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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

TEMA 1 : LA ESPAÑA DE FINES DEL SIGLO XVIII

Antecedentes

Comúnmente se acepta por parte de la mayoría de los historiadores que 1808 supone el
inicio de la Edad Contemporánea española. Dicho año significó la transposición a
España de un fenómeno universal denominado por según que historiadores como
Revolución Atlántica, Burguesa o Democrática, marcando el punto de ruptura con lo
que se ha venido a denominar Antiguo Régimen, cuyo conjunto de estructuras fue
echado abajo.

1. Rasgos fundamentales del Antiguo Régimen

El Antiguo Régimen puede ser descrito como el conjunto de prácticas, usos,


costumbres, formas de vida, instituciones, etc., cuyo periodo de formación fue toda la
Edad Media y el de madurez la Edad Moderna. Sus principales características en España
son:

1. Una demografía de tipo antiguo, estancada (bloqueo malthusiano), sacudida


periódicamente por catástrofes cíclicas, con altas tasas de natalidad y mortalidad
y baja esperanza de vida.

2. Una sociedad estamental, poco permeable a la movilidad social y con distintas


jurisdicciones tanto territoriales como estamentales, con dos grupos
privilegiados (nobleza y clero) y el resto de la población mayoritariamente
dedicada al campesinado.

3. Una monarquía absoluta de derecho divino. El gobierno se ejercía a menudo


mediante decisiones personales del monarca, que al mismo tiempo se asentaba
en el origen divino de la institución (la tradicional unión del cetro y la Iglesia).
Esto exigía el presupuesto de la existencia de un monarca activo, lo que no se
cumplió con Carlos IV, rey débil y pusilánime, quien delegó siempre en sus
secretarios.

4. Una ideología aristocrática, que repudiaba el trabajo manual y el comercio y que


basaba el prestigio social en la posesión de la tierra, junto al monopolio
espiritual de la Iglesia y un pueblo llano embebido en la superstición y la
sacralización.

5. Una economía fundamentalmente agrícola, rural, con tendencia a la autarquía y


poco susceptible a los cambios, con escasos intercambios comerciales.

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2. España a finales del siglo XVIII.

2.1, 2.3 Sociedad y población.

El siglo XVIII fue un siglo de expansión demográfica (se estima un aumento


poblacional de un 40% en toda la centuria). La población ascendió a 10 ó 12 millones
de habitantes, de los cuales unos 150.000 pertenecían al clero y 480.000 eran nobles, de
muy desigual naturaleza y fortuna: en las provincias vascas o Asturias la inmensa
mayoría de la población pertenecía al estamento aristocrático, mientras que los titulados
eran en España sólo unos 1300, algunos con jurisdicción en inmensos territorios; del
resto, sólo unos 30.000 se dedicaban al comercio, otros tantos eran funcionarios y unos
280.000 se dedicaba a la manufactura, que no impide que autores como Pierre Vilar
vean en esta cifra la base de un incipiente pre-capitalismo. La inmensa mayoría restante
eran campesinos sometidos al régimen señorial o como aparceros con contratos de
arrendamiento a corto plazo y muy arbitrarios.

Sin embargo, la población se estancó desde el final del reinado de Carlos III, por una
serie de epidemias subsiguientes a malas cosechas, complicándose a finales de siglo por
otra serie de mortíferas epidemias, como la de fiebre amarilla en el sur (1800) o el
cólera en levante (1804).

2.2 Economía.

Con Carlos III la monarquía borbónica alcanzó sus mayores cotas de prosperidad. Pese
a la absoluta preponderancia de la agricultura, comenzaron a despuntar el resto de
sectores económicos, destacando el comercio con las Indias, que se liberalizó, acabando
con el monopolio gaditano y surgiendo grandes compañías comerciales con dicho
objeto. Se liberalizó a su vez el mercado de los cereales a la par que culminaba el
sistema de pósitos. Despuntaron la construcción naval (por el comercio colonial) y
ciertas manufacturas, sobre todo la pañera y lanera (mientras declinaba
irremediablemente la Mesta), la algodonera en Cataluña, la linera en el Noroeste, etc. La
mano del Estado, imbuido del espíritu mercantilista de la época, intervino en la creación
ex profeso de las Reales Fábricas para surtir al país de manufacturas de lujo, que a su
vez fueron el acicate de industrias y sectores asociados (minería del carbón, red de
transportes, etc.). El mercado interior creció con dificultades derivadas de que las
unidades territoriales, sistemas de pesos y medidas, moneda, sistema fiscal, etc.,
carecían de uniformidad o regularidad, con existencia de aduanas interiores, sistemas
forales en algunas regiones, etc. Pese a que el Estado se había ido centralizando durante
todo el siglo XVIII, subsistía una administración (capitanías, audiencias, intendencias...)
enrevesada. Además, el Estado entró en una crisis institucional (por la superposición de
funciones de las diversas instituciones) y económica, no sólo la recurrente crisis de
subsistencia (por una serie de malas cosechas), sino sobre todo financiera, provocada
por la guerra primero con Francia (con la pérdida de Santo Domingo) y más tarde con
Gran Bretaña con la paradoja de la alianza por motivos geoestratégicos con una
potencia enemiga en el plano ideológico (la Francia revolucionaria) (que supuso la

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pérdida de Trinidad y Luisiana y, tras el desastre de Trafalgar en 1805, el práctico


abandono a su suerte de las colonias americanas). La inflación se hizo galopante con la
emisión en masa de vales reales, que se depreciaron rápidamente, llegando en 1797 a
una grave crisis fiscal, los gastos (1423 millones de pesos) casi triplicaron a los ingresos
(478 millones de pesos). Para hacer frente a la situación, Carlos IV echó mano de los
bienes amortizados, enajenando los establecimientos públicos de beneficencia,
conminando a hacer lo mismo a los titulares de mayorazgos y a los obispos con los de
las capellanías (a cambio de un 3% de interés anual) y vendiendo los bienes de la
Compañía de Jesús y los Colegios Mayores.

La estructura impositiva estaba diseñada para un Estado Ideal, sin problemas en el


interior y con paz en el exterior. Cualquier situación de urgencia agotaba rápidamente
los recursos y conducía al déficit presupuestario. La dinámica económica del XVIII se
puede definir como crecimiento sin desarrollo, lo que tarde o temprano desembocaría en
una grave crisis estructural que se desencadenaría con la más mínima alteración del
frágil equilibrio, como de hecho ocurrió en el reinado de Carlos IV. Como la base del
sistema fiscal, la agricultura, no fue modificada para hacer frente a las crecientes
necesidades, el resultado fue el empeoramiento paulatino del nivel de vida del
campesinado (el grueso de la población), que a duras penas era capaz de hacer frente a
la presión impositiva y se mantenía en el límite de la subsistencia: se estima que la
pérdida de poder adquisitivo de las clases populares -Lynch- en la segunda mitad del
siglo fue cercano al 50%, debido fundamentalmente a la inflación subsiguiente a los
conflictos bélicos. La inflación no afectó a los estratos altos, ya que las rentas se
actualizaban debido a la corta duración, en general, de los contratos de aparcería.

2.3 El movimiento ilustrado.

En una época en la que los reyes pretendían afirmar su poder sobre aquellos que se le
oponían (como la Iglesia), la Ilustración sirvió a sus intereses como una manera de
modernizar el Estado en la doble dirección de afirmación del poder autoritario como de
optimización económica, financiera y fiscal. Las reformas respondían más a unas
necesidades que a un programa determinado, y de hecho la Ilustración española aceptó
la monarquía absoluta por sus funciones (defensa de la libertad y la propiedad), para las
que precisaba de un poder fuerte, incontestado y centralizado. Incluso aceptaba una
aristocracia (si bien culta, formando una elite intelectual) y la necesidad de la religión
como garantía de la moral y el orden público. Pese a que se oponían a los privilegios
seculares y la desigualdad estamental ante la ley, nada objetaban respecto a las
desigualdades económicas o sociales o a la redistribución de la riqueza.

Las ideas ilustradas no formaron en España un cuerpo homogéneo, aunque algunos


temas fueron recurrentes: el gobierno derivaba de los derechos naturales y del contrato
social; entre los derechos fundamentales se hallaban la libertad y la igualdad; la Razón,
opuesta a la revelación y la tradición, era fuente de todo conocimiento y actuación
humanos, y el progreso no debía verse obstaculizado por los dogmas religiosos; el fin de
todo gobierno era conseguir la mayor felicidad posible para el mayor número de

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personas, en términos de progreso material, bien (según unos) mediante la intervención


estatal, bien (según otros) mediante las leyes de libertad de mercado.

En principio, la Ilustración sólo caló en una elite (varios miles a lo sumo) de españoles
cultos vinculados a los círculos políticos de la Corte: burócratas, académicos, juristas, o
incluso eclesiásticos (muchos más de lo que pudiera pensarse) o aristócratas (algunos
convencidos y otros por seguir la moda). Sus precursores fueron los primeros miembros
de las instituciones culturales creadas por Felipe V (la Biblioteca Nacional, la Academia
de la Historia, la Academia Española, etc.) y, sobre todo, Feijoo, aunque penetraron con
fuerza hacia mitad de siglo de mano de la Encyclopédie francesa (pese a la prohibición
de la Inquisición) y los escritos científicos, técnicos y económicos. Paradógicamente, no
lo hicieron a través de las Universidades, sino fundamentalmente a través de las
Sociedades Económicas de Amigos del País, se llegaron a crear unas 70, a imagen de la
decana vasca, protegidas por Campomanes y el Consejo de Castilla, y de la incipiente
prensa, más avanzada en la crítica social, como El Censor (1781-1787) o el Correo de
Madrid. El prototipo de ilustrado fue Campomanes: culto, pragmático, de ideas liberales
en cuanto lo económico, pero absolutista en lo político, aunque reformador y enemigo
de los privilegios seculares y la tradición paralizante, pese a ser un enamorado de la
historia de España, de la que pretendía extraer enseñanzas para el futuro. Creía que la
grandeza de un país se asentaba sobre su prosperidad económica y la estabilidad interna,
a la vez que su acomodo a los límites naturales. Sus deseos de reforzar el Estado y
alcanzar mayor prosperidad eran interdependientes.

3 Los límites del reformismo ilustrado borbónico.

En los últimos años del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos IV, se llegó al final de
la fase denominada Despotismo Ilustrado, caracterizada por un espíritu reformador en lo
institucional, con tendencia centralista y con un pretendido fomento de la cultura y la
instrucción públicas, a la par que la industria y el comercio. En este sentido, ya desde
Carlos III se intentó eliminar las aduanas interiores, los derechos sobre la producción e
importación de máquinas, se eliminó la prueba de limpieza de sangre para acceder a los
gremios, se favorece el cercado de bienes comunales, etc., etc. Sin embargo, apenas
poseyó base social, estando dirigida siempre desde la cúspide del Estado. Además, la
ilustración se dio siempre de bruces con la Inquisición, que ejercía una férrea censura
sobre los libros que llegaban a España, con la organización estamental (cuyos cimientos
nunca se tuvo intención de remover) y con las anticuadas estructuras económicas.

La contestación de la Ilustración al sistema había cristalizado durante el reinado de


Carlos IV, entrando en crisis la concepción estamental de la sociedad (sobre todo por el
carácter disfuncional de la nobleza en su papel militar y burocrático, la ignorancia del
bajo clero, etc.). La acción anterior, aunque insuficiente, socavó los cimientos
ideológicos del sistema estamental, y se unió a la crisis ideológica (el despotismo
ilustrado dejaba paso ya al proto-liberalismo plasmado en una incipiente opinión

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pública) y política. Al margen de la lucha de las camarillas palaciegas que dieron lugar a
la caída de Godoy (valido del rey y virtual dueño del gobierno del Estado), destaca el
influjo de los hechos revolucionarios acaecidos en Francia, fomentando tensiones
ideológicas en España, bien de carácter liberal bien tradicionalista (cristalizadas en las
tesis de la unión entre el trono y el altar) que se desarrollarían en la posterior Guerra de
la Independencia.

Las repercusiones en España de la Revolución Francesa

1. La coronación de Carlos IV y las primeras reacciones a los acontecimientos


franceses.

Carlos III había situado a España en una cómoda situación, con las finanzas saneadas,
las defensas seguras y una economía con cierto dinamismo, aunque su reinado había
concluido sin alcanzar sus dos objetivos básicos, la modernización del país y su
engrandecimiento. Sin embargo, dicha situación estaba viciada por las condiciones
sociales y económicas, circunstancias que abocaron a una crisis anunciada, agravada por
la llegada al trono de Carlos IV, un monarca débil sometido a la influencia política de su
esposa, la reina María Luisa, motivo de constante escándalo en una corte tradicional
como la española de su tiempo. En este contexto se produjeron en la vecina Francia los
acontecimientos revolucionarios, afectando profundamente a las bases ideológicas del
régimen.

1.1 Floridablanca y la involución.

Carlos IV inició su reinado conservando la línea política y los ministros de la etapa


anterior, destacando Floridablanca como primer Secretario de Estado, lo que presagiaba
un periodo reformista. Sin embargo, la Revolución horrorizó a Floridablanca y
condicionó su política. Se apresuró a imponer una férrea censura de prensa y la
prohibición de entrada y exportación a América de escritos sobre la revolución,
movilizando incluso a la Inquisición en las fronteras y fomentando un cuerpo de espías
en el interior. En 1791 un edicto suspendía todas las publicaciones privadas,
subsistiendo sólo la prensa oficial, bien que sujeta a la censura, y se impulsó a la
Inquisición a actuar enérgicamente contra los ilustrados, afectando incluso a las
universidades: Cabarrús fue apresado, Jovellanos desterrado a Asturias, Campomanes
desposeído de las presidencia del Consejo de Castilla, etc. Pero pese a los esfuerzos de
que la revolución no calara en España, ésta no tenía base social en la masa. Si bien
existieron motines y agitación en esos años, se debieron a las típicos motines de
subsistencia por la galopante inflación. La actitud de Carlos IV ante los sucesos
franceses fue la de intentar salvar el trono de su pariente, primero, y, más tarde, la vida
de la familia real, razones por las que mantuvo en el cargo a Floridablanca, confiando
en su apego a la tradicional política filofrancesa de los borbones. Sin embargo,

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Floridablanca actuó con dureza hacia Francia, clausurando la frontera y tomando una
actitud hacia los acontecimientos franceses (se negó a aceptar el juramento de Luis XVI
a la Constitución francesa) que provocaron la animadversión del nuevo gobierno
francés. Como se hizo evidente que la política de Floridablanca no supo adaptarse a la
nueva realidad francesa e incluso ponía en peligro la vida de Luis XVI, fue cesado en
febrero de 1792.

1.2 Aranda y la nueva política oficial.

Su puesto lo ocupó su enemigo, Aranda, otro experto en temas franceses, quien lo


encarceló y desmontó su política, reintroduciendo a la aristocracia en la elite política
(abolió la Junta de Estado, sustituyéndola por el Consejo de Estado), aunque relajó la
censura de prensa y suavizó la actitud oficial hacia Francia. Precisamente esta
condescendencia sin contrapartidas irritó a los monarcas, y tras el derrocamiento de
Luis XVI y el apresamiento de la familia real, junto con los éxitos militares de la
flamante república, desencadenaron el cese de Aranda en agosto de 1792.

1.3 El ascenso de Godoy: ¿Una tercera vía?

El nuevo hombre fuerte del régimen sería Godoy, un joven desconocido hasta entonces,
introducido en la elite política desde la guardia real de mano de la reina (según se dice,
tras un hecho anecdótico), encumbrado y colmado de honores de manera fulgurante. Su
ascenso debe interpretarse no como una mera intriga palaciega mezclada con un
episodio amoroso con la propia reina (como ciertos historiadores han querido presentar),
sino como el intento de superar las banderías políticas de la etapa de Carlos III (las
disputas entre los partidos golilla o burócrata-Floridablanca- y el aragonés o militar-
más aristocrático, de Aranda-), que desestabilizaban al gobierno. Godoy representaría al
hombre fuerte hecho ex profeso para servir a los monarcas de manera incondicional, no
identificado con el pasado, como una tercera vía alternativa a los dos partidos
tradicionales para afrontar un nuevo periodo. Los monarcas confiaron en él ciegamente
y lo colmaron de riquezas y títulos, con los que Godoy se creó una clientela, a base de
un descarado nepotismo, que supliese su falta de base social y apoyos políticos.

2. La tensa situación internacional.

Godoy personificó el cambio de alianzas para España. Se esperaba de él una respuesta


firme a los acontecimientos franceses y tras la ejecución de Luis XVI y una infructuosa
conversación con Francia, ésta declaró la guerra a España el 7 de marzo de 1793,
liquidando así una larga etapa de Pactos de Familia. La neutralidad hubiera sido la
opción más inteligente, ya que hubiera preservado recursos propios mientras franceses y
británicos desgastaban los suyos. Pero en la nueva situación, España se vio abocada a la
alianza con su tradicional enemiga, Gran Bretaña, de la que se receló siempre. Incluso la
armada se negó a colaborar muchas veces, por la sospecha de que los británicos
pretendían desgastar a la flota hispana para afirmar su poder naval, de manera que la
flota española salió intacta de la guerra, pero sin pena ni gloria y con los recelos
británicos.

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La guerra contó con el apoyo del pueblo en España, espoleado por los mensajes
incendiarios de los sacerdotes, y los voluntarios acudieron a raudales a la par que los
donativos. Sorprendentemente, el ejército dirigido por el general Ricardos invadió el
Rosellón, pero la falta de previsión (deficiencias en el mando y en las líneas de
suministros) hicieron infructuosa la operación, aunque ocupó al ejército revolucionario
durante el resto de 1793 en rechazar la ofensiva. España no estaba preparada para la
guerra, y sólo resistió en muchos casos por los pertrechos proporcionados por los
británicos. Además, sus ejércitos estaban en inferioridad numérica, y en 1794, tras la
ofensiva francesa a ambos lados de los Pirineos, las deficiencias tanto en el mando
como en la logística se evidenciaron, y la mayor parte de Cataluña y Guipuzcoa cayeron
en manos francesas, hecho favorecido por los recelos gubernamentales para armar a los
catalanes, de cuya lealtad dudaban y por la administración foral vasca, que negoció la
paz por separado. Sin embargo, el pueblo se alzó espontáneamente con odio primitivo
contra el invasor (en parte debido a los pillajes de los franceses), dejando aparte
antiguas reivindicaciones autonomistas. En Barcelona se crearon Comités de Defensa y
se aprobó un fondo para armar a 20000 soldados adicionales. En las provincias vascas,
cuya población era tradicionalista, la masa se alzó espontáneamente en armas (sobre
todo en Vizcaya, Guipuzcoa y Navarra) dirigida a veces por el clero rural. En el fracaso
militar destacó la responsabilidad de los mandos, que actuaron con incompetencia. Tras
la caída de Vitoria, en julio 1795, Godoy se apresuró a negociar una paz honrosa, en
Basilea (22-7-1795), que reintegraba a España todos los territorios perdidos en la
península y sólo se renunciaba a Santo Domingo en favor de Francia.

Los británicos temían que a la paz seguiría una neutralidad favorable a Francia y, al
final, la alianza con ésta contra Gran Bretaña, lo que efectivamente sucedió (Tratado de
San Ildefonso) y en octubre del 96 España declaró la guerra a los británicos y puso a
disposición de Francia 18000 soldados de infantería, 6000 de caballería, 15 navíos de
línea y 6 fragatas.

La guerra contra Gran Bretaña resultó catastrófica para España. En febrero de 1797 fue
derrotada la Armada, de manera decisiva, en el Cabo de San Vicente, mientras en el
Caribe se perdió Trinidad; además, el bloqueo británico de Cádiz cortó las
comunicaciones con las colonias, perturbó su comercio e impidió la llegada de caudales
americanos. La guerra marcó el declive definitivo del poder naval español, la parálisis
de los astilleros y el inicio de la disgregación del imperio colonial. Además, España se
redujo cada vez más a la condición de satélite de Francia.

3. El descontento en el interior.

El desarrollo de la guerra, la impopularidad de Godoy y el incremento de la oposición


alimentaron el descontento interior. Por un lado, el nepotismo de Godoy (promoción de
sus más directos familiares a puestos claves de la administración, de clérigos
extremeños a los de la jerarquía eclesiástica, etc.) avivó la animadversión del partido
aristocrático, que además de oponerse a las medidas filoilustradas (destinadas en
realidad a conseguir dinero, más que inspiradas por un auténtico fervor ilustrado) de

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Godoy se sentía marginada en el Gobierno, concentrándose alrededor del marqués de


Caballero y de la figura del Príncipe de Asturias. Por otro, se empezaba a crear un grupo
de liberales más radicales, decepcionados con la marcha de las reformas y abiertos a las
ideas francesas. En estas circunstancias, Godoy remodeló el Gobierno con un sesgo más
reformista: Cabarrús como embajador en París, Jovellanos como secretario de Gracia y
Justicia (que éste aceptó con reticencia), Saavedra en Hacienda, etc. Godoy dimitió en
1798, acuciado por el déficit fiscal, la oposición aristocrática y el distanciamiento con
los miembros de su gabinete y, temporalmente, la propia reina, pero, sobre todo, por la
presión francesa, que desconfiaba de las intrigas de Cabarrús y Godoy con los
emigrados franceses. El nuevo Gobierno, compuesto por auténticos liberales, fue
efímero, pero agravó la inestabilidad política: el regalismo agresivo, las necesidades
fiscales y las medidas liberales (legislación anti-gremial, publicación de la Ley agraria)
caldearon las diferencias entre tradicionalistas y reformistas, de manera que la Iglesia se
posicionó abiertamente contra el Gobierno. A esto hay que sumar la influencia de
Francia, que inspiraba auténtico terror en la corte y cuyas sugerencias se aceptaban
como órdenes. Los monarcas dieron un giro conservador al gobierno y tras una serie de
ceses y dimisiones cubiertas por políticos más conservadores (Jovellanos por Caballero,
caída de Urquijo, que había sustituido a Saavedra, etc.), se llamó nuevamente a Godoy,
que adoptó una actitud más prudente, aunque retornó con mayores poderes (militares
incluso), como un auténtico dictador.

Al mismo tiempo, la situación económica era pésima: las malas cosechas, las epidemias
y la inflación fruto de la guerra habían reducido al mínimo las pésimas condiciones de
vida de las clases populares. Se dieron una serie de motines populares (motines del
pan), como en Valencia -1801- o Madrid -1803-, de cierta gravedad, y que fueron
aprovechados coyunturalmente por la oposición.

Además, la difícil situación de las finanzas estatales llevaron a Godoy a la medida


desesperada de echar mano de los bienes de la Iglesia (el hecho de recurrir a la Iglesia se
debió sin duda a que era el estamento menos susceptible de provocar una revuelta. Nada
se exigió a la aristocracia precisamente por temor a ella), iniciando una desamortización
de sus bienes, primero los de asistencia y caridad (hospicios, hospitales, etc.), con lo que
se empeoró aún la situación de los más necesitados, y, más tarde, de parte de los bienes
adquiridos por donación regia en el pasado, siguiendo por la ampliación de la
desamortización a las colonias e incluso, finalmente, decretando la venta de 1/7 de todas
sus propiedades. Este hecho socavó los propios cimientos del régimen y el descontento
no sólo de la Iglesia sino de toda la oligarquía estamental.

El reinado de Carlos IV (El Escorial, Aranjuez, Bayona)

1. El auge de Napoleón y la nueva postura internacional de España.

Mientras tanto, Napoleón proseguía su expansión europea y decidió presionar más a


España para involucrarla en su proyecto de bloqueo continental contra Gran Bretaña,

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para lo que necesitaba controlar el territorio portugués. Como consecuencia, España


declaró la guerra a Portugal en 1801(Guerra de las Naranjas) y tras apenas unas semanas
(del 20 de mayo al 6 de junio), Portugal capituló, entregando la plaza de Olivenza, tras
el tratado de Badajoz). El posterior acuerdo de paz de Amiens (27-3-1802) entre
británicos, franceses, holandeses y españoles no significó para España sustanciosas
ventajas, ni la devolución de los territorios coloniales perdidos (se trocó Trinidad por
Menorca) ni la protección de su Imperio. Además, la guerra había evidenciado las
carencias militares de España y había dejado a ésta con graves problemas económicos y
sociales, como los derivados de la oposición de la ampliación del sistema de milicias
(reclutamiento obligatorio) en Valencia (1801) o Vizcaya (1804).

La nueva posición de España, de neutralidad oficial, fue en la práctica de servilismo


hacia Francia, no sólo político y diplomático, sino también económico, ya que España
debería pagar a Francia un subsidio anual de 6 millones de libras,financiados, para más
INRI, con un crédito francés al 10% de interés. Gran Bretaña amenazó veladamente con
no permitir que las riquezas americanas pasaran a los franceses y, de hecho, en octubre
de 1804 interceptó un cargamento de plata de 4,7 millones de pesos (de los cuales 1,3
serían para Francia), lo que supuso la declaración de guerra en diciembre y la alianza
militar con Francia en enero de 1805. 10 meses después España sufrió el desastre de
Trafalgar.

1.1 Las repercusiones de la derrota de Trafalgar.

El desastre de Trafalgar significó de hecho la derrota sin paliativos de España, el fin de


su poderío naval y dejar a su suerte a las colonias, además de desencadenar el
descontento popular y abrir un periodo de conspiraciones para desbancar a Godoy. Para
Napoleón significó, además, abandonar el proyecto de invasión de Inglaterra y el inicio
de la política de Bloqueo continental, lo que produjo nuevos perjuicios para España y la
invasión de su territorio para llevar a cabo el plan. En América, la administración quedó
a su propio albur y fue el punto de partida para que los criollos empezaran a conspirar
de manera abierta por la independencia de la metrópoli. España quedó a merced de
Napoleón, como Estado títere de Francia.

1.2 Godoy y el Emperador.

Godoy tomó conciencia de que su propia supervivencia sólo estaba garantizada con la
protección de Napoleón, por lo que se echó prácticamente en sus brazos, subordinando
la política hispana a sus propios intereses, que pasaban por la posibilidad de la
obtención de un principado propio en Portugal bajo dominio francés, lo que se plasmó
en el Tratado de Fontainebleau. Sin embargo, Napoleón no creía ya en el futuro de
Godoy, y comenzó a practicar un doble juego, tomando bajo su protección al propio
Príncipe de Asturias.

2. El Príncipe de Asturias.

2.1 El partido fernandino.

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El heredero al trono, el Príncipe de Asturias (futuro Fernando VII) había ido incubando
entre 1801 y 1807 una gran animadversión hacia su madre y el valido, desembocando
en franco odio y enemistad y cierto temor por parte de Fernando de que se le
desheredara a favor de alguno de los infantes más jóvenes. Al mismo tiempo, una nueva
generación de aristócratas militaristas encabezada por el nuevo ministro de Guerra (el
marqués de Caballero) se agrupó alrededor del Príncipe de Asturias, constituyendo un
partido fernandista, actuando como foco y centro de la oposición conservadora, con una
base social identificable, la protección del príncipe Fernando y cierta popularidad
demagógica.

2.2 Los fernandinos y Napoleón.

Para conseguir sus fines, Fernando cayó en el juego de Napoleón llegando incluso a
escribir al Emperador a fines de 1807 pidiendo una novia de su familia. El propio
Napoleón advirtió el error de Fernando, que intrigaba con una potencia extranjera,
llegando a la conclusión de que ninguno de los dos partidos era digno de su confianza,
hallando como vía única la intervención directa.

3. Las primeras conspiraciones y el Proceso de El Escorial.

Fernando complicó aún más las cosas fomentando una campaña de libelos contra su
madre y Godoy. Para evitar una virtual regencia de Godoy, el partido fernandino
preparó un decreto firmado por Fernando como rey, con fecha en blanco, que entraría en
vigor a la muerte de Carlos IV, nombrando como Capitán General al duque del
Infantado. Godoy descubrió la conspiración y junto a la reina lo presentó a Carlos IV
como un complot contra su vida. Fernando VII confesó todo y en un juicio celebrado en
El Escorial, el Consejo de Castilla se negó a juzgar al Príncipe; sólo se juzgó a los
demás miembros del complot (Proceso de El Escorial), donde no se probó ninguna de
las graves acusaciones contra ellos, tanto el duque del Infantado como los nobles
descontentos fueron expulsados de la corte. La conspiración fue en realidad una
pantomima dirigida por Godoy.

3.1 Repercusiones para la Corona.

El pueblo asistió aturdido al bochornoso espectáculo mientras Napoleón preparaba el


golpe final para incorporar de hecho a España a sus posesiones. El Príncipe Fernando
alcanzó cierta popularidad mientras la nobleza se preparaba para nuevas intentonas,
Godoy se echaba en brazos de los franceses y el rey se encontraba desacreditado dentro
y fuera del país.

4. El Motín de Aranjuez.

4.1 El Tratado de Fontainebleau y sus consecuencias.

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El 27 de octubre de 1807 se firmó entre Napoleón y Carlos IV el Tratado de


Fontainebleau, merced al cual Portugal quedaría desmembrado en 3 principados, de los
cuales el del Algarve sería para Godoy, el norte para los ex-reyes de Etruria (creado a la
sazón para Luis de Parma y María Luisa, hija de Carlos IV, que habían sido desposeídos
por Napoleón) y el central quedaría en suspenso, a la espera de la paz, para ser
cambiado por Gibraltar. Además, se reconocía a Carlos IV como Emperador de las
Américas. Como consecuencia del tratado, a principios de 1808 100000 soldados
franceses entran en la península para llevar a cabo el plan de desmembramiento de
Portugal (en vez de los 28000 autorizados), mientras Napoleón preparaba la anexión de
toda la orilla izquierda del Ebro hasta los Pirineos en negociaciones secretas con los
Borbones.

Ante el sesgo tomado por la situación, Godoy dio órdenes de reagruparse a las tropas
españolas (orden que no acataron al ser dispersadas por Napoleón por el territorio
portugués), que había tomado conciencia del peligro real, decidiendo trasladar la corte a
Aranjuez como preludio a un posterior traslado a Andalucía y de allí pasar a América.

4.2 El motín popular.

Mientras cundía la confusión en el propio gobierno (la mayoría de sus ministros


rechazaban los planes de Godoy), el Consejo de Castilla rechazó sus órdenes y la
oposición hizo correr el rumor de Godoy preparaba el secuestro de la familia real para
usarlos como rehenes. La noche del 17 de marzo de 1808 los fernandinos prepararon un
motín popular movilizando a campesinos, al personal de palacio y a las propias tropas
destinadas a proteger al rey. Sin embargo, el Motín de Aranjuez no fue uno más entre
los típicos motines del pan, sino un auténtico golpe militar destinado a sustituir a Godoy
y a instaurar un nuevo gobierno de talante aristocrático y tradicionalista, como se
deduce de la activa participación de los dirigentes del Ejército o del propio Consejo de
Castilla (que se negó a aceptar las órdenes de Godoy), además de tener el respaldo de la
Iglesia (una de las primeras decisiones de Fernando VII fue la revocación de las órdenes
de venta de las propiedades eclesiásticas) y de la Ilustración moderada (se perdonó y se
trajo del exilio a Jovellanos, Cabarrús, Urquijo, etc.).

4.3 La caída de Godoy.

Tras dos días escondido, Godoy fue apresado y vapuleado por las masas, aunque
le fue perdonada la vida por Fernando y sometido a un duro encarcelamiento hasta los
sucesos de Bayona. Unos días más tarde un nuevo motín, continuación del anterior
pidió la abdicación de Carlos IV, lo que de hecho sucedió el 19 de marzo en medio de la
conmoción del rey, inaugurando el reinado de Fernando VII.

5. Las abdicaciones de Bayona.

5.1 Las tropas extranjeras en suelo peninsular.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Mientras en Aranjuez se producían los motines, la muchedumbre provocó tumultos en


Madrid, atacando la casa de Godoy y la de sus amigos (el ministro de hacienda, Miguel
Cayetano Soler, fue asesinado), restableciéndose el orden con la proclamación del
nuevo Rey. El jefe de las tropas francesas, el General Murat, había ido tomando
posiciones desde el norte del país y el 23 de marzo entró en Madrid en medio del júbilo
popular, un día antes de la entrada triunfal de Fernando VII en la capital, creyendo que
los franceses habían llegado para apoyarle. Sin embargo, pronto se percató de su error, y
al tiempo que las tropas francesas se hacían cargo de la situación, el propio Fernando
VII no se vio reconocido como rey, al revocar Carlos IV su abdicación.

5.2 Los enfrentamientos entre Carlos IV y Fernando VII.

Con gran habilidad, Napoleón ordenó a su embajador y a sus generales que no


reconocieran a Fernando como rey y que consiguieran la retractación de Carlos IV de la
abdicación al trono (cosa que hicieron con facilidad) para alimentar la animadversión
entre padre e hijo y crear una situación de pleito dinástico de la cuál sacar partido.
Fernando, mientras tanto, deseaba su reconocimiento como rey, por lo que Napoleón,
que ya había decidido el destino de España, planeó su traslado a Bayona, lo que encargó
a su embajador, Savary. El 10 de abril partió Fernando discretamente hacia Burgos, con
la esperanza de entrevistarse con Napoleón en territorio español, pero tras infructuosos
intentos, el 20 de abril pasó a Francia, dejando el gobierno en manos de una Junta de
Gobernación, embrión de la futura Junta Suprema. Carlos IV y María Luisa se
dirigieron a Bayona para presentar sus quejas a Napoleón, para que éste arbitrara entre
Carlos IV y su hijo, cuyas relaciones eran de por sí pésimas. Ambos se exigieron
mutuamente el reconocimiento como único soberano de España, pero ninguno cedió en
sus pretensiones, dejando en manos del Emperador el arbitraje en busca de una
solución.

5.3 El arbitraje napoleónico y las abdicaciones.

Napoleón no tenía previsto ratificar a ninguno de los borbones en el trono de España,


sino todo lo contrario. Una vez en Bayona Fernando VII, éste fue obligado (la otra
opción era la muerte) el 5 de mayo a renunciar a sus derechos en favor de su padre,
Carlos IV, que se convertiría así de nuevo en único rey indiscutido de España. Sin
embargo, Napoleón había conseguido unos días antes de Carlos IV la cesión de todos
sus derechos (incluso los de Indias) al propio Napoleón, con la escusa de que él sería el
único garante de la paz interior. Con la cesión a su hermano José (en adelante José I) de
los derechos al trono de España, se inauguraría la efímera dinastía Bonaparte.

5.4 Un vacío de poder que alguien debe llenar.

Mientras tanto, el 2 de mayo, cuando los franceses se disponían a evacuar del Palacio de
Oriente al resto de la Familia Real con destino a Bayona, el pueblo de Madrid se había
levantado contra los franceses, que ya controlaban prácticamente todo el territorio. El
levantamiento fue reprimido con dureza y en la madrugada del 3 de mayo fueron
fusilados los detenidos en los tumultos. La rebelión se extendió por todo el territorio, a

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

partir de la declaración de guerra a Francia por el alcalde de Móstoles el mismo 3 de


mayo. Al conocerse en España los sucesos de Madrid y las abdicaciones de Bayona, así
como su aceptación por el Consejo de Castilla, de manera independiente y espontánea
multitud de lugares de toda la península se negaron a aceptar el estado de las cosas y se
constituyeron en una serie de organismos autónomos para organizar la defensa ante los
franceses, cristalizando en la creación de Juntas Provinciales, autotituladas supremas,
que serán las que dirigirán el adelante el curso de la guerra y que en adelante
constituirán de hecho un Estado paralelo con el único fin de restaurar la independencia,
centralizándose tras la batalla de Bailén (19-21 de julio de 1808) en la Junta Suprema
Central Gubernativa del Reino, dirigida por Floridablanca, que intentó reorganizar el
ejército, concluyó un tratado de amistad con Gran Bretaña y sentó las bases de la
resistencia armada contra la ocupación autorizando el armamento de la población y
reconociendo el servicio en la guerrilla como servicio a la nación (22 de mayo de 1809).

Comenzaba así no sólo la Guerra de la Independencia, sino una nueva Era tras la
caída del Antiguo Régimen.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

TEMA 2: GUERRA Y REVOLUCIÓN (1808-1814)

1. El dos de mayo

Las presiones cada vez mayores de Murat sobre la Junta y su pretensión de que ésta
autorizase la salida del infante don Francisco de Paula, hacia Francia, lleva ron a sus
miembros a solicitar una reunión urgente a la que también fueron convocados otros
representantes de las instituciones del Antiguo Régimen, Consejos de Castilla,
Hacienda, Indias y Órdenes. Se planteó por fin la posibilidad de iniciar una guerra para
hacer frente a la ocupación francesa, se acordó sin embargo designar una especie de
Junta suplente por si Murat cumplía sus amenazas de terminar con la designada por
Fernando antes de su partida. En esta nueva Junta, al lado de personajes que reaparecían
en escena, como Jovellanos, ocupaban un lugar destacado los militares.

Al día siguiente de esta reunión, en la mañana del 2 de mayo, comenzó la agitación en


las calles de Madrid entre los que asistieron a la salida de palacio de los últimos
miembros de la familia real. El intento de evitar que abandonasen la ciudad provocó el
choque entre la población y un escuadrón francés, que tuvo que ser protegido por
soldados españoles. La noticia de los muertos y heridos ocasionados por la reacción
francesa al acudir a sofocar la revuelta, generalizó el levantamiento popular por toda la
villa. La sangrienta y desorganizada lucha entre los madrileños y las tropas francesas
que llenaron la ciudad en poco tiempo y la durísima represión que siguió, orquestada
por Murat y Grouchy para castigar la rebelión, presentan de forma inmejorable al que se
convirtió en actor principal de los importantes acontecimientos que seguirían, el pueblo,
que se rebelaba pese a las recomendaciones reiteradas de calma por parte de las
desprestigiadas.

Las noticias corrieron como un reguero de pólvora. El mismo día que estallaba Madrid,
Andrés Torrejón, alcalde de Móstoles, se presentaba como depositario de esa soberanía
de la que habían sido incapaces de hacerse cargo las altas instancias del Antiguo
Régimen y publicaba un bando llamando a todos los pueblos a la guerra contra los
franceses. En las semanas siguientes las revueltas se fueron sucediendo en las distintas
provincias. Los hasta entonces considerados dirigentes naturales de acuerdo con las
creencias del Antiguo Régimen, se verían enfrentados a la tesitura de tener que elegir
entre apoyar el levantamiento popular o aceptar los nuevos planes que Napoleón tenía
para España.

Las abdicaciones de Bayona habían abierto aún más el camino al emperador quien
continuó jugando con la sumisión de la Junta y del Consejo de Castilla que le permitían
mantener la ficción de legalidad en sus decisiones. Aceptó a Murat como teniente
general del reino, lo que ponía de hecho el ejército español bajo su mando. Sus enormes
ambiciones parecían quedar así colmadas. Pero el emperador había entrado en contacto
con su hermano José, dándole instrucciones para dejar Nápoles, para hacerse cargo de la

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

corona española. Pronto recibiría Murat las instrucciones precisas para preparar la
llegada del que sería el nuevo rey.

2. El reformismo de Bayona

Napoleón buscaba atraerse las voluntades de los españoles más conscientes


presentándose como el libertador frente a la dinastía borbónica, responsable con su
desidia de la situación peninsular. La imagen negativa ilustrada se había visto reforzada
por los acontecimientos de los últimos años y especialmente de los últimos meses .
Napoleón se presentará ante los españoles como «el regenerador» de la patria, cuando
convoque la Asamblea que en Bayona, trataría de «la felicidad de toda España» y
reconocería «todos los males que el anterior sistema la ha ocasionado, y las reformas y
remedios más convenientes para destruidos en toda la nación y en cada provincia en
particular».

José I y la Constitución de Bayona habían de ser las armas que emplearía Napoleón para
terminar con el Antiguo Régimen en España sin necesidad de una revolución. Pero tanto
el uno como la otra distaron mucho de ser eficaces. La convocatoria para la reunión de
una Asamblea Nacional con la que lograr el apoyo de los reformistas supuso un fracaso
político de los Bonaparte. Fue el comienzo de la división entre los «afrancesados» y los
«patriotas», división que supuso la escisión del grupo de los ilustrados. Hubo personajes
que decidieron confiar en Napoleón para ver alcanzadas las tan esperadas reformas y
pasaron a colaborar con el nuevo monarca, mientras otros como Floridablanca o
Jovellanos rechazaron la colaboración con el rey extranjero, a pesar de que se contaba
con ellos y de que a este último se le ofreció un puesto en el primer gobierno de José
Bonaparte.

En Bayona se aprobó la primera de la larga serie de constituciones españolas, si bien fue


promulgada a comienzos de julio, nunca logró imponerse plenamente. Texto a caballo
entre dos mundos, que intentaba introducir en España algunos principios liberales,
establecía ciertos contrapesos a la autoridad del rey.

Sin embargo, con todas sus limitaciones, la Constitución de Bayona, los Decretos de
Chamartín y otros, como la limitación de los mayorazgos y la abolición de la
jurisdicción señorial y el Santo Oficio de la Inquisición, ponían sobre el tapete una serie
de temas gratos a los ilustrados, que los «patriotas» no podrían dejar de lado en sus
discusiones sobre el futuro de España, aunque disgustase al sector de los absolutistas de
viejo cuño.

El texto constitucional fue otorgado por José I y lo aprobó la menguada Asamblea de


españoles reunida a tal fin en Francia, lo aprobado constituía básicamente una
trasposición a la Península de ideas y principios ya consolidados en el país vecino en la
etapa revolucionaria e imperial, sin olvidar la necesaria adaptación a la realidad
española, muy visible por ejemplo en el respeto a la religión católica como única, el

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

nuevo rey de España juró la Constitución y recibió a su vez el juramento de fidelidad de


los componentes de la Asamblea, designó su primer ministerio y partió hacia Madrid.
Pese a la cuidada elección de sus colaboradores, todos ellos españoles conocidos y en su
mayoría de probado talante reformista como Mariano Luis de Urquijo o Cabarrús, no se
produjo en la Península la esperada reacción pacificadora. El alzamiento siguió
generalizándose y además los sublevados se iban organizando

3. La guerra de la Independencia

Se ha dicho que el alzamiento contra los ejércitos franceses fue de carácter popular y
espontáneo de índole nacional, convirtiéndolo en la primera manifestación de soberanía
del pueblo español. Sin negarlo, estudios más recientes ponen en cuestión algunos
elementos e insisten en que la realidad del alzamiento es aún bastante «opaca».

Espontáneo o no, sí fue popular. Han insistido en el carácter variado e incluso


contradictorio de estos acontecimientos. Presentan un levantamiento al tiempo
«espontáneo» e «inducido por agentes británicos»; una guerra «nacional y popular»,
«librada no por ideales y aspiraciones revolucionarias, sino en nombre de conceptos
tradicionales como monarquía y religión»; una «guerra española de independencia» y a
la vez un «conflicto internacional».

El vacío de poder facilitó un trasvase de poderes y la aparición generalizada de Juntas


Supremas Provinciales, que terminaron constituyendo en Aranjuez, una Junta Central
Suprema y Gubernativa del Reino. Las Juntas defendieron desde sus inicios su
legitimidad emanada del pueblo como depositarias de la autoridad soberana, por lo que
se ha destacado su indudable carácter revolucionario. Sin embargo, la extracción social
de sus componentes, su fidelidad a la causa fernandina, incluso sus posteriores
actuaciones, difícilmente son prueba de un talante revolucionario anti Antiguo Régimen.
La Presidencia de la Junta Central recayó en Floridablanca y resulta difícil imaginar al
anciano conde en un defensor de proyectos revolucionarios. La Junta fue muy
moderada, además de poco eficaz. Aunque sí es verdad que se codeaba con algunos
acérrimos defensores de las nuevas ideas más radicales.

José llegó a Madrid, no fue como rey de toda España. El y su gobierno tendrían un
precario control, basado en el ejército, sobre parte del territorio de dominio francés, en
el que amplias regiones quedarían bajo el mando directo de los generales. La Junta
Suprema Central intentaría poner orden y racionalizar la reacción antifrancesa en el
resto del territorio. Pero ya se habían producido importantes acontecimientos militares.

El levantamiento generalizado había desencadenado el empleo de la fuerza por parte


francesa, desplegándose 150.000 hombres en un intento de recuperar el control de la
situación y asegurar la comunicación entre la capital y la frontera. Los resultados fueron
desiguales, serias dificultades en Aragón, Cataluña y Valencia, destacando la resistencia
de las ciudades de Zaragoza, Gerona y Valencia. Por el contrario, en el flanco oeste los

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

problemas en el bando español de la falta de una Junta Central que coordinara las
fuerzas. Las tropas francesas se hicieron con el control de la zona, una victoria tan
irrebatible reafirmaba a Napoleón en su imagen de los españoles y reforzar su
conciencia de superioridad, convencido de que sus tropas conquistarían en muy poco
tiempo el reino. Sin embargo, la euforia imperial duraría poco.

Las tropas del general Dupont, que habían cruzado Despeñaperros buscando asegurar
Andalucía, sufrieron una importante derrota en Bailén frente al ejército de Castaños. La
capitulación del ejército francés fue la consecuencia más inmediata. Otras, no menos
importantes, se seguirían en poco tiempo. El recién instalado rey José 1, su flamante
gobierno y los afrancesados tuvieron que abandonar Madrid con dirección a Vitoria.
Los ejércitos franceses se replegaron hacia el Ebro, dejando aislados en Portugal a Junot
y sus hombres, esta primera derrota de los ejércitos imperiales en campo abierto influyó
en las expectativas de los españoles, que se plantearon la posibilidad de pasar a la
ofensiva en pie de igualdad, fue un poderoso incentivo en el camino hacia la
constitución de la Junta Central que debería configurar un nuevo ejército español. La
retirada de Portugal, donde un pequeño ejército británico mandado por Arthur Wellesley
-el futuro duque de Wellington- había derrotado a Junot, causaron una honda
conmoción. Napoleón tuvo que modificar su actitud y anunciar su intervención.

Los británicos conscientes de la importancia que en su enfrentamiento con Napoleón


tenían los acontecimientos que estaban teniendo lugar en España mantuvieron estrechas
relaciones con las Juntas desde sus inicios, manifestando su disposición a ayudarles,
esto convertía en aliados a enemigos.

Napoleón tomó el mando de 300.000 hombres, perfectamente pertrechados, y la


decisión del gabinete británico de entrar en liza de forma directa produjo una escalada
bélica señalando el inicio de una segunda fase en la guerra que iría desde fines del
verano de 1808 a 1812, los franceses consiguieron el predominio. Su avance desde los
Pirineos fue contundente y las tropas españolas repartidas en grupos aislados y mal
abastecidas no pudieron frenarles. A principios de diciembre, Madrid había sido
recuperado para los Bonaparte. La resistencia ante los franceses iría por vías diferentes
al enfrentamiento entre ejércitos regulares, campo en el que la inferioridad española era
evidente.

A fines de 1808, con los franceses de nuevo en Madrid, la Junta Central replegada en
Sevilla y el ejército español sumido en el desorden y el desconcierto, parecía estar al
alcance de Napoleón un rápido control total de la Península. La amenaza de Moore en el
norte que cortase sus comunicaciones con Francia, le obligó a desviar una parte
importante de sus efectivos hacia Galicia. Los británicos tuvieron que retirarse
perdiendo a su jefe, pero dos meses después una parte importante de las tropas francesas
seguía en Galicia y el norte de Portugal, lejos de sus objetivos.

Napoleón había abandonado España a comienzos de enero convencido de que sus tropas
solucionarían sin problemas el contencioso con Moore, y bastante más preocupado por

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

los asuntos en el este de Europa que por la casi sometida Península. Sin embargo, la
victoria se haría esperar. La persecución de los ingleses hasta La Coruña permitió la
recuperación de las tropas españolas que lanzaron varios contraataques en la meseta
central, con poco éxito. La lucha continuó en frentes dispersos. Zaragoza y Gerona,
resistían. A Portugal llegaban nuevos contingentes británicos. La guerrilla se veía
reforzada ahora por los soldados y oficiales de los maltrechos ejércitos españoles. La
guerra se alargaba.

Aun así, la superioridad francesa era innegable y los esfuerzos españoles y británicos, a
los que se sumaron tropas portuguesas, sólo consiguieron ralentizar lo inevitable. A
comienzos de 1810 los ejércitos de Bonaparte ocupaban Andalucía,. Sólo Cádiz, gracias
a la llegada del duque de Alburquerque al frente del ejército de Extremadura, pudo
resistir el ataque. La ciudad resistiría hasta agosto de 1812. Con una España ocupada,
aunque no dominada, Portugal pasó a ser el frente decisivo, al menos en lo que se
refiere a la guerra convencional.

Esta segunda fase de la guerra fue de especial interés para la consolidación de la


guerrilla con la descomposición de los ejércitos españoles como consecuencia de sus
derrotas, los efectivos guerrilleros se reforzaron y organizaron convirtiéndose en
bandas permanentes. La Junta Central promulgó un Reglamento de partidas y cuadrillas
y establecía de forma clara cual era su función.

Sin olvidar en ningún momento su papel real en la contienda, hostigando de forma


constante a los franceses y forzando a los generales a un debilitador despliegue de
tropas para intentar dominar realmente el territorio que supuestamente controlaban, hay
que destacar además el peso decisivo que desde un punto de vista psicológico tuvo este
tipo de guerra. Los guerrilleros despertaban auténtica devoción en el pueblo, aún más
justificada cuando eran clérigos, mientras llevaban el horror no sólo a las filas francesas,
sino incluso a las de los aliados angloportugueses, por la crueldad de algunas de sus
acciones. Aunque el salvajismo no fue privativo de un sólo bando.

Fue la guerrilla uno de los caballos de batalla que complicaron las ya de por sí difíciles
relaciones entre los recientes aliados. La quejas de Wellington respecto a sus aliados
fueron constantes. Críticas a las autoridades por su incapacidad para proporcionar
alimentos y suministros de todo tipo, a las tropas regulares por su incompetencia, a la
guerrilla por su indisciplina y extrema violencia. Los relatos de los soldados que
participaron en la guerra que fueron viendo la luz en años posteriores son buena prueba
de este estado de opinión. Textos como el del capitán Moyle Sherer reconociendo el
papel de los españoles que «[...] sin gobierno, sin ministros y sin generales y a pesar de
tantas adversidades permanecieron fieles a la causa, por lo que debemos nuestra victoria
final a sus aislados y constantes enfrentamientos con los contingentes franceses,
esparcidos por todos los confines de su país», son la excepción que confirma la regla.
Además los recelos eran mutuos. A los españoles les molestaban profundamente las
críticas británicas a sus dirigentes, sobre todo a la Junta Central. Recelaban de las
auténticas intenciones de Inglaterra para participar en la guerra y se sintieron

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

decepcionados en más de una ocasión por el volumen de la ayuda y sobre todo por la
retirada británica a tierras portuguesas durante buena parte de la guerra.

A lo largo de 1810, 1811 y 1812 los franceses fueron ocupando gran parte del territorio
peninsular, a pesar de la existencia de bolsas de resistencia. Los españoles y sus aliados
se vieron forzados a pasar a una situación meramente defensiva, con los británicos
replegados en Portugal y la guerrilla manteniendo la resistencia . Consciente de esta
situación, Napoleón había tomado la decisión de atacar Portugal y empujar a Wellington
y sus hombres al mar, convencido de que sin apoyo exterior y enfrentada a un ejército
imperial reagrupado la resistencia española no podría prolongarse. Pero el fracaso en la
campaña contra Portugal restableció un cierto equilibrio entre los contendientes y volvió
a frenar el de la conquista.

La evolución de los acontecimientos en los escenarios del este de Europa fue decisiva
en el desenlace final de la guerra de la Independencia española. El comienzo de la
tercera y última fase de la contienda con la campaña napoleónica en Rusia. La retirada
de efectivos redujo las fuerzas del ejército francés en la Península, unido a su inevitable
dispersión disminuyó considerablemente su capacidad ofensiva. Los ataques de
Wellington, del reorganizado ejército español y de la guerrilla obtuvieron importantes
frutos en la Meseta, dejando expedito el camino hacia Madrid y obligando a los
franceses a replegarse hacia Levante siguiendo al rey José en dirección a Valencia.
Aunque debilitado, el ejército francés seguía siendo formidable y la concentración de
las tropas de Levante con las que evacuaron Andalucía permitió una contraofensiva que
restableció de nuevo el equilibrio, hizo retroceder a Wellington a su refugio en la
frontera con Portugal y repuso a José en su tambaleante trono.

Convertido en generalísimo de todas las tropas aliadas, incluidas las españolas,


Wellington pasó gran parte del invierno intentando reorganizar sus fuerzas. Las tropas
francesas en la Península, por su parte, permanecieron durante algún tiempo ajenas al
desastre ruso, debido a sus dificultades para mantener sus líneas de comunicación con
Francia. Las repercusiones del desastre que se había cernido sobre la Grande Armée en
los efectivos franceses de la Península se manifestaron al iniciar Napoleón los
preparativos para una nueva campaña para hacer frente a una ofensiva en el norte de
Europa. La capacidad de los territorios sometidos al emperador para continuar
suministrando hombres estaba agotada hacía tiempo. Napoleón tuvo que reorganizar sus
tropas y ordenó de nuevo el traslado a Francia de una parte de los soldados destinados
en la Península, dejando a su hermano José en una situación cada vez más
comprometida. En 1813, por primera vez, los efectivos aliados superaban en número a
los imperiales.

En la primavera Wellington planteó una nueva ofensiva, sería la definitiva. Tropas


británicas desembarcaron en Levante para asegurarse de que el ejército imperial no
podría concentrar todas sus fuerzas en la Meseta. La guerrilla recrudeció sus acciones en
la zona norte hostigando al francés, dificultando sus desplazamientos y comunicaciones.
Las tropas regulares empujaban a los escasos efectivos de José desde la frontera

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

portuguesa y siguiendo la línea del Duero hacia los Pirineos. Vitoria fue la batalla
definitiva (21 de junio de 1813). El ejército francés tuvo que huir a Francia a marchas
forzadas.

Hubo todavía episodios bélicos en esta larga guerra en la frontera norte, País Vasco y
Navarra, reconquistándose las ciudades de San Sebastián y Pamplona. En octubre las
tropas de Wellington cruzaban el Bidasoa, llevando la guerra a suelo francés. Pocas
semanas después, el 11 de diciembre del mismo año, en Valençay, residencia de
Fernando VII en Francia, se firmaba el tratado del mismo nombre. En él se acordaba el
cese de las hostilidades. Napoleón reconocía a Fernando como rey de España y le
reintegraba sus territorios tal y como existían antes del inicio de la contienda. La guerra
había terminado. Las tropas que quedaban en Cataluña aún protagonizaron algún
incidente. Pero eran ya chispazos aislados en medio de la confusión reinante. Fernando,
el Deseado, regresó a España precisamente por Cataluña el 22 de marzo de 1814.

4. El reinado de José I

Lejos ya la caracterización de este monarca como un rey borracho y aficionado al juego,


estudios en profundidad han sacado a la luz su labor como gobernante reformista,
perfectamente imbricado en la mentalidad de su época.

Hermano mayor del emperador, estuvo siempre cerca de él en su recorrido por la escena
política francesa y puso su grano de arena en el camino que le llevó al trono imperial,
recibiendo las lógicas compensaciones. Esta relación de dependencia chocó siempre con
sus intentos de desempeñar de forma digna sus deberes regios y ocasionó frecuentes
episodios de tensión entre ambos.

El nuevo rey tenía sus razones para presentarse ante los españoles como garante de una
eficaz gobernación y cambios renovadores. Su breve estancia en el trono de Nápoles le
había acreditado como un buen monarca, preocupado por sus súbditos e impulsor de
reformas, y en general había contado con el apoyo de la población. Tras las
abdicaciones con una Constitución -aunque fuese la de Bayona- bajo el brazo, y
respaldado por un gobierno del que formaban parte españoles con experiencia y en su
mayoría de talante reformista. La situación no era especialmente propicia para la llegada
del nuevo monarca, pero precisamente su rápida venida era un intento de acallar la
revuelta.

El nuevo rey de los españoles podía comprobar que para sus súbditos él no era una
puerta abierta hacia la salida del Antiguo Régimen, ni la promesa de un futuro de
cambios, sino que se le identificaba con las odiadas tropas extranjeras, José trasmitió a
su hermano la realidad de la situación. Era un rey «intruso».

Sólo algunos ilustrados se habían sentido atraídos por sus promesas y la falta de apoyo
popular llegó a convertirse en una obsesión para él. Un intento de recabar más
partidarios fue el decreto por el que se obligaba a todos los empleados públicos a jurar
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fidelidad al rey, a la Constitución y a las leyes. Unos dos millones de personas, que
vieron peligrar sus intereses, se plegaron así a la nueva situación, la fuerza de las
circunstancias recomendó a muchos consistorios, cabildos, y en general autoridades de
todo tipo hacer alarde de sumisión ante el nuevo monarca recibiéndole con todos los
honores cuando les visitaba. Pero no parece, de acuerdo con la correspondencia que
cruzó con su hermano, que estas forzadas manifestaciones de respeto tranquilizasen el
ánimo del monarca.

A los ocho días de haber llegado a la corte y como consecuencia de la derrota francesa
en Bailén, se vio forzado a abandonar ese Madrid. Instalado en Vitoria, más cerca de la
frontera por si fuese necesario retirarse de forma precipitada, éste su nuevo reino tendría
que conquistarlo. Lo que ya no veía tan claro es que fuese a constituir la tarea fácil que
y no dudó en expresar sus deseos de retomar a Italia a un emperador que se negaba a
escucharle.

La llegada de Napoleón a la Península para hacerse cargo personalmente de la situación


no facilitó la postura de José. Fueron unos meses de espera, Napoleón además de dirigir
las campañas militares, tuvo tiempo de iniciar esas prometidas reformas. Los Decretos
de Chamartín de fines de 1808 están impregnados de espíritu reformista. Se abolieron
los derechos feudales y la Inquisición. Se actuó sobre las órdenes religiosas existentes
limitando sus efectivos y bienes y abolió las aduanas interiores. Sin embargo, fracasaron
en su intento de atraer a más ilustrados y fueron utilizados por los sectores más
tradicionales para desatar una campaña contra medidas tan revolucionarias. Poco
eficaces en la práctica, su interés radica, lo mismo que había ocurrido con algunas
disposiciones de la Constitución de Bayona en que marcan unos mínimos reformistas.

Tras el regreso del emperador a los escenarios europeos , José y su gobierno se


instalaron de nuevo en Madrid, iniciándose su reinado propiamente dicho. Fue cuando
más patente se hizo su deseo de ser un verdadero rey de los españoles, lo que le llevó a
oscilar entre su fidelidad a Francia y a sus nuevos súbditos, enrareciendo sus relaciones
con el emperador.

Meses de intensa labor legislativa. La grandeza de España, las órdenes militares y


civiles, los derechos señoriales, la antigua administración, el clero regular, las leyes que
dificultaban la agricultura, la educación..., temas de enorme tradición en el pensamiento
ilustrado español fueron el centro de la atención de los ministros de José . Racionalizar,
centralizar, liberalizar, educar, urbanizar... fueron los objetivos de las medidas dictadas,
acompañadas de una intensa labor de propaganda para granjearse nuevas voluntades, lo
que hasta cierto punto lograron en los primeros meses. Sin embargo, las ventajas, el
encumbramiento y el visible enriquecimiento de los propagandistas de las reformas
josefinas mermó rápidamente su capacidad de influencia, siendo el miedo o el afán de
lucro y no el convencimiento los principales motores que llevaron a algunos a colaborar
con los auténticos afrancesados.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

El mayor problema de José I era que su hermano no estaba dispuesto a renunciar al


control directo sobre el territorio español. Al abandonar la Península en enero de 1809
Napoleón le había dejado el mando supremo del ejército francés, pero en ningún
momento dio el nuevo rey pruebas de ser capaz de imponer su voluntad a unos
mariscales y generales del imperio que manifestaban abiertamente su desprecio. El
emperador desgajó del reino de su hermano los territorios fronterizos con Francia,
creando cuatro gobiernos militares -Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya- y
concediendo a los generales que se hallaban al mando plenos poderes civiles y militares.
Esto complicaba aún más la frágil posición de José, le privaba de importantes recursos y
suscitaba enormes recelos, incluso entre sus seguidores afrancesados, que veían
amenazada la integridad nacional. Napoleón repetiría la operación con Burgos y
Valladolid y planearía la resurrección de la Marca Hispánica, sin que José o sus
amenazas de abdicar, tuviesen la menor repercusión en los planes imperiales.

No hay que olvidar que aunque la corte de José intentara dar una apariencia de
normalidad, el telón de fondo fue una cruenta guerra con todas sus consecuencias, sin
que su gobierno fuese capaz de paliar los sufrimientos de la población.

Sin haber conseguido convertirse en un rey en el sentido pleno del término, la derrota
militar puso a José y sus seguidores en el camino del destierro. Tras un primer exilio
temporal en Valencia, en 1813 la evacuación definitiva hacia el norte,. A finales de
junio el todavía rey de España estaba ya en tierras francesas. Unos meses después, en
diciembre de 1813, Napoleón enfrentado a una invasión, firma el Tratado de Valençay
por el que Fernando recuperaba la corona. En su intento de separar a los españoles de su
alianza con los británicos intentaba retomar sus relaciones con España en un punto
anterior a mayo de 1808.

5. Las Cortes de Cádiz

Uno de los principales logros de los patriotas opuestos a los Bonaparte, la Constitución
de Cádiz, Desde septiembre de 1808 la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino,
depositaria de la autoridad soberana y presidida por Floridablanca, se esforzaba por
encontrar un equilibrio entre aquellos que querían que desempeñara un papel
estabilizador y moderador y los que representaban tendencias más revolucionarias,
mientras se veía obligada a defenderse de los ataques de los grupos más reaccionarios
que querían terminar con ella. Con el horizonte reformista establecido por la
Constitución de Bayona y los Decretos de Chamartín, la Suprema Junta Central,
trasladada a Sevilla por el empuje de las tropas francesas, tenía que dar alguna prueba
de que era merecedora de esa autoridad soberana.

Muerto Floridablanca, cabeza visible del sector más reacio a cualquier iniciativa que
pudiera romper de forma radical con el Antiguo Régimen, y no sin largas discusiones

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previas, se anunció la celebración de Cortes para el próximo año. También la creación


de una Comisión que se ocuparía de cuestiones relativas a la convocatoria. En ella
tendría un papel destacado Jovellanos, el gran protagonista de este periodo
preconstituyente. Su actuación nos permite tener una idea clara de las divergencias
existentes en el bando patriota entre los planteamientos reformistas de los «viejos
ilustrados» y las aspiraciones revolucionarias de los <<jóvenes liberales». Cómo
deberían formarse las Cortes y qué asuntos fundamentales deberían tratar fueron los dos
terrenos en que se plantearon las discusiones iniciales.

La opinión de Jovellanos fue determinante. Gran Bretaña había constituido el modelo


por excelencia para muchos pensadores continentales. La influencia de este modelo en
Jovellanos se hizo patente en su defensa del legado constitucional español. Veía en las
antiguas leyes y costumbres de los reinos la «constitución» que había fijado y
preservado los derechos de los soberanos y de los súbditos. La influencia de Burke en el
asturiano al defender la herencia histórica de la nación frente a una libertad permanente
que se manifiesta de forma destructiva. Este respeto a la continuidad le llevó a defender
la convocatoria a la «antigua» de unas Cortes de estamento s u órdenes que podrían
contener los abusos de la corona y a la vez evitar lo que él mismo denominó «el triste
ejemplo de Francia». El modelo del otro grupo de partidarios de reunir Cortes influidos
por el ejemplo de la Revolución francesa y la Asamblea Nacional, algunos miembros de
la Comisión -aun muy en minoría- preferían convocarlas contando sólo con los
representantes del tercer estado. La Junta Central aprobó la reunión de las nuevas Cortes
siguiendo las recomendaciones de Jovellanos.

A la hora de abordar la elaboración de una especie de catálogo de asuntos a tratar


decidió realizar una gran encuesta en la que las disparidades de criterio propias del
periodo quedaron una vez más de manifiesto. Se acordó consultar «a los consejos,
juntas superiores de las provincias, tribunales, ayuntamientos, cabildos, obispos y
universidades y oír a los sabios y personas ilustradas», no menos de 150 instituciones y
personas, que constituían, las elites individuales o institucionales, llevaron a la
constitución de una Junta de ordenación y posteriormente a la aparición de otras por
temas para estudiar y preparar las necesarias reformas. La principal novedad que
aportan las respuestas a estas consultas es la fuerza y claridad con la que se expresa la
postura liberal, representada por algunas instituciones pero sobre todo por individuos
ordenados por las Juntas, los temas presentados enfrentaban a las futuras Cortes con
todos los problemas del momento.

Es importante no olvidar que toda esta actividad se estaba produciendo en el marco de


una. La presión de las tropas francesas aconsejó el traslado de la Central a Cádiz, lo que
fue visto por algunos como una muestra de cobardía, que vino a sumarse al desprestigio
ocasionado por las derrotas militares. En enero de 1810, se convocaron las Cortes por
estamentos, aún quedaba por dilucidar si se reunirían en dos o en una sola cámara y la
importancia relativa de cada uno de los brazos.

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La desaparición de la Junta Central y la formación de una regencia que no mostró


demasiado entusiasmo por la reunión de Cortes, la llegada a Cádiz de los diputados
elegidos de acuerdo con el decreto que se había enviado a las ciudades a principios de
año, y, sin duda, el especial ambiente que se respiraba en la ciudad sitiada, favoreció
finalmente a los partidarios de la reunión en una sola cámara y no por estamentos, sino a
modo de asamblea nacional. Las Cortes se reunieron en septiembre de 1810.

Sobre su composición destaca el predominio de diputados pertenecientes a las clases


profesionales. Otra característica es que algo más de una tercera parte de las Cortes
eran miembros del clero, no regular sino secular, cuyas inclinaciones reformistas ya se
habían manifestado en el siglo anterior y alguno de cuyos miembros compartían el
recelo de los liberales hacia las órdenes religiosas, la Inquisición y la intromisión de la
Santa Sede en los asuntos de la Iglesia española. Los eclesiásticos habían alcanzado una
representación similar a la que les hubiera correspondido en unas Cortes convocadas por
estamentos, y algo parecido debió ocurrir con la nobleza, que se acercó también a un
tercio de la representación -en su inmensa mayoría simples hidalgos. La ausencia de
artesanos, trabajadores manuales y, sobre todo, campesinos, no resulta tan sorprendente
la representación en Cortes del tercer estado estuvo controlada por la oligarquía urbana
de sólo algunas ciudades. Tradicionalistas y liberales se codeaban en estas Cortes,
también podría hacerse una división por edades. En general los liberales tenían entre
veinticinco y cuarenta años, mientras sus mayores defendían posturas más
conservadoras que iban desde los reformistas moderados.

La labor realizada por las Cortes se divide en tres periodos. Una primera etapa en la que
predominan las reformas políticas (1810-1812), una segunda más social (1812-1813) y
una final centrada en temas económicos (1813-1814). Los primeros decretos esbozaron
el programa político a desarrollar y dejaron claro el carácter liberal, los diputados
declararon que la soberanía residía en la nación y se encarnaba en las Cortes y
decretaron la división de poderes reservándose el legislativo. El respaldo fue amplio
incluso los más tradicionalistas no podían dejar de ver ventajas a un texto que debilitaba
la postura de José I al negar validez a la renuncia de Fernando por faltarle el
consentimiento de la nación. Las consecuencias últimas de este decreto, que atacaba de
lleno los cimientos del Antiguo Régimen, no tardarían en ponerse en evidencia. Poco
después se decretaban la libertad de imprenta, la abolición de la tortura y la
incorporación a la nación de los señoríos jurisdiccionales, auténticos hitos para los
liberales por su simbología. Los debates que precedieron su aprobación pusieron en
evidencia las disparidades en las posturas de los distintos grupos y la capacidad de los
liberales para imponer sus criterios sobre los que iban a ser conocidos como «serviles».

La comisión elegida y encargada de proponer un proyecto de Constitución. En ella


deberían plasmarse las reformas políticas de más calado. Los debates se prolongarían
por espacio de cinco meses. Quizás en un intento de aglutinar a todos los representantes
del bando liberal, incluso a los más moderados, para poder así hacer frente a los que se
oponían a la existencia incluso de la Constitución, pero la realidad del texto
constitucional fue muy distinta y supuso la ruptura con el Antiguo Régimen.

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Hubo, es cierto, un aspecto en el que se mantuvo la fidelidad hacia el pasado, fue en la


aprobación del artículo 12 que rezaba: «La religión de la Nación Española será el credo
Romano, Apostólico y Católico, la única fe verdadera. La Nación la protege por medio
de leyes sabias y justas y prohíbe la práctica de ninguna otra». la Ilustración en España
fue cristiana. Fue el clero secular, ampliamente representado en estas Cortes, el que a lo
largo de la segunda mitad de la centuria ilustrada había entablado una lucha contra
determinados elementos de la religión más tradicional, constituyendo junto con
regalistas, antimolinistas, opositores al ultramontanismo y otros reformistas laicos lo
que algunos autores han denominado «el jansenismo español» que en ningún momento
se apartó de la ortodoxia. Sin duda ideas más radicales procedentes de Francia o la
defensa de la tolerancia habían prendido entre algunos representantes de la nueva
generación.

Se puede discutir y es difícil calibrar hasta que punto el artículo 12 fue una concesión a
los más moderados de entre los liberales o si, en realidad, había un cierto acuerdo en
este grupo. Incluso un decreto en apariencia tan novedoso como el de supresión de la
Inquisición que dio lugar a encendidos debates y reacciones fuera de las Cortes. El
decreto sobre la abolición de la Inquisición y establecimiento de los tribunales
protectores de la fe, estipulaba que los jueces civiles eran competentes para «declarar e
imponer a los herejes las penas que señalan las leyes o que en adelante señalaren». La
expulsión del Nuncio por su intromisión en el debate sería una clara prueba de ese
regalismo.

Hay que tener en cuenta que la furibunda reacción del sector clerical más intransigente,
que había sabido aprovechar la libertad de prensa que les garantizaron los liberales y
contribuyó de forma notable a una radicalización de las posturas liberales en materia
religiosa.

El absolutismo monárquico y otros pilares del Antiguo Régimen no salieron tan bien
parados como la religión católica en la nueva Constitución. La generación liberal dio
ese paso adelante que permitió romper con la maquinaria del Antiguo Régimen.

Especial importancia tienen los artículos del Capítulo 1.° del Título 1.°, referidos a la
nación española, definida como «la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios» . Y en ella reside «la soberanía» y «por lo mismo pertenece a ésta
exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales». la Constitución
declara un poco vagamente en su Título 2.° que la forma de gobierno de la nación
española es «una Monarquía moderada hereditaria». Pero en los artículos inmediatos
establece de forma inequívoca la separación de poderes: el ejecutivo reside en el rey, el
legislativo en las Cortes con el rey y el judicial en los tribunales establecidos por la ley.

En el Título 3.°, referido a las Cortes, se regula de forma detallada la elección de


diputados por sufragio universal masculino indirecto y se estipula que para ser elegido
diputado hay que «tener una renta anual (sic) proporcionada, procedente de bienes
propios» . En el Título 4.° se aborda la figura del rey, cuya persona «es sagrada e

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inviolable y no está sujeta a responsabilidad», detallando sus prerrogativas, facultades y


restricciones a su autoridad . La fórmula de juramento ante las Cortes compromete al
rey a defender y conservar «la Religión católica, apostólica, romana, sin permitir otra
alguna en el Reino»; a guardar y hacer guardar «la Constitución política y Leyes de la
Monarquía española»; no enajenar, ceder, ni desmembrar parte alguna del reino; no
exigir «jamás cantidad alguna de frutos, dinero, ni otra cosa sino las que hubieren
decretado las Cortes»; no tomar a nadie su propiedad, y a respetar «sobre todo la
libertad política de la Nación y la personal de cada individuo» La fidelidad al Deseado
quedaba fuera de toda duda se afirmaba que «El Rey de las Españas es el Señor don
Fernando séptimo de Borbón que actualmente reina». Artículos posteriores regulaban la
designación de Regencia cuando el rey fuese menor de edad o se hallase imposibilitado
para reinar. El papel de los secretarios de Estado y del Despacho, así como del Consejo
de Estado, queda recogido en el título referido al rey, incluyendo medidas de control por
parte de las Cortes junto con otras en las que parece que es el Consejo de Estado el que
disfruta de un cierto control al asesorar al monarca.

El poder judicial se aborda en el Título 5.° y en sus artículos se puede observar como
los liberales dieron carta de naturaleza a ideas reformistas que ya habían sido defendidas
por los ilustrados. Un buen ejemplo puede ser la prohibición de la utilización del
tormento, la obligatoriedad de manifestar al reo en menos de 24 horas la causa de su
prisión y el nombre de su acusador , o la prohibición de confiscar los bienes del reo, que
son una clara reacción frente a esos elementos del proceso inquisitorial, «En los
negocios comunes civiles y criminales no habrá mas que un solo fuero para toda clase
de personas» pero perviven aspectos que la vinculan con el pasado, como es el respeto a
los fueros eclesiástico y militar.

El problema de la organización territorial de la monarquía también quedó recogido en la


Constitución con una clara orientación centralizadora. Aunque también en este terreno
había habido cambios durante la centuria ilustrada. La reforma de la administración y la
tendencia a una unificación política, junto con importantes pasos en el camino hacia una
mayor racionalización de la economía y la hacienda, obedecían a razones prácticas.
Fueron cobrando un mayor peso conceptos, como «nación» o «patria» en los
razonamientos que para justificar la centralización desplegaron los diputados liberales
en los debates. La ocupación francesa y la situación de guerra reforzó aún más la
vinculación entre las dos ideas vinculando centralismo con nacionalismo y patriotismo.
Frente a los «serviles» los liberales no dudaron en hacerse conocer como los
«patriotas».

La aprobación de la Constitución y su proclamación solemne el 19 de marzo de 1812,


fue la decisión política más importante que tomaron las Cortes de Cádiz. Además las
Cortes aprobaron numerosos decretos que, considerados en su conjunto, marcaron la
ruptura definitiva con el Antiguo Régimen. Leyes como la de Señoríos, que suprimía el
régimen señorial, aboliendo el señorío jurisdiccional y convirtiendo el territorial en
propiedad particular; la Ley Agrícola, la Ley Ganadera, que suprimía la Mesta; las
liberalizadoras de Industria y Comercio...llevaban a sus últimas consecuencias los

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deseos ya expresados por los ilustrados de eliminar los obstáculos y las trabas que
habían impedido el desarrollo de la economía, poniendo al mismo tiempo las bases para
una nueva sociedad. La Constitución de Cádiz y todos estos decretos emanados de las
Cortes extraordinarias pusieron los cimientos de un nuevo régimen que aún tardaría en
cristalizar y se convirtieron en símbolo y referente para las generaciones futuras.

La reacción de los absolutistas a las reformas de Cádiz fue contundente desde un


principio. Aprovechando la libertad de prensa que tanto habían combatido, acusando a
los liberales de traer a España los «horrores» de la Revolución francesa y de difundir
«ideas y doctrinas desconocidas por nuestros antepasados». Las discusiones sobre la
abolición de la Inquisición o el intento de restablecerla y otras que afectaban al papel de
la Iglesia radicalizaron los debates y exacerbaron las posturas acercando a algunos
liberales moderados a las posturas de los tradicionalistas. La división en dos bandos
irreconciliables, absolutistas y liberales, era ya una realidad. La capacidad de
convocatoria de cada uno de ellos a la altura de 1814 era algo más difícil de calibrar.

Las dudas sobre la legitimidad de unas Cortes que habían carecido de mandato
constitucional, cuyos diputados habían gozado de una representatividad discutible y
cuya autoridad se vio puesta en entredicho y lo limitado de su autoridad territorial,
ponían de manifiesto la fragilidad de la obra liberal. Para fortalecerla se organizaron
manifestaciones, recogidas de firmas y juramentos en favor de la nueva Constitución.
La revolución hecha por unos pocos buscaba la aceptación de unos españoles que se
habían convertido casi sin saberlo en ciudadanos. Sin embargo, en las elecciones a
Cortes ordinarias que debían reunirse el 1 de octubre de 1813, los liberales sólo
consiguieron una tercera parte de los escaños. La durísima campaña de la prensa
absolutista, la movilización del clero más reaccionario, la imposibilidad de reelección
de los diputados que impidió el concurso de los liberales más conocidos, podrían
explicar estos resultados. Los liberales, ya a la defensiva, se vieron favorecidos por la
epidemia de fiebre amarilla que impidió a muchos de los recién elegidos diputados
dirigirse a Cádiz, elegida como lugar de reunión de las Cortes ordinarias. En un
ambiente hostil, los absolutistas esperaban la vuelta del Deseado para acabar con la obra
constitucional.

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TEMA III: EL REINA DO FERNANDO VII


(1814 – 1833)
La Restauración del absolutismo (1814–1820)

1. El regreso de Fernando VII.

El retorno de Fernando VII a España, tras firmar el Tratado de Valencay con Napo-león,
supuso un giro brusco en la evolución de los acontecimientos políticos. Representando,
además, la ruptura con el proceso iniciado con las Cortes de Cádiz y el restablecimiento
del modelo político del Antiguo Régimen. Fruto del contexto bélico vívido en la
Península son las tensiones políticas que derivan en la división ideológica y en el
enfrentamiento entre las dos tendencias: liberales y absolutistas.

El 13 de marzo de 1814, Fernando VII salía de Valençay con destino a la Península. El


24 de marzo cruzó la frontera por Cataluña, el recibimiento popular fue apoteósico,
acogido por enormes esperanzas al ver en él la encarnación de los ideales por los que
habían luchado contra los franceses. Fernando, "el Deseado”, mitificado hasta la
saciedad, recuperó su trono entre muestras de calor popular y de prestigio. Era el
símbolo de los seis años de resistencia y encarnaba grandes expectativas de cambio y
mejoras tras una década especialmente deli-cada.

En un primer momento el Rey opta por deshacer la obra constitucional de Cádiz,


asumiendo el poder absoluto; sin embargo, como habían visto los reformistas ilustrados,
el mantenimiento del régimen era inviable sin acometer importantes reformas. En este
contexto, los absolutistas se mostrarán incapaces de solucionar los problemas
planteados, prolongando la agonía del Antiguo Régimen en el marco peninsular y
desarrollándose el reinado con continuas oscilaciones entre absolutistas y liberales.
Paralelamente a ello la burguesía española seguirá una evolución que acabará con la
liquidación del Antiguo Régimen

1.1 “Serviles” y “Liberales”

Las tensiones en la península entre liberales y los defensores del Antiguo Régimen
(serviles) habían ido en aumento durante los meses anteriores a marzo de 1814. Los
últimos, mientras esperaban a su Rey, criticaban a la Regencia acusándola de liberal, a
las Cortes –que no conseguían controlar- e intentaban volver a la situación anterior a la
guerra. Los liberales, por el contrario, intentaban asegurar la pervivencia de su obra
intentando obtener el respaldo de Fernando a la Constitución.

En febrero de 1814, los liberales, a pesar de su minoría, consiguen sacar adelante un


Decreto que recogía el espíritu del aprobado en enero de 1811 al vincular el acatamiento
de las Cortes al rey al juramento del monarca a la Constitución hasta entonces ni se le

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consideraría libre ni se le prestaría obediencia-. La Regencia, controlada por los


liberales, seguiría siendo la titular del poder ejecutivo.

En este contexto, el panorama político del momento se encuentra en una difícil situación
al defender, por un lado, los absolutistas la necesidad de que el Rey recupere la plenitud
de su soberanía y, por otro, los liberales que aspiran a que el monarca se inspire en la
Constitución de 1812.

Los serviles realizan dos claros pronunciamientos a favor del absolutismo en estos
primeros momentos; el primero lo hace el general Elío –capitán general de la zona-, a la
llegada del monarca a Valencia con un discurso inequívoco y que además se hace
portavoz del supuesto descontento en el ejército, el otro, lo realizará el diputado
sevillano Mozo del Rosales con la entrega del Manifiesto de los Persas.

1.2 El manifiesto de los Persas.

El Manifiesto de los Persas recibe su nombre por las palabras de su encabezamiento:


“Señor: era costumbre de los antiguos persas pasar cinco días de anarquía después del
fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras
desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor…”. En él se hace referencia a lo
ocurrido durante la ausencia del rey y es, a pesar de su ambigüedad, una descalificación
a los diputados gaditanos –a los que se acusa de falta de representatividad; una dura
crítica a la obra liberal –especialmente a la Constitución de 1812- y, sobre todo, un
canto a la monarquía absoluta, “obra de la razón y la inteligencia”.

Su larga exposición, el manifiesto constaba de 143 párrafos, de los que más del 90% se
dedican exclusivamente a criticar con acritud la obra de las Cortes gaditanas, concluía
con la solicitud de una convocatoria de Cortes a la manera tradicional y que anulara la
Constitución y Decretos de las Cortes de Cádiz. El Manifiesto es un documento
largamente discutido. Unos autores, apoyándose en su rechazo de la soberanía nacional,
entienden que es un texto absolutista; Hammett lo define como “una invitación a un
golde de Estado”, que intenta reforzarse doctrinalmente con argumentos de la tradición
española. Otros (Suárez) lo consideran como una proclama reformista, que desea la
renovación del país en una línea nacional, lejos de los excesos revolucionarios.

Su posible reformismo parece un intento de separar de las filas liberales a los sectores
más moderados, incluyendo un horizonte de reformas en concordancia con la tradición.
En cualquier caso, en los años siguientes no existió ninguna iniciativa, ni de estos ni de
otros representantes de los serviles, para solicitar la convocatoria de Cortes
tradicionales, ni tampoco hubo crítica a la reasunción del poder absoluto por parte de
Fernando.

La importancia relativa del Manifiesto, como subraya la profesora Guerrero, la


deducimos de la sorpresa del embajador británico –Wellesley- ante el hecho de que el
documento, fechado en abril y presentado al rey por el conspirador absolutista sevillano
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Mozo de Rosales al día siguiente de su entrada a Valencia, no fuese publicado por el


gobierno hasta julio. Esto puede indicar que parte de las 69 firmas de diputados
absolutistas, lo que supone más de un tercio de las Cortes ordinarias de 1813, fueran
realizadas a posteriori.

En cualquier caso, el Manifiesto, fue recibido por el monarca con alegría y fue uno más
de los elementos que le animaron, junto con el decisivo apoyo de algunos generales y el
triunfante recibimiento popular, a dar los pasos siguientes.

2. El primer golpe a los liberales.

Coincidiendo con el regreso de Fernando, los liberales en Madrid habían conseguido


que se aprobase un decreto que negaba validez a las acciones de un rey cautivo. Este
documento, de febrero de 1814, vinculaba el acatamiento de las Cortes al rey al
acatamiento de Fernando a la Constitución.

El 24 de marzo cruza el rey la frontera en Cataluña para recibir con frialdad al general
Copons –quién le dio la bienvenida en nombre de la Regencia y le entregó el documento
sobre el estado de la Nación-.

Mientras los protagonistas de la revolución liberal intentaban asegurar la supervivencia


de la obra de Cádiz intentando obtener el respaldo de Fernando a la Constitución, el
monarca y sus ayudantes daban los últimos retoques al decreto del 4 de mayo en
Valencia. El 5 de mayo parte hacia Madrid, escoltado por las tropas del ultraconsevador
Elío; su paso por las diferentes poblaciones fue triunfal y acompañado de
manifestaciones populares de apoyo al monarca y contrarias a la Constitución, por lo
que salen reforzadas las tesis absolutistas y Fernando rechaza a la delegación enviada
por las Cortes que salió a su encuentro. Mientras tanto Eguía preparaba la llegada del
monarca eliminando cualquier foco de resistencia liberal. La noche del 10 al 11 de
mayo un buen número de liberales fue arrestado; estos fueron los primeros ya que en los
siguientes días los que no consiguieron escapar corrieron la misma suerte. Con los
liberales y un buen número de regentes en la cárcel y las Cortes disueltas Fernando hace
su entrada en Madrid y ahora había que desmontar su obra.

3. Primeras acciones de gobierno.

3.1 El Decreto del 4 de mayo.

Cuando en abril Fernando VII llega a Valencia, un numeroso grupo de diputados


absolutistas, al frente del cual se sitúan Mozo del Real y el obispo de Orense, Juan de
Escoíquiz, le presentan el Manifiesto de los Persas –texto en el cual 69 diputados de las
Cortes ordinarias solicitaban al rey la restauración el poder absoluto, la anulación de
todo lo aprobado en las Cortes de Cádiz y la convocatoria de nuevas Cortes.

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Animado por este Manifiesto firmó en Valencia el 4 de mayo un decreto por el que
dejaba sin efecto toda la obra legislativa de las Cortes (constitución de 1812) a las que
acusaba de haberle despojado de su soberanía; en él dejaba claras las nuevas reglas del
juego y reproducía la críticas del Manifiesto a las Cortes gaditanas y sus realizaciones,
insistiendo en la violación que la Constitución suponía de las leyes fundamentales y en
el carácter jacobino de la misma al afirmar que se redactó “copiando los principios
revolucionarios y democráticos de la Constitución francesa de 1791”. Algunos
historiadores han comparado este decreto con el programa de acción del golpe de estado
que se avecinaba, ya que, en definitiva, derogaba todo lo legislado en Cádiz y se
decretaba la nulidad de las disposiciones de los regentes y de las Cortes. Con el decreto
del 4 de mayo, quedaba abierto el camino a la restauración del Antiguo Régimen.

Fernando incluye en el propio decreto su particular visión de lo ocurrido en la Península


desde 1808 presentándose como un gran defensor de su pueblo, a quién ha salvado de
“la perniciosa influencia de un valido” y preservado de Bonaparte al pasar a Bayona
para sufrir en su persona “atroz atentado”. De este modo se presenta como “padre de sus
vasallos”, comprometiéndose a una futura convocatoria de Cortes –en las que incluiría
la presencia de Diputados americanos-. También quiere asegurar, mediante leyes “la
libertad y la seguridad individual y real” como corresponde a un “gobierno moderado”;
su compromiso también alcanza al respeto de la libertad de imprenta, a la religión y al
gobierno de unos con otros. Todas ellas son propuestas mínimas que pronto caerían en
el olvido.

El decreto fue redactado conjuntamente por Juan Pérez Villaamil y el ex regente Miguel
Lardizábal. El texto posee tres partes claramente diferenciadas:

 En la primera se relata negativamente las actividades de las Cortes,

 En la segunda se expone un plan de reformas centradas en una convocatoria a


Cortes con procuradores de España y de las Indias en las que se conservaría el
decoro de la dignidad real y sus derechos y los que pertenecen a los pueblos que
son igualmente inviolables. El monarca se comprometía a defender la libertad y
seguridad individual como muestra de un gobierno moderado, permitiría la
libertad de prensa y establecería la separación entre las rentas del Estado y de la
Corona. Las leyes se establecerían conjuntamente por el rey y las Cortes.

 En la tercera y última parte Fernando VII declara abiertamente que no piensa


jurar la Constitución, valorando los decretos de las Cortes como “nulos y de
ningún valor ni efecto”.

En los meses siguientes se procedió a eliminar cargos e instituciones constitucionales y


al restablecimiento de todos los organismos políticos y administrativos que habían
existido antes de la guerra de la Independencia. Entre ellos destaca:

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 La reinstauración del Régimen de Consejos con la variación, respecto a


la Edad Moderna, del papel menor asignado al Consejo de Castilla en
beneficio del Con-sejo de Estado.

 Constitución de los primeros gabinetes, formados por personajes de la


absoluta confianza del rey, caracterizados por la ineficacia en la gestión y
por la rapidez con que se producía el cambio de titular.

 Reinstauración de la Junta Suprema de Estado creada en 1787.

 Restablecimiento de los Ayuntamientos, corregidores y alcaldes mayores


en la planta que tenían en 1808.

 Recuperación de las Capitanías Generales del poder territorial.

 Restablecimiento de Audiencias y Chancillerías.

3.2 Otros Decretos.

Con este decreto de 4 de mayo, el monarca da claras muestras de su voluntad de volver


al sistema anterior a la guerra. Otras disposiciones tomadas por Fernando ahondaron
más si cabe en la vuelta atrás al estar relacionadas con asuntos de carácter social,
económico y religioso, restableciendo los privilegios de aquellos que se vieron
afectados por las medidas de las Cortes de Cádiz. Se resucita el Tribunal del Santo
Oficio, que jugó un papel fundamental en el control ideológico. Regreso de los jesuitas.
Devolución al clero de las propiedades y conventos. Restablecimiento del voto de
Santiago. Vuelta de los gremios. Restablecimiento del Honrado Consejo de la Mesta,
etc., satisfaciendo las aspiraciones de la nobleza y de la iglesia.

Por el decreto de 30 de mayo se desterró a todos aquellos que habían ocupado cargos en
el gobierno de José I. unas 4.000 personas vieron cerrada la posibilidad de retorno y
tuvieron que prepararse para el exilio a cuenta de un gobierno francés cada vez más
reacio a hacerse cargo de ellos. Fue una de las “medidas para premiar a los fieles,
perdonar a los débiles y castigar a los malos”.

En este sentido, el decreto de 15 de septiembre de 1814, es ilustrativo ya que en él se


reintegraba a los señores jurisdiccionales “en la percepción de todas las rentas, frutos,
emolumentos, prestaciones y derechos de su señorío territorial y solariego yen la de
todos los demás que hubiesen disfrutado antes del 6 de agosto de 1811”.

Estas disposiciones no eran las mejores armas para hace frente a los graves problemas
del país, pero tampoco eran los mejores hombres los seleccionados para llevar a buen
puerto las reformas. El país era llevado por una curiosa camarilla de individuos
allegados, siguiendo la costumbre familiar, entre los que se mezclaban personajes tan
sorprendentes como el aguador de la Fuente del Berro (Pedro Collado, Chamorro), o el

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antiguo esportillero Antonio Ugarte con el último ministro de la Guerra, José María
Alós, que se dedicaba a confeccionar alegraluces de papel que luego iba echando a un
cesto, el canónigo Escoíquiz y el único competente Martín Garay.

4. La situación internacional: el Congreso de Viena.

Es preciso recordar que la coalición que venció a Napoleón se fijó como tarea esencial
remodelar la geografía política y social de Europa en un congreso convocado en Viena
(noviembre 1814 – junio 1815). La derrota del Emperador hace ver la necesidad de
replantear la vida internacional sobre bases muy diferentes, incluso contrarias, a las que
habían inspirado a la Europa revolucionaria, dirigida por Francia. A la dirección de una
sola potencia sustituiría la dirección de varias, las vencedoras de Napoleón. Estas
naciones vencedoras desean someter la vida internacional a un derecho que no sea el de
la fuerza, para lo que han de implantar un sistema de seguridad colectiva. Hostiles a la
etapa histórica que Europa acaba de vivir, se inspiran en el Antiguo Régimen y se
oponen a la soberanía nacional; su obra significa la lucha contra el mapa y las ideas de
la Revolución Francesa.

Este contexto coincide con el regreso a España de Fernando en un escenario inter-


nacional caracterizado por la crisis final del imperio napoleónico y el diseño de ese
nuevo sistema de equilibrio de poderes que facilitase la reconstrucción de Europa e
impidiera otras crisis similares a la recién superada. El canciller austriaco Metternich y
el ministro de exteriores británico, Castlereagh, son los que llevaron las riendas tanto en
las conversaciones iniciales para la firma de la paz como en las siguientes para el
establecimiento del Sistema de Congresos.

El papel que jugó España en su diseño fue más que secundario. El descenso político
iniciado con la firma de tratados que pusieron fin a la guerra de Sucesión, la
dependencia con Francia a lo largo del siglo XVIII y la nueva relación de “amistad y
alianza” con Gran Bretaña, determinaron que España –a pesar de ser artífice
determinante en la derrota de napoleón-, no conexionara y su relación respecto al resto
de Estados no se hiciera en pie de igualdad. En definitiva, la antigua gran potencia en
Europa y América no pudo ni supo hacer oír su voz en las conversaciones que llevaron a
la firma del tratado de paz con Francia y del Acta de Viena.

España estaba representada por Pedro Gómez Labrador, de escasa capacidad


diplomática y negociadora, a lo que habría que sumar el carácter errático de las
instrucciones recibidas desde Madrid. Con estos mimbres, España obtuvo escasas
satisfacciones a pesar de su prestigio por los ecos de su victoria frente a Napoleón.
España había quedado fuera de la gran alianza (Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia) que
había acabado con el emperador, siendo admitida –junto con Suecia y Portugal- en el
Comité de los Ocho (formado por las cuatro grandes potencias y Francia), Comité
creado para tratar temas de menor rango.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

De las reclamaciones españolas fueron escasamente satisfechas las relativas a los


asuntos italianos y la demanda territorial respecto a la devolución de la Luisiana, en
poder de Estados Unidos desde 1803, ni siquiera fue escuchada. Sobre el comercio de
esclavos España, junto con Portugal y Francia, se opuso a la abolición inmediata aunque
firmó la declaración final relativa a la condena del tráfico. El único triunfo, aunque
relativo, de la diplomacia española de la época se obtuvo tras la derrota de Napoleón en
Waterloo, después de los Cien Días. En el segundo Tratado de París (20 de noviembre
de 1815) Napoleón abandona con su guarnición la isla de Elba, desembarcando en el
golfo Juan, con intención de cruzar los Alpes y penetrar militarmente en Francia; las
potencias reunidas en Viena movilizan sus efectivos y lo derrotan en Waterloo el 18 de
junio. Tras este episodio de “Los Cien Días” se firma la segunda Paz de París con unas
condiciones más duras para Francia: su territorio es reducido a las fronteras de 1790; se
solicita una indemnización de 700 millones de francos y su territorio estará ocupado por
un contingente de 150.000 hombres durante tres años. España obtuvo una
indemnización económica y una ayuda para la reparación de las fortalezas dañadas por
la última guerra; en paralelo, Inglaterra reclama a las autoridades españolas los
suministros y el dinero prestado durante la guerra de Independencia.

Este segundo Tratado dará paso a la creación de la Cuádruple Alianza formando una
liga permanente Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia. En esta alianza se comprometían a
mantener los acuerdos de Chaumont, Viena y París durante los próximos veinte años y,
lo más importante, por el artículo VI acordaban celebrar reuniones diplomáticas cada
cierto tiempo y discutir asuntos de interés común. Esto no era otra cosa que el inicio del
sistema de Congresos que buscaba un mecanismo eficaz para el mantenimiento de la
paz y el equilibrio. España quedaría fuera del sistema.

5. La política interior: la crisis económica y financiera y las fallidas reformas.

Tras los seis años de guerra, la economía española era desesperada. A estas dificultades
inherentes al final de una larga guerra debemos añadir la escasa preparación que los
ministros y asesores del monarca demostraron. Según Suárez “el carácter del sistema de
Fernando VII es el no tener ninguno y, por tanto, no se puede hablar de un programa
coherente, de un criterio firme o de una línea política constante”. El rey se convierte, a
partir de 1814, en el único monarca legitimista de España cuya manifestación más clara
es el gobierno personal en el que la labor del Gobierno no es más que la voluntad del
rey sin estar limitada o contrapesada por la acción colegiada de los Consejos.

La falta de un sistema político, el carácter del rey, la mediocridad de sus consejeros y la


inestabilidad ministerial (28 ministros para sólo cinco ministerios), hizo que el Sexenio
Absolutista, juzgado por sus resultados, fuese un auténtico fracaso que defraudó las
esperanzas de la mayoría de los españoles. Desde el 4 de mayo comenzó la restauración
de todos los organismos del Antiguo Régimen, desmantelando una tras otra las
estructuras políticas, sociales y económicas de las Cortes de Cádiz.

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Antes de la subida al trono de Fernando la situación era crítica, pero, los absolutistas,
fueron incapaces de solucionar la suma de problemas viejos y nuevos que se le
plantearon. Un magnífico ejemplo de la incapacidad de estos hombres nos lo ofrece el
estudio de Fontana sobre las fallidas reformas de la Hacienda. Efectivamente, la
situación económica en que se encontraba España en 1814 era deplorable: un país
destrozado, la agricultura esquilmada, la industria deshecha, las comunicaciones
inservibles y las arcas de la Hacienda vacías. A todo ello hay que añadir el comienzo de
la emancipación americana, que trajo como con-secuencia el corte brutal de la llegada
de metal acuñable y del comercio ultramarino. La falta de numerario paralizó la vida
económica: los precios cayeron estrepitosamente, las casas de banca y las empresas
quebraron y el tráfico comercial se redujo substancialmente. Ante el déficit
presupuestario (se calcula que rondaba los 383 millones de reales en 1816), el rey se
negaba tanto a rebajar la ley de la moneda, que desaparecía en manos de los
comerciantes y contrabandistas, como a conseguir dinero, ya fuera del exterior mediante
un empréstito o del interior por la instauración de contribuciones especiales al clero y a
la nobleza.

La Real Hacienda reconoce que está sumida en el desorden y en el caos, afirmando que
“…toda medida será insuficiente,…no harán más que dilatar por un brevísimo tiempo la
ruina del Estado”. Siguiendo el estudio de Fontana vemos como las medidas eran
insuficientes y, en algunos casos, disparatadas; el cuarto ministro de Hacienda,
González Vallejo, propuso volver a la situación anterior a la reforma centralizadora de
1799 lo que le llevó al cese. A comienzos de 1816 se designó una Junta de Hacienda
encargada de estudiar el estado económico del país, así como de los rendimientos que se
podían obtener con las contribuciones existentes

En diciembre de 1816 fue nombrado ministro de Hacienda Martín de Garay, antiguo


secretario de la Junta Central, al que la historiografía le define como un liberal al que
apelaron los absolutistas para sanear las finanzas, dispuesto a formular un nuevo plan
fiscal que aliviara la escasez de recursos del Estado por medio de la Memoria Garay.
Esta memoria, dividida en tres partes, partía de los estudios elaborados por las Juntas de
Hacienda de principios de año. En las dos primeras, partiendo de los gastos de los
ministerios y de los ingresos de la hacienda, Garay calculaba el déficit y proponía
recurrir a una contribución extraordinaria. La novedad del Plan Garay residía en la
tercera parte, donde planteaba una drástica reducción del gasto público y la abolición de
las rentas provinciales que serían sustituidas por una contribución general, proporcional
a los ingresos de cada contribuyente, que se repartiría entre todas las poblaciones del
reino, salvo las grandes capitales y en los puertos donde, por la dificultad de asignación
de la cuota se mantendrían los derechos de puertas por todas las mercancías que se
introdujeran. Como vemos, incluso esta tercera parte del proyecto tiene poco de original
ya que se trataría de un intento de adaptación de la contribución directa de las Cortes de
Cádiz, siendo calificada por Fontana como media reforma tributaria de 1813. En
cualquier caso, su aplicación dependía del establecimiento de unos complicados
cuadernos de riqueza, realizados pueblo a pueblo, y, cuando se hizo público en 1817, se

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asimiló la reforma de “Contribución General” con la de “Contribución Directa” de las


Cortes, por lo que no fue bien recibida y fracasó ante los numerosos conflictos y
oposición que surgió de todas las capas sociales.

Martín Garay dimitió a finales de 1817, fracasando como Ministro de Hacienda, justo
cuando se produce una concentración del tráfico comercial y un nuevo derrumbe de los
precios. La única salida se encontraba en la ampliación de la base tributaria –como ya
había anticipado Cádiz-, medida que supondría un duro golpe a la estructura del
Antiguo Régimen. El resentimiento y descontento de la burguesía comercial ante la
caótica situación económica hace que sus esperanzas se dirijan hacia la oposición
liberal, que heredarán intacto el problema.

6. La oposición liberal: los pronunciamientos. El ejército. La masonería

El gobierno absolutista, incapaz de hacer frente a la política exterior y de controlar la


caótica situación económica y financiera, mostró gran competencia a la hora de dirigir
la re-presión que siguió a la reimplantación del Antiguo Régimen.

Los afrancesados, conscientes del odio suscitado entre las clases populares, salieron
detrás de las tropas de José I a pesar de las declaraciones hechas por el nuevo rey de
“reunir bajo su manto a todos sus súbditos en una sola familia”. El decreto de 30 de
mayo de 1814 forzaba al exilio a unas 4.000 personas.

Para los liberales reservó las medidas más duras de su política de represión, en un
procedimiento que recuerda los aspectos más odiados del proceso inquisitorial: no se
formulaban las acusaciones en el momento del arresto, enfrentándose los detenidos a
meses de reclusión sin que se les tomara declaración. A pesar de todo era difícil armar
un proceso legal y la impaciencia del rey no se hizo esperar. El presidente de la Sala de
alcaldes de Casa y Corte aconsejó al monarca que adoptara una solución política y el 15
de diciembre de 1815 pronunció el mismo las sentencias definitivas, condenando a los
procesados de manera totalmente arbitraria a diversas penas de prisión y destierro.

En el plano internacional la actuación del rey no pasaba desapercibida, suscitando


reacciones contrarias fundamentalmente en la Inglaterra del conservador gobierno tory
que, si bien vio con recelo la evolución de las Cortes gaditanas, no quería problemas
con la oposición whig, cuya simpatía hacia los liberales era evidente. Las otras
potencias no mostraron preocupación alguna por los excesos de Fernando.

En el interior, los intentos de diálogo como los protagonizados por Juan Martín El
Empecinado y Flórez Estrada que solicitaron del monarca moderación en la represión
así como la convocatoria de las prometidas Cortes –solicitud hecha también por algunos
fernan-dinos-, el descontento se canalizó a través de movimientos de fuerza que
partieron de un sector que será protagonista en la vida política española: el Ejército.

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Los ejércitos, a lo largo del siglo XVIII, habían reforzado su carácter estamental
reservando los puestos de oficiales a la pequeña nobleza y los grados más altos para la
gran nobleza y para los personajes cercanos a los monarcas. La situación cambió
considerable-mente con la guerra de la Independencia y el ejército vio como se alteraba
de forma notable su composición, como consecuencia del estallido de una guerra
patriótica y revolucionaria. La constitución de 1812 profundizó en su transformación al
establecer el servicio militar obligatorio, limitar los requisitos para acceder a los puestos
de oficial, establecer las Milicias nacionales y restringir el poder de los altos mandos en
las provincias. Todo ello, como es lógico, creó un ejército renovado y dividido a la vez.
Además la guerra creó el nacimiento de la guerrilla que, desde diciembre de 1808, se
intentó regularizar con el Reglamento de partidas y cuadrillas; sus componentes eran
civiles con atribuciones y grados militares con la legitimación de sus victorias frente al
ejército francés.

La restauración absolutista cambió de manera radical esta situación y a las medidas que
dejaban sin efecto la Constitución y los decretos gaditanos, se sumaron las erráticas
disposiciones de los ministros de Guerra fernandinos (cuya calidad y eficacia estaba en
consonancia con el resto de carteras). Es cierto que el número de efectivos era grande –y
por consiguiente caro para el erario-, e innecesario una vez finalizada la guerra pero del
que tampoco se podía prescindir en la situación en que estaban las colonias americanas.
La de-cisión absolutista fue la de reducir sueldos y discriminar a antiguos guerrilleros y
simpatizantes liberales en los destinos y ascensos, lo que contribuyó a crear un idóneo
caldo en el que prosperaba cualquier intento de oposición al régimen.

Sus jefes comenzaron alinearse con los liberales y la tendencia se acentuó después del
fracaso de Ballesteros, nombrado ministro de Guerra, ante el peligro que suponía el
imperio de los Cien Días de Napoleón. Muchos de éstos se hicieron masones y pasaron
a formar parte de la facción que aspiraba a un cambio de sistema. No hay ningún año
del sexenio en el que el descontento no se manifieste “en una forma de golpe militar
asestado en contra del poder para introducir en él reformas políticas”, esta definición
realizada por Comellas, propia del siglo XIX, recibe el nombre de Pronunciamiento. Es
en estos primeros años del reinado cuando estos pronunciamientos revisten una fuerza
especial ya que se luchaba por la pervivencia o la supresión del Antiguo Régimen.

El Primer pronunciamiento se produce en septiembre de 1814 y es protagonizado por


Francisco Espoz y Mina, uno de los guerrilleros más famosos de la guerra de la
Independencia, que motivado por la difícil adaptación a la vida en tiempos de paz o el
resentimiento por perder el control de las guerrillas navarras, movilizó sus fuerzas. Es
un magnífico ejemplo de los primeros pronunciamientos condenados al fracaso por su
carácter aislado y desorganizado. Cuando llegó a las puertas de Pamplona, sus
guerrilleros le abandonaron al no poder mostrar las órdenes del rey para el asalto a la
ciudad; tuvo que esconderse y posteriormente, huir a Francia con alguno de los oficiales
que le habían apoyado. El segundo, en otoño de 1815, lo llevó a cabo en La Coruña, un
joven militar idealista y romántico llamado Juan Díaz Porlier, cuyos éxitos en la guerra
de la Independencia fueron premiados con el nombramiento de mariscal de campo a la

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edad de 16 años. Confinado en el castillo de San Antón de La Coruña por sus simpatías
liberales, se atrajo a las guarniciones descontentas por el retraso en el cobro de haberes
y a algunos miembros de la burguesía profesional y mercantil. En la noche del 17 al 18
de septiembre de 1815 entró en La Coruña y logró levantar a la guarnición en nombre
de la libertad y en contra del yugo de la feroz tiranía. Porlier fracasó al no ser capaz de
conseguir que se extendiese el levantamiento, traicionado por sus propios suboficiales y
detenido, fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra y ahorcado en La Coruña.
La lección era clara: era necesaria la coordinación y había que buscar una forma para
panificarla.

Los pronunciamientos que se produjeron entre 1816 y 1819, según Hamnett, se pueden
agrupar bajo el calificativo de conspiraciones masónicas, ya que fue precisamente la
logia quien proporcionaría la organización de la conspiración rebelde. Así, en febrero de
1816, fue descubierta una conjura que, según que fuentes se empleen, pretendía
secuestrar o poner fin a la vida de Fernando VII y la proclamación de una república
liberal. Su carácter secreto impide avanzar en el conocimiento de la conspiración. La
denuncia de dos cabos de granaderos permitió la detención de Vicente Richart junto con
otras personas presuntamente implicadas; el empleo de la tortura no permitió avanzar en
las detenciones por lo que según algunos autores pudiera ser que la trama se redujera a
Richart y los granaderos y pocos más. A Richart se le condenó a muerte, junto con
Baltasar Gutiérrez –un cirujano barbero que compró los trajes de paisano para los
cabos-; ejecutados en la Plaza de la Cebada la cabeza de Richart fue cortada y, clavada
en una pica, exhibida en el lugar donde tenían pensado atentar, como escarmiento de
acuerdo con la línea de terror y persecución del rey.

Un año después, en la noche del 4 al 5 de abril de 1817, se volvió a la fórmula del


pronunciamiento. Hamnett señala la influencia masónica al ser parte de los conjurados
masones; de cualquier forma el peso de la conspiración era militar. Luis de Lacy en
Barcelona y Milans del Bosch en Gerona eran los artífices del levantamiento. Ambos
habían desempeñado un papel destacado en las guerrillas anti-napoleónicas y, sobre
todo Lacy, eran personajes de prestigio y amplio apoyo popular. Sin embargo esto
tampoco fue suficiente, ya que la improvisación, la precipitación y la denuncia previa a
la materialización del pronunciamiento provocaron el arresto de los implicados. El
resultado fue que Milans, con algunos oficiales, consiguió huir a Francia; Lacy fue
detenido, condenado a muerte y fusilado en los fosos del castillo Bellver en Mallorca a
pesar de la falta de pruebas sobre su papel en la con-jura y las demandas de perdón
apelando a su papel de héroe en la guerra.

Entre 1817 y 1819 hubo nuevas conspiraciones en ciudades del sur y de levante en las
que estuvieron implicadas algunas logias masónicas y en la que sus protagonistas
corrieron suerte desigual. Podemos citar la protagonizada en Valencia por Juan Van
Halen en 1819, que denunciados por un traidor, fueron ejecutados trece de los
implicados ante el general Francisco Javier Elío (uno de los personajes más sombríos
del periodo fernandino) mientras que Van Halen logró huir a Londres.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Es en este contexto, de continuos levantamientos y conspiraciones para acabar con el


Antiguo Régimen y reinstaurar la Constitución de Cádiz, en el que hay que situar el que
no fue sino uno más, aunque en esta ocasión se vio recompensado con el éxito: el
pronunciamiento del general Riego.

El trienio constitucional (1820–1823)

El Trienio Constitucional o Liberal se inicia el 7 de marzo de 1820, con la promesa de


Fernando VII de jurar la Constitución y el juramento efectivo dos días más tarde. Entre
esas fechas, y la reunión solemne de las Cortes el 9 de julio, tuvo lugar la transición
política que dio paso a la segunda etapa del liberalismo decimonónico español. La pieza
clave fue la Junta provisional, impuesta por Fernando VII el 9 de marzo, cuya misión
consistió en asegurar el éxito de la sublevación de signo liberal iniciada el 1 de enero en
Cabezas de San Juan por el ejército expedicionario destinado a combatir los
movimientos independentistas de las colonias americanas. De su forma de proceder
dependió en gran parte la transición sin grandes traumas y la orientación política del
poder por los moderados.

1. El pronunciamiento de Riego. La proclama. La extensión del movimiento.


Fernando jura la constitución del 12.

A pesar de su triunfo tampoco el pronunciamiento de Riego fue un modelo a seguir, es


cierto que hubo progresos en la organización y difusión respecto a los más personales
de Espoz y Mina, Porlier o Lacy.

Alcalá Galiano, fuente fundamental para el estudio de estos años, cuenta como a partir
de 1818 miembros de importantes familias de comerciantes y militares de diversa
graduación coincidían en tertulias donde se gestaba la sublevación. La diferencia entre
movimientos anteriores respecto a este radica, por un lado, en su importante base ajena
al ejército y, por otro, en la concentración de tropas destinadas a ser enviadas a las
colonias. En este contexto, el 8 de julio de 1819, el general O’Donnell detenía en el
Palmar del Puerto a varios oficiales, entre los que se encontraban Antonio Quiroga y
Evaristo San Miguel, acusados de conjurar contra el monarca. O’Donnell, que estaba
dentro de la conjura, traicionó la causa en el último momento y la abortó. Ya fuera por
falta de previsión o por exceso de confianza, el caso es que quedaron flecos suficientes
como para reorganizar la cadena y continuar con la trama, pasando a ocupar un lugar
destacado jóvenes que habían permanecido en un segundo plano.

La tropa a la que dirigió Rafael de Riego su proclama el 1 de enero de 1820 estaba


compuesta, en su mayoría, por veteranos de la guerra de la Independencia que se
encontraban acantonados en Andalucía para embarcarse, reacios, hacia América y
sofocar una revuelta de la que poco o nada bueno sabían. Este ejército, compuesto por
unos 15.000 hombres, escuchó a Riego decir que la oficialidad “mirando por el bien de
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la Patria y de las tropas” había decidido tomar las armas para “impedir que verifique el
embarque proyectado y establecer en nuestra España un gobierno justo y benéfico que
asegure la felicidad de los pueblos y de los soldados”. Azuza el descontento de las
tropas y la consigue atraer y persuadir apelando a un “gobierno moderado y paternal,
amparados por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos”.
Estos soldados, mucho más motivados que los de intentonas anteriores, fracasaron en
los planes de tomar Cádiz iniciando un duro viaje por Andalucía para recabar apoyos
para la sublevación. Vejer, Algeciras, Málaga, Antequera… vieron pasar las tropas de
Riego proclamando la Constitución desde finales de enero hasta marzo y la capacidad
de resistencia de las tropas, a pesar de no encontrar los apoyos esperados, permitió
ganar tiempo y mantener la llama del pronunciamiento así como la generalización del
movimiento liberal (al extenderse por todo el país sus hazañas que avivó el fermento
constitucionalista), estadio al que nunca habían llegado los movimientos anteriores.

En los últimos días de febrero Coruña, Ferrol, Vigo, Barcelona, Zaragoza…, se


sumaban a la revolución. O’Donnell, conde de Labisbal, que recibió el encargo de
aplastar la rebelión, proclamó la Constitución en Ocaña.

Las noticias que llegaban a la Corte hicieron a Fernando y a su entorno mover pieza e
intentar poner freno a lo que se avecinaba con la promesa de convocatoria de Cortes
tradicionales. Finalmente, abandonado por la Guardia Real y presionado por algunos
consejeros, el monarca cedió afirmando, el 7 de marzo que: “siendo la voluntad de mi
pueblo, me he decidido a jurar la Constitución promulgada por las Cortes generales y
extraordinarias en el año 1812”. El 9 de marzo el rey juró la Constitución y al día
siguiente se publicó el manifiesto que contiene la frase: “Marchemos francamente, y yo
el primero, por la senda constitucional”. El régimen absolutista se desmoronaba, lo que
suponía el primer triunfo de liberalismo español en lucha abierta y la primera
oportunidad de los liberales para ejercer el poder de forma práctica.

2. La Junta Provisional y el nuevo gobierno

El golpe de mayo de 1814 supuso la destitución, la persecución y encarcelamiento de


los liberales, así como la destrucción de los símbolos que habían acompañado la
promulgación de la Constitución. Por el contrario, el triunfo de la revolución de 1820
fue acompañada de la reposición en sus puestos a los sustituidos en 1814, la amnistía y
encumbramiento de los represaliados y la reposición de la simbología liberal en calle y
plazas en medio del entusiasmo popular carente de revanchismo. Seis largos años
parecían haberse borrado de un brochazo y era hora de poner en marcha las reformas
liberales ideadas por los hombres de Cádiz.

La Junta Provisional fue el organismo que dirigió la transición hasta la reimplantación


del régimen constitucional y la designación de un nuevo gobierno, facultad reservada al
monarca pero que tuvo que tomar para poder designar unos ministros aceptables a las
tesis liberales, y en la convocatoria de Cortes.

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La Junta, presidida por el cardenal de Borbón, estuvo formada por liberales de no


mucho relieve ya que los más importantes estaban encarcelados, desterrados o exiliados,
en teoría no tenía ninguna autoridad para mandar, pero “toda la amplitud posible para
proponer, para consultar, y puede decirse que para impedir”.

2.1 Composición y primeras propuestas: la libertad de imprenta.

El primer gobierno liberal, formado a base de los ex condenados de 1815, era llamado
"gobierno de los presidiarios" por el monarca y estaba compuesto por el cardenal de
Borbón (Presidencia) Pérez de Castro (Estado), Agustín Argüelles (gobernación); José
Canga Argüelles (Hacienda), García Herrero (Gracia y Justicia), Porcet (Ultramar),
Jabat (marina) y el Marqués de las Amarillas como único hombre de confianza del rey.

Con excesiva prudencia para la mayoría la Junta Provisional elevaba al rey propuestas
para restablecer el régimen constitucional. Especial importancia, dentro de este
contexto, tuvo la propuesta de reanudación de la libertad de imprenta ya que permitió
publicar un gran número de periódicos, destacando las de signo liberal que cubrían el
arco desde las más moderadas a las más radicales, lo que significa la vitalidad del
género.

Se decretó de nuevo la abolición del Santo Oficio, esta vez para siempre. Se convocaron
las Cortes, no sin la polémica sobre si debían ser ordinarias o extraordinarias triunfando
los partidarios de la primera opción. Poco a poco fueron restablecidos otros decretos de
las Cortes de Cádiz, con excesiva moderación para algunos y con prudencia para otros.

2.2 Las Sociedades Patrióticas.

Surgidas desde los primeros días de la revolución tienen su origen en las reuniones de
liberales en lugares públicos, normalmente cafés, que proliferaron en toda la Península,
donde se discutían asuntos de índole política y se propagaban las máximas del
liberalismo.

En estas reuniones se hablaba de todo, de lo presente y de lo venidero, de las personas y


de las cosas; era donde los jóvenes entusiastas que, subidos en sillas, ensayaban el arte
de la palabra improvisando arengas que “arrancaban mil aplausos por sus felices
inspiraciones”. Las opiniones respecto a estas Sociedades eran encontradas ya que los
moderados veían con temor la orientación de algunas, a las que consideraban como
amenaza, mientras que sus partidarios estaban dispuestos a defenderlas por encima de
todo. La polémica se ha trasladado a la historiografía actual y lo que para algunos
autores fue un poder en la sombra al servicio de los más revolucionarios, para otros
estas sociedades fueron la respuesta para ilustrar al pueblo y controlar los fines de la
revolución. Precisamente en la difusión de los ideales revolucionarios radicó su fuerza,
utilizándola el poder central para respaldar su propia política pero, al mismo tiempo,

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negándose a admitir propuestas que so-cavaran su autoridad. Fueron suprimidas durante


la estancia de Riego en Madrid –crisis del ejército de la isla-, aunque se mantuvieron La
Fontana y la Gran Cruz de Malta.

2.3 El “ejército de la isla”.

El ejército que inició la revolución, y por tanto el cambio de régimen, era conocido
popularmente como Ejercito de la Isla. Su fuerza procedía del prestigio alcanzado por su
contribución al éxito de la revolución. Aunque sus logros ceñidos a Andalucía eran muy
limitados, sirvió de ejemplo para el resto y llegó alcanzar categoría de mito. Por otro
lado, la Junta era consciente de que podía ser útil si era necesario el uso de la fuerza
para defender la revolución, pero a la Junta tampoco se la escapaba que podía ser
utilizado como elemento de presión para defender una determinada interpretación de la
misma –Riego, el 13 de julio (poco después de la constitución de las Cortes) se dirige a
ellas con la advertencia velada de “si los que ahora han merecido la confianza de los
españoles olvidasen…”-, y, como es lógico, tampoco podía plantear su envío a las
colonias; era por tanto un problema y sobre todo una pesada carga económica tener a
esos miles de hombres acantonados en Andalucía.

Las primeras Cortes tuvieron que abordar este espinoso tema y poco después de su
constitución, el ministro de guerra, el marqués de las Amarillas, firmó el decreto de
disolución del ejército acantonado en Andalucía posiblemente presionado por Canga
Argüelles (deseoso de equilibrar su presupuesto) o por propia iniciativa tras las
advertencias realizadas por Riego en su última proclama a las Cortes. En cualquier caso,
prescindir de los héroes no podía por menos que causar graves tensiones.

Por medio de publicaciones en prensa, Riego criticaba que se disolviera el ejército de


Andalucía y suplicaba al rey la supresión de la orden; al mismo tiempo se dirigió a las
Cortes pidiendo su apoyo. Con ello encendió una mecha que inició una crisis que
derivaría en el abandono por parte de Fernando de la senda constitucional y que serviría,
además, de catalizador para la escisión de los grupos liberales. En efecto, además del
enfrentamiento entre el rey y el resto de instituciones, el tema del “ejército de la isla”
supuso un serio conflicto dentro del bando liberal; en ese momento se mantenía la
decisión de disolver el ejército y de enviar a Riego como capitán general de Galicia,
esto radicalizó a los exaltados que usaron todos los mecanismos para alentar algaradas.

A su llegada a Madrid, para entrevistarse con el rey, los ministros y hablar a las Cortes,
Riego fue recibido con gran entusiasmo por el pueblo y se puso sobre la mesa lo que
muchos pensaban: que unos habían echo la revolución y otros se hacían con ella. Por
otro lado el gobierno estaba en alerta al recibir numerosos banquetes y agasajos el
general Riego que, acompañado de la falta de discreción y de su incontinencia verbal,
que decidió tomar medidas y alejar a destacados militares de la Corte (Riego recibió la
orden de partir hacia Asturias); esta decisión se tradujo en algaradas, manifestaciones y
motines callejeros. Por su parte el gobierno acusaba veladamente a Riego de

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republicanismo, de la que se defendió en una larga vindicación firmada en octubre en


Asturias. Finalmente el gobierno controló las Cortes y reinstauró una cierta tranquilidad,
alternando medidas represoras con conciliadoras; los moderados habían triunfado pero
el bloque monolítico liberal sufrió importantes daños.

3. Los gobiernos moderados.

Entre la disolución de Cortes (9 de noviembre) y la reunión de las nuevas (1 de marzo


de 1821) hubo tiempo para nuevos enfrentamientos entre el rey y los liberales y para la
división de estos en dos tendencias: los doceañistas –moderados llamados así por
participar en las Cortes de Cádiz-, y los veinteañistas, o exaltados, para los que la
revolución no había llegado a su fin por lo que había que seguir luchando y cambiarlo
todo.

Si la primera etapa del Trienio Liberal viene definida por estos constantes
enfrentamientos, la segunda –correspondiente al gobierno Bajardí-, lo está por intentar
poner algo de orden a la administración y la hacienda; en el plano económico se
concretó en un ajuste presupuestario y en el administrativo por dos importantes
reformas: la primera el desarrollo de la Ley de Instrucción Pública, que establecía tres
etapas de enseñanza que perdurarían en el tiempo: primaria, media y superior, fijaba en
10 las universidades y establecía unos planes únicos de estudios para todo el país. La
segunda corresponde a la aprobación de la Ley Orgánica del Ejército, base del nuevo
ejército.

El 30 de junio se disuelven las Cortes ordinarias para dar paso a unas extraordinarias
con los mismos diputados. El motivo grave que justifica a estas Cortes, que comienzan
en septiembre, está en la necesidad de abordar reformas administrativas en profundidad
y pacificar América. Fueron estas Cortes las que aprobaron la primera división
territorial en 52 provincias y el fortalecimiento de las diputaciones y tesorerías que
debían mejorar la recaudación tributaria. Otras leyes de esta legislatura son la de
Beneficencia y el primer Código Penal español.

3.1 Las tensiones entre el Rey y los liberales.

Tras el envío de Riego a Asturias, la política del gobierno se volvió oscilante y ni a


propios ni a extraños convencía. Mientras tanto el rey, instalado en El Escorial,
retrasaba su vuelta en medio de rumores de conspiraciones serviles que provocaban
manifestaciones y alteraciones del orden. El gobierno, además, utilizaba a las masas
populares cuando le eran necesarias y reprimiéndolas después, lo que provocó que los
incidentes arreciaran en un marco de división liberal y de solidez de una oposición
absolutista cada vez más organizada.

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En febrero se produjo un choque entre los Guardias de Corps, enfrentados a una


muchedumbre que se manifestaba en las cercanías de palacio, y la Milicia Nacional con
el resultado de la retirada de la guardia y la extinción definitiva del Real Cuerpo de
Caballería de Guardias de la Persona del Rey por un decreto de las Cortes fechado el 26
de abril.

La nueva legislatura se inauguraba el 1 de marzo y la debilidad del gobierno quedó de


manifiesto en lo que se ha denominado “crisis de la coletilla”, cuando en el discurso de
apertura de las nuevas Cortes Fernando introdujo una coletilla en la criticaba con dureza
a su gobierno por no haber defendido al rey constitucional de ultrajes y desacatos y
anunciando un sinnúmero de males y desgracias para la nación española si se renovaban
los excesos. El gobierno se vio obligado a dimitir, aunque ya había sido cesado, y
Fernando, buscando dividir aún más a los liberales, se dirigió al Legislativo primero y al
Consejo de Estado después para que le recomendaran las personas apropiadas para
formar un nuevo gobierno; de los nombres proporcionados salió un gabinete del que
formaban parte un nuevo grupo de moderados que no gozaba de las simpatías de nadie,
encabezado por Bardají.

3.2 Las tensiones entre los liberales: moderados doceañistas y exaltados veinteañistas.

La unidad liberal era muy débil y las luchas entre moderados y exaltados era continua,
así los moderados fijaban su atención en los exaltados y en su temida capacidad de
movilizar a las masas populares. En los últimos meses de 1821 aumentaron los
incidentes al unirse contra el gobierno moderado, personalizado en Feliú, los
ayuntamientos, la Milicia y las Sociedades Patrióticas. Los moderados acusaban a los
exaltados de desestabilizar el país y fomentar la oposición absolutista con sus excesos, y
éstos a los primeros de impedir el triunfo de un auténtico programa reformista.

Así el 27 de diciembre se volvió a ordenar el cierre de las Sociedades Patrióticas de las


que surgiría la sociedad secreta de los Comuneros en la que militarían los jóvenes más
radicales.

Nuevos enfrentamientos entre ambas corrientes liberales tuvieron lugar con motivo de
la convocatoria electoral para el periodo 1822–23, cuando a Riego se le relacionó con
unas supuestas conspiraciones revolucionarias y fue destituido como capitán general de
Aragón, lo que provocó que en Madrid tuviera que intervenir la Milicia Nacional –en
este caso al servicio de la autoridad moderada.

Para analizar correctamente estas tensiones debemos tener en cuenta que, tras las
elecciones para las Cortes que se reunirían el 1 de marzo en las que triunfarían los
exaltados, el poder ejecutivo estaba en manos de los moderados y el legislativo en las de
los veinteañistas; el rey, mientras tanto, fomentaba tanto la división liberal con sus
actuaciones, promovía las conspiraciones realistas y cortejaba a las potencias
extranjeras.

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3.3 Las reformas moderadas: ejército y educación.

Entre los reglamentos aprobados por la nueva legislatura destacan, por su importancia,
los que afectaban al ejército y a la educación. El 9 de junio de 1821 era aprobada la Ley
Orgánica del Ejército, ejemplo del “utopismo liberal” y base para la creación de un
nuevo ejército pequeño, eficaz y al servicio de la sociedad civil. Riego expresó su
alegría ante la aprobación de la ley y recomendaba, mediante una proclama a los
soldados de Cantabria, que grabasen en sus corazones los artículos 7 y 8 que calificaban
de traición el abuso de la fuerza armada y eximía de obediencia al superior en caso de
que se empleara para impedir la elección de diputados a Cortes, para disolver la Cámara
o su Diputación Permanente o para ofender la figura sagrada del rey.

También a principio de junio fue discutida la Ley de Instrucción Pública, que puso la
base del sistema de tres niveles:

 Enseñanza primaria, de carácter obligatorio e impartido en todas las escuelas que


habría en todos los pueblos de más de cien vecinos.

 Enseñanza secundaria, que se cursaría en todas las capitales de provincia; y la

 Enseñanza tercera o superior, impartida en 10 universidades peninsulares y 22


de Ultramar.

Este era un sistema uniformador y centralizado que, con algunas variantes, fue la base
de la organización educativa española durante muchísimos años.

3.4 Las conspiraciones realistas.

Las conspiraciones realistas se fueron haciendo cada vez más organizadas y peligrosas
al acercarse el cierre de la legislatura. El 30 de mayo de 1822, onomástica del rey, en el
Real Sitio de Aranjuez se escucharon gritos a favor de un rey absoluto; en Valencia los
artilleros encargados de disparar las salvas de honor se encerraron en la ciudadela
aclamando al rey y al general Elío allí encarcelado. La insurrección rápidamente fue
controlada y el general Elío fue finalmente condenado a muerte y ejecutado en
septiembre. El rey se enfrentó a su gabinete al negarse a condenar los acontecimientos
de Valencia, lo que hacía presagiar males mayores. El estallido definitivo tuvo lugar el
30 de junio cuando –el rey que se encontraba en Madrid para asistir a la clausura de las
Cortes-, se produjeron nuevos incidentes entre una multitud que gritaba a favor y en
contra de la monarquía absoluta con el resultado de la carga de la Guardia Real. Este no
era un mero enfrentamiento callejero ya que una sublevación palaciega, con la
colaboración de la familia real, estaba en marcha. Madrid quedó convertido en
campamento de ejércitos contrarios: de un lado el rey y sus guardias; del otro la Milicia

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Nacional y algunos oficiales exaltados que crearon el Batallón Sagrado, apoyados por el
Ayuntamiento y la Diputación Permanente.

El 3 de julio el Gobierno ordenó que los batallones de guardias concentrados se retiraran


dos a Toledo y los otros dos a Talavera; los Guardias se negaron a acatar las órdenes y
crearon un tenso impasse que finalizó con la presentación de dimisión del gobierno al
rey el 4 de julio y la negativa de éste a aceptarla. La madrugada del 7 de julio los
Guardias marchan sobre Madrid, donde la Milicia y el Batallón Sagrado defendieron sus
posiciones y les obligaron a replegarse hacia palacio buscando la protección del
monarca para posteriormente rendirse.

El golpe del 7 de julio finalizó con la victoria liberal y el rey, defensor de la


permanencia del gabinete de Martínez de la Rosa, tuvo que plegarse y designar un
nuevo gobierno (esta vez exaltado). Artola apunta que el monarca radicalizó la situación
para animar la intervención de las potencias extranjeras, a las que llevaba meses
cortejando.

4. Los exaltados en el poder.

La pérdida de las elecciones de 1822 por los moderados hizo saltar el gobierno de
Martínez de la Rosa, quizá motivada porque la intentona golpista del 7 de julio fuera
resuelta por el Batallón Sagrado y no por el Gobierno.

A comienzos de agosto de 1822 el general Evaristo San Miguel (comandante del Ba-
tallón Sagrado en los recientes acontecimientos) toma posesión al frente de la cartera de
Estado. Los exaltados llegaban al poder y tomaban las riendas de la Revolución en un
momento en que el deterioro político, económico y social reforzaba a posrealistas, pese
a que acababan de sufrir un importante derrota.

4.1 La Regencia de Urgel.

A mediados del mes de agosto se creaba, en los círculos realistas exiliados del sur de
Francia, la llamada Regencia de Urgel, originada en los grupos que combatían al
gobierno constitucional. Tras la ocupación de la Seo de Urgel se constituyó una
regencia, creada por el marqués de Mataflorida, que provocó la tan temida unidad del
movimiento realista en el interior y en el exilio. Los manifiestos emitidos por estos
regentes retoman los argumentos de ilegalidad del régimen constitucional, la condición
de prisionero del rey y vagas promesas de reformas de acuerdo a fueros y costumbres.

Sin embargo esta Regencia no contó nunca con el apoyo de Fernando ni logró, pese a
continuos intentos, el respaldo de las potencias de la Santa Alianza. Espoz y Mina fue el
encargado de dirigir las operaciones contra ella y, apenas tres meses después de creada,

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tuvo que refugiarse en Francia don de su desprestigio aumentaría día a día hasta su des-
aparición.

4.2 Las reformas exaltadas.

A las pésimas condiciones climáticas de 1822 hay que añadir las económicas y socia-les
que ponían a los campesinos al borde de la desesperación, siendo presa fácil de
proclamas y llamamientos contra el régimen constitucional.

Lejos de enfrentamientos armados gobierno y Cortes intentaron reconducir la situación


y para ello se convocaron, como era tradicional, Cortes extraordinarias. En ellas se
abordaron temas que afectaban al Ejército, al clero regular y a sus bienes –en enero de
1823 se rompieron las relaciones con el Vaticano- y proclamas patrióticas en medio de
un ambiente en el que se respiraba la amenaza de una invasión armada.

Estas Cortes fueron clausuradas a mediados de febrero no sin antes aprobar el tras-lado
de la Corte a Andalucía, para evitar el intercambio de notas entre embajadores de la
Santa Alianza que provocó nuevas tensiones entre el monarca y los exaltados cada vez
más divididos que condujo a la crisis del 19 de febrero. Esta crisis es un magnífico
ejemplo de la situación del momento: por un lado el rey se resiste al traslado a
Andalucía y depone al gabinete San Miguel y designa uno nuevo; por otro, las protestas
de los exaltados en la calle condujo a la devolución a sus puestos de los ministros con lo
que la imagen sería la de un rey, dos gabinetes y unas nuevas Cortes que se aprestaban a
abandonar la capital con dirección a Sevilla.

5. La situación internacional y la caída del régimen constitucional.

El Congreso de Verona. La posición británica. Los “Cien mil hijos de San Luis”

Debemos recordar que el sistema de Congresos acordado por la Cuádruple Alianza


estaba en pleno funcionamiento cuando se produjo la revolución liberal de 1820.
Anterior-mente, en la reunión de Aix–la–Chapelle (sep-nov de 1818) los aliados
dedicaron su atención sobre todo a los asuntos franceses: la retirada del ejército de
ocupación, pago de indemnizaciones de guerra e invitación a Francia a sumarse a las
reuniones de las grandes potencias; la situación española pasó de lado y el debate se
centró en la petición del zar de mantener las disposiciones territoriales adoptadas en
Viena y en la defensa de los gobiernos frente a movimientos revolucionarios. Esto fue
desestimado por Inglaterra y Austria, ya que la amenaza territorial provenía de las
colonias españolas en América y por diferentes motivos no veían clara la intervención.

Pero, cuando las potencias se reunieron en Troppau (oct-dic de 1820) la situación


internacional era bien diferente. El denominado, por algunos autores, sarampión
revolucionario se extendía por Europa y afectaba a algunas potencias; Metternich hizo

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

frente a los primeros estallidos revolucionarios de Alemania mediante acuerdo con


Prusia y los príncipes alemanes (sep 1819). Los primeros meses de 1820 traen episodios
revolucionarios en diferentes puntos del continente: pronunciamiento de Riego el 1 de
enero; asesinato del duque de Berry en Francia en febrero; promulgación de la
Constitución de Cádiz en marzo; revolución napolitana en julio y la portuguesa de
agosto hacen que Austria cambie de actitud y se acerque a la postura rusa favorable a la
intervención. En Troppau Austria, Prusia y Rusia acuerdan un protocolo de intervención
si fuese necesario (Gran Bretaña y Francia asisten como observadores)

Cuando la reunión de Laibach (enero-mayo de 1821) estaba a punto de concluirse


estalló la revolución griega –marzo-, que podía arrastrar al zar a una guerra contra los
turcos. Los aliados se separaron y convocaron una nueva para abordar el asunto griego y
peninsular que, una vez más, había quedado en un segundo plano ante la gravedad de
otros conflictos.

Sería durante el Congreso de Verona (oct-dic de 1822) cuando España se convierte en la


gran protagonista, los acontecimientos de julio la situaban, junto con Grecia, en foco de
preocupación de las potencias. Francia, tras la explosión de fiebre amarilla en Cataluña
en el verano de 1821, había instalado un “cordón sanitario” en la frontera. Este cordón
fue sustituido en septiembre de 1822 por un ejército de observación, debido a la
creciente violencia y al avance de los exaltados, mientras continuaba dando largas a las
peticiones de ayuda de Fernando y le repetía la imposibilidad de volver a la situación de
1814.

Mientras tanto el zar Alejandro I aprovechaba para sumar apoyos a su política


intervencionista –base de su Santa Alianza-, y Austria junto con Prusia intentaba frenar
el protagonismo de los rusos buscando una imposible unidad de acción que atemperase
los excesos de los veinteañistas exaltados. El 7 de octubre de 1822 el nuevo embajador
británico, A. Court, enviaba al también recién nombrado secretario de Estado, Cunning,
su estimación sobre la situación española que fortalecía la política británica desde
Viena: “Las fuentes de su prosperidad y grandeza se han secado y algunas para siempre;
su comercio está arruinado: su agricultura abandonada; sus colonias perdidas…No es
más que una gran ruina”.

Con el punto principal de la posible intervención en los asuntos españoles se habría el


Consejo de Verona. La posición británica en el Congreso era defendida por su
representante, Wellington, quien era firme en su negativa a respaldar un ataque contra
España. Esta posición no era debida a que Cunning defendiera el liberalismo sino a su
defensa de los intereses británicos, entendía que una paz estable y promover el prestigio
y la prosperidad británicas eran compatibles. Al mismo tiempo Wellington afirmaba
que: las cuestiones americanas son con gran diferencia para nosotros más importantes
que las europeas. Wellington intentaba sin éxito frenar la intervención en España y
Court, por su parte, procuraba extraer el máximo provecho de la situación postulándose
como mediador entre España y sus colonias en América. Francia adoptó una postura
decidida a favor de la intervención y preguntó cuál sería la reacción de los aliados así

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como el tipo de apoyo que recibiría en caso de intervenir. El resultado fue el abandono
del Congreso por parte de Wellington, dejando clara la posición británica, y el respaldo
del resto de aliados. Se enviaron notas al gobierno español exigiendo la reforma del
texto constitucional, la respuesta española ante la injerencia cerraba el camino a una
posible negociación.

La postura de Montmorency, representante francés en Verona, era la realizar una acción


conjunta aliada chocando con la postura de Villèle y de Luis XVIII, partidarios del
protagonismo francés, lo que provocó su dimisión y el nombramiento de Chateaubriend
–quién consiguió la exclusividad francesa. El 28 de enero de 1823 Luis XVIII anuncia
que Cien Mil franceses están preparados para avanzar invocando a San Luis para
conservar el trono de España a un nieto de Enrique IV. La invasión se inició el 7 de
abril de 1823, cruzando el Bidasoa las tropas mandadas por Angulema.

No se produjo la resistencia popular que se esperaba y los ejércitos formados al mando


de Ballesteros y el conde de La Bisbal se rindieron sin apenas combatir. El desánimo, la
sensación de impotencia de los liberales ante el rápido avance de las tropas y el
descontento con la política económica (sobre todo en las zonas agrarias), repercutieron
en el deterioro de la reacción popular frente a los invasores. La única excepción la
constituyeron los hombres mandados por Espoz y Mina que ocasionaron problemas a
los franceses hasta el final.

El 23 de mayo de 1823 los franceses entraban en Madrid y se constituía una regencia


presidida por Infantado. El 4 de julio realizaba un manifiesto en el que afirmaba su
voluntad de emprender una labor puramente administrativa y prevención de
persecuciones, en realidad fue una vuelta atrás similar a la de 1814 con represiones más
feroces. La derrota de las fuerzas gubernamentales en Despeñaperros obligó a un nuevo
traslado a Cádiz, lugar simbólico de los constitucionalistas, que mostraban más
preocupación por los símbolos que por los acontecimientos. La negativa de Fernando al
nuevo traslado obligó a decretar locura transitoria del rey (hecho que Fernando VII
nunca perdonaría) y a crear una Regencia en-cargada del poder ejecutivo. Una vez en
Cádiz, tuvo lugar el único combate de las tropas francesas: el asalto al poco defendido
fuerte del Trocadero. El 29 de septiembre las Cortes decidieron dejar libre al rey y
negociar con el duque de Angulema.

El Trienio caía como consecuencia de una intervención extranjera, pero ello no debe
ocultar que su fracaso obedeció a las propias contradicciones internas. La incapacidad
por articular un sistema político eficaz impidió la estabilización del régimen y facilitó el
surgimiento de los movimientos contrarrevolucionarios. Con ello finalizó la segunda
Revolución Liberal española y se abrió el último período de existencia del Antiguo
Régimen en España.

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La década final del Absolutismo (1823–1833)

1. La vuelta a la monarquía absoluta.

La Junta Provisional de Gobierno de España e Indias en sus apenas dos meses de vida
dio los primeros pasos para restablecer la situación anterior al triunfo de Riego. Así en
abril de 1823 se dio la orden de restablecer los ayuntamientos anteriores al Trienio, se
diseñaron las que serían Comisiones de Purificación y se ordenó la retirada de lápidas y
símbolos constitucionales y la concesión de una medalla a los “persas”. Fue obra de la
Junta también la creación de “voluntarios realistas” en un intento de proporcionar al
absolutismo una fuerza armada propia al margen de un ejército que había dado muestras
de simpatías constitucionales. La Regencia aprobada por Angulema tras su entrada en
Madrid, y que sustituiría a la Junta desde finales de mayo, siguió la misma política.

Aunque restaurado el poder absoluto Fernando no podía ejercer plenamente su


soberanía, al lograr su triunfo gracias a una intervención extranjera y al no poder estar
seguro de la fidelidad de su propio ejército; de este modo el rey se vio obligado a
demandar la presencia de las tropas francesas de Angulema.

1.1 El ejército de ocupación.

La solicitud del monarca a Luis XVIII suponía no sólo la oportunidad de fortalecer la


situación francesa en el exterior –en un momento que la política de concertación del
sistema de Congresos hacia aguas-, sino también el mejorar las relaciones comerciales
hispano-galas en perjuicio de las posiciones británicas. El 9 de febrero de 1824 se firmó
en Madrid un convenio por el que las tropas francesas permanecerían en España con la
misión de afianzar el Gobierno de Fernando VII y se asegurase la tranquilidad del país.
El convenio, que en principio tenía una duración de cinco meses, permitió el
establecimiento de un ejército cercano a los 50.000 hombres. Posteriormente fue
prorrogado sine die disminuyendo los efectivos hasta la retirada definitiva en
septiembre de 1828.

Esta ocupación tolerada y deseada permitió a las potencias de la Santa Alianza ejercer
una influencia moderadora en determinados momentos. Ni Luis XVIII ni su primer
ministro Villèle podían ver con buenos ojos la actitud represiva que adoptaba el primer
gabinete español, reiterando a Fernando la moderación; Rusia también se sumó a estas
peticiones y Gran Bretaña seguía más interesado por lo que ocurría en las colonias que
por lo que ocurría en la Península.

1.2 La represión política.

La preocupación de los europeos por el primer gabinete de Fernando VII no era vana, ya
que a la persecución orquestada por el gobierno y respaldada por el monarca hubo que

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

sumar también los estallidos violentos producidos en diversos sectores sociales,


consecuencia del ambiente de guerra civil que se vivía en la Península.

Si la Constitución fue recibida con desbordante alegría, ahora Fernando era aclamado
como “rey absolutamente absoluto” y sus partidarios querían resarcirse de los agravios
sufridos. Todo tipo de violencia quedó reflejado en estas primeras semanas: ejecuciones
–como el ahorcamiento del general Riego en la plaza de la Cebada-, sentencias de
muerte, exilio, cárcel, presidio, destierro, expedientes de “purificación” lo que llevó a
los aliados a aumentar la presión para frenar la brutal represión. El 2 de diciembre se
produciría el ansiado cambio de gobierno y su Ministro de Estado y confesor, el
canónigo toledano Víctor Sáez, fue cesado.

1.3 La creación del Consejo de Ministros.

Entre las escasas actuaciones del gabinete Sáez destaca la creación del Consejo de
Ministros por un Real Decreto de 19 de noviembre de 1823. En un breve texto el rey
alude a la necesidad de adoptar las decisiones de gobierno guardando la unidad
conveniente basándose en dos precedentes: el Consejo de gabinete de noviembre de
1714 y la Suprema Junta de Estado de julio de 1787. De modo que bien por buscar una
mayor eficacia y orden a las tareas de gobierno, o bien por la presión de Luis XVIII
pronunciándose a favor de las antiguas instituciones e insistiéndole en la necesidad de
buscar el consejo de hombres prudentes y sabios, este decreto supuso el inicio de las
labores de un Consejo de Ministros compuesto por cinco miembros (Estado, Gracia y
Justicia, Guerra, Marina y Hacienda). El Real Decreto de 31 de diciembre de 1824
complementaría el anterior para establecer las normas de funcionamiento para estipular
que en ausencia del rey lo presidiría el secretario de Estado. Ni que decir tiene que la
prevalencia de la voluntad del rey estaba fuera de toda duda y ni el Consejo ni su
Presidente supusieron límite a su autoridad

2. El reformismo absolutista

Tras el cese de Víctor Sáez, el moderado marqués de Casa Irujo pasó a presidir el nuevo
gabinete compuesto por otros reformistas como López Ballesteros, Luis Salazar, Cruz o
el Conde de Ofelia. El nuevo gabinete, que calmaba las ansias de las potencias
continentales, emprendió la difícil tarea de restablecer una Administración desquiciada
por los acontecimientos vividos desde 1822 donde, a las divisiones entre realistas y
liberales se sumarían las del bando absolutista al perder el poder los sectores más
reaccionaros.

Al día siguiente del nombramiento del nuevo Gobierno y con motivo de la visita que los
nuevos ministros le hicieron, Fernando hizo entrega a Casa de Irujo de un texto de su
puño y letra que contenía las Bases sobre las que ha de caminar indispensablemente el
nuevo Consejo de Ministros. En ellas el rey enumera:

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- Plantear una buena policía en todo el Reino,

- Disolución del ejército y formación de otro nuevo,

- Nada que tenga relación con Cámaras ni con ningún género de representación.

- Limpiar todas las Secretarías del Despacho, tribunales y demás oficinas tanto de
la Corte como de lo demás del Reino de todos los que hayan sido adictos al
Sistema Constitucional protegiendo decididamente a los Realistas,

- Trabajar incesantemente en destruir las Sociedades Secretas y toda especie de


secta, y

- No reconocer los empréstitos constitucionales.

El gabinete siguió las Bases con las que el rey había marcado el camino intentando
sacar adelante alguna medida reformista que llevaría las divisiones realistas a su mismo
seno, especialmente el proyecto de amnistía de Ofelia. Así, por una Real Cédula de 13
de enero de 1824 se reorganizó el sistema de seguridad pública con una policía
orientada al control político. Los sectores más reaccionarios preferían que esta función
la realizara la Inquisición, lo que ocasionó algunas protestas. Finalmente, dos obispos,
el de Valencia y el de Orihuela, crearon unas Juntas de Fe. Consecuencia de la
actuación de la de Valencia fue la celebración del último Auto de Fe de nuestra historia.
También se crearon las Comisiones Militares Ejecutivas y Permanentes, con una
actuación en la que se mezclaban los asuntos políticos y los de orden público. Pero el
tema más polémico sin duda era el proyecto de amnistía ya que chocaba con las
potencias, que reclamaban una más amplia, y por otro con los ultras opuestos a
cualquier perdón. La muerte de Irujo y la entrada de Calomarde en Gracia y Justicia
rompieron la unidad del gabinete sobre el tema aunque finalmente el decreto de
amnistía fue aprobado en mayo de 1824 sin lograr satisfacer a nadie, ni siquiera al
gabinete, ya que los más reaccionarios se oponían al considerar el delito que fue el que
mayor pudo ser, en palabras de D. Carlos y los liberales, lógicamente, lo repudiaban por
escaso.

2.1 La escisión realista

La aprobación de la amnistía trajo como consecuencia un aumento de la tensión entre el


rey y los moderados y dentro del gabinete. El 11 de julio Ofalia fue destituido y Cea
Bérmudez ocupó la Secretaría de Estado. Todo parecía indicar que el gabinete seguiría
con un número similar de moderados y ultras pero, poco antes de la llegada de Cea, el
ministro de la Guerra, el moderado general Cruz fue también sustituido por el
reaccionario general realista Aymerich, hasta entonces al frente de los Voluntarios
realistas, por lo que Cea perdía alguno de sus posibles apoyos.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Con la división en las filas realistas, el cuerpo de voluntarios, en cuya creación tanto
interés tuvo el rey y su círculo, se volvía ahora contra el monarca. De las filas de
voluntarios realistas había salido la rebelión del brigadier Capapé de mayo de 1824 y
que ocasionó el cese de Cruz. El origen de la división lo encontramos:

- En el miedo que tenían los sectores más reaccionarios a que la presión francesa
atemperara en demasía el absolutismo de Fernando;

- En los nombramientos de algunos ministros a su juicio de demasiado tibios y

- A las medidas aprobadas, entre ellas la amnistía.

Esta división, encabezada por el infante don Carlos, llevó a ejercer una presión
permanente sobre el monarca y su entorno. El clero se organizó en sociedades secretas o
Juntas Apostólicas como “la Purísima” o el “Ángel Exterminador” que elogiaban a don
Carlos y criticaban al rey y sus gobiernos, proporcionando los voluntarios realistas un
brazo armado para ejercer su presión en nombre del rey, en principio, pero con don
Carlos dispuesto a ocupar el trono en defensa del Antiguo Régimen.

La evidencia de la fuerza de la oposición ultra preocupó seriamente a Fernando quién


organizó una Junta Consultiva del Reino, presidida por el duque del Infantado, para que
pudiese proponer los medios adecuados para sofocar los posibles desórdenes. Estos
temores con los ultras no hicieron olvidar a Fernando a sus enemigos los liberales, lo
que ayuda a explicar la política tornadiza del rey que le llevó a apoyarse
alternativamente en el Consejo de Estado (presidido por don Carlos) y en el moderado
gabinete de ministros.

2.2 La reforma de la Hacienda: López Ballesteros.

Otro problema acuciante era la situación económica y hacendística del reino, sumido en
el caos tras la guerra y la crisis de las colonias. La Secretaría de Hacienda era
desempeñada por López Ballesteros, buen conocedor de la casa ya que llegaba desde la
Dirección General de Rentas. Permaneció en el puesto desde 1824 a 1832 lo que le
permitió formar un sólido equipo y abordar los principales problemas.

El 14 de febrero de 1824 el rey le instó a que se ocupase del arreglo del sistema de
contribuciones del reyno que era prioritario, pues tras anular lo dispuesto por el Trienio
no se había establecido ningún sistema de rentas. A la hora de abordarlo tenía que tener
en cuenta dos limitaciones impuestas: huir de las innovaciones y no reconocer los
empréstitos constitucionales, lo que complicaba la tarea. Ballesteros planteó una
reforma tributaria para atender a los gastos ordinarios del Estado y una reforma de la
caótica administración, el resultado fue negativo al ser la recaudación ordinaria
insuficiente y tener que echar mano a todos los recursos existentes y contraer nuevas
deudas. La necesidad de conseguir un equilibrio mediante la reducción del gasto le llevó
a elaborar el primer Presupuesto efectivo de la historia de España. Los presupuestos,

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tras tres años de obstáculos de todo tipo, consiguieron reducir los gastos ordinarios del
gobierno, aunque no fue posible lograr un equilibrio completo y hubo que recurrir de
nuevo a préstamos, superando el colapso que amenazaba la Hacienda en 1828. Con la
crisis internacional del año 30 la situación se descontrolaría al exigir un aumento de los
gastos militares.

Para salvar el gravísimo problema de la Deuda, en 1824 se definió una nueva


ordenación cuyo elemento principal era la Caja de Amortización y estaba encargada de
inscribir los créditos contra el Estado, consolidarlos, pagar sus intereses y amortizarlos,
así como responder de los intereses y amortización de los nuevos empréstitos.
Realmente, el nuevo sistema se centró en gestionar nuevos empréstitos extranjeros,
dejando de lado a los tenedores de deuda nacionales de los que poco se podía obtener.

Lo menguado de los ingresos le obligó a disminuir los gastos en un momento en que


todas las potencias europeas aumentaban sus presupuestos de forma considerable para
sostener a los ejércitos y marinas que defendiesen sus intereses políticos y económicos.
En ese mismo momento España renuncia definitivamente a la reconquista de sus
colonias americanas y los ingresos que reportaban y aceptaba un papel de potencia
secundaria en Europa. López Ballesteros consiguió prolongar durante diez años más la
agonía del Antiguo Régimen y evitar el colapso inmediato de haber estado la Hacienda
en manos menos competentes; fue cesado el 1 de octubre de 1832 aunque sus
colaboradores siguieron en sus puestos hasta diciembre de 1833.

3. La cuestión portuguesa.

Desde la salida de la familia real hacia Brasil, como consecuencia de la invasión


napoleónica, Portugal había sido dirigido por el mariscal británico Baresford. La
revolución de 1820 hizo sonar las alarmas en Portugal ante el temor de un contagio,
circulando informes en las embajadas. El 24 de agosto se rebeló la guarnición de
Oporto, seguida de Lisboa y otras ciudades lo que supuso el nombramiento de una junta
Provisional, la convocatoria de Corte y la promulgación de una Constitución inspirada
en la de Cádiz.

Entre los logros de la revolución portuguesa encontramos el establecimiento de un


Parlamento unicameral, la libertad de prensa, la abolición del feudalismo, supresión de
la Inquisición y algunas órdenes religiosas y se inició un proceso desamortizador. El rey
Juan VI, que había regresado a Lisboa, se convirtió en monarca constitucional al jurar la
Carta Magna en octubre de 1822; pero el movimiento Vilafrancada respaldado por la
reina Carlota Joaquina –hermana de Fernando VII- y su hijo don Miguel ponía fin al
experimento constitucional pocos meses después.

El monarca portugués murió, en marzo de 1826, sin dejar testamento lo que planteó
algunos problemas al estar su hijo mayor, don Pedro, en Brasil y ser proclamado
emperador de un Brasil independiente en 1822. Por este motivo sus derechos a la

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Corona estaban en entredicho y además tenía que hacer frente a su hermano Miguel,
respaldado por los absolutistas. Finalmente, la Regencia reconoció como heredero a don
Pedro que renunció a favor de su hija María de la Gloria, de siete años, no sin antes
otorgar una nueva Carta Constitucional (abril de 1826) que inauguraba una nueva etapa
y el inicio de nuevos enfrentamientos entre absolutistas y liberales.

María de la Gloria reina bajo regencia y su tío don Miguel, con quién debería casarse
llegado el momento y siempre que él aceptara la Carta –de acuerdo con os planes de don
Pedro-, comienza a reunir a sus seguidores en un movimiento (miguelismo) contra el
gobierno constitucional. Los movimientos en el país vecina preocupan a Fernando ya
que los liberales podían contar con apoyos desde Portugal y preparar desde allí una
contraofensiva. Si bien es cierto que los exiliados liberales españoles recibieron con
alegría la noticia, en la práctica no fue nunca preocupante para el absolutismo aunque el
liberal luso Saldanha estaba dispuesto a colaborar en una invasión de Andalucía. La
realidad fue bien distinta y España tuvo que hacer frente a la llegada masiva de
exiliados absolutistas; a lo largo de la frontera se organizaron campos y los portugueses
presionaron a los españoles para obtener ayuda en una posible intervención. Esta
situación provocó una confusa situación a ambos lados de la frontera ya que los dos
gobiernos demandaban neutralidad y la adopción de medidas contra destacados
dirigentes, así como el control de desarme de los refugiados. La tensión fue en aumento
y al final del verano un centenar de soldados de caballería españoles pasaron a Portugal
y se inició el alzamiento miguelista en el Algarve.

En España, el Consejo de Ministros para aliviar, adopta varias medidas que iban desde
el envío de un agente secreto a Lisboa a facilitar las armas y medios al movimiento
absolutista portugués. En noviembre los exiliados cruzan la frontera y toman algunas
plazas, lo que provocó la petición de ayuda de Lisboa a su aliado británico; Cunning
aborda el tema con un discurso en defensa de los países constitucionalistas, aunque los
verdaderos motivos de su apoyo se encuentran en el cumplimiento de su tratado de
alianza con Portugal y en la defensa del sistema librecambista. Cunning envía 5.000
hombres a Lisboa y sin disparar un solo tiro lograron amedrentar al gobierno español
que cesó en su apoyo a los miguelistas. Más tarde, con el nombramiento del conde de
Ofalia –un moderado respetado por las potencias-, como ministro plenipotenciario en
Londres sostuvo ante el rey la necesidad de acreditar la neutralidad española,
manteniéndose España al margen de los acontecimientos,

La evolución de la cuestión portuguesa se vio afectada por la muerte de Cunning en


agosto de 1827 y su sustitución por Wellington que privó a los liberales de un sólido
aliado. En 1828 don Miguel instaura el régimen absolutista que desencadena una ola de
terror y lleva a María al exilio. Una insurrección popular hace a Pedro perder su trono
en Brasil, en 1831, por lo que regresa a Europa y se presenta como defensor de la causa
liberal y de su hija María II; desde las Azores organiza un ejército de 7.500 soldados
que desembarcan en Portugal y, en julio de 1832, toman Oporto. La marina británica
hace lo propio en el cabo de San Vicente y es tomada Lisboa en julio de 1833. María es
restaurada en su trono y se abre un periodo de luchas entre liberales moderados

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

(partidarios de la Carta de 1826) y radicales septembristas (defensores de la


Constitución de 1822). Unos meses después, en abril de 1834, muerto ya Fernando, se
firmaría la Cuádruple Alianza entre Gran Bretaña, Francia, Portugal y España, para
expulsar a miguel, finales de mayo, y proteger a las jóvenes reinas.

4. La revuelta ultra.

En 1827 las preocupaciones de Fernando se situaban más en el lado ultra que en el


liberal, ya que la circulación de panfletos y las revueltas eran moneda común. Los
ultras, que reclamaban una vuelta al Antiguo Régimen y la reimplantación de la
Inquisición, comenzaban a abandonar la idea del monarca cautivo en manos de los
liberales y planteaban la alternativa de su hermano don Carlos –al que aclamaban como
Carlos V-. Fernando se resistía, a pesar de los informes policiales, a creer la amenaza
ultra y la participación de su hermano.

En la primavera–verano de 1827 estalla en Cataluña la denominada “guerra de los


agraviados” originada fundamentalmente por el malestar existente entre el campesinado
y por el descontento entre los oficiales del ejército, mal pagados y relegados se sumaron
a la corriente ultra, contraria a la evolución reformista que en algunos momentos
adoptaba el régimen y que ya se había manifestado con anterioridad (1825). Las
primeras manifestaciones se produjeron en marzo y las medidas que se sugieren son
limitadas y se centran en la propaganda que desde los incondicionales al régimen se
debe trasladar a la población; a finales de abril se otorga un indulto que no consigue
calmar el ambiente. Los gritos de “Viva el Rey, la Religión, Muera la Policía y el mal
gobierno” se extendieron a finales de julio y se aparta de las filas realistas a los
implicados. El gobierno era cada vez más consciente de la gravedad de la rebelión y de
la dificultad de recuperar la fidelidad de los voluntarios realistas; el clero ponto quedaría
también en entredicho. En poco tiempo los agraviados dominan buena parte de
Cataluña, sobre todo el campo, aunque tiene serias dificultades para hacerse con el
control de las ciudades.

A mediados de agosto el Consejo de Ministros analiza el asunto y sus consecuencias,


como afectaba a las relaciones diplomáticas y a la economía ya que el erario no tenía
dinero suficiente para mantener a 80.000 hombres desplazados. A mediados de
septiembre las tropas en Cataluña eran de 20.000 soldados, estando en la mente las
relaciones catalanas y los primeros Borbones. Quizá por ello Fernando, por voluntad
propia, abandonó Madrid y se dirigió a Cataluña, instalándose en el Palacio del
Arzobispo de Tarragona; desde allí hizo un llamamiento a dejar las armas con la
promesa de sólo castigar a los cabecillas, desactivando rápidamente el movimiento. Los
líderes fueron fusilados y se abrió un momento de cierta calma. Fernando y su esposa,
María Amalia, permanecieron casi un año en Barcelona lo que se tradujo en la
conversión de puerto franco del puerto barcelonés.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

5. La Francia de 1830 y los liberales españoles.

En julio de 1830 se produjo en Francia la revolución que derribó del trono a Carlos X,
como consecuencia de la aprobación, el 25 de julio, de las “cuatro ordenanzas de Saint
Cloud” que suspendían la libertad de prensa, disolvían la nueva Cámara y reformaban la
ley electoral. El 27 de julio se inician las “tres jornadas gloriosas”, en las que se pasó de
la simple resistencia al gobierno a una revuelta en toda regla. El miedo de los
monárquicos a la implantación de un república presidida por La Fayette inspiró la
proclama de Thiers en la que se condenaba a Carlos X, anunciaba los males que
seguirían a la República y presentaba al Duque de Orleáns, Luis Felipe, como
respetuoso con la revolución y auténtico ciudadano; Luis Felipe fue nombrado
lugarteniente del reino y el 7 de agosto los diputados le eligieron rey de Francia por
voluntad de la nación, jurando la Carta liberal y la bandera tricolor sustituyó de nuevo a
la flor de lis.

Los acontecimientos franceses fueron recibidos por los contemporáneos de manera muy
diversa, mientras que en las monarquías más conservadoras Luis Felipe era denomina-
do el rey de las barricadas, en los movimientos liberales se abrían nuevas expectativas.
Los exiliados españoles pudieron moverse con libertad y empezaron a recibir muestras
de simpatía. Los refugiados en Gran Bretaña comenzaron a llegar a Francia donde
apreciaron las simpatías a la causa liberal. La negativa de Fernando a reconocer a Luis
Felipe favoreció la causa de los exiliados, ya que Francia los utilizó como elemento de
presión en sus difíciles relaciones con España. Toreno, Isturiz, Alcalá Galiano, Martínez
de la Rosa y otros muchos se reunieron en París y comenzaron a organizarse.

Juan Álvarez de Mendizábal, de acuerdo con el banquero Ardoin, puso fondos a favor
de los exiliados e impulsó una especie de gobierno en el exilio bajo el nombre de
Directorio provisional del levantamiento de España contra la tiranía, para poder garantía
oficial a préstamos y créditos. El Directorio, que sería conocido como Junta de Bayona,
se instaló en el sur de Francia donde creó una oficina de reclutamiento a la que acudían
tanto liberales convencidos procedentes de España como buscadores de fortuna atraídos
por las promesas de oro. Ya en esta primera fase se puso en evidencia las tensiones
entre moderados y exaltados que seguían chocando y desconfiando unos de otros, así
los informes que llegaban a Madrid hablaban de fuerzas fragmentadas y de unos 4.000
hombres. El gabinete español, preocupado por la repercusión que una invasión tendría
sobre la situación internacional, optó por reconocer a Luis Felipe (cambio fundamental
que llegó en un momento en el que los preparativos de invasión llegaban a su término);
esto supuso un cambio radical en la postura francesa y se cursaron órdenes prohibiendo
las concentraciones de españoles en la frontera, lo que provocó una invasión acelerada
por las circunstancias y en la que aún quedaban muchos puntos oscuros por la falta de
acuerdo.

Valdés fue el primero en cruzar el 14 de octubre con 400 hombres; Espronceda cruzó
por Roncesvalles; Espoz y Mina llegaba a Vera de Bidasoa el 21 de octubre conociendo
las desalentadoras noticias de las victorias de las tropas realistas y los apuros que

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encontraban los liberales. Mina, con proclamas en las que intentaba no hablar del
Trienio, centraba su discurso en solicitar convocatoria de Cortes, respeto a los fueros,
olvido, unión y libertad y. sobre todo, buscaba provocar nuevos movimientos.
Controlaba Guipúzcoa y quería avanzar hacia el sur para instalar un gobierno
provisional en Navarra o Aragón a la espera de la caída de Madrid. Como en ocasiones
anteriores, los otros levantamientos no se produjeron y acosados por un ejército realista
superior en número los invasores tuvieron que volver a cruzar la frontera. A pesar del
recibimiento entusiasta, y de la aureola romántica de la intentona, los derrotados fueron
confinados en provincias alejadas de la frontera y la actitud francesa respecto a la
española no varió; las solicitudes de los exiliados por un cambio de postura fracasó y
con el paso de los meses unos volvieron a sus actividades y otros pasaron a engrosar las
filas de Torrijos.

6. Los últimos pronunciamientos: Torrijos.

José María de Torrijos llegó a Inglaterra en abril de 1824 y sus actividades le


ocasionaron más de un problema con sus anfitriones pero, sin embargo, también
consiguió reunir en torno suyo un grupo de incondicionales británicos. A finales del
verano de 1830, cumpliendo instrucciones de una Junta a favor del alzamiento, embarcó
en Marsella rumbo a Gibraltar para preparar desde allí el levantamiento liberal y dirigir
una sublevación que una junta local preparaba. A su llegada descubrió que los
preparativos estaban muy atrasados y que se necesitaba una importante inyección de
dinero; pese a ello, y tras recibir noticias de la entrada de Mina por Pirineos, los ánimos
eran elevados. Los intentos se saldaron con fracasos, incluso la mejor organizada de
Salvador de Manzanares que acabó con la muerte de su dirigente.

La presencia de Torrijos en el Peñón era una fuente constante de preocupaciones para el


gobierno y se preparó un plan para atraerle a territorio español; informes falsos sobre
una conspiración que se llevaría a cabo en Málaga, que contaba con apoyos de buena
parte de la guarnición y garantizaban el traslado de los apoyos enviados desde el Peñón,
hicieron caer a Torrijos en la bien urdida trama. El 30 de noviembre salió de Gibraltar
con unos 50 compañeros que cayeron, poco después, en la trampa y aunque
consiguieron huir hacia el interior sólo retrasaron unos días su captura.

El 11 de diciembre, sin proceso ni condena, morían fusilados los protagonistas del


último pronunciamiento liberal del reinado de Fernando VII.

7. La cuestión sucesoria.

En mayo de 1829 moría en Aranjuez la reina María Amalia de Sajonia y Fernando VII
se encontró sin descendencia; a pesar de sus tres matrimonios solo había tenido una hija,

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María Isabel Luisa, que no llegó a cumplir los seis meses de edad. A sus 45 años tenía
numerosos achaques por lo que no podía demorar mucho el contraer nuevo matrimonio
sí quería asegurar un heredero al trono, con lo que la maquinaria se puso en marcha para
encontrar a la candidata idónea. Sin embargo, el contexto político del momento ha
hecho que se especule sobre el papel que jugaron las diferentes facciones en liza.

La elegida fue María Cristina, una joven de 23 años hija del rey de Nápoles y de una
hermana de Fernando VII, y la decisión y los preparativos del enlace se realizaron con
la mayor celeridad. El 9 de diciembre se celebraba la boda en Aranjuez y dos días
después fue acogida con gran cariño por Madrid.

Mientras tanto el futuro del infante don Carlos, hasta entonces sucesor de Fernando,
quedaba en entredicho y los grupos ultras mantenían sus esperanzas en él y en la
restauración plena del Antiguo Régimen; pero la situación empeoraría para el infante
Carlos con el embarazo de la reina y con las medidas adoptadas por el monarca para
asegurar el trono a su descendencia directa. La llegada de los Borbones a la Corona
española alteró el orden sucesorio establecido en las Partidas; Felipe V, siguiendo la
costumbre de los Borbones, había establecido la Ley Sálica mediante la que se excluía
a las mujeres de la Corona.

El 30 de septiembre de 1789, Carlos IV, había reinstaurado las leyes originales en una
Pragmática Sanción por la que “si el Rey no tuviera hijo varón, heredará el Reino la hija
mayor”. La Pragmática fue aprobada por las Cortes pero no llegó a ser publicada y
ahora, ante el embarazo de la reina, Fernando la publica en La Gaceta y deja a don
Carlos prácticamente excluido. Las discusiones sobre la idoneidad de la Ley no se
hicieron esperar y los efectos políticos fueron indudables y un claro motivo de conflicto
entre moderados y los absolutistas más encendidos. Mientras vivió Fernando, los
carlistas, se limitaron a discutir la legalidad del texto y centraron su actividad en intrigas
cortesanas. Pero, tras los sucesos de 1830 de Francia las depuraciones políticas
volvieron a la Península y el partido ultra parecía tomar fuerza.

María Cristina tuvo muy claro que acercándose a los reformistas y a los liberales
moderados podía hacer frente a los carlistas –rivales y enemigos en la lucha por el
trono-, que, tras los sucesos de Francia, habían tomado fuerza. Es en este contexto
donde podemos intentar explicar los sucesos de La Granja y las acusaciones de
liberalismo de la reina.

En septiembre de 1832, mientras pasaban el verano en La Granja, Fernando vio como


empeoraban sus achaques de gota hasta el punto que los médicos creían mortal. Se
reunió el gabinete presidido por el ultra conde de Alcudia, por si fallecía el rey, para
tomar las previsiones necesarias y asegurar la sucesión al trono en el marco al respeto a
la legalidad. Los crecientes rumores de que don Carlos no estaba dispuesto a aceptar esa
legalidad y de que incluso estaría dispuesto a llegar a la guerra civil movieron a María
Cristina a aceptar lo que parecía inevitable: el decreto de derogación de la Pragmática.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

La noticia de derogación de la Pragmática corrió como la pólvora; los realistas


moderados y los liberales se movilizaron para evitar la subida de don Carlos al trono,
había que defender la Pragmática por encima de todo y conseguir la anulación del nuevo
decreto. La recuperación del monarca y la organización de los “cristinos” permitieron
un cambio ministerial que llevaría al mantenimiento de la Pragmática y no parece cierta
la teatral visión liberal de la infanta Luisa Carlota (hermana de la reina) que reventando
caballos se presentó en el Real Sitio y abofeteó a Calomarde para recuperar el
documento que rompería en mil pedazos.

De cualquier forma, el gabinete fue totalmente remodelado y el, hasta entonces,


todopoderoso Calomarde y el conde de Alcudia terminaron en el extranjero. Fue
nombrado un nuevo gobierno y Cea Bermúdez, ahora embajador en Londres, volvía
para ocupar la Secretaría de Estado y la Presidencia del Consejo de Ministros. El
nombramiento debe responder más a una calculada maniobra defensiva del entorno de
la reina para hacer frente a los movimientos carlistas, que a un golpe de estado dirigido
por los cortesanos liberales; además debemos tener en cuenta que ya Cea Bermúdez en
su primer mandato había destacado por su tendencia hacia un reformismo ilustrado.

Las primeras iniciativas del nuevo gobierno venían avaladas por María Cristina,
habilitada para el despacho de los asuntos del reino el 6 de octubre y mientras
continuara la enfermedad del rey. Estas iniciativas fueron, entre otras, indulto concedido
al día siguiente a todos los presos y amnistía el día 30 especialmente a los liberales
exiliados; reapertura de universidades; sustitución de altos mando militares o la
adopción de diversas medidas contra los voluntarios realistas. Esto significó la alianza
entre realistas y liberales moderados en torno a María Cristina y en defensa de los
derechos de su hija Isabel y en contra de don Carlos y lo que simbolizaba; era, en
definitiva, la oportunidad para llevar a cabo la reforma del régimen sin caer en los
excesos del Trienio. Pieza clave de esta reforma fue la creación del Ministerio de
Fomento que se encargaría de la creación del Estado contemporáneo.

El 31 de diciembre de 1832 el rey haría pública la nulidad del decreto de derogación de


la Pragmática. Pocos meses después don Carlos era alejado de la Corte y se organizó la
jura de la pequeña Isabel, contaba con sólo tres años, como princesa de Asturias.

El 29 de septiembre moría Fernando VII dejando a María Cristina como regente durante
la minoría de edad de la princesa. Una semana después de la muerte del rey las partidas
Carlistas aparecían para defender los derechos de Carlos V y el Antiguo Régimen: era
el inicio de una sangrienta guerra civil.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Las colonias en América

1. Antecedentes.

Al comenzar el Siglo XIX, los dominios de España en América se extendían por todo el
continente desde México hasta la Patagonia con la exclusión de Brasil. Cuando murió
Fernando su hija Isabel sólo recibió las islas de Cuba y Puerto Rico. En veinticinco años
se produjo un proceso de disgregación del Imperio forjado en el siglo XVI; el proceso
estuvo muy unido a la crisis política del Antiguo Régimen y supuso una drástica
alteración de las relaciones de la metrópoli y sus colonias para desembocar en la
independencia de la mayoría de los territorios del imperio.

A comienzos del siglo XVIII, durante la guerra de Sucesión española, las colonias no
aprovecharon la situación de debilidad de la metrópoli quizá por no existir un ambiente
intelectual adecuado. Las relaciones también fueron bien distintas entre la primera y la
segunda mitad del siglo: mientras que en la primera la autosuficiencia era cada vez
mayor, durante la segunda se buscó reorganizar el comercio trasatlántico. Esto era
debido a la fuerte desproporción entre los altos rendimientos obtenidos por Gran
Bretaña, Holanda o Francia en sus pequeños territorios y las pequeñas ganancias que a
España aportaba su vasto territorio; estos resultados llevaron a realizar un plan de
reformas dirigidas a frenar la emancipación económica colonial a través,
fundamentalmente, de la recuperación para el estado de la ad-ministración de la alcabala
que además aumentó de un 4 a un 6%, lo que provocó una gran oposición traducida en
revueltas violentas.

En 1765 España, al igual que otras potencias, tomó las primeras medidas para aplicar el
“comercio libre”, ampliando el número de puertos, eliminando trabas burocráticas y
flexibilizando, en definitiva, un sistema para funcionar de forma más eficaz (al menos
para los peninsulares de ambas orillas) que acrecentó la hostilidad criolla. A este
problema económico debemos añadir otro político al no poder acceder la población
criolla a los cargos públicos, de modo que este sentimiento de identidad diferenciada
fue reforzándose y creando un nacionalismo incipiente en la centuria ilustrada.

2. Las colonias ante la crisis del Antiguo Régimen.

Lynch insiste en que se ha sobrevalorado la influencia de las ideas ilustradas como


causa del surgimiento de los movimientos revolucionarios en las colonias españolas; es
cierto que algunos grupos elitistas criollos conocían el movimiento ilustrado y los
ideales de las revoluciones francesa y norteamericana. El papel de estos ideales fue más
el de proporcionar una justificación ideológica a un movimiento con raíces prácticas: la
defensa de intereses económicos y políticos criollos.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Según diversos autores, entre 1780 y 1808 se producen los momentos de máxima
tensión entre criollos y peninsulares. Sin embargo hay que esperar a los acontecimientos
de 1808 para iniciar un proceso que culminaría en 1825 con la independencia de las
colonias españolas en la América continental. Todos los hechos desde la entrada de
tropas francesas a la Península, hasta el nombramiento de José I, pasando por la rebelión
del 2 de mayo o el cautiverio de la familia real en Bayona llegaron a América con
rapidez y la extrema gravedad de la situación puso a la administración colonial en la
tesitura de sumarse a los afrancesados o mantenerse al lado de las juntas provinciales.

La reacción no fue muy diferente a la que tuvo lugar en la Península produciéndose un


vacío de poder que había que llenar con la constitución de poderes emanados de la
soberanía popular. Pero la situación de dependencia estaba en el aire y la toma de
decisiones llevó a enfrentamientos entre las autoridades reales y las elites americanas
que querían hacerse con el control de la situación. Allí no había afrancesados, ni
levantamientos, ni tropas invasoras, por lo que era difícil convencer a los antiguos
representantes de la corona de la necesidad de cambios. De esta forma se constituyeron
las Juntas de Nuevo México (1808) o las de Alto Perú o Quito (1809) que enseguida
fueron reprimidas por los peninsulares produciendo un sustrato de desconfianza al
quedar de manifiesto la desigualdad entre el derecho peninsular a constituirlas y el
castigo a los americanos que lo intentaban.

Las nuevas autoridades peninsulares generan expectativa y decepción al mismo tiempo


y en la Real Orden de 22 de enero de 1809 se afirmaba que los territorios en América
“no son propiamente colonia o factorías como las de las otras naciones, sino una parte
esencial e integrante de la monarquía española” lo que suponía el ansiado
reconocimiento. Reconocimiento que no se traducía en la representación, ya que se les
concedía sólo 9 diputados frente a los 26 de los peninsulares. La convocatoria de
elecciones de 1810 concedía sólo 30 diputados a los americanos frente a los 250
españoles, lo que dará paso a posiciones rupturistas; esta desigualdad fue una de las
causas fundamentales del rechazo americano a las nuevas autoridades y de la
constitución de juntas autónomas, primer paso hacia la desvinculación definitiva con la
Península y, también, hacia la división entre las propias colonias. Otros muchos
elementos sociales subyacentes tuvieron también cabida para dar lugar a cuatro años de
agitación social, cambios políticos y guerra civil.

3. Los “patriotas americanos” ante el regreso de Fernando VII.

Cuando Fernando VII cruzó la frontera en 1814 pareció que, a pesar de todo lo ocurrido,
aún sería posible restablecer el orden en América. Partiendo de las zonas fieles a la
Península, el virrey de Perú, Abascal, logró restablecer su autoridad en el oeste. En otras
regiones el cariz social y racial que adoptaban los independentistas facilitó una reacción
favorable para la causa realista y en otras era más difícil su recuperación. Por tanto, en
estas fechas Fernando tenía una buena posición para haber intentado una solución

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

negociada mediando entre las corrientes “fidelistas o realistas” y “autonomistas o


independentistas”. Lejos de adoptar este papel optó por, aprovechando el final de la
guerra en la Península y la disposición de tropas, ponerse a la cabeza del grupo realista.
En 1816 todas las provincias de Ultramar estaban bajo su control excepto el Río de la
Plata (Buenos Aires, Paraguay y Uruguay).

Los independentistas comenzaron a denominarse “patriotas” dando comienzo a la


transformación de guerra civil en guerra contra la metrópoli lo que permitió moderar los
extremismos y ampliar su base a antiguos realistas. Bajo la dirección de dos grandes
líderes, Bolívar y San Martín, la contienda tomó nuevas fuerzas a partir de 1816–17. La
situación en España, recién salida de una guerra, era económicamente catastrófica y
políticamente inca-paz de obtener apoyos internacionales.

4. La crisis colonial durante el Trienio.

El problema de la insurrección colonial pasó intacto a los liberales del Trienio. En esos
momentos liberales y absolutistas coincidían en considerar los territorios americanos
como parte integrante de la corona española. Los motivos desde luego eran muy
diferentes y encontramos entre ellos los económicos, los históricos y los sentimentales.

La proclama de Riego de 1 de enero de 1820 no hizo mención expresa a los sublevados


en las colonias y a su lucha por la libertad, esto se debe a la convicción de los liberales
de que el restablecimiento de la Constitución gaditana sería suficiente para que
depusieran las armas. Tal es así que el 11 de abril se informó del restablecimiento de la
Constitución para anunciar, poco después, un alto el fuego para iniciar conversaciones
con los rebeldes en el marco conciliador del nuevo régimen. Pero allí el problema se
veía de manera diferente la Constitución no daba respuesta a sus quejas y la
representación continuaba siendo demasiado pequeña; la libertad de comercio se
mantenía alejada y no se apreciaban cambios en la actitud de los representantes de la
metrópoli –más allá del cambio de denominación ya que ahora eran “jefes políticos”-.

Ya fuese por la creencia ciega en las virtudes de la Constitución o porque las


dificultades de la política interior peninsular acapararon gran parte de la atención de las
Cortes y los gobiernos, la realidad es que la pacificación tardaba en llegar a las colonias,
lo que de hecho la hacía cada vez más imposible. Las soluciones que se aportaban eran
parciales como la de mediados de abril de 1820 en la que se enviaban unos comisarios
para tratar de convencer a los rebeldes de las ventajas que suponía la unión a la
metrópoli que ahora gozaba de un gobierno justo, agitando al mismo tiempo el fantasma
de una intervención extranjera. También se publicó una proclama del rey en al que
admitía y pedía disculpas por los errores pasados.

Pero a Bolívar o a San Martín nada podía convencerles que no fuera la independencia y
así informaron a los comisarios. El antiabsolutismo de Bolívar estaba unido al
anticolonialismo y por ello la actitud del gobierno liberal hacia las colonias decepcionó

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

al líder independentista quien afirmó que, si venían a hablar de paz y a reconocer


Colombia como un Estado libre y soberano estaba dispuesto a recibirlos, pero si no, se
negaba a escuchar ninguna proposición. La posición de San Martín, más conciliador y
de tendencias monárquicas, era inflexible en el objetivo de un régimen independiente.

El fracaso negociador hizo que se fueran alejando los dos continentes. La revolución en
la Península dejaba poco tiempo para los asuntos americanos y, además, los territorios
con una independencia de hecho se asentaban y ampliaban, de tal manera que cuando
las Cortes encontraban un hueco para ocuparse de las colonias tomaban decisiones sobre
un Imperio que no existía. Sin embargo, en la Península, la mayoría se resistía a
aceptarlo. A comienzos de 1822 el gobierno presenta un informe en el que, tras
reafirmarse en su negativa a reconocer su independencia, recomendaba detener las
hostilidades, recibir todas las quejas, suspender o revisar leyes o decretos, etc. Por fin el
eco de las peticiones llegaba al gobierno, la respuesta de ultramar era evidente y la
independencia es un hecho. Ya sólo queda comunicar a las potencias que cualquier
reconocimiento total o parcial de la independencia de los territorios de ultramar sería
considerado como una violación de los tratados existentes.

5. Las potencias y las colonias españolas.

La rápida evolución de los acontecimientos en las colonias americanas y la incapacidad


de la metrópoli animaban a las potencias a tomar postura ante el inminente triunfo de
los insurgentes. Especial interés mostraba Estados Unidos que la crisis española ya le
había permitido hacerse con La Florida al anexionarse la costa occidental primero y
comprando el resto en febrero de 1819. Así las cosas, Adams y Monroe, se encontraban
más libres para poner en marcha su política hacia la América meridional con el objetivo
de impedir el control comercial de la zona por parte de Gran Bretaña.

Por su parte Gran Bretaña, con las concesiones realizadas por su aliado español, estaba
en una posición de privilegio y convencidos de que las cuestiones americanas eran más
importantes para su país que las europeas por lo que no estaban dispuestos a dejar pasar
la oportunidad que la crisis les brindaba.

Francia, menos preparada que los británicos para sacar beneficio de la cuestión, quería
evitar –como los estadounidenses- evitar un predominio británico en la zona. Así las
cosas, las propuestas rusas para la colaboración de las potencias con España para la
recuperación de las colonias tenían poco futuro. España se quedaba sola ante la rebelión
y se tenía que proteger de los otros estados que buscaban proteger sus intereses.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

6. La pérdida del Imperio.

En el verano de 1822 los americanos del norte reconocían a los nuevos estados y
establecían relaciones diplomáticas con ellos. Era el final del aislamiento diplomático de
los insurgentes y un paso más hacia la completa independencia.

El 2 de diciembre de 1823 el presidente Monroe formuló lo que se ha conocido como


doctrina Monroe, en la que mantenía que cualquier intervención europea en América
sería considerada por los Estados Unidos como una amenaza a su paz y seguridad. A
finales de 1824 Gran Bretaña anunció a España su decisión de negociar directamente
tratados comerciales con Colombia, México y las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Al igual que los Estados Unidos los europeos iniciaban el reconocimiento de los nuevos
Estados.

Todavía tuvo que pasar algún tiempo para que la metrópoli aceptara la pérdida del
Imperio y sus terribles repercusiones económicas. De hecho el reconocimiento
definitivo de la independencia de las colonias no llegó hasta después de la muerte de
Fernando VII. En febrero de 1834, España anunció que negociaría con los nuevos
Estados. México fue el primero en restablecer sus relaciones con su antigua metrópoli.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

TEMA IV: LAS REGENCIAS (1834-1843).


LA IMPLANTACIÓN DEL RÉGIMEN LIBERAL

La transición del Antiguo Régimen al Nuevo Régimen resultó en España un proceso


lento y difícil. La guerra de la Independencia supuso una primera etapa en la que se
mezclaron elementos tradicionales con otros revolucionarios. La tónica de alternancia
entre revolución y contrarrevolución siguió durante el reinado de Fernando. Pero al
iniciarse la regencia de Mª Cristina se dio el paso ya irreversible hacia el Nuevo
Régimen.

LAS GUERRAS CARLISTAS

1. El Carlismo

Los acontecimientos de los últimos años del reinado de Fernando VII son de
importancia capital en la transición entre el Estado del Antiguo Régimen y el Estado
Liberal. Se dieron en estos años tanto medidas reformistas (establecimiento del Consejo
de Ministros en noviembre de 1823) como persecuciones a liberales. Precisamente este
punto dividió a los absolutistas en intransigentes y moderados.

Un grupo absolutista más radical aún (los realistas puros) se desarrolla durante este
tiempo y se manifiesta con fuerza en el exilio. A este grupo se añaden jefes militares
descontentos y el campesinado con ocasión de la Guerra de los Agraviados (1827).

Al morir la reina sin que Fernando VII tuviese aún descendencia, los realistas más
radicales (los ultras) ponían su esperanza de vuelta a un régimen de corte más
claramente absolutista en el Infante Don Carlos, hermano de Fernando VII. Pero la boda
con Mª Cristina (hija del rey de Nápoles y de una hermana de Fernando VII) y su
embarazo sembró la inquietud entre los ultras.

Con la llegada de los Borbones al trono español había llegado también la Ley Sálica
(que excluía de la sucesión a la mujer siempre que hubiese descendencia masculina por
la rama directa o colateral). En 1789 Carlos IV había reinstaurado las leyes originales
(posibilidad de sucesión de las descendientes mujeres en caso de no haber descendencia
masculina) en una Pragmática Sanción, pero no llegó a ser publicada. Ante el embarazo
de la reina, Fernando VII decidió publicar la Pragmática Sanción (abril 1830), que
anulaba la Ley Sálica. Esto fue un duro golpe para este grupo, al ver como Carlos perdía
las posibilidades de ser el sucesor del monarca. Durante los últimos años de reinado de
Fernando VII se derogó o puso en vigor la Pragmática según las presiones recibidas.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

1.1 Orígenes. Sucesos de La Granja (1832).

En septiembre de 1832, mientras la familia real pasaba el verano en La Granja,


Fernando sufrió un ataque de gota que a sus médicos les pareció mortal. Se iniciaron así
los trabajos para prever la sucesión del monarca. Ante los rumores de que don Carlos no
aceptaría la sucesión en Isabel (la hija de Fernando) y que estaría dispuesto a llegar a la
guerra, se preparó un decreto derogando la Pragmática Sanción que fue firmado por
Fernando.

Pero al no mantenerse en secreto la derogación, los liberales y realistas moderados se


movilizaron y organizaron. Además, el monarca se recuperó y el cambio ministerial
producido posibilitó finalmente mantener la Pragmática. Calomarde y el conde de
Alcudia acabaron en el extranjero y Cea Bermúdez ocupó la presidencia del Consejo de
Ministros.

Mª Cristina fue habilitada el 6 de octubre para el despacho general de los asuntos al


seguir el rey enfermo. Se tomaron una serie de medidas dirigidas a la defensa de los
derechos de Isabel: el indulto del 7 y la amnistía del 30 del mismo mes dirigida a los
liberales exiliados, la apertura de las universidades cerradas en 1830, la sustitución de
los altos mandos militares ultras, medidas contra los voluntarios realistas, etc. El
monarca finalmente declara públicamente (31 de diciembre de 1832) la nulidad del
decreto que había derogado la Pragmática. Más tarde se alejó a don Carlos de la corte y
se preparo la jura de Isabel (de 3 años de edad) como princesa de Asturias. A la muerte
de Fernando VII se nombró reina a su hija con el nombre de Isabel II y Mª Cristina reina
gobernadora en funciones de regente.

1.2 Ideología carlista

Los orígenes del carlismo se pueden buscar en el siglo XVIII, pero sobre todo desde
1820, con la Regencia de Urgel, y la revuelta de los "agraviados" (1827). El partido
"Apostólico", origen de los carlistas, tenía en sus inicios pocos seguidores, pero se
fueron añadiendo combatientes que en realidad tenían motivaciones diversas:

-La defensa de la religión, a la que genéricamente llamaron muchos clérigos.

-El foralismo, sobre todo en el norte de España (desde Vizcaya a Cataluña).

-El mantenimiento de las diferencias fiscales honoríficas de ciertos grupos sociales. De


hecho, muchos núcleos de apoyo al carlismo fueron promovidos por familias de origen
hidalgo y en zonas con hidalguía universal.

Don Carlos se presentó como defensor de todo lo mencionado. Las intenciones


centralistas liberales y los ataques de estos al clero, sobre todo a partir de 1835 con la
exclaustración y la desamortización, proporcionaron buen número de seguidores a los
carlistas y activaron la lucha.

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Los carlistas, además, no reconocían valor jurídico a la Pragmática Sanción por


diferentes razones. Pero en cualquier caso, el problema no era sólo dinástico, sino
ideológico. De hecho, el tímido acercamiento del rey a los liberales desde 1826 ya había
sido una de las razones que provocó en 1827 la rebelión de los agraviados o
malcontentos, de carácter absolutista.

Los seguidores carlistas fueron sobre todo labradores, y las principales zonas de
procedencia fueron:

-La región vasco-navarra.

-Cataluña.

-La montaña levantina.

-El Bajo Aragón.

-Otras zonas (resto de la fachada cantábrica y Castilla), pero en menor proporción.

En cuanto al carácter de la confrontación, Carr propone un enfrentamiento campo-


ciudad. Pero algunos de los últimos estudios (Alfonso Bullón de Mendoza) recalcan que
en las zonas carlistas también estos son mayoría en las ciudades. Se demuestra la
persistencia del carlismo en estas ciudades (como Pamplona o Bilbao) con los buenos
resultados obtenidos cuando se dan las primeras elecciones con sufragio universal. La
razón de haber permanecido en manos de las fuerzas cristinas habría sido la importante
presencia de tropas en ellas.

Desde 1832 la corona se había acercado más claramente a los liberales y desde ese
momento hasta la muerte de Fernando VII (1833) se dieron los pasos para operar la
transición al régimen liberal con el gobierno de Cea Bermúdez, que practicó un
reformismo de cuño ilustrado. Esta situación tuvo como resultado el surgimiento de un
nuevo partido en torno a la figura de Don Carlos, el partido carlista. Sus seguidores se
encontraron en gran número entre los campesinos, pero también los hubo entre la
población urbana. Este nuevo partido, su objetivo (que Don Carlos fuese el sucesor de
Fernando VII) y una situación economico-social ya de por si problemática provocaron
la guerra. El ejército estuvo del lado del Gobierno y dominó los diferentes alzamientos
excepto en el norte.

1.3 Etapas de la primera guerra carlista

En las guerras carlistas se pueden distinguir hasta 7 etapas, enmarcándose las 4 primeras
en la llamada I Guerra Carlista (1833-1840):

 Primera etapa (1-I-1833 a VII-1835)

Don Carlos no aceptó a Isabel como sucesora de Fernando (tomó el título de rey de
España el 1 de octubre de 1833) y las primeras partidas carlistas empezaron ya a
organizarse cuando aún no había pasado una semana de la muerte del monarca. En

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pocos meses Zumalacárregui las organizó para formar un ejército regular que pudiera
enfrentarse al ejército regular cristino. En noviembre ya se podía hablar de guerra civil
en algunos lugares y en los meses siguientes se empezaron a delimitar las zonas
dominadas por cada bando.

Los carlistas, desde Guipúzcoa, se fueron expandiendo por esta provincia (excepto San
Sebastián), por Vizcaya (excepto Bilbao), norte de Álava y Navarra (excepto
Pamplona). También sería carlista la zona alta de Cataluña y se organizarían partidas o
grupos guerrilleros en Aragón, El Maestrazgo, Galicia, Asturias, Santander, La Mancha
y otros.

Esta fase finaliza con la muerte de Zumalacárregui durante el asedio a Bilbao el 21 de


julio de 1835.

 Segunda etapa (verano de 1835-octubre de 1837)

Paso de la guerra del ámbito regional al nacional. Luis Fernández de Córdoba tomo el
mando del ejército Cristino, siendo sustituido luego por Espartero, quien logró romper
el sitio de Bilbao. Los carlistas habían puesto mucho empeño ya que necesitaban ocupar
alguna ciudad que les diera prestigio internacional.

El Maestrazgo y el Bajo Aragón se convirtieron en otra zona de dominio carlista, con el


general Cabrera como protagonista. Además, se produjeron durante esta época las
principales acciones carlistas fuera de su zona de influencia con las gestas militares del
general Gómez, de don Basilio, de Zariátegui y Elío, quienes llegaron a ocupar por poco
tiempo Valladolid y Segovia. Don Carlos incluso llegó a las puertas de Madrid con un
ejército de 14.000 hombres, aunque acabó volviendo a Navarra. Posiblemente la idea de
llegar a un acuerdo para concertar un matrimonio entre los hijos de Mª Cristina y don
Carlos es la que llevó a este a emprender la acción, pero la falta de respuesta de la
regente habría hecho que don Carlos desistiese.

La población civil rara vez se opuso a la entrada de las tropas carlistas en sus
poblaciones, aunque tampoco mostró entusiasmo. Podrían tener partidarios en lugares
fuera de sus zonas de influencia, pero no en el número ni con las ganas suficientes como
para movilizar a la población.

 Tercera etapa (octubre de 1837-agosto de 1839)

El Ebro se constituyó en frontera del carlismo, que se estabilizó territorialmente. Se


crearon divisiones entre los propios militares carlistas. Aquellos generales que habían
protagonizado acciones fuera de las zonas carlistas (como Gómez, Zariátegui o Elío)
fueron procesados y asumió el mando un "apostólico" (sector más reaccionario del
carlismo): el general Guergué.

Frente a los apostólicos intransigentes existe una oposición más moderada que se hace
patente durante estos años. También suceden las guerras de "camarillas" para obtener

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más poder en el gobierno carlista. Esto desacreditó a don Carlos en el extranjero y entre
sus propios seguidores.

Muñagorri organizó un partido político dispuesto a negociar ("Paz y Fueros"), con


apoyo de Inglaterra y Francia, pero su éxito fue escaso. Aún así, fue su idea la que se
impuso y Maroto acabó firmando la paz con Espartero (Convenio de Vergara, 29 de
agosto de 1839). Maroto, carlista moderado, había sustituido al apostólico Guergué y el
cansancio y la incertidumbre por el resultado le hicieron dar el paso de Vergara. En el
Convenio se reconocieron los empleos y grados del ejército carlista y se recomendó la
devolución de los fueros a las provincias vascas y Navarra.

 Cuarta etapa (agosto 1839-julio 1840)

Don Carlos no reconoció el Convenio y la guerra siguió, pero la diferencia de fuerzas


ayudó a Espartero a liquidar la resistencia en Álava y Navarra y obligó a Carlos a huir a
Francia el 14 de septiembre. La resistencia se prolongó en los focos de Aragón
comandados por Cabrera y en Cataluña, con el conde de España. Este fue asesinado en
noviembre y Cabrera quedó como jefe supremo. Con la pérdida de Morella en junio de
1840 llegó la derrota casi definitiva y el 6 de julio un ejército de más de 25.000 hombres
cruzó la frontera.

Posteriormente se puede hablar de 3 etapas más: la segunda guerra carlista, la tercera y


un episodio final. La cuarta guerra carlista tendría lugar más adelante, en 1872.

 Quinta etapa (1846-1849)

Cuando Mª Cristina y don Carlos estuvieron exiliados en Francia (entre 1840 y 1844)
tuvieron ocasión de hablar de una posible unión de las líneas dinásticas con un
matrimonio entre sus hijos. Un sector de políticos y pensadores liberales moderados
(como Jaime Balmes o Manuel de la Pezuela) crearon un clima de opinión favorable a
ello, intentando sintetizar las dos posiciones ideológicas. Pero la mayoría de liberales y
carlistas mantuvieron sus postulados ideológicos.

Don Carlos había abdicado en su hijo, Carlos Luis en 1845. Ante estos intentos de aunar
las líneas dinásticas, algunas partidas carlistas volvieron a levantarse en 1846, en
Cataluña. Esta segunda guerra se desarrolló de forma discontinua y en lugares
diferentes: Cataluña en 1846; Valencia y Toledo en 1847; Cataluña y otras zonas en
1848 y principios de 1849.

 Sexta etapa (1854-1856)

Sería la llamada tercera guerra carlista, que se plasmó en acciones guerrilleras por todo
el norte de España. Las causas aludidas fueron la defensa del catolicismo y la lucha
contra las ideas revolucionarias. La guerra empezó con el manifiesto de Montemolín y
el primer enfrentamiento se produjo en Palencia en 1854. En 1855 se extendió por
Castilla, Santander, Aragón, Cataluña y Levante, con un importante foco en el
Maestrazgo.

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 Séptima etapa

Esta etapa es simplemente un episodio que se produjo en abril de 1860, cuando Carlos,
el conde de Montemolín (hijo de don Carlos), y su hermano Fernando fueron apresados
en La Rápita al intentar introducirse en España. Ambos renunciaron a sus derechos de
sucesión, aunque se retractaron más tarde. El tercero de los hijos, Juan de Borbón,
asumió los derechos. Tras la muerte de Carlos y Fernando en 1861, Juan asumió
definitivamente la herencia dinástica hasta que su hijo (Carlos VII) tomo la dirección de
la causa e inició en 1872 la cuarta guerra carlista.

LA ORGANIZACIÓN DEL RÉGIMEN LIBERAL

Durante el reinado de Isabel II, además de los poderes estipulados por el orden
constitucional, existieron otros: la corona, el Ejército, la prensa, la Iglesia, el poder
económico y la Milicia Nacional. Pero las tres principales fuerzas fueron la corona, el
Ejército y los partidos. Las tres estuvieron unidas frente a amenazas externas (carlistas,
republicanos y asociaciones obreras), pero conspiraron unas contra otras en diversos
momentos.

Una situación anómala al funcionamiento normal del Régimen pero relativamente


habitual fue el pronunciamiento. En este tipo de sucesos, un general, apoyado por un
sector del ejército, pasa a dirigir un partido o interpreta la supuesta voluntad popular. A
veces, estos pronunciamientos son apoyados por revueltas callejeras, que a través de las
juntas locales daban un carácter civil al golpe.

Otra situación anómala al funcionamiento normal pero habitual en este período son los
constantes cambios de gobierno, incluso dentro del mismo partido y la permanente
intriga palaciega de la clase política. La "camarilla" era también fuente de intriga
habitual, aunque su capacidad de influir en política era limitada.

1. La política nacional

Los componentes del mundo político de Madrid (presidentes del Consejo, ministros,
secretarios de ministerio, altos funcionarios y diputados más o menos habituales) fueron
intercambiables en sus puestos.

El poder ejecutivo (gobierno) se componía de varios ministerios (entre 6 y 8): Estado,


Gracia y Justicia, Hacienda, Fomento, Guerra y Marina fueron estables. Gobernación
del Reino y Ministerio de Ultramar fueron más cambiantes. Los ministerios se
nombraban por la corona. Los ministros reunidos formaban el Consejo de Ministros,
con un presidente designado por la corona y que acostumbraba a ser también el ministro
de Estado. Los ministros eran habitualmente hombres de leyes o militares. Los
ministerios contaban además con una secretaría general y una serie de altos cargos
(directores generales) con una serie de subalternos. La administración no era
especialmente numerosa ni ágil. Los gobiernos se formaban por iniciativa de la corona,

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que si bien debía ser un poder arbitral, con frecuencia se orientaba a favor de los
moderados.

El poder legislativo estaba compuesto por dos cámaras: Congreso y Senado. Respecto a
la elección de los mismos hubo hasta 6 disposiciones distintas por las que se rigieron las
22 elecciones del reinado de Isabel II. Las principales diferencias eran de división de las
circunscripciones en distritos uninominales o plurinominales, la adopción del sufragio
directo o indirecto, y la mayor o menor dimensión del censo electoral.

En cuanto a las circunscripciones, la provincia fue el ámbito de representación y el


número de diputados por provincia era en función del número de habitantes. La división
en distritos uninominales (defendida por moderados) implicaba que cada distrito
(habitualmente partido judicial) elegía un diputado. Esto permitía pactos con familias o
poderes locales e inicia los cacicazgos. Las listas plurinominales (habituales excepto
con la ley de 1846), cada votante acudía a la mesa situada en la población cabeza del
distrito electoral, pero elegía los diputados del conjunto de la provincia y no sólo al del
distrito. Las cabezas de partidos judiciales (creados en 1834) adquirieron significado
político.

El método indirecto de elección (señalado ya en las cortes de Cádiz), se basa en la


elección de compromisarios o electores por parte de aquellos españoles con derecho de
sufragio. Los compromisarios elegían a los diputados de cada provincia. Con las
sucesivas cribas que suponía este sistema, se podía orientar el voto hacia aquellos
candidatos que más interesasen. Este sistema fue cayendo en desuso en Europa y en
España también se dejó de aplicar desde la ley de 1837. A partir de entonces se prefirió
la elección directa por parte de aquellos españoles "capaces de comprender" el sistema
liberal y elegir a las personas más convenientes (sufragio censitario). Así, la elección
era directa, pero muy pocos podían votar (varió entre el 0,1 y el 25 % de los españoles).

Los cambios de gobierno

Aunque con los cambios de legislación electoral los gobiernos afirmaban que se
buscaba una mayor transparencia, la realidad es que las elecciones no se perdían nunca
porque siempre se controlaban. Los cambios de gobierno no eran realizados a través de
elecciones, sino por decisión de la corona (encargo de formar gobierno y convocar
elecciones). Esta actuaba a menudo forzada por la situación creada desde los partidos
políticos, que podían presionar con las armas o mediante la provocación de disturbios
callejeros. Habitualmente, los presidentes de gobierno que convocaban elecciones
continuaron como tales con mayorías parlamentarias.

De las 22 elecciones generales que hubo sólo en 5 no las ganaron. Incluso en 2 de estas
los presidentes siguieron en el poder y tuvieron que ser expulsados por
pronunciamientos. Sólo una vez perdió el presidente, Evaristo Pérez de Castro, las
elecciones claramente en verano de 1839, pero gobernó en minoría sustentado por
Espartero. En las siguientes elecciones, también convocadas por Pérez de Castro, se
corrigió la situación, obteniendo la mayoría los moderados. Las otras 3 ocasiones

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corresponden a la regencia de Espartero, durante la que nunca llegó a tener mayoría


parlamentaria.

Como norma general, los políticos isabelinos manipularon la maquinaria parlamentaria


desde el momento de las elecciones. Tanto la elección indirecta como el sufragio
censitario estrechaban el grupo de personas con las que se podía llegar a acuerdos, a
través del gobernador o jefe político de la zona, a cambio de favores o prebendas.

2. El sistema judicial

A principios del siglo XIX persistió el sistema judicial característico del Antiguo
Régimen:

-Multiplicidad de jurisdicciones (fundamentadas en criterios de "privilegio") con sus


frecuentes conflictos de competencia.

-Multiplicidad de legislaciones en distintas zonas del país.

La Constitución de 1812 introdujo el principio de la separación de poderes. Por ello se


pretendió la autonomía y responsabilidad de los jueces respecto al poder ejecutivo.
Asimismo, el principio de igualdad ante la ley llevaba a la unidad de fueros, lo que
llevaría más en llevarse a la práctica. La jerarquía de jueces (alcalde, jueces de Partido,
Audiencias y Tribunal Supremo) contemplada en la Constitución de Cádiz fue anulada
por Fernando VII en 1814. Con Martínez de la Rosa ser reprodujo lo básico de la
Constitución de 1812. Asimismo se dividieron las provincias en partidos judiciales. Los
jueces eran nombrados por una Junta del Ministerio de Gracia y Justicia. Así pues, no se
consiguió la pretendida independencia.

La organización judicial no cambió en lo esencial hasta 1870 con la Ley Orgánica del
Poder Judicial. Se establecieron los siguientes principios:

-Independencia: vacantes y ascensos cubiertos por oposición, inamovilidad judicial,


responsabilidad de los jueces en sus actos, incompatibilidad con el ejercicio activo de la
política.

-Colegialidad de los tribunales.

La unidad de fueros recibió un fuerte impulso en 1862, con un Real Decreto que
establecía las bases para organizar los tribunales y dejando a la jurisdicción ordinaria
como la única competente.

3. El poder local

La nueva división provincial fue realizada por Javier de Burgos en 1833. Las provincias
se basaban en unidades históricas, corregidas por circunstancias geográficas, extensión,
población y riqueza. Se organizaron 49 provincias con el nombre de sus capitales
excepto los archipiélagos, Navarra, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, que conservaron
denominación y límites antiguos.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Al frente de cada provincia se colocó un subdelegado de Fomento (luego jefe político y


luego gobernador civil), que era representante del gobierno de la nación. La Diputación
era el órgano de gobierno de la provincia, que desde 1834 se dividió en partidos
judiciales. El modelo progresista, que apenas estuvo en vigor, era partidario de cierta
descentralización y la Diputación tenía competencias propias. En el modelo moderado
la Diputación tenía una función más consultiva. La administración provincial contaba en
cualquier caso con un escaso número de funcionarios.

El modelo moderado se basaba en la administración pública napoleónica, el


doctrinarismo francés. Este modelo se basaba en una administración subordinada desde
el gobierno hasta el último pueblo. Al haber contraposición de intereses deberían
prevalecer los públicos sobre los privados y los nacionales sobre los locales. Así pues,
el alcalde era básicamente un representante del gobierno por la línea jerárquica desde la
corona y a través de los jefes políticos o gobernadores. El gobierno podía reforzar su
poder nombrando un alcalde corregidor, que al no ser cargo electo podía ser de duración
ilimitada, para sustituir al ordinario. Los alcaldes eran designados por el gobierno entre
los concejales electos. Estuvo vigente casi todo el reinado de Isabel II, excepto en los
períodos 1840-1843 y 1854-1856.

Los progresistas hicieron de la elección de los alcaldes uno de sus caballos de batalla en
los procesos revolucionarios de 1840, 1854 y 1868. En el modelo progresista los
alcaldes tenían más autonomía respecto al gobernador.

La alternancia entre unionistas y moderados entre 1856 y 1868 deterioró las estructuras
caciquiles. El modelo estaba adaptado al gobierno de un solo partido, pero no para
partidos próximos pero rivales y sin pacto previo. Los caciques locales dividieron sus
fuerzas y esto benefició a los progresistas, demócratas y carlistas, que durante los años
60 obtuvieron mayoría en muchos ayuntamientos.

La política local tuvo cierta vitalidad, aunque estaba muy desconectado del gobierno del
país. Eran las clases medias y altas con derecho a voto las que se interesaron por los
asuntos políticos. Estos se discutían en ateneos, sociedades económicas, etc. Pero la
gran mayoría de la población permanecía ajena a la vida política.

4. Los partidos políticos hasta 1856

Tras la muerte de Fernando VII y con la guerra en marcha, los dos grupos herederos de
la Constitución de 1812 (exaltados y moderados, junto a los afrancesados) se unieron
entorno a la reina. Esta unión se mantuvo los años 34-37. En estos años se fraguaron
dos partidos: los exaltados (los que se oponían al gobierno) y los moderados (los que
defendían a aquellos que entonces estaban en los ministerios).

En el caso de los moderados había afrancesados que habían colaborado en la confección


de la Constitución de Cádiz, exiliados en buena parte, y gente que estuvo con Fernando
VII en su última etapa. En una primera etapa (34-36) Martínez de la Rosa los lideró,
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aunque la disciplina interna del grupo era escasa. En verano de 1836 se produjo una
refundación del partido al entrar Istúriz, Alcalá y otros (de origen liberal exaltado), que
sustituyeron a Mendizábal en el poder. El liderazgo político pasó a estar compartido
entre Martínez de la Rosa e Istúriz y en el plano ideológico fueron los doctrinarios los
que impusieron sus tesis. En verano de 1837 se produce otro cambio al cambiar su
nombre de Partido Moderado a Monárquicos Constitucionales, denominación que
apenas fue utilizada. Al final de la guerra carlista se unieron al partido políticos
procedentes del carlismo. Entre 1844 y 1854 ejercieron el poder y surgió un nuevo líder
moderado: el general Narváez.

Cuando desde 1844 los moderados se afianzaron el poder dieron lugar a tres corrientes:

-Los moderados "puritanos" ("Unión Liberal" ó, desde 1845, "Partido Moderado de la


Oposición"), situados a la izquierda y con Pacheco, Pastor Díaz y Ríos Rosas como
cabezas principales. Derivaron desde 1856 en la "Unión Liberal de O'Donell". Pese a la
rivalidad, siempre estuvieron en contacto con los progresistas.

-Los "centrales" tenían a Narváez como líder y símbolo del partido.

-La "Unión Nacional" desde comienzos de los cuarenta se situó a la derecha, con Jaime
Balmes y Manuel y Juan Pezuela. En los cincuenta tuvieron continuidad con los "ultra-
moderados", con Bravo Murillo. De estos, con otros añadidos, surgieron los
neocatólicos, que intentaron integrar a los carlistas y tradicionalistas.

Los moderados se impregnaron de un nuevo pensamiento filosófico y político-jurídico


de origen francés: el "liberalismo doctrinario" o "doctrinarismo". Sus principios parten
del liberalismo clásico: derechos individuales de libertad, la división de poderes y la
negación de la soberanía monárquica por la gracia de Dios. En lugar de esta última
proponen la soberanía compartida entre rey y Cortes. Estas últimas con dos
instituciones: Congreso (representación de la soberanía popular) y Senado (síntesis de
las dos soberanías parlamentarias). Además, la organización política debe estar dirigida
tal que el gobierno quede en manos de los mejores. Esto es denominado "soberanía de la
capacidad" o "soberanía de la inteligencia". Para lograr esto es esencial una ley electoral
selectiva, a través de un sufragio restringido. Esta capacidad, en la práctica, se identifica
con aquellos que poseen más bienes o pagan más impuestos. Entre los principales
doctrinarios se encuentran Javier de Burgos, Alcalá Galiano y otros. La eficacia de la
actividad política se identificaba entre los doctrinarios con una administración ordenada,
subordinada y centralizada.

En el caso de los “exaltados” (también llamados “liberales” y desde finales de los años
treinta “progresistas”), tardaron más en organizarse como partido y hay que esperar al
bienio 1854-1856. De todas maneras, existen como grupo desde las Cortes de Cádiz. A
la vuelta del exilio se reunieron en torno a algunos personajes como Fermín Caballero y
cafés, casinos, etc. sirvieron como sedes de reunión de sus grupos. En 1835-1836 llego
Mendizábal a España y se convirtió en líder del “Partido Liberal”. Durante estos años
surgió la escisión de Istúriz y Alcalá Galiano. También destacó Salustiano Olózaga, que

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disputaría con el general Espartero el liderazgo del partido. Espartero quedaría desde
1837 como líder político y defensor militar del progresismo.

Mª Cristina apoyó principalmente a los moderados, que estuvieron en el gobierno hasta


verano de 1840. Pero los progresistas ganaron terreno en los medios urbanos y en el
Ejército. Así pues, conseguían mayorías en los ayuntamientos de las ciudades y
dominaban la Milicia Nacional. Además, Espartero creó en 1837 el “Partido Militar del
Norte”, próximo a los progresistas, mientras que el “Partido Militar del Centro”,
próximo a los moderados, fue creado por Narváez.

Durante la Década Moderada los progresistas perdieron la escasa estructura que habían
tenido, aunque les quedaban los periódicos y buen número de concejales y alcaldes.
Tuvieron como principal papel la denuncia de las corrupciones y desviaciones del
liberalismo. Su principal habilidad fue aprovechar los desacuerdos entre los propios
moderados para ganarse a buena parte de estos. Tanto los progresistas como los
moderados se debilitaron con la coalición opositora de 1852 contra Bravo Murillo.
Espartero aprovechó para en 1854 alcanzar el liderazgo del Partido Progresista y el
poder quedó en sus manos durante el Bienio Progresista.

A la izquierda del partido progresista y a la derecha del Moderado surgieron otros


partidos a partir de los 50 y que se manifiestan con fuerza ya en el Bienio Progresista y
años siguientes:

-Partido Demócrata: a la izquierda del Partido Progresista. Se organizó hacia 1846 y


tomó fuerza a raíz de los acontecimientos de 1848, que en España no tuvieron excesiva
importancia. Sus puntos fuertes ideológicos eran el sufragio universal masculino y la
soberanía popular.

-“Neocatólicos”: a la derecha de los moderados. Se encuentra en algunos gobiernos


desde 1852, pero no se organizan hasta 1854. Siempre estuvieron cerca del Partido
Moderado, pero con objetivos relacionados con los intereses eclesiásticos nacionales y
pontificios.

LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1833-1840)

Durante la Regencia de María Cristina se dieron los primeros pasos hacía el pleno
constitucionalismo. La guerra civil condicionó toda esta transición liberal, que se
plasmó en un primer momento en el Estatuto Real (1834). Tras la acción del sector
progresista se provocó un período revolucionario que se plasmó en la Constitución de
1837.

La regente renovó la confianza en Cea Bermúdez, pero este período no satisfizo del
todo a los liberales. Se realizaron reformas administrativas desde el Ministerio de
Fomento. Javier de Burgos llevó a cabo la división provincial de España, así como la
creación de la figura de subdelegado de Fomento (luego “jefe político” o gobernador

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provincial). En octubre Cea Bermúdez se mostró partidario de la monarquía absoluta.


Esto no gustó a los liberales y además la guerra se iniciaba y la reina acabó decidiendo
el cambio de gobierno.

La regente decidió dar un paso decisivo hacia la renuncia por parte de la corona al poder
exclusivo. Para ello llamó en enero del 34 a Martínez de la Rosa para formar un nuevo
gabinete y elaborar un régimen constitucional aceptable. Martínez de la Rosa era un
liberal doctrinario muy influenciado por el pensamiento francés. La aplicación del
Estatuto Real en 1834 fue un paso más firme, ya que se establecía un régimen
constitucional en el que la corona renunciaba al poder exclusivo y compartía la
soberanía con las Cortes. De todas maneras, sólo los liberales más moderados se
conformaron con el Estatuto. Aunque el rey cedía parte de su poder a las Cortes, estas
sólo podían ser convocadas por el monarca (excepto para el presupuesto, cada dos
años). Las Cortes eran bicamerales: la nobleza estaba representada en el Estamento de
Próceres y el resto de la población en el de Procuradores. Estos últimos se elegían por
tres años a través de sufragio en segundo grado y limitado.

Los progresistas consideraron el Estatuto Real como un primer paso, aunque


equivocado, y continuaron luchando por un régimen basado en la Constitución de 1812.
Las peticiones de los procuradores en Las Cortes fueron mayoritariamente deshechadas
y la relación entre estas y el gobierno se hicieron muy tensas. La situación de guerra lo
agravaba todo y los liberales se radicalizaron. Un intento de golpe de estado en enero de
1835 y otro intento de voto de censura hicieron que finalmente Martínez de la Rosa
dimitiera.

Lo sustituyó el conde de Toreno con un gobierno que duro 4 meses. Se produjo en este
período un acercamiento a los progresistas con la llamada a Mendizábal para la cartera
de Hacienda. De todas maneras, la decreto de disolución de los conventos y otras
decisiones marcaron una separación del liberalismo moderado que había caracterizado
al gobierno y empujó a determinados sectores de la sociedad (el clero sobre todo) a
apoyar al carlismo. Se produjo en este período también un proceso revolucionario a
cargo de la milicia urbana que llevó a la constitución en diversas ciudades de juntas
locales que asumieron el poder. Toreno intentó la disolución de las juntas, pero no tuvo
éxito. Finalmente, la regente llamó a Mendizábal a formar gobierno para atraerse al
sector progresista.

Entre agosto del 35 y del 37 se aceleró el proceso de liquidación del Antiguo Régimen
con la acción decisiva de Mendizábal. Se liquidó la situación revolucionaria con
diferentes acciones, entre ellas integrar los componentes de las juntas al gobierno de la
diputación. La figura de Mendizábal dominó completamente este período y se rodeó en
los ministerios de gente de su confianza. Mendizábal lo supeditó todo a acabar con la
guerra en 6 meses. Siguió con la política de desamortización con el objetivo de afianzar
una masa de propietarios fieles al liberalismo y que tuviese al clero como enemigo. La
propiedad sujeto de esta desamortización no se consiguió repartir, ya que los
compradores fueron los antiguos terratenientes y el efecto fue el contrario: la

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concentración de tierras. El éxito político tampoco estuvo claro, ya que los nuevos
propietarios fueron mayoritariamente a parar al partido moderado. La desamortización
conformó las bases socioeconómicas del Nuevo Régimen, ya que se reajustó la
propiedad y se dio lugar a una poderosa clase terrateniente además de un amplio
proletariado campesino. La economía de guerra se prolongó en el tiempo y se llegó a
una situación insostenible, sobre todo por la deuda contraída. Pese a la victoria en las
elecciones de febrero del 36 de los progresistas, el paso de Istúriz y otros al
moderantismo obligaron al gabinete en el gobierno a dimitir.

La regente nombró a Istúriz presidente, pero tuvo en contra a Las Cortes, que acabaron
siendo disueltas. Finalmente se produjo el levantamiento militar, que se propagó por
diferentes ciudades. Con el motín de los sargentos, se obligó a la regente a jurar la
Constitución de 1812 hasta que Las Cortes decidieran. Se confió el poder a Calatrava,
que se apoyó en otros progresistas (entre ellos Mendizábal) y que promulgaron leyes en
la dirección de restituir la situación del Trienio Progresista y la Constitución de Cádiz.
Finalmente se convocaron unas Cortes Constituyentes que elaboraron la nueva
constitución.

La Constitución de 1837 era más moderada que la de 1812, aunque más progresista que
el Estatuto Real. Con ella se buscó el consenso. Se mantenían en ella puntos
importantes de la Constitución de 1812, como la soberanía nacional, la separación de
poderes y el reconocimiento a los derechos individuales. Por otra parte, se reconocía a la
Corona una decisiva intervención en el proceso político, al ser quien convocaba Cortes,
aunque también se ampliaban las funciones de Las Cortes. Se establecía un sistema
bicameral (Congreso de Diputados y Senado) y el sufragio censitario y directo. Los
senadores eran elegidos por el monarca de entre una lista confeccionada por los
electores. De todas maneras, se permitía la disolución de Las Cortes por el monarca, lo
que junto al sistemático falseamiento de las elecciones facilitó el control de estas por el
gobierno.

El liberalismo más extremo del período se había alcanzado con Mendizábal, que llevó a
cabo la desamortización. Además, la actitud mostrada hacia la Iglesia provocó malestar
en algunos sectores, que giraron hacia el conservadurismo. El grupo moderado salió
reforzado y adquirió mayor significado política. Se dotó además de una nueva teoría
política, el doctrinarismo, según la cual lo que legitima el poder es la capacidad para
gobernar.

Tras declinar Espartero la oferta de formar gobierno, Bardají se encargó, con victoria
moderada en las elecciones. Su gabinete tuvo poca duración y le siguió Narciso
Heredia, iniciándose así el Trienio Moderado (1837-1840). En este período se produjo
el problema de las pagas a los militares y sus subsecuentes motines. Espartero impuso
sus condiciones al gobierno, que tuvo que ceder. Se fue formando así en el norte un
“Partido Militar” fuertemente influenciado por la situación de guerra y, por tanto
próximo al progresismo. Al parecer, las presiones de Espartero acabaron con el
gobierno.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Durante el siguiente Gobierno se produjo un enfrentamiento entre Espartero y Narváez


(responsable del ejército del centro y de tendencia moderada). El tema acabó en
pronunciamiento militar fracasado de Narváez, su exilio y el fortalecimiento de
Espartero. Evaristo Pérez de Castro se hizo cargo del gobierno, que en este caso duró
bastante (hasta julio de 1840), aunque sufrió profundas reorganizaciones.

Durante 1838 y principios de 1839 hubo entre los liberales dos tendencias en cuanto a la
guerra. Por una parte, la corriente de Mendizábal, pedía acabar completamente con el
carlismo. Los moderados eran partidarios de una paz honrosa que permitiese integrarlos
en el Nuevo Régimen. En junio del 39 Espartero pidió a Mª Cristina que disolviese Las
Cortes. Las elecciones tuvieron lugar casi al mismo tiempo que el Convenio de Vergara,
que Espartero presentó como una victoria propia y del progresismo. Los progresistas
vencieron en las elecciones, aunque luego le recriminaron a Espartero como había
conseguido la paz, achacándole haber seguido las tesis moderadas. Además, para
humillación de Espartero, se hicieron modificaciones al Convenio. El gobierno se
sostuvo a pesar de estar en minoría por el apoyo de Espartero, pero se creo un clima de
crispación ciudadana y se tuvo que cambiar el gobierno y convocar elecciones.

En diciembre se obtuvo holgada mayoría moderada. Se modificaron importantes leyes,


entre ellas una relativa a la elección de los representantes en los ayuntamientos desde la
corona. Este punto fue conflictivo, porque por el sistema de elección los ayuntamientos
tenían mayoría progresista y eso les daba el control sobre la Milicia Nacional. La
tensión entre el gobierno y los ayuntamientos creció y se produjo una movilización que
empujó a Mª Cristina a buscar un acuerdo con Espartero. Este le propuso retirar la Ley
de Ayuntamientos, disolver Las Cortes y sustituir el gobierno, aunque él se negó a
encabezar un nuevo gobierno. Mª Cristina, en respuesta, siguió adelante con la Ley de
Ayuntamientos en julio de 1840. A partir de ahí los sucesos se precipitaron: Espartero
presentó una dimisión que no fue aceptada, el ayuntamiento de Barcelona se amotinó,
Mª Cristina insistió en la opción moderada, etc. Se produjeron los primeros
enfrentamientos entre milicianos y el ejército en diferentes lugares y se reprodujeron las
juntas (otra vez según la fórmula de 1808) en varias ciudades. Con esta situación la
regente tuvo que ceder ante las peticiones de Espartero y lo nombró presidente del
Consejo de Ministros. Este formó un gobierno progresista y se redactó un programa de
gobierno ante el que la reina gobernadora acabó renunciando a la regencia. Se exilió a
París, desde donde conspiró con la ayuda de Luis Felipe de Orleáns y moderados y
militares que se colocaron en la oposición al nuevo gobierno.

LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)

Entre 1840 y 1844 el poder es ostentado por militares (Espartero, Narváez y O’Donell).
Los dos primeros fueron más caudillos que políticos y practicaron más el autoritarismo
que el respeto constitucional. El tercero tuvo mayor temple político y más capacidad
para liderar la vida civil.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Según la constitución, hasta la designación de nuevo regente el poder lo detentaría el


Consejo de Ministros, que estaba dirigido por Espartero. Este estaba más acostumbrado
a ejercer el poder militar que el civil y su relación con el Partido Progresista duró
mientras este le fue útil. En esta línea, suspendió Las Cortes en octubre de 1840 y no las
volvió a convocar hasta que no tuvo una supuesta mayoría parlamentaria. En realidad,
Espartero nunca tuvo mayoría, ya que la suma de los moderados y de los progresistas
que se ponían en su contra le hizo perder varias elecciones. En el Senado los moderados
siempre fueron mayoría y en las sesiones conjuntas se tuvo que apoyar precisamente en
los moderados para sacar adelante cuestiones concretas (sobre todo las relacionadas con
la regencia).

En el tema de la regencia la Constitución preveía que pudiese ser ejercida por 1, 3 ó 5


personas. Los progresistas eran partidarios de 3 personas y los moderados y Espartero
de 1 persona al frente únicamente. Así pues, con el apoyo de algunos progresistas fieles
y de los moderados sacó adelante la regencia única en su persona en mayo de 1841.
Formó un nuevo gabinete con sus incondicionales.

Una de las principales acciones del nuevo gobierno fue la venta de los bienes del clero
secular (la llamada Ley Espartero). La venta ya había sido aprobada anteriormente, pero
no fue hasta verano de 1841 cuando se produjo la subasta de los bienes, que se
vendieron a un ritmo muy rápido.

Otro aspecto importante de la política de Espartero fue su orientación librecambista, en


la línea de Mendizábal. Aunque los aranceles impuestos podían hacer pensar que se
mantenía el proteccionismo, la realidad es que se rebajaron los aranceles, facilitando así
la entrada de producto extranjero y la salida de productos españoles. Esta política
librecambista y las intromisiones del embajador británico le hicieron a Espartero ganar
fama de anglófilo. Esto le supuso una oposición creciente.

El gobierno fue derrotado en Las Cortes y estas se cerraron en agosto de 1841. Se


fraguó entonces una conspiración entre militares y civiles que se tradujo en
levantamiento entre septiembre y octubre de 1841. Este levantamiento fracasó debido al
escaso apoyo que suscitó, a que las fuerzas de Espartero estaban intactas y la propia
descoordinación del levantamiento.

De todas maneras, el gobierno antiforalista de González acabó provocando la reacción


de varias zonas del norte donde Espartero utilizó el sitio. Esto le valió la reprobación del
Congreso. Espartero conservó el poder gracias al apoyo de significados progresistas y
las clases urbanas, así como aún de buena parte del Ejército. Pero las conspiraciones le
hicieron perder apoyos también en este ámbito. Narváez conspiró junto a Mª Cristina
desde París con la creación de la Orden Militar Española, que fue ganándose a militares
partidarios del derrocamiento de Espartero y de la vuelta de Mª Cristina.

En el derrocamiento de Espartero jugó un papel clave Barcelona, que ya se había


rebelado contra decisiones de su gobierno. La clase industrial catalana también se sintió
fuertemente amenazada por la política librecambista del general. En este clima surgió en

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Barcelona una de las muchas revueltas conocidas como “motines de quintas” que se
oponían a la recluta anual de soldados. El 13 de noviembre de 1842 se produjo una
pelea entre civiles y soldados. Se acabó organizando una rebelión que aunó a fuerzas
opuestas a Espartero, incluida la Milicia Nacional. Se formó también una junta
provisional de gobierno y Espartero reaccionó con una represión durísima y el
bombardeo masivo de la ciudad. A las protestas de los diputados catalanes Espartero
respondió disolviendo Las Cortes. Desde principios de 1843 se multiplicaron las
alianzas entre progresistas descontentos y moderados.

Las elecciones de abril fueron perdidas por Espartero, aunque este lo achacó al gobierno
y sustituyó a Rodil por López, que juró en mayo de 1843. Pero el programa presentado
no era aceptable para Espartero y le obligó a dimitir. Un nuevo gobierno tampoco duró
y además, desde finales de mayo los pronunciamientos se difundieron por España
pidiendo la normalidad constitucional. La Orden Militar Española también se movilizó.
Tras la revuelta de julio en Sevilla, se consolidó el movimiento en Cataluña, con la
“Junta Suprema de Barcelona” nombrando a Prim ministro universal. El golpe final fue
la derrota del ejército esparterista de Seoane contra Narváez en Torrejón de Ardoz entre
los días 22 y 23 de julio. Espartero decidió buscar refugio en Londres.

Los gobiernos intermedios y la mayoría de edad de Isabel II

Hasta mayo de 1844 se da un período de transición. Aunque el esparterismo había sido


derrotado, el progresismo seguía vivo. En cualquier caso, el dominador de la nueva
escena política fue Narváez.

López volvió a la presidencia para un gobierno breve que se dedicó a desmontar todo el
aparato esparterista (disolución de la Milicia Nacional entre otras acciones). Pero
algunos problemas continuaban pendientes. Entre ellos, estaba la continuidad de la
Junta de Barcelona, que pedía una solución de cara a equilibrar los poderes de la
regencia y el gobierno. Además, la vuelta de Mª Cristina no estaba bien vista por parte
del progresismo. La junta barcelonesa, que reconocía a Prim y a Serrano como máximas
autoridades, propuso el adelantamiento de la mayoría de edad de la reina. Narváez y el
gobierno aceptaron la solución e Isabel II fue proclamada reina el 10 de noviembre de
1843 con 13 años de edad.

Tras la dimisión de López, accedió a la presidencia Olózaga, que intentó rehacer la


fuerza progresista (amnistías, rehabilitación de la Milicia Nacional, derogación de la ley
de ayuntamientos...). Pero acabó siendo bajo acusaciones de los moderados y tuvo que
huir a Portugal. El siguiente presidente, Luis González Bravo, dio marcha atrás a las
decisiones de Olózaga (volvió a disolver la Milicia Nacional). Las revueltas de
respuesta fueron reprimidas muy duramente. Con la vuelta a España de Mª Cristina se
acabó el gobierno de González Bravo y Narváez decidió asumir personalmente el
gobierno el 8 de mayo de 1844.

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TEMA 5: EL REINADO DE ISABEL II (1843-1868).


MODERANTISMO Y PROGRESISMO.

LA DÉCADA MODERADA, 1844-1854

Aunque el Partido Moderado de estos años no era un partido homogéneo, esta década
está marcada por su hegemonía continuada. Entre otros motivos está el apoyo cada vez
más decidido de la corona.

Los aspectos comunes del periodo: la mejoría económica en todos los órdenes y las
reformas político-administrativas, encaminadas a conseguir una mayor eficacia y la
integración del conjunto de las regiones españolas (la igualdad legal y la centralización).

1. Narváez, el espadón moderado.

El 3 de mayo de 1844 se abrió la «Década Moderada», al hacerse cargo del gobierno


Narváez, quien dominó la política en la mayor parte de este periodo, personalidad,
excepcional, destacan el talento, eficaz en una batalla y en los gobiernos que presidió,
con alternancia de estados de ánimo, eufóricos y depresivos. Otros rasgos eran el
autoritarismo y la disposición a interpretar la ley arbitrariamente. Todo ello puede
explicar parte de alguna de sus actuaciones. Aunque no se destacó por un pensamiento
político riguroso, hay un fondo liberal, se puede decir que fue más liberal en sus años
anteriores a 1848. Después, su liberalismo se moderó por el miedo a la revolución. En
estos años hubo dos gobiernos presididos por Narváez, el primero, relativamente largo,
terminó a principios de 1846, el segundo, sólo 19 días.

2. Los moderados y la reforma de la Constitución de 1837.

En el primer gobierno de Narváez, al poco tiempo de iniciado, se suscitó la posible


reforma de la Constitución. Se vislumbraron las tres principales tendencias del partido
moderado: el grupo a cuyo frente estaba el marqués de Viluma intentaba volver a un
estatuto otorgado por la corona, que sería la depositaria de la soberanía. La tendencia de
los «puritanos», dirigida por Pacheco, deseaba continuar con la de 1837. Narváez, que
carecía de una formación política profunda, parecía aceptar la tesis de Viluma. Mon y
Pidal le convencieron de hacer una verdadera constitución nueva y más moderada. La
mayoría, la tendencia «central», liderada por Narváez junto con Mon y Pidal, plantearon
una nueva constitución que reflejase mejor su forma de entender el liberalismo.

La cuestión relativa a la desamortización diferenció netamente la política de los


moderados respecto a los gobiernos anteriores desde 1840. En abril de 1845 se
decretaba que los bienes del clero secular aún no enajenados fuesen devueltos a sus
antiguos propietarios. La mayoría de las transformaciones moderadas se hicieron, o su
rumbo quedó marcado, en el primer gobierno de Narváez.

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3. La Constitución de 1845.

Después de abiertas las nuevas Cortes, de mayoría moderada, se iniciaron los debates
relativos a la Constitución. Los progresistas, en minoría, se retrajeron de los debates
parlamentarios. Triunfó el parecer de reformar la Constitución de 1837 que dio lugar a
la más moderada Constitución de 1845. Esta recogió las ideas del liberalismo
«doctrinario», en el sentido de que la soberanía residía en las Cortes con el monarca,
frente a la soberanía nacional de 1837. Los derechos del ciudadano se regulaban. Se
proclamó la unidad católica de España. La posibilidad de ser senador, directamente por
nombramiento regio, se redujo a la aristocracia. Se restringió el sufragio para elección
de los diputados y aumentó el nivel de renta para electores y elegibles. Desapareció la
preeminencia del Congreso sobre el Senado en legislación financiera y la convocatoria
estaba, sin limitación, reservada al monarca. Por otra parte, desaparecía la Milicia
Nacional.

4. La política moderada: uniformidad jurídica, política, fiscal y docente.

Quedó como política liberal moderada la tendencia de una organización jurídica,


política, docente y fiscal única para toda España. La puesta en marcha del plan de
estudios, las leyes de administración provincial y local o la concentración de la
autoridad del jefe político. Igualmente, el ministro de Hacienda, simplificó el sistema
tributario, anuló las particularidades regionales e intentó el «arreglo» de la Deuda
rebajando los intereses de lo que el Estado tendría que pagar. El ministro de Justicia,
llevó a cabo la modificación de uno de los elementos típicos de la ideología progresista
que aún no se había consolidado como era el juicio por jurado que fue modificado por
un tribunal compuesto por magistrados profesionales.

Las modificaciones del gobierno dieron lugar a un sistema que generó una burocracia
mayor que en los gobiernos anteriores, se amplió el problema del funcionariado, aún
muy poco profesionalizado. Casi todos los que trabajaban al servicio de un ministerio se
consideraban disponibles.

Los enemigos más poderosos de Narváez fueron las intrigas palaciegas de otros
políticos o de sus más allegados, que le producían fatiga y que, en todo caso, no podía
controlar. El primer gobierno de Narváez terminó sorpresivamente. Aparentemente no
había pasado nada, pero Narváez dimitió y disolvió su gabinete. Las explicaciones no
dejan de ser suposiciones, quizás, simplemente, una depresión de las que
frecuentemente sufría Narváez. La razón a este estado de ánimo se debió a las
disensiones entre sus ministros por el posible marido de la reina.

El gobierno de transición, formado por un afamado diplomático, el marqués de


Miraflores, tenía como finalidad inmediata la negociación de las bodas de Isabel 11 y su
hermana. Ante el fracaso de las gestiones, se forzó su dimisión por parte de la corona,
que volvió a nombrar a Narváez como presidente del gobierno. Volvió al gobierno con

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el propósito de reanudar el acuerdo con los Borbones napolitanos para casar a Isabel con
su tío. Encontró muchos problemas, sobre todo en España. Narváez se disponía a un
gobierno largo y fuerte. Nombró unos ministros de primera fila. Disolvió las Cortes.
Restringió la libertad de imprenta. Sin embargo esto no llegó a tres semanas. La
solución para el matrimonio de la reina, había adquirido un carácter internacional, no
satisfizo a Inglaterra ni a buena parte de los políticos españoles. En este caso, se repiten
las razones de su caída, había que encontrar un detonante para reactivar su depresión.
Todo apunta a un posible fraude «legal», Narváez, según unas versiones, fue obligado a
exiliarse en Francia; según otras, lo hizo voluntariamente. Pero todas coinciden en la
decisión de Narváez de «abandonar para siempre» la política activa.

5. El matrimonio de la reina.

6. El predominio de los moderados puritanos, 1846-1847.

7. La 2ª Guerra Carlista.

De las tres principales tendencias del Partido Moderado, la puritana fue la más
beneficiada por la corona en estos años. Llamó a Istúriz, antiguo progresista, que fue
líder del moderantismo, se mostró partidario de la Constitución consensuada de 1837,
frente a la postura triunfante de Narváez de la Constitución de 1845. Políticamente
ahora basculaba hacía los puritanos. A pesar de su relación con los puritanos, se apoyó
en los centrales y a dicha tendencia pertenecían los dos principales ministros, Pidal y
Mon

Parece que la intención de la corona al llamarle era, sobre todo, que intentase solucionar
el problema de las bodas reales. Un problema interior que alcanzó una considerable
dimensión exterior. Su experiencia humana y sus buenas relaciones en las cancillerías
europeas parecían aconsejar su nombramiento para formar gobierno.

La resolución final del problema quizá fuera la peor de las posibles. Isabel II se casó
con su primo Francisco de Asís, que durante años fue descartado por su condición de
homosexual. Así pues, la reina se casó muy joven, con quien no quería y en medio de la
frustración general.

El gobierno de Istúriz tuvo que hacer frente a varios pronunciamientos. A la violencia


de los pronunciamientos progresistas se sumó la de las partidas carlistas que
comenzaron la denominada «segunda guerra carlista».

En diciembre de 1846 hubo elecciones. Aunque fueron ganadas por los moderados, los
progresistas obtuvieron unos cuarenta puestos y, entre los moderados, los puritanos, que
eran un buen grupo, dieron muestras de desmarcarse del núcleo del partido moderado.
Lo hicieron votando a Castro Orozco frente a la candidatura que apoyaba Istúriz, la de
Juan Bravo Murillo, que fue derrotada. El presidente entendió que había sido derrotado
en las elecciones y presentó la dimisión. La reina tardó un tiempo en admitírsela porque
había que buscar una nueva mayoría. La suma de los moderados de todas las tendencias
era más que suficiente para la mayoría absoluta. El problema era que los puritanos y
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algunos moderados centrales habían votado con los progresistas o al revés. Es decir,
había faltado disciplina de voto. Los propios moderados lograron ponerse de acuerdo
pero con un matiz nuevo, los puritanos actuarían de árbitros de la situación.

El nuevo presidente fue Carlos Martínez de Irujo y durante dos meses intentó un
gobierno de coalición entre puritanos y moderados. No fue posible, tuvo que hacer
frente a la ofensiva carlista y movilizó a 50.000 nuevos jóvenes.

Aunque con menos diputados de los necesarios para gobernar, pero con apoyo
parlamentario de los progresistas, Pacheco fue llamado para formar gobierno y lo hizo
con personas consideradas dentro del grupo «puritano». El mismo se reservó el
Ministerio de Estado. El hombre fuerte del gabinete, José Salamanca y Mayol (marqués
de Salamanca). Pacheco, líder de los moderados puritanos, se había rodeado de algunos
influyentes diputados que tenían buenas relaciones en el palacio real, donde, por cierto,
se plantearon graves problemas de convivencia entre la reina y el rey. Francisco de Asís
se trasladó a vivir al Pardo. La hermana de Isabel 11 y su madre se habían ido a vivir a
París. Pacheco decidió prohibir toda noticia o comentario en la prensa sobre la vida
privada de los reyes. Sin embargo se difundió como la pólvora.

Joaquín Francisco Pacheco, su pensamiento se resume en la defensa de la «democracia


legal, pacífica, progresiva y ordenada» apoyada en la las clases medias. El otro ideólogo
del moderantismo puritano, Nicomedes Pastor Díaz, era liberal moderado puritano y
desde 1856 unionista. Como contrapeso de ambos dirigentes e ideólogos, José
Salamanca y Mayol era mucho más pragmático y destacó en el mundo de las finanzas.
La labor del nuevo gobierno se centró en intentar un juego político abierto que otros
moderados no compartían. Amnistió a todos los que estaban en el exilio o en la cárcel
por motivos políticos o de pensamiento.

Desde el punto de vista hacendístico y financiero, intentó hacer cuadrar las cuentas y,
sobre todo, llevó a cabo la unificación de los Bancos de San Fernando e Isabel 11 en el
«Banco Español de San Fernando», antecedente del Banco de España. Procuró un
sistema de recaudación más abierto y favoreció el librecambismo. Puso también en
venta los bienes de las Órdenes Militares.

La guerra carlista se desarrolló en chispazos en zonas dispersas y alejadas, como


Valencia y Toledo. El gobierno tuvo que hacer frente a otras violencias y motines.

El gobierno fue breve pero intenso. Pacheco se encontró con que los progresistas
dejaron de apoyarlo en el Parlamento y muchos de los moderados le pasaban factura,
por ello dimitió. El gobierno que le siguió lo organizaron dos amigos personales de la
reina, el general Serrano y un ministro del anterior gabinete, Salamanca, que siguió
siendo ministro de Hacienda. La presidencia la ocupó un moderado, próximo a los
puritanos, Florencio García Goyena. Se trataba de un gobierno que intentó aglutinar a
moderados centrales y puritanos con progresistas. A pesar deque la coalición estaba
pensada para equilibrar el sistema, el gobierno continuó el giro hacia la izquierda, o al
menos eso le pareció a los compañeros de Narváez, Pidal y Mon, porque, en realidad, al

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gobierno no le había dado tiempo de nada en 15 días. El caso es que llamaron a Narváez
para que regresase urgentemente desde Francia. Así lo hizo para perpetrar un curioso
golpe de Estado. En una reunión del Consejo de Ministros, Narváez irrumpió en la sala
y les echó de allí. El gobierno y el periodo de predominio puritano se habían terminado
y a Isabel II sólo le quedó tomar nota.

8. La dictadura «moderada» de Narváez, 1847-1850.

El general Narváez formó gobierno el mismo día en que había mandado a su casa al
gabinete anterior. El nuevo se puede decir que duró, con varias remodelaciones, tres
años.

En octubre, Narváez, que significativamente ocupó también los Ministerios de Estado y


Guerra, se hizo acompañar de un político relativamente joven, Luis Sartorius, ministro
de Gobernación hasta 1851. Sevillano de origen polaco, habilidad y rapidez mental pero
escasa formación. La universidad de Sartorius fue la calle, su principal trabajo fue el de
periodista. Se enriqueció a través de la vida política. Él mismo, mediante compra, se
ennobleció con un título de Castilla (conde de San Luis), lo que exasperó a la nobleza
titulada. Su misión en el gobierno fue organizar todo el entramado de las jefaturas
políticas provinciales y ganar, sin discusión, las elecciones. Este trabajo lo llevó a cabo
aumentando la corrupción de dos formas: premiando a los que se prestaban a sus
intenciones y persiguiendo a quienes no le seguían su juego. Además, introdujo
reformas en Correos y en los aranceles.

Otro ministro que tuvo continuidad en el cargo de Gracia y Justicia, quizás como
contrapeso de Sartorius, fue Alejandro Arrazola, uno de los logros más importantes, de
su ministerio fue el impulso a la «Comisión General de Codificación», que publicó un
código de derecho penal en 1848.

El resto de los ministros, otras nueve personas, se fueron turnando en los diversos
ministerios. Destacaban los dos escuderos de Narváez: los cuñados José Pidal y
Alejandro Mon.

La revolución de 1848 tuvo su correlato en España con las jornadas de marzo y mayo,
no pasaron de algaradas. La crisis financiera y la bajada de la Bolsa en España durante
la primavera de 1848 fue una consecuencia directa de una situación semejante en las
principales economías europeas que a su vez se habían contagiado del pánico político.

En Madrid, un coronel próximo al grupo «demócrata» del Partido Progresista organizó


un pronunciamiento en marzo. El 26 de marzo, en coches distintos, la reina, Narváez y
algunos de sus ministros paseaban por el Prado. Al final de la mañana, se dirigía de
vuelta al palacio cuando comenzaron las algaradas callejeras que casi le cortan el paso.
Narváez se puso al frente de las fuerzas militares y, en unas horas, con la ayuda de la
policía, redujo la insurrección.

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Los acontecimientos de Madrid, así como otros movimientos de menor intensidad en


varias localidades más, no cuajaron, en parte porque estuvieron mal organizados y en
parte porque Narváez terminó con ellos contundentemente. Estos alborotos se sumaron,
en algunas zonas, a las guerrillas carlistas.

Una consecuencia directa de la revolución en Europa fue la orientación de la política


hacia la derecha. Internamente, el Partido Moderado ya estaba mucho más unido,
cuando comprendieron que el Partido Progresista podría volver a gobernar, pero, ahora,
después de lo que estaba ocurriendo en Europa, hicieron una piña con Narváez, a quien
se le dio fortaleza para gobernar dictatorialmente varios meses y con medidas especiales
dos años más. Se puede hablar de una dictadura legal de Narváez durante nueve meses,
apoyada en un voto de confianza del Congreso. Hubo un estado de excepción. Los
sospechosos fueron encarcelados o deportados a las colonias.

Desde el punto de vista de las relaciones exteriores, el apoyo de la embajada de


Inglaterra a los revolucionarios llevó a la ruptura diplomática entre ambos países. En
Roma, las tropas españolas, colaboraron a restaurar al papa en su Sede Pontificia. Los
gobiernos conservadores de Europa Central, Austria, Prusia, Piamonte y el propio
Estado Pontificio, reconocieron el régimen español.

En el Ministerio de Comercio, Industria e Instrucción Pública, Juan Bravo Murillo se


estaba mostrando como un gestor especialmente eficaz, se colocó frente a una campaña
a favor del control y reducción de los gastos públicos y en contra de la corrupción. Éste
fue el aspecto dominante del último año del gobierno de Narváez. La ausencia de
control parlamentario y de libertad de prensa se habían utilizado durante tanto tiempo,
según parece, para robar desde los cargos públicos o para obtener beneficios
millonarios. El propio Narváez había recibido, sin motivo aparente, un regalo de la
corona de ocho millones de reales en metálico. La misma corona, incluidos María
Cristina y Francisco de Asís, no estaba exentos de habladurías sobre su chantaje al
gobierno para obtener dinero a cambio de silencio sobre lo que ocurría en la alcoba real.
Los despilfarros y el lujo en lo personal y en lo institucional con dinero público eran
evidentes. En noviembre de 1850, Bravo Murillo dimitió.

Bravo Murillo quedó como cabeza del grupo de moderados que deseaba la limpieza en
la vida política y Narváez como el que se beneficiaba o amparaba la corrupción, tenía en
sus manos una buena parte del Ejército y Bravo Murillo apenas tenía seguidores. Pero
Bravo Morillo era superior en equilibrio emocional, que, una vez más traicionó a
Narváez.

Un discurso demoledor de Donoso Cortés en las Cortes sobre la corrupción, tras el que
Martínez de la Rosa pidió pruebas concretas, Narváez se fue al palacio y presentó la
dimisión con la promesa, otra vez, de abandonar «para siempre la cochina política».

9. La etapa de Bravo Murillo.

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10. La desintegración de los moderados.

11. La política exterior de los moderados.

Después de dos años desde los sucesos motivados por la revolución de 1848, otra vez
surgieron los problemas internos entre los moderados. La reina pidió al marqués de
Pidal que formase gobierno, fue imposible. Finalmente, se lo encomienda a Bravo
Murillo. Durante dos años, de 1851 a 1852, Juan Bravo Murillo fue presidente del
gabinete y ministro de Hacienda. Era un abogado, con un acreditado bufete y sólida
formación humanística, actuaba siempre conforme a unos principios claros: el
pragmatismo y el orden, la mejor garantía de la libertad y el exceso de libertad es el
mejor aliado del despotismo.

La preocupación mayor de Bravo Murillo fue la de solucionar el problema de la Deuda.


Las diversas soluciones acordadas desde 1845 se habían complicado por unas u otras
razones. Como otras veces, se planteaba la alternativa de declararse en quiebra y no
pagar a los acreedores o pagar menos. Su decisión fue reducir los intereses de todos los
títulos de la Deuda a tiempo que rebajaba el capital adeudado. A cambio, el Estado, con
toda clase de garantías, se comprometía a pagar en diecinueve años. Técnicamente
fueron también importantes la Ley de Contabilidad del Estado, la publicación de las
Cuentas Generales del Estado y los ajustes del presupuesto para enjugar el déficit en una
década.

El Real Decreto sobre funcionarios fue quizá la mejor aportación de Bravo Murillo, que
deseaba una burocracia moderna y eficiente al servicio del Estado. Concibió la
administración como una serie de «cuerpos» técnicos a los se accedería mediante
oposiciones o concursos de méritos. Dentro de cada cuerpo habría escalones. En los
ascensos serían decisivos los servicios reglamentados y la antigüedad. El cese sólo
podría efectuarse por los tribunales o mediante expediente donde se probase el
manifiesto incumplimiento del deber.

La «Comisión General de Codificación» presentó un proyecto del Código de derecho


civil. En cuanto a las relaciones con la Santa Sede, el Concordato de 1851, era la
culminación de unas negociaciones iniciadas hacía varios años.

Las obras públicas fueron uno de los capítulos decisivos del gobierno Bravo Murillo. El
ministro de Fomento, presentó el Plan de Ferrocarriles para corregir el desorden de las
concesiones efectuadas hasta entonces. La construcción de nuevas líneas seguiría siendo
con capital privado, pero el Estado se reservaba la planificación y fomento. Lo esencial
de ese plan radial se mantuvo durante más de un siglo. Algo semejante ocurrió con el
Plan de Carreteras, que marcaba las seis nacionales que, partiendo desde Madrid unían
los principales puntos de la periferia. El Plan de Puertos y Faros preveía el aumento del
tonelaje con los barcos de vapor lo que exigía, entre otras cosas, muelles con más
calado. Se impulsaron los canales, para riego y transporte y el de Isabel II, que permitió
la traída de agua potable a Madrid.

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Se puede decir que el gobierno de Bravo Murillo era el primer gobierno civil fuerte
desde 1840, ministerio tecnócrata, el propio Bravo Murillo y algunos ministros,
también lo eran. Contaba en su seno con los ministros militares precisos para los
ministerios de Guerra y Marina. Aun así, el ministro de Guerra, Luis Arístegui, dimitió
en febrero. La creciente oposición a Bravo Murillo, además de su denuncia de la
corrupción que afectaba a muchos políticos de su partido, fue la reacción dé los
espadones militares que veían peligrar su hegemonía en el orden político.

Para reemplazar a Arístegui, Bravo Murillo eligió sin consultar a los espadones
militares a un joven mariscal de campo, Francisco Lersundi, esto aumentó el disgusto de
aquéllos, la asunción de la jefatura suprema del Ejército por Lersundi le enfrentó con el
capitán general de Madrid y con otros generales. Entre los enfrentamiento s con
militares fue especialmente grave la que tuvo el gobierno con el capitán general de
Cuba.

Otra crisis parcial del gabinete estuvo forzada por la actitud del ministro de Instrucción
y Obras Públicas, que inexplicablemente votó en el Parlamento en contra de la
propuesta del gobierno sobre la Deuda. Bravo Murillo constató que había perdido la
mayoría. En las Cortes, contaba con la oposición de los progresistas y los moderados de
Narváez, encabezados por Sartorius, Isabel II sugirió lo que Bravo Murillo le
aconsejaba: convocar elecciones. Ello llevaba aparejada la expulsión del ministro del
gabinete y la disolución del Congreso.

Las elecciones de junio de 1851 dieron mayoría al Partido Moderado. La propuesta que
había sido derrotada sobre la Deuda en abril se volvió a plantear. Obtuvo una
considerable mayoría.

Bravo Murillo no se oponía por sistema al Parlamento, pero sí a la práctica corriente en


España. En 1851 disolvió las Cortes por tres veces.

Es destacable el intento de reforma constitucional de Bravo Murillo en 1852. Se trataba


de una modificación de la Constitución de 1845, que alteraba sustancialmente lo que se
había conseguido en cuanto a la implantación del liberalismo. El hecho hay que
incardinarlo en una corriente autoritaria de época.

La Constitución de 1852 era un retroceso que reforzaba al máximo el poder de la


corona, dejaba al mínimo el de las Cortes, prohibía las sesiones abiertas del Congreso y
limitaba los derechos y garantías individuales. Su interés por reforzar la autoridad del
ejecutivo y eliminar las críticas quedó patente al prohibir su discusión en la prensa.

La clase política, en una coalición casi unánime, se manifestó contra el proyecto,


coincidían en lo sustancial: pedían que se mantuviese la Constitución vigente al tiempo
que atacaban a Bravo Murillo.

La reina, que en principio no había tomado partido, recibió el consejo de su madre en el


sentido de forzar a presentar la dimisión al presidente del Consejo de Ministros. Bravo
Murillo se sintió abrumado por la actitud de Isabel II así como por la crítica tan
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generalizada, decidió retirarse. Su carrera política terminaba así, próximo a cumplir


cincuenta años.

Al dimitir Bravo Murillo, el Partido Moderado estaba fraccionado al menos en cinco


grupos que se manifestaban en el Parlamento cada uno por su lado. La reina, tal vez
muy influida por su madre, no se atrevió ni a llamar a gobernar a los progresistas ni a la
personalidad aún más fuerte del moderantismo, Narváez u otros hombres relevantes.
Optó por personajes secundarios que embarrancaron la vida política.

En el año y medio que siguió, desde la caída de Bravo Murillo hasta la revolución de
1854, se sucedieron tres gobiernos. Fueron de segunda fila por su composición, con las
escasas miras de intentar mantener la situación, al tiempo que se obtenían algunos
beneficios privados. Breves en el tiempo, aunque suficientes para la desintegración
progresiva de los moderados y que permitió renacer al Partido Progresista.

El gobierno de Federico Roncali parecía planteado como una transición para un


gobierno más estable. La mayoría de la coalición opositora que derrotó a Bravo Murillo
no sólo no se disolvió, sino que continuó contra este nuevo gobierno. Por supuesto, se
mostraron en contra los progresistas, pero también los narvaístas, en el Congreso y en el
Senado.

El nuevo gobierno, presidido por el también teniente general Francisco Lersundi, duró
algo más, seis meses. Su intención fue atraerse al menos a parte de la oposición y no
hostilizar al resto. En esto contaba con el apoyo de la corona. El programa
gubernamental, genérico y lleno de buenas intenciones, no fue suficiente para calmar a
la oposición narvaísta y menos a la progresista. Ambas se concentraron en pedir, a
través de la prensa y los círculos de opinión, la apertura de las Cortes. El gabinete se vio
envuelto en un escándalo con motivo de una comisión económica para el transporte de
carbón destinado a la flota española en Filipinas. La reina aceptó la dimisión del
gobierno y nombró presidente a Luis Sartorius.

El nuevo gobierno rehabilitó a Narváez e hizo importantes cambios entre los mandos
militares. No obstante, Sartorius se encontró pronto frente a la misma coalición
opositora.

Sartorius envió muchos proyectos de ley al Parlamento. Entre ellos, una rectificación de
la Ley de Ferrocarriles. El enfrentamiento mayor se dio en el Senado con motivo de las
denuncias de corrupción que llevaba implícita la Ley de Ferrocarriles, la acusación era
precisamente que varias personas (algunas muy importantes) se habían enriquecido con
estas subvenciones. Sartorius se había enriquecido tanto en la vida política y había sido
tan corrupto y corruptor (“polacada” quedó incorporado a la lengua española como un
acto arbitrario o despótico) que pocos políticos confiaban en él. La opinión pública
manifestada en la prensa le consideró como un enemigo público. Su proyecto perdió la
votación parlamentaria y provocó un escándalo popular. La reina madre, María Cristina,
y su marido quedaron seriamente dañados por el escándalo. La propia reina se vio
afectada indirectamente.

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Ante la derrota del gobierno en el Senado, la reacción del conde de San Luis fue
suspender las sesiones de las Cortes al tiempo que promulgaba los presupuestos por
medio de un decreto y destituía a todos los altos funcionarios que habían votado contra
el gobierno.

En ese momento se difundieron en España noticias, procedentes de Londres, en las que


se implicaba a personajes de la denominada «coalición» (la oposición al gobierno
surgida desde la caída de Bravo Murillo) en una corriente del «iberismo» que pretendía
unir España y Portugal bajo la monarquía de la casa de Braganza, lo que implicaba
destronar a Isabel II. Tanto el gobierno de Madrid como el de Londres habían
desaprobado tal iniciativa, que supuso un balón para el gabinete, pues la reina y sus
consejeros interpretaron que en este momento no podrían reemplazarles sin ciertos
riesgos.

A finales de diciembre de 1853 y principios de 1854 hubo dos manifiestos de los


directores y redactores de siete periódicos de Madrid y un buen número de políticos
moderados y progresistas contra el gobierno por secuestrar periódicos, abusar de la
censura, impedir la publicación de las actas de las sesiones del Senado, en las que se
derrotó al ejecutivo o publicar noticias sobre el iberismo, las contratas del puerto de
Barcelona y otros temas. El ministro de Gracia y Justicia dimitió. El resto del gabinete
se mantuvo en una situación tensa en la que se preparaba la revolución.

LA REVOLUCIÓN DE 1854 Y EL BIENIO PROGRESISTA

1. La revolución de 1854.

La revolución se inició con un conflicto entre el Senado y el gobierno del conde de San
Luis por la oposición de la mayoría de los moderados y progresistas. El Senado venció
al gabinete ministerial, pero éste respondió suspendiendo las sesiones y relevando a los
funcionarios y militares que habían votado en contra o se sospechaba que se oponían. El
general Blaser, ministro de la Guerra, acuarteló, dejó sin mando o cambió de destino a
militares como O'Donnell o Serrano.

La oposición se radicalizó y buscó el recurso a la fuerza. O'Donnell se ocultó y fue


mandado arrestar. Se mantuvo escondido dirigiendo clandestinamente la sublevación.

A pesar de la debilidad del gobierno y la fuerza de los conspiradores, el Ejército había


adquirido cierto grado de disciplina desde el último pronunciamiento triunfante en
1843. La Década Moderada había supuesto un modelo castrense más jerárquico y no era
tan fácil un pronunciamiento.

Lo nuevo en este caso fue la obstinación de Sartorius por mantenerse en el poder y el


apoyo de la mayoría de la opinión pública madrileña y de otras ciudades a un posible
levantamiento militar que terminase con el gobierno. El 28 de junio de 1854 tuvo lugar
un levantamiento, acaudillado por los generales Dulce, O'Donnell, Ros de Olano y

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Mesina. Aunque se inició en la ciudad de Madrid es conocido como la «Vicalvarada»


por ser donde tuvo lugar la principal batalla, que dejó la situación indecisa. Tras ella,
O'Donnell y los demás sublevados se retiraron a La Mancha.

Pero lo que se había iniciado como un pronunciamiento clásico, llevado a cabo por
militares con la colaboración de algunos civiles, subió de tono por la intervención, por
sugerencia de Serrano, de los progresistas, que se movilizaron a través de un manifiesto
de Cánovas del Castillo. El Manifiesto de Manzanares, un texto muy breve y claro,
reivindicaba una serie de principios para el cambio de la situación, con vistas a una
«regeneración liberal» en unas Cortes Constituyentes: «régimen representativo», «trono
sin camarilla», mejora de la Ley de Imprenta y Ley Electoral, rebaja de los impuestos,
respeto al sistema de cubrir los puestos de funcionarios por méritos objetivos a través de
una oposición, descentralización municipal, nueva Milicia Nacional.

Los sublevados siguieron su retirada hacia Andalucía, sin aumentar mucho su apoyo
militar. Cánovas del Castillo, con el manifiesto redactado por él y firmado por
O'Donnell, marchó hacia la capital. El manifiesto se difundió al mismo tiempo en
Sevilla y Madrid. Siguió una fase popular, apoyada por el Partido Progresista, en la que
proliferaron los levantamientos. Hubo pronunciamientos triunfantes en las guarniciones
de Valladolid y Barcelona. En Madrid tuvieron lugar las “jornadas de julio”, en
Barcelona un levantamiento con un fuerte cariz social, al coincidir con escasez de
trabajo y bajo nivel de salarios. Siguieron otros en Zaragoza y San Sebastián.

El pronunciamiento y la sublevación urbana constituyen una revolución en dos tiempos,


con rebelión militar en un principio y algaradas urbanas posteriormente. El espíritu de
los militares de Vicálvaro había sido desplazado por los progresistas. La suma de las
acciones populares convirtió la situación en una revolución. Se suele decir que la
revolución de 1854 en España es una versión retrasada de la de 1848 en Europa.

El gobierno del conde de San Luis se sintió impotente y presentó su dimisión a la reina,
que aceptó ya con la amenaza, que acababa de recibir por escrito, con la firma de los
generales pronunciados. Durante los últimos días del proceso revolucionario se produjo
el cenit de la inestabilidad.

Se difundió por la capital la caída del gobierno. Una masa de gente se acercaba a la
plaza de toros a presenciar un espectáculo taurino. Después de la corrida, al anochecer,
siguieron las manifestaciones ya en la calle, con mueras a Sartorius, «los polacos» y la
reina madre María Cristina. Unos cuatrocientos hombres armados con fusiles
almacenados en el Gobierno Civil, tomaron la Casa de la Villa y se constituyeron en
Junta, que redactó una exposición llevada a palacio que fueron recibidos por Fernández
de Córdoba y después por la reina.

La Junta de la Casa de la Villa se disolvió ante la llegada de soldados. De madrugada,


grupos armados produjeron desmanes e incendios y muertes de civiles y soldados.

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Al mismo tiempo se reunieron los ministros para jurar sus cargos. Su primer acuerdo
fue considerar que el presidente no era la persona adecuada para esos momentos.
Propusieron al duque de Rivas, conservando Córdoba la cartera de Guerra. La violencia
siguió y se extendió toda la madrugada y los dos días siguientes, se desarrolló una
verdadera batalla urbana con cerca de un centenar de muertos y cientos de heridos. Un
ya anciano general de fama progresista, Evaristo San Miguel, se puso el uniforme y
apareció como mediador entre la calle y el palacio. Hacia las siete de la mañana se
constituyó, con San Miguel como presidente y compuesta por progresistas y moderados,
la autodenominada, primero «Junta de Salvación» y, poco después, «Junta Superior de
Madrid».

El gobierno del duque de Rivas dimitió. Se decidió elegir para sustituirle a Espartero
que se había desplazado a Zaragoza para ponerse al frente de la revolución. La reina le
telegrafió para hacerle venir a Madrid. La Junta de Madrid envió un mensaje al palacio
en el que se pedía que nombrase a San Miguel ministro de la Guerra. Ante la acción
revolucionaria, la reina nombró un gobierno provisional en el que Evaristo San Miguel
era ministro universal.

La violencia cesó, pero continuó el clima revolucionario en la capital y otras ciudades.


Además de la Junta de Madrid, surgió otra denominada «Junta del Cuartel del Sur», con
un carácter demócrata y republicano, que llevó a cabo algunas atrocidades. Las
barricadas no sólo no desaparecieron sino que aumentaban por horas. Miles de personas
tomaron cada tramo de calle esperando acontecimientos. Se colocaron retratos de
Espartero, O'Donnell, Dulce y San Miguel. Cuando la reina suscribió la proclama
redactada por San Miguel, empezaron a engalanarse las barricadas con retratos de la
reina. Se reconstruyó la Milicia Nacional y uno de sus primeros cometidos fue la
custodia del palacio real. La Junta de Salvación negoció con la Junta del Cuartel del Sur
y ofreció varios puestos. Se formó así la Junta Superior de Madrid. Las tropas estaban
en los cuarteles. La Guardia Civil había sido llevada a Villaviciosa de Odón. El duque
de Ahumada fue destituido. La revolución había terminado con un triunfo relativo de las
intenciones de algunos de los revolucionarios.

2. El Bienio Progresista.

Espartero, desde Zaragoza, envió un mensaje a la reina, en términos más claros que
confusos, si bien jugando con la ambigüedad, quería imponer a la reina que el poder
emanado de la revolución era superior a la monarquía. Que, en definitiva, él
representaba a la soberanía nacional y la reina debía someterse. De hecho, Isabel II
estuvo cohibida durante los dos años siguientes. Aceptadas sus propuestas por la
corona, Espartero llegó a Madrid.

En la revolución de 1854 salió triunfante el progresismo. Espartero, a su vez, pactó con


O'Donnell, que aceptó la cartera de Guerra. El denominado «Bienio Progresista» fue un
régimen regido por dos caudillos militares: Espartero -al que seguían los progresistas
puros- y O'Donnell, que aglutinaba la «Unión Liberal», nacida de la Vicalvarada y

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formada por moderados y progresistas transigentes de signo ecléctico. Se formó así una
coalición de progresistas y liberales unionistas, con preeminencia de los primeros hasta
julio de 1856 y viceversa desde ese mes hasta octubre de 1856.

El primer gobierno estaba formado en su mayoría por progresistas. Dos pesos pesados
del entonces naciente partido «Unión Liberal», eran miembros del gobierno. El propio
O'Donnell como ministro de la Guerra y Juan Francisco Pacheco, ministro de Estado.
Ambos, procedentes del moderantismo puritano, eran ya personajes conocidos en la
vida pública española.

Este gobierno tomó algunas decisiones muy significativas, que marcaban la tendencia
de los próximos dos años. Además de ascender a todos los militares que habían
participado en la revolución y separar de sus cargos a quienes no lo hubieran hecho,
reemplazaron las diputaciones provinciales por aquellos que ejercían el poder en 1843.
Fueron cambiados los principales embajadores y muchos gobernadores civiles. Se
convocaban elecciones (tan sólo para el Congreso) a Cortes Constituyentes. El
Ministerio de la Gobernación devolvió a los periódicos las multas impuestas desde el
gobierno de Bravo Murillo. Otra decisión fue la que tomó el ministro de Gracia y
Justicia, mandó una carta a cada uno de los obispos españoles, de forma suave, les
advertía que si ellos o cualquier sacerdote de su diócesis impedían «la libre emisión del
pensamiento» de algún español, actuaría judicialmente contra el clérigo.

Asimismo, el gobierno hizo frente a la situación de la reina madre María Cristina. Sin la
firma de Isabel II, que se negó, la hicieron salir de España. Al exilio se sumaba el
embargo de sus bienes y el anuncio de un juicio político de las Cortes que se preveía
condenatorio. La respuesta de algunos madrileños y parte de las milicias fue salir a la
calle para protestar por esta medida, que les parecía que había sido la de facilitar la
huida de María Cristina. Espartero y O'Donnell, actuaron con contundencia para
disolverlos. Se puede decir que terminó la revolución. A partir de ese momento, los
demócratas que habían intervenido en ella se pasaron a la oposición.

El gobierno presidido por Espartero, entre 1854 y 1856, se reestructuró tres veces. Un
denominador común: la inestabilidad política de los grupos que apoyaban al ejecutivo.
La primera, provocada por una circunstancia política, la cartera de Hacienda pasó de
Collado (que se negaba a poner en práctica la disposición parlamentaria de supresión de
los impuestos de «consumos» que suponían unos 150 millones de reales a la Hacienda)
a Juan Sevillano, no la llevó ni un mes, se la pasó a uno de los personajes más
relevantes del Bienio, Pascual Madoz.

Los cambios de diciembre de 1854 y enero de 1855 inclinaban aún más el gobierno
hacia el liberalismo progresista. José Manuel Collado, que se inclinaba hacia O'Donnell,
fue sustituido consecutivamente por dos progresistas: Sevillano y Madoz. En otras
palabras, O'Donnell se quedaba bastante solo en el gabinete, eso sí, con buena parte de
los jefes militares y los regimientos detrás de él.

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Los asuntos más importantes a que tuvo que hacer frente este gobierno fueron la
oposición a la ley desamortizadora y los levantamientos carlistas. Los problemas
suscitados en la tramitación de la Ley Madoz en el Congreso fueron de carácter
ideológico-religioso. La mayoría de la opinión pública del país, que entendía como un
ataque a la propia religión cuando Madoz declaró la legitimidad del Estado para
nacionalizar y vender los bienes eclesiásticos sin acuerdo con la Iglesia. Planteó serios
problemas con los religiosos y con la propia Santa Sede, con la que se había firmado un
Concordato que regulaba esta materia. El Ministerio de Hacienda, a cuyo frente estaba
Pascual Madoz, entendían que el Estado tenía derecho sobre los bienes eclesiásticos.
Los obispos protestaron, el problema adquirió también carácter político y llegó a afectar
a la propia reina Isabel II. La ley fue votada en Cortes y aprobada. Faltaba la sanción
real, Isabel II se negó a firmarla, algunos ministros estuvieron intentando convencer a la
reina. La situación se estancó un tiempo hasta que Espartero y O'Donnell fueron al
Palacio de Aranjuez, donde la reina los recibió por separado. Después Isabel II sancionó
la ley, pero mostrando su desagrado al contenido.

A pesar de la oposición, la ley se puso enseguida en práctica. La Santa Sede rompió


relaciones diplomáticas y el nuncio abandonó España. Los levantamientos carlistas, en
parte organizados por eclesiásticos, recibieron un impulso tras su aprobación.

Se incorporan nuevos ministros a un gobierno algo más tecnócrata y ligeramente menos


progresista, si bien con semejante base política a los anteriores, debido a la presencia de
Espartero y O'Donnell. Lo más significativo, la ausencia de Madoz, aunque quedó
vigente la ley desamortizadora que llevaron a la práctica sus sucesores. El Ministerio de
Hacienda arrastraba un considerable déficit de caja, fundamentalmente por la ausencia
de los ingresos de la antigua contribución de consumos.

La Santa Sede denunció el Concordato y rompió relaciones. El levantamiento carlista


fue duramente respondido por el ejército a las órdenes de O'Donnell.

Un ataque parlamentario de los demócratas y parte de los progresistas, crítica que se


concentró en O'Donnell, contra quien se presentó un voto de censura que fue derrotado,
sólo ocho diputados votaron a favor de la destitución de O'Donnell, aunque con un gran
número de ausencias entre otras la del propio Espartero. Acusado de abandonar a
O'Donnell, se presentó en el Congreso e hizo una declaración de apoyo a su ministro de
Guerra, de la que O'Donnell salió fortalecido.

La tercera reestructuración del gobierno presidido por Espartero, en 1856, se debió a un


desgaste con dos frentes visibles, una ley que, si bien no introducía el matrimonio civil,
restaba competencias a la Santa Sede en ciertos aspectos como las dispensas. Por otra,
se produjo un motín del destacamento de la Milicia Nacional en el edificio del
Congreso. Aunque fue duramente reprimido, la falta de decisión sobre el tribunal que
debería juzgar a los milicianos fue interpretado como debilidad. O'Donnell sustituyó
varios ministros.

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Durante la primavera de 1856 el gobierno tenía un grave problema interior: Espartero y


O'Donnell se vigilaban mutuamente y sabían que no podían permanecer unidos por
mucho más tiempo. Uno de los dos tendría que salir del gobierno. Por otra parte, el
proceso revolucionario había generado situaciones que el ejecutivo era incapaz de
controlar: la falta de medios económicos para afrontar las obligaciones del Estado, por
ejemplo, en los militares, funcionarios civiles o pensionistas que no cobraban a su
tiempo o que incluso recibían la paga con un descuento. Otra, la acción de la Milicia
Nacional que estaba apoyando motines provocados por circunstancias diversas. El
«motín del pan» 1856, en Valladolid, Medina de Rioseco y Palencia fue la gota que
colmó el vaso. El gobierno envió a su ministro de Gobernación, Patricio de la Escosura,
a Valladolid a que hiciese un análisis de los acontecimientos. A su vuelta, llevó un
proyecto de ley sobre libertad de imprenta en el que en el preámbulo aludía a dicho
motín y culpaba a los «retrógrados» y al «clero», como causas profundas. O'Donnell se
enfadó y pidió allí mismo el cese de Escosura amenazando con su dimisión. El
presidente de gobierno, Espartero pidió calma y propuso, o bien que continuasen los
dos en el gobierno, o que saliesen ambos. O'Donnell aceptó el órdago.

Se pasó a la reina Isabel II la aceptación de las dos dimisiones. Por primera vez desde la
revolución de julio de 1854, se opuso a los planes y criterio de Espartero. Utilizó su
prerrogativa y decidió aceptar la dimisión de Escosura pero no la de O'Donnell. Todo
dentro de la más estricta legalidad, pero Espartero entendió que se rompía aquel acuerdo
por el que se aceptaba implícitamente que él y no la reina representaba la «voluntad
nacional». El que dimitió, irrevocablemente, fue él, la reina solicitó a O'Donnell que
formase un nuevo gobierno.

Espartero después de la revolución de 1868 volvió a tener cierta presencia pública y fue
diputado por Logroño y senador. Pero se puede decir que estuvo retirado de la vida
pública. Murió en su ciudad de adopción (Logroño) en 1879.

La Constitución de 1856.

En agosto de 1854, fueron convocadas elecciones para Cortes Constituyentes con una
sola Cámara. Se escondía la intención de llevar a cabo un profundo cambio de la
política liberal, que Espartero restauró provisionalmente. La obra constituyente fue tarea
de todo el Bienio.

A lo largo del siglo XIX, salvo alguna rara excepción. La manipulación a la que se
sometía el proceso en un considerable número de colegios electorales suponía,
finalmente, que quien tenía el Ministerio de Gobernación y organizaba las elecciones
era quien ganaba abrumadoramente las mismas. La de 1854 fue una de ellas.
Posiblemente hubiese manipulación de muchos colegios, pero no hubo una dirección de
voto. De hecho, la circular del ministro de Gobernación a los gobernadores provinciales
iba en sentido totalmente contrario: garantizar la absoluta libertad de voto y la estricta
legalidad. Los partidos anteriores, Conservador y Progresista, estaban prácticamente

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desarticulados. Un conglomerado de periodistas madrileños (todas las líneas liberales y


demócratas) redactaron y repartieron profusamente un manifiesto electoral, llamando al
voto para quienes se integraban en lo que ellos llamaban «la Unión Liberal» que no era
lo que O'Donnell llamará más tarde el Partido de la Unión Liberal. Quería asegurar que
obtuvieran acta de diputado aquellos que defendían la mayoría de los principios de la
revolución de julio y el trono de Isabel II. El carlismo aún no se había organizado como
partido político pero el Partido Demócrata sí concurrió y con relativo éxito. Se puede
decir que, finalmente, la composición del Congreso fue rara: una mayoría de liberales
progresistas sin disciplina de partido; otros, liberales moderados, que tampoco tenían
cohesión ni dirección; varios neocatólicos; algunos demócratas muy activos y unos
pocos carlistas. La situación socio-profesional de los diputados deja bien clara que la
mayoría eran de clases medias.

De presidente de las Cortes, salió elegido el propio Espartero para evitar que lo fuera
Evaristo San Miguel, y tras la renuncia de aquél, fue elegido presidente Pascual Madoz,
fue relevado por Facundo Infante, un progresista.

Los grupos políticos representados en el Congreso dejaron su impronta en los discursos


parlamentarios o en las propias leyes. Aunque se manifestaron con dureza y
considerable discrepancia, las diferencias entre demócratas y progresistas por un lado y
unionistas y conservadores por otro serán mucho mayores hasta julio de 1856, cuando
las opiniones de estos grupos se enconaron y distanciaron.

El liberalismo progresista, cuya cabeza era Espartero pero que tenía otros líderes
potenciales como Olózaga y el propio Evaristo San Miguel, se había escorado hacia la
izquierda después de la revolución de 1854. La supremacía de la soberanía popular,
representada por el Congreso, sobre la corona, era su dogma, sus consecuencias: la
Constitución debía ser coherente con esta idea y que, por tanto, no podían gobernar con
la de 1845; y restablecer la Milicia Nacional, brazo civil armado del progresismo para
defender o imponer su doctrina.

La Unión Liberal nació al calor de la Revolución de 1854 pero, en realidad, no se fraguó


hasta la derrota de ésta a manos del propio O'Donnell en julio de 1856. El dar el triunfo
a una revolución progresista y gobernar con ella implicaba la posibilidad de ejercer un
papel moderador en asuntos como la defensa de la corona, pero exigía un esfuerzo a
políticos activos que quisieran colaborar desde el Parlamento, el gobierno, las
diputaciones, los ayuntamientos, la prensa y los demás foros de opinión y debate en una
nueva política más liberal que la que habían llevado a cabo los moderados y menos que
la de los progresistas. Era ocupar un centro político al que podían sumarse personas
templadas procedentes de ambos partidos. Así lo hicieron un grupo de personajes
liderados por Leopoldo O'Donnell, destacaban los antiguos moderados puritanos. Hubo
parte de los progresistas que se unieron a esta idea. Los conservadores y moderados que
había en estas Cortes tendieron a integrarse con O'Donnell, agruparse y, ya a finales de
la legislatura, lo intentaron con el nombre de «Centro Parlamentario» o «Unión
Liberal».

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La derecha estaba representada por los neocatólicos y algunos carlistas. A la izquierda


del gobierno se encontraban los demócratas, minoría que pedía el sufragio universal. A
ella pertenecían, entre otros, Cristino Martos y Castelar.

La aplicación del liberalismo se constató en las cerca de 200 leyes del Bienio. Entre las
más decisivas, la Ley General Desamortizadora, que incluyó los bienes de los
eclesiásticos, los pueblos, la beneficencia y la instrucción pública, lo que dio lugar a la
oposición de colectivistas y de eclesiásticos; las reformas legales de la administración
local y provincial, asimismo, son decisivas las leyes que consagraban la libertad de
movimientos con la desaparición del pasaporte interno y la permisividad de emigración.

La Comisión de Constitución presentó su primer proyecto en diciembre de 1854. La


Constitución de 1856 tuvo una discusión larga y densa, se plantearon posturas
completamente distintas en aspectos delicados como la monarquía, la dinastía
borbónica, la libertad religiosa, etc. Plasmó la ideología del progresismo, aunque nunca
estuviese vigente, acepta la soberanía popular, con restricciones a la autoridad real y la
forma electiva del Senado, se recogen las antiguas reivindicaciones progresistas
(jurados para los delitos de opinión, Milicia Nacional, elección directa de alcaldes por
los vecinos de cada municipio, libertad de imprenta). Indudablemente, es una
Constitución con un mayor grado democrático que las anteriores, si bien no constituye
una norma de convivencia política, de consenso. La mejor prueba es su falta de
vigencia. Cuando, ya votada, se suscitó si la Constitución debía entrar inmediatamente
en vigor, un sector mantuvo que debía suspenderse su promulgación, otro defendía que
el país necesitaba con urgencia un marco legal claro y debía entrar cuanto antes en
vigor. Si la Constitución se hacía ley efectiva, habría que convocar elecciones. Además
terminaría con el mandato de muchos diputados. Estaba claro que antes había que
elaborar y votar algunas leyes decisivas, como la electoral.

El asunto de la contribución de consumos demostró que no había mayoría


parlamentaria, ni grupos políticos parlamentarios con dirección y que, desde luego, no
existía una armonía entre el legislativo y el ejecutivo, ni cohesión entre ambos. El motín
para protestar por las quintas, suscitado en Valencia, pareció aglutinar a los
parlamentarios a favor del gobierno. El motín del pan de julio del mismo año en
Valladolid, Medina de Rioseco y Palencia y sus consecuencias vinieron a disipar tal
idea. Finalmente, el 18 de julio de 1856, O'Donnell rodeó militarmente el Congreso y
disolvió a los parlamentarios reunidos allí para informar negativamente sobre el nuevo
gobierno que él presidía.

La oposición: demócratas, neocatólicos, carlistas.

Los restos carlistas, que tendían a ir desapareciendo en 1854, se recuperaron


súbitamente y con cierta fuerza ante la acción revolucionaria. El manifiesto del conde de
Montemolín, sucesor dinástico de don Carlos, llamaba, como pretendiente a la corona, a
los carlistas y a quiénes quisieran seguirle. La defensa de aspectos relacionados con el

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

poder de la corona y las ideas «católicas» provocaron que se sacara la boina roja de los
armarios de bastantes casas de la franja noreste de España y, menos, en Castilla la Vieja.
En el resto de España hubo grupos diseminados o individualidades que, de una u-otra
manera, apoyaron el levantamiento. Parte de la sociedad, en un número menor que en la
década de 1830, veía en el carlismo una solución. En ocasiones fueron los sacerdotes,
carlistas antiguos o nuevos, quienes organizaron grupos guerrilleros.

En 1855 los carlistas levantaron partidas en Castilla, Santander, Aragón, el Maestrazgo


y Cataluña, reproduciendo parte de la geografía de su apoyo en los años treinta. Aunque
O'Donnell envió fuerzas para reprimirlos, lo que hicieron con dureza, los focos no
fueron sofocadas hasta 1856. Podríamos hablar de la tercera guerra carlista.

En agosto de 1854, el gobierno decidió facilitar la salida del palacio de la reina madre
María Cristina, a la que se le puso escolta hasta su llegada a Portugal, se le dio forma de
extrañamiento y exilio. Los demócratas y los grupos de Milicias controlados por ellos
entendieron que habían sido traicionados por Espartero y O'Donnell, que habían
ayudado a huir a María Cristina. Hubo manifestaciones callejeras, los gritos que se
escuchaban no sólo eran contra la reina madre sino contra Espartero y O'Donnell. Las
fuerzas de seguridad terminaron con esta manifestación. Los demócratas comenzaron
una oposición al gobierno, tanto en el frente parlamentario como en la calle y surgieron
las primeras reuniones de los parlamentarios demócratas fuera del Congreso.

Otro acto de insubordinación de la Milicia alentado por los demócratas tuvo lugar en
enero de 1856, con motivo de una petición a las Cortes del Ayuntamiento de Zaragoza a
la que siguió un motín de la Guardia Nacional encargada de custodiar el edificio del
Congreso. Fue reprimido con energía.

La Milicia Nacional, en el motín de Valencia, apareció ante la opinión pública como la


gran derrotada. El motín parece que tuvo su causa inicial por la protesta del sistema de
quintas. A este motivo se fueron sumando otros y la violencia generó más violencia. La
imposibilidad de reprimir el motín con los propios medios de la Guardia Civil y el
Ejército en Valencia y alrededores impulsó al gobierno a mandar tropas que derrotaron
a los amotinados y desarmó a la Milicia Nacional.

La vinculación entre el naciente Partido Demócrata y el incipiente movimiento obrero


ha sido puesta de manifiesto muchas veces. Asimismo, los demócratas apoyaron alguno
de los motines de «subsistencias». La eufemísticamente denominada cuestión de las
«subsistencias», escondía frecuentemente un problema de hambre y miseria. Después de
la revolución de 1854, se generó la ilusión de que la mayoría de los hambrientos
comerían y que la justicia, fiscal y penal, llegaría a todos por igual. El comienzo del
verano, es el peor momento en cuanto a la escasez de productos de primera necesidad y
al aumento de precios que esa escasez produce. En el caso español del Bienio, además,
se sumó que la guerra de Crimea provocó el aumento de las exportaciones a los países
contendientes y la correspondiente disminución de las reservas en los almacenes y la
carestía en España, se sumó la difusión de la primera oleada del cólera.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Estas causas, en grado diverso, provocaron ya desde 1854 acciones de grupos armados o
motines. Los motines se dieron desde 1854 en Badajoz, Burgos, Málaga o Madrid, entre
otras localidades. En 1855, en Zaragoza, cuyo motivo fue el encarecimiento del pan y
los productos de primera necesidad, al tiempo que se cargaban en el Ebro barcazas de
trigo destinado a la exportación.

El motín de Valladolid, Medina de Rioseco y Palencia de 1856 tuvo consecuencias


mayores, tanto por la tensión que creó dentro del gobierno, como por los que tuvieron
lugar en el Congreso, entre ambas instituciones, en la prensa y en la calle. No sólo
fueron terribles los acontecimientos sino los casi doscientos ajusticiados, la represión
fue ejemplar. El encarecimiento del precio del pan provocó una pelea entre varias amas
de casa con la vendedora de un puesto del mercado. Desde el mercado se formó un
grupo de amotinados. La existencia de grandes almacenes de trigo y harina, preparados
para ser exportados a los países combatientes en la guerra de Crimea, resultaba hiriente
para los hambrientos, muy fáciles de movilizar. Se quemaron los almacenes y otros
grupos se dirigieron a las casas de algunos políticos y los denominados harineros, los
comerciantes de grano. Algunos especuladores se habían enriquecido de manera
llamativa, los líderes del motín fueron dirigiendo los incendios de unos cuantos
palacetes y fábricas de harinas de aquellos a quienes habían señalado como causantes de
todos los males. Los hechos se repitieron en Rioseco y Palencia. La guarnición de
Valladolid y el capitán general de Castilla terminaron con el motín. Además de los
muertos, los fusilamientos que le siguieron hicieron estremecer a la opinión pública
española.

La consecuencia inmediata fue no sólo la caída del gobierno de Espartero, sino la


marcha atrás en el proceso revolucionario iniciado en julio de 1854.

El periodo comprendido entre 1856 y 1868 estuvo protagonizado por figuras políticas
que aglutinaron grupos de personas más que por partidos políticos, los principales
líderes son más militares que civiles: Narváez y O'Donnell. Espartero tuvo un papel
declinante en el Partido Progresista, cuyo mando efectivo se disputarían un civil,
Olózaga, y un general, Prim.

El poder de O'Donnell y de la Unión Liberal atrajo a bastantes personajes que nunca


llegaron a cohesionarse en el partido: eran una clientela en el sentido clásico.
Debilitaron y fraccionaron a moderados y progresistas. O'Donnell atraía la simpatía de
la mayoría de los jefes del ejército. Este prestigio se reafirmó en las campañas de
África. La opinión pública de la mayoría de las ciudades y centros semiurbanos veía
además en el la personificación del freno a la revolución, la garantía de sus propiedades,
la tranquilidad en la calle y en el campo.

En los gobiernos, hay un fondo común: su pertenencia al Partido Moderado y a la Unión


Liberal. La acción de los partidos fue relativamente escasa, desde la derrota de la
revolución de 1854, los progresistas no ocuparon ningún cargo ministerial. Sólo la
Unión Liberal y los moderados (apoyados por los neocatólicos), lograron el gobierno de

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

la nación, del que se sintieron excluidos los «progresistas puros» (aunque participaban
del poder local).

El gobierno estuvo solamente en manos de los liberales conservadores, fomentó entre


ellos la tensión propia del poder, porque sabían que una buena oposición podía hacer
que la reina removiera del gobierno. Dentro del sistema, los grupos o los políticos de
carácter moderado, neocatólico o unionista mantenía la esperanza de gobernar.

Los progresistas compartían muchos aspectos del sistema, en cuanto eran liberales y
tuvieron cierto poder en ayuntamientos, diputaciones y participaron el sistema.
Confiaban en que algún día podrían volver a gobernar, aunque difícilmente llegarían
con el control del sistema electoral por los liberales conservadores, y menos aún con el
arbitraje de la reina Isabel II.

El indiscutible líder del progresismo entre 1839 y 1856, el general Espartero, adoptó
una posición menos combativa. El liderazgo político lo asumió Olózaga. La imagen de
fuerza militar, el general Prim.

Los progresistas formaban parte del sistema, aunque no fueran llamados a formar
gobierno. Los demócratas y carlistas estaban en cambio fuera del sistema, dispuestos
permanentemente a utilizar las armas y la violencia para asaltar el poder.

Los demócratas formaban un partido de escasos militantes pero con mucho peso
específico, casi todos republicanos. Su pretensión era aglutinar todas las fuerzas
antidinásticas y trataron de atraerse a los progresistas. Los demócratas surgieron del ala
izquierda del progresismo y cristalizó en el Partido Demócrata en 1849, su base era
doble:

1. Los dirigentes, casi en su totalidad clases medias, eran profesionales liberales.


Movidos muchas veces por ideas, adoptaban comportamientos poco eficaces.

2. Las clases populares en las que empieza a percibirse el problema social.

Los «demócratas» propugnaban el sufragio universal y los derechos del hombre,


muchos de ellos planteaban el federalismo, todos una república. Muchos tenían
doctrinas próximas al socialismo e intentaban atraerse al naciente movimiento obrero
español.

3. El gobierno de O'Donnell en 1856: la revolución de 1854 al revés.

El gobierno y el Parlamento se escindieron con motivo del análisis de las causas del
«motín del pan» y la durísima represión. O'Donnell y la reina forzaron la dimisión de
Espartero. La reina encargó a O'Donnell formar un nuevo gobierno.

La reacción no se hizo esperar. Los progresistas, en parte, y los demócratas, se sintieron


traicionados. Ahora no contaban con las tropas militares, pero sí tenían un nuevo cuerpo

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

armado: la Milicia Nacional. Algunos ayuntamientos pidieron a la Milicia Nacional que


ocupase los lugares estratégicos. El Congreso estaba cerrado por vacaciones veraniegas.
Sin embargo un tercio de los parlamentarios, se reunieron de modo informal en el
Palacio de las Cortes, decidieron redactar un acuerdo en el que hacían constar que el
nuevo gobierno presidido por O'Donnell no contaba con la confianza de esa reunión
parlamentaria.

Mientras, O'Donnell reunió un ejército que tomaron posiciones en diversos lugares de


Madrid. Empezaron las refriegas con la Milicia Nacional, fueron cuatro días de lucha.

Cuando la comisión de parlamentarios se disponía a ir al palacio real a entregar su


acuerdo a la reina, O'Donnell les dijo que no les reconocía legalmente y, por tanto, les
impedía su propósito con un destacamento.

El general O'Donnell, al frente del ejército regular, tanto en las Cortes, como en la calle,
se convertía en el restaurador del régimen que destruyera entonces: el moderado de la
Constitución de 1845, si bien mantuvo muchos de los avances de la revolución.

La primera disposición del nuevo gobierno fue reorganizar las diputaciones y


ayuntamientos conforme a la composición anterior a 1854, le siguió, la disolución de la
Milicia Nacional. La reina liquidó la existencia legal de las Constituyentes. Otro decreto
restablecía la Constitución de 1845, a la que acompañaba un acta adicional que incluía
fórmulas transaccionales, como el nombramiento de alcaldes por la corona sólo en las
poblaciones de más de 40.000 habitantes, al tiempo una cierta preocupación por
conservar los jurados para los delitos de imprenta y la permanencia de las Cortes
durante un mínimo de cuatro meses.

El gobierno presidido por O'Donnell paralizó la desamortización de bienes del clero


secular. Pero, eso no significaba terminar con la desamortización,. Se produjo un parón
en la subasta hasta que se llegó a un «convenio»con la Iglesia, otro real decreto
suspendió la ejecución del resto de la Ley Madoz, que se reanudaría años más tarde con
modificaciones.

LA HEGEMONÍA DE UNIÓN LIBERAL, 1856-1863

1. El Bienio Moderado, 1856-1858

En muchos aspectos fue una continuación de la Década Moderada. Completó el proceso


restaurador del régimen con algunas reformas que limitaban el poder de las cámaras,
derogó el acta adicional y restableció la Ley de Ayuntamientos, en noviembre la de
Imprenta y se convocaron elecciones.

A comienzos de octubre de 1856, O'Donnell y la reina se encontraban en una situación


difícil. El primero había terminado militarmente con unas Cortes Constituyentes.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Decretó el restablecimiento de la Constitución de 1845, y, además, modificó dicha


Constitución sin esperar a que unas nuevas Cortes decidieran.

Los demócratas y los progresistas se sentían traicionados y esperaban a mejor ocasión.


Los moderados se encontraban en oposición a O'Donnell, pero aceptaban su tutela
militar.

La reina decidió cambiar de gobierno con personas que no hubieran intervenido en el


Bienio. Para ello llamó a Narváez, líder del moderantismo, que aún conservaba buena
parte de su prestigio, quien llamó a antiguos conocidos suyos, casi todos habían sido
ministros en la Década Moderada.

Un gobierno de apenas un año en las elecciones le dieron una mayoría moderada, se


alcanzó un acuerdo para aprobar la ley de bases sobre enseñanza. Una suerte muy
distinta fue la «Ley de Imprenta», se fortalecía el principio de autoridad y se disminuía
el de libertad de expresión.

Al gobierno Narváez siguieron dos cortos gabinetes también moderados, a finales de


junio de 1858 la reina se decidió por llamar de nuevo a O'Donnell para presidir un
gobierno.

2. La Unión Liberal, 1858-1863.

El gobierno más prolongado de todo el reinado de Isabel II, logró una duración récord
de cuatro años y ocho meses.

El gobierno fue estable hasta enero de 1863. Las elecciones fueron convocadas por el
propio O'Donnell logró una mayoría absoluta que siempre le fue sumisa. Eso y la
habilidad de la Unión Liberal, explican la estabilidad del gobierno. Su política se
desenvolvió sin excesivas dificultades, favorecida por el éxito de la guerra en
Marruecos, la expansión económica y una relativa paz social. El desembarco del sucesor
del carlismo, Carlos de Borbón, y su posterior apresamiento, supuso el adormecimiento
del problema carlista.

El objetivo político de este periodo fue el intento de conciliar libertad y orden.. Sus años
de gobierno fueron de paz sólo alterada por escasos sucesos violentos y aislados .

Habitualmente se suele presentar el gobierno largo de la Unión Liberal como una


sucesión de guerras exteriores: Marruecos, Santo Domingo, Méjico, Perú y la
Conchinchina, la intervención española en la cuestión romana, el iberismo o intento de
unidad con Portugal y la colonización de las Islas de Fernando Poo. La proyección del
país en el exterior y la imagen que creó de una nación capaz fueron muy bien
aprovechadas por O'Donnell y por la corona para mantenerse en el poder. La reina
concedió a O'Donnell el título de duque de Tetuán al conquistar dicha plaza. A su
vuelta, entró victorioso. Madrid le recibió con apoteosis. Fue una guerra de prestigio
que tuvo éxito. Sin embargo, el fracaso de la intervención en México o la difícil

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

explicación de la situación de España en la Conchinchina son algunas de las razones del


desgaste gubernamental, que llevó a su dimisión en 1863.

Respecto a la desamortización que fue suspendida por el propio O'Donnell. la volvió a


poner en vigencia pero excluyendo del ámbito de la misma los bienes de carácter
eclesiástico.

Al tiempo, reconocía la capacidad que tenía la Iglesia de adquirir, retener y usufructuar


bienes. Se promulgó una ley por la que los bienes eclesiásticos adquiridos antes de abril
de 1860, que no estuvieran exceptuados, «continuarían enajenándose de acuerdo con la
ley de Madoz». El Estado entregaría a la Iglesia inscripciones intransferibles de la
Deuda por valor de los bienes enajenados. De hecho, los bienes de origen eclesiástico
desamortizables se habían vendido casi en su totalidad. Desde el punto de vista legal, el
gobierno largo procedió a completar la uniformidad jurídica.

En 1863, O'Donnell, remodeló el gabinete, aviso del cansancio de un gobierno que


durará muy poco. La política exterior ya empezaba a cansar, era sumamente cara. Ese
gasto indefinido no era fácil de soportar, con políticas dudosamente eficaces como
(Méjico, Conchinchina y Santo Domingo). La oposición moderada presionó forzando la
dimisión del gobierno.

EL FINAL DEL REINADO DE ISABEL II

Los moderados y unionistas eran prácticamente las mismas personas del periodo
anterior, pero más ancianos, con menos ilusiones y menos dispuestos a poner en
práctica el liberalismo. Además había algunas figuras políticas, desgajadas del Partido
Moderado, con un papel de independientes en apariencia. A la derecha de los
conservadores, pequeños grupos que se relacionaban bien con los conservadores, bien
con los carlistas. Los denominados «neocatólicos» se alejaron de la reina, a la que
acusaban de haber «vendido» al Papa de Roma por el apoyo de los militares que seguían
a O'Donnell. Estaba surgiendo un nuevo tipo tradicionalista, que aceptaba el juego
parlamentario, pero dispuesto a la acción armada cuando conviniese. Su líder
parlamentario fue Cándido Nocedal.

En los progresistas fue determinante el denominado retraimiento: no presentarse ni


participar en las elecciones, pero no desperdiciar todo lo que el sistema les pudiera dar.
Los demócratas y progresistas puros se retrajeron de la vida parlamentaria, volvían a
optar por el pronunciamiento y el motín como medio para obtener el poder. Prim sería
el encargado de ponerlo en práctica. El programa del partido progresista: ejercer los
derechos individuales con seguridad personal; economía en el gasto público; mejora del
sistema tributario; supresión de los impuestos de consumos; reforma «liberal» de los
aranceles, descentralización que diera poder a los municipios y provincias; modificación
de la ley de reemplazos, «revisión en sentido liberal de las ordenanzas militares»;
moralización de la administración; juicio por jurados; aumento del número de votantes,

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

incluyendo a todos los que pagaran impuestos; libertad de prensa; inviolabilidad de la


conciencia; secularización de la enseñanza pública; derecho de reunión y asociación, y
«una monarquía constitucional». Programa que Prim planteó en los comienzos de la
revolución, en enero de 1866.

Respecto al Partido Demócrata, su actuación creció en capacidad de penetración en los


medios periodísticos de Madrid y provincias y aun militares. Su presencia, minoritaria
en número, se hacía sentir por la influencia que representaba. Propugnaban el sufragio
universal y los derechos individuales; casi todos, la república; muchos de ellos, el
federalismo; algunos, el denominado genéricamente socialismo.

1. El agotamiento del sistema. El retraimiento progresista

A partir de 1863, con la dimisión de O'Donnell, la situación se complicó. La reina no


quería nuevas elecciones y tampoco un gobierno de los unionistas, que habían
conseguido mayoría absoluta. Necesitaba un gobierno de transición, aceptó el gobierno
constituido Manuel Pando, marqués de Miraflores, de una cierta neutralidad y libertad
de espíritu y criterio, a pesar de su filiación moderada. El nuevo gobierno era un grupo
de personas bastante cualificadas, de carácter conservador pero sin una adscripción
marcada, lo que les permitió una actitud conciliadora.

Miraflores sólo contó con el apoyo relativo y durante un tiempo de los moderados, su
gobierno duró más de un año. En parte porque convocó elecciones. Es decir, evitó la
oposición primero con la disolución y luego intentando fabricarse una mayoría. Los
progresistas decidían abstenerse de presentarse a las elecciones, debido al veto a
determinados candidatos y la indicación de cómo se debería favorecer a los
conservadores además la prohibición para reunirse durante la campaña electoral a
quienes no fuesen electores del distrito (enviadas estas resoluciones en 2 circulares).

Las elecciones dieron puestos a algunos de los amigos de los ministros del marqués de
Miraflores. La mayoría, sin embargo, la formaban moderados y unionistas, seguidores
de Narváez y O'Donnell. Los moderados y unionistas presionaron para que Miraflores
dejase el poder y la reina llamara a Narváez u O'Donnell. No se dio ninguna de las dos
opciones. Sin embargo el marqués de Miraflores pudo comprobar que el nuevo
Congreso de Diputados no le apoyaba y presentó la dimisión.

La reina llamó al experimentado Arrazola a formar un breve gobierno, casi todos los
miembros del gobierno habían formado parte de antiguos gobiernos del partido
moderado. Su intención era disolver las Cortes para intentar una mayoría moderada, a lo
que Isabel II no accedió. En consecuencia, Arrazola perdió la confianza regia.

Posteriormente se ensayó un gobierno de coalición presidido por Alejandro Mon. La


novedad es que este gobierno fue negociado por dos jefes de partidos políticos con
objeto de beneficiarse de una mayoría parlamentaria común y ante la ausencia de una
verdadera oposición, al no haber concurrido a las elecciones ni progresistas ni
demócratas.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Los dos grupos de este gobierno se vigilaron mutuamente, sin verdadera colaboración
en el Parlamento. O'Donnell dio orden a sus ministros de que dimitieran, comunicaba a
la reina que prefería un gobierno plenamente unionista o plenamente moderado. Explicó
su programa y la reina le planteó la decisión de la vuelta de María Cristina a Madrid.
Isabel II pidió a Narváez que formase gabinete. O'Donnell se sintió decepcionado.

Narváez tuvo unos primeros meses de considerable apertura. Concedió amnistía para
todos los delitos de opinión y prensa desde 1857 y los militares desterrados fueron
perdonados. Su intención era atraerse a los progresistas y conseguir que salieran de su
retraimiento.

Su gobierno estaba compuesto por moderados veteranos. Disolvió las Cortes y convocó
elecciones. Los progresistas siguieron en su retraimiento y se acercaron al Partido
Demócrata. Espartero dimitió como presidente del partido, cargo meramente simbólico.

A finales de 1864 el gobierno de Narváez tomó la decisión de que España se retirase de


Santo Domingo, sangría humana y económica, imposible de mantener. La reina Isabel II
se resistía y el gobierno dimitió. Aunque no llegó a tomar posesión, la reina pidió a
Istúriz que formase otro gobierno. La lista de ministros formada casi por completo de
miembros de Unión Liberal. La reina no aceptó este nuevo gobierno y decidió que
continuase el anterior de Narváez, aceptando la retirada de Santo Domingo.

La situación política se modificó con el comienzo del año 1865. El ministro de


Hacienda, propuso una contribución especial de 600 millones de reales. Se trataba de un
empréstito que debían suscribir quienes pagasen una contribución anual de cuarenta
reales o más. La resistencia fue generalizada y Narváez ceso al titular de Hacienda y
nombró a Castro que propuso una desamortización de propiedades del Estado, para
conseguir el dinero en lugar del «reparto forzoso». La reina cedió una cuarta parte del
patrimonio de la corona con la misma finalidad, el clima político de comienzos de 1865,
se convirtió en una bomba. Narváez pidió la expulsión de Castelar de su cátedra de
Historia de la Universidad madrileña. Los hechos provocaron el enfrentamiento armado
de la noche de San Daniel en el que participaron estudiantes y otros grupos ajenos a la
universidad, murieron nueve personas y cerca de 200 fueron heridos.

Como consecuencia dimitieron algunos ministros. Después de la noche de San Daniel,


se produjo un giro autoritario. La reina no sólo no hizo dimitir a Narváez sino que le
agradeció su defensa.

La preparación de un levantamiento abortado en Valencia, Aranjuez y Pamplona,


dirigido desde Madrid por el General Prim, se puede considerar un antecedente del
proceso revolucionario.

O'Donnell, que lo sabía, decidió ausentarse de España y comunicárselo a Isabel II. La


reina le pidió que se quedase en Madrid por si su actuación era necesaria y porque
mientras él la defendiese se sentía segura en el trono, temía que los generales unionistas
interpretasen que O'Donnell la abandonaba. La reina dejó claro que necesitaba a

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

O'Donnell. Narváez y su gabinete se sintieron ofendidos y las relaciones entre el


gobierno y la reina se enrarecieron y el gobierno dimitió.

O'Donnell volvió a ser presidente del Consejo y su gobierno duró algo más de un año y
tuvo dos fases muy diferentes. Una donde intentó un giro liberal y de atracción de las
fuerzas a su izquierda. En la segunda llevó a cabo una política defensiva y de reacción
contra los progresistas.

O'Donnell puso a la reina varias condiciones: la expulsión del palacio y de Madrid de su


confesor Antonio María Claret y de sor Patrocinio. Aceptar el reconocimiento del reino
de Italia, lo que implicaba la falta de apoyo a los Estados Pontificios. Todo ello lo
aceptó.

Prueba del agotamiento del sistema era que los gobiernos se repetían casi en su
totalidad. La primera medida del gobierno de O'Donnell fue el intento de atraerse a los
progresistas con una nueva ley electoral, la ampliación de la libertad de imprenta y el
reconocimiento del reino de Italia. A los pocos días, se suspendieron las sesiones de las
Cortes, disueltas y vueltas a abrir, tras las elecciones.

Los progresistas se dividieron respecto al nuevo gobierno. Un sector se sintió


traicionado por O'Donnell. Los unionistas mantuvieron el papel de oposición a los
moderados pero con lealtad a la corona. Pero al tiempo O'Donnell había aceptado que
ellos también se retraerían de las elecciones si Narváez continuaba por el mismo
camino. Otros, entre los que destacaban Prim y Madoz, aprobaron el programa del
gobierno y deseaban volver a presentarse a las elecciones. De esa manera, también
Prim, en vez de ser vigilado por su colaboración en los preparativos de levantamiento en
Valencia y otras plazas, fue protegido por O'Donnell. En noviembre, un manifiesto del
Comité Central Progresista afirmó no saldrían del retraimiento, aunque aceptó que «la
nueva ley electoral era un avance. El resultado final es que los progresistas no tomaron
parte en la campaña electoral, ni se presentaron como candidatos a las Cortes. Sin
embargo, sí participaron en las elecciones municipales.

2. El pronunciamiento de Prim y el levantamiento del Cuartel de San Gil.

La evolución del régimen isabelino pone de manifiesto cómo el temor a perder el poder
llevó a la corona a reducir el número de apoyos, aumentando la oposición contra el
régimen en sectores cada vez más numerosos.

Las Cortes se abrieron en diciembre de 1865. O'Donnell tuvo que hacer frente al
pronunciamiento del general Prim (enero de 1866) que resultó una derrota política para
O'Donnell y rompía la creencia de que mientras O'Donnell fuera presidente, la
monarquía estaba libre de golpes de Estado. Por otra parte, los progresistas no se
sumaban al nuevo sistema electoral sino que se sumaban a la revolución armada. Pero la
falta de preparación militar y la precipitación del levantamiento lo hizo fracasar.

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O'Donnell sabía que en esas condiciones no podría triunfar. Prim se refugió en Portugal
desde donde publicó un manifiesto, la revolución estaba lanzada.

La política gubernamental siguiente se denominaba la «resistencia»: el empleo de la


fuerza frente a la revolución y el recorte de las «armas» ideológicas de los progresistas y
demócratas suspendiendo libertades constitucionales. Exigencia de lealtades
inquebrantables a todos los funcionarios y políticos. Represalias o amenazas a quienes
disintieran. El mínimo de liberalismo, se trataba de frenar una revolución. El apoyo
parlamentario fue casi unánime. Se aprobó la autorización para procesar a Prim
(exiliado) y la declaración del estado de sitio. Se congelaban las garantías de los
ciudadanos, proyectos de ley para restringir los derechos de asociación y libertad de
expresión.

En los primeros meses de 1866, los juramentados intentaron crear un clima


revolucionario en las guarniciones, los demócratas organizaban juntas revolucionarias y
movilizaban a sus partidarios civiles. Las leyes represivas ampliaron el número de los
que se iban relacionando con los grupos revolucionarios, a través las cenas políticas,
donde apenas una decena de progresistas y demócratas era capaz de formar un grupo
revolucionario.

El levantamiento más importante de la revolución antes de su triunfo dos años más tarde
(1868) tuvo su centro en el cuartel de San Gil (junio de 1866). Los sublevados salieron
por las calles de Madrid e intentaron atraerse los restantes cuarteles, elementos
populares levantaban barricadas. La mayoría de los más importantes generales salieron
en defensa de la reina. El propio Narváez fue herido y trasladado al palacio real. Las
operaciones de los sublevados en Madrid estuvieron mal dirigidas y se unieron pocos
regimientos, el golpe fracasó militarmente. Políticamente fue un paso más del proceso
revolucionario. La realidad es que a los pocos días, los que apoyaban la revolución eran
muchos más que antes a pesar de que O'Donnell ordenó ejecuciones sumarísimas de los
responsables.

O'Donnell pidió al Congreso y al Senado poderes muy amplios para combatir la


revolución. Se suspendieron todas las garantías constitucionales y se amplió la
capacidad de decisión del poder ejecutivo en todos los órdenes. El primero, la represión
del golpe de Estado.

Hubo intentos para un nuevo gobierno de coalición entre unionistas y moderados, la


reina dejó de creer que O'Donnell daba seguridad. La desconfianza entre O'Donnell y la
reina condujo a la dimisión de éste y a la formación de un nuevo gobierno de Narváez.

El nuevo gobierno, no sólo no consiguió acercar a los progresistas, sino que llevó al
alejamiento de los unionistas. Pocos días antes, estas mismas Cortes habían aceptado el
estado de sitio en toda España, lo que implicaba la supresión de las libertades y
garantías para los ciudadanos.

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3. El Pacto de Ostende. Hacia la Revolución

En agosto de 1866 se reunieron demócratas y progresistas y llegaron al pacto de


Ostende, por el que se comprometían a derrocar a Isabel II, tras lo que se elegiría por
sufragio universal masculino una Asamblea constituyente que decidiría sobre la forma
de gobierno monárquica o republicana.

En diciembre de 1866, Narváez se decidió a disolver las Cortes. Al mismo tiempo llegó
una información reservada a los presidentes del Congreso y Senado de que una nueva
camarilla de la reina le aconsejaba terminar con el sistema liberal. Ambos presidentes
expusieron a la reina sus temores y pidieron que se reuniesen las Cortes. Pocos
senadores y diputados pudieron hacerlo porque Narváez, que calificó de revolucionario
este procedimiento, mandó al ejército a cerrar las puertas del Congreso. Serrano y Ríos
Rosas fueron encarcelados y enviados a Baleares y a Canarias. Fuera del Congreso 121
diputados elaboraron un nuevo documento a la reina en el que protestaban y pedían la
vuelta al liberalismo pleno. También fueron perseguidos los parlamentarios que habían
firmado el escrito.

Los sucesos provocados por la toma militar de las Cortes favorecieron la incorporación
de los unionistas a la coalición revolucionaria. O'Donnell, que se había exiliado, no
autorizó el trasvase, pero otros de sus seguidores, como el general Serrano, estaban
decididos a incorporarse a la conspiración, su encarcelamiento significaba la
consideración de Serrano como enemigo de Narváez y de la propia persona de la reina y
él actuó como tal. Un férreo control de la prensa y una persecución policial de
sospechosos, muchos de ellos detenidos sin garantías u obligados a vivir fuera de sus
ciudades, incluida una leva de «vagos» que fueron enviados a Fernando Poo y a las
Filipinas.

Se puede interpretar que la revolución de 1854 es una versión diferida de la europea de


1848, pero el proceso revolucionario de 1866-1868 en España es puramente de carácter
endógeno y su respuesta fuera de las corrientes de época.

En enero de 1867, la denominada Junta Revolucionaria de Madrid lanzó una proclama


en la que anuncia claramente su objetivo: «la expulsión definitiva, completa y perpetua
de la familia Borbón».

Después de las elecciones se constituyeron en marzo de 1867 las nuevas Cortes. La


oposición la constituía, por la derecha, un grupo de neocatólicos-carlistas. Por la
«izquierda», algunos miembros de la Unión Liberal e incluso varios moderados. Los
primeros, muy vinculados a grupos clericales, seguían excitados por el reconocimiento
del reino de Italia. Los segundos representaban el mínimo de disidencia y el respeto por
el liberalismo.

El gobierno siguió su implacable persecución de todo lo que no fuera adhesión


inquebrantable. Pidió una ley que legalizara todas las disposiciones, decretos y actos

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

legislativos en asuntos normalmente vinculados con la represión o control de los


ayuntamientos. Se aprobó casi unánime.

A todos estos sucesos políticos se sumaron las acusaciones contra la reina por sus
posibles relaciones sentimentales con Carlos Marfori, resultaba muy irritante para la
opinión pública.

La disidencia que el gobierno perseguía se daba en su propio seno. Se iban cerrando


puertas y la situación de Narváez y la reina cada día se hacía más asfixiante. Las fuerzas
civiles y militares que iniciaron la revolución en enero de 1866 seguían organizadas,
tanto en Francia como en el interior de muchos regimientos. Una reunión en Bruselas,
julio de 1867, entre representantes de los partidos antidinásticos (Progresista y
Demócrata), acordó proseguir la revolución con dos objetivos inmediatos: provocar la
caída de los Borbones y que un gobierno provisional convocase elecciones a Cortes
constituyentes que decidiesen la forma de gobierno. En agosto de 1867, hubo otra
intentona pero falló la acción. Narváez organizó un cuerpo de ejército para reprimir los
incidentes, al tiempo que anunciaba el indulto para los revolucionarios que se
sometieran, lo que hicieron varios miles. A finales de mes el intento de revuelta había
terminado. Prim, que esperaba en la frontera francesa, no llegó a pasar y, finalmente, se
retiró a Ginebra y publicó un amargo manifiesto explicando su actitud.

Se produjo un proceso de reorganización de la conspiración. Parecía que perdía fuerza


cuando se vio favorecida por la muerte de O'Donnell, que había mantenido sustituir a
Isabel por su hijo Alfonso, siempre con el acuerdo de su madre. Los unionistas sufrieron
un proceso de desarticulación. Un sector de ellos aceptó la dirección del general
Serrano, más cercano al progresismo. Este grupo se adhirió al Pacto de Ostende, con la
condición del respeto por la forma monárquica, con otro monarca y otra dinastía.

La pérdida de prestigio de la monarquía se veía acentuada en la persona de Isabel II, su


apoyo quedó reducido a los moderados, muchos de los cuales se iban distanciando. La
muerte de su líder Narváez dejaron sin cohesión al propio Partido Moderado.

El Congreso y el Senado se abrieron sin apenas oposición, sin embargo, cada vez se
detectaba un ambiente más tenso y crispado, ante la persecución de cualquier opinión
contraria a los proyectos del gobierno. Muchos parlamentarios dejaron de asistir a las
sesiones. En el propio gobierno hubo discusiones, unidas a problemas financieros. Tuvo
lugar en Granada un motín motivado por el hambre, que derivó en una protesta política
que fue rápida y duramente reprimida.

En abril de 1868, murió Narváez y dejó aún más aislada a la reina, que nombró
rápidamente presidente a González Bravo, que anunció una política como la de
Narváez. Su gobierno duró apenas cinco meses. El ministro de Ultramar, Marfori, dejó
el gobierno dos meses después. Su paso al servicio directo de la reina, como intendente
del palacio, aumentó el escándalo de la opinión pública española.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Los unionistas se unieron a los progresistas y demócratas para derribar al gobierno y a


la reina. El gobierno era muy débil y estaba dividido. González Bravo optó por llevar a
cabo una política aún más represiva, detuvo a militares considerados unionistas, expulsó
del país a la hermana de la reina y a su marido el duque de Montpensier, bajo la
sospecha de conjura, y tuvo enfrentamientos con capitanes generales afines al
moderantismo. Ante la defensa que hizo la reina de este último, el gobierno se sintió
desautorizado y dimitió en pleno. La reina, de momento, no aceptó la dimisión y se
marchaba a Lequeitio y a su vuelta, ya decidiría. Todos quedaron disgustados y
desunidos. González Bravo siguió siendo jefe de gobierno hasta el estallido final de la
revolución.

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TEMA 6: EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874).


LA PRIMERA EXPERIENCIAS DEMOCRÁTICA.

LA REVOLUCIÓN GLORIOSA

En septiembre de 1868 tuvo lugar la revolución llamada «gloriosa» que cambió el


rumbo político de todo el país, sin cataclismos violentos. Cientos de miles de personas
se lanzaron a las calles, en manifestaciones, en barricadas, para defender a los nuevos
líderes políticos, progresistas y republicanos constituidos en juntas soberanas en apoyo
del pronunciamiento militar, desplazaban una monarquía que sólo servía para las
camarillas de la familia real. El pueblo asumía la soberanía y exigía el sufragio
universal. También hacía aparición pública una generación de intelectuales sobre cuyo
compromiso democrático y cultural se construirían las siguientes generaciones de 1898
y de 1914.

Por primera vez en España se proclamaban los derechos humanos, la soberanía nacional
(sólo si era popular y democrática), la cultura libre y plural, toda la sociedad debía
organizarse sobre principios de justicia y la organización equitativa de esa riqueza
nacional (siempre acaparada por unos pocos).

Tales expectativas tuvieron más dificultades de las previstas. España estaba en pleno
despliegue de los factores de desarrollo capitalista y abrir las compuertas de las
libertades supuso nuevos torrentes de programas, de propuestas y de aspiraciones.
Muchas nuevas y revolucionarias. Otras conservadoras, pero con una extraordinaria
capacidad para convertirse en fuerza militar, como el carlismo. Esta libertad era
inevitable que despertase la perspectiva de la independencia en las colonias, además
también el propio Estado es objeto de un debate organizativo.

1. EL PRONUNCIAMENTO MILITAR.

El apoyo ciudadano organizado en Juntas fue determinante para el triunfo del


pronunciamiento militar y sobre todo para el giro democrático del nuevo régimen
político establecido. El 17 de septiembre Prim, con Sagasta, Ruiz Zorrilla y el rico
hacendado José Paúl y Angula, procedentes de Inglaterra, llegaban a la bahía de Cádiz
donde fondeaba la Armada, al mando del almirante Tapete.

Éste quería dar el trono a Luisa Fernanda, hermana de Isabel y esposa del duque de
Montpensier, financiador de las conspiraciones, y sólo reconocía como jefe del
pronunciamiento al general Serrano al que había que esperar pues estaba desterrado en
Canarias. Sin embargo, Sagasta y Ruiz Zorrilla decidieron iniciar el pronunciamiento

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con un manifiesto que anunciaba el destronamiento de Isabel II, denunciaba los abusos
de poder y prometía unas Cortes Constituyentes basadas en los derechos ciudadanos, y
un gobierno que impusiera la moralidad y la eficacia en la hacienda pública, para crear
unas nueva expectativas económicas y sociales Al día siguiente Prim dirigía una
alocución a todos los españoles para que tomasen las armas en defensa de la revolución,
bajo la misma bandera de «la regeneración de la patria». Llegaban Serrano y los demás
generales unionistas, con quienes se volvió a dar otro manifiesto en el que se
anunciaban un gobierno provisional que asegurase el orden, el sufragio universal,
cimientos de regeneración social y política, y para eso se contaba con el concurso de
todos los españoles. No eran rebeldes, por tanto, sino que devolvían a las leyes el
respeto debido y con tales mensajes partían Serrano, con las tropas, hacia Sevilla,
camino de Madrid, y Prim, en tres fragatas, a recorrer las costas hacia Cataluña,
aglutinando las ciudades mediterráneas como apoyos imprescindibles.

El 19 de octubre, el gobierno provisional exponía a los estados de Europa la


justificación de la revolución. Se trataba de implantar el liberalismo moderno y había
que desheredar también a la descendencia de tan nefasta monarca. Por eso fue tan rápida
y eficaz la revolución, estaba arraigada en todos los entresijos de la sociedad.
Empleados del servicio de telégrafos de Madrid dieron la noticia del pronunciamiento
de Cádiz no sólo al gobierno, sino a la vez a los miembros del Comité Revolucionario.
Llegaron noticias de idénticos pronunciamientos en otras ciudades, González Bravo fue
reemplazado por el marqués de la Habana al frente del gobierno, quien convocó a los
generales adictos.

Mientras, Prim llegaba a Málaga, se solidarizaban también Granada; Almería,


Cartagena, Alicante y Valencia, Sevilla, organizándose juntas. Las tropas realistas
atravesaron Despeñaperros, Serrano salió de Sevilla a su encuentro y en Alcolea tuvo
lugar la única refriega militar cuyo resultado fue la capitulación de Novaliches (jefe
realista), la unión de las tropas de ambos y el definitivo rumbo hacia Madrid. La reina
estaba de veraneo en San Sebastián, mientras en Madrid la junta revolucionaria
declaraba la caída de los Borbones. Isabel II se marchó a Pau y la ciudad de San
Sebastián se pronunciaba también de inmediato. La Junta de Madrid con Madoz al
frente, asumió las riendas del poder. Sin violencia, aunque en el Ministerio de
Gobernación el demócrata Escalante constituía simultáneamente una Junta que armaba
al pueblo. Ambas se unieron para convocar elecciones para una nueva Junta que se
constituyó organizando juntas de distrito y dando trabajo en obras públicas a los miles
de parados existentes en la capital.

2. LA CONSTITUCIÓN DE JUNTAS REVOLUCIONARIAS.

Los acontecimientos fueron similares en la mayoría de las ciudades. Los líderes


progresistas de la localidad, más una nueva hornada de líderes demócratas y
republicanos se constituyeron en Juntas revolucionarias soberanas, coalición de

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progresistas y demócratas que exigían el sufragio universal y todas las posibles


libertades: cultos, enseñanza, reunión y asociación, de imprenta sin legislación especial,
la inviolabilidad del domicilio y de correspondencia, la seguridad individual, la
abolición de la pena de muerte, el juicio por jurados y la inamovilidad judicial, medidas
todas ellas que asentaban el cumplimiento de los derechos humanos como base del
sistema político, y además planteaban la inmediata descentralización para devolver la
autonomía al municipio y a la provincia.

En todas las Juntas se introdujeron dos exigencias muy sentidas por todas las clases
populares: el servicio militar obligatorio, auténtico tributo de sangre para los pobres, y
la supresión de los tributos conocidos como «consumos» y de los impuestos sobre el
tabaco y la sal. Incluso hubo Juntas en que los republicanos incluyeron el derecho al
trabajo como reivindicación para el nuevo Estado. En septiembre de 1868, todos estaban
unidos contra un sistema inservible y nepotista.

Por encima de las diferentes coaliciones sociales, el movimiento juntero era la auténtica
expresión de un federalismo contenido. Sin embargo no fue capaz de articularse en
Junta central, paradójica calificación para lo que hubiera sido la culminación federal de
la pluralidad de juntas soberanas. De este modo, fue la Junta de Madrid en un gesto
realmente centralista (actuó en nombre de toda España) asumió las reivindicaciones de
las demás Juntas y se arrogó la facultad de encomendar la formación de gobierno al
general Serrano, que con un recibimiento multitudinario que compartió con el
demócrata Nicolás María Rivero, nuevo líder de la ciudad. Pero no se podía formar
gobierno sin Prim que estaba en Cataluña haciendo su recorrido triunfal, tras
pronunciarse Barcelona en una Junta que tuvo que ser sustituida por otra votada por
sufragio universal, como había ocurrido en Madrid y que tomó medidas de gobierno de
rango estatal.

3. EL IDEARIO DEL MOVIMIENTO JUNTERO.

En las Juntas se había perfilado el núcleo básico de los principios y de las aspiraciones
depositadas en el sistema democrático. Había práctica unanimidad en implantar de
inmediato las libertades y derechos de reunión, asociación, enseñanza y prensa, la
proclamación de la libertad religiosa con rápidas medidas desamortizadoras, con
urgentes demoliciones de conventos que, junto a la demolición de las murallas,
sirvieron para crear espacios públicos con lo que dieron trabajo a esos miles de parados
estaban armados como Voluntarios de la Libertad, alternativa democrática y federal a
un ejército controlado por militares moderados y monárquicos en su mayoría. Todas las
medidas vincularían al nuevo gobierno, sobre todo en los aspectos más populares, como
la abolición de los consumos y de los impuestos o en la abolición de las quintas y de la
matrícula de mar, cuestiones que se convirtieron en un verdadero quebradero de cabeza
para los sucesivos gobiernos.

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4. EL GOBIERNO PROVISIONAL.

Serrano, dispuesto a formar gobierno de acuerdo con la Junta de Madrid, se puso a las
órdenes del general Espartero, retirado en Logroño, al que reconocían el liderazgo
moral, pero éste declinó. Al fin llegó a Madrid el artífice de la revolución, Prim, y,
aunque las demás Juntas no vieron con buenos ojos la decisión de la Junta madrileña de
formar un gobierno provisional se constituyó con cinco progresistas y cuatro unionistas.
Las personas claves eran Prim en Guerra, Sagasta en Gobernación, Figuerola en
Hacienda, Ruiz Zorrilla en Fomento, Álvarez de Lorenzana en Estado, y Romero y
Ortiz en Gracia y Justicia. Contó con el apoyo del sector de demócratas, conocidos
como los «cimbrios». Nicolás María Rivero se aupaba a la alcaldía de Madrid y
aceleraba la escisión del Partido Demócrata, ante la ausencia de Castelar y de Pi,
convencidos republicanos, encabezó el sector de demócratas partidarios del plan
monárquico del gobierno que firmaba el manifiesto monárquico que hizo clara la fisura.

4.1. LOS OBJETIVOS DEL PRIMER GOBIERNO.

En la Revolución Gloriosa hubo dos proyectos de cambio, uno representado por


unionistas y progresistas, liberales acomodados, ricos hacendados, industriales,
comerciantes y profesionales que, liderados por Prim, planeaban una monarquía
democrática en la Constitución de 1869. El otro proyecto más radical, de capas medias,
menestrales urbanos, pequeños comerciantes y trabajadores de distintos sectores que,
liderados sobre todo por Pi y Margall, aspiraban a una república federal con un sólido
programa de reformas sociales y económicas.

Para los primeros, para los que habían constituido el gobierno provisional, buscaban
ante todo, compatibilizar la libertad con el orden para justificar ante Europa la
revolución, y como medidas generales, las de purificar la administración pública,
impulsar la enseñanza, desarrollar el comercio y la industria, reforzar el crédito y el
sistema bancario, como reformas imprescindibles para adecuarse a los nuevos contextos
del capitalismo europeo, además del sufragio universal, demostración y todo las
libertades constreñidas por los moderados desde 1843. Además, el gobierno se
declaraba a favor de una monarquía constitucional, para no despertar la desconfianza de
Europa. Además anunciaba que había terminado la misión de las Juntas. De hecho las
Juntas habían formado los Voluntarios de la Libertad, pero el ministro de Gobernación,
Sagasta, decretaba que no se pagara por el servicio. Algunas Juntas habían suprimido
temporalmente los consumos y habían dado trabajo a los parados, ahora el gobierno
creaba en su lugar otro impuesto igual de impopular, la capitación, restableciendo los de
la sal y tabaco, también abolidos por las Juntas. No se quedaba en eso, el gobierno
contuvo los planes de demolición de murallas y de ampliación urbanística de muchos
ayuntamientos. Sin embargo, la realidad era la especulación en tomo a los nuevos
terrenos privatizados, y en compensación el gobierno autorizaba a los municipios a

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hacer obras de utilidad pública para seguir dando trabajo. Si algunas Juntas pedían
reformas agrarias, el gobierno lo reducía a la posibilidad de que los municipios
prestaran a los labradores necesitados. Se desviaba la revolución social para someterla a
los intereses de los sectores burgueses en ascenso.

4.2. LA DISOLUCIÓN DE LAS JUNTAS.

Cuando se disuelven las Juntas, los unionistas y progresistas están integrados en las
instituciones gubernamentales y quedan sólo los republicanos como una fuerza popular
radicalmente democrática, federal y reformadora en sus planteamientos, pero que no
desecha el recurso a la insurrección armada para lograr sus aspiraciones. Aceptaron los
federales la disolución de las Juntas, pero se quedaron organizados en «comités de
vigilancia». Mientras tanto, Sagasta había impulsado que las Juntas eligiesen los
correspondientes ayuntamientos y diputaciones hasta nombrar las de sufragio universal
masculino, y promulgó el decreto de sufragio universal, convocando Cortes
Constituyentes para e111 de febrero de 1869. Eso sí, mantuvo como fuerza ciudadana a
los Voluntarios de la Libertad, pero ya sin ventajas de salario o trabajo en el municipio.
El resultado era que Prim y Sagasta se habían convertido en las personas decisivas en
este gobierno, artífices de las medidas citadas, nombrando a los capitanes generales y a
los gobernadores civiles, elementos claves para controlar el poder en cada territorio.

4.3. LA DECEPCIÓN DE LOS REPUBLICANOS.

Sin embargo, se estaban quedando fuera del programa del gobierno bastantes de las
aspiraciones y exigencias proclamadas en las Juntas. Los republicanos, federales se
habían quedado fuera del sistema habiendo sido decisivos en el movimiento juntero. Sin
embargo, les quedaban en sus manos los Voluntarios de la Libertad que, aunque
sometidos a la autoridad municipal y al gobernador civil, tenían una estructura
democrática interna en la que los federales tenían la mayoría de los oficiales. Además
contaban con una prensa periódica bien implantada y con unas redes asociativas
amplias. Por eso, cuando en el otoño de 1869 cundió la decepción ante las medidas de
un gobierno que no sólo se declaraba monárquico, sino que se limitaba a hacer aquellas
reformas económicas que beneficiaban a las clases acomodadas, se creyó llegado el
momento de fundar el Partido Republicano Federal, independizándose de esos
demócratas que aceptaban la monarquía.

4.4. LA ESCISIÓN FEDERAL.

Así se llegó a la escisión. Por un lado, el demócrata Rivero, con Martos y Becerra, se
coaligaron para las elecciones con los unionistas y progresistas con un programa basado
en la monarquía y en los proyectos ya iniciados por el gobierno provisional. La

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respuesta fue inmediata, los recién constituidos como federales exponían en un extenso
manifiesto electoral su idea de la república, con un amplio repertorio de medidas
sociales y económicas. Proclamaron que la forma de gobierno de la democracia
española debía ser la república federal. Se votó un comité republicano, a la cabeza del
Partido Republicano Orense, seguido de Figueras, Castelar.... y una amplia nómina de
líderes provinciales. Los clubs federales y sus redes de propaganda y prensa fueron los
soportes para iniciar de inmediato una sólida campaña electoral, sin olvidar sus
exigencias de abolición de quintas, medida apoyada por la inmensa mayoría de una
población que no podía pagar su exención, como hacían las clases acomodadas. Además
suponía replantearse el modo en que se repartía la riqueza nacional, sobre todo la
agraria, y por eso la Junta de Sevilla intentó repartir las propiedades de la aristocracia y
tomar posesión de los bienes comunales.

4.5. LAS ELECCIONES MUNICIPALES.

En las elecciones municipales realizadas en diciembre, los resultados revelaron la


distribución geográfica de las respectivas fuerzas políticas. La elección fue por primera
vez con sufragio universal masculino directo para los ayuntamientos, las diputaciones
provinciales y también para jueces de paz. Paso previo a las elecciones generales fijadas
para enero de 1869. En las municipales los republicanos obtienen mayoría en 20
capitales: Alicante, Barcelona, Cádiz, Castellón, Córdoba, Coruña, Huelva, Huesca,
Jaén, Lérida, Málaga, Murcia, Orense, Santander, Sevilla, Tarragona, Teruel, Toledo,
Valencia, Valladolid y Zaragoza. Era una clara derrota para el gobierno, por el peso y
relevancia de tales ciudades, por más que en los distritos rurales, la mayoría de España,
ganara.

5. LAS COLONIAS Y LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE.

En las Antillas, muchos pensaron que la revolución les traería la concesión de derechos
ciudadanos, la lógica abolición de la esclavitud y la concesión de una administración
autonómica, porque así se lo habían proclamado los demócratas y republicanos, tan
activos en el movimiento juntero. Simultáneamente, en las islas de Cuba y Puerto Rico
ya existían movimientos que, en sintonía con los Estados Unidos, preparaban la
independencia, y ya estaba funcionando un comité revolucionario que desde Nueva
York proclamó la doble consigna de «Puerto Rico y Cuba libres, y muera España para
siempre en América». Había organizada una sublevación en Puerto Rico, pero, al
descubrirse por casualidad el plan, lo adelantaron. Se asaltaron las tiendas de los
españoles, y en la finca de Rojas se ostentó la bandera encarnada con el lema de
«muerte o libertad: viva Puerto Rico libre, año 1868». Guiados por Rojas se apoderaron
del pueblo, proclamaron la república, formaron un gobierno provisional bajo la
presidencia de Francisco Ramírez, de origen mulato.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Mientras tanto, en Cuba, el 9 de octubre, se reunía Carlos Manuel de Céspedes con los
principales líderes del departamento oriental, quienes juraron vencer o morir por la
patria cubana. Realizando el Manifiesto de la Junta revolucionaria de la isla de Cuba. Se
quejaban, de la tiranía del gobierno español que ponía tributos a su antojo, que los
privaba de todos los derechos ciudadanos y de todas las libertades, política, civil y
religiosa, sin darles más recurso que el de obedecer y callar. Arremetían contra la «plaga
de empleados que les devoran y monopolizan todos los destinos», y contra un ejército y
marina que agotaban las fuentes de riqueza. Por eso anunciaban que su único y gran
objetivo era ser «libres e iguales». Prometen una gradual e indemnizada abolición de la
esclavitud, constituirse en nación independiente, y como medida urgente, la abolición de
los derechos e impuestos cobrados en nombre de España, pidiendo a cambio sólo un 5
por 100 como «ofrenda patriótica» para los gastos de una guerra a cuyos combatientes
se les prometía una remuneración por servicios a la patria cubana.

En las Cortes de Cádiz se definió constitucionalmente España como «el conjunto de


españoles de ambos hemisferios», y que, sin embargo, en la modificación constitucional
de 1837 se aparcó indefinidamente la definición del status de los habitantes de las
colonias, quedando éstas como espacio privilegiado para la creación de fabulosas
fortunas, con motivo del ilegal tráfico esclavista, amparado nada menos que por la
propia familia real y por los sucesivos capitanes generales. Cuando en la década de
1860, los Estados Unidos abolían la esclavitud, los sucesivos gobiernos españoles no
sólo no escuchan las demandas de los insulares, sino que además se embarcan en
aventuras coloniales, mientras negreros hacían a su antojo en Cuba. Así nació el Partido
de la Libertad e Independencia en Cuba. Por eso, no se vitoreó ni a Prim ni a la
revolución de España. Al contrario, el capitán general Lersundi ahogó en sangre las
primeras revueltas de 1868, pero pronto Céspedes contaba con 5.000 hombres y se
apoderaba de Camagüey. Por su parte, Lersundi apenas contaba con 7.000 soldados.

Ayala, el nuevo ministro de Ultramar en el gobierno provisional de Serrano, prometió


reformas, pero no se le creyó. Lersundi, poco afecto al nuevo gobierno, pidió el relevo,
sustituyéndolo el general unionista Dulce, quien llegó a la Habana, con la promesa de
que Cuba elegiría diputados para las Cortes Constituyentes, porque Cuba era una
provincia española (era la primera vez que se le daba ese rango) y había que hermanar a
insulares y peninsulares en el mismo proyecto de reformas. Sin embargo, no contentó a
nadie. Dulce intentó negociar con Céspedes, mientras el conde de Balmaseda, segunda
autoridad militar de la isla, iniciaba su constante y feroz acoso a cuantos lugares o casas
hacían ondear la bandera de «Cuba libre». No dejaba lugar a la conciliación.

Se desencadenó así el furor destructor. El ejército independentista, por un lado, con


actos de pillaje contra «elementos españoles», contra las líneas de ferrocarril y del
telégrafo, y con un creciente entusiasmo separatista, cuando Céspedes proclamó libres a
toda la gente de color que cogiese el puñal por la independencia. Por otro lado, el
partido calificado como español, dirigido por negreros famosos, costeó con el Banco de
la Habana, la creación de batallones de Voluntarios del Orden, que llevaron a cabo
actuaciones de carácter feroz, devastaron las haciendas de los sospechosos y obligaron a

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emigrar a más de cien mil habitantes. Además, se embargaron los bienes de los
independentistas para financiar la guerra y el partido español. Dulce, por su parte,
desterró a 250 independentistas a Fernando Poo. La burguesía catalana enviaba también
voluntarios. Por otra parte, se produjeron las primeras disidencias en el campo
independentista antillano. El hecho es que de noviembre de 1868 hasta fines de abril de
1869 desembarcaron en las Antillas 18.000 soldados españoles, reclutados por el injusto
sistema de quintas. Cambiaron el rumbo de la guerra, pero no la acabaron, porque los
independentistas supieron evadir el encuentro directo. Además, contaban con el apoyo
de los Estados Unidos.

Dulce renunció al cargo, considerando terminada la guerra y que sólo quedaban partidas
sueltas. Pero había sido el partido español y sus cuerpos de voluntarios los que habían
echado a Dulce por querer dar autogobiemo a la isla. Dimitido Dulce, el partido de los
esclavistas creó el Casino Español de la Habana, que fue un auténtico grupo de presión
para organizar los negocios y aumentar sus riquezas, incluso a expensas del tesoro
público.

Caballero de Rodas desembarcó en La Habana en junio de 1869, tras haber doblegado a


los federales de Andalucía. También en las lejanas Filipinas, que desde Felipe II, está
aún por controlar en su totalidad y por dominar, no tenían los filipinos derechos
políticos, y estaban regidos por una mezcla de legislación de antiguo régimen señorial
en el que se solapaba el concepto de justicia real con los privilegios de las órdenes
religiosas y de los empleados españoles. Pero lo más decisivo era que el dominio
español no era real, y sólo la explotación del monopolio del tabaco hacía rentable tales
posesiones. No se hicieron ni obras públicas ni se pensó en un sistema de
administración racional; en las islas de Mindanao y Joló no había ni caminos, estaban
todavía en exploración para los españoles, con una infinita piratería y hostigamientos
constantes de los igorrotes de Luzón o de los moros de Mindanao... Hubo intentos de
mejoras administrativas y un plan de reformas que incluía la secularización de la
universidad y de la segunda enseñanza, a la vez que se creaba en Madrid un Consejo
para Filipinas.

LA CONSTITUCIÓN DE 1869

1. EL PROCESO ELECTORAL CONSTITUYENTE.

Las distancias entre los dos grandes bloques estaban marcadas, la coalición de tres
partidos, el unionista de Serrano, el progresista de Prim y Sagasta y el democrático de
Rivero y Martos, con el citado programa de sufragio universal, monarquía, libertades y
orden para la modernización nacional. Y los republicanos que con un programa de
organización republicana federal del Estado y también decisivas reformas de
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distribución de la riqueza y de mejora de vida de las clases populares. Era una


experiencia radicalmente nueva, con formas de expresión política inusitadas. Así, en
todas las ciudades se manifestaron ambos bandos, con incidentes en bastantes de ellas
porque a los federales les impulsaba la impaciencia de haber protagonizado, codo con
codo, una revolución de cuyos frutos sólo se beneficiaban los acomodados afiliados al
Partido Progresista o, incluso, los unionistas que antes habían colaborado con Isabel II.

Lo importante fueron los procesos colectivos desencadenados por la propia dinámica de


libertades (protestas obreras). Así empezaba 1869, en vísperas de las elecciones a
diputados para las Cortes Constituyentes, el clima era definitivamente de hostilidad
entre el gobierno y los federales.

Las elecciones a Cortes Constituyentes eran a partir del 15 de enero de 1869 y unos días
antes el gobierno del tándem Prim-Sagasta daba un bando claramente partidista.
Proclamaba que el campo estaba libre al haber «reprimido las audaces intimidaciones»,
además recurría al patriotismo para pedir el voto a esa unión electoral que salvaría «la
revolución al levantar un trono rodeado de prestigio». Además, el gobierno, en ese
bando arremetía directamente contra las mujeres por participar en la vida política
exigiendo la abolición de las quintas. El ambiente electoral era de excitación. Frente al
gobierno, los republicanos federales se proclamaban el partido de la juventud al pedir el
voto a partir de los veintiún años (en las elecciones municipales se habían quedado sin
votar por la edad unos 800.000 potenciales electores de las candidaturas republicanas).
Por otra parte, la reacción clerical enturbiaba el clima electoral y era asesinado el
gobernador civil de Burgos dentro de la catedral en protesta por el decreto de
incautación de archivos y bibliotecas de catedrales, cabildos, monasterios y órdenes
militares. Por primera vez casi cinco millones de varones mayores de veinticinco años
eligieron a una cámara soberana y constituyente con voto directo y secreto.

El triunfo fue para el gobierno, después de los meses tan intensos de cambios, y estando
los resortes de las mesas y padrones electorales en manos de unos partidos más
avezados en la práctica electoral. Así, la coalición gubernamental monárquica obtuvo
280 escaños. Igualmente importante fue el resultado de los federales que lograron 80
escaños, a pesar de las trabas puestas desde las instituciones. Los republicanos unitarios
obtuvieron 2 escaños, los carlistas, aparecían con un grupo significativo, con 30
escaños. De forma aislada, a pesar del retraimiento de los borbónicos, aparecía Cánovas
como representante de tales monárquicos. Los republicanos federales eran el grupo más
sólido de oposición, por detrás quedaron los progresistas de Balaguer.

Aunque la ex reina Isabel II, desde París, declaraba nulo todo el proceso, proclamando
la ilegalidad de las Cortes, porque ella era la única con autoridad legítima, el 11 de
febrero se abrieron las Cortes Constituyentes. Rivero obtuvo la presidencia de la
Cámara, a Serrano se le dio un voto de confianza y el encargo de formar un gobierno
que ya no sería provisional. Se aprobó amnistía para delitos de imprenta, pidió el
gobierno 25.000 hombres para el ejército por lo que se le reprochó el incumplimiento de

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la promesa de abolir las quintas, debido a las nuevas circunstancias internas (partidas
carlistas y guerra en las colonias).

1. EL DEBATE CONSTITUCIONAL.

Las primeras medidas que abordaron las Cortes Constituyentes, en febrero de 1869, no
fueron precisamente populares, un nuevo alistamiento de 25.000 jóvenes, por el sistema
de quintas tan aborrecido y por cuya abolición tanta gente había luchado en el pasado
septiembre. La segunda medida era el empréstito de 100 millones de escudos efectivos.
Además se organizó la comisión constitucional que en veinticinco días redactaron un
texto. El debate giró en tomo al concepto de España y de la organización que
proyectaban los distintos partidos e ideologías. Tras aprobarse los derechos humanos
como imprescriptibles, el primer artículo que desató la polémica fue el referido a la
libertad de cultos (el maridaje entre lo español y lo católico). Enfrente tuvieron a la
mayoría progresista y a los republicanos. Los republicanos los que con más ahínco
debatieron tanto el artículo referido al establecimiento de una monarquía democrática,
como los artículos sobre la organización de las fuerzas armadas de la nación.

Evidentemente defendieron la forma de gobierno republicana y unas fuerzas armadas


diferenciadas entre los voluntarios que servían a la patria, y los que se
profesionalizaban, en número reducido, en un ejército permanente para defensa de
agresiones exteriores. Al no lograrlo, centraron su programa directamente en la
abolición de las quintas y en el mantenimiento de los cuerpos de «Voluntarios de la
Libertad». Se hizo famoso por su elocuencia el catedrático Emilio Castelar que como
cristiano coherente, defendió con brillantez la idea de una Iglesia libre dentro de una
sociedad libre, se separaba el Estado de la tutela ideológica de la Iglesia católica.

También destacó Francisco Salmerón defendiendo las posiciones progresistas y la


candidatura de Espartero al trono, como también brilló la ironía de otro catedrático de la
universidad madrileña, la de José Echegaray.

En el bando conservador, junto al canónigo Manterola, adalid de la unidad católica,


descolló Cánovas, ya suficientemente. No logró convencer con sus razonamientos
contra el sufragio universal, fue rotundamente clasista al respecto, sin escatimar las
palabras directas. Literalmente expuso que los ricos son las clases altas y «sólo están
más altas porque han trabajado más, porque han ahorrado más, porque han realizado
mejor su destino [divino] en la tierra». En la votación de la Constitución, los
tradicionalistas rechazan el texto no tomando parte en la votación, sin embargo, la
oposición republicana acataba la constitución, aunque no la aceptaba. La coalición de
unionistas, progresistas y demócratas monárquicos la votaron, y ganaron
promulgándose el 6 de junio de 1869.

3. EL TEXTO CONSTITUCIONAL.

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Es el primer código democrático de la historia de España, adelantándose en bastantes


aspectos al resto de Europa. Junto al sufragio universal masculino, secreto y directo, se
establecía una detallada relación de derechos ciudadanos, con carácter de «ilegislables e
imprescriptibles», para garantizarlos por encima de cualquier veleidad del poder
ejecutivo e incluso del propio legislativo, para evitar las tentaciones autoritarias o las
pretensiones del Estado de doblegar las libertades personales. Eran, desde luego,
derechos que significaban en el impulso democratizador de la sociedad española. Así,
junto a las clásicas libertades políticas de expresión, imprenta e ideas, se recogían por
escrito novedades tan significativas como el derecho de reunión y «asociación pacífica»,
la inviolabilidad de la correspondencia, la ampliación de las libertades individuales al
pensamiento y enseñanza y al culto público de cualquier religión, o, por ejemplo, la
libertad de trabajo para los extranjeros. Los derechos de reunión y asociación, puerta
para el despegue del sindicalismo, y las nuevas libertades permitieron el florecimiento
educativo de unos años que marcaron el rumbo del pensamiento y de la ciencia en
España, con la expansión de nuevas teorías, sobre todo del positivismo y de las
ideologías anarquista y marxista. Por otra parte, aunque los republicanos no lograron la
explícita separación del Estado y de la Iglesia católica, sin embargo por primera vez no
se declaraba confesional, permitía la libertad de cultos de cualquier creencia, y, en
contrapartida, mantenía los gastos del clero y del culto.

Además, se insistía en la soberanía popular como fundamento del Estado, en este caso
con una forma monárquica, pero sobre todo organizado a partir de dos principios, la
división de poderes y la descentralización. La soberanía residía en unas Cortes
integradas por el Congreso y el Senado, ambas votadas por sufragio universal
masculino. No se pedían requisitos para ser diputado, bastaba con ser ciudadano elector,
esto es, varón mayor de veinticinco años. Los diputados del Congreso eran a razón de
uno por cada 40.000 personas. Los senadores eran elegidos por un sufragio universal
indirecto, cuatro por provincia, pero se introducían restricciones clasistas. Los
candidatos debían tener más de cuarenta años, tener un título universitario, ser de los
grandes propietarios o patronos industriales, o haber ocupado un alto puesto en el
Estado. Así, en el Senado no sólo se representaban a las provincias sino a las elites de
estos territorios. Obviamente las Cortes eran el poder legislativo cuya función se
garantizaba estableciendo plazos mínimos de reunión y tiempo máximo sin ser reunidas,
para evitar abusos del poder ejecutivo al no reunirlas. Además, eran las únicas
capacitadas para aprobar y decidir los presupuestos y los impuestos. Las Cortes, por otra
parte, podían ejercer la moción de censura, tener la iniciativa legislativa, e interpelar al
gobierno, adquiriendo una alta cota el concepto de control parlamentario del ejecutivo.

En lo concerniente al poder ejecutivo, a su frente se situaba al rey que se define


constitucionalmente como un «monarca constitucional», sin poder tomar decisiones
sino sólo a través de los ministros, con lo que la responsabilidad definitiva está en
manos del gabinete ministerial. Para ser ministro había que ser diputado, y las Cortes
podían exigir a cada uno sus responsabilidades o reprobarlo. El poder judicial, por su
parte, recibió su definitiva organización como poder independiente, y quedaría como

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gran aportación de estos años la independencia de los jueces del poder ejecutivo, porque
se implantó el sistema de oposición para el ingreso en la carrera judicial, se creó el
Consejo de Estado para los traslados y promociones de jueces, se implantó el juicio por
jurados populares y se reguló la acción pública contra aquellos jueces que delinquieran
en el ejercicio de su función. Es cierto que luego el caciquismo de la Restauración
distorsionó tales mecanismos, pero sin duda fue una aportación crucial a la historia
democrática española.

Por lo que atañe a la distribución territorial del poder, se recuperó el protagonismo de


ayuntamientos y diputaciones, con alcaldes elegidos por sufragio universal. Sin
embargo, quedaron asuntos importantes sin resolver o expuestos con ambigüedad
premeditada, como el estatuto de las colonias, o la relación entre ejército permanente y
milicias ciudadanas, o el principio de contribución proporcional en la hacienda...
estarían en el centro de los principales y más violentos conflictos de esta primera
experiencia democrática (la guerra colonial, las sublevaciones contra las quintas y el
rechazo a los nuevos impuestos).

4. LA REGENCIA DE SERRANO.

Cuando se debatió el texto constitucional se planteó como aspiración bastante extendida


la hipótesis de la unión con Portugal, ya coronando a un miembro de la familia
portuguesa, ya por la vía republicana de la Federación Ibérica.

En lo que hubo práctica unanimidad fue en el propósito de excluir a los Borbones de la


corona española. No obstante, mientras se encontraba la persona que encarnase lo
previsto por la Constitución, al definirse España como monarquía, la máxima
magistratura correspondía ocuparla a un regente, puesto que logró el general Serrano.
Con tal motivo, Prim pasó al primer plano directamente como jefe del gobierno. El
general Prim optaba claramente por una alianza de progresistas y demócratas y así se
mantuvo en las sucesivas remodelaciones ministeriales que hizo, conservando siempre
él mismo la cartera de Guerra.

Por lo demás, el verano y el otoño de 1869 tuvieron un carácter turbulentamente federal.


Ante todo, los federales, tras los buenos resultados de las elecciones municipales de
diciembre de 1868, se quedaron decepcionados con los menos de cien escaños logrados
en las Constituyentes de enero de 1869. Tal situación les obligó a organizarse como
partido de oposición, por un lado, pero de gobierno en el lado municipal. Además de
una sólida prensa como altavoz de sus propuestas. Por supuesto, las preocupaciones
eran distintas a los grandes parlamentarios, les preocupaban las libertades, derechos y
formas de gobierno. A los segundos les empujaban las demandas de esos republicanos
que sufrían en sus familias el tributo tan injusto de las quintas o el nuevo impuesto
personal, o que necesitaban, ante todo, trabajo, mejores salarios, y en el caso de los
campesinos esas tierras que se habían privatizado cuando se les venía prometiendo
desde las Cortes de Cádiz tanto el reparto de la «riqueza nacional» como la abolición de

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las rentas feudales. Por eso, el gobierno de Prim acusaba a los republicanos federales de
permitir una división socialista en sus filas, de fomentar la deriva del sufragio universal
hacia el socialismo.

Los campesinos de Jerez, amotinados contra la quinta decretada por Prim, y pidiendo la
devolución de los bienes comunales, fueron el pretexto ideal para que el gobierno
propalase la idea del socialismo como corriente subterránea del federalismo. Al
gobierno de Prim, que había roto el compromiso de abolir el sistema de quintas, se le
manifestaron en contra miles de mujeres madrileñas ante la movilización de 25.000
jóvenes, se desencadenaron motines en ciudades y tuvieron que ser los propios
ayuntamientos, gobernados por republicanos, los que acudieron a un préstamo para
librar los quintos de su respectiva ciudad. En el republicanismo federal se plasmaron
dos etiquetas, las de «benévolos» quienes como Castelar optaban por el gradualismo y
esperaban mejores circunstancias para cumplir las promesas republicanas e
«intransigentes», aquellos que, empujados por la presión ciudadana, como los alcaldes,
exigían el cumplimiento inmediato de las expectativas populares. Otra división de
carácter igualmente social, pero concentradas geográficamente era la referida al
librecambismo, preferido por los republicanos andaluces, frente a los catalanes que eran
proteccionistas.

A pesar de los resultados electorales, el Partido Republicano Federal crecía sobre todo a
partir de la quinta decretada por Prim, y al no verse cumplidas otras expectativas de
mejoras sociales. Era la primera vez también en la historia de España en que se
organizaba un auténtico partido de masas. El sufragio universal obligó a organizar los
partidos de otra forma, pero el republicano había nacido con la vocación de afiliar a
hombres y mujeres sin discriminación, con carácter masivo, creando ateneos culturales
y clubes políticos que se convirtieron en alternativas populares a los ateneos elitistas y a
los casinos de los ricos.

Los líderes republicanos de las provincias adquieren su definitivo protagonismo en la


primavera de 1869. La iniciativa fue catalana y fue Valentí Almirall su líder, que estaba
prefigurando el modelo de organización de una República federal, a nivel interno,
dentro del partido y la fórmula era articular una organización federal de las provincias
unidas por similitudes geográficas y pasado histórico común. Además, se rechazaba el
uso de la fuerza para desplegar tales objetivos. De inmediato se firmó un pacto federal
en el que se proclamaba que cualquier ataque contra los derechos individuales
proclamados por la revolución será motivo de legítima de insurrección, si no podía
solucionarse por medios legales.

En Madrid se firma un «pacto nacional o general» por el que se creaba un consejo


federal, y en un manifiesto Pi invitaba a todos los firmantes a establecer un «lazo
común», y determinar la estrategia del partido que no estaría por encima de la soberanía
de cada pacto regional. Además se establecía el derecho o deber a la sublevación
armada. En este pacto general se establecía una asamblea central, con tres
representantes por cada uno de los cinco pactos regionales, responsables ante sus

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comités, por lo que no existía una soberanía central, compartida para tornar decisiones
válidas para toda España. Se creaba bastante confusión organizativa, el resultado fue
que los diputados de las Cortes miraban más a sus respectivos comités locales que a una
dirección federal estatal que carecía de atribuciones ejecutivas. Con tal panorama, en
julio de 1869 se suspendían las sesiones de las Cortes, después de haber acometido
importantes decisiones legislativas en materia de ferrocarriles y conservación del
patrimonio histórico, una política activa de restauración y rehabilitación de monumentos
y de edificios valiosos, así corno de organización de un panteón nacional con los restos
de los personajes célebres de España. Los federales nunca tuvieron propósitos ni
separatistas ni segregacionistas. Por eso, las insurrecciones federales tanto las del
verano y otoño de 1869, como la sublevación cantonal de 1873, hay que interpretarlas
como expresiones de profunda protesta de las clases más desfavorecidas, había
cuestiones sin resolver tras varias décadas de liberalismo: el acceso a la propiedad de la
tierra, la implantación de una fiscalidad progresiva con la subsiguiente abolición de los
impuestos indirectos, la igualdad en el servicio militar y el control de las instituciones
de poder local.

El republicanismo se impregnó de contenidos federales porque iban parejos tanto la


exigencia de un poder controlado directamente desde cada municipio, como el rechazo a
esas clases acomodadas. Además albergaba una cuestión social nueva, la cuestión
obrera. Las huelgas ya aparecen como instrumentos de reivindicación laboral.

Así se cierran las Cortes por el verano, pero a los seis días el gobierno restablece por
decreto una ley de 1821 que ponía bajo la autoridad y jurisdicción militares los delitos
de «conspiración o maquinación directas contra la observancia de la Constitución, o
contra la seguridad exterior e interior del Estado, o contra la sagrada e inviolable
persona del rey constitucional». Una auténtica ley marcial que suspendía las garantías
constitucionales al someter estos delitos a consejos de guerra. El pretexto eran las
partidas carlistas, pero el gobierno aplicaría la ley también contra los federales, que
clamaron en contra, lo consideraron una infracción contra la Constitución y una
usurpación de las atribuciones legislativas de las Cortes. De hecho, fueron los
republicanos federales los primeros en sufrirla, cuando sus diputados, al regresar a sus
respectivos distritos, fueron recibidos con manifestaciones populares, y esto sirvió de
pretexto al ministro de Gobernación, Sagasta, para prohibirlas por participar en tales
manifestaciones los Voluntarios de la Libertad (cuerpo armado y de orden que en las
ciudades más importantes era de mayoría federal). El propio Sagasta dio poderes
excepcionales a los gobernadores civiles. Se produjeron incidentes contra los impuestos,
pidiendo tierras o trabajo, en otros casos con huelgas para exigir mejores salarios... y
siempre los Voluntarios de la Libertad o Milicias Nacionales en el centro de las
reivindicaciones. Sagasta anunció la disolución de las milicias o cuerpos de Voluntarios
de la Libertad. Fue la espoleta que desencadenó una revuelta en toda España.

Del 25 al 28 de septiembre se produjo la revuelta federal en Barcelona y otras


localidades de Cataluña, líderes sindicalistas obreros declararon la lucha contra los
«capitalistas» y pedían el fin de la «explotación del hombre por el hombre», quemaron

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registros de la propiedad y archivos, cortaron vías de ferrocarril y telégrafos, exigieron


derechos como el de trabajo... Fracasaron las jornadas revolucionarias y el diputado
Suñer i Capdevila, radical hasta ese momento, cambió de táctica, pensando que era
mejor la lucha legal. Simultáneamente se sublevaba Andalucía, movilizándose los
cuerpos de Voluntarios de la Libertad de los ayuntamientos gobernados por los
federales (más de 45.000 personas armadas en Andalucía).

Mientras esto ocurría en Andalucía y se extendían los amotinamientos federales en


Cataluña, Prim resolvió, de acuerdo con el regente, poner en vigor la citada ley,
mientras se enviaba a las Cortes un proyecto de suspensión de las garantías
constitucionales. Los republicanos se opusieron y se retiraron de la cámara. Prim
suspendió las garantías constitucionales, y así gobernó hasta diciembre en que las
Cortes derogaron el estado de excepción. Mientras tanto sofocó y reprimió la rebelión
federal, disolvió las compañías de Voluntarios de la Libertad que resultaban
sospechosas de republicanismo. En efecto, los líderes federales andaluces habían
llamado a las armas a sus militantes, pero, al estar controladas las grandes ciudades por
el ejército, el levantamiento sólo triunfó en algunas poblaciones. Al grito de «¡Viva la
República Federal!», los jornaleros ocuparon y exigieron tierras, trabajo y la inmediata
abolición de las quintas y de la matrícula de mar, el desestanco de la sal y del tabaco, la
disolución del Ejército, etc. Quemaron archivos y registros de la propiedad, símbolos de
esa estructura de poder que los excluía de la riqueza nacional.

Sin embargo, bastó el anuncio de la llegada de tropas para que se disolviera la mayoría
y los más destacados huyeran.

En Alicante fracasó la rebelión, en Béjar no se pasó del intento, hubo resistencias


heroicas en Cádiz y Málaga, pero en los casos de Zaragoza y Valencia los
acontecimientos adquirieron el carácter de guerra, con auténticas batallas contra el
ejército. Los propios líderes que organizaron la insurrección la justificaban como
medida de protesta contra las arbitrariedades del gobierno, el incumplimiento de la
Constitución, y en respuesta a la represión sufrida en Barcelona. El resultado del fracaso
de esta cadena de revoluciones espontáneas y desorganizadas fue el afianzamiento del
liderazgo de Pi y Margall, partidario de los cauces legales para alcanzar la República
federal.

Pi logró que los diputados federales volvieran a las Cortes, su autoridad creció y además
derrotó a Castelar, al propugnar el federalismo contra la concepción unitaria. Los
republicanos eligieron, a los pocos meses a Pi y Margall como su presidente,
establecieron un directorio federal, insistieron en el carácter pacífico del partido e
intensificaron la propaganda como cauce de expansión y convencimiento.

4.1. LA BÚSQUEDA DE UN REY.

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El destronamiento de Isabel II conmocionó a la Europa del momento. Por eso, el primer


problema para los revolucionarios de septiembre fue lograr el reconocimiento
internacional de un gobierno provisional, que manifestaba estar dispuesto a establecer
una monarquía sobre la base del sufragio universal, aunque habrían de ser unas Cortes
Constituyentes las que tuviesen la última y definitiva palabra. Fue una tarea nada fácil,
plagada de incidentes, maniobras y anécdotas con consecuencias importantes, estaban
en juego bastantes intereses políticos y estratégicos dentro del continente europeo. Pero
además, tampoco había unanimidad interior. El primer reconocimiento del nuevo
régimen democrático fue de los Estados Unidos y en seguida Italia y Francia. Al final,
toda Europa reconoció al gobierno de Serrano, salvo el Vaticano. Se firmó la paz con
Perú y Chile. Pero mientras, la situación interior se tensaba por las insurrecciones
federales y también por el carlismo que se organizaba militarmente. Además, la
irrupción del internacionalismo obrero que marcaría el rumbo de nuevos horizontes
políticos.

La búsqueda y elección de un rey para el trono vacante de España se estaba demorando


en exceso. Hubo muchas negociaciones durante casi dos años. Los candidatos fueron de
distinto calibre, el propio cuñado de Isabel II, el duque de Montpensier, que había
financiado en parte las conspiraciones militares contra Isabel II y que contaba con
avales de militares unionistas importantes. No tuvo los apoyos decisivos. Bastantes más
partidarios tuvo Fernando de Coburgo, viudo de María de la Gloria de Portugal, porque
suscitaba la posibilidad de la Unión Ibérica, apoyada por progresistas, demócratas e
incluso republicanos, y por proceder de una dinastía liberal. Sin embargo, su
matrimonio por amor con una artista le cortó el paso, y sobre el evitar el veto de las
potencias a una posible Unión Ibérica. Sus apoyos eran los mismos que también
miraban hacia el duque de Aosta, segundo hijo del rey de Italia, por garantizar el
funcionamiento de una monarquía democrática. Sin embargo, el candidato Leopoldo de
Hohenzollern-Sigmaringen contaba sobre todo con el apoyo de la potencia del
momento, Prusia, pero siempre se encontró con el veto de Napoleón III. Hubo hasta
candidatos escandinavos. Prim sondeó a Espartero, bastante mayor, que se negó. Se
impusieron los adeptos a la dinastía de los Saboya, por el prestigio del Risorgimento
entre los liberales y demócratas. Unos defendían a Tomás, duque de Génova, mientras
que Prim prefería al duque de Aosta, Amadeo.

Por otro lado, los monárquicos borbónicos nunca habían dejado de conspirar, primero
para restablecer a Isabel II y desde junio de 1870 a favor de su hijo Alfonso, porque la
ex reina abdicó en su primogénito y designó a Cánovas jefe del partido alfonsino.
Pronto empezaron los periódicos conservadores a defender la causa alfonsina y a
injuriar a los gobiernos democráticos por buscar otro rey. Los federales, por su parte,
ante tan prolongada interinidad, dieron un manifiesto exigiendo que las Cortes, en
sesión extraordinaria, proclamasen los Estados Unidos de Iberia. Llegados a este punto,
y con el impacto de la guerra entre Francia y Prusia, el 20 de agosto de 1870, Prim
ofreció oficialmente la corona a Amadeo de Saboya que aceptó y las Cortes le votaron
como rey.

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4.2. LAS SUBLEVACIONES REPUBLICANAS.

Mientras el malestar social era constante, porque los nuevos reclutamientos de quintos
para Cuba exasperaban a las clases populares. Los republicanos federales hicieron de
este asunto el tema preferente. Pero además, de sus filas comenzaron a surgir líderes
obreros adheridos al internacionalismo, solapando las demandas contra los impuestos y
las quintas, con exigencias de derechos laborales e incluso de lucha directa contra el
capital. Cuando el ministro de gobernación Rivero presenta la Ley de Orden Público y
simultáneamente se decreta un reemplazo de 40.000 quintos, la insurrección volvió a
estallar, esta ve con más virulencia en Barcelona, Madrid pero también había un
malestar permanente en las regiones agrarias, en Galicia los campesinos se negaban a
pagar los impuestos y los trabajadores, jornaleros y menestrales empobrecidos pedían
trabajo en las ciudades.

En Andalucía, la miseria llevaba a echarse al monte como medio de vida. Existía un


extenso despliegue del bandolerismo. El gobernador civil de Córdoba, Zugasti organizó
«partidas de seguridad pública» e iniciar la práctica de lo que se conoce como «ley de
fugas», todo esto bajo el amparo del ministro Rivero.

Fueron el verano y otoño de 1870 de tensión y violencia social, con fuertes debates
políticos, porque además en el Partido Republicano Federal se propagó con insistencia
la doctrina del pacto sinalagmático (implicaba una visión de la sociedad cuyo poder
soberano radicaba en el pueblo y en la capacidad de todos los ciudadanos para tomar
decisiones). Por eso se escalonaba el pacto social desde abajo hacia arriba. Primero, los
municipios, asciende a las provincias, cantones y estados, para lograr en ese pacto
progresivo armonizar tanto la división sustancial de poderes entre gobierno federal y
estados que lo constituyen, por un lado, y también desplegar por otro lado el máximo de
libertades y capacidades ciudadanas en espacios de autogobierno. Lógicamente, tal
doctrina implicaba medidas de contenido social que chocaban con los intereses del
Estado liberal central. Por eso el conflicto ya no era sólo territorial sino social. En
contra el federalismo se conciliaban unionistas, progresistas y demócratas para aprobar
una ley en la que bastaba la mitad más uno de los diputados para elegir monarca.

El radicalismo social contenido en el federalismo también provocó la escisión en el seno


de los republicanos, entre un sector, en su mayoría de madrileños, opuestos al
confederacionismo de los pactos, y la dirección de Pi y Margall que de momento
lograba el apoyo de Castelar y Figueras. Habían vuelto los federales desterrados, entre
ellos el activista Paúl y Angulo, quien organizó «El Tiro Nacional», una sociedad
secreta y violenta para emancipar al «cuarto estado». La proclamación de la república
en septiembre de 1870 en Francia provocó el entusiasmo entre los federales. Se
manifestaron en su apoyo incluso se ofrecieron voluntarios para ir a defenderla, y
llegaron a creer que tendrían apoyo francés para una sublevación. Sin embargo, Prim

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había sido el primero en reconocer la República en Francia y fue entonces cuando


aceleró las gestiones para coronar a Amadeo de Saboya.

Paúl y Angulo, ahora federal radical, financiaba el periódico El Combate, que predicaba
la revolución armada, con gran eco en los clubs republicanos, y retando al directorio
federal. Pi y Margall logró que no se apoyara la propuesta de insurrección armada, pero
el hecho es que, justo los últimos días de diciembre de 1870, El Combate, temiendo la
disolución de los Voluntarios de la Libertad, atacó a Prim por dictador anunciándole
que «moriría como un perro». El 27 de diciembre precisamente, tras salir del Congreso
Prim, fue herido mortalmente y falleció el 30. Se culpó del crimen a Paúl y Angulo, el
gobierno lo insinuó, y tuvo que huir. La prensa federal deploró el atentado y lo condenó.
La justicia quedó impotente, porque también se lanzó la acusación de ser un crimen
organizado por los esclavistas. Quedaron demasiados interrogantes y el propio Paúl y
Angulo, en un escrito exculpatorio, planteaba que el crimen había perjudicado a los
republicanos federales, mientras que había beneficiado a los unionistas, en concreto a
Serrano, interesados en que no se consolidara la nueva monarquía y en que no se
aboliera la esclavitud.

4.3. LAS INSURRECCIONES CARLISTAS.

Lo que se ha calificado como segunda guerra carlista no comienza sino en abril de 1872,
ya reinando Amadeo I. Sin embargo, a este levantamiento militar se llegó en parte por
las libertades que permitía el régimen democrático, hubo una auténtica tromba de
propaganda y de preparativos militares y conspiraciones políticas para asaltar el poder
por parte de una conjunción de tradicionalistas, neocatólicos y ultraconservadores.
Nuevos líderes procedentes del neocatolicismo se pusieron al servicio del aspirante
carlista. La unión de reaccionarios católicos y carlistas se fraguó en la campaña electoral
de enero de 1869, bajo la exitosa fórmula de «Dios y fueros». Sus mejores resultados
los tuvieron en Navarra y País Vasco. El partido carlista consideró oportuno lanzar un
manifiesto programático en forma de carta del aspirante, el duque de Madrid, titulado a
sí mismo como Carlos VII. Simultáneamente se lanzaron a la búsqueda de financiación
para comprar armas y promover la rebelión por toda la geografía peninsular. Se
organizaban juntas y casinos carlistas en 37 provincias, lanzaban periódicos y folletos, y
el partido, con el aspirante al frente, pedía préstamos al banquero del papa. El
levantamiento militar se intentó en el verano de 1869, tratando de recoger el malestar de
muchos decepcionados con las promesas de la revolución de septiembre de 1868, y así
en bastantes partidas de Cataluña o Valencia se mezclaron carlistas con gentes sin
medios de vida e incluso republicanos, o en las dos Castillas se solaparon bandoleros y
carlistas. Fracasaron debido a que no había una dirección militar eficaz y por eso se
recurrió al mítico Cabrera. Pero también se exhibió el fuerte arraigo de la ideología
absolutista y antiliberal en el clero, de nuevo aparecieron los curas y canónigos no sólo

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como diputados o escritores propagandistas de la causa, sino directamente al frente de


importantes partidas.

La causa carlista hizo de catalizador de todos los sectores ultra, y la boina roja se
convirtió en un símbolo de ostentación y provocación en un sistema de libertades.
Cabrera asumió las riendas políticas, creó una junta central, organizó el periódico La
Fidelidad, pero vio que los carlistas no querían programas sino armas, pelea en lugar de
discusión, a los pocos meses, ante la urgencia de recabar recursos, dimitió y quedó
directamente el aspirante Carlos al frente. Decidió ir a ver personalmente a los
soberanos de Alemania, Austria y Rusia, mientras se repetían los conatos
insurreccionales. Hasta agosto de 1871 no hubo un nuevo jefe del partido, Nocedal. En
todo este tiempo la agitación de la prensa carlista fue extraordinaria cada vez más
apocalíptica contra el sistema democrático y contra los distintos ministros y decisiones
de las Cortes. La demagogia encontraba caldo de cultivo tanto en sectores acomodados,
en pequeñas burguesías amedrentadas por el impulso de los federales e
internacionalistas, como en los sectores empobrecidos, de hecho, de los seis periódicos
más difundidos, tres fueron carlistas.

EL REINADO DE AMADEO I, (1872-1873)

1. LA TENSA VIDA POLÍTICA.

La desaparición de la figura de Prim fue decisiva para la debilidad del reinado de


Amadeo I. Nunca se sabrá, lo que sí es cierto es el hecho de que Prim supo sentar a
unionistas, progresistas y demócratas en un mismo gabinete, mientras que a partir de
ahora las rivalidades de fracciones entre ellos no permitió consolidar gobiernos estables.

Sin duda, en los dos años de Amadeo I se exhibieron tales tensiones. Los partidos
gobernantes estuvieron zarandeados por esas fracciones que obedecían a presiones de
intereses, unos coyunturales y otros de más calado, como dos guerras, la carlista y la
cubana, más las presiones de los esclavistas y las conspiraciones de los alfonsinos, con
Cánovas al frente, junto al creciente despliegue de las expectativas de unos federales
con cada vez mayor número de internacionalistas en sus filas, fueron factores que
lógicamente no podían solucionarse con facilidad, cuando ni siquiera había consenso
sobre los procedimientos entre los partidos gobernantes. No obstante, salieron a la
palestra como líderes Sagasta y Ruiz Zorrilla en sustitución de Prim, y sobre todo
sobresalieron las maniobras del general Serrano. Ruiz Zorrilla desaparecería
prácticamente de la escena política tras la abdicación de Amadeo I, pero Sagasta se hizo

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incombustible hasta su muerte. Entre ambos, quedaba la figura de un joven Amadeo,


convencido demócrata.

El primer gobierno del reinado estuvo presidido una vez más por el omnipresente
Serrano con progresistas, unionistas y demócratas, su primera tarea consistió en
convocar elecciones a Cortes. El rey Amadeo, con apenas veintiséis años, el día que
moría Prim, era aclamado en su trayecto y en su entrada en Madrid. En el Congreso
juró la Constitución. Su primer gobierno fue de continuidad, presidido por Serrano. Las
primeras elecciones celebradas fueron favorables al gabinete ministerial, con maniobras
de control por parte de Sagasta, al frente de Gobernación. Mientras los carlistas y los
republicanos se convirtieron en poderosas minorías. Por primera vez los carlistas eran el
primer partido de la oposición.

Se abrieron las Cortes en abril de 1871, con un acto donde Amadeo I exhibió austeridad
y proclamó que actuaría siempre con el concurso de las Cortes. Presidió el Congreso
Salustiano Olózaga, y el Senado, Francisco Santa Cruz. El rey, como impulsor
constitucional, alentó la decisión de convocar elecciones en Puerto Rico, primer paso
para solventar el conflicto antillano, aunque la nueva recluta de 35.000 quintos fue
nuevo motivo de malestar y protesta popular. Sin embargo, los planes quedaban
desbaratados en las Cortes por los vaivenes de alianzas. En unos casos era oposición al
gobierno, en bastantes era obstrucción al despegue de la nueva dinastía democrática, el
grupo carlista tenía enormes capacidades de maniobra, en cuyo objetivo convergía con
los alfonsinos, y paradójicamente con los republicanos federales, opuestos a cualquier
monarquía. En la prensa oficial del momento se criticó lo que calificaban como
«demagogia blanca, roja y negra». Todos juntos cambiaron el reglamento de las
Cámaras de las Cortes, que reforzó más el predominio del poder legislativo y aumentó
los mecanismos de control del ejecutivo, que en realidad obedecía en gran parte al
interés de quienes ni defendían la soberanía popular ni pensaban implantar la
democracia.

El recién constituido gobierno de progresistas y demócratas, renunció para dar paso a un


nuevo gobierno de Serrano quien, al no lograr la coalición con Sagasta, declinó, Y
entonces aceptó el encargo Ruiz Zorrilla. Este integró en su gabinete a unionistas,
progresistas y demócratas, sin lograr la aceptación de Sagasta. El gobierno de Ruiz
Zorrilla daba pasos importantes como la confección del censo de propiedades rústicas y
urbanas para lograr los ingresos correspondientes a la contribución territorial, base para
un sistema proporcional de impuestos directos, elemental principio de justicia
distributiva. Cubrió un empréstito de deuda consolidada de 150 millones y dio la
amnistía a los presos políticos, sobre todo de las insurrecciones federales. La vertiente
democrática de este gobierno destapó el malestar de los generales unionistas, que
dimitieron en bloque, aunque el rey no aceptó sus renuncias. En septiembre de este año
de 1871, el gobierno organizó un viaje del rey por toda España para popularizar su
imagen, con notable éxito, porque había sido previa la amnistía por delitos políticos. Sin
embargo, en octubre tenía que dimitir Ruiz Zorrilla por maniobras de sus
correligionarios en el Congreso porque la agitación obrera y campesina era constante.

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1.1. LOS PARTIDOS POLÍTICOS ANTE EL SUFRAGIO UNIVERSAL.

El sufragio universal obligaba a reorganizar el funcionamiento de los partidos políticos.


Los viejos partidos liberales que venían funcionando con sufragio censitario estaban
estructurados como partidos de notables con redes provinciales sólidas, pero ahora las
condiciones habían cambiado, había que ganar la voluntad de casi cinco millones de
varones mayores de veinticinco años, y en eso les llevaba ventaja el Partido Federal
Republicano que nació con propósitos de partido de masas. Además, el Partido
Conservador se encontraba en fase de reorganización bajo el liderazgo de Cánovas, pero
con un fuerte empuje del neocatolicismo y del carlismo entre su potencial clientela
social. Por eso, el espacio político de los progresistas y de los demócratas se encuentra
en un terreno bien delimitado en los principios de un liberalismo democrático. Pero
mientras Sagasta era proclive a pactar con los unionistas de Serrano, Ruiz Zorrilla lo era
con los republicanos. Ambos quedaron como líderes de ese espacio político que hasta
entonces había estado dirigido por Prim. Cada cual formó su grupo político sobre todo
a partir de los diputados en las Cortes, más que como redes asentadas en toda la
geografía española. El de Sagasta se conoció como partido constitucionalista, y como
radicales los diputados de Ruiz Zorrilla. Incluso en bastantes ocasiones ambos partidos
tuvieron que recurrir a la fuerte oposición republicana, o a la minoría de carlistas o a los
votos de los conspiradores alfonsinos, para ganar ciertas votaciones en las Cortes. Por
eso, tampoco faltó el recurso a la manipulación electoral, en lo que Sagasta se reveló
muy pronto como un maestro.

No obstante, constitucionalistas y radicales fueron el primer intento de adaptación del


liberalismo a los principios del sufragio universal, a las normas democráticas y por la
pugna electoral con sólidos contrincantes. Gobernaron los dos años del reinado de
Amadeo I, pero con diferencias tan notables que no lograron consolidar unos engranajes
estables. Posteriormente, de ambos partidos surgió aquella fusión que lideró Sagasta
durante las décadas de la Restauración.

1.2. EL DEBATE SOBRE LA INTERNACIONAL.

Sagasta al frente del gobierno, planteó como objetivo prioritario la disolución por ilegal
de la Internacional. La creía culpable de la agitación, el fantasma del comunismo,
después de la Comuna de París, catalizó todos los miedos de las clases propietarias. Se
dedicó a buscar los argumentos para declarar ilegal una asociación que en teoría no era
«pacífica», porque la Constitución reconocía el derecho de «asociación pacífica». Sin
embargo, las propuestas revolucionarias de la Internacional no eran más incompatibles
con la Constitución que las de los carlistas o las de los federales.

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Sagasta planteó la Internacional como enemiga del Estado, de la religión, de la familia y


sobre todo de la propiedad, reconocida como derecho en la Constitución. La respuesta
de los republicanos fue rotunda. Castelar planteó que si el gobierno consideraba inmoral
la propiedad colectiva, entonces habría que condenar a la Iglesia católica, y añadía, que
eran más peligrosos los carlistas y los alfonsinos para la seguridad del Estado por su
conspiración abierta para destruirlo. Salmerón, por su parte, expuso que la propiedad
sólo era un derecho y que si la propiedad era injusta debía desparecer, lo mismo que
habían desaparecido los bienes de manos muertas. Para Salmerón, el Partido
Republicano debía patrocinar el reformismo social tan propio de la ideología
republicana y que en décadas posteriores sería el impulsor de importantes instituciones
reformistas.

Los republicanos echaron mano del propio pasado liberal, tan desamortizador y
expropiador, para justificar que «la propiedad es justa y es legítima en tanto que viene a
servir los fines racionales de la vida humana; y cuando esto no sucede, la propiedad es
ilegítima, la propiedad es injusta, la propiedad debe desaparecer», eran los mismos
argumentos de Pi y Margall.

Las respuestas de los diputados cercanos a la Internacional se orientaron en otra


dirección, defendiendo el cuarto estado, el de los trabajadores.

Apoyando al gobierno de Sagasta estuvieron los conservadores y los unionistas. Se votó


y ganó el gobierno. Pero el fiscal del Tribunal Supremo, exponía que el derecho de
asociación y de huelga no podía anularse, fue cesado y Sagasta reforzó su gobierno con
los unionistas e incluso llegó a plantear a los gobiernos europeos una acción conjunta
contra la Internacional y una convención para poder extraditar a sus miembros.

La Internacional (1864) organizada en Londres por un puñado de revolucionarios


europeos, con el propósito de encauzar las esperanzas de justicia en una organización
obrera que superara las fronteras nacionales de las burguesías y estableciera
conjuntamente la estrategia para alcanzar una sociedad igualitaria, comunista. Creció
sobre todo con las crisis económicas. Pronto surgieron en su seno dos fracciones,
encabezadas por Marx y Bakunin respectivamente. El despegue social e ideológico de la
Internacional en España se hizo desde las bases del republicanismo federal y
aprovechando sus estructuras organizativas. Así, Fanelli, enviado por Bakunin contactó
con dirigentes republicanos de Barcelona y Valencia, para llegar a Madrid y constituir el
primer núcleo de la AIT. A continuación se formó el sector de Barcelona. La tradición
asociativa de los trabajadores de las industrias catalanas dio un mayor soporte al ideario
internacionalista, que además recogió a estudiantes. Farga y Sentiñón representaron a
España en el congreso de la AIT de Basilea. Contaban con más de ocho mil afiliados en
Barcelona, y la sección de Madrid crecía hasta lograr editar su propio periódico La
Solidaridad.

La influencia de los internacionalistas se desplegaba, por tanto, a partir de las redes


asociativas que los republicanos federales habían montado como las sociedades de

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socorros y los ateneos obreros. Compartieron ideario en asuntos como el


republicanismo federal y en reivindicaciones concretas como la exigencia de jurados
mixtos o la abolición de las quintas, en pedir aumentos salariales y reparto de tierras y
en reclamar el derecho al trabajo. Eran, no obstante, sectores de escasa capacidad de
influencia, aunque el eco de sus proclamas era desmesurado en relación a su
implantación real. Sus llamamientos contra la explotación capitalista y las proclamas de
luchas de clases fueron acogidas con indiferencia, pero encontraron adeptos cuando iban
junto a reclamaciones contra las quintas, por ejemplo, y así los internacionalistas se
hicieron activos líderes en los motines que en la nueva recluta militar hizo el gobierno a
principios de 1870. En Barcelona celebraron su primer congreso, con unos cien
delegados de más de 15.000 afiliados, y debatieron la organización de sociedades y
cajas de resistencia, la cooperación como vía para la emancipación, la organización
sindical de los trabajadores y la posición a tomar en política, punto en el que se hicieron
dominantes las tesis bakuninistas sobre el Estado y los partidos políticos. Además de
rechazar el Estado, la ley y cualquier autoridad y negarle efectividad a los partidos,
proponía el comunitarismo del trabajo y de la producción, poniendo en común todo,
aunque dejando a cada uno el gobierno individual de los resultados del trabajo personal.
Se debía vivir sin Estado y se podía vivir sin gobierno, tal eran el resumen de sus
objetivos. Para alcanzar tales objetivos era imprescindible un proceso revolucionario
antiautoritario que se articulaba espontáneamente.

Antes de que se ilegalizara la Internacional, había experimentado serios impedimentos


gubernamentales en su actividad. Se cerraban periódicos o se detenían a
internacionalistas. Así les llegó la orden de disolverse por ilegales y la necesidad de
pasarse a la clandestinidad. Siguieron reuniéndose y continuaron su desarrollo dentro de
los bases republicanas de donde reclutaban nuevos líderes. Su fuerza en Cataluña era
notoria, le seguían Valencia, Málaga y Cádiz, por encima de Madrid. Eran pequeños
grupos que llevaban a cabo una activa agitación propagandística y reivindicativa, y cuya
notoriedad se haría incluso internacional en el verano de 1873 durante el levantamiento
cantonal.

1.3. EL DEBATE SOBRE LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD Y LA


GUERRA EN CUBA.

Prim llevó las riendas del gobierno entre la promulgación de la Constitución, en junio
de 1869, y la llegada del nuevo rey, el último día de 1870. Supo unir las distintas
tendencias de la coalición monárquica, formando gabinetes de mayoría progresista, sin
olvidar a relevantes unionistas o a demócratas reformistas destacados. Incluso les
ofreció a los republicanos participar en el gobierno. Sin embargo en el conflicto cubano
fracasaron sus conversaciones con los Estados Unidos y se desbarataron sus planes de
Unión Ibérica. También derrotaba a las partidas carlistas, pero no era capaz solucionar
la paradoja de una monarquía sin monarca. Junto a otros aspectos conflictivos, como el

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proyecto de ley sobre matrimonio civil (el primero en la historia de España), o la Ley de
Orden Público, la principal fuente de problemas para el gobierno estuvo en las Antillas.

En Cuba había desembarcado a fines de junio de 1869 Caballero de Rodas, que llegaba
como nuevo capitán general con el mérito de haber sometido las revueltas federales de
Andalucía. Mientras Prim negociaba con los Estados Unidos, Caballero de Rodas y el
ministro Silvela proponían a los independentistas cubanos un plan de sumisión, como
requisito, luego la amnistía y después votar por la autonomía o la independencia. Los
Estados Unidos mantuvieron posiciones ambiguas. Las pretensiones de Prim
complicaban el panorama, porque provocaron la negativa de los liberales cubanos, para
quienes la esclavitud era innegociable, pues eran propietarios de mano de obra esclava y
habían descubierto que la autonomía de las islas podía ser el medio más eficaz para
evitar que la metrópoli legislara la abolición de la esclavitud. Simultáneamente las
tropas de «voluntarios» financiados por los esclavistas impedían la vía autonomista con
su práctica de «tierra quemada». La guerra no acababa, era sobre saqueos e incendios,
más que de batallas militares. La metrópoli no pudo enviar más hombres porque las
insurrecciones federales boicotearon las quintas y obligaron a concentrar al ejército en
la Península.

La llegada del demócrata Manuel Becerra al ministerio de Ultramar desalentó al partido


español de las Antillas. La Constitución seguía sin aplicarse y no se definía el estatuto
de las islas, si eran provincias o colonias. Además, decretó la organización de
ayuntamientos, el establecimiento de una casa de moneda en la Habana y la aplicación
de las leyes de enjuiciamiento civil y de sociedades anónimas, para regularizar las
relaciones ciudadanas, al menos en los aspectos mercantiles, dictando órdenes sobre
aduanas, contabilidad y presupuestos, todo ello con un proyecto de ley para declarar de
cabotaje la navegación con la Península, suprimir el derecho diferencial de bandera,
explotar los cables submarinos telegráficos y racionalizar los presupuestos. Cuando ya
tenía preparados dos proyectos de ley, uno declarando libres a los hijos de esclavos
nacidos en Cuba después de septiembre de 1868 y a los esclavos que sirvieran en el
Ejército español, y otro aboliendo la esclavitud en Puerto Rico, Manuel Becerra salió
del Ministerio por presiones de los unionistas sobre Prim.

Sin embargo, Moret continuó con tales proyectos y los presentó a las Cortes, la
abolición respondía al resultado de varios factores, desde principios de siglo era ilegal
internacionalmente el tráfico de esclavos, en el caso de las Antillas, junto a tal contexto
internacional y a la cercana guerra de Secesión en Norteamérica, estaba el hecho de los
independentistas que ya prometían la libertad a quienes tomaran las armas o a los
esclavos que se sublevaran contra sus dueños españolistas. Ambos bandos se influyeron
recíprocamente, porque cuando se aprobó la ley de Moret, respondió Céspedes con la
abolición completa de la esclavitud. Y es que la ley Moret, aunque aceptaba el principio
abolicionista, escalonaba su práctica para no echarse en contra al partido esclavista de
las Antillas, que era el que pagaba la guerra contra Céspedes. Así, Cánovas presentó en
las Cortes la petición, en representación de la Unión Colonial, el partido de los
esclavistas, exigiendo que no se aboliera la esclavitud. Se aprobó en las Cortes la ley de

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Moret que penalizaba la esclavitud con un impuesto especial, creaba a los «vientres
libres» a partir de su promulgación y liberaba a los ancianos y a los que eran del
Estado, además de permitir comprar la libertad a los que hubieran apoyado a las tropas
españolas. Preveía la abolición progresiva con indemnización cuando estuvieran los
diputados cubanos en el Congreso, esto se postergaría sin miramientos por las presiones
de ese poderoso grupo de intereses entre la metrópoli y las islas.

Por lo demás, la guerra no impidió que continuara el tráfico ilegal de africanos. Son
estos propietarios los que demandan más soldados para Cuba y presionan a Moret, por
medio de Caballero de Rodas, para que sólo salga en la ley lo referido a los «vientres
libres». De hecho, Moret estaba preparando la abolición total y en todo caso el
establecimiento de un «patronato» de transición hacia la emancipación y libertad. Y es
que la cuestión abolicionista se solapaba con el mantenimiento de la colonia. No
obstante, Caballero de Rodas aceptó a regañadientes la publicación de la ley, mientras
en el debate parlamentario de la misma se habían destapado irritantes obstruccionistas,
como el propio Cánovas del Castillo.

Los independentistas estaban en la dinámica de alcanzar sus objetivos, tratando de


forzar el apoyo de los Estados Unidos. Continuaron los enfrentamientos esporádicos,
acciones guerrilleras, siempre con la notoria inferioridad de las tropas españolas. Las
tropas independentistas, bien organizadas, conocedores del terreno, animados en su
mayoría por un sentimiento de libertad y patriótico encontraban en frente miles de
reclutas españoles, mal vestidos y mal alimentados, transportados obligatoriamente.
Además, las enfermedades tropicales producían bajas de hasta el cincuenta por ciento.
La guerra, además, era negocio para especuladores.

Por otra parte, en agosto de 1870 también se acordaba la autonomía para Puerto Rico,
como fórmula experimental previa para luego negociarla con Cuba. Pero no se empezó
a aplicar hasta 1872 y se abolió en 1874, bajo Serrano, la guerra continuará porque
existía un obstruccionismo a cualquier fórmula autonómica, sólo era posible la
integración total bajo la metrópoli o la independencia. A pesar de todo, la ley que
otorgaba autonomía a Puerto Rico se convirtió en un precedente importante para futuras
negociaciones en ambas islas.

Desde que el gobierno de Ruiz Zorrilla hiciera de la abolición de la esclavitud y de las


reformas en las Antillas una cuestión de Estado, todo valía para boicotear sus proyectos.
Además había una fuerte presión norteamericana que se planteaba en la imposición de
una tarifa arancelaria especial sobre el azúcar producido con mano de obra esclava.. Los
diputados radicales plantearon como primera medida la abolición de la esclavitud en
Puerto Rico, donde sólo había poca mano de obra esclava, y postergar hasta que acabase
la guerra la solución definitiva de Cuba (80 por ciento de la fuerza de trabajo). Pero
cuanto se hiciera para Puerto Rico, sin duda abriría el camino para Cuba. Además, los
radicales de Ruiz Zorrilla y Martos planteaban reformas tan elementales que hubieran
supuesto la abolición de la esclavitud en ambas islas y la modificación del sistema de
dominio y poder de las oligarquías tanto antillanas como peninsulares. Además, las

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campañas de la Asociación Abolicionista, arreciaban, exigiendo cumplir sus promesas a


Ruiz Zorrilla. Por otra parte, la guerra daba ya un trágico saldo, el de 25.000 bajas, con
más de 74.000 soldados o quintos destinados en Cuba. El precio humano, social y
económico era demasiado elevado. Por eso, si se quería salvar el sistema democrático,
había que dar soluciones a las Antillas y a las quintas, las cuales no se podían abolir sin
antes solucionar tanto la guerra cubana como la persistente insurrección carlista.
Además al poco de abrirse las Cortes, Ruiz Zorrilla tuvo que reclutar 40.000 quintos
más para hacer frente a los carlistas. El gobierno nombró al general Hidalgo, antiguo
artillero pasado a la infantería, como jefe de las operaciones contra los carlistas en el
norte, lo que desencadenó la dimisión en bloque de los oficiales de artillería. El
gobierno los sustituyó pero se encontró enfrente a los conservadores y alfonsinos que
aprovecharon para minar el prestigio de la monarquía democrática entre ese sector
militar.

Ruiz Zorrilla comienza con urgencia las reformas en ultramar para lograr la paz y poder
así cumplir el objetivo de abolir las quintas. Tramita el proyecto de ley de
ayuntamientos para las Antillas y el de abolición de la esclavitud, ambos
complementarios y ambos con el inmediato rechazo del Centro Hispano-Ultramarino de
Madrid, desde donde se orquesta una fabulosa campaña antigubernamental. En tales
centros, que controlaban periódicos influyentes en cada provincia, se concentraban esos
indianos enriquecidos o los industriales con clientela antillana, o los harineros y
trigueros, o los vinateros, o los arroceros, o los que tenían concesiones de servicios
como el tráfico naval o el abastecimiento a las tropas... una sólida nómina de intereses
solapados con la de poseedores de plantaciones y esclavos en Cuba.

No existían precedentes para tan extraordinario grupo de presión en la vida de un


sistema democrático tan joven. Los integrantes del Centro Hispano-Ultramarino de
Valencia, que se ponían a la cabeza del movimiento antirreformista, y rechazaban por
impolíticas y antipatrióticas las reformas anunciadas. El recurso haría fortuna: rechazar
como antipatriótico cuanto se opusiera a los intereses oligárquicos. Así se lo hicieron
llegar a Ruiz Zorrilla, además se le unen los demás centros en cuyo nombre el marqués
de Manzanedo pedía al rey directamente las exigencias de los centros hispano-
ultramarinos que reciben el apoyo de los conservadores y unionistas del prestigio de
Cánovas, Caballero de Rodas, etc. En la asamblea celebrada en Madrid en diciembre
deciden utilizar todos los medios posibles para impedir la reforma e incluso hacer saber
al rey Amadeo que estaba comprometiendo la monarquía, al comprometer la integridad
territorial.

2. LA SUBLEVACIÓN CARLISTA.

Cuando se produjo el debate sobre la Internacional, Sagasta trataba de hacerse con las
riendas del liberalismo progresista en el poder, pero el tema de la Internacional lo
enfrentaba a un Ruiz Zorrilla comprometido con los principios democráticos. Sagasta

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lanzó un manifiesto del que llamaba Partido Progresista, a la par se publicaba otro
firmado por Ruiz Zorrilla y sus correligionarios con el mismo nombre y casi idénticos
contenidos. Fernández de los Ríos propuso la unidad en un solo partido progresista,
organizó una comisión de entendimiento y fusión de ambas tendencias, pero Zorrilla
estuvo firme en no reprimir la Internacional y en defender el respeto a todas las
opiniones de los ciudadanos, dos puntos en los que Sagasta se acercaba a los unionistas
partidarios de la primacía del Estado sobre los derechos de los individuos. Para Zorrilla
los derechos individuales eran ilegislables e irrenunciables. Pero había otro conflicto, el
de las Antillas. Sagasta era partidario de la «integridad nacional», opuesto a cualquier
fórmula que pudiera suponer el inicio de la pérdida de las colonias. Sin embargo, Ruiz
Zorrilla propugnaba la autonomía no sólo para Puerto Rico sino también para Cuba. Así
la división de progresistas y demócratas quedó marcada por una lucha de funestos
resultados políticos.

Sagasta se encontró, por tanto, en las Cortes frente al partido de Ruiz Zorrilla, además
de los carlistas, republicanos y conservadores alfonsinos. Se alió con los unionistas,
formó un gobierno para provocar el fin de la legislatura y convocó nuevas Cortes
confiando en ganar una cómoda mayoría. A la vista de los resultados, tampoco Sagasta
pudo gobernar, ya organizado como partido constitucional, y tuvo que disolver aquellas
Cortes convocando otras en el mismo 1872.

Los resultados fueron imprevistos, el balance era claro: ganaban los unionistas seguidos
por el Partido Constitucional de Sagasta y el Partido Radical de Ruiz Zorrilla. Es cierto
que estos dos juntos podían gobernar, pero además de estar enfrentados, había que
contar con otros diputados, federales y carlistas. No era fácil, por tanto, el equilibrio de
alianzas. El Congreso lo presidió Ríos Rosas, el incombustible unionista, y al mes,
dimitía Sagasta para dar paso a un gabinete de nuevo presidido por el general Serrano,
con una sólida nómina de liberales conservadores, los unionistas, se hicieron con las
riendas de la política. La figura del diputado fronterizo era normal por la novedad del
sistema democrático que permitía una cámara plural y porque los propios partidos
estaban en sus primeras andaduras organizativas como tales instituciones de un Estado
democrático.

Hasta tal punto llegó el temor de las fuerzas democráticas y republicanas ante la
inclinación conservadora del gabinete de Serrano, que hubo un intento de insurrección,
pero Ruiz Zorrilla se negó a abanderarla, renunció al escaño y se retiró de la vida
política de momento. Después de las elecciones, la asamblea del Partido Federal daba
poderes totales a Pi, éste se opuso a la rebelión armada y buscó la conciliación. El
pretexto era la invasión armada carlista con el pretendiente Carlos al frente. Se acababa
de controlar la insurrección filipina de Cavite, y empezaba un levantamiento carlista
cuya mayor fuerza se concentró en Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya.. A los tres días de
lucha, eran derrotados y el pretendiente volvía a salir de España, pero inexplicablemente
el general Serrano, firmaba con los carlistas el convenio de Amorebieta por el que se les
reconocía a sus jefes militares el grado que tenían en el Ejército antes de pasarse al
bando carlista y se organizaba el intercambio de prisioneros. Simultáneamente, el

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gobierno proponía suspender las garantías constitucionales, el rey Amadeo I, usando sus
competencias constitucionales, se resistió, invitó a Espartero a tomar las riendas del
gobierno, éste se negó y entonces recurrió al general Córdoba para formar un gobierno
en el que se incorporase Ruiz Zorrilla para salvar la legalidad democrática.

Zorrilla se resistió, le insistieron, hubo comisiones de las milicias ciudadanas y de los


ayuntamientos para pedirle que tomara las riendas del gobierno. Cedió y entró en
Madrid aclamado y formó gobierno en junio de 1872 con progresistas y demócratas. Sin
embargo, al no contar con mayoría en las Cortes, el gobierno suspendió las sesiones,
prerrogativa legal que no obedecieron los partidos de la oposición que boicotearon al
gobierno por temor a las medidas previstas sobre la autonomía de Puerto Rico y la
puesta en marcha de la ley Moret para la gradual extinción de la esclavitud. El gobierno
tuvo que dirigirse al país en una circular a los gobernadores prometiendo poner fin a la
violencia carlista y, en cualquier caso, proponiendo arreglar la libertad con la libertad
misma sin medidas extraordinarias, respetando la Constitución, que establecería el
jurado y organizaría el Ejército sobre una base nacional con la inmediata abolición de
las quintas y de la matrícula de mar, y prometía regenerar las provincias de Ultramar
con las reformas que se negociaran con sus habitantes. Era justo el programa al que se
negaban los diputados de la oposición en ambas cámaras, y por eso no quedaba otra
salida que la disolución de las Cortes, convocando elecciones con el fin de empezar el
nuevo legislativo en septiembre. Amadeo I y su esposa sufrieron un atentado. Como los
realizados contra Prim y Ruiz Zorrilla, dejaba el interrogante de si procedían de quienes
se oponían a las reformas antiesclavistas.

En ese mes de agosto Ruiz Zorrilla llevó a la firma del rey el cumplimiento de la ley
Moret antiesclavista y designó al general Moriones al frente de las tropas del Norte,
mientras que se levantaban partidas carlistas en Cataluña. Factor de inestabilidad
importante, porque hicieron incursiones por las comarcas industriales y tanto patronos
como obreros les hicieron frente en milicias ciudadanas, puesto que la táctica carlista
era de sabotaje a las industrias y de saqueo. Por otra parte, un sector de conservadores
propuso el retraimiento en las elecciones. El gobierno publicó una circular electoral
sobre las reformas que se proponía realizar, destacando de nuevo la abolición total de la
esclavitud y la autonomía para las Antillas, así como la supresión del sistema de quintas
y de matrícula de mar, junto con el establecimiento del sistema de jurado popular
previsto en la Constitución.

Los resultados fueron apabullantes a favor de los radicales de Ruiz Zorrilla, aunque
hubo una alta abstención, además del retraimiento y boicot carlista y de sectores
conservadores que no obedecieron a sus jefes nacionales. No obstante, los radicales
pronto aparecieron divididos entre un ala derecha y un ala de la izquierda de los
demócratas. Se abrían las nuevas Cortes y el rey Amadeo I se comprometía a cumplir
todas las promesas antes citadas del gobierno, y además deploraba no poder restablecer
relaciones con la Santa Sede.

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3. LA CRISIS DEL RÉGIMEN Y LA ABDICACIÓN DE AMADEO I.

A esto se añadían situaciones de confusión como la insurrección republicana de La


Coruña. Costó grandes esfuerzos mantener la unión, porque Pi y Margall, Castelar y
Roque Barcia condenaron las actitudes insurgentes, pero de nuevo la recluta de quintos
fue la espoleta para recurrir a las armas y formar partidas. A los republicanos se les
aplicaba la Ley de Orden Público y más de mil fueron condenados en consejo de guerra,
aunque los dirigentes nacionales anteriores pidieron el indulto. Los republicanos ya
estaban escindidos en dos grupos, los intransigentes habían dimitido en noviembre del
directorio y habían montado un consejo provisional y exigían la revolución social,
organizando comités secretos dentro del propio partido contra la dirección de Pi que se
oponía a la insurrección armada. Los intransigentes trazaron un programa de
insurrección: abolición de quintas, creación de un ejército de voluntarios, cese de
empleados, revisión de contratos de ferrocarril, nacionalización de bancos, regulación
de precios, democracia directa, justicia libre y reforma agraria.

También en diciembre de 1872 intentaban una nueva insurrección sincronizada en


núcleos obreros y ciudades que fracasó, pero que añadió más malestar. Porque, mientras
tanto, los carlistas, que, gracias al general Serrano, contaban con el estatuto de potencia
militar casi estatal, se reunían para lograr fondos, recaudaban en las zonas que
controlaban y elevaban a Dorregaray a la jefatura militar. No lograban extender su área
de influencia, aunque hizo su aparición la trágicamente famosa partida del cura Santa
Cruz que logró reclutar mozos hasta levantar la guerra en las comarcas vascas, y le dio a
la guerra el carácter de bandolerismo cruel, fusilando liberales y provocando la
emulación de otros curas. El impaciente aspirante Carlos emitía miles de cartas y
órdenes expresando sus esperanzas, recogía armamento pero sin lograr dar eficacia a sus
filas. Pero el general Primo de Rivera no lograba derrotar las partidas carlistas porque
estaba más pendiente de la política de Madrid que de los carlistas.

Las guerrillas carlistas constituían un factor permanente de acoso a la monarquía


democrática que entorpecía las previsiones del gobierno. Pero el problema más serio y
peligroso estaba en la Liga Nacional constituida contra las reformas en las Antillas, que
cercó al gobierno desde distintos frentes. La escalada contra Ruiz Zorrilla se graduó. El
partido de Sagasta se retiró de las Cortes por considerar que se estaba poniendo en
peligro la integridad nacional. Se anunciaba la abolición inmediata de la esclavitud en
Puerto Rico, y el Casino Español de La Habana y todos los esclavistas se dirigían al rey
en contra de las reformas exigiendo directamente a Amadeo I que no se presentasen en
las Cortes los proyectos. También se oponían a los proyectos de democracia municipal,
porque la Ley de Ayuntamientos hubiera supuesto en las islas el sufragio universal
masculino por primera vez. El objetivo era el mismo en la metrópoli y las colonias:
detener al gobierno.

Cuando llega a las Cortes el proyecto de ley abolicionista, se reúne la diputación de la


nobleza española y se pronuncia en contra. Pero gracias a la ley Moret, al fin se
liberaron 30.000 esclavos. Los primeros días de 1873 fueron de agitación constante de

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estos círculos, que se organizaban en Liga Nacional por todas las ciudades para frenar
las reformas. En la Liga estaban los alfonsinos dirigiendo los movimientos
abiertamente, aglutinan a las más influyentes propietarios agrarios, comerciantes e
industriales, además reclutan y pagan voluntarios para Cuba e inundan las Cortes de
escritos.

Pero el gobierno no cedía. Y se reanudaban las sesiones de las Cortes con medidas
como la secularización de los cementerios, la reforma de impuestos sobre títulos y
cruces de la aristocracia y sobre todo el proyecto de abolición de quintas y matrícula de
mar y los presupuestos. Siguen los proyectos con las previstas cesiones de atribuciones
a los municipios de Puerto Rico, la separación del mando civil y militar y la abolición
de la esclavitud. La Liga Nacional arrecia en sus movimientos.

No había respiro en el gobierno, cuando resucita de nuevo el conflicto de los artilleros.


Los cargos dados al general Hidalgo soliviantaron los ánimos de aquellos oficiales
antiguos compañeros de artillería que no querían ser mandados por él. Córdoba buscó el
acuerdo, relevó a Hidalgo y dimitió él mismo, pero no se aceptó el sacrificio de
Córdoba; entonces los artilleros pidieron su licencia y el gobierno se la dio, lo que era
de hecho la disolución del cuerpo. El rey lo respaldó lógicamente y el gobierno
reorganizó la artillería con otros suboficiales y ascendiendo a los sargentos. Los
radicales de Ruiz Zorrilla prevén el debate parlamentario de la abolición de la esclavitud
en Puerto Rico, cuentan además con el apoyo de los federales. Sin embargo, el rey ya no
encontró más fuerzas personalmente para hacer frente a tanta presión.

El rey vive en una auténtica pesadilla, su mujer se quiere ir. Comunica a Zorrilla, el jefe
del gobierno, su decisión pero no logra convencerle de que rechace la idea. Siempre
había tenido en contra a la casi totalidad de la aristocracia, borbónica, también había
visto normal tener en frente a los carlistas y a los republicanos federales, además ahora
se le levantaban los sectores autocalificados como patrióticos.

Rivero reunió ambas cámaras constituyéndolas en convención, que contravenía a la


Constitución. No había unidad en el gabinete, la abdicación desencadenaba una
tormenta y la Liga Nacional había logrado sus objetivos, paralizar las reformas en las
Antillas. Los ataques contra Ruiz Zorrilla se cobraban la caída de la propia monarquía
democrática. Al publicarse la noticia de la abdicación, el público rodeó el palacio de las
Cortes y se proclamó la República por primera vez en España. Era el 11 de febrero, el
día 12 salía la familia de Amadeo hacia Portugal.

LA I REPUBLICA

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Se proclamó por amplia mayoría y se eligió un ejecutivo con Figueras de presidente,


Castelar en Estado, Pi en Gobernación, Nicolás Salmerón en Gracia y Justicia,
Echegaray en Hacienda, Córdoba en Guerra, Beranger en Marina, Becerra en Fomento
y Francisco Salmerón en Ultramar. Figueras pidió confianza para la República, y para
asegurar la libertad, el orden y la integridad del territorio español. Martos logró la
presidencia de la Asamblea. La mayoría de la cámara pertenecía a los progresistas
radicales, quienes con demócratas y federales optaron por una solución republicana ante
el vacío de poder y antes que volver a la fórmula constitucional de la regencia, preferida
por los unionistas. A tal coalición respondía ese primer gobierno, pero el grupo de los
republicanos federales estaba sin un liderazgo oficial, porque el consejo de los
intransigentes no se había disuelto. Pi y Margall, Castelar, Salmerón y Figueras creían
que la legalidad debía afirmarse, sin violencia. Todos habían votado una República sin
definir hasta elegir una asamblea constituyente. Incluso dentro del Partido Republicano
Federal, no había un solo proyecto.

Para amplios sectores campesinos la República significaba el reparto de la propiedad, o


al menos replantearse la estructura de la riqueza agrícola; para un amplio abanico de
clases populares suponía el derecho al trabajo y menores cargas contributivas; para otros
grupos más reducidos, como los internacionalistas, o los intelectuales del federalismo,
era la ocasión para implantar las utopías sociales por las que luchaban. Catalizó, por
tanto, expectativas tan diversas y tan anheladas durante décadas que la impaciencia
provocó la desunión entre sus defensores. Sin embargo, sus enemigos, las clases
propietarias bien articuladas en tomo a los partidos liberales de moderados y
progresistas, no dejó de conspirar para destruir todo el programa político, social y
económico de la República. Lo lograron en dos fases y una vez más fue el Ejército su
brazo ejecutor; primero con Pavía disolviendo las Cortes y dando el poder de nuevo al
infatigable Serrano, y luego con Martínez Campos para ya entregar las riendas
definitivamente a Canovas, restaurador de la monarquía conservadora de Alfonso XII.

Y siempre, tras esas conspiraciones se encontró el fuerte grupo de hacendados


esclavistas que no cesó de entorpecer el desarrollo de los gobiernos republicanos, dando
dinero al pretendiente carlista para armamento y soldados. Además, tanto Serrano como
Cánovas estaban políticamente unidos a ese grupo de presión. El negrero Zulueta fue la
figura prominente de la vida política del momento con los antes citados, y movió con el
marqués de Manzanedo, los hilos de la gran aristocracia y de las clases propietarias.

La República llegaba en medio de una desconfianza internacional. De hecho, sólo en el


otoño de 1874, cuando la República entraba en unos derroteros de orden empezó a
recibir el reconocimiento internacional.

1. LA PRESIDENCIA DE FIGUERAS.

El primer gobierno fue de coalición de radicales con republicanos y fueron los líderes
más prestigiosos los que asumieron las principales tareas, era un gabinete de alta talla

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política y sólida experiencia, sin embargo pronto los acontecimientos desbordaron sus
planteamientos.

La respuesta a la abdicación de Amadeo I era previsible en ciertos sectores sociales y


políticos, y apareció de nuevo el recurso de constituirse las provincias en juntas
revolucionarias, destituyendo a los ayuntamientos donde no gobernaban los
republicanos y lanzándose ciertos sectores sociales a la ocupación de las tierras, la
abolición de quintas o de impuestos... sucesos que dieron motivo para que la prensa
monárquica propagase la sensación de que «república» era sinónimo de caos. A los diez
días de proclamarse la República, en la plaza de Sant Jaume de Barcelona los
ciudadanos se manifestaban para pedir el Estado catalán. Las diputaciones catalanas
acordaron constituirse en Estado federal, quitaron a los militares el mando y los
convirtieron en un ejército de voluntarios.

Con eso se las tenía que ver Pi y Margall, partidario de las reformas sociales y coherente
defensor del federalismo de los pueblos españoles. Era el nuevo ministro de la
Gobernación y había que canalizar, por tanto, esas aspiraciones plurales, incluso
opuestas, todas con el común denominador de la impaciencia. Además, se echaron los
del Partido Federal a la caza de puestos públicos, discriminando a los radicales, con
cuyos votos precisamente se había proclamado la República, o despreciando a los
nuevos republicanos, tan necesarios para consolidar el nuevo régimen. Se destrozaba la
ampliación de las bases sociológicas del sistema republicano. Eso pasó con los
nombramientos en el Ejército, los federales del gobierno tenían que cuadrar el mando
militar con los escasos generales adeptos, la Asamblea parlamentaria se declaró en
sesión permanente, abolió las quintas como medida para contentar la impaciencia
popular y asumió el poder el presidente de la Asamblea, Martos, quien no fue capaz de
formar un gabinete. Así Figueras volvió a formar gobierno con mayoría republicana. Se
nombraron de inmediato 38 gobernadores civiles para reemplazar a los radicales, pero el
gobierno necesitaba la Asamblea, que era de mayoría radical, para hacer una República
estable.

Pi, al frente de Gobernación, ordenó de inmediato la disolución de las juntas


revolucionarias formadas y la reposición de los ayuntamientos cesados, lo que ya
provocó la primera desilusión, que fue capitalizada por los federales intransigentes. Así,
aunque, se lograba la tan ansiada abolición de las quintas, los intransigentes animaban a
sublevarse a los que no se licenciaran de inmediato. Pi estableció la milicia republicana,
restableciendo los cuerpos de Voluntarios. Serían el contrapeso al Ejército, porque era
una milicia de partido, y fue la que salvó al gobierno de la intentona golpista de
Serrano y otros. La abolición de las quintas se pensaba suplir con la afluencia de
voluntarios contra la reacción carlista y antirrepublicana, pero faltaron fondos para
armar a los Voluntarios de la República, y ni siquiera bastó la venta de las minas de
Riotinto, además de que al ser mayor la paga a los voluntarios que al Ejército, se creaba
descontento entre la tropa permanente. De este modo se formaron dos fuerzas armadas,
la una de jornaleros y parados, Voluntarios de la República, en compañías cuya
oficialidad era electa por ellos mismos, y otra esa tropa permanente, sometida a una

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jerarquía de militares en su mayoría partidarios de la monarquía y del candidato Alfonso


de Borbón.

Tal situación ya amagó en los sucesos de Cataluña, sometida a la presión de las partidas
carlistas, y donde se solaparon además la influencia internacionalista obrera, las
aspiraciones federales con claro contenido catalanista y las disputas entre federales
intransigentes y el gobierno de la República. Así, la diputación de Barcelona, al haber
proclamado el Estado catalán, se erigió en máxima autoridad militar pero de momento
se encauzaron las exigencias federales catalanas y de las Baleares dentro de las
previsiones gubernamentales.

Cabe subrayar la definitiva participación de los trabajadores en estos acontecimientos,


organizados como tales. Veían en la República federal, la «encarnación de su ideal
político y social», este protagonismo era nuevo en la vida política y los federales lo
trataban de encauzar doctrinalmente no como lucha de clases al modo internacionalista,
sino con la propuesta utópica porque pensaban que se podía alcanzar, organizando el
poder desde abajo, la fraternidad ciudadana de personas y pueblos. Sin embargo,
mientras amplios sectores populares desplegaban y apoyaban semejante programa, los
carlistas hicieron de su guerra una cruzada nacional, y el catolicismo una bandera contra
una República atea y anticlerical.

El gobierno tomó medidas rápidas para hacer efectivo su programa. Ante todo,
proclamar la legalidad y vigencia de la Constitución de 1869, salvo en los artículos
concernientes a la monarquía, hasta que se promulgase una Constitución republicana, y
como tareas urgentes, la abolición definitiva de la esclavitud, la organización de los
Voluntarios de la República como fuerza militar ciudadana, sin por eso disolver el
Ejército y además la abolición de los títulos aristocráticos, para establecer la igualdad
ciudadana y como paso previo a la reforma agraria y al replanteamiento de la forma en
que se resolvieron los pleitos sobre las tierras señoriales. Medidas cautas, que no
bastaban para tantas expectativas como extensos sectores esperaban. Así, los
Voluntarios de la República se convirtieron en plataformas armadas para exigir
reformas sociales, apremiantes para amplios sectores de unas clases populares al borde
de la subsistencia. En estas cuestiones se produjo la convergencia de federales e
internacionalistas..

Por otra parte, el conflicto campesino se extendía y se intensificaba. Se ocupaban las


tierras de los terratenientes o las comunales para repartírselas. Por otra parte, en Puerto
Rico al fin se abolía por ley la esclavitud. También se aprobaba al fin la supresión de la
matrícula de mar, o sistema de reclutamiento entre la población marinera, que la tenía
injustamente cautiva en su edad productiva, al servicio de la Armada estatal.

El pánico entre las clases propietarias les hacia exiliar capitales y exiliarse ellos mismos
a Biarritz, a conspirar para derribar la República. Pero antes lo intentaron desde dentro,
las conspiraciones se aceleraron y el general Serrano de acuerdo con el alcalde radical
de Madrid prepararon la convocatoria de la Asamblea para quitar el gobierno a los

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federales y entregarlo al mismo Serrano. Sin embargo, el gobierno, con las milicias de
voluntarios a sus órdenes, tuvo preparado un dispositivo que desbaratase tales planes sin
derramar una gota de sangre. Al día siguiente se disolvió la Asamblea por decreto, y
quedó todo el poder en manos del ejecutivo. Pi y Margall pudo haber proclamado la
República federal pero siempre cumplió la legalidad y decidió que había que esperar a
la Asamblea Constituyente. La alianza con los radicales se había roto y algunos de sus
líderes se fueron al destierro voluntariamente. La situación internacional no era
favorable a la República.

Se celebraron las elecciones con una limpieza ejemplar aunque con una extraordinaria
abstención. El ministro Pi y Margall pudo contener las impaciencias federales de
momento, manteniendo los ayuntamientos hasta las elecciones y enviando circulares a
los gobernadores exigiendo neutralidad total para garantizar la libertad en la campaña y
ordenando a los jueces que se asegurasen contra posibles irregularidades. Fueron unas
elecciones limpias en medio de una intensa campaña de las fuerzas conservadoras que
proclamaron el retraimiento y la abstención. Unido a la situación de guerra abierta del
bando carlista, resultaba previsible la abstención rebasara el 60 por ciento. La prensa
conservadora exageraba el desorden, mientras que los carlistas reactivaron sus partidas.
Los resultados fueron rotundos a favor de los federales pero quedaron sombras y apatía
en estas primeras elecciones republicanas., los intransigentes quedaron como minoría lo
que agudizo su impaciencia y sus ataques al gobierno desde la prensa.

2. LA PRESIDENCIA DE PI Y MARGALL.

El 1 de junio se abrió la Asamblea Constituyente y de inmediato surgieron las


divisiones, Castelar y Salmerón encabezaron un federalismo sin contenidos sociales,
mientras que el ala izquierda, con Barcia y Contreras al frente, se decantaba por lo que
entonces se calificaba como «revolución social», quedándose en el centro un amplio
grupo de diputados fluctuantes entre ambas tendencias que fueron el apoyo a los
gobiernos de Pi y Margall. La Asamblea había votado a los ministros uno por uno, y
cuando a los ocho días Pi solicitó permiso para cambiarlos sin consentimiento de
aquélla, ya se advirtieron las divisiones en una cámara

Se votó por unanimidad la República federal como forma de gobierno pero la


unanimidad no iba más allá. A Pi y Margall le temían los moderados de Castelar y
Salmerón por sus ideas sociales, mientras que los intransigentes federalistas, en algunos
casos aliados con los internacionalistas, lo hacían el blanco de sus críticas de modo
constante. Pi y Margall nombraba a los 49 gobernadores civiles de los cuales 32 eran
catalanes, pero no catalanistas. Las ciudades andaluzas estaban controladas por los
intransigentes. La capital se convirtió en un hervidero de rumores golpistas. Al fin llegó
la Asamblea Constituyente en la que Pi y Margall pidió a la cámara elaborar con rapidez
la Constitución y anunciaba una serie de reformas inmediatas: el reparto de la propiedad
agraria, los jurados mixtos de obreros y fabricantes en el ámbito laboral, el control del

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trabajo de los niños, la efectiva implantación de la enseñanza pública, gratuita y


obligatoria, la separación de la Iglesia y Estado y la abolición, al fin, de la esclavitud en
Cuba, implantando todas las libertades en aquellas provincias. Además, pedía unión
entre todos los federales para salvar la República, prometía la ley pendiente de
suspensión de garantías constitucionales y garantizaba que se revisarían las hojas del
servicio militar para establecer un sistema de ascenso profesional.

Recogía en su programa viejas aspiraciones y reformas que aunque tuviesen ciertos


ribetes radicales en 1873 sonaban a socialismo revolucionario. Pero la principal reforma
estaba obviamente en el propio texto previsto como Constitución, fue presentado a las
Cortes Constituyentes, y, aunque no llegara a promulgarse, para «asegurar la libertad,
cumplir la justicia y realizar el fin humano a que está llamada en la civilización», son
metas que marcan el rumbo de esa colectividad que sin ambigüedades se define
rotundamente como «Nación Española».

Hay una novedad radical, el título preliminar que es el soporte del resto de los títulos
constitucionales: «Toda persona encuentra asegurados en la República, sin que ningún
poder tenga facultades para cohibirlos, ni ley ninguna autoridad para mermarlos, todos
los derechos naturales». Ya continuación se hacía una declaración de derechos
humanos, derechos a la vida, a la seguridad y la dignidad humana, y al libre ejercicio de
todos los derechos individuales subrayando de modo especial la igualdad ante la ley, sin
olvidar las libertades de industria, comercio y crédito, a partir de tales principios, el
constituyente procedía ya a organizar el código fundamental en 17 títulos con 117
artículos.

Totalmente nuevo era el título primero dedicado a la «Nación Española». Constaba sólo
de dos artículos, en el primero se definía España como una nación compuesta por
Estados. El título II versaba sobre los españoles y sus derechos, se determinaba la
obligación de defender a la patria con las armas. También se separaba expresamente la
Iglesia del Estado y se prohibía a «la Nación o Estado federal, a los Estados regionales y
a los Municipios subvencionar directa o indirectamente ningún culto».

Los títulos III al XIV se destinaban a la regulación de tanto de la separación de poderes,


como de las relaciones entre los nuevos niveles de soberanía compartida entre el
municipio, el Estado regional y el Estado federal o Nación. Se trataba de una
organización constitucional plenamente moderna, modernizadora y radicalmente
democrática. El texto muy escrupuloso en el respeto a la igualdad ciudadana, se
estipulaba de modo rotundo la independencia del poder judicial.

3. EL LEVANTAMIENTO CANTONAL.

Aunque el texto constitucional se redactó con rapidez para evitar nuevas insurrecciones
federales, los acontecimientos se precipitaron. Pi y Margall formó un gobierno con los
correligionarios más moderados para poder arreglar la deuda y acometer las reformas

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sin levantar recelos. Pero todo parecía insuficiente a los intransigentes, mientras que los
carlistas arreciaban en sus acciones militares y se hacían públicas las conspiraciones de
los alfonsinos, quienes reavivaron la influencia de Serrano entre los militares. Por eso,
Pi y Margall consideró necesario pedir poderes extraordinarios para controlarlos. Sin
embargo, los sucesos desbordaron al gobierno precisamente desde las posiciones
federales intransigentes y desde los núcleos internacionalistas. La última semana de
junio fue tensa en Cataluña, con un ejército incapaz de acabar con los carlistas y un
enfrentamiento en Barcelona entre federales e internacionalistas, por un lado, y por otro
la milicia ciudadana controlada por las instituciones. Sin embargo, las mayores
tensiones se produjeron desde finales de junio a mediados de julio en comarcas
andaluzas, murcianas y valencianas. Los motines sociales pidiendo tierras y la reformas
sociales empezaron en Andalucía, se organizó un Comité de seguridad pública y
proclamaron el cantón, redujeron la jornada laboral a 8 horas y los alquileres en un 50
por ciento, confiscaron los bienes de la Iglesia y las tierras sin cultivar para repartidas
entre jornaleros. Sin embargo, el gobernador La Rosa, nombrado por Pi, restableció el
orden y pudo evitar que el ejemplo se propagase.

Los carlistas amenazaban las ciudades de Irún y Bilbao, y chantajeaban a la Compañía


Ferroviaria del Norte. Además ejecutaban en masa a los carabineros del Estado. Sin
olvidar apoyos significativos internacionales. En tal situación se discute en la Asamblea
Constituyente la suspensión de las garantías constitucionales, se rechaza que sólo sea en
las provincias vascas. La notoria falta de coordinación entre los republicanos facilitó a
los carlistas algunos éxitos militares que la prensa conservadora jaleó. El 15 de julio ya
estaba media España levantada cantonalmente.

El manifiesto del madrileño Comité de Salvación Pública, presidido por Roque Barcia,
pidió que se formaran comités análogos en provincias. Ese comité había programado el
levantamiento general de los federales, sin esperar a la Constitución. El gobierno de Pi
estaba entre tanto preocupado por los sucesos desencadenados en la industrial Alcoy, a
partir de la huelga iniciada en la papelera, ocasión que los internacionalistas
aprovecharon para proclamar la huelga general, adueñarse del ayuntamiento y
constituirse en comuna colectivista. Arrasaron fábricas y casas, mataron a los agentes
de la Guardia Civil, y también al alcalde republicano. Excesos de los que toda la prensa
dio cumplida información, como también informaron de los sucesos similares ocurridos
en Toro. Pi y Margall ordenó al general Velarde que restableciera el orden, pero fueron
necesarios más de 6.000 soldados para derrotar a los obreros que se habían hecho
fuertes en la ciudad de Alcoy. También el general Ripoll tenía órdenes de Pi de
controlar Andalucía desde Córdoba, nudo ferroviario.

Una vez más los sucesos desbordaron al gobierno. En un mitin celebrado el 11 de julio
en Cartagena, agentes del comité de Madrid, aprovechan el malestar por los marinos sin
licenciar todavía cuando estaba abolida la matrícula de mar. Por las circunstancias de la
plaza, con base naval y un cinturón de fuertes que la hacían inexpugnable, los
intransigentes decidieron hacer de esta ciudad el centro de la revolución federal
cantonal. El general Contreras desde Madrid; se hizo con el mando. Pi aceleró la

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redacción de la Constitución pensando que eso contentaría a los intransigentes, pero la


dinámica de la insurrección era imparable. Al día siguiente de presentarse el texto
constitucional, Pi y Margall dimitió porque no quería el uso de la fuerza para levantar la
España federal. Trató de formar gobierno con todas las tendencias pero se le opusieron
los republicanos moderados, ahora más temerosos al programa social federal por lo
ocurrido en Alcoy sobre todo. La Asamblea Constituyente votó entonces para presidir el
gobierno de la República a Salmerón,. Roque Barcia, desde el comité de Madrid,
reactivó la sublevación cantonal contra el nuevo gobierno de Salmerón, y a los pocos
días había un rosario de cantones desde Castellón hasta Cádiz, en Sevilla, Valencia,
Almansa, Torrevieja, Castellón, Granada, Ávila, Salamanca, Jaén, Andújar, Tarifa y
Algeciras. En definitiva, había terminado la fórmula conciliadora del convencimiento de
Pi y Margall.

El levantamiento cantonal no se puede reducir ni a la simple maquinación de una


minoría exaltada, ni mucho menos a propósitos separatistas. Así, es muy revelador que
desde Cartagena se gobernase para toda España, porque se proclamaban el verdadero
gobierno de la federación española, con base en el pueblo, frente al gobierno de Madrid
que había traicionado las reformas previstas. Formaron, por tanto, un directorio
provisional de la federación española, para constituirse en gobierno provisional de la
Federación Española, con Contreras como presidente, luego sustituido por Roque
Barcia.

Proclaman las reformas de urgente realización, la redención de las rentas forales en


Galicia y Asturias, la supresión de una serie de rentas feudales vigentes en las
poblaciones más dispares de España. Además replanteaban el modo en que se abolieron
los señoríos en contra de las aspiraciones campesinas. Y a continuación enumeraban,
con detalle, cuantos privilegios feudales seguían vigentes para declararlos abolidos.
Todo ello para concluir aboliendo el registro de la propiedad, sustituyéndolo por uno
municipal gratuito, con la consiguiente supresión de lo que calificaban como «absurdo
derecho de hipoteca». Además declaraban que todo español tenía derecho a pedir los
títulos necesarios para averiguar el valor o precio de las tierras vendidas por reyes o
señores feudales. Había una auténtica preocupación por resarcir tantas expectativas
frustradas desde que las Cortes de Cádiz empezaron a reorganizar la riqueza nacional, y
esto ocurría sobre todo en tomo a la propiedad de la tierra, el mayor conflicto de todo el
siglo XIX, los cantonales declaraban que las fincas sin cultivar por sus dueños durante
cinco años pasarían a propiedad del municipio, y con éstas y con las comunales el
Estado haría lotes para darlas a los colonos y acabar con la servidumbre Pero no era sólo
un problema de reparto, también se abolían los gravámenes perpetuos, y se establecía la
redención de cualquier censo.

En las reformas económicas, los cantonales reorganizaban los ministerios en función de


las competencias previstas para los municipios y cantones, pero las novedades eran
reveladoras del espíritu que los animaba. Se establecían los sueldos públicos, se
suprimían los coches concedidos a los funcionarios y sobre todo se abolían los gastos
imprevistos y gastos secretos en los presupuestos de la República federal española. Más

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decisiva era la medida de establecer una contribución sobre el capital, como también la
creación de bancos agrícolas, industriales y mercantiles para favorecer el «desarrollo de
la riqueza desamortizada, de matar la usura y crear familias laboriosas y honradas»,
siempre a un bajo interés en estos bancos. Todo un programa que expresaba la
mentalidad y proyectos sociales que estaban tras del cantonalismo, del carácter
profundamente reformista y modernizador en el empeño de suprimir todos los vestigios
del antiguo régimen feudal para organizar una sociedad de ciudadanos trabajadores que
viviesen de su trabajo, con medios de vida propios para preservar su independencia..

Lo mismo ocurría en Granada, o en Sevilla, en Valencia y Cádiz. El análisis de los


decretos de los distintos cantones refleja las motivaciones de tan extraordinaria rebelión
colectiva, así como las largas frustraciones acumuladas tras las sucesivas promesas de
los gobiernos liberales. Además, los cantonales reconocieron el derecho al trabajo y en
algunos establecieron la jornada de 8 horas. Cuando decidían gravar a los ricos, más que
por influencias internacionalistas, era por impulso de una ética universal, tales medidas
y el alzamiento contra un gobierno legalmente constituido, responsable ante el
Parlamento, no fueron precisamente fórmulas idóneas para consolidar la primera
experiencia democrática republicana en España.

Por lo demás, los tres focos donde con mayor fuerza actuó el cantonalismo el verano de
1873 estuvieron en el País Valenciano, en Andalucía y en Murcia, sin olvidar ciudades
castellanas importantes como Salamanca o Toledo. En Cataluña el carlismo dificultó los
movimientos de los federales, y éstos además ya habían experimentado la división
interna cuando los internacionalistas los arrastraron a la insurrección, mientras otros
sindicalistas lograban con los empresarios la reducción a once horas de jornada y un
aumento salarial del 7.5 %, a cambio de defender al unísono los intereses
proteccionistas del sector industrial. Por eso, cuando las partidas carlistas quemaron el
ateneo obrero de Igualada, los trabajadores apoyaron al Gobierno de la República y no
siguieron a los federales intransigentes. Tenían muy cerca el enemigo absolutista y
clerical. Sin embargo, en Alcoy, núcleo igualmente industrial, fueron los obreros los
protagonistas del cantón. También tuvieron un papel destacado los internacionalistas en
las poblaciones de Jerez. La Igualdad, periódico federal cercano a Pi y Margall, llegaba
a culpar del desencanto y del fracaso federal a los internacionalistas. No era así, los
internacionalistas tuvieron peso en contados cantones, pero lo cierto es que sus
proclamas reactivaron y reagruparon a los conservadores, retraídos oficialmente, aunque
conspirando siempre.

4. LAS PRESIDENCIAS DE SALMERÓN Y CASTELAR.

Los federales seguidores de Castelar y de Salmerón temían que los intransigentes


llevarían al caos internacionalista, y que esto facilitaría el triunfo de la reacción carlista.
Por eso se declararon unitarios frente a los federales de Pi y Margall. Eran mayoría en la
Asamblea Constituyente, derrotaban a Pi, encargando a Salmerón formar gobierno,

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quien contó con personas sin veleidades federales. Salmerón organizó tres expediciones
militares para someter a los federales cantonalista. Para satisfacer al estamento militar
reorganizó el cuerpo de artillería reponiendo a los cesados, disolvió los regimientos que
habían confraternizado con los cantonales, declaró piratas a los buques sublevados en
Cartagena e invitó a las escuadras inglesa y alemana a intervenir. Autorizaban a
procesar a los diputados insurgentes, tildados de separatistas y además abrió la
persecución contra la Internacional. El impacto de la entrada de Pavía, fue enorme en
Andalucía y creó temor en el resto de los cantones. Por eso fue más fácil su marcha de
control y disolución de los cantones de Cádiz, Algeciras, San Roque, Granada y
Málaga... También Valencia resistió durante cinco días a las tropas de Martínez Campos
sin embargo, Cartagena supo resistir al cerco y su defensa duró hasta enero de 1874. El
final fue de dura represión, entre tanto, Salmerón decretó la militarización de los
Voluntarios de la República; los sometió a la autoridad militar y nombró a generales
alfonsinos para derrotar a los carlistas. Los alfonsinos, por su parte, al verse
imprescindibles desde sus responsabilidades militares, conspiraron abiertamente. La ex
reina Isabel II había nombrado como jefe oficial de los alfonsinos, y todo el mundo
conocía las reuniones celebradas con los militares.

El principal problema para la República desde agosto de 1873 estuvo no sólo en el


recrudecimiento de la guerra carlista, sino en haber perdido el control de las bases
federales y haber tenido que recurrir a la jerarquía militar alfonsina para derrotar a unos
y otros. El ejército carlista llegó a contar desde ahora con casi 70.000 hombres
distribuidos por el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y comarcas del País
Valenciano. Se habían organizado como tropas disciplinadas, trataron de controlar el
terrorismo y se pertrecharon con cañones ingleses y fusiles franceses. Hubo combates
sangrientos, el pretendiente estableció su cuartel y su corte en Estella, tratando de
articular un embrión de estado carlista. Serrano fue sustituido por Moriones y éste logró
limpiar Aragón y derrotar a los carlistas, mientras en Cataluña seguían las tácticas de
movimientos permanentes de los carlistas .

Los acontecimientos políticos en Madrid tomaron otro rumbo imprevisto. Salmerón,


paradójicamente impasible ante las ejecuciones sumarias ordenadas por Pavía al
disolver el cantón de Sevilla, sin embargo dimitía de la presidencia del gobierno porque
la Asamblea no votaba en contra de la pena de muerte, algo que él había combatido toda
la vida. Votaron a Castelar como presidente de la República. Salmerón pasó a presidir
las Cortes que dieron plenos poderes a Castelar para acabar con la guerra carlista.
Castelar gobernaría mediante decretos, con lo que resultó investido de «una dictadura
amplia y absoluta, de la que no abusó. Inspiró confianza y hasta los conservadores
dejaron de conspirar. Castelar movilizó a los reservistas, encomendó la dirección de la
artillería al general Zavala, acentuó la persecución de los internacionalistas, y contó con
el apoyo de los conservadores y de los radicales.

En una serie de decretos, suspendió las garantías constitucionales y establecía la censura


de prensa. Buscaba el apoyo de los radicales y conservadores que decidieron volver,
entre ellos Cánovas que llegó para dar nuevo impulso a la propaganda alfonsina. Los

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radicales de Martos, que se pronunciaban a favor de la República unitaria, como


también lo hacía García Ruiz, con manifestaciones rotundamente antisocialistas o contra
cualquier reforma que sonara a internacionalismo. Repitieron los radicales su apoyo a
Castelar en un manifiesto en el que proclamaban su vuelta a la política, pretendiendo
negociar con Castelar los puestos de diputados para la convocatoria de elecciones
después del 2 de enero.

Por lo demás, al conflicto carlista se añadió el recrudecimiento de la guerra en Cuba. La


República había suscitado nuevas esperanzas en los cubanos y también duros presagios
en los esclavistas. De hecho, nada más comenzar la República, se legislaba al fin la
abolición de la esclavitud en Puerto Rico, y se declaraba vigente en la isla el primer
título de la Constitución de 1869, auténtica declaración de derechos humanos. Sin
embargo, cuando cayó la República a manos de Martínez Campos, el gobernador
recobró las anteriores facultades omnímodas y disolvió la diputación provincial. En
Cuba no había decisiones democráticas al respecto, porque el federal Soler Capdevila
presentó a la Asamblea el proyecto de extender a los cubanos libres todos los derechos
de la Constitución de 1869, sin atender a los esclavos siquiera, pero se opuso la mayoría
de la cámara, porque, según razonó la comisión de Ultramar, la distancia y sus
diferencias geográficas no permitían la igualdad con los ciudadanos españoles. A lo más
que se llegó bajo Figueras es a dejar sin efecto los embargos de los sublevados, y luego
más tarde Castelar, suprimió los poderes todavía omnímodos del capitán general.
Castelar trató de racionalizar la justicia y que la provisión de cargos de carrera judicial
en las Antillas dependiera, como en España, del Tribunal Supremo. Sin embargo, la
presión de la Liga Nacional de hacendados y propietarios seguía siendo tan fuerte como
antes, y enviaban una nueva exposición avalada por más de 12.000 firmas pidiendo el
aplazamiento de las reformas. Era su táctica permanente, el aplazamiento.

Los republicanos no tuvieron ni fuerza ni recursos para tomar decisiones más


coherentes, mientras seguían elevando el número de tropas que defendían los intereses
de esas oligarquías metropolitanas e insulares, en su mayoría financiadas por esos
propietarios y hacendados. La guerra seguía desarrollándose con ferocidad, los
«voluntarios españoles» practicaban la política de tierra quemada. Por otra parte,
aprovechando la situación interna de los gobiernos federales, los independentistas
cubanos desplegaron un contrabando activo para abastecerse de armas. Mientras tanto,
la esclavitud en Cuba seguía sin resolverse y la organización constitucional de la isla
tampoco avanzaba. El grupo de los hacendados se había hecho imprescindible para
conservar el control peninsular de las Antillas.

En el otoño de 1873, la atención estaba puesta en dos asuntos prioritarios, acabar con el
ejército carlista y establecer el mecanismo político para cuando terminara el periodo de
excepcionalidad de Castelar. Los carlistas estaban enseñoreados de Guipúzcoa y tenían
financiación que se sospechaba proceder de los esclavistas cubanos. En Cataluña, al no
tener unidad de mando, sólo fueron capaces de ocupar poblaciones por sorpresa. La
táctica de las partidas también funcionó en el Maestrazgo. Hubo un momento en que

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también resurgieron las partidas en la Mancha. En tierras del Duero también hubo un
intento que fracasó.

Conforme se avecinaba la fecha con las Cortes en pleno, las maniobras y las tensiones
contra la República se acrecentaban, mientras no cejaban las divisiones entre los
republicanos. Los alfonsinos no se recataban en lanzar la amenaza de sublevarse caso de
abolirse la esclavitud también en Cuba y de ampliar las reformas. Castelar estaba
dispuesto a aplazar tales cuestiones con tal de ganar la guerra a los carlistas y ahí es
donde no contó con sus correligionarios. Salmerón se erigió en su rival y se opuso a los
manejos electorales previstos por Castelar para repartirse los escaños con los radicales y
conservadores, y criticó que la República dependiera cada vez más de generales
claramente monárquicos alfonsinos como Martínez Campos y Jovellar, o el conservador
López Domínguez, y el radical Pavía. Salmerón se aproximó a Pi y a Figueras, mientras
que Castelar se entrevistaba con Pavía y éste sugería posponer la apertura de las Cortes
previendo que censuraría a Castelar la mayoría federal. Castelar había confesado que
estaba resuelto a fundar la República en el orden, a aumentar el Ejército, a salvar la
disciplina, pero siempre «dentro de la legalidad», sin golpismo contra las Cortes
soberanas. Sin embargo, López Domínguez, le respondía dando un aviso rotundo de que
estaba ya preparado el golpe de Estado. De hecho, de las soluciones que se barajaron,
concluyeron que no estaba madura la restauración de la monarquía con el príncipe
Alfonso, ni tampoco se podía justificar la dictadura, por eso optaron por la República
unitaria como fórmula sin definir en su legalidad.

5. DEL PRONUNCIAMIENTO DE PAVÍA AL DE MARTÍNEZ CAMPOS.

Castelar defendió ante las Cortes su uso de los plenos poderes entregados por la cámara
soberana y pidió un voto de confianza para continuar. Pretendía formar dos partidos
dentro de los republicanos, el conservador y el progresista, pero Salmerón, presidente de
la Asamblea, lideró la oposición, y la votación se hizo, derrotando a Castelar. Se
negociaba un gobierno con Eduardo Palanca al frente, un federal de centro, y decidido
partidario de la abolición de la esclavitud en Cuba. Por eso había urgencia en cerrarle el
paso porque los integrantes de la Liga Nacional negrera conocían bien sus intenciones.
Además hubiera estado detrás suyo el propio Pi y Margall. Por eso, al saberse el rumbo
de los propósitos de las Cortes, el capitán general de Madrid, Pavía, ocupaba las calles
con las tropas y él mismo entraba en las Cortes mientras se realizaba el escrutinio para
el nuevo presidente del ejecutivo. Castelar, por tanto, era todavía presidente del
gobierno, como tal destituyó a Pavía y recibió por unanimidad el voto de confianza que
antes se le había negado, pero ya era tarde: los soldados ocuparon el salón de plenos,
dispararon para amedrentar a los diputados y éstos se disolvieron.

La milicia ciudadana de Madrid estaba disuelta. Pavía había disuelto por la fuerza el
poder legal de las Cortes y trató de unir a Castelar, Cánovas y Martos en un mismo
gobierno. Ni los representantes de los partidos ni los generales se pusieron de acuerdo, y

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entonces Pavía amenazó con la dictadura puramente militar, con la ordenanza como
código constitucional. Entonces, los radicales, los conservadores y los republicanos
unitarios acordaron recurrir de nuevo al general Serrano, porque detrás del golpe
estaban tanto los esclavistas, ahora ardientemente arropados por el republicanismo
unitario, como las clases propietarias peninsulares nerviosas por las intenciones
reformistas de los federales. El gabinete formado por Serrano era un gobierno parecido
a lo que se pretendió cuando la intentona golpista del 1873.

La primera acción del gobierno fue suspender de nuevo las garantías constitucionales y
declarar vigente la Ley de Orden Público de 1870. De inmediato recibió el
reconocimiento de Alemania y de las repúblicas americanas. Se volvió a decretar la
disolución de la Internacional, el gobierno deportó a más de 5.000 destacados militantes
internacionalistas y cantonalistas que nunca volverían, descabezando por un tiempo el
activismo político de ambas tendencias. Fueron los líderes anónimos de Andalucía,
Murcia y País Valenciano los que sufrieron los rigores de la represión, porque algunos
salvaron la situación de distinto modo. Pero estos casos no mataron el republicanismo,
que se mantuvo en otros muchos personajes, como los que luego crearían la Institución
Libre de Enseñanza.

Quedaba acabar con el ejército carlista para estabilizar el nuevo régimen, o crear otra
nueva legalidad republicana. Los radicales de Martos y Echegaray empujaban en esta
segunda dirección, incluso querían arreglar el asunto de la esclavitud en Cuba, y por eso
el ministro de Ultramar avaló un plan de supresión gradual, siguiendo las directrices del
negrero Zulueta. Pero cuando ese proyecto se presentó sucedió la primera crisis
ministerial del gobierno de Serrano. Salían los radicales y quedaba todo el poder en
manos de los constitucionalistas de Sagasta. De nuevo el conflicto provocado por los
antiabolicionistas desencadenaba la crisis de un gobierno.

Por lo demás, los carlistas concentraron sus energías en asediar Bilbao, ciudad bastión
del liberalismo desde 1833, y que además podía avalar el rango estatal de la estructura
carlista y obtener más créditos internacionales para abastecer las tropas. Cartagena ya
estaba rendida y entonces Serrano tomó el mando directo de las operaciones contra los
carlistas y logró levantar el asedio. Tuvo que marcharse de inmediato a Madrid, porque
justo tuvo lugar la citada crisis ministerial, provocada por el plan de abolición gradual
de la esclavitud en Cuba. Los carlistas se repusieron y trajeron de cabeza a los sucesivos
mandos, en Cataluña, controlaron toda la provincia de Girona y operaban por las
provincias de Barcelona y Lleida.

Pero tampoco estaba exento el bando carlista de rivalidades y tensiones. Las hubo entre
las diputaciones constituidas por los carlistas en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, o con el
obispo de Urgell, o enfrentamientos entre los líderes porque los triunfos aumentaban las
aspiraciones políticas de los carlistas creyéndose ya ministros bastantes de ellos. Las
intrigas se multiplicaban en el entorno del pretendiente Carlos, quien se veía obligado a
ratificar sus sentimientos católicos y monárquicos, pero tranquilizando que no permitiría
ni el «espionaje religioso ni el despotismo», que no molestaría a los compradores de la

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desamortización, que quería una legítima representación del país en Cortes y además
tenía que proclamar que no estaba dispuesto a reimplantar el tribunal de la inquisición
porque tales métodos ya no eran propios de las sociedades modernas. Estos términos les
parecieron demasiado liberales a bastantes de sus seguidores, y fueron las diputaciones
vascas las que llevaron las riendas del conflicto, al organizarse como verdadero poder,
implantaron servicios administrativos, compraron cañones y municiones, firmaron
empréstitos y anticipos, y desplegaron una activa recluta de hombres y recursos para la
guerra.

Desde mayo de 1874 Serrano había encomendado el gobierno al general Zavala quien
formó gabinete, sin los radicales. El gobierno afirmaba que, aunque todos procedían de
un mismo sector político, querían gobernar sin banderías políticas, porque
representaban la regeneración nacional, y preveían consultar al país, para que decidiera
sobre su destino. La realidad es que Sagasta se hizo con las riendas del poder y estuvo
más atento a reprimir a los sectores situados a su izquierda política que a controlar a los
alfonsinos. Mientras suspendía los periódicos de la oposición, dejaba que los alfonsinos
promovieran abiertamente la vuelta de su candidato Alfonso, recogiendo incluso a
carlistas desengañados y a los decepcionados o amedrentados por la revolución federal,
sin olvidar la propaganda en el Ejército como soporte de fuerza para la restauración.

La guerra contra los carlistas se prolongaba con altibajos. Pero sus incursiones eran cada
vez más atrevidas, se vengaban a su paso de los liberales fusilando
indiscriminadamente. Eran expediciones de castigo y recaudación. Sin embargo el
general Jovellar controlaba el Maestrazgo en parte, y en el norte los liberales se estaban
imponiendo al ejército carlista. Por eso, las conspiraciones de los generales alfonsinos
arreciaron, cabía la posibilidad de que se estabilizara la República de Serrano y de que
se instaurase una legalidad nueva tal y como prometía Sagasta.

Tan conocidas eran las conspiraciones que el gobierno dispuso el destierro a otras
provincias de los alfonsinos más notorios, pero no impidió en nada la conspiración, que
seguía firme bajo las riendas de Cánovas. Con motivo del cumpleaños de Alfonso de
Borbón, éste publicó una carta-manifiesto en el que concluía con su definición: buen
español, buen católico y verdaderamente liberal. Usaba la forma de una carta dirigida a
los compatriotas y proponía el «restablecimiento de la monarquía constitucional».
Quedaba por precisar el tipo de Constitución con que se dotaría la monarquía. Tras el
pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, el 29 de diciembre de 1874, que
restaura la monarquía, el nuevo gobierno de Cánovas actuó sin cortapisas tratando de
contrarrestar las medidas tomadas en el Sexenio Democrático. Y una vez más aparecían
los intereses esclavistas, porque no les convenía el proyecto de Sagasta que podía
legitimar la República o hacer reaparecer el abolicionismo, o volvieran a replantear
tantas cuestiones pendientes sobre las tierras desamortizadas. Además, la creación del
Banco de España había quitado al Banco Español de La Habana el monopolio de
contratar empréstitos con el Tesoro cubano, y no era casualidad que el hombre fuerte
del banco cubano fuese el mismo hermano de Antonio Cánovas del Castillo, que recibía

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el título de conde del Castillo de Cuba y que había movilizado los recursos necesarios
para la causa alfonsina en 1874.

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TEMA 7: ALFONSO XII Y LA RESTAURACIÓN. LA


INSTAURACIÓN DE UN NUEVO SISTEMA
POLÍTICO. SU FUNCIONAMIENTO (1874-1885)

RAZONES PARA UNA RESTAURACIÓN

No se comprenden los fundamentos de la Restauración sin conocer los del periodo


anterior, el Sexenio Democrático. Los proyectos ilusionantes y fallidos, los
experimentos fracasados, el vaivén de sistemas políticos, todo ello unido a la situación
de Guerra Carlista en el Norte, el levantamiento cantonal en el Levante y Sur y la
insurrección en las colonias, a los problemas sin solucionar que traían de
administración, ejército Iglesia, el campo y las ciudades. En ese ambiente inestable se
comenzó, por parte de ciertos grupos sociales, a añorar seguridad. Se ceñía en torno a
una mentalidad conservadora que prefería el orden, el crecimiento económico y la
gobernabilidad.

Tres sectores fueron los que propulsaron, fundamentalmente, el cambio político: el


partido alfonsino, los círculos coloniales y determinados grupos militares.

El partido alfonsino se había formado para apoyar la restauración monárquica, pero con
presupuestos diferentes a los del reinado de Isabel II. Se pretendía dar paso a una nueva
generación política, lejana a las fórmulas de los anteriores moderados. Debía, el
régimen, apoyarse en una formación liberal conservadora, capaz de convivir con las
tendencias progresistas y republicanas, si aceptaban las normas del juego. Se pretendía
un sistema parlamentario basado en la alternancia de partidos. Antonio Canovas del
Castillo era el líder del partido. Quería volver a instaurar a los borbones, terminar con
las intromisiones del ejército en la vida política y un modelo de sociedad que defendiera
el orden, la seguridad y la propiedad.

El programa político alfonsino se reflejó en el Manifiesto de Sandhurst, dado el 1 de


diciembre de 1874, por el príncipe, desde la Academia Militar próxima a Londres donde
completaba su formación. Había sido redactado por Canovas con el propósito de crear
un estado de opinión favorable. Subrayaba que era una propuesta integradora, en la que
tendrían cabida todas las opciones, fueran cuales fueran sus antecedentes, siempre que
aceptaran las normas del régimen político. Buscaba el consenso para alcanzar la ansiada
estabilidad política y acabar con los pronunciamientos militares. Basado en la soberanía
compartida por el rey y las Cortes, amparado en un texto constitucional. Una opción
política inspirada en el liberalismo y el catolicismo. De acuerdo con la tradición del
pueblo español, el rey protegería la religión católica, pero sería tolerante en la cuestión
religiosa.

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Los círculos coloniales son el segundo grupo de apoyo. Los grupos de la burguesía que
tenían importantes intereses ultramarinos se inquietaron ante los proyectos
antiesclavistas y las políticas reformistas iniciadas por los gobiernos del Sexenio. Así,
Canovas, cuando asumió la jefatura del alfonsismo, se encontró con una red de círculos
ultramarinos dispuesta a apoyar la nueva opción política siempre que ésta defendiera sus
intereses en las colonias. Los miembros de ese grupo representaban a la burguesía más
asentada económicamente, que quedó desplazada de la dirección política del país tras
1868.

El tercer sector de apoyo fue el ejército. En especial, fueron decisivos los oficiales a los
cuales Serrano había dado el mando militar en la lucha contra el carlismo, a los que se
sumaron otros sectores con una posición privilegiada. Estaban, además, vinculados en
grado notable con los círculos coloniales, pudiendo identificarse los intereses de ambos
grupos en torno a varios puntos: oposición a las reformas democráticas, mantenimiento
de la esclavitud, integridad nacional, defensa del orden social.

El camino hacia la Restauración tuvo a Canovas como protagonista. No descartaba la


posibilidad de una proclamación de Alfonso XII por una representación del Ejército, e
incluso hizo planes en dicho sentido, pero prefería que la Restauración se produjera por
un procedimiento civil, por la proclamación por las Cortes. Era lógico que quisiera que
una monarquía que pretendía acabar con los pronunciamientos militares no naciera con
uno. Pero los hechos transcurrieron de forma diferente, sin que Canovas pudiera
controlarlos. Aunque pensara que el pronunciamiento militar no era la forma ideal de
iniciar el régimen, deseaba asegurarse el apoyo del ejército para su proyecto político.
Temía que los militares más reaccionarios se hicieran con el control de la situación y
que alteraran el curso de los acontecimientos o apoyaran a un grupo político diferente al
suyo. Creía que debía evitar cualquier posibilidad de que se produjera una vuelta a los
tiempos, usos y familias políticas del periodo isabelino.

Lo cierto es que, desde el momento en que, en agosto de 1873, recibió el encargo de


Isabel II de dirigir el partido alfonsino, sopesó la posibilidad de alcanzar la Restauración
a través del pronunciamiento militar. Había planteado el tema al general Manuel de la
Concha, pero esa posible colaboración se frustró al morir el general en el frente del
norte. Deseaba contar con militares fieles a la causa y por ello intensificó relaciones con
generales destacados, como Jovellar y Primo de Rivera.

A primeros de noviembre de 1874, Canovas se reunió con los principales militares


alfonsinos en casa del conde de Cheste. Su objetivo no era tanto el impedir la acción
militar como controlarla. Recavó apoyos en los ejércitos del Centro , Norte y Cataluña.
Se creía que Jovellar dirigiría las operaciones, si se producían. Faltaba que Canovas
dictase el procedimiento más adecuado, la manera y el momento. En esa espera los
acontecimientos se aceleraron, de forma ajena a Canovas. La abundancia de
organizaciones burguesas dispuestas al cambio y el papel de los dominadores de las
colonias tienen mucho que ver con ello. Pero solo podía operarse el cambio en Valencia.
Los alfonsinos valencianos supieron pronto que contaban con el apoyo del ejército, que

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Martínez Campos estaba dispuesto a tomar el mando; un capital al servicio,


proporcionado por José Campo; dos brigadas distraídas de la guerra y concentradas
cerca de la ciudad. Llegó un momento que no se podía mantener la situación sin llamar
la atención, por lo que se decidió precipitar los acontecimientos. El 26 de diciembre
partía en tren Martínez Campos con dos ayudantes, hacia Valencia. El 28 marchó sobre
Sagunto y el 29 proclamó a Alfonso de Borbón rey de España. A continuación, envió un
telegrama al gobierno informando y reclamó el apoyo de Jovellar, que decidió asumir el
mando. En Madrid, Primo de Rivera apoyó el movimiento, tomando el mando de la
capital y poniéndose a disposición de Canovas para que formara gobierno. El ejército
del Norte y las principales guarniciones de provincias también lo respaldaron.

Canovas veía como se le escapaba el control, tal como temía. El moderantismo estaba
muy cerca del movimiento. Por ello se distanció y condenó la iniciativa. Restó méritos
al papel del ejército en la restauración del rey. Así, reafirmaba su imagen contraria a los
pronunciamientos, para beneficio de su proyecto. Pero nada tenía que temer. Los
mandos pusieron bajo control de Canovas el futuro político. No divergieron en lo
fundamental: el levantamiento se produjo para restaurar la monarquía en el mismo rey.
Serrano decidió no ofrecer resistencia. Canovas quedó al frente de la tarea de formar
gobierno y dar forma al régimen.

EL PROYECTO POLÍTICO DE CANOVAS

1. principios doctrinales

A Antonio Canovas del Castillo se le ha atribuido el mérito de ser el artífice del régimen
político de la Restauración. Aunque es necesario subrayar que el proyecto no fue
exclusivamente suyo, muchas de las bases estuvieron directamente inspiradas por él.
Había nacido en Málaga en el seno de una familiar de clase media y desde el principio
tuvo una clara vocación humanística. En su primera juventud se trasladó a Madrid,
apoyado por un familiar, militar togado, que le consiguió un empleo en la Compañía del
Ferrocarril. A partir de esa plataforma fue ascendiendo por méritos propios. Se implicó
en la vida intelectual y política de la capital, y se afilió al Partido Moderado y
posteriormente a la Unión Liberal. Participó en la revolución de 1854 acaudillada por
O´Donnell. Durante el gobierno de este llegó a ser ministro de Gobernación, Ultramar y
Hacienda. Al estallar la revolución de 1868 se apartó de la vida pública, reapareciendo
años más tarde. Fue la propia Isabel II quien, ya exiliada, le llamó para que encabezara
la causa alfonsina y preparara la restauración.

Canovas era un hombre con ideas firmemente arraigadas sobre lo que debía ser España.
Estaba influido por dos de las grandes corrientes del conservadurismo europeo: el
doctrinarismo francés y las ideas del británico Edmund Burke. Su biografía política es
inseparable de su labor como periodista y escritor, como orador y conferenciante, como
historiador. Fue un brillante especialista en el periodo de los Austrias. Al hilo de estos
estudios nacieron sus ideas respecto a la grandeza y posterior decadencia de España. De

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esas investigaciones le vino también la preocupación por los problemas que acarreaba,
en la política exterior de una potencia, la falta de equilibrio entre fines y medios. Existió
en Canovas un constante intento por conjugar historia y política.

Era un político nacido del liberalismo del siglo XIX. Creía en la fuerza de la ley, en la
separación de poderes, en la garantía de los derechos individuales y en el Estado liberal.
Aunque era conservador en su forma de ver la vida, en su concepción del orden social,
en la prudencia de los métodos y en su espíritu religioso, esos rasgos estuvieron
matizados por su racionalismo, su fe en el progreso y su independencia de criterio
respecto a la Iglesia. Era, por tanto, de espíritu liberal e integrador, defensor de las
fórmulas de acuerdo y compromiso, de las negociaciones pacíficas y las posiciones
moderadas. Partidario de la continuidad histórica en cuanto a orden social y valores
tradicionales, como la familia, la religión y la propiedad. Trató de compatibilizarlo con
un cierto intervensionismo del Estado a favor de las clases necesitadas.

Su proyecto político promulgaba la construcción de un régimen liberal, estable y


conciliador, resolviendo los problemas pendientes, impulsando el crecimiento sostenido
para situar a España en el lugar que le correspondía. El régimen debía asentarse sobre
una serie de principios esenciales:

1. una monarquía constitucional y parlamentaria, con el rey como eje. Era


consustancial con España.

2. una Constitución abierta y tolerante.

3. un Parlamento representativo, en el cual tuvieran cabida las distintas fuerzas


políticas que aceptasen las reglas; son los partidos dinásticos.

4. soberanía compartida entre el rey y las Cortes.

5. un poder civil prestigioso, basado en la solidez y alternancia de los partidos.

6. el fin de los pronunciamientos militares como instrumento de cambio de


gobierno. Para ello colocó al rey como jefe supremo del ejército.

Con todo esto, los principales objetivos debían ser la consolidación del régimen y de sus
instituciones, la construcción de un Estado centralizado y bien estructurado, la
pacificación de España, el mantenimiento del orden social, la defensa de la propiedad, el
pacto consensuado, la convivencia y la concordia.

2. funcionamiento real del régimen

Cuatro aspectos destacan en el funcionamiento: la creación intencionada de dos grandes


partidos capaces de alternarse en el poder, una élite dirigente más allá de posturas
partidistas se unía mediante una red de intereses, el pacto entre las fuerzas políticas y la
utilización de la estructura caciquil para lograr, a nivel local, el resultado electoral
deseado.

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Las dos formaciones respondían al modelo de partidos de sufragio restringido,


compuestos y controlados por notables surgidos de la revolución liberal del siglo XIX,
así como por elementos de clases medias que veían una posibilidad de ascensión social.
No eran partidos de masas. Su base electoral era estable e incluía solo una pequeña parte
de la población, con un comportamiento electoral en consonancia con sus intereses
personales.

Es un periodo de élites gobernantes y élites de poder, con fuerte vínculo entre la clase
política y los grupos social y económicamente más poderosos. Es de interés el libro
“Los amigos políticos”, de José Varela Ortega. Los dirigentes de los partidos ocupaban
esa clase política, fuesen senadores, ministros, diputados, gobernadores, presidentes de
diputación, alcaldes o notables locales. Muchos eran miembros de las clases medias que
se habían implicado en la política. Tras su figura estaban otras élites con fuertes
parcelas de poder, como los presidentes de las grandes instituciones del Estado o los
directores de periódicos o los potentes del ejército y la Iglesia. Otro grupo de fuerza
decisiva lo formaban terratenientes, industriales catalanes, importadores valencianos,
ferreteros vascos, bodegueros andaluces, plantadores ultramarinos y burgueses
financieros.

La vinculación entre las decisiones de los gobernantes y la defensa de los intereses de la


oligarquía social, económica y financiera ha originado un importante debate histórico.
Tuñón de Lara habla de un “bloque de poder”; interpretaciones posteriores como la de
José Varela Ortega señalan divergencias en el comportamiento entre la clase política y
los intereses de los círculos económicos. Habla del librecambismo y el proteccionismo.
José María Jover incluye en sus posturas la importancia del contexto internacional y la
red de tratados de comercio.

Cuando se inicia la Restauración, se cree unánimemente que no existe un electorado


independiente en España y en ello se basan las élites gobernantes para conformar las
elecciones según consideraran. La sociedad civil no alcanzó el peso político que le
correspondía, pues no elegían ellos el rumbo. El gobierno, en consonancia con los
notables rurales, locales o provinciales y según considerara más conveniente eran quien
lo hacía.

El rey no nombraba jefe de gobierno al representante del partido más votado, sino que
designaba al próximo jefe de gobierno ateniéndose al consenso de las fuerzas políticas.
Ese político que recibía el encargo disolvía las cortes, convocaba elecciones y ajustaba
los resultados para gobernar sin problemas: dependía así del pacto, del respaldo de su
partido y de la estructura caciquil. Pese a la irregularidad, nunca el rey Alfonso XII ni la
regente María Cristina nombraron al jefe de gobierno arbitrariamente. Y los pactos de
los partidos respondieron al bien de la nación y no a intereses personales o partidistas.
Era una democracia ficticia pero aceptada por las principales fuerzas, siempre en pro del
progreso, y desde el prisma de unas élites determinadas.

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Una figura fundamental en el funcionamiento era el cacique local o regional, que


controlaba el comportamiento electoral en su circunscripción y aseguraba los votos
necesarios. Historiadores como Joaquín Costa, José Varela Ortega o Javier Tusell han
analizado el proceso. Comenzaba a funcionar desde arriba, pues el Ministerio de la
Gobernación o la presidencia del Gobierno era quien definían los resultados electorales.
A tal fin, el ministro de la Gobernación designaba unas casillas, correspondientes a cada
distrito, en las que colocaba los nombres de los candidatos locales que debían ser
elegidos, tanto para el gobierno como para la oposición. Era el “encasillado”, resultado
de la negociación de los partidos. Diseñados los resultados, se entraba en contacto con
los caciques locales, para que ajustaran lo más posible el resultado marcado.

La existencia de ese poder a de entenderse desde el contexto de España a fines del s.


XIX, en gran medida rural, poco preparada para la vida política, ajena a lo que ocurría
en el resto del país debido a las deficientes comunicaciones. Eran la élite local, comarcal
o provincial: terratenientes, médicos, abogados, comerciantes, funcionarios municipales,
que conocían a la gente del lugar y tenían un gran ascendiente sobre ellos, fundado en
su superioridad social, cultural y económica. Se convertían en intermediarios entre la
comunidad local y el Estado. El Estado podía prestar unos servicios comunes y ejecutar
unas obras públicas inalcanzables para las arcas locales, por lo que el Estado pedía a
cambio de ellas unos votos concretos. A cambio de esos votos, el notable local
distribuía favores, se comprometía con su comunidad a conseguir unos intereses
concretos, procuraba unos intereses colectivos, como la construcción de carreteras o
escuelas. Eso lo conseguía con el apoyo de la administración central.

Los políticos nacionales no solo debían asegurar una mayoría suficiente para el
gobierno, sino también satisfacer las apetencias de los partidos de la oposición,
permitiendo un protagonismo suficiente. A lo largo de la Restauración se fue
modificando el proceso; la evolución económica, social y cultural conllevó una mayor
participación de un cuerpo electoral cada vez más preparado e informado. Los
ciudadanos fueron tomando conciencia de su importancia en las elecciones y en este
campo destacan las grandes ciudades y los núcleos industriales, desde donde los
activistas políticos proclamaron el voto independiente. Así los partidos tuvieron que
buscar otros medios para conseguir los votos y el sistema parlamentario dejó de ser una
estructura ficticia.

3. balance

Las características de Canovas, moderado y conciliador, pero autoritario en su


concepción del régimen, llevan a concluir que creó un régimen estable y liberal, aunque
no democrático. Resolvió el problema de la gobernabilidad del país, arrastrado todo el s.
XIX, propició una Constitución abierta y de larga duración, pacificó el país tanto del
Carlismo (1876) como de la guerra colonial (1878). Por el contrario, permitió el
caciquismo y la desvirtualización electoral, dotó de excesivo poder al ejecutivo, apoyó
el régimen en unos sectores excesivamente restringidos, careció de verdadero espíritu

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reformista y de integrar las aspiraciones de las grandes masas, faltó visión en la política
internacional y colonial. Todo ello pasaría factura.

Pero también hubo importantes ventajas, pues se incorporó la nación a la normalidad de


las potencias del entorno, evolucionó como otros países europeos, se sentaron las bases
del Estado liberal, se instrumentalizó el diálogo, el consenso, entre partidos, se relegó,
temporalmente, la solución armada como única vía de resolución de problemas, resolvió
el problema de la gobernabilidad, aprobó grandes leyes que consolidaron el Estado de
derecho, reestructuró la administración y reorganizó la justicia, incorporó el sufragio
universal masculino. España creció, de forma sostenida, desde 1870, se forjó una nueva
sociedad civil y profesional, crecieron las ciudades y los servicios, la cultura se equiparó
a Europa. Todo ello en medio de problemas internos no diferentes de los que tenían los
demás países.

La conclusión es que fue una etapa de normalización y de modernización que favoreció


su incorporación al normal desarrollo de los países europeos a fines del s. XIX.

LOS GOBIERNOS CONSERVADORES

El primer periodo de la Restauración, 1875-1880, estuvo definido por el gobierno del


partido Conservador. Canovas no se mantuvo en el poder todo ese tiempo,
reconociéndose varias etapas:

1.- enero-septiembre de 1875, primer gobierno de Canovas,

2.- septiembre-diciembre de 1875, gobierno de Jovellar. Canovas quería las elecciones


respetasen el sufragio universal, pero se oponía a ello en lo personal, por lo que la
convocatoria recayó sobre otra persona, Jovellar.

3.- diciembre del 75 a marzo del 79, segundo gobierno de Canovas.

4.- marzo-diciembre de 1879, con Martínez Campos como presidente. Las razones
fueron que Canovas no quería dirigir dos veces consecutivas unas elecciones generales
y que Martínez Campos había firmado la Paz de Zanjón y parecía lógico que dirigiese el
ejecutivo que la pusiese en práctica. Pero tuvo que dimitir por no contar con el apoyo de
la mayoría conservadora.

5.- diciembre del 79, febrero del 81, tercer gobierno de Canovas.

Este primer periodo es el de formación del régimen, creando las estructuras básicas. Se
aprobó una nueva Constitución y se regularon los mecanismos del bipartidismo; se
formó el Partido Liberal-Conservador. Los grupos a la izquierda del canovismo se
manifestaron reacios a la nueva constitución defendiendo la del 69. Hasta los 80 no se
crearía un Partido Liberal unificado.

La formación del Partido Liberal-Conservador

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

El Partido Liberal-Conservador estuvo liderado, desde sus orígenes, por Antonio


Canovas del Castillo. Se forma del entendimiento de varios partidos de la era isabelina,
sobre todo del Partido Moderado y la Unión Liberal. Los antiguos moderados
manifestaron su deseo de restablecer la Constitución de 1845, situándose en el ala más
derechista de los conservadores. Frente a ellos, el número más consistente y numeroso
procedía de los unionistas y del pequeño grupo de oposición liberal-conservadora que
destacó en las Cortes Constituyentes de 1869 a 71, sobresaliendo Francisco Silvela. El
tercer sector se nutría de revolucionarios reconvertidos, como Romero Robledo.

Marcaron los objetivos en el “Manifiesto de los Notables”, difundido el 9 de enero de


1876. se expresa en él el deseo de afianzar las conquistas del espíritu moderno,
conseguir la estabilidad política, defender el orden público y social, y asegurar la
convivencia en paz de todos los españoles. Su intención era lograr incorporarse al grupo
de naciones parlamentarias y prósperas de la Europa occidental.

En los primeros meses de gobierno, Canovas tuvo que enfrentarse al sector más
conservador de su partido y resistirse a las tres demandas de los moderados: restablecer
la Constitución de 1845, prohibir todo culto no católico y la vuelta a España de Isabel
II. A cambio, hizo unas concesiones iniciales, como la abolición del matrimonio civil o
el cierre de algunos templos y escuelas protestantes. Pero estaba decidido a dar un
carácter liberal e integrador al régimen. Logró el apoyo de Manuel Alonso Martínez,
escindido del partido de Sagasta y constituido como Centro Parlamentario. Canovas
conseguía así formar un partido liberal-conservador cohesionado. Los antiguos
moderados quedaron a la derecha del régimen, muchos de ellos se integraron en el
canovismo, quedando marginados los que no lo hicieron. Aislados del poder, se
disolvieron siete años después. Mientras, se ibas definiendo a la izquierda la otra gran
formación política de la Restauración, los liberales liderados por Sagasta.

Proceso constituyente

En los primeros momentos del régimen cabe destacar que el 31 de diciembre de 1874 se
constituyó un Ministerio-Regencia presidido por Canovas. Trató de incluir en él, dentro
de su afán reconciliatorio, a representantes de distintas tendencias políticas a Martínez
Campos, protagonista del pronunciamiento militar, se le nombró capitán general de
Cataluña, pero no se le incorporó al ejecutivo. El gobierno quedará legalmente
constituido con la sanción, por Real Decreto del rey al poco de desembarcar en
Barcelona el 9 de Enero de 1875. Comenzaba un periodo constituyente para definir las
estructuras del nuevo régimen.

Primero, afianzar la figura del monarca, convirtiendo al rey en pieza clave del sistema,
en jefe supremo del ejército; después crear un marco constitucional que aunara los
principios de la Carta Legal de 1845 con las libertades recogidas en la Constitución de
1869; restaurar el orden social y político, elegir, entre los leales, representantes del
sistema en todo el país; conceder el mando del ejército a generales afectos a la causa
alfonsina; pacificar la Península y las colonias.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Se desarrolló por fases. Primero se creó una comisión para crear la constitución, basada
en una Asamblea con mayoría moderada, siendo el presidente Alonso Martínez y
repartidos sus miembros entre canovistas, moderados y constitucionales, que delegaron
a su vez en nueve personas. Lo elaboraron siguiendo las ideas políticas de Canovas
buscaba el consenso y fijaba un marco legal lo suficientemente flexible para ser
aceptada por todos.

La segunda fase fue la convocatoria de elecciones generales a Cortes Constituyentes,


que aprobaría la Constitución. La fórmula era el sufragio universal, en vigor desde
1870. Canovas no quiso implicarse en la decisión de mantenerlo, por ser contrario a sus
ideas y por poner en peligro su liderazgo en el partido. Así, dimitió y Jovellar fue
nombrado por el rey nuevo jefe de gobierno. Fueron tres meses en los que se organizó el
proceso electoral. El 31 de diciembre de 1875 se convocaban las elecciones,
especificando en la convocatoria el carácter excepcional del sistema. Tras ello Canovas
recuperó el poder para realizar las elecciones. “En aras de la mejor gobernabilidad” se
procedió a reconducir los resultados, siendo básico Romero Robledo, ministro de
Gobernación.

Se proporcionó una amplia mayoría al Partido Conservador, una minoría significativa al


partido opositor y una pequeña representación a los disidentes: 333, 40, 6. La
abstención alcanzó el 50%, y apareció la manipulación, que con el tiempo y su
costumbre se convertiría en un elemento de crítica a la monarquía.

Entre marzo y mayo se discutió el proyecto constitucional en ambas cámaras, con


especial debate del artículo 11, de cuestión religiosa. Fue aprobada, sancionada por el
rey y publicada en la Gaceta de Madrid, entrando en vigor el 2 de julio de 1876.

Características de la Constitución de 1876

Era un texto flexible, que daba la posibilidad de realizar diferentes lecturas en puntos
conflictivos y permitía modificaciones mediante leyes complementarias. Pretendía
convertirse en un marco legal estable y duradero, capaz de integrar las distintas fuerzas
sociales y de impulsar el consenso. Numerosos aspectos del ordenamiento jurídico
quedaron abiertos a la negociación y pendientes “de lo que determinen las leyes”.

Manuel Alonso Martínez fue quien la escribió, con las ideas de Canovas. Recoge la
tradición constitucional española del XIX, apareciendo la influencia de distintas
Constituciones: del 37 en la organización y funcionamiento de las cámaras, Fuerzas
Armadas y Ultramar, del 45 en la soberanía compartida, del 56 en la tolerancia religiosa
y del 69 en el reconocimiento de los derechos individuales.

Era corta, con 13 títulos y 89 artículos. Destaca: la defensa de un estado unitario y


centralista, con división de poderes; la soberanía compartida por “las Cortes con el
Rey”; el refuerzo de la figura del monarca, “médula del Estado”, como legislador junto
a las Cortes, responsable de nombrar al jefe del gobierno, ministros y funcionarios
públicos, por la capacidad para disolver las Cortes antes de expirar su mandato, si bien

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debía, en tres meses, volver a convocarlas; mando supremo de las Fuerzas Armadas; la
composición bicameral de las cortes, siendo el Senado representación de las principales
fuerzas sociales (50% de derecho propio o designado por el rey, 50% elegido por
sufragio universal restringido e indirecto por las corporaciones del Estado y los mayores
contribuyentes) y el Congreso de orden más popular, aunque se dejaba al criterio del
partido gobernante la forma de elegir a sus miembros; el respaldo necesario, al jefe del
ejecutivo, del rey, las Cortes y su partido, así como de una mayoría parlamentaria; sitúa
fuera del marco legal a los partidos o asociaciones que no respetan los principios del
sistema; declaraba que el Estado era de religión católica como oficial, permitiendo, en el
ámbito privado, la libertad de culto.

Los objetivos de los gobiernos conservadores

Establecido el marco jurídico, los gobiernos conservadores tuvieron por principales


objetivos consolidar el régimen, controlar el orden social y recuperar la paz civil. Se
supeditaron las libertades a esos fines, controlando el orden público, la prensa y la
libertad de expresión, así como a reconciliarse con la Iglesia. Canovas derogaría por
decreto algunos derechos políticos, así como anuló el juicio por jurado y relegó el
matrimonio civil en beneficio del canónico.

Destaca la aprobación, en 1878, de una ley electoral para Cortes que suprimía el
sufragio universal masculino y restringía el derecho al voto, pudiendo votar sólo los
mayores de 25 años que contribuyeran con una renta determinada al Tesoro Público y
tuvieran un nivel mínimo de estudios. Eran 85.000 votantes, de determinadas élites.
Responsabilizaba al ayuntamiento de la elaboración del censo electoral, daba la
presidencia de las mesas electorales a los alcaldes, y la potestad de revisión y
aprobación definitiva a las Cortes. Era un paso en pos del control de los resultados.
Sirva la opinión de Silvela, que siempre se caracterizó por una gran ética de trabajo:
“ese mecanismo (...) para la falsificación y para el fraude”.

Otras resoluciones importantes fueron la distinción entre partidos legales e ilegales,


según su aceptación del régimen y la dinastía, la reordenación de provincias y
municipios, y la Ley de Imprenta, en el 79, que controlaba los contenidos de las
publicaciones; la prensa sufrió en estos primeros años numerosas presiones, censuras,
multas y suspensiones.

La cuestión educativa fue una de las que sufrió más restricciones, en base a considerar
que las enseñanzas de los profesores del Estado eran poco adecuadas a la moral católica.
Anularía la libertad de cátedra y suspendería de su cargo a varios profesores de
secundaria y universidad, llegando a la dimisión o expulsión de académicos como
Salmerón o Giner. Canovas consideró la medida como una barbaridad y medio, aunque
sin éxito, para lograr frenar la fuga de los reacios a ello. Canovas lo hubo de aprobar,
para no romper con los moderados, pero se alejó del progresismo en este punto, pero
llegó a acuerdos para no aplicar las penas e incluso no puso pegas a la creación de la
Institución Libre de Enseñanza ni a sus actividades.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Pero el éxito más sonado sería la pacificación interna. La guerra Carlista era uno de los
escollos principales, con diferentes zonas y diferentes zonas y diferentes características
en cada una. En La Mancha y Aragón eran partidas de guerrilleros en zonas
determinadas; en Cataluña y Levante era de mayor extensión e importancia; en el norte
estaba perfectamente organizado y contaba con el apoyo del ejército regular. Requirió la
liquidación un notable esfuerzo material y financiero, con importantes costes humanos,
pero el gobierno era consciente de la importancia del problema y no reparó en costes.

La victoria llevó varias etapas. En la primera se pacificó el centro, obligando a los


carlistas a cruzar el Ebro. Al fin del verano del 75 se terminó en Cataluña, en acción
conjunta de Martínez Campos y Jovellar, conquistando Olot y Seo de Urgel.
Finalmente, el escenario carlista por excelencia, Navarra y el País Vasco. Fue lo más
costoso, comenzando el ataque final en invierno de 1875 y culminando en febrero del
76. La operación sobre Vizcaya y Guipúzcoa vio dos grandes batallones enfrentados a
las tropas carlistas. La abrumadora mayoría estatal (160.000 hombres contra 3.000) fue
decisiva. Es el triunfo del ejército regular sobre la guerrilla popular. Primo de Rivero
marchó sobre Estella, capital del carlismo, el 19 de febrero de 1876. En la última fase
Alfonso XII tomó el mando, entrando victorioso en San Sebastián y Pamplona,
abandonando don Carlos España. Reafirmaba al rey-soldado y su carácter pacificador.

Favorecían varios factores a la acción estatal: las diferencias dentro del movimiento,
que dejaron deserciones como la del carismático general Cabrera; el cambio de
contexto, pues no era ya tan contrarrevolucionario; pero, sobre todo, la acción decidida
del gobierno.

El fin oficial lo puso la Proclama de Somorrostro, el 3 de marzo de 1876, que quiso ser
conciliador con ambas partes. Combatientes carlistas marcharon al exilio, esperando la
oportunidad de reanudar la guerra, pero el sistema político se asentó y comprendieron,
muchos, que el objetivo era lejano, aceptando el nuevo régimen, acogiéndose a un
indulto decretado por el gobierno.

Pero el carlismo no moría con el fin de la guerra. Grupos como el liderado por Cándido
Nocedal, director de El Siglo Futuro, querían el retraimiento de la vida política, otros la
integración en el sistema para defender la postura legalmente, otros seguían
promoviendo el levantamiento armado. Don Carlos decidió entregar a Nocedal la
dirección única del partido.

De importancia en el resultado de la guerra es la abolición de los fueros de las


Provincias Vascongadas, suprimido el 21 de julio de 1876. En compensación se
establecieron, dos años después, unos conciertos económicos que daba una cierta
autonomía fiscal a la zona, recaudando una cantidad, mediante sus diputaciones, que
entregarían al Estado.

En los primeros años de gobierno, Cánovas se encontró la frontal oposición de los


católicos integristas, grupo profundamente antiliberal. La aprobación del artículo 11 de
la Constitución, en el que a pesar de que se reconocía al catolicismo como religión

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oficial del estado, se establecía una tolerancia de cultos, provocó numerosas


manifestaciones. Los integristas defendían que la unidad católica de España debía ser la
base de todo ordenamiento constitucional, invocando el Concordato de 1851 y la
identificación histórica de España con el catolicismo. Al principio, pensaron que su
postura sería apoyada por los carlistas, pero una vez que el carlismo perdió la guerra y,
sobre todo, después de que don Carlos rechazara entrar en la legalidad del sistema
político para defender las ideas integristas, comprendieron que tendrían que organizarse
por sí mismos. La jerarquía eclesiástica española alentó la iniciativa de los católicos
integristas para crear una formación que actuara como grupo de presión. Sin embargo,
tal opción no tuvo éxito por varias razones: primero, porque no alcanzó la fuerza
suficiente; segundo, porque el Vaticano no aprobó la implicación de la Iglesia en la
lucha política organizada; tercero, porque Canovas buscó el entendimiento.

El objetivo del gobierno conservador fue conseguir el respaldo de la Iglesia al régimen


político de la Restauración para contrarrestar la intransigencia y la hostilidad de los
católicos integristas. Cánovas solicitó al ministro plenipotenciario ante la Santa Sede
que obtuviera de ésta una aclaración sobre el liberalismo, para que así los católicos
españoles ultramontanos pudieran aceptarlo. Conseguir esa función legitimadora y
lograr además que los eclesiásticos españoles la respaldaran no fue tarea fácil. La mayor
parte de la jerarquía compartía y fomentaba los criterios tradicionalistas. La
intransigencia de estos sectores quedó manifiesta; la falta de entendimiento entre ambos
grupos se reveló con especial crudeza en los casos en los que los integristas se
enfrentaron con los obispos que optaron por la conciliación con el régimen político. La
situación llegó a tal punto que la Santa Sede se creyó en la obligación de intervenir. El
nuevo pontífice, León XIII, elaboró en 1883 un documento específicamente dirigido a
los católicos españoles, la encíclica Cum Multa, en la cual indicó que la Iglesia no debía
implicarse directamente en la lucha política a través de un partido. Tenía que
mantenerse por encima de opciones partidistas. Además, la Iglesia no podía excluir a
aquellos católicos pertenecientes a partidos liberales. Era una seria llamada a la
reconciliación, lo que facilitó un cambio en la actitud.

Cristóbal Robles ha estudiado la transformación que se produjo, señalando cómo de


1876 a 1885 se pasó del recelo y el rechazo a la colaboración con el régimen de la
Restauración. Ha resaltado que las directrices posibilistas que marcó para la Iglesia el
nuevo pontificado de León XIII hay que entenderlas en el contexto de la “cuestión
romana”. Ante la situación internacional los objetivos del papa fueron desbloquear el
asilamiento exterior y recuperar el prestigio y la función de su institución en las
relaciones internacionales. Las Iglesias nacionales debían coayudar a esos objetivos.

A la posición de la Santa Sede, se le sumó una creciente convergencia de objetivos entre


el régimen de Canovas y la Iglesia. Hay que pensar que Canovas era un hombre de ideas
conservadoras, defensor de valores tradicionales muy arraigados en las sociedad
española y, desde luego, respetuoso con la religión católica. Muchos de los militantes de
los partidos dinásticos eran católicos practicantes. En el fondo, ambos grupos defendían
una serie de principios comunes frente a las fuerzas revolucionarias. Si se coaligaban, la

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Iglesia podía hacer una defensa moral de esos valores, y el Estado, a cambio, ofrecer
protección y garantía a la labor eclesiástica. Además, para Canovas era importante
conseguir la función legitimadora que supondría el reconocimiento del régimen por
parte de una fuerza social con tal calado en la sociedad de la época. Por ello, Canovas
mostró una actitud conciliadora, lo cual, unido al progresivo afianzamiento del nuevo
sistema político, provocó que aquellos comenzaran a variar sus posiciones en aras de un
entendimiento. Aun así no fueron aceptadas fácilmente por todos los integristas
españoles.

En política exterior, es preciso comenzar por tener en cuenta una serie de nociones muy
arraigadas en el ideario de Cánovas, entorno a las cuales definió la posición y
proyección internacional. El primer concepto gira en torno a la decadencia de España,
adoptando la prudencia como norma de actuación. Sumó las derrotas de Francia ante
Alemania en Sedán y la decadencia italiana en una idea de decadencia respecto a las
naciones latinas, que era la de una raza y una cultura.

Otro objetivo, dada la consideración de pequeña potencia, era mantener su territorio, no


extenderlo. No cabían riesgos innecesarios. Así, propugnó el mantenimiento del statu
quo; ello llevó a que España estuviera siempre lejos de los principales problemas y
negociaciones diplomáticas. Es la política de recogimiento. Mejorar las relaciones con
las potencias y dar buena imagen era prioritario. Buscó el apoyo de las potencias para
defender la monarquía, la integridad territorial y evitar males mayores, estando siempre
poco dispuesto a apoyar. Los conflictos le vendrían, pues, no de Europa sino de
Ultramar.

Cánovas no era amigo de las alianzas; además, España era poco apetecible parra
establecer alianzas, pues era un país con escaso potencial bélico y muchos intereses
territoriales que defender. Ello no implica que no se firmasen tratados cuando se creía
necesario. Pero, eso sí, fueron puntuales, para problemas concretos, no alianzas amplias.

Hay que añadir, que a partir de los años de 1880 se inició un cambio de posición de las
potencias latinas, que se expandieron por el norte de África, llevando al propio Cánovas
a considerar esa posibilidad, al tiempo que reforzaba la presencia en el Pacífico; un
cambio de actitud y mentalidad.

HACIA LA FORMACIÓN DEL PARTIDO LIBERAL

En el periodo inicial de la Restauración no existió ningún partido fuerte y conexionado,


capaz de hacer oposición. El bipartidismo no se consolidó hasta mayo de 1880 para
formar el Partido Fusionista, de inspiración liberal. Las fuerzas divergentes del proyecto
de Canovas estuvieron desunidas en propósitos, tácticas y dirigentes, aglutinadas sólo
por el deseo de mantener la Constitución de 1869 y por la defensa de los principios
fundamentales que ésta representaba: la soberanía nacional y la garantía de los derechos

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individuales. Sin embargo, una serie de grupos de la oposición se mostraron dispuestos


a aceptar la restauración de la monarquía y las bases del nuevo régimen político.

En 1871 el antiguo Partido Progresista se había escindido. El ala derechista y un buen


número de militantes de la Unión Liberal formaron el Partido Constitucional, bajo la
dirección de Serrano y de Sagasta. El ala más izquierdista de los progresistas, junto con
numerosos demócratas, formaron el Partido Radical, liderado por Ruiz Zorrilla, que
siguió defendiendo la opción republicana.

Los constitucionales, al iniciarse la Restauración, manifestaron su intención de


integrarse en el sistema y de participar en la lucha parlamentaria. En ese camino
sufrieron importantes escisiones y transformaciones. En mayo de 1875, el Partido
Constitucional se dividió. Una minoría dirigida por Manuel Alonso Martínez se ofreció
a colaborar con Canovas en la elaboración de un nuevo texto constitucional. Mientras,
la mayoría de los constitucionales, liderados por Sagasta, siguió defendiendo la
Constitución de 1869.

Su líder, Práxedes Mateo Sagasta, había nacido en La Rioja; tuvo una educación sólida,
ejerció como periodista y militó siempre en partidos progresistas. Inició su vida política
como presidente de la Junta Revolucionaria de Zamora. Apoyó la revolución de 1868,
fue ministro de la Gobernación en el primer gobierno de Prim, y ocupó varias carteras
en el reinado de Amadeo de Saboya. Era presidente de gobierno con Serrano cuando se
produjo el pronunciamiento de Sagunto. Como político era un hombre tolerante y
pragmático, con la virtud de caer bien y de aglutinar tendencias en aras de unos
objetivos comunes, lo cual le llevó al liderazgo de los liberales en la Restauración.

Los constitucionales en un principio se opusieron a un nuevo texto legal. Pero una vez
aprobada la Constitución de 1876, se manifestaron dispuestos a aceptarla, lo cual
posibilitó su integración en el sistema político. El objetivo de este grupo era convertirse
en la principal alternativa política frente a los conservadores. Los primeros años de su
andadura política fueron problemáticos. En 1877 se retiraron de las Cortes en señal de
protesta porque, de los 110 senadores vitalicios nombrados por el rey, sólo ocho
pertenecían a su partido. En 1878 aceptaron volver al Parlamento, y se produjo un
nuevo acercamiento entre los constitucionales y los centristas. Ambos gestos se
entendieron como un signo de moderación y una muestra del talante posibilista de este
parido. No obstante, en las elecciones de 1879, Canovas no aconsejó al monarca que
llamara al poder a Sagasta. Todavía desconfiaba de la lealtad a la corona. En 1880, los
constitucionales dieron un paso importante en su evolución como partido liberal.
Formaron el Partido Fusionista, al cual se sumaron destacadas personalidades, como
Martínez Campos, así como grandes de España como los duques de Alba o Medinaceli.
Desde la fuerza que les daba su nueva posición, los liberales iniciaron una política de
presión, reclamando una participación más activa y subrayando su preparación.
Reivindicaron que había llegado la hora de la alternancia en el poder que promulgaba el
régimen. Apelaron al rey y emitieron veladas amenazas de rebelión. Canovas sabía bien
que para que todo el sistema funcionara era necesario tener contentos a los adversarios

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políticos. Por ello, recomendó al rey un cambio en el Ejecutivo. Finalmente, en febrero


de 1881, Alfonso XII decidió llamar a Sagasta para que convocara elecciones y formara
gobierno.

EL PRIMER GOBIERNO DE SAGASTA (febrero 1881, octubre 1883).

LA DÉCADA DE 1880-1890

La década de 1880-1890 se caracterizó por la alternancia de los partidos en el poder. En


1881 los liberales llegaron al gobierno. Con ello se consolidaba la idea del nuevo
régimen de formar una alternativa de gobierno. Desde aquí se sucederán liberales y
conservadores en el Ejecutivo. Pero en esta década el color será liberal, gracias a la serie
de leyes aprobadas por este partido, consolidando el Estado liberal.

También hay que mencionar que se amplió la base política, pues, a derecha e izquierda
aparecieron otras corrientes políticas, amén de unirse a Sagasti una serie de demócratas
y a los conservadores una buena parte del sector católico que hasta entonces se había
mostrado reticente.

La década ve alcanzar una cierta madurez política al sistema, con el asentamiento de la


monarquía (pese al contratiempo de la temprana muerte de Alfonso XII). El turnismo
permitió alcanzar sus aspiraciones a los liberales, al tiempo que los electores adquirían
mayor protagonismo, junto al ascenso del asociacionismo obrero. Nació un sindicato al
calor del partido socialista, que también se fue consolidando. En el exterior se procedió
a una mayor integración en la realidad europea, así como a dar una mayor atención a los
territorios coloniales.

EL PRIMER GOBIERNO DE SAGASTA

En el primer gobierno de Sagasta estuvieron presentes todas las fuerzas políticas que en
mayo de 1880 habían compuesto el Partido Fusionista: constitucionales (Albareda,
Camacho), centristas (Alonso Martínez) y conservadores disidentes (Martínez Campos).
Sagasta impregnó un ritmo de prudencia y moderación a la política de reformas que
pretendía llevar a cabo. Trabajar despacio y no alarmar eran sus objetivos. Quizá por
ello favoreció a la derecha del partido. Sus primeros actos revivieron prácticas
democráticas suprimidas por el gobierno canovista; se reconoció el derecho de reunión
y opinión, se aprobó un Real Decreto sobre la libertad de prensa y se retomó una
política educativa aperturista. Se apuntaba hacia libertades prácticas y tangibles.

El Real Decreto de Alonso Martínez sobre prensa, se suprimían las suspensiones a


periódicos y se anulaban las penas impuestas en el periodo anterior a periodistas. Se
delimitaron los delitos de injuria y calumnia y se afirmó el derecho a criticar a los
poderes responsables.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

La circular de Albareda a los rectores de universidad derogó el decreto Orovio sobre la


libertad de cátedra. Los profesores destituidos se reintegraron a la universidad y se
recuperó la libertad de enseñanza. Se relevó a más de la mitad de los componentes de
ayuntamientos, en beneficio de afines a los liberales; el nuevo partido debía asegurarse
apoyos y pagar favores pendientes.

Las medidas reflejaban el programa liberal. Destacó la Ley Povincial de 1882, que
fijaba el concepto de provincia como ente administrativo, dirigido por un gobernador y
regido por una Diputación Provincial.; la Ley de Imprenta, que reafirmaba la libertad de
expresión y publicación. Además se tocaron otros puntos como la administración local,
el derecho de asociación, o el juicio por jurados. En economía se reformó la Hacienda y
se llevaron a cabo dos actuaciones de carácter librecambista: el levantamiento de la
suspensión de la base quinta de la reforma arancelaria y el tratado de comercio con
Francia. Se dejó para tiempos mejores el sufragio universal.

Sagasta remodeló su gobierno en enero de 1883 y terminó presentando su dimisión en


octubre; aludió a varios sucesos: la sublevación republicana de Barcelona, Santo
Domingo de la Calzada y la Seo de Urgel en agosto, y las tensiones con Francia a raíz
de las manifestaciones progermanas de Alfonso XII en un viaje a Alemania. La
verdadera causa fue la división en el campo liberal, desde la excisión de parte de su
partido y la formación de un nuevo partido: Izquierda Dinástica, surgido de la unión de
los constitucionales, descontentos de la política derechista, por los antiguos radicales y
el grueso de seguidores de Cristino Martos. Serrano y Posada Herrera se pusieron al
mando del partido.

Sagasta cedió el poder a Posada Herrera, que formó un nuevo gobierno sin elecciones,
pero Sagasta puso todo su énfasis en ostaculizar su labor. La primera ocasión fue con
los presupuestos y el sufragio universal, que, aunque apoyaba, votó en contra. Posada
Herrera, falto de apoyos, dimitió, lo que reforzaba el papel de Sagasta. Pero Posada
Herrera consiguió algo importante, una Comisión de Reformas Sociales, impulsada por
Moret, ministro de Gobernación. La función era mejorar el bienestar de las clases
obreras, fueran agrícolas o industriales. Era una muestra de nueva conciencia social.

NUEVO GOBIERNO DE CÁNOVAS (1884-1885)

En enero de 1884 el rey decidía encargar el gobierno a los conservadores. Cánovas


intentó ceder el mando a Romero Robledo, pero el partido no aceptó. La presencia más
significativa en el gobierno fue la de Alejandro Pidal y Mon, líder de la Unión Catlócia,
como ministro de Fomento, que le permitía controlar la enseñanza y la universidad. Era
un destacado integrista, que se opuso a la Constitución de 1876, defendiendo la
confesionalidad del Estado y criticando la tolerancia religiosa. El tiempo le fue
moderando, lo que hizo que en 1881 aceptase las reglas del juego y formase la Unión
Católica. Su participación en el gobierno hacía que se acercasen los católicos integristas
y los católicos liberales. Desde entonces hubo numerosos católicos ultraconservadores

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en el partido canovista, participando activamente en temas de enseñanza. Cánovas


pretendía alejar, con ello, definitivamente, a los católicos de la estela carlista. Pero la
alianza fue muy conflictiva, con reticencias ante cualquier tema que pudiera ofender,
aunque fuera mínimamente, a la Iglesia o a la Santa Sede.

Romero Robledo fue la fuente de la mayoría de los problemas, desde su puesto de


ministro de la Gobernación. Manejó los resultados electorales con tanta arbitrariedad
que hasta Cánovas le llamó la atención. Solo los robledistas quedaron satisfechos con
los resultados, lo que llevó a la unión de liberales y republicanos en las municipales,
ganando en Madrid y 27 capitales de provincia. Romero Robledo dimitió y comenzó su
alejamiento del partido, que terminaría con ruptura.

Pero no fueron éstos los problemas que harían caer al gobierno. Fue tras la muerte del
rey, en noviembre de 1885 cuando se decidió. Moría como consecuencia de la
tuberculosis, todavía joven. En sus once años de reinado se había ganado las simpatías
de la sociedad y sobre él recaía buena parte de la estabilidad del régimen.

Según la Constitución, debía ser su viuda, María Cristina de Habsburgo-Lorena, quien


se hiciera cargo de la regencia, durante la minoría de edad del heredero, que aún no se
sabía quién era, pues estaba embarazada. Tenían ya dos hijas, que podían reinar si no
era un varón el nuevo hijo, pero la Ley Sálica hacía que si era un hombre, sería él el rey.
María Cristina no tenía preparación y llevaba poco en España, no era tan querida como
la primera esposa del rey.

Los políticos veían el hecho con preocupación, podía afectar a la estabilidad del
sistema. Cánovas decidió dimitir y que formaran gobierno los liberales. Consideró que
todos los partidos dinásticos debían unirse en pro de la monarquía, pero ello no podía
pedirlo desde el gobierno, por lo que prefería la oposición. Tregua y concordia eran los
objetivos. Trasmitió sus ideas a Sagasta, en lo conocido como el Pacto del Pardo. Pero
María Cristina, para sorpresa de todos, se reveló como una buena regente, y se produjo
un buen entendimiento entre ella y Sagasta, lo que facilitó la relación entre ella y entre
monarquía y liberales.

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TEMA 8: REGENCIA. PACTO POLÍTICO.


BIPARTIDISMO Y TURNO (1885-1895).

El Pacto del Pardo y la regencia de María Cristina.

El sist. político de la Restauración, puesto en marcha por Cánovas con tantas


dificultades, va a encontrar su prueba de fuego, a la vez que la oportunidad para
consolidarse, con ocasión del vacío institucional creado por la muerte de Alfonso XII en
noviem. de 1885, como consecuencia de la tuberculosis. Alfonso XII era un hombre
todavía joven. Había reinado sólo 11 años, pero en ese tiempo se había hecho con las
simpatías de un amplio sector de la sociedad y, sobre todo, en él residía buena parte de
la estabilidad del régimen político. Su muerte planteaba nuevas incógnitas.

La Constitucion preveía que debía ser su viuda, Mª Cris¬tina de Habsburgo-Lorena,


quien se hiciera cargo de la regencia durante la minoría de edad del futuro heredero, que
aún no se sabía quién sería. La reina estaba embarazada. El matrimonio había tenido a
2 hijas, pero si la reina tenía un varón, en virtud de la Ley Sálica vigente en España, éste
sería el nuevo heredero de la corona. Mientras tanto, María Cristina debía ser quien se
ocu¬para de la regencia. Mª Cristina de Habsburgo era seria y reservada y no se sabía
cómo se adaptaría al papel que el destino le había depa¬rado. Los medios políticos
contemplaron con enorme preocu¬pación la delicada situación que se había planteado.

En esa situación, Cánovas decidió dimitir y recomendar a la Regente que encargara el


gobierno a los liberales. Consideró que todos los partidos dinásticos debían unirse
alrededor de la monarquía. Consideró que para proponer una tregua y pedir una política
de concordia entre todos los partidos que apoyaban al régimen, debía estar fuera del
gobierno. Cánovas comunicó sus opiniones a Sagasta en una reunión que mantuvieron
en la sede de la presidencia del Consejo, y que ha recibido el nombre del Pacto del
Pardo. Fue una muestra de generosidad por parte de Cánovas, que puso los intereses
generales del régimen por encima de los suyos propios como partido. La sorpresa que
tenía reser¬vada la situación planteada fue que Mª Cristina pronto se reveló como una
excelente regente, muy trabajadora y entregada a su causa, enterada, prudente, discreta,
objetiva, escrupulosa en el respeto a la Constitución.

Formación del Partido Liberal.

Los liberales volvieron al poder en un momento espléndido para su partido. En junio de


1885 se había llegado a un acuerdo entre las distintas facciones y se habían consolidado
como formación fuerte y cohesionada. Adoptaron el nombre de Partido Liberal y
reconocieron la jefatura de Sagasta. Redactaron un programa de gobierno conj., la
llamada Ley de Garantías, elaborada por Martínez Campos en nombre de los fusionistas
y por Montero Ríos en representación de los izquierdistas. En ella acataron la
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Constitución de 1876, aunque declararon que defenderían los derechos individuales y


lucharían en pro del sufragio universal masculino, del juicio por jurados y de la reforma
constitucional. Aceptaron la soberanía del rey con las Cortes, renunciando a la
soberanía nacional reivindicada hasta entonces. Con ello reconocieron el peso último
del monarca frente a la posición del electorado. Desde esa posición reforzada, los
liberales llegaron de nuevo al poder. Quedaba todavía al margen del acuerdo una
fracción izquierdista que formaba una muy disminuida Izquierda Dinástica, presidida
entonces por el general López Domínguez, sobrino de Serrano. En enero de 1886,
Sagasta, ya en el gobierno, trató de acercarlos al partido, pero finalmente la unión no se
produjo.

1885-1890: «gobierno largo» de Sagasta y consolidación del programa liberal.

El 1er. gobierno de Sagasta durante la regencia integraba a representantes de las


distintas tendencias que habían confor¬mado a los liberales: Moret, Montero Ríos,
Venancio González, Alonso Martínez, Camacho, Gamazo, Jovellar y Berenger.
Cris¬tino Martos presidía el Congreso. En esa larga legislatura, Sagasta remodeló el
gobierno en 3 ocasiones: oct. de 1886, junio y diciem. de 1888. A lo largo de 5 años,
las Cortes de 1886 -las + largas de la Restauración, las úni¬cas que casi agotaron su
legislatura-, fueron convirtiendo en rea¬lidad el programa liberal.

A pesar del éxito de su programa como partido gobernante, no era fácil mantener unidas
fuerzas tan heterogéneas, y a par¬tir de fines de 1886 comenzaron a aparecer
disensiones entre los liberales. A fines de 1886, Romero Robledo y López Dominguez
decidieron formar el Partido Reformista. La expe¬riencia fue efímera y no consiguió
erosionar la dinámica del bipartidismo. Cristino Martos se alejó de Sagasta por razones
per¬sonalistas. El general Cassola dimitió del gobierno por coherencia política, al no
verse apoyado en su programa de reformas, en el que destacaba la reorganización
interna del ejército y el establecimiento del servicio militar obligatorio, en un intento de
democratizar y racionalizar este cuerpo.

La extensa duración del gobierno liberal permitió llevar a cabo una imp. labor
legislativa, que consagró las aspiraciones liberales presentes desde la época del Sexenio.
Fue entonces cuando se consolidó en España de forma definitiva el Estado liberal.

Entre las principales leyes aprobadas pueden destacarse la Ley de Asociaciones de junio
de 1887, que consagró la libertad de asociación. 2 eran principalmente los tipos de
asociaciones a los que la ley iba a afectar: las asociaciones obreras y las congregaciones
religiosas que en el marco de una interpretación ambigua del concordato estaban
asentándose en la Península. Desde el debate parlamentario sobre la Internacional en
1871, y por el control impuesto en 1874, las Asociaciones obreras estaban en la
clandestinidad. Por 1ª vez iban a ser legalizadas, apareciendo el PSOE y la UGT en
1888. En cuanto a las congregaciones religiosas, de momento quedaron fuera del
control gubernamental, previsto en la ley, hasta que en el fin de siglo los liberales

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apelen a la ley de 1887 para regularizar la situación de las múltiples funciones religiosas
creadas durante la Restauración en contra de las previsiones concordatarias.

La Ley de lo Contencioso-Administrativo de julio de 1888, regulaba el Proceso


contencioso, otorgando la última instancia de los recursos al Tribunal Supremo de
Jus¬ticia, en vez de al Consejo de Estado o a la voluntad del rey. La Ley del Jurado
aprobada en abril de 1888, acordaba el juicio por Jurados para determinados delitos.

El Código Civil de 1889 consagraba la defensa del orden social y de la pro¬piedad


privada. Culminaba una red de códigos y leyes encaminados a la conservación del
orden social establecido. El Código Civil había tenido una larga gestación
especialmente por la dificultad de encauzar 2 cuestiones conflictivas: la compatibilidad
de un Código general con los regímenes particulares, forales, y por otro lado, el difícil
acuerdo con la Iglesia sobre la validez civil del matrimonio canónico. En ambos se
llegó a un compromiso: las provincias de Derecho Foral lo conservarían, según la ley
de Bases, en toda su integridad, y el Gobierno presentaría varios apéndices del Código
Civil que contuviesen las instituciones forales que conviniera conservar en cada una de
las provincias o territorios respectivos. Con la Iglesia se llegó al compromiso que
consistía en la coexistencia de 2 tipos de matrimonio, igualmente válidos desde el punto
de vista civil: el matrimonio civil y el matrimonio canónico para los católicos.

Mención aparte merece la Ley Electoral de junio de 1890 que aprobó el sufragio
universal masculino. Fue un proceso compli¬cado porque, aunque el Senado respaldó
fácilmente el proyecto de ley, en el Congreso se originaron encendidos debates en torno
a la cuestión. La aprobación del sufragio fue contemplada como la culminación del
pro¬ceso constituyente en España. Con ello Sagasta consiguió, ade¬más, reforzar el
partido y asegurar su líderazgo en el mismo; eliminó posibles competidores por la
izquierda que abanderaran tal medida democrática; y sumó un nº imp. de repu¬blicanos
a su proyecto político. Sin embargo, el sist. electo¬ral continuó estando viciado por el
caciquismo, por lo que la aplicación del sufragio universal masculino no aseguró el
reflejo en las urnas de la voluntad popular, ni implicó la incorporación de amplios
sectores de la sociedad a la participación ciudadana. Además, siguiendo las mismas
pautas que en otros países, pese a llamarse sufragio universal masculino, estaba sujeto a
una serie de restricciones: era sólo para varones mayores de 25 años, vecinos de un
municipio con 2 años al menos de residencia, y se establecían 6 motivos que limitaban
el ejercicio del derecho al voto, entre ellos la exclusión de las clases e individuos de
tropa.

También se produjo un enfrentamiento entre Gamazo y Moret, representantes máximos


dentro del partido de los intereses proteccionistas y librecam¬bistas. Las diferencias
respecto a la política econó. que se debía adoptar se convirtieron en una de las
cuestiones centrales del debate liberal de esos años. En líneas generales, la política
liberal había sido librecambista desde 1881. El conflicto surgió cuando Gamazo, al
frente de un imp. grupo de diputados y senadores, trató de variar la tradicional conducta
del partido. Germán Gamazo, vallisoletano de nacimiento, era portavoz de la Liga

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Agraria, uno de los escasos movimientos de opinión orga¬nizados. Propuso abaratar la


producción mediante la rebaja de los impuestos que gravaban la propiedad y el cultivo
de la tierra y reclamó una protección arancelaria para los productos españo¬les.
Gamazo defendió con firmeza las propuestas de este grupo, y aunque con ello no
pretendía aumentar las disidencias, se enfrentó a su partido tantas veces como fue
necesario. Su acti¬tud fue creando cada vez mayores problemas a Sagasta,
espe¬cialmente desde que Martínez Campos decidió apoyar su pos¬tura proteccionista.

El final de los 80 significó el fin del optimismo librecambista. Tanto entre los liberales
como entre los conservadores se cuestiona el librecambio, con lo que el pensamiento
econó. español, por otra parte muy pobre, acogía las nuevas tendencias en Europa. Este
giro coincidía con el cambio de coyuntura econó., la crisis agropecuaria y los problemas
econó. subsiguientes.

En un contexto internacional de revisión del liberalismo doctrinal clásico, en toda


Europa triunfa la tendencia prointervencionista en la econó. y en lo social. En suma, la
subida de aranceles se generaliza en toda Europa en los años 80. A partir de 1890
España se incorporaba, pues, a una corriente internacional.

En 1ª instancia los liberales evitan responder a la crisis con medidas arancelarias. Por el
contrario ensayan medidas alternativas de apoyo a la producción. Pero la ineficacia de
estas medidas alientan el afianzamiento, dentro del mismo grupo liberal, de las tesis
proteccionistas (revisión de los aranceles): es lo que expresa el grupo de Germán
Gamazo en 1890. Los liberales mediante algunas medidas significativas ponen las
bases de la nueva política proteccionista de los conservadores: la creación de una
comisión arancelaria (Real Decreto de 10-10-1889) encargada de informar sobre la
conveniencia de aplicar la rebaja de aranceles. En esta comisión, presidida por Moret,
triunfan, sin embargo, de manera clara las tesis proteccionistas. Mediante la
autorización para modificar el arancel, contenida en el art. 38 de la ley de Presupuestos
de 1890-91. Autorización amplia que dejaba las manos libres a futuros Gobiernos.

La política exterior en los ochenta.

En el exterior, los años 80 fueron un período marcado por la expansión colonial de las
grandes potencias. En Europa, Bismarck continuó siendo el árbitro de las relaciones
internacionales a través de una sólido sist. de alianzas tejido bajo su hegemonía. Su sist.
diplo¬mático se basó en la Doble Alianza de 1879 (Alemania y Austria-Hungría), en la
Alianza de los Tres Emperadores de 1881 (Alemania, Austria-Hungría y Rusia), en la
Triple Alianza de 1882 (Alemania, Austria-Hungría e Italia) y en el Tratado Secreto de
Reaseguro firmado entre Alemania y Rusia en 1887.

En España, la política internacional de esos años quedó carac¬terizada por los liberales,
que reaccionaron contra el recogimiento canovista impulsando una acción exterior +
activa y el libre¬cambio en el intercambio comercial. La orientación de su política

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internacional siguió marcada por la hegemonía de Alemania, aunque mejoraron las


relaciones con Francia y G. Bretaña. Fue también una época de intensa negociación de
tra¬tados comerciales.

El momento de plenitud en la política exterior de los libera¬les lo significó el paso de


Moret por el Ministerio de Estado. Mientras que Cánovas mantuvo siempre un férreo
control a la hora de diseñar y ejecutar la política exterior, Sagasta fue mucho menos
perso¬nalista en este campo y dejó hacer a sus ministros. La concep¬ción de Moret
respecto a lo que debía ser la actuación española quedó reflejada en la Memoria sobre
política internacional dirigida a la regente en 1888. En ella Moret subrayaba la
importancia del desarrollo de una política de prestigio en el exterior. Moret propuso
una acción diplomática + constante y activa que denominó «política de ejecución».
Pero, al tiempo, quedó patente que las demás potencias no estaban dispuestas a ofrecer a
España una garantía del statu quo terri¬torial ni a asegurar las posesiones españolas en
Ultramar.

El 1er. episodio destacado en la política internacional de los 80 se produjo durante la


Conferencia de Madrid sobre Marruecos, celebrada en 1880, todavía durante el
gobierno de Cánovas. Desde mediados del S. XIX, distintas naciones europeas ¬habían
obtenido facilidades para desarrollar el comercio con Marruecos, explotar sus riquezas y
colaborar con el gobierno del sultán en temas de defensa militar, enseñanza y obras
públicas. Amparadas por esos privilegios, y con la excusa de cooperar en la
modernización marroquí, las potencias rivalizaron por aumen¬tar la influencia de sus
países respectivos frente a la de los demás. La creciente injerencia extranjera llevó al
sultán a considerar que se estaba vulnerando la soberanía nacional. En 1880 se convocó
una conferencia internacional con objeto de regular el grado de intervención de cada
una de las potencias y de fijar los límites a la actuación de los países europeos en
Marruecos. La reunión se celebró en Madrid a propuesta británica, y Cáno¬vas fue
nombrado presidente de la misma. El resultado fundamental de la conferencia fue un
acuerdo que garantizaba el mantenimiento del statu quo y la integridad de Marruecos,
reglamentando minuciosamente la actuación de las potencias. Cánovas apostó por
evi¬tar una mayor implicación internacional en Marruecos. Conseguía así un
aplazamiento de la cuestión, esto es, postergar la intervención decisiva de las potencias
en Marruecos, en el convencimiento de que España no estaba en condiciones de
competir en igualdad de condiciones con las demás naciones.

La Conferencia de Madrid reveló también que en España habían aumentado las


tendencias africanistas desde los inicios de la Restauración. Los partidarios de esa
orientación exterior se mostraban interesados en una política de acercamiento y de
penetración cul¬tural. En 1884 la Sociedad Española de Afri¬canistas y Colonialistas
patrocinó las expediciones a Guinea y Río de Oro. Como consecuencia de esas
acciones, el 26-12-1884, Alfonso XII declaró el protectorado sobre el espacio
comprendido entre Cabo Bojador y Cabo Blanco, que constituiría el Sáhara español, en
la costa africana frente a Cana¬rias. Las iniciativas de los africanistas españoles
propiciaron tam¬bién expediciones a Guinea Ecuatorial y a Costa de Oro.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Otro elemento destacado en la política exterior de esta etapa fue la adopción de una
política econó. librecambista. En 1881, hubo una denuncia general de tratados de
comercio, con objeto de entablar negociaciones para establecer nuevos acuer¬dos que
rebajaran las tarifas arancelarias vigentes entre España y cada uno de los demás países,
modelo de los cuales fue el Tra¬tado de Comercio suscrito por España y Francia en
febrero de 1882. La reorientación de la política económica exterior se mani¬festó
también en la aprobación de los aranceles de 1886, en los que se ponía en práctica una
reducción de derechos, lo cual favore¬ció la salida de productos españoles, aun¬que a
cambio obligó a la compra exterior de maquinaria. A la larga esa medida favoreció a la
industria textil catalana porque modernizó sus aparatos, lo cual se tradujo en una mejora
de la calidad y en un abaratamiento de la producción. Por el contrario, la política
libre¬cambista produjo la reacción adversa de los productores de trigo castellanos que
vieron en ella una amenaza a sus intereses.

Un 3er. aspecto destacado en la política internacional de esta década fue la directa


implicación del rey en la acción exte¬rior. En la década de 1880, y durante los años de
gobierno de Sagasta, con el cual mantenía un buen entendimiento, el rey comenzó a
influir en el desarrollo de la política exterior. Fruto de esa mayor participación fueron
los viajes que Alfonso XII rea¬lizó por Europa en el verano de 1883. Visitó 1º Austria,
donde fue recibido con afecto y simpatía por Francisco José. A continuación, recaló en
Alemania, donde tuvo un cordial encuentro con Guillermo I, y donde Alfonso XII
mostró un entusiasmo poco prudente hacia el militarismo prusiano. La 3ª etapa de su
viaje fue Francia y, los franceses, que habían contemplado con recelo las
demostraciones públicas de las simpatías regias hacia Alemania, a su llegada a París le
recibieron con frialdad ofi¬cial y grandes muestras de disgusto popular.

El 4º aspecto que vamos a destacar es la crisis que se sus¬citó en 1885 con Alemania
por la soberanía sobre las islas Caro¬linas y Palaos. Ésta tuvo lugar durante el bienio
conservador en el que Cánovas volvió a ocupar el poder, y se desarrolló en el marco de
la expansión colonial de las grandes potencias. En 1884-1885 había tenido lugar la
Conferencia de Berlín en la cual se habían dictado unas nuevas premisas para regular la
expan¬sión colonial; premisas que exigían la ocupación efectiva de un territorio para
defender su posesión. Las grandes potencias comenzaban el definitivo reparto del
mundo y definían sus áreas de influencia. En el Pacífico, G. Bretaña, Alemania,
Francia, Rusia, e incluso un incipiente Japón, se distribuían islas, mer¬cados y colonias.
Además, las rivalidades entre compañías y comerciantes de diferentes países y las
difíciles relaciones que mantenían los distintos grupos de población, habían provocado
en las islas del Pacífico una situación de inestabilidad y desor¬den interno. En ese
con¬texto, Cánovas temió que si no ocupaba las islas de la Microne¬sia, otra potencia
lo haría en su lugar. Por ello decidió crear una nueva división naval en las islas
Carolinas y Palaos. El problema fue que Bismarck, alertado por los comerciantes de su
país de la próxima ocupación española de unos territorios donde los ale¬manes tenían
ya el predominio económico, decidió adelantarse a los planes españo¬les. La llegada de
los barcos españoles y alemanes a la isla de Yap se produjo con 2 días de diferencia. En

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pleno proceso formal de toma de posesión de los españoles, los alemanes, enterados de
que la ceremonia definitiva aún no había tenido lugar, izaron su bandera y reclamaron el
protecto¬rado sobre las islas. Ello dio lugar a una agria controversia entre España y
Alemania. Bismarck había calculado que no encontraría una resistencia imp. a su
inicia¬tiva y que el gobierno español se limitaría a aceptar una política de hechos
consumados. Sin embargo, se encontró con que Cáno¬vas se reveló dispuesto a
defender con toda energía los derechos españoles sobre las islas y que, además, en
España se produjo una violenta y patriótica reacción popular. Las Carolinas se
convirtieron en territorio indispensable de la nación, y en la causa a través de la cual
España iba a demostrar que seguía siendo un país fuerte y vigoroso.

El asunto provocó una intensa negociación diplomática entre los 2 gobiernos, que
finalmente se resolvió por vía amistosa gracias a la mediación del papa León XIII. En
el Protocolo de Roma, firmado en diciem. de 1885 se reconocían los derechos de
soberanía reclamados por España, pero se concedía las ven¬tajas económicas
pretendidas por Alemania. Quizá lo + des¬tacado fue que el carácter de los términos
acordados determinó totalmente la colonización española de las Carolinas, el
asenta¬miento de los extranjeros y las relaciones entre la colonia y los residentes. Y es
que en el Protocolo se establecía que los comer¬ciantes de otros países podrían ejercer
libremente sus activida¬des, siempre que se asentaran en puntos del archipiélago no
ocupa¬dos por los españoles. En este caso, además, no se verían obli¬gados a pagar
ningún tipo de impuesto. Esto favoreció que los comerciantes interesados en explotar
las islas se establecieran lo + lejos posible de la colonia, y que se man-tuvieran alejados
de ella, excepto en los casos en los que se vie¬ron obligados a pedir la mediación o
protección de los españo¬les ante algún conflicto.

Finalmente, el asunto + destacado en la política exterior española de la época fue la


indirecta adhesión española a la Tri¬ple Alianza mediante un acuerdo secreto firmado
con Italia en 1887. El pacto aportó poco a la posición española porque no ofrecía
garantía territorial ni defensiva alguna. Era una vaga declaración en la que ambos
sig¬natarios se comprometían a fortalecer el principio monárquico y a contribuir a la
consolidación de la paz; España contraía el compromiso de no llegar a acuerdo alguno
con Francia que pudiera dirigirse contra cualquiera de las potencias signatarias de la
Triple; se afirmaba el acuerdo recíproco, por parte italiana y española, de abstenerse de
todo ataque provocado; y se fijaba un entendimiento para el mantenimiento del statu
quo en el Medi¬terráneo. El pacto contó con el respaldo de Alemania, Austria-
¬Hungría y G. Bretaña a los términos del acuerdo, pero no implicó ningún compromiso
activo por su parte. Estuvo referido, además, al Mediterráneo y el norte de África, sin
afectar en abso¬luto a las Antillas ni al Pacífico.

La alternancia en el poder.

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A partir de 1890 comenzó una etapa de versatilidad política y de rápidos cambios de


gobierno. Cada 2 años los 2 parti¬dos + imps. se fueron sucediendo en el ejercicio del
gobierno. Ese ritmo bienal no respondió a ningún acuerdo previo entre partidos. Ello
nos conduce a constatar que la aplicación del sufragio universal no supuso una mayor
transparencia ni un respeto a la legalidad en las elecciones. Siguió existiendo un
manejo práctico de la volun¬tad popular para adecuarla a los resultados deseados por
los líde¬res de las formaciones políticas. Según se decidiera quién iba a desempeñar las
funciones de gobierno, el partido turnante con¬seguía una mayoría electoral lo
suficientemente notable como para garantizar la gobernabilidad. La aplica¬ción del
sufragio tampoco conllevó un cambio en las formacio¬nes políticas + votadas ni una
renovación en los grupos socia¬les elegidos. Este inmovilismo fue debido a que la
población que adquirió el derecho al voto gracias al sufragio universal masculino no era
la + capacitada para protagonizar una revolución política. Por el contrario, era un grupo
de población poco preparado y escasamente enterado de la vida pública, y muy
vulnerable a la manipulación, lo cual permitió el mantenimiento del sistema.

Sólo en las principales ciudades -Madrid, Barcelona, Valen¬cia- se produjeron


diferencias imps. en los resultados elec¬torales. A partir de la aplicación del sufragio
universal mascu¬lino la representación republicana fue elevada y constante, se
consiguió una presencia socialista destacada, y se eligieron dipu¬tados que
representaban nuevas aspiraciones nacionalistas. Los resultados diferenciadores que se
alcanzaron en esas circunscripciones se perdieron en los obte¬nidos por el conj. del
país. La mayor parte de los electores que habían adquirido la capacidad de votar no
eran clases medias urbanas, trabajadores especializados, ni campesi¬nos prósperos e
independientes, concienciados de sus derechos. Los votantes noveles eran campesinos
que vivían en núcleos rurales, mucho + aislados y sin organiza¬ción ni contacto entre
ellos, con una imp. tasa de analfa¬betismo, y por tanto fácilmente manipulables. Como
conse¬cuencia de ello, en las elecciones de 1891, los resultados obtenidos no difirieron
de ediciones anteriores y el fraude continuó estando a la orden del día.

Fue, por otra parte, una época de confrontación entre las refor¬mas que la realidad
social y política del país evidenciaba como necesarias e inevitables, y la tremenda
resistencia que las viejas estructuras de poder oponían a todo intento de cambio en
pro¬fundidad. Ello provocó inestabilidad, enfrentamientos, aparición de nuevas voces
en la escena política, frecuentes crisis de parti¬dos. Se afirmaron opciones divergentes
del sist. establecido, aparecieron nuevas fuerzas sociales, se intensificó la cuestión
social y se vivió un período de rápido crecimiento econó. aún con sus momentos de
crisis. Los años 90 significaron, en suma, una etapa de cambio y efervescencia, pero en
la que no acabó de cuajar la transformación y la renovación nacional, lo cual provocó un
crescendo de las tensiones sociales y políticas.

El gobierno conservador, 1890-1892.

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Uno de los grandes aciertos de la Restauración fue que, cuando el gobierno conservador
llegó nuevamente al poder en 1890, Cáno¬vas y su equipo decidieron respetar las
medidas adoptadas en la etapa liberal anterior. Ello supuso la consolidación de los
cimientos que permitirían la modernización de la nación.

Cánovas inició en los años 90 una nueva política. Defen¬dió que era necesaria la
intervención del Estado para resolver los problemas sociales y econó. planteados en la
sociedad de fin de siglo. Comenzó, por tanto, a proteger los derechos de los
trabajadores desde el gobierno, tratando de regular las condi¬ciones de trabajo
existentes y de mejorar sus condiciones de vida.

Adoptó también una nueva orientación económica de carác¬ter proteccionista. En 1891


aprobó un arancel que primaba la pro¬ducción nacional y suprimía las franquicias de la
ley de 1882. Recor¬demos además que esas medidas se adecuaban a un contexto
inter¬nacional determinado, en el cual, a fines de la década de los 80, había comenzado
en toda Europa un viraje proteccionista como consecuencia de la crisis de 1887-1888.

En esos 1os. años de la década de los 90, tuvo lugar una imp. crisis interna en el Partido
Conservador. Francisco Silvela abandonó la formación política al apoyar Cánovas la
rein¬tegración en la misma de Romero Robledo. Silvela y Romero tenían formas
opuestas de concebir la ética y la práctica política, incompatibles en el desempeño de un
mismo Ejecutivo. Defensor Silvela de la legalidad, de la moralidad + estricta, de la
reforma del Estado y la educación del ciudadano como vías para el desa¬rrollo.
Partidario Romero de solventar día a día la práctica polí¬tica, ajustando las medidas a
las necesidades del momento, ade¬cuando los resultados electorales a los objetivos
propuestos, fiel siempre a sus amigos y partidarios, a los que debía favorecer para
mantener sus apoyos. Ambas actitudes no podían adaptarse de manera simultánea en un
mismo gabinete, y por ello, al entrar Romero en el gobierno como ministro de Ultramar
en noviem¬bre de 1891, Silvela abandonó la cartera de Gobernación. Meses + tarde,
tras una discusión parlamentaria con Cánovas, en diciembre de 1892, Silvela decidió
romper con el partido. A corto plazo, este asunto, debilitaría la posición gobernante de
Cánovas, provocando la crisis total y el acceso de Sagasta en diciembre de 1892.

El gobierno liberal, 1892-1895.

El Partido Liberal volvió al poder en 1892 con la firme voluntad de cohesionar a las
distintas fuerzas que componían esa formación política. Sagasta quiso formar gobiernos
de integración, en los cuales estuvieran representadas diferentes tendencias y
personalidades, que de nuevo manifestaron una decidida inten¬ción reformista. En esos
años Gamazo ocupó la cartera de Hacienda, y desde ella inspiró una nueva política
econó. y arancelaria encaminada a sanear la economía y a conseguir una mayor
transparencia en la distribución de la riqueza. Maura fue nombrado ministro de
Ultramar e impulsó imps. reformas en las colonias, con objeto de mejorar su
administración. Montero Ríos introdujo cambios en Gracia y Justicia. Moret se hizo

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cargo de Fomento y apoyó una serie de reformas socia¬les. El general López


Domínguez se encargó de la cartera de Gue¬rra y desde ella trató de reorganizar este
sector para adecuarlo a las nuevas necesidades tácticas y defensivas. Los apoyos de los
libera¬les en esta legislatura se completaron con la adhesión de nume¬rosos
republicanos que, inspirados por Castelar, renunciaron a su adscripción republicana con
el fin de afirmar de manera feha¬ciente su compromiso con el régimen.

Además durante el año 1893 el gobierno de Sagasta tuvo que afrontar algunos
problemas nuevos y graves: los atentados anarquistas de Barcelona, la movilización
prenacionalista en S. Sebastián y, sobre todo, el conflicto militar de Melilla, con el
consiguiente desgaste y desprestigio internacional. La atención del Gobierno se vio
condicionada por estos acontecimientos, que obligaron a respuestas excepcionales: una
1ª ley de represión del anarquismo, reclutamientos y envío de refuerzos a Melilla, y
negociaciones con el sultán de Marruecos para obtener las correspondientes
compensaciones.

Sin embargo, las reformas que trataron de llevar a cabo los liberales en esta etapa, se
encontraron con una decidida resis¬tencia por parte de las viejas fuerzas de poder. Eso
hizo que las reformas emprendidas no acabaran de cuajar y dejaran un cierto
sentimiento de fracaso. El problema fue que la modernización era necesaria, y que si
las tensiones sociales, económicas y políticas no encontraban el cauce adecuado para
expresarse y para conseguir sus aspiraciones, antes o después acabarían por estallar de
una forma + dramática, como de hecho ocurrió.

Además, de alguna forma el fracaso propició también el fin de esa etapa liberal y la
aparición de voces disidentes de distinto signo. Por un lado, Antonio Maura que, tras la
desilusión origi¬nada por no poder llevar a cabo su proyecto reformista en Ultramar,
inició su acercamiento a los conservadores. Por otro lado, José Canalejas, apareció en
el horizonte como un posible relevo en el líderazgo y en la orientación del partido.

En 1894 y 1895, las diferencias entre las distintas corrientes liberales, forzadas a una
difícil convivencia y afectadas por los fracasos de su proyecto político, provocaron
varias crisis de gobierno, que finalmente condujeron a la caída del Ejecutivo en marzo
de 1895. El motivo que lo originó era fútil en comparación con los temas de la gran
política: un grupo de oficiales del ejército asaltó la redacción de varios periódicos de
Madrid considerando que habían publicado noticias injuriosas sobre ellos. Martínez
Campos trató de forzar que el asunto fuera resuelto por tribunales militares. Sagasta no
quiso aceptar ninguna presión en tal sentido y presentó su dimisión.

La Iglesia católica y el régimen de la Restauración.

En un clima de profunda división de los católicos en 1883 llegó a España el nuevo


nuncio, el cardenal Rampolla. Su labor fue decisiva para la consolidación de las
posturas posibilistas en el seno del catolicismo español y para la relegación de los

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círcu¬los intransigentes. Su gestión se encaminó a subrayar la obe¬diencia debida a los


contenidos de la encíclica Cum multa y a impulsar el respeto a la legalidad vigente. Los
integristas trataron de cuestionar la autoridad del nuncio, destacando por encima de él la
superioridad de los obispos fundamentalistas. Rechaza¬ron también la participación del
líder de la Unión Católica, Ale¬jandro Pidal y Mon, en el gobierno de Cánovas, que
había vuelto al poder en 1884.

La presencia de Pidal y Mon en el Gobierno, parece que por expreso deseo del rey,
llenaba uno de los objetivos + deseados por Cánovas: integrar a los católicos en el
régimen, apartándolos del carlismo y del abstencionismo político. Objetivo, por otras
razones, compartido e impulsado por la Santa Sede.

Estas actitudes suponían un desafío a la polí¬tica conciliadora entablada entre la Santa


Sede y el régimen de Cánovas. Ante tal ofensiva el Vaticano decidió intervenir
desa¬creditando públicamente en 1885 varias actuaciones de los inte¬gristas españoles.

La gestión de Rampolla culminó en 1885 con la adhesión de buena parte de la jerarquía


católica española a la Regencia. Tras varias reuniones con obispos, el nuncio consiguió
que en diciem¬bre de 1885 se elaborara una declaración en la que se reconocía la
conveniencia de un cierto pluralismo político, se establecía una limitada libertad de
opinión y se subrayaba la autoridad del nun¬cio sobre los obispos, en tanto que
representante del pontífice. A cambio de este apoyo explícito al régimen, los liberales
entonces en el poder ofrecieron a la Iglesia un pacto basado en el res¬peto y la
colaboración recíprocos, y mostraron su disposición a negociar con la jerarquía
posibilista las cuestiones que todavía los separaban.

Ese enfrentamiento se articulaba en torno a una serie de cues¬tiones. En 1er. lugar,


respecto a la enseñanza. Desde el prin¬cipio de la Restauración se hizo patente la
dificultad de aprobar una Ley de Instrucción Pública. Se presentó por 1ª vez en el
Congreso en diciembre de 1876, fue objeto de numerosos debates e intervenciones de la
jerarquía eclesiástica, que consi¬guió paralizar el proyecto hasta 1884. Los temas en
confronta¬ción se referían al control de la instrucción primaria y secunda¬ria por parte
del Estado en detrimetro de las órdenes religiosas, al contenido de los planes de estudio,
y a la ortodoxia doctrinal de la educación, que desde la óptica de la Iglesia no quedaba
sufi¬cientemente garantizada, pues el derecho de los obispos a ins¬peccionar y censurar
los contenidos de la enseñanza -reconocido por el Concordato con la Santa Sede de
1851 que seguía vigente- ¬quedaba dependiente de la principal función inspectora, que
correspondía al Estado. Otra cuestión que los separaba se refe¬ría a la formulación de
los matrimonios. En relación con este tema los debates se centraron en la legalidad de
las uniones civiles. Tras años de negociaciones, en 1887 se llegó a un acuerdo con la
Santa Sede por el que ésta reconocía al Estado la potes¬tad de regular los efectos civiles
del matrimonio. También exis¬tieron desacuerdos en temas concretos como la defensa
del fuero eclesiástico, el cumplimiento de las obligaciones del Estado res¬pecto a la
dotación de culto y clero, el estatuto jurídico de los bienes de la Iglesia, la presentación

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de cargos eclesiásticos, etc. Durante los años en que estas cuestiones enfrentaron a la
Igle¬sia y al Estado se puso de manifiesto una evolución en ambos bandos.

A la larga, durante los años de la Restauración, la Iglesia reforzó su posición dentro de


la sociedad española. Desde dis¬tintas perspectivas, varios autores han seña¬lado
cómo, pasados los 1os. tiempos en que buena parte de la jerarquía eclesiástica y los
católicos integristas rechazaron el sist. político por considerarlo el símbolo del
liberalismo, la incorporación de la Iglesia y de los católicos antiliberales en la vida
política y social de la época fue cada día mayor. Una vez resueltos con diplo¬macia los
asuntos que los distanciaban, la Iglesia se vio res¬paldada por la confesionalidad del
Estado y por el apoyo ofre¬cido por el régimen. El incremento de su influencia en la
sociedad española se evidenció en la expansión de las órdenes religiosas, en su control
de la educación, en el fomento de la instrucción religiosa en las escuelas, en el aumento
de las vocaciones, y en una mayor manifestación de la devoción popular.

Entre 1889 y 1902 se celebraron 6 congresos católicos que supu¬sieron un intento de


respuesta católica organizada frente al avance y consolidación de una sociedad liberal.
Sus objetivos eran defender los intereses de la religión, los derechos de la Iglesia de la
Santa Sede, difundir la educación cristiana, promover y obras de caridad y acordar los
medios para la restauración moral de la sociedad. Estos congresos pretendieran
convertirse en una estructura permanente de apoyo a todas las acciones católicas.

Junto a ello, en esos años finales de siglo, se produjo una aper¬tura del catolicismo
hacia los trabajadores. En 1891 León XIII publicó la encíclica Rerum novarum, en la
cual llamaba la aten¬ción sobre la situación de las clases + desfavorecidas y plan¬teaba
la obligación social de intervenir para resolver los pro¬blemas planteados. Bajo esa
advocación nació un sindicalismo católico preocupado por la cuestión social y un
asociacionis¬mo obrero de carácter religioso, que tuvo un éxito muy relativo (Círculos
Católicos Obreros, entre otros). También las congregaciones religiosas femeninas
desarrollaron una encomiable labor en hospitales, orfelinatos, asilos y centros
asistenciales. Pero en general, la Igle¬sia pareció + ocupada por la educación de las
clases medias y acomodadas, imprimiéndole una orientación extremadamente
conservadora.

Reacción anticlerical.

Frente a ese fortalecimiento de la Iglesia y de los católicos integristas dentro del


régimen, surgió la reacción de sectores anti¬clericales. Determinados grupos liberales,
republicanos, socia¬listas y anarquistas, se opusieron a la creciente influencia del clero
y, muy especialmente, de las órdenes religiosas en la vida política, en la educación, y en
la lucha obrera. Las manifestaciones en su contra tuvieron lugar en la calle y en el
Parlamento, y en ellas se denunciaron los privilegios que había disfrutado la Iglesia
durante los gobiernos conservadores, los intentos de manipulación de la sociedad y la
acumulación de riqueza y de tierras. También se trataron de definir los límites y

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funciones de las órdenes religiosas a la luz de la Ley de Asociaciones de 1887, dando


lugar a grandes debates en torno a la cuestión.

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TEMA 9. La oposición. Republicanos, anarquistas y


socialistas. Los nacionalismos.

La oposición al sistema de la Restauración tuvo escasa vitalidad, tanto por la división


entre las distintas tendencias como por la dificultad de enraizar en unas masas con
escasa conciencia política. Pese al continuo crecimiento hasta fin de siglo, no dejaron de
ser alternativas minoritarias.

Los republicanos

1. Debilidad de los partidos republicanos al comienzo de la Restauración

El fracaso de los proyectos del Sexenio Democrático había dejado bajo mínimos la
credibilidad de los republicanos, cuyo principal partido, el Federal, se hallaba en 1875
en proceso de descomposición, con procesos divergentes encabezados por los 4 ex-
presidentes de la República y con los radicales de Ruiz Zorrilla sin fuerzas suficientes.

1.1 La marginación del régimen

El nuevo gobiernos promulgó una serie de leyes restrictivas sobre las libertades de
reunión y asociación y de expresión, lo que dejó a los republicanos fuera de la ley
durante los primeros años, lo que acentuó su debilidad. Los líderes se alejaron de la vida
pública (sólo 7 republicanos, a título personal- entre ellos Castelar-, fueron elegidos
diputados en 1876 ), y en muchos casos se prosiguió la lucha en la clandestinidad.

1.2 El exilio

Debido a lo anterior, muchos líderes republicanos hubieron de exiliarse. Ruiz Zorrilla


(tras la reunión con 25 generales republicanos) y Salmerón (despojado de su cátedra)
fueron expulsados y se instalaron en París, desde donde siguieron en su oposición al
régimen, aunque sin resultados, tanto por la falta de apoyos en el ejército y entre los
republicanos franceses.

2. Integración en el sistema (1879)

El retraimiento y decadencia de los republicanos movió a estos a aceptar las bases del
régimen e integrarse, con reticencias, en el sistema. Así, en 1879 (segundas elecciones
generales), Castelar y Martos se presentaron en coalición con el partido de Sagasta y
obtuvieron así 16 diputados. Cristino Martos promovió la unidad republicana creando el
Partido Progresista Demócrata (1880), que significó la vuelta al marco legal de las
fuerzas republicanas.

3. Sublevaciones aisladas a favor de la república en 1883 y 1886

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Pese a la debilidad y a la parcial aceptación por parte de los republicanos del cauce
legal, se producirían esos mismos años dos sublevaciones republicanas importantes. En
la primera (1883), se sublevaron parte de las guarniciones de Badajoz, Santo Domingo
de la Calzada y La Seo de Urgel, y en la segunda el brigadier Villacampa, en Madrid.
Ambas fracasaron y sus consecuencias últimas fueron la relegación a la legalidad del
republicanismo y el acercamiento de muchos de los militantes del partido radical a las
organizaciones obreras tras el traslado de Ruiz Zorrilla a Londres y el debilitamiento
consiguiente de su facción.

4. División:

Las organizaciones republicanas eran interclasistas por principio y su implantación se


dio sobre todo en núcleos urbanos. Jugaron un importante papel en su fomento los
círculos culturales (casinos, ateneos, etc.) y la prensa (El Globo, El País, La Publicidad,
etc.). Defendieron la injerencia del Estado para mejorar el nivel de vida del grueso la
población, resolver los conflictos sociales, etc., y la integridad moral en la vida y en la
política, el progreso, la justicia social, la democracia, etc. Sin embargo, su mayor
debilidad estribaba en su atomización, ya que generalmente cada líder tenía su propia
facción y marcaba ideología:

4.1 Los progresistas de Ruiz Zorrilla

Eran partidarios de las acciones de fuerza para acceder al poder, entre ellas el golpe
militar.

4.2 Los federales de Pi y Margall

De carácter popular. Defendían una organización federal para el Estado.

4.3 Los centralistas de Salmerón

Destacaban entre sus militantes importantes intelectuales y miembros de la Institución


Libre de Enseñanza.

4.4 Los posibilistas de Castelar

Era la tendencia más elitista. Su base la formaba miembros de la burguesía media-alta.


A comienzos de los 90 se incorporan al partido liberal, tras la aprobación del sufragio
universal, en aras del mantenimiento del orden social.

5. Republicanos unidos:

En 1893 los republicanos, unidos para las elecciones, consiguieron 43 diputados. A


partir de entonces, los partidos turnistas los consideraron como una seria alternativa a
tener en cuenta y dejaron de ser perseguidos. Pese al triunfo electoral, los republicanos
perdieron en reputación, ya que adoptaron algunos vicios del adversario, dándose casos
de corruptelas, escándalos, etc.

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Los carlistas

A partir de 1888, acogiéndose a la Ley de Asociaciones, los carlistas tratan de


incorporarse al sistema. Don Carlos y el marqués de Cerralbo crean una nueva
estructura de partido basada en la integración social a partir de los círculos
tradicionalistas y una gran labor de propaganda, aunque fueron perdiendo brío.

Su programa se basó en la defensa de la monarquía tradicional y del catolicismo


integrista, y quedaron circunscritos a las 4 provincias forales vascas (La actual Euskadi
y Navarra), identificadas con el foralismo católico, aunque pronto el nacionalismo vasco
les fue restando apoyos, al tener la misma base social.

El partido declinó con la solución de los problemas dinásticos y religiosos, sobre todo a
partir de la muerte del pretendiente, Carlos VII (1909), y la escisión del partido (1919).

Organizaciones obreras

El sistema de la Restauración apenas prestó atención al deterioro del tejido social y a la


situación de penuria y conflictividad social de amplias capas del campesinado y el
proletariado urbano. Su única respuesta fue la represión y la política de mano dura.

Existían distintas referencias ideológicas del movimiento obrero: republicanas,


católicas, etc., aunque las más pujantes eran las socialistas y las anarquistas.

1. Anarquistas: La Federación Regional Española de la Internacional

Amparadas en cierta forma por las libertades consagradas en la Constitución de 1869, se


habían venido desarrollando en toda la geografía asociaciones obreras con fuerte
aceptación de los principios de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores,
fundada en 1864), sobre todo en Cataluña, donde existía una arraigada tradición de
asociacionismo. Ya en 1870 se crea la Federación Regional Española de la AIT
(asumiendo el lema: La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los
trabajadores mismos), que sería declarada ilegal a finales de ese mismo año (Calificada
por el gobierno de Sagasta como la utopía filosofal del crimen). Los anarquistas (o
también antiautoritarios o bakunistas) españoles fueron en estos años la corriente
mayoritaria dentro de la Federación Regional Española de la Internacional, en oposición
a la corriente autoritaria o marxista. El crecimiento e influencia de la Internacional fue
en aumento hasta la crisis de 1873. Tras el golpe de Estado, en 1874, aprobaron sus
nuevos estatutos, forzados por la situación de clandestinidad a la que se habían visto
relegados, con la clausura de sus locales y publicaciones y prohibición de celebración de
congresos públicos, de manera que se reforzó el papel de la Comisión Federal y se
crearon comisiones comarcales de coordinación de las federaciones locales.

1.1 Objetivos

Los objetivos de los anarquistas fueron siempre revolucionarios, tendentes a la


preparación de un levantamiento popular (revolución social) y la convocatoria de la

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huelga general, aunque la situación de clandestinidad decantó a los anarquistas a actuar


en círculos selectos, secretos, de radicalismo antisindical y nihilista adoptado por los
dirigentes de la Comisión Federal, cada vez más distanciados de las tendencias
sindicalistas de las bases (partidarias de la consecución de mejoras en el día a día) y
partidarios de las tesis últimas del círculo bakunista de la AIT, renuente a cualquier
contacto con las instituciones.

1.2 Incidencia social en los primeros años de la Restauración

Paulatinamente se fue imponiendo la propaganda por el hecho (atentados, sabotajes,


etc.) ante la debilidad organizativa impuesta por la situación de clandestinidad. En
1881, gracias a la relajación de las medidas gubernamentales y a la progresiva
influencia del sector anarcosindicalista, se recompone el movimiento y se crea en
septiembre la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), en la línea del
bakunismo clásico, llegando a alcanzar en 1882 unos 60000 afiliados. La crisis
ideológica (Existían diversas tendencias en franco enfrentamiento a veces pero que no
se excluían mutuamente. Groso modo, destacan 4: las élites intelectuales partidarias de
una especie de sociedades secretas que por medio de la violencia destruyeran el Estado;
los anarco-colectivistas, partidarios de retribuir a cada cual según su trabajo y abolir la
herencia; los anarco-comunistas, partidarios de retribuir a cada cual según sus
necesidades; y los anarco-sindicalistas, partidarios de la huelga general revolucionaria y
de batallar el día a día para conseguir mejoras), y organizativa en que se sumió el
movimiento libertario en dichos años, unido a la situación de clandestinidad y represión,
le restó apoyos e incidencia social, de manera que sólo en Andalucía y Cataluña el
movimiento siguió siendo fuerte, aunque en 1888 no existía ya una organización
unitaria que los englobase al decaer la FTRE.

1.3 Terrorismo y represión

Aunque el anarquismo ibérico era en esencia pacifista y de carácter individualista,


defendiendo valores culturales (el naturismo, el esperantismo, la educación integral, la
búsqueda de una sociedad nueva, solidaria e igualitaria, internacionalismo, etc.), la
clandestinidad llevó a una parte de las élites más ideologizadas, herederas directas de las
tesis aliancistas (bakunistas) (Bakunin había fundado con anterioridad a su ingreso en la
AIT la clandestina Alianza de la Democracia Socialista, cuyos postulados constituyeron
para muchos anarquistas una especie de programa libertario), a propugnar la violencia
directa. Además, durante los noventa se vieron arrastrados al clima de violencia
generalizado en toda Europa, de modo que se defendió abiertamente la revolución social
y la confrontación de clase, con lo que de manera espontánea y a título individual se
produjeron una serie de atentados contra empresarios y grandes funcionarios, a veces a
tribuidos a supuestas organizaciones secretas como La Mano Negra (Los historiadores
no se ponen de acuerdo en su existencia real), que actuaría en el campo andaluz en los
80. La represión subsiguiente, que fue brutal, afectó a todos los grupos libertarios,
incluso a los círculos culturales y pacifistas.

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1.4 La Ley Antiterrorista de 1894

La depauperación de la clase trabajadora iba en aumento, por lo que el clima social


estaba cada vez más enrarecido, produciéndose espontáneos estallidos de violencia
popular, alcanzando su máximo exponente en los sucesos de Jerez de 1892, donde una
masa de campesinos asaltó la ciudad para liberar a tres compañeros presos. La represión
llegó a límites brutales (3 asesinados, 4 penas de muerte y 16 cadenas perpetuas) y se
extendió a todo el movimiento obrero andaluz, produciendo una espiral de violencia en
la que los libertarios opusieron a la violencia del Estado la violencia de clase: se
produjeron atentados con bomba en la sede del Fomento del Trabajo (1891), contra
Martínez Campos y en el Liceo de Barcelona (1893).

Como repuesta, el Gobierno promulgó la primera Ley Antiterrorista (1894), que se usó
de manera muy arbitraria para reprimir tanto a los autores de los atentados como a las
asociaciones que supuestamente los apoyaban, iniciándose una auténtica caza de brujas
contra todos los elementos libertarios, una feroz represión y una serie de macroprocesos
(como el de Montjuich) sin apenas garantías para los acusados, que acababan en penas
de muerte, cadenas perpetuas o deportaciones.

1.5 El asesinato de Cánovas (1897)

La espiral de violencia no hizo sino extremar las posiciones y generar más inestabilidad
y atentados por parte de los anarquistas, cada vez más hostigados. Así, en 1896 se
produjo en Barcelona un atentado contra la procesión del Corpus, muy sangriento, e
incluso un anarquista italiano asesinó a Cánovas en 1897, con lo que el ambiente social
se quebró definitivamente actuando los elementos policiales con total impunidad contra
cualquier elemento sospechoso.

2 Movimiento socialista

2.1 Fundación del PSOE y de la UGT

Una de las repercusiones en España de la pugna interna en la AIT entre antiautoritarios


(anarquistas) y autoritarios (marxistas) fue la expulsión del seno de la Federación
Regional Española de la AIT de los nueve redactores de La Emancipación, quienes
crearían en 1872 la Nueva Federación Madrileña, adherida a las tesis marxistas y que se
atribuía la verdadera continuación con los principios internacionalistas de la AIT. En
1879 serían el núcleo fundador del que sería el Partido Socialista Obrero Español, con
un programa que reivindicaba la emancipación y la toma del poder por la clase
trabajadora y la colectivización de los medios de producción. En 1882 tanto el PSOE
como la UGT (Unión General de Trabajadores, sindicato de carácter marxista)
celebraron en Barcelona sus congresos pre-fundacionales y en 1888, tras la
convergencia de la Agrupación Socialista Madrileña y los sectores catalanes agrupados
alrededor de El Obrero (de tendencia más posibilista), su I Congreso.

2.2 Pablo Iglesias, secretario de la comisión ejecutiva del partido

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

La figura de Pablo Iglesias es crucial en la historia del primer marxismo español.


Miembro de la AIT, redactor de su órgano de expresión (La Emancipación), alma de la
Asociación del Arte de Imprimir, que agrupaba a los tipógrafos internacionalistas
madrileños, miembro fundador de la Agrupación Socialista Madrileña y del semanario
El socialista (1886, diario a partir de 1913), que sería el órgano de expresión del PSOE,
se convertiría en el alma del partido por su estatura intelectual y moral, y como
secretario de la comisión ejecutiva y director de El Socialista, responsable directo de la
tendencia marxista del socialismo español, en oposición a las tensiones posibilistas que
aparecían en Europa en general y en Cataluña en particular.

2.3 Objetivos y estrategia

El PSOE se definió como partido de clase, con el objetivo de la abolición final de todas
las clases sociales para convertirlas en una única de trabajadores libres e iguales,
honrados e inteligentes, la propiedad colectiva, la enseñanza integral, la organización de
una federación económica que garantizara a los trabajadores la redistribución de la
producción. Para ello, se organizarían en partido político que luchara por las libertades y
derechos individuales y las reformas administrativas y económicas y todas aquellas que
se acuerden según las necesidades de los tiempos. El partido se articularía en
agrupaciones locales que cada dos años se reunirían en congresos para decidir la
estrategia a seguir y elegir a un Comité Nacional radicado en Madrid.

2.4 Implantación

El PSOE tuvo importante influencia entre los trabajadores industriales de Madrid,


Asturias, Cataluña y Euskadi, protagonizando algunas huelgas (por medio de la UGT)
en ésta última en 1890 y obteniendo representación municipal en Bilbao y otros núcleos
vascos. Pero no sería hasta 1910, cuando Pablo Iglesias consigue acta de Diputado,
cuando el PSOE alcanzará un peso político determinante.

Los nacionalismos

1. De la conciencia regionalista a la nacionalista

En los 90, los regionalismos periféricos, tradicionalmente defensores de la peculiaridad


y teñidos de cierto folklorismo, se fueron transformando gradualmente en movimientos
nacionalistas con vocación de gobierno y defensores de la diferenciación de las distintas
nacionalidades dentro de España en oposición al Estado liberal centralista y
uniformador, impulsados por la reacción en defensa de sus instituciones privativas o del
esplendor de movimientos culturales regionales, así como por el desfase entre la
evolución de las elites dirigentes en Cataluña o el País Vasco y el desarrollo del resto de
España

2. Orígenes del catalanismo

2.1 Los movimientos culturales y las publicaciones regionalistas.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Desde los círculos culturales se promovió una cultura propia a través del movimiento
intelectual y literario de la Renaixença, los artistas del noucentisme y el modernismo o
instituciones como el Ateneo de Barcelona o la Academia de Jurisprudencia. Además,
ya desde los años setenta aumentan las publicaciones regionalistas, afirmándose la idea
de nación catalana. Así, Juan Mañé, director del Diario de Barcelona, o el obispo de
Vic, José Torras, alcanzaron cierta ascendencia sobre los círculos burgueses o la
Cataluña rural, tradicionalista y confesional, respectivamente. En 1877 aparecería el
Diari Català, decano de la prensa en catalán.

2.2 Celebración del Primer Congreso Catalanista, 1880.

En 1880 se celebra el Primer Congreso Catalanista, y en 1882 se crea el Centre Català.


Al mismo tiempo, se producen las primeras protestas contra los tratados de comercio de
1885, y la publicación de Lo catalanisme (1886), de Valentí Almirall, que había
evolucionado del federalismo hasta el catalanismo, prepararon el camino para la
concienciación nacionalista.

2.3. El Memorial de Greuges, 1885.

En 1885, una coalición de instituciones catalanas presentaron al rey el Memorial de


Greuges, en el que se defendían intereses morales, políticos, legales y económicos
privativos para Cataluña, considerando que el Código Civil (centralista y uniformista) y
los tratados comerciales perjudicaban a Cataluña, en especial el suscrito con Gran
Bretaña, que dañaba los intereses de los empresarios textiles catalanes.

2.3 Fundación de la Lliga de Catalunya, 1887.

El nacionalismo no paró de crecer, materializándose en la fundación de la Lliga de


Catalunya por Prat de la Riba y Lluis Domenech y Montaner, en 1887. De carácter
católico y conservador, defendían una patria catalana definida por una lengua, historia
y derecho propios, y exigían unas cortes y un derecho civil catalanes.

2.4 La Unió Catalanista y las Bases per la Constitució Regional Catalana.

En 1891, por fusión de la Lliga y el Centre Escolar Catalanista, se creó la Unió


Catalanista, que en su primera asamblea (Manresa, 1892) aprobó las Bases per la
Constitució Regional Catalana, que defendían la restauración de las viejas instituciones
catalanas y el traspaso de una serie de competencias, pero sin cuestionar la integración
en el Estado español.

2.5 La Lliga Regionalista de Catalunya, 1901.

En 1901 se crea el primer partido político catalanista, la Lliga Regionalista de


Catalunya, que desde mediados de los 90 conseguirán controlar las instituciones
catalanas. De carácter conservador, defendió en esencia los valores de Unió Catalanista,
pero reclamando una mayor participación en la política española en razón del peso de
Cataluña en el Estado. Desde principios de siglo, a raíz de la crisis colonial y el

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

descontento social, aparecerá un nacionalismo de nueva impronta, de carácter más


radical y liberal en sus planteamientos.

3. El nacionalismo vasco

3.1 La supresión de los fueros vascos en 1876.

En 1876 se suprimieron los fueros vascos, aunque se dotó a las provincias forales de
cierta autonomía financiera merced a los Conciertos Económicos (1878), que
consagraban la función fiscal de las diputaciones forales. Dicha supresión provocó un
movimiento en defensa de los derechos históricos que conllevó la afirmación del
euskara y las particularidades regionales.

3.2 Sabino Arana y el nacionalismo vasco

3.2.1 Principios doctrinales

Sabino Arana convirtió los fueros en el símbolo de la soberanía vasca, afirmando que
los vascos constituían una nación particular en virtud de su raza, religión, lengua y
costumbres, idealizando el mundo rural y las tradiciones ancestrales, en contraposición
con el mundo industrial que se abría paso, por lo que se implantó sobre todo en el
campo, e incidió en la necesidad de la euskaldunización (implantación del euskara).

3.2.2 Evolución política

En 1893, funda el periódico Bizkaitarra y publica Bizcaya por su independencia. En


1895, constituye el primer Bizkai Buru Batzar, que dará lugar al PNV. En los últimos
años del siglo, sufrió una evolución hacia posturas más moderadas, con el ingreso al
PNV de la Sociedad Euskalerría de Bilbaonda, colaborando con grupos católicos locales
y capitalizando el miedo hacia el radicalismo de los obreros socialistas. En noviembre
de 1898 es elegido diputado provincial por Bilbao, defendiendo desde la legalidad una
amplia autonomía dentro del Estado español.

3.2.3 Los dos caminos para el nacionalismo vasco.

El nacionalismo vasco se definió en contraposición a España. No buscaba, como el


catalán, un mayor peso en la política española, sino que reclamaba la autonomía y
autogestión como primer paso de un proceso sin límites demasiados definidos. Además,
tampoco supo ganarse el apoyo de la oligarquía vasca, firmemente aposentada en el
sistema de la Restauración y apoyada en una sólida estructura clientelar. Así, el
nacionalismo vasco siguió dos caminos divergentes: uno posibilista y autonomista y
otro independentista y antiespañolista.

4. Galicia

Desde los 80 aparecen publicaciones de afirmación del pueblo gallego y la necesidad de


su desarrollo, desde distintas perspectivas: Alfredo Brañas, conservadora; Manuel
Murguía, liberal; Aurelio Pereira, federal. Como respuesta al clima creado, aparecieron

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los primeros proyectos políticos, como la aprobación, en 1887, del Proyecto de


Constitución para el Estado Galaico por la Asamblea Federal de la Región Gallega o la
creación de la Asociación Regionalista Gallega, presidida por Murguía, que se
escindiría en la Liga Galega de La Coruña (liberal) y la Liga Galega de Santiago
(conservadora). Hasta la segunda década del siglo XX no surgirá una formación
verdaderamente nacionalista, Irmandades da Fala.

5. Valencia

De carácter más tardío, el nacionalismo valenciano se afirmó a través de los escritos de


autores como Faustino Barberá (De regionalisme i valentinicultura) o Blasco Ibáñez,
donde se resaltaban las especificidades de su cultura, lengua o tradiciones o
reivindicaban las viejas instituciones del Reino de Valencia. Pero este incipiente
nacionalismo se debatía aún entre los que reclamaban un mayor peso en la política
nacional, la integración en los paissos catalans o la afirmación de Valencia como nación
diferenciada y autónoma.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Tema 10: La pérdida de las colonias. La crisis de fin de


siglo (1895-1902)
Desde 1895 la vida política de España estuvo condicionada por la marcha de la guerra
en las colonias y por el enfrentamiento con los EEUU. En marzo de 1895 comenzó el
último gobierno de Canovas, que duraría hasta su muerte en agosto de 1897. Tras un
breve paréntesis presidido por Azcárraga, Sagasta volvería el poder en octubre de 1897;
manteniéndose en él hasta el final del conflicto hispano-norteamericano. La principal
preocupación del gobierno español durante esta etapa (tanto del conservador como del
liberal) fue el poder hacer frente a los requerimientos de la guerra, de unirse en un
esfuerzo común para lograrlo.

Pero en 1898, España perdió los últimos restos de su imperio colonial en el Caribe y en
el Pacífico. Todo ello a consecuencia de un enfrentamiento bélico con los EEUU,
enfrentamiento que el gobierno español no quiso evitar por temor a que se produjese un
golpe militar contra el régimen si se cedía a las pretensiones norteamericanas. El fin de
siglo estuvo marcado por una gran sensación de crisis en el ámbito nacional.

La sociedad española ante la guerra

A pesar de los esfuerzos del gobierno para mantenerse todos unidos ante los hechos, la
sociedad se dividió en dos grandes grupos: entre aquellos que apoyaban la guerra y los
que optaban por una solución pacífica.

Entre los que apoyaban la guerra estaban los:

-Partidos dinásticos: para ellos el conflicto era un mal menor, un desenlace rápido y
honroso a un problema que realmente no tenía otra solución.

Los políticos del régimen eran conscientes de la superioridad de los norteamericanos y


de los escasos medios militares con los que contaban para hacerles frente. Sabían que la
guerra estaba perdida, pero les era preferible perder las colonias de esta forma que
cederlas de manera pacífica; poniendo con ello en peligro a la estabilidad monárquica.
Sí les preocupaba las consecuencias que vendrían tras la pérdida de Cuba y
Filipinas.Podría darse el caso que el ejército se sintiera traicionado y protagonizase un
pronunciamiento militar, el cual podría ser apoyado por el pueblo y que éste a su vez
hubiese sido alentado por los partidos dinásticos.

-La prensa jugó también a favor de la guerra. Creó un clima totalmente predispuesto a
ella y dio informaciones falsas sobre el conflicto, así como la publicación de mitos
sobre la superioridad cultural y militar española sobre los yanquis; caldeando el
ambiente.

-La Iglesia también apoyó el esfuerzo bélico. Celebró manifestaciones religiosas en las
despedidas de los combatientes como si de una causa santa o nueva cruzada se tratase.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Una vez que la guerra se extendió a Filipinas poniendo en peligro a las órdenes
religiosas instaladas allí, el apoyo de este sector a la guerra se hizo más evidente.

-En un principio los carlistas apoyaron la guerra. Pero cuando vieron que con el avance
del conflicto aumentaba el descontento social y que para ellos esto podría significar la
caída de la monarquía, optaron por presentarse como la opción salvadora.

Sin embargo carecían del suficiente arraigo como para actuar por sí solos. La única
posibilidad de conseguir sus objetivos vendría del levantamiento (Ocurrieron acciones
aisladas de este tipo en el año 1900: un asalto a un cuartel de la Guardia Civil en
Badalona, episodios menores en Cataluña y Valencia.Pero todos ellos carecían de
significación alguna.) de cualquier militar descontento, algo que tampoco se llegó a
producir.

-Republicanos: Vivían un momento de debilidad y división interna (Castelar se


aproxima al régimen y Ruiz Zorrilla está muy enfermo). En general los republicanos
defendían el colonialismo y sólo apoyaban ciertas reformas autonomistas, pero estaban
en contra de los independentistas. Apoyaron la guerra creyendo que la crisis podría dar
al traste con el régimen. La prensa republicana defenderá al Ejército y la Marina. Esta
táctica les sitúa en el mismo supuesto que el régimen que pretendían derrocar.

Por otra parte, quienes no apoyaban el conflicto desando una solución pacífica ante los
hechos estaban:

-Federalistas: liderados por Pi y Margall.Apoyaban la autonomía de las colonias.


Conforme se fue radicalizando el conflicto se inclinaron a favor de una independencia
de éstas. Pecaron de ingenuos con la posición norteamericana, ya que no creían en las
intenciones imperialistas de los norteamericanos.

-Socialistas: partieron su postura con un rechazo general a la guerra en sí, condenaban el


régimen colonial y terminaron por centrarse en el descontento popular ante el conflicto.
Desarrollaron campañas contra la injusticia social del servicio militar (sistema de
redención que exime a determinadas clases sociales por el pago de una tasa). Esta
campaña fue un éxito de movilización y rentabilidad política y la implantación del
partido creció a partir del 98. El Partido Socialista fue el único partido que trató, por su
propaganda y por sus campañas públicas, de organizar una protesta popular contra la
guerra.

-Anarquistas: la guerra les confirmó sus tesis internacionalistas. Frente al


enfrentamiento, subrayan la necesidad de que los pueblos unidos por encima de
fronteras podían superar los problemas comunes como la desigualdad política y legal y
las injusticias sociales de las clases más desfavorecidas.

El problema fue que apenas tuvieron ocasión de demostrar su postura ya que la


represión del anarquismo terrorista dificultó cualquier manifestación de los anarquistas
en general.

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-Intelectuales, como Costa o Unamuno, se declararon totalmente en contra de la guerra.

Plantean las primeras medidas regeneracionistas.

Exceptuando a los federales, los demás grupos políticos adoptaron una postura
contradictoria: apoyaban las ideas autonomistas y las reformas en las colonias pero
también adoptaron una postura patriótica frente a la guerra, exaltando la necesidad de la
victoria, pensando que la derrota se volvería contra el régimen y lo haría caer.

Los grupos con intereses en las islas (Comerciantes, hacendados, inversores, militares y
funcionarios destinados a las islas, órdenes religiosas de Filipinas...), vivieron el
conflicto con seria preocupación, algo lógico porque estaban en juego sus ganancias
económicas.

Los empresarios españoles (Textiles catalanes, los cerealistas castellanos y la siderurgia


vasca), interesados en el gobierno colonial, sin tierras y sin inversiones directas en las
islas, apoyaban una salida rápida del conflicto para que no siguiese perjudicando sus
intereses comerciales en la zona.

En cuanto a la población, la guerra acrecentó el malestar general en el que ya se


encontraban. El pueblo en general se hallaba molesto, descontento. Ni apoyaban ni
defendían el conflicto. Para ellos, los asuntos de Cuba y Filipinas era algo tan lejano que
les causaba indiferencia. Lo que no querían era enviar a sus esposos e hijos a la guerra,
perder su sustento económico. Se resistían a los reclutamientos, carecían del interés
político suficiente como para involucrarse en el conflicto. Se negaban a pagar los platos
rotos de los mandamases de la nación.

Los movimientos regionalistas y nacionalistas se vieron favorecidos por la guerra, sobre


todo después del desastre:

- Las Ligas agrarias en Galicia se desarrollaron fruto del malestar popular, sobre
todo rural, durante la guerra.

- En el País Vasco el nacionalismo rechazó cualquier proyecto colonial incluso


aquellos que se realizasen con capital vasco.

- En Cataluña, numerosos sectores con intereses en ultramar apoyaban al gobierno


de Madrid en la guerra. Una vez perdidas las colonias, retiraron este apoyo que
otorgaron a un partido emergente: la Lliga.

La política exterior en los años noventa

Al ponerse en cuestión el futuro de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y las islas españolas de
la Micronesia, se abrió un debate internacional sobre el provenir de estas colonias.

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Las potencias del momento ven una buena oportunidad para intentar sacar provecho de
la situación, entrando en juego el factor del Imperialismo.

Para ser una auténtica potencia era necesario el poseer colonias. Es por ello que países
como EEUU se inmiscuya el la política de otros países con el objetivo de sacar
beneficios de ellos.

En el ámbito internacional asistimos a un cambio en el orden mundial. Europa deja de


ser el centro de la acción internacional, surgiendo nuevas potencias como EEUU y
Japón.

La Guerra Hispano-Norteamericana conllevó importantes implicaciones económicas y


comerciales. La política arancelaria de España sobre sus colonias sólo beneficiaba a los
españoles, yendo en contra de los intereses de las colonias y de las demás potencias. Es
algo lógico que ningún país optase por ayudar a mantener esta situación en las islas
españolas durante más tiempo.

Ni el gobierno de Cánovas ni el de Sagasta se plantearon ceder las colonias. Era el deber


de los gobiernos de la Regencia el preservar todos los territorios del rey niño, aparte de
que la cesión o el autogobierno de las colonias podría poner en peligro el régimen de la
Restauración y a la propia monarquía.

En 1895 Cánovas buscó ayuda en Gran Bretaña. La respuesta que obtuvo de Salisbury
fue que (preocupado en conseguir el apoyo norteamericano para frenar la expansión
colonial rusa), les ayudarían siempre y cuando España otorgase la autonomía a Cuba.
En 1896, Cánovas volvió a solicitar ayuda a las potencias europeas con el propósito de
obtener el apoyo necesario para hacer frente a los EEUU.EEUU declaró inamistosa
cualquier alianza con España, quedando de nuevo la petición de ayuda en el aire. En
1898, Sagasta vuelve a solicitar ayuda. La regente, Mª Cristina de Habsburgo, también
había solicitado apoyo a varios monarcas europeos, para que intercediesen ante los
gobiernos de sus países.

Guerra de Cuba

- Cuba antes de la guerra.

En Cuba predominaba la economía de plantación, basada en el cultivo de azúcar, café,


tabaco y bananas. Este tipo de explotación se realizaba en los “ingenios” con mano de
obra esclava. La producción estaba orientada hacia el comercio exterior.

En 1880 se produce la revolución industrial azucarera, con la llegada de la


modernización de la producción gracias a la introducción de la maquinaria y a la
aparición de las fábricas.

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Todo ello, junto con el cambio de legislación, provocó que se pasase de un sistema
esclavista a uno asalariado, aumentando con ello el número de trabajadores contratados
en la Península.

Las exportaciones incrementaron su orientación hacia el mercado internacional


(especialmente hacia EEUU, Gran Bretaña y los países del N de Europa) lo que hizo
que se “independizase” en cierta medida de la Península.

- Situación política

Durante los años 90 se produjo una separación entre la metrópoli y la colonia, que
culminó en la guerra cubana por la independencia.

El objetivo de conservadores y liberales españoles fue siempre el mantener la soberanía


sobre Cuba, pero la falta de perspectiva y de generosidad política a la hora de aplicar
reformas, la incapacidad para dar a conocer a las aspiraciones cubanas y a la
divergencia de intereses entre cubanos y peninsulares llevaron a la ruptura de las dos
sociedades.

La sociedad cubana no quería seguir siendo dependiente, exigiendo el fin de la


esclavitud, el derecho a tener representante cubanos en el Parlamento español y a tener
un desarrollo de partidos políticos.

Los partidos políticos de Cuba eran:

-Partido Unión Constitucional: integrado mayoritariamente por peninsulares que se


oponían a cualquier solución autonomista, por criollos notables y por comerciantes
exportadores-importadores de ideología conservadora.

-Partido Liberal Autonomista: creado por la burguesía cubana, apoyada por intelectuales
y profesionales, hacendados criollos sin mucho capital y por la población rural.

Este partido defendía los derechos individuales, la libertad religiosa y de conciencia, el


reforzamiento de los poderes locales y a descentralización.

Ambos partidos apoyaban la continuidad de España como metrópoli, aunque cada uno
de ellos representase distintos sectores de la sociedad cubana.

-Partido Reformista: gestado a instancias de peninsulares que habían invertido sus


capitales en Cuba y cuyos intereses chocaban con la política proteccionista de España.

Bajo esta formación quedaron englobados los sectores ligados al azúcar,


industrializados e interesados en el mercado norteamericano. Fue la génesis del
Movimiento Económico.

La situación política, económica y social de Cuba en las últimas décadas del s. XIX fue
notable. Pero la actitud de la administración española fue desilusionante porque
mantuvo unos planteamientos inmovilistas que estimularon el descontento de amplios

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sectores de la sociedad cubana. Así, no se aceptó la creación de una Cámara insular que
tendría que ser elegida directamente por los propios cubanos y que se tendría que
encargar de asuntos de interés local como los presupuestos, el gobierno municipal, la
educación, la sanidad, las obras públicas o las comunicaciones.

Durante mucho tiempo, la administración peninsular frenó cualquier intento


autonomista procurando que la representación cubana en Cortes estuviera dominada por
los hombres de la Unión Constitucional, con una pequeña cabida a los seguidores del
Partido Autonomista.

Quienes no tendrían ninguna representación eran los campesinos, los obreros y la


población negra y mulata.

Es lógico que ante esta situación las protestas fuesen cada vez mayores.

Desde la llamada “Guerra Chiquita” (iniciada en 1879 bajo inspiración de José Maceo y
Calixto García), no cesó la agitación en la isla.

Los separatistas encontraron su vía de expresión a través del Partido Revolucionario


Cubano, liderado por José Martí, quien se convertiría en el firme defensor de la
independencia de Cuba.

En los años 90 al malestar político se sumó el rechazo al régimen arancelario que


respondía más a los intereses fiscales y proteccionistas de la metrópoli que a las
necesidades de los sectores productivos cubanos.

Esta situación se agravó en el momento en el que la administración McKinley decidió


aprobar un arancel que restringía la entrada del azúcar y del tabaco cubanos, en
respuesta a los altísimos precios que los productos americanos tenían que pagar en
Cuba.Surge entonces el llamado Movimiento Económico, una organización en defensa
de los productos cubanos y en contra de la metrópoli.

El Movimiento Económico reclamó una reforma arancelaria que permitiera la entrada


de productos extranjeros en el mercado cubano, junto a una modificación de las leyes de
1882 que regulaban las relaciones mercantiles entre la colonia y la metrópoli.

Ante esta situación, el entonces ministro de Ultramar ( y amigo personal de Cánovas),


Antonio María Fabié, acepta las peticiones de los grupos económicos cubanos, no
aplicando el arancel que gravaba las importaciones extranjeras.

En 1891,firmó con los EEUU un nuevo tratado de reciprocidad en el que ( con el


propósito de mantener abierto el mercado americano a los azúcares cubanos) concedían
ventajas arancelarias a los productos norteamericanos, perjudicando con ello a las
exportaciones y productos peninsulares.

Esta política arancelaria favorecía a los productos cubanos en contra de los intereses
peninsulares.

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Ese mismo año, la burguesía catalana consiguió paralizar la aprobación de un


presupuesto en el que se contemplaba la creación de nuevos impuestos para compensar
el descenso de la venta de aduanas.

Esto causó una gran preocupación entre los grupos peninsulares con intereses en Cuba,
quienes presionaron para que se pusiese freno a la política de Fabié.

En noviembre de 1891,Cánovas destituyó a Fabié nombrando a Romero Robledo


ministro de Ultramar.Este nombramiento fue tomado entre la burguesía catalana como
un claro ataque contra sus intereses. Razón llevaban pues entre las numerosas medidas
del nuevo ministro figuraba un aumento sobre la colonia, la reducción de poderes del
gobernador general, evitar la autonomía administrativa de la isla, la restricción de los
cubanos en los órganos de gobierno y en la preparación de presupuestos.

Además, se aplicó un nuevo arancel en el que se aumentaba la protección a los


productos peninsulares, gravando la entrada de los productos provenientes de países no
convenidos.

La oposición contra estas medidas fue unánime en toda la isla, colocando a los
productores cubanos al borde de la rebelión en el verano de 1892.Meses después, caía el
gobierno de Cánovas.

Los liberales, al llegar al poder, impulsaron una nueva política reformista. En junio de
1893,Antonio Maura presentó un proyecto de reforma bastante moderado, que pronto
fue rechazado por los conservadores peninsulares ( que lo veían excesivo) y por los
autonomistas cubanos ( para quienes no cumplía ni una sola de sus expectativas)

El proyecto no tuvo viabilidad alguna (que consistía en conceder al gobernador general


la representación del gobierno, la instauración de una Diputación Provincial única con
nuevas atribuciones; otorgando a los ayuntamientos mayores capacidades), quedando en
el aire.

El fracaso de la introducción de reformas aceleró la insurrección en Cuba.La guerra


podía estallar en cualquier momento sino se le ponía remedio.

En un intento de parar la amenaza de guerra que suponía la rebelión, Sagasta nombró (


en el otoño de 1894) a un nuevo ministro de Ultramar: Abarzura quien presentó un
nuevo programa reformista (en el que se repartían entre 6 diputaciones provinciales y un
consejo de administración las atribuciones que el gobierno había previsto para la
anterior Diputación única. Con ello evitaban el órgano rector dotado de excesivo poder
que los conservadores tanto temían). Sabedores de que era la última oportunidad de
frenar el asunto, todos los políticos españoles lo aceptaron.

Pero era demasiado tarde, el proceso de lucha por la independencia- a estas alturas-ya
era imparable. Ni tan siquiera la concesión de autonomía decidida por Sagasta tras la
muerte de Cánovas ( otoño de 1897y que fue puesta en práctica a principios de 1898)

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consiguió frenar el proceso de independencia, ni restaurar la paz entre la metrópoli y los


cubanos en armas.

Las aspiraciones políticas, económicas y sociales de los cubanos no tenían cabida en la


política colonial de la Restauración.El sistema se mantuvo durante años gracias a la
entrada de mano de obra clandestina que beneficiaba a los principales sectores
productivos de la isla y a una escasa carga fiscal sobre las exportaciones que favorecían
a círculos muy concretos que apoyaban el mantenimiento de la situación mientras ésta
les resultó beneficiosa.

Durante los años 90 una serie de factores (reformas administrativas adoptadas por Cuba,
las cuales refuerzan el poder central del Estado, creciente peso político de las clases
medias y trabajadores cubanos, progresiva dependencia de la economía cubana de los
EEUU, diferencia entre los intereses económicos de los cubanos y los españoles e
imposibilidad del Estado español para financiar el gasto cubano), hicieron necesaria y
urgente la necesidad de una reforma del sistema político y económico.

Sagasta propuso medidas autonomistas que llegaban muy tarde. Los distintos gobiernos
españoles fueron incapaces de solucionar el problema. La guerra entre Cuba y España y
el fin de la relación colonial entre ambas estaba a punto de estallar.

- La Guerra

En 1895 estalló la guerra en Cuba. Tras más de 15 años de dominio español, el 24 de


febrero de ese mismo año se produjo el llamado “Grito de Baire”, última etapa de la
lucha contra España. Todo ese tiempo se había estado conspirando contra la metrópoli,
al amparo de las asociaciones entonces permitidas y algunos grupos se mostraban
dispuestos a intentar de nuevo la insurrección (conviene recordar que ya se había
producido otra insurreción en octubre de 1698: el grito de Yara). Los autonomistas
(Unión Constitucional) eran partidarios de las reformas pero seguían demandando más
reformas y mayor igualdad jurídica y legal con la península. Un hecho clave fue la
fundación del Partido Revolucionario Cubano (PCR) de carácter democrático, antillano
(incluía la emancipación de Puerto Rico) e interracial. Mientras se esperaba el momento
propicio para la insurrección, se acopiaban hombres y armas, conseguidas por
donaciones (EE.UU.).

La rebelión estaba capitaneada por Máximo Gómez y apoyada por José Martí.

Éste da la orden desde Nueva York para que empiece la insurrección. La reacción
política en la metrópoli se produce en forma de cambio de gobierno: Sagasta facilitó la
alternativa al Gobierno de Cánovas, cuya principal tarea será la organización financiera
y militar de la guerra cubana.

A ellos se sumaron los sectores contrarios al gobierno colonial impuesto por España.

La rebelión se inició en las sierras de Oriente, llegando hasta Santiago.

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¿Cuál fue la postura del gobierno español ante esta rebelión? Cánovas en un principio se
negó a negociar con los rebeldes. No contemplaba ni la separación ni la independencia
de la isla, por lo que el primer objetivo del gobierno español era lograr la pacificación.

Esta misión se le encarga al general Martínez Campos(antiguo pacificador de la anterior


insurrección), quien optó de nuevo por una línea pacificadora.

Pero la insurrección se extiende por toda la isla, amenazando incluso a La Habana, sede
del capitán general, el cual aconseja a Cánovas a adoptar una política más dura e
intransigente e incluso a que se nombrara como su sustituto al general Weyler; quien es
nombrado capitán general, llegando a la isla en febrero de 1896 dispuesto a ganar la
guerra a cualquier precio.

Valeriano Weyler (quien ya conocía Cuba y tenía experiencia en guerras tropicales),


decidió combatir a los apoyos que recibían los rebeldes cubanos: la población
campesina. Para ello, concentró a ésta en zonas controladas, dividiendo la isla en
compartimentos divididos mediante trochas (amplia franja de terreno desbrozado, de
norte a sur de la isla, vigilada desde torres de observación, cuyos centinelas
comunicaban por heliógrafo a las tropas los movimientos que observaban en la zona
despejada) o líneas fortificadas que iban de costa a costa de la isla. La población
campesina estaba muy vigilada para evitar sus movimientos, los rebeldes habían sido
aislados.

La evolución de la guerra en estos primeros años se corresponde con los periodos de


gestión de los dos capitanes generales: muy desfavorable en 1895, con Martínez
Campos, y de recuperación favorable con Weyler en 1896. La guerra fue larga y dura.
El gobierno llegó a enviar 300000 hombres a la isla, registrándose numerosas bajas por
enfermedad.

La vida política en la península estaba condicionada por la guerra: la preocupación


básica del Gobierno era allegar fondos suficientes para financiarla y lograr el consenso
político para la defensa de los objetivos nacionales. En un principio Cánovas contará
con el apoyo de Sagasta para la aprobación urgente de los presupuestos de 1895 (con
mayoría liberal en la Cámara), así se evitaba la manifestación de discrepancias y se
centraban en la guerra. Incluso se aplazó la celebración de elecciones generales. Con las
nuevas Cortes de mayoría conservadora, aparecen las primeras discrepancias sobre la
gestión de la guerra. Cánovas aprobó por decreto medidas descentralizadoras, mientras
los liberales eran partidarios de la autonomía.

El enfrentamiento no tenía vistas de una solución fácil, debido en parte a que el apoyo
con el que contaban los rebeldes era demasiado grande.

Ningún político español quería perder la isla. Todos eran conscientes de la gran riqueza
de ésta, amén de que su pérdida sería un gran deshonor que traería graves consecuencias
para la estabilidad del régimen.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Los españoles eran superiores en número y en equipamiento, dominaban las ciudades y


las vías de comunicación. Pero tenían que hacer frente al espíritu de la independencia, al
clima y al terreno el cual se volvía dificultoso en el interior de la isla; área dominada por
los rebeldes cubanos.

A pesar de los refuerzos con los que contaba Weyler, los rebeldes cubanos fueron
aumentando sus efectivos y sus fuerzas. Controlaban la selva y actuaban por sorpresa
sobre las tropas españolas.

Recibían ayuda del exterior, sobre todo de EEUU quien les proporcionaba armas,
municiones y voluntarios. España temía la participación de los EEUU en la guerra por
lo que los diplomáticos españoles trabajaban para retrasarla lo más posible; pero el fin
de la presidencia de Cleveland (partidario de la soberanía española sobre la isla, aunque
con concesiones), provoca un gran cambio: el nuevo presidente McKinley inicia una
etapa más abiertamente intervencionista.

Viendo que el conflicto no tenía vistos de acabar de forma rápida y que estaba
perjudicando a sus intereses, EEUU fue aumentando sus intervenciones en la isla.

En la primavera de 1897,el Parlamento español toma una firme decisión: Cánovas se


muestra a favor de continuar con la guerra y tras la victoria, otorgaría a la isla una serie
de reformas. Sagasta sigue abogando por negociar con los rebeldes una autonomía de la
isla. La presión interior (críticas de Sagasta) y exterior (EE.UU.), obligan a Cánovas a
declarar la crisis total en junio de 1897, aunque los liberales no estaban inclinados a
asumir la tarea de gobierno.

La decisión final la tomó la reina regente, MªCristina, quien-a pesar de sentir mayor
simpatía por Sagasta- se inclina hacia la postura de Cánovas.Alega que era la postura
más prudente y la que mayor seguridad ofrecía para mantener la integridad territorial de
España.

Cánovas dio órdenes a Weyler para que intensificase los esfuerzos bélicos. Weyler tenía
de plazo para acabar con el conflicto hasta finales de año. Si a partir de esa fecha la vía
militar no hubiese servido de nada, habría que buscar otra solución.

En agosto de ese mismo año, Cánovas es asesinado en el balneario de Sta.Águeda; lugar


al que se había trasladado para descansar.

Para muchos autores (Ferrara, Espadas, Julian Campanys), detrás del asesinato de
Cánovas se hallaban grupos con intereses cubanos, teoría que a día de hoy no ha podido
ser confirmada.

La muerte de Cánovas coincidió con la intensificación de la presión norteamericana en


Cuba, complicando aún más la guerra entre cubanos y españoles.

Tras el asesinato de Cánovas, Sagasta llega al poder y con él llega también la política
autonomista que los liberales llevaban tiempo proponiendo.

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Weyler fue sustituido por el general Blanco quien se inclina hacia una línea de acción
más conciliadora. Se abandonan los planes militares y la política llevada en los últimos
años. La política de los liberales era reducir las acciones militares y pasar a la acción
política.

En noviembre de 1898 el gobierno español aprobó una ley en la que se concedía la


autonomía a Cuba (Y por extensión, también a Puerto Rico).

Quedaba establecida la igualdad de derechos entre peninsulares y residentes en las


Antillas, se extendía a estas zonas el sufragio universal y se regulaban las nuevas
instituciones del régimen autonómico.

Pero estas medidas llegaban demasiado tarde y apenas pudieron ser puestas en práctica.
Para los cubanos, la autonomía ya no era suficiente: querían la total independencia.

Tampoco los norteamericanos se iban a conformar con esta cesión. A estas alturas del
conflicto, estaban muy implicados en la isla y dispuestos a decidir su futuro.

Desde entonces, la presión entre EEUU y España se fue incrementando. EEUU buscaba
hacerse con el control de Cuba, haciéndose la situación insostenible y estallando la
Guerra Hispano-Norteamericana.

Guerra Hispano-Norteamericana

En 1898,EEUU decide intervenir en el conflicto entre Cuba y España; declarando la


guerra a ésta última.

El enfrentamiento hispano-norteamericano no afectó solamente a Cuba, sino que puso


en cuestión el futuro de todas las posesiones españolas en el área del Caribe y en el
Pacífico.

EEUU tenía diversos motivos para embarcarse en este conflicto:

- Motivos políticos: a finales del s. XIX, EEUU era un país muy rico y poderoso.
Poseía un alto grado de desarrollo en el campo de la agricultura, la industria, el
comercio y las infraestructuras. Su sistema político estaba totalmente
consolidado por lo que aparecen grupos (compuestos por: políticos republicanos,
estrategas, militares, oficiales de la marina, comerciantes de mercados
exteriores, empresas navieras, compañías que querían tender cables telegráficos,
misioneros y sociedades humanitarias), que exigen una política exterior más
activa, la cual permitiese a los EEUU desempeñar el papel de gran potencia en el
ámbito internacional. Desde que comenzó la insurrección en la isla, la población
norteamericana se posicionó del lado cubano. Creían legítima la lucha de los
cubanos y sus reivindicaciones a un derecho a ejercer su propia soberanía. Por
otro lado, pensaban que España gobernaba Cuba de manera autoritaria e
intolerable, cometiendo abusos sobre la población.

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- Motivos económicos: la mayor parte del sector dedicado a los negocios era
reacio a entrar en guerra. Pensaban que esta decisión sería negativa para la
marcha de la economía norteamericana. Tan sólo un pequeño sector económico
que tenían propiedades en Cuba, junto a comerciantes y navieros que operaban
en la isla, eran partidarios de entrar en el conflicto por razones obvias. La guerra
de Cuba terminó por afectar a toda la comunidad de negocios. Los rumores
sobre una inminente intervención hacían oscilar el mercado, obstaculizando la
marcha de la economía norteamericana. Por ello, lo que más deseaba el mundo
económico era que se resolviese el problema cubano de una vez por todas.
Preferían una guerra corta a una larga incertidumbre, por eso es que la
intervención norteamericana en la guerra cubana contó con un amplio apoyo de
este sector.

- Motivos políticos: el Congreso apoyaba a una Cuba totalmente libre. Pero tuvo
que llegar a la presidencia del país McKinley (llegó al poder en 1896. Cleveland,
su antecesor, no sólo se negaba a participar en el conflicto sino que animó al
gobierno español a conceder la autonomía a Cuba con tal de ver la isla en paz.
Temía que el conflicto hispano-cubano terminase por salpicar seriamente a los
intereses norteamericanos), para que eso se llevase a cabo. En un principio,
McKinley inclinó su política hacia los problemas de orden interno, el desarrollo
económico y las tarifas aduaneras. Por eso, trató de negociar en un principio con
España para que ésta acabara con la insurrección en Cuba y cambiase su política
en la isla. Posteriormente, McKinley modificó sus objetivos e intentó conseguir
el control sobre el archipiélago por medios pacíficos. Su postura se fue
radicalizando a lo largo de 1897,al ir aumentando el grupo de quienes señalaban
que España estaba perdiendo el control de la situación en Cuba, que los cubanos
más revolucionarios se podrían hacer con el control de la isla y que las pérdidas
económicas iban aumentando. Poco a poco se fue extendiendo por los EEUU el
clamor a favor de una intervención en Cuba.

- Motivos estratégicos: McKinley era plenamente consciente de que Cuba era


fundamental para la seguridad y defensa de los EEUU.Pero también era
importante para la estrategia que pretendía desarrollar en la zona del Caribe
(sobre todo ante la inminente apertura del canal interoceánico) También quería
frenar a toda costa el descalabro económico que estaba suponiendo la
insurrección cubana para las inversiones norteamericanas. Por otro lado,
consideraba que la intervención en Cuba podía hacerle ganar puntos de cara a
unas próximas elecciones.

Al mismo tiempo, las grandes potencias europeas parecían a punto de iniciar la


distribución definitiva del Extremo Oriente.Los EEUU podían quedar fuera de este
reparto sino actuaban de forma rápida. Así, que junto a la intervención en Cuba, surge la
idea de intervenir también en la zona de Oriente; planteándose una solución conjunta a

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ambas cuestiones: si se declaraba la guerra a España y EEUU intervenía al mismo


tiempo en sus colonias occidentales y orientales, podrían terminar con la insurrección en
Cuba y de paso anexionarse algunas de las islas españolas del Pacífico que se
convertirían en bases militares desde las que poder controlar sus intereses en Asia.

Así, en 1898 –convencido de que los españoles no iban a solucionar el conflicto de


forma pacífica y temeroso del avance de los rebeldes cubanos-McKinley decide
intervenir en Cuba para hacerse con el control de la isla.

En febrero de ese mismo año, en el puerto de La Habana, explotó el Maine; un barco de


la Armada estadounidense enviado para proteger las vidas e intereses de los ciudadanos
norteamericanos asentados en Cuba.

Oficialmente, el barco explotó por una mina colocada desde el exterior de forma
deliberada (tesis que hoy en día se sabe que es incierta), culpando de la autoría de los
hechos a los españoles.

La voladura del Maine:

El crucero estadounidense Maine fondeaba en el puerto de La Habana en


“visita amistosa”, cuando a las 21:45 h del día 15 de febrero de 1898 una
explosión destrozó la proa del barco, que se fue a pique causando la muerte de
dos oficiales y de 258 tripulantes.

No se ha podido determinar si la explosión fue fortuita o provocada, aunque es


seguro que no favorecía a los intereses españoles. La comisión estadounidense
la atribuyó a una mina submarina; la comisión española, a la que le fue vetado
el acceso al casco del buque, a causas internas. En cualquier caso la voladura
del Maine y la agresiva campaña emprendida a raíz de ella por determinados
sectores de la prensa estadounidense fueron determinantes para que dos meses
después el Congreso de los EEUU declarase la guerra a España.

Para colmo ese mismo mes se detectó y publicó en varios periódicos estadounidenses,
una carta privada del ministro español en Washington (Dupy de Lôme) quien criticaba
abiertamente al presidente McKinley.Este hecho originó un gran escándalo, caldeando
aún más el ambiente ya de por sí tocado tras la explosión del Maine.

Par echar más leña al fuego, la prensa norteamericana no cesaba de publicar artículos
incendiarios contra el gobierno español y de las supuestas atrocidades que cometía en la
isla.

El Congreso y el Senado se inclinaron definitivamente a favor de una intervención en


Cuba, petición a la que se agregó el pueblo (muy influenciado por las noticias que les
llegaban desde Cuba y que mostraban la guerra como un genocidio).

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

En marzo de ese mismo año (1898) comenzaron los preparativos para la intervención
norteamericana. El gobierno estadounidense envió una serie de notas al gobierno
español en las que solicitaban un armisticio, pero con una serie de condiciones (la
última de ellas fue la intención de que España negociase con los EEUU la
independencia de Cuba), imposibles de cumplir por el gobierno de Sagasta.

El 21 de abril de 1898, los EEUU declaraban formalmente la guerra a España. Exponían


para ello razones humanitarias, a favor de la defensa de la vida e intereses de los
norteamericanos instalados en la isla.

España solicitó la ayuda de otros países en el conflicto en tres momentos concretos: para
frenar la intervención norteamericana en Cuba, para evitar la guerra con los EEUU y
para minimizar las consecuencias del enfrentamiento.

Como no conseguían llegar a un acuerdo con los norteamericanos, España solicitó la


intervención de las demás potencias.

Ninguna nación ofreció su ayuda. Todos esperaban ver cuál sería la postura que
adoptase Gran Bretaña antes de dar el primer paso.

Para no dejar a España sin respuesta, le proponen que solicite la ayuda a la Santa
Sede.Consideran que la figura del Papa era una fuerza que ambos contendientes
respetarían, a la vez que no comprometía políticamente a nadie.

Las peticiones de ayuda de España apenas tuvieron efecto en el ámbito internacional. La


política exterior española de los últimos años había dejado al país totalmente ajeno a los
acuerdos continentales. A nadie le interesaba ayudar a un país que poco tenía que
ofrecer a cambio, un país que no se había preocupado de participar en los asuntos de los
demás países, que había permanecido aislado en sus territorios. País por el que nadie
estaba dispuesto a enfrentarse a los cada vez más poderosos EEUU.

España quedaba sola frente a su propio destino

Para entender mejor la postura de las potencias europeas, habría que hacer un pequeño
repaso para ver cómo era la situación política y los intereses de cada una de ellas:

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Estamos ante la Europa de las Alianzas:

-Triple Alianza: que unía a Alemania, Austria-Hungría e Italia

-Alianza: Francia y Rusia.

Gran Bretaña permanecía aislada. Busca el apoyo de los EEUU para seguir
manteniendo esta situación.

Alemania era el segundo socio comercial de los EEUU.Busca el apoyo de


éstos en sus ansías coloniales en el Extremo Oriente.

Austria-Hungría fue la nación que se mostró más dispuesta a ayudar a


España, pero carecía de peso en el contexto europeo. Además, tenía que hacer
frente a los problemas de los Balcanes y para ello necesitaba el apoyo de
Alemania frente a Rusia.

Por sí sola no podía hacer nada. Si las demás potencias europeas prestaban su
apoyo a España, Austria-Hungría también lo haría.

Rusia, su preocupación nada tenía que ver con el problema español y su


campo de alcance. Los rusos intentaban mantener sus intereses económicos y
estratégicos en el Mediterráneo oriental y en el Extremo Oriente.Nada les
impulsaba a ayudar a los españoles y a enfrentarse a los EEUU.

Francia se encontraba en pleno proceso de expansión colonial, enfrentada por ello a


Gran Bretaña, y preocupada por su defensa frente a Alemania.Tenía buena relación
con Rusia y no deseaba enemistarse con las demás potencias europeas ni con los
EEUU.

Por otro lado, la defensa del principio monárquico al que se alude desde España
poco importa a la Francia republicana.

Francia no demostró ninguna predisposición de ayudar a España en este asunto.

La guerra fue corta y contundente. En Cuba, el almirante Cervera era el encargado de


defender la isla. Había salido de forma precipitada de España, sin instrucciones precisas
y con poco combustible.

Se refugió en Santiago de Cuba, donde fue bloqueado por la escuadra de Simpson en


mayo.

Cervera quiso inutilizar sus buques para trasladar la lucha a tierra. El gobierno español
no lo autorizó a ello y el 3 de julio perdía todos sus barcos en un combate que Cervera
sabía de antemano que no podía ganar.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

El 12 de julio cayó Santiago. El gobierno español, había hecho todo lo posible para
defender sus colonias, pero había llegado el momento de pedir la paz.

En Filipinas, los norteamericanos consiguieron la capitulación de Manila el 12 de


agosto, cayendo rápidamente todo el archipiélago.

El 14 de agosto se firmaba el Protocolo de Washington que significaba el fin de las


hostilidades y el comienzo de las negociaciones diplomáticas que firmarían el precio de
la paz.

La Comisión de Paz se reunió en París el 1 de octubre de 1898.De parte de España, la


Comisión estaba formada por Eugenio Montero Ríos (liberal), el ex ministro
Buenaventura Abárzuza, el diputado y magistrado del Tribunal Supremo José de
Garnica, el diplomático Wenceslao de Villa-Urrutia, el general e ingeniero Rafael
cerezo y el ministro plenipotenciarios Emilio de Ojeda.

De parte de los EEUU acudían el anterior secretario de Estado, William Day,el


presidente de la Comisión de Exteriores del Senado,Cushman Davis,el senador
republicano y convencido expansionista William Frye,el senador demócrata y
antiimperialista George Gray y el director del New York Tribune ,Whitelaw Reid.

Durante dos meses se estuvo discutiendo sobre cuál sería el futuro de las colonias.
EEUU quería la totalidad del archipiélago filipino, a cambio España recibiría 20
millones de dólares. Las exigencias norteamericanas habían ido aumentando con el paso
del tiempo. De reclamar una base naval en Manila, el gobierno norteamericano había
pasado a solicitar todo el archipiélago.

El otro punto a tratar fue el del problema de la deuda cubana. EEUU se negaba a
hacerse cargo de los gastos y obligaciones de la deuda de Cuba (cercana a los
455710000 dólares), deuda que España intentaba traspasar junto con la isla.

El 10 de diciembre, España firma la Paz de París, liquidando su imperio ultramarino. En


este Tratado España pierde Cuba, Puerto Rico, Filipinas (por 20 millones de dólares) y
Guam que pasan a manos de EE.UU., así como la venta, a principios de 1899, de
Marianas, Palaos y Carolinas, a Alemania. Sagasta había iniciado una negociación
secreta con Bismarck, paralela a la Paz de París, en la que España vendería a Alemania
las islas Carolinas, las Marianas y Palaos a cambio de 25 millones de pesetas. Gran
Bretaña apoyó a Alemania cuando EEUU intentó pasar por alto el pacto alemán con
España.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

El Tratado de París

Tras la humillante derrota en la guerra hispano-estadounidense, el Tratado de París,


firmado el 10 de diciembre de 1898 con la mediación del gobierno francés, puso fin
a los restos del Imperio colonial español-los tres archipiélagos del Pacífico, las
Marianas, las Carolinas y Palaos, serían vendidos a Alemania inmediatamente
después-. En el Tratado, España renunció a su soberanía sobre Cuba reconociendo
su independencia, mientras cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam a EEUU.
a cambio de una indemnización de 20 millones de dólares.

El desastre del 98,resultado de un largo proceso de decadencia que había convertido


a España en una potencia de segundo orden, se había consumado, originando en la
sociedad española una grave crisis moral y material.

El porqué del apoyo británico a los alemanes es debido a que Gran Bretaña intentaba
que se realizase un equilibrio en el Pacífico y con ello alejaba a Alemania de las áreas
de interés prioritarias para los británicos. Inglaterra podía seguir manteniendo con ello
su hegemonía en este ámbito.

La pérdida de los territorios coloniales supuso para España una quiebra en su posición
que hasta ese momento ocupaba en la escena mundial. El fin del imperio de ultramar
significó para España el ocaso como potencia soberana de territorios repartidos por todo
el mundo.

En el ámbito interno, significó el replanteamiento de la política exterior. Habían perdido


las colonias, se habían sentido aislados, sin apoyo del exterior, con una gran
incertidumbre ante el reparto de sus antiguos territorios.

A partir de ese momento, la política exterior giraría hacia la búsqueda de una garantía
exterior que asegurase la protección del territorio, afianzase sus límites y posesiones
extrapeninsulares.

Para ello, habría que potenciar la capacidad ofensiva, mejorar el Ejército y la Marina y
comenzar a realizar pequeñas incursiones en la política internacional, con la que se
lograrían acuerdos con las grandes potencias del momento.

Como primer paso para ello, se inclinaron a realizar una política exterior hacia Francia y
Gran Bretaña que culminaría en los acuerdos de 1904 y 1907.

La crisis de fin de siglo

Tras el 98,determinados círculos (prensa, intelectuales, políticos, clases ilustradas,


militares) sintieron que la derrota expresaba la culminación de un largo ciclo de
decadencia.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Comenzó una crisis en la conciencia nacional, una intensa reflexión sobre España y su
papel en la historia. Se habló de la “España sin pulso”, extendiéndose el sentimiento de
que la nación había entrado en una fase agónica.

Este pesimismo generalizado fue el que originó la idea del “desastre” (lo cierto es que
esta visión catastrofista no se correspondía totalmente con la realidad. La crisis militar y
colonial que estaba viviendo España no era tan diferente a las sufridas por otros países
europeos en la misma época. Las repercusiones que originó esta crisis fueron limitadas
y la nación en general no estaba tan atrasada como decían. Los resultados de la
contienda no provocaron grandes cambios en el mapa político español, ni supusieron
una amenaza para el régimen. El sistema político de la Restauración no sufrió ningún
cambio, manteniéndose todo lo anterior a 1898: la Constitución, el titular de la Corona,
la composición de las Cortes, los mismos partidos e incluso los mismos mecanismos
políticos que tanto habían criticado).Comienza a urgir la necesidad de mejorar, de
sanear y modernizar España.

Surge entonces el regeneracionismo, ideología que actuó a finales del siglo XIX y
comienzos del XX, de orientación reformista y con una importante carga utópica.

Mediante el regeneracionismo se potenció la modernización política, social y


económica de España a muy distintos niveles.

Aunque esta ideología se impone en la crisis del 98,lo cierto es que las voces que piden
un cambio ya vienen sonando desde tiempos atrás, desde los años 80 del siglo XIX.

La diferencia es que este cambio es pedido ahora desde los periódicos y órganos de
opinión día tras día.

El pensamiento regeneracionista dio lugar a una literatura angustiada y autoflageladora.


Ello queda patente en escritos de autores como Costa, Mallada, Macías Picavea,
Rodríguez Martínez...

Desde la revista La España Moderna (dirigida por Lázaro Galiano), de las actividades
de la Institución Libre de Enseñanza o desde el Ateneo de Madrid, se pide la necesidad
de un cambio para sacar al país del hastío en el que está sometido.

En una serie de ensayos (de Machado, Valle-Inclán, Baroja, Costa, Unamuno...)quedan


plasmadas muchas de estas reflexiones.

A partir de 1898 surgen muchas de las corrientes que conformarían la España del s. XX.

Surgen corporaciones como las Cámaras Agrarias y Cámaras de Comercio, quienes


buscan una modernización económica y social del país. Querían transformar a éste, pero
no lo consiguen perdiendo gran parte de su empuje. Intentaron ser un grupo de presión,
pero no consiguieron influir suficientemente en las líneas de gobierno.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Desde la clase política también llegaban preocupaciones regeneracionistas. La iniciativa


la tuvieron los conservadores, iniciativa que contribuyó del relevo generacional que se
había producido dentro del seno del Partido Conservador.

Tras la muerte de Cánovas llegan al liderazgo del partido Francisco Silvela y Antonio
Maura, dos políticos caracterizados por su honestidad política, su deseo de reformar la
sociedad y su preocupación por la autenticidad del sufragio y de los resultados
electorales.

Además, los conservadores habían defendido anteriormente dos principios reclamados


por los regeneracionistas: el proteccionismo y la intervención del Estado en la reforma
social. Ello facilitó que se convirtieran en el estandarte del regeneracionismo desde el
gobierno.

El gobierno regeneracionista de Silvela

En marzo de 1899 dimitió el gobierno de Sagasta.

Le sucedió Francisco Silvela, nuevo líder del Partido Conservador tras la lucha que se
generó tras la muerte de Cánovas.

Silvela configuró un gobierno en el que, bajo la hegemonía del Partido Conservador, se


agrupaban fuerzas diversas.

En el nuevo gobiernos estaban Fernández Villaverde, Eduardo Dato, Polavieja, el


marqués de Pindal y Durán Bas ( este último representante del regionalismo
conservador catalán)

Silvela buscó la regeneración desde dentro del sistema político.

Sus principales objetivos eran moralizar la vida pública, neutralizar la amenaza militar,
integrar a los nacionalistas en la política del estado, liquidar las deudas de guerra y
sanear la economía.

Eduardo Dato realizó una destacada labor de legislación social: aprobó leyes sobre los
accidentes de trabajo y regularizó el trabajo de mujeres y niños.

Durán y Bas, ministro de Gracia y Justicia, emprendió la reorganización de las fuerzas


militares de mar y tierra, reorganización de los funcionarios, la descentralización
administrativa y la reforma del Código Penal, del Código de Comercio y de la
administración de Justicia.

Fernández Villaverde, como ministro de Hacienda, emprendió la que sin duda fue el
aspecto más relevante del primer gobierno de Silvela.Intentó reorganizar la Hacienda
pública, trató de estabilizar la economía, de equilibrar los presupuestos, remontar el
déficit, contener los precios y revalorizar la peseta.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Para obtener el dinero que necesitaba la administración.creó un nuevo impuesto de


utilidades que descansaba sobre profesionales y funcionarios, sobre las propiedades
urbanas, sobre la industria y el comercio. Es decir, un impuesto que gravaba sobre la
burguesía y las clases medias.

A este impuesto se oponían la Comisión Permanente de las Cámaras de Comercio, de la


Liga de Productores, de la Unión Nacional y del Fomento del Trabajo.

Para tratar de acallar las protestas, en septiembre de 1899 se aprobó un Real decreto que
adoptaba medidas represivas contra toda agresión al orden y a la unidad de la patria.

La vinculación de Polavieja(ministro de la Guerra) al catalanismo, junto a la


imposibilidad de llevar a cabo los proyectos de reforma militar que se le había asignado
debido a la falta de presupuesto económico, provocan su dimisión.

Durán y Bas se queda sin el apoyo de Polavieja en las causas regionalistas, por lo que
poco puede hacer a favor del clamor catalanista.

La negativa de los contribuyentes catalanes a pagar nuevos tributos, le colocan en una


situación insostenible; presentando su dimisión en octubre de 1899.

Silvela había perdido a dos importantes bazas para su gobierno.

La principal oposición a Silvela provenía de las Cámaras Agrarias, agrupadas en la Liga


Nacional de Productores (dirigida por Joaquín Costa) y las Cámaras Mercantiles
(lideradas por Basilio Paraíso)

Ambos grupos se integraron en 1900 en la Unión Nacional, codirigida por Costa,


Paraíso y Santiago Alba.

Este grupo se opuso a las medidas de Silvela.Entre abril y junio de 1900 organizó una
huelga de contribuyentes en la que se incitaba al impago de los impuestos. Las
manifestaciones fueron muy violentas en Barcelona, donde se mezclaron las causas
económicas con las nacionalistas. Se llegó a declarar el estado de guerra en la Ciudad
Condal.

Aunque la huelga fracasó y se disolvió la Unión, el gobierno de Silvela había sido muy
dañado.

El Partido Conservador dejó el poder por la división que causó en su seno el


nombramiento del general Weyler como capitán general de Madrid.

En octubre de 1900,Silvela presentaba su dimisión.

Último gobierno de Sagasta y de la Regencia, marzo de 1901-mayo de 1902

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Tras el breve gobierno de Azcárraga (su gobierno fue una especie de puente entre el
gobierno saliente (el conservador de Silvela) y el posterior de Sagasta. Azcárraga
asumió el poder para evitar la entrada de los liberales(recodar que existía la rotación de
partidos en el poder) en el gobierno, ya que éstos se oponían a la boda de la princesa de
Asturias con D.Carlos de Borbón-Nápoles (hijo del conde de Caserta quien había
apoyado al aspirante Carlos III), debido a las resonancias carlistas que tenía el novio.

Tras la boda( que generó el rechazo unánime de todas las fuerzas progresistas por lo que
para evitar incidentes se llegó a declarar el día del enlace el estado de guerra en
Madrid), Azcárraga dimitió de su puesto), en marzo de 1901 comienza el último
gobierno de Sagasta y también el último para la Regencia.

Junto a los consagrados liberales de este nuevo gobierno, destaca la figura de un


personaje: José Canalejas, quien trae aires frescos dentro del seno liberal.

El gobierno de Sagasta fue un gobierno de gran inquietud social, con numerosas huelgas
y disturbios en toda España que culminaron en la huelga general de febrero de 1902.

En el ámbito político, ganan importancia los catalanistas (reforzados tras la reacción de


Lliga Regionalista, en abril de 1901), los socialistas, la Unión General de Trabajadores
y los anarquistas.

Para reprimir los motines se enviaba a la Guardia Civil o a la policía, lo que


incrementaban aún más la tensión.

La entrada en el gobierno (marzo de 1902)de Canalejas, orientó a aquel a intervenir en


los asuntos sociales.

Se proponen nuevas leyes para regular las asociaciones, para arbitrar huelgas y para
transformar el impuesto de consumos y aduanas con vista al abaratamiento de los
productos de subsistencia.

El objetivo principal era alcanzar la paz social.

Pero este propósito queda aparcado en el momento en el que Alfonso XIII cumple su
mayoría de edad. El 17 de mayo de 1902,Alfonso XIII cumple 16 años. Puesto que
había sido proclamado rey el mismo día de su nacimiento, juró la Constitución y asumió
la plenitud de sus funciones en esos días.

Comenzaba una nueva etapa política para España.

Balance de los años del regeneracionismo

En los últimos años de la Restauración (tras el 98 y hasta la llegada de Alfonso XIII al


trono), se produjeron reformas importantes en el campo de la administración, la
educación, la sanidad, las obras públicas y la economía. También se apostó por una
nueva política exterior.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Pero estos cambios resultaron insuficientes y a pesar de los esfuerzos de Silvela, Maura
o Canalejas, no se llegó a responder de forma suficiente a las exigencias de la nación.

Los mismos problemas que se habían intentado solucionar en la crisis derivada del 98
seguían patentes, siendo el sistema político incapaz de renovarse para acabar con ello.

Esta incapacidad resultará nefasta, dejando vía libre a la intervención militar; algo que
marcará gran parte de los acontecimientos que se vivirán en la España del s. XX.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Tema 11. Alfonso XIII y los problemas del nuevo


reinado. Los intentos de regeneración del sistema (1902–
1912). Los proyectos de Maura y Canalejas.

Hacia una inestabilidad del sistema político

1. Disminuye la capacidad del gobierno de imponer el encasillado

A lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, el sistema político de la Restau-
ración implantado en 1876 permaneció en lo esencial inalterable.

El sistema canovista había funcionado bien gracias al pacto para alternarse pacífica-
mente en el gobierno de los dos grandes partidos dinásticos, el liberal y el conservador,
cuyos factores de cohesión eran la dependencia clientelar y las relaciones privadas de
amistad y familia. Esta alternancia era pactada previamente al resultado electoral
atribuyéndose un determinado cupo electoral, es decir, negociaban el encasillado
(“encasillado” es un término que hacía referencia a las casillas correspondientes a los
distritos que componían el organigrama electoral elaborado por el Ministerio de
Gobernación, que se publicaba sin pudor en los órganos de prensa). El Ejecutivo,
enviando por telégrafo circulares a los gobernadores civiles señalaba el nombre del
candidato que debía ser elegido, siendo esto posible gracias al gran control ejercido
sobre el electorado que mostraba una clara inclinación a votar de acuerdo con los deseos
de “los de arriba”. A pesar de que pudieran existir métodos coercitivos para doblegar al
electorado, en España el voto mediante coacción o violencia no era predominante.
Tampoco era libre, era un voto “mediatizado” o “cautivo”. En una sociedad,
mayoritariamente rural como la española, los electores votaban de acuerdo con la
voluntad de sus señores por respeto a una autoridad tenida por natural.

En definitiva, durante la primera etapa de la Restauración, gracias a la pasividad y a la


desmovilización ideológica, al voto cautivo y al consenso entre las fuerzas políticas el
go-bierno de turno no había tenido dificultad para imponer el encasillado y armonizar
así las aspiraciones del partido del gobierno y de la oposición. La mayoría de los
distritos electorales eran totalmente sumisos al gobierno y son llamados “dóciles”,
“muertos”, “mostrencos” o sim-plemente “disponibles”, donde el Ministerio de la
Gobernación mandaba un nombre, el de su candidato, para ocupar el escaño; estos eran
los diputados “cuneros” que no eran naturales del distrito y a veces eran totalmente
desconocidos y sin relación con el lugar; en aquellos distritos donde había algún notable
con arraigo, el gobierno no tuvo problemas para imponer al candidato de acuerdo con
las fuerzas políticas locales, con las que resultaba fácil pactar la victoria alternativa de
los caciques de uno y otro partido.

Desde los primeros años del siglo XX comenzó a reducirse la capacidad del gobierno de
imponer su voluntad, es decir, se produce un debilitamiento del poder central. Así, con

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el paso del tiempo, los distritos disponibles del Ministerio de la Gobernación (más del
80% al principio del régimen) fueron disminuyendo y aumentando los distritos
“propios”, es decir, donde existía un candidato local como representante de los intereses
locales. Frente a la práctica anterior de imponer diputados “cuneros”, se refuerza la
tendencia del electorado a votar a sus naturales que procuraban dar satisfacción a sus
votantes. Estas elites políticas, conscientes de la importancia del clientelismo político,
dedicaron mucho esfuerzo a satisfacer las pretensiones ajenas con el único objetivo de
rodearse de un amplio grupo de amigos y seguidores beneficiados de sus favores, en
otras palabras redes clientelares. Redes clientelares estables y duraderas al ser
instrumento de dominio que, en algunos casos (como por ejemplo Romanones que llegó
a lograr el distrito ministerial (los distritos ministeriales los disponía el ministro de la
Gobernación), por Guadalajara, por la habi-litación arreglada por el padre de su novia,
Ministro de Gracia y Justicia, y estuvo medio siglo sentándose en el Congreso en
representación de Guadalajara.

Romanones es el prototipo de cacique que supo cimentar un cacicato estable hasta


lograr identificarse con su distrito, hasta el punto que, al negarse el conde a ceder en el
en-casillado los puestos que le pedía el Ministerio de Gobernación, se produjo una
campaña electoral reñida y en la que la compra de votos fue generalizada. Romanones
ganó demos-trando al gobierno que no podía eliminar a quién disponía de fuertes
apoyos clientelares lo-cales, lo que en medio plazo se tradujo en verdadera dificultad
para imponer a candidatos cuneros. A lo largo del reinado de Alfonso XIII la influencia
caciquil en las Cámaras fue en aumento, de modo que en 1923 era mucho más fuerte
que medio siglo antes.

Este aumento de la influencia de los notables locales, hizo que su poder frente a la je-
fatura de sus partidos también creciera. Debido a la tradicional escasa cohesión y menor
control sobre sus miembros, como podemos comprobar en el elevado abstencionismo en
las Cámaras, se produjo una creciente fragmentación en los partidos dinásticos. Esta
frag-mentación se hizo más patente tras la desaparición de Cánovas y Sagasta –los dos
grandes líderes del turno-, en 1897 y 1903 respectivamente.

Los jefes de las diferentes facciones se acostumbraron a renegociar su apoyo al go-


bierno a cambio de favores para sus nutridas clientelas, llegando incluso a trasvasar su
clientela a otro partido o formación rival si se sentían menospreciados o relegados en su
acceso a las cotas de poder. Esta permanente amenaza de disidencias se convirtió en un
elemento de inestabilidad política que afectó de manera muy grave a la gobernabilidad
del país.

En esta situación de fragmentación de los partidos del turno, fue adquiriendo un cre-
ciente protagonismo político el rey. La Constitución de 1878 atribuía al monarca
enormes prerrogativas que le hacían cosoberano junto con las Cortes al sancionar una
soberanía compartida. Este mismo principio había estado presente en otros países que
evolucionaron, desde una monarquía constitucional, hacia una monarquía parlamentaria.
En España la evo-lución fue la opuesta y el poder del rey fue en aumento frente al del

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Parlamento debido, en parte, al falseamiento electoral producido por el encasillado. En


caso de crisis, el monarca retiraba su confianza a un jefe de gobierno y encargaba a otra
figura la formación del nuevo gabinete y concediéndole el decreto de disolución de las
Cortes; de este modo, el nuevo presidente del Consejo, a través de su ministro de
Gobernación, “organizaba” las elecciones y obtenía la holgada mayoría para gobernar.
De cualquier forma, la decisión del rey no era arbitraria y respondía a unas reglas como,
por ejemplo, el prolongado periodo de tiempo en el poder; que se produjeran graves
sucesos o duros enfrentamientos entre los partidos o una división que hiciera difícil el
gobierno.

Como sabemos el papel que tuvo la Corona, desde el principio, en el sistema de la


Restauración fue clave, adquiriendo una mayor importancia hasta convertirse en el
árbitro del sistema y en el gran protagonista político. Alfonso XIII, que inaugura su
reinado al cumplir los 16 años en 1902, demostró su intención de intervenir en la vida
política –sobre todo en los asuntos militares-. Dispuesto a imponer sus criterios
ocasionó varias “crisis orientales”, esto es, provocadas por el inquilino del palacio de
Oriente, que contribuyeron a la inestabilidad política. De cualquier forma, la figura del
rey era sobrevalorada debido a la creciente división de los partidos políticos, al
deficiente funcionamiento institucional y a la escasa vertebración social de la España de
aquel momento. Además la obligación de decidirse por un personaje u otro del mismo
partido hizo que el rey, por un lado, fuera catapultado a un protagonismo desmedido y,
por otro, que fomentara aún más el fraccionamiento de los partidos.

Esta disgregación de los partidos dinásticos tuvo como consecuencia la considerable


complicación de la política española a partir de la segunda década del siglo y que
contribu-yera a dificultar el consenso entre las elites políticas y dificultando el juego
turnista clásico. Así las elecciones tendieron a ser más reñidas y necesitaron de la
movilización del electorado al ser los distritos escenario de una auténtica lucha entre los
candidatos, obligados a emprender una activa campaña electoral. En los distritos
disputados en ocasiones, los elec-tores esperaban hasta el último momento para votar
ofreciéndose al mejor postor, a quién pagase el voto más caro, a lo que se avenían –sin
el menor rubor- candidatos y electores. Esto parece ser que era generalizado en toda
Europa y muchos lo consideran como un indi-cador de modernización política. Otros
métodos paralelos a la compra de votos era el robo de actas, la masiva introducción de
papeletas en la urna o la suplantación de electores; todos ellos métodos fraudulentos que
certificaban movimiento, articulación de intereses y vida social en los distritos
preferibles, de acuerdo con Ortega y Gasset, a los votos al encasillado de Gobernación.

Otro factor que contribuyó al aumento de la lucha electoral fue el avance de la movili-
zación política del electorado urbano cada vez más independiente. En las áreas más des-
arrolladas las masas abandonaron la actitud de apatía e indiferencia para participar en la
vida política guiadas por un deseo de cambio, votando a partidos contrarios al turnismo,
pro-duciéndose un paulatino aumento del voto libre y una creciente ideologización, una
demo-cratización, de la vida política.

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Paralelo a este comportamiento encontramos el significativo desarrollo socioeconó-


mico del país en los dos primeros decenios del siglo, traducido en el crecimiento de la
activi-dad industrial, aumento de la producción agraria, descenso de la mortalidad, etc.
No obstante este avance en la movilización no tuvo excesivo impacto en la política
nacional, quedando restringido al ámbito municipal. Esto era debido a que el sistema
electoral mayoritario otor-gaba un peso muy superior a la España rural frente a la
urbana; hubo propuestas de modifi-cación del sistema, cambio de la de la división
electoral y sustitución del sistema mayoritario por el proporcional, para aproximar los
resultados a la realidad política de España.

El sistema político de la Restauración era oligárquico y, a pesar del proceso descrito, en


la mayoría de las ocasiones el pacto se consumaba; también era frecuente entre las
“nuevas fuerzas” que reclamasen su cuota en el reparto del encasillado, entrando así en
los procedimientos tradicionales al reservarles el gobierno una cuota en el Parlamento y
entrando también en el juego de la negociación electoral.

Los primeros gobiernos del reinado

Tras la crisis del 98 desde dentro de los partidos dinásticos hubo propuestas de reno-
vación e iniciativas para reformar el sistema desde dentro, es decir, desde el gobierno,
para evitar que se hiciera desde abajo, para evitar la amenaza revolucionaria.

De todos ellos el proyecto regeneracionista más global y ambicioso fue sin duda el de
Antonio Maura que, procedente de las filas liberales, se incorporó al Partido
Conservador en 1902. Al año siguiente era ya sucesor de Silvela al frente del partido y
en diciembre, con cin-cuenta años, ocuparía por primera vez la presidencia del Consejo
de Ministros. Maura se presentó a sí mismo como la solución que el país necesitaba, su
programa –su famosa “re-volución desde arriba”- partía de la necesidad de acometer
desde el gobierno profundas reformas que lograran evitar la desmovilización social (lo
que Maura definía como ausencia de ciudadanía) que se traducía en la pasividad de la
mayor parte de la sociedad. Para ello creía fundamental movilizar desde el poder a la
sociedad neutra, a la sana mayoría silenciosa, legitimando el sistema y haciéndolo
funcionar correcta y eficazmente.

La reforma del Estado, creía Maura, debía pasar por dotar de autenticidad a un sistema
representativo totalmente falseado. Así en las elecciones de 1903, las primeras de la
monarquía de Alfonso XIII, Maura no quiso y se negó a utilizar los “instrumentos
electorales” para favorecer al candidato predilecto del gobierno. Sin embargo, esas
elecciones estuvieron lejos de ser limpias porque al faltar el habitual apoyo oficial, el
caciquismo local hizo uso de todo su arte para hacer votar incluso a los muertos.

El esfuerzo purificador de Maura, no obstante, tuvo claras consecuencias. La moderada


intervención gubernamental hizo posible el éxito de los republicanos, que triunfaron en
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grandes ciudades como Madrid y Barcelona. La victoria de regionalistas y republicanos


hacía pensar en la desintegración del sistema de la Restauración, Maura, en cambio,
estaba firmemente convencido de que el liberalismo oligárquico debía evolucionar hacia
sistemas democráticos, es decir, poner en práctica su ideario regenerador. En su
proyecto regeneracionista era esencial el mantenimiento de la institución monárquica y
la defensa del principio doctrinario de la doble confianza (Cortes/rey), pero dando
preponderancia a las Cortes y reducir el poder del monarca convirtiéndolo en un rey
parlamentario (en diciembre de 1904 Maura dimitió como Jefe del Gobierno al
empeñarse Alfonso XIII en imponer a su propio candidato para el cargo de Jefe del
Estado Mayor Central del Ejército, en vez de elegir al propuesto por el ministro de la
Guerra. Esta no sería la última vez que el rey precipitase una crisis de gobierno por su
determinación a hacer uso de sus poderes constitucionales, entre los que figuraba el
poder realizar nombramientos militares). Maura acertó plena-mente al decidir que el
monarca viajara a Barcelona en 1904, ya que representó un éxito por la favorable
acogida de las clases medias catalanas.

El Partido Liberal, por el contrario, estaba sumido en una profunda crisis tras la muerte
de Sagasta en 1903. Al no haber una clara sucesión y sí muchos candidatos, la
consecuencia fue la disgregación en fracciones personalistas rivales que se disputaban el
liderazgo del partido. De esta forma, cuando le tocó al Partido Liberal el turno de
gobernar, demostró una auténtica esterilidad política y una enorme inestabilidad, como
prueban los seis diferentes gabinetes en el bienio liberal de 1905 a 1907.

José Canalejas, como Maura, protagonizó también un intento de renovación del sistema
de la Restauración desde dentro. Ambos son, con mucho, las figuras más relevantes de
los partidos dinásticos durante el reinado de Alfonso XIII, coincidiendo en las
posibilidades para lograr una progresiva evolución democrática. Por el contrario,
Canalejas tenía absoluta confianza en al corona como cabeza visible de ese Estado que
debía impulsar un programa de regeneración impulsando incluso aumentar el poder e
influencia de Alfonso XIII; en consonancia con su propio viaje político, que le había
llevado del republicanismo hasta la monarquía, Canalejas creía posible que también lo
hicieran las fuerzas –progresistas y renovadoras- situadas al margen del sistema. Si la
monarquía basculaba hacia la izquierda esas fuerzas podrían llegar a aceptar el régimen
e integrarse en el mismo.

Su programa democrático y anticlerical le situaba a la izquierda del Partido Liberal, con


el que acabó rompiendo en 1902 al paralizar Sagasta las actuaciones en materia
religiosa y social. Por entonces Canalejas tenía un grupo afín dentro del Partido Liberal,
así como una red de influencia política y personal desde su cacicazgo alicantino. Tras
producirse la disidencia canalejista emprendió un camino insólito en un político
dinástico: recurrió a la pro-paganda, al mitin, a la movilización y a la manifestación para
reclutar adhesiones de republi-canos y de otros sectores antidinásticos de izquierda,
comprobando que los sectores urbanos eran proclives a la República. En las elecciones
de 1903 cosechó un tremendo fracaso al tener que competir en el terreno urbano con los
republicanos, y en el rural con el entramado caciquil; tras esto tuvo que volver a los

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mecanismos clásicos del régimen y participar con la mayor cuota de poder posible en el
encasillado.

Al contrario que Maura, la regeneración política no encontró hueco en su programa ya


que la encontraba impracticable sin una previa regeneración social y cultural. Para él,
los vicios no eran la causa sino la consecuencia del escaso pulso de la opinión pública,
de la atonía y de la desvertebración de la sociedad española. Lo importante para
Canalejas era desarrollar su programa democrático, y el camino más corto era utilizar el
marco institucional existente, con sus deficiencias y sus perversiones.

Canalejas, y la facción política que lideraba, fueron los que se mostraron más preco-ces
y entusiastas en la recepción del nuevo liberalismo social, en el que se postulaba que ele
Estado debía atribuirse una misión armonizadora de los distintos intereses sociales, pro-
tegiendo a los más desfavorecidos y mejorando las condiciones de vida y trabajo de las
cla-ses obreras. Canalejas expuso, por tanto, ideas claras y rotundas sobre la necesidad
de una intervención estatal en materia social. Esto desde las filas conservadoras también
se recla-maba, alentados por la encíclica Rerum novarum de León XIII, en la que se
apelaba al evangelio para una mayor justicia social. El mayor defensor del reformismo
social en las filas conservadoras fue Eduardo Dato que, durante el gobierno
regeneracionista de Silvela, tomó la delantera a los liberales con la promulgación de la
Ley de Accidentes de Trabajo (1900) y la que regulaba el trabajo de mujeres y niños,
que le valieron la acusación de “socialista en-cubierto”; en 1904, bajo el gobierno de
Maura, se aprobó la Ley de Descanso Dominical. Todas estas mejoras tenían como
objetivo la pacificación social y neutralizar la vía revolu-cionaria.

Las luchas entre las distintas fracciones liberales tras la muerte de Sagasta, líder
histórico del liberalismo español en 1903, al ser muchos los personajes de relieve que
aspi-raban a la jefatura. De este modo, además de la fracción canalejista, escindida en
1902, el partido se había desgajado en noviembre de 1903 en dos fracciones lideradas
por Segis-mundo Moret y Eugenio Montero Ríos cuya activa vida política se remontaba
al Sexenio revolucionario. Ambas corrientes manifestaban más desavenencias
personales que pro-gramáticas aunque Montero Ríos se situaba en el ala derecha del
liberalismo, mientras que Moret se situaba a la izquierda de Canalejas, aunque su
radicalismo era más retórico que pragmático. A diferencia de Canalejas, Moret era
favorable a una reforma de la Constitución centrada en el establecimiento de la libertad
de culto, mientras que Canalejas defendía el marco existente y se opuso frontalmente a
esa reforma.

Montero Ríos tuvo que enfrentarse a la política reactiva del ejército que en los nacio-
nalismos periféricos vio la reproducción del independentismo cubano o filipino. En esta
situa-ción Montero Ríos quiso acudir a la declaración del estado de guerra, pero se
negaron sus adversarios del partido Liberal. El incidente del semanario catalanista Cul–
Cut! le hizo dimitir, siendo sustituido por Moret en diciembre de 1905.

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Moret controlaba de manera más eficaz que Montero Ríos los cacicatos provinciales del
partido, lo que le convertía en directo rival de Canalejas para acceder a la jefatura del
gobierno y del partido. Tras el incidente del Cul–Cut! (el Cu–Cut! era un semanario
satírico catalanista que publicó una caricatura que fue considerada como grave ofensa
por los militares y provocó el asalto de unos 300 militares a la redacción de la revista
provocando graves destrozos), el nuevo gobierno no sólo no hizo para imponer la
disciplina a los oficiales insubordinados, sino que culpó al catalanismo de todo lo
sucedido y sucumbió a las exigencias de los militares.

Esto nos hace una idea de que los problemas con el ejército eran candentes y que, en ese
momento, el partido liberal era incapaz de desafiar a su poder. El incidente del Cul–
Cut!, se produjo por la publicación en ese semanario satírico catalanista de una
caricatura que fue considerada ofensiva por los militares; esto provocó el asalto a la
redacción de la revista y de La Veu de Catalunya, que sufrieron importantes destrozos.
Esta acción era una prueba evidente de la profunda insatisfacción y descontento que
cundía en el seno del ejército, humillado en el 98, frustrado por la inoperancia política y
cada vez más decidido a actuar en defensa de la unidad nacional, el orden público y la
salvaguarda del honor militar frente al antimilitarismo. Tras el incidente se aprobó la
Ley de Jurisdicciones, según la cual las ofensas contra las Fuerzas Armadas cometidas
por medio de la imprenta serían juzgadas por la jurisdicción militar, especificando,
además, una serie de delitos que serían juzgados por los tribunales civiles.

El incidente del Cul–Cut!, en definitiva, no sólo tuvo trascendencia por la intromisión


del ejército y por el sometimiento del poder civil al militar, sino porque fue el detonante
de la extensión del catalanismo produciendo una amplísima reacción ciudadana de
indignación.

Otro tema sobre el que se mostró totalmente incapaz el gobierno liberal fue el de la
cuestión religiosa, asunto que además separaba decididamente a ambos partidos dinásti-
cos. Los liberales, necesitados de renovar su programa convirtieron la “cuestión
religiosa” en su caballo de batalla y tema principal de su propaganda política, aunque su
anticlericalismo poco tenía que ver con el estereotipo de comecuras que inventaron
algunos sectores para contraatacar y no perder su privilegiada posición. Sin duda existía
en España un anticlerica-lismo radical acorde con las tendencias que existían en el
mundo occidental en ese momento.

Era evidente que la intervención de la iglesia, en lugar de retroceder en favor del Es-
tado, había crecido de manera muy significativa durante la Restauración, gracias al
aumento de las órdenes religiosas y a la entrada en España de miles de religiosos
repatriados tras la pérdida de las colonias, a los que hay que añadir los frailes franceses
que cruzaron la frontera huyendo de las leyes laicistas de la Tercera República. Los
políticos liberales no pretendían la separación de la Iglesia y el Estado sino controlar las
actividades, negocios y propiedades, acabando con sus privilegios tributarios. El Estado
debía garantizar una posición preeminente de la religión católica, por ser el credo
mayoritario, pero dentro de un marco de libertad religiosa y de supremacía del poder

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civil; en el campo de la enseñanza reforzar la influencia y control estatal para mejorar la


situación educativa, poniendo en práctica el pensamiento elaborado por la Institución
Libre de Enseñanza dirigida por Francisco Giner. Canalejas quiso introducir, en 1906,
una nueva ley de Asociaciones Religiosas para frenar el avance de congregaciones y
culpables, según los liberales, de la imagen inquisitorial de España en el exterior.

Cataluña, paradigma de la crisis política

Solidaridad Catalana supuso la culminación de un proceso de movilización política de


la sociedad civil que configuró un sistema de partidos propio, ajeno respecto del encasi-
llado hecho en Madrid. Desde comienzos de siglo en Cataluña es perceptible una
moderni-zación de los comportamientos políticos (alta participación, gran asistencia a
mítines, etc.) paralela a los cambios socioeconómicos experimentados que la convierten
en una región parecida a otras áreas de Europa occidental y diferente a la mayor parte de
España de eco-nomía básicamente agraria.

Políticamente las fuerzas eran de un tipo muy distinto a los partidos dinásticos, además
se presentaban al electorado como fuerzas regeneradoras, superadoras del parla-
mentarismo falseado, de la oligarquía caciquil y del estancamiento económico: eran la
Lliga Regionalista –creada en 1901-, y el Partido Radical del republicano Lerroux,
ocasionando, ambas fuerzas, una clara ruptura con el sistema de la Restauración. Desde
1901 no volvería a ser elegido en Barcelona ningún diputado dinástico y, desde 1905,
ningún concejal.

El catalanismo de la Lliga, liderada por Francesc Cambó, fue el primero de los nacio-
nalismos periféricos presente en la vida política española, y el que sin duda tuvo mayor
im-portancia, tanto por la fuerza alcanzada como por el peso de Cataluña dentro de
España. La Lliga aspiraba a una regeneración política de España basada en la
reivindicación catalanista entendiendo que, al ser la región más dinámica del país debía
tener un papel hegemónico en esa necesaria modernización del Estado. Por otro lado
tenemos que tener en cuenta que en torno a la Lliga se fundían fuerzas de diverso origen
como la Renaixença cultural, el fuerismo conservador o la burguesía catalana, que tras
la impotencia manifiesta del desastre del 98 veía posible que desde Madrid se pudiera
crear un Estado moderno. También prestaron su apoyo a la Lliga las clases neutras,
alejadas hasta entonces de la política, y las clases altas y medias, que rompieron con los
partidos tradicionales. En el sector obrero, a pesar de la presentación interclasista de la
Lliga, no contó con ninguna simpatía al mostrar el proyecto catalanista una nula
sensibilidad social y ser para los trabajadores un partido burgués, reac-cionario y
clerical; su carácter conservador quedó patente al apoyar la Lliga a la patronal en la
huelga de 1902.

Frente a la nueva derecha que representaba la Lliga, los obreros se alinearon con el más
dinámico republicanismo lerrouxixta, que era una nueva fuerza de gran éxito en la Cata-
luña del primer decenio del siglo XIX. Alejandro Lerroux era una figura de relativa

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importancia en el periodismo de izquierdas de Madrid que encandiló con sus discursos a


los obreros demostrando su enérgica personalidad, sus dotes como organizador,
propagandista y orador de masas: “hay hombres que trabajan y no comen y hombres
que comen y no trabajan”; Le-rroux logró la movilización obrera en un momento en que
la apatía de los trabajadores barce-loneses era total, consiguiendo también la
participación obrera en las urnas (en contra de la propuesta anarquista).

Lerroux aprovechó y fomentó la agitación y la protesta popular, en un intento de unir las


posturas republicanas y obreras. Así logró desarrollar un nuevo dinamismo que se mani-
festó en la creación de una red de círculos, fraternidades y ateneos republicanos que
sólo en Barcelona sumaron más de 50. Frente a la Lliga, los lerrouxistas gritaban lemas
como “ellos propietarios y nosotros proletarios”. La novedad, lo que resultaba
espectacular del movimien-to, era su carácter popular y multitudinario; inventaron una
nueva fórmula de movilización que, en parte, consistía en ocupar calles y espacios
públicos exhibiendo sus banderas y símbolos republicanos. Se hicieron famosas las
“meriendas democráticas” donde acudían las familias para celebrar algún acto simbólico
como plantar el árbol de la libertad.

La situación de los obreros catalanes estaba dominada por la precariedad y la inse-


guridad. Empleos precarios de largas jornadas laborales (11 y 12 horas), bajos salarios
y, en definitiva, malas condiciones laborales que, en caso de ocurrir alguna adversidad –
huelga, enfermedad o lock-out patronal-, se sumían en la miseria y tenían que acudir a
la beneficen-cia. A esto debemos añadir las sobrepobladas barriadas donde habitaban,
sucias e insalubres, sin urbanizar. La diversión se dividía en acudir a la taberna o al
teatro, cafés cantantes o al barato cinematógrafo. Un ejemplo de barrio obrero típico era
El Paralelo, centro de acción de Lerroux, por lo que era apodado “El emperador de El
Paralelo” por los catalanistas.

El lerrouxismo era, en definitiva, un movimiento populista, democrático, anticlerical y


anticatalanista que supo capitalizar los sentimientos heridos por el catalanismo. Pero el
cata-lanismo iba a convertirse en una fuerza arrolladora para que Lerroux pudiera
frenarla y me-nos salir victorioso. Tras el incidente del Cu-cut! , el catalanismo se
extendería por toda Cataluña a través de Solidaridad Catalana, que acogía en su seno
desde carlistas hasta parte de los republicanos; sólo los lerrouixistas y los dinásticos
quedaron fuera. Solidaridad arrastraba a las masas con su discurso unificador,
presentándose a la sociedad como un movimiento cívico y modernizador.

Los lerrouixistas, en su oposición a Solidaridad, recurrieron a la violencia callejera


irrumpiendo en mítines y actos, produciéndose duros enfrentamientos e incidentes muy
gra-ves, como el atentado en el que Cambó resultó gravemente herido o el intento de
lincha-miento de Lerroux. Esto trajo negativas consecuencias tanto par el
republicanismo como para su líder ya que al optar contra Solidaridad, Lerrroux optó por
el aislamiento y quedó su partido postergado a un espacio marginal. Solidadridad creó
una imagen del republicano de agitador forastero enviado por el gobierno central con
cargo a los “fondos de reptiles” (fondos reservados de Gobernación), convirtiendo a

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Lerroux en el chivo expiatorio que el catalanismo necesitaba para estimular su


victimismo y su unidad.

En las elecciones de 1907, Solidaridad Catalana obtuvo 41 de los 44 escaños catala-nes


erigiéndose en una fuerza arrolladora que unía diferentes fuerzas en un único fin: Cata-
luña. Con el triunfo de Solidaridad, el número de diputados republicanos y regionalistas
de la LLiga, será superior al de los dinásticos produciéndose además un fenómeno
nuevo e ines-perado: el de independencia del electorado de la influencia gubernamental.

Desde principios de siglo son varias las ciudades en las que se produce una movili-
zación política contra el sistema y las opciones antidinásticas obtienen importantes
éxitos. Así ocurre, a parte de Madrid o Barcelona, en Valencia. De hecho es en Valencia
donde el turnismo se hunde y se implanta una hegemonía republicana de la mano de
Vicente Blasco Ibáñez que, adoptando una estrategia municipalista, logra ganar la
popularidad entre las clases obreras, la pequeña burguesía del comercio y los jóvenes
profesionales liberales.

El “gobierno largo” de Maura (1907–1909)

En contrate con la crisis del Partido Liberal –los dos últimos gobiernos liberales apenas
duraron unos días-, el Partido Conservador era hacia 1906 un partido unido y
disciplinado como no lo había estado desde Cánovas. En enero de 1907, recibió del rey
el encargo de formar gobierno, comenzaba el gobierno largo de Maura, excepcional por
su duración de casi tres años.

Maura quiso ante todo asegurarse un amplio apoyo parlamentario para sacar adelante su
programa de renovación política, así que aparcó sus escrúpulos legalistas y encargó la
dirección del proceso a Juan de la Cierva. Las elecciones de 1907 superaron con creces
las habituales cotas de fraude, hasta el punto que se han considerado entre las más
sucias de la historia de España. El gobierno consiguió una mayoría aplastante, y Maura,
firmemente asentado en el poder, se dispuso a abordar la reforma del sistema.

Empeñado en sacar adelante su “programa regeneracionista” por consenso dotó a las


Cortes de un gran impulso promoviendo proyectos como:

Reforma de la Marina y construcción de una escuadra que garantizara la defen-


sa nacional e impulsara la industria, aprobado sin dificultad.

Reforma de la Administración Local en un sentido descentralizador, se em-


pantanó en el Congreso y después de tres años de discusiones y obstrucciones
parlamentarias, fue rechazado tanto por los liberales como por parte de un sector de los
propios conservadores.

Reforma Electoral de 1907, sí vio la luz y algunas modificaciones, como la com-


posición neutral de las Juntas del Censo y las mesas electorales, redujeron las

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posibilidades de fraude electoral. En ella se introdujeron tímidas medidas para afrontar


el problema de la modernización, al garantizar el predominio de las elites dinásticas y
ahogar las posibilidades de los partidos situados al margen del sis-tema.

Para contentar las aspiraciones regionalistas ofertó la creación de mancomuni-


dades como estructura interprovincial.

Con la ley de 1909 legitimaba por primera vez en España el derecho de huelga,
dentro de determinadas condiciones legales, y reconocía el derecho obrero de asociarse
en sindicatos.

Creación del Instituto Nacional de Previsión (INP) para regular las cuestiones
sociales.

Era esta ley de 1097 era la que debía poner en marcha el efecto saneador deseado por
Maura y resolver la disociación entre la España oficial y la España real, dentro de su
“programa regeneracionista”, aunque no logró ese objetivo ya que una simple
disposición legal no podía conseguir modificar los comportamientos electorales de los
españoles. Maura, sincero partidario de de una modernización de la vida política través
de una movilización del electorado que legitimase el sistema, trató de propiciar la
movilización hacia los partidos dinásticos e hizo todo lo posible (por su temor a la
revolución) para restar fuerza a los partidos antisistema.

Dentro de los objetivos marcados por el “programa regeneracionista” encontramos la


introducción del voto obligatorio que pretendía incentivar la participación en las urnas,
pero lo cierto es que, no hubo ningún deseo de y apenas tuvo repercusión pues las
sanciones pre-vistas en la ley eran meramente simbólicas. En cambio sí tuvo
consecuencias, la propuesta de introducción, del republicano Gumersindo de Azcarate,
del artículo 29 que pretendía evitar la simulación de una contienda electoral cuando no
había oponentes. En la práctica, agravó los manejos caciquiles hasta el punto que se
convirtió en el paradigma del caciquismo español al renovar la tendencia al pacto entre
los partidos de turno al repartirse, previamente, los escaños y evitar la contienda
electoral.

En contraste con la tónica habitual muy poco tolerante con el catalanismo emergente,
Maura tuvo un talante dialogante con los regionalistas catalanes, entonces en plena
expan-sión. Maura trató de atraerse a Cambó hacia la monarquía, consciente de que
Cataluña era un factor clave en cualquier proyecto regeneracionista de la nación. El
punto de encuentro entre ambos políticos se encontraba en la Ley de descentralización,
pero los catalanistas eran conscientes de que declararse abiertamente monárquicos
supondría perder una buena parte de sus votantes y simpatizantes. Este fracaso de
Maura reimpidió lograr el objetivo de sacar adelante la ley, obstaculizada también por
las masas católicas y por su resistencia a hacer “política de amigos”.

El problema de Marruecos no era un tema que dividiese a la clase política, ni los li-
berales ni muchos republicanos se oponían a la campaña militar en Marruecos. España

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había logrado una zona de influencia al otro lado del estrecho poniendo así fin al
aislamiento exterior, que se consideraba causa de la catástrofe del 98, y volviendo a la
política interna-cional dentro del bloque franco-británico (aunque en calidad de potencia
menor). Francia, en ese momento, tenía una posición preponderante en Marruecos y en
España esto se veía con el temor de quedar emparedada por el norte y por el sur si
Francia se adueñaba de todo Ma-rruecos. Así las cosas, el hombre que consideró
necesario limitar la colonización española en el Norte de África iba a decidir en 1909
una intervención militar que le valdría ser acusado de imperialista, y que provocaría
gravísimos sucesos que, en cuestión de semanas, determi-naron su caída.

A principios de julio de 1909 fueron asesinados cuatro obreros del ferrocarril en una
zona minera próxima a Melilla, lo que provocó graves enfrentamientos entre cabileños y
tro-pas españolas. El gobierno decidió enviar tropas de refuerzo y el reclutamiento de
reservistas en Cataluña –lo que provocó manifestaciones de protesta-. Maura no hizo
nada por informar a la opinión pública y, en cambio, la prensa izquierdista supo explotar
la idea de que el go-bierno sacrificaba la vida de los obreros españoles para proteger los
negocios mineros de unos cuantos ricos (entre ellos Güell y el marqués de Comillas).
Los que iban a Marruecos a morir eran sólo los pobres, los que no tenían 2.000 pesetas
para la redención en metálico. En Barcelona, donde embarcaron los reservistas, se
produjeron graves desórdenes y el día 26 de julio comenzó una huelga general contra la
política del gobierno en Marruecos, que enseguida se convirtió en Barcelona en una
auténtica sublevación urbana.

Esta sublevación urbana dio origen a la Semana Trágica de Barcelona, iniciándose con
las noticias sobre nuevas y numerosas bajas en Marruecos (en la batalla del Gurugú y en
al emboscada del barranco del Lobo). Los insurgentes armados con pistolas y fusiles
ob-tenidos del pillaje en armerías no se dedicaron a asaltar cuarteles, ni a ocupar
fábricas, sino casi en exclusividad, a incendiar iglesias, conventos y escuelas religiosas
–ardieron en Bar-celona 21 de las 58 iglesias y 30 de los 75 conventos-. La pregunta es
¿porqué una protesta antibélica se transformó en anticlerical? No era, desde luego, la
primera ni sería la última vez que la protesta tuviera estos tintes y, además, el
anticlericalismo es un fenómeno complejo.

Lo que ocurrió en 1909, según S. Sueiro fue: que estallaron los rencores acumulados
durante décadas contra la Iglesia católica. Con su retórica agresiva, los republicanos le-
rrouxistas habían dado lugar con frecuencia a actos de violencia anticlerical en
Barcelona… Lo que parece claro, sin embargo, es que el levantamiento popular de 1909
fue una explosión de cólera espontánea, sin coordinación con el resto del país, y que no
había sido organizado, ni planificado, ni dirigido por ninguna elite revolucionaria.

La revuelta fue sofocada con violencia y la represión se cobró más de un centenar de


muertos y cerca de dos mil detenidos. Los derechos de asociación y reunión fueron sus-
pendidos siendo condenadas a muerte, en juicio sumarísimo, cuatro personas. Nadie
discrepó de la política gubernamental para superar la crisis, sólo los liberales

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protestaron por la censura de prensa. En el exterior se inició una campaña tras la


ejecución, la quinta y última de Francisco Ferrer Guardia, el 13 de octubre.

Ferrer desprestigiado y mitificado, estuvo implicado en el atentado del anarquista Ma-


teo Morral contra Alfonso XIII; en la rebelión de la Semana Trágica no fue ni autor ni
jefe de la insurrección, cargos por los que se le condenó y ejecutó por lo que su
fusilamiento en un momento de necesidad de víctima propiciatoria. Las reacciones,
tanto en el exterior como en el interior de la frontera, fue impresionante y Pérez Galdós
llegó a afirmar que la nación no podía permanecer inactiva ante la mayor barbaridad
política cometida desde el aborrecido reinado de Fernando VII.

Los liberales aprovecharon la coyuntura para derribar al gobierno, al facilitar Maura las
cosas con los errores cometidos; uno de ellos fue el reabrir las Cortes, tras las
vacaciones parlamentarias, sólo dos días después de la ejecución de Ferrer y en plena
campaña internacional contra su gobierno. Maura

El turno de los liberales. El gobierno de Canalejas (1910–1912)

Tras los sucesos de la Semana Trágica Alfonso XIII acabó por aceptar la dimisión de
Maura y la llegada al gobierno del Partido Liberal. Un breve gobierno de Moret, dio
paso al gobierno de José Canalejas, en febrero de 1910. Canalejas como Maura, era un
regenera-cionista, pero estaba por encima de los inmediatos dirigentes del partido que
dirigía. Con él, los liberales encontraron un verdadero jefe al lograr integrar en el
gobierno tanto a moretistas como a monteristas.

Canalejas protagonizó la etapa más prolongada y fecunda del gobierno liberal durante el
reinado de Alfonso XIII, siendo su labor facilitada por la actitud de Maura que
abandonó su obstruccionismo. Canalejas llegó al poder con un amplio programa de
reformas: Ley de Asociaciones Religiosas, supresión del impuesto de consumos,
servicio militar obligatorio, reforma fiscal, etc. También proyectó la política social
desde las relaciones laborales hasta la mejora de las condiciones de vida y trabajo de las
clases asalariadas –los contratos de tra-bajo, la negociación colectiva, reducción de la
jornada laboral, protección del trabajo de mu-jeres y niños y un lago etcétera como
medio de impedir una explotación abusiva del proleta-riado y evitar, o al menos
amortiguar, los conflictos sociales-.

Al igual que Maura fracasó en su intento de incorporar a los sectores sociales extra-
sistema al que ambos apelaban: Maura no logró el concurso de republicanos y
socialistas ni Canalejas el apoyo de las masas católicas.

A pesar de los muchos proyectos iniciados antes de su trágica muerte, a Canalejas le dio
tiempo a plasmar en Ley alguno de los proyectos de su programa. Su gobierno fue fe-
cundo en la reforma de la legislación laboral, como la reducción de la jornada de trabajo
a nueve horas. Con la Ley de Reclutamiento universalizó y democratizó, al hacerlo
obligatorio, el servicio militar, aunque quedó reducido a los llamados soldados de cuota
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(los soldados de cuota tras pagar un cierta cantidad, eran licenciados al cabo de un
periodo de instrucción se libraban de soportar las duras condiciones de los cuarteles, que
siguieron reservadas a las clases bajas. De cualquier forma el soldado de cuota no
dejaba de ser soldado y podía ser llama-do a filas en caso de necesidad, lo que
diferenciaba del injusto sistema de redención en metálico que excluía totalmente a las
clases privilegiadas tanto del servicio como de la movilización).

En junio de 1910 fue aprobada la Ley del Candado, que era una disposición provisional
y temporal para impedir durante dos años el establecimiento de nuevas órdenes
religiosas, en tanto se preparaba la nueva Ley de Asociaciones Religiosas. A pesar de
las protestas quedó sin efecto al transcurrir los dos años del plazo fijado para la
aprobación de la nueva Ley de Asociaciones. Los éxitos de la política anticlerical de los
liberales se limitaron a restaurar la libertad del matrimonio civil, liberalizar la atmósfera
del sistema educativo, reconocimiento de los templos protestantes a exhibir signos y
emblemas, y poco más.

En el año 1911 el problema de Marruecos volvió a estar candente al ser Canalejas


prisionero del problema marroquí, al igual que los gobernantes posteriores a Maura;
esto era debido a que las tribus asentadas en al zona española estaban en continuo
estado de guerra contra el poder marroquí y contra cualquier penetración colonial, a lo
que debemos añadir la actitud francesa en defensa de sus intereses. En mayo de 1911
Francia ocupó Fez y Canalejas decidió reaccionar para evitar que el predominio francés
desembocara en la exclusión española de la costa norte marroquí, y mandó ocupar
Larache, Arcila y Alcazarquivir. Cana-lejas no logró el apoyo de socialistas ni de la
izquierda antidinástica, se emprendió entonces una dura campaña que parecía poder
llegar a superar la emprendida contra Maura dos años antes. La oleada de huelgas
durante la primavera y el verano culminó con una huelga general de 48 horas en el mes
de septiembre.

En noviembre de 1912, Canalejas fue asesinado en la madrileña Puerta del Sol por el
anarquista Manuel Padiña (que se suicidó después de cometer el atentado). A partir de
entonces se aceleró la escisión definitiva de los partidos turnantes, fracasando la
“revolución desde arriba” intentada por el regeneracionismo.

El anarquismo

A comienzos de siglo aparecieron formas de protestas nuevas, como las huelgas,


prácticamente inexistentes antes de 1890. La sociedad española, muy desmovilizada en
el plano general, lo era también respecto a la protesta obrera. Los conflictos muy a
menudo se desarrollaban en un clima de violencia que producía atentados, pero solían
concluir con la intervención de una autoridad mediadora, incluso la militar, que no
siempre se decantaba de una forma automática a favor de los patronos.

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La intervención de las autoridades en los conflictos sociales se hacía por motivos de


puro orden público, al margen de cualquier otra legalidad social. Con el comienzo del
siglo se inició la legislación social en España. Las legislaciones sobre tribunales
industriales y fue producto de la Comisión de Reformas Sociales en 1891 y se
convirtieron en ley gracias a una disposición conservadora de 1908, calcada de otra
liberal de 1900 y dicha legislación fue modificada durante el gobierno de Canalejas en
1912. La citada Comisión había tenido un carácter informativo pero después pasó a
recibir el carácter de Instituto vinculado al de Fomento. Contó con capacidad inspectora
y con una representación obrera que garantizaba la eficacia de su acción. También el
Instituto Nacional de Previsión contó con la colaboración de personas procedentes del
socialismo y del catolicismo (2 mundos distintos).

Pero la conflictividad social fue más reducida por la debilidad del movimiento sindical
y obrero. Sólo en 1910 hubo un diputado socialista en el Parlamento. Hay que tener en
cuenta que hasta la guerra mundial, el republicanismo anticlerical y popular permaneció
fuertemente arraigado en los medios urbanos. El sindicalismo no dependía antes de
1914 de las dos gran-des centrales nacionales y tenía un papel reducido en la vida
pública del país. Las huelgas estuvieron concentradas en unos cuantos puntos y en
realidad no había sindicatos organizados con implantación nacional, ni federación de
industria; por eso, cualquier tipo de solidaridad global mediante la huelga, era
impensable.

La debilidad del movimiento obrero en España derivó de su división, que se supo


cuando aumentó la influencia del socialismo. Un rasgo del movimiento obrero en
España fue, hasta la II Republica el peso predominante del socialismo. En España
existía una tradición democrático-federal sobre la que pudo insertarse mucho mejor el
anarco-sindicalismo que el socialismo.

Del anarquismo español de esta época, llama la atención su enorme influencia, que dio
la sensación de que en España era posible que estallara una revolución ácrata y a la vez
una escasa originalidad doctrinal que le sometió a influencias exteriores. Era más
influyente que el socialismo en los años anteriores a la 1a Guerra Mundial. Su tesis
principal era la huelga general revolucionaria; ésta, unida a la acción directa acabó
derivando hacia el anar-cosindicalismo y de ahí al sindicalismo. En España esas tesis se
insertaron sobre una tradi-ción de anarcocomunismo insurreccionalista. Hubo
partidarios del atentado personal y de-tractores del mismo, pero la tendencia espontánea
de los anarquistas españoles fue siempre justificar la violencia.

En el anarquismo había sindicalistas reformistas e intelectuales subempleados que


despreciaban a los obreros. La tradición del atentado personal renació en 1904 con
motivo de la visita de Maura a Barcelona. Moral constituye un buen ejemplo. Fue
probablemente el autor del atentado contra el rey en 1905 y debió contar con el apoyo
de Lerroux, lo que prueba que los límites entre el republicanismo y el anarquismo eran
en este momento impre-cisos.

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA 1808-1823

Desde entonces el terrorismo cambió sus formas de actuación: se dedicó a colocar


bombas en lugares de gran concurrencia para crear un clima de tensión. Su desaparición
fue producto más del cansancio de los anarquistas que de la eficacia de las fuerzas
policiales. Otro factor importante fue también la crecida del movimiento sindicalista.
Había agitación social entre 1903 y 1905 en el campo andaluz. La protesta pareció que
iba a conmocionar a la sociedad andaluza y produjo un brusco crecimiento de las
sociedades obreras; una esperanza en el advenimiento del comunismo y la lectura de la
prensa obrera. La protesta coincidió con una muy buena cosecha en 1903, lo que
demuestra que no se puede identificar con la rebelión de una masa proletaria sufriente,
sino con una estrategia reivindicativa que implicaba también la utilización del incendio
por ejemplo, como expresión de descontento y forma de lograr la mejora de los salarios.
Lo que se denominaba como el obrero consciente, pro-pagandista del ideal ácrata, no
era un líder religioso y analfabeto, sino un propagador de las tesis de una cultura
anticlerical derivada del federalismo.

Mayor capacidad de difusión del ideal anarquista, tendría la difusión del anarcosindi-
calismo a partir de comienzos de siglo. Desde entonces hubo repetidos intentos de
organizar un sindicato nacional. Los Congresos de la Federación de Trabajadores de la
Región Espa-ñola no establecieron ninguna organización nacional; sirvieron para
difundir el mito de la huelga general y la escuela laica en medios que no eran
estrictamente obreros, sino también pertenecientes al republicanismo más exaltado
como el que protagonizaba Lerroux.

Los medios anarquistas en 1904 crearon una Federación Obrera que en 1907 daría lugar
a "Solidaridad Obrera" e inicialmente figuraron en sus filas republicanos y socialistas.
En el verano de 1910 el sector anarquista se hizo con la dirección del sindicalismo
barcelonés y en otoño se fundó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), un nuevo
sindicato. Su fórmula de actuación predilecta debía ser la huelga general revolucionaria,
de la que se decía que por ser arma peligrosa, debía ser utilizada con tino. La CNT tenía
un propósito esencialmente revolucionario. Esta vertiente revolucionaria se apreció en
la acción del nuevo sindicato, con ocasión de su 1er congreso celebrado en Barcelona en
otoño de 1911. Tuvo lugar una reunión secreta, posterior al congreso, en la que se
preparó una huelga general revolucionaria con la que se enfrentó el Gobierno de
Canalejas. Fue ella la que convirtió a la CNT en una organización clandestina desde
1911 hasta la guerra mundial.

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TEMA 12. CRISIS E INCAPACIDAD DEL SISTEMA


(1913-1923)

La crisis del sistema de la Restauración se produjo durante el reinado de Alfonso XIII.


El régimen era parlamentario y liberal, pero no democrático. Pero ante la fuerza que
había tomado el movimiento obrero y las clases subordinadas en general, no era factible
mantener este sistema, que se fue convirtiendo en un anacronismo.

Los problemas que afloraron o se agravaron con el siglo XX (guerra de Marruecos, auge
de los nacionalismos, aumentos de población, tensiones sociales, etc.) no encontraron
soluciones dentro del sistema de la Restauración. La muerte de Cánovas y de Sagasta
dejó además a las formaciones dinásticas sin líderes claros y aparecieron facciones
personalistas. La crisis del sistema se plasmó en un turno que dejó de funcionar
fluidamente, en la división dentro de los partidos dinásticos, en la aparición de nuevas
fuerzas políticas y en el papel de protagonismo que debió adoptar el rey. Pese a que el
gobierno de García Prieto parecía que podría llevar a cabo las reformas
democratizadoras que el país necesitaba, el golpe de estado de Primo de Rivera eliminó
esta posibilidad y asestó el golpe final a un sistema que ya no se sostenía y a imponer un
modelo de sistema autoritario que ya existía en otros países europeos.

LA ESCISIÓN DE LOS PARTIDOS DINÁSTICOS. CRISIS POLÍTICA

Tras la muerte de Cánovas y Sagasta los partidos se separan buscando nuevos líderes,
pero ya no es factible conformar dos grandes grupos y las facciones personalistas
aparecen. Esto provoca escisiones en los partidos y graves crisis políticas.

Tras la imposibilidad de continuar el turno representado por Maura y Canalejas se


acaban los intentos regeneracionistas. Maura desaparece de la vida política y Canalejas
es asesinado en 1912. A partir de aquí se ahonda en las divisiones en los partidos, lo que
desembocaría en la disolución del sistema de turno. El resultado sería una sucesión de
gobiernos débiles entre 1913 y 1923 que no durarían más de unos meses y que caerían
en cuanto un problema los desbordase.

División del Partido Liberal a la muerte de Canalejas

Tras el asesinato de Canalejas (12 de noviembre de 1912) el rey nombró jefe de


gobierno a Romanones. Este aspiraba a liderar el partido, pero frente a su facción se
formó otra (garciaprietistas o demócratas) que defendían el liderazgo de Manuel García
Prieto, dentro de una dinámica de luchas personalistas por el liderazgo del partido. El
grupo romanonista asumía el programa de Canalejas y era más heterogéneo. El grupo

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garciaprietista (o demócrata) era más homogéneo y moderado en sus planteamientos.


Pese a su denominación, se situaba a la derecha del Partido Liberal. Pero el tema que
precipitó la escisión fue la Ley de Mancomunidades del gobierno de Romanones. Los
garciaprietistas era opuestos a este paso descentralizador y decidieron formar su propio
grupo parlamentario en otoño de 1913. Entonces se aliaron con los conservadores para
derribar al gobierno de Romanones.

División del Partido Conservador. Pérdida de apoyos de Maura

Maura había planteado su voluntad de sanear el sistema, lo que le hizo molesto para
buena parte de las élites políticas de su propio partido. Eduardo Dato fue uno de los que
estaba en contra de este proyecto de Maura. La ruptura se produjo en octubre de 1913.

Ante la situación del Partido Liberal se vio complicado mantener a este grupo en el
poder y Alfonso XIII ofreció a Maura la formación de gobierno. Pero desde su propio
partido se promovió a Dato para esta tarea. Dato, frente a la postura renovadora de
Maura, se mostraba dispuesto a seguir con el sistema turnista. Así pues, el rey encargó
finalmente a Dato la formación de gobierno y Maura renunció a la jefatura del partido e
incluso a seguir en política. Se formaron en ese momento dos facciones: los datistas
(también “idóneos” o “ministeriales”) y los mauristas. En la primera facción se unió la
mayoría de los conservadores y sólo se mantuvo fiel a Maura un grupo de
conservadores sin figuras relevantes. En 1914 Juan de la Cierva formó su propio grupo
(los ciervistas), que se colocó a la derecha del Partido Conservador. Los ciervistas se
acercaron al maurismo con el tiempo, pero no llegaron a integrarse, quedando más bien
como una facción de tendencia autoritaria dentro del Partido Conservador.

PROBLEMAS EN LOS PARTIDOS DE IZQUIERDA

Los partidos de izquierda también pasaron por dificultades. El republicanismo siguió


sumido en disputas internas, a menudo puramente personalistas, y en una marcada
trayectoria descendente.

El Partido Radical de Lerroux en decadencia

El blasquismo y el lerrouxismo entraron también en una profunda crisis de identidad.


Pese al auge de Lerroux tras la Semana Trágica de Barcelona, un asunto de corrupción
en el ayuntamiento de la ciudad obligó al Partido Radical a abandonar la Conjunción en
diciembre de 1910 y a partir de ahí se inició su declive. En 1915 perdieron
definitivamente el control del ayuntamiento de Barcelona a favor de la Lliga. Fuera de
Cataluña tuvo cierta resonancia sólo en zonas muy puntuales.

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El Partido Reformista de Melquíades Álvarez

La facción “gubernamental” de la Conjunción lanzó en abril de 1912 un nuevo partido


republicano: el Partido Reformista liderado por Melquíades Álvarez. La base de su
programa era de carácter pragmático y antirrevolucionario. Su objetivo era una
república de orden, defensora de la propiedad. Consiguieron su apoyo básicamente en
las clases medias y en los círculos intelectuales.

Tras la crisis de los partidos dinásticos intentaron aprovechar la situación para


protagonizar una renovación democrática del sistema y se declararon dispuestos a
incorporarse al sistema monárquico para reformarlo desde dentro. En este punto, su
distintivo principal de programa era la reforma constitucional que permitiese pasar a una
verdadera soberanía nacional. Se presentaron así como una verdadera alternativa de
gobierno. De todas formas, su elitismo y renuncia de la integración de las masas en el
proyecto los aproximaba a los liberales.

Crisis en la Conjunción. Ruptura del Partido Socialista

Con estas divisiones la Conjunción se vio gravemente debilitada y la unidad del


republicanismo se evidenció inviable. En los siguientes años se produjo un duro debate
en el seno del Partido Socialista entre “conjuncionistas” y “anticonjuncionistas”. Estos
últimos, entre los que estaba Largo Caballero, opinaban que con un republicanismo tan
disperso y debilitado era mejor aliarse con ellos sólo puntualmente. La Conjunción se
mantuvo hasta 1919, cuando el ala izquierda del partido logró su disolución, pero dejó
de ser un instrumento útil como frente común de las izquierdas.

LA CRECIENTE COMPLEJIDAD DEL SISTEMA. NUEVAS FUERZAS


POLÍTICAS

En los momentos previos a la Primera Guerra Mundial el sistema de la Restauración se


resentía del gran número de fuerzas políticas existentes. La vida política se complejizó
progresivamente y el Parlamento fue cada vez más agitado y se fueron dando más
enfrentamientos y alianzas entre grupos y facciones que pudieron bloquear las
iniciativas del gobierno.

El maurismo

Maura se había retirado de la vida política y fueron sus seguidores los que organizaron
el maurismo y lo presentaron como una nueva derecha regeneracionista. Pese a ello,
mayoritariamente mantuvieron los mismos métodos caciquiles y la misma mentalidad.
Aún así, también estaban las Juventudes Mauristas, que ejercieron activamente la
propaganda política e incluso el enfrentamiento físico. Destacó entre estos Antonio

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Goicoechea, futuro ideólogo del sector más radical, y fue cuna de futuros dirigentes de
la derecha autoritaria con la contribución del diario La Acción. Maura no se identificó
con este maurismo callejero.

Al maurismo se le asoció frecuentemente el catolicismo que había dado lugar a grupos


llamados Ligas Católicas en diferentes localidades. Católicos y mauristas, que se
autoidentificaban como nuevas derechas. Utilizaron métodos de los partidos de
izquierdas, como mítines, despliegue propagandístico y activismo movilizador.

Grupos confesionales católicos agrupados en Ligas Católicas

Las Ligas Católicas concurrieron a las elecciones en grupos confesionales en defensa de


la religión. Pero el catolicismo militante estuvo muy dividido en España. Por un lado
estaban los católicos alfonsinos, que se hallaban integrados en el sistema como ala
derecha del Partido Conservador. También estaban los católicos tradicionalistas (que
agrupaban a carlistas e integristas), que no aceptaban la monarquía constitucional y
rechazaban el liberalismo y, en concreto, el artículo 11 de la Constitución (que permitía
la práctica privada de otros cultos). Había por tanto gran diferencia entre tradicionalistas
y alfonsinos en cuanto a la no aceptación o aceptación del sistema liberal. El
tradicionalismo tenía cierta fuerza sólo en Navarra, País Vasco y Cataluña, pero era ya
un movimiento casi marginal y se siguió debilitando debido a la estabilidad del sistema
canovista, al paso de muchos católicos vascos y catalanes a opciones nacionalistas y a la
escisión en 1888 de los integristas. El carlismo adoptó en 1909 el nombre de jaimismo
al morir Carlos VII y ser sustituido por Jaime III.

Hubo otra militancia católica que defendió los intereses de la Iglesia desde posiciones
más modernas y aceptando el régimen monárquico constitucional. Su principal
exponente fue la Asociación Católica de Propagandistas, fundada en 1909 y el diario El
Debate (que fundaron en 1911).

En cualquier caso, ni mauristas, ni católicos, ni carlistas cuajaron como opciones


políticas de importancia.

Otras fuerzas políticas: regionalistas y nacionalistas

A partir de la segunda década del siglo XX cobran importancia las fuerzas regionalistas
y nacionalistas. El catalanismo fue en especial influyente en la vida política española
debido a la riqueza, extensión y densidad demográfica de Cataluña. La Lliga
Regionalista se fundó en 1901 e hizo confluir tendencias procedentes de la Renaixença
cultural, del fuerismo conservador y del empresariado industrial. Su aspiración era la
regeneración política de España a través de un papel hegemónico de Cataluña necesario
para la modernización del Estado. Estuvo presidida por Enric Prat de la Riba y liderada
por Francesc Cambó. Pese a que sí calo hondo en las clases conservadoras urbanas y en

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las clases rurales, no tuvo aceptación entre las clases trabajadoras, que la consideraban
un partido burgués, clerical y reaccionario. En cualquier caso, desde 1901 no volvió a
ser elegido en Barcelona ningún diputado dinástico y desde 1905 ningún concejal.

En Cataluña se apreciaba un comportamiento político diferente del resto y, junto a los


procesos de urbanización e industrialización, situó a la zona en la línea de otras regiones
avanzadas de Europa occidental. El propio sistema de partidos que había conformado
(con la Lliga y el republicanismo lerrouxista) le hacían ser un caso aparte. En esta
situación, el incidente con el semanario satírico catalanista Cu-Cut! constituyó un caso
claro de intromisión del ejército en la vida civil y además fue el detonante de la
extensión del catalanismo a toda Cataluña. La conformación de Solidaritat Catalana
(1906) constituyó una movilización cívica que pronto tuvo resultado electoral con su
aplastante victoria en las elecciones generales de 1907 en las que obtuvo 41 de los 44
escaños catalanes. La llegada de Cambó al Congreso de los Diputados causó una gran
sensación y a la vez desconfianza. Desde entonces, el número de diputados no
dinásticos será ya siempre superior al de los dinásticos.

Solidaritat Catalana fue un movimiento heterogéneo por definición y se deshizo tras la


Semana Trágica, en la que la Lliga demostró su filiación derechista, clerical y de orden.
Esta imagen le deparó un importante revés electoral en 1910 y a partir de ahí se
centraron en el objetivo de constituir la Mancomunitat de Cataluña como primer paso en
sus aspiraciones autonomistas. Aprovecharon las divisiones internas en los partidos
dinásticos, aunque la Ley de Mancomunidades no salió aprobada hasta el decreto de
Dato. La Mancomunitat se consituyó en abril de 1914 y la presidió Prat de la Riba, que
desarrolló una política marcadamente nacionalista.

El nacionalismo vasco tuvo menor peso en España, pero, como el catalanismo,


pretendía oponerse al sistema caciquil vigente. Ideológicamente era profundamente
tradicionalista y muy vinculado al carlismo, de donde le llegarían muchos adeptos.
Sabino Arana fue el fundador del PNV a finales del siglo XIX y su ideario se basaba en
que Euzkadi, por raza, lengua, costumbres y religión era diferente de España y debía
independizarse de ella. Su discurso fue ultranacionalista, ultrarreligioso, ruralista,
etnicista y xenófobo y caló rápidamente en aquellas zonas afectadas por el acelerado
proceso de industrialización y urbanización, sobre todo en Vizcaya. Pese a que en los
últimos años de la Restauración tuvo pocos seguidores, lo radical de sus tesis le dio
repercusión. Tras la muerte de Arana (1903) se produjo una lucha en el seno del PNV
entre la línea radical y la moderada, con victoria de esta última, lo que propició su
extensión, sobre todo a Guipúzcoa. Fue en el período 1917-1919 cuando se consolidó
como fuerza con peso electoral, aunque durante el reinado de Alfonso XIII no consiguió
ser la mayoritaria en el País Vasco.

Los otros movimientos regionalistas fueron menos influyentes, aunque en 1897 apareció
la Liga Galega y en 1914 el andalucismo que animó Blas Infante.

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CRISIS DEL PARLAMENTARISMO E IMPACTO DE LA PRIMERA GUERRA


MUNDIAL

La Primera Guerra Mundial marca una línea divisoria en la historia del régimen de la
Restauración. Pese a la neutralidad de España, su impacto fue enorme. Ya antes de la
guerra el sistema canovista se mostraba desajustado, aunque en general siguió
funcionando. Durante y tras la guerra se produjeron grandes cambios sociales que
evidenciaron la crisis del sistema y las rupturas definitivas entre las élites gobernantes.

Tras la desaparición del panorama político de Maura y Canalejas la descomposición de


los dos grandes partidos prosiguió y grupos y facciones actuaban autónomamente en el
Parlamento. Se obstruía de esta manera la tarea de gobierno y los proyectos remitidos a
las Cortes eran obstaculizados sistemáticamente. Los gobiernos procuraron por ello
eludir al Parlamento.

Dato declaró a España neutral al estallar la guerra. Su condición mediterránea y sus


intereses norteafricanos la ponían por fuerza en contacto con Francia y Gran Bretaña. Si
el Estado español fue neutral, la sociedad española vivió fuertes tensiones. Los
alineamientos ideológicos fueron fundamentales en la adopción de una postura sobre la
guerra, aunque muy a menudo se ocultaran bajo la pretensión de servir intereses
nacionales objetivos. Para la derecha social y política, Alemania representaba el orden y
la autoridad. La prensa conservadora, la mayor parte del Ejército y del Episcopado
fueron germanófilos. Para la izquierda, en cambio, Francia e Inglaterra estaban de lado
del derecho, la libertad, la razón y el progreso. Incluso a los movimientos obreros llegó
el debate. Los socialistas eran partidarios de un neutralismo matizado por la aliadófila;
los anarquistas tenían posturas antibelicistas.

La 1ª etapa de la guerra transcurrió durante el Gobierno de Dato que duró hasta


diciembre de 1915. En este tiempo se creó el Ministerio de Trabajo y una vez estallada
la guerra se concentró principalmente en el mantenimiento de la neutralidad española.
En diciembre de 1913 se produjo la aprobación de la Ley de Mancomunidades. Dato no
tenía el apoyo total de los conservadores y sus intentos por atraerse el maurismo
fracasaron y lo mismo ocurrió con De la Cierva. La crisis gubernamental se produjo por
la concordancia de todas las oposiciones en la demanda de un programa legislativo de
medidas económicas.

Beneficios de la neutralidad

El hundimiento de navíos fue uno de los aspectos más negativos de la guerra mundial
para España que tampoco logró una mejora territorial en Marruecos, Gibraltar o
Portugal. Pero la neutralidad resultó positiva para España, en especial porque facilitó un
importante desarrollo económico, evitó unas tensiones políticas y sociales tan graves
como las que padecieron Italia y Portugal y realzaron la posición exterior de España en
Europa. Esta etapa tuvo una entidad y una trascendencia fundamental en el desarrollo

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del capitalismo español. Desde el punto de vista económico supuso un eficaz sistema de
protección para la producción española y un sistema de primas a la exportación de un
país cuya balanza comercial era siempre negativa. Pero no en todas las ramas de la
producción se dio la misma situación. Algunos productos tradicionales de la
exportación española sufrieron las circunstancias bélicas de Europa. Pero estos casos
fueron excepcionales en una coyuntura enormemente satisfactoria. Hubo una expansión
espectacular de la industria, sobre todo en Cataluña, País Vasco y Asturias, lo que
redundó en beneficios para la élite financiera y empresarial. Esto sería pasajero en
algunos casos, como sucedió en las minas asturianas y en las navieras. Así, cuando
acabó la guerra, se plantea una grave crisis. Esta, favoreció la intervención estatal
demandada e incluso exigida desde los distintos sectores de la producción. La ley de
protección de industrias nuevas y de fomento de las existentes, de marzo de 1917,
proporcionó exenciones tributarias y primas a la exportación; más tarde, disposiciones
más sectoriales supusieron la ordenación y nacionalización de las industrias
relacionadas con la defensa nacional.

De todas formas, la mayoría de la población vio descender enormemente su nivel de


vida debido a la subida vertiginosa de los precios, que crecieron mucho más que los
salarios. Aunque no se redujo la producción de alimentos, la guerra mundial provocó en
España un súbito encarecimiento de los productos de 1ª necesidad. Los salarios
crecieron también en parte por la presión sindical y en parte por la propia bonanza
económica, pero variaban mucho según las profesiones.

Gobierno de Romanones (diciembre de 1915-abril de 1917)

En el gobierno de Romanones estaban representadas las diferentes facciones liberales.


Su principal tarea fue la de intentar paliar el problema de la escasez y el aumento de los
precios de las subsistencias. Se buscó recaudar fondos mediante una reforma fiscal y
Santiago Alba procuró hacerlo desde el Ministerio de Hacienda intentando imponer un
gravamen especial a quienes se estaban enriqueciendo con la coyuntura bélica.

El contenido de las reformas económicas que propuso era un programa articulado de


medidas que iban desde la reforma fiscal a la promoción del desarrollo industrial
dedicados a programas de contenido regeneracionista como los riegos, las
comunicaciones o la instrucción pública. Una pieza imprescindible del mismo estaba
constituida por un impuesto a los beneficios extraordinarios obtenidos en el período de
la guerra. El proyecto no se hizo realidad por la oposición total de los sectores
conservadores del país, incluidos los catalanistas de Cambó. Chocaron con la frontal
oposición del sector empresarial y potenciaron los sentimientos nacionalistas
periféricos. Cambó se erigió en portavoz del capitalismo industrial y financiero. Se le
unió el PNV (Comunión Nacionalista Vasca desde 1915), donde predominaba la rama
pragmática y burguesa del partido. Se recurrió tanto a las campañas de prensa, como a
los actos públicos como a la obstrucción parlamentaria. Alba tampoco obtuvo mayores

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apoyos de otros diputados y senadores. El gobierno acabó cayendo por las múltiples
tensiones sociales y políticas que causaba la guerra.

Gobierno de García Prieto (abril 1917-junio 1917)

Las relaciones entre los grupos liberales se deterioran durante 1917 y el Partido Liberal
se disuelve definitivamente. Alba formó su propio partido: Izquierda Liberal. Se
situaban a la izquierda del liberalismo y cercana al Partido Reformista. Durante el
gobierno de García Prieto se plantea la “cuestión social” ya que la inflación llevó a la
protesta obrera, que llevó al país a un clima de extrema tensión y una actividad
huelguística intensa. La UGT había crecido enormemente y desde 1916 había adoptado
una línea unitaria de actuación con la CNT.

La crisis de 1917. Desafío al sistema en tres frentes

Las nuevas perspectivas de los movimientos obreros contribuyen a explicar el aumento


de la agitación social que tuvo inmediata trascendencia en el terreno político. El
incremento de los precios era paralelo a la agitación social puesto que, si la subida fue
moderada hasta 1916, a partir de esa fecha empezó a acelerarse y aumentó la distancia
con respecto a los salarios. En julio de 1916 se celebró una reunión conjunta CNT-UGT
en Zaragoza y en diciembre de ese año se decretó una huelga. En marzo de 1917 CNT y
UGT redactaron un manifiesto conjunto en que amenazaban con una huelga general
caso de no resolverse el problema de las subsistencias.

Aunque este problema era grave, lo era aún más el de la situación militar. En 1914 el
Ejército español necesitaba una reforma urgente. Existía un exceso de oficiales que
consumía gran parte del presupuesto militar, lo que impedía invertir en modernizar el
Ejército y en formarlo. Los ministros de la Guerra sucesivos trataron de promover
reformas que permitieran sostenerlo, pero de este intento derivará una protesta
organizada en la guarnición de Barcelona. La Junta de Defensa barcelonesa protestaba
contra el favoritismo y contra la deficiente situación económica de los oficiales. El
comienzo de la protesta juntera se produjo en otoño de 1916 pero alcanzó su cénit en el
verano siguiente. El gobierno de García Prieto encarceló a los junteros, pero estos
fueron sustituidos por una Junta suplente. El objetivo de las Juntas no era político. Sólo
buscaban ver satisfechas sus exigencias profesionales. Pero su ejemplo fue seguido por
otros cuerpos de la administración del Estado.

En junio de 1917 los militares junteros habían demostrado que no cedían ante el
Gobierno Central para disolverlos y parecía que esto podría llevar a un derrocamiento
del régimen. Para resolver la situación, Alfonso XIII recurrió al procedimiento de un
cambio del partido en el poder. Eduardo Dato ascendió al poder con un partido
conservador y pareció aceptar el reglamento de las Juntas de Defensa aunque con el
probable propósito de ir sometiéndolas poco a poco.

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La Asamblea de Parlamentarios

Como el gobierno había suspendido las garantías constitucionales y no quería reunir a


las Cortes, Cambó organizó una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona para inducir
al poder a que aceptara reformas. Principalmente se buscaba limitar las prerrogativas
regias, democratizar el Senado y descentralizar el Estado. Cambó confiaba en inducir a
las izquierdas a la moderación, pero necesitaba también a los partidos dinásticos, que no
asistieron. A la Asamblea sólo asistieron 71 de los 760 parlamentarios que
representaban a una parte limitada de la política nacional: el reformismo, el
republicanismo, los socialistas y los diputados catalanes. Dato se limitó a disolver la
reunión con una simbólica detención de los participantes en ella.

En Valencia hubo un conflicto social entre los ferroviarios y la totalidad del sindicato
socialista se lanzó a una huelga en la que fue acompañado por la CNT. Así sucedieron
los sucesos revolucionarios de los días 10 a 13 de Agosto, cuyo protagonismo principal
fue socialista. La huelga de agosto dio lugar a graves incidentes sobre todo en Asturias.

A partir de estos incidentes Cambó se decidió a abandonar finalmente sus compromisos


reformistas, a distanciarse de las fuerzas de izquierda y a decantarse por la seguridad de
un proyecto conservador. Dato, debido a su intransigencia, había puesto en peligro al
régimen y su actuación durante la crisis acabó provocando que el rey llamase a la
convocatoria de un nuevo gobierno en noviembre de 1917. Este estuvo presidido por
García Prieto e integrado por demócratas, romanonistas, mauristas, ciervistas y
catalanistas y tenía un carácter derechista. Como concesiones a las Juntas se nombró
ministro de la guerra a De la Cierva y a la Lliga se le ofrecieron 2 carteras. Así pues,
tanto las Juntas como la Lliga fueron los vencedores de la crisis de 1917.

CRECIENTE DEBILIDAD E INESTABILIDAD GUBERNAMENTAL

Primeros Gobiernos de concentración (1917-1919)

El gobierno de García Prieto inauguró la etapa de los gobiernos de concentración


monárquica. Fueron gobiernos de coalición apoyados en ocasiones por la Lliga. Estos
gobiernos apoyaron los proyectos de Maura de descentralización de la administración y
de protección de la industria. Una de las principales novedades se dio en el sistema
electoral, ya que no hubo listas pactadas previamente ni presiones por parte de los
gobernadores civiles en las elecciones de 1918. Como resultado se obtuvo una gran
fragmentación de las Cortes con muy buenos resultados de socialistas, catalanistas y
nacionalistas vascos. La heterogeneidad de las Cortes provocó la crisis sólo un mes
después de las elecciones.

Alfonso XIII le ofreció el gobierno a Maura para que constituyese un Gobierno


Nacional. Se reunieron los más importantes políticos monárquicos del momento, pero

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las desavenencias entre ellos, sobre todo en política internacional, acabaron con el
gobierno a los ocho meses. Algunos logros de este gobierno fueron la nueva Ley de
funcionarios, que facilitó la profesionalización de la administración, y el reglamento de
la cámara, que acortó los debates y creó las comisiones legislativas.

Intentos de reconstruir el turno

Ante la probada inestabilidad de los gobiernos de concentración, el rey optó por intentar
reconstruir el turno. Se agruparon las facciones en conservadores (datistas, mauristas y
ciervistas) y liberales (demócratas, romanonistas y albistas), pero algunas de estas
facciones ni siquiera mantenían contactos entre sí.

Dado que el último gobierno de partido había sido conservador, en noviembre de 1918
el gobierno fue liberal y presidido por García Prieto. Duró apenas un mes, finiquitado
tras la disputa con los parlamentarios catalanes de diversos partidos que reclamaron un
gobierno regional autónomo para Cataluña. Las tesis de autodeterminación proclamadas
por el presidente americano Wilson al acabar la guerra alentaron aún más las
reivindicaciones de los catalanistas. La petición de autonomía dividió tanto al gobierno
como al país.

Sustituyó al de García Prieto un gobierno compuesto únicamente de romanonistas, con


Romanones como presidente. Pero este gobierno carecía de apoyo parlamentario
suficiente y, pese a que eran más proclives a permitir la autonomía catalana, no
contaban con apoyo suficiente en las Cortes para llevar el proyecto adelante. Intentaron
hacerlo a través de una comisión extraparlamentaria, pero su tarea se vio interrumpida
por la huelga general de Barcelona. Desde este momento, el problema social eclipsó al
movimiento autonomista catalán, que no reaparecería hasta 1931.

La “huelga de la Canadiense”, llamada así por ser este el nombre de la compañía que
suministraba energía eléctrica a Barcelona, fue la más importante de la historia sindical
española. Duró 44 días y tuvo gran alcance. El gobierno intentó dialogar, pero la
patronal y el ejército se mostraron intransigentes. Finalmente el gobierno se sometió a
las peticiones de estos últimos e impuso el estado de guerra. Los regionalistas de la
Lliga dieron su apoyo al Estado en la represión armada del movimiento obrero. Esta
represión tuvo su reacción en los sectores más extremistas de la CNT, que utilizaron el
terrorismo.

Romanones dimitió y tocó el turno conservador, con gobierno formado por Maura en
abril de 1919. Se convocaron elecciones en una situación de suspensión de las garantías
constitucionales. Desde gobernación se utilizaron todos los procedimientos posibles de
presión sobre el electorado. Pero esto no fue suficiente y el gobierno, por primera vez
durante la Restauración, perdió las elecciones. Siguió una campaña de hostigamiento al
gobierno que acabó con la dimisión de Maura.

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Se nombró a Sánchez de Toca y se formó un gobierno con ministros conservadores


exclusivamente que sólo duró unos meses debido al clima de extrema frustración y de
enfrentamiento. En las calles de Barcelona se inició una lucha de pistoleros entre
sindicalistas y las patronales. Pero el problema que acabó definitivamente con el
gobierno de Sánchez Toca fue el de las Juntas Militares.

En diciembre de 1919 se formó un gobierno de coalición de mauristas presidido por


Allende-Salazar. Su gobierno siguió políticas relativamente contradictorias en lo que era
problema principal del momento: el terrorismo anarquista en Barcelona. En cualquier
caso, consiguió la aprobación de un nuevo presupuesto, algo que no había sido posible
en los últimos cinco años.

Eduardo Dato presidió el nuevo gobierno, que fue el más duradero del período (mayo
1920-marzo de 1921) y que se volcó en una política de acción social, aunque con un
enfoque caritativo y paternalista. Se alternaron los intentos negociadores con la
represión. Esta tuvo su momento álgido en noviembre de 1920, con la política de
terrorismo policial impuesta en Barcelona por Martínez Anido (aplicación de la “ley de
fugas”). Dato acabó siendo asesinado por un anarquista el 8 de marzo de 1921.

EXPANSIÓN Y RADICALIZACIÓN DEL MOVIMIENTO OBRERO

Como en toda Europa, los años de la posguerra fueron también en España de grave
crisis que provocó cierres de fábricas y pérdidas de muchos puestos de trabajo. Esto
llevó a situaciones de agitación social que tuvieron como resultado, igual que en otras
partes, un aumento de la influencia de los sindicatos. La constitución definitiva de un
importante sindicalismo de procedencia y significado anarquista alcanzó la plenitud de
su desarrollo adquiriendo gran superioridad respecto del resto del sindicalismo.

El PSOE siguió una estrategia de reformismo gradualista que dio sus frutos en las
elecciones de 1918. Siguieron las alianzas con los demás partidos de izquierda con el
objetivo de abolir la monarquía e implantar en España una república y una estructura
política democrática. Así el PSOE empezó a tener una presencia en el Parlamento que
otros partidos socialistas europeos ya hacía tiempo que habían alcanzado.

Pero la masa de movimiento obrero español llevaba otro camino. El éxito de la


Revolución Rusa aumentó las expectativas de una revolución y las posturas proletarias
se radicalizaron, y aún más con la recesión económica que siguió a la Primera Guerra
Mundial. La UGT, que había tenido un aumento espectacular de afiliados durante esta
segunda década del siglo, sufrió una paulatina radicalización de sus bases. La CNT
había considerado la huelga de 1917 como un fracaso y se alejó aún más de los
socialistas, apostando aún más por una vía antipolítica, de lucha exclusivamente
sindicalista y de acción directa mediante la huelga general.

Gran importancia tuvo el Congreso de Sants, celebrado por la CNT e el verano de 1918.
El Congreso se decantó por la acción directa, fórmula que según su patrocinador Ángel
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Pestaña, no era el empleo de la violencia, sino que las relaciones entre patronos y
obreros se llevarían sin intermediarios. Otro aspecto importante del Congreso era el
repudio de la acción política. Significó este Congreso también un evidente progreso de
organización (cuota de afiliación, la conversión de Solidaridad Obrera en órgano de
expresión de la CNT y, sobre todo, la aparición de una nueva dirección del sindicalismo
de esta significación). Parecía haber orientado a la CNT a una fórmula que bien hubiera
podido acabar en el sindicalismo, pero no fue así porque el anarquismo tenía y mantuvo
una fuerza superior que hizo que el sindicalismo no sólo no perdiera su componente
revolucionario, sino que se convirtiera en un anarcosindicalismo. Se incrementó
enormemente la afiliación a la CNT sobre todo en Cataluña, en un contexto de agitación
social creciente. En Barcelona su auge tuvo lugar con la huelga de La Canadiense en
marzo de 1919. Duró 44 días y supuso la paralización del 70% de la industria local
finalmente los sindicatos consiguieron una victoria pacífica y prácticamente total en sus
reivindicaciones.

En 1919 la CNT puso en marcha una nueva estructura organizativa en un sentido


unificador y centralizador. Salvador Seguí fue nombrado secretario general del Comité
Nacional. El crecimiento de la afiliación fue espectacular, sobre todo en Cataluña,
siendo el número de afiliados el triple que los de UGT.

La fuerza del anarquismo dio lugar a 3 años de agitación social y laboral continuada en
el campo y en las ciudades de Andalucía entre 1919 y 1921 (trienio bolchevique). Se
produjo una rebelión campesina y no fueron sólo las noticias rusas las que conmovieron
a esos campesinos, sino sus propias condiciones de trabajo. Durante algunos meses el
triunfo de los huelguistas fue repetido y total. Luego comenzaron a producirse huelgas
poco justificadas y la consecuencia inevitable fue que la rebelión perdió fuerza.

La lucha sindical degeneró en puro terrorismo en Barcelona. No había una policía capaz
de enfrentarse con el desorden público. Defectuosa en su profesionalidad y fácil para la
corrupción, cuando no a la utilización de procedimientos semejantes a los del terrorismo
tampoco la Administración Judicial estuvo en condiciones de ser un instrumento eficaz
ni imparcial contra él. Alrededor de 1917 hubo también bandas armadas patronales. A
partir de 1920 y hasta el final de la Restauración se pasó a una etapa de
desmovilización.

Las primeras amenazas revolucionarias hicieron que se creara el Somatén, una especie
de milicia cívica, armada con fusiles, que llegó a tener 65.000 afiliados en Cataluña y
que representaba el orden social. Era burguesa y conservadora pero situada bajo el
control de la autoridad militar, no tuvo parecido alguno con las bandas fascistas.

La CNT decidió no pactar con la UGT en 1920 con un criterio defensivo al negarse la 2ª
central sindical a ir a la huelga cuando se produjo el asesinato de Layret, en noviembre
de ese año. También fue preciso rectificar la actitud de identificación con la
Internacional Comunista. Nin y Maurin fueron los principales dirigentes de la CNT
durante el año 1921 y los que la mantuvieron vinculada al comunismo. En 1922 cambió

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la situación con la salida de los dirigentes sindicales de las cárceles. En junio de 1922 el
Congreso de Zaragoza no sólo supuso la ruptura con el comunismo, sino también la
adopción de una línea que volvía a ser más sindicalista que anarquista y que patrocinó
Salvador Seguí (“el noi del sucre”). A comienzos de 1923 el propio Seguí fue
asesinado. A la altura de Septiembre de ese año, sus sindicatos tenían ya poca fuerza.

El sindicalismo católico no tuvo en España arraigo en general, sino sólo en algunas


zonas determinadas. Su enfoque no llegó a las masas obreras al ser paternalista y estar
aliado habitualmente con la patronal y el Estado. No fueron organizaciones
independientes, sino que estaban financiadas por poderosos capitalistas que defendían
sus intereses.

Tras la guerra también existió un importante sector que se afilió a sindicatos de derechas
o Sindicatos Libres. Estos fueron fundados por trabajadores carlistas en Barcelona y
estuvieron bajo el control y dirección de obreros. Se aliaron en ocasiones con los
empresarios contra el enemigo común: la CNT. Nacieron como oposición a esta y no
tardaron en convertirse en el segundo sindicato más grande de España. Con el tiempo
englobó a obreros que no tenían nada que ver con el carlismo. Entre 1920 y 1922
gozaron de una gran protección oficial a la vez que se seguía desde el gobierno una
política de represión de la CNT.

EL PROBLEMA DE MARRUECOS

Después de 1898 la acción colonial española quedó reducida al continente africano.


Desde 1898 el eje de la política exterior de España estuvo centrado en su presencia a
uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar. Había potencias que tenían interés en
Marruecos, con las que España debía tratar. Gran Bretaña estaba sólidamente
establecida en Gibraltar y se dedicaba a proteger sus intereses comerciales e interesada
en que a ambos lados del Estrecho hubiera un poder débil, sobre todo en Tánger. Por
eso siempre prefirió a España antes que a Francia, que fue quien obtuvo los mejores
territorios en Marruecos. Como España no tenía peso propio en la política internacional,
muy a menudo se vio obligada a aceptar los acuerdos impuestos por Francia, una vez
que ésta hubo pactado con el resto de las grandes potencias.

Marruecos a comienzos de siglo estaba en plena descomposición política, dividido en 2


zonas: una, Blad el Maizen, territorio controlado por las autoridades dependientes del
Sultán, y Blad el Siba, comarcas que llevaban una vida autónoma e independiente. Esta
situación explica que Francia y España mantuvieran desde 1902 contactos diplomáticos
para delimitar las respectivas áreas de influencia en el N. de África. El acuerdo de
octubre de 1904 fue en la práctica, impuesto por los franceses y fue aceptado por los
gobernantes españoles, que se quedaron con un territorio básicamente pobre y
montañoso habitado por tribus tradicionalmente indómitas. Le correspondió a España el
Rif y la Yebala y tanto uno como otro estaban poblados por beréberes, como la tribu de
Abd el Krim, que estaban formadas por clanes en cuya forma de vida la violencia y la

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guerra jugaban un papel decisivo. El logro de un botín frente a un adversario europeo,


normalmente descuidado, formaba parte de su modo de vida habitual. Francia
aprovechó cualquier ocasión para traducir en los hechos su protectorado sobre
Marruecos y la acción española sólo seguía a la francesa o aparecía motivada por
incidentes. El tratado hispano-francés de 1912 estableció el protectorado de ambas
potencias sobre Marruecos, confirmando la supremacía francesa.

El gobierno de Allende-Salazar (marzo-agosto de 1921)

Durante la guerra se interrumpieron las operaciones en Marruecos y se mantuvo la


tranquilidad en la zona a base de pactos con los jefes indígenas. Tras la guerra y visto el
interés francés en la zona española, se iniciaron de nuevo operaciones en la zona. Se
hicieron avances espectaculares, pero se produjo un enfrentamiento entre junteros y
africanistas. Los militares destinados en África mostraron su resentimiento por la falta
de incentivos al haber impuesto los junteros el ascenso por antigüedad.

El general Dámaso Berenguer, destinado en el sector occidental, era partidario de una


ocupación efectiva del territorio combinando la acción militar con la política para
ganarse a la población nativa. En el sector oriental se encontraba el comandante general
de Melilla Manuel Fernández Silvestre, que tenía otro punto de vista y se lanzó a un
ataque poco organizado hacia el Rif. La conquista fue fácil y Silvestre aseguró además
estar cerca de llegar a Alhucemas, que desde hacía tiempo era considerada como
posición clave para el control del Norte de Marruecos. Pero las posiciones eran
indefendibles en caso de ataque.

Este ataque se produjo en julio de 1921 y hubo cientos de muertos entre los españoles.
A continuación se produjo una rebelión generalizada de las cabilas rifeñas bajo las
órdenes de Abd-el-Krim. El 17 de julio de 1921 fueron atacados los puestos españoles
de Annual e Igueriben y no quedó más remedio que una precipitada fuga. Las tropas
abandonaron sus puestos y se dirigieron a Melilla. Sólo algunos resistieron, impidiendo
así la caída de la ciudad, aunque también influyó el hecho de que los rifeños se
dedicaran al botín y a la recolección. La retirada fue caótica y se puso de relieve la
ineficacia y desorganización del ejército español. En el desastre de Annual murió el
propio Silvestre. Desde este momento la cuestión de Marruecos se convirtió en tema
clave de la vida política española y acabo siendo una de las causas de la destrucción del
régimen parlamentario.

Características generales del conflicto de Marruecos

La unión del modo de vida nativo y la orografía explica el tipo de guerra que fue la de
Marruecos, diferente de la que conocían los europeos de la época. Característica de la
guerra del Rif era la periódica y brusca alteración del ánimo de los indígenas que
pasaban de la insurrección a la sumisión, con gran facilidad, a causa generalmente de
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los santones o morabitas que predicaban periódicamente la guerra santa contra los
españoles. Generalmente estaban mal armados. El gagueo (especie de hostigamiento
permanente de un adversario rifeño bien oculto que disparaba desde posiciones
inaccesibles), era la forma de combate de los rifeños y los españoles estaban
condenados a mantener posiciones defensivas en fortines.

El caso español fue el de una potencia de 2º orden que se sentía obligada a una
presencia en el N. de África por razones de prestigio internacional, pero que no obtenía
de ella una rentabilidad económica significativa. El presupuesto español que se había
equilibrado después de las reformas fiscales de fin de siglo, volvió al déficit a partir de
1909. Se puede decir que los intereses económicos de grupos capitalistas explican la
penetración española. En la 1ª década del siglo había 3 compañías mineras en el Rif, en
las que hubo intereses de conocidos políticos.

Los políticos españoles se sintieron obligados a permanecer en el Norte de África por


motivos de prestigio exterior. La guerra marroquí no respondió a ningún proyecto del
gobierno ni del Parlamento, ni de las masas populares. Los disidentes de los partidos
utilizaban la cuestión marroquí para atacar a los que estaban en el poder por la
impopularidad del hecho (Sánchez de Toca contra Maura, éste con Dato). Entre los
republicanos y los intelectuales predominó la actitud de resignada aceptación ante la
obligada presencia en Marruecos. De su impopularidad da noticia el número de
desertores, pues las condiciones de vida en el Ejército africano eran tan penosas que
más bajas producía la enfermedad que el enemigo.

La clase política apelaba habitualmente a que los militares evitaran los enfrentamientos
con los indígenas pero cuando éstos tenían lugar, los mandos acababan extralimitándose
en sus ofensivas. La única solución viable era el abandono que Primo de Rivera propuso
a los dirigentes políticos y militares de la época.

Gobierno Nacional presidido por Maura (agosto 1921-marzo 1922)

Tras el desastre de Marruecos aparece un Gobierno de Concentración Nacional


presidido por Maura. La verdadera significación del Gabinete estaba representada por 3
figuras: Maura, Cambó como ministro de Hacienda y De La Cierva como ministro de la
Guerra. Sirvió para resolver las urgencias más inmediatas causadas por los problemas
de Marruecos a pesar de que había diferencias de matiz importantes entre sus
principales componentes. Maura era partidario de limitar el alcance de las operaciones
en la zona y otros pensaban que la única política posible era la total ocupación.

A principios de 1922 las Juntas de Defensa que parecían haber patrocinado De la


Cierva, se enfrentaron con él. Algunos liberales presentes en el Gobierno querían
abandonarlos ante el planteamiento de la cuestión de responsabilidad. El general
Berenguer fue finalmente eximido de culpa y siguió al frente de las operaciones,
recuperando el territorio perdido.

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El Gobierno acabó abandonando el poder por una cuestión como la divergencia del
momento de restablecer las garantías constitucionales en Barcelona.

Gobierno de Sánchez Guerra (marzo 1922-septiembre 1922)

Su sucesor fue un gobierno presidido por José Sánchez Guerra, heredero de Dato en la
Jefe del partido conservador y opuesto a Maura desde 1913. Destituyó a Martínez
Anido del puesto de Gobernador Civil de Barcelona y planteó ante las Cortes la
cuestión de las responsabilidades ante el desastre. Esto fue lo que produjo el colapso de
su Gabinete, pues los sucesos de Annual tuvieron lugar con un Gobierno conservador y
esto afectaba a algunos dirigentes importantes de su propio partido. Se produjeron
enfrentamientos en el gobierno y además fue aumentando en los militares la hostilidad
contra el sistema. Los civiles se mostraron más contrarios que nunca al reclutamiento de
soldados de cuota.

ÚLTIMO GOBIERNO CONSTITUCIONAL DE CONCENTRACIÓN LIBERAL,


PRESIDIDO POR GARCÍA PRIETO

A finales de 1922 llegó al poder un gobierno liberal de concentración. Los liberales,


desde que acabó la I Guerra Mundial habían estado divididos (igual que los
conservadores), pero llegaron en este momento a un entendimiento que contó incluso
con la participación de los reformistas de Melquíades Álvarez. El gran animador de la
concentración fue Santiago Alba y el gabinete fue presidido por García Prieto.

Las elecciones en las que la Concentración logró la mayoría parlamentaria no se


distinguieron en nada de las anteriores y se recurrió al amaño. La Concentración no dio
la sensación de querer promover una efectiva regeneración electoral de orientación
democrática.

El gobierno presentó el programa de reformas (seguir una política civil en Marruecos,


mayor libertad religiosa, democratización del Senado, obligación de apertura de las
Cortes, limitación en el poder del gobierno de suspender las garantías constitucionales,
etc.), pero no contó con el entorno necesario para llevarlas a cabo. El gobierno no
estuvo unido ni dio sensación de reforma, ni pareció capaz de alejar los peligros que
amenazaban al régimen parlamentario. Las crisis parciales internas habían sido
numerosas y ofrecieron un espectáculo incoherente, incluso una semana antes de la
sublevación militar.

Algunos problemas habían mejorado (mejora de la economía, bajada de intensidad


terrorista y de conflictividad social, etc.). Aún así, la conflictividad social seguía
existiendo y las huelgas provocaban graves problemas. Además, en Cataluña ya surgía
un nacionalismo de corte independentista y se formaban grupos de reacción a ello, como
la Unión Monárquica Nacional, grupo nacionalista español de Barcelona. Pero fue sobre

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todo el compromiso de depurar responsabilidades por lo sucedido en Annual y otras


actuaciones relacionadas con Marruecos (colocación de un jefe civil en el protectorado
y pago de rescate a los sublevados principalmente) las que acabaron de poner al ejército
en contra del sistema.

En Agosto Alba accedió al programa militar en Marruecos. Esto provocó dimisiones en


el gobierno, ya que el gasto que significaría esta decisión ponía en peligro el resto del
programa de reformas, que se debía basar en el ahorro conseguido con una política
civilista.

Las relaciones Iglesia-Estado también fueron uno de los grandes problemas del
gobierno de García Prieto. Los reformistas querían cambiar el artículo 11, que prohibía
actos y manifestaciones de otras religiones no católicas. El rechazo eclesiástico y las
movilizaciones en contra de este cambio hicieron que el gobierno no se atreviese a
llevarlo a cabo, con lo que el ministro reformista dimitió.

Conspiración militar y golpe de estado

Desde 1923 se rumoreaba la situación de golpe de Estado y eran distintas personas las
que abogaban en su favor: El Debate pedía la Dictadura con preferencia por el Conde de
Romanones, mientras que un candidato era también el general Weyler. El general
Aguilera casi preparó la conspiración con sentido izquierdista, con el apoyo de los
intelectuales como Unamuno. El rey pudo tener la tentación de una solución autoritaria
temporal pero no era un monarca dictatorial y durante el verano de 1923 pensó en una
especie de Gobierno militar del Ejército, para luego poder volver a la situación
constitucional.

Hay que destacar la situación peculiar de Barcelona. El movimiento catalanista se había


radicalizado sobre todo la juventud con la aparición de Acció Catalana. Más grave era la
situación del orden público: un desorden que no se acababa, con varios atentados y una
huelga de transporte en la ciudad, siendo lo más grave la falta de reacción del Gobierno.
La Lliga, trató de buscar una fórmula que representara un Estado con pretensión de
serlo. Primo de Rivera fue hábil al no mostrarse opuesto al catalanismo.

El Gobierno demostraba con las elecciones que no pretendía modificar el


comportamiento del poder público en un régimen de liberalismo oligárquico, y que sus
objetivos de reforma en el terreno constitucional o en las relaciones Iglesia-Estado eran
revocados inmediatamente después de ser enunciados. En las últimas semanas del
Gobierno liberal se veía una gran división del gabinete sobre uno de los problemas más
agudos que tenía España, el de Marruecos. Cada persona de la clase dirigente liberal
parecía sólo interesada por obtener los mejores resultados para sí misma. Cuando se
produjo el golpe, sólo 2 ó 3 ministros trataron de resistirse.

La conspiración se preparó en Madrid en junio de 1923 cuando el general Primo de


Rivera fue llamado por el Gobierno y estableció contacto con un grupo de generales de
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los que la figura más representativa era Cavalcanti. El propio Ejército estaba muy
dividido, hasta el punto de que sólo el repudio a la clase política de la Restauración
permitió su unidad. El golpe no sería militarista, en el sentido que el Ejército ocupara el
poder de forma definitiva, sino que sería entregado a elecciones civiles a políticos.

Primo de Rivera presentó su programa en un manifiesto un poco vacuo en cuanto a


soluciones concretas, pero que concordaba con el espíritu regeneracionista del
momento. La razón principal de la victoria del golpe del 13 de septiembre fue que no
sólo en el Ejército, sino en la sociedad española, ya que nadie estaba dispuesto a luchar
por el gobierno. El rey, además, no estaba tampoco muy de acuerdo con la
Concentración Liberal y consideraba, como muchos políticos, inevitable un régimen
autoritario militar; pero él no estimuló ni ayudó al golpe. Los conspiradores nunca
contaron con su apoyo una vez que llegó a Madrid, no hizo más que reconocer al
vencedor.

Alfonso XIII mantuvo una apariencia de legalidad, haciendo que Primo de Rivera, que
llegaba de Barcelona dispuesto a formar un Directorio militar bajo su presidencia,
aceptara jurar como ministro único, guardando apariencias de constitucionalidad. En la
prensa de los días posteriores al golpe se percibe la sensación de popularidad de Primo.
Sólo la republicana mostró reticencias, aunque parciales; los socialistas tuvieron gran
cuidado en aparecer como expectantes sin apoyar a la clase política desplazada. Sólo
Unamuno, Pérez de Ayala y Azaña, entre los intelectuales estuvieron en contra del
Dictador, pero el último reconoció que su llegada había sido bien recibida porque el país
estaba presidido por la impotencia y la imbecilidad. En estas condiciones, cabe pensar
que si Alfonso XIII se hubiese opuesto al golpe, hubiera peligrado su trono.

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