin remitirlas a clichés.
Las prácticas ritualizadas y públicas de las agresiones deliberadas al
cuerpo son comunes en muchas sociedades humanas, más allá de los ritos
de pasaje donde son tradicionales {capítulo 1 ) . Así, todavía hoy en Fili­
pinas, durante la semana santa, hay hombres que piden ser crucificados.
Patrick Vandermeersch {2002) describe las flagelaciones que tienen lugar
en el norte de España, en San Vicente de la Sonsierra, en especial el jueves
y el viernes de semana santa. Allí también hay hombres que se flagelan
la espalda con largas trenzas de lino hasta producirse hematomas. "Cada
penitente tiene un acompañante que lo monitorea, lo incita o calma según
el caso, para que pueda entrar en trance, pero lo presiona a golpearse más
fuerte si flaquea. De hecho, se trata de evitar cualquier crueldad inútil.
Hace falta golpearse rápido y fuerte, llegar rápidamente al estado donde la
es p alda esté suficientemente magullada para recibir los pinchazos que van
a liberar al penitente" (p. 1 8) . Las disciplinas han marcado hace mucho
ti em po a las instituciones monásticas cristianas. No abordaré este uso del
dol or o de las alteraciones corporales porque excede la preocupación que

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anima esta obra de comprender cómo un sufrimiento individual encuen­
tra en un acto singular una salida provisoria. La tradición cristiana está
lejos de tener el monopolio del uso ritualizado del dolor y de las alteracio­
nes corporales como expresión de la devoción. Encontramos un principio
cercano en el Islam chiita. Las heridas por aflicción son comunes en los ritos
fúnebres de ciertas sociedades donde se araña, se corta la piel, se arrancan
los cabellos . . . Ciertas prácticas devocionales, en especial en el hinduismo,
requieren también de los místicos una voluntad para franquear los límites
de la carne {Roux, 1 988). La lista sería innumerable. Limitaré mi estudio
únicamente a los Occidentales que se inscriben en el lado difícil de la
preocupación del ser de nuestras sociedades, a los hombres y mujeres que
no temen lesionar sus cuerpos.6 La tarea es comprender, no j uzgar.
El cuerpo es para el hombre el primer lugar del asombro de ser uno
mismo. La condición humana es corporal, pero la relación con la encar­
nación nunca está del todo resuelta. El bello film de Marina de Van, Dans
ma peau, 1 confronta la inquietante extrañeza de estar apegado a una carne.
Muchas tomas de la película testimonian este proceso de alejamiento y
simultáneamente de retorno a sí mismo por la herida, vale decir el regreso
a la piel, el recuerdo de la interioridad materializada por la sangre o el
dolor. Esther es una mujer joven que ofrece todas las apariencias de una
feliz integración a la sociedad, posee una buena situación y vive con un
hombre que la ama. Un evento reabrirá una llaga de la infancia, una fragi­
lidad de la que no sabemos nada. Una tarde, durante una fiesta, mientras
atraviesa una construcción, se lastima seriamente la pierna, pero no se
da cuenta hasta más tarde. Esta confrontación inesperada con la carne, y
entonces consigo misma, la lleva de pronto fuera de los caminos trillados.
Se apasiona con sus llagas, las aviva otra vez, se crea otras, encontrando allí
consuelo a quién sabe qué desborde. Su compañero, muy normalizador,

6 Abandonaré la cuestión del masoquismo como una forma del erotismo lúdi­
co donde a menudo el dolor es utilizado como un ingrediente del placer bajo
la forma de incisiones, quemaduras, golpes o de "torturas" respondiendo a una
demanda explícita o aceptada en el marco de un contrato moral con su pareja
(Poutrian, 2003). Las heridas corporales evocadas en esta obra están en las antí­
podas, se inscriben en un contexto de sufrimiento personal, o una búsqueda de
autocontrol durante las performances o actos de artistas del Body Art.
7 N del T. "En mi piel" o "Dentro de mi piel" .

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no comprende su tranquila deriva. El mundo se desliza fuera de ella. Vivir
ya no le alcanza, no está más en la sensación de realidad, busca sentirse
existir pero pagando el precio. La descubrimos entonces borderline, sobre
el filo de la hoja de afeitar de una realidad que lentamente se le escapa, no
dejándole otros pliegues que su cuerpo al que se adhiere desesperadamente
rallándolo, haciéndolo sangrar, incluso devorándolo. Cuando pierde los
límites del mundo, los busca en su cuerpo, lacerando su piel, haciendo
correr la sangre. Esther abandona el lazo social, incluso le cuesta restaurar
la menor relación con los demás, refugiada en una habitación de hotel
donde celebra ritos sangrantes con su cuerpo, termina por lacerarse el
rostro, despedida simbólica del mundo que trasunta entonces la gravedad
de su estado. En las últimas tomas del film, ella está congelada, catatónica,
sobre una cama.
A la inversa de la joven mujer del film de Marina de Van, donde el
derrotero doloroso es sin retorno, los individuos de los que trata este libro
no son psicóticos, no ignoran cuánto sus hábitos perturban, molestan e
incluso repelen a los demás. Pero la escisión de su sufrimiento tiene ese
p recio. Más allá de los actos de ofensa a su cuerpo, llevan una vida perso­
nal que apenas se distingue de la de los demás. Para seguir existiendo,
para luchar contra el desorden, recurren a un medio que, sin dudas, no es
el mejor a los ojos de los demás, pero es lo único que funciona para ellos
(capítulo 1 ) . En las prisiones donde abundan estos comportamientos, lo
que importa es oponerse al embotamiento de los sentidos, al sufrimien­
to de la separación de los seres queridos, al sentimiento de inj usticia, al
desgaste del tiempo, al ocultamiento del cuerpo. Son actos circunstan­
ciales que permiten luchar contra el sufrimiento. En principio, cuando el
preso recobra la libertad paran inmediatamente (capítulo 2) .
En cuanto a los artistas, empujan su voluntad hasta un extremo en
que atentan contra sus cuerpos. Siguen una necesidad interior de crea­
ción, con total lucidez de lo que les cuesta. Analizaremos de este modo
las performances del body art, especialmente aquellas de Bob Flanagan
o de Gina Pane que ponen en escena la alteración corporal. Trataremos
de comprender la lógica que anima a aquellos que en nuestras sociedades
o c cidentales contemporáneas inventan ritos que exigen tener sangre fría,
como colgarse de ganchos fijados bajo la piel en búsqueda de "visiones" .
Ni los unos ni los otros están enfermos, al contrario, desean vivir más. Su

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desesperado deseo de vivir los conduce a los límites de la condición huma­
na, con el doloroso deseo de "reventar la opacidad de su piel que lo separa
del mundo", como escribió Arthur Adamov.8
He utilizado numerosos testimonios recogidos durante la investiga­
ción en torno del tatuaje y del piercing durante los cuales los individuos
evocaron prácticas de heridas deliberadas, me encontré con ellos, he
reanudado el diálogo con los piercers, con los artistas, los performers. En lo
que concierne a las generaciones jóvenes, ya conocía de larga data nume­
rosos testimonios porque el campo de las conductas de riesgo de los jóve­
nes se me ha vuelto familiar hace muchos años. Pude discutir sobre este
tema con distintos profesionales: trabajadores sociales, psicólogos, médi­
cos, directores de instituciones, etc. Les agradezco a todos por su ayuda.
Mi reconocimiento está dirigido sobre todo a quienes me acompañaron
en el curso de esta reflexión, a Thierry Goguel d'Allondans (IFCAAD),
Claudine Sutter (IFCAAD), Denis Jeffrey (Université Laval du Québec),
Hakima Aft El Cadi (Université Marc Bloch de Strasbourg), Sylvie
Frigon (Université d'Otawa), Constantin Zaharia (Université de Buca­
rest), Christian Michel (Université Marc Bloch de Strasbourg), Hnina
Tuil, Frarn¡:ois Chobeaux (CEMEA), Crass (Tribal Touch, Strasbourg),
Esté (Tribal Touch, Strasbourg), Lucas Zpira (Weird Faktory-Body Art,
Avignon), Anne-Dominique Moussay, Gérard Arnoult, Lydia Mazzoletti,
Dominique Guillien, Alain Heiny, Marieke Romain. Agradezco por su
ayuda a Meryem Sellani, Espéranze Delvaux, Perrine Labrux, estudian­
tes de Sociología en la Universidad Marc Bloch de Strasbourg, que han
reflexionado conmigo acerca de estas prácticas y han realizado una serie de
entrevistas con las personas que atentan contra su cuerpo de una forma u
otra. También quiero hacer un reconocimiento especial a Thierry Goguel
d'Allondans, Christian Michel, Carmen Ziegler y Hnina Tuil por haber
releído el manuscrito.

8 Arthur Adamov,je . . . ils , París, Gallimard, p. 27.


. . .

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CAPÍTULO 1

LA INCISIÓN EN LA CARNE:
MARCAS Y DOLORES PARA EXISTIR

Es cierto que la vida h umana está hecha de dos partes heterogéneas, que
nunca se unen. Una sensata, cuyo sentido está dado por propósitos útiles,
en consecuencia subordinados: es la parte que se muestra en la conciencia.
La otra es soberana: ocasionalmente, seforma a favor de un desorden de la
primera, es oscura, o más bien, si es clara, es encegueced.ora; de cualquier
manera, ella escapa a la conciencia.
George Bataille, L'Erotisme

Los juegos de identidad

El Yo que funda la relación con el mundo nos parece asegurado, irre­


futable, pero nada es más vulnerable, nada está más amenazado por la
mirada de los otros o por los eventos de la historia personal. No esta­
mos inmutablemente encerrados en nosotros mismos como dentro de
una fortaleza sólidamente guardada. La identidad personal nunca es una
entidad, no está encerrada, se trama siempre con lo inacabado. El mundo
en nosotros y el mundo fuera de nosotros no existen más que a través de
las significaciones que no cesamos de proyectar a su encuentro. El senti­
miento de ser uno, único, sólido, con los pies sobre la tierra, no es más
que una ficción personal que los demás deben sostener con más o menos
b uena voluntad. Ciertamente, si fuera demasiado flojo, inconsistente, la
existencia será imposible. La identidad no es substancial sino relacional.
Es u n sentimiento. El Yo es el ensamble de los discursos vitales que el indi­
vi d uo es susceptible de sostener acerca de sí mismo. Un instrumento que
se esfuerza en poner conciencia en un teatro de sombras, que responde a
l a cuestión de la imagen de sí mismo, pero que a menudo es ciego para los
caracteres que saltan a la vista de los demás.
El hombre no cesa nunca de nacer y sus condiciones de existencia lo
ca mbian al mismo tiempo que él influye sobre ellas. Los movimientos que

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animan el sentimiento de sí mismo no existen sino estrechamente ligados
a los movimientos de la sociedad. Sobre todo en las sociedades contenl.­
poráneas sujetas a un reciclaje permanente, exigiendo a sus miembros a
remodelar sin respiro sus investimentos, sus valores, sus relaciones con los
otros y con el mundo. El sentimiento de identidad se ha vuelto modular,
fluido, sin enraizamiento profundo, sujeto a la moda. Además, se renueva
según las circunstancias inherentes a la condición humana: un encuentro,
el nacimiento de un niño, un accidente, un duelo, una separación, una
decepción, etc. Un individuo crispado en una identidad inflexible, hoy día
sería barrido por los datos cambiantes de su entorno.
En principio, la identidad es un movimiento hacia lo idéntico, en el
sentido que lo esencial de uno mismo permanece en el tiempo, donde el
individuo se reconoce de una época a la otra. Pero también es flexible en
la medida que los eventos mellan o mejoran la autoestima, obligando a
cambios bruscos de valor, etc. La puesta en juego de las reservas de sentido
y de los valores propios para afrontar lo inédito en uno y alrededor de uno
es sin duda un dato antropológico elemental, porque más que nunca, en
la obsolescencia del mundo en que vivimos, es la cualidad que se exige de
los individuos. Una trama móvil de valores, de representaciones, de mode­
los, de roles, de afectos, orienta los proyectos y da las bases del sentido de
identidad construyendo una historia propia. Un "espectro de identidad"
(M'Uzan, 1 972) , por una parte consciente, pero escapando a cualquier
lucidez por lo esencial, traduce una relación con el mundo, un estilo de
presencia, una afectividad en acto, un sistema más o menos coherente de
valores y de señales. Pero esta trama siempre está abierta en relación a los
demás o a los acontecimientos.
Más allá de la impresión de ser uno mismo y de controlar su existen­
cia, se extiende un universo pulsional que nunca descansa y que ignora
al tiempo, dijo Freud. Las circunstancias pueden en cualquier instante
despertar el eco, recordar las cicatrices de la memoria. Lo que permanece,
la estructura durable, asegura el sentimiento de la continuidad de uno
mismo, restaura líneas afectivas modeladas en la infancia, en la historia de
vida. Así los eventos se anudan en un campo de fuerza y orientan larga­
mente la existencia, incluso aunque sea posible modificar el impacto para
lo mejor o para lo peor. Ciertos hilos de la historia parecen irrompibles y
siempre la vida gira alrededor de ellos, mientras que otros se desgastan o se

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ro mpen y permiten liberarse de sucesos dolorosos. El hombre está hecho
de in numerables laberintos que se entreveran en él, nunca tiene acceso a
su verdad, sino a su dispersión en las mil situaciones donde se encuentre.
Está siempre en una búsqueda de sí mismo de una forma propicia o dolo­
rosa , coherente o caótica, por lo tanto nunca abandona el orden del senti­
do . Permanentemente encarna una trama de lógicas múltiples donde las
cl aves se le escapan, pero nunca desespera mientras tengan sentido para él.
La adolescencia, más que otras edades de la existencia, se caracteriza
p la fluctuación de la autoestima. En esta etapa donde se trata de obte­
or
n er una nueva imagen yendo más allá de las viejas identificaciones de la
infancia, el joven está en búsqueda de sí mismo. Para algunos, el derrotero
es tanto más difícil cuanto las bases narcisistas estén fallando. El despertar
del deseo, la interrogación de lo femenino y lo masculino, la entrada en la
sexualidad, en este momento son percibidos como peligros que amenazan
la integridad difícilmente elaborada del Yo. El delicado pasaje a la edad
adulta se efectúa con la herencia estructural de la infancia, revive las fragi­
lidades y las fortalezas.
Si las heridas autoinfligidas afectan mayormente a los jóvenes, es
porque en el momento de la adolescencia, el cuerpo se transforma profun­
damente en su forma y sus funciones. A la vez ineluctable, raíz identitaria,
se asusta simultáneamente por sus cambios, las responsabilidades que lo
implican con los demás. Es una amenaza para el Yo. Por lo tanto, el cuer­
po es una adscripción al mundo, la única permanencia tangible, el único
medio de tomar posesión de su existencia. A la vez amado y detestado,
encarna un medio de expresión simbólica que se traduce algunas veces por
una búsqueda de originalidad en el peinado, las ropas, las marcas corpo­
rales (piercings, tatuajes, etc.) o un estilo diferenciado de relacionarse con
el mundo.
El joven sobreactúa lo que pretende ser, lo muestra en exceso en este
pasaje a la edad adulta que lo deja despojado. Escucha desde el principio
un discurso sobre sí mismo a través de la apariencia física que exhibe. Su
cu erpo es la única marca estable, aunque sea necesario conj urar la inquie­
tu d de los cambios que sufre, porque está en los fundamentos de la iden­
tidad y persiste allí donde el entorno aparece cargado de miedo e imprevi­
sibilidad. Esta incertidumbre conlleva, en contrapartida, una voluntad de
do m inio. El discurso recurrente de los jóvenes después de un tatuaje o un

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piercingdiciendo que ellos se han "reapropiado" de su cuerpo testifica con
claridad su necesidad de un desvío simbólico para acceder al sentimiento
de identidad. Para el adolescente, el cuerpo es el campo de batalla de su
identidad en vías de constituirse. Los ataques contra él están dirigidos a
hacerle la piel, vale decir, a cambiarlo.
Si bien son numerosos los que atentan contra su cuerpo para cambiar
la imagen, los adolescentes no tienen el monopolio de esta cirugía del
sentido. Cuando el hombre o la mujer están luchando por vivir, pueden
volverse contra sí mismos para encontrar al fin sus marcas haciendo la
parte del fuego. Lo que ellos abandonan para existir retorna luego como
potencia. Lo que es válido para los adolescentes es válido también para
aquellos que, varios años después de la adolescencia, continúan cortando
sus cuerpos. Para cualquier hombre, su cuerpo es el rostro de lo que él
es. Quien no se reconoce en su existencia puede actuar sobre su piel para
cincelarla de otra manera. El cuerpo es una materia de identidad. Accionar
sobre él viene a modificar el ángulo de la relación con el mundo. Tallar la
carne, es tallar una imagen de sí mismo aceptable por fin, remodelando la
forma. La profundidad de la piel no tiene fin para fabricar la identidad.

La piel

La piel encierra al cuerpo, los límites de uno mismo, establece la fronte­


ra entre el adentro y el afuera de manera viviente, porosa, porque también
es una apertura al mundo, memoria viva. Envuelve y encarna a la persona
distinguiéndola de las otras. Su textura, su color, su tez, sus cicatrices, sus
particularidades (lunares, etc.) dibujan un paisaje único. Conserva, como
un archivo, las marcas de la historia individual como un palimpsesto del
cual sólo el individuo tiene la clave: marcas de quemaduras, de heridas,
de operaciones, de vacunas, de fracturas, signos grabados, etc. A tal punto
que las marcas agregadas deliberadamente pueden funcionar como signos
de identidad desplegados sobre uno: tatuajes, piercings, implantes, escari­
ficaciones, burnings . . . La superficie presentada a los otros está sostenida
detrás de la escena por eventos de la vida, heridas o defensas identitarias.
La piel es una barrera, un envoltorio narcisista que protege del posible
caos del mundo. Puerta que se abre o se cierra a voluntad pero a menu­
do también sin saberlo. Es una pantalla donde se proyecta una identi-

20
d ad soñada, como en el tatuaje, el piercing, o los innumerables modos de
ta en escena de la apariencia que registran nuestras sociedades. O, a
p u es
"1 i nve rsa, una identidad insoportable de la que uno desea despojarse y en
la cual las heridas corporales autoinfligidas son el índice. "La piel, escribió
l)i dier Anzieu ( 1 98 5 , 95) provee al aparato psíquico las representaciones
cons titucionales del Yo y de sus principales funciones." Es una instan­
cia de mantenimiento del psiquismo, vale decir del enraizamiento de la
ide ntidad dentro de una carne que individualiza. La piel ejerce así una
función de contención, es decir de amortiguar las tensiones que vienen
ranto de afuera como de adentro. Instancia de frontera que protege de
las agresiones exteriores y de las tensiones íntimas, otorga sobre todo al
i n dividuo el sentimiento de los límites de significado que lo autorizan a
s e ntirse sostenido por su existenc�a y no presa del caos o de la vulnerabili­
dad. La relación con el mundo de todo hombre es entonces una cuestión
de p iel, y de solidez de la función de contención. Estar mal en su piel 1
implica a menudo la remodelación de la superficie de uno mismo para
hacer una piel nueva donde hallarse mejor. Las marcas corporales son más
bien mojones de identidad, maneras de inscribir los límites directamente
en la piel, y no solamente en la metáfora.

La piel es doblemente el órgano del contacto. Si en principio condi­


ciona el tacto, mide también la calidad de la relación con los otros. Habla­
mm naturalmente de un buen o un mal contacto. La piel es el sismógrafo

de Ja historia personal. Es el lugar del pasaje del sentido en la relación con


el mundo. La psicosomática de la piel, o mejor aún, la fisiosemántica (Le
Breton, 1 990) muestra que las afecciones cutáneas son enfermedades de
la falta de contacto. Las madres de los niños afectados por eccemas son
poco pródigas en contactos cutáneos (Montagu. 1 979, 1 5 5). El eccema
i nfant il viene a obturar las lagunas de contac to piel a piel. El niño asume él
mi smo su envoltura cutánea pero, de manera ambigua, al mismo tiempo
manifiesta su falta de ser y satisface las estimulaciones que le faltan. En la
am b ivalencia, traduce su voluntad de cambiar de piel, sus síntomas son
un a ll amada simbólica en dirección de la madre para despertar su aten­
ció n y motivar su afecto. Pero simultáneamente, volviéndose "repulsivos",
so n un reproche a su abandono. El niño envía un pedido inconsciente a

1 N. del T. Etre mal dans sa peau literalmente "estar mal en su piel'', significa
l'star a
disgusto, con infelicidad, incómodo.

21
su madre para ser tocado. Simuldneamente, su eccema es u n a m a nera
tortuosa de experimentar por sí mismo esa envoltura corporal que el Otr6
no toca con suficiente amor y co n fi a nza . " Los espacios i n te r i o res y cxtd..
riores habladn del intercambio piel a p iel materno filial o p o r el contrari(¡
de los maltratos, los olvidos, los rechazos. Las destellos maternales soA
terribles. Colpean en la piel que los recuerda: en el acné, tatuajes, granos,
h u medad , m aquil l a j e , pe rmanecen las inscripciones . . . Las h u ell as de los
padres sobre uno mismo permanecen indelebles pero se matizan con el
tiempo, desvaneciéndose a voluntad de las autoreparaciones establecidas"
(Papetti-Tissero n , 1996, 18).
La piel es una mem o r i a viviente de las carencias de la infancia, poste­
rior a los eventos penosos vividos por el individuo. 1 ,os problemas crónicos
o circunstanciales a menudo dan granos, en sentido real o figurado, una
crisis de eccema, de pso r i asis o d e urticaria. A f-lor de piel se lec entonces
la edad moral del individuo. La irritación interior f-lorece sobre la pantalla
cud.nea. Si bien la piel no es m;Ís que una supcrf-icie, es la profundidad
f-igurada de uno mismo, encarna la int erioridad, Tocíndola, tocamos al
sujeto en sentido propio y en sen tido f-ig urado.
I.a piel es una superf-icie de inscripción de sentido. "El Yo, escribió
Freud, deriva en última instancia de las sensaciones corporales, principal­
mente de aquellas que tienen su origen en la superf-icie del cuerpo. Pode­
mos considerarlo como la proyección me11ral de la superf-icie del cuerpo¡
m;Ís aún, considerarlo¡ . . . l como representant l' de la supnf-icie del aparatd
psíquico" (Freud, J l)8 I, 2.)8). Didier Anzieu hizo el enlace entre las do �
instancias y habla del "Yo-Piel" Este último como "represent allte psíquicq
que emerge de los j uegos entre el cuerpo del 11i1-10 y L'I cuerpo de la madre '
como así también de las respuestas apo rtadas por la madre a Lis sensacio
nes y emociones del bebé, respuestas gestuales'.'' vocales" ( A nzi rn , 1985
100). La experirncia ulterior del mundo consolida o debilita los dato
según los eventos personales encontrados. 1 .a piel es el eterno ctmpo dl
batalla entre uno y el otro, y sobre todo, el otro e11 11no.
Las auroa gre s iones corporales, si son repetidas, forman una "envol ru
ra de sufrimirnto" que resuhlccc una fi111cil'lll deficiente de la insercil'> �
rn el mundo. A Edra de un invcstimenro atl:ctivo suf-icie11rc en la infancia
por med io de u11a reciprocidad tangible co11 los nLÍs cercanos afrctiva�
ll l l'll tl' , el i1 1dividuo queda l'll Edra, e11 su.-,¡ll'mo de sí mismo . " Resu l t a d
1
en u na fluctuación incesante de sus procesos identificatorios que enton­
ces a menudo privilegian el recurso a procesos y procedimientos iniciá­

ricos singulares entre los cuales el sufrimiento, en particular del cuerpo,


riene un lugar de elección" (Enriquez, 1 984, 1 79) . El cuerpo que no ha
sido sentido como experiencia de placer queda fuera de sí mismo, separa­
do, y sólo a través de un dolor controlado puede devenir signo de identi­
dad, emblema de uno mismo. La piel no es más la frontera propicia para
reg ular los intercambios de sentido. El dolor y la marca cutánea refundan
d contorno de uno mismo, reanudando una frontera a seguir, entre el
afuera y el adentro, ocluyendo las brechas. La envoltura de sufrimiento es
d p recio a pagar para asegurar la continuidad de uno mismo. En ningún
caso se trata de masoquismo porque el esfuerzo no está puesto en gozar
si n o más bien en sufrir y asegurarse de ese modo una existencia que de
otro modo sería demasiado incierta. Tentativa de "restituir la función
del yo-piel continente, no ejercida por la madre o el entorno . . . Yo sufro
e n tonces yo soy" (Anzieu, 1 98 5 , 204-205). Esta necesidad de hacerse mal
para tener menos mal, de probar sus fronteras personales para asegurarse
de su existencia, abarcan, por supuesto, enormes variaciones individua­
les, y la significación íntima del acto una asombrosa polisemia que trata­
remos de restituir aquí.

No hay dolor sin sufrimiento

Las heridas voluntarias remiten, por supuesto, a la pregunta por el


dolor. Pero lo interrogan de manera singular en lo que su posible virulencia
no previene el acto. En la necesidad interior del acto, está "olvidado"; cesa
de jugar un rol de protección del individuo. El dolor es un desgarramiento
de sí que rompe la evidencia de la relación con el mundo. Fija el hombre
a su cuerpo al estilo de la violación. No hay castigo físico que no implique
una repercusión en la relación del hombre con el mundo. El dolor implica
el sufrimiento. No está confinado a un órgano o a una función, también es
moral. El dolor de muelas no está en la muela, está en la vida, altera todas
las actividades del hombre, incluso aquellas que le gustan.
Pero si el sufrimiento es inherente al dolor, es más o menos intenso
según las circunstancias. Está modulado por la significación que toma el
d ol or, que está en proporción a la cantidad de violencia sufrida. Puede

23
ser ínfimo o trágico, nunca está ligado matemáticamente a una lesiónJ
El sufrimiento desborda el dolor especialmente en los casos de tortura q
de enfermedad, vale decir de una adversidad que rompe al individuo sin
dejarle elección. Por lo contrario, en las circunstancias que él domina �
el sufrimiento es insignificante y entonces permite conocer situacione�
límite, como por ejemplo en los deportes extremos o en el body art, el
dolor muda en algo separado de uno mismo con la intención de tocar
los márgenes de la condición humana. Así hay individuos que fuera de
cualquier referencia religiosa buscan vivir estas experiencias extremas en
una búsqueda de exploración de sí mismos (capfrulo 3). Sienten las cuchi­
llas del dolor, pero lo controlan antes que se transforme en sufrimiento.
Entre dolor y sufrimiento, los lazos son a la vez estrechos o laxos según
los contextos, pero profundamente significativos y abren camino a una
antropología de los límites. Si existe una pluralidad de dolores, es en prin­
cipalmente porque existe una pluralidad de sufrimientos.
A través de la agresión deliberada al cuerpo, el individuo sofocado
por su sufrimiento se hace daño para escapar de él, ataca su cuerpo con
brutalidad porque quiere liberarse. En esas circunstancias, la sensación
del dolor físico tiene profundas diferencias en cada individuo. La mitad
de los jóvenes internos de un correccional canadiense que se graba la piel
dicen no sentir ningún dolor después de su acción. 31% dicen experi­
mentar un dolor leve y el 18% solamente acusan un dolor extremo (Roos
y Me Kay, 1979). El momento de la alteración del cuerpo es raramen­
te doloroso en principio. Su objetivo es justamente cortar con el sufri­
miento, aunque el individuo no tenga una conciencia clara de ello. Está
anestesiado de su acción porque en primer lugar está en búsqueda de
alivio, de una descarga de tensión. Muriel recuerda el momento en que
se cortaba su piel con un pedazo de vidrio roto: "Yo tallaba, tallaba y veía
la sangre que corría, ni siquiera recuerdo que me dolió. Recuerdo que picabtl,
que picaba, eso sí. Creo que tenía tanto dolor en el corazón que realmente no
sentía el dolor." 2
Daniel Gonin, médico de prisiones, dijo que lo importante en las
autoagresiones corporales de los detenidos es la dificultad de cuidados,
"porque a menudo el detenido, que ha mostrado una insensibilidad al

2 Cuando los testimonios son citados sin referencia a una obra o a un artículo,
son producto de una recopilación personal.

24
dol or infligiéndose múltiples cortes, se vuelve cómodo, pusilánime, y
rrata de evadir las curaciones. Es necesaria toda la paciencia del agente
para convencerlo de dejarse curar" (Gonin, 1 99 1 , 1 47) . Esto sólo es una
ara oja aparente que opone en un mismo individuo dos significacio­
p d
nes radicalmente diferentes del dolor, y compromete dos relaciones con el
sufrimiento. Atacando su piel, el detenido se esfuerza en poner término a
su confusión, a su vacío. Encerrado en su cuerpo, sin otra perspectiva que
l os cuatro muros que lo encierran, abre su piel para acabar con su tensión.
Y, en la mayoría de los casos, lejos de sentir dolor, se sumerge en una sensa­
ci ón difusa de alivio. Después, enfrentando las consecuencias en la enfer­
mería, toma conciencia de un dolor tanto más vivo cuanto recupera su
situación de detenido, curado en condiciones rudimentarias, solo, privado
de su familia.3 La percepción del dolor está agudizada por el sufrimiento
en la situación carcelaria contra el cual trata de luchar. En ese momento,

él se vuelve sensible. De un episodio a otro, no se trata del mismo dolor


porque no son los mismos sufrimientos. En pocos minutos las circunstan­
cias redefinen lo que siente el detenido. Después de haber conjurado el
aumento del sufrimiento, ahora está confrontado con el dolor de la herida
provocada, pero simultáneamente reencuentra los límites de sentido que
le faltaban. Recupera sus marcas.
El dolor ofrece aquí la paradoja de brindar un medio de lucha eficaz
contra la virulencia de la tristeza. Amortigua el sufrimiento. Entonces es
buscado con intensidad como una forma de aturdirse, de pensar en otra
cosa. Stéphanie, colegiala de 1 8 años, después de cortes y episodios de
anorexia, logró por un momento liberarse y retomar el control de su exis­
tencia. Pero se vuelve a quebrar después de una frustración que no sopor­
ta. Se quema con un cigarrillo y revienta las ampollas que se forman en su
piel. Se aplica sal en las llagas. La quemadura es intensa, dura una semana,
p ero Stéphanie declara experimentar alivio, aunque trate de hablar más de
su acción. Más vale el dolor (que dominamos) que el sufrimiento (que se
i mp one sin remisión) . Si en ciertos casos al principio es capaz de aguan­
tarlo , el sufrimiento encarna siempre lo intolerable, el exceso que destruye.
La he rida materializa la angustia, la fija.

3 Mien tras que en el hombre libre la situación dolorosa es el arquetipo de la


reu ni ón de la familia para curarlo y cuidarlo.

25
Las mujeres más que los hombres

Que las autoagresiones corporales sean netamente superiores en


cuanto a cantidad en las mujeres m;Í.s que en los hombres conf-irma el
hecho que en las primeras el sufrimiento se int erioriza mientras que en
los segundos toma m;Í.s bien la forma de una agresión contra el mundo
exterior. Donde el hombre se proyecta con fuerza contra el mundo. la
mujer toma la angustia sobre sí. Esos comportamientos, incluso cuan­
do participan de los límites extremos, reproducen datos educativos que
le imponen al hombre una autodemostración, acompañando valores
tradicionalmente asociados a la virilidad: la agresividad, la violencia, el
alcoholismo, la velocidad en las rutas, que son a menudo explícitamente
valorizadas como conductas "viriles". El hombre debe demostrar que está
a la altura, que sabe enfrentar los desafíos, proteger su "honor", que es
resistente al dolor o sabe arreglarse con la ley si hay una chance de no ser
atrapado.
La mujer interioriza su confusión, traduce m;Ís Hcilmente una fragili­
dad que va de la mano con los criterios de seducción que se le imponen.
Que se doble ante el dolor está en el orden cultural de las cosas. Pero
su sufrimiento (el que est;Í en la vida), retorna contra su propia piel, la
mujer también rechaza el modelo de seducción que la sofoca y que hace
de su apariencia el mayor criterio de evaluación de lo que ella es, cuando
el hombre es más bien juzgado por sus obras. Precisamente ella dice que
está siempre a flor de piel. Y que está harta, subrayando esto con gestos
de rabia. Que artistas como Cina Pane u Orlan atenten contra sus cuer­
pos, despierta más miedo y resistencia social que si se tratase de hombres.
Hay m;Í.s mujeres que recurren a estas performances, aunque también los
hombres se dediquen a ellas. Estos artistas reivindican de todos modos un
an;ílisis político de sus cuerpos y de los bloqueos sociales que los encierran
en su condición. Una mujer supuestamente es fdgil, dulce, portadora de
vida, etc., no puede hacer correr su sangre o "perjudicar" su cuerpo. La
fuerza de la interrogación es aún más inquietante (capítulo 3).
Este investimento diferente de la piel en el hombre o en la mujer se
traduce también por el status respectivo de sus cortes. Mientras la mujer
suele actuar sola, es común que el hombre lo haga bajo la mirada de los
otros en una inequívoca demostración de su "virilidad". En una situación


d o nde está en dificultades, tiene la intención de mostrar "que tiene lo que
e tener" . Ciertamente, en su acción se traduce un sufrimiento, pero
b;ly q u
b i ncisión está sublimada, magnificada, desviada hacia otra significación
qu e s upuestamente lo valorizará4• Slim, de 1 7 años, está en un café con
a in igos de su edad que se burlan amablemente. Las mesas están plagadas
d e vasos de cerveza vacíos. El tono de la discusión sube. Slim ; que acumula
fracasos personales, repentinamente se enciende para expresar la fuerza de
su carácter. Se levanta la remera, toma el cuchillo que tenía en su bolsillo
v se tajea varias veces el pecho con aire de desafío. Sus amigos, asombra­

dos, lo acompañan al baño para limpiar la sangre. Slim ha proclamado


si mb ólicamente su virilidad, aunque la vida no le estaba sonriendo preci­
sa mente. Recordamos al personaje de Malraux, Kassner, en El Tiempo del
desp recio, que se marca a cuchillo la línea de la vida en la mano.
Es una lógica de autoafirmación la que anima al personaje de Samy en
el libro de Cyril Collard. "Samy va a la cocina, vuelve con un cuchillo. Se
planta delante del espejo del baño, las piernas separadas, el tronco ergui­
do; entonces se tajea metódicamente el torso, los brazos y los muslos con
el c uchillo. Agarra una botella de alcohol de 90º y vuelca el líquido sobre
los surcos rojos cavados en su carne."5 Bajo la mirada de sus dos amantes,
un hombre y una mujer, muestra su vitalidad, su virilidad, y traspasa así
el conflicto de una existencia siempre al filo. El hecho de tener sangre
fría y no temer lastimarse para imponer su posición es una actitud más
b ien masculina. Muchas quemaduras de cigarrillos se hacen bajo la mira­
da de los otros a quienes se quiere impresionar. A menudo dentro de un
grupo, a partir de un desafío lanzado por alguien que suele dar el ejemplo,
b urlándose de la impotencia de sus testigos para ir más lejos. La resistencia
al dolor es un valor clásico de la afirmación de la virilidad, de todos modos
ha marcado desde hace mucho tiempo la antigua historia del tatuaje, pero
sie mpre exige del público.

4 S ucede que algunos hombres atentan contra su cuerpo en forma discreta


Y algunas mujeres de manera pública y espectacular, pero son hechos menos
frec uentes, salvo en las instituciones, y volveremos sobre este tema. Sobre las
c o nductas de riesgo de las niñas, ver Hakima Ait El Cadi, 2002.
5 Cyril Collard, Les Nuitsfauves, Paris, "J'ai lu'', 1 989, p. 1 6 5 .

27
El corte del cuerpo como límite de identidad

Muchas incisiones conciernen a personas que sufren de ausencia dt


límites, de una incertidumbre acerca de las fronteras de su psiquismo y df
su cuerpo, de su realidad y de su ideal , de aquello que depende de ellos y
de lo que corresponde a los otros. Son vulnerables a la m i rada de los dem ..
o a las fluctuaciones de su entorno. La inconsistencia del Yo fragiliza s 9
relación con el m undo y los pone en carne viva, es decir despellej ados d�
sentido, sin defensa contra las heridas narcisistas infligidas por los demás o
por su indiferencia de acuerdo a sus expectativas. Falla la cohesión de uno
m ismo, el narcisismo necesario para la existencia no está suficientemente
fortalecido. Cualquier decepción es vivida con intensidad, sin retroceso.
Tienen el sentimiento de no ser absolutamente reales, de no habitar verda­
deramente en sus cuerpos y en sus existencias. La insuficiencia de una
relación sólida y confiable con el mundo provoca el volverse contra uno
m ismo en una especie de cirugía brutal pero ritual , signi ficante, para reen­
contrar lo más cerca de sí las marcas que faltan. Entonces los momentos
fulgurantes de pasaj e al acto se i mponen con una necesidad i mperiosa en
los momentos de crisis.
Un hombre de unos treinta años llega a consulta médica por causa
de la fatiga que siente. El médico generalista le pide que se desvista. El
hombre lo hace y revela un pecho lacerado por grandes cicatrices. El médi­
co, demudado, le pregunta qué le ha pasado. En los días precedentes,
el hombre vivió un con flicto con su esposa. Ella, dice el hombre, no lo
comprende. No soportando más su indiferencia, agarró un cuchillo, se
rasgó las ropas y se tajeó el pecho. Entonces le dijo a su mujer: " Ves, esto
que me hago no es nada en comparación de lo que tú me haces. " El dolor, la
incisión, la sangre corriendo que desborda en un sufrimiento aplastante.
Frente a la parálisis de cualquier posibil idad de acción, el pasaj e al acto
restablece una l ínea de orientación, retorna al individuo al sentimiento de
su presencia. Le recuerda que él está vivo por medio de la brutal sensación
de existencia que sign ifica la ruptura cutfoea. La imposibilidad de salir
de la situación por medio del lenguaje fuerza el pasaj e por el cuerpo para
descargar la tensión. El dolor psíquico es un freno simbólico para oponer
al sufrimiento, una manera de contener su hemorragia y transferirla a
un espacio donde deviene por un instante controlable. Ú ltima tentativa,
desesperada, de mantenerse en el mundo, de encontrar un amarre. Es un

28
d olor homeopático porque previene un sufrimiento indecible y aplastan­
re. La marca corporal lleva el sufrimiento a la superficie del cuerpo, allí

d o n de deviene visible y controlable. Se lo extirpa de una interioridad que


p a rece un abismo.
Muriel, de 1 6 años en ese momento, ha escrito con fragmentos de
vi d rio sobre su piel las iniciales de su compañero toxicómano mientras él
es tá en la cárcel, formula de manera ejemplar la potencia de la atracción
del corte en esos momentos de angustia: "Eres tan desgraciada en elfondo
de ti misma, es la pena de amor, sabes. Te sientes desgraciada en tu corazón, y
en to nces te haces mal para tener un dolor corporal más fuerte, para no sentir
más el dolor en tu corazón, ¿te das cuenta un poco cómo es?"
Martine, hoy con 38 años de edad, se ha cortado durante mucho
riempo alrededor de sus 20 años, cuando era estudiante. ''Es un estado de
ánimo. Una especie de exceso de alguna cosa. Hace falta que yo lo haga salir,
como la pus. A�o destructivo. Es como una energía negra, hace falta que la
elimine, que la haga salir ftsicamente de mí, quizás porque yo no la puedo
decir. "Evoca de ella misma la inquietante búsqueda de marcas que atenazó
su existencia. ''Ha bía una búsqueda de límites. Pero no solamente a través
del hecho de cortarme. Quería encontrar el punto do nde ya no podía ir más
lejos. Esos límites los encontré en el riesgo, el peligro. Me he puesto sin cesar en
situaciones de desequilibrio. Estaba buscando a�o que me llevara de vuelta
a donde esta ba a salvo. " A los 1 3 años, Isabel, impregnada del sentimien­

to de su soledad, de su insignificancia, se tajea las muñecas para hacerse


la promesa que algún día podrá amar a alguien. Pacto de sangre con su
propia historia, mensaje lanzado más allá del tiempo a la otra Isabel que la
espera dentro de unos años para exorcizar el sufrimiento de ser uno mismo
y de no quererse. El corte es el precio a pagar por el intercambio simbólico
co n el tiempo para asegurarse un futuro mejor. Haciéndose daño, puede
es perar que el maleficio afloje por fin su influencia.
Kim Hewitt recuerda, a sus 1 4 años, un fuerte enojo de su madre
co ntra su padre y su impotencia para intervenir. Se encontraba en ese
mom ento en el baño y con un pedaw de metal que encontró, se raspó la
pi e l del antebraw para poner fin a su ebullición interior (Hewitt, 1 997,
VII) . Las autoagresiones corporales son gritos liberados en la carne a falta
de le nguaje. Este testimonio de sufrimiento es ambiguo porque es una
n egaci ón de la comunicación (Killby, 200 1 , 1 24) . Recurrir al cuerpo

29
marca el fracaso de la palabra y del pensamiento, la evasión del significa­
do. Ambivalencia de una marca que a menudo no busca ningún testigo.
"Lo que no puede ser dicho en palabras, dice Kim Hewitt, deviene un
lenguaje de sangre y de dolor" (Hewitt, 1997, 58). La herida trata de llevar
el lenguaje a otro nivel, de ir más allá del impasse relacional, de la impo­
tencia frente al mundo, pero se priva de los recursos de la palabra.<' En
lugar de gritar o mostrar su angustia contra el mundo o contra aquellos
que son responsables, el individuo la vuelve contra sí mismo.
Frente a la oleada de afectos que viven, ciertos adolescentes se golpean
la cabeza contra un muro, se rompen la mano contra una puerta, se
queman con un cigarrillo, se cortan, se raspan, se mutilan para conte­
ner un sufrimiento que arrasa todo a su camino.7 Golpeando el mundo
en forma que lastime, retoman el control de un sentimiento potente y
destructor, buscan algo que lo contenga y encuent ran entonces el dolor o
la herida. Conjuración de la impotencia por medio de un desvío simbóli­
co que permita tener donde agarrarse en una situación que se les escapa.
O bien, secretamente, se hacen inscripciones cutáneas con un compás, un
vidrio, una máquina de afeitar, un cuchillo...
El corte es superficial o profundo según la intensidad del sufrimiento
que se sienta, está limitado a un punto del cuerpo o disperso. Hace a la
economía de una posible intervención sobre el mundo. Cambia su cuerpo
ante el fracaso de cambiar un entorno nefasto, o amortiguar una ofensiva
del exterior sobre sí, amenazante para el sentimiento de identidad. La inci­
sión es, primero, una cirugía del sentido. La conversión del sufrimiento
en dolor físico restaura provisoriamente el enraizamiento en el mundo. El
apaciguamiento obtenido es diferente según las circunstancias y las perso­
nas que agreden a su cuerpo. Algunos se dicen "calmados" por el solo
hecho de la herida, otros por el dolor sentido en el momento, otros más

G A veces para reencontrarlas después si el acto ha tenido testigos o si las cicatrices


son de repente deliberadamente descubiertas y suscitan la interrogación del
entorno. En ese caso, el llamado encuentra al fin un destinatario.
7 No es anodino que la práctica intensiva de skate o de roller implique
múltiples heridas y fracturas. No cesan de caerse y de lastimarse en búsqueda
de un instanre de virtuosismo, como si fuera necesario siempre rasparse contra
el mundo para sentirse existir, a falta de límites de sentido encuentran por fin
el tope de un límite físico (Le Breton, 2002b).

30
b i e n p o r el correr de la sangre. En principio, el apaciguamiento es siempre
p ro vi s ��io. No resuelve � inguna de l�s circunstancias que han provocado
b re n s10n, pero proporciona un respiro.
Los atentados a la integridad corporal ni siquiera tienen, en principio,
[J hipótesis de morir. Las incisiones, las escarificaciones, las quemaduras,
[o s pinchazos, los golpes, las raspaduras, la inserción de objetos en la piel
n o so n el indicador de una intención de destruirse o de morir. No son
re ntativas de suicidio sino tentativas de vivir, última manera de abrochar
[os sentidos en su cuerpo haciendo la parte del fuego, vale decir sacrifican­
d o u na parte de sí para poder continuar existiendo. La herida autoinfligida
n o e s un sufrimiento sino una oposición al sufrimiento, es un compromi­
s o, un intento de restauración del sentido. La conspiración íntima no está
c ontra la existencia sino a su favor, trata de abrir una salida permitiendo
p o r fin ser uno mismo. El pasaje al acto de los cortes corporales o de las
c o nductas de riesgo, conjuran una catástrofe de los sentidos, absorben los
efectos destructivos fijándola en la piel y tratando de recuperar el control.
Sin duda sería tranquilizador eliminar el problema de aquellos que
atentan contra su cuerpo remitiéndonos a la locura, a la enfermedad, pero
es imposible no ver que una inmensa mayoría de quienes proceden así
muestran todas las apariencias de una integración social sin problemas. Si
las autoagresiones corporales abundan en las instituciones totales (hospita­
les psiquiátricos, prisiones, reformatorios, etc.), no están menos presentes
en el seno de la sociedad, en individuos donde los allegados a menudo
están lejos de imaginarse que ellos recurren a semejantes prácticas para
mantener un control sobre sus vidas. Las heridas corporales deliberadas no
s on más índices de locura que las tentativas de suicidio, las fugas, los tras­
t orn os alimentarios u otras formas de conductas de riesgo de las jóvenes
ge ne raciones, son más bien tentativas de forzar el pasaje para existir (Le
Breton , 2002b). Martine, citada anteriormente, lo dice con fuerza: ''Las
co rtaduras, eran la única manera de soportar ese sufrimiento. Eran la única
ma nera que encontré en ese momento para no desear morir. "
La alteración corporal es una redefinición de uno mismo en una
si tu ació n dolorosa. Puede ser única, remitiendo a un episodio que en ese
rn o m ento haya desbordado la capacidad de elaboración simbólica del
s uj eto , pero puede repetirse muchas veces, deviniendo una manera habi­
t ual de luchar contra el miedo a la fragmentación. Los trabajos dan cuenta

31
<le cicatrices que van de u n as pocas a m ás de una centena según los i ndi.
vid uos ( S i m pso n , 1 980, 267) . La muñeca es el primer l ugar del cuerp �
tomado como obj etivo, pero ta mbién el antebrazo , el pecho , el vientr�
o las p iernas. El rostro rara vez es tocado , porque j ustamente encarna el
principio sagrado de la identidad personal , el l ugar m �ís sagrado de uno
mismo. Si finalmente es atacado, entonces el i ndividuo ha hecho un paso
fuera de la vida ord i naria y entra en los p reludios de la psicosis. El deseo
de salvar el rostro traduce la vol u ntad de mantenerse den tro del l azo social,
de no ro m per los puentes. Aunque j uegue co n los l í m i tes, el i ndividuo no
p ierde del todo el control de su acción. Fn las formas m�ís crón icas , más
densas, que no son las que aquí nos i nt e resan , h ay una perdurable "envol­
tura de sufrimiento" ( Enriquez, 1 9 84) que asegura la existencia. Una
m u ltitud de violencias auto i n A igidas p u n túa n e n tonces una vida perso nal
en el fi lo de la n avaj a. El cuerpo es desi nvestido de todo disfrute que no
sea el del dolor (Anzieu, 1 9 8 5 , 209) .

El segu ro de la navaja8

La incisión erige un dique para conj urar el senti m i e n to de pérd ida


narcisista, el aumento fulgurante de una angustia o u n afecto que amenaza
arrasar todo a su paso. '1 El s u fr i m iento desborda, hace fractura y amenaza
con destru i r un Yo debili tado , vulnerable. El rol de escudo pro tector de
la piel es desbordado por la v i ru lencia de los afectos y cortarse es la ú n ica
oposición al senti m iento de estar herido. La restauración de los l í m i tes del
yo se efectúa por el regreso a la concreción de la piel y la sangre. El dolor
del s u fr i m iento es eli m i n ado por una agresi ó n vuelta co ntra uno mismo

8 N. del T Cmn d' arrh es el t í r u l o original e n francés. S e refiere al seguro de la


navaj a q u e l a m a n t i e n e to tal m e n t e abierta c o n b hoja e x t e n d i d a o to tal men te
cerrada c o n la h o j a guardada. Este t i p o de navaja se l l a m a en francés " C o u teau
a eran d , arrct" .
9 Las a u t o m u t i lacio nes son aco m pa ñ adas a m e n udo de act i tu des q u e la p s i ­
q u i at r ía clas i fi ca como "e n fe r m edades m e n tales" , ta n t o e n los a u t i stas como e n
los p s i c ó t i c o s . Pero podríamos p regu n t a rn os legít i ma m e n t e s i esas c o nduccas
s o n p roducto de u n s í n t o m a i n h erente a su estado o una reac ció n a las c o n ­
d i c i o nes de existe n c i a que t i e n e n , u n a resistencia a l a i n d i feren c i a , al encierro,
m u chas veces e n relac i ó n a l a violencia s i m b ó l i ca d e la i n s t i t u c i ó n o de las
fa m i l ias cor res p o n d ien tes .

32
ue allí es el único lugar donde es manejable. Mediante un regreso
p orq
br u tal a la realidad, la herida deliberada provoca el retorno a la unidad de
u n o m ismo. Habla del rencor contra sí mismo y contra los otros llevando
l o s golpes al lugar del cuerpo, la piel, que simboliza mejor la interface con
d mu ndo. Pretende cortar de raíz el malentendido.
El sujeto experimenta una intrusión mortífera, vive un colapso de los
se ntidos, el despliegue de un afecto que parece no tener fin; se lanza contra
su cuerpo para inscribir un límite sobre la piel, una fijación del vértigo. En
l u ga r de ser una víctima, deviene un actor, como en las otras conductas
d e riesgo. Cortarse la piel es un medio paradoja!, pero provisoriamente
efi caz, de luchar contra el vértigo por la iniciativa de saltar al abismo,
pero controlando las condiciones. Cuando el sufrimiento ahoga, colapsan
los límites entre el yo y uno mismo, entre el afuera y el adentro, entre el
sentimiento de presencia y los afectos que golpean. La salvación es chocar
contra el mundo en busca de un continente. La herida trata de romper la
d isolución, testimonia la tentativa de reconstruir el lazo interior-exterior
p or medio de una manipulación de los límites de uno mismo. Es una
restauración de la envoltura narcisista. El ataque psíquico se reabsorbe
sobre una piel que no es totalmente suya, porque el cuerpo no es aceptado
ya que lo enraíza en una existencia repudiada, tampoco totalmente ajena
porque es a él a quien busca maltratar.
Para reencontrar un vínculo comprometido con el mundo, el ataque
a l cuerpo es un seguro, un freno. Si es conocido por su entorno, la movili­
zación eventual de los amigos, los maestros, o por supuesto de los padres,
es e ntonces una inyección de sentido que restablece por un momento el
narcisismo maltrecho. El sujeto reencuentra entonces sus marcas con los
o tros por medio de la palabra y ya no necesita reencontrarlas en la superfi­
c ie de su cuerpo. El desvío por la agresión corporal es una forma paradoja!
<l e apaciguamiento. El cuerpo es material de cura porque es material de
id e ntidad, es el soporte de una medicina severa pero eficaz. El dolor purifi­
ca al sujeto de sus "humores" infelices, lo reubica en el camino después de
h aber pagado la deuda de un momento. Que corra sangre es una especie
d e "dre naje" de esa inundación de sufrimiento que ahoga al individuo.
Re medio contra la desintegración personal, la incisión es cortar por lo
sa no para salvaguardar la existencia. Es un rito privado para retornar al
in u ndo después de haber fallado y perdido su lugar, pagando el precio. El

33
correr de la sa ngre refuerza la frontera entre el adentro y el a fuera, m a te ­

rializa una frontera tranquilizadora. Se trata de liberar tensiones i n t o l e ra ­

bles que amenazan d es i n teg ra r al Yo . D espu(·s de la incisión o el pasaj e al


acto sobre el cuerpo, vuelve la cal m a, el m u ndo n u evamente es pen sab l e
a u n q u e a menudo continúe d ol oro so.

Las inscripciones corporales tradicionales en los ritos de pasaje

Las i nscripciones corporales acom p a ñ a n los ri tos i n i ci á t i cos de n u me­


rosas sociedades trad i c i o n ales : c i rc u n c i s i ó n , ablación, s u b i n c i s ió n , defo r­
m ac i ó n , l i mado o arra n cado de d ie n tes , a m p u tación de u n dedo , esca­
r i ficaciones, tatuaj es , esco riaciones, q u e m ad u ras , gol pes, i nt i m i daciones,
p ru ebas d i ve rsas , etc. Arn o l d Van C e n nep rec uerda que "el cuerpo h u m a­
no h a s i d o tratado como u n s i m p l e pedazo de madera que cada uno ha
tal l ado y arreglado a s u manera: cortando lo que sobresal ía , perforando l as
paredes , ro turando l as superficies planas, y a veces , co n verdaderos decha­
dos de i m agi n a c i ó n [ . . . ] las m u t ilacio nes son un medio de d i ferenciación
defi n i tiva" (Va n C e n n e p , 1 98 1 , 1 04 y 1 06) . 1 11 A l a m a rca fís i ca que a partir
de ahora des igna al j oven para ser ap robado p o r e l grupo, a m e n udo el
d o l o r agrega su s u p lemento c u i dados a m e n te des t i lado, como si no fue ra
menos n ecesario , más alLí. de la m a rca grabada . El trazo corporal , con el
d o l o r que lo en raíza, aco m pa ñ a la m u tación o n tológica, el pasaj e de u n
u n iverso s o c i a l a o t r o , transfo rmando l a a n ti gua relac i ó n c o n el m undo.
La c i catriz, que posee u n a s i g n i ficac i ó n p rec isa para la cultura i m p l icada,
trad uce en la p iel l a i n mers i ó n al seno del gru po. El c ue rpo no pertenece
m ás al j oven , es el m i e m b ro de un cuerpo colectivo. La marca r i tual redo�
bla el ca m b i o on to lógico del i n iciado , que ya no es el mismo después de la
redefi n i c i ó n de l a que su carne ha sido obj eto .
El d o l o r sufrido d u r a n te los r i tos d e pasaje lleva a m e n udo a l j oven al
límite de la con d i c i ó n h u m a n a para vo l verlo un hombre en tero a qu ien,
de aquí e n adelant e , no asustar;Í.n l o s peligros n i los e n e m igos. Pe ro el
r i to ta m b ién part i c i pa de u n a rede fi n ic i ó n rad ical del n ov i c i o . La m eta�
morfosis de u n o m i s m o no es solamente moral, tam b i é n es fís ica. En

1O S o b re l a teo r i za c i ó n p o r A r n o l d Va n C e n n e p de l o s r i to s de pasaje y un
debate e n t o rn o d e la s i t u ac i ó n co n re m por;Í n e a , re m i to a ·¡ h i e r r y C o guel
d 'Allondans (2002) .

34
1 11uchas sociedades, los iniciados ven así sus cuerpos rediseñados mientras
J g uantan el dolor y muestran que son más fuertes que la naturaleza que
se e xpresa en ellos. En los Aché, por ejemplo, la ascensión a la edad adulta
se r raduce por una laceración dorsal profunda. El hombre joven, estirado

so bre el piso, ofrece su espalda al "fendeur" . 1 1 Con una piedra cortante, el


h omb re raja la piel desde el hombro a los riñones. La desgarra emplean­
d o rodas sus fuerzas y traza líneas derechas y paralelas en una docena de
co rtes. "El dolor es atroz, comenta Pierre Clastres, pero [ . . . ] no escuchará
J I j oven dejar escapar quejas o gemidos: antes perderá el conocimiento,

p ero sin aflojar los dientes. Con ese silencio se mide su valor y su derecho
a ser tomado como un hombre consumado" ( Clastres, 1 972, 1 73- 1 7 4) .

Tiles citas podrían aquí continuar largamente.


El rito de pasaje de las sociedades tradicionales solicita, por medio
de episodios a menudo dolorosos, los recursos morales requeridos por la
co munidad. Declara los valores fundantes del lazo social, y sobre todo
ororga a sus miembros una experiencia del dolor en un encuadre ritual
que los prepara para soportar las vicisitudes de la existencia. En un entor­
no hostil, el coraje es, en efecto, una virtud esencial para la supervivencia
Jel grupo. El dolor sufrido interioriza una memoria de la resistencia a
la adversidad que vuelve al iniciado menos vulnerable frente a las prue­
bas inherentes a su condición. La marca corporal es el sello de la alianza,
tiene sentido para cada uno de los miembros de la comunidad. Es un
s igno de identidad que nadie discute. El iniciado es socialmente redefi­
nido por una modificación física de su apariencia que tiene un eminente
valor simbólico. Su identidad sexual está establecida de una vez por todas.
Ac o ger el signo distintivo sobre la piel y domesticar el dolor con los ojos
abiertos, manifiestan la bravura de un joven que no cede bajo el yugo y
at estigua su membresía completa a la comunidad. El escritor guineano
C : a mara Laye recuerda todavía el momento en que esperaba la circunci­
si ón: "Sabía perfectamente que iba a sufrir, pero quería ser un hombre, no
1n e parecía que nada podía ser demasiado doloroso para acceder al rango
d e h o mbre. 1 2 El rito de pasaje es una escuela de moral social.
Una afectividad en común se mantiene entonces entre los jóvenes
d e un a misma edad a través del recuerdo de anécdotas, de esfuerzos y

l J N. del T. "Lonjeador'', que hace cortes a lo largo, como tiras o lonjas.


1 2 Camara Laye, L'enfant noir, Paris, Plon, 1 953, p. 1 25 .

35
em o c io nes co m par t i das . La m isma marca físi ca material i za permanente­
m e n t e s u des t i n o co m ú n . De este m o d o la c o n t i n u i dad se opera de u na
ge n e rac i ó n a la o t ra. La v ía seg u i da e n o t ros t i e m pos por los anc i a n os
d u rante sus m is mas p ruebas mov i l iza e n los j óvenes los recu rsos i nt e r i o res
para volverse d i g n o s . No s u fre n solos, s i n o j u nt os , c o m o sus pad res (o s us
mad res s i se t rata de n i ñas) , s u s a n cest ros , en u n a s u ces i ó n s i n fi n d o n de
cada u n o had u n d ía la demostració n de su exce l e n c i a pe rso nal . El d o l o r
es u n a pote n c ia de m e ta m o rfos i s , est;Í sel lado p o r u na c i catri z p lena de
s e n ti d o q u e marca en l a carn e u na m e m o r ia i n d e l e b l e del ca m b i o y de la
perte n e n c i a al g ru po .
E n esas sociedades el h o m b re no se perten ece, s u s t a t u s de perso n a l o
s u m e rge, co n s u es t i l o p ro p i o , en el s e n o d e la co m u n idad . Las i nscripcio­
n es sobre s u cue rpo i m p ri m e n u na cos m ogo n ía co m p re n s i b l e para todos,
n o pertenecen a una dec i s i ó n i n d iv i d u a l . Son tam b i é n el signo de u na
1 ·1
i na l i enab l e i gualdad .
A la i n versa, e n n uestras sociedades occ i d e n tal es d o n d e p red o m i na el
i n d iv i d u a l i s m o democrático , vale dec i r el h o m b re separad o de los o t ro s y
l i b re de s us elecciones y sus val o res , cada u n o hace lo que le parece con
s u cuerpo. Po r c i e rt o el Estad o , a t ravés d e las l eyes , defi n e u n e n c uad re
de i nt e rve n c i ó n , y p roscribe p o r ej e m p l o la m u t i lac i ó n salvo que sea por
razo nes médi cas . Pero el c u e rpo se m a n ti e n e en pote n c i a co m o p ro p i edad
del s u j eto. Y las marcas q u e él se i n fl i ge sólo le co n c i e rn e n a él , traducen
d e todos modos u na re i v i n d i cac i ó n de la i n d i v i d ual i dad . N u estras soc i e­
ciades no co nocen n i n g ú n r i to de pasaj e , no s a b r ían ad e m ;Ís q u é tran s m i­
t i r. Pero la d i ficul tad del acceso a la edad ad u l ta y el deseo de escapar de
la crisis e x i s te n c ial , i m p l i can la m u l t i p l icac i ú n de p ru ebas perso nales q ue
los j óvenes se a u to i n A igen p a ra convence rse q u e estfo a la al tura de las
c i rc u n s tancias .
La fab r i ca de u n o m is m o , en las soci edades occident ales, i m po n e :i
algu n os u n c h o q u e severo co n el m u ndo. ( : o m o p o r e j e m p l o l as co n d u c­
tas de ri esgo de las j óvenes ge n e rac i o n es . Le jos de a poyar esos co m po rt a­
m ie n t o s , n uestras sociedades b uscan m ;Ís b i e n p reve n i r estos actos perci bi.J

1 .) " [ .a m a rca s o b re e l c u n p o . i g u a l s o b re r o d os los c u e r p o s , a n u n c i a : ru n d


r e n d rús e l d eseo d e p o d e r,ru n o re n d ds e l d eseo d e s u m i s i ó n . Y esa l ey i n sepa�

r a b i e n o p u e d e e n co n t ra r p a ra i n scr i b i rse m ;Ís q u e o t ro e s p ac i o i n se p a r a b l e : d


p ro p i o c u e r p o . " ( Cl a s r re s , 1 9 7 4 . 1 60 )

36
dos como algo que pone en peligro sus reservas físicas y morales. El cotejo
entre las marcas corporales de estas sociedades tradicionales y el piercing,
el tatuaje o las incisiones, sólo tiene un valor anecdótico, aunque unas y
0 r ras apunten a fabricar la identidad. Su estatus cultural y su significació n
í ntima son distintas. Pero lejos está de ser indiferente que miembros de
so ciedades tan opuestas se encuentren recurriendo a la piel, al dolor y a las
m a rcas para imprimir una metamorfosis personal.

Ritos íntimos

En nuestras sociedades, son los individuos con malestar social quienes


cortan sus cuerpos en solitario. La agresión al cuerpo es puntual; responde
al desborde del sufrimiento y no se renueva más, el individuo queda enton­
ces asustado de su acto o recurre a otras formas de autocontrol. Pero para
algunos, deviene una manera regular de existir, de mantener en juego las
heridas afectivas cotidianas. La incisión es entonces una ceremonia secre­
ta cumplida como una liturgia íntima. Son los cortes que dejan menos

marcas cutáneas, salvo los de los momentos más agudos de dificultades


personales. La incisión es la ritualización in extremis de lo insostenible,
de un pasaje doloroso de la existencia, una "auto-iniciación", dijo Kim
Hewitt ( 1 997) , una "autocirugía'' (Favazza, Favazza, 1 987, 1 95) operada
co n urgencia porque no había otra salida. Algunos individuos dependen
de s us cortes como otros dependen del alcohol o de la droga. Ante cada
evento doloroso, vuelven allí en busca de tranquilidad. Hace falta romper
el c uerpo sin cesar para mudar de piel, alejarse de la adversidad. Si bien los
cortes tienen aquí una función de identificación en la economía psíquica,
sólo se hacen en línea de puntos, por otra parte, en las sociedades tradicio­
n ales, bajo una u otra forma, son una manera eficaz inmediatamente de
i nscrib ir una memoria del cambio en la carne.
La incisión es una ritualización salvaje de la liminaridad, un escape
fu e ra del intermedio. La impotencia para salir del paso, para neutralizar lo
i n tol erable, provoca el repliegue sobre sí, el refugio en el cuerpo a través
d e una ceremonia íntima y secreta. La prueba es la autorrevelación, quita
ª l a existencia las trampas que impiden mirarla a la cara, disipa la impo­

s i b i li dad de continuar viviendo. Muestra simbólicamente la vieja versión


d e u n o mismo devenida insoportable y el surgimiento de otra que todavía

37
no s i e m p re es sól i da y fel iz. La sangre que corre materializa la ruptura
radical con el viej o Yo (o su renovación regular si se trata de una ritual idad
inscri p ta en el tiempo) , manifiesta la efusión de la i nt e r i o ridad m ás sagra­
da, la más cargada de sentido.
La i ncisión es u n episodio dentro de l a b úsqueda de uno mismo, un
mo mento de despoj o. De ahora en adelante una pa rte de la vieja piel y de
la viej a sangre queda detrás , pero resta u n cam ino por lograr. Y a m e n u­
do es necesario recomenzar. Pero el rito íntimo es generador de sentido
aunque no sea la repetición de una palabra primo rdial com o en las cere­
m o n i as rel igiosas de las sociedades trad icionales. Cristal iza la afectividad y
ata y desata los h i los de la ex istencia. Movi l iza el i ncon sciente fi j ando los
recursos personales en l a resol ución de una dificultad. Es eficaz en aquell o
q u e auto riza el pasaj e p roviso rio, e s u n pali ativo antes de encon trar u n a
solución m ás propicia.
Martine, ya c i tada, habla de l a ritualización de sus cortes . D u rante
m uchos aÍlos, los i mplementa con poca modificació n . B usca pri mero la
calma, esperando la tarde, con la certeza que d ispo n d d. más h oras por
dela n te sin que nadie venga a molestarla. "No había urgencia, no me tira­
ba sobre un cutter. Había una preparación pam no infectarme. Tenía miedo
porque si había u ruz infección debz'rz hablar con un médico. No queda hablar
de eso. Luego estaba preprzrando la pluma, nccesitabr1 el pcZpel. Era necesario
que tomara la sangre directamente, ya sea pam escribir, ya sea para mastietzr el
papel. No era improvisado. Luego, había una parte de improvisación, porque
no calculaba, yr1 no sabía cudndo ibrz a hrzcerlo. Pero había un momento en
que tenía la necesidad de hacerlo. Debía tener mín mds pdginas en mi cuader­
no donde escribir con mi sangre. "
Lo que permanece i m pensado en la h istoria i ndividual engendra la
repetició n . Un tiempo c i rcu lar domina l a existen cia del i ndividuo y l o
rem ite a los m ismos to rmentos y a l as m i s m as fo rmas de reso l ución de
tensiones . La i n cisión regular es una man era de dom i nar los flujos, de
dec i d i r por uno mismo sobre su apertura o s u cerrazó n . Para aquel o
aquel la que se corta, de una forma pacífica, meticulosa, se cum ple u n a ¡
res p i ración del sentido, un uso de su cuerpo com o obj eto transicional . La;
apertura de la piel es una respi ración paradoj a!.
¡
Po r ej e m plo en el perso naj e de Erika, p ro fesora de p i a n o , en la novela¡
de Elfriede J c l inek. Esa m uj er está i n mersa en u n sufri m i ento que no,

38
co n fiesa, siempre bajo la dependencia de su madre aunque ha pasado
l argamente los treinta años. No tiene ninguna vida privada, salvo los
momentos robados que ella pasa en los cines pornográficos o los sex­
sh ops. Ella aborrece su cuerpo. Cualquier forma de sensualidad le evoca
u na animalidad insoportable. Dueña de sí misma de una manera marcial,
e s muy dura con sus estudiantes, a quienes no cesa de humillar. Ya adoles­
ce n te, confrontada a un padre loco, rápidamente encerrado en un asilo, y
a un a madre que pretendía regular todo en su vida, se corta regularmente,
en contrando así un medio de salvaguardar su individualidad. "Espera
siempre con impaciencia el instante donde podrá tajearse al abrigo de
l as miradas. Apenas. Piernas separadas, ella se sienta frente al espejo de
aumento para afeitarse y hace un tajo que se supone agranda la abertura
que sirve de puerta de entrada a su cuerpo. Sabe por experiencia que tal
corte no le hará mal, porque sus brazos, sus manos y sus piernas a menu­
do ya le han servido como objetos de experimentación. Su pasatiempo
favorito: tallar su propio cuerpo. 14 Operación sobre el sentido donde ella
maneja los instrumentos con habilidad. No siente ningún dolor abrién­
dose así, por lo contrario, aleja su malestar.
El reencuentro con un hombre joven que la cortejó con pasión trastor­
nó su existencia. Terminó por escribirle proponiéndole un pacto erótico
sadomasoquista donde la ritualización del dolor lograría el refinamiento
que ella aspira hace largo tiempo, impotente para disfrutar de su cuerpo
de otra manera. Aunque desea consagrarse a la tortura y la subordinación,
a pesar de todo quiere mantener el control de la obra. Quiere elegir sus
cadenas. "Hace falta que él se diga a sí mismo: esta mujer está comple­
tamente abandonada en mis manos mientras que es él quien está en las
s uyas [ . . . ] . Ella escribió por ejemplo, negro sobre blanco, que se retorcerá
co mo un gusano en las cadenas crueles donde tú me dejarás por horas
e nteras, golpeándome con el puño o con el pie e incluso flagelándome en
to das las posiciones posibles e imaginables! [ . . . ] Erika exige por escrito
que él la acepte como esclava y le dé ciertas tareas [ . . . ] A continuación
Er ika cuenta con comprar otros accesorios hasta que hayamos constituido
u n pequeño conjunto de instrumentos de tortura. Y jugaremos j untos los
d os sobre ese órgano privado" ( 1 9 1 sq. ) .

1 4 Elfriede Jelinek, La Pianiste, París, Jacqueline Chambon, p . 76

39
Klemmer, el j oven hombre, está asombrado ; toma conciencia con
repulsión del detalle de las ceremonias a las que ella lo invita. Orgulloso
de su j uventud y su virilidad , no teniendo ni nguna duda sobre sí mismo,
creyendo que rendirá servicio a una dama mayor que él a quien imagina
dispuesta de buena gana a una aventura, descubre con horror un mundo
que no sospechaba. Y Erika ve bascular lentamente su frágil edificio. Ella,
a quien aterrorizan los golpes y no aceptaría recibirlos con j úbilo si no son
dados por su amante y en un encuadre preciso, teme que ahora Klemmer
la golpee por rencor o incomprensión. Y eso fuera del escenario que ella
ha elegido. El dolor que ella buscaba, ritualmente puesto en práctica con
suplicios largamente meditados, eran la promesa de un goce, pero si ella
se hace golpear fuera de contexto, los golpes serfo sufrimiento, humilla­
ción. Klemmer se marcha expresando su asco por tocarla. La misma tarde,
desesperada, falta de amor, se acerca a su madre que la aparta con horror.
El pacto sadomasoquista propuesto a Klemmer proporciona aquí otra
versión de la alteración corporal donde la fi nal idad es, sin amb igüedad , el
acceso al orgasmo en una relación de confianza con el otro. É ste es acep­
tado con delei te en el marco de un intercambio de fantasías, con la certi­
dumbre que el marco no será desbordado. Hecha por otro, durante una
relación erótica consentida, la incisión se convierte en una cuestión para
conocer a los demás, un signo de reconoci miento. Pero Erika, que esperó
tanto para hacer la experiencia, no tendrá esa oportunidad.
El fin de la obra nos ofrece una tercera escanción del dolor infligido:
después de las incisiones rituales y la demanda de suplicios consentidos
rechazada con repulsión por Klemmer, ella cede a la necesidad de lasti­
nurse picándose con aguj as, llorando. Ya no esd. el apaciguamiento de
sus antiguos ri tuales íntimos, su acción est�i marcada por el sufrimiento,
grita con su cuerpo. Klemmer vuelve, la gol pea, la viola, se demuestra a sí
mismo su virilidad humillando a esa m ujer que no comprende. Derrum­
bada, ella se taj ea de nuevo el cuerpo, en plena calle, clavándose un cuchi­
llo en el hombro, marcando el deterioro de su ritual ín timo y el desborde
del sufrim iento.
Cuando ella se corta por pri mera vez, Caroline Kettlewell (2000) tiene:
1 2 años, se siente vacía, sin relieve para los ni ños de su edad, siempre rde- ¡
rida en forma negativa en relación a una hermana, dos años mayor, seduc-1
tora, rodeada de amistades, mejor en deportes, en la escuela, en diseño, !

40
e n pintura. Sorprendida por los ctl umnos cuando se cortaba las muñecas
con un cuchillo en los baños de su escuela, se descubre importante a los
ojos de los demás. Y a partir de allí siente que dispone de un medio eficaz
p a ra luchar contra su insignificancia. En forma regular, pero con pausas a
veces de muchas semanas o muchos meses, se corta durante una veintena
de años. A sus ojos, su cuerpo es un objeto siniestro al que está desgra­
ciadamente atada. No lo habita completamente, no ama su femineidad.
"Es la historia de una persona ordinaria que trata de detener un viaje en la
oscuridady sobre rutas inesperadas. Puedo decirte que no importa que quizás
conduzca a través de un camino ciego y caótico. Puedo decirte que la idea y
la urgencia de cortarme parece venir de mi propia piel { . .] Me suelo cortar
porque funciona y porque las alternativas son peores { . .}. Cortarme era mi
defensa contra un caos interno, contra un mundo que escapaba a mi control
Pero yo no sabía de dónde venía el caos" (58, 60) . 1 5
Después de l a primera incisión, Caroline dijo que jamás tuvo l a inten­
ción de detenerse en tanto ese acto ponía en orden su caos interior y le
aportaba un apaciguamiento inaccesible de otro modo. Según las circuns­
tancias que ilustran el desarrollo de su vida, ella se corta cada día o dos o
tres veces en la semana. "Cortar era una solución para todo " (63): decep­
ción, arrepentimiento, culpabilidad, inseguridad, frustración, incertidum­
bre por el porvenir, etc. La incisión es una especie de pértiga que ayuda a
mantenerse sobre el hilo de su existencia. Ella busca la buena medida del
apaciguamiento cortándose más o menos profundamente según la pena
experimentada. Trazando sobre su piel {brazo, cadera, pierna, lóbulo de la
oreja) líneas paralelas que ella dice que siempre cura enseguida, Caroline
afirma sin ambajes su fascinación hacia la máquina de afeitar, elegida por
su forma y su corte después de diferentes ensayos. Ella no esconde su j úbi­
lo al despegar, llegado el momento, los papeles protectores para liberar la
hoja de afeitar. "Dejé que el beso de la hoja de afeitar abrace la piel pálida
de mi codo izquierdo, tirando suavemente, tan suavemente que podía sentir a
través de la hoja la resistencia muy débil y la repentina liberación de la carne
a lo la rgo de mi brazo " (27) . Caroline se corta más bien a la noche, a la luz

15 "Puedo decirte que también hay personas que se cortan, se muerden, se roen,
>e queman, se golpean, se pegan, se quiebran, se arrojan contra la pared, se pican.
Algunos entre nosotros son especialistas del método que han elegido, y sólo se
f>reocupan por el trabajo por hacer y están siempre listos. " (Kettlewell, 2000, 59)

41
de una lámpara. Enmascara cuidadosamente las heridas bajo sus ropas,
disimulando su secreto para las personas de su entorno. Se las calla incluso
con los terapeutas con los que se encuentra a veces.
Paralelamente a las incisiones regulares, evoca episodios frecuentes de
anorexia que testimonian la misma dificultad para asumir su cuerpo y
su sexo. 16 Sus cortes son una ceremonia de purificación, una manera de
encontrar la "limpieza". Ella trata de deshacerse de una carne vivida como
deshonra. Ese ejercicio de crueldad sobre sí misma, más allá de la resolu­
ción de una tensión, no existe sin un beneficio secundario; ella siente un
''soplo de adrenalina". No ignora la rareza de ese recurso, pero no puede
escaparle. Si bien a veces llega a sentirse más fuerte y piensa en abando­
narlo, vuelve febrilmente con la primera decepción, avergonzada, con una
conciencia aguda de la singularidad de su camino. Cuenta su molestia
para comprar, un día, una máquina de afeitar en una farmacia, y disimu­
la su compra con otras compras insignificantes. Está mortificada porque
piensa que el comerciante puede dudar de alguna cosa. Una vez que regre­
sa a su casa, saca con deleite las hojas de afeitar de su envoltura: "Tenía que
sa ber cómo esa hoja de afeitar cantaría su nota c/,ara so bre mi piel. Sólo una
vez, me decía. Una vez más, porque sí, cuán delicada, era /,a pelícu/,a nítida, de
su pasaje" ( 1 24) . Una tarde, mientras se tajeaba los lóbulos de las orejas, se
preguntó a quién pertenecía el rostro que se dibujaba en el espejo delante
de ella. ''Llevaré /,a hoja de afeitar a mi cara, cortaré y tal/,aré en la sangre, los
huesos y /,a estructura para hacer algo que yo reconozca. Extirparé esa agrada,­
ble Caroline, esa mierda, de Caroline que nunca es ella misma sino lo que ella
piensa que los demás esperan que ella sea" ( 1 5 5).

Hacer piel nueva

En la existencia estamos en nuestro cuerpo; nuestra condición huma..:


na se despliega en una condición corporal. El Yo está diluido en el cuerpo.:
Pero a menudo, el individuo vive su cuerpo como un otro, el otro más!
cercano con el cual tenemos que convivir para lo peor. La incisión es un �
voluntad de cortarse de un cuerpo intolerable porque no está reconocido j
1 6 Numerosas investigaciones observan que alrededor de la mitad de l J
mujeres que atentan regularmente contra su cuerpo también sufren de anorexi �
y bulimia. (Favazza y Favazza, 1 987, 206)
1
\

42
co mo propio. Se escapa por todos lados, abrochado sin embargo dolorosa­
m ente a uno mismo. El individuo se siente encerrado en un cuerpo deve­
nido una carga, del que trata de retomar el control. El personaje de Erika,
ya citado, embutida en la represión de lo pulsional en ella, testimonia bien
de esa actitud que consiste en purificar regularmente un cuerpo percibi­
do como impuro. Erika trata de neutralizar una fisiología que le rehúye.
La sangre de sus reglas fluye contra su voluntad y le recuerda el destino
de mujer que ella rechaza. Toma la iniciativa de adaptarse a la realidad
haciendo un anti destino. Ella misma decide sus cortes y desde dónde
libera su sangre. Igual que en la relación con Klemmer, finge someter su
cuerpo, hacerlo vomitar de dolor, pero de una manera premeditada, a
rravés de un ritual que lo convierte simultáneamente en disfrute. Exorciza
así una insoportable pero necesaria fusión con su madre. "Cortándose"
regularmente, "corta" el lazo, afirma una autonomía simbólica. Recupera
el aliento. Deviene así amante de las relaciones de adentro y de afuera que,
sin embargo, se le imponen.
Las autoagresiones al cuerpo implican también a mujeres jóvenes
pegadas en una relación con el otro de la que no pueden desenredarse. La
identificación proyectiva de los padres (la madre sobre todo) perturba en
su contra sus bases identitarias, las vuelve inciertas de sus límites perso­
nales y de las fronteras del afuera y del adentro. Están sujetas al control
parental que le impide respirar y hacerse cargo. Anne busca de este modo
romper el cordón umbilical simbólico con sus padres, sobre todo con una
madre que ella juzga invasora. Comienza a beber alcohol, a fumar porros
con los amigos, a multiplicar, no sin vergüenza, las aventuras sexuales
sin protección. Le asegura a su madre que su cuerpo le pertenece sólo a
ella. Se quema con cigarrillos y se traza grandes cortes en los muslos y los
b razos. Como toda incisión, su acto tiene múltiples significaciones, más
all á de castigarse por conductas que ella hace menos por gusto que para
poder existir a los ojos de sus padres, se esfuerza por "cortar" la dependen­
cia con su madre, por romper con la fusión del cuerpo para parirse a sí
misma, disfrutar de su propia existencia. Busca dolorosamente meterse en
el mundo.
Para muchos adolescentes que se sienten prisioneros de sí mismos,
se trata de arreglar un cuerpo que cambia, una carne insoportable. 1 7 Las

1 7 El odio al cuerpo (que simultáneamente es odio a sí mismo) se cruza

43
modificaciones corporales y pulsionales de la adolescencia a menudo
provocan bocanadas de ansiedad cuya virulencia depende de los recursos
del Yo para absorberlas o evitarlas. Las crisis de angustia por lo general
son acompañadas por un sentimiento de irrealidad, de fluctuación de los
límites entre el afuera y el adentro. El miedo al colapso provoca el sobre­
salto desesperado de volverse contra uno mismo para aferrarse a un límite
tangible, el de la piel. La vacilación aterrorizante del sentido sólo es conte­
nida por el freno de la acción que rebana lo vivo. Es un llamado al orden,
al mismo tiempo que es rabia contra un cuerpo que ha devenido irrecono­
cible. El pasaje al acto es una tentativa de recuperar la continuidad psíqui­
ca. Atacando su cuerpo, trata de romper con la sofocación del sentido:
"Necesitaba que lo hiciera sufrir, este sucio cuerpo, dijo Ai'cha. Yo lo odiaba,
sólo me traía problemas. No lo había elegido. No pedí nacer. Desde que tuve el
coraje, lo ensucié realmente: me divertía quemándo me con colillas de cigarri­
llos, o, cuando estaba en clase, agarraba mi cuttery me sangraba, muchas cosas
así. Una verdadera sádica en realidad " (Aft el Cadí, 2002, 1 57) .
Tenso por la sexualización, con la incertidumbre que pesa sobre el
porvenir en ese momento de cruce de caminos, de hecho el cuerpo pare­
ce un obstáculo para el desarrollo de uno mismo. Podemos pensar que
muchas incisiones efectuadas por chicas son una tentativa de retomar el
control de un cuerpo que les rehúye especialmente en el momento de sus
menstruaciones. Decidiendo sobre su sangrado, le muestran a su cuer­
po los límites de su poder. Se esfuerzan en ubicarse como interlocutoras
frente a una carne que se les sustrae. Hablan de su disgusto por las mens­
truaciones, la sexualidad, la maternidad, etc. Un estudio de Rosenthal et
al ( 1 972) muestra un lazo estrecho entre las incisiones y las menstruacio­
nes. Estos autores observan que el 65% de las mujeres que se auto muti­
lan experimentaron una relación negativa con sus reglas. La mayor parte
sufre además de amenorrea o de ciclos irregulares. El 60% de las inscrip­
ciones corporales sobrevienen durante su menstruación, 20% en los dos
días siguientes y 20% en los dos días precedentes. Como es imposible no

en las jóvenes generaciones con la locura por los imaginarios tecnológicos


contemporáneos del adiós al cuerpo: cyber sexualidad, sueños de cyborgisación
de la humanidad, adhesión innumerable de chips informáticos que faciliten
por fin el esfuerzo de existir asimilando lo que resta del hombre a una máquina
sofisticada. (Le Breton, 1 999)

44
s a ngrar, ellas toman la iniciativa, enmarcando o participando activamente
e n un proceso fisiológico que, de otro modo, se les escaparía.
La intención inconsciente, pero poderosa, es a veces despojarse de sí,
c ambiar la piel modificando la textura. Voluntad de regresar al cuerpo
an terior, aquel de la infancia que no era trastornado por ninguna pulsión,
ni ngún cambio, y que los padres, en principio, tomaban a su cargo sin
d e masiados dilemas. Nostalgia de un cuerpo que no interroga al mundo y
que apenas suscita la atención de los demás porque sus necesidades bioló­
gicas elementales no conllevan dificultades. La autoagresión corporal tiene
�o rno objetivo bloquear simbólicamente el desarrollo de un cuerpo inso­
p o rtable que fuerza a nuevas responsabilidades, apelando a una vulnera­
bilidad inesperada. Es una tachadura, un trazo rabioso sobre uno mismo.
Las incisiones son corrientes en las chicas que lo pasan mal, que apenas
se reconocen en su cuerpo y abren en sí mismas una especie de brecha
p ara escapar a la asfixia de ser uno mismo. La apertura de la carne marca
la resistencia íntima a una piel que las contiene mal. Volverse contra la
envoltura es una forma de tratar de deshacerse de ella, una tentativa de
darse forma de una manera diferente para estar por fin de acuerdo con
uno mismo. Abrir la piel remite a abrir el sentido, a liberar las significa­
ciones tanto para retomar el control de una situación que se fuga, como
para tratar de cambiarse. El deseo de romper una insoportable imagen de
s1 mismo.

Existir

"Es bueno que duela, porque prueba que eres real (lo real), que eres vivien­
te (vivo) '', es un discurso que aparece a menudo en aquellos que agreden
s u cuerpo. Vivir es insuficiente, el individuo no ha investido lo suficiente
a su cuerpo, su anclaje en el mundo, le falta experimentar las sensaciones
lJ Ue por fin lo lleven a un sentimiento de enraizamiento en sí mismo. Yo
exi sto en el momento que me corto porque estoy inmerso en una situa­
c ió n de gran potencia emocional y sensorial. El dolor, la herida, la sangre,
fu erzan el sentimiento fuerte de existir por fin. Cuando al Yo le falta apun­
t al am iento en el mundo, y la imagen del cuerpo sufre para establecerse
co mo un universo propicio, solamente las sensaciones vivas ponen al día
l a i mpresión de ser uno mismo. Existir no es suficiente, hace falta sentirse

45
existiendo. Sólo el i ncre m e n to de l a sensac i ó n su pera el de rru m b a m i e n to
de s í y la i n co n s i s te n c i a de la i m agen del cucr po. 1 º
" J{,nía unrz fz.Jación con el dolor, recuerda M a rri n e . l:rrt sin duda d sz((n o
q ue de golpe yo me uoluírt yo. l:l dolor cm una f(nwrl de decir yo. " La i n ci s i ó n
es e nt o n ces u n a m a n e ra d e re i nsert a rse en el m u n d o , de s e n ti r p o r fi n l o s
l ím i tes de s í , de vivi r por u n m o m e nt o e s a u n i ó n del y o y de l a i magen
del cuerpo. Al l í donde n o q ueda m ás q u e e l cuerpo para expe r i m e n ta r s u
e x i s t e n c i a y h acerla eve n tu a l m e n t e reco n o c i b l e a los d e m ás , el corre de la
p i el dev i e n e u n modo de reasegu ro de la iden t i d ad perso n a l . La fal ta de
anclaje e n el e n to rn o , e l sen t i m iento de i n s i g n i fi ca n c i a perso n a l , no dejan
otra o pc i ó n . Yo exi s to porque me s i e n t o y el d o l o r lo atestigua. S i no es
en el m o m e nt o de la i nc i s i ó n , lo se r:í. en el m o m e n to de la c i catrizac i ó n .
"Mis padres pmaban e l tiempo pelerindose _Y _yo tcnírr la impresión de no exis ­

tú; de golpMrme contm un muro de indiférencifl. Huhicm desetzdo q ue elfos


se o cup e n de mí, me p rohíhmz sfllil: No fo hacían )' eso me f{zltrthfl. Cortarme
em unrl m a n em de decirles: dmemne, tóme n me e11 sus /mizos, yo existo, hagrm
rdgo. " ( Lu c i e , 1 7 años) . El co rrer de la san gre es u n tes t i m o n i o de ex isten­
c i a , una p rueba de estar al fin vivo.
N i co L1s ( 1 6 a ñ os) que declara n o experi m e n t a r n i ng u n a d i fic u l tad
perso nal , usa l a i nc i s i ó n co mo u n a m a n e ra d e e x p l o ración de sí: "htoy
aburrido de frz uida , no veo cómo podría estar conectado con fa m u erte. Es
para diuertirme. Prrso el rnchillo por mi lmrzo. Fw corta 1111 poco ftt p iel Fso
es todo. 1:1 do lo r es psicolrJgico, t!Í p u edes domillf1rlo. No se trr1tr1 de sadis m o , es
sólo el p la cer de j uga r con el rnchillo. Puede ser prtm el color de lr1 sangre,
z 1cr

110 lo sé. h ltt 1í11im p tt rt e hizrl!Ttl de mi peno/l(ilidtlrl. Creo q ue esttÍ ligttdrt a


la rtdolescmcia. Cwt n do yo sea p adre 110 creo que rn11ti111íe hacién do lo. fJcro
,

cuando comie11zo rt ir de11wsir1elo lejos, finw p o rqu e lo e11rnmtro rep ugwlllte .

A((l,U llOS .li tlttl ll de los pum tes, otros se co rta n . f:ºs la rn riosidtld, prmt ver el <fc'C­
to. " Aq u í n o se trata d e j uga r rn n la m ue rt e o de d i s i par u n s u fri m ie n to (al
m rn os e n las palabras recogidas) sino de i r m;Ís a ! Lí de s í , de exper i m e n tar

1 8 Ver r a m b i <.'.· n K i m H ew i u ( l 'J 'J 7 , 24 sq. ) . La n ec e s i d a d de srn r i rsc c x i s rir


rt· ro rn a i gu a l m e nr e co m o u n l c i rn w r i v en Li s p LÍ c t i c1s fís i c�1s y d e p o rt i \'as de
"
r i esgo d o n d e j u s r a m e n r e l os a d e p ro s d e c L n;1 n d t·sL· a r "e n c o n r ra r s u s l í m i t es ,
" a tra\'csa rl os" , e n c o 1 H r a r l o s "so p l o s d e a d re n a l i n a" , e r e . N o es a n od i n o q ue
r a m h i é n cs t <.'.· m m· p rese n t e t' n Lis a c r i v i d a d es fís i ca s d l· Li j u ff n t u d , e n e s p L· c i al
rn l a s d e d e s l i 1a 111 i cn ro . ( le B re w n , 2 0 0 2 h ) .

46
una sensación de estar ahí. La voluntad es estimularse, sentir algo fuerte,
como si la vida no alcanzara para hacerlo. ''Estoy atravesando fases donde
rne siento vacío, donde tengo la impresión de no existir" (Stéphanie, 1 8 años) .
Sylvia Plath evoca en un poema sus tentativas de suicidio. "Morir, lo
h ago excepcionalmente bien [ . . . ] , lo hago hasta el punto de experimentar
el sentimiento de realidad." Marie, una paciente de John Kafka, explica
có mo ella se corta lentamente, sin sentir nada al principio, pero dete­
n iéndose cuando experimenta, por fin, la ''sensación exquisita de sentirse
profondamente viva". Ese sentimiento es tan fuerte que ella se contiene
c o n dificultad para no seguir escarificándose también el rostro o el tronco
( Kafka, 1 969, 209) . Describe el correr de la sangre como una sensación
ra n voluptuosa que ella se sorprende porque tan poca gente recurra a ella.
La herida corporal es la búsqueda tentativa de un nivel de dolor o de aper­
rura de la piel que dé j usto la sensación de existir. Una vez alcanzado, la
p resión psicológica se relaja.

Volverse contra uno mismo

La incisión es a menudo retornar contra uno mismo la violencia


dirigida contra una persona o una situación que no puede ser aborda­
da. Pretende llegar a otro, inaccesible, intocable, pero percibido como la
fuente del sufrimiento actual. Se hace a sí mismo lo que desearía hacerle
al otro, mientras disipa una furia que arrasa todo a su paso. Por poder, el
sentimiento de impotencia es conjurado en un instante. Actitud ambi­
valente que, simultáneamente, calma al individuo en las diferentes áreas
de sentido donde se debate. "Prefiero cortarme a mí que a otro. De todas
maneras, no tendría a nadie para cortar" (Anne, 1 7 años). 'jNo voy a sangrar
a mis padres!" (Lude, 1 7 años) . Luc está enojado con su padrastro porque
p iensa que no lo comprende. Pero es imposible que ponga en juego su
agresividad contra un hombre, compañero de su madre, con quien tiene
rnás de lo que dice, y se abre el brazo con un cuchillo que estaba sobre la
rnesa.
Otras circunstancias son eminentemente masculinas y remiten a un
i maginario de la virilidad. La incisión corporal es a menudo una forma
de salir de un impasse relacional cuando las personas no desean llegar
a los golpes pero se encuentran atrapados en una acalorada disputa. El

47
hecho de cortarse la palma de la mano con un cuchillo para hacer brotar l a
sangre es una modal idad extrema para salvar el honor, volviendo sobre sí l a
violencia que era destinada al otro. Aquel que pasa al acto sobre su cuerp o
no ha renunciado a hacer prevalecer su punto de vista, ha hecho reco­
nocer su sufrimiento, afirmando así su virilidad, pero también su digni­
dad. Su adversario permanece agitado, aunque en principio el incidente
cerró la tensión. Esta afirmación de coraj e personal busca una reputación
de "duro" susceptible de proteger al individuo. En el film de Sean Penn,
Indian Runner ( 1 990) 1 9 , Joe y su hermano Franck conocen a una adoles­
cente tumultuosa, coqueteando con la deli ncuencia. Sin embargo Joe se
vuelve policía. Busca encauzarse en un camino más propicio, su hermano
regresó golpeado de Vietnam y su compañera espera un hijo. Pero él se
niega y prefiere huir de sus responsabilidades en una vida fácil que lo lleva
regularmente a prisión. Durante una escena m uy fuerte, Joe, después de
haber intentado retenerlo por última vez, con una mezcla de rabia e impo­
tencia se planta un cuchillo en la palma de la mano mientras su hermano,
conmovido, se alej a. Simultáneamente, Joe le m uestra su sufrimiento por
no poder convencerlo pero también el hecho de que él prefirió i ntegrarse
a la sociedad no por debilidad sino por elección.

Tentativas de suicidio

Se dice que entre 1 30 y 1 80. 000 son las tentativas de su icidio que
comprometen al conj unto de las generaciones en Francia. Alrededor de
800 j óvenes de menos de 24 años se matan cada año. Las tentativas de
suicidio son de 50 a 60 veces superiores. Las proporciones que afectan a
otras franjas etarias no tienen una medida en común. Si bien los j óvenes
se suicidan menos que los ancianos, testimonian en cambio una tasa de
tentativas netamente superior. La m uerte golpea tres veces más a los varo­
nes que a las mujeres; sin embargo las tentativas son más n u merosas en
estas últimas (Barometre-Santé, 2000) .211 En la franja etaria entre 1 5 y 20

1 9 N. del T " Ba j o l a m i s m a sangre" el t í tul o en la ve rs i ó n en espailol .


20 Pe ro las fo rmas de m o r i r no son l as m i s m a s . Los varones usa n , en efecto,
medios rad icales, l a vol u n tad de des t r u i rse es más p ro n u nciada, sin m iedo de
atacar s u apariencia: a h o rca m iento, defenes trac i ó n , arma de fuego. Las m u j e­
res recu rren a esto igualmen te pero en m e n o r p roporc i ó n , u t i l izan a men udo

48
¡1ños, contamos una proporción de 7 para las niñas y de 1 ,9 para los varo­
nes . En las jóvenes generaciones, el juego con la muerte remite primero a
una sed de existencia, separarse de las gravedades personales. La inmensa
m ayoría de las tentativas de suicidio se efectúa por la ingesta de medica­
m en tos. Las niñas que recurren a este procedimiento son netamente más
n umerosas que los varones. Otra modalidad corriente, a medio camino
e ntre la autoagresión corporal y la intención de morir, es la flebotomía. En
efe cto, muchos se tajean las venas de las muñecas.
La tentativa de suicidio es a menudo una voluntad de vivir (Pomme­
reau, 200 1 ; 1 997) . El juego con el límite es el último medio para existir.
Las lesiones corporales son lo contrario del suicidio, todavía se procura
u n a salida. Tentativas de tachar el texto de una existencia devenida into­
lerable, no son en ningún caso un deseo de mutilarse o de alterar dura­
deramente su cuerpo.21 "Suicidio simbólico", escribió sobre esto Sylvie
Frigon (200 1 , 5 1 ) , juego con los límites, asimilable a una ordalía matiza­
da, donde la voluntad de vivir domina todavía. Karl Menninger analiza
las auto mutilaciones como suicidios focalizados, acciones parciales contra
el cuerpo para salvaguardar lo esencial ( 1 938, 203y 237) . Las fl.ebotomías
tes t imonian ese juego ambiguo donde se trata de acercarse a la muerte sin
arrojarse del todo en la boca del lobo. Por el contrario, las mujeres jóvenes
que se cortan hasta lesionarse los tendones, traducen una voluntad de
profundizar un sufrimiento demasiado intenso para poder extirparlo de sí.
Las tentativas de suicidio de aquellos que tienen la costumbre de cortar­
se regularmente indican, por el contrario, un desorden de su ritualidad
í n t ima. Hemos descripto la ceremonia minuciosa de Caroline Kettlewell,
y especialmente la fascinación que experimentaba por su máquina de afei-

medios que preservan su integridad corporal: intoxicación medicamentosa


sob re todo.
2 1 Al contrario de las personas que sufren enfermedades mentales agudas de
las que no hablaremos aquí. Nuestra intención es mantenernos dentro de una
p sicología conservando la perspectiva del lazo social y de una búsqueda de sí
mismo del actor. Recordamos el personaje de Barbey d 'Aurevilly, Lasthenie
de Ferjol, que se mata lentamente "en detalle - ¿y en cuánto tiempo? Todos
l o s días, y un poco más, con las alfileres. Ellas [su madre y la vieja buena]
recogieron dieciocho, clavadas en la región del corazón" . Barbey d 'Aurevilly,
" Una historia sin nombre" Obras romanescas, T2, Gallimard, La Pléiade, 1 966,
347-348.

49
tar. Pero cuando ella trata de matarse, sus acciones son una caricatura de
aquellas que efectúa habitualmente. Toma una caj a sucia para recoger l a
sangre, rompe un vidrio y se apodera un brillo de ella. Pero n i bien taj eó
su piel se borró su deseo de morir, el primer corte le dolió y parece más
bien que ha profanado su piel por su falta de precisión. La nostalgia del
rito, el deseo de renovar momentos alguna vez queridos en su lucha contra
la adversidad, se apodera de ella. Ren uncia pronto a la radicalidad i nicial
de su acto. Al día siguiente se compra un nuevo kit de afeitar. "Entonces,
yo era como un famador radiante dejando caer un nuevo intento de parar y
preparándose para volver a su aspiración como un hambriento " ( Kettelwell ,
2000, 1 42) .
En una novela sin duda autobiográfica, aparecida en Londres en
1 963, un mes antes de su suicidio, Sylvia Plath proporciona a su heroína
la intención de matarse abriéndose las venas en un baño caliente. Pero
cuando va a pasar al acto , ella recula: "La piel de mis muñecas se veía tan
blanca, tan vulnerable, que no podía decidirme a hacerlo. " Fi nalmente ella se
vuelve contra otra parte de su cuerpo, su tobillo: "No sentí nada al princi­
pio. Pero al cabo de un instante sentí una fi'na impresión en profandidad, una
gran gota brillante y roja se infoiba sobre los labios de la herida. La sangre se
acumulaba sombríamente, como un ftuto, para rodarfi'nalmente a lo largo de
mi tobillo hacia el talón de mi zapato negro, de charol. 2-' Sylvia Plath describe
a la distancia, como un j uego estético, ese movimiento de colores sobre
el fondo de una especie de desapego de sí m ismo. El m iedo repentino
porque su madre vuelva a la casa detiene su acto. Ella se lava y se cura.

Castigarse

La significación del corte corporal es plural, sólo se comprende a través


de una historia personal. La preocupación de castigarse por su conduc­
ta o su dificultad de acceder a uno m ismo p uede también acompañar el
acto. Los psiquiatras, siguiendo a Charles Blande! ( 1 906) , asocian la auto
m utilación a una búsqueda de autocastigo. Karl Menninger ( 1 938, 249)
retoma el principio por medio de un cuadro psicoanalítico haciendo del
acto una manera de repeler la presión del superyó. La tensión se disipa por

22 Sylvia Plath, La Cloche de détresse, París, Gallimard, 1 972, p. 1 60 .

so
el abandono de una parte del cuerpo. Pero las autoagresiones corporales
d e las que nosotros hablarnos, lejos de ser la búsqueda de una mutilación23
m anifiestan más bien una voluntad de "hacer la piel" para escapar a una
i magen insoportable de sí mismo. Muchos jóvenes declaran su odio hacia
ellos mismos o el hecho de que no se aman. Pero no amarse es primero
no haber sido amado por los demás (o pensar eso) . La autoestima es una
rnedida de la mirada de los demás. Para investir su propio cuerpo de valor,
hace falta sentirse investido por los otros, de lo contrario reina el senti­
miento de estar sin interés, de no valer la pena, de ser nulo. Ese cuerpo que
cambia, donde el adolescente no se reconoce, hace falta castigarlo, o fijarle
una marca, para reencontrarse.
Ciertamente, el alivio no dura mucho y el equilibrista debe seguir
avanzando por el filo de la navaja con la pértiga de volverse contra el
p ropio cuerpo. Cynthia, de 1 7 años, le dijo a Xavier Pommereau: "Cuan­
do mi corazón sangra, y crece la rabia en mí, es necesario que haga eso. Es
como un castigo que me hago . . . por ser una tonta, muy débil, por estar a
merced de los demás. Tomo mi hoja de afeitar y me corto de un solo golpe para
no tener demasiado dolor y cuando mi brazo comienza a gotear sangre, me
acuesto y cierro los ojos en paz conmigo misma" (Pommereau, 1 997, 207) .
Hay a menudo una dimensión expiatoria en el sacrificio de una parte
de uno mismo o en el dolor infligido. Arrepentimiento de haber tolera­
do un hecho vivido como una humillación, imposibilidad de expresarse,
de decir sus sentimientos, de poner término a una situación intolerable,
rabia contra esa impotencia, etc. Uno de los beneficios secundarios de la
cortadura es "castigarse" por haber controlado mal su existencia, tener
que pasar por allí para no ser destruido en el sufrimiento. Por lo tanto,
de forma casi unánime, el sentimiento de culpabilidad surge al final de la
h erida. La vergüenza experimentada por no poder resolver de otro modo
sus dificultades es comúnmente formulada.

Purificación

La cuestión de la conjuración simbólica del sufrimiento no está ausen­


te en la consulta a un profesional. Joe deseaba un piercing doloroso, pero
23 Charles Blondel toma ejemplos de las enucleaciones, castraciones, mutila­
ci ones de dedos, etc. Que desbordan nuestra propuesta.

51
en la tienda a la que concurre, le dicen que él ya tiene los que provocan
más dolor. El artesano le comenta entonces del branding y del cutting.
''Por una razón u otra, un cutting parecía una buena idea ese día. " Decide
hacerse grabar dos l íneas que contienen un ojo sobre un brazo. "La prime­
ra cortadura fue /,a sensación más extraña que jamás tuve. Fue bastante malo.
Pero había otra sensación difícil de describir, /,a sensación del escalpelo que
pasaba suavemente por mi piel como un hilo. Pero poco después comencé a reír
[. . . } Yo no sabía por qué me reía tanto, pero me aliviaba de todas /,as cosas que
me molestaban, el dolor interior que estaba allí hacía mucho tiempo. " Luego
viene el momento doloroso donde la piel se quita para dej ar una marca
más sensible de la figura deseada. "Fue para mí el momento más simbólico.
Cuando me mudé, me separé de una chica con lt1 que había vivido dos t1ños.
Un mes antes de mi partida, el/,a me dejó. Eso me dolió como nunca antes me
había dolido. Entonces /,a piel que despegaba era un símbolo, una especie de
limpieza. Era formidable pensar que ht1bía dos líneas de piel, una por cada
año [. . . J Al salir, tenía un sentimiento maravilloso, /,a impresión de estar
por encima del mundo. Había superado otro de mis miedos. Me había hecho
cortar también por esa razón. La sensación continuó mientras volvía a casa en
auto y se mantuvo por días enteros. "
En los casos de violación, de i ncesto sobre todo, o de tocamientos
sexuales sufridos, la herida repetida es una forma simbólica de salir de una
cotidianeidad sobre el filo de la navaja para reencontrar una existencia que
no tendría mayor problema en i rse con la muerte. Una de las intenciones
expresadas es la de la purificación del Yo como si hubiera all í un medio
de lavar la deshonra por la sangre, y de reencontrar j ustamente los límites
perdidos. El j oven, simbólicamente mutilado, afirma que su cuerpo sólo
le pertenece a él . Lucha activamente contra la disolución de sí (Hewitt,
1 997, 5 5 ; Favazza, Favazza, 1 987, 202; Schapiro, 1 987) . Lo intolerable
de la muerte en la vida y de la vida en la muerte apela a la necesidad de
liberarse de la ambivalencia, de cortar en la intensidad del sentido y de la
carne para que llegue por fin la curación del trauma. La herida infligida
es una tentativa de salir del círculo del sufrimient o produciendo sentido,
esforúndose en volverse activo.
M ichel, actualmente detenido, se corta hace 7 años, por lo menos
una vez por semana. No siente ni ngún dolor haciendo su acto. "No llego
a encontrarme. La cabeza me da vueltas, el corazón golpea, tomo una hoja

52
rfe afeitar, me corto. Wl mejor después. " Durante la entrevista, él se revela,
do da
l·vocando los ''recuer s que ron n': Y al final habla. A los 6 años, fue
d c c i ma de agresiones sexuales por parte de su tío. Nunca le ha contado a
nadi e . Este evento destruyó su infancia. Ha rechazado por mucho tiempo
d horror gracias a la heroína, antes de encontrar una respuesta más eficaz
:i sus ''angustias" recurriendo a los cortes.

Haciendo correr "la mala sangre", está purgando la angustia escondi­


da, se esfuerza por "lavarse", a la imagen de Caroline Ketdewell que decía
reen contrar su "limpieza" al final de cada cortadura (2000)24• La sangre
d rena la parte mala de sí, lo deja provisoriamente puro. "Cuando el dolor
co mienza a hablar, lo hace silenciosamente. Si voz aparece como una cortadu-
111 en la pierna, una quemadura en un brazo, una piel despegada o raspada

regu la rmente. No hay sonido, solamente un malestar y un dolor silencioso


que toma la forma de otro dolor, auto infligido, y cuando este segundo dolor,
colateral sobreviene, se articula en la sangre o en ampollas segú,n vuestra
definición, aunque no sea un lenguaje que ustedes aprecien", escribió Janice
McLane ( 1 996, 1 1 1 ) a propósito de las secuelas de violencia sexual.
La herida corporal es una memoria del trauma reavivada sin cesar, una
tentativa siempre a renovar para retomar el control. La repetición marca la
persistencia del sufrimiento. Todavía faltan las palabras o los interlocutores
para expresarlo. Lo indecible del evento encuentra únicamente el lenguaje
Je u n cuerpo que debe sangrar y ser castigado por la injuria. La herida
t;' ,nbién revive un borde, allí donde, en especial en los casos de incesto,

roda límite simbólico ha sido destruido. Es más bien una ''voluntad de


sobrevivir" (Killby, 200 1 , 1 26) , de ninguna manera una sed de muerte.
Pero los marcos de referencia alterados por la violencia de otros no vuelven
a su solidez anterior. Si la herida reintroduce un límite, se desmorona de
i n mediato, obligando a comenzar de nuevo cuando las olas del sufrimien­
to vuelven a golpear los diques de un Yo muy magullado todavía para
resistir. Nuevamente se impone la necesidad de un límite inscripto sobre
l a piel para reencontrar sus marcas de identidad.

24 Las tentativas de suicidio atañen en profundidad a los jóvenes que han


sido víctimas de abusos sexuales. En el Centre Abadie de Bordeaux, en 1 996,
sobre 32 1 jóvenes suicidas con edades entre 14 y 25 años, 76 de 254 chicas y
� varones sobre 67 declararon haber sufrido violencias sexuales (Pommereau,
200 1 , 1 1 1 ) .

53
El esfunzo d o l o roso de sal i r del tra u m a tro p i eza co n el estrec h o a ncla.
j e de la h e rida en el even to q u e b usca s u pe ra r. El rito í n t i m o está e n carcela
<lo en u n a memoria q u e se trata de con j u rar. La ú n ica salida para que ces\
la repeti c i ó n <le la h e r i d a es otra m a n era <l e e x p resar el s u fri m ie n t o , ya ne
med i a n te el cuerpo s i n o por las palab ras , a a l g u i e n que pueda com p ren.
derlo. S ó l o u n a memoria l iberada e n u n c iada por l a palabra y no por el
dolor y la sangre, es suscep t i b l e <le ro m pe r el h ech izo de l a herida repetida

Inscribir los signos

Si b i e n las i nc i s i o n es hechas en secreto s o n mayo ri tariamente femeni­


nas, l as quemaduras de cigarri l l o , los "pacto s de sangre" y los tatuaj es reali­
zados p rec i p i tada m e n te son por lo ge n e ral mascu l i nos. El s i g n o corporal
que se i n fl ige del i be radame n t e es u n a m a nera de acelerar al pasaje, de
convocar al t i e m po para deve n i r fi n a l m e n t e u n o m is m o , a part i r de a h o ra,
s i n esperar más. B ricolaje s i mból ico para p rec i p i ta r la l l egada de u n estatus
deseado mostd.ndole a los o t ros h asta qué p u n to u n o esd. a la altura de
l as c i rc u n s ta n c i as . Búsq ueda de mad urez p o r medio de u n rito personal
que es e ficaz s i rea l m e n te l e da al j ove n el s e nt i m iento de haberse vuelto
ese otro que tanto d esea. Y a men udo l a metamorfósis en efecto se opera.
En la adolesce n c i a , los tatuajes real izados por u n o m is m o y l ast i m á n do­
se, co n res u l tados de m a l a ca l idad , son s ignos de i d e nt idad esc r i tos den tro
de la p i e l en un m o m e n t o de d u d a , d ur a n t e la ri t u a l i zac i ó n pen osa de un
pasaj e e n tre dos o r i l las. f:stas son i nc i s i o nes, pero s u b l i m adas, co n tro la­
das, eve n tu a l m e nt e re iv i n d i cadas co n fe ro c i d ad ( q u e no es el caso con las
otras i n c i s i o nes) . Por l o ta n t o , l as sign i fi cacio nes e n la o b ra n o est;Í n m uy
alej adas. La p i e l se bri nda como u n espac io t ra n s i c i o n a l para s u perar u na
p r u eba perso n a l . Esos tatuajes dcctuados cerca de la p u bertad , de manera
sol i taria o co n la co m p l i cidad de u n a m igo , re m o n ta n a u n m o m e n t o de
c r i s i s , de d i ficu l tad de e nt rar en la v i d a . Escri b i e n d o sob re su cuerpo, y
sobre todo ren u n c i a n d o a rec u r r i r a u n p ro fes i o n a l , el adolescente to ma
sus m �l l"L·as co n el m u nd o , busca a p ro p i a rse de u n cuerpo que cam b i a y le
da m i edo. Est;Í e n p l e n a meta m o rf() s i s y p rueba reto m a r el co n tro l d e sí
m i s m o . La m a rca c u d nea es una tlmn a d e p o n e r d i sta n c i a d e l a angustia o
del m a l estar de v i v i r que lo to m a en u n c ru c e de cam i n os d o n de n o sabe
q u t'.· d i rccc i ú n segu i r.

54
El tatuaje hecho por uno mismo es a menudo masculino, manifies­
rJ una voluntad de ruptura con un medio anterior. Es un juego con un
¡ in aginario de la virilidad. De factura corrientemente simple, hecho con
d i ficultad con la mano derecha sobre la muñeca opuesta o en las piernas,
c o n un equipo improvisado, doloroso, obedece a menudo a la voluntad de
··marcar" una relación afectiva percibida entonces como esencial. Forma
d e incorporar a aquel o aquella que tiene en su piel por medio de su
11ombre o de sus iniciales, incluso de una dedicación amorosa. Ese apuro
de posesión del otro ilustra también cuánto el joven está obsesionado por
e l miedo inconfesado de estar solo. Luc, de 1 6 años, se grabó sobre el
b razo izquierdo sus iniciales y las de su amiga dentro de un corazón. Es su
p rimera relación amorosa. Es un sismo inesperado que por fin le da alegría
de vivir. Apenas puede imaginar vivir sin esta joven compañía. Previamen­
r e han hecho el amor algunos días. La incisión en la carne es un pacto de
s a n gre, una determinación de eternizar la relación. Un seguro simbólico
so bre el futuro para que el otro no se aleje. Algunos años más tarde, él
se pregunta cómo hacer desaparecer ese signo comprometedor deveni­

do fuente de conflicto con su nueva compañera. Esos primeros tatuajes


adolescentes buscan j ustamente otorgar una consistencia a aquello que es
vivido como dolorosamente frágil. El compromiso se efectúa olvidando
que un momento de la vida no es la vida y que una incisión o un tatuaje, ·
i ncluso mal hecho, es, en adelante, parte integrante del paisaje de la piel.
Muriel, ahora con 22 años, recuerda una relación caótica, a sus 1 6
años, con un muchacho adicto de 1 7 años. La primera vez que ella se
marcó la piel, estaba en un parque con una amiga. Su novio entonces
estaba en prisión: "Estaba en el parque donde pasábamos todo el tiempo con
él. Encontré un pedazo de vidrio, estaba infeliz, empecé (se ríe) a marcarme a
mí misma y todo. Al principio tenía una F, y después, creo quefue después de
La doceava o treceava vez que él estaba preso, que hice la N, por suerte él no lo
ha hecho más (risas). No lo preparé, estaba sentada, vi un pedazo de vidrio y
ya, fue sobre la marcha. " Ella ''graba" las iniciales de su compañero sobre su
b razo izquierdo. En un primer momento, Muriel se hace cargo de restituir
si m bólicamente a su novio por medio de hacerse ella misma lo que cree
que él sufre en prisión. Cuanto más lo amenazan, tanto más ella se borra
a sí misma en un sacrificio consentido e inconsciente para restablecerlo
en su potencia. De este modo le dice que le pertenece en cuerpo y alma.

SS
Adem�ís, l o s u b raya mostrando las c i c a t r i ces a sus pad res, a s us a m i gos }'
a m i gas. 'El m b i é n es u n a ten t a t i va de reten er u n a rel a c i ó n a m o rosa q ue
s i e n te a m e n azada : "Me dije rz mí mismrl, si me gmbo sus iniciales, él es mío,
w1die mds lo hrl hecho por él, él es mz�y mío. " [ ,os com portam i e n tos d e su
n ov i o a p e n as ca m b i a n , a u n q u e d i ga q u e est�Í "(}} gulloso " y le guste m i rar
las m a rcas m ie n t ras le d i ce q u e es d "lom ". A l l í, s i n d u d a , M u ricl d escu bre
u n a fo r m a e ti cu. de l uc h a r co n tra su s u fri m i e n to . En efecto , e l l a m a n t i ene
el acto d e cortarse, y e n c u e n t ra u n a fo r m a d e ca l m a rse: "/,t1 p rimcrtl vez,
lo hice con un /Jidrio que c11co11tré y después, co 111 0 111u1 locil, dos o tres días
después rcprzsé por encinw de Iris cortr1dums con una hoja de a_/('ittlr, y en esa
épom me pilser1br1 con 1111 cortttplu mas en mi orrtcm, ento11Cl's se habír1 vuelto
prdctimrncntc sistemdtico, ¿te dils rnentt1? lím pro11to il(r;o stllífl mt1I, _yo repa­
saba encima. /,o hice dumnte 1m año. Cmi tod1ts ltls som1w1s. "
B e rn a rd , hoy co n l a edad de 27 a l1os, se h a cortado a los 1 5 a ños, en
m u ch as ocas i o nes, d ur a n t e "pcrlodos oscuros ". 1 )eseaba ex p e r i m e n t a r s us
l í m i tes. Co m p a ra s u acto con el ''primer porro " o al hecho de i nvo l uc ra rse
"
en cosm sigilosm, prohibidas ". Se graba las i n i c i a l es d e su a m i ga de ese
m o m e n to. Ren ueva m u c h as veces los cort e s d ur a n t e m o m e n to s d i fíc i l es.
"F\pcrimmttlbr1 uwz cicrttl alegr/a al h11cerlo. h·a corno w1a /Jtil/Julfl, r1(r;o que
te Í1t1dr1 ropirm: "
J o h n se ha cort ado m uc h o t i e m po y se h a hecho sangrar porque "era
lo lÍ11ico que se podlfl hflccr ", s u v i d a "h1thú1 estado 11u�y rctorcidr1 en todos
los scntidos " y s i n n i n gú n sos tén afectivo p o r p a rt e d e los d e m á s . La m e n t a
s i n d u d a a q u e l l as cicatrices , pero m �ís q u e nada p o r q u e las p reteri ría en
o t ra parte. Ad m i te q u e se h a cortado sobre tod o p o r "ocio " y p o r '!1wclús­
mo ". U n d ía co m p ró u n esca l pelo en u n a t i en d a . Y deci d i ó cortarse p a ra
graba rse u n a fi gu ra geo m <.'.·trica. Su elecc i ó n csd en el costado izq u i e rdo de
su caja ro dcica, a u n q ue él reco n oce q u e n o es el m e j o r l u ga r. En dccro,
experi m e n ta u n vivo d o l o r c u a n d o co m i e n za s u t rabaj o . Ha to m ado tod as
las p reca u c i o n es de aseps i a . Fs ta p reo c u p ac i ó n p o r la h i g i rn e d i s t i ngue
los co rtes h echos co n l a i nt e n c i ó n de i nscri b i r un signo e n su c u e rpo de
a q u e l l os cortes hechos p o r i m p u l so . Pe ro al u 1 n t i 11 u a r su acc i ú n , el d o l o r
s e h o rra y J o h n s i e n te "un 1rliflio i11crdhlc CO l l / O si /,¡ piel s e h11 hintl q11itarlo ''.·
" Vimm tl mi mente, c11drt 11ez q11c me quito mi l�shirt, /r; c1t111ció11 y el dolor
tic ilqucllil 11ochc czumdo tlgng11/ csils l/11etls tl mi rne1po. " Vo l u n tad de tener
u n c u e rpo para uno m i s m o , p u ri fi ca d o , reto m a d o .
El empeño para marcar su cuerpo traduce también la toma de pose­
sión simbólica radical de sí mismo. En referencia al estilo de música que
es cu chaba en esa época, Eric, de 1 7 años, se tatuó la inscripción Heavy
¡\;fetal sobre el brazo con una aguja empapada en tinta. Quería romper
c on sus padres provocándolos. Ese acto de independencia es, igualmente
e n es tas circunstancias, un acto de lealtad, por ''mimetismo ", dijo, a otro

,,ru po: "Sólo quería impresionar a mis padres. . . La mayoría de las personas
�ue en esa época escuchaban hard tenían un aire agresivo, los cabellos largos,
J1aquetas negras, todos con los brazos tatuados. Hice lo mismo. " Para unirse
si mbólicamente a un grupo con el que ella deseaba relacionarse, Laura se
h i zo, ella sola, tatuajes rudimentarios: "Tenía 13 o 14 años y me la pasaba
con una banda de amigos todos mayores que yo, todos habían pasado por
ttZt dores o se tatuaban ellos mismos. Les pregunté cómo habían hecho. Me
ua
exp licaron que se hacía con una aguja y con tinta china, entonces empecé a
htZcérmelos con una aguja de coser. Es muy largo, muy doloroso, es un horror y
da resultados asquerosos " ( tatuadora, 2 1 años) .
Ese tatuaje inaugural, a menudo poco planeado, hecho por uno mismo
de una manera furtiva, lejos de las tiendas de los profesionales y de su
cultura, responde a una urgencia personal, y es una manera de ponerse en
oposición, de dar nacimiento a otra versión de uno mismo. André se tatuó
tres puntos en triángulo sobre el hombro izquierdo en los baños de la
escuela. Reproduce, sin conocer el significado, un signo que vió en algún
otro. La intención de afirmarse está redoblada por el hecho que le gusta
mostrar su tatuaje "para asustar", para verse como un ''duro ". Los cortes
corporales en los varones, al contrario que en las mujeres, a menudo se ven
co mo trofeos, emblemas de virilidad que vienen a sellar las dudas sobre
uno mismo. El tatuaje, incluso mal hecho, representa un aura imaginaria
de potencia y de peligro que incita a los demás a poner distancia, a evitar el
conflicto. Coraza que produce una seguridad renovada, parece confirmar
u n a identidad difícil de establecer. Ayuda a reconstruirse.
Pascal, de 22 años, electricista, participa de la movida Black Metal.
Dice que la música forma parte del 90 % de su vida. Su enfoque es radical
en esta búsqueda de límite del significado más cerca del cuerpo, esta nece­
si d ad interior de sentirse existir poniéndose a prueba, mientras idealiza
u na visión "gótica'' del mundo que le da carne a su existencia: ''Primero

empecé a abrirme los brazos, estoy lleno de cicatrices en los brazos. Solo algunas

57
1¡d. Pero ahora es mayor y dispone del dinero suficiente para hacerse el
; J n1aje que sueña: un dragón tribal. Katt da la impresión de querer marcar
,u cuerpo de manera visible, de tomar posesión simbólicamente. La marca

es un signo de pertenencia a sí misma.

En las instituciones cerradas, que agrupan poblaciones marginadas


p or la sociedad, las marcas corporales son un recurso para crear un lazo,
i nscribirlo sobre la piel como una memoria indefectible. Constituyen el
i n ici o de un entre-sí permitiendo fijar fronteras simbólicas en un espacio
p o r lo demás anónimo. En Grandview, un correccional canadiense para
.1 dolescentes, las inscripciones cutáneas abundan (Ross, McKay, 1 979) .
A menudo expresan la lealtad a una "novia'', una confidente. Sin que
L1 dimensión sexual esté en juego, se marcan entonces sus iniciales, su
nombre, un eslogan. La mayor parte de las inscripciones son, en efecto,
bíblicas, testimonian una alianza, un contrato mutuo en el que el perga­
m i n o es la piel, a menudo un medio de presión cuando la "novia'' plantea
problemas. Incluso si remiten a la historia personal, el hecho de "grabarse"
es u n a condición esencial de pertenencia al grupo. Las chicas que rehúsan

hacerlo son marginadas, incluso mal vistas por las otras internas.

La sangría identitaria

La sangre es un recordatorio consciente de la seriedad del evento,


y también del precio de existir. '¿Hay alguna cosa más fascinante que tu
propia sangre? dice Caroline Kettlewell. Su roja belleza. Su pulsación inme­
diata [ . } La idea de la sangre me lla ma, hipnótica y seductora. ¿ Cuántas
.

ueces conocemos la sangre de nuestras venas? Se revela únicamente como el


mensajero de una mala noticia: herida, enfermedad, el repentino deslizamien­
to de un cuch illo o el pinchazo del médico. ¿Por qué sólo la encontramos en

el desastre?" (Kettlewell, 2000, 4) . La sangre es ambivalente, substancia de


v i da y simultáneamente de muerte, posee una doble cara propicia para los
u sos terapéuticos tradicionales. Sus poderes en materia de curación son
am pliamente extendidos en las medicinas populares. Por cierto, la sangre
que brota de una carne lastimada es objeto de horror, toca las prohibicio­
nes esenciales: en primer término aquello que la hace brotar, el respeto a la
i ntegridad del cuerpo, el miedo a la muerte. Nada nos es indiferente vién­
dolo fuera de su receptáculo corporal. Substancia eminentemente cargada

59
de sentido, cristal iza un aura de sacral idad. Un reflej o de represen tacio.
nes la vuelve una substan cia peligrosa de m a n i p ular. Muchas sociedade�
h umanas controlan el fl u j o con rigor, por ejemplo, asignando a la sangre
reglas con estrictos tab úes . Aunque con l l eva menos cuestionamientos que
los trasplantes de ó rganos, la transfus i ó n de sangre n u nca es u n a acción
médica tra n q u i l a para el receptor. Que la muerte haya podido gol pear
a través del S I DA, por transfusio nes sangu íneas po rtadores de gérmen es
de la i n fecci ó n , ha redoblado la amb ivalencia de n uestras sociedades al
respecto.
Como l a sangre viene también del i n terior del cuerpo, se l a asocia a
men udo con el alma, encarna j ustamente la i nt e rioridad. Que franq uee
el u m b ral de la piel rep resenta u n a fract u ra i n to l e rable, ya no está en su
lugar. Confro n tación metafr)rica con la muerte, no l a podemos ver sin ser
golpeados de rebote. Pero si b rota de un corte deli berado , entonces parti­
c i pa de la l i berac i ó n de lo sagrado para uso perso nal. El i n d ividuo la m i ra
correr len tamen te con fasci nació n , está en otro mundo. Es el amo de l as
heridas que s e i n flige. El sufri m iento está an tes que el acto , en senti r q ue
la existencia i mp lica una violencia frente a l a que el i ndividuo no p u ede
hacer nada. La sangre, s i gno de vida, asociada al co razón que late m ien­
tras esté encerrado bajo el c i rc u i to de la piel, está del lado de la m uerte
s i brota del cuerpo. " El acto de verter la sangre debe ser el más podero­
so un iversal mente, como ejemplo de at ravesamiento de la barrera e n tre
l as partes i n ternas y las externas del cuerpo" ( H ewitt, 1 997, 1 6) . Pero la
sangre también es el signo b r i l l ante del entrecruzam iento de la vida y la
m uerte. S ímbolo efi caz en las manos de quien lo em plea, la sangre de la
i n cisión es u n elemento esencial de l a d ra maturgia inventada por q u i e nes
no pueden más. Es como un h umor mal igno que se alej a del cuerpo, u na
"mala sangre" que marca la toma de distancia con el sufrim iento.
M uchas personas que se cortan así, cuent a n que al ver los co rtes su
cal ma se ex tiende ( Favazza, Favazza , 1 98 7 , 1 94 ) . El las las m i ran como un
b�ilsamo visual sumado a la sensac i ó n fís ica de alivio debido al corte. Su
col o r vivo es u n reco rdatorio para l lamar la atención sobre la realidad q ue
se i m pone con fuerza. M arie cue nta cómo l a sangre q u e recu b re su piel le
da "un bano voluptuoso, lrt sensrtción de un mlor pltzccntero q ue se extiende
sobre todo su cuerpo, moldmndo los con tornos _y esculpiendo su forma " ( Kafka,
1 969, 209) . " S i e m p re y cuando algu ien tenga sangre, escribe Ka&a, l leva

60
en sí la trama del objeto transicional capaz de darle el calor y el confort de
la envoltura" (209) .
Para Martine, la vista de la sangre era al principio insoportable. Por
ranto, cuando se cortaba las sensaciones eran bien diferentes: ''Había vérti­
ITO,
,,
malestar, incomodidad, y al mismo tiempo un júbilo al ver la sangre.
Me acuerdo de una vez que me corté más fuerte de lo que quería. Tenía una
,degría al ver la sangre que corría, corría en abundancia y era un júbilo. Pero
tttmbién tenía un temor muy grande porque estaba desequilibrada, de hecho
l'staba en peligro. " Muriel, que se marcó con un trozo de vidrio las iniciales
de su novio preso, contó cómo la vista de la sangre la tranquilizaba: "\lés
!rt sangre, es realmente una parte de vos, está en vos, te hace vivir y ves cómo
({} rre. Sabes que vives. Cuando te cortás sentís sensaciones, te sentís viva. Es
({}mo si supieras que tu vida te pertenece. Sé que yo puedo hacer correr mi
sangre cuando quiera, soy realmente ama de mi cuerpo, existo. Ese es un poco
el sentimiento cuando ves correr tu sangre. " La práctica de la incisión es una
especie de sangrado identitario, un brotar metódico de la sangre para una
relación más feliz consigo mismo y con el mundo. Un rito personal para
conj urar el malestar de vivir a fin de purificarse.

La. cicatriz

En el estatus de las cicatrices también hay un analizador de las rela­


ciones diferentes con la piel según la construcción social de los sexos. En
l o s varones, especialmente en los medios populares, las cicatrices producto
de accidentes, las agresiones, las pruebas físicas o deportivas, a menudo
son vividas como trofeos de identidad, marcas tangibles de una virilidad
i ncuestionable. Tener la piel dura provee un estatus a los ojos de los demás,
y por lo menos autoestima. La tendencia viene de lejos, fue observada,
p or ejemplo, por Bloch y Niederhoffer, en los años '60: "En las bandas de
negros o de portorriqueños, muchos varones ostentan con orgullo cicatri­
ce s de golpes de cuchillo, aunque puedan haberlas adquirido involuntaria­
rn e nte en el transcurso de un combate de bandas. En los años siguientes,
e sas cicatrices [ . . . ] son a menudo exhibidas orgullosamente por hombres
rn aduros, como prueba de su fuerza" (Bloch, Neiderhoffer, 1 963, 1 30) .
Además, las cicatrices son a menudo erotizadas por los varones, lugar
i rnportante del narcisismo individual, pero también por sus parejas feme-

61
ninas a las que les gusta acariciarlas o abrazarlas como marcas de virilidad.
Los hombres las viven m<is corrient emente como un signo de identidad ,
como una afirmación de la fuerza del carácter.
Las chicas se preocupan a menudo de marcas susceptibles de ser mal
interpretadas por sus parejas masculinas. Ésas, en efecto , contradicen a sus
ojos la seducción que se les impone a ellas como un deber ser. A menos
que se trate de chicas inmersas en un proceso de autodenigración, en cuyo
caso apenas tienen la preocupación de ahorrárselas. En el conj unto, l a
cicatriz es aceptada como un s igno fuerte si es lo suficientemente discreta
para pasar en parte desapercibida y que ellas puedan sim ultáneamente
investirla de su atención como l a memoria viva de un momento difícil ,
pero superado.
La cicatriz es una manera de fijar el mal en tre quienes se dañan el cuer­
po en profundidad, encarna el recuerdo del control de un sufrimiento, de
un control sobre uno mismo. Mirándola, el individuo a menudo experi­
menta tranquilidad, el sentimiento de haber superado un período penoso.
La marca dej ada por una cirugía simbólica es un signo virtual de curación.
Se i nscribe en los meandros de la h istoria personal donde los sucesos están
siempre suj etos a revisión, recuerdan el pasaje por un episodio doloroso o
son el signo de una antigua indignidad. Es percibida como una deshonra
o como un motivo de gloria, según l as circunstancias. A menudo es reivin­
dicada como un elemento esencial de la identidad personal, un motivo de
orgullo.
Si bien la propia mirada sobre uno m ismo es la primera fuente de
sentido, se enraíza primero en la mirada del otro. La relación amorosa, por
ejemplo, puede erotizar una cicatriz y borrar desde entonces la carga nega­
tiva que tenía asociada. A la i nversa, también puede a men udo crear una
dificultad, si la pareja (hombre o mujer) choca contra ese signo del cuerpo
como un obstáculo penoso. La apreciación de la cicatriz personal, sobre
todo si se trata de viej os cortes o quemaduras deliberadas, se enreda co n el
j uego del deseo, de la conveniencia, de la imagen de sí mismo. Cristal iza
el sentido, pero nunca de un modo congelado, sólo los albures de la histo­
ria personal son susceptibles de en unciarlo. Así, las cicatrices a menudo
son vividas como el tranquilo recuerdo de un viej o momento. O a veces
como el honor de haber pasado por allí. Pero ese valor reside primero en
la mirada de los otros, de aquellos que importan . Ya l o hemos dicho, los

62
\ ' arones o los hombres viven más fácilmente sus cicatrices como un signo
de i dentidad, como una afirmación de la fuerza del carácter.
En el conjunto, el apego a la cicatriz es claro. Marca sobre el cuerpo
u n momento intenso de la historia personal y quitarla sería entonces una
fo rm a de negación. De manera significativa, Bernard dice que ha tenido
s u e rte de poseer esas marcas: ''Es un poco idiota, pero no es como las cicatri­
(CSde un accidente, por ejemplo. Son mis cicatrices propias, aquellas que me
hice yo mismo. Tienen una significación porque te las has hecho en un cierto
período, es íntimo. "

Los testigos del corte

Si el individuo que altera su cuerpo lo hace de una manera delibera­


da para retomar el control durante un episodio de sufrimiento, está en
búsqueda de una redefinición positiva de sí mismo. Por lo contrario, para
los testigos del acto o para aquellos que ven las consecuencias sangrantes o
simplemente la cicatriz, la empresa es insoportable y provoca temor.25 El
ataque contra el cuerpo provoca un reflejo intolerable de identificación: el
testigo impotente se ve por un instante en el lugar del otro. La ebullición de
la emoción marca la ruptura brutal de lo prohibido: el cuerpo profanado,
la sangre que corre, el dolor infligido. La defensa más común es considerar
como un cliché tranquilizador la "locura'', el "masoquismo" para empujar
el acto hacia lo impensable, neutralizarlo relacionándolo con una catego­
ría moral fuera de toda razón. Robert R. Ross y Hugh B. McKay explican
que incluso antes que a "los años de exposición a traumatismos físicos, los
equipos médicos reaccionan con repugnancia a las injurias que las perso­
nas se infligen automutilándose. La reacción es sin duda más acentuada
en aquellos que tienen responsabilidades a su cargo, como los trabajadores

sociales, el personal de las instituciones, los equipos médicos o los padres.

2 5 A menudo, para poder abordar estas cuestiones de redefinición de uno


rnis mo por medio del dolor o el corte, especialmente durante el curso de la
Maestría de Antropología Médica, pude medir la viva resistencia de los estu­
di antes o de los auditorios a poder concebirlos de otra manera que no sea una
forma patológica para poner fin a un cuestionamiento insoportable. Es preci­
samente en esos lugares ambiguos donde la antropología debe penetrar, porque
son los más significativos.

63
La actitud frente a un individuo ensangrentado , quemado , escarificado
o estro peado es por lo general una mezcla de horror y de culpabil idad"
( Ross, McKay, 1 97 9 , 1 0) . El entorno está i ndefenso y no tiene palabras
para comprender un acto que les parece sin medida, absurdo, golpean do
con fuerza los recursos de ident i fi cación con el otro. Caroline Kettlewell
cuenta así la confusión de sus padres después de haberla sorprendido en
los baños de su escuela secundaria mientras se taj eaba el brazo. '¿Por que
ese silencio? Estoy segura que esta cuestión hace que los otros se sientan terrible­
mente incómodos. Porque habltlr daría sentido, substtincia y permanencia al
evento. Porque nadie querría imaginarme en serio de otro modo que sólida y
digna de confianza " (2000, 23) .
M;is alhi del prej uicio corriente que en principio estigmatiza el acto
remitiéndolo sin examen del lado de la locura o del masoquismo, las
autoagresiones corporales a menudo conllevan también el reflejo de un
vocabulario de den igración o de un j uicio a priori que impregna, a su pesar
(?) el vocabulario psiquiátrico : automutilación, autoagresión, int e n to de
suicidio, violencia autoinfligida, etc. Los térm i nos fallan para designar la
in tención de las personas que real izan estos actos, y las encierra, en prin­
cipio, en una sintomatología que no dice nada de la confusión que sienten
o de la búsqueda de supervivencia. Por el contrario, asignan la conducta
a una alteridad i nsoportable. Montan un cordón san i tario neutralizando
de antemano todo cuestionam ienro. Una pantalla viene a obscurecer la
co mprensión del acto , corta paradojalmen te la palabra en lugar de i nducir
el cam ino del pensamiento. Numerosos testimon ios in forman de cómo
sufren una d i fícil acogida las mujeres norteamericanas que atentan contra
la int egridad de sus cuerpos, que son curadas en fo rma agres iva, a menu­
do cosidas sin anestesia, consideradas como en fermas y como "pérdidas
de tiempo" ( Kilby, 200 1 , 1 2 8 ) .
Sabiendo la atención extrema que suscita en los dem;is l a vista d e una
herida in fligida en esas condiciones, el individuo la mant iene para sí, la
cura él m ismo en la intimidad de su cuarto o del baño. El acto la mayo ría
de las veces es vivido en soledad, como una especie de locura Íntima que, al
mismo tiempo calma pero también brinda el senti m iento de estar aparte ,
de no ser del todo "normal". Ese sentimiento de vergüenza experimen tado
frente al corte aparece regularmente en los testimonios. Martine recuerda
heridas, a veces importantes, en sus m uñecas. Para eludir las preguntas

64
111 uy precisas de su entorno, culpó a un pestillo en su puerta con el que se
,i r�1üó por accidente. Ella habla de "el malestar para dejar la normalidad.
/)el temor del juicio de mis padres y que tomen conciencia que yo no soy del
rodo la persona que ellos creen tener enfrente. No era posible confrontarse con
otl idea. " Unos quince años antes, regresando a ese período de su existen­

c i a , dijo sentir una ''culpabilidad " por haberlo vivido. Siempre oculta ese
e p is odio, incluso con su terapeuta. ''Estoy loca por hacer eso " es un discur­
so c omún que traduce claramente la dimensión de estar atravesando por
u n pasaje delicado que permiten los cortes corporales. Prótesis provisorias
para apuntalar el sentimiento de que el yo se desvanece, demasiado rasga­
do para soportar la angustia cara a cara. El sentimiento de vergüenza que
�1co mpaña casi todos los cortes es una garantía del retorno hacia un nuevo
i n vestimento de sí mismo.
Muchas de las personas interrogadas, que nunca habían hablado con
nadie de sus cortes, sorprendieron a sus parientes al revelar sus cicatrices.
Pero nunca osaron hablarles de ellas, y al mismo tiempo tenían la inquie­
tud de no ser interrogadas por ese tema. En esta perspectiva, las cicatri­
ces, si existen, son cuidadosamente ocultadas, las relaciones más íntimas
susceptibles de inducir explicaciones, son evitadas. Por lo tanto, la expe­
riencia muestra que su descubrimiento por parte de los demás contribuye
a que la persona salga de su autodenigración y le brinda la primera distan­

cia propicia. K.im Hewitt lo dice finamente: ''Hace unos años una amiga
lllUJ cercana me había confesado que ella también se cortaba. Escuchándola,
percibí por primera vez que no estaba solo. Me di cuenta que el cuerpo tenía
u n paisaje privado sin pala bras, supe entonces que tendría que encontrar un
le nguaje para habla r de mis cicatrices" (Hewitt, 1 997, VIII) .
Entre aquellos que reivindican su acto o desdeñan las críticas de su
l'n to rno, una afirmación retorna de manera constante: "Mi cuerpo es mío,
con él hago lo
que quiero. Es la única cosa que puedo controla r. Yo soy la dueña.
Si yo quiero hacerlo, el equipo, las chicas, o tú y tus leyes no pueden detenerme.
Si yo decido marcarme, lo hago. Nadie puede detenerme. Si yo quiero engor­
dar, puedo. Si yo quiero parecer fea, puedo. Tus hombres pueden castigarme,
¿y qué? Soy yo quien controla. Si ustedes me castigan, yo los controlo al mismo
tiempo que ustedes me controla n': dice una reclusa de Grandview al terapeu­
t a qu e se esforzaba en poner término a su comportamiento (Ross, McKay,
1 979, 1 33-4) . Discurso ambiguo que habla sobre la potencia personal y

65
j ll l'ga co n l os d l' m ;Ís co 1 1 t ro Lí 1 1 d o l os co n s u co n d u c t a . Lsta j oven m u j er 11 (
i g n o r a q u L· l' n Li l r i m a i n s ta n c i a m ;u H i L' n e el pod e r. A t aca n d o a su cu np0
s u b o rd i n a p rn v i so ri a m e n t e a l eq u i po , p reoc t 1 p;1 d o s en c ur a rl a y ocu pán
d os e d e l' l l a , re m i e n d o que e l la vuelva a h acer l o . Es c i e rr o que s u c u c rp(
le pnt L' l l ell" , p e ro p o r m ed i o de él e l l a u m b i c' n s u j eta a los d e m ;Í s . " }(
lo had11 solr1 e n 111 i rnrtrto rn 1 1 1111 tscrrljh'lo ro hifrlo r l mi pr1rlrc. I >cscrn:r¿_ab1
111i uíklll. Hifhír1 rwrrcrrs, cicrttriccs. Flil lo r¡11t _ ¡10 r¡11enír. A1c crtlnlflhif per1
trnnhic;n 11//' palllitír1 11111stlilr lili st!f·i·illl im to ti torio l'l 11w ndo. Pero de hcchc
yo disi11wlt1hif mis cicr1triccs npnw1rlo r¡11c a�r.:,1tit11 l11s rlesrnhrie1t1 " ( S tc'p h a.
n i e , 1 8 a í10s) . A m h i va l c n c i a d e l j u ego e n t re m o s t ra r y ocu l tar. La c i ca trb
est;Í d i s i m u l ad a a la v i s ta de los o tr o s . A l gu n os , s i n e m b a rgo , espera n su
descuh r i m i c n ro i n esperado p a ra pod e r p o r f1 n e x p resa r s u a n g u s t i a sin
reservas . A l recu rri r a tal p roced i m i e n to , se m e1,cL1 11 aq u í l as m a rcas del
s u fr i m i e n t o y la vergü e n z a . Stép h a n i e exp resa c l a ra m e n te q u e e l l a d e te sta
actuar así.
La m a n i p u l a c i ó n d e l o s p a r i e n tes es, a m e n u d o , u n a d e l as i nt e n c i o nes
n ús i m portan tes del acto , i n c l u s ive a u n q u e n o p u e d a ago ta rse e n esa sola
s i g n i fi ca c i ó n . La a m e n aza de la au roagres i ó n co rporal d e l i be rada ata las
m a n os d e un e n to rn o aterro r i za d o . Co n fi e re un poder re l a t i vo a aquél q ue
se a t reve . Este t i po d e rel a c i ó n se e n c u e nt ra a m rn u d o en u n a fa m i l i a , un
gru po de a m i gos o u n a pare j a . S i hay a m e n a1.as , expo n e n a las p e rsonas
p róx i mas a d ec i s i o n es terri b l es p o rque " l as r i m ;í n d ose, e l i n d i v i d u o d ispo­
ne, efec t i va m e n te , d e un m ed i o efi caz p a ra l as t i m a r a los d e rn ;ís" ( Ross,
M c Kay, 1 9 7 9 , 6 1 ) . S o b re tod o a a q u e l l os a q u i rn es est;Í apega d o . "Me
corto r1 men udo ptmt mantener 111/fl prtreja que q11iae irse. Fw impresiona y él
no st1he cómo ht1ccr " ( Ak h a , 1 (1 a ñ os ) . El m u n d o d e l e n c i e r ro , s o b re todo
l a p r i s i ó n , est;Í co r ri e n t e m e n te co n fro n ta d o a estas t e nt a t i vas d esespe radas
d e h acerse esc u c h a r a l l í d o n d e los i n d i v i d u o s esLÍ n p r i vados d e rod a otra
p os i b i l i d a d d e reco n o c i m i e n to d e s u q u e j a . A r m a e fi caz p e ro d e d o b l e filo
p o rq u l' c i e rt a m e n t e se i m po n e a l os i nt e rl oc u to res se n s i bles a l a s a m e na·
zas o a l a s a u toagres i o n e s , pero en caso co n t ra r i o , el i n d i v i d u o no p u ede
ech a rse a rr ;Ís . Vo lvere m o s s o b re es to ( C a p ítu l o 2 ) .
S i h i L' n b s i n sc r i p c i o n es corporales s o n m ;Ís frec u e n t e m e n te Ín t i ma5
!' secretas , en l a s i n s t i t u c i o n es cer rad as t i e n e n u n va l o r p o l í t i co de rcsis·
tL· n c i a , d e rec h azo ;d rn c i cr ro y a la d i s c i p l i n a . S o n ex h i b idas co m o un
m a n i fi e s to , u n a c to de acusac i ó n o rgu l l os a m e n t e d es p l egado. Rohcrt R
¡�os s y Hugh B. McKay observan así en un hogar que "ciertas chicas con

c ic;1rrices grabadas en su piel adoptan deliberadamente un estilo de vesti-


111e n ra que acentúa el valor eminente de sus cortes con T-shirts sin mangas .

.\ un as eligen también el color de sus ropas de modo de suscitar un vivo


. lg
c o n t raste con sus cicatrices" (Ross, McKay, 1 979, 27) . Los cortes corpo­
r;iks llaman la atención sobre sí, conjuran la soledad y el sentimiento de
n o s er comprendida. Aunque por lo general son solitarios y secretos, otras
1 cces son pedidos de ayuda, una búsqueda desesperada de reconocimien­

ro . Las instituciones totales están a menudo confrontadas a esos actos de

�il reración de uno mismo que permiten escapar de una rutina mortífera y
L·ncontrar por fin, aunque sea por un instante, una escucha, que les pres­
fL' i l atención. Se trata de testear la importancia personal, de convencerse
de n o estar todavía tomada por la insignificancia. La abundancia de actos
co ntra el cuerpo en prisión, por ejemplo, manifiestan la necesidad de un
re conocimiento de uno mismo que falta en lo cotidiano. La impresión
de no ser nada, de ser indiferente a los ojos del mundo, está conjurada al
recurrir al cuerpo, aunque las significaciones de la incisión no estén claras.
Para Robert R. Ross y Hugh B. McKay, "la automutilación puede ser un
medio más eficaz para ventilar la frustración en el seno de una institu­
ción, que una reacción explosiva, una confrontación directa con uno de
los miembros del equipo o una tentativa de eliminar del entorno la fuente
de la frustración" (Ross, McKay, 1 979, 6 1 ) . Haciendo retroceder a los
m iembros del equipo, sin b uscar confrontación pero volviendo contra sí
m is mo la tensión experimentada, el individuo puede, en efecto, ganar en
si m patía, en comprensión, y ver su estatus mejorar en la creencia que no
1·a a repetir su acción.
La historia de Aurélie es reveladora de la utilización social de los cortes
cor porales para forzar un pasaje hacia los demás. Ella tiene 1 5 años y vive
L' l l un hogar destrozado. Sus padres se han separado, pero el discurso

1naterno no deja de desacreditar al padre. Aurélie manifiesta su males­


t a r por medio de las incisiones y también por sus repetidas tentativas de

s u i cidio. Después de una breve estadía en psiquiatría por el miedo de sus


Padres, a quienes ya no espera, es recibida en un hogar de adolescentes
l o n dificultades. Se corta regularmente el brazo y muestra sus cortes a
l o s educadores impresionados, poniéndose T-shirts de mangas cortas. Es
d i fíc il establecer un proyecto con ella, mientras se escapa y entra en una

67
b úsqueda desesperada de reconoci m iento por m e d i o de sus autoagresi o..
nes corporales que le otorga n , a pesar de tod o , la p rueba que se p reocupan
por ella evidenciada por l a mov i l i zac i ó n del eq u i po y los c u idados que
le b r i n d a n . En c a m b i o u n a noche, por pri m e ra vez, se corta el rostro,
m arcando el c ruce a u n n i vel de gravedad que la co n fi n a a o t ra b reve esta­
día e n p s i q u iatría. A s u regreso al hogar, s u fre u n fu erte rech azo p o r parte
de la d i rectora, u n a m u j e r aten ta y sen s i b l e . Se anuda u n e n fren tam i ento
en el c u rso del cual Aurél i e p roclama su "odio" a la i n s t i t u c i ó n . Palabra por
s u p uesto a m b ivalente. Tódo s ucede como s i el absceso de sentido acabara
de rom perse. Los l í m i tes han sido reco rdados con fi rmeza p o r u n a m ujer
que Auré l i e est i m a m a n i fiesta m e n te. En los d ías s i g u i entes, e l l a acepta un
p royecto que co n t i n uad i n c l usive varios años m ;Ís tarde.
A m e n udo el co rte corporal en una i ns t i t u c i ó n es tam b ién una búsq ue­
da de afecto, de sostén de p a rte del educador o de la educado ra referen­
te. Una tarde, Stéphan i e esc r i b i ó d u ra n te m uchas ho ras en s u cuaderno
acerca de su angustia. Pero reavivó las h eridas. Se co rtó. "Quiero ver si me
hace más mal que todo eso ", le d i j o a la edu cado ra q u e s e n t ía m ás cerca­
na. "Cúrame ", l e d i j o exte n d iendo s u m u ñeca de l a que b rotaba sangre.
Está en b úsqueda de lo que podríamos l l a m a r u n a maternal izac i ó n , un
m o m e n to de reco n c i l iación afectiva que su madre n u nca l e p udo dar.
Muchas otras i n te r n as , de todos modos , rehúsan tamb i é n con s u l tar un
médico; p refieren hacerse c u rar p o r la trabaj ado ra social m ás cercana. Las
care n c i as parentales, sobre todo l as de l a madre, se reparan de este modo
con la i n te n c i ó n de testear la co m p as i ó n de q u ien la cu ra. La "matern ali­
zaci ó n" de los c u i dados es u n a manera de veri fi car el grado de afecto hacia
u n o , s i n duda es ta m b i é n u n a o p o r t u n i dad de co n fi a r que sería i m po s i ble
con el médico. Aún cuando las c u ras son l a rgas y d o l o rosas, en gen eral
son h echas de este modo. Reto rn o elemental a u n a p r i m era i n fan c i a real o
soñ ada donde la madre la c o n t e n ía.

El final de los cortes

A q u i e n es a l teran su p i e l les fal ta la palabra para expresar la emoción


que s i e n t e n , y por lo tanto para m a n te n e r s i m bó l icamente el s u fri m i en·
to a d i s t a n c i a . S i los recursos del sentido fu n c i o n a n , el i n d ividuo reto ma
en parte l as riendas de la s i tu aci ó n , no dej a que sus afectos lo abru m en·

68
Responder con su cuerpo puede volverse la única posibilidad. Pero no
h ace falta que sean excedidos por el grado de violencia simbólica que
si en ten. Kim Hewitt hace referencia a las incisiones que durante mucho
r i empo se infligía desde la infancia hasta que un día recurrió a ellas inútil­
mente. Durante un conflicto con su compañero de entonces, se cortó la
muñeca. Experimentando al mismo tiempo un momento de estupor por
h aberse atrevido a hacerlo. Con un sentimiento de vergüenza, recuerda
rodavía aquellos años, escribiendo en su libro, los puños pringosos de su
ro pa pegados a su brazo. Mientras tanto, ella devino otra y, no deseando
reencontrar un modo de resolución que "funcionaba'' en su adolescencia,
d escubre por fin con horror que no está más en esa situación y que hoy
dispone de recursos que vuelven inútil la agresión hacia el propio cuerpo.
Es a partir que la frustración o la angustia se vuelven dolorosas, que
finalmente se desarrolla la distancia entre una misma y el mundo, enton­
ces recurrir al cuerpo cae por sí mismo. Es lo que dice a su manera Marti­
ne. Ella se puso como objetivo la redacción de su tesis para la universidad
co mo un símbolo de su acceso, por fin logrado, a la madurez. ''Después de
la redacción de mi tesis, es como haber dado vuelta la página. Aquello terminó
así. "Y por lo tanto, agrega: ''El sentimiento que me llevó a cortarme, lo volví
a sentir todavía algunas veces '', pero de aquí en adelante no volvió a pasar
al acto.
Habitualmente, el parto progresivo de uno mismo vuelve menos
común este recurso. De todos modos los cortes son efectuados con una
d istancia crítica. A lo largo del tiempo la ritualización se atenúa poco a
poco. Incluso en el caso de Caroline Ketdewell. Un día, un compañero le
dijo que el hecho que ella se cortara lo preocupaba profundamente y que
se sentía culpable. Carolina se defendió, pero descubre que una relación
amorosa le impone tomar en cuenta el sentimiento de los demás. Al día
si gu iente, por primera vez, durante una hora le cuenta al psicoterapeuta
que la ayuda a superar una depresión, cómo ella se corta regularmente. Sus
e o nes desaparecen poco a poco sin que haya un día preciso que marque
el fi nal. "Cuando dejé de cortarme, fue solamente porque podía permitírmelo,
f!orque mi necesidad aparentemente había culminado su curso natural" (p.
1 76) . La necesidad interior de los cortes para resolver la tensión no se hizo
s e ntir más. Se había operado un camino de sentido, de ahora en más ella
<: s capaz de poner distancia con los eventos que la lastiman.

69
A menudo el fin de los cortes se establece en la co nfrontación tangibl e
con la muerte. John Kafka ( 1 969) cuenta la historia de Marie, una adoles­
cente en tratamiento psicoanal ítico duran te ci nco años. En su primera
in fancia, estuvo gravemente enferma y sufrió en especial una enfermedad
de la piel que impedía que sus padres la tocaran. Kafka habla al respecto de
un "hambre de contacto" que an i ma a la niña, que de todos modos detona
un vivo dolor cuando se la toca. Más tarde, siendo adolescente, no soporta
más ver a sus padres destrozarse frente a sus ojos. Comienza a cortarse los
brazos y las piernas y a obstaculizar la curación de sus heridas. Hospi tal i­
zada por una neumonía que debería haber sido fatal , se cura contra todo
pronóstico. Marie encuentra fi nalmente un mejor co ntrol de su existencia.
Encuen tra trabajo, recurre a la ci rugía estética para borrar las cicatrices
que ahora le resultan insoportables. En el transcurso de su psicoterapia,
establece poco a poco una frontera entre su mundo interior y el de afuera,
a parti r de ahora la piel no será m;Ís atacada como un l ím i te defectuoso.
Cumple, de aquí en adelante, su papel de frontera entre uno m ismo y los
otros, encarna un yo-piel uni ficado. En la experiencia de Marie, la inmi­
nencia de la muerte probablemente haya funcionado como una ordalía
que resign ificó radicalmente el valor de su existencia para poder sobrevivir
(a pesar de los pronósticos de los médicos) .

Escarificaciones en los comercios

Las autoagresiones deliberadas al cuerpo en forma socia l m e nt e públi­


ca, reivind icada, comienzan en los años '70 en los entornos sadomasoq uis­
tas o gay de los Estados Unidos y Canadi Pero también se encuentran
en la calle en el movi m iento punk, dent ro de un registro rad ical men­
te di ferente, donde el cuerpo es quemado, tal lado, esca rificado, clavado,
tatuado , perforado, etc. con un deseo vol u n tario de disidencia radical con
la sociedad inglesa de la época. Hemos rastreado este recorrido en otro
lugar ( Le Breto n , 2002a) . Hoy d ía abundan los negocios para modifica­
cicrnes corporales. Si bien ciertas pr;ícticas como el bmnding, el cutting, las
escarificaciones, el peeling, o los i mplantes son todavía poco frecuentes en
las sociedades europeas, esd.n presen tes en U . S . A . hace muchos años. Los
comercios o negocios proponen a las personas que lo desean, satisfacer sus
demandas. Las autoagresiones corporales de este tipo son de otra natura-

70
1 cza que el tatuaje o el piercing, donde el objetivo es puramente estético
;n1 nque el momento de su realización sea importante, aquí la experiencia
de la imposición de la marca es lo más destacado.
El hecho de hacerse escarificar por un profesional, eventualmente
r odeado de amigos, eligiendo el lugar y las condiciones de la operación,
p o r lo general es vivido en los Estados Unidos como un rito privado que
;1 p unta a una transformación positiva de uno mismo. A menudo el cliente
a breva en un imaginario de escarificaciones amerindias o africanas, y vive
ese momento como equivalente a un rito de iniciación, como si fuera él
m ismo un miembro de esas comunidades tradicionales. Entonces la esca­
rificación es a la vez una despedida de la antigua versión de uno mismo, y
s i multáneamente la memoria de una superación personal. "El corte se vive
ca si siempre como una experiencia conmovedora y espiritual, una manera
de crecer, de sanarse" , dijo una profesional Quno, Vale, 1 989, 1 05).
James Myers describió así una tienda de cutting, en San Francisco, al
comienzo de los años '90, dirigido por Raelynn Gallina. Ella se presentaba
al público como "cortadora'' desde hacía 8 años después de haber descu­
bierto la existencia de las incisiones durante encuentros sadomasoquistas.
Tomó un largo tiempo para enumerar los lugares del cuerpo favorables
para los cortes, las precauciones de higiene, los riesgos en que se podía
i ncurrir en caso de negligencia. James Myers contó un público de 43
personas de las cuales la mayoría eran gays o lesbianas. Muchas querían
sufrir las incisiones ese mismo día. Una de ellas llamada Rosie, tenía unos
cuarenta años. Quería inscribir sobre su piel, a nivel del omóplato izquier­
do, el dibujo de un animal estilizado dentro de un triángulo. Mientras
Raelynn comienza su trabajo, Rosi gime suavemente, y dice: ''Es intenso,
maravillosamente intenso " (Myers, 1 992, 256) . El corte es cepillado con
al cohol e inflamado ante los gritos del público. Después Raelynn comple­
ta s u trabajo impregnando la herida con tinta negra. Otra mujer se acerca,

dl a ya se ha tallado hace 9 meses y viene a renovar la experiencia.


Por cierto, aquí se expresa la búsqueda paradoja! de una estética del
Yo. Sin embargo, también podemos pensar que esas inscripciones corpo­
ra l es han sido efectuadas bajo una forma ritual, en presencia de especta­
d o res, participando para algunos de un juego sadomasoquista, pero para
otros de una especie de ceremonia de reparación. Es sobre este aspecto que
i n siste Raelynn Gallina: 'L4 menudo, ser escarificada -el acto de ser cortada

71
y sobreuivir rl elfo- es unrz experiencúz poderosa ptZm !tZS personrzs. Sobre todo
para aquellas que //fln cstt1do e11 sitw1ciones de uiolencir1 o que htZn e>.peri­
mentado unfl serie de problemfls en rn liidfl. Pedir ser cortado (en unfl situa.
ción no /liofentrz sino por el con tmrio amorostl, confirzdtl, solidaria), srmgrar
y termiwzr con fl{rz,o hermoso, eso cum y te enmxuflcce, _y p uede dr1rte mucha
potencir1 " ( Va l e , J u no , 1 9 8 9 , 1 0 5 ) . As í , B o b F l a n aga n se h ace p o n e r un
bmnding por Fak i r M usafar del a n te de u n a a u d i e n c i a de 70 perso nas. D i ce
sen t i r u n a i m p res i ó n m uy fuerte. "La e.\pcrien cir1 m si mismfl, con flmigos
alrededor tz�yo que te sostienm, produce un smti111i{'}1to de rerd proximidad
f. . . /. Em 11nr1 especie de rito de ptZSflje ", a g re g a para a u m e n ta r la i m por­

t a n c i a q u e l a expe r i e n c i a ha ten ido para él . .' r , A l co n t rario de los co rt es


sol i ta r i o s , a q u e l l os q u e s o n h e c h os d e n tro de las t i e n das de m o d i f-lcac i o nes
co rpora l es p a rt i c i p a n de u n c l i m a de reAex i ó n pe rso n a l , de paz m e n tal . Su
s i g n i f-lcac i ó n no es la m is m a q u e para el i n d i v i d u o q u e est�Í en las ga rras de
u n i n tenso s u fr i m i e n t o o p a ra u n artista portador de u n a re Aex i ó n críti­
ca s o b re e l estatus del cuerpo. Las a u roagres i o n cs corporales respo nden,
e n tonces, a una c u ri o s i d ad perso n a l , a p u n t a n m �ís bien a una rep resenta­
c i ó n de u n o m is m o e n el c o n texto de u n a soci edad o a l a i m agen de s í q ue
t i e n d e a p reva l ecer sob re c u a l q u i e r o t ra c o n s i d e r ac i ó n . Pa r t i c i p a n t a m b ién
d e una e x p e r i m e n t a c i ó n de u no m is m o . La p reocu pac i ó n d e experi m e n t ar
sensac i o n es i néd i tas o de destaca rse de los denüs por u n s i g n o c u d neo
i ns ó l i to a l i me n t a u n recorr i d o d o n de el s u fri m i e n to est�Í ausente o i ncon­
feso. Po r el co n t rar i o , el d o l o r fís i co de l a i n scr i pc i ó n est�Í re i v i n d icad o . En
E u ro p a , pocos c l i e n tes so l i c i ta n a los p rofes i o n a les i n terve n c i o nes de este
o rd e n . Pero su n ú m e ro no cesa de crecer. E n c o n t ras te, aq uel l os q u e lo
so l i c i ta n s o n 'fyersowzs que sflhcn fo que quieren _y sahm fo que hacm " ( Fsté,
colocad.o ra de piercings , �- B años) .
En u n tes t i m o n i o en I n ternet, E r i k dec l a ra haberse hecho grabar sobre
l a p iel de su b razo l a p a l a b ra tew1city p o r u n p ro fes i o n a l . M i r�í ndose e n el
espej o de la t i e n d a , u na vez q u e el trabaj o es t�Í term i n ado, nota: "h1rzba
orgulloso _y honmdo de un corte tfln pe;j-ecto. Crzdr1 segundo de dolorfúe una
Jmcción de esa belle:w y una gmtifimción persontZ! que me tmia lt1 nuzrca
f. . . / La experiencia fite terrible. Acmmjr1ri11 tl curzlquiem que lo reproduzca
si encuentra un artista valioso. YrJ tu ve lrz suerte que fite un r1migo el que me

26 Acerca de estas fo r m as de ri rual izaci ó n dd s u fr i m i en to , ver D e n i s Jeffrey


( 1 99 8 ) .

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(ortó, lo que volvió las cosas más satisfactorias. Pero estética y espiritualmente,
i'S lo más grande que haya hecho. "
Esté descubrió el poder de los cortes sobre ella a los 1 3 años: ''Fue en lo
de una tía instrumentista quirúrgica. Estaba de vacaciones en su casa, descubrí
11 n a caja con los instrumentos quirúrgicos, escalpelos, ese tipo de cosas, comencé

il marcarme con el escalpelo. Era algo que conocía desde siempre. Cuando tuve
esos instrumentos en la mano, comencé a hacerlo, sin saber absolutamente por
qué. " Así, ella se marca regularmente antes de descubrir el universo del
p iercing y de las escarificaciones y de transformarlas en su trabajo. Recha­
za en su historia personal una razón particular que la haya empujado a
actuar. Dice buscar "la sensación de la apertura del cuerpo y la comunicación
con el entorno ". ''El hecho de trabajar con la sensación del cuerpo " es lo que
le importa. Observando los cortes producto de sus actos, ella lee su histo­
ria personal, pero también "la historia de mis sensaciones, vale decir en qué
época y de qué manera yo era capaz de aprehender mis sensaciones. " Por lo
contrario, ella no siente ningún dolor: "Cuando hago las escarificaciones y
!as perfo rmances, tengo como un fenómeno de anestesia, es como si perdiera
contacto con todo aquello que es sensación de dolor, yo no hago nada para eso,
no tomo ninguna droga, no hago meditación, nada. Cuando me hago escari­
ficar, estoy allí, soy capaz de mirar lo que me hacen, pero no siento dolor. Vér
un cuerpo que se abre puede ser aterrador, pero no, miro lo que pasa y necesito
/ier el cuerpo abrirse, pero dolor no, nunca dolor. " La autoagresión corporal
en este caso, es más bien una experimentación de uno mismo, el deseo de
n o dejar nada sin explotar para un mejor aprovechamiento del cuerpo.

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