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Antecedentes
Comúnmente se acepta por parte de la mayoría de los historiadores que 1808 supone el
inicio de la Edad Contemporánea española. Dicho año significó la transposición a
España de un fenómeno universal denominado por según que historiadores como
Revolución Atlántica, Burguesa o Democrática, marcando el punto de ruptura con lo
que se ha venido a denominar Antiguo Régimen, cuyo conjunto de estructuras fue
echado abajo.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Sin embargo, la población se estancó desde el final del reinado de Carlos III, por una
serie de epidemias subsiguientes a malas cosechas, complicándose a finales de siglo por
otra serie de mortíferas epidemias, como la de fiebre amarilla en el sur (1800) o el
cólera en levante (1804).
2.2 Economía.
Con Carlos III la monarquía borbónica alcanzó sus mayores cotas de prosperidad. Pese
a la absoluta preponderancia de la agricultura, comenzaron a despuntar el resto de
sectores económicos, destacando el comercio con las Indias, que se liberalizó, acabando
con el monopolio gaditano y surgiendo grandes compañías comerciales con dicho
objeto. Se liberalizó a su vez el mercado de los cereales a la par que culminaba el
sistema de pósitos. Despuntaron la construcción naval (por el comercio colonial) y
ciertas manufacturas, sobre todo la pañera y lanera (mientras declinaba
irremediablemente la Mesta), la algodonera en Cataluña, la linera en el Noroeste, etc. La
mano del Estado, imbuido del espíritu mercantilista de la época, intervino en la creación
ex profeso de las Reales Fábricas para surtir al país de manufacturas de lujo, que a su
vez fueron el acicate de industrias y sectores asociados (minería del carbón, red de
transportes, etc.). El mercado interior creció con dificultades derivadas de que las
unidades territoriales, sistemas de pesos y medidas, moneda, sistema fiscal, etc.,
carecían de uniformidad o regularidad, con existencia de aduanas interiores, sistemas
forales en algunas regiones, etc. Pese a que el Estado se había ido centralizando durante
todo el siglo XVIII, subsistía una administración (capitanías, audiencias, intendencias...)
enrevesada. Además, el Estado entró en una crisis institucional (por la superposición de
funciones de las diversas instituciones) y económica, no sólo la recurrente crisis de
subsistencia (por una serie de malas cosechas), sino sobre todo financiera, provocada
por la guerra primero con Francia (con la pérdida de Santo Domingo) y más tarde con
Gran Bretaña con la paradoja de la alianza por motivos geoestratégicos con una
potencia enemiga en el plano ideológico (la Francia revolucionaria) (que supuso la
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En una época en la que los reyes pretendían afirmar su poder sobre aquellos que se le
oponían (como la Iglesia), la Ilustración sirvió a sus intereses como una manera de
modernizar el Estado en la doble dirección de afirmación del poder autoritario como de
optimización económica, financiera y fiscal. Las reformas respondían más a unas
necesidades que a un programa determinado, y de hecho la Ilustración española aceptó
la monarquía absoluta por sus funciones (defensa de la libertad y la propiedad), para las
que precisaba de un poder fuerte, incontestado y centralizado. Incluso aceptaba una
aristocracia (si bien culta, formando una elite intelectual) y la necesidad de la religión
como garantía de la moral y el orden público. Pese a que se oponían a los privilegios
seculares y la desigualdad estamental ante la ley, nada objetaban respecto a las
desigualdades económicas o sociales o a la redistribución de la riqueza.
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En principio, la Ilustración sólo caló en una elite (varios miles a lo sumo) de españoles
cultos vinculados a los círculos políticos de la Corte: burócratas, académicos, juristas, o
incluso eclesiásticos (muchos más de lo que pudiera pensarse) o aristócratas (algunos
convencidos y otros por seguir la moda). Sus precursores fueron los primeros miembros
de las instituciones culturales creadas por Felipe V (la Biblioteca Nacional, la Academia
de la Historia, la Academia Española, etc.) y, sobre todo, Feijoo, aunque penetraron con
fuerza hacia mitad de siglo de mano de la Encyclopédie francesa (pese a la prohibición
de la Inquisición) y los escritos científicos, técnicos y económicos. Paradógicamente, no
lo hicieron a través de las Universidades, sino fundamentalmente a través de las
Sociedades Económicas de Amigos del País, se llegaron a crear unas 70, a imagen de la
decana vasca, protegidas por Campomanes y el Consejo de Castilla, y de la incipiente
prensa, más avanzada en la crítica social, como El Censor (1781-1787) o el Correo de
Madrid. El prototipo de ilustrado fue Campomanes: culto, pragmático, de ideas liberales
en cuanto lo económico, pero absolutista en lo político, aunque reformador y enemigo
de los privilegios seculares y la tradición paralizante, pese a ser un enamorado de la
historia de España, de la que pretendía extraer enseñanzas para el futuro. Creía que la
grandeza de un país se asentaba sobre su prosperidad económica y la estabilidad interna,
a la vez que su acomodo a los límites naturales. Sus deseos de reforzar el Estado y
alcanzar mayor prosperidad eran interdependientes.
En los últimos años del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos IV, se llegó al final de
la fase denominada Despotismo Ilustrado, caracterizada por un espíritu reformador en lo
institucional, con tendencia centralista y con un pretendido fomento de la cultura y la
instrucción públicas, a la par que la industria y el comercio. En este sentido, ya desde
Carlos III se intentó eliminar las aduanas interiores, los derechos sobre la producción e
importación de máquinas, se eliminó la prueba de limpieza de sangre para acceder a los
gremios, se favorece el cercado de bienes comunales, etc., etc. Sin embargo, apenas
poseyó base social, estando dirigida siempre desde la cúspide del Estado. Además, la
ilustración se dio siempre de bruces con la Inquisición, que ejercía una férrea censura
sobre los libros que llegaban a España, con la organización estamental (cuyos cimientos
nunca se tuvo intención de remover) y con las anticuadas estructuras económicas.
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pública) y política. Al margen de la lucha de las camarillas palaciegas que dieron lugar a
la caída de Godoy (valido del rey y virtual dueño del gobierno del Estado), destaca el
influjo de los hechos revolucionarios acaecidos en Francia, fomentando tensiones
ideológicas en España, bien de carácter liberal bien tradicionalista (cristalizadas en las
tesis de la unión entre el trono y el altar) que se desarrollarían en la posterior Guerra de
la Independencia.
Carlos III había situado a España en una cómoda situación, con las finanzas saneadas,
las defensas seguras y una economía con cierto dinamismo, aunque su reinado había
concluido sin alcanzar sus dos objetivos básicos, la modernización del país y su
engrandecimiento. Sin embargo, dicha situación estaba viciada por las condiciones
sociales y económicas, circunstancias que abocaron a una crisis anunciada, agravada por
la llegada al trono de Carlos IV, un monarca débil sometido a la influencia política de su
esposa, la reina María Luisa, motivo de constante escándalo en una corte tradicional
como la española de su tiempo. En este contexto se produjeron en la vecina Francia los
acontecimientos revolucionarios, afectando profundamente a las bases ideológicas del
régimen.
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Floridablanca actuó con dureza hacia Francia, clausurando la frontera y tomando una
actitud hacia los acontecimientos franceses (se negó a aceptar el juramento de Luis XVI
a la Constitución francesa) que provocaron la animadversión del nuevo gobierno
francés. Como se hizo evidente que la política de Floridablanca no supo adaptarse a la
nueva realidad francesa e incluso ponía en peligro la vida de Luis XVI, fue cesado en
febrero de 1792.
El nuevo hombre fuerte del régimen sería Godoy, un joven desconocido hasta entonces,
introducido en la elite política desde la guardia real de mano de la reina (según se dice,
tras un hecho anecdótico), encumbrado y colmado de honores de manera fulgurante. Su
ascenso debe interpretarse no como una mera intriga palaciega mezclada con un
episodio amoroso con la propia reina (como ciertos historiadores han querido presentar),
sino como el intento de superar las banderías políticas de la etapa de Carlos III (las
disputas entre los partidos golilla o burócrata-Floridablanca- y el aragonés o militar-
más aristocrático, de Aranda-), que desestabilizaban al gobierno. Godoy representaría al
hombre fuerte hecho ex profeso para servir a los monarcas de manera incondicional, no
identificado con el pasado, como una tercera vía alternativa a los dos partidos
tradicionales para afrontar un nuevo periodo. Los monarcas confiaron en él ciegamente
y lo colmaron de riquezas y títulos, con los que Godoy se creó una clientela, a base de
un descarado nepotismo, que supliese su falta de base social y apoyos políticos.
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La guerra contó con el apoyo del pueblo en España, espoleado por los mensajes
incendiarios de los sacerdotes, y los voluntarios acudieron a raudales a la par que los
donativos. Sorprendentemente, el ejército dirigido por el general Ricardos invadió el
Rosellón, pero la falta de previsión (deficiencias en el mando y en las líneas de
suministros) hicieron infructuosa la operación, aunque ocupó al ejército revolucionario
durante el resto de 1793 en rechazar la ofensiva. España no estaba preparada para la
guerra, y sólo resistió en muchos casos por los pertrechos proporcionados por los
británicos. Además, sus ejércitos estaban en inferioridad numérica, y en 1794, tras la
ofensiva francesa a ambos lados de los Pirineos, las deficiencias tanto en el mando
como en la logística se evidenciaron, y la mayor parte de Cataluña y Guipuzcoa cayeron
en manos francesas, hecho favorecido por los recelos gubernamentales para armar a los
catalanes, de cuya lealtad dudaban y por la administración foral vasca, que negoció la
paz por separado. Sin embargo, el pueblo se alzó espontáneamente con odio primitivo
contra el invasor (en parte debido a los pillajes de los franceses), dejando aparte
antiguas reivindicaciones autonomistas. En Barcelona se crearon Comités de Defensa y
se aprobó un fondo para armar a 20000 soldados adicionales. En las provincias vascas,
cuya población era tradicionalista, la masa se alzó espontáneamente en armas (sobre
todo en Vizcaya, Guipuzcoa y Navarra) dirigida a veces por el clero rural. En el fracaso
militar destacó la responsabilidad de los mandos, que actuaron con incompetencia. Tras
la caída de Vitoria, en julio 1795, Godoy se apresuró a negociar una paz honrosa, en
Basilea (22-7-1795), que reintegraba a España todos los territorios perdidos en la
península y sólo se renunciaba a Santo Domingo en favor de Francia.
Los británicos temían que a la paz seguiría una neutralidad favorable a Francia y, al
final, la alianza con ésta contra Gran Bretaña, lo que efectivamente sucedió (Tratado de
San Ildefonso) y en octubre del 96 España declaró la guerra a los británicos y puso a
disposición de Francia 18000 soldados de infantería, 6000 de caballería, 15 navíos de
línea y 6 fragatas.
La guerra contra Gran Bretaña resultó catastrófica para España. En febrero de 1797 fue
derrotada la Armada, de manera decisiva, en el Cabo de San Vicente, mientras en el
Caribe se perdió Trinidad; además, el bloqueo británico de Cádiz cortó las
comunicaciones con las colonias, perturbó su comercio e impidió la llegada de caudales
americanos. La guerra marcó el declive definitivo del poder naval español, la parálisis
de los astilleros y el inicio de la disgregación del imperio colonial. Además, España se
redujo cada vez más a la condición de satélite de Francia.
3. El descontento en el interior.
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Al mismo tiempo, la situación económica era pésima: las malas cosechas, las epidemias
y la inflación fruto de la guerra habían reducido al mínimo las pésimas condiciones de
vida de las clases populares. Se dieron una serie de motines populares (motines del
pan), como en Valencia -1801- o Madrid -1803-, de cierta gravedad, y que fueron
aprovechados coyunturalmente por la oposición.
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Godoy tomó conciencia de que su propia supervivencia sólo estaba garantizada con la
protección de Napoleón, por lo que se echó prácticamente en sus brazos, subordinando
la política hispana a sus propios intereses, que pasaban por la posibilidad de la
obtención de un principado propio en Portugal bajo dominio francés, lo que se plasmó
en el Tratado de Fontainebleau. Sin embargo, Napoleón no creía ya en el futuro de
Godoy, y comenzó a practicar un doble juego, tomando bajo su protección al propio
Príncipe de Asturias.
2. El Príncipe de Asturias.
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El heredero al trono, el Príncipe de Asturias (futuro Fernando VII) había ido incubando
entre 1801 y 1807 una gran animadversión hacia su madre y el valido, desembocando
en franco odio y enemistad y cierto temor por parte de Fernando de que se le
desheredara a favor de alguno de los infantes más jóvenes. Al mismo tiempo, una nueva
generación de aristócratas militaristas encabezada por el nuevo ministro de Guerra (el
marqués de Caballero) se agrupó alrededor del Príncipe de Asturias, constituyendo un
partido fernandista, actuando como foco y centro de la oposición conservadora, con una
base social identificable, la protección del príncipe Fernando y cierta popularidad
demagógica.
Para conseguir sus fines, Fernando cayó en el juego de Napoleón llegando incluso a
escribir al Emperador a fines de 1807 pidiendo una novia de su familia. El propio
Napoleón advirtió el error de Fernando, que intrigaba con una potencia extranjera,
llegando a la conclusión de que ninguno de los dos partidos era digno de su confianza,
hallando como vía única la intervención directa.
Fernando complicó aún más las cosas fomentando una campaña de libelos contra su
madre y Godoy. Para evitar una virtual regencia de Godoy, el partido fernandino
preparó un decreto firmado por Fernando como rey, con fecha en blanco, que entraría en
vigor a la muerte de Carlos IV, nombrando como Capitán General al duque del
Infantado. Godoy descubrió la conspiración y junto a la reina lo presentó a Carlos IV
como un complot contra su vida. Fernando VII confesó todo y en un juicio celebrado en
El Escorial, el Consejo de Castilla se negó a juzgar al Príncipe; sólo se juzgó a los
demás miembros del complot (Proceso de El Escorial), donde no se probó ninguna de
las graves acusaciones contra ellos, tanto el duque del Infantado como los nobles
descontentos fueron expulsados de la corte. La conspiración fue en realidad una
pantomima dirigida por Godoy.
4. El Motín de Aranjuez.
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Ante el sesgo tomado por la situación, Godoy dio órdenes de reagruparse a las tropas
españolas (orden que no acataron al ser dispersadas por Napoleón por el territorio
portugués), que había tomado conciencia del peligro real, decidiendo trasladar la corte a
Aranjuez como preludio a un posterior traslado a Andalucía y de allí pasar a América.
Tras dos días escondido, Godoy fue apresado y vapuleado por las masas, aunque
le fue perdonada la vida por Fernando y sometido a un duro encarcelamiento hasta los
sucesos de Bayona. Unos días más tarde un nuevo motín, continuación del anterior
pidió la abdicación de Carlos IV, lo que de hecho sucedió el 19 de marzo en medio de la
conmoción del rey, inaugurando el reinado de Fernando VII.
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Mientras tanto, el 2 de mayo, cuando los franceses se disponían a evacuar del Palacio de
Oriente al resto de la Familia Real con destino a Bayona, el pueblo de Madrid se había
levantado contra los franceses, que ya controlaban prácticamente todo el territorio. El
levantamiento fue reprimido con dureza y en la madrugada del 3 de mayo fueron
fusilados los detenidos en los tumultos. La rebelión se extendió por todo el territorio, a
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Comenzaba así no sólo la Guerra de la Independencia, sino una nueva Era tras la
caída del Antiguo Régimen.
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1. El dos de mayo
Las presiones cada vez mayores de Murat sobre la Junta y su pretensión de que ésta
autorizase la salida del infante don Francisco de Paula, hacia Francia, lleva ron a sus
miembros a solicitar una reunión urgente a la que también fueron convocados otros
representantes de las instituciones del Antiguo Régimen, Consejos de Castilla,
Hacienda, Indias y Órdenes. Se planteó por fin la posibilidad de iniciar una guerra para
hacer frente a la ocupación francesa, se acordó sin embargo designar una especie de
Junta suplente por si Murat cumplía sus amenazas de terminar con la designada por
Fernando antes de su partida. En esta nueva Junta, al lado de personajes que reaparecían
en escena, como Jovellanos, ocupaban un lugar destacado los militares.
Las noticias corrieron como un reguero de pólvora. El mismo día que estallaba Madrid,
Andrés Torrejón, alcalde de Móstoles, se presentaba como depositario de esa soberanía
de la que habían sido incapaces de hacerse cargo las altas instancias del Antiguo
Régimen y publicaba un bando llamando a todos los pueblos a la guerra contra los
franceses. En las semanas siguientes las revueltas se fueron sucediendo en las distintas
provincias. Los hasta entonces considerados dirigentes naturales de acuerdo con las
creencias del Antiguo Régimen, se verían enfrentados a la tesitura de tener que elegir
entre apoyar el levantamiento popular o aceptar los nuevos planes que Napoleón tenía
para España.
Las abdicaciones de Bayona habían abierto aún más el camino al emperador quien
continuó jugando con la sumisión de la Junta y del Consejo de Castilla que le permitían
mantener la ficción de legalidad en sus decisiones. Aceptó a Murat como teniente
general del reino, lo que ponía de hecho el ejército español bajo su mando. Sus enormes
ambiciones parecían quedar así colmadas. Pero el emperador había entrado en contacto
con su hermano José, dándole instrucciones para dejar Nápoles, para hacerse cargo de la
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corona española. Pronto recibiría Murat las instrucciones precisas para preparar la
llegada del que sería el nuevo rey.
2. El reformismo de Bayona
José I y la Constitución de Bayona habían de ser las armas que emplearía Napoleón para
terminar con el Antiguo Régimen en España sin necesidad de una revolución. Pero tanto
el uno como la otra distaron mucho de ser eficaces. La convocatoria para la reunión de
una Asamblea Nacional con la que lograr el apoyo de los reformistas supuso un fracaso
político de los Bonaparte. Fue el comienzo de la división entre los «afrancesados» y los
«patriotas», división que supuso la escisión del grupo de los ilustrados. Hubo personajes
que decidieron confiar en Napoleón para ver alcanzadas las tan esperadas reformas y
pasaron a colaborar con el nuevo monarca, mientras otros como Floridablanca o
Jovellanos rechazaron la colaboración con el rey extranjero, a pesar de que se contaba
con ellos y de que a este último se le ofreció un puesto en el primer gobierno de José
Bonaparte.
Sin embargo, con todas sus limitaciones, la Constitución de Bayona, los Decretos de
Chamartín y otros, como la limitación de los mayorazgos y la abolición de la
jurisdicción señorial y el Santo Oficio de la Inquisición, ponían sobre el tapete una serie
de temas gratos a los ilustrados, que los «patriotas» no podrían dejar de lado en sus
discusiones sobre el futuro de España, aunque disgustase al sector de los absolutistas de
viejo cuño.
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3. La guerra de la Independencia
Se ha dicho que el alzamiento contra los ejércitos franceses fue de carácter popular y
espontáneo de índole nacional, convirtiéndolo en la primera manifestación de soberanía
del pueblo español. Sin negarlo, estudios más recientes ponen en cuestión algunos
elementos e insisten en que la realidad del alzamiento es aún bastante «opaca».
José llegó a Madrid, no fue como rey de toda España. El y su gobierno tendrían un
precario control, basado en el ejército, sobre parte del territorio de dominio francés, en
el que amplias regiones quedarían bajo el mando directo de los generales. La Junta
Suprema Central intentaría poner orden y racionalizar la reacción antifrancesa en el
resto del territorio. Pero ya se habían producido importantes acontecimientos militares.
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problemas en el bando español de la falta de una Junta Central que coordinara las
fuerzas. Las tropas francesas se hicieron con el control de la zona, una victoria tan
irrebatible reafirmaba a Napoleón en su imagen de los españoles y reforzar su
conciencia de superioridad, convencido de que sus tropas conquistarían en muy poco
tiempo el reino. Sin embargo, la euforia imperial duraría poco.
Las tropas del general Dupont, que habían cruzado Despeñaperros buscando asegurar
Andalucía, sufrieron una importante derrota en Bailén frente al ejército de Castaños. La
capitulación del ejército francés fue la consecuencia más inmediata. Otras, no menos
importantes, se seguirían en poco tiempo. El recién instalado rey José 1, su flamante
gobierno y los afrancesados tuvieron que abandonar Madrid con dirección a Vitoria.
Los ejércitos franceses se replegaron hacia el Ebro, dejando aislados en Portugal a Junot
y sus hombres, esta primera derrota de los ejércitos imperiales en campo abierto influyó
en las expectativas de los españoles, que se plantearon la posibilidad de pasar a la
ofensiva en pie de igualdad, fue un poderoso incentivo en el camino hacia la
constitución de la Junta Central que debería configurar un nuevo ejército español. La
retirada de Portugal, donde un pequeño ejército británico mandado por Arthur Wellesley
-el futuro duque de Wellington- había derrotado a Junot, causaron una honda
conmoción. Napoleón tuvo que modificar su actitud y anunciar su intervención.
A fines de 1808, con los franceses de nuevo en Madrid, la Junta Central replegada en
Sevilla y el ejército español sumido en el desorden y el desconcierto, parecía estar al
alcance de Napoleón un rápido control total de la Península. La amenaza de Moore en el
norte que cortase sus comunicaciones con Francia, le obligó a desviar una parte
importante de sus efectivos hacia Galicia. Los británicos tuvieron que retirarse
perdiendo a su jefe, pero dos meses después una parte importante de las tropas francesas
seguía en Galicia y el norte de Portugal, lejos de sus objetivos.
Napoleón había abandonado España a comienzos de enero convencido de que sus tropas
solucionarían sin problemas el contencioso con Moore, y bastante más preocupado por
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los asuntos en el este de Europa que por la casi sometida Península. Sin embargo, la
victoria se haría esperar. La persecución de los ingleses hasta La Coruña permitió la
recuperación de las tropas españolas que lanzaron varios contraataques en la meseta
central, con poco éxito. La lucha continuó en frentes dispersos. Zaragoza y Gerona,
resistían. A Portugal llegaban nuevos contingentes británicos. La guerrilla se veía
reforzada ahora por los soldados y oficiales de los maltrechos ejércitos españoles. La
guerra se alargaba.
Aun así, la superioridad francesa era innegable y los esfuerzos españoles y británicos, a
los que se sumaron tropas portuguesas, sólo consiguieron ralentizar lo inevitable. A
comienzos de 1810 los ejércitos de Bonaparte ocupaban Andalucía,. Sólo Cádiz, gracias
a la llegada del duque de Alburquerque al frente del ejército de Extremadura, pudo
resistir el ataque. La ciudad resistiría hasta agosto de 1812. Con una España ocupada,
aunque no dominada, Portugal pasó a ser el frente decisivo, al menos en lo que se
refiere a la guerra convencional.
Fue la guerrilla uno de los caballos de batalla que complicaron las ya de por sí difíciles
relaciones entre los recientes aliados. La quejas de Wellington respecto a sus aliados
fueron constantes. Críticas a las autoridades por su incapacidad para proporcionar
alimentos y suministros de todo tipo, a las tropas regulares por su incompetencia, a la
guerrilla por su indisciplina y extrema violencia. Los relatos de los soldados que
participaron en la guerra que fueron viendo la luz en años posteriores son buena prueba
de este estado de opinión. Textos como el del capitán Moyle Sherer reconociendo el
papel de los españoles que «[...] sin gobierno, sin ministros y sin generales y a pesar de
tantas adversidades permanecieron fieles a la causa, por lo que debemos nuestra victoria
final a sus aislados y constantes enfrentamientos con los contingentes franceses,
esparcidos por todos los confines de su país», son la excepción que confirma la regla.
Además los recelos eran mutuos. A los españoles les molestaban profundamente las
críticas británicas a sus dirigentes, sobre todo a la Junta Central. Recelaban de las
auténticas intenciones de Inglaterra para participar en la guerra y se sintieron
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decepcionados en más de una ocasión por el volumen de la ayuda y sobre todo por la
retirada británica a tierras portuguesas durante buena parte de la guerra.
A lo largo de 1810, 1811 y 1812 los franceses fueron ocupando gran parte del territorio
peninsular, a pesar de la existencia de bolsas de resistencia. Los españoles y sus aliados
se vieron forzados a pasar a una situación meramente defensiva, con los británicos
replegados en Portugal y la guerrilla manteniendo la resistencia . Consciente de esta
situación, Napoleón había tomado la decisión de atacar Portugal y empujar a Wellington
y sus hombres al mar, convencido de que sin apoyo exterior y enfrentada a un ejército
imperial reagrupado la resistencia española no podría prolongarse. Pero el fracaso en la
campaña contra Portugal restableció un cierto equilibrio entre los contendientes y volvió
a frenar el de la conquista.
La evolución de los acontecimientos en los escenarios del este de Europa fue decisiva
en el desenlace final de la guerra de la Independencia española. El comienzo de la
tercera y última fase de la contienda con la campaña napoleónica en Rusia. La retirada
de efectivos redujo las fuerzas del ejército francés en la Península, unido a su inevitable
dispersión disminuyó considerablemente su capacidad ofensiva. Los ataques de
Wellington, del reorganizado ejército español y de la guerrilla obtuvieron importantes
frutos en la Meseta, dejando expedito el camino hacia Madrid y obligando a los
franceses a replegarse hacia Levante siguiendo al rey José en dirección a Valencia.
Aunque debilitado, el ejército francés seguía siendo formidable y la concentración de
las tropas de Levante con las que evacuaron Andalucía permitió una contraofensiva que
restableció de nuevo el equilibrio, hizo retroceder a Wellington a su refugio en la
frontera con Portugal y repuso a José en su tambaleante trono.
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portuguesa y siguiendo la línea del Duero hacia los Pirineos. Vitoria fue la batalla
definitiva (21 de junio de 1813). El ejército francés tuvo que huir a Francia a marchas
forzadas.
Hubo todavía episodios bélicos en esta larga guerra en la frontera norte, País Vasco y
Navarra, reconquistándose las ciudades de San Sebastián y Pamplona. En octubre las
tropas de Wellington cruzaban el Bidasoa, llevando la guerra a suelo francés. Pocas
semanas después, el 11 de diciembre del mismo año, en Valençay, residencia de
Fernando VII en Francia, se firmaba el tratado del mismo nombre. En él se acordaba el
cese de las hostilidades. Napoleón reconocía a Fernando como rey de España y le
reintegraba sus territorios tal y como existían antes del inicio de la contienda. La guerra
había terminado. Las tropas que quedaban en Cataluña aún protagonizaron algún
incidente. Pero eran ya chispazos aislados en medio de la confusión reinante. Fernando,
el Deseado, regresó a España precisamente por Cataluña el 22 de marzo de 1814.
4. El reinado de José I
Hermano mayor del emperador, estuvo siempre cerca de él en su recorrido por la escena
política francesa y puso su grano de arena en el camino que le llevó al trono imperial,
recibiendo las lógicas compensaciones. Esta relación de dependencia chocó siempre con
sus intentos de desempeñar de forma digna sus deberes regios y ocasionó frecuentes
episodios de tensión entre ambos.
El nuevo rey tenía sus razones para presentarse ante los españoles como garante de una
eficaz gobernación y cambios renovadores. Su breve estancia en el trono de Nápoles le
había acreditado como un buen monarca, preocupado por sus súbditos e impulsor de
reformas, y en general había contado con el apoyo de la población. Tras las
abdicaciones con una Constitución -aunque fuese la de Bayona- bajo el brazo, y
respaldado por un gobierno del que formaban parte españoles con experiencia y en su
mayoría de talante reformista. La situación no era especialmente propicia para la llegada
del nuevo monarca, pero precisamente su rápida venida era un intento de acallar la
revuelta.
El nuevo rey de los españoles podía comprobar que para sus súbditos él no era una
puerta abierta hacia la salida del Antiguo Régimen, ni la promesa de un futuro de
cambios, sino que se le identificaba con las odiadas tropas extranjeras, José trasmitió a
su hermano la realidad de la situación. Era un rey «intruso».
Sólo algunos ilustrados se habían sentido atraídos por sus promesas y la falta de apoyo
popular llegó a convertirse en una obsesión para él. Un intento de recabar más
partidarios fue el decreto por el que se obligaba a todos los empleados públicos a jurar
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fidelidad al rey, a la Constitución y a las leyes. Unos dos millones de personas, que
vieron peligrar sus intereses, se plegaron así a la nueva situación, la fuerza de las
circunstancias recomendó a muchos consistorios, cabildos, y en general autoridades de
todo tipo hacer alarde de sumisión ante el nuevo monarca recibiéndole con todos los
honores cuando les visitaba. Pero no parece, de acuerdo con la correspondencia que
cruzó con su hermano, que estas forzadas manifestaciones de respeto tranquilizasen el
ánimo del monarca.
A los ocho días de haber llegado a la corte y como consecuencia de la derrota francesa
en Bailén, se vio forzado a abandonar ese Madrid. Instalado en Vitoria, más cerca de la
frontera por si fuese necesario retirarse de forma precipitada, éste su nuevo reino tendría
que conquistarlo. Lo que ya no veía tan claro es que fuese a constituir la tarea fácil que
y no dudó en expresar sus deseos de retomar a Italia a un emperador que se negaba a
escucharle.
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No hay que olvidar que aunque la corte de José intentara dar una apariencia de
normalidad, el telón de fondo fue una cruenta guerra con todas sus consecuencias, sin
que su gobierno fuese capaz de paliar los sufrimientos de la población.
Sin haber conseguido convertirse en un rey en el sentido pleno del término, la derrota
militar puso a José y sus seguidores en el camino del destierro. Tras un primer exilio
temporal en Valencia, en 1813 la evacuación definitiva hacia el norte,. A finales de
junio el todavía rey de España estaba ya en tierras francesas. Unos meses después, en
diciembre de 1813, Napoleón enfrentado a una invasión, firma el Tratado de Valençay
por el que Fernando recuperaba la corona. En su intento de separar a los españoles de su
alianza con los británicos intentaba retomar sus relaciones con España en un punto
anterior a mayo de 1808.
Uno de los principales logros de los patriotas opuestos a los Bonaparte, la Constitución
de Cádiz, Desde septiembre de 1808 la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino,
depositaria de la autoridad soberana y presidida por Floridablanca, se esforzaba por
encontrar un equilibrio entre aquellos que querían que desempeñara un papel
estabilizador y moderador y los que representaban tendencias más revolucionarias,
mientras se veía obligada a defenderse de los ataques de los grupos más reaccionarios
que querían terminar con ella. Con el horizonte reformista establecido por la
Constitución de Bayona y los Decretos de Chamartín, la Suprema Junta Central,
trasladada a Sevilla por el empuje de las tropas francesas, tenía que dar alguna prueba
de que era merecedora de esa autoridad soberana.
Muerto Floridablanca, cabeza visible del sector más reacio a cualquier iniciativa que
pudiera romper de forma radical con el Antiguo Régimen, y no sin largas discusiones
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La labor realizada por las Cortes se divide en tres periodos. Una primera etapa en la que
predominan las reformas políticas (1810-1812), una segunda más social (1812-1813) y
una final centrada en temas económicos (1813-1814). Los primeros decretos esbozaron
el programa político a desarrollar y dejaron claro el carácter liberal, los diputados
declararon que la soberanía residía en la nación y se encarnaba en las Cortes y
decretaron la división de poderes reservándose el legislativo. El respaldo fue amplio
incluso los más tradicionalistas no podían dejar de ver ventajas a un texto que debilitaba
la postura de José I al negar validez a la renuncia de Fernando por faltarle el
consentimiento de la nación. Las consecuencias últimas de este decreto, que atacaba de
lleno los cimientos del Antiguo Régimen, no tardarían en ponerse en evidencia. Poco
después se decretaban la libertad de imprenta, la abolición de la tortura y la
incorporación a la nación de los señoríos jurisdiccionales, auténticos hitos para los
liberales por su simbología. Los debates que precedieron su aprobación pusieron en
evidencia las disparidades en las posturas de los distintos grupos y la capacidad de los
liberales para imponer sus criterios sobre los que iban a ser conocidos como «serviles».
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Se puede discutir y es difícil calibrar hasta que punto el artículo 12 fue una concesión a
los más moderados de entre los liberales o si, en realidad, había un cierto acuerdo en
este grupo. Incluso un decreto en apariencia tan novedoso como el de supresión de la
Inquisición que dio lugar a encendidos debates y reacciones fuera de las Cortes. El
decreto sobre la abolición de la Inquisición y establecimiento de los tribunales
protectores de la fe, estipulaba que los jueces civiles eran competentes para «declarar e
imponer a los herejes las penas que señalan las leyes o que en adelante señalaren». La
expulsión del Nuncio por su intromisión en el debate sería una clara prueba de ese
regalismo.
Hay que tener en cuenta que la furibunda reacción del sector clerical más intransigente,
que había sabido aprovechar la libertad de prensa que les garantizaron los liberales y
contribuyó de forma notable a una radicalización de las posturas liberales en materia
religiosa.
El absolutismo monárquico y otros pilares del Antiguo Régimen no salieron tan bien
parados como la religión católica en la nueva Constitución. La generación liberal dio
ese paso adelante que permitió romper con la maquinaria del Antiguo Régimen.
Especial importancia tienen los artículos del Capítulo 1.° del Título 1.°, referidos a la
nación española, definida como «la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios» . Y en ella reside «la soberanía» y «por lo mismo pertenece a ésta
exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales». la Constitución
declara un poco vagamente en su Título 2.° que la forma de gobierno de la nación
española es «una Monarquía moderada hereditaria». Pero en los artículos inmediatos
establece de forma inequívoca la separación de poderes: el ejecutivo reside en el rey, el
legislativo en las Cortes con el rey y el judicial en los tribunales establecidos por la ley.
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El poder judicial se aborda en el Título 5.° y en sus artículos se puede observar como
los liberales dieron carta de naturaleza a ideas reformistas que ya habían sido defendidas
por los ilustrados. Un buen ejemplo puede ser la prohibición de la utilización del
tormento, la obligatoriedad de manifestar al reo en menos de 24 horas la causa de su
prisión y el nombre de su acusador , o la prohibición de confiscar los bienes del reo, que
son una clara reacción frente a esos elementos del proceso inquisitorial, «En los
negocios comunes civiles y criminales no habrá mas que un solo fuero para toda clase
de personas» pero perviven aspectos que la vinculan con el pasado, como es el respeto a
los fueros eclesiástico y militar.
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deseos ya expresados por los ilustrados de eliminar los obstáculos y las trabas que
habían impedido el desarrollo de la economía, poniendo al mismo tiempo las bases para
una nueva sociedad. La Constitución de Cádiz y todos estos decretos emanados de las
Cortes extraordinarias pusieron los cimientos de un nuevo régimen que aún tardaría en
cristalizar y se convirtieron en símbolo y referente para las generaciones futuras.
Las dudas sobre la legitimidad de unas Cortes que habían carecido de mandato
constitucional, cuyos diputados habían gozado de una representatividad discutible y
cuya autoridad se vio puesta en entredicho y lo limitado de su autoridad territorial,
ponían de manifiesto la fragilidad de la obra liberal. Para fortalecerla se organizaron
manifestaciones, recogidas de firmas y juramentos en favor de la nueva Constitución.
La revolución hecha por unos pocos buscaba la aceptación de unos españoles que se
habían convertido casi sin saberlo en ciudadanos. Sin embargo, en las elecciones a
Cortes ordinarias que debían reunirse el 1 de octubre de 1813, los liberales sólo
consiguieron una tercera parte de los escaños. La durísima campaña de la prensa
absolutista, la movilización del clero más reaccionario, la imposibilidad de reelección
de los diputados que impidió el concurso de los liberales más conocidos, podrían
explicar estos resultados. Los liberales, ya a la defensiva, se vieron favorecidos por la
epidemia de fiebre amarilla que impidió a muchos de los recién elegidos diputados
dirigirse a Cádiz, elegida como lugar de reunión de las Cortes ordinarias. En un
ambiente hostil, los absolutistas esperaban la vuelta del Deseado para acabar con la obra
constitucional.
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El retorno de Fernando VII a España, tras firmar el Tratado de Valencay con Napo-león,
supuso un giro brusco en la evolución de los acontecimientos políticos. Representando,
además, la ruptura con el proceso iniciado con las Cortes de Cádiz y el restablecimiento
del modelo político del Antiguo Régimen. Fruto del contexto bélico vívido en la
Península son las tensiones políticas que derivan en la división ideológica y en el
enfrentamiento entre las dos tendencias: liberales y absolutistas.
Las tensiones en la península entre liberales y los defensores del Antiguo Régimen
(serviles) habían ido en aumento durante los meses anteriores a marzo de 1814. Los
últimos, mientras esperaban a su Rey, criticaban a la Regencia acusándola de liberal, a
las Cortes –que no conseguían controlar- e intentaban volver a la situación anterior a la
guerra. Los liberales, por el contrario, intentaban asegurar la pervivencia de su obra
intentando obtener el respaldo de Fernando a la Constitución.
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En este contexto, el panorama político del momento se encuentra en una difícil situación
al defender, por un lado, los absolutistas la necesidad de que el Rey recupere la plenitud
de su soberanía y, por otro, los liberales que aspiran a que el monarca se inspire en la
Constitución de 1812.
Los serviles realizan dos claros pronunciamientos a favor del absolutismo en estos
primeros momentos; el primero lo hace el general Elío –capitán general de la zona-, a la
llegada del monarca a Valencia con un discurso inequívoco y que además se hace
portavoz del supuesto descontento en el ejército, el otro, lo realizará el diputado
sevillano Mozo del Rosales con la entrega del Manifiesto de los Persas.
Su larga exposición, el manifiesto constaba de 143 párrafos, de los que más del 90% se
dedican exclusivamente a criticar con acritud la obra de las Cortes gaditanas, concluía
con la solicitud de una convocatoria de Cortes a la manera tradicional y que anulara la
Constitución y Decretos de las Cortes de Cádiz. El Manifiesto es un documento
largamente discutido. Unos autores, apoyándose en su rechazo de la soberanía nacional,
entienden que es un texto absolutista; Hammett lo define como “una invitación a un
golde de Estado”, que intenta reforzarse doctrinalmente con argumentos de la tradición
española. Otros (Suárez) lo consideran como una proclama reformista, que desea la
renovación del país en una línea nacional, lejos de los excesos revolucionarios.
Su posible reformismo parece un intento de separar de las filas liberales a los sectores
más moderados, incluyendo un horizonte de reformas en concordancia con la tradición.
En cualquier caso, en los años siguientes no existió ninguna iniciativa, ni de estos ni de
otros representantes de los serviles, para solicitar la convocatoria de Cortes
tradicionales, ni tampoco hubo crítica a la reasunción del poder absoluto por parte de
Fernando.
En cualquier caso, el Manifiesto, fue recibido por el monarca con alegría y fue uno más
de los elementos que le animaron, junto con el decisivo apoyo de algunos generales y el
triunfante recibimiento popular, a dar los pasos siguientes.
El 24 de marzo cruza el rey la frontera en Cataluña para recibir con frialdad al general
Copons –quién le dio la bienvenida en nombre de la Regencia y le entregó el documento
sobre el estado de la Nación-.
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Animado por este Manifiesto firmó en Valencia el 4 de mayo un decreto por el que
dejaba sin efecto toda la obra legislativa de las Cortes (constitución de 1812) a las que
acusaba de haberle despojado de su soberanía; en él dejaba claras las nuevas reglas del
juego y reproducía la críticas del Manifiesto a las Cortes gaditanas y sus realizaciones,
insistiendo en la violación que la Constitución suponía de las leyes fundamentales y en
el carácter jacobino de la misma al afirmar que se redactó “copiando los principios
revolucionarios y democráticos de la Constitución francesa de 1791”. Algunos
historiadores han comparado este decreto con el programa de acción del golpe de estado
que se avecinaba, ya que, en definitiva, derogaba todo lo legislado en Cádiz y se
decretaba la nulidad de las disposiciones de los regentes y de las Cortes. Con el decreto
del 4 de mayo, quedaba abierto el camino a la restauración del Antiguo Régimen.
El decreto fue redactado conjuntamente por Juan Pérez Villaamil y el ex regente Miguel
Lardizábal. El texto posee tres partes claramente diferenciadas:
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Por el decreto de 30 de mayo se desterró a todos aquellos que habían ocupado cargos en
el gobierno de José I. unas 4.000 personas vieron cerrada la posibilidad de retorno y
tuvieron que prepararse para el exilio a cuenta de un gobierno francés cada vez más
reacio a hacerse cargo de ellos. Fue una de las “medidas para premiar a los fieles,
perdonar a los débiles y castigar a los malos”.
Estas disposiciones no eran las mejores armas para hace frente a los graves problemas
del país, pero tampoco eran los mejores hombres los seleccionados para llevar a buen
puerto las reformas. El país era llevado por una curiosa camarilla de individuos
allegados, siguiendo la costumbre familiar, entre los que se mezclaban personajes tan
sorprendentes como el aguador de la Fuente del Berro (Pedro Collado, Chamorro), o el
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antiguo esportillero Antonio Ugarte con el último ministro de la Guerra, José María
Alós, que se dedicaba a confeccionar alegraluces de papel que luego iba echando a un
cesto, el canónigo Escoíquiz y el único competente Martín Garay.
Es preciso recordar que la coalición que venció a Napoleón se fijó como tarea esencial
remodelar la geografía política y social de Europa en un congreso convocado en Viena
(noviembre 1814 – junio 1815). La derrota del Emperador hace ver la necesidad de
replantear la vida internacional sobre bases muy diferentes, incluso contrarias, a las que
habían inspirado a la Europa revolucionaria, dirigida por Francia. A la dirección de una
sola potencia sustituiría la dirección de varias, las vencedoras de Napoleón. Estas
naciones vencedoras desean someter la vida internacional a un derecho que no sea el de
la fuerza, para lo que han de implantar un sistema de seguridad colectiva. Hostiles a la
etapa histórica que Europa acaba de vivir, se inspiran en el Antiguo Régimen y se
oponen a la soberanía nacional; su obra significa la lucha contra el mapa y las ideas de
la Revolución Francesa.
El papel que jugó España en su diseño fue más que secundario. El descenso político
iniciado con la firma de tratados que pusieron fin a la guerra de Sucesión, la
dependencia con Francia a lo largo del siglo XVIII y la nueva relación de “amistad y
alianza” con Gran Bretaña, determinaron que España –a pesar de ser artífice
determinante en la derrota de napoleón-, no conexionara y su relación respecto al resto
de Estados no se hiciera en pie de igualdad. En definitiva, la antigua gran potencia en
Europa y América no pudo ni supo hacer oír su voz en las conversaciones que llevaron a
la firma del tratado de paz con Francia y del Acta de Viena.
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Este segundo Tratado dará paso a la creación de la Cuádruple Alianza formando una
liga permanente Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia. En esta alianza se comprometían a
mantener los acuerdos de Chaumont, Viena y París durante los próximos veinte años y,
lo más importante, por el artículo VI acordaban celebrar reuniones diplomáticas cada
cierto tiempo y discutir asuntos de interés común. Esto no era otra cosa que el inicio del
sistema de Congresos que buscaba un mecanismo eficaz para el mantenimiento de la
paz y el equilibrio. España quedaría fuera del sistema.
Tras los seis años de guerra, la economía española era desesperada. A estas dificultades
inherentes al final de una larga guerra debemos añadir la escasa preparación que los
ministros y asesores del monarca demostraron. Según Suárez “el carácter del sistema de
Fernando VII es el no tener ninguno y, por tanto, no se puede hablar de un programa
coherente, de un criterio firme o de una línea política constante”. El rey se convierte, a
partir de 1814, en el único monarca legitimista de España cuya manifestación más clara
es el gobierno personal en el que la labor del Gobierno no es más que la voluntad del
rey sin estar limitada o contrapesada por la acción colegiada de los Consejos.
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Antes de la subida al trono de Fernando la situación era crítica, pero, los absolutistas,
fueron incapaces de solucionar la suma de problemas viejos y nuevos que se le
plantearon. Un magnífico ejemplo de la incapacidad de estos hombres nos lo ofrece el
estudio de Fontana sobre las fallidas reformas de la Hacienda. Efectivamente, la
situación económica en que se encontraba España en 1814 era deplorable: un país
destrozado, la agricultura esquilmada, la industria deshecha, las comunicaciones
inservibles y las arcas de la Hacienda vacías. A todo ello hay que añadir el comienzo de
la emancipación americana, que trajo como con-secuencia el corte brutal de la llegada
de metal acuñable y del comercio ultramarino. La falta de numerario paralizó la vida
económica: los precios cayeron estrepitosamente, las casas de banca y las empresas
quebraron y el tráfico comercial se redujo substancialmente. Ante el déficit
presupuestario (se calcula que rondaba los 383 millones de reales en 1816), el rey se
negaba tanto a rebajar la ley de la moneda, que desaparecía en manos de los
comerciantes y contrabandistas, como a conseguir dinero, ya fuera del exterior mediante
un empréstito o del interior por la instauración de contribuciones especiales al clero y a
la nobleza.
La Real Hacienda reconoce que está sumida en el desorden y en el caos, afirmando que
“…toda medida será insuficiente,…no harán más que dilatar por un brevísimo tiempo la
ruina del Estado”. Siguiendo el estudio de Fontana vemos como las medidas eran
insuficientes y, en algunos casos, disparatadas; el cuarto ministro de Hacienda,
González Vallejo, propuso volver a la situación anterior a la reforma centralizadora de
1799 lo que le llevó al cese. A comienzos de 1816 se designó una Junta de Hacienda
encargada de estudiar el estado económico del país, así como de los rendimientos que se
podían obtener con las contribuciones existentes
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Martín Garay dimitió a finales de 1817, fracasando como Ministro de Hacienda, justo
cuando se produce una concentración del tráfico comercial y un nuevo derrumbe de los
precios. La única salida se encontraba en la ampliación de la base tributaria –como ya
había anticipado Cádiz-, medida que supondría un duro golpe a la estructura del
Antiguo Régimen. El resentimiento y descontento de la burguesía comercial ante la
caótica situación económica hace que sus esperanzas se dirijan hacia la oposición
liberal, que heredarán intacto el problema.
Los afrancesados, conscientes del odio suscitado entre las clases populares, salieron
detrás de las tropas de José I a pesar de las declaraciones hechas por el nuevo rey de
“reunir bajo su manto a todos sus súbditos en una sola familia”. El decreto de 30 de
mayo de 1814 forzaba al exilio a unas 4.000 personas.
Para los liberales reservó las medidas más duras de su política de represión, en un
procedimiento que recuerda los aspectos más odiados del proceso inquisitorial: no se
formulaban las acusaciones en el momento del arresto, enfrentándose los detenidos a
meses de reclusión sin que se les tomara declaración. A pesar de todo era difícil armar
un proceso legal y la impaciencia del rey no se hizo esperar. El presidente de la Sala de
alcaldes de Casa y Corte aconsejó al monarca que adoptara una solución política y el 15
de diciembre de 1815 pronunció el mismo las sentencias definitivas, condenando a los
procesados de manera totalmente arbitraria a diversas penas de prisión y destierro.
En el interior, los intentos de diálogo como los protagonizados por Juan Martín El
Empecinado y Flórez Estrada que solicitaron del monarca moderación en la represión
así como la convocatoria de las prometidas Cortes –solicitud hecha también por algunos
fernan-dinos-, el descontento se canalizó a través de movimientos de fuerza que
partieron de un sector que será protagonista en la vida política española: el Ejército.
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Los ejércitos, a lo largo del siglo XVIII, habían reforzado su carácter estamental
reservando los puestos de oficiales a la pequeña nobleza y los grados más altos para la
gran nobleza y para los personajes cercanos a los monarcas. La situación cambió
considerable-mente con la guerra de la Independencia y el ejército vio como se alteraba
de forma notable su composición, como consecuencia del estallido de una guerra
patriótica y revolucionaria. La constitución de 1812 profundizó en su transformación al
establecer el servicio militar obligatorio, limitar los requisitos para acceder a los puestos
de oficial, establecer las Milicias nacionales y restringir el poder de los altos mandos en
las provincias. Todo ello, como es lógico, creó un ejército renovado y dividido a la vez.
Además la guerra creó el nacimiento de la guerrilla que, desde diciembre de 1808, se
intentó regularizar con el Reglamento de partidas y cuadrillas; sus componentes eran
civiles con atribuciones y grados militares con la legitimación de sus victorias frente al
ejército francés.
La restauración absolutista cambió de manera radical esta situación y a las medidas que
dejaban sin efecto la Constitución y los decretos gaditanos, se sumaron las erráticas
disposiciones de los ministros de Guerra fernandinos (cuya calidad y eficacia estaba en
consonancia con el resto de carteras). Es cierto que el número de efectivos era grande –y
por consiguiente caro para el erario-, e innecesario una vez finalizada la guerra pero del
que tampoco se podía prescindir en la situación en que estaban las colonias americanas.
La de-cisión absolutista fue la de reducir sueldos y discriminar a antiguos guerrilleros y
simpatizantes liberales en los destinos y ascensos, lo que contribuyó a crear un idóneo
caldo en el que prosperaba cualquier intento de oposición al régimen.
Sus jefes comenzaron alinearse con los liberales y la tendencia se acentuó después del
fracaso de Ballesteros, nombrado ministro de Guerra, ante el peligro que suponía el
imperio de los Cien Días de Napoleón. Muchos de éstos se hicieron masones y pasaron
a formar parte de la facción que aspiraba a un cambio de sistema. No hay ningún año
del sexenio en el que el descontento no se manifieste “en una forma de golpe militar
asestado en contra del poder para introducir en él reformas políticas”, esta definición
realizada por Comellas, propia del siglo XIX, recibe el nombre de Pronunciamiento. Es
en estos primeros años del reinado cuando estos pronunciamientos revisten una fuerza
especial ya que se luchaba por la pervivencia o la supresión del Antiguo Régimen.
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edad de 16 años. Confinado en el castillo de San Antón de La Coruña por sus simpatías
liberales, se atrajo a las guarniciones descontentas por el retraso en el cobro de haberes
y a algunos miembros de la burguesía profesional y mercantil. En la noche del 17 al 18
de septiembre de 1815 entró en La Coruña y logró levantar a la guarnición en nombre
de la libertad y en contra del yugo de la feroz tiranía. Porlier fracasó al no ser capaz de
conseguir que se extendiese el levantamiento, traicionado por sus propios suboficiales y
detenido, fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra y ahorcado en La Coruña.
La lección era clara: era necesaria la coordinación y había que buscar una forma para
panificarla.
Los pronunciamientos que se produjeron entre 1816 y 1819, según Hamnett, se pueden
agrupar bajo el calificativo de conspiraciones masónicas, ya que fue precisamente la
logia quien proporcionaría la organización de la conspiración rebelde. Así, en febrero de
1816, fue descubierta una conjura que, según que fuentes se empleen, pretendía
secuestrar o poner fin a la vida de Fernando VII y la proclamación de una república
liberal. Su carácter secreto impide avanzar en el conocimiento de la conspiración. La
denuncia de dos cabos de granaderos permitió la detención de Vicente Richart junto con
otras personas presuntamente implicadas; el empleo de la tortura no permitió avanzar en
las detenciones por lo que según algunos autores pudiera ser que la trama se redujera a
Richart y los granaderos y pocos más. A Richart se le condenó a muerte, junto con
Baltasar Gutiérrez –un cirujano barbero que compró los trajes de paisano para los
cabos-; ejecutados en la Plaza de la Cebada la cabeza de Richart fue cortada y, clavada
en una pica, exhibida en el lugar donde tenían pensado atentar, como escarmiento de
acuerdo con la línea de terror y persecución del rey.
Entre 1817 y 1819 hubo nuevas conspiraciones en ciudades del sur y de levante en las
que estuvieron implicadas algunas logias masónicas y en la que sus protagonistas
corrieron suerte desigual. Podemos citar la protagonizada en Valencia por Juan Van
Halen en 1819, que denunciados por un traidor, fueron ejecutados trece de los
implicados ante el general Francisco Javier Elío (uno de los personajes más sombríos
del periodo fernandino) mientras que Van Halen logró huir a Londres.
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Alcalá Galiano, fuente fundamental para el estudio de estos años, cuenta como a partir
de 1818 miembros de importantes familias de comerciantes y militares de diversa
graduación coincidían en tertulias donde se gestaba la sublevación. La diferencia entre
movimientos anteriores respecto a este radica, por un lado, en su importante base ajena
al ejército y, por otro, en la concentración de tropas destinadas a ser enviadas a las
colonias. En este contexto, el 8 de julio de 1819, el general O’Donnell detenía en el
Palmar del Puerto a varios oficiales, entre los que se encontraban Antonio Quiroga y
Evaristo San Miguel, acusados de conjurar contra el monarca. O’Donnell, que estaba
dentro de la conjura, traicionó la causa en el último momento y la abortó. Ya fuera por
falta de previsión o por exceso de confianza, el caso es que quedaron flecos suficientes
como para reorganizar la cadena y continuar con la trama, pasando a ocupar un lugar
destacado jóvenes que habían permanecido en un segundo plano.
la Patria y de las tropas” había decidido tomar las armas para “impedir que verifique el
embarque proyectado y establecer en nuestra España un gobierno justo y benéfico que
asegure la felicidad de los pueblos y de los soldados”. Azuza el descontento de las
tropas y la consigue atraer y persuadir apelando a un “gobierno moderado y paternal,
amparados por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos”.
Estos soldados, mucho más motivados que los de intentonas anteriores, fracasaron en
los planes de tomar Cádiz iniciando un duro viaje por Andalucía para recabar apoyos
para la sublevación. Vejer, Algeciras, Málaga, Antequera… vieron pasar las tropas de
Riego proclamando la Constitución desde finales de enero hasta marzo y la capacidad
de resistencia de las tropas, a pesar de no encontrar los apoyos esperados, permitió
ganar tiempo y mantener la llama del pronunciamiento así como la generalización del
movimiento liberal (al extenderse por todo el país sus hazañas que avivó el fermento
constitucionalista), estadio al que nunca habían llegado los movimientos anteriores.
Las noticias que llegaban a la Corte hicieron a Fernando y a su entorno mover pieza e
intentar poner freno a lo que se avecinaba con la promesa de convocatoria de Cortes
tradicionales. Finalmente, abandonado por la Guardia Real y presionado por algunos
consejeros, el monarca cedió afirmando, el 7 de marzo que: “siendo la voluntad de mi
pueblo, me he decidido a jurar la Constitución promulgada por las Cortes generales y
extraordinarias en el año 1812”. El 9 de marzo el rey juró la Constitución y al día
siguiente se publicó el manifiesto que contiene la frase: “Marchemos francamente, y yo
el primero, por la senda constitucional”. El régimen absolutista se desmoronaba, lo que
suponía el primer triunfo de liberalismo español en lucha abierta y la primera
oportunidad de los liberales para ejercer el poder de forma práctica.
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El primer gobierno liberal, formado a base de los ex condenados de 1815, era llamado
"gobierno de los presidiarios" por el monarca y estaba compuesto por el cardenal de
Borbón (Presidencia) Pérez de Castro (Estado), Agustín Argüelles (gobernación); José
Canga Argüelles (Hacienda), García Herrero (Gracia y Justicia), Porcet (Ultramar),
Jabat (marina) y el Marqués de las Amarillas como único hombre de confianza del rey.
Con excesiva prudencia para la mayoría la Junta Provisional elevaba al rey propuestas
para restablecer el régimen constitucional. Especial importancia, dentro de este
contexto, tuvo la propuesta de reanudación de la libertad de imprenta ya que permitió
publicar un gran número de periódicos, destacando las de signo liberal que cubrían el
arco desde las más moderadas a las más radicales, lo que significa la vitalidad del
género.
Se decretó de nuevo la abolición del Santo Oficio, esta vez para siempre. Se convocaron
las Cortes, no sin la polémica sobre si debían ser ordinarias o extraordinarias triunfando
los partidarios de la primera opción. Poco a poco fueron restablecidos otros decretos de
las Cortes de Cádiz, con excesiva moderación para algunos y con prudencia para otros.
Surgidas desde los primeros días de la revolución tienen su origen en las reuniones de
liberales en lugares públicos, normalmente cafés, que proliferaron en toda la Península,
donde se discutían asuntos de índole política y se propagaban las máximas del
liberalismo.
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El ejército que inició la revolución, y por tanto el cambio de régimen, era conocido
popularmente como Ejercito de la Isla. Su fuerza procedía del prestigio alcanzado por su
contribución al éxito de la revolución. Aunque sus logros ceñidos a Andalucía eran muy
limitados, sirvió de ejemplo para el resto y llegó alcanzar categoría de mito. Por otro
lado, la Junta era consciente de que podía ser útil si era necesario el uso de la fuerza
para defender la revolución, pero a la Junta tampoco se la escapaba que podía ser
utilizado como elemento de presión para defender una determinada interpretación de la
misma –Riego, el 13 de julio (poco después de la constitución de las Cortes) se dirige a
ellas con la advertencia velada de “si los que ahora han merecido la confianza de los
españoles olvidasen…”-, y, como es lógico, tampoco podía plantear su envío a las
colonias; era por tanto un problema y sobre todo una pesada carga económica tener a
esos miles de hombres acantonados en Andalucía.
Las primeras Cortes tuvieron que abordar este espinoso tema y poco después de su
constitución, el ministro de guerra, el marqués de las Amarillas, firmó el decreto de
disolución del ejército acantonado en Andalucía posiblemente presionado por Canga
Argüelles (deseoso de equilibrar su presupuesto) o por propia iniciativa tras las
advertencias realizadas por Riego en su última proclama a las Cortes. En cualquier caso,
prescindir de los héroes no podía por menos que causar graves tensiones.
A su llegada a Madrid, para entrevistarse con el rey, los ministros y hablar a las Cortes,
Riego fue recibido con gran entusiasmo por el pueblo y se puso sobre la mesa lo que
muchos pensaban: que unos habían echo la revolución y otros se hacían con ella. Por
otro lado el gobierno estaba en alerta al recibir numerosos banquetes y agasajos el
general Riego que, acompañado de la falta de discreción y de su incontinencia verbal,
que decidió tomar medidas y alejar a destacados militares de la Corte (Riego recibió la
orden de partir hacia Asturias); esta decisión se tradujo en algaradas, manifestaciones y
motines callejeros. Por su parte el gobierno acusaba veladamente a Riego de
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Si la primera etapa del Trienio Liberal viene definida por estos constantes
enfrentamientos, la segunda –correspondiente al gobierno Bajardí-, lo está por intentar
poner algo de orden a la administración y la hacienda; en el plano económico se
concretó en un ajuste presupuestario y en el administrativo por dos importantes
reformas: la primera el desarrollo de la Ley de Instrucción Pública, que establecía tres
etapas de enseñanza que perdurarían en el tiempo: primaria, media y superior, fijaba en
10 las universidades y establecía unos planes únicos de estudios para todo el país. La
segunda corresponde a la aprobación de la Ley Orgánica del Ejército, base del nuevo
ejército.
El 30 de junio se disuelven las Cortes ordinarias para dar paso a unas extraordinarias
con los mismos diputados. El motivo grave que justifica a estas Cortes, que comienzan
en septiembre, está en la necesidad de abordar reformas administrativas en profundidad
y pacificar América. Fueron estas Cortes las que aprobaron la primera división
territorial en 52 provincias y el fortalecimiento de las diputaciones y tesorerías que
debían mejorar la recaudación tributaria. Otras leyes de esta legislatura son la de
Beneficencia y el primer Código Penal español.
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3.2 Las tensiones entre los liberales: moderados doceañistas y exaltados veinteañistas.
La unidad liberal era muy débil y las luchas entre moderados y exaltados era continua,
así los moderados fijaban su atención en los exaltados y en su temida capacidad de
movilizar a las masas populares. En los últimos meses de 1821 aumentaron los
incidentes al unirse contra el gobierno moderado, personalizado en Feliú, los
ayuntamientos, la Milicia y las Sociedades Patrióticas. Los moderados acusaban a los
exaltados de desestabilizar el país y fomentar la oposición absolutista con sus excesos, y
éstos a los primeros de impedir el triunfo de un auténtico programa reformista.
Nuevos enfrentamientos entre ambas corrientes liberales tuvieron lugar con motivo de
la convocatoria electoral para el periodo 1822–23, cuando a Riego se le relacionó con
unas supuestas conspiraciones revolucionarias y fue destituido como capitán general de
Aragón, lo que provocó que en Madrid tuviera que intervenir la Milicia Nacional –en
este caso al servicio de la autoridad moderada.
Para analizar correctamente estas tensiones debemos tener en cuenta que, tras las
elecciones para las Cortes que se reunirían el 1 de marzo en las que triunfarían los
exaltados, el poder ejecutivo estaba en manos de los moderados y el legislativo en las de
los veinteañistas; el rey, mientras tanto, fomentaba tanto la división liberal con sus
actuaciones, promovía las conspiraciones realistas y cortejaba a las potencias
extranjeras.
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Entre los reglamentos aprobados por la nueva legislatura destacan, por su importancia,
los que afectaban al ejército y a la educación. El 9 de junio de 1821 era aprobada la Ley
Orgánica del Ejército, ejemplo del “utopismo liberal” y base para la creación de un
nuevo ejército pequeño, eficaz y al servicio de la sociedad civil. Riego expresó su
alegría ante la aprobación de la ley y recomendaba, mediante una proclama a los
soldados de Cantabria, que grabasen en sus corazones los artículos 7 y 8 que calificaban
de traición el abuso de la fuerza armada y eximía de obediencia al superior en caso de
que se empleara para impedir la elección de diputados a Cortes, para disolver la Cámara
o su Diputación Permanente o para ofender la figura sagrada del rey.
También a principio de junio fue discutida la Ley de Instrucción Pública, que puso la
base del sistema de tres niveles:
Este era un sistema uniformador y centralizado que, con algunas variantes, fue la base
de la organización educativa española durante muchísimos años.
Las conspiraciones realistas se fueron haciendo cada vez más organizadas y peligrosas
al acercarse el cierre de la legislatura. El 30 de mayo de 1822, onomástica del rey, en el
Real Sitio de Aranjuez se escucharon gritos a favor de un rey absoluto; en Valencia los
artilleros encargados de disparar las salvas de honor se encerraron en la ciudadela
aclamando al rey y al general Elío allí encarcelado. La insurrección rápidamente fue
controlada y el general Elío fue finalmente condenado a muerte y ejecutado en
septiembre. El rey se enfrentó a su gabinete al negarse a condenar los acontecimientos
de Valencia, lo que hacía presagiar males mayores. El estallido definitivo tuvo lugar el
30 de junio cuando –el rey que se encontraba en Madrid para asistir a la clausura de las
Cortes-, se produjeron nuevos incidentes entre una multitud que gritaba a favor y en
contra de la monarquía absoluta con el resultado de la carga de la Guardia Real. Este no
era un mero enfrentamiento callejero ya que una sublevación palaciega, con la
colaboración de la familia real, estaba en marcha. Madrid quedó convertido en
campamento de ejércitos contrarios: de un lado el rey y sus guardias; del otro la Milicia
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Nacional y algunos oficiales exaltados que crearon el Batallón Sagrado, apoyados por el
Ayuntamiento y la Diputación Permanente.
La pérdida de las elecciones de 1822 por los moderados hizo saltar el gobierno de
Martínez de la Rosa, quizá motivada porque la intentona golpista del 7 de julio fuera
resuelta por el Batallón Sagrado y no por el Gobierno.
A comienzos de agosto de 1822 el general Evaristo San Miguel (comandante del Ba-
tallón Sagrado en los recientes acontecimientos) toma posesión al frente de la cartera de
Estado. Los exaltados llegaban al poder y tomaban las riendas de la Revolución en un
momento en que el deterioro político, económico y social reforzaba a posrealistas, pese
a que acababan de sufrir un importante derrota.
A mediados del mes de agosto se creaba, en los círculos realistas exiliados del sur de
Francia, la llamada Regencia de Urgel, originada en los grupos que combatían al
gobierno constitucional. Tras la ocupación de la Seo de Urgel se constituyó una
regencia, creada por el marqués de Mataflorida, que provocó la tan temida unidad del
movimiento realista en el interior y en el exilio. Los manifiestos emitidos por estos
regentes retoman los argumentos de ilegalidad del régimen constitucional, la condición
de prisionero del rey y vagas promesas de reformas de acuerdo a fueros y costumbres.
Sin embargo esta Regencia no contó nunca con el apoyo de Fernando ni logró, pese a
continuos intentos, el respaldo de las potencias de la Santa Alianza. Espoz y Mina fue el
encargado de dirigir las operaciones contra ella y, apenas tres meses después de creada,
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tuvo que refugiarse en Francia don de su desprestigio aumentaría día a día hasta su des-
aparición.
A las pésimas condiciones climáticas de 1822 hay que añadir las económicas y socia-les
que ponían a los campesinos al borde de la desesperación, siendo presa fácil de
proclamas y llamamientos contra el régimen constitucional.
Estas Cortes fueron clausuradas a mediados de febrero no sin antes aprobar el tras-lado
de la Corte a Andalucía, para evitar el intercambio de notas entre embajadores de la
Santa Alianza que provocó nuevas tensiones entre el monarca y los exaltados cada vez
más divididos que condujo a la crisis del 19 de febrero. Esta crisis es un magnífico
ejemplo de la situación del momento: por un lado el rey se resiste al traslado a
Andalucía y depone al gabinete San Miguel y designa uno nuevo; por otro, las protestas
de los exaltados en la calle condujo a la devolución a sus puestos de los ministros con lo
que la imagen sería la de un rey, dos gabinetes y unas nuevas Cortes que se aprestaban a
abandonar la capital con dirección a Sevilla.
El Congreso de Verona. La posición británica. Los “Cien mil hijos de San Luis”
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como el tipo de apoyo que recibiría en caso de intervenir. El resultado fue el abandono
del Congreso por parte de Wellington, dejando clara la posición británica, y el respaldo
del resto de aliados. Se enviaron notas al gobierno español exigiendo la reforma del
texto constitucional, la respuesta española ante la injerencia cerraba el camino a una
posible negociación.
El Trienio caía como consecuencia de una intervención extranjera, pero ello no debe
ocultar que su fracaso obedeció a las propias contradicciones internas. La incapacidad
por articular un sistema político eficaz impidió la estabilización del régimen y facilitó el
surgimiento de los movimientos contrarrevolucionarios. Con ello finalizó la segunda
Revolución Liberal española y se abrió el último período de existencia del Antiguo
Régimen en España.
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La Junta Provisional de Gobierno de España e Indias en sus apenas dos meses de vida
dio los primeros pasos para restablecer la situación anterior al triunfo de Riego. Así en
abril de 1823 se dio la orden de restablecer los ayuntamientos anteriores al Trienio, se
diseñaron las que serían Comisiones de Purificación y se ordenó la retirada de lápidas y
símbolos constitucionales y la concesión de una medalla a los “persas”. Fue obra de la
Junta también la creación de “voluntarios realistas” en un intento de proporcionar al
absolutismo una fuerza armada propia al margen de un ejército que había dado muestras
de simpatías constitucionales. La Regencia aprobada por Angulema tras su entrada en
Madrid, y que sustituiría a la Junta desde finales de mayo, siguió la misma política.
Esta ocupación tolerada y deseada permitió a las potencias de la Santa Alianza ejercer
una influencia moderadora en determinados momentos. Ni Luis XVIII ni su primer
ministro Villèle podían ver con buenos ojos la actitud represiva que adoptaba el primer
gabinete español, reiterando a Fernando la moderación; Rusia también se sumó a estas
peticiones y Gran Bretaña seguía más interesado por lo que ocurría en las colonias que
por lo que ocurría en la Península.
La preocupación de los europeos por el primer gabinete de Fernando VII no era vana, ya
que a la persecución orquestada por el gobierno y respaldada por el monarca hubo que
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Si la Constitución fue recibida con desbordante alegría, ahora Fernando era aclamado
como “rey absolutamente absoluto” y sus partidarios querían resarcirse de los agravios
sufridos. Todo tipo de violencia quedó reflejado en estas primeras semanas: ejecuciones
–como el ahorcamiento del general Riego en la plaza de la Cebada-, sentencias de
muerte, exilio, cárcel, presidio, destierro, expedientes de “purificación” lo que llevó a
los aliados a aumentar la presión para frenar la brutal represión. El 2 de diciembre se
produciría el ansiado cambio de gobierno y su Ministro de Estado y confesor, el
canónigo toledano Víctor Sáez, fue cesado.
Entre las escasas actuaciones del gabinete Sáez destaca la creación del Consejo de
Ministros por un Real Decreto de 19 de noviembre de 1823. En un breve texto el rey
alude a la necesidad de adoptar las decisiones de gobierno guardando la unidad
conveniente basándose en dos precedentes: el Consejo de gabinete de noviembre de
1714 y la Suprema Junta de Estado de julio de 1787. De modo que bien por buscar una
mayor eficacia y orden a las tareas de gobierno, o bien por la presión de Luis XVIII
pronunciándose a favor de las antiguas instituciones e insistiéndole en la necesidad de
buscar el consejo de hombres prudentes y sabios, este decreto supuso el inicio de las
labores de un Consejo de Ministros compuesto por cinco miembros (Estado, Gracia y
Justicia, Guerra, Marina y Hacienda). El Real Decreto de 31 de diciembre de 1824
complementaría el anterior para establecer las normas de funcionamiento para estipular
que en ausencia del rey lo presidiría el secretario de Estado. Ni que decir tiene que la
prevalencia de la voluntad del rey estaba fuera de toda duda y ni el Consejo ni su
Presidente supusieron límite a su autoridad
2. El reformismo absolutista
Tras el cese de Víctor Sáez, el moderado marqués de Casa Irujo pasó a presidir el nuevo
gabinete compuesto por otros reformistas como López Ballesteros, Luis Salazar, Cruz o
el Conde de Ofelia. El nuevo gabinete, que calmaba las ansias de las potencias
continentales, emprendió la difícil tarea de restablecer una Administración desquiciada
por los acontecimientos vividos desde 1822 donde, a las divisiones entre realistas y
liberales se sumarían las del bando absolutista al perder el poder los sectores más
reaccionaros.
Al día siguiente del nombramiento del nuevo Gobierno y con motivo de la visita que los
nuevos ministros le hicieron, Fernando hizo entrega a Casa de Irujo de un texto de su
puño y letra que contenía las Bases sobre las que ha de caminar indispensablemente el
nuevo Consejo de Ministros. En ellas el rey enumera:
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- Nada que tenga relación con Cámaras ni con ningún género de representación.
- Limpiar todas las Secretarías del Despacho, tribunales y demás oficinas tanto de
la Corte como de lo demás del Reino de todos los que hayan sido adictos al
Sistema Constitucional protegiendo decididamente a los Realistas,
El gabinete siguió las Bases con las que el rey había marcado el camino intentando
sacar adelante alguna medida reformista que llevaría las divisiones realistas a su mismo
seno, especialmente el proyecto de amnistía de Ofelia. Así, por una Real Cédula de 13
de enero de 1824 se reorganizó el sistema de seguridad pública con una policía
orientada al control político. Los sectores más reaccionarios preferían que esta función
la realizara la Inquisición, lo que ocasionó algunas protestas. Finalmente, dos obispos,
el de Valencia y el de Orihuela, crearon unas Juntas de Fe. Consecuencia de la
actuación de la de Valencia fue la celebración del último Auto de Fe de nuestra historia.
También se crearon las Comisiones Militares Ejecutivas y Permanentes, con una
actuación en la que se mezclaban los asuntos políticos y los de orden público. Pero el
tema más polémico sin duda era el proyecto de amnistía ya que chocaba con las
potencias, que reclamaban una más amplia, y por otro con los ultras opuestos a
cualquier perdón. La muerte de Irujo y la entrada de Calomarde en Gracia y Justicia
rompieron la unidad del gabinete sobre el tema aunque finalmente el decreto de
amnistía fue aprobado en mayo de 1824 sin lograr satisfacer a nadie, ni siquiera al
gabinete, ya que los más reaccionarios se oponían al considerar el delito que fue el que
mayor pudo ser, en palabras de D. Carlos y los liberales, lógicamente, lo repudiaban por
escaso.
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Con la división en las filas realistas, el cuerpo de voluntarios, en cuya creación tanto
interés tuvo el rey y su círculo, se volvía ahora contra el monarca. De las filas de
voluntarios realistas había salido la rebelión del brigadier Capapé de mayo de 1824 y
que ocasionó el cese de Cruz. El origen de la división lo encontramos:
- En el miedo que tenían los sectores más reaccionarios a que la presión francesa
atemperara en demasía el absolutismo de Fernando;
Esta división, encabezada por el infante don Carlos, llevó a ejercer una presión
permanente sobre el monarca y su entorno. El clero se organizó en sociedades secretas o
Juntas Apostólicas como “la Purísima” o el “Ángel Exterminador” que elogiaban a don
Carlos y criticaban al rey y sus gobiernos, proporcionando los voluntarios realistas un
brazo armado para ejercer su presión en nombre del rey, en principio, pero con don
Carlos dispuesto a ocupar el trono en defensa del Antiguo Régimen.
Otro problema acuciante era la situación económica y hacendística del reino, sumido en
el caos tras la guerra y la crisis de las colonias. La Secretaría de Hacienda era
desempeñada por López Ballesteros, buen conocedor de la casa ya que llegaba desde la
Dirección General de Rentas. Permaneció en el puesto desde 1824 a 1832 lo que le
permitió formar un sólido equipo y abordar los principales problemas.
El 14 de febrero de 1824 el rey le instó a que se ocupase del arreglo del sistema de
contribuciones del reyno que era prioritario, pues tras anular lo dispuesto por el Trienio
no se había establecido ningún sistema de rentas. A la hora de abordarlo tenía que tener
en cuenta dos limitaciones impuestas: huir de las innovaciones y no reconocer los
empréstitos constitucionales, lo que complicaba la tarea. Ballesteros planteó una
reforma tributaria para atender a los gastos ordinarios del Estado y una reforma de la
caótica administración, el resultado fue negativo al ser la recaudación ordinaria
insuficiente y tener que echar mano a todos los recursos existentes y contraer nuevas
deudas. La necesidad de conseguir un equilibrio mediante la reducción del gasto le llevó
a elaborar el primer Presupuesto efectivo de la historia de España. Los presupuestos,
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tras tres años de obstáculos de todo tipo, consiguieron reducir los gastos ordinarios del
gobierno, aunque no fue posible lograr un equilibrio completo y hubo que recurrir de
nuevo a préstamos, superando el colapso que amenazaba la Hacienda en 1828. Con la
crisis internacional del año 30 la situación se descontrolaría al exigir un aumento de los
gastos militares.
3. La cuestión portuguesa.
El monarca portugués murió, en marzo de 1826, sin dejar testamento lo que planteó
algunos problemas al estar su hijo mayor, don Pedro, en Brasil y ser proclamado
emperador de un Brasil independiente en 1822. Por este motivo sus derechos a la
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Corona estaban en entredicho y además tenía que hacer frente a su hermano Miguel,
respaldado por los absolutistas. Finalmente, la Regencia reconoció como heredero a don
Pedro que renunció a favor de su hija María de la Gloria, de siete años, no sin antes
otorgar una nueva Carta Constitucional (abril de 1826) que inauguraba una nueva etapa
y el inicio de nuevos enfrentamientos entre absolutistas y liberales.
María de la Gloria reina bajo regencia y su tío don Miguel, con quién debería casarse
llegado el momento y siempre que él aceptara la Carta –de acuerdo con os planes de don
Pedro-, comienza a reunir a sus seguidores en un movimiento (miguelismo) contra el
gobierno constitucional. Los movimientos en el país vecina preocupan a Fernando ya
que los liberales podían contar con apoyos desde Portugal y preparar desde allí una
contraofensiva. Si bien es cierto que los exiliados liberales españoles recibieron con
alegría la noticia, en la práctica no fue nunca preocupante para el absolutismo aunque el
liberal luso Saldanha estaba dispuesto a colaborar en una invasión de Andalucía. La
realidad fue bien distinta y España tuvo que hacer frente a la llegada masiva de
exiliados absolutistas; a lo largo de la frontera se organizaron campos y los portugueses
presionaron a los españoles para obtener ayuda en una posible intervención. Esta
situación provocó una confusa situación a ambos lados de la frontera ya que los dos
gobiernos demandaban neutralidad y la adopción de medidas contra destacados
dirigentes, así como el control de desarme de los refugiados. La tensión fue en aumento
y al final del verano un centenar de soldados de caballería españoles pasaron a Portugal
y se inició el alzamiento miguelista en el Algarve.
En España, el Consejo de Ministros para aliviar, adopta varias medidas que iban desde
el envío de un agente secreto a Lisboa a facilitar las armas y medios al movimiento
absolutista portugués. En noviembre los exiliados cruzan la frontera y toman algunas
plazas, lo que provocó la petición de ayuda de Lisboa a su aliado británico; Cunning
aborda el tema con un discurso en defensa de los países constitucionalistas, aunque los
verdaderos motivos de su apoyo se encuentran en el cumplimiento de su tratado de
alianza con Portugal y en la defensa del sistema librecambista. Cunning envía 5.000
hombres a Lisboa y sin disparar un solo tiro lograron amedrentar al gobierno español
que cesó en su apoyo a los miguelistas. Más tarde, con el nombramiento del conde de
Ofalia –un moderado respetado por las potencias-, como ministro plenipotenciario en
Londres sostuvo ante el rey la necesidad de acreditar la neutralidad española,
manteniéndose España al margen de los acontecimientos,
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4. La revuelta ultra.
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En julio de 1830 se produjo en Francia la revolución que derribó del trono a Carlos X,
como consecuencia de la aprobación, el 25 de julio, de las “cuatro ordenanzas de Saint
Cloud” que suspendían la libertad de prensa, disolvían la nueva Cámara y reformaban la
ley electoral. El 27 de julio se inician las “tres jornadas gloriosas”, en las que se pasó de
la simple resistencia al gobierno a una revuelta en toda regla. El miedo de los
monárquicos a la implantación de un república presidida por La Fayette inspiró la
proclama de Thiers en la que se condenaba a Carlos X, anunciaba los males que
seguirían a la República y presentaba al Duque de Orleáns, Luis Felipe, como
respetuoso con la revolución y auténtico ciudadano; Luis Felipe fue nombrado
lugarteniente del reino y el 7 de agosto los diputados le eligieron rey de Francia por
voluntad de la nación, jurando la Carta liberal y la bandera tricolor sustituyó de nuevo a
la flor de lis.
Los acontecimientos franceses fueron recibidos por los contemporáneos de manera muy
diversa, mientras que en las monarquías más conservadoras Luis Felipe era denomina-
do el rey de las barricadas, en los movimientos liberales se abrían nuevas expectativas.
Los exiliados españoles pudieron moverse con libertad y empezaron a recibir muestras
de simpatía. Los refugiados en Gran Bretaña comenzaron a llegar a Francia donde
apreciaron las simpatías a la causa liberal. La negativa de Fernando a reconocer a Luis
Felipe favoreció la causa de los exiliados, ya que Francia los utilizó como elemento de
presión en sus difíciles relaciones con España. Toreno, Isturiz, Alcalá Galiano, Martínez
de la Rosa y otros muchos se reunieron en París y comenzaron a organizarse.
Juan Álvarez de Mendizábal, de acuerdo con el banquero Ardoin, puso fondos a favor
de los exiliados e impulsó una especie de gobierno en el exilio bajo el nombre de
Directorio provisional del levantamiento de España contra la tiranía, para poder garantía
oficial a préstamos y créditos. El Directorio, que sería conocido como Junta de Bayona,
se instaló en el sur de Francia donde creó una oficina de reclutamiento a la que acudían
tanto liberales convencidos procedentes de España como buscadores de fortuna atraídos
por las promesas de oro. Ya en esta primera fase se puso en evidencia las tensiones
entre moderados y exaltados que seguían chocando y desconfiando unos de otros, así
los informes que llegaban a Madrid hablaban de fuerzas fragmentadas y de unos 4.000
hombres. El gabinete español, preocupado por la repercusión que una invasión tendría
sobre la situación internacional, optó por reconocer a Luis Felipe (cambio fundamental
que llegó en un momento en el que los preparativos de invasión llegaban a su término);
esto supuso un cambio radical en la postura francesa y se cursaron órdenes prohibiendo
las concentraciones de españoles en la frontera, lo que provocó una invasión acelerada
por las circunstancias y en la que aún quedaban muchos puntos oscuros por la falta de
acuerdo.
Valdés fue el primero en cruzar el 14 de octubre con 400 hombres; Espronceda cruzó
por Roncesvalles; Espoz y Mina llegaba a Vera de Bidasoa el 21 de octubre conociendo
las desalentadoras noticias de las victorias de las tropas realistas y los apuros que
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encontraban los liberales. Mina, con proclamas en las que intentaba no hablar del
Trienio, centraba su discurso en solicitar convocatoria de Cortes, respeto a los fueros,
olvido, unión y libertad y. sobre todo, buscaba provocar nuevos movimientos.
Controlaba Guipúzcoa y quería avanzar hacia el sur para instalar un gobierno
provisional en Navarra o Aragón a la espera de la caída de Madrid. Como en ocasiones
anteriores, los otros levantamientos no se produjeron y acosados por un ejército realista
superior en número los invasores tuvieron que volver a cruzar la frontera. A pesar del
recibimiento entusiasta, y de la aureola romántica de la intentona, los derrotados fueron
confinados en provincias alejadas de la frontera y la actitud francesa respecto a la
española no varió; las solicitudes de los exiliados por un cambio de postura fracasó y
con el paso de los meses unos volvieron a sus actividades y otros pasaron a engrosar las
filas de Torrijos.
7. La cuestión sucesoria.
En mayo de 1829 moría en Aranjuez la reina María Amalia de Sajonia y Fernando VII
se encontró sin descendencia; a pesar de sus tres matrimonios solo había tenido una hija,
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María Isabel Luisa, que no llegó a cumplir los seis meses de edad. A sus 45 años tenía
numerosos achaques por lo que no podía demorar mucho el contraer nuevo matrimonio
sí quería asegurar un heredero al trono, con lo que la maquinaria se puso en marcha para
encontrar a la candidata idónea. Sin embargo, el contexto político del momento ha
hecho que se especule sobre el papel que jugaron las diferentes facciones en liza.
La elegida fue María Cristina, una joven de 23 años hija del rey de Nápoles y de una
hermana de Fernando VII, y la decisión y los preparativos del enlace se realizaron con
la mayor celeridad. El 9 de diciembre se celebraba la boda en Aranjuez y dos días
después fue acogida con gran cariño por Madrid.
Mientras tanto el futuro del infante don Carlos, hasta entonces sucesor de Fernando,
quedaba en entredicho y los grupos ultras mantenían sus esperanzas en él y en la
restauración plena del Antiguo Régimen; pero la situación empeoraría para el infante
Carlos con el embarazo de la reina y con las medidas adoptadas por el monarca para
asegurar el trono a su descendencia directa. La llegada de los Borbones a la Corona
española alteró el orden sucesorio establecido en las Partidas; Felipe V, siguiendo la
costumbre de los Borbones, había establecido la Ley Sálica mediante la que se excluía
a las mujeres de la Corona.
El 30 de septiembre de 1789, Carlos IV, había reinstaurado las leyes originales en una
Pragmática Sanción por la que “si el Rey no tuviera hijo varón, heredará el Reino la hija
mayor”. La Pragmática fue aprobada por las Cortes pero no llegó a ser publicada y
ahora, ante el embarazo de la reina, Fernando la publica en La Gaceta y deja a don
Carlos prácticamente excluido. Las discusiones sobre la idoneidad de la Ley no se
hicieron esperar y los efectos políticos fueron indudables y un claro motivo de conflicto
entre moderados y los absolutistas más encendidos. Mientras vivió Fernando, los
carlistas, se limitaron a discutir la legalidad del texto y centraron su actividad en intrigas
cortesanas. Pero, tras los sucesos de 1830 de Francia las depuraciones políticas
volvieron a la Península y el partido ultra parecía tomar fuerza.
María Cristina tuvo muy claro que acercándose a los reformistas y a los liberales
moderados podía hacer frente a los carlistas –rivales y enemigos en la lucha por el
trono-, que, tras los sucesos de Francia, habían tomado fuerza. Es en este contexto
donde podemos intentar explicar los sucesos de La Granja y las acusaciones de
liberalismo de la reina.
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Las primeras iniciativas del nuevo gobierno venían avaladas por María Cristina,
habilitada para el despacho de los asuntos del reino el 6 de octubre y mientras
continuara la enfermedad del rey. Estas iniciativas fueron, entre otras, indulto concedido
al día siguiente a todos los presos y amnistía el día 30 especialmente a los liberales
exiliados; reapertura de universidades; sustitución de altos mando militares o la
adopción de diversas medidas contra los voluntarios realistas. Esto significó la alianza
entre realistas y liberales moderados en torno a María Cristina y en defensa de los
derechos de su hija Isabel y en contra de don Carlos y lo que simbolizaba; era, en
definitiva, la oportunidad para llevar a cabo la reforma del régimen sin caer en los
excesos del Trienio. Pieza clave de esta reforma fue la creación del Ministerio de
Fomento que se encargaría de la creación del Estado contemporáneo.
El 29 de septiembre moría Fernando VII dejando a María Cristina como regente durante
la minoría de edad de la princesa. Una semana después de la muerte del rey las partidas
Carlistas aparecían para defender los derechos de Carlos V y el Antiguo Régimen: era
el inicio de una sangrienta guerra civil.
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1. Antecedentes.
Al comenzar el Siglo XIX, los dominios de España en América se extendían por todo el
continente desde México hasta la Patagonia con la exclusión de Brasil. Cuando murió
Fernando su hija Isabel sólo recibió las islas de Cuba y Puerto Rico. En veinticinco años
se produjo un proceso de disgregación del Imperio forjado en el siglo XVI; el proceso
estuvo muy unido a la crisis política del Antiguo Régimen y supuso una drástica
alteración de las relaciones de la metrópoli y sus colonias para desembocar en la
independencia de la mayoría de los territorios del imperio.
A comienzos del siglo XVIII, durante la guerra de Sucesión española, las colonias no
aprovecharon la situación de debilidad de la metrópoli quizá por no existir un ambiente
intelectual adecuado. Las relaciones también fueron bien distintas entre la primera y la
segunda mitad del siglo: mientras que en la primera la autosuficiencia era cada vez
mayor, durante la segunda se buscó reorganizar el comercio trasatlántico. Esto era
debido a la fuerte desproporción entre los altos rendimientos obtenidos por Gran
Bretaña, Holanda o Francia en sus pequeños territorios y las pequeñas ganancias que a
España aportaba su vasto territorio; estos resultados llevaron a realizar un plan de
reformas dirigidas a frenar la emancipación económica colonial a través,
fundamentalmente, de la recuperación para el estado de la ad-ministración de la alcabala
que además aumentó de un 4 a un 6%, lo que provocó una gran oposición traducida en
revueltas violentas.
En 1765 España, al igual que otras potencias, tomó las primeras medidas para aplicar el
“comercio libre”, ampliando el número de puertos, eliminando trabas burocráticas y
flexibilizando, en definitiva, un sistema para funcionar de forma más eficaz (al menos
para los peninsulares de ambas orillas) que acrecentó la hostilidad criolla. A este
problema económico debemos añadir otro político al no poder acceder la población
criolla a los cargos públicos, de modo que este sentimiento de identidad diferenciada
fue reforzándose y creando un nacionalismo incipiente en la centuria ilustrada.
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Según diversos autores, entre 1780 y 1808 se producen los momentos de máxima
tensión entre criollos y peninsulares. Sin embargo hay que esperar a los acontecimientos
de 1808 para iniciar un proceso que culminaría en 1825 con la independencia de las
colonias españolas en la América continental. Todos los hechos desde la entrada de
tropas francesas a la Península, hasta el nombramiento de José I, pasando por la rebelión
del 2 de mayo o el cautiverio de la familia real en Bayona llegaron a América con
rapidez y la extrema gravedad de la situación puso a la administración colonial en la
tesitura de sumarse a los afrancesados o mantenerse al lado de las juntas provinciales.
Cuando Fernando VII cruzó la frontera en 1814 pareció que, a pesar de todo lo ocurrido,
aún sería posible restablecer el orden en América. Partiendo de las zonas fieles a la
Península, el virrey de Perú, Abascal, logró restablecer su autoridad en el oeste. En otras
regiones el cariz social y racial que adoptaban los independentistas facilitó una reacción
favorable para la causa realista y en otras era más difícil su recuperación. Por tanto, en
estas fechas Fernando tenía una buena posición para haber intentado una solución
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El problema de la insurrección colonial pasó intacto a los liberales del Trienio. En esos
momentos liberales y absolutistas coincidían en considerar los territorios americanos
como parte integrante de la corona española. Los motivos desde luego eran muy
diferentes y encontramos entre ellos los económicos, los históricos y los sentimentales.
Pero a Bolívar o a San Martín nada podía convencerles que no fuera la independencia y
así informaron a los comisarios. El antiabsolutismo de Bolívar estaba unido al
anticolonialismo y por ello la actitud del gobierno liberal hacia las colonias decepcionó
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El fracaso negociador hizo que se fueran alejando los dos continentes. La revolución en
la Península dejaba poco tiempo para los asuntos americanos y, además, los territorios
con una independencia de hecho se asentaban y ampliaban, de tal manera que cuando
las Cortes encontraban un hueco para ocuparse de las colonias tomaban decisiones sobre
un Imperio que no existía. Sin embargo, en la Península, la mayoría se resistía a
aceptarlo. A comienzos de 1822 el gobierno presenta un informe en el que, tras
reafirmarse en su negativa a reconocer su independencia, recomendaba detener las
hostilidades, recibir todas las quejas, suspender o revisar leyes o decretos, etc. Por fin el
eco de las peticiones llegaba al gobierno, la respuesta de ultramar era evidente y la
independencia es un hecho. Ya sólo queda comunicar a las potencias que cualquier
reconocimiento total o parcial de la independencia de los territorios de ultramar sería
considerado como una violación de los tratados existentes.
Por su parte Gran Bretaña, con las concesiones realizadas por su aliado español, estaba
en una posición de privilegio y convencidos de que las cuestiones americanas eran más
importantes para su país que las europeas por lo que no estaban dispuestos a dejar pasar
la oportunidad que la crisis les brindaba.
Francia, menos preparada que los británicos para sacar beneficio de la cuestión, quería
evitar –como los estadounidenses- evitar un predominio británico en la zona. Así las
cosas, las propuestas rusas para la colaboración de las potencias con España para la
recuperación de las colonias tenían poco futuro. España se quedaba sola ante la rebelión
y se tenía que proteger de los otros estados que buscaban proteger sus intereses.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
En el verano de 1822 los americanos del norte reconocían a los nuevos estados y
establecían relaciones diplomáticas con ellos. Era el final del aislamiento diplomático de
los insurgentes y un paso más hacia la completa independencia.
Todavía tuvo que pasar algún tiempo para que la metrópoli aceptara la pérdida del
Imperio y sus terribles repercusiones económicas. De hecho el reconocimiento
definitivo de la independencia de las colonias no llegó hasta después de la muerte de
Fernando VII. En febrero de 1834, España anunció que negociaría con los nuevos
Estados. México fue el primero en restablecer sus relaciones con su antigua metrópoli.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
1. El Carlismo
Los acontecimientos de los últimos años del reinado de Fernando VII son de
importancia capital en la transición entre el Estado del Antiguo Régimen y el Estado
Liberal. Se dieron en estos años tanto medidas reformistas (establecimiento del Consejo
de Ministros en noviembre de 1823) como persecuciones a liberales. Precisamente este
punto dividió a los absolutistas en intransigentes y moderados.
Un grupo absolutista más radical aún (los realistas puros) se desarrolla durante este
tiempo y se manifiesta con fuerza en el exilio. A este grupo se añaden jefes militares
descontentos y el campesinado con ocasión de la Guerra de los Agraviados (1827).
Al morir la reina sin que Fernando VII tuviese aún descendencia, los realistas más
radicales (los ultras) ponían su esperanza de vuelta a un régimen de corte más
claramente absolutista en el Infante Don Carlos, hermano de Fernando VII. Pero la boda
con Mª Cristina (hija del rey de Nápoles y de una hermana de Fernando VII) y su
embarazo sembró la inquietud entre los ultras.
Con la llegada de los Borbones al trono español había llegado también la Ley Sálica
(que excluía de la sucesión a la mujer siempre que hubiese descendencia masculina por
la rama directa o colateral). En 1789 Carlos IV había reinstaurado las leyes originales
(posibilidad de sucesión de las descendientes mujeres en caso de no haber descendencia
masculina) en una Pragmática Sanción, pero no llegó a ser publicada. Ante el embarazo
de la reina, Fernando VII decidió publicar la Pragmática Sanción (abril 1830), que
anulaba la Ley Sálica. Esto fue un duro golpe para este grupo, al ver como Carlos perdía
las posibilidades de ser el sucesor del monarca. Durante los últimos años de reinado de
Fernando VII se derogó o puso en vigor la Pragmática según las presiones recibidas.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Los orígenes del carlismo se pueden buscar en el siglo XVIII, pero sobre todo desde
1820, con la Regencia de Urgel, y la revuelta de los "agraviados" (1827). El partido
"Apostólico", origen de los carlistas, tenía en sus inicios pocos seguidores, pero se
fueron añadiendo combatientes que en realidad tenían motivaciones diversas:
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Los seguidores carlistas fueron sobre todo labradores, y las principales zonas de
procedencia fueron:
-Cataluña.
Desde 1832 la corona se había acercado más claramente a los liberales y desde ese
momento hasta la muerte de Fernando VII (1833) se dieron los pasos para operar la
transición al régimen liberal con el gobierno de Cea Bermúdez, que practicó un
reformismo de cuño ilustrado. Esta situación tuvo como resultado el surgimiento de un
nuevo partido en torno a la figura de Don Carlos, el partido carlista. Sus seguidores se
encontraron en gran número entre los campesinos, pero también los hubo entre la
población urbana. Este nuevo partido, su objetivo (que Don Carlos fuese el sucesor de
Fernando VII) y una situación economico-social ya de por si problemática provocaron
la guerra. El ejército estuvo del lado del Gobierno y dominó los diferentes alzamientos
excepto en el norte.
En las guerras carlistas se pueden distinguir hasta 7 etapas, enmarcándose las 4 primeras
en la llamada I Guerra Carlista (1833-1840):
Don Carlos no aceptó a Isabel como sucesora de Fernando (tomó el título de rey de
España el 1 de octubre de 1833) y las primeras partidas carlistas empezaron ya a
organizarse cuando aún no había pasado una semana de la muerte del monarca. En
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
pocos meses Zumalacárregui las organizó para formar un ejército regular que pudiera
enfrentarse al ejército regular cristino. En noviembre ya se podía hablar de guerra civil
en algunos lugares y en los meses siguientes se empezaron a delimitar las zonas
dominadas por cada bando.
Los carlistas, desde Guipúzcoa, se fueron expandiendo por esta provincia (excepto San
Sebastián), por Vizcaya (excepto Bilbao), norte de Álava y Navarra (excepto
Pamplona). También sería carlista la zona alta de Cataluña y se organizarían partidas o
grupos guerrilleros en Aragón, El Maestrazgo, Galicia, Asturias, Santander, La Mancha
y otros.
Paso de la guerra del ámbito regional al nacional. Luis Fernández de Córdoba tomo el
mando del ejército Cristino, siendo sustituido luego por Espartero, quien logró romper
el sitio de Bilbao. Los carlistas habían puesto mucho empeño ya que necesitaban ocupar
alguna ciudad que les diera prestigio internacional.
La población civil rara vez se opuso a la entrada de las tropas carlistas en sus
poblaciones, aunque tampoco mostró entusiasmo. Podrían tener partidarios en lugares
fuera de sus zonas de influencia, pero no en el número ni con las ganas suficientes como
para movilizar a la población.
Frente a los apostólicos intransigentes existe una oposición más moderada que se hace
patente durante estos años. También suceden las guerras de "camarillas" para obtener
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
más poder en el gobierno carlista. Esto desacreditó a don Carlos en el extranjero y entre
sus propios seguidores.
Cuando Mª Cristina y don Carlos estuvieron exiliados en Francia (entre 1840 y 1844)
tuvieron ocasión de hablar de una posible unión de las líneas dinásticas con un
matrimonio entre sus hijos. Un sector de políticos y pensadores liberales moderados
(como Jaime Balmes o Manuel de la Pezuela) crearon un clima de opinión favorable a
ello, intentando sintetizar las dos posiciones ideológicas. Pero la mayoría de liberales y
carlistas mantuvieron sus postulados ideológicos.
Don Carlos había abdicado en su hijo, Carlos Luis en 1845. Ante estos intentos de aunar
las líneas dinásticas, algunas partidas carlistas volvieron a levantarse en 1846, en
Cataluña. Esta segunda guerra se desarrolló de forma discontinua y en lugares
diferentes: Cataluña en 1846; Valencia y Toledo en 1847; Cataluña y otras zonas en
1848 y principios de 1849.
Sería la llamada tercera guerra carlista, que se plasmó en acciones guerrilleras por todo
el norte de España. Las causas aludidas fueron la defensa del catolicismo y la lucha
contra las ideas revolucionarias. La guerra empezó con el manifiesto de Montemolín y
el primer enfrentamiento se produjo en Palencia en 1854. En 1855 se extendió por
Castilla, Santander, Aragón, Cataluña y Levante, con un importante foco en el
Maestrazgo.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Séptima etapa
Esta etapa es simplemente un episodio que se produjo en abril de 1860, cuando Carlos,
el conde de Montemolín (hijo de don Carlos), y su hermano Fernando fueron apresados
en La Rápita al intentar introducirse en España. Ambos renunciaron a sus derechos de
sucesión, aunque se retractaron más tarde. El tercero de los hijos, Juan de Borbón,
asumió los derechos. Tras la muerte de Carlos y Fernando en 1861, Juan asumió
definitivamente la herencia dinástica hasta que su hijo (Carlos VII) tomo la dirección de
la causa e inició en 1872 la cuarta guerra carlista.
Durante el reinado de Isabel II, además de los poderes estipulados por el orden
constitucional, existieron otros: la corona, el Ejército, la prensa, la Iglesia, el poder
económico y la Milicia Nacional. Pero las tres principales fuerzas fueron la corona, el
Ejército y los partidos. Las tres estuvieron unidas frente a amenazas externas (carlistas,
republicanos y asociaciones obreras), pero conspiraron unas contra otras en diversos
momentos.
Otra situación anómala al funcionamiento normal pero habitual en este período son los
constantes cambios de gobierno, incluso dentro del mismo partido y la permanente
intriga palaciega de la clase política. La "camarilla" era también fuente de intriga
habitual, aunque su capacidad de influir en política era limitada.
1. La política nacional
Los componentes del mundo político de Madrid (presidentes del Consejo, ministros,
secretarios de ministerio, altos funcionarios y diputados más o menos habituales) fueron
intercambiables en sus puestos.
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que si bien debía ser un poder arbitral, con frecuencia se orientaba a favor de los
moderados.
El poder legislativo estaba compuesto por dos cámaras: Congreso y Senado. Respecto a
la elección de los mismos hubo hasta 6 disposiciones distintas por las que se rigieron las
22 elecciones del reinado de Isabel II. Las principales diferencias eran de división de las
circunscripciones en distritos uninominales o plurinominales, la adopción del sufragio
directo o indirecto, y la mayor o menor dimensión del censo electoral.
Aunque con los cambios de legislación electoral los gobiernos afirmaban que se
buscaba una mayor transparencia, la realidad es que las elecciones no se perdían nunca
porque siempre se controlaban. Los cambios de gobierno no eran realizados a través de
elecciones, sino por decisión de la corona (encargo de formar gobierno y convocar
elecciones). Esta actuaba a menudo forzada por la situación creada desde los partidos
políticos, que podían presionar con las armas o mediante la provocación de disturbios
callejeros. Habitualmente, los presidentes de gobierno que convocaban elecciones
continuaron como tales con mayorías parlamentarias.
De las 22 elecciones generales que hubo sólo en 5 no las ganaron. Incluso en 2 de estas
los presidentes siguieron en el poder y tuvieron que ser expulsados por
pronunciamientos. Sólo una vez perdió el presidente, Evaristo Pérez de Castro, las
elecciones claramente en verano de 1839, pero gobernó en minoría sustentado por
Espartero. En las siguientes elecciones, también convocadas por Pérez de Castro, se
corrigió la situación, obteniendo la mayoría los moderados. Las otras 3 ocasiones
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2. El sistema judicial
A principios del siglo XIX persistió el sistema judicial característico del Antiguo
Régimen:
La organización judicial no cambió en lo esencial hasta 1870 con la Ley Orgánica del
Poder Judicial. Se establecieron los siguientes principios:
La unidad de fueros recibió un fuerte impulso en 1862, con un Real Decreto que
establecía las bases para organizar los tribunales y dejando a la jurisdicción ordinaria
como la única competente.
3. El poder local
La nueva división provincial fue realizada por Javier de Burgos en 1833. Las provincias
se basaban en unidades históricas, corregidas por circunstancias geográficas, extensión,
población y riqueza. Se organizaron 49 provincias con el nombre de sus capitales
excepto los archipiélagos, Navarra, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, que conservaron
denominación y límites antiguos.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Los progresistas hicieron de la elección de los alcaldes uno de sus caballos de batalla en
los procesos revolucionarios de 1840, 1854 y 1868. En el modelo progresista los
alcaldes tenían más autonomía respecto al gobernador.
La alternancia entre unionistas y moderados entre 1856 y 1868 deterioró las estructuras
caciquiles. El modelo estaba adaptado al gobierno de un solo partido, pero no para
partidos próximos pero rivales y sin pacto previo. Los caciques locales dividieron sus
fuerzas y esto benefició a los progresistas, demócratas y carlistas, que durante los años
60 obtuvieron mayoría en muchos ayuntamientos.
La política local tuvo cierta vitalidad, aunque estaba muy desconectado del gobierno del
país. Eran las clases medias y altas con derecho a voto las que se interesaron por los
asuntos políticos. Estos se discutían en ateneos, sociedades económicas, etc. Pero la
gran mayoría de la población permanecía ajena a la vida política.
Tras la muerte de Fernando VII y con la guerra en marcha, los dos grupos herederos de
la Constitución de 1812 (exaltados y moderados, junto a los afrancesados) se unieron
entorno a la reina. Esta unión se mantuvo los años 34-37. En estos años se fraguaron
dos partidos: los exaltados (los que se oponían al gobierno) y los moderados (los que
defendían a aquellos que entonces estaban en los ministerios).
aunque la disciplina interna del grupo era escasa. En verano de 1836 se produjo una
refundación del partido al entrar Istúriz, Alcalá y otros (de origen liberal exaltado), que
sustituyeron a Mendizábal en el poder. El liderazgo político pasó a estar compartido
entre Martínez de la Rosa e Istúriz y en el plano ideológico fueron los doctrinarios los
que impusieron sus tesis. En verano de 1837 se produce otro cambio al cambiar su
nombre de Partido Moderado a Monárquicos Constitucionales, denominación que
apenas fue utilizada. Al final de la guerra carlista se unieron al partido políticos
procedentes del carlismo. Entre 1844 y 1854 ejercieron el poder y surgió un nuevo líder
moderado: el general Narváez.
Cuando desde 1844 los moderados se afianzaron el poder dieron lugar a tres corrientes:
-La "Unión Nacional" desde comienzos de los cuarenta se situó a la derecha, con Jaime
Balmes y Manuel y Juan Pezuela. En los cincuenta tuvieron continuidad con los "ultra-
moderados", con Bravo Murillo. De estos, con otros añadidos, surgieron los
neocatólicos, que intentaron integrar a los carlistas y tradicionalistas.
En el caso de los “exaltados” (también llamados “liberales” y desde finales de los años
treinta “progresistas”), tardaron más en organizarse como partido y hay que esperar al
bienio 1854-1856. De todas maneras, existen como grupo desde las Cortes de Cádiz. A
la vuelta del exilio se reunieron en torno a algunos personajes como Fermín Caballero y
cafés, casinos, etc. sirvieron como sedes de reunión de sus grupos. En 1835-1836 llego
Mendizábal a España y se convirtió en líder del “Partido Liberal”. Durante estos años
surgió la escisión de Istúriz y Alcalá Galiano. También destacó Salustiano Olózaga, que
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
disputaría con el general Espartero el liderazgo del partido. Espartero quedaría desde
1837 como líder político y defensor militar del progresismo.
Durante la Década Moderada los progresistas perdieron la escasa estructura que habían
tenido, aunque les quedaban los periódicos y buen número de concejales y alcaldes.
Tuvieron como principal papel la denuncia de las corrupciones y desviaciones del
liberalismo. Su principal habilidad fue aprovechar los desacuerdos entre los propios
moderados para ganarse a buena parte de estos. Tanto los progresistas como los
moderados se debilitaron con la coalición opositora de 1852 contra Bravo Murillo.
Espartero aprovechó para en 1854 alcanzar el liderazgo del Partido Progresista y el
poder quedó en sus manos durante el Bienio Progresista.
Durante la Regencia de María Cristina se dieron los primeros pasos hacía el pleno
constitucionalismo. La guerra civil condicionó toda esta transición liberal, que se
plasmó en un primer momento en el Estatuto Real (1834). Tras la acción del sector
progresista se provocó un período revolucionario que se plasmó en la Constitución de
1837.
La regente renovó la confianza en Cea Bermúdez, pero este período no satisfizo del
todo a los liberales. Se realizaron reformas administrativas desde el Ministerio de
Fomento. Javier de Burgos llevó a cabo la división provincial de España, así como la
creación de la figura de subdelegado de Fomento (luego “jefe político” o gobernador
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
La regente decidió dar un paso decisivo hacia la renuncia por parte de la corona al poder
exclusivo. Para ello llamó en enero del 34 a Martínez de la Rosa para formar un nuevo
gabinete y elaborar un régimen constitucional aceptable. Martínez de la Rosa era un
liberal doctrinario muy influenciado por el pensamiento francés. La aplicación del
Estatuto Real en 1834 fue un paso más firme, ya que se establecía un régimen
constitucional en el que la corona renunciaba al poder exclusivo y compartía la
soberanía con las Cortes. De todas maneras, sólo los liberales más moderados se
conformaron con el Estatuto. Aunque el rey cedía parte de su poder a las Cortes, estas
sólo podían ser convocadas por el monarca (excepto para el presupuesto, cada dos
años). Las Cortes eran bicamerales: la nobleza estaba representada en el Estamento de
Próceres y el resto de la población en el de Procuradores. Estos últimos se elegían por
tres años a través de sufragio en segundo grado y limitado.
Lo sustituyó el conde de Toreno con un gobierno que duro 4 meses. Se produjo en este
período un acercamiento a los progresistas con la llamada a Mendizábal para la cartera
de Hacienda. De todas maneras, la decreto de disolución de los conventos y otras
decisiones marcaron una separación del liberalismo moderado que había caracterizado
al gobierno y empujó a determinados sectores de la sociedad (el clero sobre todo) a
apoyar al carlismo. Se produjo en este período también un proceso revolucionario a
cargo de la milicia urbana que llevó a la constitución en diversas ciudades de juntas
locales que asumieron el poder. Toreno intentó la disolución de las juntas, pero no tuvo
éxito. Finalmente, la regente llamó a Mendizábal a formar gobierno para atraerse al
sector progresista.
Entre agosto del 35 y del 37 se aceleró el proceso de liquidación del Antiguo Régimen
con la acción decisiva de Mendizábal. Se liquidó la situación revolucionaria con
diferentes acciones, entre ellas integrar los componentes de las juntas al gobierno de la
diputación. La figura de Mendizábal dominó completamente este período y se rodeó en
los ministerios de gente de su confianza. Mendizábal lo supeditó todo a acabar con la
guerra en 6 meses. Siguió con la política de desamortización con el objetivo de afianzar
una masa de propietarios fieles al liberalismo y que tuviese al clero como enemigo. La
propiedad sujeto de esta desamortización no se consiguió repartir, ya que los
compradores fueron los antiguos terratenientes y el efecto fue el contrario: la
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
concentración de tierras. El éxito político tampoco estuvo claro, ya que los nuevos
propietarios fueron mayoritariamente a parar al partido moderado. La desamortización
conformó las bases socioeconómicas del Nuevo Régimen, ya que se reajustó la
propiedad y se dio lugar a una poderosa clase terrateniente además de un amplio
proletariado campesino. La economía de guerra se prolongó en el tiempo y se llegó a
una situación insostenible, sobre todo por la deuda contraída. Pese a la victoria en las
elecciones de febrero del 36 de los progresistas, el paso de Istúriz y otros al
moderantismo obligaron al gabinete en el gobierno a dimitir.
La regente nombró a Istúriz presidente, pero tuvo en contra a Las Cortes, que acabaron
siendo disueltas. Finalmente se produjo el levantamiento militar, que se propagó por
diferentes ciudades. Con el motín de los sargentos, se obligó a la regente a jurar la
Constitución de 1812 hasta que Las Cortes decidieran. Se confió el poder a Calatrava,
que se apoyó en otros progresistas (entre ellos Mendizábal) y que promulgaron leyes en
la dirección de restituir la situación del Trienio Progresista y la Constitución de Cádiz.
Finalmente se convocaron unas Cortes Constituyentes que elaboraron la nueva
constitución.
La Constitución de 1837 era más moderada que la de 1812, aunque más progresista que
el Estatuto Real. Con ella se buscó el consenso. Se mantenían en ella puntos
importantes de la Constitución de 1812, como la soberanía nacional, la separación de
poderes y el reconocimiento a los derechos individuales. Por otra parte, se reconocía a la
Corona una decisiva intervención en el proceso político, al ser quien convocaba Cortes,
aunque también se ampliaban las funciones de Las Cortes. Se establecía un sistema
bicameral (Congreso de Diputados y Senado) y el sufragio censitario y directo. Los
senadores eran elegidos por el monarca de entre una lista confeccionada por los
electores. De todas maneras, se permitía la disolución de Las Cortes por el monarca, lo
que junto al sistemático falseamiento de las elecciones facilitó el control de estas por el
gobierno.
El liberalismo más extremo del período se había alcanzado con Mendizábal, que llevó a
cabo la desamortización. Además, la actitud mostrada hacia la Iglesia provocó malestar
en algunos sectores, que giraron hacia el conservadurismo. El grupo moderado salió
reforzado y adquirió mayor significado política. Se dotó además de una nueva teoría
política, el doctrinarismo, según la cual lo que legitima el poder es la capacidad para
gobernar.
Tras declinar Espartero la oferta de formar gobierno, Bardají se encargó, con victoria
moderada en las elecciones. Su gabinete tuvo poca duración y le siguió Narciso
Heredia, iniciándose así el Trienio Moderado (1837-1840). En este período se produjo
el problema de las pagas a los militares y sus subsecuentes motines. Espartero impuso
sus condiciones al gobierno, que tuvo que ceder. Se fue formando así en el norte un
“Partido Militar” fuertemente influenciado por la situación de guerra y, por tanto
próximo al progresismo. Al parecer, las presiones de Espartero acabaron con el
gobierno.
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Durante 1838 y principios de 1839 hubo entre los liberales dos tendencias en cuanto a la
guerra. Por una parte, la corriente de Mendizábal, pedía acabar completamente con el
carlismo. Los moderados eran partidarios de una paz honrosa que permitiese integrarlos
en el Nuevo Régimen. En junio del 39 Espartero pidió a Mª Cristina que disolviese Las
Cortes. Las elecciones tuvieron lugar casi al mismo tiempo que el Convenio de Vergara,
que Espartero presentó como una victoria propia y del progresismo. Los progresistas
vencieron en las elecciones, aunque luego le recriminaron a Espartero como había
conseguido la paz, achacándole haber seguido las tesis moderadas. Además, para
humillación de Espartero, se hicieron modificaciones al Convenio. El gobierno se
sostuvo a pesar de estar en minoría por el apoyo de Espartero, pero se creo un clima de
crispación ciudadana y se tuvo que cambiar el gobierno y convocar elecciones.
Entre 1840 y 1844 el poder es ostentado por militares (Espartero, Narváez y O’Donell).
Los dos primeros fueron más caudillos que políticos y practicaron más el autoritarismo
que el respeto constitucional. El tercero tuvo mayor temple político y más capacidad
para liderar la vida civil.
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Una de las principales acciones del nuevo gobierno fue la venta de los bienes del clero
secular (la llamada Ley Espartero). La venta ya había sido aprobada anteriormente, pero
no fue hasta verano de 1841 cuando se produjo la subasta de los bienes, que se
vendieron a un ritmo muy rápido.
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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Barcelona una de las muchas revueltas conocidas como “motines de quintas” que se
oponían a la recluta anual de soldados. El 13 de noviembre de 1842 se produjo una
pelea entre civiles y soldados. Se acabó organizando una rebelión que aunó a fuerzas
opuestas a Espartero, incluida la Milicia Nacional. Se formó también una junta
provisional de gobierno y Espartero reaccionó con una represión durísima y el
bombardeo masivo de la ciudad. A las protestas de los diputados catalanes Espartero
respondió disolviendo Las Cortes. Desde principios de 1843 se multiplicaron las
alianzas entre progresistas descontentos y moderados.
Las elecciones de abril fueron perdidas por Espartero, aunque este lo achacó al gobierno
y sustituyó a Rodil por López, que juró en mayo de 1843. Pero el programa presentado
no era aceptable para Espartero y le obligó a dimitir. Un nuevo gobierno tampoco duró
y además, desde finales de mayo los pronunciamientos se difundieron por España
pidiendo la normalidad constitucional. La Orden Militar Española también se movilizó.
Tras la revuelta de julio en Sevilla, se consolidó el movimiento en Cataluña, con la
“Junta Suprema de Barcelona” nombrando a Prim ministro universal. El golpe final fue
la derrota del ejército esparterista de Seoane contra Narváez en Torrejón de Ardoz entre
los días 22 y 23 de julio. Espartero decidió buscar refugio en Londres.
López volvió a la presidencia para un gobierno breve que se dedicó a desmontar todo el
aparato esparterista (disolución de la Milicia Nacional entre otras acciones). Pero
algunos problemas continuaban pendientes. Entre ellos, estaba la continuidad de la
Junta de Barcelona, que pedía una solución de cara a equilibrar los poderes de la
regencia y el gobierno. Además, la vuelta de Mª Cristina no estaba bien vista por parte
del progresismo. La junta barcelonesa, que reconocía a Prim y a Serrano como máximas
autoridades, propuso el adelantamiento de la mayoría de edad de la reina. Narváez y el
gobierno aceptaron la solución e Isabel II fue proclamada reina el 10 de noviembre de
1843 con 13 años de edad.
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Aunque el Partido Moderado de estos años no era un partido homogéneo, esta década
está marcada por su hegemonía continuada. Entre otros motivos está el apoyo cada vez
más decidido de la corona.
Los aspectos comunes del periodo: la mejoría económica en todos los órdenes y las
reformas político-administrativas, encaminadas a conseguir una mayor eficacia y la
integración del conjunto de las regiones españolas (la igualdad legal y la centralización).
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3. La Constitución de 1845.
Después de abiertas las nuevas Cortes, de mayoría moderada, se iniciaron los debates
relativos a la Constitución. Los progresistas, en minoría, se retrajeron de los debates
parlamentarios. Triunfó el parecer de reformar la Constitución de 1837 que dio lugar a
la más moderada Constitución de 1845. Esta recogió las ideas del liberalismo
«doctrinario», en el sentido de que la soberanía residía en las Cortes con el monarca,
frente a la soberanía nacional de 1837. Los derechos del ciudadano se regulaban. Se
proclamó la unidad católica de España. La posibilidad de ser senador, directamente por
nombramiento regio, se redujo a la aristocracia. Se restringió el sufragio para elección
de los diputados y aumentó el nivel de renta para electores y elegibles. Desapareció la
preeminencia del Congreso sobre el Senado en legislación financiera y la convocatoria
estaba, sin limitación, reservada al monarca. Por otra parte, desaparecía la Milicia
Nacional.
Las modificaciones del gobierno dieron lugar a un sistema que generó una burocracia
mayor que en los gobiernos anteriores, se amplió el problema del funcionariado, aún
muy poco profesionalizado. Casi todos los que trabajaban al servicio de un ministerio se
consideraban disponibles.
Los enemigos más poderosos de Narváez fueron las intrigas palaciegas de otros
políticos o de sus más allegados, que le producían fatiga y que, en todo caso, no podía
controlar. El primer gobierno de Narváez terminó sorpresivamente. Aparentemente no
había pasado nada, pero Narváez dimitió y disolvió su gabinete. Las explicaciones no
dejan de ser suposiciones, quizás, simplemente, una depresión de las que
frecuentemente sufría Narváez. La razón a este estado de ánimo se debió a las
disensiones entre sus ministros por el posible marido de la reina.
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el propósito de reanudar el acuerdo con los Borbones napolitanos para casar a Isabel con
su tío. Encontró muchos problemas, sobre todo en España. Narváez se disponía a un
gobierno largo y fuerte. Nombró unos ministros de primera fila. Disolvió las Cortes.
Restringió la libertad de imprenta. Sin embargo esto no llegó a tres semanas. La
solución para el matrimonio de la reina, había adquirido un carácter internacional, no
satisfizo a Inglaterra ni a buena parte de los políticos españoles. En este caso, se repiten
las razones de su caída, había que encontrar un detonante para reactivar su depresión.
Todo apunta a un posible fraude «legal», Narváez, según unas versiones, fue obligado a
exiliarse en Francia; según otras, lo hizo voluntariamente. Pero todas coinciden en la
decisión de Narváez de «abandonar para siempre» la política activa.
5. El matrimonio de la reina.
7. La 2ª Guerra Carlista.
De las tres principales tendencias del Partido Moderado, la puritana fue la más
beneficiada por la corona en estos años. Llamó a Istúriz, antiguo progresista, que fue
líder del moderantismo, se mostró partidario de la Constitución consensuada de 1837,
frente a la postura triunfante de Narváez de la Constitución de 1845. Políticamente
ahora basculaba hacía los puritanos. A pesar de su relación con los puritanos, se apoyó
en los centrales y a dicha tendencia pertenecían los dos principales ministros, Pidal y
Mon
Parece que la intención de la corona al llamarle era, sobre todo, que intentase solucionar
el problema de las bodas reales. Un problema interior que alcanzó una considerable
dimensión exterior. Su experiencia humana y sus buenas relaciones en las cancillerías
europeas parecían aconsejar su nombramiento para formar gobierno.
La resolución final del problema quizá fuera la peor de las posibles. Isabel II se casó
con su primo Francisco de Asís, que durante años fue descartado por su condición de
homosexual. Así pues, la reina se casó muy joven, con quien no quería y en medio de la
frustración general.
En diciembre de 1846 hubo elecciones. Aunque fueron ganadas por los moderados, los
progresistas obtuvieron unos cuarenta puestos y, entre los moderados, los puritanos, que
eran un buen grupo, dieron muestras de desmarcarse del núcleo del partido moderado.
Lo hicieron votando a Castro Orozco frente a la candidatura que apoyaba Istúriz, la de
Juan Bravo Murillo, que fue derrotada. El presidente entendió que había sido derrotado
en las elecciones y presentó la dimisión. La reina tardó un tiempo en admitírsela porque
había que buscar una nueva mayoría. La suma de los moderados de todas las tendencias
era más que suficiente para la mayoría absoluta. El problema era que los puritanos y
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algunos moderados centrales habían votado con los progresistas o al revés. Es decir,
había faltado disciplina de voto. Los propios moderados lograron ponerse de acuerdo
pero con un matiz nuevo, los puritanos actuarían de árbitros de la situación.
El nuevo presidente fue Carlos Martínez de Irujo y durante dos meses intentó un
gobierno de coalición entre puritanos y moderados. No fue posible, tuvo que hacer
frente a la ofensiva carlista y movilizó a 50.000 nuevos jóvenes.
Aunque con menos diputados de los necesarios para gobernar, pero con apoyo
parlamentario de los progresistas, Pacheco fue llamado para formar gobierno y lo hizo
con personas consideradas dentro del grupo «puritano». El mismo se reservó el
Ministerio de Estado. El hombre fuerte del gabinete, José Salamanca y Mayol (marqués
de Salamanca). Pacheco, líder de los moderados puritanos, se había rodeado de algunos
influyentes diputados que tenían buenas relaciones en el palacio real, donde, por cierto,
se plantearon graves problemas de convivencia entre la reina y el rey. Francisco de Asís
se trasladó a vivir al Pardo. La hermana de Isabel 11 y su madre se habían ido a vivir a
París. Pacheco decidió prohibir toda noticia o comentario en la prensa sobre la vida
privada de los reyes. Sin embargo se difundió como la pólvora.
Desde el punto de vista hacendístico y financiero, intentó hacer cuadrar las cuentas y,
sobre todo, llevó a cabo la unificación de los Bancos de San Fernando e Isabel 11 en el
«Banco Español de San Fernando», antecedente del Banco de España. Procuró un
sistema de recaudación más abierto y favoreció el librecambismo. Puso también en
venta los bienes de las Órdenes Militares.
El gobierno fue breve pero intenso. Pacheco se encontró con que los progresistas
dejaron de apoyarlo en el Parlamento y muchos de los moderados le pasaban factura,
por ello dimitió. El gobierno que le siguió lo organizaron dos amigos personales de la
reina, el general Serrano y un ministro del anterior gabinete, Salamanca, que siguió
siendo ministro de Hacienda. La presidencia la ocupó un moderado, próximo a los
puritanos, Florencio García Goyena. Se trataba de un gobierno que intentó aglutinar a
moderados centrales y puritanos con progresistas. A pesar deque la coalición estaba
pensada para equilibrar el sistema, el gobierno continuó el giro hacia la izquierda, o al
menos eso le pareció a los compañeros de Narváez, Pidal y Mon, porque, en realidad, al
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gobierno no le había dado tiempo de nada en 15 días. El caso es que llamaron a Narváez
para que regresase urgentemente desde Francia. Así lo hizo para perpetrar un curioso
golpe de Estado. En una reunión del Consejo de Ministros, Narváez irrumpió en la sala
y les echó de allí. El gobierno y el periodo de predominio puritano se habían terminado
y a Isabel II sólo le quedó tomar nota.
El general Narváez formó gobierno el mismo día en que había mandado a su casa al
gabinete anterior. El nuevo se puede decir que duró, con varias remodelaciones, tres
años.
Otro ministro que tuvo continuidad en el cargo de Gracia y Justicia, quizás como
contrapeso de Sartorius, fue Alejandro Arrazola, uno de los logros más importantes, de
su ministerio fue el impulso a la «Comisión General de Codificación», que publicó un
código de derecho penal en 1848.
El resto de los ministros, otras nueve personas, se fueron turnando en los diversos
ministerios. Destacaban los dos escuderos de Narváez: los cuñados José Pidal y
Alejandro Mon.
La revolución de 1848 tuvo su correlato en España con las jornadas de marzo y mayo,
no pasaron de algaradas. La crisis financiera y la bajada de la Bolsa en España durante
la primavera de 1848 fue una consecuencia directa de una situación semejante en las
principales economías europeas que a su vez se habían contagiado del pánico político.
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Bravo Murillo quedó como cabeza del grupo de moderados que deseaba la limpieza en
la vida política y Narváez como el que se beneficiaba o amparaba la corrupción, tenía en
sus manos una buena parte del Ejército y Bravo Murillo apenas tenía seguidores. Pero
Bravo Morillo era superior en equilibrio emocional, que, una vez más traicionó a
Narváez.
Un discurso demoledor de Donoso Cortés en las Cortes sobre la corrupción, tras el que
Martínez de la Rosa pidió pruebas concretas, Narváez se fue al palacio y presentó la
dimisión con la promesa, otra vez, de abandonar «para siempre la cochina política».
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Después de dos años desde los sucesos motivados por la revolución de 1848, otra vez
surgieron los problemas internos entre los moderados. La reina pidió al marqués de
Pidal que formase gobierno, fue imposible. Finalmente, se lo encomienda a Bravo
Murillo. Durante dos años, de 1851 a 1852, Juan Bravo Murillo fue presidente del
gabinete y ministro de Hacienda. Era un abogado, con un acreditado bufete y sólida
formación humanística, actuaba siempre conforme a unos principios claros: el
pragmatismo y el orden, la mejor garantía de la libertad y el exceso de libertad es el
mejor aliado del despotismo.
El Real Decreto sobre funcionarios fue quizá la mejor aportación de Bravo Murillo, que
deseaba una burocracia moderna y eficiente al servicio del Estado. Concibió la
administración como una serie de «cuerpos» técnicos a los se accedería mediante
oposiciones o concursos de méritos. Dentro de cada cuerpo habría escalones. En los
ascensos serían decisivos los servicios reglamentados y la antigüedad. El cese sólo
podría efectuarse por los tribunales o mediante expediente donde se probase el
manifiesto incumplimiento del deber.
Las obras públicas fueron uno de los capítulos decisivos del gobierno Bravo Murillo. El
ministro de Fomento, presentó el Plan de Ferrocarriles para corregir el desorden de las
concesiones efectuadas hasta entonces. La construcción de nuevas líneas seguiría siendo
con capital privado, pero el Estado se reservaba la planificación y fomento. Lo esencial
de ese plan radial se mantuvo durante más de un siglo. Algo semejante ocurrió con el
Plan de Carreteras, que marcaba las seis nacionales que, partiendo desde Madrid unían
los principales puntos de la periferia. El Plan de Puertos y Faros preveía el aumento del
tonelaje con los barcos de vapor lo que exigía, entre otras cosas, muelles con más
calado. Se impulsaron los canales, para riego y transporte y el de Isabel II, que permitió
la traída de agua potable a Madrid.
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Se puede decir que el gobierno de Bravo Murillo era el primer gobierno civil fuerte
desde 1840, ministerio tecnócrata, el propio Bravo Murillo y algunos ministros,
también lo eran. Contaba en su seno con los ministros militares precisos para los
ministerios de Guerra y Marina. Aun así, el ministro de Guerra, Luis Arístegui, dimitió
en febrero. La creciente oposición a Bravo Murillo, además de su denuncia de la
corrupción que afectaba a muchos políticos de su partido, fue la reacción dé los
espadones militares que veían peligrar su hegemonía en el orden político.
Para reemplazar a Arístegui, Bravo Murillo eligió sin consultar a los espadones
militares a un joven mariscal de campo, Francisco Lersundi, esto aumentó el disgusto de
aquéllos, la asunción de la jefatura suprema del Ejército por Lersundi le enfrentó con el
capitán general de Madrid y con otros generales. Entre los enfrentamiento s con
militares fue especialmente grave la que tuvo el gobierno con el capitán general de
Cuba.
Otra crisis parcial del gabinete estuvo forzada por la actitud del ministro de Instrucción
y Obras Públicas, que inexplicablemente votó en el Parlamento en contra de la
propuesta del gobierno sobre la Deuda. Bravo Murillo constató que había perdido la
mayoría. En las Cortes, contaba con la oposición de los progresistas y los moderados de
Narváez, encabezados por Sartorius, Isabel II sugirió lo que Bravo Murillo le
aconsejaba: convocar elecciones. Ello llevaba aparejada la expulsión del ministro del
gabinete y la disolución del Congreso.
Las elecciones de junio de 1851 dieron mayoría al Partido Moderado. La propuesta que
había sido derrotada sobre la Deuda en abril se volvió a plantear. Obtuvo una
considerable mayoría.
En el año y medio que siguió, desde la caída de Bravo Murillo hasta la revolución de
1854, se sucedieron tres gobiernos. Fueron de segunda fila por su composición, con las
escasas miras de intentar mantener la situación, al tiempo que se obtenían algunos
beneficios privados. Breves en el tiempo, aunque suficientes para la desintegración
progresiva de los moderados y que permitió renacer al Partido Progresista.
El nuevo gobierno, presidido por el también teniente general Francisco Lersundi, duró
algo más, seis meses. Su intención fue atraerse al menos a parte de la oposición y no
hostilizar al resto. En esto contaba con el apoyo de la corona. El programa
gubernamental, genérico y lleno de buenas intenciones, no fue suficiente para calmar a
la oposición narvaísta y menos a la progresista. Ambas se concentraron en pedir, a
través de la prensa y los círculos de opinión, la apertura de las Cortes. El gabinete se vio
envuelto en un escándalo con motivo de una comisión económica para el transporte de
carbón destinado a la flota española en Filipinas. La reina aceptó la dimisión del
gobierno y nombró presidente a Luis Sartorius.
El nuevo gobierno rehabilitó a Narváez e hizo importantes cambios entre los mandos
militares. No obstante, Sartorius se encontró pronto frente a la misma coalición
opositora.
Sartorius envió muchos proyectos de ley al Parlamento. Entre ellos, una rectificación de
la Ley de Ferrocarriles. El enfrentamiento mayor se dio en el Senado con motivo de las
denuncias de corrupción que llevaba implícita la Ley de Ferrocarriles, la acusación era
precisamente que varias personas (algunas muy importantes) se habían enriquecido con
estas subvenciones. Sartorius se había enriquecido tanto en la vida política y había sido
tan corrupto y corruptor (“polacada” quedó incorporado a la lengua española como un
acto arbitrario o despótico) que pocos políticos confiaban en él. La opinión pública
manifestada en la prensa le consideró como un enemigo público. Su proyecto perdió la
votación parlamentaria y provocó un escándalo popular. La reina madre, María Cristina,
y su marido quedaron seriamente dañados por el escándalo. La propia reina se vio
afectada indirectamente.
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Ante la derrota del gobierno en el Senado, la reacción del conde de San Luis fue
suspender las sesiones de las Cortes al tiempo que promulgaba los presupuestos por
medio de un decreto y destituía a todos los altos funcionarios que habían votado contra
el gobierno.
1. La revolución de 1854.
La revolución se inició con un conflicto entre el Senado y el gobierno del conde de San
Luis por la oposición de la mayoría de los moderados y progresistas. El Senado venció
al gabinete ministerial, pero éste respondió suspendiendo las sesiones y relevando a los
funcionarios y militares que habían votado en contra o se sospechaba que se oponían. El
general Blaser, ministro de la Guerra, acuarteló, dejó sin mando o cambió de destino a
militares como O'Donnell o Serrano.
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Pero lo que se había iniciado como un pronunciamiento clásico, llevado a cabo por
militares con la colaboración de algunos civiles, subió de tono por la intervención, por
sugerencia de Serrano, de los progresistas, que se movilizaron a través de un manifiesto
de Cánovas del Castillo. El Manifiesto de Manzanares, un texto muy breve y claro,
reivindicaba una serie de principios para el cambio de la situación, con vistas a una
«regeneración liberal» en unas Cortes Constituyentes: «régimen representativo», «trono
sin camarilla», mejora de la Ley de Imprenta y Ley Electoral, rebaja de los impuestos,
respeto al sistema de cubrir los puestos de funcionarios por méritos objetivos a través de
una oposición, descentralización municipal, nueva Milicia Nacional.
Los sublevados siguieron su retirada hacia Andalucía, sin aumentar mucho su apoyo
militar. Cánovas del Castillo, con el manifiesto redactado por él y firmado por
O'Donnell, marchó hacia la capital. El manifiesto se difundió al mismo tiempo en
Sevilla y Madrid. Siguió una fase popular, apoyada por el Partido Progresista, en la que
proliferaron los levantamientos. Hubo pronunciamientos triunfantes en las guarniciones
de Valladolid y Barcelona. En Madrid tuvieron lugar las “jornadas de julio”, en
Barcelona un levantamiento con un fuerte cariz social, al coincidir con escasez de
trabajo y bajo nivel de salarios. Siguieron otros en Zaragoza y San Sebastián.
El gobierno del conde de San Luis se sintió impotente y presentó su dimisión a la reina,
que aceptó ya con la amenaza, que acababa de recibir por escrito, con la firma de los
generales pronunciados. Durante los últimos días del proceso revolucionario se produjo
el cenit de la inestabilidad.
Se difundió por la capital la caída del gobierno. Una masa de gente se acercaba a la
plaza de toros a presenciar un espectáculo taurino. Después de la corrida, al anochecer,
siguieron las manifestaciones ya en la calle, con mueras a Sartorius, «los polacos» y la
reina madre María Cristina. Unos cuatrocientos hombres armados con fusiles
almacenados en el Gobierno Civil, tomaron la Casa de la Villa y se constituyeron en
Junta, que redactó una exposición llevada a palacio que fueron recibidos por Fernández
de Córdoba y después por la reina.
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Al mismo tiempo se reunieron los ministros para jurar sus cargos. Su primer acuerdo
fue considerar que el presidente no era la persona adecuada para esos momentos.
Propusieron al duque de Rivas, conservando Córdoba la cartera de Guerra. La violencia
siguió y se extendió toda la madrugada y los dos días siguientes, se desarrolló una
verdadera batalla urbana con cerca de un centenar de muertos y cientos de heridos. Un
ya anciano general de fama progresista, Evaristo San Miguel, se puso el uniforme y
apareció como mediador entre la calle y el palacio. Hacia las siete de la mañana se
constituyó, con San Miguel como presidente y compuesta por progresistas y moderados,
la autodenominada, primero «Junta de Salvación» y, poco después, «Junta Superior de
Madrid».
El gobierno del duque de Rivas dimitió. Se decidió elegir para sustituirle a Espartero
que se había desplazado a Zaragoza para ponerse al frente de la revolución. La reina le
telegrafió para hacerle venir a Madrid. La Junta de Madrid envió un mensaje al palacio
en el que se pedía que nombrase a San Miguel ministro de la Guerra. Ante la acción
revolucionaria, la reina nombró un gobierno provisional en el que Evaristo San Miguel
era ministro universal.
2. El Bienio Progresista.
Espartero, desde Zaragoza, envió un mensaje a la reina, en términos más claros que
confusos, si bien jugando con la ambigüedad, quería imponer a la reina que el poder
emanado de la revolución era superior a la monarquía. Que, en definitiva, él
representaba a la soberanía nacional y la reina debía someterse. De hecho, Isabel II
estuvo cohibida durante los dos años siguientes. Aceptadas sus propuestas por la
corona, Espartero llegó a Madrid.
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formada por moderados y progresistas transigentes de signo ecléctico. Se formó así una
coalición de progresistas y liberales unionistas, con preeminencia de los primeros hasta
julio de 1856 y viceversa desde ese mes hasta octubre de 1856.
El primer gobierno estaba formado en su mayoría por progresistas. Dos pesos pesados
del entonces naciente partido «Unión Liberal», eran miembros del gobierno. El propio
O'Donnell como ministro de la Guerra y Juan Francisco Pacheco, ministro de Estado.
Ambos, procedentes del moderantismo puritano, eran ya personajes conocidos en la
vida pública española.
Este gobierno tomó algunas decisiones muy significativas, que marcaban la tendencia
de los próximos dos años. Además de ascender a todos los militares que habían
participado en la revolución y separar de sus cargos a quienes no lo hubieran hecho,
reemplazaron las diputaciones provinciales por aquellos que ejercían el poder en 1843.
Fueron cambiados los principales embajadores y muchos gobernadores civiles. Se
convocaban elecciones (tan sólo para el Congreso) a Cortes Constituyentes. El
Ministerio de la Gobernación devolvió a los periódicos las multas impuestas desde el
gobierno de Bravo Murillo. Otra decisión fue la que tomó el ministro de Gracia y
Justicia, mandó una carta a cada uno de los obispos españoles, de forma suave, les
advertía que si ellos o cualquier sacerdote de su diócesis impedían «la libre emisión del
pensamiento» de algún español, actuaría judicialmente contra el clérigo.
Asimismo, el gobierno hizo frente a la situación de la reina madre María Cristina. Sin la
firma de Isabel II, que se negó, la hicieron salir de España. Al exilio se sumaba el
embargo de sus bienes y el anuncio de un juicio político de las Cortes que se preveía
condenatorio. La respuesta de algunos madrileños y parte de las milicias fue salir a la
calle para protestar por esta medida, que les parecía que había sido la de facilitar la
huida de María Cristina. Espartero y O'Donnell, actuaron con contundencia para
disolverlos. Se puede decir que terminó la revolución. A partir de ese momento, los
demócratas que habían intervenido en ella se pasaron a la oposición.
El gobierno presidido por Espartero, entre 1854 y 1856, se reestructuró tres veces. Un
denominador común: la inestabilidad política de los grupos que apoyaban al ejecutivo.
La primera, provocada por una circunstancia política, la cartera de Hacienda pasó de
Collado (que se negaba a poner en práctica la disposición parlamentaria de supresión de
los impuestos de «consumos» que suponían unos 150 millones de reales a la Hacienda)
a Juan Sevillano, no la llevó ni un mes, se la pasó a uno de los personajes más
relevantes del Bienio, Pascual Madoz.
Los cambios de diciembre de 1854 y enero de 1855 inclinaban aún más el gobierno
hacia el liberalismo progresista. José Manuel Collado, que se inclinaba hacia O'Donnell,
fue sustituido consecutivamente por dos progresistas: Sevillano y Madoz. En otras
palabras, O'Donnell se quedaba bastante solo en el gabinete, eso sí, con buena parte de
los jefes militares y los regimientos detrás de él.
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Los asuntos más importantes a que tuvo que hacer frente este gobierno fueron la
oposición a la ley desamortizadora y los levantamientos carlistas. Los problemas
suscitados en la tramitación de la Ley Madoz en el Congreso fueron de carácter
ideológico-religioso. La mayoría de la opinión pública del país, que entendía como un
ataque a la propia religión cuando Madoz declaró la legitimidad del Estado para
nacionalizar y vender los bienes eclesiásticos sin acuerdo con la Iglesia. Planteó serios
problemas con los religiosos y con la propia Santa Sede, con la que se había firmado un
Concordato que regulaba esta materia. El Ministerio de Hacienda, a cuyo frente estaba
Pascual Madoz, entendían que el Estado tenía derecho sobre los bienes eclesiásticos.
Los obispos protestaron, el problema adquirió también carácter político y llegó a afectar
a la propia reina Isabel II. La ley fue votada en Cortes y aprobada. Faltaba la sanción
real, Isabel II se negó a firmarla, algunos ministros estuvieron intentando convencer a la
reina. La situación se estancó un tiempo hasta que Espartero y O'Donnell fueron al
Palacio de Aranjuez, donde la reina los recibió por separado. Después Isabel II sancionó
la ley, pero mostrando su desagrado al contenido.
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Se pasó a la reina Isabel II la aceptación de las dos dimisiones. Por primera vez desde la
revolución de julio de 1854, se opuso a los planes y criterio de Espartero. Utilizó su
prerrogativa y decidió aceptar la dimisión de Escosura pero no la de O'Donnell. Todo
dentro de la más estricta legalidad, pero Espartero entendió que se rompía aquel acuerdo
por el que se aceptaba implícitamente que él y no la reina representaba la «voluntad
nacional». El que dimitió, irrevocablemente, fue él, la reina solicitó a O'Donnell que
formase un nuevo gobierno.
Espartero después de la revolución de 1868 volvió a tener cierta presencia pública y fue
diputado por Logroño y senador. Pero se puede decir que estuvo retirado de la vida
pública. Murió en su ciudad de adopción (Logroño) en 1879.
La Constitución de 1856.
En agosto de 1854, fueron convocadas elecciones para Cortes Constituyentes con una
sola Cámara. Se escondía la intención de llevar a cabo un profundo cambio de la
política liberal, que Espartero restauró provisionalmente. La obra constituyente fue tarea
de todo el Bienio.
A lo largo del siglo XIX, salvo alguna rara excepción. La manipulación a la que se
sometía el proceso en un considerable número de colegios electorales suponía,
finalmente, que quien tenía el Ministerio de Gobernación y organizaba las elecciones
era quien ganaba abrumadoramente las mismas. La de 1854 fue una de ellas.
Posiblemente hubiese manipulación de muchos colegios, pero no hubo una dirección de
voto. De hecho, la circular del ministro de Gobernación a los gobernadores provinciales
iba en sentido totalmente contrario: garantizar la absoluta libertad de voto y la estricta
legalidad. Los partidos anteriores, Conservador y Progresista, estaban prácticamente
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De presidente de las Cortes, salió elegido el propio Espartero para evitar que lo fuera
Evaristo San Miguel, y tras la renuncia de aquél, fue elegido presidente Pascual Madoz,
fue relevado por Facundo Infante, un progresista.
El liberalismo progresista, cuya cabeza era Espartero pero que tenía otros líderes
potenciales como Olózaga y el propio Evaristo San Miguel, se había escorado hacia la
izquierda después de la revolución de 1854. La supremacía de la soberanía popular,
representada por el Congreso, sobre la corona, era su dogma, sus consecuencias: la
Constitución debía ser coherente con esta idea y que, por tanto, no podían gobernar con
la de 1845; y restablecer la Milicia Nacional, brazo civil armado del progresismo para
defender o imponer su doctrina.
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La aplicación del liberalismo se constató en las cerca de 200 leyes del Bienio. Entre las
más decisivas, la Ley General Desamortizadora, que incluyó los bienes de los
eclesiásticos, los pueblos, la beneficencia y la instrucción pública, lo que dio lugar a la
oposición de colectivistas y de eclesiásticos; las reformas legales de la administración
local y provincial, asimismo, son decisivas las leyes que consagraban la libertad de
movimientos con la desaparición del pasaporte interno y la permisividad de emigración.
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poder de la corona y las ideas «católicas» provocaron que se sacara la boina roja de los
armarios de bastantes casas de la franja noreste de España y, menos, en Castilla la Vieja.
En el resto de España hubo grupos diseminados o individualidades que, de una u-otra
manera, apoyaron el levantamiento. Parte de la sociedad, en un número menor que en la
década de 1830, veía en el carlismo una solución. En ocasiones fueron los sacerdotes,
carlistas antiguos o nuevos, quienes organizaron grupos guerrilleros.
En agosto de 1854, el gobierno decidió facilitar la salida del palacio de la reina madre
María Cristina, a la que se le puso escolta hasta su llegada a Portugal, se le dio forma de
extrañamiento y exilio. Los demócratas y los grupos de Milicias controlados por ellos
entendieron que habían sido traicionados por Espartero y O'Donnell, que habían
ayudado a huir a María Cristina. Hubo manifestaciones callejeras, los gritos que se
escuchaban no sólo eran contra la reina madre sino contra Espartero y O'Donnell. Las
fuerzas de seguridad terminaron con esta manifestación. Los demócratas comenzaron
una oposición al gobierno, tanto en el frente parlamentario como en la calle y surgieron
las primeras reuniones de los parlamentarios demócratas fuera del Congreso.
Otro acto de insubordinación de la Milicia alentado por los demócratas tuvo lugar en
enero de 1856, con motivo de una petición a las Cortes del Ayuntamiento de Zaragoza a
la que siguió un motín de la Guardia Nacional encargada de custodiar el edificio del
Congreso. Fue reprimido con energía.
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Estas causas, en grado diverso, provocaron ya desde 1854 acciones de grupos armados o
motines. Los motines se dieron desde 1854 en Badajoz, Burgos, Málaga o Madrid, entre
otras localidades. En 1855, en Zaragoza, cuyo motivo fue el encarecimiento del pan y
los productos de primera necesidad, al tiempo que se cargaban en el Ebro barcazas de
trigo destinado a la exportación.
El periodo comprendido entre 1856 y 1868 estuvo protagonizado por figuras políticas
que aglutinaron grupos de personas más que por partidos políticos, los principales
líderes son más militares que civiles: Narváez y O'Donnell. Espartero tuvo un papel
declinante en el Partido Progresista, cuyo mando efectivo se disputarían un civil,
Olózaga, y un general, Prim.
la nación, del que se sintieron excluidos los «progresistas puros» (aunque participaban
del poder local).
Los progresistas compartían muchos aspectos del sistema, en cuanto eran liberales y
tuvieron cierto poder en ayuntamientos, diputaciones y participaron el sistema.
Confiaban en que algún día podrían volver a gobernar, aunque difícilmente llegarían
con el control del sistema electoral por los liberales conservadores, y menos aún con el
arbitraje de la reina Isabel II.
El indiscutible líder del progresismo entre 1839 y 1856, el general Espartero, adoptó
una posición menos combativa. El liderazgo político lo asumió Olózaga. La imagen de
fuerza militar, el general Prim.
Los progresistas formaban parte del sistema, aunque no fueran llamados a formar
gobierno. Los demócratas y carlistas estaban en cambio fuera del sistema, dispuestos
permanentemente a utilizar las armas y la violencia para asaltar el poder.
Los demócratas formaban un partido de escasos militantes pero con mucho peso
específico, casi todos republicanos. Su pretensión era aglutinar todas las fuerzas
antidinásticas y trataron de atraerse a los progresistas. Los demócratas surgieron del ala
izquierda del progresismo y cristalizó en el Partido Demócrata en 1849, su base era
doble:
El gobierno y el Parlamento se escindieron con motivo del análisis de las causas del
«motín del pan» y la durísima represión. O'Donnell y la reina forzaron la dimisión de
Espartero. La reina encargó a O'Donnell formar un nuevo gobierno.
El general O'Donnell, al frente del ejército regular, tanto en las Cortes, como en la calle,
se convertía en el restaurador del régimen que destruyera entonces: el moderado de la
Constitución de 1845, si bien mantuvo muchos de los avances de la revolución.
El gobierno más prolongado de todo el reinado de Isabel II, logró una duración récord
de cuatro años y ocho meses.
El gobierno fue estable hasta enero de 1863. Las elecciones fueron convocadas por el
propio O'Donnell logró una mayoría absoluta que siempre le fue sumisa. Eso y la
habilidad de la Unión Liberal, explican la estabilidad del gobierno. Su política se
desenvolvió sin excesivas dificultades, favorecida por el éxito de la guerra en
Marruecos, la expansión económica y una relativa paz social. El desembarco del sucesor
del carlismo, Carlos de Borbón, y su posterior apresamiento, supuso el adormecimiento
del problema carlista.
El objetivo político de este periodo fue el intento de conciliar libertad y orden.. Sus años
de gobierno fueron de paz sólo alterada por escasos sucesos violentos y aislados .
Los moderados y unionistas eran prácticamente las mismas personas del periodo
anterior, pero más ancianos, con menos ilusiones y menos dispuestos a poner en
práctica el liberalismo. Además había algunas figuras políticas, desgajadas del Partido
Moderado, con un papel de independientes en apariencia. A la derecha de los
conservadores, pequeños grupos que se relacionaban bien con los conservadores, bien
con los carlistas. Los denominados «neocatólicos» se alejaron de la reina, a la que
acusaban de haber «vendido» al Papa de Roma por el apoyo de los militares que seguían
a O'Donnell. Estaba surgiendo un nuevo tipo tradicionalista, que aceptaba el juego
parlamentario, pero dispuesto a la acción armada cuando conviniese. Su líder
parlamentario fue Cándido Nocedal.
Miraflores sólo contó con el apoyo relativo y durante un tiempo de los moderados, su
gobierno duró más de un año. En parte porque convocó elecciones. Es decir, evitó la
oposición primero con la disolución y luego intentando fabricarse una mayoría. Los
progresistas decidían abstenerse de presentarse a las elecciones, debido al veto a
determinados candidatos y la indicación de cómo se debería favorecer a los
conservadores además la prohibición para reunirse durante la campaña electoral a
quienes no fuesen electores del distrito (enviadas estas resoluciones en 2 circulares).
Las elecciones dieron puestos a algunos de los amigos de los ministros del marqués de
Miraflores. La mayoría, sin embargo, la formaban moderados y unionistas, seguidores
de Narváez y O'Donnell. Los moderados y unionistas presionaron para que Miraflores
dejase el poder y la reina llamara a Narváez u O'Donnell. No se dio ninguna de las dos
opciones. Sin embargo el marqués de Miraflores pudo comprobar que el nuevo
Congreso de Diputados no le apoyaba y presentó la dimisión.
La reina llamó al experimentado Arrazola a formar un breve gobierno, casi todos los
miembros del gobierno habían formado parte de antiguos gobiernos del partido
moderado. Su intención era disolver las Cortes para intentar una mayoría moderada, a lo
que Isabel II no accedió. En consecuencia, Arrazola perdió la confianza regia.
Los dos grupos de este gobierno se vigilaron mutuamente, sin verdadera colaboración
en el Parlamento. O'Donnell dio orden a sus ministros de que dimitieran, comunicaba a
la reina que prefería un gobierno plenamente unionista o plenamente moderado. Explicó
su programa y la reina le planteó la decisión de la vuelta de María Cristina a Madrid.
Isabel II pidió a Narváez que formase gabinete. O'Donnell se sintió decepcionado.
Narváez tuvo unos primeros meses de considerable apertura. Concedió amnistía para
todos los delitos de opinión y prensa desde 1857 y los militares desterrados fueron
perdonados. Su intención era atraerse a los progresistas y conseguir que salieran de su
retraimiento.
Su gobierno estaba compuesto por moderados veteranos. Disolvió las Cortes y convocó
elecciones. Los progresistas siguieron en su retraimiento y se acercaron al Partido
Demócrata. Espartero dimitió como presidente del partido, cargo meramente simbólico.
O'Donnell volvió a ser presidente del Consejo y su gobierno duró algo más de un año y
tuvo dos fases muy diferentes. Una donde intentó un giro liberal y de atracción de las
fuerzas a su izquierda. En la segunda llevó a cabo una política defensiva y de reacción
contra los progresistas.
Prueba del agotamiento del sistema era que los gobiernos se repetían casi en su
totalidad. La primera medida del gobierno de O'Donnell fue el intento de atraerse a los
progresistas con una nueva ley electoral, la ampliación de la libertad de imprenta y el
reconocimiento del reino de Italia. A los pocos días, se suspendieron las sesiones de las
Cortes, disueltas y vueltas a abrir, tras las elecciones.
La evolución del régimen isabelino pone de manifiesto cómo el temor a perder el poder
llevó a la corona a reducir el número de apoyos, aumentando la oposición contra el
régimen en sectores cada vez más numerosos.
Las Cortes se abrieron en diciembre de 1865. O'Donnell tuvo que hacer frente al
pronunciamiento del general Prim (enero de 1866) que resultó una derrota política para
O'Donnell y rompía la creencia de que mientras O'Donnell fuera presidente, la
monarquía estaba libre de golpes de Estado. Por otra parte, los progresistas no se
sumaban al nuevo sistema electoral sino que se sumaban a la revolución armada. Pero la
falta de preparación militar y la precipitación del levantamiento lo hizo fracasar.
O'Donnell sabía que en esas condiciones no podría triunfar. Prim se refugió en Portugal
desde donde publicó un manifiesto, la revolución estaba lanzada.
El levantamiento más importante de la revolución antes de su triunfo dos años más tarde
(1868) tuvo su centro en el cuartel de San Gil (junio de 1866). Los sublevados salieron
por las calles de Madrid e intentaron atraerse los restantes cuarteles, elementos
populares levantaban barricadas. La mayoría de los más importantes generales salieron
en defensa de la reina. El propio Narváez fue herido y trasladado al palacio real. Las
operaciones de los sublevados en Madrid estuvieron mal dirigidas y se unieron pocos
regimientos, el golpe fracasó militarmente. Políticamente fue un paso más del proceso
revolucionario. La realidad es que a los pocos días, los que apoyaban la revolución eran
muchos más que antes a pesar de que O'Donnell ordenó ejecuciones sumarísimas de los
responsables.
El nuevo gobierno, no sólo no consiguió acercar a los progresistas, sino que llevó al
alejamiento de los unionistas. Pocos días antes, estas mismas Cortes habían aceptado el
estado de sitio en toda España, lo que implicaba la supresión de las libertades y
garantías para los ciudadanos.
En diciembre de 1866, Narváez se decidió a disolver las Cortes. Al mismo tiempo llegó
una información reservada a los presidentes del Congreso y Senado de que una nueva
camarilla de la reina le aconsejaba terminar con el sistema liberal. Ambos presidentes
expusieron a la reina sus temores y pidieron que se reuniesen las Cortes. Pocos
senadores y diputados pudieron hacerlo porque Narváez, que calificó de revolucionario
este procedimiento, mandó al ejército a cerrar las puertas del Congreso. Serrano y Ríos
Rosas fueron encarcelados y enviados a Baleares y a Canarias. Fuera del Congreso 121
diputados elaboraron un nuevo documento a la reina en el que protestaban y pedían la
vuelta al liberalismo pleno. También fueron perseguidos los parlamentarios que habían
firmado el escrito.
Los sucesos provocados por la toma militar de las Cortes favorecieron la incorporación
de los unionistas a la coalición revolucionaria. O'Donnell, que se había exiliado, no
autorizó el trasvase, pero otros de sus seguidores, como el general Serrano, estaban
decididos a incorporarse a la conspiración, su encarcelamiento significaba la
consideración de Serrano como enemigo de Narváez y de la propia persona de la reina y
él actuó como tal. Un férreo control de la prensa y una persecución policial de
sospechosos, muchos de ellos detenidos sin garantías u obligados a vivir fuera de sus
ciudades, incluida una leva de «vagos» que fueron enviados a Fernando Poo y a las
Filipinas.
A todos estos sucesos políticos se sumaron las acusaciones contra la reina por sus
posibles relaciones sentimentales con Carlos Marfori, resultaba muy irritante para la
opinión pública.
El Congreso y el Senado se abrieron sin apenas oposición, sin embargo, cada vez se
detectaba un ambiente más tenso y crispado, ante la persecución de cualquier opinión
contraria a los proyectos del gobierno. Muchos parlamentarios dejaron de asistir a las
sesiones. En el propio gobierno hubo discusiones, unidas a problemas financieros. Tuvo
lugar en Granada un motín motivado por el hambre, que derivó en una protesta política
que fue rápida y duramente reprimida.
En abril de 1868, murió Narváez y dejó aún más aislada a la reina, que nombró
rápidamente presidente a González Bravo, que anunció una política como la de
Narváez. Su gobierno duró apenas cinco meses. El ministro de Ultramar, Marfori, dejó
el gobierno dos meses después. Su paso al servicio directo de la reina, como intendente
del palacio, aumentó el escándalo de la opinión pública española.
LA REVOLUCIÓN GLORIOSA
Por primera vez en España se proclamaban los derechos humanos, la soberanía nacional
(sólo si era popular y democrática), la cultura libre y plural, toda la sociedad debía
organizarse sobre principios de justicia y la organización equitativa de esa riqueza
nacional (siempre acaparada por unos pocos).
Tales expectativas tuvieron más dificultades de las previstas. España estaba en pleno
despliegue de los factores de desarrollo capitalista y abrir las compuertas de las
libertades supuso nuevos torrentes de programas, de propuestas y de aspiraciones.
Muchas nuevas y revolucionarias. Otras conservadoras, pero con una extraordinaria
capacidad para convertirse en fuerza militar, como el carlismo. Esta libertad era
inevitable que despertase la perspectiva de la independencia en las colonias, además
también el propio Estado es objeto de un debate organizativo.
1. EL PRONUNCIAMENTO MILITAR.
Éste quería dar el trono a Luisa Fernanda, hermana de Isabel y esposa del duque de
Montpensier, financiador de las conspiraciones, y sólo reconocía como jefe del
pronunciamiento al general Serrano al que había que esperar pues estaba desterrado en
Canarias. Sin embargo, Sagasta y Ruiz Zorrilla decidieron iniciar el pronunciamiento
con un manifiesto que anunciaba el destronamiento de Isabel II, denunciaba los abusos
de poder y prometía unas Cortes Constituyentes basadas en los derechos ciudadanos, y
un gobierno que impusiera la moralidad y la eficacia en la hacienda pública, para crear
unas nueva expectativas económicas y sociales Al día siguiente Prim dirigía una
alocución a todos los españoles para que tomasen las armas en defensa de la revolución,
bajo la misma bandera de «la regeneración de la patria». Llegaban Serrano y los demás
generales unionistas, con quienes se volvió a dar otro manifiesto en el que se
anunciaban un gobierno provisional que asegurase el orden, el sufragio universal,
cimientos de regeneración social y política, y para eso se contaba con el concurso de
todos los españoles. No eran rebeldes, por tanto, sino que devolvían a las leyes el
respeto debido y con tales mensajes partían Serrano, con las tropas, hacia Sevilla,
camino de Madrid, y Prim, en tres fragatas, a recorrer las costas hacia Cataluña,
aglutinando las ciudades mediterráneas como apoyos imprescindibles.
En todas las Juntas se introdujeron dos exigencias muy sentidas por todas las clases
populares: el servicio militar obligatorio, auténtico tributo de sangre para los pobres, y
la supresión de los tributos conocidos como «consumos» y de los impuestos sobre el
tabaco y la sal. Incluso hubo Juntas en que los republicanos incluyeron el derecho al
trabajo como reivindicación para el nuevo Estado. En septiembre de 1868, todos estaban
unidos contra un sistema inservible y nepotista.
Por encima de las diferentes coaliciones sociales, el movimiento juntero era la auténtica
expresión de un federalismo contenido. Sin embargo no fue capaz de articularse en
Junta central, paradójica calificación para lo que hubiera sido la culminación federal de
la pluralidad de juntas soberanas. De este modo, fue la Junta de Madrid en un gesto
realmente centralista (actuó en nombre de toda España) asumió las reivindicaciones de
las demás Juntas y se arrogó la facultad de encomendar la formación de gobierno al
general Serrano, que con un recibimiento multitudinario que compartió con el
demócrata Nicolás María Rivero, nuevo líder de la ciudad. Pero no se podía formar
gobierno sin Prim que estaba en Cataluña haciendo su recorrido triunfal, tras
pronunciarse Barcelona en una Junta que tuvo que ser sustituida por otra votada por
sufragio universal, como había ocurrido en Madrid y que tomó medidas de gobierno de
rango estatal.
En las Juntas se había perfilado el núcleo básico de los principios y de las aspiraciones
depositadas en el sistema democrático. Había práctica unanimidad en implantar de
inmediato las libertades y derechos de reunión, asociación, enseñanza y prensa, la
proclamación de la libertad religiosa con rápidas medidas desamortizadoras, con
urgentes demoliciones de conventos que, junto a la demolición de las murallas,
sirvieron para crear espacios públicos con lo que dieron trabajo a esos miles de parados
estaban armados como Voluntarios de la Libertad, alternativa democrática y federal a
un ejército controlado por militares moderados y monárquicos en su mayoría. Todas las
medidas vincularían al nuevo gobierno, sobre todo en los aspectos más populares, como
la abolición de los consumos y de los impuestos o en la abolición de las quintas y de la
matrícula de mar, cuestiones que se convirtieron en un verdadero quebradero de cabeza
para los sucesivos gobiernos.
4. EL GOBIERNO PROVISIONAL.
Serrano, dispuesto a formar gobierno de acuerdo con la Junta de Madrid, se puso a las
órdenes del general Espartero, retirado en Logroño, al que reconocían el liderazgo
moral, pero éste declinó. Al fin llegó a Madrid el artífice de la revolución, Prim, y,
aunque las demás Juntas no vieron con buenos ojos la decisión de la Junta madrileña de
formar un gobierno provisional se constituyó con cinco progresistas y cuatro unionistas.
Las personas claves eran Prim en Guerra, Sagasta en Gobernación, Figuerola en
Hacienda, Ruiz Zorrilla en Fomento, Álvarez de Lorenzana en Estado, y Romero y
Ortiz en Gracia y Justicia. Contó con el apoyo del sector de demócratas, conocidos
como los «cimbrios». Nicolás María Rivero se aupaba a la alcaldía de Madrid y
aceleraba la escisión del Partido Demócrata, ante la ausencia de Castelar y de Pi,
convencidos republicanos, encabezó el sector de demócratas partidarios del plan
monárquico del gobierno que firmaba el manifiesto monárquico que hizo clara la fisura.
Para los primeros, para los que habían constituido el gobierno provisional, buscaban
ante todo, compatibilizar la libertad con el orden para justificar ante Europa la
revolución, y como medidas generales, las de purificar la administración pública,
impulsar la enseñanza, desarrollar el comercio y la industria, reforzar el crédito y el
sistema bancario, como reformas imprescindibles para adecuarse a los nuevos contextos
del capitalismo europeo, además del sufragio universal, demostración y todo las
libertades constreñidas por los moderados desde 1843. Además, el gobierno se
declaraba a favor de una monarquía constitucional, para no despertar la desconfianza de
Europa. Además anunciaba que había terminado la misión de las Juntas. De hecho las
Juntas habían formado los Voluntarios de la Libertad, pero el ministro de Gobernación,
Sagasta, decretaba que no se pagara por el servicio. Algunas Juntas habían suprimido
temporalmente los consumos y habían dado trabajo a los parados, ahora el gobierno
creaba en su lugar otro impuesto igual de impopular, la capitación, restableciendo los de
la sal y tabaco, también abolidos por las Juntas. No se quedaba en eso, el gobierno
contuvo los planes de demolición de murallas y de ampliación urbanística de muchos
ayuntamientos. Sin embargo, la realidad era la especulación en tomo a los nuevos
terrenos privatizados, y en compensación el gobierno autorizaba a los municipios a
hacer obras de utilidad pública para seguir dando trabajo. Si algunas Juntas pedían
reformas agrarias, el gobierno lo reducía a la posibilidad de que los municipios
prestaran a los labradores necesitados. Se desviaba la revolución social para someterla a
los intereses de los sectores burgueses en ascenso.
Cuando se disuelven las Juntas, los unionistas y progresistas están integrados en las
instituciones gubernamentales y quedan sólo los republicanos como una fuerza popular
radicalmente democrática, federal y reformadora en sus planteamientos, pero que no
desecha el recurso a la insurrección armada para lograr sus aspiraciones. Aceptaron los
federales la disolución de las Juntas, pero se quedaron organizados en «comités de
vigilancia». Mientras tanto, Sagasta había impulsado que las Juntas eligiesen los
correspondientes ayuntamientos y diputaciones hasta nombrar las de sufragio universal
masculino, y promulgó el decreto de sufragio universal, convocando Cortes
Constituyentes para e111 de febrero de 1869. Eso sí, mantuvo como fuerza ciudadana a
los Voluntarios de la Libertad, pero ya sin ventajas de salario o trabajo en el municipio.
El resultado era que Prim y Sagasta se habían convertido en las personas decisivas en
este gobierno, artífices de las medidas citadas, nombrando a los capitanes generales y a
los gobernadores civiles, elementos claves para controlar el poder en cada territorio.
Sin embargo, se estaban quedando fuera del programa del gobierno bastantes de las
aspiraciones y exigencias proclamadas en las Juntas. Los republicanos, federales se
habían quedado fuera del sistema habiendo sido decisivos en el movimiento juntero. Sin
embargo, les quedaban en sus manos los Voluntarios de la Libertad que, aunque
sometidos a la autoridad municipal y al gobernador civil, tenían una estructura
democrática interna en la que los federales tenían la mayoría de los oficiales. Además
contaban con una prensa periódica bien implantada y con unas redes asociativas
amplias. Por eso, cuando en el otoño de 1869 cundió la decepción ante las medidas de
un gobierno que no sólo se declaraba monárquico, sino que se limitaba a hacer aquellas
reformas económicas que beneficiaban a las clases acomodadas, se creyó llegado el
momento de fundar el Partido Republicano Federal, independizándose de esos
demócratas que aceptaban la monarquía.
Así se llegó a la escisión. Por un lado, el demócrata Rivero, con Martos y Becerra, se
coaligaron para las elecciones con los unionistas y progresistas con un programa basado
en la monarquía y en los proyectos ya iniciados por el gobierno provisional. La
respuesta fue inmediata, los recién constituidos como federales exponían en un extenso
manifiesto electoral su idea de la república, con un amplio repertorio de medidas
sociales y económicas. Proclamaron que la forma de gobierno de la democracia
española debía ser la república federal. Se votó un comité republicano, a la cabeza del
Partido Republicano Orense, seguido de Figueras, Castelar.... y una amplia nómina de
líderes provinciales. Los clubs federales y sus redes de propaganda y prensa fueron los
soportes para iniciar de inmediato una sólida campaña electoral, sin olvidar sus
exigencias de abolición de quintas, medida apoyada por la inmensa mayoría de una
población que no podía pagar su exención, como hacían las clases acomodadas. Además
suponía replantearse el modo en que se repartía la riqueza nacional, sobre todo la
agraria, y por eso la Junta de Sevilla intentó repartir las propiedades de la aristocracia y
tomar posesión de los bienes comunales.
En las Antillas, muchos pensaron que la revolución les traería la concesión de derechos
ciudadanos, la lógica abolición de la esclavitud y la concesión de una administración
autonómica, porque así se lo habían proclamado los demócratas y republicanos, tan
activos en el movimiento juntero. Simultáneamente, en las islas de Cuba y Puerto Rico
ya existían movimientos que, en sintonía con los Estados Unidos, preparaban la
independencia, y ya estaba funcionando un comité revolucionario que desde Nueva
York proclamó la doble consigna de «Puerto Rico y Cuba libres, y muera España para
siempre en América». Había organizada una sublevación en Puerto Rico, pero, al
descubrirse por casualidad el plan, lo adelantaron. Se asaltaron las tiendas de los
españoles, y en la finca de Rojas se ostentó la bandera encarnada con el lema de
«muerte o libertad: viva Puerto Rico libre, año 1868». Guiados por Rojas se apoderaron
del pueblo, proclamaron la república, formaron un gobierno provisional bajo la
presidencia de Francisco Ramírez, de origen mulato.
Mientras tanto, en Cuba, el 9 de octubre, se reunía Carlos Manuel de Céspedes con los
principales líderes del departamento oriental, quienes juraron vencer o morir por la
patria cubana. Realizando el Manifiesto de la Junta revolucionaria de la isla de Cuba. Se
quejaban, de la tiranía del gobierno español que ponía tributos a su antojo, que los
privaba de todos los derechos ciudadanos y de todas las libertades, política, civil y
religiosa, sin darles más recurso que el de obedecer y callar. Arremetían contra la «plaga
de empleados que les devoran y monopolizan todos los destinos», y contra un ejército y
marina que agotaban las fuentes de riqueza. Por eso anunciaban que su único y gran
objetivo era ser «libres e iguales». Prometen una gradual e indemnizada abolición de la
esclavitud, constituirse en nación independiente, y como medida urgente, la abolición de
los derechos e impuestos cobrados en nombre de España, pidiendo a cambio sólo un 5
por 100 como «ofrenda patriótica» para los gastos de una guerra a cuyos combatientes
se les prometía una remuneración por servicios a la patria cubana.
emigrar a más de cien mil habitantes. Además, se embargaron los bienes de los
independentistas para financiar la guerra y el partido español. Dulce, por su parte,
desterró a 250 independentistas a Fernando Poo. La burguesía catalana enviaba también
voluntarios. Por otra parte, se produjeron las primeras disidencias en el campo
independentista antillano. El hecho es que de noviembre de 1868 hasta fines de abril de
1869 desembarcaron en las Antillas 18.000 soldados españoles, reclutados por el injusto
sistema de quintas. Cambiaron el rumbo de la guerra, pero no la acabaron, porque los
independentistas supieron evadir el encuentro directo. Además, contaban con el apoyo
de los Estados Unidos.
Dulce renunció al cargo, considerando terminada la guerra y que sólo quedaban partidas
sueltas. Pero había sido el partido español y sus cuerpos de voluntarios los que habían
echado a Dulce por querer dar autogobiemo a la isla. Dimitido Dulce, el partido de los
esclavistas creó el Casino Español de la Habana, que fue un auténtico grupo de presión
para organizar los negocios y aumentar sus riquezas, incluso a expensas del tesoro
público.
LA CONSTITUCIÓN DE 1869
Las distancias entre los dos grandes bloques estaban marcadas, la coalición de tres
partidos, el unionista de Serrano, el progresista de Prim y Sagasta y el democrático de
Rivero y Martos, con el citado programa de sufragio universal, monarquía, libertades y
orden para la modernización nacional. Y los republicanos que con un programa de
organización republicana federal del Estado y también decisivas reformas de
UNED Página 119
HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823
Las elecciones a Cortes Constituyentes eran a partir del 15 de enero de 1869 y unos días
antes el gobierno del tándem Prim-Sagasta daba un bando claramente partidista.
Proclamaba que el campo estaba libre al haber «reprimido las audaces intimidaciones»,
además recurría al patriotismo para pedir el voto a esa unión electoral que salvaría «la
revolución al levantar un trono rodeado de prestigio». Además, el gobierno, en ese
bando arremetía directamente contra las mujeres por participar en la vida política
exigiendo la abolición de las quintas. El ambiente electoral era de excitación. Frente al
gobierno, los republicanos federales se proclamaban el partido de la juventud al pedir el
voto a partir de los veintiún años (en las elecciones municipales se habían quedado sin
votar por la edad unos 800.000 potenciales electores de las candidaturas republicanas).
Por otra parte, la reacción clerical enturbiaba el clima electoral y era asesinado el
gobernador civil de Burgos dentro de la catedral en protesta por el decreto de
incautación de archivos y bibliotecas de catedrales, cabildos, monasterios y órdenes
militares. Por primera vez casi cinco millones de varones mayores de veinticinco años
eligieron a una cámara soberana y constituyente con voto directo y secreto.
El triunfo fue para el gobierno, después de los meses tan intensos de cambios, y estando
los resortes de las mesas y padrones electorales en manos de unos partidos más
avezados en la práctica electoral. Así, la coalición gubernamental monárquica obtuvo
280 escaños. Igualmente importante fue el resultado de los federales que lograron 80
escaños, a pesar de las trabas puestas desde las instituciones. Los republicanos unitarios
obtuvieron 2 escaños, los carlistas, aparecían con un grupo significativo, con 30
escaños. De forma aislada, a pesar del retraimiento de los borbónicos, aparecía Cánovas
como representante de tales monárquicos. Los republicanos federales eran el grupo más
sólido de oposición, por detrás quedaron los progresistas de Balaguer.
Aunque la ex reina Isabel II, desde París, declaraba nulo todo el proceso, proclamando
la ilegalidad de las Cortes, porque ella era la única con autoridad legítima, el 11 de
febrero se abrieron las Cortes Constituyentes. Rivero obtuvo la presidencia de la
Cámara, a Serrano se le dio un voto de confianza y el encargo de formar un gobierno
que ya no sería provisional. Se aprobó amnistía para delitos de imprenta, pidió el
gobierno 25.000 hombres para el ejército por lo que se le reprochó el incumplimiento de
la promesa de abolir las quintas, debido a las nuevas circunstancias internas (partidas
carlistas y guerra en las colonias).
1. EL DEBATE CONSTITUCIONAL.
Las primeras medidas que abordaron las Cortes Constituyentes, en febrero de 1869, no
fueron precisamente populares, un nuevo alistamiento de 25.000 jóvenes, por el sistema
de quintas tan aborrecido y por cuya abolición tanta gente había luchado en el pasado
septiembre. La segunda medida era el empréstito de 100 millones de escudos efectivos.
Además se organizó la comisión constitucional que en veinticinco días redactaron un
texto. El debate giró en tomo al concepto de España y de la organización que
proyectaban los distintos partidos e ideologías. Tras aprobarse los derechos humanos
como imprescriptibles, el primer artículo que desató la polémica fue el referido a la
libertad de cultos (el maridaje entre lo español y lo católico). Enfrente tuvieron a la
mayoría progresista y a los republicanos. Los republicanos los que con más ahínco
debatieron tanto el artículo referido al establecimiento de una monarquía democrática,
como los artículos sobre la organización de las fuerzas armadas de la nación.
3. EL TEXTO CONSTITUCIONAL.
Además, se insistía en la soberanía popular como fundamento del Estado, en este caso
con una forma monárquica, pero sobre todo organizado a partir de dos principios, la
división de poderes y la descentralización. La soberanía residía en unas Cortes
integradas por el Congreso y el Senado, ambas votadas por sufragio universal
masculino. No se pedían requisitos para ser diputado, bastaba con ser ciudadano elector,
esto es, varón mayor de veinticinco años. Los diputados del Congreso eran a razón de
uno por cada 40.000 personas. Los senadores eran elegidos por un sufragio universal
indirecto, cuatro por provincia, pero se introducían restricciones clasistas. Los
candidatos debían tener más de cuarenta años, tener un título universitario, ser de los
grandes propietarios o patronos industriales, o haber ocupado un alto puesto en el
Estado. Así, en el Senado no sólo se representaban a las provincias sino a las elites de
estos territorios. Obviamente las Cortes eran el poder legislativo cuya función se
garantizaba estableciendo plazos mínimos de reunión y tiempo máximo sin ser reunidas,
para evitar abusos del poder ejecutivo al no reunirlas. Además, eran las únicas
capacitadas para aprobar y decidir los presupuestos y los impuestos. Las Cortes, por otra
parte, podían ejercer la moción de censura, tener la iniciativa legislativa, e interpelar al
gobierno, adquiriendo una alta cota el concepto de control parlamentario del ejecutivo.
gran aportación de estos años la independencia de los jueces del poder ejecutivo, porque
se implantó el sistema de oposición para el ingreso en la carrera judicial, se creó el
Consejo de Estado para los traslados y promociones de jueces, se implantó el juicio por
jurados populares y se reguló la acción pública contra aquellos jueces que delinquieran
en el ejercicio de su función. Es cierto que luego el caciquismo de la Restauración
distorsionó tales mecanismos, pero sin duda fue una aportación crucial a la historia
democrática española.
4. LA REGENCIA DE SERRANO.
las rentas feudales. Por eso, el gobierno de Prim acusaba a los republicanos federales de
permitir una división socialista en sus filas, de fomentar la deriva del sufragio universal
hacia el socialismo.
Los campesinos de Jerez, amotinados contra la quinta decretada por Prim, y pidiendo la
devolución de los bienes comunales, fueron el pretexto ideal para que el gobierno
propalase la idea del socialismo como corriente subterránea del federalismo. Al
gobierno de Prim, que había roto el compromiso de abolir el sistema de quintas, se le
manifestaron en contra miles de mujeres madrileñas ante la movilización de 25.000
jóvenes, se desencadenaron motines en ciudades y tuvieron que ser los propios
ayuntamientos, gobernados por republicanos, los que acudieron a un préstamo para
librar los quintos de su respectiva ciudad. En el republicanismo federal se plasmaron
dos etiquetas, las de «benévolos» quienes como Castelar optaban por el gradualismo y
esperaban mejores circunstancias para cumplir las promesas republicanas e
«intransigentes», aquellos que, empujados por la presión ciudadana, como los alcaldes,
exigían el cumplimiento inmediato de las expectativas populares. Otra división de
carácter igualmente social, pero concentradas geográficamente era la referida al
librecambismo, preferido por los republicanos andaluces, frente a los catalanes que eran
proteccionistas.
A pesar de los resultados electorales, el Partido Republicano Federal crecía sobre todo a
partir de la quinta decretada por Prim, y al no verse cumplidas otras expectativas de
mejoras sociales. Era la primera vez también en la historia de España en que se
organizaba un auténtico partido de masas. El sufragio universal obligó a organizar los
partidos de otra forma, pero el republicano había nacido con la vocación de afiliar a
hombres y mujeres sin discriminación, con carácter masivo, creando ateneos culturales
y clubes políticos que se convirtieron en alternativas populares a los ateneos elitistas y a
los casinos de los ricos.
comités, por lo que no existía una soberanía central, compartida para tornar decisiones
válidas para toda España. Se creaba bastante confusión organizativa, el resultado fue
que los diputados de las Cortes miraban más a sus respectivos comités locales que a una
dirección federal estatal que carecía de atribuciones ejecutivas. Con tal panorama, en
julio de 1869 se suspendían las sesiones de las Cortes, después de haber acometido
importantes decisiones legislativas en materia de ferrocarriles y conservación del
patrimonio histórico, una política activa de restauración y rehabilitación de monumentos
y de edificios valiosos, así corno de organización de un panteón nacional con los restos
de los personajes célebres de España. Los federales nunca tuvieron propósitos ni
separatistas ni segregacionistas. Por eso, las insurrecciones federales tanto las del
verano y otoño de 1869, como la sublevación cantonal de 1873, hay que interpretarlas
como expresiones de profunda protesta de las clases más desfavorecidas, había
cuestiones sin resolver tras varias décadas de liberalismo: el acceso a la propiedad de la
tierra, la implantación de una fiscalidad progresiva con la subsiguiente abolición de los
impuestos indirectos, la igualdad en el servicio militar y el control de las instituciones
de poder local.
Así se cierran las Cortes por el verano, pero a los seis días el gobierno restablece por
decreto una ley de 1821 que ponía bajo la autoridad y jurisdicción militares los delitos
de «conspiración o maquinación directas contra la observancia de la Constitución, o
contra la seguridad exterior e interior del Estado, o contra la sagrada e inviolable
persona del rey constitucional». Una auténtica ley marcial que suspendía las garantías
constitucionales al someter estos delitos a consejos de guerra. El pretexto eran las
partidas carlistas, pero el gobierno aplicaría la ley también contra los federales, que
clamaron en contra, lo consideraron una infracción contra la Constitución y una
usurpación de las atribuciones legislativas de las Cortes. De hecho, fueron los
republicanos federales los primeros en sufrirla, cuando sus diputados, al regresar a sus
respectivos distritos, fueron recibidos con manifestaciones populares, y esto sirvió de
pretexto al ministro de Gobernación, Sagasta, para prohibirlas por participar en tales
manifestaciones los Voluntarios de la Libertad (cuerpo armado y de orden que en las
ciudades más importantes era de mayoría federal). El propio Sagasta dio poderes
excepcionales a los gobernadores civiles. Se produjeron incidentes contra los impuestos,
pidiendo tierras o trabajo, en otros casos con huelgas para exigir mejores salarios... y
siempre los Voluntarios de la Libertad o Milicias Nacionales en el centro de las
reivindicaciones. Sagasta anunció la disolución de las milicias o cuerpos de Voluntarios
de la Libertad. Fue la espoleta que desencadenó una revuelta en toda España.
Sin embargo, bastó el anuncio de la llegada de tropas para que se disolviera la mayoría
y los más destacados huyeran.
Pi logró que los diputados federales volvieran a las Cortes, su autoridad creció y además
derrotó a Castelar, al propugnar el federalismo contra la concepción unitaria. Los
republicanos eligieron, a los pocos meses a Pi y Margall como su presidente,
establecieron un directorio federal, insistieron en el carácter pacífico del partido e
intensificaron la propaganda como cauce de expansión y convencimiento.
Por otro lado, los monárquicos borbónicos nunca habían dejado de conspirar, primero
para restablecer a Isabel II y desde junio de 1870 a favor de su hijo Alfonso, porque la
ex reina abdicó en su primogénito y designó a Cánovas jefe del partido alfonsino.
Pronto empezaron los periódicos conservadores a defender la causa alfonsina y a
injuriar a los gobiernos democráticos por buscar otro rey. Los federales, por su parte,
ante tan prolongada interinidad, dieron un manifiesto exigiendo que las Cortes, en
sesión extraordinaria, proclamasen los Estados Unidos de Iberia. Llegados a este punto,
y con el impacto de la guerra entre Francia y Prusia, el 20 de agosto de 1870, Prim
ofreció oficialmente la corona a Amadeo de Saboya que aceptó y las Cortes le votaron
como rey.
Mientras el malestar social era constante, porque los nuevos reclutamientos de quintos
para Cuba exasperaban a las clases populares. Los republicanos federales hicieron de
este asunto el tema preferente. Pero además, de sus filas comenzaron a surgir líderes
obreros adheridos al internacionalismo, solapando las demandas contra los impuestos y
las quintas, con exigencias de derechos laborales e incluso de lucha directa contra el
capital. Cuando el ministro de gobernación Rivero presenta la Ley de Orden Público y
simultáneamente se decreta un reemplazo de 40.000 quintos, la insurrección volvió a
estallar, esta ve con más virulencia en Barcelona, Madrid pero también había un
malestar permanente en las regiones agrarias, en Galicia los campesinos se negaban a
pagar los impuestos y los trabajadores, jornaleros y menestrales empobrecidos pedían
trabajo en las ciudades.
Fueron el verano y otoño de 1870 de tensión y violencia social, con fuertes debates
políticos, porque además en el Partido Republicano Federal se propagó con insistencia
la doctrina del pacto sinalagmático (implicaba una visión de la sociedad cuyo poder
soberano radicaba en el pueblo y en la capacidad de todos los ciudadanos para tomar
decisiones). Por eso se escalonaba el pacto social desde abajo hacia arriba. Primero, los
municipios, asciende a las provincias, cantones y estados, para lograr en ese pacto
progresivo armonizar tanto la división sustancial de poderes entre gobierno federal y
estados que lo constituyen, por un lado, y también desplegar por otro lado el máximo de
libertades y capacidades ciudadanas en espacios de autogobierno. Lógicamente, tal
doctrina implicaba medidas de contenido social que chocaban con los intereses del
Estado liberal central. Por eso el conflicto ya no era sólo territorial sino social. En
contra el federalismo se conciliaban unionistas, progresistas y demócratas para aprobar
una ley en la que bastaba la mitad más uno de los diputados para elegir monarca.
Paúl y Angulo, ahora federal radical, financiaba el periódico El Combate, que predicaba
la revolución armada, con gran eco en los clubs republicanos, y retando al directorio
federal. Pi y Margall logró que no se apoyara la propuesta de insurrección armada, pero
el hecho es que, justo los últimos días de diciembre de 1870, El Combate, temiendo la
disolución de los Voluntarios de la Libertad, atacó a Prim por dictador anunciándole
que «moriría como un perro». El 27 de diciembre precisamente, tras salir del Congreso
Prim, fue herido mortalmente y falleció el 30. Se culpó del crimen a Paúl y Angulo, el
gobierno lo insinuó, y tuvo que huir. La prensa federal deploró el atentado y lo condenó.
La justicia quedó impotente, porque también se lanzó la acusación de ser un crimen
organizado por los esclavistas. Quedaron demasiados interrogantes y el propio Paúl y
Angulo, en un escrito exculpatorio, planteaba que el crimen había perjudicado a los
republicanos federales, mientras que había beneficiado a los unionistas, en concreto a
Serrano, interesados en que no se consolidara la nueva monarquía y en que no se
aboliera la esclavitud.
Lo que se ha calificado como segunda guerra carlista no comienza sino en abril de 1872,
ya reinando Amadeo I. Sin embargo, a este levantamiento militar se llegó en parte por
las libertades que permitía el régimen democrático, hubo una auténtica tromba de
propaganda y de preparativos militares y conspiraciones políticas para asaltar el poder
por parte de una conjunción de tradicionalistas, neocatólicos y ultraconservadores.
Nuevos líderes procedentes del neocatolicismo se pusieron al servicio del aspirante
carlista. La unión de reaccionarios católicos y carlistas se fraguó en la campaña electoral
de enero de 1869, bajo la exitosa fórmula de «Dios y fueros». Sus mejores resultados
los tuvieron en Navarra y País Vasco. El partido carlista consideró oportuno lanzar un
manifiesto programático en forma de carta del aspirante, el duque de Madrid, titulado a
sí mismo como Carlos VII. Simultáneamente se lanzaron a la búsqueda de financiación
para comprar armas y promover la rebelión por toda la geografía peninsular. Se
organizaban juntas y casinos carlistas en 37 provincias, lanzaban periódicos y folletos, y
el partido, con el aspirante al frente, pedía préstamos al banquero del papa. El
levantamiento militar se intentó en el verano de 1869, tratando de recoger el malestar de
muchos decepcionados con las promesas de la revolución de septiembre de 1868, y así
en bastantes partidas de Cataluña o Valencia se mezclaron carlistas con gentes sin
medios de vida e incluso republicanos, o en las dos Castillas se solaparon bandoleros y
carlistas. Fracasaron debido a que no había una dirección militar eficaz y por eso se
recurrió al mítico Cabrera. Pero también se exhibió el fuerte arraigo de la ideología
absolutista y antiliberal en el clero, de nuevo aparecieron los curas y canónigos no sólo
La causa carlista hizo de catalizador de todos los sectores ultra, y la boina roja se
convirtió en un símbolo de ostentación y provocación en un sistema de libertades.
Cabrera asumió las riendas políticas, creó una junta central, organizó el periódico La
Fidelidad, pero vio que los carlistas no querían programas sino armas, pelea en lugar de
discusión, a los pocos meses, ante la urgencia de recabar recursos, dimitió y quedó
directamente el aspirante Carlos al frente. Decidió ir a ver personalmente a los
soberanos de Alemania, Austria y Rusia, mientras se repetían los conatos
insurreccionales. Hasta agosto de 1871 no hubo un nuevo jefe del partido, Nocedal. En
todo este tiempo la agitación de la prensa carlista fue extraordinaria cada vez más
apocalíptica contra el sistema democrático y contra los distintos ministros y decisiones
de las Cortes. La demagogia encontraba caldo de cultivo tanto en sectores acomodados,
en pequeñas burguesías amedrentadas por el impulso de los federales e
internacionalistas, como en los sectores empobrecidos, de hecho, de los seis periódicos
más difundidos, tres fueron carlistas.
Sin duda, en los dos años de Amadeo I se exhibieron tales tensiones. Los partidos
gobernantes estuvieron zarandeados por esas fracciones que obedecían a presiones de
intereses, unos coyunturales y otros de más calado, como dos guerras, la carlista y la
cubana, más las presiones de los esclavistas y las conspiraciones de los alfonsinos, con
Cánovas al frente, junto al creciente despliegue de las expectativas de unos federales
con cada vez mayor número de internacionalistas en sus filas, fueron factores que
lógicamente no podían solucionarse con facilidad, cuando ni siquiera había consenso
sobre los procedimientos entre los partidos gobernantes. No obstante, salieron a la
palestra como líderes Sagasta y Ruiz Zorrilla en sustitución de Prim, y sobre todo
sobresalieron las maniobras del general Serrano. Ruiz Zorrilla desaparecería
prácticamente de la escena política tras la abdicación de Amadeo I, pero Sagasta se hizo
El primer gobierno del reinado estuvo presidido una vez más por el omnipresente
Serrano con progresistas, unionistas y demócratas, su primera tarea consistió en
convocar elecciones a Cortes. El rey Amadeo, con apenas veintiséis años, el día que
moría Prim, era aclamado en su trayecto y en su entrada en Madrid. En el Congreso
juró la Constitución. Su primer gobierno fue de continuidad, presidido por Serrano. Las
primeras elecciones celebradas fueron favorables al gabinete ministerial, con maniobras
de control por parte de Sagasta, al frente de Gobernación. Mientras los carlistas y los
republicanos se convirtieron en poderosas minorías. Por primera vez los carlistas eran el
primer partido de la oposición.
Se abrieron las Cortes en abril de 1871, con un acto donde Amadeo I exhibió austeridad
y proclamó que actuaría siempre con el concurso de las Cortes. Presidió el Congreso
Salustiano Olózaga, y el Senado, Francisco Santa Cruz. El rey, como impulsor
constitucional, alentó la decisión de convocar elecciones en Puerto Rico, primer paso
para solventar el conflicto antillano, aunque la nueva recluta de 35.000 quintos fue
nuevo motivo de malestar y protesta popular. Sin embargo, los planes quedaban
desbaratados en las Cortes por los vaivenes de alianzas. En unos casos era oposición al
gobierno, en bastantes era obstrucción al despegue de la nueva dinastía democrática, el
grupo carlista tenía enormes capacidades de maniobra, en cuyo objetivo convergía con
los alfonsinos, y paradójicamente con los republicanos federales, opuestos a cualquier
monarquía. En la prensa oficial del momento se criticó lo que calificaban como
«demagogia blanca, roja y negra». Todos juntos cambiaron el reglamento de las
Cámaras de las Cortes, que reforzó más el predominio del poder legislativo y aumentó
los mecanismos de control del ejecutivo, que en realidad obedecía en gran parte al
interés de quienes ni defendían la soberanía popular ni pensaban implantar la
democracia.
Sagasta al frente del gobierno, planteó como objetivo prioritario la disolución por ilegal
de la Internacional. La creía culpable de la agitación, el fantasma del comunismo,
después de la Comuna de París, catalizó todos los miedos de las clases propietarias. Se
dedicó a buscar los argumentos para declarar ilegal una asociación que en teoría no era
«pacífica», porque la Constitución reconocía el derecho de «asociación pacífica». Sin
embargo, las propuestas revolucionarias de la Internacional no eran más incompatibles
con la Constitución que las de los carlistas o las de los federales.
Los republicanos echaron mano del propio pasado liberal, tan desamortizador y
expropiador, para justificar que «la propiedad es justa y es legítima en tanto que viene a
servir los fines racionales de la vida humana; y cuando esto no sucede, la propiedad es
ilegítima, la propiedad es injusta, la propiedad debe desaparecer», eran los mismos
argumentos de Pi y Margall.
Prim llevó las riendas del gobierno entre la promulgación de la Constitución, en junio
de 1869, y la llegada del nuevo rey, el último día de 1870. Supo unir las distintas
tendencias de la coalición monárquica, formando gabinetes de mayoría progresista, sin
olvidar a relevantes unionistas o a demócratas reformistas destacados. Incluso les
ofreció a los republicanos participar en el gobierno. Sin embargo en el conflicto cubano
fracasaron sus conversaciones con los Estados Unidos y se desbarataron sus planes de
Unión Ibérica. También derrotaba a las partidas carlistas, pero no era capaz solucionar
la paradoja de una monarquía sin monarca. Junto a otros aspectos conflictivos, como el
proyecto de ley sobre matrimonio civil (el primero en la historia de España), o la Ley de
Orden Público, la principal fuente de problemas para el gobierno estuvo en las Antillas.
En Cuba había desembarcado a fines de junio de 1869 Caballero de Rodas, que llegaba
como nuevo capitán general con el mérito de haber sometido las revueltas federales de
Andalucía. Mientras Prim negociaba con los Estados Unidos, Caballero de Rodas y el
ministro Silvela proponían a los independentistas cubanos un plan de sumisión, como
requisito, luego la amnistía y después votar por la autonomía o la independencia. Los
Estados Unidos mantuvieron posiciones ambiguas. Las pretensiones de Prim
complicaban el panorama, porque provocaron la negativa de los liberales cubanos, para
quienes la esclavitud era innegociable, pues eran propietarios de mano de obra esclava y
habían descubierto que la autonomía de las islas podía ser el medio más eficaz para
evitar que la metrópoli legislara la abolición de la esclavitud. Simultáneamente las
tropas de «voluntarios» financiados por los esclavistas impedían la vía autonomista con
su práctica de «tierra quemada». La guerra no acababa, era sobre saqueos e incendios,
más que de batallas militares. La metrópoli no pudo enviar más hombres porque las
insurrecciones federales boicotearon las quintas y obligaron a concentrar al ejército en
la Península.
Sin embargo, Moret continuó con tales proyectos y los presentó a las Cortes, la
abolición respondía al resultado de varios factores, desde principios de siglo era ilegal
internacionalmente el tráfico de esclavos, en el caso de las Antillas, junto a tal contexto
internacional y a la cercana guerra de Secesión en Norteamérica, estaba el hecho de los
independentistas que ya prometían la libertad a quienes tomaran las armas o a los
esclavos que se sublevaran contra sus dueños españolistas. Ambos bandos se influyeron
recíprocamente, porque cuando se aprobó la ley de Moret, respondió Céspedes con la
abolición completa de la esclavitud. Y es que la ley Moret, aunque aceptaba el principio
abolicionista, escalonaba su práctica para no echarse en contra al partido esclavista de
las Antillas, que era el que pagaba la guerra contra Céspedes. Así, Cánovas presentó en
las Cortes la petición, en representación de la Unión Colonial, el partido de los
esclavistas, exigiendo que no se aboliera la esclavitud. Se aprobó en las Cortes la ley de
Moret que penalizaba la esclavitud con un impuesto especial, creaba a los «vientres
libres» a partir de su promulgación y liberaba a los ancianos y a los que eran del
Estado, además de permitir comprar la libertad a los que hubieran apoyado a las tropas
españolas. Preveía la abolición progresiva con indemnización cuando estuvieran los
diputados cubanos en el Congreso, esto se postergaría sin miramientos por las presiones
de ese poderoso grupo de intereses entre la metrópoli y las islas.
Por lo demás, la guerra no impidió que continuara el tráfico ilegal de africanos. Son
estos propietarios los que demandan más soldados para Cuba y presionan a Moret, por
medio de Caballero de Rodas, para que sólo salga en la ley lo referido a los «vientres
libres». De hecho, Moret estaba preparando la abolición total y en todo caso el
establecimiento de un «patronato» de transición hacia la emancipación y libertad. Y es
que la cuestión abolicionista se solapaba con el mantenimiento de la colonia. No
obstante, Caballero de Rodas aceptó a regañadientes la publicación de la ley, mientras
en el debate parlamentario de la misma se habían destapado irritantes obstruccionistas,
como el propio Cánovas del Castillo.
Por otra parte, en agosto de 1870 también se acordaba la autonomía para Puerto Rico,
como fórmula experimental previa para luego negociarla con Cuba. Pero no se empezó
a aplicar hasta 1872 y se abolió en 1874, bajo Serrano, la guerra continuará porque
existía un obstruccionismo a cualquier fórmula autonómica, sólo era posible la
integración total bajo la metrópoli o la independencia. A pesar de todo, la ley que
otorgaba autonomía a Puerto Rico se convirtió en un precedente importante para futuras
negociaciones en ambas islas.
Ruiz Zorrilla comienza con urgencia las reformas en ultramar para lograr la paz y poder
así cumplir el objetivo de abolir las quintas. Tramita el proyecto de ley de
ayuntamientos para las Antillas y el de abolición de la esclavitud, ambos
complementarios y ambos con el inmediato rechazo del Centro Hispano-Ultramarino de
Madrid, desde donde se orquesta una fabulosa campaña antigubernamental. En tales
centros, que controlaban periódicos influyentes en cada provincia, se concentraban esos
indianos enriquecidos o los industriales con clientela antillana, o los harineros y
trigueros, o los vinateros, o los arroceros, o los que tenían concesiones de servicios
como el tráfico naval o el abastecimiento a las tropas... una sólida nómina de intereses
solapados con la de poseedores de plantaciones y esclavos en Cuba.
2. LA SUBLEVACIÓN CARLISTA.
Cuando se produjo el debate sobre la Internacional, Sagasta trataba de hacerse con las
riendas del liberalismo progresista en el poder, pero el tema de la Internacional lo
enfrentaba a un Ruiz Zorrilla comprometido con los principios democráticos. Sagasta
lanzó un manifiesto del que llamaba Partido Progresista, a la par se publicaba otro
firmado por Ruiz Zorrilla y sus correligionarios con el mismo nombre y casi idénticos
contenidos. Fernández de los Ríos propuso la unidad en un solo partido progresista,
organizó una comisión de entendimiento y fusión de ambas tendencias, pero Zorrilla
estuvo firme en no reprimir la Internacional y en defender el respeto a todas las
opiniones de los ciudadanos, dos puntos en los que Sagasta se acercaba a los unionistas
partidarios de la primacía del Estado sobre los derechos de los individuos. Para Zorrilla
los derechos individuales eran ilegislables e irrenunciables. Pero había otro conflicto, el
de las Antillas. Sagasta era partidario de la «integridad nacional», opuesto a cualquier
fórmula que pudiera suponer el inicio de la pérdida de las colonias. Sin embargo, Ruiz
Zorrilla propugnaba la autonomía no sólo para Puerto Rico sino también para Cuba. Así
la división de progresistas y demócratas quedó marcada por una lucha de funestos
resultados políticos.
Sagasta se encontró, por tanto, en las Cortes frente al partido de Ruiz Zorrilla, además
de los carlistas, republicanos y conservadores alfonsinos. Se alió con los unionistas,
formó un gobierno para provocar el fin de la legislatura y convocó nuevas Cortes
confiando en ganar una cómoda mayoría. A la vista de los resultados, tampoco Sagasta
pudo gobernar, ya organizado como partido constitucional, y tuvo que disolver aquellas
Cortes convocando otras en el mismo 1872.
Los resultados fueron imprevistos, el balance era claro: ganaban los unionistas seguidos
por el Partido Constitucional de Sagasta y el Partido Radical de Ruiz Zorrilla. Es cierto
que estos dos juntos podían gobernar, pero además de estar enfrentados, había que
contar con otros diputados, federales y carlistas. No era fácil, por tanto, el equilibrio de
alianzas. El Congreso lo presidió Ríos Rosas, el incombustible unionista, y al mes,
dimitía Sagasta para dar paso a un gabinete de nuevo presidido por el general Serrano,
con una sólida nómina de liberales conservadores, los unionistas, se hicieron con las
riendas de la política. La figura del diputado fronterizo era normal por la novedad del
sistema democrático que permitía una cámara plural y porque los propios partidos
estaban en sus primeras andaduras organizativas como tales instituciones de un Estado
democrático.
Hasta tal punto llegó el temor de las fuerzas democráticas y republicanas ante la
inclinación conservadora del gabinete de Serrano, que hubo un intento de insurrección,
pero Ruiz Zorrilla se negó a abanderarla, renunció al escaño y se retiró de la vida
política de momento. Después de las elecciones, la asamblea del Partido Federal daba
poderes totales a Pi, éste se opuso a la rebelión armada y buscó la conciliación. El
pretexto era la invasión armada carlista con el pretendiente Carlos al frente. Se acababa
de controlar la insurrección filipina de Cavite, y empezaba un levantamiento carlista
cuya mayor fuerza se concentró en Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya.. A los tres días de
lucha, eran derrotados y el pretendiente volvía a salir de España, pero inexplicablemente
el general Serrano, firmaba con los carlistas el convenio de Amorebieta por el que se les
reconocía a sus jefes militares el grado que tenían en el Ejército antes de pasarse al
bando carlista y se organizaba el intercambio de prisioneros. Simultáneamente, el
gobierno proponía suspender las garantías constitucionales, el rey Amadeo I, usando sus
competencias constitucionales, se resistió, invitó a Espartero a tomar las riendas del
gobierno, éste se negó y entonces recurrió al general Córdoba para formar un gobierno
en el que se incorporase Ruiz Zorrilla para salvar la legalidad democrática.
En ese mes de agosto Ruiz Zorrilla llevó a la firma del rey el cumplimiento de la ley
Moret antiesclavista y designó al general Moriones al frente de las tropas del Norte,
mientras que se levantaban partidas carlistas en Cataluña. Factor de inestabilidad
importante, porque hicieron incursiones por las comarcas industriales y tanto patronos
como obreros les hicieron frente en milicias ciudadanas, puesto que la táctica carlista
era de sabotaje a las industrias y de saqueo. Por otra parte, un sector de conservadores
propuso el retraimiento en las elecciones. El gobierno publicó una circular electoral
sobre las reformas que se proponía realizar, destacando de nuevo la abolición total de la
esclavitud y la autonomía para las Antillas, así como la supresión del sistema de quintas
y de matrícula de mar, junto con el establecimiento del sistema de jurado popular
previsto en la Constitución.
Los resultados fueron apabullantes a favor de los radicales de Ruiz Zorrilla, aunque
hubo una alta abstención, además del retraimiento y boicot carlista y de sectores
conservadores que no obedecieron a sus jefes nacionales. No obstante, los radicales
pronto aparecieron divididos entre un ala derecha y un ala de la izquierda de los
demócratas. Se abrían las nuevas Cortes y el rey Amadeo I se comprometía a cumplir
todas las promesas antes citadas del gobierno, y además deploraba no poder restablecer
relaciones con la Santa Sede.
estos círculos, que se organizaban en Liga Nacional por todas las ciudades para frenar
las reformas. En la Liga estaban los alfonsinos dirigiendo los movimientos
abiertamente, aglutinan a las más influyentes propietarios agrarios, comerciantes e
industriales, además reclutan y pagan voluntarios para Cuba e inundan las Cortes de
escritos.
Pero el gobierno no cedía. Y se reanudaban las sesiones de las Cortes con medidas
como la secularización de los cementerios, la reforma de impuestos sobre títulos y
cruces de la aristocracia y sobre todo el proyecto de abolición de quintas y matrícula de
mar y los presupuestos. Siguen los proyectos con las previstas cesiones de atribuciones
a los municipios de Puerto Rico, la separación del mando civil y militar y la abolición
de la esclavitud. La Liga Nacional arrecia en sus movimientos.
El rey vive en una auténtica pesadilla, su mujer se quiere ir. Comunica a Zorrilla, el jefe
del gobierno, su decisión pero no logra convencerle de que rechace la idea. Siempre
había tenido en contra a la casi totalidad de la aristocracia, borbónica, también había
visto normal tener en frente a los carlistas y a los republicanos federales, además ahora
se le levantaban los sectores autocalificados como patrióticos.
LA I REPUBLICA
1. LA PRESIDENCIA DE FIGUERAS.
El primer gobierno fue de coalición de radicales con republicanos y fueron los líderes
más prestigiosos los que asumieron las principales tareas, era un gabinete de alta talla
política y sólida experiencia, sin embargo pronto los acontecimientos desbordaron sus
planteamientos.
Con eso se las tenía que ver Pi y Margall, partidario de las reformas sociales y coherente
defensor del federalismo de los pueblos españoles. Era el nuevo ministro de la
Gobernación y había que canalizar, por tanto, esas aspiraciones plurales, incluso
opuestas, todas con el común denominador de la impaciencia. Además, se echaron los
del Partido Federal a la caza de puestos públicos, discriminando a los radicales, con
cuyos votos precisamente se había proclamado la República, o despreciando a los
nuevos republicanos, tan necesarios para consolidar el nuevo régimen. Se destrozaba la
ampliación de las bases sociológicas del sistema republicano. Eso pasó con los
nombramientos en el Ejército, los federales del gobierno tenían que cuadrar el mando
militar con los escasos generales adeptos, la Asamblea parlamentaria se declaró en
sesión permanente, abolió las quintas como medida para contentar la impaciencia
popular y asumió el poder el presidente de la Asamblea, Martos, quien no fue capaz de
formar un gabinete. Así Figueras volvió a formar gobierno con mayoría republicana. Se
nombraron de inmediato 38 gobernadores civiles para reemplazar a los radicales, pero el
gobierno necesitaba la Asamblea, que era de mayoría radical, para hacer una República
estable.
Tal situación ya amagó en los sucesos de Cataluña, sometida a la presión de las partidas
carlistas, y donde se solaparon además la influencia internacionalista obrera, las
aspiraciones federales con claro contenido catalanista y las disputas entre federales
intransigentes y el gobierno de la República. Así, la diputación de Barcelona, al haber
proclamado el Estado catalán, se erigió en máxima autoridad militar pero de momento
se encauzaron las exigencias federales catalanas y de las Baleares dentro de las
previsiones gubernamentales.
El gobierno tomó medidas rápidas para hacer efectivo su programa. Ante todo,
proclamar la legalidad y vigencia de la Constitución de 1869, salvo en los artículos
concernientes a la monarquía, hasta que se promulgase una Constitución republicana, y
como tareas urgentes, la abolición definitiva de la esclavitud, la organización de los
Voluntarios de la República como fuerza militar ciudadana, sin por eso disolver el
Ejército y además la abolición de los títulos aristocráticos, para establecer la igualdad
ciudadana y como paso previo a la reforma agraria y al replanteamiento de la forma en
que se resolvieron los pleitos sobre las tierras señoriales. Medidas cautas, que no
bastaban para tantas expectativas como extensos sectores esperaban. Así, los
Voluntarios de la República se convirtieron en plataformas armadas para exigir
reformas sociales, apremiantes para amplios sectores de unas clases populares al borde
de la subsistencia. En estas cuestiones se produjo la convergencia de federales e
internacionalistas..
El pánico entre las clases propietarias les hacia exiliar capitales y exiliarse ellos mismos
a Biarritz, a conspirar para derribar la República. Pero antes lo intentaron desde dentro,
las conspiraciones se aceleraron y el general Serrano de acuerdo con el alcalde radical
de Madrid prepararon la convocatoria de la Asamblea para quitar el gobierno a los
federales y entregarlo al mismo Serrano. Sin embargo, el gobierno, con las milicias de
voluntarios a sus órdenes, tuvo preparado un dispositivo que desbaratase tales planes sin
derramar una gota de sangre. Al día siguiente se disolvió la Asamblea por decreto, y
quedó todo el poder en manos del ejecutivo. Pi y Margall pudo haber proclamado la
República federal pero siempre cumplió la legalidad y decidió que había que esperar a
la Asamblea Constituyente. La alianza con los radicales se había roto y algunos de sus
líderes se fueron al destierro voluntariamente. La situación internacional no era
favorable a la República.
Se celebraron las elecciones con una limpieza ejemplar aunque con una extraordinaria
abstención. El ministro Pi y Margall pudo contener las impaciencias federales de
momento, manteniendo los ayuntamientos hasta las elecciones y enviando circulares a
los gobernadores exigiendo neutralidad total para garantizar la libertad en la campaña y
ordenando a los jueces que se asegurasen contra posibles irregularidades. Fueron unas
elecciones limpias en medio de una intensa campaña de las fuerzas conservadoras que
proclamaron el retraimiento y la abstención. Unido a la situación de guerra abierta del
bando carlista, resultaba previsible la abstención rebasara el 60 por ciento. La prensa
conservadora exageraba el desorden, mientras que los carlistas reactivaron sus partidas.
Los resultados fueron rotundos a favor de los federales pero quedaron sombras y apatía
en estas primeras elecciones republicanas., los intransigentes quedaron como minoría lo
que agudizo su impaciencia y sus ataques al gobierno desde la prensa.
2. LA PRESIDENCIA DE PI Y MARGALL.
Hay una novedad radical, el título preliminar que es el soporte del resto de los títulos
constitucionales: «Toda persona encuentra asegurados en la República, sin que ningún
poder tenga facultades para cohibirlos, ni ley ninguna autoridad para mermarlos, todos
los derechos naturales». Ya continuación se hacía una declaración de derechos
humanos, derechos a la vida, a la seguridad y la dignidad humana, y al libre ejercicio de
todos los derechos individuales subrayando de modo especial la igualdad ante la ley, sin
olvidar las libertades de industria, comercio y crédito, a partir de tales principios, el
constituyente procedía ya a organizar el código fundamental en 17 títulos con 117
artículos.
Totalmente nuevo era el título primero dedicado a la «Nación Española». Constaba sólo
de dos artículos, en el primero se definía España como una nación compuesta por
Estados. El título II versaba sobre los españoles y sus derechos, se determinaba la
obligación de defender a la patria con las armas. También se separaba expresamente la
Iglesia del Estado y se prohibía a «la Nación o Estado federal, a los Estados regionales y
a los Municipios subvencionar directa o indirectamente ningún culto».
3. EL LEVANTAMIENTO CANTONAL.
Aunque el texto constitucional se redactó con rapidez para evitar nuevas insurrecciones
federales, los acontecimientos se precipitaron. Pi y Margall formó un gobierno con los
correligionarios más moderados para poder arreglar la deuda y acometer las reformas
sin levantar recelos. Pero todo parecía insuficiente a los intransigentes, mientras que los
carlistas arreciaban en sus acciones militares y se hacían públicas las conspiraciones de
los alfonsinos, quienes reavivaron la influencia de Serrano entre los militares. Por eso,
Pi y Margall consideró necesario pedir poderes extraordinarios para controlarlos. Sin
embargo, los sucesos desbordaron al gobierno precisamente desde las posiciones
federales intransigentes y desde los núcleos internacionalistas. La última semana de
junio fue tensa en Cataluña, con un ejército incapaz de acabar con los carlistas y un
enfrentamiento en Barcelona entre federales e internacionalistas, por un lado, y por otro
la milicia ciudadana controlada por las instituciones. Sin embargo, las mayores
tensiones se produjeron desde finales de junio a mediados de julio en comarcas
andaluzas, murcianas y valencianas. Los motines sociales pidiendo tierras y la reformas
sociales empezaron en Andalucía, se organizó un Comité de seguridad pública y
proclamaron el cantón, redujeron la jornada laboral a 8 horas y los alquileres en un 50
por ciento, confiscaron los bienes de la Iglesia y las tierras sin cultivar para repartidas
entre jornaleros. Sin embargo, el gobernador La Rosa, nombrado por Pi, restableció el
orden y pudo evitar que el ejemplo se propagase.
El manifiesto del madrileño Comité de Salvación Pública, presidido por Roque Barcia,
pidió que se formaran comités análogos en provincias. Ese comité había programado el
levantamiento general de los federales, sin esperar a la Constitución. El gobierno de Pi
estaba entre tanto preocupado por los sucesos desencadenados en la industrial Alcoy, a
partir de la huelga iniciada en la papelera, ocasión que los internacionalistas
aprovecharon para proclamar la huelga general, adueñarse del ayuntamiento y
constituirse en comuna colectivista. Arrasaron fábricas y casas, mataron a los agentes
de la Guardia Civil, y también al alcalde republicano. Excesos de los que toda la prensa
dio cumplida información, como también informaron de los sucesos similares ocurridos
en Toro. Pi y Margall ordenó al general Velarde que restableciera el orden, pero fueron
necesarios más de 6.000 soldados para derrotar a los obreros que se habían hecho
fuertes en la ciudad de Alcoy. También el general Ripoll tenía órdenes de Pi de
controlar Andalucía desde Córdoba, nudo ferroviario.
Una vez más los sucesos desbordaron al gobierno. En un mitin celebrado el 11 de julio
en Cartagena, agentes del comité de Madrid, aprovechan el malestar por los marinos sin
licenciar todavía cuando estaba abolida la matrícula de mar. Por las circunstancias de la
plaza, con base naval y un cinturón de fuertes que la hacían inexpugnable, los
intransigentes decidieron hacer de esta ciudad el centro de la revolución federal
cantonal. El general Contreras desde Madrid; se hizo con el mando. Pi aceleró la
decisiva era la medida de establecer una contribución sobre el capital, como también la
creación de bancos agrícolas, industriales y mercantiles para favorecer el «desarrollo de
la riqueza desamortizada, de matar la usura y crear familias laboriosas y honradas»,
siempre a un bajo interés en estos bancos. Todo un programa que expresaba la
mentalidad y proyectos sociales que estaban tras del cantonalismo, del carácter
profundamente reformista y modernizador en el empeño de suprimir todos los vestigios
del antiguo régimen feudal para organizar una sociedad de ciudadanos trabajadores que
viviesen de su trabajo, con medios de vida propios para preservar su independencia..
Por lo demás, los tres focos donde con mayor fuerza actuó el cantonalismo el verano de
1873 estuvieron en el País Valenciano, en Andalucía y en Murcia, sin olvidar ciudades
castellanas importantes como Salamanca o Toledo. En Cataluña el carlismo dificultó los
movimientos de los federales, y éstos además ya habían experimentado la división
interna cuando los internacionalistas los arrastraron a la insurrección, mientras otros
sindicalistas lograban con los empresarios la reducción a once horas de jornada y un
aumento salarial del 7.5 %, a cambio de defender al unísono los intereses
proteccionistas del sector industrial. Por eso, cuando las partidas carlistas quemaron el
ateneo obrero de Igualada, los trabajadores apoyaron al Gobierno de la República y no
siguieron a los federales intransigentes. Tenían muy cerca el enemigo absolutista y
clerical. Sin embargo, en Alcoy, núcleo igualmente industrial, fueron los obreros los
protagonistas del cantón. También tuvieron un papel destacado los internacionalistas en
las poblaciones de Jerez. La Igualdad, periódico federal cercano a Pi y Margall, llegaba
a culpar del desencanto y del fracaso federal a los internacionalistas. No era así, los
internacionalistas tuvieron peso en contados cantones, pero lo cierto es que sus
proclamas reactivaron y reagruparon a los conservadores, retraídos oficialmente, aunque
conspirando siempre.
quien contó con personas sin veleidades federales. Salmerón organizó tres expediciones
militares para someter a los federales cantonalista. Para satisfacer al estamento militar
reorganizó el cuerpo de artillería reponiendo a los cesados, disolvió los regimientos que
habían confraternizado con los cantonales, declaró piratas a los buques sublevados en
Cartagena e invitó a las escuadras inglesa y alemana a intervenir. Autorizaban a
procesar a los diputados insurgentes, tildados de separatistas y además abrió la
persecución contra la Internacional. El impacto de la entrada de Pavía, fue enorme en
Andalucía y creó temor en el resto de los cantones. Por eso fue más fácil su marcha de
control y disolución de los cantones de Cádiz, Algeciras, San Roque, Granada y
Málaga... También Valencia resistió durante cinco días a las tropas de Martínez Campos
sin embargo, Cartagena supo resistir al cerco y su defensa duró hasta enero de 1874. El
final fue de dura represión, entre tanto, Salmerón decretó la militarización de los
Voluntarios de la República; los sometió a la autoridad militar y nombró a generales
alfonsinos para derrotar a los carlistas. Los alfonsinos, por su parte, al verse
imprescindibles desde sus responsabilidades militares, conspiraron abiertamente. La ex
reina Isabel II había nombrado como jefe oficial de los alfonsinos, y todo el mundo
conocía las reuniones celebradas con los militares.
En el otoño de 1873, la atención estaba puesta en dos asuntos prioritarios, acabar con el
ejército carlista y establecer el mecanismo político para cuando terminara el periodo de
excepcionalidad de Castelar. Los carlistas estaban enseñoreados de Guipúzcoa y tenían
financiación que se sospechaba proceder de los esclavistas cubanos. En Cataluña, al no
tener unidad de mando, sólo fueron capaces de ocupar poblaciones por sorpresa. La
táctica de las partidas también funcionó en el Maestrazgo. Hubo un momento en que
también resurgieron las partidas en la Mancha. En tierras del Duero también hubo un
intento que fracasó.
Conforme se avecinaba la fecha con las Cortes en pleno, las maniobras y las tensiones
contra la República se acrecentaban, mientras no cejaban las divisiones entre los
republicanos. Los alfonsinos no se recataban en lanzar la amenaza de sublevarse caso de
abolirse la esclavitud también en Cuba y de ampliar las reformas. Castelar estaba
dispuesto a aplazar tales cuestiones con tal de ganar la guerra a los carlistas y ahí es
donde no contó con sus correligionarios. Salmerón se erigió en su rival y se opuso a los
manejos electorales previstos por Castelar para repartirse los escaños con los radicales y
conservadores, y criticó que la República dependiera cada vez más de generales
claramente monárquicos alfonsinos como Martínez Campos y Jovellar, o el conservador
López Domínguez, y el radical Pavía. Salmerón se aproximó a Pi y a Figueras, mientras
que Castelar se entrevistaba con Pavía y éste sugería posponer la apertura de las Cortes
previendo que censuraría a Castelar la mayoría federal. Castelar había confesado que
estaba resuelto a fundar la República en el orden, a aumentar el Ejército, a salvar la
disciplina, pero siempre «dentro de la legalidad», sin golpismo contra las Cortes
soberanas. Sin embargo, López Domínguez, le respondía dando un aviso rotundo de que
estaba ya preparado el golpe de Estado. De hecho, de las soluciones que se barajaron,
concluyeron que no estaba madura la restauración de la monarquía con el príncipe
Alfonso, ni tampoco se podía justificar la dictadura, por eso optaron por la República
unitaria como fórmula sin definir en su legalidad.
Castelar defendió ante las Cortes su uso de los plenos poderes entregados por la cámara
soberana y pidió un voto de confianza para continuar. Pretendía formar dos partidos
dentro de los republicanos, el conservador y el progresista, pero Salmerón, presidente de
la Asamblea, lideró la oposición, y la votación se hizo, derrotando a Castelar. Se
negociaba un gobierno con Eduardo Palanca al frente, un federal de centro, y decidido
partidario de la abolición de la esclavitud en Cuba. Por eso había urgencia en cerrarle el
paso porque los integrantes de la Liga Nacional negrera conocían bien sus intenciones.
Además hubiera estado detrás suyo el propio Pi y Margall. Por eso, al saberse el rumbo
de los propósitos de las Cortes, el capitán general de Madrid, Pavía, ocupaba las calles
con las tropas y él mismo entraba en las Cortes mientras se realizaba el escrutinio para
el nuevo presidente del ejecutivo. Castelar, por tanto, era todavía presidente del
gobierno, como tal destituyó a Pavía y recibió por unanimidad el voto de confianza que
antes se le había negado, pero ya era tarde: los soldados ocuparon el salón de plenos,
dispararon para amedrentar a los diputados y éstos se disolvieron.
La milicia ciudadana de Madrid estaba disuelta. Pavía había disuelto por la fuerza el
poder legal de las Cortes y trató de unir a Castelar, Cánovas y Martos en un mismo
gobierno. Ni los representantes de los partidos ni los generales se pusieron de acuerdo, y
entonces Pavía amenazó con la dictadura puramente militar, con la ordenanza como
código constitucional. Entonces, los radicales, los conservadores y los republicanos
unitarios acordaron recurrir de nuevo al general Serrano, porque detrás del golpe
estaban tanto los esclavistas, ahora ardientemente arropados por el republicanismo
unitario, como las clases propietarias peninsulares nerviosas por las intenciones
reformistas de los federales. El gabinete formado por Serrano era un gobierno parecido
a lo que se pretendió cuando la intentona golpista del 1873.
La primera acción del gobierno fue suspender de nuevo las garantías constitucionales y
declarar vigente la Ley de Orden Público de 1870. De inmediato recibió el
reconocimiento de Alemania y de las repúblicas americanas. Se volvió a decretar la
disolución de la Internacional, el gobierno deportó a más de 5.000 destacados militantes
internacionalistas y cantonalistas que nunca volverían, descabezando por un tiempo el
activismo político de ambas tendencias. Fueron los líderes anónimos de Andalucía,
Murcia y País Valenciano los que sufrieron los rigores de la represión, porque algunos
salvaron la situación de distinto modo. Pero estos casos no mataron el republicanismo,
que se mantuvo en otros muchos personajes, como los que luego crearían la Institución
Libre de Enseñanza.
Quedaba acabar con el ejército carlista para estabilizar el nuevo régimen, o crear otra
nueva legalidad republicana. Los radicales de Martos y Echegaray empujaban en esta
segunda dirección, incluso querían arreglar el asunto de la esclavitud en Cuba, y por eso
el ministro de Ultramar avaló un plan de supresión gradual, siguiendo las directrices del
negrero Zulueta. Pero cuando ese proyecto se presentó sucedió la primera crisis
ministerial del gobierno de Serrano. Salían los radicales y quedaba todo el poder en
manos de los constitucionalistas de Sagasta. De nuevo el conflicto provocado por los
antiabolicionistas desencadenaba la crisis de un gobierno.
Por lo demás, los carlistas concentraron sus energías en asediar Bilbao, ciudad bastión
del liberalismo desde 1833, y que además podía avalar el rango estatal de la estructura
carlista y obtener más créditos internacionales para abastecer las tropas. Cartagena ya
estaba rendida y entonces Serrano tomó el mando directo de las operaciones contra los
carlistas y logró levantar el asedio. Tuvo que marcharse de inmediato a Madrid, porque
justo tuvo lugar la citada crisis ministerial, provocada por el plan de abolición gradual
de la esclavitud en Cuba. Los carlistas se repusieron y trajeron de cabeza a los sucesivos
mandos, en Cataluña, controlaron toda la provincia de Girona y operaban por las
provincias de Barcelona y Lleida.
Pero tampoco estaba exento el bando carlista de rivalidades y tensiones. Las hubo entre
las diputaciones constituidas por los carlistas en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, o con el
obispo de Urgell, o enfrentamientos entre los líderes porque los triunfos aumentaban las
aspiraciones políticas de los carlistas creyéndose ya ministros bastantes de ellos. Las
intrigas se multiplicaban en el entorno del pretendiente Carlos, quien se veía obligado a
ratificar sus sentimientos católicos y monárquicos, pero tranquilizando que no permitiría
ni el «espionaje religioso ni el despotismo», que no molestaría a los compradores de la
desamortización, que quería una legítima representación del país en Cortes y además
tenía que proclamar que no estaba dispuesto a reimplantar el tribunal de la inquisición
porque tales métodos ya no eran propios de las sociedades modernas. Estos términos les
parecieron demasiado liberales a bastantes de sus seguidores, y fueron las diputaciones
vascas las que llevaron las riendas del conflicto, al organizarse como verdadero poder,
implantaron servicios administrativos, compraron cañones y municiones, firmaron
empréstitos y anticipos, y desplegaron una activa recluta de hombres y recursos para la
guerra.
Desde mayo de 1874 Serrano había encomendado el gobierno al general Zavala quien
formó gabinete, sin los radicales. El gobierno afirmaba que, aunque todos procedían de
un mismo sector político, querían gobernar sin banderías políticas, porque
representaban la regeneración nacional, y preveían consultar al país, para que decidiera
sobre su destino. La realidad es que Sagasta se hizo con las riendas del poder y estuvo
más atento a reprimir a los sectores situados a su izquierda política que a controlar a los
alfonsinos. Mientras suspendía los periódicos de la oposición, dejaba que los alfonsinos
promovieran abiertamente la vuelta de su candidato Alfonso, recogiendo incluso a
carlistas desengañados y a los decepcionados o amedrentados por la revolución federal,
sin olvidar la propaganda en el Ejército como soporte de fuerza para la restauración.
La guerra contra los carlistas se prolongaba con altibajos. Pero sus incursiones eran cada
vez más atrevidas, se vengaban a su paso de los liberales fusilando
indiscriminadamente. Eran expediciones de castigo y recaudación. Sin embargo el
general Jovellar controlaba el Maestrazgo en parte, y en el norte los liberales se estaban
imponiendo al ejército carlista. Por eso, las conspiraciones de los generales alfonsinos
arreciaron, cabía la posibilidad de que se estabilizara la República de Serrano y de que
se instaurase una legalidad nueva tal y como prometía Sagasta.
Tan conocidas eran las conspiraciones que el gobierno dispuso el destierro a otras
provincias de los alfonsinos más notorios, pero no impidió en nada la conspiración, que
seguía firme bajo las riendas de Cánovas. Con motivo del cumpleaños de Alfonso de
Borbón, éste publicó una carta-manifiesto en el que concluía con su definición: buen
español, buen católico y verdaderamente liberal. Usaba la forma de una carta dirigida a
los compatriotas y proponía el «restablecimiento de la monarquía constitucional».
Quedaba por precisar el tipo de Constitución con que se dotaría la monarquía. Tras el
pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, el 29 de diciembre de 1874, que
restaura la monarquía, el nuevo gobierno de Cánovas actuó sin cortapisas tratando de
contrarrestar las medidas tomadas en el Sexenio Democrático. Y una vez más aparecían
los intereses esclavistas, porque no les convenía el proyecto de Sagasta que podía
legitimar la República o hacer reaparecer el abolicionismo, o volvieran a replantear
tantas cuestiones pendientes sobre las tierras desamortizadas. Además, la creación del
Banco de España había quitado al Banco Español de La Habana el monopolio de
contratar empréstitos con el Tesoro cubano, y no era casualidad que el hombre fuerte
del banco cubano fuese el mismo hermano de Antonio Cánovas del Castillo, que recibía
el título de conde del Castillo de Cuba y que había movilizado los recursos necesarios
para la causa alfonsina en 1874.
El partido alfonsino se había formado para apoyar la restauración monárquica, pero con
presupuestos diferentes a los del reinado de Isabel II. Se pretendía dar paso a una nueva
generación política, lejana a las fórmulas de los anteriores moderados. Debía, el
régimen, apoyarse en una formación liberal conservadora, capaz de convivir con las
tendencias progresistas y republicanas, si aceptaban las normas del juego. Se pretendía
un sistema parlamentario basado en la alternancia de partidos. Antonio Canovas del
Castillo era el líder del partido. Quería volver a instaurar a los borbones, terminar con
las intromisiones del ejército en la vida política y un modelo de sociedad que defendiera
el orden, la seguridad y la propiedad.
Los círculos coloniales son el segundo grupo de apoyo. Los grupos de la burguesía que
tenían importantes intereses ultramarinos se inquietaron ante los proyectos
antiesclavistas y las políticas reformistas iniciadas por los gobiernos del Sexenio. Así,
Canovas, cuando asumió la jefatura del alfonsismo, se encontró con una red de círculos
ultramarinos dispuesta a apoyar la nueva opción política siempre que ésta defendiera sus
intereses en las colonias. Los miembros de ese grupo representaban a la burguesía más
asentada económicamente, que quedó desplazada de la dirección política del país tras
1868.
El tercer sector de apoyo fue el ejército. En especial, fueron decisivos los oficiales a los
cuales Serrano había dado el mando militar en la lucha contra el carlismo, a los que se
sumaron otros sectores con una posición privilegiada. Estaban, además, vinculados en
grado notable con los círculos coloniales, pudiendo identificarse los intereses de ambos
grupos en torno a varios puntos: oposición a las reformas democráticas, mantenimiento
de la esclavitud, integridad nacional, defensa del orden social.
Canovas veía como se le escapaba el control, tal como temía. El moderantismo estaba
muy cerca del movimiento. Por ello se distanció y condenó la iniciativa. Restó méritos
al papel del ejército en la restauración del rey. Así, reafirmaba su imagen contraria a los
pronunciamientos, para beneficio de su proyecto. Pero nada tenía que temer. Los
mandos pusieron bajo control de Canovas el futuro político. No divergieron en lo
fundamental: el levantamiento se produjo para restaurar la monarquía en el mismo rey.
Serrano decidió no ofrecer resistencia. Canovas quedó al frente de la tarea de formar
gobierno y dar forma al régimen.
1. principios doctrinales
A Antonio Canovas del Castillo se le ha atribuido el mérito de ser el artífice del régimen
político de la Restauración. Aunque es necesario subrayar que el proyecto no fue
exclusivamente suyo, muchas de las bases estuvieron directamente inspiradas por él.
Había nacido en Málaga en el seno de una familiar de clase media y desde el principio
tuvo una clara vocación humanística. En su primera juventud se trasladó a Madrid,
apoyado por un familiar, militar togado, que le consiguió un empleo en la Compañía del
Ferrocarril. A partir de esa plataforma fue ascendiendo por méritos propios. Se implicó
en la vida intelectual y política de la capital, y se afilió al Partido Moderado y
posteriormente a la Unión Liberal. Participó en la revolución de 1854 acaudillada por
O´Donnell. Durante el gobierno de este llegó a ser ministro de Gobernación, Ultramar y
Hacienda. Al estallar la revolución de 1868 se apartó de la vida pública, reapareciendo
años más tarde. Fue la propia Isabel II quien, ya exiliada, le llamó para que encabezara
la causa alfonsina y preparara la restauración.
Canovas era un hombre con ideas firmemente arraigadas sobre lo que debía ser España.
Estaba influido por dos de las grandes corrientes del conservadurismo europeo: el
doctrinarismo francés y las ideas del británico Edmund Burke. Su biografía política es
inseparable de su labor como periodista y escritor, como orador y conferenciante, como
historiador. Fue un brillante especialista en el periodo de los Austrias. Al hilo de estos
estudios nacieron sus ideas respecto a la grandeza y posterior decadencia de España. De
esas investigaciones le vino también la preocupación por los problemas que acarreaba,
en la política exterior de una potencia, la falta de equilibrio entre fines y medios. Existió
en Canovas un constante intento por conjugar historia y política.
Era un político nacido del liberalismo del siglo XIX. Creía en la fuerza de la ley, en la
separación de poderes, en la garantía de los derechos individuales y en el Estado liberal.
Aunque era conservador en su forma de ver la vida, en su concepción del orden social,
en la prudencia de los métodos y en su espíritu religioso, esos rasgos estuvieron
matizados por su racionalismo, su fe en el progreso y su independencia de criterio
respecto a la Iglesia. Era, por tanto, de espíritu liberal e integrador, defensor de las
fórmulas de acuerdo y compromiso, de las negociaciones pacíficas y las posiciones
moderadas. Partidario de la continuidad histórica en cuanto a orden social y valores
tradicionales, como la familia, la religión y la propiedad. Trató de compatibilizarlo con
un cierto intervensionismo del Estado a favor de las clases necesitadas.
Con todo esto, los principales objetivos debían ser la consolidación del régimen y de sus
instituciones, la construcción de un Estado centralizado y bien estructurado, la
pacificación de España, el mantenimiento del orden social, la defensa de la propiedad, el
pacto consensuado, la convivencia y la concordia.
Es un periodo de élites gobernantes y élites de poder, con fuerte vínculo entre la clase
política y los grupos social y económicamente más poderosos. Es de interés el libro
“Los amigos políticos”, de José Varela Ortega. Los dirigentes de los partidos ocupaban
esa clase política, fuesen senadores, ministros, diputados, gobernadores, presidentes de
diputación, alcaldes o notables locales. Muchos eran miembros de las clases medias que
se habían implicado en la política. Tras su figura estaban otras élites con fuertes
parcelas de poder, como los presidentes de las grandes instituciones del Estado o los
directores de periódicos o los potentes del ejército y la Iglesia. Otro grupo de fuerza
decisiva lo formaban terratenientes, industriales catalanes, importadores valencianos,
ferreteros vascos, bodegueros andaluces, plantadores ultramarinos y burgueses
financieros.
El rey no nombraba jefe de gobierno al representante del partido más votado, sino que
designaba al próximo jefe de gobierno ateniéndose al consenso de las fuerzas políticas.
Ese político que recibía el encargo disolvía las cortes, convocaba elecciones y ajustaba
los resultados para gobernar sin problemas: dependía así del pacto, del respaldo de su
partido y de la estructura caciquil. Pese a la irregularidad, nunca el rey Alfonso XII ni la
regente María Cristina nombraron al jefe de gobierno arbitrariamente. Y los pactos de
los partidos respondieron al bien de la nación y no a intereses personales o partidistas.
Era una democracia ficticia pero aceptada por las principales fuerzas, siempre en pro del
progreso, y desde el prisma de unas élites determinadas.
Los políticos nacionales no solo debían asegurar una mayoría suficiente para el
gobierno, sino también satisfacer las apetencias de los partidos de la oposición,
permitiendo un protagonismo suficiente. A lo largo de la Restauración se fue
modificando el proceso; la evolución económica, social y cultural conllevó una mayor
participación de un cuerpo electoral cada vez más preparado e informado. Los
ciudadanos fueron tomando conciencia de su importancia en las elecciones y en este
campo destacan las grandes ciudades y los núcleos industriales, desde donde los
activistas políticos proclamaron el voto independiente. Así los partidos tuvieron que
buscar otros medios para conseguir los votos y el sistema parlamentario dejó de ser una
estructura ficticia.
3. balance
reformista y de integrar las aspiraciones de las grandes masas, faltó visión en la política
internacional y colonial. Todo ello pasaría factura.
4.- marzo-diciembre de 1879, con Martínez Campos como presidente. Las razones
fueron que Canovas no quería dirigir dos veces consecutivas unas elecciones generales
y que Martínez Campos había firmado la Paz de Zanjón y parecía lógico que dirigiese el
ejecutivo que la pusiese en práctica. Pero tuvo que dimitir por no contar con el apoyo de
la mayoría conservadora.
5.- diciembre del 79, febrero del 81, tercer gobierno de Canovas.
Este primer periodo es el de formación del régimen, creando las estructuras básicas. Se
aprobó una nueva Constitución y se regularon los mecanismos del bipartidismo; se
formó el Partido Liberal-Conservador. Los grupos a la izquierda del canovismo se
manifestaron reacios a la nueva constitución defendiendo la del 69. Hasta los 80 no se
crearía un Partido Liberal unificado.
En los primeros meses de gobierno, Canovas tuvo que enfrentarse al sector más
conservador de su partido y resistirse a las tres demandas de los moderados: restablecer
la Constitución de 1845, prohibir todo culto no católico y la vuelta a España de Isabel
II. A cambio, hizo unas concesiones iniciales, como la abolición del matrimonio civil o
el cierre de algunos templos y escuelas protestantes. Pero estaba decidido a dar un
carácter liberal e integrador al régimen. Logró el apoyo de Manuel Alonso Martínez,
escindido del partido de Sagasta y constituido como Centro Parlamentario. Canovas
conseguía así formar un partido liberal-conservador cohesionado. Los antiguos
moderados quedaron a la derecha del régimen, muchos de ellos se integraron en el
canovismo, quedando marginados los que no lo hicieron. Aislados del poder, se
disolvieron siete años después. Mientras, se ibas definiendo a la izquierda la otra gran
formación política de la Restauración, los liberales liderados por Sagasta.
Proceso constituyente
En los primeros momentos del régimen cabe destacar que el 31 de diciembre de 1874 se
constituyó un Ministerio-Regencia presidido por Canovas. Trató de incluir en él, dentro
de su afán reconciliatorio, a representantes de distintas tendencias políticas a Martínez
Campos, protagonista del pronunciamiento militar, se le nombró capitán general de
Cataluña, pero no se le incorporó al ejecutivo. El gobierno quedará legalmente
constituido con la sanción, por Real Decreto del rey al poco de desembarcar en
Barcelona el 9 de Enero de 1875. Comenzaba un periodo constituyente para definir las
estructuras del nuevo régimen.
Primero, afianzar la figura del monarca, convirtiendo al rey en pieza clave del sistema,
en jefe supremo del ejército; después crear un marco constitucional que aunara los
principios de la Carta Legal de 1845 con las libertades recogidas en la Constitución de
1869; restaurar el orden social y político, elegir, entre los leales, representantes del
sistema en todo el país; conceder el mando del ejército a generales afectos a la causa
alfonsina; pacificar la Península y las colonias.
Se desarrolló por fases. Primero se creó una comisión para crear la constitución, basada
en una Asamblea con mayoría moderada, siendo el presidente Alonso Martínez y
repartidos sus miembros entre canovistas, moderados y constitucionales, que delegaron
a su vez en nueve personas. Lo elaboraron siguiendo las ideas políticas de Canovas
buscaba el consenso y fijaba un marco legal lo suficientemente flexible para ser
aceptada por todos.
Era un texto flexible, que daba la posibilidad de realizar diferentes lecturas en puntos
conflictivos y permitía modificaciones mediante leyes complementarias. Pretendía
convertirse en un marco legal estable y duradero, capaz de integrar las distintas fuerzas
sociales y de impulsar el consenso. Numerosos aspectos del ordenamiento jurídico
quedaron abiertos a la negociación y pendientes “de lo que determinen las leyes”.
Manuel Alonso Martínez fue quien la escribió, con las ideas de Canovas. Recoge la
tradición constitucional española del XIX, apareciendo la influencia de distintas
Constituciones: del 37 en la organización y funcionamiento de las cámaras, Fuerzas
Armadas y Ultramar, del 45 en la soberanía compartida, del 56 en la tolerancia religiosa
y del 69 en el reconocimiento de los derechos individuales.
debía, en tres meses, volver a convocarlas; mando supremo de las Fuerzas Armadas; la
composición bicameral de las cortes, siendo el Senado representación de las principales
fuerzas sociales (50% de derecho propio o designado por el rey, 50% elegido por
sufragio universal restringido e indirecto por las corporaciones del Estado y los mayores
contribuyentes) y el Congreso de orden más popular, aunque se dejaba al criterio del
partido gobernante la forma de elegir a sus miembros; el respaldo necesario, al jefe del
ejecutivo, del rey, las Cortes y su partido, así como de una mayoría parlamentaria; sitúa
fuera del marco legal a los partidos o asociaciones que no respetan los principios del
sistema; declaraba que el Estado era de religión católica como oficial, permitiendo, en el
ámbito privado, la libertad de culto.
Destaca la aprobación, en 1878, de una ley electoral para Cortes que suprimía el
sufragio universal masculino y restringía el derecho al voto, pudiendo votar sólo los
mayores de 25 años que contribuyeran con una renta determinada al Tesoro Público y
tuvieran un nivel mínimo de estudios. Eran 85.000 votantes, de determinadas élites.
Responsabilizaba al ayuntamiento de la elaboración del censo electoral, daba la
presidencia de las mesas electorales a los alcaldes, y la potestad de revisión y
aprobación definitiva a las Cortes. Era un paso en pos del control de los resultados.
Sirva la opinión de Silvela, que siempre se caracterizó por una gran ética de trabajo:
“ese mecanismo (...) para la falsificación y para el fraude”.
La cuestión educativa fue una de las que sufrió más restricciones, en base a considerar
que las enseñanzas de los profesores del Estado eran poco adecuadas a la moral católica.
Anularía la libertad de cátedra y suspendería de su cargo a varios profesores de
secundaria y universidad, llegando a la dimisión o expulsión de académicos como
Salmerón o Giner. Canovas consideró la medida como una barbaridad y medio, aunque
sin éxito, para lograr frenar la fuga de los reacios a ello. Canovas lo hubo de aprobar,
para no romper con los moderados, pero se alejó del progresismo en este punto, pero
llegó a acuerdos para no aplicar las penas e incluso no puso pegas a la creación de la
Institución Libre de Enseñanza ni a sus actividades.
Pero el éxito más sonado sería la pacificación interna. La guerra Carlista era uno de los
escollos principales, con diferentes zonas y diferentes zonas y diferentes características
en cada una. En La Mancha y Aragón eran partidas de guerrilleros en zonas
determinadas; en Cataluña y Levante era de mayor extensión e importancia; en el norte
estaba perfectamente organizado y contaba con el apoyo del ejército regular. Requirió la
liquidación un notable esfuerzo material y financiero, con importantes costes humanos,
pero el gobierno era consciente de la importancia del problema y no reparó en costes.
Favorecían varios factores a la acción estatal: las diferencias dentro del movimiento,
que dejaron deserciones como la del carismático general Cabrera; el cambio de
contexto, pues no era ya tan contrarrevolucionario; pero, sobre todo, la acción decidida
del gobierno.
El fin oficial lo puso la Proclama de Somorrostro, el 3 de marzo de 1876, que quiso ser
conciliador con ambas partes. Combatientes carlistas marcharon al exilio, esperando la
oportunidad de reanudar la guerra, pero el sistema político se asentó y comprendieron,
muchos, que el objetivo era lejano, aceptando el nuevo régimen, acogiéndose a un
indulto decretado por el gobierno.
Pero el carlismo no moría con el fin de la guerra. Grupos como el liderado por Cándido
Nocedal, director de El Siglo Futuro, querían el retraimiento de la vida política, otros la
integración en el sistema para defender la postura legalmente, otros seguían
promoviendo el levantamiento armado. Don Carlos decidió entregar a Nocedal la
dirección única del partido.
Iglesia podía hacer una defensa moral de esos valores, y el Estado, a cambio, ofrecer
protección y garantía a la labor eclesiástica. Además, para Canovas era importante
conseguir la función legitimadora que supondría el reconocimiento del régimen por
parte de una fuerza social con tal calado en la sociedad de la época. Por ello, Canovas
mostró una actitud conciliadora, lo cual, unido al progresivo afianzamiento del nuevo
sistema político, provocó que aquellos comenzaran a variar sus posiciones en aras de un
entendimiento. Aun así no fueron aceptadas fácilmente por todos los integristas
españoles.
En política exterior, es preciso comenzar por tener en cuenta una serie de nociones muy
arraigadas en el ideario de Cánovas, entorno a las cuales definió la posición y
proyección internacional. El primer concepto gira en torno a la decadencia de España,
adoptando la prudencia como norma de actuación. Sumó las derrotas de Francia ante
Alemania en Sedán y la decadencia italiana en una idea de decadencia respecto a las
naciones latinas, que era la de una raza y una cultura.
Cánovas no era amigo de las alianzas; además, España era poco apetecible parra
establecer alianzas, pues era un país con escaso potencial bélico y muchos intereses
territoriales que defender. Ello no implica que no se firmasen tratados cuando se creía
necesario. Pero, eso sí, fueron puntuales, para problemas concretos, no alianzas amplias.
Hay que añadir, que a partir de los años de 1880 se inició un cambio de posición de las
potencias latinas, que se expandieron por el norte de África, llevando al propio Cánovas
a considerar esa posibilidad, al tiempo que reforzaba la presencia en el Pacífico; un
cambio de actitud y mentalidad.
Su líder, Práxedes Mateo Sagasta, había nacido en La Rioja; tuvo una educación sólida,
ejerció como periodista y militó siempre en partidos progresistas. Inició su vida política
como presidente de la Junta Revolucionaria de Zamora. Apoyó la revolución de 1868,
fue ministro de la Gobernación en el primer gobierno de Prim, y ocupó varias carteras
en el reinado de Amadeo de Saboya. Era presidente de gobierno con Serrano cuando se
produjo el pronunciamiento de Sagunto. Como político era un hombre tolerante y
pragmático, con la virtud de caer bien y de aglutinar tendencias en aras de unos
objetivos comunes, lo cual le llevó al liderazgo de los liberales en la Restauración.
Los constitucionales en un principio se opusieron a un nuevo texto legal. Pero una vez
aprobada la Constitución de 1876, se manifestaron dispuestos a aceptarla, lo cual
posibilitó su integración en el sistema político. El objetivo de este grupo era convertirse
en la principal alternativa política frente a los conservadores. Los primeros años de su
andadura política fueron problemáticos. En 1877 se retiraron de las Cortes en señal de
protesta porque, de los 110 senadores vitalicios nombrados por el rey, sólo ocho
pertenecían a su partido. En 1878 aceptaron volver al Parlamento, y se produjo un
nuevo acercamiento entre los constitucionales y los centristas. Ambos gestos se
entendieron como un signo de moderación y una muestra del talante posibilista de este
parido. No obstante, en las elecciones de 1879, Canovas no aconsejó al monarca que
llamara al poder a Sagasta. Todavía desconfiaba de la lealtad a la corona. En 1880, los
constitucionales dieron un paso importante en su evolución como partido liberal.
Formaron el Partido Fusionista, al cual se sumaron destacadas personalidades, como
Martínez Campos, así como grandes de España como los duques de Alba o Medinaceli.
Desde la fuerza que les daba su nueva posición, los liberales iniciaron una política de
presión, reclamando una participación más activa y subrayando su preparación.
Reivindicaron que había llegado la hora de la alternancia en el poder que promulgaba el
régimen. Apelaron al rey y emitieron veladas amenazas de rebelión. Canovas sabía bien
que para que todo el sistema funcionara era necesario tener contentos a los adversarios
LA DÉCADA DE 1880-1890
También hay que mencionar que se amplió la base política, pues, a derecha e izquierda
aparecieron otras corrientes políticas, amén de unirse a Sagasti una serie de demócratas
y a los conservadores una buena parte del sector católico que hasta entonces se había
mostrado reticente.
En el primer gobierno de Sagasta estuvieron presentes todas las fuerzas políticas que en
mayo de 1880 habían compuesto el Partido Fusionista: constitucionales (Albareda,
Camacho), centristas (Alonso Martínez) y conservadores disidentes (Martínez Campos).
Sagasta impregnó un ritmo de prudencia y moderación a la política de reformas que
pretendía llevar a cabo. Trabajar despacio y no alarmar eran sus objetivos. Quizá por
ello favoreció a la derecha del partido. Sus primeros actos revivieron prácticas
democráticas suprimidas por el gobierno canovista; se reconoció el derecho de reunión
y opinión, se aprobó un Real Decreto sobre la libertad de prensa y se retomó una
política educativa aperturista. Se apuntaba hacia libertades prácticas y tangibles.
Las medidas reflejaban el programa liberal. Destacó la Ley Povincial de 1882, que
fijaba el concepto de provincia como ente administrativo, dirigido por un gobernador y
regido por una Diputación Provincial.; la Ley de Imprenta, que reafirmaba la libertad de
expresión y publicación. Además se tocaron otros puntos como la administración local,
el derecho de asociación, o el juicio por jurados. En economía se reformó la Hacienda y
se llevaron a cabo dos actuaciones de carácter librecambista: el levantamiento de la
suspensión de la base quinta de la reforma arancelaria y el tratado de comercio con
Francia. Se dejó para tiempos mejores el sufragio universal.
Sagasta cedió el poder a Posada Herrera, que formó un nuevo gobierno sin elecciones,
pero Sagasta puso todo su énfasis en ostaculizar su labor. La primera ocasión fue con
los presupuestos y el sufragio universal, que, aunque apoyaba, votó en contra. Posada
Herrera, falto de apoyos, dimitió, lo que reforzaba el papel de Sagasta. Pero Posada
Herrera consiguió algo importante, una Comisión de Reformas Sociales, impulsada por
Moret, ministro de Gobernación. La función era mejorar el bienestar de las clases
obreras, fueran agrícolas o industriales. Era una muestra de nueva conciencia social.
Pero no fueron éstos los problemas que harían caer al gobierno. Fue tras la muerte del
rey, en noviembre de 1885 cuando se decidió. Moría como consecuencia de la
tuberculosis, todavía joven. En sus once años de reinado se había ganado las simpatías
de la sociedad y sobre él recaía buena parte de la estabilidad del régimen.
Los políticos veían el hecho con preocupación, podía afectar a la estabilidad del
sistema. Cánovas decidió dimitir y que formaran gobierno los liberales. Consideró que
todos los partidos dinásticos debían unirse en pro de la monarquía, pero ello no podía
pedirlo desde el gobierno, por lo que prefería la oposición. Tregua y concordia eran los
objetivos. Trasmitió sus ideas a Sagasta, en lo conocido como el Pacto del Pardo. Pero
María Cristina, para sorpresa de todos, se reveló como una buena regente, y se produjo
un buen entendimiento entre ella y Sagasta, lo que facilitó la relación entre ella y entre
monarquía y liberales.
A pesar del éxito de su programa como partido gobernante, no era fácil mantener unidas
fuerzas tan heterogéneas, y a par¬tir de fines de 1886 comenzaron a aparecer
disensiones entre los liberales. A fines de 1886, Romero Robledo y López Dominguez
decidieron formar el Partido Reformista. La expe¬riencia fue efímera y no consiguió
erosionar la dinámica del bipartidismo. Cristino Martos se alejó de Sagasta por razones
per¬sonalistas. El general Cassola dimitió del gobierno por coherencia política, al no
verse apoyado en su programa de reformas, en el que destacaba la reorganización
interna del ejército y el establecimiento del servicio militar obligatorio, en un intento de
democratizar y racionalizar este cuerpo.
La extensa duración del gobierno liberal permitió llevar a cabo una imp. labor
legislativa, que consagró las aspiraciones liberales presentes desde la época del Sexenio.
Fue entonces cuando se consolidó en España de forma definitiva el Estado liberal.
Entre las principales leyes aprobadas pueden destacarse la Ley de Asociaciones de junio
de 1887, que consagró la libertad de asociación. 2 eran principalmente los tipos de
asociaciones a los que la ley iba a afectar: las asociaciones obreras y las congregaciones
religiosas que en el marco de una interpretación ambigua del concordato estaban
asentándose en la Península. Desde el debate parlamentario sobre la Internacional en
1871, y por el control impuesto en 1874, las Asociaciones obreras estaban en la
clandestinidad. Por 1ª vez iban a ser legalizadas, apareciendo el PSOE y la UGT en
1888. En cuanto a las congregaciones religiosas, de momento quedaron fuera del
control gubernamental, previsto en la ley, hasta que en el fin de siglo los liberales
apelen a la ley de 1887 para regularizar la situación de las múltiples funciones religiosas
creadas durante la Restauración en contra de las previsiones concordatarias.
Mención aparte merece la Ley Electoral de junio de 1890 que aprobó el sufragio
universal masculino. Fue un proceso compli¬cado porque, aunque el Senado respaldó
fácilmente el proyecto de ley, en el Congreso se originaron encendidos debates en torno
a la cuestión. La aprobación del sufragio fue contemplada como la culminación del
pro¬ceso constituyente en España. Con ello Sagasta consiguió, ade¬más, reforzar el
partido y asegurar su líderazgo en el mismo; eliminó posibles competidores por la
izquierda que abanderaran tal medida democrática; y sumó un nº imp. de repu¬blicanos
a su proyecto político. Sin embargo, el sist. electo¬ral continuó estando viciado por el
caciquismo, por lo que la aplicación del sufragio universal masculino no aseguró el
reflejo en las urnas de la voluntad popular, ni implicó la incorporación de amplios
sectores de la sociedad a la participación ciudadana. Además, siguiendo las mismas
pautas que en otros países, pese a llamarse sufragio universal masculino, estaba sujeto a
una serie de restricciones: era sólo para varones mayores de 25 años, vecinos de un
municipio con 2 años al menos de residencia, y se establecían 6 motivos que limitaban
el ejercicio del derecho al voto, entre ellos la exclusión de las clases e individuos de
tropa.
El final de los 80 significó el fin del optimismo librecambista. Tanto entre los liberales
como entre los conservadores se cuestiona el librecambio, con lo que el pensamiento
econó. español, por otra parte muy pobre, acogía las nuevas tendencias en Europa. Este
giro coincidía con el cambio de coyuntura econó., la crisis agropecuaria y los problemas
econó. subsiguientes.
En 1ª instancia los liberales evitan responder a la crisis con medidas arancelarias. Por el
contrario ensayan medidas alternativas de apoyo a la producción. Pero la ineficacia de
estas medidas alientan el afianzamiento, dentro del mismo grupo liberal, de las tesis
proteccionistas (revisión de los aranceles): es lo que expresa el grupo de Germán
Gamazo en 1890. Los liberales mediante algunas medidas significativas ponen las
bases de la nueva política proteccionista de los conservadores: la creación de una
comisión arancelaria (Real Decreto de 10-10-1889) encargada de informar sobre la
conveniencia de aplicar la rebaja de aranceles. En esta comisión, presidida por Moret,
triunfan, sin embargo, de manera clara las tesis proteccionistas. Mediante la
autorización para modificar el arancel, contenida en el art. 38 de la ley de Presupuestos
de 1890-91. Autorización amplia que dejaba las manos libres a futuros Gobiernos.
En el exterior, los años 80 fueron un período marcado por la expansión colonial de las
grandes potencias. En Europa, Bismarck continuó siendo el árbitro de las relaciones
internacionales a través de una sólido sist. de alianzas tejido bajo su hegemonía. Su sist.
diplo¬mático se basó en la Doble Alianza de 1879 (Alemania y Austria-Hungría), en la
Alianza de los Tres Emperadores de 1881 (Alemania, Austria-Hungría y Rusia), en la
Triple Alianza de 1882 (Alemania, Austria-Hungría e Italia) y en el Tratado Secreto de
Reaseguro firmado entre Alemania y Rusia en 1887.
En España, la política internacional de esos años quedó carac¬terizada por los liberales,
que reaccionaron contra el recogimiento canovista impulsando una acción exterior +
activa y el libre¬cambio en el intercambio comercial. La orientación de su política
Otro elemento destacado en la política exterior de esta etapa fue la adopción de una
política econó. librecambista. En 1881, hubo una denuncia general de tratados de
comercio, con objeto de entablar negociaciones para establecer nuevos acuer¬dos que
rebajaran las tarifas arancelarias vigentes entre España y cada uno de los demás países,
modelo de los cuales fue el Tra¬tado de Comercio suscrito por España y Francia en
febrero de 1882. La reorientación de la política económica exterior se mani¬festó
también en la aprobación de los aranceles de 1886, en los que se ponía en práctica una
reducción de derechos, lo cual favore¬ció la salida de productos españoles, aun¬que a
cambio obligó a la compra exterior de maquinaria. A la larga esa medida favoreció a la
industria textil catalana porque modernizó sus aparatos, lo cual se tradujo en una mejora
de la calidad y en un abaratamiento de la producción. Por el contrario, la política
libre¬cambista produjo la reacción adversa de los productores de trigo castellanos que
vieron en ella una amenaza a sus intereses.
El 4º aspecto que vamos a destacar es la crisis que se sus¬citó en 1885 con Alemania
por la soberanía sobre las islas Caro¬linas y Palaos. Ésta tuvo lugar durante el bienio
conservador en el que Cánovas volvió a ocupar el poder, y se desarrolló en el marco de
la expansión colonial de las grandes potencias. En 1884-1885 había tenido lugar la
Conferencia de Berlín en la cual se habían dictado unas nuevas premisas para regular la
expan¬sión colonial; premisas que exigían la ocupación efectiva de un territorio para
defender su posesión. Las grandes potencias comenzaban el definitivo reparto del
mundo y definían sus áreas de influencia. En el Pacífico, G. Bretaña, Alemania,
Francia, Rusia, e incluso un incipiente Japón, se distribuían islas, mer¬cados y colonias.
Además, las rivalidades entre compañías y comerciantes de diferentes países y las
difíciles relaciones que mantenían los distintos grupos de población, habían provocado
en las islas del Pacífico una situación de inestabilidad y desor¬den interno. En ese
con¬texto, Cánovas temió que si no ocupaba las islas de la Microne¬sia, otra potencia
lo haría en su lugar. Por ello decidió crear una nueva división naval en las islas
Carolinas y Palaos. El problema fue que Bismarck, alertado por los comerciantes de su
país de la próxima ocupación española de unos territorios donde los ale¬manes tenían
ya el predominio económico, decidió adelantarse a los planes españo¬les. La llegada de
los barcos españoles y alemanes a la isla de Yap se produjo con 2 días de diferencia. En
pleno proceso formal de toma de posesión de los españoles, los alemanes, enterados de
que la ceremonia definitiva aún no había tenido lugar, izaron su bandera y reclamaron el
protecto¬rado sobre las islas. Ello dio lugar a una agria controversia entre España y
Alemania. Bismarck había calculado que no encontraría una resistencia imp. a su
inicia¬tiva y que el gobierno español se limitaría a aceptar una política de hechos
consumados. Sin embargo, se encontró con que Cáno¬vas se reveló dispuesto a
defender con toda energía los derechos españoles sobre las islas y que, además, en
España se produjo una violenta y patriótica reacción popular. Las Carolinas se
convirtieron en territorio indispensable de la nación, y en la causa a través de la cual
España iba a demostrar que seguía siendo un país fuerte y vigoroso.
El asunto provocó una intensa negociación diplomática entre los 2 gobiernos, que
finalmente se resolvió por vía amistosa gracias a la mediación del papa León XIII. En
el Protocolo de Roma, firmado en diciem. de 1885 se reconocían los derechos de
soberanía reclamados por España, pero se concedía las ven¬tajas económicas
pretendidas por Alemania. Quizá lo + des¬tacado fue que el carácter de los términos
acordados determinó totalmente la colonización española de las Carolinas, el
asenta¬miento de los extranjeros y las relaciones entre la colonia y los residentes. Y es
que en el Protocolo se establecía que los comer¬ciantes de otros países podrían ejercer
libremente sus activida¬des, siempre que se asentaran en puntos del archipiélago no
ocupa¬dos por los españoles. En este caso, además, no se verían obli¬gados a pagar
ningún tipo de impuesto. Esto favoreció que los comerciantes interesados en explotar
las islas se establecieran lo + lejos posible de la colonia, y que se man-tuvieran alejados
de ella, excepto en los casos en los que se vie¬ron obligados a pedir la mediación o
protección de los españo¬les ante algún conflicto.
La alternancia en el poder.
Fue, por otra parte, una época de confrontación entre las refor¬mas que la realidad
social y política del país evidenciaba como necesarias e inevitables, y la tremenda
resistencia que las viejas estructuras de poder oponían a todo intento de cambio en
pro¬fundidad. Ello provocó inestabilidad, enfrentamientos, aparición de nuevas voces
en la escena política, frecuentes crisis de parti¬dos. Se afirmaron opciones divergentes
del sist. establecido, aparecieron nuevas fuerzas sociales, se intensificó la cuestión
social y se vivió un período de rápido crecimiento econó. aún con sus momentos de
crisis. Los años 90 significaron, en suma, una etapa de cambio y efervescencia, pero en
la que no acabó de cuajar la transformación y la renovación nacional, lo cual provocó un
crescendo de las tensiones sociales y políticas.
Uno de los grandes aciertos de la Restauración fue que, cuando el gobierno conservador
llegó nuevamente al poder en 1890, Cáno¬vas y su equipo decidieron respetar las
medidas adoptadas en la etapa liberal anterior. Ello supuso la consolidación de los
cimientos que permitirían la modernización de la nación.
Cánovas inició en los años 90 una nueva política. Defen¬dió que era necesaria la
intervención del Estado para resolver los problemas sociales y econó. planteados en la
sociedad de fin de siglo. Comenzó, por tanto, a proteger los derechos de los
trabajadores desde el gobierno, tratando de regular las condi¬ciones de trabajo
existentes y de mejorar sus condiciones de vida.
En esos 1os. años de la década de los 90, tuvo lugar una imp. crisis interna en el Partido
Conservador. Francisco Silvela abandonó la formación política al apoyar Cánovas la
rein¬tegración en la misma de Romero Robledo. Silvela y Romero tenían formas
opuestas de concebir la ética y la práctica política, incompatibles en el desempeño de un
mismo Ejecutivo. Defensor Silvela de la legalidad, de la moralidad + estricta, de la
reforma del Estado y la educación del ciudadano como vías para el desa¬rrollo.
Partidario Romero de solventar día a día la práctica polí¬tica, ajustando las medidas a
las necesidades del momento, ade¬cuando los resultados electorales a los objetivos
propuestos, fiel siempre a sus amigos y partidarios, a los que debía favorecer para
mantener sus apoyos. Ambas actitudes no podían adaptarse de manera simultánea en un
mismo gabinete, y por ello, al entrar Romero en el gobierno como ministro de Ultramar
en noviem¬bre de 1891, Silvela abandonó la cartera de Gobernación. Meses + tarde,
tras una discusión parlamentaria con Cánovas, en diciembre de 1892, Silvela decidió
romper con el partido. A corto plazo, este asunto, debilitaría la posición gobernante de
Cánovas, provocando la crisis total y el acceso de Sagasta en diciembre de 1892.
El Partido Liberal volvió al poder en 1892 con la firme voluntad de cohesionar a las
distintas fuerzas que componían esa formación política. Sagasta quiso formar gobiernos
de integración, en los cuales estuvieran representadas diferentes tendencias y
personalidades, que de nuevo manifestaron una decidida inten¬ción reformista. En esos
años Gamazo ocupó la cartera de Hacienda, y desde ella inspiró una nueva política
econó. y arancelaria encaminada a sanear la economía y a conseguir una mayor
transparencia en la distribución de la riqueza. Maura fue nombrado ministro de
Ultramar e impulsó imps. reformas en las colonias, con objeto de mejorar su
administración. Montero Ríos introdujo cambios en Gracia y Justicia. Moret se hizo
Además durante el año 1893 el gobierno de Sagasta tuvo que afrontar algunos
problemas nuevos y graves: los atentados anarquistas de Barcelona, la movilización
prenacionalista en S. Sebastián y, sobre todo, el conflicto militar de Melilla, con el
consiguiente desgaste y desprestigio internacional. La atención del Gobierno se vio
condicionada por estos acontecimientos, que obligaron a respuestas excepcionales: una
1ª ley de represión del anarquismo, reclutamientos y envío de refuerzos a Melilla, y
negociaciones con el sultán de Marruecos para obtener las correspondientes
compensaciones.
Sin embargo, las reformas que trataron de llevar a cabo los liberales en esta etapa, se
encontraron con una decidida resis¬tencia por parte de las viejas fuerzas de poder. Eso
hizo que las reformas emprendidas no acabaran de cuajar y dejaran un cierto
sentimiento de fracaso. El problema fue que la modernización era necesaria, y que si
las tensiones sociales, económicas y políticas no encontraban el cauce adecuado para
expresarse y para conseguir sus aspiraciones, antes o después acabarían por estallar de
una forma + dramática, como de hecho ocurrió.
Además, de alguna forma el fracaso propició también el fin de esa etapa liberal y la
aparición de voces disidentes de distinto signo. Por un lado, Antonio Maura que, tras la
desilusión origi¬nada por no poder llevar a cabo su proyecto reformista en Ultramar,
inició su acercamiento a los conservadores. Por otro lado, José Canalejas, apareció en
el horizonte como un posible relevo en el líderazgo y en la orientación del partido.
En 1894 y 1895, las diferencias entre las distintas corrientes liberales, forzadas a una
difícil convivencia y afectadas por los fracasos de su proyecto político, provocaron
varias crisis de gobierno, que finalmente condujeron a la caída del Ejecutivo en marzo
de 1895. El motivo que lo originó era fútil en comparación con los temas de la gran
política: un grupo de oficiales del ejército asaltó la redacción de varios periódicos de
Madrid considerando que habían publicado noticias injuriosas sobre ellos. Martínez
Campos trató de forzar que el asunto fuera resuelto por tribunales militares. Sagasta no
quiso aceptar ninguna presión en tal sentido y presentó su dimisión.
La presencia de Pidal y Mon en el Gobierno, parece que por expreso deseo del rey,
llenaba uno de los objetivos + deseados por Cánovas: integrar a los católicos en el
régimen, apartándolos del carlismo y del abstencionismo político. Objetivo, por otras
razones, compartido e impulsado por la Santa Sede.
de cargos eclesiásticos, etc. Durante los años en que estas cuestiones enfrentaron a la
Igle¬sia y al Estado se puso de manifiesto una evolución en ambos bandos.
Junto a ello, en esos años finales de siglo, se produjo una aper¬tura del catolicismo
hacia los trabajadores. En 1891 León XIII publicó la encíclica Rerum novarum, en la
cual llamaba la aten¬ción sobre la situación de las clases + desfavorecidas y plan¬teaba
la obligación social de intervenir para resolver los pro¬blemas planteados. Bajo esa
advocación nació un sindicalismo católico preocupado por la cuestión social y un
asociacionis¬mo obrero de carácter religioso, que tuvo un éxito muy relativo (Círculos
Católicos Obreros, entre otros). También las congregaciones religiosas femeninas
desarrollaron una encomiable labor en hospitales, orfelinatos, asilos y centros
asistenciales. Pero en general, la Igle¬sia pareció + ocupada por la educación de las
clases medias y acomodadas, imprimiéndole una orientación extremadamente
conservadora.
Reacción anticlerical.
Los republicanos
El fracaso de los proyectos del Sexenio Democrático había dejado bajo mínimos la
credibilidad de los republicanos, cuyo principal partido, el Federal, se hallaba en 1875
en proceso de descomposición, con procesos divergentes encabezados por los 4 ex-
presidentes de la República y con los radicales de Ruiz Zorrilla sin fuerzas suficientes.
El nuevo gobiernos promulgó una serie de leyes restrictivas sobre las libertades de
reunión y asociación y de expresión, lo que dejó a los republicanos fuera de la ley
durante los primeros años, lo que acentuó su debilidad. Los líderes se alejaron de la vida
pública (sólo 7 republicanos, a título personal- entre ellos Castelar-, fueron elegidos
diputados en 1876 ), y en muchos casos se prosiguió la lucha en la clandestinidad.
1.2 El exilio
El retraimiento y decadencia de los republicanos movió a estos a aceptar las bases del
régimen e integrarse, con reticencias, en el sistema. Así, en 1879 (segundas elecciones
generales), Castelar y Martos se presentaron en coalición con el partido de Sagasta y
obtuvieron así 16 diputados. Cristino Martos promovió la unidad republicana creando el
Partido Progresista Demócrata (1880), que significó la vuelta al marco legal de las
fuerzas republicanas.
Pese a la debilidad y a la parcial aceptación por parte de los republicanos del cauce
legal, se producirían esos mismos años dos sublevaciones republicanas importantes. En
la primera (1883), se sublevaron parte de las guarniciones de Badajoz, Santo Domingo
de la Calzada y La Seo de Urgel, y en la segunda el brigadier Villacampa, en Madrid.
Ambas fracasaron y sus consecuencias últimas fueron la relegación a la legalidad del
republicanismo y el acercamiento de muchos de los militantes del partido radical a las
organizaciones obreras tras el traslado de Ruiz Zorrilla a Londres y el debilitamiento
consiguiente de su facción.
4. División:
Eran partidarios de las acciones de fuerza para acceder al poder, entre ellas el golpe
militar.
5. Republicanos unidos:
Los carlistas
El partido declinó con la solución de los problemas dinásticos y religiosos, sobre todo a
partir de la muerte del pretendiente, Carlos VII (1909), y la escisión del partido (1919).
Organizaciones obreras
1.1 Objetivos
Como repuesta, el Gobierno promulgó la primera Ley Antiterrorista (1894), que se usó
de manera muy arbitraria para reprimir tanto a los autores de los atentados como a las
asociaciones que supuestamente los apoyaban, iniciándose una auténtica caza de brujas
contra todos los elementos libertarios, una feroz represión y una serie de macroprocesos
(como el de Montjuich) sin apenas garantías para los acusados, que acababan en penas
de muerte, cadenas perpetuas o deportaciones.
La espiral de violencia no hizo sino extremar las posiciones y generar más inestabilidad
y atentados por parte de los anarquistas, cada vez más hostigados. Así, en 1896 se
produjo en Barcelona un atentado contra la procesión del Corpus, muy sangriento, e
incluso un anarquista italiano asesinó a Cánovas en 1897, con lo que el ambiente social
se quebró definitivamente actuando los elementos policiales con total impunidad contra
cualquier elemento sospechoso.
2 Movimiento socialista
El PSOE se definió como partido de clase, con el objetivo de la abolición final de todas
las clases sociales para convertirlas en una única de trabajadores libres e iguales,
honrados e inteligentes, la propiedad colectiva, la enseñanza integral, la organización de
una federación económica que garantizara a los trabajadores la redistribución de la
producción. Para ello, se organizarían en partido político que luchara por las libertades y
derechos individuales y las reformas administrativas y económicas y todas aquellas que
se acuerden según las necesidades de los tiempos. El partido se articularía en
agrupaciones locales que cada dos años se reunirían en congresos para decidir la
estrategia a seguir y elegir a un Comité Nacional radicado en Madrid.
2.4 Implantación
Los nacionalismos
Desde los círculos culturales se promovió una cultura propia a través del movimiento
intelectual y literario de la Renaixença, los artistas del noucentisme y el modernismo o
instituciones como el Ateneo de Barcelona o la Academia de Jurisprudencia. Además,
ya desde los años setenta aumentan las publicaciones regionalistas, afirmándose la idea
de nación catalana. Así, Juan Mañé, director del Diario de Barcelona, o el obispo de
Vic, José Torras, alcanzaron cierta ascendencia sobre los círculos burgueses o la
Cataluña rural, tradicionalista y confesional, respectivamente. En 1877 aparecería el
Diari Català, decano de la prensa en catalán.
3. El nacionalismo vasco
En 1876 se suprimieron los fueros vascos, aunque se dotó a las provincias forales de
cierta autonomía financiera merced a los Conciertos Económicos (1878), que
consagraban la función fiscal de las diputaciones forales. Dicha supresión provocó un
movimiento en defensa de los derechos históricos que conllevó la afirmación del
euskara y las particularidades regionales.
Sabino Arana convirtió los fueros en el símbolo de la soberanía vasca, afirmando que
los vascos constituían una nación particular en virtud de su raza, religión, lengua y
costumbres, idealizando el mundo rural y las tradiciones ancestrales, en contraposición
con el mundo industrial que se abría paso, por lo que se implantó sobre todo en el
campo, e incidió en la necesidad de la euskaldunización (implantación del euskara).
4. Galicia
5. Valencia
Pero en 1898, España perdió los últimos restos de su imperio colonial en el Caribe y en
el Pacífico. Todo ello a consecuencia de un enfrentamiento bélico con los EEUU,
enfrentamiento que el gobierno español no quiso evitar por temor a que se produjese un
golpe militar contra el régimen si se cedía a las pretensiones norteamericanas. El fin de
siglo estuvo marcado por una gran sensación de crisis en el ámbito nacional.
A pesar de los esfuerzos del gobierno para mantenerse todos unidos ante los hechos, la
sociedad se dividió en dos grandes grupos: entre aquellos que apoyaban la guerra y los
que optaban por una solución pacífica.
-Partidos dinásticos: para ellos el conflicto era un mal menor, un desenlace rápido y
honroso a un problema que realmente no tenía otra solución.
-La prensa jugó también a favor de la guerra. Creó un clima totalmente predispuesto a
ella y dio informaciones falsas sobre el conflicto, así como la publicación de mitos
sobre la superioridad cultural y militar española sobre los yanquis; caldeando el
ambiente.
-La Iglesia también apoyó el esfuerzo bélico. Celebró manifestaciones religiosas en las
despedidas de los combatientes como si de una causa santa o nueva cruzada se tratase.
Una vez que la guerra se extendió a Filipinas poniendo en peligro a las órdenes
religiosas instaladas allí, el apoyo de este sector a la guerra se hizo más evidente.
-En un principio los carlistas apoyaron la guerra. Pero cuando vieron que con el avance
del conflicto aumentaba el descontento social y que para ellos esto podría significar la
caída de la monarquía, optaron por presentarse como la opción salvadora.
Sin embargo carecían del suficiente arraigo como para actuar por sí solos. La única
posibilidad de conseguir sus objetivos vendría del levantamiento (Ocurrieron acciones
aisladas de este tipo en el año 1900: un asalto a un cuartel de la Guardia Civil en
Badalona, episodios menores en Cataluña y Valencia.Pero todos ellos carecían de
significación alguna.) de cualquier militar descontento, algo que tampoco se llegó a
producir.
Por otra parte, quienes no apoyaban el conflicto desando una solución pacífica ante los
hechos estaban:
Exceptuando a los federales, los demás grupos políticos adoptaron una postura
contradictoria: apoyaban las ideas autonomistas y las reformas en las colonias pero
también adoptaron una postura patriótica frente a la guerra, exaltando la necesidad de la
victoria, pensando que la derrota se volvería contra el régimen y lo haría caer.
Los grupos con intereses en las islas (Comerciantes, hacendados, inversores, militares y
funcionarios destinados a las islas, órdenes religiosas de Filipinas...), vivieron el
conflicto con seria preocupación, algo lógico porque estaban en juego sus ganancias
económicas.
- Las Ligas agrarias en Galicia se desarrollaron fruto del malestar popular, sobre
todo rural, durante la guerra.
Al ponerse en cuestión el futuro de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y las islas españolas de
la Micronesia, se abrió un debate internacional sobre el provenir de estas colonias.
Las potencias del momento ven una buena oportunidad para intentar sacar provecho de
la situación, entrando en juego el factor del Imperialismo.
Para ser una auténtica potencia era necesario el poseer colonias. Es por ello que países
como EEUU se inmiscuya el la política de otros países con el objetivo de sacar
beneficios de ellos.
En 1895 Cánovas buscó ayuda en Gran Bretaña. La respuesta que obtuvo de Salisbury
fue que (preocupado en conseguir el apoyo norteamericano para frenar la expansión
colonial rusa), les ayudarían siempre y cuando España otorgase la autonomía a Cuba.
En 1896, Cánovas volvió a solicitar ayuda a las potencias europeas con el propósito de
obtener el apoyo necesario para hacer frente a los EEUU.EEUU declaró inamistosa
cualquier alianza con España, quedando de nuevo la petición de ayuda en el aire. En
1898, Sagasta vuelve a solicitar ayuda. La regente, Mª Cristina de Habsburgo, también
había solicitado apoyo a varios monarcas europeos, para que intercediesen ante los
gobiernos de sus países.
Guerra de Cuba
Todo ello, junto con el cambio de legislación, provocó que se pasase de un sistema
esclavista a uno asalariado, aumentando con ello el número de trabajadores contratados
en la Península.
- Situación política
Durante los años 90 se produjo una separación entre la metrópoli y la colonia, que
culminó en la guerra cubana por la independencia.
-Partido Liberal Autonomista: creado por la burguesía cubana, apoyada por intelectuales
y profesionales, hacendados criollos sin mucho capital y por la población rural.
Ambos partidos apoyaban la continuidad de España como metrópoli, aunque cada uno
de ellos representase distintos sectores de la sociedad cubana.
La situación política, económica y social de Cuba en las últimas décadas del s. XIX fue
notable. Pero la actitud de la administración española fue desilusionante porque
mantuvo unos planteamientos inmovilistas que estimularon el descontento de amplios
sectores de la sociedad cubana. Así, no se aceptó la creación de una Cámara insular que
tendría que ser elegida directamente por los propios cubanos y que se tendría que
encargar de asuntos de interés local como los presupuestos, el gobierno municipal, la
educación, la sanidad, las obras públicas o las comunicaciones.
Es lógico que ante esta situación las protestas fuesen cada vez mayores.
Desde la llamada “Guerra Chiquita” (iniciada en 1879 bajo inspiración de José Maceo y
Calixto García), no cesó la agitación en la isla.
Esta política arancelaria favorecía a los productos cubanos en contra de los intereses
peninsulares.
Esto causó una gran preocupación entre los grupos peninsulares con intereses en Cuba,
quienes presionaron para que se pusiese freno a la política de Fabié.
La oposición contra estas medidas fue unánime en toda la isla, colocando a los
productores cubanos al borde de la rebelión en el verano de 1892.Meses después, caía el
gobierno de Cánovas.
Los liberales, al llegar al poder, impulsaron una nueva política reformista. En junio de
1893,Antonio Maura presentó un proyecto de reforma bastante moderado, que pronto
fue rechazado por los conservadores peninsulares ( que lo veían excesivo) y por los
autonomistas cubanos ( para quienes no cumplía ni una sola de sus expectativas)
Pero era demasiado tarde, el proceso de lucha por la independencia- a estas alturas-ya
era imparable. Ni tan siquiera la concesión de autonomía decidida por Sagasta tras la
muerte de Cánovas ( otoño de 1897y que fue puesta en práctica a principios de 1898)
Durante los años 90 una serie de factores (reformas administrativas adoptadas por Cuba,
las cuales refuerzan el poder central del Estado, creciente peso político de las clases
medias y trabajadores cubanos, progresiva dependencia de la economía cubana de los
EEUU, diferencia entre los intereses económicos de los cubanos y los españoles e
imposibilidad del Estado español para financiar el gasto cubano), hicieron necesaria y
urgente la necesidad de una reforma del sistema político y económico.
Sagasta propuso medidas autonomistas que llegaban muy tarde. Los distintos gobiernos
españoles fueron incapaces de solucionar el problema. La guerra entre Cuba y España y
el fin de la relación colonial entre ambas estaba a punto de estallar.
- La Guerra
La rebelión estaba capitaneada por Máximo Gómez y apoyada por José Martí.
Éste da la orden desde Nueva York para que empiece la insurrección. La reacción
política en la metrópoli se produce en forma de cambio de gobierno: Sagasta facilitó la
alternativa al Gobierno de Cánovas, cuya principal tarea será la organización financiera
y militar de la guerra cubana.
A ellos se sumaron los sectores contrarios al gobierno colonial impuesto por España.
¿Cuál fue la postura del gobierno español ante esta rebelión? Cánovas en un principio se
negó a negociar con los rebeldes. No contemplaba ni la separación ni la independencia
de la isla, por lo que el primer objetivo del gobierno español era lograr la pacificación.
Pero la insurrección se extiende por toda la isla, amenazando incluso a La Habana, sede
del capitán general, el cual aconseja a Cánovas a adoptar una política más dura e
intransigente e incluso a que se nombrara como su sustituto al general Weyler; quien es
nombrado capitán general, llegando a la isla en febrero de 1896 dispuesto a ganar la
guerra a cualquier precio.
El enfrentamiento no tenía vistas de una solución fácil, debido en parte a que el apoyo
con el que contaban los rebeldes era demasiado grande.
Ningún político español quería perder la isla. Todos eran conscientes de la gran riqueza
de ésta, amén de que su pérdida sería un gran deshonor que traería graves consecuencias
para la estabilidad del régimen.
A pesar de los refuerzos con los que contaba Weyler, los rebeldes cubanos fueron
aumentando sus efectivos y sus fuerzas. Controlaban la selva y actuaban por sorpresa
sobre las tropas españolas.
Recibían ayuda del exterior, sobre todo de EEUU quien les proporcionaba armas,
municiones y voluntarios. España temía la participación de los EEUU en la guerra por
lo que los diplomáticos españoles trabajaban para retrasarla lo más posible; pero el fin
de la presidencia de Cleveland (partidario de la soberanía española sobre la isla, aunque
con concesiones), provoca un gran cambio: el nuevo presidente McKinley inicia una
etapa más abiertamente intervencionista.
Viendo que el conflicto no tenía vistos de acabar de forma rápida y que estaba
perjudicando a sus intereses, EEUU fue aumentando sus intervenciones en la isla.
La decisión final la tomó la reina regente, MªCristina, quien-a pesar de sentir mayor
simpatía por Sagasta- se inclina hacia la postura de Cánovas.Alega que era la postura
más prudente y la que mayor seguridad ofrecía para mantener la integridad territorial de
España.
Cánovas dio órdenes a Weyler para que intensificase los esfuerzos bélicos. Weyler tenía
de plazo para acabar con el conflicto hasta finales de año. Si a partir de esa fecha la vía
militar no hubiese servido de nada, habría que buscar otra solución.
Para muchos autores (Ferrara, Espadas, Julian Campanys), detrás del asesinato de
Cánovas se hallaban grupos con intereses cubanos, teoría que a día de hoy no ha podido
ser confirmada.
Tras el asesinato de Cánovas, Sagasta llega al poder y con él llega también la política
autonomista que los liberales llevaban tiempo proponiendo.
Weyler fue sustituido por el general Blanco quien se inclina hacia una línea de acción
más conciliadora. Se abandonan los planes militares y la política llevada en los últimos
años. La política de los liberales era reducir las acciones militares y pasar a la acción
política.
Pero estas medidas llegaban demasiado tarde y apenas pudieron ser puestas en práctica.
Para los cubanos, la autonomía ya no era suficiente: querían la total independencia.
Tampoco los norteamericanos se iban a conformar con esta cesión. A estas alturas del
conflicto, estaban muy implicados en la isla y dispuestos a decidir su futuro.
Desde entonces, la presión entre EEUU y España se fue incrementando. EEUU buscaba
hacerse con el control de Cuba, haciéndose la situación insostenible y estallando la
Guerra Hispano-Norteamericana.
Guerra Hispano-Norteamericana
- Motivos políticos: a finales del s. XIX, EEUU era un país muy rico y poderoso.
Poseía un alto grado de desarrollo en el campo de la agricultura, la industria, el
comercio y las infraestructuras. Su sistema político estaba totalmente
consolidado por lo que aparecen grupos (compuestos por: políticos republicanos,
estrategas, militares, oficiales de la marina, comerciantes de mercados
exteriores, empresas navieras, compañías que querían tender cables telegráficos,
misioneros y sociedades humanitarias), que exigen una política exterior más
activa, la cual permitiese a los EEUU desempeñar el papel de gran potencia en el
ámbito internacional. Desde que comenzó la insurrección en la isla, la población
norteamericana se posicionó del lado cubano. Creían legítima la lucha de los
cubanos y sus reivindicaciones a un derecho a ejercer su propia soberanía. Por
otro lado, pensaban que España gobernaba Cuba de manera autoritaria e
intolerable, cometiendo abusos sobre la población.
- Motivos económicos: la mayor parte del sector dedicado a los negocios era
reacio a entrar en guerra. Pensaban que esta decisión sería negativa para la
marcha de la economía norteamericana. Tan sólo un pequeño sector económico
que tenían propiedades en Cuba, junto a comerciantes y navieros que operaban
en la isla, eran partidarios de entrar en el conflicto por razones obvias. La guerra
de Cuba terminó por afectar a toda la comunidad de negocios. Los rumores
sobre una inminente intervención hacían oscilar el mercado, obstaculizando la
marcha de la economía norteamericana. Por ello, lo que más deseaba el mundo
económico era que se resolviese el problema cubano de una vez por todas.
Preferían una guerra corta a una larga incertidumbre, por eso es que la
intervención norteamericana en la guerra cubana contó con un amplio apoyo de
este sector.
- Motivos políticos: el Congreso apoyaba a una Cuba totalmente libre. Pero tuvo
que llegar a la presidencia del país McKinley (llegó al poder en 1896. Cleveland,
su antecesor, no sólo se negaba a participar en el conflicto sino que animó al
gobierno español a conceder la autonomía a Cuba con tal de ver la isla en paz.
Temía que el conflicto hispano-cubano terminase por salpicar seriamente a los
intereses norteamericanos), para que eso se llevase a cabo. En un principio,
McKinley inclinó su política hacia los problemas de orden interno, el desarrollo
económico y las tarifas aduaneras. Por eso, trató de negociar en un principio con
España para que ésta acabara con la insurrección en Cuba y cambiase su política
en la isla. Posteriormente, McKinley modificó sus objetivos e intentó conseguir
el control sobre el archipiélago por medios pacíficos. Su postura se fue
radicalizando a lo largo de 1897,al ir aumentando el grupo de quienes señalaban
que España estaba perdiendo el control de la situación en Cuba, que los cubanos
más revolucionarios se podrían hacer con el control de la isla y que las pérdidas
económicas iban aumentando. Poco a poco se fue extendiendo por los EEUU el
clamor a favor de una intervención en Cuba.
Oficialmente, el barco explotó por una mina colocada desde el exterior de forma
deliberada (tesis que hoy en día se sabe que es incierta), culpando de la autoría de los
hechos a los españoles.
Para colmo ese mismo mes se detectó y publicó en varios periódicos estadounidenses,
una carta privada del ministro español en Washington (Dupy de Lôme) quien criticaba
abiertamente al presidente McKinley.Este hecho originó un gran escándalo, caldeando
aún más el ambiente ya de por sí tocado tras la explosión del Maine.
Par echar más leña al fuego, la prensa norteamericana no cesaba de publicar artículos
incendiarios contra el gobierno español y de las supuestas atrocidades que cometía en la
isla.
En marzo de ese mismo año (1898) comenzaron los preparativos para la intervención
norteamericana. El gobierno estadounidense envió una serie de notas al gobierno
español en las que solicitaban un armisticio, pero con una serie de condiciones (la
última de ellas fue la intención de que España negociase con los EEUU la
independencia de Cuba), imposibles de cumplir por el gobierno de Sagasta.
España solicitó la ayuda de otros países en el conflicto en tres momentos concretos: para
frenar la intervención norteamericana en Cuba, para evitar la guerra con los EEUU y
para minimizar las consecuencias del enfrentamiento.
Ninguna nación ofreció su ayuda. Todos esperaban ver cuál sería la postura que
adoptase Gran Bretaña antes de dar el primer paso.
Para no dejar a España sin respuesta, le proponen que solicite la ayuda a la Santa
Sede.Consideran que la figura del Papa era una fuerza que ambos contendientes
respetarían, a la vez que no comprometía políticamente a nadie.
Para entender mejor la postura de las potencias europeas, habría que hacer un pequeño
repaso para ver cómo era la situación política y los intereses de cada una de ellas:
Gran Bretaña permanecía aislada. Busca el apoyo de los EEUU para seguir
manteniendo esta situación.
Por sí sola no podía hacer nada. Si las demás potencias europeas prestaban su
apoyo a España, Austria-Hungría también lo haría.
Por otro lado, la defensa del principio monárquico al que se alude desde España
poco importa a la Francia republicana.
Cervera quiso inutilizar sus buques para trasladar la lucha a tierra. El gobierno español
no lo autorizó a ello y el 3 de julio perdía todos sus barcos en un combate que Cervera
sabía de antemano que no podía ganar.
El 12 de julio cayó Santiago. El gobierno español, había hecho todo lo posible para
defender sus colonias, pero había llegado el momento de pedir la paz.
Durante dos meses se estuvo discutiendo sobre cuál sería el futuro de las colonias.
EEUU quería la totalidad del archipiélago filipino, a cambio España recibiría 20
millones de dólares. Las exigencias norteamericanas habían ido aumentando con el paso
del tiempo. De reclamar una base naval en Manila, el gobierno norteamericano había
pasado a solicitar todo el archipiélago.
El otro punto a tratar fue el del problema de la deuda cubana. EEUU se negaba a
hacerse cargo de los gastos y obligaciones de la deuda de Cuba (cercana a los
455710000 dólares), deuda que España intentaba traspasar junto con la isla.
El Tratado de París
El porqué del apoyo británico a los alemanes es debido a que Gran Bretaña intentaba
que se realizase un equilibrio en el Pacífico y con ello alejaba a Alemania de las áreas
de interés prioritarias para los británicos. Inglaterra podía seguir manteniendo con ello
su hegemonía en este ámbito.
La pérdida de los territorios coloniales supuso para España una quiebra en su posición
que hasta ese momento ocupaba en la escena mundial. El fin del imperio de ultramar
significó para España el ocaso como potencia soberana de territorios repartidos por todo
el mundo.
A partir de ese momento, la política exterior giraría hacia la búsqueda de una garantía
exterior que asegurase la protección del territorio, afianzase sus límites y posesiones
extrapeninsulares.
Para ello, habría que potenciar la capacidad ofensiva, mejorar el Ejército y la Marina y
comenzar a realizar pequeñas incursiones en la política internacional, con la que se
lograrían acuerdos con las grandes potencias del momento.
Como primer paso para ello, se inclinaron a realizar una política exterior hacia Francia y
Gran Bretaña que culminaría en los acuerdos de 1904 y 1907.
Comenzó una crisis en la conciencia nacional, una intensa reflexión sobre España y su
papel en la historia. Se habló de la “España sin pulso”, extendiéndose el sentimiento de
que la nación había entrado en una fase agónica.
Este pesimismo generalizado fue el que originó la idea del “desastre” (lo cierto es que
esta visión catastrofista no se correspondía totalmente con la realidad. La crisis militar y
colonial que estaba viviendo España no era tan diferente a las sufridas por otros países
europeos en la misma época. Las repercusiones que originó esta crisis fueron limitadas
y la nación en general no estaba tan atrasada como decían. Los resultados de la
contienda no provocaron grandes cambios en el mapa político español, ni supusieron
una amenaza para el régimen. El sistema político de la Restauración no sufrió ningún
cambio, manteniéndose todo lo anterior a 1898: la Constitución, el titular de la Corona,
la composición de las Cortes, los mismos partidos e incluso los mismos mecanismos
políticos que tanto habían criticado).Comienza a urgir la necesidad de mejorar, de
sanear y modernizar España.
Surge entonces el regeneracionismo, ideología que actuó a finales del siglo XIX y
comienzos del XX, de orientación reformista y con una importante carga utópica.
Aunque esta ideología se impone en la crisis del 98,lo cierto es que las voces que piden
un cambio ya vienen sonando desde tiempos atrás, desde los años 80 del siglo XIX.
La diferencia es que este cambio es pedido ahora desde los periódicos y órganos de
opinión día tras día.
Desde la revista La España Moderna (dirigida por Lázaro Galiano), de las actividades
de la Institución Libre de Enseñanza o desde el Ateneo de Madrid, se pide la necesidad
de un cambio para sacar al país del hastío en el que está sometido.
A partir de 1898 surgen muchas de las corrientes que conformarían la España del s. XX.
Tras la muerte de Cánovas llegan al liderazgo del partido Francisco Silvela y Antonio
Maura, dos políticos caracterizados por su honestidad política, su deseo de reformar la
sociedad y su preocupación por la autenticidad del sufragio y de los resultados
electorales.
Le sucedió Francisco Silvela, nuevo líder del Partido Conservador tras la lucha que se
generó tras la muerte de Cánovas.
Sus principales objetivos eran moralizar la vida pública, neutralizar la amenaza militar,
integrar a los nacionalistas en la política del estado, liquidar las deudas de guerra y
sanear la economía.
Eduardo Dato realizó una destacada labor de legislación social: aprobó leyes sobre los
accidentes de trabajo y regularizó el trabajo de mujeres y niños.
Fernández Villaverde, como ministro de Hacienda, emprendió la que sin duda fue el
aspecto más relevante del primer gobierno de Silvela.Intentó reorganizar la Hacienda
pública, trató de estabilizar la economía, de equilibrar los presupuestos, remontar el
déficit, contener los precios y revalorizar la peseta.
Para tratar de acallar las protestas, en septiembre de 1899 se aprobó un Real decreto que
adoptaba medidas represivas contra toda agresión al orden y a la unidad de la patria.
Durán y Bas se queda sin el apoyo de Polavieja en las causas regionalistas, por lo que
poco puede hacer a favor del clamor catalanista.
Este grupo se opuso a las medidas de Silvela.Entre abril y junio de 1900 organizó una
huelga de contribuyentes en la que se incitaba al impago de los impuestos. Las
manifestaciones fueron muy violentas en Barcelona, donde se mezclaron las causas
económicas con las nacionalistas. Se llegó a declarar el estado de guerra en la Ciudad
Condal.
Aunque la huelga fracasó y se disolvió la Unión, el gobierno de Silvela había sido muy
dañado.
Tras el breve gobierno de Azcárraga (su gobierno fue una especie de puente entre el
gobierno saliente (el conservador de Silvela) y el posterior de Sagasta. Azcárraga
asumió el poder para evitar la entrada de los liberales(recodar que existía la rotación de
partidos en el poder) en el gobierno, ya que éstos se oponían a la boda de la princesa de
Asturias con D.Carlos de Borbón-Nápoles (hijo del conde de Caserta quien había
apoyado al aspirante Carlos III), debido a las resonancias carlistas que tenía el novio.
Tras la boda( que generó el rechazo unánime de todas las fuerzas progresistas por lo que
para evitar incidentes se llegó a declarar el día del enlace el estado de guerra en
Madrid), Azcárraga dimitió de su puesto), en marzo de 1901 comienza el último
gobierno de Sagasta y también el último para la Regencia.
El gobierno de Sagasta fue un gobierno de gran inquietud social, con numerosas huelgas
y disturbios en toda España que culminaron en la huelga general de febrero de 1902.
Se proponen nuevas leyes para regular las asociaciones, para arbitrar huelgas y para
transformar el impuesto de consumos y aduanas con vista al abaratamiento de los
productos de subsistencia.
Pero este propósito queda aparcado en el momento en el que Alfonso XIII cumple su
mayoría de edad. El 17 de mayo de 1902,Alfonso XIII cumple 16 años. Puesto que
había sido proclamado rey el mismo día de su nacimiento, juró la Constitución y asumió
la plenitud de sus funciones en esos días.
Pero estos cambios resultaron insuficientes y a pesar de los esfuerzos de Silvela, Maura
o Canalejas, no se llegó a responder de forma suficiente a las exigencias de la nación.
Los mismos problemas que se habían intentado solucionar en la crisis derivada del 98
seguían patentes, siendo el sistema político incapaz de renovarse para acabar con ello.
Esta incapacidad resultará nefasta, dejando vía libre a la intervención militar; algo que
marcará gran parte de los acontecimientos que se vivirán en la España del s. XX.
A lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, el sistema político de la Restau-
ración implantado en 1876 permaneció en lo esencial inalterable.
El sistema canovista había funcionado bien gracias al pacto para alternarse pacífica-
mente en el gobierno de los dos grandes partidos dinásticos, el liberal y el conservador,
cuyos factores de cohesión eran la dependencia clientelar y las relaciones privadas de
amistad y familia. Esta alternancia era pactada previamente al resultado electoral
atribuyéndose un determinado cupo electoral, es decir, negociaban el encasillado
(“encasillado” es un término que hacía referencia a las casillas correspondientes a los
distritos que componían el organigrama electoral elaborado por el Ministerio de
Gobernación, que se publicaba sin pudor en los órganos de prensa). El Ejecutivo,
enviando por telégrafo circulares a los gobernadores civiles señalaba el nombre del
candidato que debía ser elegido, siendo esto posible gracias al gran control ejercido
sobre el electorado que mostraba una clara inclinación a votar de acuerdo con los deseos
de “los de arriba”. A pesar de que pudieran existir métodos coercitivos para doblegar al
electorado, en España el voto mediante coacción o violencia no era predominante.
Tampoco era libre, era un voto “mediatizado” o “cautivo”. En una sociedad,
mayoritariamente rural como la española, los electores votaban de acuerdo con la
voluntad de sus señores por respeto a una autoridad tenida por natural.
Desde los primeros años del siglo XX comenzó a reducirse la capacidad del gobierno de
imponer su voluntad, es decir, se produce un debilitamiento del poder central. Así, con
el paso del tiempo, los distritos disponibles del Ministerio de la Gobernación (más del
80% al principio del régimen) fueron disminuyendo y aumentando los distritos
“propios”, es decir, donde existía un candidato local como representante de los intereses
locales. Frente a la práctica anterior de imponer diputados “cuneros”, se refuerza la
tendencia del electorado a votar a sus naturales que procuraban dar satisfacción a sus
votantes. Estas elites políticas, conscientes de la importancia del clientelismo político,
dedicaron mucho esfuerzo a satisfacer las pretensiones ajenas con el único objetivo de
rodearse de un amplio grupo de amigos y seguidores beneficiados de sus favores, en
otras palabras redes clientelares. Redes clientelares estables y duraderas al ser
instrumento de dominio que, en algunos casos (como por ejemplo Romanones que llegó
a lograr el distrito ministerial (los distritos ministeriales los disponía el ministro de la
Gobernación), por Guadalajara, por la habi-litación arreglada por el padre de su novia,
Ministro de Gracia y Justicia, y estuvo medio siglo sentándose en el Congreso en
representación de Guadalajara.
Este aumento de la influencia de los notables locales, hizo que su poder frente a la je-
fatura de sus partidos también creciera. Debido a la tradicional escasa cohesión y menor
control sobre sus miembros, como podemos comprobar en el elevado abstencionismo en
las Cámaras, se produjo una creciente fragmentación en los partidos dinásticos. Esta
frag-mentación se hizo más patente tras la desaparición de Cánovas y Sagasta –los dos
grandes líderes del turno-, en 1897 y 1903 respectivamente.
En esta situación de fragmentación de los partidos del turno, fue adquiriendo un cre-
ciente protagonismo político el rey. La Constitución de 1878 atribuía al monarca
enormes prerrogativas que le hacían cosoberano junto con las Cortes al sancionar una
soberanía compartida. Este mismo principio había estado presente en otros países que
evolucionaron, desde una monarquía constitucional, hacia una monarquía parlamentaria.
En España la evo-lución fue la opuesta y el poder del rey fue en aumento frente al del
Otro factor que contribuyó al aumento de la lucha electoral fue el avance de la movili-
zación política del electorado urbano cada vez más independiente. En las áreas más des-
arrolladas las masas abandonaron la actitud de apatía e indiferencia para participar en la
vida política guiadas por un deseo de cambio, votando a partidos contrarios al turnismo,
pro-duciéndose un paulatino aumento del voto libre y una creciente ideologización, una
demo-cratización, de la vida política.
Tras la crisis del 98 desde dentro de los partidos dinásticos hubo propuestas de reno-
vación e iniciativas para reformar el sistema desde dentro, es decir, desde el gobierno,
para evitar que se hiciera desde abajo, para evitar la amenaza revolucionaria.
De todos ellos el proyecto regeneracionista más global y ambicioso fue sin duda el de
Antonio Maura que, procedente de las filas liberales, se incorporó al Partido
Conservador en 1902. Al año siguiente era ya sucesor de Silvela al frente del partido y
en diciembre, con cin-cuenta años, ocuparía por primera vez la presidencia del Consejo
de Ministros. Maura se presentó a sí mismo como la solución que el país necesitaba, su
programa –su famosa “re-volución desde arriba”- partía de la necesidad de acometer
desde el gobierno profundas reformas que lograran evitar la desmovilización social (lo
que Maura definía como ausencia de ciudadanía) que se traducía en la pasividad de la
mayor parte de la sociedad. Para ello creía fundamental movilizar desde el poder a la
sociedad neutra, a la sana mayoría silenciosa, legitimando el sistema y haciéndolo
funcionar correcta y eficazmente.
La reforma del Estado, creía Maura, debía pasar por dotar de autenticidad a un sistema
representativo totalmente falseado. Así en las elecciones de 1903, las primeras de la
monarquía de Alfonso XIII, Maura no quiso y se negó a utilizar los “instrumentos
electorales” para favorecer al candidato predilecto del gobierno. Sin embargo, esas
elecciones estuvieron lejos de ser limpias porque al faltar el habitual apoyo oficial, el
caciquismo local hizo uso de todo su arte para hacer votar incluso a los muertos.
El Partido Liberal, por el contrario, estaba sumido en una profunda crisis tras la muerte
de Sagasta en 1903. Al no haber una clara sucesión y sí muchos candidatos, la
consecuencia fue la disgregación en fracciones personalistas rivales que se disputaban el
liderazgo del partido. De esta forma, cuando le tocó al Partido Liberal el turno de
gobernar, demostró una auténtica esterilidad política y una enorme inestabilidad, como
prueban los seis diferentes gabinetes en el bienio liberal de 1905 a 1907.
José Canalejas, como Maura, protagonizó también un intento de renovación del sistema
de la Restauración desde dentro. Ambos son, con mucho, las figuras más relevantes de
los partidos dinásticos durante el reinado de Alfonso XIII, coincidiendo en las
posibilidades para lograr una progresiva evolución democrática. Por el contrario,
Canalejas tenía absoluta confianza en al corona como cabeza visible de ese Estado que
debía impulsar un programa de regeneración impulsando incluso aumentar el poder e
influencia de Alfonso XIII; en consonancia con su propio viaje político, que le había
llevado del republicanismo hasta la monarquía, Canalejas creía posible que también lo
hicieran las fuerzas –progresistas y renovadoras- situadas al margen del sistema. Si la
monarquía basculaba hacia la izquierda esas fuerzas podrían llegar a aceptar el régimen
e integrarse en el mismo.
mecanismos clásicos del régimen y participar con la mayor cuota de poder posible en el
encasillado.
Canalejas, y la facción política que lideraba, fueron los que se mostraron más preco-ces
y entusiastas en la recepción del nuevo liberalismo social, en el que se postulaba que ele
Estado debía atribuirse una misión armonizadora de los distintos intereses sociales, pro-
tegiendo a los más desfavorecidos y mejorando las condiciones de vida y trabajo de las
cla-ses obreras. Canalejas expuso, por tanto, ideas claras y rotundas sobre la necesidad
de una intervención estatal en materia social. Esto desde las filas conservadoras también
se recla-maba, alentados por la encíclica Rerum novarum de León XIII, en la que se
apelaba al evangelio para una mayor justicia social. El mayor defensor del reformismo
social en las filas conservadoras fue Eduardo Dato que, durante el gobierno
regeneracionista de Silvela, tomó la delantera a los liberales con la promulgación de la
Ley de Accidentes de Trabajo (1900) y la que regulaba el trabajo de mujeres y niños,
que le valieron la acusación de “socialista en-cubierto”; en 1904, bajo el gobierno de
Maura, se aprobó la Ley de Descanso Dominical. Todas estas mejoras tenían como
objetivo la pacificación social y neutralizar la vía revolu-cionaria.
Las luchas entre las distintas fracciones liberales tras la muerte de Sagasta, líder
histórico del liberalismo español en 1903, al ser muchos los personajes de relieve que
aspi-raban a la jefatura. De este modo, además de la fracción canalejista, escindida en
1902, el partido se había desgajado en noviembre de 1903 en dos fracciones lideradas
por Segis-mundo Moret y Eugenio Montero Ríos cuya activa vida política se remontaba
al Sexenio revolucionario. Ambas corrientes manifestaban más desavenencias
personales que pro-gramáticas aunque Montero Ríos se situaba en el ala derecha del
liberalismo, mientras que Moret se situaba a la izquierda de Canalejas, aunque su
radicalismo era más retórico que pragmático. A diferencia de Canalejas, Moret era
favorable a una reforma de la Constitución centrada en el establecimiento de la libertad
de culto, mientras que Canalejas defendía el marco existente y se opuso frontalmente a
esa reforma.
Montero Ríos tuvo que enfrentarse a la política reactiva del ejército que en los nacio-
nalismos periféricos vio la reproducción del independentismo cubano o filipino. En esta
situa-ción Montero Ríos quiso acudir a la declaración del estado de guerra, pero se
negaron sus adversarios del partido Liberal. El incidente del semanario catalanista Cul–
Cut! le hizo dimitir, siendo sustituido por Moret en diciembre de 1905.
Moret controlaba de manera más eficaz que Montero Ríos los cacicatos provinciales del
partido, lo que le convertía en directo rival de Canalejas para acceder a la jefatura del
gobierno y del partido. Tras el incidente del Cul–Cut! (el Cu–Cut! era un semanario
satírico catalanista que publicó una caricatura que fue considerada como grave ofensa
por los militares y provocó el asalto de unos 300 militares a la redacción de la revista
provocando graves destrozos), el nuevo gobierno no sólo no hizo para imponer la
disciplina a los oficiales insubordinados, sino que culpó al catalanismo de todo lo
sucedido y sucumbió a las exigencias de los militares.
Esto nos hace una idea de que los problemas con el ejército eran candentes y que, en ese
momento, el partido liberal era incapaz de desafiar a su poder. El incidente del Cul–
Cut!, se produjo por la publicación en ese semanario satírico catalanista de una
caricatura que fue considerada ofensiva por los militares; esto provocó el asalto a la
redacción de la revista y de La Veu de Catalunya, que sufrieron importantes destrozos.
Esta acción era una prueba evidente de la profunda insatisfacción y descontento que
cundía en el seno del ejército, humillado en el 98, frustrado por la inoperancia política y
cada vez más decidido a actuar en defensa de la unidad nacional, el orden público y la
salvaguarda del honor militar frente al antimilitarismo. Tras el incidente se aprobó la
Ley de Jurisdicciones, según la cual las ofensas contra las Fuerzas Armadas cometidas
por medio de la imprenta serían juzgadas por la jurisdicción militar, especificando,
además, una serie de delitos que serían juzgados por los tribunales civiles.
Otro tema sobre el que se mostró totalmente incapaz el gobierno liberal fue el de la
cuestión religiosa, asunto que además separaba decididamente a ambos partidos dinásti-
cos. Los liberales, necesitados de renovar su programa convirtieron la “cuestión
religiosa” en su caballo de batalla y tema principal de su propaganda política, aunque su
anticlericalismo poco tenía que ver con el estereotipo de comecuras que inventaron
algunos sectores para contraatacar y no perder su privilegiada posición. Sin duda existía
en España un anticlerica-lismo radical acorde con las tendencias que existían en el
mundo occidental en ese momento.
Era evidente que la intervención de la iglesia, en lugar de retroceder en favor del Es-
tado, había crecido de manera muy significativa durante la Restauración, gracias al
aumento de las órdenes religiosas y a la entrada en España de miles de religiosos
repatriados tras la pérdida de las colonias, a los que hay que añadir los frailes franceses
que cruzaron la frontera huyendo de las leyes laicistas de la Tercera República. Los
políticos liberales no pretendían la separación de la Iglesia y el Estado sino controlar las
actividades, negocios y propiedades, acabando con sus privilegios tributarios. El Estado
debía garantizar una posición preeminente de la religión católica, por ser el credo
mayoritario, pero dentro de un marco de libertad religiosa y de supremacía del poder
Políticamente las fuerzas eran de un tipo muy distinto a los partidos dinásticos, además
se presentaban al electorado como fuerzas regeneradoras, superadoras del parla-
mentarismo falseado, de la oligarquía caciquil y del estancamiento económico: eran la
Lliga Regionalista –creada en 1901-, y el Partido Radical del republicano Lerroux,
ocasionando, ambas fuerzas, una clara ruptura con el sistema de la Restauración. Desde
1901 no volvería a ser elegido en Barcelona ningún diputado dinástico y, desde 1905,
ningún concejal.
El catalanismo de la Lliga, liderada por Francesc Cambó, fue el primero de los nacio-
nalismos periféricos presente en la vida política española, y el que sin duda tuvo mayor
im-portancia, tanto por la fuerza alcanzada como por el peso de Cataluña dentro de
España. La Lliga aspiraba a una regeneración política de España basada en la
reivindicación catalanista entendiendo que, al ser la región más dinámica del país debía
tener un papel hegemónico en esa necesaria modernización del Estado. Por otro lado
tenemos que tener en cuenta que en torno a la Lliga se fundían fuerzas de diverso origen
como la Renaixença cultural, el fuerismo conservador o la burguesía catalana, que tras
la impotencia manifiesta del desastre del 98 veía posible que desde Madrid se pudiera
crear un Estado moderno. También prestaron su apoyo a la Lliga las clases neutras,
alejadas hasta entonces de la política, y las clases altas y medias, que rompieron con los
partidos tradicionales. En el sector obrero, a pesar de la presentación interclasista de la
Lliga, no contó con ninguna simpatía al mostrar el proyecto catalanista una nula
sensibilidad social y ser para los trabajadores un partido burgués, reac-cionario y
clerical; su carácter conservador quedó patente al apoyar la Lliga a la patronal en la
huelga de 1902.
Frente a la nueva derecha que representaba la Lliga, los obreros se alinearon con el más
dinámico republicanismo lerrouxixta, que era una nueva fuerza de gran éxito en la Cata-
luña del primer decenio del siglo XIX. Alejandro Lerroux era una figura de relativa
Desde principios de siglo son varias las ciudades en las que se produce una movili-
zación política contra el sistema y las opciones antidinásticas obtienen importantes
éxitos. Así ocurre, a parte de Madrid o Barcelona, en Valencia. De hecho es en Valencia
donde el turnismo se hunde y se implanta una hegemonía republicana de la mano de
Vicente Blasco Ibáñez que, adoptando una estrategia municipalista, logra ganar la
popularidad entre las clases obreras, la pequeña burguesía del comercio y los jóvenes
profesionales liberales.
En contrate con la crisis del Partido Liberal –los dos últimos gobiernos liberales apenas
duraron unos días-, el Partido Conservador era hacia 1906 un partido unido y
disciplinado como no lo había estado desde Cánovas. En enero de 1907, recibió del rey
el encargo de formar gobierno, comenzaba el gobierno largo de Maura, excepcional por
su duración de casi tres años.
Maura quiso ante todo asegurarse un amplio apoyo parlamentario para sacar adelante su
programa de renovación política, así que aparcó sus escrúpulos legalistas y encargó la
dirección del proceso a Juan de la Cierva. Las elecciones de 1907 superaron con creces
las habituales cotas de fraude, hasta el punto que se han considerado entre las más
sucias de la historia de España. El gobierno consiguió una mayoría aplastante, y Maura,
firmemente asentado en el poder, se dispuso a abordar la reforma del sistema.
Con la ley de 1909 legitimaba por primera vez en España el derecho de huelga,
dentro de determinadas condiciones legales, y reconocía el derecho obrero de asociarse
en sindicatos.
Creación del Instituto Nacional de Previsión (INP) para regular las cuestiones
sociales.
Era esta ley de 1097 era la que debía poner en marcha el efecto saneador deseado por
Maura y resolver la disociación entre la España oficial y la España real, dentro de su
“programa regeneracionista”, aunque no logró ese objetivo ya que una simple
disposición legal no podía conseguir modificar los comportamientos electorales de los
españoles. Maura, sincero partidario de de una modernización de la vida política través
de una movilización del electorado que legitimase el sistema, trató de propiciar la
movilización hacia los partidos dinásticos e hizo todo lo posible (por su temor a la
revolución) para restar fuerza a los partidos antisistema.
En contraste con la tónica habitual muy poco tolerante con el catalanismo emergente,
Maura tuvo un talante dialogante con los regionalistas catalanes, entonces en plena
expan-sión. Maura trató de atraerse a Cambó hacia la monarquía, consciente de que
Cataluña era un factor clave en cualquier proyecto regeneracionista de la nación. El
punto de encuentro entre ambos políticos se encontraba en la Ley de descentralización,
pero los catalanistas eran conscientes de que declararse abiertamente monárquicos
supondría perder una buena parte de sus votantes y simpatizantes. Este fracaso de
Maura reimpidió lograr el objetivo de sacar adelante la ley, obstaculizada también por
las masas católicas y por su resistencia a hacer “política de amigos”.
El problema de Marruecos no era un tema que dividiese a la clase política, ni los li-
berales ni muchos republicanos se oponían a la campaña militar en Marruecos. España
había logrado una zona de influencia al otro lado del estrecho poniendo así fin al
aislamiento exterior, que se consideraba causa de la catástrofe del 98, y volviendo a la
política interna-cional dentro del bloque franco-británico (aunque en calidad de potencia
menor). Francia, en ese momento, tenía una posición preponderante en Marruecos y en
España esto se veía con el temor de quedar emparedada por el norte y por el sur si
Francia se adueñaba de todo Ma-rruecos. Así las cosas, el hombre que consideró
necesario limitar la colonización española en el Norte de África iba a decidir en 1909
una intervención militar que le valdría ser acusado de imperialista, y que provocaría
gravísimos sucesos que, en cuestión de semanas, determi-naron su caída.
A principios de julio de 1909 fueron asesinados cuatro obreros del ferrocarril en una
zona minera próxima a Melilla, lo que provocó graves enfrentamientos entre cabileños y
tro-pas españolas. El gobierno decidió enviar tropas de refuerzo y el reclutamiento de
reservistas en Cataluña –lo que provocó manifestaciones de protesta-. Maura no hizo
nada por informar a la opinión pública y, en cambio, la prensa izquierdista supo explotar
la idea de que el go-bierno sacrificaba la vida de los obreros españoles para proteger los
negocios mineros de unos cuantos ricos (entre ellos Güell y el marqués de Comillas).
Los que iban a Marruecos a morir eran sólo los pobres, los que no tenían 2.000 pesetas
para la redención en metálico. En Barcelona, donde embarcaron los reservistas, se
produjeron graves desórdenes y el día 26 de julio comenzó una huelga general contra la
política del gobierno en Marruecos, que enseguida se convirtió en Barcelona en una
auténtica sublevación urbana.
Esta sublevación urbana dio origen a la Semana Trágica de Barcelona, iniciándose con
las noticias sobre nuevas y numerosas bajas en Marruecos (en la batalla del Gurugú y en
al emboscada del barranco del Lobo). Los insurgentes armados con pistolas y fusiles
ob-tenidos del pillaje en armerías no se dedicaron a asaltar cuarteles, ni a ocupar
fábricas, sino casi en exclusividad, a incendiar iglesias, conventos y escuelas religiosas
–ardieron en Bar-celona 21 de las 58 iglesias y 30 de los 75 conventos-. La pregunta es
¿porqué una protesta antibélica se transformó en anticlerical? No era, desde luego, la
primera ni sería la última vez que la protesta tuviera estos tintes y, además, el
anticlericalismo es un fenómeno complejo.
Lo que ocurrió en 1909, según S. Sueiro fue: que estallaron los rencores acumulados
durante décadas contra la Iglesia católica. Con su retórica agresiva, los republicanos le-
rrouxistas habían dado lugar con frecuencia a actos de violencia anticlerical en
Barcelona… Lo que parece claro, sin embargo, es que el levantamiento popular de 1909
fue una explosión de cólera espontánea, sin coordinación con el resto del país, y que no
había sido organizado, ni planificado, ni dirigido por ninguna elite revolucionaria.
Los liberales aprovecharon la coyuntura para derribar al gobierno, al facilitar Maura las
cosas con los errores cometidos; uno de ellos fue el reabrir las Cortes, tras las
vacaciones parlamentarias, sólo dos días después de la ejecución de Ferrer y en plena
campaña internacional contra su gobierno. Maura
Tras los sucesos de la Semana Trágica Alfonso XIII acabó por aceptar la dimisión de
Maura y la llegada al gobierno del Partido Liberal. Un breve gobierno de Moret, dio
paso al gobierno de José Canalejas, en febrero de 1910. Canalejas como Maura, era un
regenera-cionista, pero estaba por encima de los inmediatos dirigentes del partido que
dirigía. Con él, los liberales encontraron un verdadero jefe al lograr integrar en el
gobierno tanto a moretistas como a monteristas.
Canalejas protagonizó la etapa más prolongada y fecunda del gobierno liberal durante el
reinado de Alfonso XIII, siendo su labor facilitada por la actitud de Maura que
abandonó su obstruccionismo. Canalejas llegó al poder con un amplio programa de
reformas: Ley de Asociaciones Religiosas, supresión del impuesto de consumos,
servicio militar obligatorio, reforma fiscal, etc. También proyectó la política social
desde las relaciones laborales hasta la mejora de las condiciones de vida y trabajo de las
clases asalariadas –los contratos de tra-bajo, la negociación colectiva, reducción de la
jornada laboral, protección del trabajo de mu-jeres y niños y un lago etcétera como
medio de impedir una explotación abusiva del proleta-riado y evitar, o al menos
amortiguar, los conflictos sociales-.
Al igual que Maura fracasó en su intento de incorporar a los sectores sociales extra-
sistema al que ambos apelaban: Maura no logró el concurso de republicanos y
socialistas ni Canalejas el apoyo de las masas católicas.
A pesar de los muchos proyectos iniciados antes de su trágica muerte, a Canalejas le dio
tiempo a plasmar en Ley alguno de los proyectos de su programa. Su gobierno fue fe-
cundo en la reforma de la legislación laboral, como la reducción de la jornada de trabajo
a nueve horas. Con la Ley de Reclutamiento universalizó y democratizó, al hacerlo
obligatorio, el servicio militar, aunque quedó reducido a los llamados soldados de cuota
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(los soldados de cuota tras pagar un cierta cantidad, eran licenciados al cabo de un
periodo de instrucción se libraban de soportar las duras condiciones de los cuarteles, que
siguieron reservadas a las clases bajas. De cualquier forma el soldado de cuota no
dejaba de ser soldado y podía ser llama-do a filas en caso de necesidad, lo que
diferenciaba del injusto sistema de redención en metálico que excluía totalmente a las
clases privilegiadas tanto del servicio como de la movilización).
En junio de 1910 fue aprobada la Ley del Candado, que era una disposición provisional
y temporal para impedir durante dos años el establecimiento de nuevas órdenes
religiosas, en tanto se preparaba la nueva Ley de Asociaciones Religiosas. A pesar de
las protestas quedó sin efecto al transcurrir los dos años del plazo fijado para la
aprobación de la nueva Ley de Asociaciones. Los éxitos de la política anticlerical de los
liberales se limitaron a restaurar la libertad del matrimonio civil, liberalizar la atmósfera
del sistema educativo, reconocimiento de los templos protestantes a exhibir signos y
emblemas, y poco más.
En noviembre de 1912, Canalejas fue asesinado en la madrileña Puerta del Sol por el
anarquista Manuel Padiña (que se suicidó después de cometer el atentado). A partir de
entonces se aceleró la escisión definitiva de los partidos turnantes, fracasando la
“revolución desde arriba” intentada por el regeneracionismo.
El anarquismo
Pero la conflictividad social fue más reducida por la debilidad del movimiento sindical
y obrero. Sólo en 1910 hubo un diputado socialista en el Parlamento. Hay que tener en
cuenta que hasta la guerra mundial, el republicanismo anticlerical y popular permaneció
fuertemente arraigado en los medios urbanos. El sindicalismo no dependía antes de
1914 de las dos gran-des centrales nacionales y tenía un papel reducido en la vida
pública del país. Las huelgas estuvieron concentradas en unos cuantos puntos y en
realidad no había sindicatos organizados con implantación nacional, ni federación de
industria; por eso, cualquier tipo de solidaridad global mediante la huelga, era
impensable.
Del anarquismo español de esta época, llama la atención su enorme influencia, que dio
la sensación de que en España era posible que estallara una revolución ácrata y a la vez
una escasa originalidad doctrinal que le sometió a influencias exteriores. Era más
influyente que el socialismo en los años anteriores a la 1a Guerra Mundial. Su tesis
principal era la huelga general revolucionaria; ésta, unida a la acción directa acabó
derivando hacia el anar-cosindicalismo y de ahí al sindicalismo. En España esas tesis se
insertaron sobre una tradi-ción de anarcocomunismo insurreccionalista. Hubo
partidarios del atentado personal y de-tractores del mismo, pero la tendencia espontánea
de los anarquistas españoles fue siempre justificar la violencia.
Mayor capacidad de difusión del ideal anarquista, tendría la difusión del anarcosindi-
calismo a partir de comienzos de siglo. Desde entonces hubo repetidos intentos de
organizar un sindicato nacional. Los Congresos de la Federación de Trabajadores de la
Región Espa-ñola no establecieron ninguna organización nacional; sirvieron para
difundir el mito de la huelga general y la escuela laica en medios que no eran
estrictamente obreros, sino también pertenecientes al republicanismo más exaltado
como el que protagonizaba Lerroux.
Los medios anarquistas en 1904 crearon una Federación Obrera que en 1907 daría lugar
a "Solidaridad Obrera" e inicialmente figuraron en sus filas republicanos y socialistas.
En el verano de 1910 el sector anarquista se hizo con la dirección del sindicalismo
barcelonés y en otoño se fundó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), un nuevo
sindicato. Su fórmula de actuación predilecta debía ser la huelga general revolucionaria,
de la que se decía que por ser arma peligrosa, debía ser utilizada con tino. La CNT tenía
un propósito esencialmente revolucionario. Esta vertiente revolucionaria se apreció en
la acción del nuevo sindicato, con ocasión de su 1er congreso celebrado en Barcelona en
otoño de 1911. Tuvo lugar una reunión secreta, posterior al congreso, en la que se
preparó una huelga general revolucionaria con la que se enfrentó el Gobierno de
Canalejas. Fue ella la que convirtió a la CNT en una organización clandestina desde
1911 hasta la guerra mundial.
Los problemas que afloraron o se agravaron con el siglo XX (guerra de Marruecos, auge
de los nacionalismos, aumentos de población, tensiones sociales, etc.) no encontraron
soluciones dentro del sistema de la Restauración. La muerte de Cánovas y de Sagasta
dejó además a las formaciones dinásticas sin líderes claros y aparecieron facciones
personalistas. La crisis del sistema se plasmó en un turno que dejó de funcionar
fluidamente, en la división dentro de los partidos dinásticos, en la aparición de nuevas
fuerzas políticas y en el papel de protagonismo que debió adoptar el rey. Pese a que el
gobierno de García Prieto parecía que podría llevar a cabo las reformas
democratizadoras que el país necesitaba, el golpe de estado de Primo de Rivera eliminó
esta posibilidad y asestó el golpe final a un sistema que ya no se sostenía y a imponer un
modelo de sistema autoritario que ya existía en otros países europeos.
Tras la muerte de Cánovas y Sagasta los partidos se separan buscando nuevos líderes,
pero ya no es factible conformar dos grandes grupos y las facciones personalistas
aparecen. Esto provoca escisiones en los partidos y graves crisis políticas.
Maura había planteado su voluntad de sanear el sistema, lo que le hizo molesto para
buena parte de las élites políticas de su propio partido. Eduardo Dato fue uno de los que
estaba en contra de este proyecto de Maura. La ruptura se produjo en octubre de 1913.
Ante la situación del Partido Liberal se vio complicado mantener a este grupo en el
poder y Alfonso XIII ofreció a Maura la formación de gobierno. Pero desde su propio
partido se promovió a Dato para esta tarea. Dato, frente a la postura renovadora de
Maura, se mostraba dispuesto a seguir con el sistema turnista. Así pues, el rey encargó
finalmente a Dato la formación de gobierno y Maura renunció a la jefatura del partido e
incluso a seguir en política. Se formaron en ese momento dos facciones: los datistas
(también “idóneos” o “ministeriales”) y los mauristas. En la primera facción se unió la
mayoría de los conservadores y sólo se mantuvo fiel a Maura un grupo de
conservadores sin figuras relevantes. En 1914 Juan de la Cierva formó su propio grupo
(los ciervistas), que se colocó a la derecha del Partido Conservador. Los ciervistas se
acercaron al maurismo con el tiempo, pero no llegaron a integrarse, quedando más bien
como una facción de tendencia autoritaria dentro del Partido Conservador.
El maurismo
Maura se había retirado de la vida política y fueron sus seguidores los que organizaron
el maurismo y lo presentaron como una nueva derecha regeneracionista. Pese a ello,
mayoritariamente mantuvieron los mismos métodos caciquiles y la misma mentalidad.
Aún así, también estaban las Juventudes Mauristas, que ejercieron activamente la
propaganda política e incluso el enfrentamiento físico. Destacó entre estos Antonio
Goicoechea, futuro ideólogo del sector más radical, y fue cuna de futuros dirigentes de
la derecha autoritaria con la contribución del diario La Acción. Maura no se identificó
con este maurismo callejero.
Hubo otra militancia católica que defendió los intereses de la Iglesia desde posiciones
más modernas y aceptando el régimen monárquico constitucional. Su principal
exponente fue la Asociación Católica de Propagandistas, fundada en 1909 y el diario El
Debate (que fundaron en 1911).
A partir de la segunda década del siglo XX cobran importancia las fuerzas regionalistas
y nacionalistas. El catalanismo fue en especial influyente en la vida política española
debido a la riqueza, extensión y densidad demográfica de Cataluña. La Lliga
Regionalista se fundó en 1901 e hizo confluir tendencias procedentes de la Renaixença
cultural, del fuerismo conservador y del empresariado industrial. Su aspiración era la
regeneración política de España a través de un papel hegemónico de Cataluña necesario
para la modernización del Estado. Estuvo presidida por Enric Prat de la Riba y liderada
por Francesc Cambó. Pese a que sí calo hondo en las clases conservadoras urbanas y en
las clases rurales, no tuvo aceptación entre las clases trabajadoras, que la consideraban
un partido burgués, clerical y reaccionario. En cualquier caso, desde 1901 no volvió a
ser elegido en Barcelona ningún diputado dinástico y desde 1905 ningún concejal.
Los otros movimientos regionalistas fueron menos influyentes, aunque en 1897 apareció
la Liga Galega y en 1914 el andalucismo que animó Blas Infante.
La Primera Guerra Mundial marca una línea divisoria en la historia del régimen de la
Restauración. Pese a la neutralidad de España, su impacto fue enorme. Ya antes de la
guerra el sistema canovista se mostraba desajustado, aunque en general siguió
funcionando. Durante y tras la guerra se produjeron grandes cambios sociales que
evidenciaron la crisis del sistema y las rupturas definitivas entre las élites gobernantes.
Beneficios de la neutralidad
El hundimiento de navíos fue uno de los aspectos más negativos de la guerra mundial
para España que tampoco logró una mejora territorial en Marruecos, Gibraltar o
Portugal. Pero la neutralidad resultó positiva para España, en especial porque facilitó un
importante desarrollo económico, evitó unas tensiones políticas y sociales tan graves
como las que padecieron Italia y Portugal y realzaron la posición exterior de España en
Europa. Esta etapa tuvo una entidad y una trascendencia fundamental en el desarrollo
del capitalismo español. Desde el punto de vista económico supuso un eficaz sistema de
protección para la producción española y un sistema de primas a la exportación de un
país cuya balanza comercial era siempre negativa. Pero no en todas las ramas de la
producción se dio la misma situación. Algunos productos tradicionales de la
exportación española sufrieron las circunstancias bélicas de Europa. Pero estos casos
fueron excepcionales en una coyuntura enormemente satisfactoria. Hubo una expansión
espectacular de la industria, sobre todo en Cataluña, País Vasco y Asturias, lo que
redundó en beneficios para la élite financiera y empresarial. Esto sería pasajero en
algunos casos, como sucedió en las minas asturianas y en las navieras. Así, cuando
acabó la guerra, se plantea una grave crisis. Esta, favoreció la intervención estatal
demandada e incluso exigida desde los distintos sectores de la producción. La ley de
protección de industrias nuevas y de fomento de las existentes, de marzo de 1917,
proporcionó exenciones tributarias y primas a la exportación; más tarde, disposiciones
más sectoriales supusieron la ordenación y nacionalización de las industrias
relacionadas con la defensa nacional.
apoyos de otros diputados y senadores. El gobierno acabó cayendo por las múltiples
tensiones sociales y políticas que causaba la guerra.
Las relaciones entre los grupos liberales se deterioran durante 1917 y el Partido Liberal
se disuelve definitivamente. Alba formó su propio partido: Izquierda Liberal. Se
situaban a la izquierda del liberalismo y cercana al Partido Reformista. Durante el
gobierno de García Prieto se plantea la “cuestión social” ya que la inflación llevó a la
protesta obrera, que llevó al país a un clima de extrema tensión y una actividad
huelguística intensa. La UGT había crecido enormemente y desde 1916 había adoptado
una línea unitaria de actuación con la CNT.
Aunque este problema era grave, lo era aún más el de la situación militar. En 1914 el
Ejército español necesitaba una reforma urgente. Existía un exceso de oficiales que
consumía gran parte del presupuesto militar, lo que impedía invertir en modernizar el
Ejército y en formarlo. Los ministros de la Guerra sucesivos trataron de promover
reformas que permitieran sostenerlo, pero de este intento derivará una protesta
organizada en la guarnición de Barcelona. La Junta de Defensa barcelonesa protestaba
contra el favoritismo y contra la deficiente situación económica de los oficiales. El
comienzo de la protesta juntera se produjo en otoño de 1916 pero alcanzó su cénit en el
verano siguiente. El gobierno de García Prieto encarceló a los junteros, pero estos
fueron sustituidos por una Junta suplente. El objetivo de las Juntas no era político. Sólo
buscaban ver satisfechas sus exigencias profesionales. Pero su ejemplo fue seguido por
otros cuerpos de la administración del Estado.
En junio de 1917 los militares junteros habían demostrado que no cedían ante el
Gobierno Central para disolverlos y parecía que esto podría llevar a un derrocamiento
del régimen. Para resolver la situación, Alfonso XIII recurrió al procedimiento de un
cambio del partido en el poder. Eduardo Dato ascendió al poder con un partido
conservador y pareció aceptar el reglamento de las Juntas de Defensa aunque con el
probable propósito de ir sometiéndolas poco a poco.
La Asamblea de Parlamentarios
En Valencia hubo un conflicto social entre los ferroviarios y la totalidad del sindicato
socialista se lanzó a una huelga en la que fue acompañado por la CNT. Así sucedieron
los sucesos revolucionarios de los días 10 a 13 de Agosto, cuyo protagonismo principal
fue socialista. La huelga de agosto dio lugar a graves incidentes sobre todo en Asturias.
las desavenencias entre ellos, sobre todo en política internacional, acabaron con el
gobierno a los ocho meses. Algunos logros de este gobierno fueron la nueva Ley de
funcionarios, que facilitó la profesionalización de la administración, y el reglamento de
la cámara, que acortó los debates y creó las comisiones legislativas.
Ante la probada inestabilidad de los gobiernos de concentración, el rey optó por intentar
reconstruir el turno. Se agruparon las facciones en conservadores (datistas, mauristas y
ciervistas) y liberales (demócratas, romanonistas y albistas), pero algunas de estas
facciones ni siquiera mantenían contactos entre sí.
Dado que el último gobierno de partido había sido conservador, en noviembre de 1918
el gobierno fue liberal y presidido por García Prieto. Duró apenas un mes, finiquitado
tras la disputa con los parlamentarios catalanes de diversos partidos que reclamaron un
gobierno regional autónomo para Cataluña. Las tesis de autodeterminación proclamadas
por el presidente americano Wilson al acabar la guerra alentaron aún más las
reivindicaciones de los catalanistas. La petición de autonomía dividió tanto al gobierno
como al país.
La “huelga de la Canadiense”, llamada así por ser este el nombre de la compañía que
suministraba energía eléctrica a Barcelona, fue la más importante de la historia sindical
española. Duró 44 días y tuvo gran alcance. El gobierno intentó dialogar, pero la
patronal y el ejército se mostraron intransigentes. Finalmente el gobierno se sometió a
las peticiones de estos últimos e impuso el estado de guerra. Los regionalistas de la
Lliga dieron su apoyo al Estado en la represión armada del movimiento obrero. Esta
represión tuvo su reacción en los sectores más extremistas de la CNT, que utilizaron el
terrorismo.
Romanones dimitió y tocó el turno conservador, con gobierno formado por Maura en
abril de 1919. Se convocaron elecciones en una situación de suspensión de las garantías
constitucionales. Desde gobernación se utilizaron todos los procedimientos posibles de
presión sobre el electorado. Pero esto no fue suficiente y el gobierno, por primera vez
durante la Restauración, perdió las elecciones. Siguió una campaña de hostigamiento al
gobierno que acabó con la dimisión de Maura.
Eduardo Dato presidió el nuevo gobierno, que fue el más duradero del período (mayo
1920-marzo de 1921) y que se volcó en una política de acción social, aunque con un
enfoque caritativo y paternalista. Se alternaron los intentos negociadores con la
represión. Esta tuvo su momento álgido en noviembre de 1920, con la política de
terrorismo policial impuesta en Barcelona por Martínez Anido (aplicación de la “ley de
fugas”). Dato acabó siendo asesinado por un anarquista el 8 de marzo de 1921.
Como en toda Europa, los años de la posguerra fueron también en España de grave
crisis que provocó cierres de fábricas y pérdidas de muchos puestos de trabajo. Esto
llevó a situaciones de agitación social que tuvieron como resultado, igual que en otras
partes, un aumento de la influencia de los sindicatos. La constitución definitiva de un
importante sindicalismo de procedencia y significado anarquista alcanzó la plenitud de
su desarrollo adquiriendo gran superioridad respecto del resto del sindicalismo.
El PSOE siguió una estrategia de reformismo gradualista que dio sus frutos en las
elecciones de 1918. Siguieron las alianzas con los demás partidos de izquierda con el
objetivo de abolir la monarquía e implantar en España una república y una estructura
política democrática. Así el PSOE empezó a tener una presencia en el Parlamento que
otros partidos socialistas europeos ya hacía tiempo que habían alcanzado.
Gran importancia tuvo el Congreso de Sants, celebrado por la CNT e el verano de 1918.
El Congreso se decantó por la acción directa, fórmula que según su patrocinador Ángel
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Pestaña, no era el empleo de la violencia, sino que las relaciones entre patronos y
obreros se llevarían sin intermediarios. Otro aspecto importante del Congreso era el
repudio de la acción política. Significó este Congreso también un evidente progreso de
organización (cuota de afiliación, la conversión de Solidaridad Obrera en órgano de
expresión de la CNT y, sobre todo, la aparición de una nueva dirección del sindicalismo
de esta significación). Parecía haber orientado a la CNT a una fórmula que bien hubiera
podido acabar en el sindicalismo, pero no fue así porque el anarquismo tenía y mantuvo
una fuerza superior que hizo que el sindicalismo no sólo no perdiera su componente
revolucionario, sino que se convirtiera en un anarcosindicalismo. Se incrementó
enormemente la afiliación a la CNT sobre todo en Cataluña, en un contexto de agitación
social creciente. En Barcelona su auge tuvo lugar con la huelga de La Canadiense en
marzo de 1919. Duró 44 días y supuso la paralización del 70% de la industria local
finalmente los sindicatos consiguieron una victoria pacífica y prácticamente total en sus
reivindicaciones.
La fuerza del anarquismo dio lugar a 3 años de agitación social y laboral continuada en
el campo y en las ciudades de Andalucía entre 1919 y 1921 (trienio bolchevique). Se
produjo una rebelión campesina y no fueron sólo las noticias rusas las que conmovieron
a esos campesinos, sino sus propias condiciones de trabajo. Durante algunos meses el
triunfo de los huelguistas fue repetido y total. Luego comenzaron a producirse huelgas
poco justificadas y la consecuencia inevitable fue que la rebelión perdió fuerza.
La lucha sindical degeneró en puro terrorismo en Barcelona. No había una policía capaz
de enfrentarse con el desorden público. Defectuosa en su profesionalidad y fácil para la
corrupción, cuando no a la utilización de procedimientos semejantes a los del terrorismo
tampoco la Administración Judicial estuvo en condiciones de ser un instrumento eficaz
ni imparcial contra él. Alrededor de 1917 hubo también bandas armadas patronales. A
partir de 1920 y hasta el final de la Restauración se pasó a una etapa de
desmovilización.
Las primeras amenazas revolucionarias hicieron que se creara el Somatén, una especie
de milicia cívica, armada con fusiles, que llegó a tener 65.000 afiliados en Cataluña y
que representaba el orden social. Era burguesa y conservadora pero situada bajo el
control de la autoridad militar, no tuvo parecido alguno con las bandas fascistas.
La CNT decidió no pactar con la UGT en 1920 con un criterio defensivo al negarse la 2ª
central sindical a ir a la huelga cuando se produjo el asesinato de Layret, en noviembre
de ese año. También fue preciso rectificar la actitud de identificación con la
Internacional Comunista. Nin y Maurin fueron los principales dirigentes de la CNT
durante el año 1921 y los que la mantuvieron vinculada al comunismo. En 1922 cambió
la situación con la salida de los dirigentes sindicales de las cárceles. En junio de 1922 el
Congreso de Zaragoza no sólo supuso la ruptura con el comunismo, sino también la
adopción de una línea que volvía a ser más sindicalista que anarquista y que patrocinó
Salvador Seguí (“el noi del sucre”). A comienzos de 1923 el propio Seguí fue
asesinado. A la altura de Septiembre de ese año, sus sindicatos tenían ya poca fuerza.
Tras la guerra también existió un importante sector que se afilió a sindicatos de derechas
o Sindicatos Libres. Estos fueron fundados por trabajadores carlistas en Barcelona y
estuvieron bajo el control y dirección de obreros. Se aliaron en ocasiones con los
empresarios contra el enemigo común: la CNT. Nacieron como oposición a esta y no
tardaron en convertirse en el segundo sindicato más grande de España. Con el tiempo
englobó a obreros que no tenían nada que ver con el carlismo. Entre 1920 y 1922
gozaron de una gran protección oficial a la vez que se seguía desde el gobierno una
política de represión de la CNT.
EL PROBLEMA DE MARRUECOS
Este ataque se produjo en julio de 1921 y hubo cientos de muertos entre los españoles.
A continuación se produjo una rebelión generalizada de las cabilas rifeñas bajo las
órdenes de Abd-el-Krim. El 17 de julio de 1921 fueron atacados los puestos españoles
de Annual e Igueriben y no quedó más remedio que una precipitada fuga. Las tropas
abandonaron sus puestos y se dirigieron a Melilla. Sólo algunos resistieron, impidiendo
así la caída de la ciudad, aunque también influyó el hecho de que los rifeños se
dedicaran al botín y a la recolección. La retirada fue caótica y se puso de relieve la
ineficacia y desorganización del ejército español. En el desastre de Annual murió el
propio Silvestre. Desde este momento la cuestión de Marruecos se convirtió en tema
clave de la vida política española y acabo siendo una de las causas de la destrucción del
régimen parlamentario.
La unión del modo de vida nativo y la orografía explica el tipo de guerra que fue la de
Marruecos, diferente de la que conocían los europeos de la época. Característica de la
guerra del Rif era la periódica y brusca alteración del ánimo de los indígenas que
pasaban de la insurrección a la sumisión, con gran facilidad, a causa generalmente de
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los santones o morabitas que predicaban periódicamente la guerra santa contra los
españoles. Generalmente estaban mal armados. El gagueo (especie de hostigamiento
permanente de un adversario rifeño bien oculto que disparaba desde posiciones
inaccesibles), era la forma de combate de los rifeños y los españoles estaban
condenados a mantener posiciones defensivas en fortines.
El caso español fue el de una potencia de 2º orden que se sentía obligada a una
presencia en el N. de África por razones de prestigio internacional, pero que no obtenía
de ella una rentabilidad económica significativa. El presupuesto español que se había
equilibrado después de las reformas fiscales de fin de siglo, volvió al déficit a partir de
1909. Se puede decir que los intereses económicos de grupos capitalistas explican la
penetración española. En la 1ª década del siglo había 3 compañías mineras en el Rif, en
las que hubo intereses de conocidos políticos.
La clase política apelaba habitualmente a que los militares evitaran los enfrentamientos
con los indígenas pero cuando éstos tenían lugar, los mandos acababan extralimitándose
en sus ofensivas. La única solución viable era el abandono que Primo de Rivera propuso
a los dirigentes políticos y militares de la época.
El Gobierno acabó abandonando el poder por una cuestión como la divergencia del
momento de restablecer las garantías constitucionales en Barcelona.
Su sucesor fue un gobierno presidido por José Sánchez Guerra, heredero de Dato en la
Jefe del partido conservador y opuesto a Maura desde 1913. Destituyó a Martínez
Anido del puesto de Gobernador Civil de Barcelona y planteó ante las Cortes la
cuestión de las responsabilidades ante el desastre. Esto fue lo que produjo el colapso de
su Gabinete, pues los sucesos de Annual tuvieron lugar con un Gobierno conservador y
esto afectaba a algunos dirigentes importantes de su propio partido. Se produjeron
enfrentamientos en el gobierno y además fue aumentando en los militares la hostilidad
contra el sistema. Los civiles se mostraron más contrarios que nunca al reclutamiento de
soldados de cuota.
Las relaciones Iglesia-Estado también fueron uno de los grandes problemas del
gobierno de García Prieto. Los reformistas querían cambiar el artículo 11, que prohibía
actos y manifestaciones de otras religiones no católicas. El rechazo eclesiástico y las
movilizaciones en contra de este cambio hicieron que el gobierno no se atreviese a
llevarlo a cabo, con lo que el ministro reformista dimitió.
Desde 1923 se rumoreaba la situación de golpe de Estado y eran distintas personas las
que abogaban en su favor: El Debate pedía la Dictadura con preferencia por el Conde de
Romanones, mientras que un candidato era también el general Weyler. El general
Aguilera casi preparó la conspiración con sentido izquierdista, con el apoyo de los
intelectuales como Unamuno. El rey pudo tener la tentación de una solución autoritaria
temporal pero no era un monarca dictatorial y durante el verano de 1923 pensó en una
especie de Gobierno militar del Ejército, para luego poder volver a la situación
constitucional.
los que la figura más representativa era Cavalcanti. El propio Ejército estaba muy
dividido, hasta el punto de que sólo el repudio a la clase política de la Restauración
permitió su unidad. El golpe no sería militarista, en el sentido que el Ejército ocupara el
poder de forma definitiva, sino que sería entregado a elecciones civiles a políticos.
Alfonso XIII mantuvo una apariencia de legalidad, haciendo que Primo de Rivera, que
llegaba de Barcelona dispuesto a formar un Directorio militar bajo su presidencia,
aceptara jurar como ministro único, guardando apariencias de constitucionalidad. En la
prensa de los días posteriores al golpe se percibe la sensación de popularidad de Primo.
Sólo la republicana mostró reticencias, aunque parciales; los socialistas tuvieron gran
cuidado en aparecer como expectantes sin apoyar a la clase política desplazada. Sólo
Unamuno, Pérez de Ayala y Azaña, entre los intelectuales estuvieron en contra del
Dictador, pero el último reconoció que su llegada había sido bien recibida porque el país
estaba presidido por la impotencia y la imbecilidad. En estas condiciones, cabe pensar
que si Alfonso XIII se hubiese opuesto al golpe, hubiera peligrado su trono.