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Historia Contemporánea de España I

(1808-1923)

Ignacio Minuesa
TEMA 1. La España de fines del siglo XVIII

Rasgos fundamentales del Antiguo Régimen

Características en España son:

● Una demografía de tipo antiguo, estancada (bloqueo malthusiano), sacudida periódicamente por catástrofes
cíclicas, con altas tasas de natalidad y mortalidad y baja esperanza de vida.
● Una sociedad estamental, poco permeable y con dos grupos privilegiados (nobleza y clero) y el resto de la
población campesinado.
● Una ideología aristocrática, que repudia el trabajo manual y el comercio y que basaba el prestigio social en la
posesión de la tierra.
● Una economía fundamentalmente agrícola, autárquica, con pocos cambios ni intercambios comerciales.

España a finales del siglo XVIII.

Sociedad y población

El siglo XVII expansión demográfica, con un aumento estimado del 40%, aumentando a 10 o 12 millones, con 480k nobles,
150k clero y 30k al comercio, 28k manufactura y el resto campesinos.

Estancamiento a final del reinado de Carlos III por una serie de epidemias (cólera y fiebre amarilla) y malas cosechas.

Economía

Con Carlos III la monarquía borbónica alcanzó las más altas cotas de prosperidad. Primaba la agricultura pero despuntaron
otros sectores, destacando el comercio de las Indias, liberalizado sin el monopolio de Cádiz y surgiendo compañías
comerciales. Se liberalizó además el mercado de cereales, despuntó la producción naval por el comercio colonial y las
manufacturas pañeras y laneras (declinando la Mesta) y algodoneras en Cataluña. Con el mercantilismo estatal, se
intervinieron las Reales Fábricas, surtiendo manufacturas de lujo. El mercado interno creció con dificultad (unidades
territoriales, pesos y medidas, moneda, fiscalidad, las aduanas interiores). Pese a la centralización estatal existía una enrevesada
administración. Crisis institucional por la superposición de funciones y crisis económica por las malas cosechas y la guerra
con Francia (pérdida de Santo Domingo) y Gran Bretaña (Trinidad, Luisiana y Trafalgar en 1805) además de la gran inflación
y crisis fiscal en 1797. Carlos IV empleó los bienes amortizados públicos y vendiendo bienes de la Compañía de Jesús.

La agricultura no se modificó para hacer frente a las crecientes necesidades, empeorando el nivel de vida del campesinado.

El movimiento ilustrado

La Ilustración sirvió a los reyes como fundamentación para modernizar el Estado, reafirmando el poder autoritario para
optimizar la economía y el sistema financiero y fiscal. La Ilustración española aceptó un poder fuerte y centralizado para
defender las libertades y la propiedad. Incluso se aceptaba una aristocracia y la religión como garantía moral y del orden.

Las ideas ilustradas no fueron un cuerpo homogéneo, aunque hubo temas recurrentes, como el gobierno derivado de los
derechos naturales y del contrato social, derechos de libertad e igualdad; la Razón, opuesta a la revelación, era fuente del

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conocimiento humano y el progreso no era obstaculizado por los dogmas religiosos. El fin del gobierno era la felicidad para
el mayor número de personas o bien mediante la intervenciones estatal o mediante la liberación del mercado.

La Ilustración cayó en una pequeña élite vinculada a la Corte (burócratas, académicos, juristas o eclesiásticos). Los pioneros
fueron los miembros de las instituciones culturales de Felipe V (Biblioteca Nacional, Academia de Historia…) y lo hicieron
no mediante Universidades sino de la Sociedades Económicas de Amigos del País y de la prensa más avanzada.
Campomanes como prototipo de Ilustrado, liberal en lo económico pero absolutista en lo político.

Los límites del reformismo ilustrado borbónico

A finales del XVIII con Carlos IV llega el final del Despotismo Ilustrado, reformador, centralista. Ya desde Carlos III se
intentaron eliminar aduanas interiores, derechos sobre la importación y exportación de máquinas, eliminación de la pureza de
sangre para acceder a los gremios. Sin embargo, tuvo poca base social y estaba dirigido desde la cúspide y confrontaba con la
Inquisición.

La contestación de la Ilustración al sistema había cristalizado con Carlos IV, entrando en crisis la concepción estamental de la
sociedad, socavando sus cimientos además de una crisis ideológica con la llegada del proto-liberalismo con mayor
participación pública y política. Al margen de las luchas con la caída de Godoy destaca el influjo de la revolución en Francia.

Las repercusiones en España de la Revolución Francesa

La coronación de Carlos IV y las primeras reacciones a los acontecimientos franceses

Carlos III había situado a España en una posición cómoda, con finanzas saneadas, defensas seguras y economía dinámica,
aunque finalizó sin modernizar el país. Tal situación estaba viciada por las condiciones sociales y económicas, desembocando
en una crisis con la llegada de Carlos IV, monarca débil sometido a Maria Luisa, motivo de escándalo.

Floridablanca y la involución

Carlos IV inició el reinado conservando ministros de la etapa anterior, destacando Floridablanca como primer Secretario de
Estado. La Revolución horrorizó a Floridablanca e impuso censura a la prensa, prohibición de escritos sobre ella. En 1791,
edicto para suspender las publicaciones privadas, sólo prensa oficial sujeta a la censura y se impulsó a la Inquisición a actuar
contra los ilustrados. Se apresó a Cabarrús, se desterró a Jovellanos y Campomanes fue desposeído de la presidencia del
Consejo de Castilla. La actitud de Carlos IV era defender a su pariente francés. Floridablanca actuó con dureza contra Francia
oponiéndose al juramento de la Constitución francesa de Luis XVI, por lo que fue cesado en 1792.

Aranda y la nueva política oficial

Aranda encarceló a Floridablanca y reintrodujo la aristocracia a la élite política, aunque suavizando la censura hacia Francia.
Esto enfureció a los monarcas y tras el derrocamiento de Luis XVI y el apresamiento de la familia real y la victoria de la
República fue cesado.

El ascenso de Godoy

El nuevo hombre fuerte, introducido desde la guardia real por la reina en un ascenso meteórico. Se habla de amores con la

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propia reina aunque supuso también un intento de superar las diferencias entre el partido golilla de Floridablanca y el aragonés
de Aranda. Los monarcas confiaron en él ciegamente y lo colmaron de títulos y riquezas, por lo que Godoy se creó una
clientela a base de nepotismo.

La tensa situación internacional

Godoy personifica el cambio de alianzas en España. Se esperaba de él una respuesta firme ante la situación francesa, por lo
que tras ejecutar a Luis XVI éste declaró la guerra en 1793, finalizando la larga etapa de Pactos de Familia. La neutralidad
hubiera sido mejor opción. En tal situación España se vió abocada a la alianza con Gran Bretaña, hacia la que había recelo en
el grupo militar.

La guerra contó con el apoyo del pueblo incendiado por la propaganda pese a que España no estaba preparada, con un ejército
inferior y deficiencias en el mando y la logística, dependiendo de las ayudas británicas. Se invadió el Rosellón pero con misión
infructuosa. Con la ofensiva francesa a ambos lados de los Pirineos y la mayor parte de Cataluña y Guipuzcoa cayeron en
manos francesas, también debido al recelo del Estado de armas a los catalanes y por la administración foral vasca que negoció
la paz por separado. Sin embargo el pueblo se levantó por el odio francés. En Barcelona se aprobó un fondo para armar a
20.000 soldados adicionales. Sin embargo fracasó. Godoy se apresuró a firmar la paz en Basilea en 1795, recuperando los
territorios peninsulares pero renunciando a Santo Domingo.

Los británicos temían que tras la paz la neutralidad beneficiase a Francia y al final España se alió con Francia en contra de
Gran Bretaña, declarando la guerra. La guerra resultó catastrófica para España. En 1797 fue derrotada la Armada en el Cabo
de San Vicente y se perdió Trinidad en el Caribe, además del bloqueo a Cádiz, dificultando la comunicación con las colonias.

Descontento en el interior

La guerra, el descontento con Godoy y su nepotismo, avivó la animadversión del partido aristocrático, concentrándose
alrededor del Príncipe de Asturias. Por otro lado se empezaba a crear un grupo de liberales más radicales, abiertos a ideas
francesas. Godoy reformó el gobierno con un sesgo más reformista: Cabarrús como embajador en París, Jovellanos como
secretario de Gracia y Justicia y Saavedra en Hacienda. Godoy dimitió en 1798 por el déficit fiscal, la oposición de la
aristocracia y la presión francesa que desconfiaba. El nuevo gobierno, aunque efímero, agravó la situación: el regalismo
agresivo, las medidas liberales y las necesidades fiscales caldearon las diferencias entre tradicionalistas y reformistas y l a
Iglesia se posicionó contra el gobierno. Terror ante Francia. Los monarcas dieron un giro hacia el conservadurismo, cambió
Jovellano por Caballero y se llamó nuevamente a Godoy que volvió con más poder, incluso militar.

Malas cosechas, epidemias e inflación por la guerra. Revueltas populares como el motín del pan. Tal situación llevó a Godoy
a desamortizar bienes eclesiásticos, provocando el descontento de la Iglesia y la oligarquía estamental.

El reinado de Carlos IV (El Escorial, Aranjuez y Bayona)

El auge de Napoleón y la postura internacional de España

Napoleón seguía su expansión europea y presionó más a España en el proyecto de bloqueo continental contra GB, para lo que
necesitaba controlar el ejército portugués. España declaró así la guerra a PT en 1801 (Guerra de las Naranjas) y en una semana
PT capituló entregando la plaza de Olivenza. Con la Paz de Amiens en 1802 entre británicos, franceses, holandeses y
españoles, España no salió muy beneficiada (se trocó Trinidad por Menorca). Inferioridad del ejército y problemas económicos

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y oposición de reclutar milicias en Valencia o Vizcaya.

La neutralidad oficial española fue un servilismo hacia FR, a la que debía pagar un subsidio. GB interceptó un cargamento de
plata y España declaró la guerra en 1805, en donde sufriría el desastre de Trafalgar.

Las repercusiones de la derrota de Trafalgar

Derrota sin paliativos para España, fin del poderío naval, dejar a sus suerte a las colonias, descontento popular y conspiraciones
contra Godoy. Para Napoleón supuso el fin del proyecto de invadir Inglaterra y el inicio de Bloqueo Continental, lo que supuso
la invasión del territorio español. En América los criollos empezaron a conspirar contra la metrópoli. España a merced de
Napoleón, como estado títere de Francia.

Godoy y el emperador

La supervivencia solo estaba al lado de Napoleón, subordinado la política española al rey francés en el Tratado de
Fontainebleau. Napoleón por su parte jugó a un doble juego con el Príncipe de Asturias.

El Príncipe de Asturias

El partido fernandino

El heredero al trono, futuro Fernando VII, había desarrollado una gran animadversión por su padre y el valido y temor porque
desheredada en favor de los infantes más jóvenes. El ministro de Guerra Caballero se agrupó alrededor del príncipe,
constituyendo el partido fernandista. Fernando cayó en los juegos de Napoleón.

Proceso del Escorial

Fernando complicó más las cosas, para evitar una regencia de Godoy, los fernandinos prepararon un decreto firmado por
Fernando como rey. Godoy descubrió la conspiración y junto con la reina lo presentó a Carlos IV. Fernando confesó en el
Proceso del Escorial, donde no se probó ninguna acusación contra ellos. El pueblo asistió ante el bochorno mientras Napoleón
preparaba el golpe final. Godoy se apoyaba en los franceses y el rey aparecía desacreditado dentro y fuera del país.

El Motín de Aranjuez

Tras la firma del Tratado de Fontainebleau entre Napoleón y Carlos IV, por el cual Portugal se dividiría en 3 principados,
con el Algarve para Godoy, el norte creado para los hijos de Carlos IV y el centro con vistas a cambiarlo por Gibraltar. Se
reconocía además a Carlos IV como Emperador de las Américas. Como consecuencia del tratado 100k soldados franceses
entran en la península hacia PT mientras Napoleón preparaba la anexión de la orilla izquierda del Ebro en unas negociaciones
secretas con los Borbones.

Ante el riesgo, Godoy reagrupó a las tropas y trasladó la corte a Aranjuez, para luego hacerlo a Andalucía y luego a América.

Con la confusión en el propio gobierno, se extendió el rumor de que Godoy quería secuestrar a la familia real . En 1808 los
fernandinos levantaron un motín popular, que supuso un auténtico golpe militar contra Godoy para instalar un gobierno
aristocrático y tradicionalista, como se deduce de la participación del Ejército y el Consejo de Castilla y el respaldo de la

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Iglesia.

Finalmente, Godoy fue apresado y se le perdonó la vida por Fernando. El 19 marzo, abdica Carlos IV.

Las abdicaciones de Bayona

Motines en Aranjuez y tumultos en Madrid en la casa de Godoy. El jefe de tropas francesas Murat había tomado posiciones al
norte del país, entrando en Madrid con el júbilo popular, un día antes que Fernando VII, quien no se vio reconocido como rey
al revocar Carlos IV su abdicación.

Enfrentamientos entre Carlos IV y Fernando VII

Napoleón fue hábil al no reconocer a Fernando como rey y conseguir la retractación de Carlos IV en su abdicación para crear
un pleito dinástico. Tras intentar Fernando entrevistarse con Napoleón sin conseguirlo, fue a Francia, dejando el gobierno en
manos de una Junta de Gobernación. Carlos IV y María Luisa fueron a Bayona para pedir el trono, pero Napoleón no quiso
ratificar el trono de España. En Bayona, Fernando fue obligado a renunciar en favor de su padre. Sin embargo, Napoleón había
conseguido unos días antes la cesión de todos sus derechos a Carlos IV, por lo que cedió a su hermano José los derechos al
trono.

Mientras tanto, el 2 de mayo, cuando los franceses se disponían a evacuar del Palacio de Oriente al resto de la familia real
hacia Bayona, el pueblo de Madrid se levantó contra los franceses, siendo reprimido con dureza y fusilando el 3 de mayo a los
detenidos. La rebelión se extendió con la declaración de guerra a Francia por el alcalde de Móstoles. En multitud de lugares
de la península se constituyeron una serie de organismos autónomos, las Juntas Provinciales, autotituladas supremas, que
dirigirán el curso de la guerra, constituyendo un Estado paralelo para restaurar la independencia, centralizándose tras la batalla
de Bailén en 1808 en la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, dirigida por Floridablanca, quien intentó
reorganizar el ejército, pactó una alianza con Gran Bretaña y sentó las bases de la resistencia armada, organizando el
armamento de la población.

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TEMA 2. Guerra y Revolución (1808-1814)

La ocupación francesa y el dos de mayo de 1808

Tras el Tratado de Fontainebleau el ejército francés entra en España en 1807 hacia Portugal. Pese a que el tratado servía a
los franceses para entrar en el país lo cierto es que pronto quedaron claras las intenciones de ocupación al mando de Murat.
La presencia extranjera inquietó a la población y a los dirigentes.

Tras el Motín de Aranjuez, Carlos IV abdica en su hijo Fernando. Sin embargo, Murat llegó a Madrid al mismo tiempo que
el monarca buscando el trono de España. Es por ello que ofreció protección al rey destronado así como a su favorito. Instigó
al rey a que escribiese una carta de protesta a su renuncia después de lo sucedido en Aranjuez.

Como soberano, Fernando VII llevó una política hacia la moderación. Mantuvo a Ceballos como Ministro de Estado y puso a
Azanza, O’Farril y Piñuela en Hacienda, Guerra y Justicia. El sistema político es el de nombrar un gobierno oficial nombrado
por él mismo junto a un consejo informal o camarilla con hombres de su confianza. La influencia de éstos tuvo un peso
decisivo en los acontecimientos. Ante la presión francesa optaron por ceder y por una postura de sumisión ante el Emperador
como única forma de que aceptase a Fernando VII como rey.

Fernando VII, invitado por el Emperador, se dirige a Francia en 1808, dejando a la Junta Suprema de Gobierno al cargo del
país. Napoléon lo recibió como Príncipe de Asturias y no como rey y le obliga a renunciar a sus derechos al trono,
aprovechando la figura del caído Godoy y del enfrentamiento con Carlos IV. Carlos IV y su esposa se reúnen también en
Francia con Napoleón, rompiendo la abdicación previa.

Napoleón había conseguido romper con la soberanía nacional al tener a ambos reyes en territorio Francés bajo su tutela. La
exigencia de Murat de enviar a Bayona a miembros de la familia real hizo que la Junta se negase y se reuniese. Ante las
presiones de Murat de tomar el control y la incapacidad de la Junta, el 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se agolpa en
las inmediaciones del Palacio Real ante la salida del infante, caldeando el ambiente y siendo reprimida por los franceses. Lo
sucedido en Madrid tras los fusilamientos y la pasividad de Juntas, ejército e Iglesia y Consejo de Castilla propicia el
levantamiento en otras partes del país.

En Móstoles, el alcalde se erigió depositario de la soberanía nacional y levantó al pueblo contra los franceses, extendiéndose
a otras provincias

Guerra de Independencia (1808-1814)

Los fusilamientos del 3 de mayo no amedrentaron a los españoles. Lo que realmente provocó el levantamiento fueron las
renuncias de Bayona, concretamente la de Fernando VII.

Los levantamientos son de carácter regional o local. Se produce la escisión en España entre patriotas y afrancesados. Rapidez
en la protesta contra los franceses y quienes los apoyan. El movimiento surge como motines espontáneos nacidos de la
indignación. Nacen las Juntas Supremas, formadas por miembros de la jerarquía tradicional de cada zona, Palafox, Saavedra
o Floridablanca. Declararon la guerra a Napoleón, hicieron colectas, suprimieron impuestos, incluso acuñaron moneda.
Hicieron alianza con GB. Constituían el poder supremo, sin connotaciones de la Revolución Francesa y nacen aprovechando
el vacío de poder. Se consideraban legítimas ya que Fernando VII no podría ejercer su autoridad por hallarse cautivo y la corte
estaba bajo control de los franceses.

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Sin embargo, necesitaban un poder centralizado, especialmente tras la victoria de Bailén y la presión Británica de tener un
interlocutor válido. El Consejo de Castilla propuso una adhesión, junto con la petición de la Junta de Valencia. A finales de
1808 todas las Juntas estaban de acuerdo en que se crease una que asumiera la soberanía. Los diputados de las Juntas Supremas
fueron reuniéndose y finalmente se unieron en Aranjuez, con Martín de Garay como secretario y Floridablanca como
presidente. El 25 de septiembre de 1808 los representantes de las Juntas juraron sus cargos en Aranjuez, declarando
legítimamente la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino.

- 1º fase (junio 1808 - noviembre 1808)

Al generalizarse el levantamiento, el ejército francés se tuvo que desplegar por la península para tomar el control. El mariscal
Bessières debía someter a las provincias del norte y dominar a los rebeldes en Zaragoza.

El primer enfrentamiento sucedió cuando el general Cuesta intentó cortar el camino entre Burgos y Madrid con un ejército de
voluntarios, fue fácilmente aplastado por los franceses al mando de Lasalle, ocupando Valladolid y Santander.

El siguiente enfrentamiento fue en Medina de Rioseco, con victoria francesa, al igual que en el Valle del Ebro, ocupando
Logroño. Sin embargo en Zaragoza resistieron. De Bailén llegaron noticias de la derrota francesa.

Desde Madrid salieron dos columnas dirigidas por Dupont y Moncey para controlar Andalucía y Levante. Moncey se encontró
Valencia con barricadas y acabó retirándose. Dupont, descuidó su retaguardia en su camino desde Toledo hacia el sur. Córdoba
fue saqueada por los franceses y las ciudades vecinas atacaron.

La Batalla de Bailén acabó con la capitulación de las tropas francesas. Las consecuencias, esperanzas y entusiasmo para los
españoles. Surgió la necesidad de un poder único que gobernara en nombre de Fernando VII. Militarmente supuso la primera
derrota campal sufrida por el ejército napoleónico. Estratégicamente abrió el camino hacia Madrid de los rebeldes, por lo que
el rey José I se replegó a Vitoria. Napoleón descalificó a Dupont y envió tropas de refuerzo.

- 2º fase (noviembre 1808 - enero 1810)

Napoleón tomó personalmente el mando. Los españoles no pudieron resistir. En un mes, Napoleón había dispersado a lo mejor
del ejército español. El 2 de diciembre, entró en Madrid, ocupó el Retiro y rindió Madrid. Desde su base establecida en
Chamartín declaró 4 decretos:

● Abolición de los derechos feudales.


● Supresión de la Inquisición.
● Nacionalización de bienes eclesiásticos.
● Trasladar aduanas interiores.

Tales decretos son propios de una mentalidad ilustrada para regenerar España. Pese a todo no consiguió adeptos para José I y
se ganó la ira de la Iglesia.

Cedió de nuevo la Corona a su hermano y bajo la presión de convertir las provincias españolas en departamentos franceses,
obligó a los madrileños a jurar fidelidad.

Napoleón se enteró de la llegada de los ingleses a Salamanca a través de Portugal con dirección a Valladolid. En Austria se

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estaban armando y había conspiraciones contra su persona en Francia y abandonó España para solucionar sus problemas.

En 1809 la mayor parte de la mitad norte de España estaba en manos francesas. Las tropas españolas se encontraban
desorganizadas y aparecen las guerrillas, con pequeñas operaciones dispersas haciendo intolerable la vida de los franceses, la
denominada petite guerre. Con las guerrillas llegó la participación popular, tales guerrillas estaban compuestas tanto por
bandoleros acogidos a indultos, como por militares dislocados del ejército regular y gente honrada de diferentes orígenes
sociales, normalmente no superando las 100 personas. Se centraban en escaramuzas, amagos, emboscadas valiéndose del
conocimiento del terreno. Contaban con el apoyo incondicional de la población civil. Los resultados:

● Obstaculizar las comunicaciones francesas: las órdenes de Napoleón llegaron a tardar 40 días e incluso quedaron
cortadas.
● Valiosa fuente de información para los soldados aliados, como la proporcionada al duque de Wellington.
● Uso de un gran número de tropas francesas para proteger las ciudades y la comunicación.

- 3º fase (1810 - 1814)

Entre 1809 y 1811 las tropas francesas se apoderaron de un gran número de provincias españolas, pero a cambio de un gran
número de víctimas humanas. Había comenzado una guerra de desgaste para establecer su dominio por el territorio español.

La ocupación se llevó a cabo por 3 vías, Levante, Andalucía y Portugal. Gran resistencia de la población civil, gran destrucción
en las ciudades rendidas para dejarlas en mal estado para los franceses.

Conforme descendían al sur peninsular, la dominación se hacía más difícil. Desde Rusia se pedían constantes refuerzos para
las tropas napoleónicas.

La victoria de Napoleón sobre los austriacos permitió enviar refuerzos a España. José I destinó miles de hombres a la conquista
de Andalucía buscando el beneficio económico y estratégico. Se planteó de forma rápida. Cádiz fue el lugar de resistencia.
Las tropas hispano-británicas suponían una gran fuerza naval, todo ello sumado a las baterías de la ciudad, los barcos cañoneros
armados por la Junta de Cádiz y el ejército del Duque de Alburquerque. Los españoles volaron el puente de Zuazo por lo que
la ciudad no llegó a ser invadida. Se conquistó toda Andalucía excepto Cádiz. El ejército francés necesitaba proteger las
comunicaciones, las ciudades conquistadas y controlar a los rebeldes de Cádiz.

El otro punto era Portugal, donde querían deshacerse del ejército británico, atacando desde Galicia, el oeste y el sur, para llegar
a Lisboa, resultando en fracaso.

Mientras tanto, 20.000 españoles al mando de Venegas partían hacia Madrid, así como otro aliado de Cuesta y Wellesley,
enfrentándose en Talavera, con un resultado poco claro.

Napoleón quiso centrarse en Portugal, porque consideraba que la defensa era posible gracias a los británicos. Los aliados
crearon un ejército de 70.000 hombres, quemaron puentes, transbordadores y barcas. Ingenieros británicos y portugueses
crearon la línea de Torres Vedras: una colosal barrera de obstáculos naturales y fortificaciones de 47 km del Atlántico al Tajo.
El ejército francés tuvo que retirarse.

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Wellington se aprovechó de las circunstancias internacionales, Francia había roto relaciones con el Imperio Ruso y necesitaba
destinar soldados al continente. Con un ejército anglo-portugués tomó Salamanca, liberando Madrid en 1812 (aunque volvió
a caer temporalmente), José I huyó a Valencia y se levantó del sitio de Cádiz. La derrota napoleónica en Rusia obligó al
debilitamiento de las tropas en España. José I perdió la última batalla en Vitoria y tuvo que huir.

La guerra supuso un millón de muertos y una economía destruida. Wellington no hubiera podido ganar sin la actuación de las
guerrillas. El 11 de diciembre de 1813, Napoleón firmó con Fernando VII el Tratado de Valencay, cesando hostilidades y
reconociendo como rey a éste, quien llegaría a España en 1814.

El reinado de José I (1808-1813)

Su mandato empezó en 1808 tras jurar el nuevo rey la Constitución de Bayona y haber recibido fidelidad de los componentes
de la Junta española en Bayona. Napoleón quiso presentarse ante España como un reformador. La historiografía de la época
presentó a José I como un borracho incompetente pero en realidad era un hombre capacitado para gobernar España. Había
estudiado leyes, ejercido el comercio y tenía gusto por la literatura y las artes. Mantuvo un apoyo incondicional por Napoleón
que se tradujo en títulos, fue antes rey de Nápoles, sin embargo ésto supuso que no pudiese actuar de manera independiente.
Traía deseos reformistas que practicó en Nápoles y no pudo desempeñar en España. Llegó a esta con la Constitución de Bayona
y con un gobierno formado por los ministros de Fernando VII. Emprendió su viaje hacia Madrid por orden imperial y se
encontró con un recibimiento frío.

La falta de apoyo popular se convirtió en una obsesión para el nuevo rey. Para atraer más partidarios, en octubre de 1808 vió
la luz un decreto que obligaba a los empleados públicos a jurar fidelidad al rey, la Constitución y las leyes. Dos millones de
personas se acogieron a este decreto para no perder sus intereses.

Su política se basaba en atraer súbditos, por lo que se sirvió de medidas ilustradas y de una intensa propaganda. Tan sólo 8
días después de llegar a Madrid, y con motivo de la derrota francesa de Bailén, se vió obligado a instalarse en Vitoria y quiso
volver a Nápoles, impidiéndolo su hermano.

Napoleón decidió intervenir directamente en los asuntos de España. Tuvo problemas en su relación con Napoleón por las
contradicciones entre los mandatos imperiales y su interés por satisfacer a sus súbditos. No llegó a tomar las riendas de su
reino y las tropas francesas cumplían las órdenes napoleónicas en su ausencia. La presencia de la guerra y su paso por Valencia
supusieron los últimos acontecimientos ante la toma de la misma por Wellington. Finalmente se firma el Tratado de Valencay,
recuperando Fernando VII la Corona.

La Constitución de Bayona

En Bayona convoca Napoleón a una Asamblea de españoles para hacer de España un país libre del sometimiento de los
Borbones y justificar el cambio dinástico. Este grupo de Notables tenía que aprobar el traspaso de la Corona. Estaba constituido
por 150 miembros que representaban al clero, la nobleza y el pueblo. Muchos no se presentaron.

La Asamblea estuvo presidida por Azanza, con Urquijo y Ranz Romanillos de secretarios. El 8 de julio José I firma la
Constitución. La Asamblea se vió no como para proponer soluciones y reformas sino para aceptar el deseo napoleónico.

Establecía un sistema político autoritario, basado en los cuerpos colegiados, Senado, Cortes y Consejo de Estado, sin
coordinación entre ellos y sin iniciativa legal.

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Se declaraba la independencia de la Justicia, aunque sin división de poderes, se declaraba la inviolabilidad del domicilio, la
libertad de movimientos, la supresión de privilegios y la igualdad de todos los españoles ante la ley.

Se trataba de un texto a caballo entre dos mundos que trataba de introducir en España los principios liberales pero manteniendo
sin embargo una monarquía autoritaria del rey y sus ministros. Buscaba trasladar a España una serie de ideas y principios
conseguidos en la Revolución francesa, aunque se modificaron ciertos aspectos como el de la religión católica como única
religión, contrario a la libertad de culto del Imperio. Fue considerada muy adelantada para la situación de España, por lo que
se dió de plazo hasta 1813 para su implementación, pese a ello a penas se aplicó.

Tuvo trascendencia sin embargo, pues el término mismo de Constitución empezó a hacer referencia a un pacto entre el soberano
y el pueblo.

Afrancesados

Los españoles tuvieron que posicionarse ante el nuevo régimen, los partidarios fueron llamados josefinos, juramentados o
afrancesados. Los primeros fueron aquellos que acudieron a Bayona y reconocieron al nuevo soberano y la Constitución,
personajes como Llorens, Cabarrús y Urquijo, otros, como Cevallos, abandonaron esta postura cuando pudieron y otros sólo
lo hicieron para no perder su supervivencia económica o legal.

Entre los afrancesados, los había activos, entusiastas del nuevo gobierno, y los pasivos, quienes actuaban por necesidad.
Acabada la guerra los activos tuvieron que exiliarse, pero no fueron nunca un gran número. También los hubo por buena
voluntad, buscando la mejoría del país.

Las Cortes de Cádiz

Desde septiembre de 1808 la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino tiene que mediar entre los moderados y
aquellos más revolucionarios.

La Junta Central tomó importantes decisiones: diplomáticas, tratado de paz y alianza con Gran Bretaña en 1809; fiscales,
contribución extraordinaria de guerra; y militar, formación de ejércitos, pero carecía de credibilidad popular for sus fracas os
militares.

En 1809 la Junta Central se disuelve, pasando los poderes a un Consejo de Regencia, compuesto por cinco personas, que
debía preparar el terreno para las Cortes. Rechazada la propuesta de Regencia de Jovellanos por Floridablanca, se decidió que
la Secretaría general redactara un proyecto de decreto convocando Cortes. Jovellanos, como buen ilustrado, aceptaba las
Cortes pero sostenía que la soberanía solamente recaía en el monarca.

El 22 de mayo apareció un nuevo decreto convocando Cortes para 1810 y se pidieron informes a las instituciones civiles y
eclesiásticas, junto a sabios y personas ilustradas sobre los puntos a tratar.

La Comisión de Cortes en la Junta Central estuvo formada por cinco diputados presididos por Jovellanos que poseía la clara
intención de orientar y dirigir el proceso político. Se crearon Juntas auxiliares para preparar los proyectos de reforma que
tendrían que ser aprobados por la Junta Central y posteriormente pasados a las futuras Cortes. La Junta auxiliar de legislación
comenzó a elaborar un nuevo código institucional.

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El 1 de enero de 1810 la Junta Central, decidida a unas Cortes estamentales, las convocó para el 1 de marzo y envió las
convocatorias para las Juntas superiores, las ciudades con voto en Cortes y las provincias.

Al disolverse, la Junta Central redactó un decreto sobre Cortes que precisaba que debía realizarse en dos Cámaras. La Regencia,
presidida por Castaños, se puso en manos económicamente de la Junta de Cádiz, gracias a su poder económico, y ésta pidió
pronta reunión de Cortes.

Las presiones de algunas Juntas Provinciales, el miedo a alborotos, y las noticias de independencia de algunos territorios
americanos permitió que se convirtiesen en una Asamblea constituyente.

La Regencia no tenía un programa político claro y esto fue aprovechado por los liberales:

● La Soberanía nacional residía a partir de entonces en las Cortes.


● Fernando VII como rey, quedando nula la renuncia en favor de Napoleón.
● Las Cortes se reservan el poder legislativo para evitar la unión de poderes.
● El poder ejecutivo recae en la Regencia, que debía reconocer y acatar la soberanía de las Cortes.

Estas propuestas marcan una profunda transformación política en España. Las razones de tal radical cambio fueron el tratarse
de un texto simple, entendible para cualquiera sin formación política, anhelo de un poder fuerte, deseo de reformas desde
tiempos de Carlos IV y la coyuntura de la guerra creó una coyuntura favorable a las reformas en Cádiz.

El obispo de Orense planteó el problema de un rey soberano y de unas Cortes soberanas al mismo tiempo, sin embargo éstas
le obligaron a acatar la Constitución, que fue firmada por 185 miembros. El 56% pertenecientes al estado llano, un 10% de
nobles y destaca el gran número del clero.

Quienes formaron las Cortes de Cádiz fueron una minoría urbana ilustrada que no representaba a la mayoría de la población
española, analfabeta. Se distinguen tres tendencias políticas en las Cortes:

● Conservadores: opuestos a las reformas, de más edad y aferrados al Antiguo Régimen.


● Renovadores: reformación de acuerdo a la tradición.
● Innovadores: Liberales, los más jóvenes, en busca de un nuevo Régimen.

No había homogeneidad, conservadores a ultranza como Ostolaza, flexibles como Inguanzo, liberales moderados como Pérez
de Castro o exaltados como Arguelles.

Los liberales llevaron la voz cantante en las sesiones. Reunidos a modo de asamblea nacional, las Cortes de Cádiz simbolizan
el triunfo de la Revolución Española a nivel institucional. Sin embargo se encontró con resistencias como las del obispo de
Orense.

La Constitución de Cádiz

Promulgada en marzo de 1812, recibió el nombre popular de La Pepa. La necesidad de poseer una Constitución nace en 1810
ante la constitución de una comisión que contó con la ayuda de algunas personas instruidas como Antonio Sanz Romanillos
para presentar su proyecto constitucional, y se añadieron los principios generales de la nación española, obra de Muñoz Torrero
y la incorporación del articulado de los derechos del hombre. El que gran parte del proyecto de Constitución fuese realizado

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por un sólo hombre es lo que le da gran homogeneidad. Conviene destacar la figura de Juan Nicasio Gallego y Argüelles.

Romanillos Nicasio Argüelles

La Constitución de 1812 consta de 384 artículos agrupados en diez títulos:

-De la Nación española y de los españoles.


-Del territorio de las Españas, su religión y su gobierno, y de los ciudadanos españoles.
-De las Cortes
-Del Rey
-De los tribunales y de la administración de justicia en lo civil y lo criminal
-Del gobierno interior de las provincias y los pueblos
-De las contribuciones
-De la fuerza militar nacional
-De la Instrucción Pública
-De la observancia de la Constitución y modo de proceder para hacer variaciones en ella.

Llama la atención que el título dedicado al poder legislativo, un 36%. Estableció una monarquía liberal y parlamentaria basada
en los principios de soberanía nacional y separación de poderes. El poder legislativo era superior al ejecutivo, el cual tenía
ciertas restricciones con el propósito de que el rey no obstaculizase el desarrollo de las Cortes.

Establecía una nueva sociedad centrada en el individuo y los principios de libertad y propiedad. A pesar de inspirarse en varios
artículos de la Constitución francesa, no fue una mera copia sino más bien un préstamo, adaptado a la realidad española.

Las reformas

Consiste en sustituir las estructuras sociales, económicas y políticas de la monarquía del Antiguo Régimen por las de un Estado
liberal. Se llevan a cabo de forma escalonada:

Reformas políticas (1810 - 1812)

- Se dicta un decreto estableciendo la Soberanía nacional encarnada en las Cortes y decretando la división de poderes,
teniendo éstas el legislativo.
- Derechos y deberes de los ciudadanos, derechos de expresión de ideas, con la posibilidad de denunciar, juzgar y
castigar los abusos a través de una Junta Nacional de Censura, rompiendo el monopolio de la Inquisición.
- Cambios administrativos, desaparecen los Consejos, quedando solo el Consejo de Estado, asesorando al monarca.
Para ocupar el hueco dejado por el Consejo de Castilla se creó el Ministerio de Gobernación.
- Se establece la división a modo francés de las provincias, dirigidas por un jefe político, nombrado desde el gobierno,
una Audiencia y una delegación de Hacienda, suponiendo una centralización.

Reformas sociales (1812 - 1813)

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- Supresión de las preeminencias jurídicas de la nobleza. Se distinguió entre señorío jurisdiccional (relación señor-
vasallo) y el señorío territorial (propiedad de la tierra), quedando abolido el primero, siendo ahora un contrato de
particular a particular.
- Abolición de los señoríos eclesiásticos. Se incautaron bienes a la Iglesia de manera indirecta, no devolviendo
aquellos incautados bajo José I.
- Se prohibieron a las órdenes religiosas que no contasen con dos o más casas en una misma población y se suprimieron
conventos con menos de doce individuos.
- Se suprimió el voto a Santiago.
- Se abolió el Tribunal de la Inquisición.
- Supresión de las pruebas de nobleza para entrar a las academias militares.

Reformas económicas (1813 - 1814)

- Ley agrícola: permitiendo la libertad de cultivos y precios.


- Ley ganadera: suprimió la Mesta, otorgando iniciativa particular.
- Ley de industria: libertad para establecer fábricas y maquinaria.
- Ley de comercio: libertad de comerciar independiente de su clase o nivel económico.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 dividió a los españoles entre absolutistas y liberales, acusando los primeros a
los segundos de traer los horrores de la Revolución Francesa y buscaban la llegada de Fernando VII.

Tema 3. El reinado de Fernando VII (1814-1833): Absolutismo vs liberalismo


La Restauración del absolutismo (1814-1820)

El regreso de Fernando VII

Su regreso tras la firma del Tratado de Valencay con Napoleón supuso un giro brusco, representando la ruptura del proceso de
Cádiz y restableciendo el Antiguo Régimen. Fruto del contexto bélico son las tensiones entre liberales y absolutistas.

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Cruzó Cataluña a su vuelta de Bayona recibido con gran júbilo. Fernando el Deseado fue mitificado. En un primer momento
opta por deshacer la obra constitucional de Cádiz, asumiendo el poder absoluto, sin embargo el régimen necesitaba importantes
reformas. Los absolutistas se mostraron incapaces de solucionar los problemas planteados. Paralelamente la burguesía seguirá
su evolución que acabará con la liquidación el AR.

La tensión entre los serviles y los liberales había aumentado en los primeros meses de 1814. Los absolutistas criticaban la
Regencia por liberal y los liberales buscaban el respaldo de Fernando a la Constitución.

En febrero de 1814 consiguen firmar un Decreto para vincular el acatamiento de las Cortes al rey al juramento del monarca a
la Constitución. La Regencia seguía teniendo el poder ejecutivo.

Los serviles realizan dos claros pronunciamientos a favor del absolutismo. El primero el general Elío al llegar el monarca a
Valencia y otro Mozo del Rosales.

El manifiesto de los Persas

Recibe su nombre por el encabezamiento. Hace referencia a lo ocurrido durante la ausencia del rey y es una descalificación a
los diputados gaditanos, una dura crítica a la obra liberal, a la Constitución de 1812 y un canto a la monarquía absoluta, “obra
de la razón y la inteligencia”.

Consta de 143 párrafos y es una crítica a la obra de las Cortes gaditanas, solicitando Cortes a la manera tradicional y la
anulación de la Constitución y Decretos. Ha sido muy discutido, contemplado por algunos como un canto al absolutismo y por
otros como un afán reformista acorde a los tiempos pero sin los excesos revolucionarios.

Sus tímidos intentos reformistas buscarían atraer a los liberales más moderados, en concordancia con la tradición. El manifiesto
fue bien recibido por Fernando VII y le impulsó a realizar los siguientes pasos.

El primer golpe a los liberales

Coincidiendo con el regreso del rey a Madrid, los liberales habían aprobado el Decreto que negaba la validez de las acciones
de un rey cautivo, fechado en 1814 vinculaba el acatamiento de las Cortes al rey al acatamiento de Fernando a la Constitución.

En Valencia junto a Mozo del Real y el obispo de Orense, recibe el Manifiesto de los Persas, donde 64 diputados absolutistas
solicitaban la restauración del poder, anulación de las Cortes de Cádiz y convocatoria de nuevas Cortes. Animado por el
Manifiesto, escribe el Decreto del 4 de mayo, por el que dejaba sin efecto la Constitución de 1812 y a las Cortes, a las que
acusaba de haberle despojado de la soberanía. Quedaba así abierto el camino a la restauración del AR.

Tras su paso por Valencia, parte hacia Madrid el 5 de mayo, escoltado por las tropas del ultraconservador Elío, acompañado
de manifestaciones en su apoyo y en contra de la Constitución. Un buen número de liberales fueron arrestados y las Cortes
disueltas.

Fernando incluye en el Decreto su visión de lo ocurrido desde 1808, presentándose como defensor del pueblo, contra la
perniciosa acción de un Valido y habiendo sufrido el atentado contra su persona en Bayona. Quiere además asegurar la libertad
y seguridad real e individual mediante un gobierno moderado, ofreciendo además libertad de imprenta, religión y al gobierno
de unos y otros. Todo caería en el olvido.

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El texto posee tres partes:

- La primera relata negativamente las actividades de las Cortes.


- La segunda propone un plan para convocar Cortes con procuradores de España y las Indias, defender la libertad y
seguridad individual con un gobierno moderado, libertad de prensa, separación de las rentas del Estado y la Corona
y leyes establecidas conjuntamente por rey y Cortes.
- La tercera no jura la Constitución gaditana.

En los meses siguientes elimina cargos e instituciones constitucionales y ordena la vuelta a aquellos anteriores a la Guerra de
Independencia.

- Restaura el régimen de Consejos, con variación al mayor papel prestado al Consejo de Estado.
- Constitución de los primeros gabinetes con personajes de confianza del rey.
- Restaura la Junta Suprema de Estado de 1787.
- Restaura Ayuntamientos, corregidores y alcaldes mayores.
- Restaura las Capitanías Generales del poder territorial.
- Restablecimiento de Audiencias y Chancillerías.

Otros decretos

Ahonda en la vuelta atrás en otros asuntos, los sociales, económicos y religiosos, restableciendo los privilegios perdidos por
las Cortes de Cádiz. Vuelve el Tribunal del Santo Oficio, los jesuitas, el voto de Santiago, la vuelta a los gremios, devolución
de las propiedades eclesiásticas, el Consejo de Mesta etc.

El Decreto del 30 de mayo desterró a aquellos que ocuparon cargos con José I. El Decreto de 15 de septiembre reintegra los
señoríos jurisdiccionales

La situación internacional: el Congreso de Viena (1814-1815)

La coalición que venció a Napoleón se fijó en remodelar la geografía política y social de Europa en este congreso. Replanteo
la vida internacional sobre bases diferentes a las aspiraciones de la Francia revolucionaria. Ahora la dirección la llevarían las
diferentes potencias victoriosas, inspirándose en el AR, oponiéndose a la soberanía nacional, en lucha contra los ideales
franceses.

Esto coincide con la vuelta de Fernando en un escenario internacional caracterizado por la crisis del sistema napoleónico. Son
el canciller austriaco Metternich y el ministro de exteriores británico Castlereagh los que llevan las riendas. España jugó un
papel secundario y la relación con otros Estados no se hizo en pie de igualdad y obtuvo pocos beneficios a pesar de su victoria
sobre Napoleón. Quedó fuera de las gran alianza que venció a Napoleón y fue admitida en el Comité de los Ocho formado
por otras ponencias para tratar temas de menor rango.

No se escucharon sus peticiones sobre Italia o el territorio de Luisiana, en poder de EEUU desde 1803. Firmaron la abolición
de la esclavitud junto con PT y FR. El único triunfo de España lo obtuvo tras ser derrotado Napoleón en Waterloo. En el
Segundo Tratado de París en 1815, donde obtuvo una indemnización económica para reparaciones de guerra e Inglaterra
pide devolver lo dado en ayuda de la Guerra de Independencia. Este tratado dará lugar a la Cuádruple Alianza (Inglaterra,
Austria, Prusia y Rusia) para mantener los acuerdos durante los próximos 20 años y se acordó celebrar reuniones diplomáticas

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cada cierto tiempo. España quedaría fuera del sistema.

Política interior: crisis económica, financiera y las fallidas reformas

Tras los seis años de guerra la situación era desesperada. A esto se suma la mala preparación de los ministros y asesores del
monarca. Se convierte en único monarca legitimista de España con gobierno personal sin contrapeso de los consejos.

La falta de un sistema político, el carácter del rey, la mediocridad de sus consejeros y la inestabilidad ministerial (28 ministros
para 5 ministerios) hizo que el Sexenio Absolutista fuese un fracaso. No supieron afrontar los viejos problemas y los nuevos
que se plantearon. Los estudios de Fontana sobre las fallidas reformas de Hacienda así lo demuestran. Agricultura, industria y
comunicaciones destrozadas y las arcas vacías. La falta de numerario paralizó la economía: los precios cayeron, la banca y las
empresas quebraron y el tráfico comercial se redujo. Ante el déficit, el rey se negaba a bajar la ley de la moneda o a conseguir
dinero (empréstitos exteriores o contribuciones especiales a nobleza y clero). La Real Hacienda reconoce estar sumida en el
desorden y el caos. Los estudios de Fontana muestran medidas insuficientes.

En 1816 fue nombrado ministro de Hacienda Martín de Garay, historiográficamente un liberal al que apelaron los absolutistas
para sanear las finanzas y crear un nuevo plan fiscal, por medio de la Memoria Garay. Calculaba el déficit a través de los
gastos de ministerios y los ingresos de Hacienda. La novedad de su Memoria residía en la tercera parte, donde planeaba una
reducción del gasto público y la abolición de las rentas provinciales, sustituidas por una contribución general, proporcional a
los ingresos. Pese a basarse en gran parte en aquellas medidas de contribución de las Cortes de Cádiz, fracasó.

Martín dimitió en 1817, fracasando como Ministro de Hacienda. La única solución pasa por ampliar la base tributaria, un duro
golpe a la estructura del AR.

La oposición liberal: los pronunciamientos. El ejército. La masonería

Los afrancesados, fueron exiliados, unos 4000 en 1814 por el Decreto del 30 de mayo. Para los liberales se reservaron medidas
más duras. No se formularon acusaciones en el arresto, con meses de reclusión sin toma de declaración. En 1815 el propio rey
pronunció las sentencias definitivas con prisión y destierro.

En el plano internacional, la actuación del rey no pasaba desapercibida, con reacciones contrarias en Inglaterra, donde los tory
conservadores, aunque recelando de las Cortes Gaditanas, no quería problemas con los whig, cuya simpatía hacia los liberales
era evidente.

En el interior, Juan Martín El Empecinado y Flórez Estrada solicitaron moderación en la represión así como la convocat oria
de Cortes. El mayor descontento partió del Ejército.

En el siglo XVIII los ejércitos eran estamentales con altos cargos cedidos a la alta nobleza y los de oficiales a la pequeña. La
situación cambió con la guerra y el estallido patriótico y revolucionario. La Constitución de 1812 reformaba el servicio militar,
los accesos a puestos de oficiales, establecía Milicias nacionales y restringía el poder de los altos cargos, además de nacer la
guerrilla. Todo creó un ejército renovado y dividido a la vez.

La Restauración cambió todo esto, dejando sin efecto la Constitución gaditana. La decisión absolutista fue la de reducir sueldos
y discriminar antiguos guerrilleros y liberales, lo que creó un caldo de cultivo para la oposición al régimen. Los jefes
comenzaron a alinearse con los liberales, sobre todo tras el fracaso del Ministro de Guerra Ballesteros. Muchos de ellos se

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hicieron masones y buscaban el cambio. Surgen los Pronunciamientos.

El primero de ellos, en 1814, lo protagoniza Francisco Espoz y Mina, uno de los guerrilleros más famosos de la guerra de
Independencia, sin embargo estuvo condenado al fracaso por lo aislado y desorganizado. Cuando llegó a Pamplona sus
guerrilleros le abandonaron y tuvo que huir a Francia.

El segundo, en 1815, lo llevó a cabo en La Coruña Juan Díaz Porlier, cuya lucha en la guerra le había hecho mariscal a los
16 años. Atrayendo a guarniciones descontentas por el retraso de cobros y algunos burgueses y mercantes. Entró en La Coruña
y logró levantar una guarnición en nombre de la libertad contra la tiranía. Fue condenado a muerte por el Consejo de Guerra.

El tercero, en 1817, realizado por Luis de Lacy en Barcelona y Milans del Bosch en Girona, ambos con un papel destacado
en las milicias anti napoleónicas y con amplio apoyo popular. Sin embargo fueron arrestados. Milans huyó y Lacy fue fusilado.

El último, en 1819, por Juan Van Halen en Valencia, quien consiguió huir, aunque fusiló a 13 miembros ante Francisco Javier
Elío.

Estos levantamientos se agrupan dentro del calificativo de conspiraciones masónicas ya que sería esta logia quien proporciona
la organización de la conspiración. En 1816 se descubrió una para matar a Fernando VII y Vicente Richart es detenido y
decapitado.

El trienio constitucional (1820-1823)

El trienio liberal se inicia el 7 de marzo de 1820 con la promesa de Fernando VII de jurar la Constitución. La pieza clave fue
la Junta Provisional, impuesta por Fernando el 9 de marzo, para asegurar el éxito de la sublevación de las Cabezas de San
Juan por el ejército destinado a las colonias. Supuso una transición sin grandes traumas orientada políticamente por los
moderados.

El Pronunciamiento de Riego

A pesar de su triunfo tampoco supuso un ejemplo a seguir, aunque es cierto que hubo más progresos que en los levantamientos
arriba citados.

La diferencia radica en la importante base ajena al ejército y por otro la concentración de tropas destinadas a las colonias. En
1819 O’Donnell detiene a varios oficiales acusados de conspirar contra el rey. O’Donnell, que estaba dentro de la propia
conjura, abandonó en el último momento.

La tropa que dirigió Rafael de Riego en 1820 estaba compuesta en su mayoría por veteranos de guerra de la Independencia
que se encontraban acantonados en Andalucía para embarcarse hacia América para sofocar las revueltas. Estaba compuesto
por 15.000 hombres y escucharon a Riego la orden de tomar armas atrayendo el descontento de las tropas. Fracasaron en su
intento de tomar Cádiz y fueron por Andalucía buscando miembros para su causa y proclamando la Constitución. El
movimiento liberal se generalizó más que cualquiera de los anteriores.

Otras ciudades como Coruña, Ferrol, Vigo, Barcelona y Zaragoza se sumaron. O'Donnell, que recibió órdenes de aplastar la
rebelión, proclamó la Constitución.

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Las noticias llegaron a Fernando VII e intentó poner freno con la promesa de convocar Cortes tradicionales. Abandonado por
la Guardia Real, finalmente cedió y firmó por voluntad del pueblo. Esta sería la primera oportunidad de los liberales de ejercer
el poder de forma práctica.

La Junta Provisional y el nuevo gobierno

El triunfo de la revolución de 1820 fue acompañada de la reposición de los puestos sustituidos en 1814 con la Restauración
Absolutista. La Junta Provisional fue el organismo dirigido a la transición y la reimplantación del régimen constitucional y
de designar un gobierno, facultad reservada al monarca pero que tuvo que tomar parte y elegir aquellos acordes a las tesis
liberales.

- Composición y primeras propuestas: la libertad de imprenta. El primer gobierno liberal fue formado a base de
ex condenados de 1815. La primera fue la de libertad de imprenta ya que permitió publicar un gran número de
periódicos, destacando aquellos de signo liberal.
- Se declaró la abolición del Santo Oficio, esta vez para siempre.
- Las Sociedades Patrióticas: surgidas desde los primeros días de la revolución, tienen su origen en las reuniones de
liberales en lugares públicos. Eran contempladas por los moderados como una amenaza. Hay polémica en la
historiografía actual por su presunta radicalidad, pero también como vehículo para ilustrar al pueblo. Fueron
suprimidas durante la estancia de Riego en Madrid.
- El ejército de la isla: el ejército que inició la revolución y el cambio de régimen era así conocido. Era un problema
ahora, al ser carga económica y no poder ser enviado a América, teniendo miles de hombres acantonados en
Andalucía. Las primeras Cortes tuvieron que abordar este espinoso tema y el Ministro de Guerra firmó el decreto de
disolución del ejército. Riego criticó la acción y suplicó al rey suprimir la orden. Esto sirvió para escindir a los
liberales y hacer que Fernando se alejara de la senda constitucional. Hubo manifestaciones pero los moderados
tomaron el control de las Cortes.

Los gobiernos moderados

Entre la disolución de Cortes y la creación de otras nuevas hubo conflicto entre el rey y los liberales, que estaban divididos
entre doceañistas, participantes de las gaditanas, y los veinteañistas exaltados.

Si la primera etapa del Trienio Liberal se define por sus enfrentamientos, la segunda intenta poner orden a la administración y
la hacienda. En lo económico se concretó un ajuste presupuestario y en el administrativo dos importantes reformas: la Ley de
Instrucción Pública, estableciendo la primaria, media y superior, se fijaban en 10 las universidades y planes únicos para todo
el país. La segunda, la Ley Orgánica del Ejército, base del nuevo ejército.

El 30 de junio se disuelven las Cortes ordinarias y se crean las extraordinarias para reformas administrativas y pacificar
América. Aprobaron la división territorial en 52 provincias y el fortalecimiento de las diputaciones y tesorerías para mejor
recaudación tributaria. Otras leyes son la de Beneficencia y el Código Penal español.

Tensiones entre el rey y los liberales

Tras el envío de Riego a Asturias, el gobierno se volvió oscilante. El rey, desde el Escorial era objetivo de conspiraciones
serviles, manifestaciones y alteraciones del orden. Las masas populares eran utilizadas a conveniencia y duramente reprimidas.
La oposición al absolutismo era cada vez mayor.

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Hubo un choque entre los Guardias de Cops y la Milicia Nacional, retirándose la guardia y la extinción del cuerpo de caballería
y guardias personales del rey.

La nueva legislatura se inaugura el 1 de marzo y la debilidad del gobierno se manifiesta en la crisis de la coletilla, al presentar
las nuevas Cortes cuando el rey soltó una coletilla criticando al gobierno, el cual tuvo que dimitir. El rey buscó en el Legislativo
y el Consejo personas para un nuevo gobierno, saliendo un grupo de moderados encabezados por Bardají que no gozaba de
simpatías.

Las tensiones entre liberales: moderados doceañistas y exaltados veinteañistas

La unidad liberal era débil y con luchas entre ambos. Los moderados acusaban a los exaltados de desestabilizar el país y
fomentar en exceso la oposición absolutista. Se unen contra el gobierno moderado los ayuntamientos, la Milicia y las
Sociedades Patrióticas.

El 27 de diciembre se cerraron las Sociedades Patrióticas y apareció la sociedad secreta de los Comuneros, donde militan los
más radicales.

Nuevos enfrentamientos en las elecciones de 1822-23, cuando a Riego se le relaciona con movimientos revolucionarios, siendo
destituido.

Hemos de entender que tras las elecciones de Cortes el 1 de marzo en las que triunfan los exaltados, el Ejecutivo estaba en
manos de los moderados y el Legislativo de los veinteañistas, con el rey fomentando la división.

Las reformas moderadas, ejército y educación

En 1821 la Ley Orgánica del Ejército, base para la creación de un ejército pequeño, eficaz y al servicio de la sociedad civil,
con la alegría de Riego.

Ley de Instrucción Pública, con un sistema de tres niveles: enseñanza primaria, obligatoria en todas las escuelas de pueblos
de más de 100 vecinos; enseñanza secundaria, en todas las capitales de provincia y la superior en 10 universidades españolas
y 22 de ultramar. Se trataba de un sistema uniformador y centralizado.

Las conspiraciones realistas

Se fueron haciendo cada vez más organizadas y peligrosas. El 30 de mayo, en Aranjuez se escuchan gritos a favor del rey
absoluto, en Valencia dieron apoyos al rey a Elío encarcelado. La insurrección fue sofocada y Elío fue ejecutado. El rey se
negó a condenar los eventos de Valencia. El estallido definitivo fue en junio cuando hubo disturbios a favor y en contra del
rey, con el resultado de la carga de la Guardia Real. Madrid quedó entonces convertida en un campamento de ejércitos
contrarios: el rey y sus guardias contra la Milicia Nacional y oficiales exaltados.

El gobierno pidió que los batallones se retiraran, los Guardias se negaron y el gobierno dimitió. En julio los Guardias marchan
sobre Madrid contra la Milicia y el Batallón Sagrado que les repelieron hasta rendirse.

El golpe del 7 de julio finalizó con la victoria libertal y el rey tuvo que designar un nuevo gobierno exaltado.

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Los exaltados en el poder

La pérdida de las elecciones de 1822 hizo saltar al gobierno de Martínez de la Rosa. El general Evaristo San Miguel,
comandante del batallón Sagrado, toma posesión en la cartera de Estado. Los exaltados toman las riendas de la Revolución en
un momento de deterioro político, económico y social que beneficiaba a los realistas.

Se creaba entonces la Regencia de Urgel por parte de los realistas exiliados en el sur de Francia encabezada por el marqués
de Mataflorida, para combatir al gobierno constitucional. Tomaron los argumentos de la ilegalidad del régimen constitucional,
la condición de prisionero del rey y condiciones de reforma de fueros y costumbres. No contó con el apoyo de Fernando ni el
respaldo de las potencias de la Santa Alianza. Su líder tuvo que refugiarse en Francia hasta su desaparición.

Las reformas de los exaltados

A las pésimas condiciones climáticas de 1822 se une una economía y sociedad con campesinos al borde de la desesperación.

Gobierno y Cortes intentaron reconducir la situación y se convocaron Cortes extraordinarias para abordar temas como el
Ejército, el clero regular y sus bienes, en 1823 se rompen relaciones con el Vaticano. Se trasladó la Corte a Andalucía y se
produjo la crisis del 19 de febrero. Ejemplo de la situación del gobierno, el rey se resiste al traslado de la Corte, protestas de
exaltados en la calle.

La situación internacional

El sistema de Congresos acordado por la Cuádruple Alianza estaba en pleno funcionamiento. En la reunión de Aix-la-Chapelle
los aliados abordaron los problemas franceses, retirada del ejército de ocupación, indemnizaciones de guerra y petición del zar
de sostener las decisiones territoriales adoptadas en Viena. Esto fue desestimado por Inglaterra y Austria que veían amenaza
territorial en las colonias españolas de América.

Cuando se reunieron en Troppau en 1820 la situación era diferente. El sarampión revolucionario se extendía por Europa.
Riego en España, asesinato de Berry en Francia, promugación de la Constitución de Cádiz en marzo, revolución napolitana en
julio y en agosto en Portugal, por lo que Austria se acerca a la postura de Rusia de intervención.

En 1821 estalló la revolución griega que podía arrastrar a Rusia a una guerra con Turquía. Sería en el Congreso de Verona
de 1822 cuando España se convierte en la gran protagonista junto con Grecia. Se estableció un ejército en la frontera con
Francia debido al creciente avance de los exaltados.

Mientras tanto el zar Alejandro I aprovechaba para buscar apoyos en la línea intervencionista, base de la Santa Alianza,
mientras que Austria y Prusia intentan frenar el protagonismo ruso. Posible intervención en la situación española es uno de los
puntos del Congreso de Verona. Wellington se negaba a un ataque contra España para obtener una paz estable y ponía la vista
en la situación americana por considerarla más importante. Francia apoyaba la intervención en España. Finalmente Wellington
abandona el Congreso. Se enviaron notas al gobierno español para cambiar la Constitución que fueron negadas.

Luis XVIII anunciaría que Cien mil franceses invocados por San Luís irían a conservar el trono de España. Irían en abril de
1823 comandadas por el Duque de Angulema. No se produjo la resistencia popular esperada, desánimo de los liberales. Sólo
los hombres mandados por Espoz y Mina plantaron problemas hasta el final. En mayo entraban en Madrid y se establecía una
regencia por Infantado. Se produjo una vuelta a 1814 con feroces represiones. Se trasladaron las Cortes a Cádiz ante la negativa

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del rey que fue decretado bajo locura transitoria y se creó una Regencia. Una vez liberado el rey por las Cortes se negoció con
el duque de Angulema.

El Trienio caía como consecuencia de la intervención extranjera pero su fracaso se debe también a las propias contradicciones
internas. Incapacidad para articular un sistema político. Con ello finaliza la Revolución Liberal española y se abre el último
periodo del Antiguo Régimen en España.

TEMA 4. La década final del absolutismo (1823-1833)

La vuelta a la monarquía absoluta

La Junta Provisional de Gobierno de España e India dio pasos para restablecer la situación anterior a Riego. Se volvió en 1823
a los ayuntamientos anteriores al Trienio, se diseñaron Comisiones de Purificación, se retiraron símbolos constitucionales y
medallas a los “persas”. Creó además los voluntarios realistas para proporcionar al absolutismo una fuerza armada. La
Regencia aprobada por Angulema para sustituir a la Junta seguiría los mismos pasos.

El rey necesitaba la presencia de las tropas francesas por depender su soberanía del apoyo extranjero.

El ejército de ocupación

La solicitud de Fernando VII a Luis XVIII suponía el fortalecimiento de Francia en el exterior y las relaciones comerciales
hispano-galas en detrimento de las británicas. En 1824 se firmó un convenio para mantener cerca de 50.000 hombres en

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España para afianzar el gobierno de Fernando VII, permanecerán hasta 1828.

La represión política

La preocupación de los europeos por Fernando VII no era en vano ya que a la persecución orquestada por gobierno y rey se le
suman estallidos violentos sociales y un ambiente de guerra civil.

Fernando rey absoluto, Riego ahorcado, sentencias de muerte, exilio, cárcel, presidio, destierro para la purificación lo que
llegó a los aliados a presionar para frenar la represión. Sáez fue cesado y llegó el ansiado cambio de gobierno.

La creación del Consejo de Ministros

Entre las escasas aportaciones de Sáez destaca este, creado en 1823 y basado en el Consejo de gabinete de 1714 y la Junta
Suprema de Estado de 1787. Ya sea por presiones de Luis XVIII, este Consejo de Ministros estuvo compuesto por cinco
miembros, el de Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina y Hacienda. El Real Decreto de 1824 establecería las normas de
funcionamiento y estipula que en ausencia del rey lo preside el secretario de Estado. Prevalencia de la voluntad del rey.

El reformismo absolutista

Tras el cese de Sáez, el moderado marqués de Casa Irujo presidió el nuevo gabinete compuesto por otros reformistas como
López Ballesteros, Luis Salazar, Cruz o el Conde de Ofelia. El nuevo gabinete emprendió la tarea de restablecer la
Administración. Al día siguiente de nombrar gobierno, Fernando establecía en un texto:

1. Plantear una buena policía en todo el Reino,

2. Disolución del ejército y formación de otro nuevo,

3. Nada que tenga relación con Cámaras ni con ningún género de representación,

4. Limpiar todas las Secretarías del Despacho, tribunales y demás oficinas tanto de la Corte como de lo demás del

Reino de todos los que hayan sido adictos al Sistema Constitucional protegiendo decididamente a los Realistas,

5. Trabajar incesantemente en destruir las Sociedades Secretas y toda especie de secta, y

6. No reconocer los empréstitos constitucionales.

El gabinete siguió estas bases. Por la Real Cédula de 1824 se reorganizó la seguridad pública con una policía orientada al
control político. Los más reaccionarios preferían a la Inquisición lo que generó protestas. Dos obispos crearon las Juntas de
Fe. Se celebró así el último Auto de Fe de nuestra historia. Se crearon además Comisiones Militares Ejecutivas y
Permanentes, actuando sobre lo político y el orden público. El tema más polémico fue el de la amnistía, ya que chocaba con
las potencias europeas y con los ultras opuestos a pedir perdón. Fue aprobado en 1824 sin satisfacer a nadie

La escisión realista

La amnistía produjo tensión entre el rey, los moderados y el interior del gabinete. En julio Ofalia fue sustituído y Cea
Bérmudez ocupó la Secretaría de Estado y el ministro de Guerra moderado fue sustituído por el reaccionario general
Aymerich que estuvo hasta entonces frente a los Voluntarios realistas.

Con la división en las filas de los realistas, el cuerpo de Voluntarios se volvía entonces contra el monarca, como sucedió emn
la rebelión del brigadier Capapé en 1824. La división se debe a:

22
● Miedo de los sectores más reaccionarios a que Francia atemperara el absolutismo de Fernando.
● Nombramientos de ministros demasiado tibios.
● Las medidas adoptadas, sobre todo la amnistía.

Esta división, encabezada por el infante don Carlos llevó a ejercer presión permanente sobre el monarca. El clero se organizó
en sociedades secretas o Juntas Apostólicas como la Purísima o el Ángel exterminador que apoyaban a don Carlos y criticaban
al rey y al gobierno, proporcionando un brazo armado a los voluntarios realistas y a empujar a Carlos a ocupar el trono en
defensa del Antiguo Régimen.

La oposición ultra hizo organizar a Fernando una Junta Consultiva del Reino, presidida por el duque del Infantado, para sofocar
desórdenes. El miedo a los ultras no hizo que Fernando olvidase a los liberales y se apoyó alternativamente en el Consejo de
Estado presidido por don Carlos y el moderado gabinete de ministros.

La reforma de Hacienda: López Ballesteros

La situación hacendística era apremiante tras la guerra y el caos colonial. La Secretaría de Hacienda llevada por López
Ballesteros desde 1824 hasta 1832 formó un sólido equipo. El rey instó a arreglar el sistema contributivo, habiendo sido
anulado el del Trienio. Las limitaciones, huir de las innovaciones y no reconocer empréstitos 1 constitucionales. Ballesteros
planteó una reforma tributaria para los gastos ordinarios del Estado y una reforma de la administración, con un resultado
negativo por la insuficiente recaudación ordinaria y la contraer nuevas deudas. La necesidad de reducir el gasto le llevó a
elaborar el primer Presupuesto efectivo de la historia de España. Redujeron los gastos ordinarios del gobierno pero hubo que
recurrir a préstamos. La crisis internacional exigió mayores gastos para el ejército.

Para salvar la Deuda, se creó la Caja de Amortización para inscribir los créditos contra el Estado, pagar sus intereses y
amortizarlos. Realmente, el nuevo sistema se centró en gestionar los empréstitos extranjeros.

La falta de ingresos llevó a reducir gastos cuando las potencias europeas los aumentaban para sostener ejércitos y marina. En
ese momento España renuncia a reconquistar las colonias americanas y aceptaba un papel secundario como potencia europea.
López Ballesteros alargó diez años el Antiguo Régimen y evitó el colapso de la Hacienda. Fue cesado en 1832.

La cuestión portuguesa

Desde la salida de la familia real a Brasil por la invasión napoleónica, Portugal estuvo dirigida por el mariscal británico
Baresford. La revolución de 1820 se temió en Portugal. En agosto, se reveló la guarnición en Oporto y Lisboa por lo que se
nombró una Junta Provisional, Cortes y una Constitución inspirada en la gaditana.

Los logros, un Parlamento unicameral, libertad de prensa, abolición del feudalismo y de la Inquisición, supresión de algunas
órdenes religiosas e inicio del proceso desamortizador. El rey Juan VI, se convirtió en monarca constitucional una vez
regresado a Lisboa al jurar la Carta Magna en 1822, pero el movimiento Vilafrancada instigado por la reina Carlota (hermana
de Fernando VII) y su hijo pusieron fin al constitucionalismo.

El rey murió en 1826 sin testamento y su primogénito don Pedro estaba en Brasil proclamado Emperador del lugar, además

1
Un empréstito es una forma de captar dinero del público por parte de las entidades de crédito, que emiten en este caso un conjunto de valores en serie que la gente
puede comprar. A cambio, la entidad se compromete a devolver el dinero en el plazo y con los intereses pactados.

23
de tener a su hermano menor Miguel respaldado por los absolutistas. Finalmente, la Regencia reconoció a don Pedro, quien
renunció a favor de su hija María de la Gloria y otorgó una nueva Carta Constitucional ese año. Se inauguran así nuevos
enfrentamientos entre absolutistas y liberales.

María de la Gloria reina bajo regencia y su tío don Miguel gana seguidores contra los constitucionales. Preocupado Fernando
VII por la situación y el posible apoyo liberal entre ambos países y la confusa situación a ambos lados de la frontera, el evento
finalizó con un centenar de soldados de caballería españoles apoyando el alzamiento miguelista en el Algarve.

El Consejo de Ministros español envía espías y armas para apoyar el absolutismo. Los aliados británicos, con Cunning a la
cabeza, envían 5000 hombres para combatir a los miguelistas en defensa de los países constitucionalistas. Más tarde, con el
conde de Ofalia, moderado, España mantiene la neutralidad

El desarrollo se ve afectado por la muerte de Cunning en 1827, quien fue sustituido por Wellington, privando a los liberales
de un sólido aliado. En 1828 se instaura el absolutismo por parte de don Miguel. En 1831, Pedro pierde el trono en Brasil por
una insurrección y vuelve a Portugal como defensor de los liberales y de su hija María II. Desembarca así en Portugal con
7.500 soldados y toman Oporto en 1832 a la par que hacen lo propio los británicos en Lisboa. Se restaura María en su trono,
abriéndose las luchas entre liberales moderados, defensores de la Carta de 1826, y radicales, defensores de la Constitución de
1822. En 1834, muerto ya Fernando, se firma la Cuádruple Alianza entre Gran Bretaña, Francia, Portugal y España para
expulsar a Miguel y proteger a María II.

La revuelta ultra

En 1827, las preocupaciones de Fernando se centran más en los ultra realistas que en los liberales. Proclamaban la vuelta del
Antiguo Régimen y la Inquisición en la persona de su hermano Carlos (Carlos V), sin embargo el rey se resistía a creer en la
amenaza.

En la primavera de ese año estalla en Cataluña la guerra de los agraviados por el malestar en el campesinado y el descontento
de los oficiales del ejército, mal pagados. Estos se sumaron a los ultras, contrarios al reformismo del gobierno. Las protestas
se extienden y en poco tiempo dominan buena parte de Cataluña, sobre todo el campo.

El Consejo de Ministro analiza el asunto, que afectaba a la diplomacia y era costoso por el despliegue de 20.000 soldados
destinados a Cataluña. Por ello, Fernando abandona Madrid dirección Cataluña, desde allí hace un llamamiento a dejar las
armas, prometiendo sólo castigar a los cabecillas, desactivando el movimiento. Los líderes fueron fusilados. Fernando
permaneció allí un año.

La Francia de 1830 y los liberales españoles

En julio de 1830 se produce la revolución que derrocó a Carlos X, como consecuencia de las ordenanzas de Saint Cloud que
suspendían la libertad de prensa, disolvían la nueva Cámara y reformaban la ley electoral. El 27 de julio se organizan las tres
jornadas gloriosas provocándose la revuelta. El miedo a una república llevó a los monárquicos a la proclama de Thiers,
condenando a Carlos X y presentando al Duque de Orleans, Luis Felipe, como rey de Francia por voluntad de la nación,
jurando la Carta liberal y la bandera tricolor.

Las monarquías conservadoras vieron a Luis Felipe como el rey de las barricadas, los exiliados españoles y refugiados de Gran
Bretaña comenzaron a llegar a Francia apreciados por los liberales. Fernando se negó a reconocerlo rey y ésto hizo que los

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exiliados se reuniesen y organizasen, entre ellos Toreno, Isturiz y Martínez de la Rosa.

Juan Álvarez de Mendizábal puso fondos a favor de los exiliados e impulsó una especie de gobierno, el Directorio provisional
de levantamientos de España contra la tiranía, para garantizar préstamos y créditos. La Junta de Bayona se convirtió en
un centro de reclutamiento de liberales. El gabinete español, presionado, reconoció a Luis Felipe. La aceptación del nuevo re y
francés hizo que se precipitasen los españoles establecidos en Francia de vuelta al país.

Valdés fue el primero en llegar con 400 hombres, seguido de Espronceda y de Espoz y Mina, alertados por las victorias
realistas. Mina controló Guipúzcoa y buscaba convocar nuevas Cortes y provocar nuevos movimientos. Sin embargo, las tropas
realistas, superiores, se impusieron, haciéndolos retroceder de nuevo a Francia. Las solicitudes de los exiliados por un cambio
de postura fracasaron.

Los últimos pronunciamientos: Torrijos

Torrijos llegó a Inglaterra en 1824, no exento de problemas, consiguió reunir un grupo de incondicionales británicos. En 1830,
cumpliendo instrucciones de una Junta a favor del alzamiento, embarcó a Marsella rumbo Gibraltar para preparar un
levantamiento liberal. A su llegada, vió el proyecto muy atrasado y sin dinero, sin embargo, cuando escuchó sobre la entrada
de Mina por los Pirineos el ánimo se elevó. Los intentos fracasaron.

La presencia de Torrijos en Gibraltar era una preocupación para el gobierno y le atrajeron a Málaga con informes falsos sobre
un levantamiento. En noviembre serían capturados al salir de Gibraltar y Torrijos fusilado sin proceso.

La cuestión sucesoria

En 1829 moría la reina María Amalia de Sajonia sin descendencia. A los 45 años Fernando VII sufría mala salud y necesitaba
asegurar un heredero. Se eligió María Cristina, hija del rey de Nápoles, para contraer matrimonio con el rey.

Don Carlos, futuro sucesor de Fernando, quedaba en entredicho y los ultras mantenían sus esperanzas en él y en la restauración
del Antiguo Régimen. Esta situación empeoraría con el embarazo de la nueva reina. La llegada de los Borbones a la Corona
modificó el orden sucesorio de las Partidas, cuando Felipe V había establecido la Ley Sálica característica de los Borbones,
excluyendo a las mujeres de la Corona.

En 1789, Carlos IV había reinstaurado las leyes originales en una Pragmática Sanción, permitiendo reinar a una mujer en
ausencia de heredero varón. La Pragmática fue aprobada por las Cortes pero no publicada, y ahora, ante el embarazo, Fernando
VII la publica, excluyendo a don Carlos. Esto encendió aún más el clima de descontento entre los carlistas.

María Cristina vio el acercamiento a los reformistas y liberales moderados como un medio de hacer frente a los carlistas. En
este contexto se explican los sucesos de La Granja y las acusaciones de liberalismo a la reina. En 1832, durante su estancia
en La Granja, Fernando empeoró de salud y se reunió un gabinete para asegurar la sucesión en caso de muerte. María Cristina,
ante las presiones de don Carlos y el temor a una guerra civil aceptó el decreto de derogación de la Pragmática.

La noticia de la derogación se extiende, realistas moderados y liberales se movilizaron para evitar la entronización de don
Carlos y defender la Pragmática. La recuperación de Fernando VII y la organización de los cristinos permitieron un cambio
ministerial que mantuvo la Pragmática.

25
Se nombró un nuevo gobierno y Cea Bermúdez tendió hacia el reformismo ilustrado. Su gobierno se vio avalado por María
Cristina, habilitada por la enfermedad del rey. Se indultó a los presos y se concedió una amnistía a los liberales exiliados,
reapertura de universidades y sustitución de altos cargos militares. Esto significó una alianza entre realistas y liberales
moderados en torno a la reina y en torno a los derechos de su hija Isabel, en contra de don Carlos. Pieza clave fue la creación
del Ministerio de Fomento que se encargaría de la creación del Estado contemporáneo.

En 1832 el rey haría nula la derogación de la Pragmática. Don Carlos fue alejado de la Corte e Isabel juró como Princesa de
Asturias.

En 1833 murió Fernando VII, dejando a María Cristina como Regente. Una semana después, los carlistas aparecían para
defender los derechos de Carlos V y el Antiguo Régimen: inicio de una guerra civil.

Las colonias de América

Antecedentes

A comienzos del XIX, los dominios de España se extendían desde México hasta la Patagonia, excepto Brasil. Cuando murió
Fernando VII, su hija Isabel solo recibiría Cuba y Puerto Rico. En 25 años se disgregó el Imperio forjado en el siglo XVI en
un proceso muy unido a la crisis política del Antiguo Régimen y a la alteración de la relación con la metrópoli, desembocando
en la independencia.

A comienzos del XVIII, durante la guerra de Sucesión española, las colonias no aprovecharon la debilidad de la metrópoli,
quizá por no existir un ambiente intelectual propicio. Las relaciones también fueron distintas en la primera y segunda mitad
de siglo, en la primera la autosuficiencia era mayor, durante la segunda se buscó reorganizar el comercio trasatlántico. Se debió
a la desproporción con los altos rendimientos de Gran Bretaña, Holanda y Francia en sus territorios y las pequeñas ganancias
de España. Esto llevó a un plan de reformas para frenar la emancipación económica colonial, recuperando la alcabala que
aumentó de un 4% a un 6%, generando violentas revueltas.

En 1765 España tomó las primeras medidas para el comercio libre, ampliando el número de puertos, eliminando burocracia
y flexibilizando un sistema eficaz que acrecentó la hostilidad de los criollos. Esto se sumaba a la incapacidad criolla de acceder
a cargos públicos, creando un sentimiento de identidad y el nacionalismo.

Las colonias ante la crisis del Antiguo Régimen

Lynch insiste en que se han infravalorado las ideas ilustradas como causa del movimiento revolucionario en las colonias. El
papel de estos ideales fue más el de justificación ideológica a un movimiento práctico: los intereses económicos y políticos
criollos.

Entre 1780 y 1808 se producen momentos de máxima tensión entre criollos y peninsulares. Hay que esperar a 1808 para iniciar
un proceso que terminaría en 1825 con la independencia de las colonias en América continental. La invasión francesa, el
gobierno de José I, el 2 de mayo y el cautiverio de la familia real en Bayona llegaron a América con rapidez agitó la
administración colonial.

La reacción no fue diferente a la peninsular, se provocó un vacío de poder que había que llenar con los poderes emanados de
la soberanía popular. Se llegaron a enfrentamientos entre las autoridades reales y las élites americanas por el control. Se

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constituyeron así las Juntas de Nuevo México (1808) o las del Alto Perú o Quito (1809), enseguida reprimidas por los
peninsulares, manifestando así la desigualdad entre el derecho peninsular a constituir Juntas y la incapacidad de los americanos
de crearlas.

Las nuevas autoridades peninsulares generaron expectativa y decepción con la Real Orden de 1809 que calificaba a los
territorios de ultramar como “parte esencial e integrante de la monarquía española”. Sin embargo tal reconocimiento no se
tradujo en representación, ya que en las elecciones de 1810 se concedieron 30 diputados frente a los 250 españoles, generando
malestar.

Los patriotas americanos ante el regreso de Fernando VII

Cuando Fernando VII cruzó la frontera francesa en 1814 de vuelta a España se pensaba que se podría restablecer la situación
en las colonias. Abascal, virrey de Perú logró restablecer su autoridad en el oeste. En estas fechas Fernando tenía una buena
posición para solucionar la situación mediando entre realistas e independentistas. Sin embargo, aprovechando el final de la
guerra peninsular y la disposición de tropas se puso al frente de los realistas. En 1816, todas las provincias de Ultramar estaban
bajo su control salvo el Río de la Plata (Buenos Aires, Paraguay y Uruguay).

Los independentistas comenzaron a llamarse patriotas, dando comienzo comienzo a una guerra contra la metrópoli. Bajo la
dirección de dos grandes líderes, Bolívar y San Martín, la contienda tomó nuevos tintes entre 1816-1817. Una España
devastada por la guerra e incapaz de obtener apoyo internacional se encontraba económicamente hundida.

La crisis colonial durante el Trienio

El problema pasó a los liberales del Trienio. Liberales y absolutistas consideraban las colonias como parte integrante de la
Corona.

La proclama de Riego en 1820 no hizo mención expresa a los sublevados en las colonias y a su lucha por la libertad,
considerando que restablecer la Constitución era suficiente para que depusieran armas. Se buscó un diálogo conciliador con
los rebeldes bajo el nuevo régimen. Sin embargo, la Constitución no daba respuestas a sus quejas en cuanto a libertad comercial
y la representación seguía siendo pequeña.

La pacificación tardaba en llegar. Bolívar y San Martín no podían ser convencidos por nada que no fuera la independencia y
así informaron a los comisarios españoles enviados para convencer a los rebeldes de unirse a la metrópoli bajo el nuevo
gobierno. Bolívar solo aceptaba la paz y reconocer a Colombia como un Estado libre. La posición de San Martín era más
conciliadora y de tendencias monárquicas pero inflexible en el objetivo de un régimen independiente.

El fracaso negociador los alejó aún más y la situación revolucionaria peninsular no dejaba tiempo para los asuntos americanos.
En 1822, el gobierno presenta un informe que, reafirmando su negativa a la independencia, recomendaba detener hostilidades
y suspender leyes y decretos.

Las potencias y las colonias españolas

La rápida evolución de los acontecimientos en las colonias animaban a las potencias a tomar posturas ante los insurgentes.
Estados Unidos se vió beneficiado por hacerse con parte de La Florida, comprando el resto en 1819. Así, Adams y Monroe
se encontraban más libres para impedir el control comercial en la América meridional por parte de Gran Bretaña.

27
Gran Bretaña, con las concesiones de su aliado español, no estaban dispuestos a dejar pasar la oportunidad que la crisis les
brindaba. Francia, menos preparada para sacar beneficio, buscaba evitar el dominio británico en la zona. Sin embargo, las
ideas rusas de apoyar a España en la zona no salieron adelante y ésta se vió sola ante la rebelión.

La pérdida del Imperio

En 1822, los americanos de norte reconocían a los nuevos estados y establecían relaciones diplomáticas con ellos. Era el final
del aislamiento diplomático de los insurgentes y un paso más hacia la independencia.

En 1823, el presidente Monroe formuló la Doctrina Monroe manteniendo que cualquier intervención europea en América
sería considerada por EEUU como una amenaza para la paz. A finales de 1824, Gran Bretaña anunció su decisión de hacer
trato comercial con Colombia, México y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los europeos iniciaban el reconocimiento
de los nuevos Estados.

Todavía tuvo que pasar tiempo para que la metrópoli aceptara la pérdida del Imperio y las consecuencias económicas. El
reconocimiento definitivo no llegó hasta después de la muerte de Fernando VII. En 1834, España anunció que negociaría con
los nuevos Estados. México fue el primero en establecer relaciones con su antigua metrópoli.

TEMA 5. Las Regencias (1834-1843). La implantación del Régimen Liberal.

La transición del Antiguo al Nuevo Régimen fue un proceso lento. La guerra de la Independencia fue una primera etapa con
elementos tradicionales y revolucionarios. La dinámica revolución-contrarrevolución siguió durante Fernando VII. Al iniciarse
la Regencia de María Cristina se dió el paso irreversible al Nuevo Régimen.

Las Guerras Carlistas

Los acontecimientos de los últimos años de Fernando VII son de importancia capital en el cambio hacia el Estado Liberal. Se
dieron tanto medidas reformistas, como el establecimiento del Consejo de Ministros en 1823, como persecuciones a liberales.
Esto dividió a los absolutistas en intransigentes y moderados.

Un absolutismo más radical se manifiesta en el exilio. A esto se añaden jefes descontentos y el campesinado, como sucedió en
la Guerra de los Agraviados (1827).

Al morir la reina sin descendencia, surgieron los carlistas apoyando a don Carlos, hermano del rey. La boda de Fernando VII

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con María Cristina y su embarazó inquietó a los ultras.

Con los Borbones llegó la Ley Sálica, excluyendo a la mujer en la sucesión. En 1798 Carlos IV en una Pragmática Sanción
restauró las leyes anteriores, sin embargo no fue publicada. Fernando VII decidió aplicarla, anulando la Ley Sálica, suponiendo
un golpe contra los carlistas.

Sucesos de la Granja

En 1832, durante la estancia de la familia real en La Granja, Fernando sufrió un ataque de gota y se iniciaron los procesos para
la sucesión. Ante los rumores de la negativa de don Carlos a la sucesión de Isabel, dispuesto a llegar a la guerra, se preparó
un decreto derogando la Pragmática Sanción, firmado por Fernando. Los liberales y realistas moderados se movilizaron y,
recuperado Fernando, se mantuvo el cambio ministerial y la Pragmática, con Cea Bermúdez como presidente del Consejo de
Ministros.

Maria Cristina fue habilitada para ejercer durante la enfermedad del rey, tomando medidas para defender la sucesión de su
hija, el indulto y la amnistía de los liberales exiliados, apertura de universidades, sustitución de altos cargos militares ultras y
medidas contra los voluntarios realistas. El monarca finalmente declara nulo el decreto de anulación de la Pragmática e Isabel
jura como Princesa de Asturias. A la muerte de Fernando VII se proclama Isabel II con María Cristina como Regente.

Ideología carlista

Los orígenes del carlismo se pueden buscar en el siglo XVIII, pero sobre todo en 1820, con la Regencia de Urgel, y la revuelta
de los agraviados en 1827. El partido Apostólico, origen de los carlistas, tenía en sus inicios pocos seguidores, pero fue
añadiendo combatientes, sobre todo en defensa de la religión, el foralismo, sobre todo al norte de España (de Vizcaya a
Cataluña) y el mantenimiento de las diferencias fiscales de ciertos grupos sociales. Los seguidores fueron sobre todo
labradores de la zona vasconavarra, catalana, la montaña levantina, el Bajo Aragón y resto de la fachada cantábrica.

Don Carlos se presentó como defensor de todo ello. El centralismo liberal y sus ataques al clero, exclaustración y
desamortización de 1835, proporcionó un buen número de seguidores carlistas.

Los carlistas no reconocían la Pragmática Sanción, un problema que no era sólo dinástico sino ideológico. El acercamiento del
rey a los liberales ya provocó la rebelión de los agraviados en 1827, de carácter absolutista.

El carácter de la confrontación podría ser según algunos autores un enfrentamiento campo-ciudad, sin embargo en las zonas
carlistas la mayoría residieron en ciudades, como en Pamplona o Bilbao, donde obtuvieron buenos resultados en las primeras
elecciones con sufragio universal.

Desde 1832, la Corona se había acercado más a los liberales y desde la muerte de Fernando VII en 1833 se dieron pasos hacia
el régimen liberal con Cea Bermúdez, reformista de cuño ilustrado. Esto provocó la formación del partido carlista, en torno a
don Carlos, que por su afán de que fuese sucesor y la mala situación económico-social dio lugar a la guerra. El ejército apoyó
al gobierno y dominó los alzamientos excepto en el norte.

Se distinguen hasta 7 etapas, 4 de ellas en la llamada primera guerra carlista (1833-1840).

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Primera guerra carlista (1833-1840)

Primera etapa (enero-1833 a julio-1835)

Sería la primera guerra. Don Carlos no aceptó a Isabel como sucesora y las primeras partidas carlistas se organizaron apenas
una semana después de la muerte de Fernando VII. Zumalacárregui las organizó para formar un ejército regular contra los
cristinos. En noviembre ya se podía hablar de guerra civil en algunos lugares y se fueron delimitando las zonas de cada bando.

Los carlistas, desde Guipúzcoa se fueron expandiendo por la provincia, Vizcaya (excepto Bilbao), Álava y Navarra (excepto
Pamplona). También sería carlista la zona alta de Cataluña y tendrían grupos guerrilleros en Aragón, el Maestrazgo, Galicia,
Asturias, Santander, La Marcha y otros lugares. Esta fase finaliza con la muerte de Zumalacárregui durante el asedio a Bilbao
en julio de 1835.

Segunda etapa (verano de 1835-octubre de 1837)

La guerra pasa del ámbito regional al nacional. Luis Fernández de Córdoba toma el mando cristino, siendo sustituído luego
por Espartero, quien rompió el sitio de Bilbao, deseada por los carlistas por el prestigio internacional.

El Maestrazgo y el Bajo Aragón se convirtieron en dominio carlista, con el general Cabrera como protagonista. Primeras
acciones carlistas fuera de su zona de influencia, con las gestas del general Gómez, don Basilio, Zariátegui y Elío, quienes
ocuparon por poco tiempo Valladolid y Segovia. Don Carlos incluso llegó a Madrid con 14.000 hombres, aunque acabó
volviendo a Navarra. La población civil rara vez se opuso a la entrada de carlistas en sus poblaciones, pero sin embargo
tampoco levantaron ánimos para movilizar a la población.

Tercera etapa (octubre de 1837-agosto de 1839)

El Ebro se constituyó como frontera del carlismo, estabilizado territorialmente. Se crearon divisiones entre los mismos
militares carlistas. Aquellos que protagonizaron acciones fuera de sus territorios fueron procesados y asumió el mando un
“apostólico”, es sector más reaccionario, el general Guergué. Frente a los más intransigentes existían los moderados. También
suceden las guerras de “camarillas” para obtener más poder en el gobierno carlista, desacreditando a don Carlos en el
extranjero.

Muñagorri organizó un partido político para negociar, Paz y Fueros, con apoyo de Inglaterra y Francia. Sería su idea la que
haría firmar a Maroto, carlista moderado sucesor de Guergué, y Espartero la paz en el Convenio de Vergara en 1839. En
el Convenio se reconocieron los grados del ejército carlista y se recomendó la devolución de los fueros a las provincias vascas
y Navarra.

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Cuarta etapa (agosto de 1839-agosto de 1840)

Don Carlos no reconoció el Convenio y la guerra siguió, pero consiguiendo Espartero acabar con la resistencia en Álava y
Navarra, provocando la huída de don Carlos a Francia en septiembre. La resistencia se prolongó en Aragón con Cabrera y en
Cataluña con el conde de España, quien acabó asesinado, siendo Cabrera entonces jefe supremo. Con la pérdida de Morella en
junio de 1840 llegó la derrota definitiva, con un ejército de 40.000 hombres cruzando la frontera.

Vendría ahora la segunda guerra carlista, la tercera y un episodio final. La cuarta guerra carlista tendría lugar en 1872.

Segunda guerra carlista (1833-1840)

Quinta etapa (1846-agosto de 1849)

Sería la segunda guerra. Cuando María Cristina y don Carlos estuvieron exiliados en Francia entre 1840 y 1844 se habló de
un posible cruce dinástico entre los hijos de ambos. Pensadores liberales moderados crearon un clima favorable, para sintetizar
ambas posiciones ideológicas, sin embargo, la mayoría de carlistas y liberales mantuvieron sus posturas.

Don Carlos había abdicado en su hijo, Carlos Luis en 1845. Ante estos intentos de aunar líneas dinásticas, se levantaron
grupos carlistas en Cataluña (1846 / 1848), Valencia y Toledo (1847) y otras zonas (1848 / 1849), desarrollándose así una
guerra más discontinua.

Tercera guerra carlista (1854-1856)

Sexta etapa (1854-1856)

Sería la tercera guerra, con acciones guerrilleras en la zona norte de España en defensa del catolicismo y contra las ideas
revolucionarias. Comenzó con el manifiesto de Montemolín, con un primer levantamiento en Palencia (1854), extendiéndose
a Castilla, Santander, Aragón, Cataluña, Levante y el Maestrazgo.

Séptima etapa (1860)

Se trata más bien de un episodio, cuando Carlos (conde de Montemolín, hijo de don Carlos) y su hermano Fernando fueron
arrestados al intentar introducirse en España. Ambos renunciaron a la sucesión, aunque retractándose más tarde. El tercero de
los hijos, Juan de Borbón, asumió los derechos definitivamente al morir los otros dos, hasta que su hijo Carlos VII tomó la
dirección de la causa en la cuarta guerra carlista.

La organización del régimen liberal

Durante el reinado de Isabel II, además de los poderes constitucionales, existieron otros: la Corona, el Ejército, la prensa, la
Iglesia, el poder económico y la Milicia Nacional. Las principales fueron la Corona, el Ejército y los partidos, estando unidos
frente a las amenazas (carlistas, republicanos y asociaciones obreras), pero no sin contradicciones entre ellas.

El pronunciamiento fue relativamente habitual. Un general, apoyado por un sector del ejército, pasa a dirigir un partido o a
interpretar la voluntad popular. A veces son apoyados por revueltas callejeras, dándole un carácter civil al golpe.

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Los constantes cambios de gobierno fueron la otra realidad, incluso dentro del mismo partido. La camarilla2 fue una fuente
intriga aunque con escasa influencia política.

La política nacional

Los componentes del mundo político de Madrid fueron intercambiables en sus puestos (presidente de Consejo, ministros,
secretarios, altos funcionarios).

El poder ejecutivo (gobierno) se componía de varios ministerios (6-8): Estado, Gracia y Justicia, Hacienda, Fomento y Guerra
y Marina fueron los estables. Gobernación del Reino y Ministerio de Ultramar fueron más cambiantes. Estaban nombrados
por la corona. Los ministros reunidos formaban el Consejo de Ministros, con un presidente también designado por la corona
que acostumbraba a ser también ministro de Estado. Eran habitualmente hombres de leyes o militares. Los ministerios contaban
además con una secretaría general y altos cargos con subalternos. La administración no es especialmente numerosa ni ágil. La
iniciativa de la corona era formar gobiernos moderados.

El poder legislativo poseía dos cámaras: Congreso y Senado. Para su elección hubo hasta 6 disposiciones distintas en las 22
elecciones que hubo bajo Isabel II. Las diferencias radicaban en las circunscripciones divididas en uninominales y
plurinominales, el sufragio directo o indirecto y la mayor o menor dimensión del censo electoral.

El sistema judicial siguió siendo el del Antiguo Régimen a principios del XIX. Hubo multiplicidad de jurisdicciones y de
legislaciones en distintas zonas del país. La Constitución de 1812 introdujo el principio de separación de poderes, buscando
la autonomía y responsabilidad de los jueces respecto al ejecutivo. Asimismo, el principio de igualdad ante la ley llevaba a
la unidad de fueros. La jerarquía de jueces (alcaldes, jueces de Partido, Audiencias y Tribunal Supremo) gaditana fue anulada
por Fernando VII en 1814. Con Martínez de la Rosa se reprodujo lo básico de la Constitución de 1812. Se dividieron las
provincias en partidos judiciales. Los jueces eran nombrados por una Junta del Ministerio de Gracia y Justicia, no
consiguiendo la pretendida independencia. La organización judicial no cambió hasta 1870 con la Ley Orgánica del Poder
Judicial, estableciendo la independencia (vacantes y ascensos por oposición, inamovilidad judicial e incompatibilidad con el
ejercicio activo de la política) y la colegialidad de los tribunales. La unidad de fueros recibió un fuerte impulso en 1862 con
un Real Decreto que organizaba los tribunales y dejaba la jurisdicción ordinaria como la única competente.

Las circunscripciones tuvieron a la provincia como el ámbito de representación, en función del número de habitantes. La
división en distritos uninominales (moderados) implicaba que cada uno eligiese un diputado. Esto permitía pactos y el
cacicazgo. Las listas plurinominales permitían a cada votante elegir a los diputados de la provincia, no sólo del distrito.

El método indirecto de elección, ya señalado por la Constitución de 1812, se basaba en la elección de compromisarios por
los españoles con derecho a sufragio. Los compromisarios elegían a los diputados de cada provincia. Se podía orientar el voto
hacia los candidatos que más interesaban. Este sistema cayó en desuso en España y Europa desde la ley de 1837. A partir de
entonces se prefirió la elección directa por aquellos españoles capaces de entender el sistema liberal (sufragio censitario). Así,
la elección era directa pero pocos podían votar.

Los cambio de gobierno

2
Una camarilla es una asociación entre individuos o grupos de individuos, unidos por un interés común, y que se orientan a favorecer los int ereses de quienes forman
parte del grupo, a la par de con frecuencia obstaculizar o dificultar los intereses relacionados de quienes no forman parte de ese grupo. El interés común u objetivo de
una camarilla, con frecuencia se orienta a promover sus puntos de vista privados o sus particulares intereses en una iglesia, en un Estado, o en otra comunidad.

32
Las elecciones no se perdían nunca porque siempre se controlaban, siendo los cambios de gobierno no a través de elecciones
sino por decisión de la corona (encargo de formar gobierno y convocar elecciones). Actuaba a menudo forzada por los partidos
políticos, que podían presionar por las armas o disturbios.

De las 22 elecciones generales que hubo sólo en 5 los presidentes de gobierno convocantes no las ganaron. En 2 de ellas
siguieron en el poder y se derrocaron por pronunciamientos. Sólo perdió Evaristo Pérez de Castro en 1839, gobernando en
minoría sustentado por Espartero. En las siguientes convocadas por él se corrigió la situación, ganando los moderados.

Como norma general, los políticos isabelinos manipularon la maquinaria parlamentaria desde el momento de las
elecciones. Tanto la elección indirecta como la censitaria estrechaban el grupo de personas que podían llegar a acuerdos.

El poder local

La nueva división provincial realizada por Javier de Burgos en 1833 se basaba en unidades históricas corregidas por la
geografía, población y riqueza y estaba dividida en 49 provincias. Al frente un subdelegado de Fomento, representante del
gobierno de la Nación. La Diputación era el órgano de gobierno de la provincia que desde 1834 se convirtió en partidos
judiciales. El modelo progresista, apenas en vigor, era partidario de la descentralización y la Diputación tenía competencias
propias. El moderado tenía una función más consultiva.

El modelo moderado se basaba en la administración pública napoleónica, subordinada desde el gobierno hasta el último
pueblo. Al haber contraposición de intereses primaban los públicos sobre los privados y los nacionales sobre los locales. El
alcalde era representante del gobierno por línea jerárquica desde la corona y a través de los gobernadores, y eran elegidos entre
los concejales electos. Estuvo vigente durante todo el periodo isabelino, exceptuando 1840-1843 (Regencia de Espartero) y
1854-1856 (Bienio Progresista).

Los modelos progresistas hicieron la elección de alcaldes motivo de su lucha en los procesos revolucionarios de 1840
(Espartero), 1854 (Bienio Progresista) y 1868 (Revolución de 1868) y tenían más autonomía respecto del gobernador.

La alternancia unionistas-moderados entre 1856 y 1868 deterioró las estructuras caciquiles. Los caciques locales dividieron
sus fuerzas, beneficiando a progresistas, demócratas y carlistas.

La política local tuvo cierta vitalidad, aunque desconectada del gobierno del país. Eran las clases medias y altas con derecho
a voto los que se interesaron por los asuntos políticos, debatidos en ateneos y sociedades económicas. La mayoría de la
población permanecía ajena.

Los partidos políticos hasta 1856

Tras morir Fernando VII y con la guerra en marcha, los defensores de la Constitución de 1812 (exaltados, moderados y
afrancesados) se unieron en torno a la reina, unión mantenida desde 1834 hasta 1837. Se fraguaron entonces dos partidos: los
exaltados, opuestos al gobierno, y los moderados, defensores de aquellos que estaban en los ministerios.

En el Partido Moderado había afrancesados que habían colaborado en la redacción de la Constitución gaditana, exiliados, y
gente que estuvo con Fernando VII antes de morir. En una primera etapa, entre 1834 y 1836, Martínez de la Rosa los lideró.
En 1836 se refundó el partido, liderado ahora por Martínez de la Rosa e Istúriz. En 1837 se cambió el nombre a Monárquicos
Constitucionales. Al final de la guerra carlista se unieron al partido político procedente del carlismo. Entre 1844 y 1854

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ejercieron el poder y surgió un nuevo líder moderado, Narváez. Tras afianzarse los moderados en el poder desde 1844 se
dieron tres corrientes:

● Los moderados puritanos o Unión Liberal (desde 1845 Partido Moderado de la Oposición), situados a la izquierda
con Pacheco, Pastor Díaz y Ríos Rosas a la cabeza. En 1856 derivaron en la Unión Liberal de O’Donnell. Pese a
la rivalidad, estuvieron en contacto con los progresistas.
● Los moderados centrales, con Narváez como líder.
● La Unión Nacional, situada a la derecha. A partir de 1850, tuvieron continuidad con Bravo Murillo, que
posteriormente dieron lugar, junto con otros, a los neocatólicos, agrupando carlistas y tradicionalistas.

Los moderados se impregnaron del pensamiento filosófico francés, el denominado liberalismo doctrinario, que parten del
liberalismo clásico: derechos individuales, división de poderes, negación de la soberanía monárquica por la gracia de Dios. En
su lugar, proponen aquella soberanía compartida entre rey y Cortes (Congreso y Senado). Además el gobierno tenía que estar
en manos de los más aptos, “soberanía de la capacidad”. Se necesitaba entonces una ley electoral selectiva, por sufragio
restringido, esto es, los que poseen más bienes o pagan más impuesto.

Los partidos liberales, también llamados exaltados y más tarde progresistas, tardaron más en organizarse. Existieron desde
las Cortes de Cádiz y tras el exilio se reunieron. En 1835 Mendizábal se convierte en líder del Partido Liberal. Destacó
además Salustiano Olózaga, quien disputó el liderazgo con Espartero, este último quedando líder desde 1837.

A la izquierda de los partidos liberales se encontraba el Partido Demócrata, con fuerza a partir de 1848, defendiendo el
sufragio universal masculino y la soberanía nacional.

María Cristina apoyó principalmente a los moderados, que gobernaron hasta 1840. Los progresistas ganaron terreno en las
ciudades y el Ejército, consiguiendo mayorías en los ayuntamientos y controlando la Milicia Nacional. Espartero crearía el
Partido Militar del Norte en 1837, progresista, y Narváez haría lo propio con el Partido Militar del Centro, moderado.

Durante la Década Moderada los progresistas perdieron la escasa estructura que habían tenido, aunque tenían influencia en
la prensa, alcaldes y concejales. Aprovechaban el desacuerdo de los moderados. Progresistas y moderados se debilitaron en la
coalición contra Bravo Murillo en 1852. Espartero aprovechó para tomar el control del Partido Progresista durante el Bienio
Progresista en 1854.

La Regencia de María Cristina (1833-1840)

Durante esta etapa se dieron los primeros pasos hacia el constitucionalismo. La guerra civil condiciona la transición liberal,
que se plasmó en un primer momento en el Estatuto Real de 1834 y con el empuje progresista la Constitución de 1837.

La Regente renovó la confianza en Cea Bermúdez, pero este periodo no agradó a los liberales. Se llevaron a cabo reformas
administrativas desde el Ministerio de Fomento. Javier Burgos impulsó la división provincial de España así como la figura de
subdelegado de Fomento (futuro gobernador provincial). Cea Bermúdez tuvo un acercamiento al absolutismo que no gustó a
los liberales, esto, junto con la guerra, provocó el cambio de gobierno por la reina.

Llamó a Martínez de la Rosa, en un ejemplo de renuncia de la monarquía al poder exclusivo, para crear un gabinete y elaborar
un régimen constitucional aceptable. Éste era un liberal doctrinario de corte francés. La aplicación del Estatuto Real de 1834
fue un paso firme al establecer un régimen constitucional con una soberanía compartida entre rey y Cortes. Solo los liberales

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moderados se conformaron. Pese a ceder parte del poder a las Cortes, estas solo se podían reunir convocadas por el rey. Las
Cortes eran bicamerales: Estamento de Próceres (nobles) y de Procuradores (resto de la población), elegidos estos últimos en
sufragio en segundo grado y limitado.

Los progresistas veían el Estatuto como un paso, pero insuficiente, y buscaban un régimen basado en la Constitución de 1812.
La inestabilidad y un intento de golpe de Estado hizo que de la Rosa dimitiera. Fue sustituído por el conde de Toreno (José
María Queipo de Llano) con Mendizábal (líder del partido liberal) en Hacienda, suponiendo un acercamiento a los
progresistas. Sin embargo, el decreto de disolución de los conventos marcaron una separación del separatismo moderado que
había caracterizado al gobierno e hizo que el clero apoyase al carlismo. La milicia urbana produjo además un proceso
revolucionario con diversas juntas locales que asumieron el poder. Incapaz de su disolución, la regente llamó a Mendizábal
a formar gobierno.

En el verano 1835 y 1837 se aceleró el proceso de desintegración del Antiguo Régimen con Mendizábal. Se disolvieron las
juntas, al incluir a sus dirigentes en el gobierno de la diputación. Mendizábal dominó el periodo y se rodeó de ministros de su
confianza. Siguió con la política de desamortización para afianzarse a los proletarios liberales enemigos del clero. Lo
desamortizado fue comprado por terratenientes, aumentando la concentración de tierras. Las desamortizaciones fueron la base
socioeconómica del Nuevo Régimen, dando lugar a poderosos terratenientes y un amplio proletariado campesino. La economía
de guerra se prolongó y la deuda era insostenible. Pese a la victoria progresista de 1836, tuvieron que dimitir.

La regente nombró a Istúriz presidente, pero tuvo en contra a las Cortes y un levantamiento militar se propagó. La regente
tuvo que jurar la Constitución de 1812 hasta que las Cortes se decidieron a dar el poder de Calatrava. Finalmente se convocaron
Cortes Constituyentes para elaborar la nueva Constitución.

La Constitución de 1837 era más moderada que la del Cádiz pero más progresista que el Estatuto Real. Mantenía ciertos
puntos de la de Cádiz, la soberanía nacional, separación de poderes y los derechos individuales. Se reconocía a la Corona
una decisiva participación política al convocar Cortes y tener el poder de disolverlas, aunque también se ampliaron los poderes
de estas. El sistema era bicameral (Congreso y Senado) con sufragio censitario y directo. Los senadores son elegidos por
el monarca en una lista confeccionada por los electores.

El liberalismo más extremo del período se alcanzó con Mendizábal, que llevó a cabo la desamortización, por lo que algunos
sectores tornaron hacia el conservadurismo. El grupo moderado salió reforzado.

Tras declinar Espartero el formar gobierno y un breve periodo con Bardají, Narciso Heredia inicia el Trienio Moderado
(1837-1840). Esta etapa tuvo que afrontar el problema de los pagos a los militares y motines. Se fue formando en el norte el
Partido Militar, presidido por Espartero, influenciado por la guerra y próximo al progresismo. Las presiones de Espartero
acabaron con el gobierno.

Se produjo un enfrentamiento entre Espartero y Narváez, quien a su vez tenía el Partido Militar del Centro. Acabó con
un fallido golpe militar y posterior destierro de Narváez, con Espartero fortalecido. Evaristo Pérez de Castro se hizo cargo del
gobierno hasta 1840.

Entre 1838 y 1838 había dos tendencias liberales en cuanto a la guerra. Por un lado Mendizábal pidiendo acabar con el carlismo
y por otro aquellos que deseaban incorporarlos al Nuevo Régimen. En 1839 Espartero pidió la disolución de las Cortes, se
sucedía el Convenio de Vergara, que Espartero presentó como victoria propia y del progresismo, que vencieron las elecciones.
Espartero fue recriminado por cómo había conseguido la paz y el Convenio se modificó. La desestabilidad hizo volver a

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cambiar el gobierno.

A finales de 1839 ganaron los moderados ampliamente, modificando entonces leyes relativas a los ayuntamientos que
chocaban con los progresistas, pues eran su principal soporte de control sobre la Milicia Nacional. Los problemas hicieron a
la reina buscar un acuerdo con Espartero, quien propuso retirar la Ley de Ayuntamientos, disolver las Cortes y sustituir el
gobierno, negándose él mismo a presidirlo. María Cristina, como respuesta, siguió adelante con la ley en 1840. Se sucedieron
entonces enfrentamientos entre milicianos y el Ejército. La reina cedió y le nombró presidente del Consejo de Ministros. Se
entonces un programa de gobierno progresista por el que la reina acabó renunciando a la regencia, exiliándose en París desde
donde conspiraría con Luis Felipe de Orleans, moderados y militares como oposición al gobierno,

La Regencia de Espartero (1840-1843)

Entre 1840 y 1844 el poder es ostentado por militares (Espartero, Narváez y O’Donnell). Los dos primeros fueron más caudillos
que políticos y practicaron el autoritarismo. El tercero tuvo más capacidad para liderar la vida civil.

Según la Constitución, hasta la designación de un nuevo regente el poder lo detentaría un Consejo de Ministros presidido
por Espartero. Suspendió las Cortes en octubre de 1840 y esperó a tener una mayoría parlamentaría que no llegaría por tener
progresistas y moderados una mayoría en su contra. En el Senado, los moderados eran mayoría y se tuvo que apoyar en ellos.
La Constitución contemplaba que podía ser ejercida por 1, 3 o 5 personas. Los progresistas defendían 3 y los moderados y
Espartero 1, por lo que consiguió sacar la Regencia en su persona en mayo de 1841.

Una de las principales acciones, la venta de bienes del clero secular, la Ley Espartero. En verano de ese mismo año se
subastaron los bienes a un ritmo rápido. Otro aspecto importante, su orientación librecambista. Aunque los aranceles hacían
pensar en el proteccionismo, en realidad se rebajaron, facilitando el intercambio de productos con el extranjero. Esto le ganó
la fama de anglófilo y le creó enemigo.

El gobierno fue derrotado en las Cortes de 1841. Se fraguó un levantamiento entre septiembre y octubre de 1841, sin
embargo fracasó. El gobierno antiforalista de González acabó provocando la reacción en varias zonas del norte, que Espartero
sitió, valiéndole la reprobación del gobierno. Espartero mantuvo el gobierno por apoyo de progresistas, las clases urbanas y
buena parte del Ejército. Pese a todo, Narváez conspiró con María Cristina desde París creando la Orden Militar Española,
defensores del derrocamiento de Espartero y la vuelta de la reina.

En el derrocamiento de Espartero tuvo un papel clave Barcelona, con una clase industrial amenazada por el librecambismo
del general, donde se desarrollaron los motines de quintas, oponiéndose a la recluta de soldados. Tras unos conflictos entre
civiles y soldados, se organizó una rebelión contra Espartero, incluida la Milicia Nacional. Ante los disturbios, Espartero hizo
un bombardeo masivo de la ciudad. Tras formar una Junta Provisional, Espartero disolvió las Cortes. Fue derrotado en las
elecciones de abril. Tras el cambio de gobierno de Rodil por López y diferentes pronunciamientos, y ante el clima de
desconcierto, se consolidó en Barcelona la Junta Suprema de Barcelona, nombrando a Prim ministro universal. Finalmente,
tras ser derrotado el ejército de Espartero por el de Narváez, tuvo que buscar refugio en Londres.

Los gobiernos intermedios y la mayoría de edad de Isabel II

Hasta 1844 hubo un periodo de transición. Aunque Espartero fue derrotado, el progresismo se mantenía. Sería Narváez el
dominador de la política. López volvió a la presidencia para un breve gobierno con el fin de desmantelar lo creado por
Espartero, como la eliminación de la Milicia Nacional. Había, pese a ello, otros problemas, como la de la Junta Suprema de

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Barcelona y la negativa del progresismo a la vuelta de María Cristina. Prim y Serrano desde Barcelona pedían adelantar la
mayoría de edad de la reina Isabel. Narváez y el gobierno aceptaron y se coronó en 1843 Isabel II.

Tras dimitir López, Olózaga intentó rehacer lo conseguido por los progresistas (Milicia Nacional, amnistías, derogación de la
Ley de Ayuntamientos), pero fue acusado por los moderados y huyó a Portugal. Le siguió Luis González Bravo, quien disolvió
la Milicia Nacional de nuevo y reprimió las protestas. Con la vuelta a España de María Cristina se acabó su gobierno y Narváez
lo asumió en mayo de 1844.

TEMA 5. El reinado de Isabel II (1843-1868). Moderantismo y progresismo.

La Década Moderada (1844-1854)

Aunque el Partido Moderado no era homogéneo, la década está marcada por su hegemonía. Mejora económica y reformas
político-administrativas encaminadas a conseguir la igualdad legal y la centralización.

Narváez, el espadón moderado

En mayo de 1844 se abrió la etapa, al tomar el gobierno Narváez, dominando la política con personalidad y talento. Destaca
su autoritarismo y la interpretación arbitraria de leyes. Hay una tendencia liberal hasta 1848, cuando se moderó por miedo a la
revolución. Tuvo dos gobiernos, uno hasta 1846 y otro de solo 19 días.

Los moderados y la reforma de la Constitución de 1837

En su primer gobierno, existieron tres tendencias: la del marqués de Viluma, volver a un Estatuto otorgado por la Corona,
depositaria de la soberanía; la puritana de Pacheco, continuadora de la de 1837; la mayoría “central” de Narváez, que plantearon
una nueva Constitución.

En lo relativo a la desamortización, rompieron con los gobiernos anteriores. En 1845 se decretó que los bienes clericales aún

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no enajenados fueran devueltos.

La Constitución de 1845

Convocadas las nuevas Cortes, de mayoría moderada, comenzaron los debates constitucionales. La minoría progresista se
retrajo. Triunfó reformar la Constitución de 1837, dando lugar a una más moderada. Esta recogió las ideas del liberalismo
doctrinario (pág 34), con soberanía en las Cortes y el monarca, frente a la nacional de 1837. Los derechos de los ciudadanos
se regulan. Se proclamó la unidad católica de España. Senadores elegidos por el rey de entre la aristocracia. Se restringió el
sufragio para elegir a los diputados y aumentó el nivel de renta para electores y elegibles. Desapareció la preeminencia del
Congreso sobre el Senado en legislación financiera y convocatoria reservada al rey. Desaparición de la Milicia Nacional.

Política moderada: uniformidad jurídica, política, fiscal y docente

Fue la tendencia para dar uniformidad a España. La puesta en marcha de un plan de estudio, leyes de administración provincial
y local y concentración de autoridad del jefe político. Simplificación por parte de Hacienda del sistema tributario, sin
particularidades regionales, y se intentó reducir la Deuda rebajando los intereses a pagar por el Estado. Justicia impuso un
tribunal de magistrados profesionales, en contraposición al juicio por jurado del progresismo. Tales modificaciones
aumentaron la burocracia y el funcionariado.

Los enemigos de Narváez fueron las intrigas políticas palaciegas. Su primer gobierno cayó sorpresivamente, dimitiendo. Sería
el marqués Miraflores quien llevara el gobierno de transición, buscando negociar las bodas de Isabel II y su hermana,
fracasando y volviendo Narváez. Este, a su vez, buscó casar a la reina con su tío, de los Borbones napolitanos. Nombró
ministros cercanos, disolvió las Cortes y restringió la libertad de imprenta. Pese a los intentos, la política matrimonial fracasó
internacionalmente, ante la insatisfacción de Inglaterra, y en territorio nacional, con la política en contra. Por un posible fraude
legal se exilió en Francia, Narváez quería abandonar la política.

El matrimonio de la reina. El predominio de los moderados puritanos (1846-1847). La segunda guerra carlista

De las tres tendencias moderadas, la puritana fue la más beneficiada por la Corona. Llamó a Istúriz, antiguo progresista, que
fue líder del moderantismo, partidario de la Constitución de 1837 frente a la de 1845 de Narváez. Se apoyó en los puritanos
aunque también en los centrales Pidal y Mon.

Parece que la intención de su llamamiento por parte de la Corona era solucionar las bodas reales, problema ya internacional,
que sin embargo tomó una rumbo quizás no demasiado acertado, al casarla con su primo Francisco de Asís, a quien se
sospechaba homosexual.

El gobierno de Istúriz tuvo que hacer frente a varios pronunciamientos tanto progresistas como carlistas, la llamada segunda
guerra carlista.

En 1846 las elecciones fueron ganadas por los moderados, pero los progresistas obtuvieron 40 escaños. Los puritanos se
desmarcan del moderantismo al votar a Castro Orozco frente a Bravo Murillo, apoyado por Istúriz. Por ello, este último
presentó su dimisión. Los moderados unidos no tenían mayoría absoluta. El gobierno de coalición moderada-puritana de Carlos
Martínez de Irujo duró dos meses, entre los que tuvo que hacer ofensiva con 50.000 jóvenes a los carlistas.

Pacheco fue llamado a formar gobierno puritano, con apoyo parlamentario progresista y él mismo tomó el Ministerio de

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Estado. Pacheco tenía relaciones con el palacio real. La mala situación matrimonial de Isabel II, hizo mudarse Francisco de
Asís al Pardo. La noticia se extendió.

Pacheco buscaba una democracia legal, pacífica, progresiva y ordenada, sustentada en las clases medias. El otro ideólogo del
puritanismo, Nicomedes Pastor Díaz era puritano y unionista. Como contrapeso de ambos, José Salamanca y Mayol, más
pragmático en lo financiero. Amnistiaron a los exiliados y encarcelados por motivo político. Unificó los bancos de San
Fernando e Isabel II en el Banco Español de San Fernando, antecedente del Banco de España. Ofreció un sistema de
recaudación más abierto y el librecambismo. Puso también en venta bienes de las Órdenes Militares.

La guerra carlista se desarrolló intermitentemente en zonas dispersas, como Valencia y Toledo, habiendo frente el gobierno a
los motines.

El gobierno fue breve pero intenso. Pacheco perdió el apoyo progresista y moderado y dimitió. Los amigos de la reina, el
general Serrano y Salamanca tomaron el gobierno. Ante el intento de unión de moderados centrales y progresistas, Narváes
volvió de Francia, entró en el Consejo de Ministros, los echó de allí y dio un golpe de Estado. El gobierno puritano había
terminado.

La dictadura moderada de Narváez (1847-1850)

Formó gobierno ese mismo día. Ocupó el Ministerio de Estado y el de Guerra, acompañado de un joven Sartorius como
Ministro de Gobernación. Sartorius, con escasa formación, se había ennoblecido y enriquecido en la vida política. Buscó
gobernar con un entramado de jefaturas políticas provinciales y ganar las elecciones, que acabaría ganando corruptamente.

El resto de los ministros lo conformaron Alejandro Arrazola, con Gracia y Justicia y como hito el código de derecho penal
de 1848. Pidal y Mon, cercanos a Narváez, tomaron también otros ministerios.

La revolución de 1848 tuvo su correlación en España en marzo y mayo, con una crisis financiera que hizo hundirse a la Bolsa
española. Los alborotos fueron terminados contundentemente por Narváez. La consecuencia de la revolución en Europa fue la
de la tendencia política hacia la derecha, haciendo piña con Narváez, y alargando su gobierno dictatorial dos años más. El
apoyo inglés a los revolucionarios provocó la ruptura diplomática. Las tropas españolas apoyaron al Papado en Roma y los
gobiernos conservadores europeos reconocieron el régimen español.

Bravo Murillo, Ministro de Comercio, desarrolló una gestión eficaz, redujo gastos públicos y luchó contra la corrupción. La
ausencia de control parlamentario y de libertad de prensa provocó robos desde los cargos públicos, el propio Narváez había
recibido regalos con alto valor. La Corona estaba también en el foco por chantajes al gobierno. En 1850 Bravo Murillo dimitió.

Bravo Murillo quedó como buscador de la pureza política y Narváez como beneficiado de la corrupción. Finalmente Narváez
dimitió.

La etapa de Bravo Murillo. La desintegración de los moderados. La política exterior de los moderados

Tras dos años de la revolución de 1848, surgieron de nuevo problemas entre los moderados. El gobierno fue encomendado a
Bravo Murillo que gobernaría entre 1851-1852. Era abogado y con sólida formación humanística, buscaba el pragmatismo y
el orden.

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Su preocupación fue la Deuda. Redujo los intereses de los títulos de la Deuda, rebajó el capital adeudado y comprometió al
Estado a pagar en 19 años. Sacó la Ley de Contabilidad del Estado y las Cuentas Generales del Estado y los ajustes de
presupuesto para el déficit. Presentó un proyecto de Código de Derecho Civil. Firmó el Concordato de 1851 con la Santa
Sede, culminación de las negociaciones.

El Real Decreto sobre funcionarios fue quizás su mejor aportación, modernizando la burocracia al frente del Estado. Concibió
una administración como cuerpos técnicos con acceso por oposición, escalonada y con ascensos por servicios y antigüedad
con cese sólo por incumplimiento del deber.

Las obras públicas fueron capitales en su gobierno, con el Plan de Ferrocarriles del ministro de Fomento, con capital privado
y planificación estatal, así como el Plan de Carreteras, con seis carreteras nacionales desde Madrid. El Plan de Puertos y
Faros aumentó el tonelaje de los barcos de vapor y muelles con más calado. Se construyeron canales para riego y transporte
y el de Isabel II en Madrid para abastecer a la ciudad.

Se puede decir que su gobierno fue el primero estable y tecnócrata desde 1840. Aun así, el Ministro de Guerra Luis Aristeguí
dimitió. Creció la oposición a Bravo Murillo por casos de corrupción en su partido. Sería Lersundi el nuevo Ministro de Guerra,
lo que le valió enfrentamientos con otros militares, a los que se incluye en conflicto con el capitán general de Cuba.

Contó con la oposición en Cortes de los progresistas y de los moderados liderados por Narváez, encabezados por Sartorius.
Disuelto el Congreso, se convocaron elecciones en 1851, con victoria del Partido Moderado.

En 1851 disolvió las Cortes 3 veces e intentó modificar la Constitución en 1852, alterando la Constitución de 1845 en artículos
más liberales. La Constitución de 1852 era un retroceso que reforzaba al máximo el poder de la Corona, dejando al mínimo
el de las Cortes, prohibía las sesiones abiertas en el Congreso y limitaba los derechos individuales. Reforzó el poder ejecutivo
y prohibió su discusión en la prensa.

La oposición y la mediación de la reina Isabel II hicieron dimitir a Bravo Murillo. Esto fragmentó a los moderados. Hubo hasta
3 gobiernos hasta la revolución de 1854 que acabaron por desintegrar a los moderados y renacer al Partido Progresista. Se
sucedieron en el poder Federico Roncali, con un gobierno transitorio; Francisco Lersundi, que con buenas intenciones y apoyo
de la Corona no consiguió calmar a progresistas y narvaístas, que pedían apertura de Cortes, tuvo que dimitir por escándalos;
y finalmente Narváez con Sartorius.

Sartorius envió muchos proyectos de ley al Parlamento, destacando una rectificación de la Ley de Ferrocarriles. Sartorius
estaba envuelto en escándalos de corrupción y la reina madre María Cristina se vió afectada. En estos momentos, llegaron
noticias a Londres sobre un proyecto iberista entre España y Portugal bajo la casa de Braganza que implicaba destronar a
Isabel II. Los gobiernos de Madrid y Londres desaprobaron tal iniciativa.

Entre 1853 y 1854 hubo dos manifiestos de los directores y redactores periodísticos de Madrid, junto con políticos moderados
y progresistas, contra el gobierno por abuso de la censura. El ministro de Gracia y Justicia dimitió. Se preparaba la revolución.

La revolución de 1854 y el Bienio Progresista

La revolución de 1854

Se inició con el conflicto entre Senado contra el gobierno del conde de San Luis, opuesto a la mayoría de moderados y

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progresistas. El Senado venció al gabinete ministerial, pero éste suspendió sesiones y relevó funcionarios y militares opuestos.
El ministro de Guerra, el general Blaser, dejó sin mando o cambió de destino a personajes como O’Donnell o Serrano.
O’Donnell fue mandado apresar y tuvo que esconderse. Pese a las revueltas, la Década Moderada había supuesto un modelo
castrense más jerárquico y no era fácil un pronunciamiento.

Finalmente, la obstinación de Sartorius de mantenerse al poder provocó un levantamiento militar que terminó con su gobierno.
En junio de 1854 se produjo la Vicalvarada, a manos de O’Donnell, Dulce, Ros de Olano y Mesina, que tras la batalla tuvieron
que retirarse a La Mancha.

A sugerencia de Serrano, los progresistas se movilizaron a través del Manifiesto del Manzanares de Cánovas del Castillo.
Se trataba de un texto breve y claro que reivindicaba una serie de principios para una regeneración liberal en unas Cortes
Constituyentes: régimen representativo, trono sin “camarillas”, mejora de Ley de Imprenta y Ley Electoral, rebaja de
impuestos, respeto al funcionariado por mérito u oposición, descentralización municipal y nueva Milicia Nacional.

Los sublevados siguieron retirándose hacia Andalucía. Cánovas, con el Manifiesto firmado por O’Donnell, marchó a Madrid,
difundiéndolo también por Sevilla. Siguió una fase popular, apoyada por el Partido Progresista, además de pronunciamientos
triunfantes en Valladolid y Barcelona. En Madrid se sucedieron las jornadas de julio y hubo levantamientos en Zaragoza y
San Sebastián.

El pronunciamiento y la sublevación urbana supuso una revolución militar y civil. Se puede decir que la de 1854 es una versión
retrasada de la de 1848 en Europa.

El gobierno del conde de San Luis presentó dimisión a la reina. Aumentó la inestabilidad tras la creación de una Junta tras la
toma de la Casa de la Villa, disuelta por la llegada de soldados. Finalmente Evaristo San Miguel creó la llamada Junta de
Madrid, dimitió el gobierno del duque de Rivas y surgió otra Junta, la Junta del Cuartel del Sur, demócrata y republicana
que cometió algunas atrocidades. Ambas Juntas negociaron y se formó la Junta Superior de Madrid. Tomadas las calles, se
colocaron retratos de Espartero, O’Donnell y San Miguel, se reconstruyó la Milicia Nacional y se custodió el palacio real. La
revolución obtuvo un triunfo relativo.

El Bienio Progresista

Espartero envió un mensaje a la reina dejando entrever el poder emanado de la revolución como superior al de la monarquía y
se presentaba como representante de la soberanía nacional. Isabel II, cohibida, aceptó las propuestas y Espart ero se presentó
en Madrid.

En la revolución de 1854 salió triunfante el progresismo. Espartero formó gobierno, pactó con O’Donnell y le ofreció el
Ministerio de Guerra y a Pacheco el de Estado. Espartero estuvo apoyado por los progresistas puros, y O’Donnell, por la
Unión Liberal, nacida de la Vicalvarada, con progresistas y moderados transigentes. Se formó así una coalición de progresistas
y liberales unionistas.

El primer gobierno estaba en su mayoría formado por progresistas, con dos miembros de la Unión Liberal, O’Donnell como
ministro de Guerra y Pacheco de Estado. Este gobierno tomó decisiones significativas, ascendió a todos los militares que
participaron en la revolución y quitar de sus cargos a quienes no. Se convocaron elecciones a Cortes constituyentes. Se
devolvieron las multas impuestas a los periódicos en tiempos de Bravo Murillo y el ministro de Gracia y Justicia advirtió a los
clericales a no meterse en la libre emisión de pensamiento, bajo pena judicial.

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Se hicieron cargo de la reina madre, María Cristina, a la que sacaron de España y embargaron sus bienes, con algunas protestas
milicianas que sofocaron con contundencia Espartero y O’Donnell.

A partir de ahora los demócratas que participaron en la revolución pasaron a ser la oposición. El gobierno presidido por
Espartero sufrió varias reestructuraciones en Hacienda, pasando de Collado a Juan Sevillano y finalmente a Pascual Madoz.
Este último se alejaba de los pensamientos de un O’Donnell que se quedaba cada vez más aislado.

En contra del gobierno estaban los carlistas y los opositores a la desamortización. La Ley Madoz se vio como un ataque del
Estado a los bienes religiosos, al nacionalizarlos, provocando problemas con la Santa Sede, que cortó relaciones diplomáticas
tras ella. Aprobada en Cortes, Isabel II se negó a firmar, aunque Espartero y O’Donnell hicieron que la sancionase con
desagrado. Los levantamientos carlistas organizados parcialmente por eclesiásticos se sucedieron, duramente reprimidos por
O’Donnell. Otra ley 1856, si bien no introducía el matrimonio civil, restaba competencias a la Santa Sede en las dispensas.

Durante 1856 crecieron las tensiones entre Espartero y O’Donnell. Por otro lado, el gobierno tenía problemas con los pagos a
militares, funcionarios y pensionistas. La Milicia Nacional apoyó el motín del pan, a donde acudió el ministro de Gobernación
Escosura, quien fue cesado por O’Donnell. Ante esto, Espartero instó a O’Donnell a abandonar el congreso junto con
Escosura. La reina se opuso a los planes de Espartero, aceptando sólo la dimisión de Escosura, lo que Esparteró interpretó
como una ruptura con la soberanía nacional que él representaba, por lo que dimitió. Participará en la revolución de 1868 pero
desde entonces se considera que salió de la vida política.

La Constitución de 1856

En 1854 se convocaron elecciones para Cortes Constituyentes con una sóla Cámara. A lo largo del siglo XIX la manipulación
del proceso en los colegios electorales era común, como sucedió en 1854. Finalmente, la composición del Congreso fue rara,
una mayoría de liberales progresistas sin disciplina de partido, liberales moderados sin cohesión, neocatólicos, demócratas
activos y unos pocos carlistas.

Tras varios cambios, el presidente de Cortes fue Facundo Infante. Diferencias entre demócratas y progresistas por un lado,
contra unionistas y conservadores por otro, enconados en 1856.

El liberalismo progresista, con Espartero a la cabeza y otros líderes como Olózaga y San Miguel, se escoraba a la izquierda,
defendiendo la soberanía nacional del Congreso sobre la corona y restablecer la Milicia Nacional, brazo armado del
progresismo.

La Unión Liberal nació en la revolución de 1854, pero creció con la victoria de O’Donnell sobre ésta, ejerciendo un papel
moderador al defender la Corona. Los conservadores y moderados se agruparon con O’Donnell.

La derecha estaba representada por neocatólicos y carlistas. La izquierda por demócratas, minoría que pedía el sufragio
universal, con Cristino Martos y Castelar.

La aplicación del liberalismo se constató con las 200 leyes del Bienio, destacando la Ley General Desamortizadora, con
oposición eclesiástica y las reformas de la administración local y provincial.

La Comisión de Constitución presentó un primer proyecto a finales de 1854. Tuvo una discusión larga y densa, con diferentes
posturas en torno a la monarquía, los Borbones o la religión. Plasmó la ideología del progresismo, acepta la soberanía popular,

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con restricciones a la autoridad real y la forma electiva del Senado, recoge antiguas reivindicaciones progresistas (jurados para
los delitos de opinión, Milicia Nacional, elección directa de alcaldes por los vecinos del municipio y libertad de imprenta). Es
una Constitución con mayor grado democrático que las anteriores aunque con falta de vigencia. Tras los motines de las quintas
y el del pan, en julio de 1856 O’Donnell rodea militarmente el Congreso y disuelve a los parlamentarios.

La oposición: demócratas, neocatólicos y carlistas

Los carlistas se recuperaron durante la acción revolucionaria. El Manifiesto de Montemolín, sucesor de don Carlos, lo llamaba
como pretendiente de la Corona. En 1855 se levantaron en Castilla, Santander, Aragón, el Maestrazgo y Cataluña. Pese a ser
sofocados con dureza, aguantarían hasta 1856, tercera guerra carlista.

La reina madre, María Cristina, fue exiliada a Portugal escoltada por el gobierno. Demócratas y grupos de la Milicia lo tomaron
como una traición de Espartero y O’Donnell, que habían ayudado a María Cristina. Se manifestaron en contra y los demócratas
comenzaron una oposición en el gobierno.

La Milicia Nacional, insubordinada al gobierno junto con los demócratas, se levantó en protestas en el motín de Valencia,
contra el sistema de quintas, donde quedó desarmada por el Ejército.

Hubo vinculación entre el Partido Demócrata y el creciente movimiento obrero. Los demócratas apoyaron motines de
subsistencia (hambre y miseria). A la escasez de productos de primera necesidad por la mala situación en Europa, la guerra de
Crimea, se le sumó la primera oleada de cólera. Esto provocó motines desde 1854 y 1855 en Badajoz, Burgos, Málaga, Madrid
y Zaragoza. En 1856 en Valladolid, Medina de Rioseco y Palencia, de mayor envergadura, con 200 ajusticiados y una represión
ejemplar y fusilamientos. Como consecuencia, la caída del gobierno de Espartero y la marcha atrás del proceso revolucionario
empezado en 1854.

El periodo entre 1856 y 1868 estuvo dominado por Narváez y O’Donnell. El Partido Liberal, tras la caída de Espartero, estaría
disputado por el civil Olózaga y el militar Prim. El poder de O’Donnell y la Unión Liberal traía las simpatías de la mayoría de
los jefes del ejército, reafirmado en las campañas de África. Se le veía como un freno a la revolución, garantía de las
propiedades y tranquilidad.

Los progresistas compartían muchos aspectos del sistema, en cuanto eran liberales y tenían cierto poder en ayuntamientos y
diputaciones, aunque difícilmente podían llegar al poder por el control del sistema electoral por los liberales conservadores y
el arbitraje de Isabel II. El liderazgo político progresista pasó de Espartero a Olózaga y el militar a Prim. Los progresistas
formaban parte del sistema, aunque no estuvieran llamados a formar gobierno, los demócratas y carlistas, sin embargo, estaban
fuera, dispuestos a tomar las armas

Los demócratas buscaban aglutinar fuerzas antidinásticas y trataron de atraer a los progresistas. Cristalizaron en el Partido
Demócrata en 1849 con una doble base: dirigentes del sector de los profesionales liberales y las clases populares, que
empezaban a percibir el problema social. Defendían el sufragio universal, los derechos del hombre, la república y algunos de
ellos el federalismo. Tenían doctrinas próximas al socialismo y buscaban atraer a los obreros.

El gobierno de O’Donnell de 1856: la revolución de 1854 al revés

Gobierno y Parlamento se escindieron por el análisis de las causas del motín del pan y la represión. O’Donnell y la reina
forzaron la dimisión de Espartero. Isabel II encargó a O’Donnell formar gobierno.

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Los progresistas y demócratas se sintieron traicionados, no contaban con militares pero sí con la Milicia Nacional. Hubo
refriegas entre el Ejército de O’Donnell y las Milicias en Madrid. O’Donnell restauró el régimen moderado de la Constitución
de 1845, aunque mantuvo avances de la revolución.

Lo primero fue reorganizar diputaciones y ayuntamientos conforme a antes de 1854, disolvió la Milicia Nacional. Con otro
decreto restablecía la Constitución de 1845, con un acta adicional que establecía a la Corona como la encargada de
nombrar alcaldes en poblaciones de más de 40.000 habitantes. Finalmente, paralizó la desamortización y suspendió la Ley
Madoz.

La hegemonía de la Unión Liberal (1856-1863)

El bienio moderado (1856-1858)

En muchos aspectos fue una continuación de la Década Moderada. Completó el proceso de restauración del régimen con
algunas reformas que limitaban el poder de las Cámaras, derogó el acta adicional, restableció la Ley de Ayuntamientos, la de
Imprenta y convocó elecciones.

Difícil situación de O’Donnell al haber terminado militarmente con las Cortes Constituyentes y reintroducir la Constitución
de 1845 con modificaciones sin que unas Cortes lo decidiesen.

La reina decidió formar gobierno con personas que no participaron en el Bienio, llamando a Narváez, líder del moderantismo,
y otros ministros de la Década Moderada. Con mayoría moderada en las elecciones, aprobaron la ley de bases sobre enseñanza
y fortalecieron el principio de autoridad y la libertad de expresión, afectando a la Ley de Imprenta.

A finales de 1858 la reina decidió llamar a O’Donnell de nuevo para presidir el gobierno.

La Unión Liberal (1858-1863)

Se trata del gobierno más largo en el reinado de Isabel II, de 4 años y 8 meses. Las elecciones las convocó el propio O’Donnell,
logrando una mayoría absoluta, que junto con la habilidad de la Unión Liberal explican la estabilidad. El éxito de la guerra en
Marruecos, el crecimiento económico y la paz social favorecieron a su gobierno. El apresamiento del sucesor del carlismo,
Carlos de Borbón, silenció el problema carlista.

Hubo una sucesión de guerras exteriores en Marruecos, Santo Domingo, Méjico, Perú y Conchinchina, intervención española
en la cuestión con Roma, el iberismo con Portugal y la colonización de las Islas de Fernando Poo. La proyección del país hacia
el exterior creó la imagen de una nación capaz, cosa que fue aprovechada por O’Donnell y por la Corona para mantenerse en
el poder. La reina le otorgó el título de duque de Tetuán por conquistar dicha plaza, volviendo victorioso a Madrid. Pese a ello,
el fracaso en Méjico y las dificultades en la Conchinchina fueron los aspectos negativos.

Volvió a poner en vigencia la desamortización pero excluyendo los bienes eclesiásticos, reconociendo a la Iglesia la capacidad
de adquisición de bienes. Se promulgó una ley por la que los bienes eclesiásticos adquiridos antes de 1860 continuarían
enajenándose conforme a la ley de Madoz. El Estado entregaría a la Iglesia inscripciones intransferibles de la Deuda por valor
de los bienes enajenados.

En 1863, O’Donnell remodeló el gabinete, aviso de un gobierno efímero. La política exterior era una gran carga económica y

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la oposición moderada presionó para la dimisión del gobierno.

El final del reinado de Isabel II

Moderados y unionistas eran los mismos que en el periodo anterior pero más ancianos y más reticentes al liberalismo. Más a
la derecha, los conservadores y carlistas. Los neocatólicos criticaban a la reina por dar la espalda al papado y apoyar a los
militares de O’Donnell. Este nuevo tradicionalismo estaba liderado por Cándido Nocedal.

Demócratas y progresistas puros rechazaron la vida parlamentaria y actuaban mediante el pronunciamiento y el montín, con
Prim a la cabeza. El programa progresista, derechos individuales, mejorar el gasto público y el sistema tributario, suprimir
impuestos de consumos, descentralización, revisión liberal de las ordenanzas militares, secularización, derecho de reunión y
asociación, juicio por jurado y monarquía constitucional, que el propio Prim plantearía en los comienzos de la revolución en
1866. El Partido Demócrata, sufragio universal, derechos individuales, república, algunos federalismo y socialismo.

El agotamiento del sistema. El retraimiento progresista

En 1863 con la dimisión de O’Donnell, la situación se complicó. La reina no quería nuevas elecciones y un gobierno unionista,
que había ganado las elecciones, así que nombró a Manuel Pando, marqués de Miraflores, neutro a pesar de moderado. El
nuevo gobierno estaba bien cualificado.

Miraflores sólo contó con el apoyo moderado durante un año. Convocó elecciones, a las que se abstuvieron los progresistas, y
donde moderados y unionistas seguidores de O’Donnell y Narváez obtuvieron puestos. Ante la negativa del marqués de ceder
el poder a alguno de ambos, dimitió.

La reina llamó a Arrazola con miembros de antiguos gobiernos moderados. Este quería disolver Cortes e intentar una mayoría
moderada, perdiendo el apoyo de Isabel. Se ensayó un gobierno de coalición con Alejandro Mon ante el cual O’Donnell pidió
a la reina un gobierno o unionista o moderado, no ambos. Volvió María Cristina a Madrid y la reina pidió a Narváez que
formase gabinete, con la decepción de O’Donnell.

Narváez dio amnistía para los delitos de prensa desde 1857 y se perdonó a los militares destronados, intentando atraerse a los
progresistas. Disolvió Cortes y convocó elecciones, aunque los progresistas siguieron retraídos.

En 1864, Narváez decidió que España se retirase de Santo Domingo, por los costes económicos y humanos. La reina estuvo
en contra, por lo que tuvo que dimitir, y ésta llamó a Istúriz con miembros de la Unión Liberal. La reina se negó y dejó que
continuase Narváez, aceptando la retirada de Santo Domingo.

En 1865, Hacienda propuso una contribución de 600 millones de reales, con resistencia generalizada, por lo que Narváez cesó
al ministro de Hacienda, nombrado a Castro, quien propuso una desamortización de bienes estatales. La reina cedió una cuarta
parte del patrimonio de la Corona y la situación fue muy tensa. Narváez pidió la expulsión de Castelar de la universidad y
hubo un enfrentamiento estudiantil con nueve muertos y doscientos heridos en la noche de San Daniel. Dimitieron algunos
ministros y la reina hizo dimitir a Narváez.

La preparación de un levantamiento por parte de Prim se puede considerar un antecedente del proceso revolucionario. Fue
abortado y O’Donnell avisó a la reina, quien le pidió que permaneciese en Madrid para oponerse. dejando claro que esta
necesitaba a O’Donnell. Este le pidió a cambio expulsar a su confesor, aceptar al reino de Italia, lo que implicaba la falta de

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apoyo a los Estados Pontificios. Todo ello lo aceptó.

O’Donnell intentó también atraer a los progresistas con ciertas medidas. Se disolvieron Cortes y hubo nuevas elecciones. Los
progresistas se dividieron ante el nuevo gobierno. Prim y Madoz aceptaron el programa de gobierno, evitando ser vigilado por
el levantamiento de Valencia. Los progresistas no fueron a elecciones pero sí a municipales.

El pronunciamiento de Prim y el levantamiento del Cuartel de San Gil

La evolución del régimen isabelino hizo palpable el miedo de la Corona a perder poder e hizo reducir sus apoyos.

En 1865 se abrieron Cortes. O’Donnell tuvo que hacer frente al levantamiento de Prim a principios de 1866, resultando en su
derrota política. Los progresistas se sumaban a la revolución armada. Sin embargo la falta de preparación la hizo fracasar y
Prim se refugió en Portugal, donde lanzó un manifiesto, la revolución estaba lanzada.

El gobierno empleó la fuerza y suspendió las libertades constitucionales. El apoyo parlamentario fue casi unánime. Se autorizó
procesar a Prim y declarar el estado de sitio, restricción de asociación y de libertad de expresión.

Los juramentados intentaron crear un clima revolucionario en las guarniciones, los demócratas organizaron juntas
revolucionarias. Las leyes represivas aumentaron el número de exaltados. El levantamiento más importante antes del triunfo
revolucionario en 1868 sucedería en el Cuartel de San Gil en 1866. Los sublevados salieron en Madrid. Los principales
generales defendieron a la reina y la mala dirección del levantamiento le hizo fracasar. O’Donnell ordenó ejecuciones y pidió
amplios poderes al Congreso y Senado para combatir la revolución. Se suspendieron todas las garantías constitucionales y se
reprimió el golpe de Estado.

La desconfianza entre O’Donnell y la reina hizo que dimitiera y tomara el poder Narváez. Se aceptó el estado de sitio en toda
España.

El Pacto de Ostende. Hacia la Revolución.

En verano de 1866 se reunieron demócratas y progresistas, llegaron al Pacto de Ostende, por el que se comprometían a
derrocar a Isabel II, tras lo que se elegiría a una Asamblea constituyente por sufragio universal masculino para decidir si la
forma de gobierno sería monarquía o república.

En 1866 Narváez disolvió las Cortes. La reina aconsejaba acabar con el sistema liberal. Narváez mandó al ejército cerrar las
puertas del Congreso. Serrano y Ríos Rosas fueron encarcelados y enviados a Canarias y Baleares. Fuera del Congreso, 121
diputados pidieron a la reina volver al liberalismo, por lo que fueron perseguidos.

La toma militar de las Cortes provocó que los unionistas se sumaran a la revolución. Hubo un férreo control de prensa y
persecución policial sin garantías.

Se puede considerar a la revolución de 1868 de carácter endógeno y su respuesta fuera de las corrientes de la época. A
principios de 1867, la Junta Revolucionaria de Madrid lanzó la proclama de expulsar a los Borbones.

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En marzo de 1867 se constituyeron Cortes tras las elecciones. La oposición estaba formada, por la derecha, de neocatólicos-
carlistas. Por la izquierda, la Unión Liberal e incluso algunos moderados. El gobierno siguió tomando medidas y aprobando
leyes para el control.

La situación de Narváez y de la reina se hizo cada vez más asfixiante. Una reunión en Bruselas entre los partidos Progresista
y Demócrata en verano de 1867 acordó seguir la revolución para hacer caer a los Borbones. Hubo otro intento fallido. Prim
lanzó un manifiesto desde Ginebra.

Fallecido O’Donnell, los unionistas se desarticularon. Un sector aceptó a Serrano como sucesor, quienes se unieron al Pacto
de Ostende. La muerte de Narváez en 1686 hizo perder la cohesión de los moderados y la reina perdía apoyos. Esta nombró a
González Bravo, quien continuó con las políticas de su antecesor.

Los unionistas se unieron a los progresistas y demócratas para derribar a la monarquía. González Bravo optó por una política
aún más represiva, deteniendo a militares unionistas, expulsando a la hermana de la reina bajo sospecha de conjura, y tuvo
enfrentamientos con los generales moderados. La reina se opuso a esto y el gobierno se sintió desautorizado. González Bravo
gobernaría hasta la victoria de la revolución.

Colonias españolas

El sistema colonial

España, tras la pérdida de la América continental, seguía siendo una potencia colonial, más por la situación de sus territori os
que por su extensión. Gran lejanía con la metrópoli en Filipinas, Marianas, Palaos y Carolinas. En América poseía dos islas
clave, Cuba y Puerto Rico. Poseía, además, algunos territorios en la costa africana, Río de Oro, Guinea y las islas de Fernando
Poo y Annobón. La posición de la península y sus plazas al norte de África le permitían jugar una baza de potencia difícil de
mantener con otras potencias europeas.

La escasa capacidad financiera, diplomática y militar hacía a España intentar mantener el statu quo de las potencias europeas
frente a EEUU y sus presiones en América y el Pacífico. La política exterior isabelina estaba más pendiente del problema en
Ultramar que de los europeos.

Tenía que hacer frente a la Administración y problemas internos de las colonias. Para ello, se creó el Ministerio de Ultramar
en 1863, poco eficaz por los bajos presupuestos. A esto se unió la falta de interés española por los problemas coloniales, escasa
atención de los partidos, vistas como una herencia a conservar por prestigio. No se entendió la importancia de las colonias para
abordar el reparto del mundo que se estaba fraguando. Portugal, país más pequeño, sí entendió la situación.

América y las Antillas

Por intereses económicos de personajes burgueses, dos colonias tuvieron mayor atención: Cuba y Puerto Rico. Durante el
proceso de independencia de la América colonial, sirvieron de punto clave militar y logístico. Su política tendió a favorecer
los intereses de la oligarquía azucarera y cafetera, importación de esclavos negros para mano de obra. La esclavitud suponía
un problema con vertiente moral, social y económica y se convirtió en un problema internacional,.

Hasta la aparición del movimiento independentista, España hizo frente a la presión norteamericana para mantener las islas.
Gran Bretaña y Francia sostuvieron la presencia española para evitar la expansión de EEUU.

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A mediados del XIX, el azúcar cubano tuvo competencia con el europeo de remolacha, dependiendo el mercado azucarero del
mercado norteamericano. Así, se explica la tendencia de ciertos criollos de anexionarse a EEUU a la vez que los
norteamericanos barajaban comprar la isla por su posición estratégica.

Por ello, confluyen dos procesos, la lucha de los cubanos por su independencia y el interés de posesión de EEUU. En 1868,
Céspedes se alzó, el grito de Yara y la población rural se alzó bajo la dirección de los criollos blancos. La independencia
llegará 30 años después.

Hacia 1765, en Puerto Rico habitaban 50.000 personas, con un 10% de esclavos, con una agricultura deficiente y contrabando.
Buena parte de la población trabajaba como guarnición militar para el Estado. En 1788, la población se había duplicado, ya
que en 1765 se abrió el comercio de las Antillas a nueve puertos peninsulares, con la consecuente llegada de comerciantes.
Desde 1822 hasta 1837, el gobernador de la isla Miguel de la Torre tuvo un poder que coincidió con el progreso económico,
aumentando la población hasta 360.000 y exportando azúcar a EEUU.

En 1837, las Cortes españolas decidieron que las provincias de ultramar serían regidas por leyes especiales y no por la
Constitución. Los sucesos de De la Torre afianzaron el régimen autoritario. El Régimen de las Libretas de 1849 reglamentaba
la vida de los jornaleros, convirtiéndolos casi en siervos.

Una élite isleña se divide entre los que quieres seguir siendo parte de España y los que buscan una República independiente,
pero ambos en contra de la esclavitud, aunque sin éxitos. El intento de independencia, Grito de Lares, no tuvo apoyo de la
élite criolla y apenas duró un mes.

El naciente liberalismo en España permitió una ley de las Cortes en 1836, reconociendo la plena independencia de los países
hispanoamericanos, tal y como había hecho Portugal con Brasil mucho antes. Sobre esta base, se realizaron tratados mutuos
de ayuda y relaciones diplomáticas: México, Ecuador, Chile (1844), Venezuela (1845) y Argentina (1859-1860).

Pese a ello, hubo problemas y tensiones entre las nuevas naciones y la posible tutela española, como el caso de Ecuador, que
cortó relaciones en 1847 o Argentina y Venezuela, con problemas en relación a los artículos de los nacidos de padres españoles.
En México, el radical Benito Juárez derrotó a los moderados. Francia e Inglaterra buscaban una zona de influencia en América
y dotar al país de un gobierno fuerte tras lo ocurrido. México expulsó al embajador español. Se acordó entre las tres potencias
el envío de soldados y el general Prim firmó con Juárez la Convención de La Soledad por la que se llegaba a un acuerdo, que
fue rechazado por Francia. Tras ciertas tensiones diplomáticas con Francia, Prim abandonó México.

Francia, que ya poseía Haití, se anexionó temporalmente Santo Domingo por la firma de la Paz de Basilea en 1795 pero, al
tiempo que se producía la Guerra de Independencia en España, se producía en Santo Domingo, volviendo finalmente a España
hasta 1822.

España se vió envuelta en la Guerra del Pacífico con Perú, Chile y Ecuador hasta 1871, solucionado con un armisticio pero
con recelos hacia la actitud española.

La presencia en Asia

La presencia en Filipinas era débil y poco rentable, sólo beneficiosa en el futuro ante un posible mercado asiático. Este interés

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fue compartido también por EEUU, Francia, Gran Bretaña, Prusia, Portugal y Holanda. Los enclaves de las Carolinas,
Marianas y Palaos no eran tan codiciados como Filipinas.

El problema de Filipinas era su diversidad de etnias y su dispersión, 300.000 km2 y 7000 islas.

La situación de la metrópoli en la Guerra de Independencia y la emancipación de Nueva España, de la que dependía Filipinas,
produjo una disminución de los lazos con España entre los indígenas. Desde entonces pasaron a depender de la península.
Hubo insurrecciones constantes de nativos desde 1812.

La debilidad española fue aprovechada por piratas malayos. La lucha española contra los piratas acabaría con el reconocimiento
de la soberanía española sobre los caciques locales.

Hasta 1830, las autoridades españolas se habían centrado en actuar en Manila, logrando implantar la soberanía en casi todas
las islas. Las autoridades españolas se sirvieron de las religiosas, especialmente dominicos, agustinos y jesuitas.

Filipinas tuvo poco interés hasta los años 60, cuando se intentó mejoras en la Administración, servicios, comunicación y obras
públicas.

África

Salvo las plazas del norte, Ceuta y Melilla, los escasos territorios españoles en territorio africano, si bien explorados, no fueron
ocupados y colonizados hasta 1860 (Guinea) y 1880 (Sáhara).

Por los tratados de San Ildefonso 1777 y el Pardo 1778 Portugal cedió las islas de Fernando Poo, Annobón y otras menores,
así como el derecho de comercio en el Golfo de Guinea. Hubo presencia estable en 1856 en las costas del Golfo, constituyendo
una colonia en 1859.

En Marruecos, España poseía desde el siglo XV las plazas de Ceuta y Melilla. Desde esta última pretendió la penetración hacia
el interior y ocupar Tetuán y Tánger, dando lugar a la guerra de Marruecos. Al sur de Marruecos se encuentra Río de Oro,
y no sería hasta 1884 cuando España tomó posesión oficial.

Política exterior 1833-1868

La dimensión exterior de los problemas internos

Debido a la firma de la Cuádruple Alianza, España se cerró al resto de potencias, quedando controlada alternativamente por
Francia y Gran Bretaña. Como norma general, durante los gobiernos del Partido Moderado fue influenciada por Francia, y con
el Partido Liberal por Gran Bretaña. El interés francés era político, el inglés económico.

La internacionalización de las guerras civiles de España y Portugal se explican en el contexto revolucionario de 1830. Isabel
II fue reconocida por Francia e Inglaterra, frente a la indefinición de Austria, Rusia y Prusia. Estados menores como Nápoles
o Piamonte reconocieron a Don Carlos.

España promovió una alianza para expulsar a don Carlos de Portugal, con interés de Inglaterra para mantener su influencia
allí. La necesidad de vincular la situación española y portuguesa llevó a la firma de la Cuádruple Alianza de 1834, de los

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gobiernos liberales de ambos países con Francia e Inglaterra. Se resolvió el problema portugués pero fue menos efectivo para
el español. Los critinos recibieron apoyo inglés.

Don Carlos, además de la protección de Austria, Prusia y Rusia, tuvo importante apoyo económico, aunque insuficiente.

Un aspecto importante es la actitud de la Iglesia ante el liberalismo isabelino, no resuelta hasta el Concordato de 1851. Los
obispos, casi en su totalidad, respaldaron a Isabel II. Sin embargo, hubo una situación confusa entre el mundo eclesiástico y el
gobierno liberal. Muchos religiosos mostraron simpatías con el carlismo. Gregorio XVI, monarca de los Estados Pontificios,
buscaba luchar contra el liberalismo aliado con Austria, defensora del carlismo, por lo que su neutralidad se interpretó como
un apoyo a don Carlos.

Se sucedieron conflictos con el Papa y los eclesiásticos entre 1833 y 1834 a causa del nuncio Amat, que simpatizaba con los
carlistas. A esto siguió la creación de una Junta para la reforma del clero, no aceptada por la Santa Sede y la militancia de
clérigos en el carlismo.

En 1835, las primeras leyes exclaustradoras, asesinatos de religiosos y la simpatía de muchos de estos con el carlismo crearon
una tensión que desbordó en la condena papal a la política anticlerical del gobierno en 1836. La Santa Sede rompió relaciones
diplomáticas en 1837 con el gobierno de Madrid.

La situación no mejoró hasta la Década Moderada y la expulsión del Papa de Roma y la aportación que hizo España en ese
conflicto en 1849, que entró en fase de negociación hasta el acuerdo de 1851.

El Concordato de 1851 entre la Santa Sede y el Estado puso fin al conflicto de la desamortización y las medidas
intervencionistas del estado en jurisdicción eclesiástica. En él se reconoció a la religión católica como la única de la naci ón,
excluyendo cualquier otro culto, se aceptó la inspección de la jerarquía con objeto de de adecuar la enseñanza al dogma
católico, en materia de desamortización la Iglesia aceptó los hechos consumados y el Estado permitió a la Iglesia adquirir y
poseer bienes. Las propiedades aún no desamortizadas serían devueltas a la Iglesia. Al mismo tiempo se permitía la existencia
limitada de órdenes religiosas masculinas. El Concordato estaría vigente hasta 1931, salvo en el bienio 1854-1856 y el sexenio
1868-1874.

En 1855 surgieron problemas con la Santa Sede por la tentativa política de disolver la unidad católica. Además, disminuyó la
aportación del Estado al culto y al clero y el ministro de Hacienda de Espartero desamortizó bienes sin acuerdo de la Santa
Sede, por lo que algunos sacerdotes se unieron al carlismo.

El Ministerio de Gracia exigió expulsar a los clérigos carlistas, expulsando al obispo de Osma. El Papa rompió relaciones
diplomáticas. La Reina se sumó al Papa y esto fue uno de los motivos de caída de Espartero.

Tras el bienio 54-56, el Gobierno Largo de O’Donnell repuso el Concordato de 1851.

El matrimonio de Isabel II tuvo también repercusión internacional. España, que no era potencia de primer orden, sí tenía
importancia por el tamaño de su nación, su población, ejército y situación geográfica. Además, al ser una reina joven, el
consorte adquiría un papel mayor. Parecía que la solución más factible era casarla con un Borbón, esto apoyado por Francia e
Inglaterra. Entre los pretendientes, Carlos Luis de Borbón y Braganza, conde de Montemolín, de rama carlista. Las dificultades
venían de la opinión pública carlista y liberal. Don Carlos en 1845 abdicó en su hijo Carlos Luís, para facilitar el matrimonio
con Isabel. Finalmente la solución fracasó.

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Se planteó la boda con el conde de Trapani, hermano del rey de Nápoles. Narváez se oponía a Carlos Luís pero no al príncipe
de Nápoles. Muchos veían la casa de Nápoles un símbolo del Antiguo Régimen y moderados y progresistas se oponían.

Cuando el marqués de Miraflores accedió a presidir el gobierno en 1846 quiso zanjar el matrimonio pero la situación era
complicada. La reina madre había negociado en Nápoles el matrimonio con el príncipe. Los progresistas apoyaban a otro
Borbón, Francisco de Paula, pero quedó descartado al participar en un levantamiento liberal. Se barajó la casa Braganza

María Cristina había pensado en Leopoldo de Sajonia y quedaba la posibilidad del duque de Montpensier. Francia e Inglaterra
se opusieron.

Finalmente se aceptó a Francisco de Asís y Borbón, considerado homosexual, como marido para Isabel II y a su hermana
Luisa Fernanda con Antonio de Orleans. La boda de ambas hermanas se celebró el mismo día en 1846. Los duques de
Montpensier se instalaron en Francia, estableciendo lazos con este país y deteriorando los de Gran Bretaña.

El Iberismo

En las décadas centrales del XIX se dio con más fuerza en Portugal que en España la corriente del iberismo, ideas convergentes
para lograr una unión y constituir Iberia o la Federación Ibérica.

El liberalismo presentaba semejanzas en ambos países entre 1833 y 1868. Portugal sufrió una guerra civil en 1832-1833 y
España en 1833-1839. Las reinas María da Gloria e Isabel II buscaron el apoyo liberal frente a los príncipes legitimistas, don
Miguel y don Carlos, hermanos de los reyes anteriores. A su vez, la política liberal comenzó con cartas otorgadas, Carta
Constitucional de 1826 en Portugal y Estatuto Real de 1834 en España. Se asemejan además en el sistema censitario, la
expulsión de las órdenes religiosas, desamortización, posterior acuerdo con la Santa Sede y revueltas en 1868.

Iberia tenía una evolución coherente si la comparamos con el resto de Europa. La pregunta recae en si era ventajoso. Técnicos
de comunicaciones e ingenieros lo vieron de manera positiva y aportaron argumentos de mejora económica, potenciando la
Península con el telégrafo, ferrocarril, carreteras, navegación en río, conexión Duero y Ebro, Mediterráneo y Atlántico,
aprovechar puertos de Lisboa y Porto, supresión de aduanas, moneda única, pesos y medidas, correo común, unión de flota y
política colonial concertada.

Entre políticos y publicistas, a los argumentos anteriores sumaban la conveniencia política. La reacción de Fernando VII en
1823 llevó a liberales españoles a plantear la Unión Peninsular en la persona de don Pedro IV de Portugal. En el Oporto liberal
se difundieron proyectos de unidad ibérica. Durante la minoría de Isabel, liberales como Mendizábal presionaron para nombrar
a Pedro IV como regente, otros buscaron el matrimonio entre ambos. El problema es que Pedro era menor que Isabel.

El iberismo sería también parte del programa del Partido Republicano Federal.

En Portugal, tomó cuerpo en ambientes liberales “setembristas” (progresistas) y en el medio estudiantil tras la revolución de
1848. A comienzos de 1850 la idea tenía mayor difusión. Coincidía con el avance de las unificaciones de Alemania e Italia y
el federalismo de EEUU y Suiza. La idea de federalismo circulaba entonces. Destaca el Club Democrático Ibérico y la Liga
Iberista.

Si bien la mayoría de los federalistas fueron republicanos, antes de esta solución se planteó la unión bajo un solo monarca. El
trabajo de Sinibaldo Mas, La Iberia, concebía una unión dentro de la lógica geográfica, con una economía basada en el libre

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cambio, comunicaciones comunes y la unión política.

Hubo una trama de progresismo español iberista que buscaba sustituir a Isabel II con Pedro V.

En Portugal durante 1853-1854, el iberismo tuvo muchas simpatías entre políticos e intelectuales de Lisboa y Oporto. Hubo
una reacción contra el mismo en 1860.

La Revolución de 1868 estimuló la unión ibérica en Portugal entre los progresistas. Antero Quental defendía la unión para
formar una república federal y garantizar la democracia en la Península. Otros preferían la vía monárquica. En 1870 vemos
escritos de los moderados antiiberistas.

Fueron varias las causas del poco eco popular del iberismo. El idioma y la historia de España y Portugal habían sido semejantes,
pero no implicaba identidad. La diplomacia de ambos países cometió errores. Sobre todo faltaba arraigo popular, un tema de
las minorías elitistas de Lisboa y Madrid.

Unidad italiana y cuestión romana

Ambos procesos en realidad constituyeron uno solo y pesaron sobre la política exterior española durante Isabel II. La mayor
o menor simpatía por los soberanos de los distintos estados italianos, incluido el Papa, no dejó de ser un gesto. La realidad es
que España tenía poco peso en política internacional y se vió impotente ante el avance liberal en la ocupación de los diversos
reinos.

La situación política de los Estados Pontificios afectó a España, al defender al papado. A Gregorio XVI le sucedió Pío IX en
1846, quien inició una profunda reforma política en los Estados Pontificios que implicaba aceptar el principio representativo,
con un Estatuto otorgado, Consejo de Ministros y Parlamento. En los Estados Pontificios, dentro de las revoluciones de 1848,
se produjeron graves disturbios, con Mazzini proclamando la República Italiana con capital en Roma y el Papa huyendo a
Nápoles.

Los moderados se ven impotentes para frenar la ocupación de los Estados Pontificios por los partidarios de la unidad y su
única posibilidad es no reconocerlos. En 1865, O’Donnell reconoció la unidad italiana, lo que provocó una reacción negativa
en medios confesionales españoles.

Las guerras de “prestigio”

La llamada guerra de África, fue una expedición militar llevada a cabo victoriosamente. Era una guerra de prestigio nacional
en la que O’Donnell buscaba unir a los partidos políticos en sentido patriótico, cosa que consiguió. El impacto en la sensibilidad
colectiva española fue grande. La conquista de Tetuán mezclaba sentimiento nacional, cruzada y lucha contra el infiel y
exaltación del ejército. Los niños hacían poemas para Isabel II comparándola con Isabel la Católica.

Los problemas con Marruecos se sucedían desde 1843, a raíz de la ocupación de territorios colindantes a Ceuta que podrían
poner en peligro su defensa. El gobierno de González Bravo inició escaramuzas en Marruecos. Militarmente, la guerra consistió
en el avance sobre Tetuán, con 45.000 soldados bajo el mando de O’Donnell. La victoria de Wad-Ras abrió el camino a Tánger.
Los marroquíes firmaron el Tratado de Paz de Tetuán en 1860. España obtuvo la ampliación de Ceuta e Ifni y Marruecos se
comprometió al pago de 400 millones de reales de multa.

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La expedición a la Cochinchina, fue motivada por la matanza de misioneros e indujo al gobierno español y francés a enviar
fuerzas. España actuaría como potencia subalterna enviando barcos y hombres del ejército de Filipinas. Francia obtendría
ventajas territoriales para asentar su dominio en Indochina y España, libertad religiosa para los cristianos y libertad de comercio
y la indemnización de guerra por el Tratado de Saigón en 1863.

TEMA 6. El Sexenio revolucionario (1868-1874). La primera experiencia democrática

La Revolución Gloriosa

El pronunciamiento militar

El apoyo ciudadano en Juntas fue decisivo para el pronunciamiento militar. El 17 de septiembre Prim, Sagasta, Ruiz Zorrilla
y José Paúl llegaban a Cádiz donde fondeaba Tapete.

Este quería dar el trono a Luisa Fernanda, hermana de Isabel y esposa del duque de Montpensier, financiador de la conspiración
y sólo reconocía como jefe del pronunciamiento a Serrano, exiliado aún en Canarias. Sin embargo, Sagasta y Ruiz Zorrilla
iniciaron el pronunciamiento con un manifiesto que anunciaba el destronamiento de Isabel II, denunciaba los abusos de poder
y prometía Cortes Constituyentes. Al día siguiente Prim se dirigía a todos los españoles a tomar las armas para defender la
defensa de la revolución. Serrano y los generales unionistas lanzaron otro manifiesto anunciando un gobierno provisional,
sufragio universal. Serrano se dirigió desde Sevilla a Madrid y Prim hacia las costas de Cataluña.

En octubre el gobierno provisional exponía a los estados de Europa la justificación de la revolución, que buscaba implantar un
liberalismo moderno y desheredar a Isabel II. Se corrió la noticia del pronunciamiento de Cádiz al gobierno y al Comité
Revolucionario, al mismo tiempo que surgieron otros levantamientos. Gonzalez Bravo fue reemplazado por el marqués de la
Habana.

Mientras Prim llegaba a Málaga, se organizaron juntas en Granada, Almería, Cartagena, Alicante, Valencia y Sevilla. Las
tropas realistas lucharon en Alcolea con las de Serrano, única refriega militar con victoria de Serrano. Madrid declaraba la
caída de los Borbones y la reina, que estaba en San Sebastián, tuvo que huir, generándose otro pronunciamiento en la ciudad.

La Junta de Madrid, con Madoz al frente, asumió el poder.

La constitución de Juntas revolucionarias

Los acontecimientos fueron similares en la mayoría de las ciudades, donde los líderes progresistas, republicanos y demócratas
constituyeron Juntas revolucionarias soberanas, exigiendo sufragio universal, libertad de culto, enseñanza, reunión y
asociación, imprenta, abolición de la pena de muerte, juicio por jurado, con los derechos humanos como base del sistema
político, además de la descentralización del poder, devolviendo autonomía al municipio y la provincia.

En todas las Juntas se introdujeron dos exigencias: servicio militar obligatorio y la supresión de los consumos y de los
impuestos del tabaco y de la sal.

El movimiento juntero era la expresión de un federalismo contenido. Sin embargo no fue capaz de articularse en una Junta
Central. De este modo, la Junta de Madrid se constituyó como la principal, asumiendo reivindicaciones y se arrogó la facultad
de encomendar formar gobierno a Serrano.

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El ideario del movimiento juntero

En las Juntas se perfiló el ideal del sistema democrático. Libertad de reunión, asociación, enseñanza y prensa, libertad religiosa,
medidas desamortizadoras, demolición de conventos y murallas para crear espacios públicos y dar trabajo a miles de parados
armados como Voluntarios de la Libertad. Estas medidas vincularían a un nuevo gobierno, sobre todo en la abolición de los
consumos e impuestos y la abolición de las quintas y de la matrícula de mar.

El gobierno provisional

Serrano estaba dispuesto a formar un gobierno de acuerdo con la Junta de Madrid y tras la llegada de Prim se constituyó uno
provisional con cinco progresistas y cuatro unionistas. Prim en Guerra, Sagasta en Gobernación, Figueroa en Hacienda, Ruiz
Zorrilla en Fomento, Lorenzana en Estado y Romero y Ortiz en Gracia y Justicia. Contó con el apoyo del sector “cimbrio”
demócrata.

● Objetivos del primer gobierno: En la Gloriosa hubo dos proyectos, uno presentado por unionistas y progresistas
liderados por Prim que planteaban una monarquía democrática en la Constitución de 1869. El otro, más radical,
liderado por Pi y Margall proponía una república federal con reformas sociales y económicas.

Los primeros, quienes constituyeron el gobierno provisional, buscaban compaginar la libertad con el orden para
justificar a Europa la revolución, además de purificar la administración, impulsar la enseñanza, el comercio y la
industria, reforzar el crédito y el sistema bancario para adecuarse al capitalismo europeo y el sufragio universal.
Estaba además a favor de la monarquía constitucional para no levantar recelos en Europa. Buscan, finalmente,
eliminar las Juntas tras acabar su misión. Algunas habían suprimido los impuestos y consumos y ahora el gobierno
restablecía el del tabaco y la sal, bastante impopular. Ahora la especulación en torno a los nuevos terrenos
privatizados era la realidad.
● La disolución de las Juntas: Tras disolverse, sólo los republicanos quedan como fuerza popular radicalmente
democrática y federal, mientras unionistas y progresistas estaban en las instituciones de gobierno. Los federales
aceptan la disolución, pero se organizan en comités de vigilancia. Sagasta decretó el sufragio universal masculino
y convocó Cortes Constituyentes en 1869. Prim y Sagasta nombraron a los capitanes generales, gobernadores civiles
y controlaron el poder en cada territorio.
● La decepción de los republicanos: Se quedaron fuera del programa de gobierno muchas aspiraciones de las Juntas.
Los republicanos federales, aunque decisivos en el movimiento juntero, no participaron en el sistema. Les quedaban,
sin embargo, los Voluntarios de la Libertad, con una estructura interna democrática con federales al poder. Contaban
además con poder de prensa y redes asociativas. Por ello, ante un gobierno que se declaraba monárquico, se fundó
el Partido Republicano Federal.
● La escisión federal: Por un lado el demócrata Rivero junto con Marcos y Becerra, se unieron a unionistas y
progresistas con un programa monárquico. Por otro lado, el Partido Republicano Federal con una propuesta electoral
republicana y con una forma de gobierno de república federal. Protagonizaron una sólida campaña electoral. con
propuestas de medidas sociales y económicas, abolición de quintas y repartimiento de la riqueza agraria.
● Las elecciones municipales: Fueron por primera vez de sufragio universal masculino directo para ayuntamientos,
diputaciones provinciales y jueces de paz. Los republicanos obtuvieron mayoría en 20 capitales, siendo una clara
derrota para el gobierno pese a que ganara en los distritos rurales. Las elecciones generales se fijaron para enero de
1869.

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Las colonias y la revolución de septiembre

En las Antillas se pensó que la revolución implicaría la concesión de derechos ciudadanos, la abolición de la esclavitud y una
administración autonómica, como proclamaron demócratas y republicanos.

En Puerto Rico ya existían movimientos en sintonía con EEUU preparando la independencia con un comité revolucionario
en Nueva York. Se organizó una sublevación en Puerto Rico, asaltando tiendas españolas, y guiados por Rojas proclamaron
la república y formaron gobierno provisional.

En Cuba, se reunía Carlos Manuel Céspedes con los otros líderes para firmar el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de
la isla de Cuba, en contra de la tiranía española, los tributos, falta de derechos ciudadanos y de libertad política, civil y
religiosa. Prometen la abolición de la esclavitud, ser una nación independiente y como medida urgente la abolición de los
impuestos españoles.

En la Constitución de Cádiz se definió a España como “el conjunto de españoles de ambos hemisferios” que, con la de 1837,
acabaría aparcando el status de las colonias. Cuando en 1860 EEUU abolió la esclavitud, España no escuchó a los insulares,
naciendo así el Partido de la Libertad y la Independencia de Cuba. El capitán general español Lersundi en Cuba reprimió
las revueltas de 1868 pero Céspedes contaba con 5000 hombres, frente a los 7000 de aquel.

Lersundi pidió al gobierno de Serrano reformas. Llegaría el general unionista Dulce a la Habana con la promesa de que Cuba
elegiría diputados para las Cortes Constituyentes pero no contentó a nadie.

De desataron las revueltas, con ataques a los elementos españoles, líneas de ferrocarril y telégrafos y Céspedes proclamó libre
a todo negro que se sumase a la independencia. Por otro lado, negreros famosos costearon con el Banco de la Habana los
batallones de Voluntarios del Orden, fuertemente represivos, obligando a emigrar a 100.000 habitantes. Dulce, por su parte,
desterró a los independentistas. Entre 1868 y 1869 llegaron 18.000 soldados españoles, quintos, que no acabaron con el
problema y con unos sublevados apoyados por EEUU.

Dulce renunció al cargo considerando la guerra acabada y el partido de los esclavistas creó el Casino Español de la Habana,
grupo de presión para organizar negocios. Caballero de Rodas desembarcó en la Habana en 1869.

En Filipinas tampoco tenían derechos políticos y estaban regidos por un régimen señorial solapando el concepto de justicia
real con los privilegios de las órdenes religiosas y de los empleados españoles. La realidad es que el dominio español no era
real y solo el monopolio del tabaco hacía su presencia rentable. No se invirtió en obras públicas ni se creó un sistema de
administración territorial, aunque hubo intentos con la creación del Consejo de Filipinas y un plan para secularizar la segunda
enseñanza y las universidades.

La Constitución de 1869

El proceso electoral constituyente

Por un lado, la coalición del partido unionista de Serrano, el progresista de Prim y Sagasta y el democrático de Rivero,, con
un programa de monarquía constitucional, sufragio universal, libertades y orden. Por otro lado, los republicanos con un
programa republicano, Estado federal, redistribución de la riqueza y mejora de las clases populares. En las ciudades se
manifestaron ambos bandos. Existía hostilidad entre el gobierno y los federales.

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Las elecciones a Cortes Constituyentes en 1869 estaban llenas de tensión. Los republicanos federales pedían el voto a partir
de los veintiún años. Por otro lado, la reacción clerical enturbiaba el clima electoral al ser asesinado el gobernador civil de
Burgos en la catedral en protesta por el decreto de incautación de archivos. Por primera vez , casi cinco millones de varones
mayores de veinticinco años votaron. El triunfo fue para el gobierno. La coalición monárquica obtuvo 280 escaños, frente a
los 80 federales y los carlistas con 30.

Isabel II proclamaba nulo el proceso desde París. En febrero se abrieron Cortes Constituyentes. Rivero presidenció la Cámara
y Serrano le encargó formar gobierno.

El debate constitucional

Las primeras medidas no fueron populares, el gobierno pidió un ejército de 25.000 hombres, incumpliendo la abolición de las
quintas, por las partidas carlistas y la guerra en las colonias. La segunda, el empréstito de 100 millones de escudos. Se organizó
la redacción del texto en veinticinco días. El debate giró en torno al concepto de España. Se aprobaron los derechos humanos
como imprescriptibles. El artículo referido a la libertad de cultos, por primera vez en la historia de España, fue polémico.
Estuvieron al frente progresistas y republicanos, estos últimos debatieron tanto el artículo referido a la monarquía democrática
como el de la organización de las fuerzas armadas, defendiendo la república y un ejército dividido en voluntarios, servidores
de la patria, y profesionales, permanente para la defensa exterior. Al no lograrlo, centraron su programa en la abolición de
quintas y en mantener a los Voluntarios de la Libertad. Famoso el discurso de Emilio Castelar sobre la separación de Iglesia
y Estado, con una Iglesia libre dentro de una sociedad libre.

Cánovas estuvo en contra del sufragio universal, aunque sin lograr convencer, siendo clasista al respecto, exponiendo que las
clases altas lo son por haber trabajado y ahorrado más. En la votación de la Constitución, los tradicionalistas rechazaron el
texto sin formar parte, los republicanos lo acataban aunque sin aceptarlo. Unionistas, progresistas y demócratas la votaron,
promulgándose el 6 de junio de 1869.

El texto constitucional

Es el primer código democrático de la historia de España, adelantándose bastante al resto de Europa. Junto al sufragio universal
masculino, secreto y directo, se establecían una serie de derechos ciudadanos, ilegislables e imprescindibles, por encima de
cualquier poder ejecutivo e incluso del propio legislativo, evitando autoritarismo o la intención del Estado de coartar las
libertades personales. Así, junto con las clásicas libertades políticas de expresión, imprenta e ideas, se recogían novedades :
derecho de reunión y asociación pacífica, puente para el sindicalismo; inviolabilidad de la correspondencia; ampliación
de las libertades de pensamiento y enseñanza; culto público de cualquier religión y la libertad de trabajo para los
extranjeros. Tales libertades expandieron nuevas teorías, sobre todo el positivismo, el marxismo y el anarquismo. Aunque no
se logró la explícita separación Iglesia-Estado, los republicanos lograron que por primera vez no se declarara confesional.

Se insistía en la soberanía popular como fundamento del Estado, en forma monárquica, organizado en la división de poderes
y la descentralización. La soberanía residía en las Cortes, integradas por el Congreso y Senado, votados ambos por sufragio
universal masculino. Para ser elector bastaba ser ciudadano elector mayor de 25 años. Los diputados en el Congreso lo eran a
razón de 1 por cada 40.000. El Senado era elegido por sufragio universal indirecto, 4 por provincia, aunque con restricciones
clasistas (más de 40 años, título universitario, gran propietario o patrono industrial, o haber ocupado un alto puesto del Estado).
Así, en el Senado se representaban no sólo a las provincias sino a las élites de los territorios. Las Cortes eran el poder
legislativo, únicas capacitadas en aprobar y decidir impuestos y presupuestos, ejercer la moción de censura, interpelar al
gobierno y alta cota de control ejecutivo.

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En relación al poder ejecutivo, por una parte el rey se situaba al frente como “monarca constitucional” sin poder de toma de
decisiones sino sólo a través de los ministros. Para ser ministro había que ser diputado y las Cortes podían exigir sus
responsabilidades o reprobarlos. Se definió independiente, con independencia de los jueces del poder ejecutivo, se implantó
el juicio por jurados populares y se reguló la acción pública contra jueces que delinquieran.

Con respecto a la distribución territorial del poder, se recuperó el protagonismo de los ayuntamientos y diputaciones, con
alcaldes elegidos por sufragio universal. Quedaron asuntos sin resolver, como el estatuto de las colonias, la relación entre el
ejército permanente y las milicias ciudadanas, el principio de contribución proporcional en hacienda. Estos problemas se
solaparon a los principales conflictos, la guerra colonial, sublevaciones contra quintas y el rechazo a nuevos impuestos.

La regencia de Serrano

Cuando se debatió el texto constitucional se planteó la hipótesis de la unión con Portugal, coronando a un portugués, ya por
la vía republicana de la Federación Ibérica.

Hubo práctica unanimidad en excluir a los Borbones de la Corona. En ausencia de rey, correspondía a un regente ocupar el
vacío. Prim pasó a primer plano como jefe de gobierno, buscando una alianza entre progresistas y demócratas, y conservando
la cartera de Guerra.

En 1869, los federales, tras los buenos resultados en las municipales de 1868, estaban decepcionados con los menos de 100
escaños en las Constituyentes de 1869. Se organizaron como oposición. Les preocupaban las libertades, los derechos y las
formas de gobierno, las quintas, el nuevo impuesto personal, el trabajo y mejores salarios y las tierras privatizadas de los
campesinos, que desde las Cortes de Cádiz se prometía el reparto de la riqueza nacional y la abolición de las rentas feudales.
Prim les acusó de tender hacia el socialismo.

Los campesinos de Jerez, amotinados contra las quintas de Prim, fueron la excusa del gobierno para acusar al federalismo de
promover el socialismo. A su vez, se manifestaron miles de mujeres madrileñas contra la movilización de 25.000 jóvenes. En
el republicanismo federal se diferenciaron entre los “benévolos”, que optan por el gradualismo, y los “intransigentes”, que
exigían el cumplimiento inmediato de las expectativas.

A pesar de los resultados electorales, el Partido Republicano Federal crecía debido a las quitas de Prim, organizándose en
un verdadero partido de masas. La iniciativa fue catalana con Valentí Almirall a la cabeza, con un modelo interno de
organización de República federal dentro del partido y la fórmula de organizar las provincias federalmente por similitudes
geográficas e historia común. Se firmó un pacto federal defendiendo los derechos constitucionales alcanzados, que podían
defenderse con la insurrección.

En Madrid se firma el pacto nacional, por el que se creaba un consejo federal. Se establecía el derecho a la sublevación
armada. Se establecía una asamblea central, con representantes regionales, sin soberanía central sino compartida. Con tal
panorama, se suspendieron las sesiones de Cortes. Los federales nunca tuvieron aspiraciones separatistas, por lo que las
insurrecciones federales de 1873 hay que tomarlas más como una lucha de las clases más desfavorecidas.

El republicanismo se impregnó de federalismo al ir parejo a la exigencia de un poder controlado a nivel de municipio y el


rechazo a las clases acomodadas. Albergaba además la cuestión obrera, con huelgas como instrumento de reivindicación
laboral.

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El gobierno propuso entonces la ley de 1821 que ponía bajo autoridad militar los delitos de conspiración contra la monarquía
o la Constitución, la seguridad interior o exterior del Estado. Suponía una auténtica ley marcial al someter estos delitos a
consejos de guerra. El pretexto eran las guerras carlistas, pero el gobierno también lo aplicaría contra los federal es. Sagasta
prohibió las manifestaciones populares en las que participaron los Voluntarios de la Libertad, que eran de mayoría federal.
Se produjeron manifestaciones reclamando diferentes derechos, en contra de impuestos, pidiendo tierras o trabajo o mejor es
salarios, estando este grupo siempre envuelto. Finalmente Sagasta anunció su disolución.

En septiembre se produjeron revueltas en Barcelona y Cataluña, con sindicalistas obreros en contra de los capitalistas,
buscando el fin de la explotación. A la vez, los Voluntarios de la Libertad se movilizaban en Andalucía, con más de 45.000.
Prim se movilizó para poner en vigor la citada ley, propuso la suspensión de las garantías constitucionales y los republicanos
se retiraron de la cámara, oponiéndose. Los líderes federales llamaron a las armas en Andalucía reclamando los derechos.

Bastó el anuncio de la llegada de tropas para disolverse, aunque con resistencias en Cádiz, Málaga, Zaragoza y Valencia, con
carácter de guerra. El liderazgo de Pi y Margall, partidario de los cauces legales de la República federal, hizo que fracasaran.
Logró que los diputados federales volvieran a las Cortes y venció a Castelar.

● La búsqueda de un rey: El destronamiento de Isabel II conmocionó a Europa. Los revolucionarios necesitaban la


aceptación internacional del gobierno provisional, dispuesto a una monarquía sobre la base del sufragio universal.
Fue reconocido por EEUU, Italia y Francia. Finalmente toda Europa reconoció el gobierno de Serrano, salvo el
Vaticano. Se firmó la paz con Perú y Chile. Sin embargo, la situación interior era tensa por los carlistas, los federales
y finalmente la internacionalización del movimiento obrero.
La búsqueda de un rey se demoraba. Los candidatos eran el propio cuñado de Isabel II, el duque de Montpensier,
quien financió las conspiraciones militares contra Isabel, pero sin apoyos suficientes. Fernando de Coburgo, viudo
de María Gloria de Portugal tuvo más apoyos para suscitar la Unión Ibérica, apoyada por progresistas. Sin embargo
se casó por amor con una artista. Hubo más candidatos apoyados por otras potencias como Prusia. Prim sondeó a
Espartero, quien se negó. Se impusieron los de Saboya, por el prestigio del Risorgimento entre liberales y
demócratas, con Amadeo como favorito de Prim.
Por otro lado, los borbónicos no habían dejado de conspirar para restablecer a Isabel II y a partir de 1870 para su
hijo Alfonso, tras la reina abdicar en él.
Finalmente, con los federales exigiendo los Estados Unidos de Iberia a las Cortes, Prim ofreció a Amadeo de Saboya
la Corona en 1870.
● Las sublevaciones republicanas: Las quintas para la guerra cubana creaban malestar social, con los republicanos
federales haciendo de este asunto su tema preferente. Surgieron además de sus filas obreros adheridos al
internacionalismo, solapando demandas sobre impuestos y quintas. Cuando el gobierno presentó la Ley de Orden
Público y el reemplazo de 40.000 quintos, la insurrección volvió a estallar, sobre todo en Barcelona y Madrid y
regiones campesinas de Galicia. En Andalucía crecía el bandolerismo como método de supervivencia.
En 1870, doctrinas como la del pacto sinalagmático (poder escalonado de abajo hacia arriba: municipios, provincias,
cantones y estados), crecían. Este radicalismo contenido en el federalismo provocó también escisión en el seno
republicano. La proclamación de la república francesa en 1870 provocó entusiasmo. El propio Prim la había
reconocido y se apresuró a coronar a Amadeo.
Paúl y Angulo, ahora federal radical, volvió del destierro y predicaba la revolución armada, atacando a Prim, quien
falleció asesinado, culpándose del crimen a Paúl, quien lo negó.
● Las insurrecciones carlistas: Comenzaron en 1872, ya reinando Amadeo I. Hubo una conspiración entre
tradicionalistas, neocatólicos y ultraconservadores, con la unión de carlistas y católicos “Dios y fueros”. El Partido

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carlista lanzó un manifiesto de parte del duque de Madrid, titulado así mismo como Carlos VII. Se organizaron en
juntas y casinos para recaudar fondos para armas. El levantamiento popular se inició en 1869 en Cataluña, Valencia
y las dos Castillas, aunque fracasaron.
La causa carlista catalizó a los sectores ultra y la boina roja se tomó como símbolo. Cabrera tomó el liderazgo,
creando una junta central y un periódico, aunque finalmente dimitió y tomó el poder Nocedal.

El reinado de Amadeo I (1872-1873)

La tensa vida política

La muerte de Prim fue definitiva para la debilidad de su reinado. Prim había conseguido unir a demócratas, progresistas y
unionistas, ahora las rivalidades no permitirían consolidar un gobierno estable.

Los dos años de reinado estuvieron llenos de tensiones, dos guerras, la carlista y la cubana, presiones esclavistas,
conspiraciones de los alfonsinos, con Cánovas al frente, además de los federales con cada vez más internacionalistas en sus
filas. Salieron a la palestra líderes como Sagasta y Ruiz Zorrilla, sustituyendo a Prim, y sobre todo destacaron las maniobras
del general Serrano. Zorrilla desaparecería tras caer Amadeo I, pero Sagasta continuó hasta su muerte. Amadeo era un joven
y convencido demócrata.

El primer gobierno del reinado lo presidió Serrano, con progresistas, unionistas y demócratas. Convocó elecciones a Cortes.
El rey Amadeo, con veintiséis años cuando murió Prim, entró en Madrid. Las primeras elecciones fueron favorables al gabinete
ministerial, con maniobras de control por parte de Sagasta, al frente de Gobernación. Se juró la Constitución y fue un gobierno
de continuidad. Por primera vez los carlistas eran el partido de la oposición.

Se abrieron Cortes en 1871. Presidió el Congreso Salustiano Olózaga. El rey, como impulsor constitucional, alentó convocar
elecciones en Puerto Rico, primer paso para solventar el conflicto antillano. La recluta de 35.000 quintos fue motivo de protesta
popular, aunque los planes quedaron desbaratados. Se cambió el reglamento de las Cámaras de Cortes, reforzando el poder
legislativo y el control del ejecutivo, quedando más lejos la soberanía popular y la democracia.

El recién constituido gobierno de progresistas y demócratas dió paso a un nuevo gobierno de Serrano, quien eventualmente
declinó, siendo Ruiz Zorilla quien integró en su gabinete unionistas, progresistas y demócratas, sin lograr la aceptación de
Sagasta. El gobierno de Zorrilla confeccionó un censo de propiedades rústicas y urbanas para recaudar ingresos, cubrió un
empréstito de deuda y dió amnistía general a presos políticos, sobre todo federales. Amadeo recorrió entonces España
popularizando su imagen con éxito tras las amnistías. Finalmente tendría que dimitir Zorrilla por la constante agitación obrera
y campesina.

Los partidos políticos ante el sufragio universal

Obligaba a reorganizar el funcionamiento de los partidos. Los viejos partidos liberales venían funcionando conforme al
sufragio censitario. Tenían ahora que ganar el convencimiento de casi 5 millones de varones mayores de 25 años. Esto daba
ventaja al Partido Federal Republicano, que nació como un partido de masas. El Partido Conservador se reorganizaba con
Cánovas pero con un posible empuje del carlismo y el neocatolicismo en sus filas. Mientras Sagasta era proclive a pactar con
los unionistas de Serrano, Zorrilla lo era con los republicanos. Los de Sagasta se conocieron como constitucionalistas y los de
Zorrilla como radicales. Ambos fueron el primer intento de adaptar el liberalismo a los principios del sufragio universal, a la
democracia y a la pugna electoral. Gobernaron los dos años de Amadeo I pero sin consolidarse. Posteriormente, de ambos

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partidos surgió la fusión que lideró Sagasta durante las décadas de la Restauración.

El debate sobre la Internacional

Sagasta al frente del gobierno planteó la disolución de la Internacional por ilegal. Creía al fantasma del comunismo culpable
de la agitación. Se afanó en buscar argumentos para declararla no pacífica, pues la Constitución daba libertad de asociación
pacífica. Sin embargo, las propuestas revolucionarias de la Internacional no eran menos incompatibles con la Constitución que
las de carlistas o federales.

Sagasta planteó la Internacional como enemiga del Estado, de la religión, de la familia y sobre todo de la propiedad, derecho
constitucional. La respuesta republicana fue rotunda. Castelar planteó que si el gobierno consideraba inmoral la propiedad
colectiva entonces habría que condenar a la Iglesia católica y señalaba al carlismo y a los alfonsinos como más peligrosos para
la seguridad del Estado por querer destruirlo. Salmerón, por su parte, expuso que la propiedad era sólo un derecho, y que de
ser injusta debía desaparecer.

Los republicanos echaron mano del pasado libera, desamortizador y expropiador, para justificar que la propiedad es justa y es
legítima en tanto que sirve los fines racionales de la vida humana y, de no suceder, la propiedad es ilegítima y debe desaparecer.
Estos argumentos eran los mismos que los de Pi y Margall. Los defensores de la Internacional se orientaron en otra dirección,
la de apoyar el cuarto estado, el de los trabajadores.

Conservadores y unionistas apoyaron a Sagasta, que ganaron, sin embargo el Tribunal Supremo expuso que el derecho de
asociación y de huelga no podía anularse. Sagastra buscó incluso apoyo de los gobiernos europeos para luchar contra la
Internacional.

La Internacional (1864) fue organizada en Londres por un puñado de revolucionarios europeos para encauzar la justicia en
una organización obrera para superar las fronteras de la burguesía y alcanzar una sociedad igualitaria, comunista. Creció con
las crisis económicas. Surgieron dos facciones, encabezadas por Marx y Bakunin. En España, despegó desde las bases del
republicanismo federal. Así, Fanelli enviado por Bakunin, se puso en contacto con dirigentes republicanos españoles para crear
la primera AIT en Madrid y posteriormente un sector en Barcelona. Contaron con más de 8 millones de afiliados en Barcelona.

La influencia internacionalista se desplegaba desde las redes asociativas de los republicanos federales y sus estructuras.
Compartieron ideario en asuntos como el republicanismo federal, jurado mixto, abolición de quintas, aumentos salariales,
derecho al trabajo y reparto de tierras. Eran sin embargo programas desmesurados de difícil implantación. En Barcelona
celebraron su primer congreso, con 100 delegados y unos 15.000 afiliados, donde se hicieron dominantes las tesis de Bakunin
sobre el Estado y los partidos políticos. Además de rechazar al Estado, la ley y cualquier autoridad, proponían un
comunitarismo del trabajo y de la producción. Se debía vivir sin Estado y se podía vivir sin gobierno. Para alcanzar esto, era
imprescindible una revolución antiautoritaria que se articulaba espontáneamente.

Antes de que se ilegalizara, había experimentado la presión gubernamental, con cierre de periódicos y detención de
internacionalistas. Continuaron, sin embargo, en la clandestinidad. Su fuerza era notoria en Cataluña, Valencia, Málaga y
Cádiz, por encima de Madrid. Eran pequeños grupos que llevaban a cabo agitación propagandística, con máximo auge en el
levantamiento cantonal de 1873.

El debate sobre la abolición de la esclavitud y la guerra de Cuba


Prim llevó las riendas del gobierno durante la promulgación de la Constitución en 1869 y la llegada del nuevo rey a finales de

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1870. En el conflicto cubano fracasaron sus conversaciones con EEUU y se desbarataron sus planes de una Unión Ibérica.
Derrotaba a los carlistas pero no era capaz de solventar la paradoja de una monarquía sin rey. El proyecto de ley sobre
matrimonio civil y la Ley de Orden Público fueron, junto con las Antillas, los principales problemas.

En Cuba, había desembarcado en 1869 Caballero de Rodas (pág.50) como capitán general, tras haber sometido a los federales
en Andalucía. Mientras Prim negociaba con EE.UU, propuso a los independentistas cubanos un plan de sumisión, como
requisito previo a la amnistía y después votar por la autonomía o la independencia. EE.UU mantuvo posiciones ambiguas. Las
pretensiones de Prim complicaban la situación, porque provocaban la negativa de los líderes cubanos, para los que la abolición
de la esclavitud era innegociable, pues eras los propietarios de la mano de obra esclava y habían descubierto que la autonomía
de las islas podía ser el medio más eficaz de evitar que la metrópoli legislara la abolición de la esclavitud. Las tropas financiadas
por los esclavistas impedían la autonomía con su práctica de “tierra quemada”, saqueos e incendios. La metrópoli no pudo
enviar más soldados porque los federales boicotearon las quintas y obligaron a concentrar al ejército en la península.

La llegada de Manuel Becerra como ministro de Ultramar desalentó al partido español en las Antillas. La Constitución no
terminaba de aplicarse y no se definía el estatuto de las islas, si eran provincias o colonias. Decretó la organización de
ayuntamientos, estableció una casa de moneda en la Habana, dictó órdenes sobre aduanas, contabilidad y presupuestos, todo
ello con un proyecto de ley para declarar de cabotaje la navegación con la Península. Cuando tenía los proyectos de ley para
declarar libres a los hijos de esclavos nacidos en Cuba y a los esclavos que sirvieran en el ejército español preparados, sal ió
del gobierno por las presiones unionistas.

Moret continuó con tales proyectos y los presentó a Cortes. La abolición respondía a varios factores. Desde principios de siglo
el tráfico de esclavos era ilegal internacionalmente, lo que, junto con la Guerra de Secesión en Norteamérica, prometía la
libertad a quienes tomaran las armas contra los dueños españolistas. Cánovas presentó en las Cortes en representación de la
Unión Colonial, el partido esclavista, el no abolir la esclavitud. La ley Moret que penalizaba la esclavitud con un impuesto
especial, liberaba a ancianos y a los que eran del Estado, creaba los “vientres libres”, además de permitir comprar la libertad
a los que hubieran apoyado a las tropas españolas. Preveía la abolición progresiva con indemnización cuando estuvieran los
diputados cubanos en el Congreso. Moret buscaba la abolición progresiva para no echarse encima al partido esclavista de las
Antillas, que eran los que pagaban la guerra contra Céspedes, principal instigador de la independencia en Cuba.

Los independentistas trataban de forzar el apoyo de EE.UU. Continuaron los enfrentamientos esporádicos, acciones de
guerrilla, siempre con la inferioridad española. Las tropas independentistas, bien organizadas y conocedoras del terreno,
inspirados por el patriotismo, luchaban contra reclutas españoles que iban por obligación. Además, se añadía el problema de
las enfermedades tropicales.

Por otro lado, en 1870 se declaraba la autonomía de Puerto Rico, como fórmula experimental previa, para luego negociarla
con Cuba. Fue sin embargo abolida por Serrano en 1874. Sería un precedente importante para futuras negociaciones en ambas
islas.

Desde la defensa de Zorrilla de la abolición de la esclavitud y las reformas en las Antillas, se boicotearon sus proyectos. La
presión norteamericana, con una tarifa arancelaria para el azúcar producido por esclavos, hacía la situación más complicada.
Los diputados más radicales plantearon la abolición en Puerto Rico, al haber menos esclavos, y postergar hasta el final de la
guerra el problema en Cuba, con más de 25.000 bajas y más de 74.000 soldados destinados. Para solucionar el problema de
las quintas había que finalizar la guerra y la insurrección carlista.

Zorrilla comienza con urgencia las reformas en ultramar para lograr la paz y así abolir las quintas. Tramita la ley de

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ayuntamientos para las Antillas y la abolición de la esclavitud, ambos complementarios, con el rechazo del Centro Hispánico-
Ultramarino de Madrid, con gran fuerza económica, quien tachó de antipatriótico al que opusiese contra el interés oligárquico
y llamaba al rey, Cánovas y Caballero otros conservadores. En la asamblea de Madrid deciden poner todos los medios posibles
para evitar la reforma.

La sublevación carlista

En el conflicto de la Internacional, Sagasta buscaba hacerse con el control del liberalismo progresista en el poder, pero este
tema lo enfrentaba con Zorrilla, comprometido con los principios democráticos. Ambos lanzaron diferentes manifiestos en
nombre del Partido Progresista. Fernández de los Ríos propuso la unidad del partido progresista, pero Zorrilla estuvo firme
en no reprimir la Internacional y en defender las opiniones ciudadanas, mientras que Sagasta se acercaba a los unionistas sobre
la primacía del Estado. Para Zorrilla los derechos individuales eran ilegistables e irrenunciables.

En las Antillas, Zorrilla propugnaba la autonomía para Puerto Rico y Cuba. La división progresista y demócrata quedó
marcada.

Sagasta se encontró en Cortes frente al partido de Zorrilla, además de carlistas, republicanos y alfonsinos. Se alió con los
unionistas, formó gobierno y convocó nuevas Cortes. No pudo ganar y convocó otras en el mismo 1872.

Ganaron los unionistas, seguidos por el Partido Constitucional de Sagasta y el Partido Radical de Zorrilla. Podían gobernar los
dos primeros, pero debían contar con diputados federales y carlistas. El Congreso lo presidió Ríos Rosas, el incombustible
unionistas, y al mes dimitía Sagasta para dar paso a un gabinete con Serrano al frente.

Hubo un intento de insurrección por parte de las fuerzas republicanas y democráticas, pero Zorrilla no la secundó y se retiró
de la vida política de momento. Pi se opuso a la rebelión armada y buscó la conciliación. A su vez, se acababa de controlar
una insurrección en Filipinas. El pretendiente carlista también organizaba una insurrección, aunque fue derrotado y salió de
España. Pese a ello, Serrano firmó el convenio de Amorebieta con los carlistas, reconociendo a sus jefes el grado militar que
tenían antes de pasarse al bando carlista y se organizaba el intercambio de prisioneros. A la vez, el gobierno proponía suspender
las garantías constitucionales, Amadeo I se opuso y recurrió al general Córdoba para formar un gobierno que incorporase a
Zorrilla y salvar la legalidad democrática, quien finalmente aceptaría. Sin embargo, su gobierno no contaba con mayoría en
Cortes. Amadeo sufrió un atentado y los que se oponían a las reformas esclavistas podían estar detrás.

Zorrilla acudió al rey para firmar la ley Moret antiesclavista y movilizó tropas al Norte mientras se levantaban partidas carlistas
en Cataluña, donde hicieron actividades de sabotaje de industrias, con patronos y obreros haciéndoles frente. El gobierno
publicó una circular electoras con la abolición de la esclavitud, la autonomía de las Antillas y la abolición del sistema de
quintas y de matrícula de mar, junto con un sistema de jurado popular.

Los resultados fueron apabullantes a favor de Zorrilla, aunque hubo abstención y boicot carlista. Amadeo I se comprometía a
cumplir las promesas arriba citadas y deploraba no establecer relaciones con la Santa Sede.

La crisis del régimen y la abdicación de Amadeo I

La recluta de quintos fue de nuevo la causa para recurrir a las armas. A los republicanos se les aplicaba la Ley de Orden Público
y más de mil fueron condenados en consejo de guerra. Los republicanos radicales exigían la revolución social, en comités
secretos contra la dirección de Pi, quien se oponía. Lanzaron un programa de insurrección: abolición de quintas, creación de

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un ejército de voluntarios, nacionalización de bancos, regulación de precios, democracia directa, justicia libre y reforma
agraria.

En 1872 se intentó también una insurrección sincronizada de obreros en varias ciudades que fracasó, aunque añadiendo
malestar. Los carlistas, por su parte, se levantaban en la famosa partida del cura Santa Cruz, provocando la guerra en las
comarcas vascas, con un bandolerismo cruel, fusilamientos, y que sería emulado por otros curas. El aspirante Carlos mandaba
cartas con sus aspiraciones. El general Primo de Rivera no lograba derrotar a las partidas carlistas, ocupado en la política de
Madrid.

Las guerras carlistas constituían un factor permanente de acoso a la monarquía, pero el problema más serio lo constituía la
Liga Nacional constituída contra la reforma en las Antillas, por lo que la escalada contra Zorrilla creció. La abolición de la
esclavitud era inminente en Puerto Rico y el Casino Español de la Habana y todos los esclavistas exigían a Amadeo I que no
se presentasen en Corte los proyectos. También se oponían a los proyectos de democracia municipal, porque la Ley de
Ayuntamientos supondría el sufragio universal masculino en las islas por primera vez. Tanto metrópoli como colonias querían
detener al gobierno.

Cuando llega a Corte el proyecto abolicionista, la diputación de la nobleza española se pronuncia en contra. Sin embargo,
gracias a la Ley Moret se liberaron 30.000 esclavos. Los inicios de 1873 fueron convulsos al agitarse los círculos de la Liga
Nacional, dirigidos por los alfonsinos.

El gobierno no cedía y aumentaba la tensión con medidas como la secularización de los cementerios, la abolición de quintas y
matrícula de mar, las reformas sobre los impuestos y cruces sobre la aristocracia. Se ceden atribuciones a los municipios de
Puerto Rico y la Liga Nacional arrecia en sus movimientos. Sucede de nuevo el conflicto de los artilleros, con su disolución y
la reorganización de la artillería con otros suboficiales y ascensos a sargentos.

El rey abdica. La Liga Nacional había logrado sus objetivos, paralizar las reformas en las Antillas. Los ataques contra Zorrilla
se cobran la caída de la monarquía democrática. Se proclamó la República por primera vez en España en 1873.

La I República

La presidencia de Figueras

Se proclamó por amplia mayoría, con un gobierno con Figueras de presidente, Castelar en Estado, Pi en gobernación, Nicolás
Salmerón en Gracia y Justicia, Echegaray en Hacienda, Córdoba en Guerra, Branguer en Marina, Becerra en Fomento y
Francisco Salmerón en Ultramar. Figueras pidió confianza en la República para asegurar la libertad y el orden.

La mayoría de la cámara eran progresistas radicales, quienes con demócratas y federales optaron por una república ante el
vacío de poder, antes que la de regencia, preferida por los unionistas.

Para amplios sectores campesinos la República significaba el reparto de la propiedad, para las clases populares el derecho al
trabajo y menos impuestos, para otros, como los internacionalistas o los intelectuales del federalismo, la ocasión de implantar
sus utopías. La impaciencia provocó la desunión.

Los detractores, propietarios bien articulados en torno a partidos liberales moderados y progresistas no dejaron de conspirar.

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El primer gobierno fue de coalición de radicales con republicanos. Apareció el recurso de constituirse en Juntas, ocupar tierras,
abolir quintas e impuestos, lo que la prensa monárquica utilizó para atacar a la República como si fuese un caos.

En Barcelona, los ciudadanos se manifestaban para pedir el Estado catalán y las diputaciones catalanas acordaron constituirse
en Estado federal, quitando a los militares el mando y constituyendo un ejército de voluntarios.

Pi y Margall se tuvo que enfrentar a eso, quien era un partidario de las reformas sociales y coherente federalista. Además, l os
del Partido Federal obtuvieron puestos públicos, discriminando a los radicales. La Asamble parlamentaria se declaró en sesión
permanente y abolió las quintas. Figueras volvió a formar gobierno, nombrando a 38 gobernadores civiles para reemplazar a
los radicales, pero el gobierno necesitaba a la Asamblea, de mayoría radical, para la estabilidad.

Pi ordenó disolver las juntas revolucionarias, por lo que los federales intransigentes animaban a sublevarse. Pi estableció la
milicia republicana, restableciendo los cuerpos de Voluntarios. Sería el contrapeso al Ejército y salvó al gobierno de la
intentona de Serrano. Ante la falta de fondos para armar a los Voluntarios de la República, con jornaleros y parados, y otra
tropa permanente, afín a la monarquía y a Alfonso de Borbón.

En Cataluña se solaparon las presiones carlistas, el internacionalismo obrero y las aspiraciones federalistas. La diputación de
Barcelona al haber proclamado el Estado catalán, se erigió como máxima autoridad. Los carlistas, por su parte, hicieron del
catolicismo su bandera con la una República atea y anticlerical.

El gobierno quiso hacer valer la Constitución de 1869, salvo en lo referente a la monarquía, hasta la promulgación de una
Constitución republicana, y como tarea urgente abolir la esclavitud, organizar a los Voluntarios de la República, abolir títulos
aristocráticos y replantear la distribución de tierras señoriales.

Por otra parte, se extendía el conflicto campesino, ocupando las tierras de los terratenientes. En Puerto Rico, se abolía la
esclavitud y se aprobaba la supresión de la matrícula de mar (sistema de reclutamiento entre la población marinera al servici o
de la Armada).

El pánico entre las clases propietarias les hizo exiliarse en Biarritz, conspirando contra la República. Antes lo hicieron desde
dentro, concentrados en torno al general Serrano, a quienes sin embargo frenó el gobierno con la milicia. Pi y Margall pudo
haber proclamado la República al disolver la Asamblea, pero quiso cumplir la legalidad y esperar a la Asamblea Constituyente.
Perdió el favor de los radicales, que se exiliaron. La situación internacional no era favorable.

Se celebraron unas elecciones limpias, con un resultado rotundo a favor de los federales, con los intransigentes como minoría,
y con una gran abstención debido al conflicto carlista.

La presidencia de Pi y Margall

En junio se abrió la Asamblea Constituyente, con divisiones. Castelar y Salmerón encabezaron el federalismo sin contenidos
sociales, y Barcia y Contreras al grupo de “revolución social”, y en el centro quienes apoyaron a Pi y Margall.

Se votó por unanimidad la República federal como forma de gobierno. A Pi y Margall le temían los moderados Castelar y
Salmerón por sus ideas sociales, mientras que los intransigentes y los internacionalistas lo criticaban de modo constante. En
la Asamble Constituyente, Pi y Margall pidió a la cámara redactar la Constitución y anunció varias reformas: reparto de la
propiedad agraria, jurados mixtos de obreros y fabricantes en el ámbito laboral, control del trabajo de los niños, aplicación de

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la enseñanza pública gratuita, separación Iglesia-Estado, abolición de la esclavitud en Cuba.

Hay una novedad radical, la de que toda persona encuentra asegurados en la República todos los derechos naturales. A
partir de tales principios se organizaría el código en 17 títulos y 117 artículos. Totalmente nuevo era el título primero dedicado
a la “Nación Española”, con sólo 2 artículos, el primero definiendo a España como una nación compuesta por Estados y el
segundo sobre los españoles y sus derechos, y la obligación de defender a la patria con las armas. Se separaba expresamente a
la Iglesia del Estado y se prohibía subvencionar ningún culto por parte de la Nación, Estados federales, regionales o municipios.

Los títulos III al XIV regulaban la separación de poderes, los niveles de soberanía entre municipios, Estado regional, federal
o Nación. Se estipulaba la independencia del poder judicial.

El levantamiento cantonal

Aunque el texto constitucional se redactó con rapidez para evitar nuevas insurrecciones federales, los acontecimientos se
precipitaron. Pi y Margall formó un gobierno con los moderados para arreglar la deuda y acometer reformas. Pero todo parecía
insuficiente a los intransigentes, había levantamientos carlistas y los alfonsinos conspiraban, aumentando la influencia de
Serrano. Pi pidió poderes extraordinarios para controlarlos. Los sucesos desbordaron al gobierno, en Cataluña el ejército no
podía acabar con los carlistas, mientras posiciones intransigentes e internacionalistas luchaban contra la milicia ciudadana
controlada por las instituciones. Hubo motines en Andalucía pidiendo tierras y reformas sociales, donde se creó un cantón,
redujeron la jornada laboral a 8 horas, los alquileres al 50%, confiscaron bienes de la Iglesia y tierras sin cultivar para repartirlas
entre los jornaleros. El gobernador La Rosa, nombrado por Pi, restableció el poder.

Los carlistas amenazaban Irún y Bilbao y chantajeaban a la Compañía Ferroviaria del Norte. Se discute entonces en la Asamble
Constituyente la suspensión de las garantías constitucionales, se rechaza que sólo sea en las provincias vascas. El 15 de jul io
media España estaba levantada cantonalmente.

El manifiesto del madrileño Comité de Salvación Pública, con Roque Barcia al poder, pidió comités análogos en otras
provincias. A su vez, la huelga papelera de Alcoy tomó el ayuntamiento y constituyó una comuna colectivista, arrasando
fábricas, matando a guardias civiles y al alcalde republicano. Sucesos similares en Toro. Pi y Margall pidió al general Velarde
restablecer el orden con más de 6000 soldados en Alcoy y al general Ripoll controlar Andalucía. Los intransigentes hicieron
de Cartagena el núcleo central cantonal.

Pi aceleró la redacción de la Constitución pero la insurrección era imparable. Trató de formar gobierno pero se le opusieron
los republicanos moderados. La Asamblea Constituyente votó entonces a Salmerón para presidir el gobierno. Roque Barcia,
desde Madrid, reactivó la sublevación cantonal contra el gobierno de Salmerón, surgiendo cantones en varias ciudades.

El levantamiento cantonal no se puede reducir a una minoría exaltada ni a separatistas. Formaron un directorio provisional de
la federación española, para constituirse como un gobierno provisional de la Federación Española, con Roque Barcia como
presidente.

Proclaman reformas urgentes, redención de las rentas forales en Galicia y Asturias, supresión de rentas feudales, replantear la
supresión de los señoríos y eliminar privilegios feudales. Todo ello para eliminar el registro de la propiedad, sustituyéndolo
por uno municipal y gratuito, eliminando el “derecho de hipoteca”. La propiedad de la tierra fue el mayor conflicto del siglo
XIX, los cantonales declaraban que las fincas sin cultivar por sus dueños durante 5 años pasarían al control municipal y
finalmente a los colonos para acabar con la servidumbre.

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En las reformas económicas, reorganizaban los ministerios, se establecían sueldos públicos, supresión de coches a los
funcionarios y se abolían gastos imprevistos y secretos en los presupuestos de la República federal española. Más decisiva la
medida para establecer una contribución sobre el capital, la creación de bancos agrícolas, industriales y mercantiles para
desarrollar la riqueza desamortizada y eliminar la usura. Buscaban suprimir los vestigios del antiguo régimen feudal para que
los ciudadanos vivieran de su trabajo. Algunos reconocieron el derecho al trabajo y la jornada de 8 horas y gravar más a los
ricos.

Los tres focos donde más actuó el cantonalismo en 1873 fueron Valencia, Andalucía y Murcia, además de Salamanca y Toledo.
En Cataluña los carlistas dificultaron a los federales, además de existir la división interna con los internacionalistas y la
existencia de sindicatos que lograron aumentos salariales y la jornada de 11 horas a cambio de defender los sectores
proteccionistas del sector industrial. Por todo ello, cuando los carlistas quemaron el ateneo obrero de Igualada, los trabajadores
apoyaron al gobierno de la República y no a los federales intransigentes. En Alcoy y Jerez fueron los obreros los protagonistas
del cantón.

Las presidencias de Salmerón y Castelar

Los seguidores federales de Salmerón y Castelar temían que los intransigentes llevaran al caos internacionalista, por lo que se
declararon unitarios frente a los federales de Pi y Margall. En mayoría en la Asamblea Constituyente derrotaron a Pi y
encargaron a Salmerón formar gobierno, quien organizó tres expediciones para acabar con los cantonalistas. Reorganizó el
cuerpo de artillería para satisfacer al estamento militar, declaró piratas a las escuadras sublevadas en Cartagena y llamó a
escuadras inglesas y alemanas a intervenir. Abrió camino para perseguir a la Internacional.

El impacto de la entrada de Pavía fue enorme en Andalucía y creó temor en el resto de cantones y fueron cayendo uno a uno.
Cartagena resistió hasta 1874. El final fue de dura represión, Salmerón militarizó a los Voluntarios de la República y nombró
a generales alfonsinos para luchar contra los carlistas. Los alfonsinos, al verse imprescindibles, conspiraron.

El problema de la República en 1873 fue el de haber perdido el control de bases federales, requiriendo de los alfonsinos para
reprimirlos, además de la guerra contra el carlismo, que contaba con 70.000 hombres en el norte de España y Valencia.
Establecieron su cuartel y su corte en Estrella, logrando gran articulación. Moriones sustituyó a Serrano y logró controlar
Aragón.

Salmerón dimitía porque la Asamblea no votaba para eliminar la pena de muerte, aunque Pavía ejecutase a los cantonales en
Sevilla. Se votó a Castelar como presidente de la República, quien inspiró confianza incluso entre los conservadores, y
gobernó discretamente mediante decretos.

En una serie de decretos, suspendió las garantías constitucionales y estableció la censura de prensa. Buscaba el apoyo de
radicales y conservadores, que decidieron volver, entre ellos Cánovas, dando un impulso a los alfonsinos. Los radicales de
Martos se pronunciaban a favor de una República unitaria, abiertamente antisocialista, apoyando a Castelar.

Al conflicto carlista se le añadió el de la guerra cubana. Nada más comenzar la República se abolió la esclavitud en Puerto
Rico. Sin embargo, cuando cayó la República a manos de Martínez Campos, el gobernador recobró las antiguas facultades.
En Cuba no había decisiones democráticas al respecto y el proyecto de Capdevila de extender a los cubanos los derechos de
la Constitución de 1869 no se llegó a aplicar. Castelar trató impulsar que la provisión de cargos judiciales en Cuba los llevase
el Tribunal Supremo. Sin embargo, la presión de la Liga Nacional de propietarios reunió 12.000 firmas para el aplazamiento
de las reformas.

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Los republicanos no tuvieron fuerzas ni recursos para tomar decisiones más coherentes. Los independentistas cubanos
aprovecharon la mala situación de la República para desplegar un contrabando con el que abastecerse de armas. Mientras, la
esclavitud y la organización constitucional de la isla de Cuba seguía sin avanzar. El grupo de propietarios seguía siendo
necesario para el control insular.

En otoño de 1873, el Gobierno estaba concentrado en acabar con los carlistas y establecer el mecanismo político tras el periodo
de excepcionalidad de Castelar. Los carlistas tenían posible financiación en Guipúzcoa de los esclavistas cubanos. En Cataluña,
al carecer de unidad de mando, sólo ocuparon poblaciones por sorpresa.

Las maniobras contra la República crecían y los republicanos se dividían. Los alfonsinos lanzaban amenazas de levantamiento
si se abolía la esclavitud en Cuba. Castelar aplazaba estas cuestiones y criticó que la República dependiese de generales
alfonsinos como Martínez Campos y Jovellar, del conservador López Domínguez y del radical Pavía. López Domínguez
amenazaba con un golpe de Estado.

Del pronunciamiento de Pavía al de Martínez Campos

Castelar defendió ante las Cortes su uso de los plenos poderes, pretendía formar dos partidos dentro de los republicanos, el
conservador y el progresista, pero fracasó y Salmerón le derrotó. La Liga Nacional querían ahora cortarle el paso porque sabían
sus intenciones. Al saberse el rumbo de las Cortes, el general Pavía ocupaba las calles y entraba en las Cortes con sus tropas.
Castelar, que era aún presidente del gobierno, destituyó a Pavía y recibió la unanimidad de voto que antes perdió.

Pavía trató de unir a Castelar, Cánovas y Martos en un mismo gobierno. Ni los representantes de los partidos ni los generales
se opusieron al acuerdo y entonces Pavía amenazó con una dictadura militar, con la ordenanza como código constitucional.
Entonces, los radicales, los conservadores y los republicanos unitarios acordaron recurrir al general Serrano, porque detrás del
golpe estaban los esclavistas y las clases propietarias peninsulares.

La primera acción del gobierno de Serrano fue suspender las garantías constitucionales y declarar vigente la Ley de Orden
Público de 1870. Recibió el reconocimiento de Alemania y las repúblicas americanas. Se disolvió la Internacional, deportando
a más de 5.000 militares internacionalistas y cantonalistas.

Quedaba acabar con los carlistas, que se concentraban en asaltar Bilbao, donde buscaban encontrar rango estatal a su
movimiento. Serrano levantó el asedio. En Cataluña controlaban Gerona y actuaban por Barcelona y Lleida.

Sin embargo, los carlistas tenían tensiones internas entre sus diputaciones vascas y con el obispo de Urgell, además de intrigas
en torno del pretendiente Carlos.

Desde 1874, Serrano había encomendado el gobierno al general Zabala, quien formó gobierno sin los radicales. La realidad es
que Sagasta se hizo con el control y reprimió a la izquierda política mientras dejaba que los alfonsinos promovieran la vuelta
de su candidato Alfonso.

La guerra con los carlistas se prolongaba con altibajos. Sus incursiones eran cada vez más atrevidas, fusilando a liberales
indiscriminadamente. Sin embargo, el general Jovellar controlaba el Maestrazgo y en el norte los liberales se imponían a los
carlistas. Por ello, las conspiraciones de los alfonsinos crecieron, cabía la posibilidad de que se estabilizara la República de
Serrano.

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El gobierno desterró a los alfonsinos notorios, pero no consiguió frenarlos, siguiendo firmes bajo las riendas de Cánovas. Este
publicó un manifiesto donde se describía español, católico y liberal, y proponía restablecer una monarquía constitucional.
Quedaba por precisar el tipo de Constitución. Tras el pronunciamiento de Martínez Campos en 1874, restaurando la
monarquía, el nuevo gobierno de Cánovas contrarrestó las medidas del Sexenio Democrático, sin convenirles los intereses
abolicionistas del esclavismo o el problema de las tierras desamortizadas. Además, la creación del Banco de España había
quitado al Banco Español de la Habana el monopolio, y el hombre fuerte de Cuba fue el propio hermano de Cánovas, quien
sería conde del Castillo de Cuba y movilizó los recursos para la causa alfonsina en 1874.

TEMA 7. Alfonso XII y la Restauración. La instauración de un nuevo sistema político. Su


funcionamiento (1874-1885).

No se comprenden los fundamentos de la Restauración sin comprender el Sexenio Democrático. Los proyectos ilusionantes y
fallidos enmarcados en la Guerra Carlista en el norte, levantamientos cantonales en el Levante y Sur y la insurrección de las

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colonias. Por otro lado, problemas sin solucionar en administración, Ejército, Iglesia, campo y ciudad.

Tres sectores propulsaron el cambio: alfonsinos, círculos coloniales y determinados grupos militares. El partido alfonsino
se había formado para apoyar la restauración monárquica, pero con una regeneración política. Debía el régimen apoyarse en
una formación liberal conservadora, capaz de convivir con progresistas y republicanos. Se pretendía un sistema parlamentario
basado en la alternancia de partidos. Cánovas del Castillo fue el líder conservador que buscaba restaurar a los borbones,
terminar con la intromisión del Ejército en la vida política y un modelo de sociedad que respetase el orden, la seguridad y l a
propiedad.

Su programa político se reflejó en el Manifiesto de Sandhurst, en diciembre de 1874, por el príncipe desde Inglaterra, donde
se estaba formando. Había sido redactado por Cánovas y subrayaba ser una propuesta integradora con cabida para todas las
opciones, siempre que se aceptaran las normas del régimen político. Basado en la soberanía compartida por rey y Cortes y
amparado por un texto constitucional. El rey protegería a la religión católica pero sería tolerante en la cuestión religiosa.

Los círculos coloniales son el segundo grupo de apoyo. Los grupos burgueses tenían importantes intereses coloniales,
inquietados por los proyectos antiesclavistas y las reformas administrativas del Sexenio. Cuando Cánovas asumió la jefatura
del alfonsismo, encontró varios grupos dispuestos a apoyar la nueva opción política siempre que defendiese sus intereses
coloniales.

El tercer apoyo fue el del Ejército, especialmente los oficiales a los que Serrano dió el mando militar contra el carlismo. Se
encontraban vinculados con los círculos coloniales, opuestos a las reformas democráticas, mantener la esclavitud y el orden
social.

La Restauración tuvo a Cánovas como protagonista. No descartaba proclamar a Alfonso XII por una representación del
Ejército, pero prefería un procedimiento civil en las Cortes. Pese a ello, Cánovas no pudo controlar los acontecimientos y debía
asegurarse un apoyo por parte del Ejército.

Desde 1873, Cánovas recibió el encargo de Isabel II de dirigir a los alfonsinos y sopesó la posibilidad de instaurar la
Restauración con un pronunciamiento militar, por ello intensificó relaciones con generales como Jovellar y Primo de Rivera.

En 1874, Cánovas se reunió con los principales alfonsinos, con idea de controlar la acción militar. Los acontecimientos se
sucedieron sin control de Cánovas. Los burgueses dispuestos al cambio y los dominadores de las colonias tuvieron mucho que
ver. Los alfonsinos en Valencia sabían del apoyo dado por Martínez Campos, que marchó sobre Sagunto y proclamó a
Alfonso de Borbón rey de España el 28 de diciembre. Buscó apoyo de Jovellar, que aceptó el mando, y a su vez Primo de
Rivera apoyó el movimiento, poniéndose a disposición de Cánovas para que formase gobierno.

Cánovas veía cómo perdía el control y restó méritos al Ejército en la restauración del rey. Sin embargo no tenía nada que
temer, los mandos dieron el futuro político a Cánovas. Serrano no ofreció resistencia.

El proyecto político de Cánovas

Principios doctrinales

A Cánovas se le atribuye ser el artífice del régimen político de la Restauración, pese a que el proyecto no fuese exclusivamente
suyo. Cánovas estuvo afiliado al Partido Moderado y a los Unionistas con posterioridad. Participó en la revolución de 1854

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con O’Donnell al mando, llegando a ser ministro de Gobernación, Ultramar y Hacienda. En la revolución de 1868 se apartó
de la vida pública. Sería Isabel II quien le llamara para la causa alfonsina.

Estaba influido por las corrientes del conservadurismo europeo, el doctrinarismo francés y las ideas de Edmund Burke. Fue
periodista, escritor, orador, conferenciante e historiador. Era un político nacido del liberalismo del siglo XIX. Creía en la ley,
la separación de poderes, los derechos individuales y en el Estado liberal. Pese a ser conservador, estaba guiado por su
racionalismo, su fe en el progreso y su independencia con respecto a la Iglesia. Partidario de la continuidad histórica en cuanto
al orden social y los valores tradicionales como la familia, la religión y la propiedad. Trató de compaginarlo con un cierto
intervencionismo del Estado a favor de las clases necesitadas.

Su proyecto político promulgaba un régimen liberal, estable y conciliador sobre estos principios:

● Monarquía constitucional y parlamentaria con el rey como eje.


● Constitución abierta y tolerante.
● Parlamento representativo con partidos que aceptasen las reglas.
● Soberanía entre rey y Cortes.
● Poder civil basado en la alternancia de partidos.
● Fin de los pronunciamientos como base del cambio de gobierno, por lo que el rey fue jefe del Ejército.

Con todo esto, sus principales objetivos eran consolidar el régimen y sus instituciones, construir un Estado centralizado y bien
estructurado, pacificar España, mantener el orden social, la propiedad y el pacto consensuado.

Funcionamiento del régimen

Destacan cuatro aspectos: la creación de dos grandes partidos capaces de alternarse en el poder, una élite dirigente más allá
del partidismo unida mediante intereses, el pacto de las fuerzas políticas y la utilización de la estructura caciquil para lograr el
resultado electoral deseado.

Las dos formaciones respondían al modelo de partidos del sufragio restringido, no eran partidos de masas. Su base electoral
era estable e incluía sólo una pequeña parte de la población. Es un periodo de élites gobernantes y de poder, existiendo una
vinculación entre las decisiones de los gobernantes y la defensa de los intereses oligárquicos.

El rey no nombraba al jefe de gobierno al representante del partido más votado, sino que designaba al próximo jefe de gobierno
conforme al consenso de las fuerzas políticas. Ese político disolvía las Cortes, convocaba elecciones y ajustaba los resultados
a lo establecido, dependiendo así del pacto, del respaldo de su partido y de la estructura caciquil. Pese a ello, ni Alfonso XII
ni la regente María Cristina nombraron al jefe de gobierno de forma arbitraria, dependiendo los pactos de partido del bien de
la nación. Era una democracia ficticia pero aceptada por las principales fuerzas.

Una figura fundamental es la del cacique local o regional, que controlaba el comportamiento electoral en su circunscripción y
aseguraba los votos necesarios. Comenzaba desde el Ministerio de Gobernación, desde donde se asignaban los nombres a cada
distrito para los candidatos locales a ser elegidos, tanto para el gobierno como para la oposición. Diseñados los resultados, los
caciques locales ajustaban lo más posible los resultados.

La existencia de este sistema ha de entenderse desde el prisma de la España rural del siglo XIX, poco preparada para la vida
política. Eran las élites locales las que se convertían en intermediarios entre la comunidad local y el Estado. El Estado era

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capaz de prestar servicios y ejecutar obras públicas imposibles para las arcas locales, por lo que pedía a cambio votos concretos.
A cambio de esos votos, el notable local distribuía favores.

Los políticos nacionales debían obtener mayorías suficientes para el gobierno pero también para que la oposición tuviese un
protagonismo suficiente. A lo largo de la Restauración se fue modificando el proceso, con cada vez un cuerpo electoral más
preparado e informado. Así los partidos tuvieron que buscar otros medios para obtener votos y el sistema parlamentario dejó
de ser una estructura ficticia.

Balance

Las características de Cánovas, moderado y conciliador, pero autoritario en su concepción del régimen, llevan a concluir que
creó un régimen estable y liberal, aunque no democrático. Resolvió el problema de la gobernabilidad del país, que arrastraba
todo el siglo XIX, creó una Constitución abierta y de larga duración, pacificó el país tanto del carlismo (1876) como de la
guerra colonial (1878). Por el contrario, permitió el caciquismo y una vida electoral desvirtuada, no supo integrar las
aspiraciones de las grandes masas, falló en la visión política internacional y colonial. Todo ello le pasó factura.

Hubo además otras ventajas, como la de incorporar a la nación a la normalidad de las potencias del entorno, sentando las bases
del Estado liberal, se instrumentalizó el diálogo y el consenso entre partidos, aprobó leyes que consolidaron el Estado de
derecho, reestructuró administración y justicia e incorporó el sufragio universal masculino. España creció de forma sostenida
desde 1870, con una nueva sociedad civil y profesional, creciendo las ciudades, los servicios y la cultura se equiparó a la d e
Europa.

Es una etapa de normalización y modernización, incorporando España al normal desarrollo de los países europeos de finales
del siglo XIX.

Los gobiernos conservadores

El primer periodo de la Restauración (1875-1880) estuvo definido por el gobierno del Partido Conservador. Cánovas no estuvo
siempre al frente, distinguiéndose varias etapas.

● Enero - septiembre 1875, primer gobierno de Cánovas.


● Septiembre - diciembre 1875, gobierno de Jovellar.
● Diciembre 1875 - marzo 1879, segundo gobierno de Cánovas.
● Marzo - diciembre de 1879, gobierno de Martínez Campos, dimitió por falta de apoyo de la mayoría conservadora.
● Diciembre 1879 - febrero 1881, tercer gobierno de Cánovas.

Este primer periodo es de formación del régimen, creando las estructuras básicas. Se aprobó una nueva Constitución y se
regularon los mecanismos del bipartidismo, formándose el partido Liberal-Conservador. Los grupos de izquierdas defendieron
la Constitución de 1869. Hasta 1880 no se crearía un Partido Liberal unificado.

La formación del Partido Liberal-Conservador

Estuvo liderado por Cánovas desde el principio. Se forma del entendimiento de varios grupos de la era isabelina, sobre todo
del Partido Moderado y de la Unión Liberal. Los antiguos moderados manifestaron restablecer la Constitución de 1845, el ala
más derechista de los conservadores. Frente a ellos, los unionistas y el pequeño grupo de la oposición liberal-conservadora,

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sobresaliendo Francisco Silvela. El tercer sector, el de los revolucionarios más reconvertidos, como Romero Robledo.

Marcaron los objetivos en el Manifiesto de los Notables de 1876, expresando el deseo de afianzar las conquistas del espíritu
moderno, estabilidad política, orden público y social y la paz. Su intención era integrarse al grupo de las naciones
parlamentarias prósperas de Europa.

En los primeros meses de su gobierno, Cánovas se enfrentó al sector más conservador del partido y a resistirse a las demandas
de los moderados: restituir la Constitución de 1845, prohibir todo culto no católico y la vuelta de Isabel II. A cambio, hizo
unas concesiones iniciales, la abolición del matrimonio civil y el cierre de templos y escuelas protestantes. Estaba, sin embargo,
dar un carácter liberal al régimen, obteniendo el apoyo de Alonso Martínez, escindido del partido de Sagasta y constituido
como Centro Parlamentario. Así conseguía un partido liberal-conservador cohesionado. Mientras, se iba definiendo la otra
gran formación política de la Restauración: los liberales de Sagasta.

El proceso constituyente

En diciembre de 1871 se constituyó un Ministerio-Regencia liderado por Cánovas. Incluyó en él a representantes de distintas
tendencias, nombrando a Martínez Campos capitán general de Cataluña. El gobierno quedó constituido por el Real Decreto
de 1875, comenzaba un periodo constituyente para definir las estructuras del nuevo régimen.

Primero, afianzar la figura del rey, convirtiéndolo en una pieza clave del sistema, jefe supremo del ejército; después, crear
un marco constitucional que aunara los principios de la Carta Legal de 1845 con las libertades recogidas en la Constitución
de 1869; restaurar el orden social y político; escoger entre los leales a los representantes del sistema en todo el país; conceder
el mando del ejército a generales afectos a la causa alfonsina; pacificar la Península y las colonias.

Se desarrolló por fases. Primero una comisión para crear la Constitución, basada en una Asamblea de mayoría moderada,
presidida por Alonso Martínez, con miembros canovistas, moderados y constitucionales, con nueve delegados. Segundo
convocar elecciones generales a Cortes Constituyentes para aprobar la Constitución. La fórmula era el sufragio universal, en
vigor desde 1870. Cánovas no quiso implicarse y nombró a Jovellar jefe de gobierno. En diciembre de 1875 se convocaron
elecciones, por lo que Cánovas tomó el poder de nuevo.

Se proporcionó una amplia mayoría al Partido Conservador, una minoría significativa a la oposición y una pequeña
representación a los disidentes: 333, 40, 6. Hubo una abstención del 50% y apareció la manipulación elemento de la crítica
monárquica.

Entre marzo y mayo se discutió el proyecto constitucional en ambas cámaras, con especial atención al artículo 11, el de la
cuestión religiosa.

Constitución de 1876

Era un texto flexible, capaz de integrar a las distintas fuerzas sociales e impulsar el consenso. Numerosos aspectos jurídicos
quedaron abiertos a negociación, pendientes “de lo que dicten las leyes”.

Alonso Martínez fue el que la escribió, con las ideas de Cánovas. Recoge la tradición constitucional del siglo XIX, con
influencias de todas las anteriores: de 1837 la organización y funcionamiento de las Cámaras, Fuerzas Armadas y Ultramar;
de 1845 la soberanía compartida; de 1856 la tolerancia religiosa y de 1869 los derechos individuales.

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Era corta, con 13 títulos y 89 artículos. Destaca la defensa del Estado unitario y centralista, con división de poderes;
soberanía compartida por las Cortes con el Rey; el refuerzo de la figura del monarca como “médula del Estado”, como
legislador junto con las Cortes, responsable de nombrar jefe gobierno, ministros y funcionarios públicos y su capacidad de
disolver Cortes, teniendo que convocarlas en tres meses; era además mando supremo de las Fuerzas Armadas; Cortes
bicamerales, compuestas de Senado, representando a las fuerzas sociales, un 50% de derecho propio y otro 50% por sufragio
universal restringido e indirecto por las corporaciones del Estado y los mayores contribuyentes. y el Congreso, de orden más
popular; sitúa fuera del marco legal a los partidos o asociaciones que no respetan los principios del sistema; religión católica
oficial con libertad de culto en el ámbito privado.

Los objetivos de los gobiernos conservadores

Establecido el marco jurídico, buscaron consolidar el régimen, controlar el orden social y recuperar la paz civil. Controlaron
por ello la prensa, la libertad de expresión y buscaron la reconciliación con la Iglesia. Cánovas anuló el juicio por jurado y
relegó el matrimonio civil en beneficio del canónico.

Destaca la aprobación en 1878 de una ley electoral para Cortes que suprimía el sufragio universal maculino y restringía el
derecho a voto, sólo para mayores de 25 años con una determinada renta y nivel mínimo de estudios. Eran 85.000 votantes de
determinadas élites. Daban al ayuntamiento la elaboración del censo electoral, la presidencia de las mesas electorales a los
alcaldes y la potestad de revisión a las Cortes. Era un paso en pos del control de los resultados.

Otras resoluciones, la de distinción entre partidos legales e ilegales, reordenación de provincias y municipios y la Ley de
Imprenta de 1879, controlando las publicaciones, con presiones para la prensa y censura.

La cuestión educativa sufrió cambios, al considerar que las enseñanzas eran poco acordes a la moral católica. Anularían la
libertad de cátedra y suspendería el cargo de varios profesores de secundaria y universidad. Cánovas consideró la medida
estricta e intentó frenar la fuga de los reacios a ello, teniendo que aprobarla para no perder a lo moderados, aunque permitió la
creación de la Institución Libre de Enseñanza.

El éxito más sonado sería la pacificación interna. El carlismo se presentaba como guerrillas en La Mancha y Aragón, con
mayor extensión en Cataluña y Levanta y gran organización en el norte. El gobierno no reparó en costes. La victoria llevó
varias etapas. Primero, pacificándose en centro; en 1875 se terminó en Cataluña con Martínez Campos y Jovellar; finalmente,
el escenario carlista por excelencia, Navarra y País Vasco, con un ataque en invierno de 1875 y culminando en febrero de
1876. En Vizcaya y Guipúzcoa los estatales vencieron por su mayoría, 160.000 contra 3000. Primo de Rivera marchó sobre
Estrella, capital del carlismo, en febrero de 1876. Alfonso XII tomó el mando al final, entrando victorioso en San Sebastián y
Pamplona, y abandonando don Carlos España. Reafirmó su figura de rey-soldado y su carácter pacificador.

El fin oficial lo puso la Proclama de Somorrostro en 1876. Los carlistas marcharon al exilio, comprendiendo la imposibilidad
de vencer en el futuro, aceptando el régimen y acogiéndose al indulto.

Sin embargo, el carlismo no moría con el final de la guerra. Cándido Nocedal lideraría el partido defensor del carlismo por la
vía legal mientras que otros seguían promoviendo el levantamiento armado.

Tras la guerra, se abolieron los fueros de las Provincias Vascongadas en 1876. En compensación, se permitió cierta autonomía
fiscal y financiera en la zona con recaudaciones para el Estado.

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En los primeros años, Cánovas tuvo una frontal oposición por parte de católicos integristas, profundamente antiliberales. La
aprobación del artículo 11 de la Constitución, a pesar de definir el catolicismo como religión oficial, permitía la libertad de
cultos. Los integristas defendían la unidad de España con identificación de España con el catolicismo, invocando el
Concordato de 1851. Tras la derrota carlista y tras don Carlos rechazar entrar en política, tuvieron que organizarse ellos
mismos. Sin embargo, la formación no tuvo éxito por no alcanzar la fuerza suficiente, porque el Vaticano no aprobó su
implicación en una lucha política organizada y porque Cánovas buscó el entendimiento.

El objetivo del gobierno era el respaldo de la Iglesia a la Restauración para contrarrestar a los integristas. Cánovas solicitó ante
la Santa Sede una aclaración sobre el liberalismo, para que los católicos españoles pudieran aceptarlo. León XIII elaboró en
1883 la encíclica Cum multa en la cual indicó que la Iglesia no debía implicarse directamente en la lucha política, además
ésta no podía excluir a los católicos liberales. Esto supuso una llamada a la reconciliación. El pontificado de León XIII hay
que entenderlo dentro de la cuestión romana. Ante la situación internacional, el objetivo del papa era desbloquear el
aislamiento exterior y recuperar su prestigio en las relaciones internacionales. Las Iglesias nacionales debían colaborar con
estos objetivos.

A la posición de la Santa Sede se le sumaron la convergencia de objetivos entre el régimen de Cánovas y la Iglesia. Cánovas
era conservador y respetuoso con el catolicismo. Muchos políticos dinásticos eran practicantes, tenían principios comunes con
la Iglesia. Si se coaligaban, la Iglesia podía hacer una defensa moral de los valores y el Estado proteger a la Iglesia. Aún así
esto no fue aceptado fácilmente por los integristas españoles.

En política exterior, Cánovas definió la proyección internacional de España. En primer lugar, la decadencia de España le hizo
adoptar la prudencia como modo de actuación. Las derrotas francesas e italianas las consideró bajo una idea de decadencia de
las naciones latinas, que eran la de una raza y una cultura. Otro objetivo, al ser una pequeña potencia, era la de mantener el
statu quo, llevando a España lejos de los principales conflictos. Era una época de recogimiento. Buscó apoyo de las potencias
para mantener la monarquía, la integridad territorial y evitar males mayores. Los conflictos sucederían en Ultramar. Cánovas
no era amigo de las alianzas, además España tenía poco potencial bélico y muchos intereses territoriales que defender, por lo
que no era un aliado apetecible. A partir de 1880, las potencias latinas se expandieron por el norte de África, llevando a
Cánovas a un cambio de actitud, a la vez que reforzaba su presencia en el Pacífico.

Hacia la formación del Partido Liberal

En el periodo inicial de la Restauración no hubo un partido cohesionado capaz de hacer oposición. El bipartidismo no se
consolidó hasta 1880 con el Partido Fusionista, de inspiración liberal. Estuvieron desunidos en propósitos, dirigentes y
aglutinados por el deseo de mantener la Constitución de 1869: defensa de la soberanía nacional y derechos individuales. Sin
embargo, una serie de grupos de la oposición aceptaron la restauración monárquica y las nuevas bases.

En 1871 el antiguo Partido Progresista se había escindido. El ala derechista y militares de la Unión Liberal formaron el
Partido Constitucional, bajo Serrano y Sagasta. El ala izquierdista, formó el Partido Radical, liderado por Zorrilla,
republicano.

Los constitucionales, al iniciarse la Restauración, manifestaron su intención de integrarse en el sistema y de participar en el


Parlamento. El Partido Constitucional se dividió en 1875, por una parte una minoría dirigida por Alonso Martínez se inclinó
a Cánovas para elaborar un nuevo texto constitucional y, por otro lado, la mayoría de los constitucionales, liderados por
Sagasta siguieron defendiendo la Constitución de 1869.

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Sagasta, de sólida educación y periodista, siempre militó en el progresismo. Apoyó la revolución de 1868, fue ministro de
Gobernación con Prim y ocupó varias carteras durante el reinado de Amadeo de Saboya. Era presidente de gobierno cuando
sucedió el pronunciamiento de Sagunto. Su carisma le llevó a liderar a los liberales en la Restauración.

Los constitucionales se opusieron al principio a la nueva Constitución de 1876, pero una vez aprobada la aceptaron,
posibilitando integrarse en el sistema. Su objetivo era ser la alternativa política del conservadurismo. Sus primeros años fueron
problemáticos. En 1877 se retiraron de las Cortes en protesta a los sólo 8 senadores vitalicios nombrados por el rey de un total
de 110. En 1878 volvieron al Parlamento y su gesto se tomó como un signo de moderación y concordia. No obstante, en 1879
Cánovas aconsejó al rey no llamar a Sagasta, pues confiaba de su lealtad a la Corona. En 1880, con la creación del Partido
Fusionista, se dió un gran paso en su evolución como partido, al cual se sumó Martínez Campos y grandes de España como
los duques de Alba o Medinaceli. Iniciaron su política de presión para tener una participación más activa y una alternancia en
el poder, con amenazas de rebelión. Cánovas sabía que para el buen funcionamiento del sistema había que tener contenta a la
oposición. Por ello, en 1881 se cambió el ejecutivo, al pedirle a Alfonso XII llamar a Sagasta para convocar elecciones y
formar gobierno.

El primer gobierno de Sagasta (febrero 1881 - octubre 1883)

Moderación en la política de reformas

En el primer gobierno de Sagasta estuvieron presentes todas las fuerzas políticas que en 1880 habían compuesto el Partido
Fusionista: constitucionales (Albareda, Camacho), centristas (Alonso Martínez) y conservadores disidentes (Martínez
Campos). Sagasta aplicó la moderación a su gobierno y a la política de reformas que pretendía llevar a cabo. Quizá por ello
favoreció a la derecha del partido. Se reconoció el derecho de reunión y opinión, se aprobó un Real Decreto sobre la libertad
de prensa, suprimiendo las suspensiones a periódicos, anulando las penas del periodo anterior a periodistas y delimitando los
delitos de injuria y calumnia. A su vez, promovió una política educativa aperturista.

Con la circular de Albareda se derogó el anterior decreto que eliminaba la libertad de cátedra. Los profesores destituidos se
reintegraron a la universidad y se recuperó la libertad de enseñanza. Se relevó a más de la mitad de los componentes de los
ayuntamientos en beneficio de aquellos con posturas liberales.

Destacó la Ley Provincial de 1882, con la provincia como ente administrativo, dirigida por un gobernador y regida por una
Diputación Provincial; la Ley de Imprenta, que reafirmaba la libertad de expresión y comunicación. Además, se tocaron otros
puntos como la administración local, el derecho de asociación y el juicio por jurados.

En economía se reformó la Hacienda y se llevaron a cabo dos actuaciones librecambistas: el levantamiento de la suspensión
de la base quinta de la reforma arancelaria y el tratado de comercio con Francia. El sufragio universal se dejó para el futuro.

Sagasta remodeló el modelo de gobierno en 1883 y dimitió en octubre debido a varios sucesos, como la sublevación
republicana en Cataluña y la de Seo de Urgel, además de las tensiones con Francia por la tendencia progermana de Alfonso
XII. La verdadera causa fue la división liberal al escindirse de su partido la Izquierda Dinástica formada por constitucionales
y antiguos radicales, con Serrano y Posada Herrera al mando.

Sagasta cedió el poder a Posada Herrera, que formó un nuevo gobierno sin elecciones, con Sagasta obstaculizando su labor.
La primera ocasión en los presupuestos y el sufragio universal, que, aunque apoyaba, votó en contra. Posada Herrera dimitió
por falta de apoyos, aunque consiguió una Comisión de Reformas Sociales, para mejorar el bienestar de las clases obreras,

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muestra de la nueva conciencia social.

Nuevo gobierno de Cánovas (1884-1885)

En enero de 1884 el rey decidió encargar el gobierno a los conservadores. Cánovas intentó ceder el mando a Romero Robledo,
pero el partido no lo aceptó. La presencia más significativa en el gobierno fue la de Alejandro Pidal y Mon, líder de la Unión
Católica, como ministro de Fomento, que le permitía controlar la enseñanza y la universidad. Era un destacado integrista,
opuesto a la Constitución de 1876, defendiendo la confesionalidad del Estado y criticando la tolerancia religiosa. El tiempo le
moderó y acabó aceptando las reglas del juego y formando su partido. Desde entonces hubo católicos ultraconservadores en
el partido canovista, participando en la enseñanza. Cánovas pretendía alejar a los católicos de la estela carlista, aunque fue una
alianza conflictiva.

Romero Robledo, como ministro de Gobernación, fue uno de los más problemáticos. Manejó con arbitrariedad los resultados
electorales, enfrentándose a Cánovas. Sólo los robledistas quedaron satisfechos con los resultados, lo que llevó a liberales y
republicanos a unirse en las municipales, ganando en Madrid y 27 capitales de provincia, por lo que Robledo dimitió.

Sin embargo, no fueron estos los problemas que hicieron caer al gobierno. En 1885 muere el rey por tuberculosis, se había
ganado en sus 11 años de reinado las simpatías de la sociedad y trajo estabilidad al régimen. Según la Constitución, debía ser
su viuda María Cristina quien tomara la regencia, durante la minoría de edad del heredero. Tenían dos hijas que podían
reinar si el nuevo hijo no era varón. Conforme a la Ley Sálica, si nacía varón podía reinar. María Cristina no tenía preparación
y llevaba poco en España, por lo que no era tan querida como la primera esposa del rey.

Los políticos veían esto con preocupación. Cánovas decidió dimitir y dar el gobierno a los liberales. Consideró que todos los
partidos dinásticos debían unirse en pro de la monarquía. Tramitó sus ideas con Sagasta en el Pacto del Pardo. Sin embargo,
ante la sorpresa de todos, María Cristina se reveló como una buena regente y tuvo entendimiento con Sagasta y los liberales.

TEMA 8. Regencia. Pacto político. Bipartidismo y turno (1885-1895).

El Pacto del Pardo y la regencia de María Cristina

El sistema político ideado por Cánovas tendrá su prueba de fuego y su consolidación tras el vacío institucional creado por la
muerte de Alfonso XII en 1885. La Constitución preveía a su viuda, María Cristina, como regente, durante la minoría del

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heredero, quien aún no se sabía quién era. Tenían dos hijas y la reina estaba embarazada. En virtud de la Ley Sálica, vigente
en España, de ser varón el nuevo hijo, éste sería el heredero.

Cánovas encargó a la regente que preparara gobierno con los liberales y María Cristina mostró ser prudente y escrupulosa con
respecto a la Constitución.

Formación del Partido Liberal

Los liberales volvieron al poder en un buen momento para su partido. En 1885 las distintas facciones llegaron a un acuerdo,
adoptando el nombre de Partido Liberal, reconociendo la jefatura de Sagasta. Redactaron un programa de gobierno y
Martínez Campos elaboró la Ley de Garantías, donde acataron la Constitución de 1876, aunque dejando claro que lucharían
por los derechos individuales, el sufragio masculino, el juicio por jurados y la reforma constitucional. Aceptaron la soberanía
del rey con las Cortes, renunciando a la soberanía nacional. Faltaba por atraer al partido parte de la izquierda dinástica,
presidida por el general López Domínguez, pero finalmente la unión no se produjo.

El gobierno largo de Sagasta y consolidación del programa liberal (1885-1890)

El primer gobierno de Sagasta durante la regencia integraba a varias tendencias liberales: Moret, Montero Ríos, Venancio
González, Alonso Martínez, Camacho, Gamazo, Jovellar y Berenger. Cristino Martos presidía el Congreso. En este periodo,
Sagasta remodeló el gobierno en tres ocasiones. Las Cortes de 1886, las más largas de la Restauración, casi agotando la
legislatura, fueron convirtiendo en realidad el programa liberal.

A pesar del éxito de su programa como partido gobernante, no fue fácil unir a fuerzas heterogéneas y aparecieron distensiones
entre los liberales en 1886. Romero Robledo y López Domínguez formaron el Partido Reformista, aunque de forma efímera
sin amenazar el bipartidismo.

La extensión del gobierno liberal permitió una gran labor legislativa que consagró las aspiraciones liberales desde el Sexenio,
consolidándose de forma definitiva el Estado liberal.

Entre las primeras leyes, destaca la Ley de Asociaciones de 1887, consagrando la libertad de asociación, afectando a las
obreras y las religiosas. Desde el debate sobre la Internacional de 1871 y el control impuesto en 1874, las Asociaciones obreras
estaban en clandestinidad, por primera vez eran legalizadas, apareciendo el PSOE y la UGT en 1888. En cuanto a las religiosas,
de momento quedaron fuera, aunque se regularizarán apelando a esta ley.

La Ley de lo Contencioso-Administrativo de 1888 regulaba el proceso contencioso, otorgando la última instancia de los
recursos al Tribunal Supremo de Justicia, en vez de al Consejo de Estado o a la voluntad del rey. La Ley del Jurado de 1888
acordaba el juicio por jurados para determinados delitos.

El Código Civil de 1889 consagra la defensa del orden social y de la propiedad privada. Culmina una red de códigos y leyes
encaminados a conservar el orden. Había tenido una larga gestación, especialmente por dos cuestiones: la compatibilidad de
dicho código con regímenes particulares, forales, y el conflicto de la Iglesia con la validez del matrimonio civil. Se llegó a un
compromiso, las provincias de Derecho Foral lo conservarían en toda su integridad y el Gobierno presentaría varios apéndices
del Código Civil que contuviesen las instituciones forales que conviniera conservar en cada territorio. Por otro lado, la Iglesia
aceptó la coexistencia de los dos tipos de matrimonio, igualmente válidos desde el punto de vista civil.

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La Ley Electoral de 1890 aprobó el sufragio universal masculino. Fue un proceso complicado, el Senado aprobó el proyecto
de ley, pero en el Congreso hubo conflictos. Se culmina el proceso constituyente de España y Sagasta reforzó el partido y su
liderazgo. Sin embargo, siguiendo las pautas de otros países, seguía sujeto a restricciones, sólo para varones de 25 años y hasta
6 motivos que limitaban el acceso y el proceso electoral siguió viciado por el caciquismo, por lo que el sufragio universal
masculino no aseguró en las urnas el reflejo de la voluntad popular.

Se produjo el enfrentamiento entre proteccionistas (Gamazo) y librecambistas (Moret). El conflicto surgió cuando Gamazo
propuso abaratar la producción mediante la rebaja de impuestos como portavoz de la Liga Agraria. Su actitud fue creando
mayores problemas a Sagasta. La política liberal había sido librecambista hasta 1881, a partir de ahora se cuestiona, acogiendo
las tendencias de pensamiento económicas europeas, donde triunfa una tendencia prointervencionista en lo económico y social.
En primera instancia, los liberales evitan responder a la crisis con medidas arancelarias (proteccionistas) pero la ineficacia les
hace ensayar la nueva política proteccionista de los conservadores: la creación de una comisión arancelaria, presidida por
Moret, que triunfa, autorizando la modificación del arancel.

La política exterior en los ochenta

Fue un periodo marcado por la expansión colonial de las grandes potencias. En Europa, Bismarck continuó siendo el árbitro
de las relaciones internacionales con un sólido sistema de alianzas bajo su hegemonía. Se basaba en :

- Doble Alianza de 1879: Alemania y Austria-Hungría.


- Alianza de los Tres Emperadores de 1881: Alemania, Austria-Hungría y Rusia.
- Triple Alianza de 1882: Alemania, Austria-Hungría e Italia.
- Tratado Secreto de Reaseguro de 1887: Alemania y Rusia.

En España, la política internacional quedó caracterizada por los liberales, que reaccionaron ante el recogimiento exterior de
Cánovas, impulsando una política exterior más activa. Siguió marcada por la hegemonía de Alemania, aunque se mejoraron
las relaciones con Francia y Gran Bretaña. Fue una época de intensa negociación de tratados comerciales.

El auge llegaría con Morey como Ministro de Estado. Cánovas tuvo una aproximación personalista sobre las relaciones
exteriores, mientras que Sagasta dejaba a sus ministros actuar. Su actitud quedó grabada en su Memoria sobre política
internacional, enviada a la regente en 1888, subrayando una política exterior de prestigio, con una diplomacia activa. Sin
embargo, quedó patente que las potencias no garantizaban el statu quo territorial ni las posesiones españolas de ultramar.

El primer episodio destacado sucedió en el gobierno de Cánovas, en la Conferencia de Madrid sobre Marruecos de 1880.
Durante el siglo XIX las potencias tuvieron facilidades para desarrollar el comercio con Marruecos, explotar sus riquezas y
colaborar con el gobierno marroqui. Las potencias rivalizaron por la influencia en el país. En 1880 se creó la conferencia para
regular el grado de intervención, en Madrid a propuesta británica, con Cánovas como presidente. El resultado fue el
mantenimiento del statu quo y la integridad de Marruecos, regulando la intervención de las potencias. Esta conferencia reveló
el aumento de las tendencias africanistas desde los inicios de la Restauración. En 1884, la Sociedad Española de Africanistas
y Colonialistas patrocinó expediciones a Guinea Ecuatorial y Costa de Oro.

El otro elemento a destacar es la adopción económica del librecambismo. En 1881 se buscó establecer nuevos acuerdos para
bajar los aranceles entre España y los otros países, como el Tratado de Comercio entre España y Francia en 1882. La
reorientación de esta política económica se plasmó también en la aprobación de los aranceles de 1886, favoreciendo la salida
de productos españoles, comprando maquinaria exterior. Esta política produjo, por el contrario, la reacción adversa del trigo

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castellano que vio amenazados sus intereses.

Otro aspecto a destacar de la política exterior es la implicación del rey en el exterior. Alfonso XII realizó viajes por Europa,
en Austria para visitar a Francisco José; Alemania, con Guillermo I y gran entusiasmo del militarismo prusiano; Francia, donde
fue recibido con hostilidad por su simpatía hacia Alemania.

En 1885 hubo una crisis con Alemania por la soberanía de las islas Carolinas y Palaos. En la Conferencia de Berlín se había
establecido la ocupación efectiva como premisa para defender su posesión. Las grandes potencias se dividían posesiones en el
Pacífico. En este contexto, Cánovas, preocupado ante la situación, decidió enviar una división naval a las islas. Bismarck se
adelantó a los planes de España, al haber dominado económicamente la zona con anterioridad. El asunto provocó la
negociación diplomática y una solución amistosa gracias a la mediación de León XIII. En el Protocolo de Roma de 1885 se
reconocían los derechos de soberanía que España reclamaba, pero se concedían ventajas económicas a Alemania. Se estableció
que los comerciantes podían ejercer sus actividades si no se asentaban en una zona donde estuviesen asentados los españoles.

Lo más destacado de la política exterior fue la adhesión indirecta de España en la Triple Alianza, en un acuerdo secreto con
Italia en 1887. Aportó poco a la posición española, que no ofrecía garantía territorial ni defensiva. Ambos aliados se
comprometían a fortalecer la monarquía y consolidar la paz. España contraía el compromiso de no llegar a acuerdos con
Francia que fuesen en contra de los países de la Triple y la búsqueda del statu quo mediterráneo. El pacto obtuvo el respaldo
de Alemania, Austria-Hungría y Gran Bretaña, referido al Mediterráneo y el norte de África, no las Antillas ni el Pacífico.

La alternancia en el poder

A partir de 1890 se sucedieron rápidos cambios de gobierno cada dos años. Ello nos hace suponer que el sufragio universal no
supuso una mayor transparencia ni un respeto a la legalidad, sino que siguió existiendo un manejo práctico de la voluntad
popular conforme a los intereses de los líderes políticos. Tampoco supuso un cambio en las formaciones políticas, lo que
supuso un inmovilismo debido a que la población donde caía el sufragio no era la más capacitada, lo cual permitió el
mantenimiento del sistema.

Sólo en Madrid, Barcelona y Valencia sucedieron diferencias en los resultados electorales. Tras la aplicación del sufragio
universal, la representación republicana fue elevada y constante, con la elección de diputados que representaban las
aspiraciones nacionalistas. La mayor parte de los electores que habían adquirido la capacidad de votar eran masas campesinas
analfabetas fácilmente manipulables, suponiendo el mantenimiento del sistema en las elecciones de 1891.

Hubo confrontación en la necesidad de nuevas reformas sociales y el anquilosamiento de las viejas estructuras de poder,
provocando inestabilidad y enfrentamientos, con un crecimiento de las tensiones sociales y políticas durante los 90.

El gobierno conservador (1890-1892)

Uno de los grandes aciertos de la Restauración fue el respeto por parte de Cánovas de las reformas liberales de la etapa anterior,
consolidando los cimientos de la modernización social.

Cánovas inició nuevas políticas y defendió la intervención del Estado para resolver problemas económicos y sociales.
Comenzó a proteger los derechos y condiciones de los trabajadores desde el gobierno.

Adoptó una orientación económica de carácter proteccionista, aprobando un arancel en 1891 que primaba la producción

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nacional y suprimió las franquicias en 1882. Estas medidas se adecuaban al contexto internacional europeo.

Los años 90 supusieron un periodo de crisis interna para el Partido Conservador, con el abandono de Silvela por el apoyo de
Cánovas a Robledo para incorporarse al partido. Ambos tenían formas opuestas de concebir la política incompatibles en un
mismo gobierno. Silvela defendía la moralidad más estricta, la reforma del Estado y la educación del ciudadano como vías
para el desarrollo. Robledo proponía una política ajustada al día a día, favoreciendo a amigos y adecuando resultados
electorales. Este asunto debilitaría la posición de Cánovas y el acceso de Sagasta a finales de 1892.

El gobierno liberal (1892-1895)

Volvió al poder con la idea de cohesionar las distintas fuerzas que componían esta formación política. Sagasta quiso formar
gobiernos de integración, con representación de las diferentes tendencias. Gamazo ocupó Hacienda, con una nueva política
económica arancelaria para sanear la economía y más transparencia en la redistribución de la riqueza. Maura fue nombrado
ministro de Ultramar e impulsó transformaciones en las colonias para mejorar su administración. Montero Ríos introdujo
cambios en Gracia y Justicia. Moret ocupó fomento e hizo reformas sociales. El general López Domínguez ocupó Guerra. Los
apoyos liberales se completaron con republicanos que inspirados por Castelar renunciaron a su republicanismo para afirmar
su compromiso con el régimen.

Durante 1893 Sagasta tuvo que afrontar problemas graves: los atentados anarquistas en Barcelona; movilización nacionalista
en San Sebastián y el conflicto militar en Melilla. El Gobierno lanzó respuestas excepcionales,, la primera ley de represión del
anarquismo, reclutamiento y envío de tropas a Melilla y negociaciones con el sultán de Marruecos para obtener
compensaciones.

Las reformas de los liberales en esta etapa tuvieron oposición de las viejas fuerzas de poder, no cuajando. Tales reformas eran
necesarias y si no encontraban el cauce adecuado acabarían estallando de una forma dramática, tal y como ocurrió.

El fracaso fue propiciado también por la aparición de voces de distinto signo. Maura, desilusionado por no llevar a cabo su
proyecto reformista en Ultramar, se acercó a los conservadores. Canalejas apareció como posible relevo en el partido.

En 1894-1895 las diferencias internas provocaron crisis en el gobierno, con la caída del Ejecutivo en 1895 tras el asalto a
varios periódicos por parte del ejército y la negativa de Sagasta de resolver el asunto por tribunales militares, como proponia
Martínez Campos.

La Iglesia católica y el régimen de la Restauración

Con la división católica en 1883 llegó el cardenal Rampolla, quien sería decisivo para consolidar el posibilismo y la relegación
de los círculos intransigentes. Su gestión se encaminó a subrayar la obediencia a la encíclica Cum multa y a impulsar el
respeto a la legalidad vigente. Los integristas trataron de cuestionar su autoridad, destacando la superioridad de los obispos
fundamentalistas. Rechazaron también a Pidal y Mon, líder de la Unión Católica, que había vuelto al poder con Cánovas en
1884. Para Cánovas, su presencia era esencial para apartar al carlismo del régimen e integrar a los católicos. Esto supuso un
desafío a la política conciliadora con la Santa Sede de Cánovas, por lo que el Vaticano desacreditó en 1885 varias actuaciones
de los integristas españoles.

La gestión de Rampolla culminó en 1885 con la adhesión de buena parte de la jerarquía católica a la Regencia. En 1885 el
nuncio elaboró una declaración donde reconocía la conveniencia de cierto pluralismo político, con una limitada libertad de

80
opinión, subrayando la autoridad del nuncio sobre los obispos, en tanto que representante del pontífice. A cambio de este
apoyo explícito al régimen, los liberales ofrecieron a la Iglesia un pacto basado en el respeto y la colaboración y mostraron
disposición a negociar con la jerarquía eclesiástica sobre las cuestiones que les separaban.

Ese enfrentamiento se articulaba en varias cuestiones. En primer lugar la enseñanza, donde los temas de confrontación se
referían al control de la primaria y secundaria por parte del Estado en detrimento de las órdenes religiosas, y desde la óptica
de la Iglesia la ortodoxia doctrinal no quedaba garantizada, pues el derecho de los obispos a revisar los contenidos educativos
se había reconocido en el Concordato con la Santa Sede en 1851. El matrimonio era otro punto de confrontación que, tras
años de negociaciones, en 1887 se llegó al acuerdo de reconocer al Estado la potestad de regular los efectos civiles del
matrimonio. Existieron además otros desacuerdos en relación a la defensa del fuero eclesiástico, las obligaciones del Estado
respecto a la dotación de culto y clero, el estatuto jurídico de los bienes de la Iglesia, la presentación de cargos eclesiásticos.

Durante la Restauración, la Iglesia reforzó su posición dentro de la sociedad española. La incorporación de la Iglesia y de los
católicos antiliberales dentro de la vida política fue cada vez mayor. Resueltos con diplomacia los asuntos que los distanciaban,
la Iglesia se vió respaldada por la confesionalidad del Estado y por el apoyo ofrecido del régimen. El incremento de influencia
se evidenció con el crecimiento de las instrucciones religiosas en las escuelas, las vocaciones y mayor devoción popular.

Entre 1889 y 1902 se desarrollaron seis congresos católicos, siendo la respuesta católica al avance de la sociedad liberal,
defendiendo los intereses de la religión, los derechos de la Santa Sede, difundir la educación cristiana y restaurar la moral de
la sociedad.

A finales de siglo hubo un acercamiento del catolicismo hacia la clase obrera. En 1891, León XIII publicó la encíclica Rerum
novarum, llamando la atención sobre la distinción de clases desfavorecidas y la obligación social de intervenir. Así, nació un
sindicalismo católico preocupado por la cuestión social y un asociacionismo obrero de carácter religioso. También las
congregaciones femeninas desarrollaron una labor encomiable.

Reacción anticlerical

Frente a este fortalecimiento de la Iglesia y los católicos integristas dentro del régimen, se levantaron grupos liberales,
republicanos, socialistas y anarquistas, opuestos al clero y a las órdenes religiosas en la vida política, educativa y la lucha
obrera. Las manifestaciones en contra tuvieron lugar en la calle y el Parlamento, denunciando los privilegios de la Iglesia en
los gobiernos conservadores, la acumulación de riqueza y la manipulación. También trataron de definir los límites y funciones
de las órdenes religiosas a la luz de la Ley de Asociaciones de 1887, dando lugar a un gran debate.

TEMA 9. La oposición. Republicanos, anarquistas y socialistas. Los nacionalismos.

La oposición al sistema de la Restauración tuvo escasa vitalidad por la división entre las distintas tendencias políticas y por la
dificultad de enraizar en unas masas con escasa conciencia política.

Los republicanos

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Los partidos republicanos al comienzo de la Restauración

El fracaso de los proyectos del Sexenio Democrático había minado la credibilidad de los republicanos cuyo Partido Federal
estaba en 1875 en proceso de descomposición, con diferentes procesos divergentes encabezados por cuatro ex presidentes de
la República y el radical Zorrilla sin fuerzas suficientes.

El nuevo gobierno promulgó una serie de leyes restrictivas sobre las libertades de reunión, asociación y expresión que acentuó
su debilidad. Los líderes se alejaron de la vida pública, y en muchos casos se luchó desde la clandestinidad, por lo que se
produjo una represión interior.

Como respuesta a lo anterior, muchos líderes republicanos se exiliaron. Zorrilla y Salmerón fueron expulsados y se instalaron
en París, desde donde siguieron en su oposición al régimen, aunque sin resultados por la falta de apoyo del ejército y de los
republicanos franceses.

La integración en el sistema

La decadencia republicana llevó a estos aceptar las bases del régimen e integrarse en el sistema. Así, en 1879 Castelar y Martos
se presentaron en coalición con Sagasta, obteniendo 16 diputados. Martos promovió la unidad republicana con la creación del
Partido Progresista Demócrata, lo que significó una vuelta al marco legal de las fuerzas republicanas.

El insurreccionalismo republicano en la década de 1880

Pese a la debilidad y la parcial aceptación de los republicanos del cauce legal, se producirían dos sublevaciones importantes
republicanas. La primera en 1883, donde se sublevaron guarniciones en Badajoz, Santo Domingo de la Calzada y La Seo de
Urgel. La segunda en 1886 el brigadier Villacampa en Madrid. Ambas fracasaron y como consecuencia la relegación a la
legalidad del republicanismo y el acercamiento de los militantes del Partido Radical a las organizaciones obreras tras marcharse
Zorrilla a Londres.

La consolidación de los partidos republicanos históricos

Las organizaciones republicanas eran interclasistas y su implementación se dió en las urbes. Jugaron un gran papel los círculos
culturales (casinos, ateneos), y la prensa. Defendieron la injerencia del Estado para mejorar el nivel de vida de la población y
resolver conflictos sociales. Su debilidad radica en la atomización.:

● Progresistas de Ruiz Zorrilla, partidarios de las acciones de fuerza para acceder al poder, el golpe militar.
● Federales de Pi y Margall, defendían una organización federal para el Estado.
● Centralistas de Salmerón, con destacados miembros de la Institución Libre de Enseñanza.
● Posibilistas de Castelar, la tendencia más elitista con miembros de la burguesía media. En los 90 se incorporaron al
Partido Liberal.

En 1893 los republicanos, unidos para las elecciones, consiguieron 43 diputados. A partir de entonces los partidos del turnismo
los consideraron una alternativa a tener en cuenta y dejaron de ser perseguidos. Pese a su triunfo electoral, perdieron reputación
por escándalos.

Los carlistas

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A partir de 1888, acogiéndose a la Ley de Asociaciones, los carlistas trataron de incorporarse al sistema. Don Carlos y el
marqués de Cerralbo crean una nueva estructura de partido basada en la integración social a partir de los círculos
tradicionalistas y una gran labor de propaganda.

Su programa se basó en la defensa de la monarquía tradicional y del catolicismo integrista, quedando circunscritos a cuatro
provincias vascas, identificadas con el foralismo católico, aunque poco a poco el nacionalismo vasco les fue restando apoyos,
al tener la misma base social.

El partido declinó con la solución de los problemas dinásticos y religiosos, sobre todo a partir de la muerte del pretendiente
Carlos VII en 1909 y la escisión del partido en 1919.

Las organizaciones obreras

El sistema de la Restauración apenas prestó atención al deterioro del tejido social y a las penurias proletarias y campesinas. Su
respuesta fue la represión. Las más pujantes fueron:

Anarquistas: La Federación Regional Española de la Internacional

Amparadas en cierta forma por las libertades de la Constitución de 1869, se organizaron asociaciones obreras aceptando los
principios de la AIT, sobre todo en Cataluña. En 1870 se crea la FRA de la AIT. Los anarquistas fueron en estos años la
corriente mayoritaria, en oposición a la corriente marxista. La influencia de la Internacional aumentó hasta la crisis de 1873.
Tras el golpe de Estado de 1874 firmaron sus nuevos estatutos, reforzando el papel de la Comisión Federal, creando
comarcales.

Sus objetivos fueron siempre revolucionarios, tendentes a la revolución popular (revolución social) y la convocatoria de la
huelga general, aunque la clandestinidad los llevó a actuar en círculos secretos, de radicalismo antisindical y nihilista,
adoptados por los dirigentes de la Comisión Federal, cada vez más alejados del sindicalismo base y partidarios del bakunismo
de la AIT, reticentes al contacto con las instituciones.

Durante los primeros años de la Restauración, se fue imponiendo la propaganda por el hecho, atentados y sabotajes, ante
la debilidad organizativa debida a la clandestinidad. En 1881, por la relajación gubernamental y la influencia
anarcosindicalista, se recompone el movimiento, creándose la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE),
en línea con el bakunismo clásico, alcanzando los 60.000 afiliados. La crisis ideológica y organizativa de estos años, unido a
la represión y la clandestinidad, le restó apoyos, por lo que sólo siguió siendo fuerte en Andalucía y Cataluña.

Aunque el anarquismo ibérico era pacifista e individualista en origen, la clandestinidad los llevó al bakunismo y a promulgar
la violencia directa. Durante los 90 había un clima violento en toda Europa, defendiéndose la revolución social, lo que se
tradujo en una serie de atentados a empresarios y grandes funcionarios a veces atribuidos a organizaciones secretas como la
Mano Negra, que actuaría en el campo andaluz durante los 80.

El empobrecimiento de la clase trabajadora aumentaba y el clima social estaba enrarecido, produciéndose violencia popular,
con un punto máximo en los sucesos de Jerez de 1892, donde una masa de campesinos asaltó una ciudad para liberar a tres
presos. La represión llegó a límites brutales, con asesinados, penas de muerte y cadenas perpetuas, extendiéndose al
movimiento obrero andaluz, que acabó detonando en un atentado con bomba contra Martínez Campos. Como respuesta, el
gobierno promulga la primera Ley Antiterrorista de 1894, usada de manera arbitraria para reprimir a los autores de atentados

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y asociaciones que supuestamente los apoyaban, iniciándose una caza de brujas contra los elementos libertarios, represión y
macroprocesos, sin apenas garantía de los acusados.

Esta situación acabó derivando en el atentado contra la procesión del Corpus en Barcelona en 1896 y el asesinato de Cánovas
por un anarquista italiano en 1897.

Movimiento socialista

Una de las repercusiones en España en la pugna interna de la AIT entre anarquistas y comunistas fue la expulsión del seno de
la Federación Española de la AIT de los nueve redactores de La Emancipación, quienes crearon la Nueva Federación Madrileña
en 1872, adherida a las tesis marxistas. En 1879 serían el núcleo fundador de lo que sería el PSOE, reivindicando la toma de
poder por la clase trabajadora, colectivizando los medios de producción. En 1888 tanto PSOE como la UGT, sindicato de
carácter marxista, celebraron en Barcelona congresos pre-fundacionales.

La figura de Pablo Iglesias es crucial en la historia del primer marxismo español. Miembro de la AIT, redactor de su órgano
de expresión (La Emancipación), miembro fundador de la Agrupación Socialista Madrileña y del semanario El Socialista,
órgano de expresión del PSOE, se convertirá en el alma del partido por su estatura intelectual y moral y responsable directo
de la tendencia marxista del socialismo español.

El PSOE se definió como un partido de clase, con el objetivo de abolir todas las clases para convertirlas en una única de
trabajadores libres, con propiedad colectiva, enseñanza integral, la organización de una federación económica para redistribuir
la producción. Lucharán por las libertades y derechos individuales y las reformas administrativas y económicas. El partido se
articularía en agrupaciones locales, reunidas cada dos años en congresos, con un Comité Central en Madrid.

El PSOE tuvo influencia en los trabajadores industriales de Madrid, Asturias, Cataluña y Euskadi, protagonizando huelgas por
medio de la UGT. No sería hasta 1910 cuando Pablo Iglesias consiguió un acta de diputado y cuando el PSOE alcanzó un peso
político determinante.

Los nacionalismos

En los 90, los regionalismo periféricos, defensores de la peculiaridad y teñidos de cierto folclorismo, se fueron transformando
gradualmente en movimientos nacionalistas con vocación de gobierno, defendiendo las nacionalidades dentro de España en
oposición al Estado centralista.

El catalanismo

Desde los círculos culturales se promueve una cultura propia a través del movimiento intelectual y literario de la Renaixença,
los artistas del noucentisme y el modernismo e instituciones como el Ateneo de Barcelona o la Academia de Jurisprudencia.
Ya desde los 70 aparecen publicaciones afirmando la idea de nación catalana. Así, Juan Mañe, director del Diario de
Barcelona o el obispo de Vic tuvieron cierto impacto.

En 1880 se celebra el Primer Congreso Catalanista y en 1882 se crea el Centre Català. Al mismo tiempo aparecen las
primeras protestas contra los tratados de comercio y la publicación de Lo catalanisme en 1886 por Valentí Almirall, que había
evolucionado del federalismo al catalanismo, preparando el camino para el nacionalismo.

84
En 1885, una coalición de instituciones catalanas presentan al rey el Memorial de Greuges, defendiendo los intereses morales,
políticos, legales y económicos privativos para Cataluña, considerando que el Código Civil y los tratados comerciales la
perjudicaban.

El nacionalismo siguió creciendo, materializándose en la Lliga de Catalunya por Prat de la Riba y Lluis Domenech en 1887.
De carácter católico y conservador, defendían la patria catalana basada en la lengua, la historia y derechos propios, exigiendo
unas Cortes y un derecho civil catalanes.

En 1891, por fusión de la Lliga y el Centre Escolar Catalanista se creó la Unió Catalanista que en su primera asamblea en 1892
aprobó las bases para una Constitución Regional Catalana, restaurando las viejas instituciones y traspasando competencias,
pero sin cuestionar la integración en el Estado español.

En 1901 se crea el primer partido político catalanista, la Lliga Regionalista de Catalunya que desde mediados de los 90
conseguirá controlar las instituciones catalanas. De carácter conservador, defendió en esencia los valores de la Unió
Catalanista, reclamando mayor participación en la política española por el peso de Cataluña. A finales de siglo, por la crisis
colonial y la mala situación social se radicalizarán.

El nacionalismo vasco

En 1876 se suprimieron los fueros vascos, aunque se dotó a las provincias forales de cierta autonomía financiera gracias a
los Conciertos Económicos (1878), consagrando la unión fiscal de las diputaciones forales. Dicha supresión provocó un
movimiento de defensa de los derechos históricos, afirmando el euskara y las particularidades regionales.

Sabino Arana convirtió los fueros en un símbolo de soberanía vasca, defendiendo una nación en virtud de su raza, religión,
lengua y costumbres, idealizando el mundo rural y las tradiciones ancestrales, en contraposición a la industrialización, e
incidiendo en la necesidad de la euskaldunización, o implantación del euskera.

En 1873, funda el periódico Bizkaitarra. En 1895, constituye el primer Bizkai Buru Batzar, que dará lugar al PNV y que se
moderaría al colaborar con grupos católicos locales y capitalizando el miedo hacia el radicalismo de los obreros. En 1898 es
elegido diputado provincial por Bilbao, defendiendo desde la legalidad una amplia autonomía dentro del Estado español. El
nacionalismo vasco arraigó más en el campo que en las zonas industrializadas.

El nacionalismo vasco se definió en contraposición a España. No buscaba, como el catalán, un mayor peso en la política
española, sino que reclamaba la autonomía y autogestión como primer paso de un proceso sin límites demasiado definidos.
Además, tampoco supo ganarse el apoyo de la oligarquía vasca, firmemente aposentada en el sistema de la Restauración y
apoyada en una sólida estructura clientelar. Así, el nacionalismo vasco siguió dos caminos divergentes: uno posibilista y
autonomista y otro independentista y antiespañolista.

Galicia

Desde los 80 aparecen publicaciones de afirmación del pueblo gallego y la necesidad de su desarrollo desde posturas
conservadoras, Alfredo Bañas; liberales, Manuel Murguía; y federales, Aurelio Pereira. Aparecieron los primeros proyectos
políticos, como el Proyecto de Constitución para el Estado Galaico en 1887 por la Asamblea Federal de la Región Gallega
o la creación de la Asociación Regionalista Gallega, presidida por Murguía, que se escindirá en la Liga Galega de La
Coruña (liberal) y la Liga Galega de Santiago (conservadora). Hasta la segunda década del siglo XX no surgirá una formación

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verdaderamente nacionalista, Irmandades da Fala.

TEMA 10. La pérdida de las colonias. La crisis de fin de siglo (1895-1902)

El apoyo a la guerra

Desde 1895 la vida política de España estuvo marcada por la guerra en las colonias y los enfrentamientos con EEUU. En marzo
de este año comienza el último gobierno de Cánovas, hasta su muerte en 1897. Tras el breve paréntesis de Azcárraga, Sagasta
volvería al poder en 1897, manteniéndose en él hasta el conflicto con EEUU.

La principal preocupación fue el de hacer frente a los requerimientos de la guerra. En 1898 , España pierde los últimos restos
del Imperio colonial en el Caribe y el Pacífico a consecuencia del enfrentamiento bélico con EEUU, una guerra que no se quiso
evitar por temor a un golpe militar contra el régimen si cedía las pretensiones norteamericanas.

A pesar de los esfuerzos del gobierno para permanecer unidos, la sociedad se dividió entre aquellos que apoyaban la guerra y
los que buscaban una solución pacífica.

Dentro de los que apoyaban la guerra estaban:

● Partidos dinásticos, para quienes el conflicto era un problema de honra y un mal menor que había que asumir.
● La prensa jugó también a favor de la guerra, creando un clima predispuesto a ello, dando informaciones falsas y
mitos sobre la superioridad cultural española.

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● La Iglesia también apoyó el esfuerzo bélico. Celebró manifestaciones religiosas en las despedidas a combatientes
como si de una cruzada se tratase. Cuando la guerra se trasladó a Filipinas, donde había órdenes religiosas, el apoyo
fue más evidente.
● Los carlistas la apoyaron en un principio, pero al ver que el conflicto suponía un descontento social que podía hacer
caer a la monarquía se postularon como la opción salvadora.
● Los republicanos, que vivían un momento de debilidad, en general defendían el colonialismo y estaban en contra
de los independentistas, a pesar de apoyar algunas reformas autonomistas. Apoyaron la guerra creyendo que la crisis
podría acabar con el régimen.

Dentro de los que no apoyaban la guerra estaban:

● Los federalistas liderados por Pi y Margall, que apoyaban la autonomía de las colonias aunque pecando de ingenuos
ante las intenciones imperialistas norteamericanas.
● Los socialistas partieron su postura en un rechazo general a la guerra en sí, condenaban el régimen colonial, y
terminaron por centrarse en el descontento popular ante el conflicto. Desarrollaron campañas contra el servicio
militar, al ser injusto por el sistema de pago de tasas para eximir a determinadas clases. Su campaña fue un éxito.
● Los anarquistas, la guerra les confirmó sus tesis internacionalistas. Frente al enfrentamiento subrayan la necesidad
de que todos los pueblos estén unidos por encima de fronteras para superar los problemas comunes de desigualdad
política, legal y las injusticias sociales. La represión del anarquismo terrorista dificultó cualquier manifestación
anarquista en general.
● Los intelectuales, como Costa o Unamuno, se declararon totalmente en contra de la guerra.

Exceptuando a los federales, los demás grupos adoptaron posturas contradictorias, al apoyar el autonomismo y las reformas
en las colonias pero también adoptando una postura patriótica ante la guerra.

Los grupos con intereses en las islas vivieron el conflicto con gran preocupación. Los empresarios españoles interesados en
el gobierno colonial apoyaban una salida rápida de la guerra para que no perjudicase sus intereses económicos en la zona.

La población acrecentó su malestar debido a la guerra y se encontraba molesto y descontento. Cuba o Filipinas era algo tan
lejano que les causaba indiferencia. Lo que no querían era enviar a sus esposos e hijos a la guerra. Se resistían a los
reclutamientos.

Los movimientos regionalistas y nacionalistas se vieron favorecidos por la guerra, especialmente tras el desastre. Las Ligas
agrarias en Galicia se desarrollaron fruto del malestar rural durante la guerra. El nacionalismo vasco rechazó cualquier proyecto
colonial. En Cataluña numerosos sectores con intereses en ultramar apoyaron al gobierno, pero una vez perdida retiraron su
apoyo, otorgándolo a un partido emergente, la Lliga.

La política exterior en los años noventa

Al ponerse en cuestión el futuro de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y las islas españolas de la Micronesia, se abrió un debate
internacional sobre su porvenir. Las potencias del momento buscarán una oportunidad para sacar provecho de esta situación.
Para ser una auténtica potencia era necesario poseer colonias. Por ello países como EEUU se inmiscuyen en la política de otros
países en búsqueda de beneficios.

En el ámbito internacional asistimos a un nuevo orden mundial. Europa deja de ser el centro de la acción internacional,

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surgiendo otras potencias como EEUU y Japón.

La Guerra Hispano-Norteamericana conllevó importantes implicaciones económicas y comerciales. La política arancelaria


de España sobre sus colonias sólo beneficiaba a los españoles, yendo contra los intereses de las propias colonias y de otros
países. Por ello, el resto de países dejaron de ayudar a mantener esta situación por más tiempo.

Ni el gobierno de Cánovas ni el de Sagasta se plantearon ceder las colonias. Era el deber de los gobiernos de la Regencia el
preservar todos los territorios del heredero. El autogobierno de las colonias podría poner en peligro el sistema de la
Restauración y la propia monarquía.

En 1895 Cánovas buscó la ayuda de Gran Bretaña, la respuesta que obtuvo de Salisbury fue el apoyo siempre y cuando cediesen
la autonomía a Cuba. En 1896 volvió a solicitar ayuda a las potencias europeas contra EEUU, quedando la petición de ayuda
en el aire.

En 1898, Sagasta vuelve a pedir ayuda. La regente María Cristina buscó también apoyo.

Guerra en Cuba

En 1895 estalló la guerra en Cuba. Tras más de 15 años de dominio español se produjo el Grito de Baire, última etapa de la
lucha contra España. Todo este tiempo se conspiró contra la metrópoli. Los autonomistas (Unión Constitucional) eran
partidarios de reformas y mayor igualdad jurídica con la península. Un hecho clave fue la fundación del Partido
Revolucionario Cubano (PCR), de carácter democrático, antillano (al incluir la emancipación de Puerto Rico), e interracial.
Mientras esperaba el momento propicio para la insurrección, hacía acopio de hombres y armas, conseguidas por donaciones
de EEUU.

La rebelión estaba capitaneada por Máximo Gómez y apoyada por José Martí. Este da la orden desde Nueva York para que
empiece la insurrección. La reacción política de la metrópoli se produjo en forma de cambio de gobierno, Sagasta facilitó la
alternativa a Cánova, cuya principal tarea será la organización financiera y militar de la guerra. A los insurrectos se les sumaron
los sectores contrarios al gobierno colonial impuesto por España. La rebelión se inició en las sierras de Oriente, llegando hasta
Santiago.

Cánovas en un principio se negó a negociar con los rebeldes. No contemplaba la independencia de la isla, por lo que su primer
objetivo era la pacificación. Tal misión es encargada a Martínes Campos, autor de la anterior pacificación, quien optó por
una línea pacificadora.

Sin embargo, la insurrección se extiende por la isla, amenazando La Habana, sede del capitán general, el cual aconseja una
política dura a Cánovas. Se nombra capitán general a Weysler, quien llega a la isla en 1896 dispuesto a ganar la guerra a
cualquier precio. Este, quien tenía experiencia en guerras tropicales, decidió combatir a los campesinos que apoyaban a los
rebeldes. Dividió la isla en compartimentos divididos en trochas o líneas fortificadas que iban de costa a costa. Los campesinos
estaban vigilados y los rebeldes aislados.

La guerra en este periodo es muy desfavorable en 1895 para Martínez Campos y de recuperación favorable en 1896 con
Weysler. Fue larga y dura, con unos 300.000 hombres enviados a la isla y muchas bajas por enfermedad.

La vida política en la península estaba condicionada por la guerra, con una preocupación básica del gobierno de obtener fondos

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para el conflicto y lograr consenso político para defender los objetivos nacionales. Cánovas contó con el apoyo de Sagasta al
principio en la aprobación urgente de presupuestos en 1895 para centrarse en la guerra. Con las nuevas Cortes de mayoría
conservadora aparecieron las discrepancias en torno a la guerra. Cánovas aprobó por decreto medidas descentralizadoras
mientras que los liberales defendían la autonomía.

El enfrentamiento no parecía tener solución fácil debido a que el apoyo que recibían los rebeldes era demasiado grande, sobre
todo por parte de EEUU. Ningún político español quería perder la isla por su riqueza y por suponer un golpe para la estabilidad
del régimen.

Los españoles eran superiores en número y equipamiento, dominando ciudades y vías de comunicación, pero teniendo que
hacer frente al espíritu de independencia, al clima y al terreno.

A pesar de los esfuerzos de Weysler, los rebeldes aumentaron en número y fuerza, controlando la selva y realizando
emboscadas.

España temía la participación de EEUU en la guerra por lo que los diplomáticos españoles trabajaban por retrasarla lo máximo
posible, pero el fin de la presidencia de Cleveland, partidario de la ocupación española, supuso un gran cambio, el nuevo
presidente McKinley inicia una etapa intervencionista.

En 1897 el Parlamento español tomó una decisión firme. Cánovas se muestra a favor de continuar la guerra y tras la victoria
otorgaría a la isla una serie de reformas. La presión interior, críticas de Sagasta, y exterior, por parte de EEUU, hacen a Cánovas
declarar la crisis total en 1897.

La decisión final la tomó la regente María Cristina, quien se inclinaba a la postura de Cánovas, por considerarla prudente para
mantener la integridad territorial de España.

Cánovas dió órdenes a Wesley de intensificar los esfuerzos bélicos, con plazo para terminar el conflicto hasta finales de ese
mismo año. Sin embargo, Cánovas es asesinado, quizás por grupos con intereses en Cuba, los que coincidió con la
intensificación de la presión norteamericana en la isla.

Sagasta tomó el poder y toma lugar la política autonomista que los liberales llevaban tiempo proponiendo. Weysler es
sustituido por el general Blanco, quien se inclina por una línea de acción más conciliadora. En noviembre de 1898 el gobierno
español aprobó una ley concediendo la autonomía de Cuba. Quedaba establecida la igualdad de derechos entre peninsulares
y los residentes de las Antillas, se extendía el sufragio universal y se regulan las nuevas instituciones del régimen autonómico.

Pero estas medidas llegaban tarde, los cubanos querían la independencia. Tampoco los norteamericanos quedaban contentos
con esta cesión y su presión en la isla seguía creciendo.

Guerra hispano-norteamericana

En 1898, EEUU decide intervenir declarando la guerra a España. El enfrentamiento no afectaría solo a Cuba, sino que puso
en cuestión el futuro de todas las posesiones españolas en el Caribe y el Pacífico.

Los motivos para declarar la guerra eran diversos. Por un lado, los políticos, al ser EEUU un país muy poderosos a finales del
siglo XIX y con un gran desarrollo y con grupos que buscan una política exterior más activa para permitir desempeñar el papel

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de potencia en el ámbito internacional. Desde el inicio de la insurrección, los norteamericanos se posicionan del lado cubano
de ejercer su propia soberanía, pensando que España gobernada de manera autoritaria la isla. Hubo que esperar a McKinley
para que comenzasen las políticas de intervención. En un principio se inclinó por el orden interno, el desarrollo económico y
las políticas aduaneras. Posteriormente modificó sus objetivos y trató de conseguir el control del archipiélago por medios
pacíficos, radicalizando a finales de 1897. Por otro lado, económicos, un sector económico con propiedades en Cuba, junto a
comerciantes y navieros, eran partidarios de entrar en el conflicto. También quería frenar a toda costa las pérdidas que suponían
la insurrección para las inversiones norteamericanas. Eran de importancia los motivos estratégicos, al considerar McKinley
Cuba como esencial para la seguridad y defensa de EEUU. También era importante para la estrategia que quería desarrollar
en la zona del Caribe. Al mismo tiempo, las potencias europeas estaban a punto de iniciar la distribución de Extremo Oriente.
Los EEUU podían quedar fuera si no actuaban. De este modo, junto con Cuba deciden intervenir en la zona de Oriente. De
este modo, interviniendo en Cuba podían anexionarse algunas islas españolas en el Pacífico, que serían base militar para sus
intereses en Asia.

Así, en 1898 McKiney decide intervenir en Cuba y hacerse con el control de la isla. En febrero de ese mismo año en el puerto
de La Habana explotó el Maine, un barco enviado para proteger las vidas y los intereses de los estadounidenses en Cuba. Se
acusó de la autoría a los españoles, lo que hasta día de hoy no se ha probado. Congreso y Senado apoyaron la intervención en
Cuba. Se solicitaron unas condiciones y un armisticio que Sagasta no podía cumplir. El 21 de abril declara la guerra
formalmente a España, la cual pidió ayuda a otros países, ninguna nación ofreció ayuda. A nadie le interesaba ayudar a un país
que no podía ofrecer nada a cambio. España quedaba sola. Esta es la situación de las potencias en términos de alianzas:

La guerra fue corta y contundente. En Cuba, el almirante Cervera era el encargado de defender la isla. Quiso inutilizar sus
barcos para combatir en tierra pero no le fue permitido. Perdió todos sus barcos en el combate. El 12 de julio cayó Santiago.

En Filipinas, capituló Manila el 12 de agosto y cayó rápidamente el archipiélago.

El 14 de agosto se firma el Protocolo de Washington, que significaba el fin de las hostilidades y el comienzo de las

90
negociaciones diplomáticas. Durante los siguientes meses se discutió cuál sería el futuro de las colonias. EEUU quería la
totalidad del archipiélago filipino y España obtendría a cambio 20 millones de dólares. El otro punto fue la deuda cubana,
EEUU se negaba a hacerse cargo y España quería traspasarla junto con la isla.

El 10 de diciembre, España firmó la Paz de París, liquidando su imperio ultramarino. Pierde Cuba, Puerto Rico, Filipinas
(por 20 millones de dólares) y Guam, que pasan a manos de EEUU, así como la venta de Marianas, Palaos y Carolinas a
Alemania.

La pérdida de los territorios coloniales supuso para España una quiebra en su posición en la escena mundial, ocaso como
potencia soberana de territorios repartidos por el mundo.

En el ámbito interno, un replanteamiento de la política exterior. Había que mejorar el Ejército, la Marina y realizar pequeñas
incursiones en la política internacional para lograr acuerdos con las potencias del momento.

Como primer paso, se iniciaron políticas con Francia y Gran Bretaña que culminarían con acuerdos en 1904 y 1907.

La crisis de fin de siglo

Tras 1898, determinados círculos (prensa, intelectuales, políticos, ilustrados, militares) sintieron que la derrota expresaba la
culminación de una larga decadencia.

Comenzó la crisis de la conciencia nacional, una intensa reflexión de España y su papel en la historia. Se habló de una España
sin pulso, extendiéndose el sentimiento de que la nación había entrado en una fase agónica. Este pesimismo generalizado fue
el que originó la idea del desastre.

Comienza a surgir la necesidad de mejorar, sanear y modernizar España. Surge entonces el regeneracionismo, ideología que
actuó a finales del siglo XIX y comienzos del XX, de orientación reformista y gran carga utópica.

Mediante el regeneracionismo se potenció la modernización política, social y económica de España a distintos niveles. Aunque
esta ideología se impone en la crisis del 98, lo cierto es que las voces piden cambio desde los años 80. La diferencia es que
este cambio es ahora pedido a través de periódicos y órganos de opinión día tras día.

El pensamiento regeneracionista dio lugar a una literatura angustiada y autoflageladora. Ello queda patente en escritos de
autores como Costa, Mallada, Picavea, Rodríguez Martínez…

Desde la revista La España Moderna, dirigida por Lázaro Galiano, la Institución Libre de Enseñanza o desde el Ateneo de
Madrid, se pide la necesidad de un cambio para sacar al país del hastío. En una serie de ensayos de Machado, Valle-Inclán,
Baroja, Costa o Unamuno quedan plasmadas muchas de estas reflexiones.

A partir de 1898 surgen muchas corrientes que conforman la España del siglo XX.

Surgen corporaciones como las Cámaras Agrarias y Cámaras de Comercio, quienes buscan una modernización económica,
aunque sin influir lo suficiente en las líneas de gobierno.

Desde las clases políticas llega también la preocupación regeneracionista. La iniciativa la tuvieron los conservadores, con una

91
relevo generacional dentro del seno del Partido Conservador.

Tras la muerte de Cánovas, llegan al liderazgo del partido Franciso Silvela y Antonio Maura, dos políticos caracterizados
por su honestidad, su deseo de reformar la sociedad y su preocupación por la identidad del sufragio y los resultados electorales.
Los conservadores habían defendido, además, principios anteriormente reclamados por los regeneracionistas: el
proteccionismo y la intervención del Estado en la reforma social. Ello facilitó que se convirtieran en el estandarte del
regeneracionismo desde el gobierno.

El gobierno de Silvela

En marzo de 1899 dimitió el gobierno de Sagasta. Le sucedió Silvela, nuevo líder del Partido Conservador, quien configuró
un gobierno bajo el que se agrupaban diversas fuerzas. Buscó la regeneración dentro del sistema político. Sus principales
objetivos eran moralizar la vida pública, neutralizar la amenaza militar, integrar a los nacionalistas en la política de Estado,
liquidar las deudas de guerra y sanear la economía.

Eduardo Dato desarrolló una destacada labor de legislación social, aprobando leyes sobre los accidentes laborales y
regularizando el trabajo de mujeres y niños.

Durán y Bas, ministro de Gracia y Justicia, emprendió la reorganización de las fuerzas militares de mar y tierra y de los
funcionarios, la descentralización administrativa y la reforma del Código Penal, el Código de Comercio y la administración
de la Justicia.

Fernandez Villaverde, ministro de Hacienda, emprendió el aspecto más relevante del primer gobierno de Silvela, intentando
reorganizar la Hacienda pública, estabilizar la economía, equilibrar presupuestos, remontar el déficit, contener los precios y
revalorizar la peseta.

Para obtener el dinero necesario, se creó un nuevo impuesto que recae sobre funcionarios y profesionales, sobre las propiedades
urbanas, la industria y el comercio. Es decir, un impuesto sobre la burguesía y las clases medias. Sin embargo, la negativa de
los catalanes a pagar el tributo hace que dimita en 1899.

Silvela había perdido dos importantes bazas en su gobierno. La principal oposición venía de las Cámaras Agrarias y las
Cámaras Mercantiles. Ambos grupos se integraron en 1900 en la Unión Nacional, codirigida por Costa, Paraíso y Santiago
Alba.

Este grupo se opuso a las medidas de Silvela y organizó una huelga de contribuyentes, con manifestaciones muy violentas
en Barcelona, llegándose a declarar el estado de guerra en la ciudad. Aunque la huelga fracasó y se disolvió la Unión, el
gobierno estaba muy dañado. El Partido Conservador dejó el poder y en octubre de 1900 Silvela dimitió.

Último gobierno de Sagasta y de la Regencia, marzo de 1901 - mayo 1902

Tras un breve gobierno de Azcárraga, en marzo de 1901 comienza el último gobierno de Sagasta. Destaca Canalejas, quien
trae aires frescos dentro del seno liberal.

El gobierno de Sagasta fue un gobierno de gran inquietud social, con numerosas huelgas y disturbios en toda España,
culminando con la huelga general de 1902.

92
En el ámbito político, ganan importancia los catalanistas, los socialistas, la UGT y los anarquistas. Para reprimir los motines
se enviaba a la Guardia Civil o a la policía, incrementando la tensión.

La entrada al gobierno en 1902 de Canalejas orientó al gobierno a intervenir en los asuntos sociales. Se proponen nuevas leyes
para regular las asociaciones, arbitrar huelgas y para transformar el impuesto de consumos y aduanas con vista al abaratamiento
de los productos de subsistencia. El objetivo era alcanzar la paz social.

Pero este propósito queda aparcado en el momento que Alfonso XIII cumple su mayoría de edad en mayo de 1902, jurando
la Constitución y asumiendo sus funciones.

En los últimos años de la Restauración se produjeron reformas importantes en el campo de la administración, la educación, la
sanidad, las obras públicas y la economía. También se apostó por una nueva política exterior. Pero estos cambios resultaron
insuficientes y a pesar de los esfuerzos de Silvela, Maura y Canalejas, no se llegó a responder de forma suficiente a las
exigencias de la nación. Los mismos problemas que se habían intentado solucionar en la crisis derivada del 98 seguían patentes,
siendo el sistema político incapaz de renovarse para acabar con ello. Esta incapacidad resultará nefasta, dejando vía libre a la
intervención militar; algo que marcará gran parte de los acontecimientos que se vivirán en la España del s. XX.

TEMA 11. Alfonso XIII y los problemas del nuevo reinado. Los intentos de regeneración del
sistema (1902-1912). Los proyectos de Maura y Canalejas.

Hacia una inestabilidad del sistema político

Disminuye la capacidad del gobierno de imponer el encasillado

A lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, el sistema político de la Restauración implantado en 1876 permaneció en
lo esencial inalterable.

El sistema canovista había funcionado bien gracias al pacto de alternancia en el gobierno entre los dos grandes partidos
dinásticos, el liberal y el conservador, cuyos factores de cohesión eran la dependencia clientelar y las relaciones privadas de
amistad y familia. La alternancia era pactada, con atribución de un determinado cupo electoral, negociando el encasillado3. El
Ejecutivo señalaba a los gobernadores civiles el nombre del candidato a elegir, gracias al control sobre el electorado, inclinados
a votar de acuerdo a los deseos de “los de arriba”. A pesar de la existencia de métodos coercitivos, en España la coacción o
violencia no era predominante. En una sociedad rural como la española, los electores votaban de acuerdo a la voluntad de los
señores.

En esta primera etapa de la Restauración, gracias a la pasividad y a este voto cautivo y al consenso de fuerzas políticas, el
gobierno de turno no tuvo dificultad para imponer el encasillado, favoreciendo a gobierno y oposición. La mayoría de distritos
electorales eran sumisos al gobierno, llamados dóciles, muertos o disponibles, para que ocupasen el escaño, tales diputados

3
“encasillado” es un término que hacía referencia a las casillas correspondientes a los distritos que componían el organigrama electoral
elaborado por el Ministerio de Gobernación, que se publicaba sin pudor en los órganos de prensa.

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cuneros no eran naturales del distrito y a veces eran totalmente desconocidos.

Desde los primeros años del siglo XX, comenzó a reducirse la capacidad del gobierno, se produjo un debilitamiento del poder
central. Así, los distritos disponibles del Ministerio de Gobernación fueron disminuyendo, aumentando los distritos propios.
Frente a la práctica de imponer diputados cuneros, se inicia la tendencia a votar a sus naturales. Estas élites emplearon mucho
esfuerzo en crear redes clientelares estables y duraderas, como en el caso del conde de Romanones.

Romanones es el prototipo de cacique que mantuvo su posición identificándose con su distrito, hasta el punto de no ceder al
encasillado y vencer en las elecciones, por no poder el gobierno eliminar a quien tenía un fuerte apoyo clientelar, lo que se
tradujo en la dificultad de imponer diputados cuneros. A lo largo del reinado de Alfonso XIII, la influencia caciquil en las
Cámaras fue en aumento, de modo que en 1923 era más fuerte.

Este aumento de influencia de los caciques hizo que también aumentase su poder en la jefatura del partido, produciéndose una
fragmentación en los partidos dinásticos, patente tras la desaparición de Cánovas y Sagasta en 1897 y 1903.

Los jefes de las diferentes facciones se acostumbraron a negociar su apoyo al gobierno a cambio de favores para sus clientelas.
Esto se convirtió en un elemento de inestabilidad política, afectando gravemente a la gobernabilidad del país.

En esta situación, apareció un creciente protagonismo político del rey. La Constitución de 1878 atribuía al monarca enormes
prerrogativas, como soberano junto con las Cortes. Este principio aparecía en otros países que evolucionaron de una monarquía
constitucional hacia una parlamentaria. En España el caso fue opuesto, aumentando el poder del rey frente al del Parlamento,
debido en parte al falseamiento electoral debido al encasillado. El rey disolvía las Cortes y elegía a un jefe de gobierno para
formar un nuevo gabinete, y éste organizaba las elecciones, obteniendo holgada mayoría para gobernar.

El papel de la Corona en la Restauración fue clave, convirtiéndose en árbitro del sistema y con gran protagonismo político.
Alfonso XIII, que inaugura su reinado con 16 años en 1902, demostró su intención de intervenir en la vida pública, sobre todo
militar. Esto ocasionó varias crisis orientales, por el inquilino del palacio de Oriente. De cualquier forma, la figura del rey era
sobrevalorada por la división de los partidos, la deficiencia institucional y la escasa vertebración social española.

Esta fragmentación de los partidos dinásticos hizo que la política española a partir de la segunda década del siglo XX no
encontrase consenso, dificultando el turnismo. Así, las elecciones tendieron a ser reñidas, necesitando una movilización del
electorado, siendo los distritos los escenarios de las luchas electorales. Esta tendencia parece ser general en toda Europa,
siendo símbolo de modernización política. Otros métodos eran la compra de votos o el robo de actas, la introducción masiva
de papeletas y otros métodos fraudulentos.

Otro factor que aumentó la lucha electoral fue la movilización política del electorado urbano, cada vez más independiente.
En las áreas más desarrolladas las masas abandonaron la actitud de indiferencia para participar en la vida política, guiados por
el deseo de cambio.

Paralelo, el desarrollo socioeconómico en los dos primeros decenios del siglo, crecimiento industrial, agrario y descenso de la
mortalidad. Este hecho no tuvo tanto impacto en la política nacional como en la municipal, debido a que el sistema electoral
mayoritario otorgaba mayor peso a la España rural frente a la urbana.

El sistema político de la Restauración era oligárquico y a pesar de los cambios en la mayoría de los casos el pacto se consumaba.
Era también frecuente que las nuevas fuerzas reclamasen su cuota del encasillado, entrando en juego la negociación electoral.

94
Los primeros gobiernos del reinado

Tras la crisis del 98, desde dentro de los partidos dinásticos hubo propuestas de renovación para cambiar el sistema desde
dentro, evitando así la amenaza revolucionaria.

El proyecto regeneracionista más global fue el de Antonio Maura, procedente de los liberales, que se incorporó al Partido
Conservador en 1902, siendo sucesor de Silvela al año siguiente al frente del partido. Se presentó como la solución que el país
necesitaba. Proponía una revolución desde arriba, aplicando reformas desde el gobierno para evitar la pasividad social, la
ausencia de ciudadanía, y así movilizando a la mayoría silenciosa para legitimar al sistema.

La reforma del Estado, debía pasar por dar autenticidad al sistema. Así, en las elecciones de 1903, Maura se negó a utilizar los
instrumentos electorales para favorecer al candidato predilecto del gobierno, pese a ello, estuvieron lejos de ser limpias y el
caciquismo local usó todo el poder que tenía en sus manos.

Sin embargo, el esfuerzo de Maura tuvo sus consecuencias y la moderada intervención gubernamental posibilitó el éxito de
los republicanos, triunfando en Madrid y Barcelona. La victoria de regionalistas y republicanos hace pensar en la
desintegración del sistema de la Restauración, Maura en cambio piensa que el liberalismo oligárquico ha de evolucionar hacia
sistemas democráticos. Para la práctica regeneracionista era necesario mantener a la monarquía y defender la confianza
Cortes/rey, aunque dando preponderancia a la primera, convirtiendo al rey en un rey parlamentario.

El Partido Liberal, por el contrario, estaba sumido en una profunda crisis tras morir Sagasta en 1903. Aunque la falta de
sucesión y la existencia de muchos candidatos, la consecuencia fue la disgregación en facciones personalistas. De esta forma,
cuando le tocó el turno de gobernar, los liberales mostraron esterilidad política e inestabilidad, con 6 gabinetes de gobierno de
1905 a 1907.

José Canalejas, como Maura, protagonizó un intento de renovación desde dentro, buscando una evolución democrática.
Canalejas tenía una confianza absoluta en la Corona como cabeza visible del Estado, que debía impulsar un programa
regeneracionista e incluso aumentar el poder de Alfonso XIII

Su programa democrático y anticlerical le situaba a la izquierda del Partido Liberal, así como su red de influencia política y su
cacicazgo en Alicante. Tras producirse la disidencia canalejista, recurrió a la propaganda, movilización y manifestación para
reclutar republicanos y otros sectores antidinásticos de izquierda. Sin embargo, en las elecciones de 1903 fueron un enorme
fracaso, teniendo que volver a participar del uso del encasillado.

Al contrario que Maura, la regeneración política no tuvo hueco en su programa, al considerarla impracticable sin una previa
regeneración social y cultural. Lo importante para Canalejas era desarrollar su programa democrático, y el camino más corto
era usar el marco institucional existente.

Canalejas se mostró más precoz en la recepción del nuevo liberalismo social, en donde el Estado armonizaba los intereses
sociales, protegiendo a los desfavorecidos y mejorando las condiciones obreras. Expuso, por tanto, la intervención del Estado
en materia social. Los conservadores también lo reclamaban apoyados en la encíclica Rerum novarum de León XIII,
apelando al evangelio para la justicia social. El mayor exponente del reformismo conservador fue Eduardo Dato, que durante
el gobierno de Silvela promulgó la Ley de Accidentes de Trabajo de 1900 y regulaba el trabajo de mujeres y niños, que le
valieron la acusación de socialista encubierto. En 1904, con el gobierno de Maura, se aprobó la Ley de Descanso Dominical.
Todas estas mejoras buscaban la paz social, evitando la vía revolucionaria.

95
Tras la muerte de Sagasta, además de la sección de Canalejas, se encontraban también Segismundo Moret, situado a la
izquierda de Canalejas, y Eugenio Montero Ríos, situado a la derecha del liberalismo, ambos activos políticamente desde el
Sexenio. A diferencia de Canalejas, Moret defendía la libertad de culto, mientras que aquel defendía el marco ya existente.

Montero Ríos tuvo que enfrentarse a la política reactiva del ejército, que vio en los nacionalismos emulaciones del
independentismo cubano y colonial. En tal situación quiso declarar el estado de guerra, negándose los Liberales. En incidente
del seminario catalanista Cu-Cut!4 le hizo dimitir, siendo sustituido por Moret en 1905.

Moret controlaba los cacicatos provinciales, siendo un rival directo de Canalejas para el partido y el acceso al gobierno. El
incidente de Cu-Cut! por unas caricaturas ofensivas para los militares provocó el asalto a la redacción. Tras el incidente, se
aprobó la Ley de Jurisdicciones, según la cual las ofensas contra las Fuerzas Armadas por medio de imprenta serían
procesadas por jurisdicción militar. El incidente fue además un detonante de la extensión del catalanismo.

Otro tema donde el gobierno se mostró incapaz fue la cuestión religiosa, asunto que separaba a los partidos dinásticos. Los
liberales lo emplearon como caballo de batalla, abiertamente anticlericales. La Iglesia se había acercado cada vez más al
intervencionismo durante la Restauración, gracias al aumento de las órdenes religiosas y los miles de religiosos repatriados de
las colonias. Los liberales no pretendían separar Iglesia-Estado sino controlar su actuación y acabar con sus privilegios. El
Estado debía garantizar una posición preeminente de la religión católica, por ser el credo mayoritario, pero dentro de un marco
de libertad religiosa y supremacía del poder civil y en el campo de la enseñanza el aumento del control estatal. Canalejas quiso
introducir en 1906 la Ley de Asociaciones Religiosas para frenar los avances de las congregaciones.

Cataluña, paradigma de la crisis política

Solidaridad Catalana supuso la culminación de la movilización política de la sociedad civil que creó un sistema de partidos
propios ajenos al encasillado hecho en Madrid. Desde comienzos de siglo, es perceptible la modernización de los
comportamientos políticos en Cataluña, con gran participación, junto con la modernización socioeconómica, acercándose a
otras áreas de Europa.

Políticamente, las fuerzas eran muy distintas de los partidos dinásticos, presentándose como superadoras del caciquismo y
como ruptura con la Restauración. Eran la Lliga Regionalista 1901, y el Partido Radical, del republicano Lerroux. Desde
1901 no será elegido ningún diputado dinástico en Barcelona y desde 1905 ningún concejal.

El catalanismo de la Lliga, liberada por Cambó, fue el primero de los nacionalismos periféricos en la vida política española,
con gran peso en Cataluña y dentro de España. Defendía un papel hegemónico de Cataluña, al ser la región más dinámica,
necesario para la modernización del Estado. En torno a la Lliga se fundían fuerzas de diverso origen como la Renaixenca
cultural, el fuerismo conservador o la burguesía catalana, que ante el desastre del 98 veían imposible la creación de un Estado
moderno desde Madrid. También prestaron su apoyo a la Lliga las clases medias y altas. No tuvo, sin embargo, apoyo obrero,
al ser para los trabajadores un partido burgués, tras el apoyo de la Lliga a la patronal en la huelga de 1902.

Frente a la nueva derecha que representaba la Lliga, los obreros se alinearon más con el republicanismo de Lerroux. Lerroux
encandiló con sus discursos obreros en Madrid, convirtiéndose en un gran orador de masas. Aprovechó la protesta popular en
un intento de reunir las posturas republicanas y obreras, creando más de 50 fraternidades y ateneos entre Madrid y Barcelona.

4
Se conocen como los hechos del ¡Cu-Cut! El asalto por parte de oficiales del ejército español de la redacción y los talleres de la revista satírica
catalanista ¡Cu-Cut! y los del diario La Veu de Catalunya que tuvo lugar en Barcelona el 25 de noviembre de 1905, durante el periodo
constitucional del reinado de Alfonso XIII.

96
La novedad es su carácter multitudinario, ocupando calles y espacios públicos con símbolos republicanos.

La situación de los obreros catalanes era de precariedad, con jornadas de 11 o 12 horas, bajos salarios y malas condiciones. A
esto se añade las sobrepobladas barriadas donde habitaban.

El lerrouxismo era un movimiento populista, democrático, anticlerical y anticatalanista. Pero el catalanismo supo convertirse
en una fuerza arrolladora como para que Lerroux pudiera frenarla. Tras el incidente de Cu-Cut!, se extendería por Cataluña a
través de Solidaridad Catalana, que acogía desde carlistas hasta republicanos. Lerroux, en contraposición a Solidaridad,
recurrió a la violencia callejera, irrumpiendo en mítines y produciendo enfrentamientos graves como el atentado sufrido por
Cambó donde resultó gravemente herido. Esto trajo graves consecuencias para el partido y el líder, que acabó postergado a un
espacio marginal.

En las elecciones de 1907, Solidaridad Catalana obtuvo 41 de los 44 escaños catalanes, uniendo diferentes fuerzas en un único
fin: Cataluña. Desde principios de siglo las opciones antidinásticas obtienen buenos resultados, como en la Valencia de Blasco
Ibáñez o parte de Madrid.

El “gobierno largo” de Maura (1907-1909)

En contraste a la crisis del gobierno liberal, el Partido Conservador era un partido unido y disciplinado. En enero de 1907
recibió el encargo del rey de formar gobierno, comenzando el de Maura, de casi tres años.

Maura quiso asegurarse un amplio apoyo parlamentario para sacar adelante su programa de renovación política, encargando
la dirección del proceso a Juan de la Cierva. En las elecciones de 1907 superaron con creces el fraude habitual, con una
mayoría aplastante.

Empeñado en sacar adelante su programa regeneracionista, dotó a las Cortes de un gran impulso con proyectos como:

● Reforma de la Marina: y construcción de una escuadra para la defensa nacional e impulso de la industria.
● Reforma de la Administración Local: descentralizadora, finalmente rechazada.
● Reforma Electoral de 1907: aprobada, con modificaciones como la composición neutral de las Juntas del Censo y
las mesas electorales.
● Creación de mancomunidades: con estructura interprovincial, para contentar a los regionalismos.
● Creación del Instituto Nacional de Previsión (INP): para regular cuestiones sociales.

La Ley de Reforma Electoral debía poner en marcha el proceso saneador deseado por Maura, aunque sin lograrlo, ya que una
simple disposición legal no podía modificar los comportamientos electorales de los españoles. Trató de movilizar a los
ciudadanos hacia los partidos dinásticos, en su lucha por modernizar la vida política, para evitar la revolución.

Dentro de este programa regeneracionista, encontramos la introducción del voto obligado para incentivar la participación en
las urnas, pero sin éxito ya que las sanciones eran meramente simbólicas. Sí tuvo consecuencias la introducción por parte del
republicano Azcarate del artículo 29, que pretendía evitar la simulación de una contienda electoral si no había oponentes. En
la práctica, agravó los manejos caciquiles, al renovar la tendencia al pacto entre los partidos de turno al repartirse previamente
los escaños y evitar la contienda electoral.

Maura tuvo un talante dialogante con los regionalistas catalanes. Trató de atraerse a Cambó hacia la monarquía, consciente de

97
la importancia de Cataluña en su proyecto regeneracionista. El punto de encuentro se encontraba en la Ley de
Descentralización, pero los catalanistas eran conscientes de que apoyar a la monarquía les haría perder votantes. Esto impidió
a Maura sacar adelante la ley.

El problema de Marruecos, no dividía a la clase política, ni liberales, ni republicanos se oponían a la campaña militar. España
había logrado una zona de influencia al otro lado del estrecho, poniendo fin al aislamiento exterior, que se consideraba causa
del desastre del 98, volviendo a la política internacional dentro del bloque franco-británico. Francia tenía una posición
preponderante en Marruecos y en España se temía quedar rodeados por sur y norte si Francia se adueñaba de todo Marruecos.

A principios de 1909, 4 obreros fueron asesinados en una zona minera próxima a Melilla, provocando graves enfrentamientos
entre cabileños y tropas españolas. El gobierno envió refuerzos y reclutó reservistas en Cataluña, provocando manifestaciones
y protestas. Maura no hizo nada para informar a la opinión pública y la izquierda explotó la idea de que el gobierno sacrificaba
la vida de obreros españoles para proteger negocios mineros de unos cuantos ricos. En Barcelona comenzó el 26 de julio una
revuelta que creció hasta ser sublevación urbana.

Tal sublevación dió origen a la Semana Trágica de Barcelona, iniciándose con la noticia de bajas en Marruecos. Los
insurgentes, con pistolas y fusiles, se dedicaron a incendiar iglesias, conventos y escuelas religiosas, ardiendo 21/58 iglesias y
30/75 conventos de la ciudad.

Fueron los rencores contra la Iglesia católica durante décadas los que explotaron, iniciados por un levantamiento espontáneo.
La revuelta fue reprimida con violencia, muriendo más de un centenar de personas y 2000 detenidos. Los derechos de
asociación y reunión fueron suspendidos, siendo 4 personas condenadas a muerte. En el exterior se inició una campaña tras la
ejecución de Ferrer Guardia, el quinto y último fusilado.

Ferrer, estuvo implicado en el atentado anarquista contra Alfonso XIII, en la rebelión de la Semana Trágica no fue autor ni
jefe de la insurrección, cargos por los cuales se le ejecutó. Las reacciones fueron enormes y Pérez Galdós llegó a afirmar que
la nación no podía permanecer callada.

Los liberales aprovecharon la coyuntura para derribar al gobierno.

El turno de los liberales. El gobierno de Canalejas (1910-1912)

Tras la Semana Trágica, Alfonso XIII acabó por aceptar la dimisión de Maura y la llegada de los liberales. Tras un breve
gobierno de Moret, Canalejas comenzó a gobernar en 1910. Al igual que Maura, era un regeneracionista, y estaba además por
encima de los otros líderes de su partido, logrando integrar en su gobierno a moretistas y monteristas.

Protagonizó la etapa más prolongada y fecunda del gobierno liberal durante Alfonso XIII, facilitado por Maura que no le
obstruyó. Llegó al poder con un amplio programa de reformas. La Ley de Asociaciones Religiosas, supresión del impuesto
de consumos, servicio militar obligatorio o la reforma fiscal. Buscó la mejora de las condiciones laborales de las clases
asalariadas, reducción de la jornada laboral, protección del trabajo de menores y mujeres.

Al igual que Maura, fracasó en incorporar a los sectores extrasistema, sin lograr el apoyo de las masas católicas.

A pesar de los muchos proyectos iniciados antes de su trágica muerte, a Canalejas le dió tiempo de plasmar algunos. Su
gobierno fue fecundo en la legislación laboral, reduciendo la jornada a 9 horas y democratizó, al hacerlo obligatorio, el servicio

98
militar, reducido a los soldados de cuota.

En 1910 se aprobó la Ley del Candado, disposición provincial para prohibir el establecimiento de nuevas órdenes religiosas.
A pesar de las protestas, quedó sin efecto la Ley de Asociaciones y su máximo éxito anticlerical fue restaurar la libertad del
matrimonio civil y reconocer los templos protestantes.

En 1911, el problema de Marruecos volvía a ser candente, las tribus asentadas en la zona española estaban en contínuo estado
de guerra contra la penetración colonial. En ese año, Francia ocupó Fez y Canalejas quiso reaccionar para evitar su dominio
en la zona, ocupando tres plazas. Canalejas no logró el apoyo socialista ni de la izquierda antidinástica. La oleada de huelgas
culminó con la huelga general de 28 horas en septiembre.

En 1912. Canalejas fue asesinado en la Puerta del Sol por el anarquista Padiña. A partir de entonces los partidos turnantes se
escindieron, fracasando la revolución desde arriba que proponía el regeneracionismo.

El Anarquismo

A comienzos de siglo aparecieron nuevas formas de protesta, como las huelgas, prácticamente inexistentes antes de 1890. La
sociedad española, muy desmovilizada, lo estaba también en la propuesta obrera. Los conflictos se desarrollaban en un clima
de violencia y atentados, pero concluían con la intervención de la autoridad a favor de los patronos.

La intervención de la autoridad en los conflictos sociales se hacía por el orden público. A comienzos de siglo se inició la
legislación social en España. Las legislaciones sobre tribunales industriales fueron producto de la Comisión de Reformas
Sociales de 1891, convirtiéndose en ley gracias a la disposición conservadora de 1900, modificada posteriormente por
Canalejas en 1902. La Comisión contó con capacidad inspectora y con una representación que garantizaba la eficacia. También
en Instituto Nacional de Previsión contó con la colaboración de socialistas y católicos.

Pero la conflictividad social fue más reducida por la debilidad del movimiento sindical y obrero. En 1910 sólo hubo un diputado
socialista. El sindicalismo no dependía antes de 1914 de las dos grandes centrales nacionales y tenía un papel reducido en los
medios urbanos. Las huelgas se concentraron en algunos puntos y no había sindicatos organizados a nivel nacional ni
federación de industria.

La debilidad del movimiento obrero en España derivó de su división, que se supo cuando aumentó la influencia del socialismo.
Un rasgo en España del movimiento obrero es que era el peso dominante del socialismo hasta la II República. En España
existía una tradición democrática federal sobre la que pudo insertarse el anarcosindicalismo mejor que el socialismo.

Del anarquismo español de esa época, destaca su influencia, dando sensación de estallar una revolución y una escasa
originalidad doctrinal, sometida a influencias exteriores. Era más influyente que el socialismo en los años anteriores a la I
Guerra Mundial. Su tesis principal era la huelga general revolucionaria, unida a la acción directa, y acabó derivando en el
anarcosindicalismo y de ahí al sindicalismo. En España, esas tesis se insertaron sobre la tradición del anarco-comunismo
insurreccionalista. Hubo partidarios del atentado personal y detractores del mismo, pero la tendencia de los anarquista era
justificar la violencia.

En el anarquismo había sindicalistas reformistas e intelectuales subempleados que despreciaban a los obreros. La tradición del
atentado personal renació en 1904 con la visita a Maura en 1904 a Barcelona. Moral constituye un buen ejemplo. Fue
probablemente el autor del atentado contra el rey en 1905 y debió contar con el apoyo de Lerroux.

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Desde entonces el terrorismo cambió sus formas de actuación, se dedicó a colocar bombas en lugares de gran concurrecia para
crear un clima de tensión. Su desaparición fue más un producto del cansancio de los anarquistas que de la eficacia policial.
Otro factor importante fue la crecida del sindicalismo , había agitación social entre 1903 y 1905 en el campo andaluz. La
protesta pareció que iba a conmocionar a la sociedad andaluza y produjo un brusco crecimiento de las sociedades obreras, una
esperanza en la llegada del comunismo. Implicaba el incendio como forma de protesta para mejorar los salarios.

Mayor capacidad de difusión del anarquismo tendría la del anarcosindicalismo a partir de comienzos de siglo. Hubo intentos
repetidos de organizar un sindicato nacional. Los Congresos de la Federación de Trabajadores de la Religión Española no
establecieron ninguna organización nacional, sirvieron para difundir la huelga general y la escuela laica en medios no obreros.

Los medios anarquistas crearon una Federación Obrera en 1904 que tres años más tarde daría lugar a Solidaridad Obrera.
En 1910 el sector anarquista se hizo con la dirección del sindicalismo barcelonés y se fundó la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT), un nuevo sindicato con un propósito meramente revolucionario. Esta vertiente se aprecia en la acción del
nuevo sindicato, con su primer congreso en 1911 en Barcelona. Tras el congreso, hubo una reunión secreta donde se preparó
una huelga general revolucionaria con la que se enfrentó Canalejas. Fue ella la que convirtió a la CNT en una organización
clandestina desde 1911 hasta la guerra mundial.

TEMA 12. Crisis e incapacidad del sistema (1913-1923).

La crisis del sistema de la Restauración se produjo durante el reinado de Alfonso XIII. El régimen era parlamentario y liberal,
pero no democrático. Con la fuerza del movimiento obrero mantener este sistema era anacrónico.

Los problemas que surgieron en el XX, guerra con Marruecos, auge de los nacionalismos, aumentos de población, tensiones
sociales, no encontraron soluciones en la Restauración. A pesar del gobierno de García Prieto, que intentó reformas, el golpe
de Estado de Primo de Rivera acabó con el sistema e impuso un modelo autoritario que ya existía en Europa.

La escisión de los partidos dinásticos, crisis política

La muerte de Cánovas y Sagasta dejó a los dinásticos sin líderes claros. El turno dejó de funcionar, apareciendo nuevas fuerzas
y gran protagonismo del rey. Los partidos se separan buscando nuevos líderes, provocando escisiones. El turnismo previo,
representado por Maura y Canalejas, desaparece. El resultado sería una sucesión de gobiernos breves entre 1913 y 1923.

División del Partido Liberal tras la muerte de Canalejas

Tras su muerte en 1912, el rey nombró jefe de gobierno a Romanones, quien aspiraba a liderar el partido, pero éste se escindió
con aquellos que apoyaban a Manuel García Prieto, dentro de una dinámica de luchas personalistas. El grupo de Romanones
asumía el programa de Canalejas y era heterogéneo, el grupo demócrata era más homogéneo y moderado, situándose a la
derecha del Partido Liberal. La clave de la escisión fue la Ley de Mancomunidades de Romanones, a los que los

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garciaprietistas se opusieron, formando un grupo parlamentario aliado con los conservadores para derribar a Romanones.

División del Partido Conservador, pérdida de apoyos de Maura

Maura había intentado sanear el sistema, lo que molestó a otras figuras del partido. Eduardo Dato fue uno de ellos, provocando
la ruptura en 1913.

Ante la situación del Partido Liberal, el rey ofreció a Maura formar gobierno y el propio partido promovió a Dato, quien
buscaba seguir con el turnismo. El rey le encargó el gobierno y Maura abandonó el partido y la política. Se formaron dos
facciones, datistas, apoyados por la mayoría de los conservadores y mauristas, sin figuras relevantes. En 1914 Juan de la
Cierva formó su propio grupo a la derecha del partido, los ciervistas.

Problemas en los partidos de izquierdas

El Partido Radical de Lerroux en decadencia

Entró también en una profunda crisis de identidad. Pese al auge de Lerroux tras la Semana Trágica, la corrupción obligó al
Partido Radical a salir de la Conjunción en 1910 y cayó en declive. En 1915 perdieron el ayuntamiento de Barcelona a favor
de La Lliga.

El Partido Reformista de Merquíades Alvarez

La facción gubernamental de la Conjunción lanzó en 1912 un nuevo partido republicano, el liderado por Melquíades. La base
era pragmática y antirrevolucionaria, buscaba una república de orden, defensora de la propiedad. Consiguieron apoyo de clases
medias e intelectuales.

Tras la crisis de los partidos dinásticos intentaron una renovación democrática del sistema e incluirse en el sistema monárquico
para cambiarlo desde dentro, aplicando una reforma constitucional para obtener la soberanía nacional.

Crisis en la Conjunción, ruptura del Partido Socialista

La Conjunción se vió debilitada por las divisiones y la unidad del republicanismo era inviable. El Partido Socialista se dividió
entre conjuncionistas y anticonjuncionistas, con Largo Caballero. La Conjunción se mantuvo hasta 1919, cuando el ala
izquierda del partido logró su disolución.

La creciente complejidad del sistema. Nuevas fuerzas políticas

Previo a la I Guerra Mundial, el sistema de la Restauración sufría un gran número de partidos, con un Parlamento cada vez
más agitado, con alianzas de grupos bloqueando las iniciativas de gobierno.

El maurismo

Maura se había retirado de la vida política, y sus seguidores se organizaron como derecha regeneracionista, aunque
mantuvieron los métodos caciquiles. También aparecieron las Juventudes Mauristas, con gran propaganda política e incluso
enfrentamiento físico. Destacó Goicoechea, futuro líder del sector radical. Al maurismo se le asoció también con el catolicismo

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y las Ligas Católicas, con mítines y propaganda.

Grupos confesionales católicos agrupados en Ligas Católicas

Concurrieron a las elecciones en grupos defendiendo la religión, pero el catolicismo militante estaba muy dividido. Por un
lado católicos alfonsinos, integrados en el sistema a la derecha del Partido Conservador, por otro, los católicos
tradicionalistas (carlistas e integristas), que no aceptaban la monarquía constitucional ni el liberalismo, en concreto el
artículo 11, que permitía la práctica privada de cultos. El tradicionalismo tenía fuerza en Navarra, País Vasco y Cataluña,
aunque marginalmente, al ir desplazándose al nacionalismo. El carlismo adoptó el nombre de jainismo al morir Carlos VII y
heredar Jaime III. La Asociación Católica de Propagandistas formada en 1909. Militantes católicos en defensa de los
intereses de la Iglesia. Aceptan el régimen monárquico constitucional. En 1911, fundan el diario El Debate Ninguno de ellos
cuajó como opción política de importancia.

Otras fuerzas políticas: regionalistas y nacionalistas

A partir de la segunda década del XX, cobran importancia. El catalanismo fue influyente por la riqueza y extensión de su
geografía. La Lliga Regionalista, fundada en 1901, haciendo confluir tendencias de la Renaixença cultural, de fuerismo
conservador y del empresariado industrial. Buscaba la regeneración política de España a través de un papel hegemónico de
Cataluña. Estuvo liderada por Cambó. Caló en las clases conservadoras urbanas y en las clases rurales, pero no en las
trabajadoras, que la consideraban un partido burgués y reaccionario. Desde 1901 no se eligió en Barcelona ningún diputado
dinástico y desde 1905 ningún concejal.

Cataluña se convirtió en una región avanzada, en línea con otras de Europa. El incidente de Cu-Cut! supuso un caso de
intromisión del ejército y detonante de la extensión del catalanismo. La creación de la Solidaritat Catalana en 1906 supuso
una movilización cívica y tuvo una aplastante victoria en las generales de 1907, con 41/44 escaños. Solidaritat fue un
movimiento heterogéneo y se deshizo tras la Semana Trágica, en la que la Lliga mostró su tendencia derechista y clerical, a
partir de ahí se dedicó a constituir la Mancomunitat de Cataluña, como primer paso de autonomismo.

El nacionalismo vasco tuvo menor peso, pero también buscaba oponerse al caciquismo. Sabino Arana fundó el PNV a finales
del siglo XIX, con un ideario basado en un Euskadi independiente de España por raza, lengua, costumbres y religión. Tuvo un
discurso ultranacionalista, ultrarreligioso, ruralista, etnicista y xenógobo, calando sobre todo en zonas industrializadas como
Vizcaya. Tras la muerte de Arana en 1903, se produjo una lucha en el PNV, líneas radicales y moderadas, con victoria de la
última. Se consolidó como partido electoral en 1917, aunque sin ser la mayoritaria durante Alfonso XIII.

Otros regionalismos fueron menos influyentes, como la Liga Gallega de 1897 y el andalucismo de 1914 de Blas Infante.

Crisis del parlamentarismo e impacto de la I Guerra Mundial

Polémica entre aliadófilos y germanófilos

La I Guerra Mundial marcó una línea divisoria en el régimen de la Restauración, pese a la neutralidad de España. Durante y
tras la guerra se produjeron grandes cambios sociales, evidenciando la crisis del sistema y la ruptura entre las élites.

Tras desaparecer Maura y Canalejas, los partidos se descompusieron, con facciones actuando en el Parlamento, obstruyendo
la tarea de gobierno y los proyectos en Cortes.

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Dato (1913-1915) declaró a España neutral al estallar la guerra. Sus intereses en el norte de África le oponían a Francia y a
Gran Bretaña. La sociedad sí que vivió tensiones. La derecha veía en Alemania el orden y la autoridad, apoyados por la prensa
conservadora, el Ejército y el Episcopado. Para la izquierda, Francia e Inglaterra representaban el derecho, la libertad, la razón
y el progreso. Los socialistas eran partidarios de un neutralismo matizado por la aliadófila, los anarquistas eran antibelicistas.

La primera etapa de la guerra transcurrió con el gobierno de Dato hasta finales de 1915. Se creó el Ministerio de Trabajo y
mantuvo la neutralidad. En 1913 se aprobó la Ley de Mancomunidades. Dato no tenía el apoyo total de los conservadores y
no pudo atraerse a los mauristas, al igual que le pasó a De la Cierva. Crisis gubernamental por la oposición.

Beneficios de la neutralidad

El hundimiento de navíos fue uno de los aspectos negativos de la guerra. España no pudo mejorar territorialmente el control
de Marruecos, Gibraltar o Portugal. Sin embargo, la neutralidad resultó positiva, evitó tensiones políticas como las de Italia y
Portugal, realzando la posición de España en Europa, con gran desarrollo del capitalismo español. Se protegió la producción
española. Pero no todo se dió esa situación en todas las ramas de la producción y algunos productos tradicionales sufrieron las
consecuencias de la guerra. Desarrollo espectacular de la industria en Cataluña, País Vasco y Asturias, siendo pasajero en
algunos casos, como en las minas asturianas y las navieras. Así, al acabar la guerra, llegó la crisis, favoreciendo a la
intervención estatal. La Ley de Protección de Industrias, nuevas y existentes, en 1917, proporcionó exenciones tributarias y
primas a la exportación.

Pese a todo, la población descendió su nivel de vida por la subida de precios de los productos de primera necesidad, debido
a la guerra. Los salarios crecieron moderadamente por las presiones sindicales, pero no en todas las profesiones.

Gobierno Romanones (diciembre 1915-abril 1917).

En su gobierno se representaban distintas facciones liberales. Se centró en el problema de la escasez y el aumento de precios.
Se buscó recaudar fondos con una reforma fiscal en el Ministerio de Hacienda de Santiago Alba. El programa se articulaba en
medidas que iban desde la reforma fiscal al desarrollo de la industria. Destaca un impuesto a los beneficios extraordinarios
obtenidos durante la guerra. El proyecto no se hizo realidad por la oposición conservadora, incluyendo los catalanistas de
Cambó. Chocaron con el sector empresarial y con los nacionalismos periféricos. Cambó se erigió portavoz del capitalismo
industrial y financiero, con la unión del PNV (Comunión Nacionalista Vasca desde 1915). Alba no tuvo apoyos y el gobierno
acabó cayendo.

Gobierno de García Prieto (abril 1917-junio 1917)

Las relaciones entre los liberales se deterioraron durante 1917 y el Partido Liberal se disolvió. Alba formó la Izquierda
Liberal, a la izquierda del liberalismo. Durante el gobierno de Prieto se plantea la cuestión social ya que la inflación llevó a
la clase obrera con grandes tensiones y huelga. La UGT había crecido enormemente y buscaron una línea unitaria con la CNT.

La crisis de 1917. Desafío al sistema en tres frentes

Los movimientos obreros explican la agitación social. El incremento de precios iba unido a dicha agitación, acelerándose a
partir de 1916 con gran subida respecto a los salarios. En 1917 se sucedió una reunión entre UGT-CNT, redactando un
manifiesto conjunto y amenazando con una huelga general.

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La situación era además grave en el Ejército, con un exceso de oficiales que consumía el presupuesto, impidiendo la
modernización. Los ministros durante la guerra trataron de aplicar reformas, derivando en una protesta en la guarnición de
Barcelona. La Junta de Defensa barcelonesa protestaba contra el favoritismo y la mala situación económica de los oficiales.
La lucha llegó a su cénit en 1916, con encarcelamientos por parte de Prieto de los junteros. En 1917 los junteros no habían
cedido ante el gobierno. Para resolver la situación, Alfonso XIII recurrió al cambio de partido en el poder. Dato tomó el poder
con los conservadores y pareció aceptar el reglamento de las Juntas.

Como el gobierno había suspendido las garantías constitucionales y no quería reunirse en Cortes, Cambó organizó una
Asamble de Parlamentarios el Barcelona para que el gobierno aceptase las reformas, limitar las prerrogativas regias,
democratizar el Senado y descentralizar el Estado. Dato disolvió la Asamblea con una detención simbólica.

En agosto de sucedió una huelga general de 1917, debido a los conflictos en Valencia con los ferroviarios, donde sindicatos
y CNT se lanzaron a la huelga, sucediéndose conflictos revolucionarios, sobre todo en Asturias.

Tras los incidentes, Cambó decidió abandonar sus ideas reformistas, distanciándose de la izquierda y decantándose por el
proyecto conservador. Dato, debido a su intransigencia, puso en peligro al régimen y el rey llamó a un nuevo gobierno en
1917, presidido por Prieto, con carácter derechista. Como concesiones a las Juntas, se nombró ministro de Guerra a De la
Cierva y 2 carteras a la Lliga, siendo vencedores de la crisis de 1917.

Creciente debilidad e inestabilidad gubernamental

Primeros Gobiernos de concentración (1917-1919)

Prieto inauguró la etapa de gobiernos de concentración monárquica, de coalición y con frecuente apoyo de la Lliga. Apoyaron
los proyectos de Maura de descentralización de la administración y protección de la industria. Novedades en el sistema
electoral, sin listas pactadas ni presiones de los gobernadores civiles en las elecciones de 1918. Como resultado fragmentación
en Cortes, con buenos resultados socialistas, catalanistas y vascos. La heterogeneidad en Cortes llevó a la crisis.

Alfonso XIII le ofreció el gobierno a Maura, uniéndose los políticos monárquicos más importantes. Algunos logros fueron la
Ley de funcionarios, profesionalizando la administración y el reglamento de la cámara, que acortó debates y creó
comisiones legislativas.

Intentos de reconstruir el turno

Ante la inestabilidad de los gobiernos de concentración, el rey optó por reconstruir el turno. Se agruparon las concentraciones
en conservadores y liberales, aunque muchas facciones no tenían contacto entre sí.

Dado que el último gobierno había sido conservador, en 1918 fue liberal, presidido por Prieto. Duró un mes por las disputas
regionalistas catalanas reclamando un gobierno autónomo.

Sustituyó a Prieto Romanones, pero sin apoyo parlamentario suficiente, y pese a ser más proclives a la autonomía catalana, no
contaban con apoyo en Cortes, y su labor fue interrumpida por una huelga general en Barcelona, siendo el autonomismo
eclipsado por el problema social.

La huelga de la Canadiense fue la más importante de la historia sindical española. Duró 44 días y tubo gran alcance. El

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gobierno intentó dialogar pero la patronal y el Ejército fueron intransigentes, por lo que tuvo que declarar el estado de guerra,
con apoyo de la Lliga a la represión armada del movimiento obrero. Extremistas de la CNT reaccionaron con acciones
terroristas.

Romanones dimitió y le tocó a los conservadores, con Mura en 1919. Se convocaron elecciones en una situación de suspensión
de las garantías constitucionales. El gobierno perdió las elecciones, dimitiendo Maura.

Se nombró a Sanchez Toca y formó gobierno con ministros conservadores, durando solo unos meses por los conflictos y las
Juntas Militares fueron quienes acabaron con el gobierno.

En diciembre de 1919 se formó un gobierno de coalición con Allende-Salazar, teniendo que hacer frente al terrorismo
anarquista en Barcelona.

Dato presidió el gobierno más largo, de mayo 1920 a marzo de 1921, con políticas de acción social, caritativo y paternalista.
Dato acabó siendo asesinado por los anarquistas en 1921.

Expansión y radicalización del movimiento obrero

Como en toda Europa, la crisis por la guerra cerró fábricas e hizo perder puestos de trabajo, resultando en agitación social que
hicieron aumentar la influencia de los sindicatos. El sindicalismo anarquista obtuvo una superioridad en su desarrollo.

El PSOE siguió con su estrategia de reformismo gradual, con frutos en las elecciones de 1918. Se buscaron alianzas con otros
partidos de la izquierda para eliminar la monarquía, implantar una república con estructura política democrática. El PSOE
conseguía tener una presencia en el parlamento análoga a otros partidos socialistas europeos.

Sin embargo, la masa del movimiento obrero español iba por otro camino. El éxito de la Revolución Rusa aumentó las
expectativas. La UGT, con enorme crecimiento de afiliados, sufrió una radicalización en sus bases. La CNT había considerado
la huelga de 1917 como un fracaso y se alejó de los socialistas, apostando por la vía antipolítica de lucha sindical y huelga
general.

Importancia del Congreso de Sants por la CNT en 1918, donde se decantaron por la acción directa y el repudio de la acción
política. Significó además un progreso de organización. Aumentó la afiliación en Cataluña, entre una gran conflictividad social
con auge en la huelga de La Canadiense en 1919. Duró 44 días y supuso la paralización del 70% de la industria local
finalmente los sindicatos consiguieron una victoria pacífica en sus reivindicaciones.

En 1919 la CNT puso en marcha una nueva organización centralizadora. Salvador Seguí fue nombrado secretario general del
Comité Nacional, con un crecimiento de afiliados que triplicaba a la UGT en Cataluña.

La fuerza del anarquismo dió lugar a tres años de agitación social y laboral en Andalucía entre 1919 y 1921, durante el trienio
bolchevique, produciéndose una rebelión campesina alentada por las malas condiciones de trabajo y las noticias venidas de
Rusia. Las huelgas triunfaron pero finalmente las huelgas no justificadas debilitaron al movimiento.

La lucha sindical degeneró en terrorismo en Barcelona. La amenaza revolucionaria hizo que se creara el Somatén, una especie
de milicia cívica, armada con fusiles, que llegó a tener 65.000 afiliados en Cataluña y representaba el orden social. Era burguesa
y conservadora bajo control de la autoridad militar.

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La CNT no pactó con la UGT en 1920, al negarse la segunda ir a la huelga al morir asesinado Layret. Nin y Maurin fueron los
principales dirigentes de la CNT en 1921, vinculados al comunismo. En 1922 cambió con la salida de dirigentes sindicales de
la cárcel. El Congreso de Zaragoza supuso la ruptura con el comunismo y la adopción de la vía sindical patrocinada por
Salvador Saguí, quien fue asesinado en 1923.

El sindicalismo católico no tuvo arraigo en España, sólo en zonas determinadas, estando financiadas por poderosos capitalistas
que defendían sus intereses.

Tras la guerra, un importante sector se afilió a sindicatos de derechas, los Sindicatos Libres, fundados por trabajadores
carlistas en Barcelona, bajo control de obreros. Se aliaron con empresarios contra el enemigo común, la CNT. No tardaron en
convertirse en el segundo sindicato más grande de España, englobando finalmente a obreros no carlistas.

El problema de Marruecos

Después de 1898, la acción colonial quedó reducida al norte de África. Para Gran Bretaña, establecida en Gibraltar, protegió
los intereses comerciales, sobre todo Tánger. Por eso siempre prefirió a España ante Francia, quien tenía mejores territorios
en Marruecos. Como España no tenía peso en la política internacional, se veía obligada a aceptar los acuerdos de Francia.

Marruecos a comienzos de siglo estaba en descomposición política, dividido en la zona de Blad el Maize, controlado por las
autoridades del Sultán, y Blad el Siba, comarcas con vida autónoma. España y Francia mantuvieron desde 1902 contactos
diplomáticos para delimitar las áreas de influencia. El acuerdo de 1904 dejaba a los españoles con un territorio bastante pobre
y montañoso con tribus indómitas: el Rif y la Yebala, poblados por bereberes, como la tribu de Abd el Krim, bastante belicosa.
Francia aprovechó cualquier situación para establecer su protectorado sobre Marruecos. El Tratado Hispano-francés de 1912
confirmó la supremacía francesa.

Gobierno de Allende-Salazar (marzo-agosto 1921).

Durante la guerra se interrumpieron las operaciones en Marruecos, con pactos y paz con los jefes indígenas. Tras la guerra,
visto el interés francés en la zona española, se iniciaron las operaciones. Se hicieron grandes avances, pero se produjo un
enfrentamiento entre junteros y africanistas. Los militares en África estaban resentidos por la implantación del ascenso por
antigüedad de los junteros.

El general Dámaso Berenguer, destinado en el sector occidental, era partidario de una ocupación combinando acción militar
con la política para ganarse a los nativos. En el sector oriental se encontraba el general Silvestre, quien tenía otro punto de
vista y lanzó un ataque poco organizado hacia el Rif. La conquista fue fácil y Silvestre aseguró estar cerca de Alhucemas,
posición clave para el control del norte.

El ataque contra Alhucemas se produjo en 1921, causando cientos de bajas españolas y la consecuente rebelión de las cabilas
rifeñas al mando de Abd-el-Krim. En julio de 1921 se atacaron los puestos de Annual e Igueriben y no quedó más remedio
que la fuga. Las tropas abandonaron sus puestos hacia Melilla. Algunos resistieron evitando la caída de la ciudad. La retirada
fue caótica y puso en relieve la ineficacia y desorganización del Ejército. En el desastre de Annual murió el propio Silvestre,
convirtiéndose el tema de Marruecos en una pieza clave de la vida política española y una de las causas de la destrucción del
régimen parlamentario. Los políticos españoles se sintieron obligados a permanecer en el Norte de África por motivos de
prestigio exterior, pero que no obtenía de ella una rentabilidad económica significativa.

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Gobierno Nacional presidido por Maura (agosto 1921-marzo 1922)

Tras el desastre de Annual, llega al poder Maura, junto con Cambó en Hacienda, y De La Cierva en Guerra.Sirvió para arreglar
las urgencias inmediatas en Marruecos. Maura era partidario de limitar el alcance de las operaciones y otros de la total
ocupación. En 1922 las Juntas de Defensa se enfrentan a De La Cierva. El general Berenguer fue eximido de culpa y siguió
al frente de las operaciones, recuperando el territorio perdido. El gobierno acabó abandonando el poder por la divergencia en
torno de las garantías constitucionales en Barcelona.

Gobierno de Sánchez Guerra (marzo 1922-septiembre 1922)

Su sucesor en el gobierno sería Sánchez Guerra, heredero de Dato en el partido conservador. Planteó en las Cortes la cuestión
de la responsabilidad de los sucesos de Annual, haciendo colapsar el gabinete al haber sucedido durante el gobierno
conservador. Aumentó la hostilidad del Ejército contra el sistema. Los civiles estaban en contra del reclutamiento de soldados
de cuota.

Último gobierno constitucional de concentración liberal, presidido por García Prieto

A finales de 1922 llegó al poder un gobierno liberal de concentración. Los liberales tras la I Guerra Mundial estaban divididos.
Pese a todo, hubo entendimiento y la Concentración logró mayoría parlamentaria.

Prieto presentó el programa de reformas reformas (seguir una política civil en Marruecos, mayor libertad religiosa,
democratización del Senado, obligación de apertura de las Cortes, limitación en el poder del gobierno de suspender las
garantías constitucionales, etc.), pero no contó con el entorno necesario para llevarlas a cabo. Sin embargo, el gobierno no
estuvo unido y las crisis internas eran manifiestas.

Algunos problemas mejoraron, economía, bajada del terrorismo y de los conflictos sociales, pero seguían sucediéndose huelgas
y en Cataluña surgía un nacionalismo independentista y se formaban grupos de rección como la Unión Monárquica Nacional,
grupo nacionalista español en Barcelona. Fue el intento de buscar culpables a lo sucedido en Annual lo que puso al ejército en
contra del sistema.

Alba accedió al programa militar en Marruecos, sucediéndose dimisiones en el gobierno por los gastos que supondría, poniendo
en peligro el resto de reformas.

Las relaciones Iglesia-Estado fueron otro problema en el gobierno de Prieto. Los reformistas querían cambiar el artículo 11,
que prohibía actos de otras religiones, con gran rechazo eclesiástico, por lo que el ministro reformista dimitió.

Conspiración militar y golpe de estado

En 1923 se rumoreaba un golpe de Estado. Se pedía la dictadura con preferencia por Romanones o el general Weyler. El
general Aguilera casi preparó una conspiración izquierdista con apoyo de intelectuales como Unamuno. El rey pudo ser la
solución autoritaria temporal, pero no era un monarca dictatorial.

Destaca la peculiaridad de Barcelona. El catalanismo más radicalizado lo representaba la juventud con Acció Catalana. Había
un gran desorden público, atentados y huelga de transportes, no había ninguna reacción gubernamental. Primo de Rivera fue
hábil al no mostrarse en contra del catalanismo.

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En las últimas semanas del Gobierno liberal se veía una gran división del gabinete sobre uno de los problemas más agudos
que tenía España, el de Marruecos. Cuando se produjo el golpe, sólo dos o tres ministros se opusieron. La conspiración se
preparó en Madrid en junio de 1923, cuando Primo de Rivera fue llamado por el gobierno y estableció contacto con otros
generales, destacando Cavalcanti. El Ejército, dividido, se unió por el repudio hacia el régimen de la Restauración. El golpe
no sería militarista, sino que el poder sería entregado en elecciones civiles a políticos.

Primo de Rivera presentó su programa en un manifiesto que recordaba al espíritu regeneracionista del momento. La razón de
la victoria no fue solo el Ejército sino que la sociedad española no estaba dispuesta a luchar por el gobierno. El rey tampoco
estaba de acuerdo con la Concentración Liberal y consideraba inevitable el autoritarismo militar, sin embargo no ayudó ni
estimuló el golpe.

Alfonso XIII mantuvo una apariencia de legalidad, haciendo que Primo de Rivera, que llegaba de Barcelona a formar un
Directorio militar, firmara como ministro único, guardando las apariencias de constitucionalidad. En la prensa se percibe la
popularidad de Primo de Rivera. Solo los republicanos se mostraron reticentes. Ayala, Unamuno y Azaña fueron parte de los
intelectuales en contra del dictador. En estas condiciones, cabe pensar que la oposición de Alfonso XIII haría peligrar el trono.

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