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COMENTARIO 1

CARACTERÍSTICAS POLÍTICAS, ECONÓMICAS Y SOCIALES


DEL ANTIGUO RÉGIMEN. LA POLÍTICA CENTRALIZADORA DE
LOS BORBONES

Antiguo Régimen es el término que los revolucionarios franceses utilizaban para


designar peyorativamente al sistema de gobierno anterior a la Revolución francesa de
1789 (la monarquía absoluta de Luis XVI), y que se aplicó también al resto de las
monarquías europeas cuyo régimen era similar a aquél. El término se identificaba con
decadencia y caducidad; en contraposición iban a implantar un “régimen nuevo”, sinónimo
de progreso y basado en la filosofía de la Ilustración.

Hoy, la historiografía ha aceptado el término y con él se define al conjunto de


circunstancias políticas, jurídicas, sociales y económicas imperantes en Europa hasta
finales del siglo XVIII; y en España, con vaivenes, hasta al menos 1833, muerte de
Fernando VII, último rey absoluto en la Historia de España.

En el siglo XVIII, las estructuras del Antiguo Régimen empezaban a quedarse obsoletas
e inapropiadas para las transformaciones sociales y económicas que se estaban
produciendo. El gobierno absoluto de los reyes implicaba el mantenimiento de una injusta
organización social, resultado de la división en estamentos y basado en la perpetuación
de situaciones de privilegio que favorecían a una minoría. El sostenimiento de esta
situación chocaba con los intereses de los grupos más dinámicos, como la burguesía
comercial y financiera ascendente en Europa.

Las características fundamentales del Antiguo Régimen en España eran:

A) Desde el punto de vista político, al instalarse los Borbones en España en 1700,


impusieron el modelo de absolutismo implantado en Francia en el siglo XVII por Luis XIV.
En esta fórmula política, el monarca absoluto constituía la encarnación misma del Estado:
a él pertenecía el territorio y de él emanaban las instituciones. Su poder era prácticamente
ilimitado pues era fuente
de ley, autoridad máxima del gobierno y cabeza de la justicia; él era el único depositario
de una soberanía que recibía directamente de Dios; por tanto, su autoridad es indiscutible
y completa, sin que pueda ser limitado por ningún derecho o institución.
Los primeros Borbones españoles, Felipe IV (1700-1746) y Fernando VI (1746-1759)
asumieron la tarea de unificar y reorganizar los diferentes reinos peninsulares. Felipe V,
mediante los Decretos de Nueva Planta (Valencia, 1707; Aragón, 1707-1711; Mallorca,
1715 y Cataluña, 1716), impuso la organización político-administrativa de Castilla en los
territorios de la Corona de Aragón, que perdieron su soberanía y se integraron en un
modelo uniformador y centralista. Las razones estarían en querer castigar a los
territorios que habían apoyado a Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión y aumentar
el poder regio. Así, excepto País Vasco y Navarra, los territorios de Castilla y Aragón
constituyeron una única estructura de carácter uniforme. La Nueva Planta abolió las
Cortes de los diferentes reinos, integrándolas en las de Castilla, que, de hecho, se
convirtieron en las Cortes de España (sólo se reunían a petición del rey y para jurar al
heredero). También se suprimió el Consejo de Aragón, y el Consejo de Castilla asumió
sus funciones. Aunque legalmente conservaba sus facultades legislativas y judiciales, y
ejercía de Tribunal Supremo de Justicia, el Consejo de Castilla y el resto de los Consejos
de la época de los Austrias pasaron a ser meros órganos consultivos y perdieron peso en
el gobierno.
Por encima de cualquier institución se situaba el poder del monarca, que intervenía y
decidía en todos los asuntos del Estado. Su labor era auxiliada por las Secretarias,
parecidas a los actuales ministerios, a cuyo frente se situaba el Secretario de Despacho.
En 1714 se crearon las de Estado, Asuntos Extranjeros, Justicia y Guerra y Marina, y en
1754 las de Hacienda. Los secretarios eran nombrados y destituidos por el rey y sólo le
rendían cuentas a él. Para realizar sus tareas eran auxiliados por funcionarios,
encargados de ejecutar las órdenes del rey y controlar la administración.
Los Borbones también reorganizaron el territorio: eliminan los antiguos virreinatos (menos
el de navarra y los americanos) y crean las Demarcaciones Provinciales, gobernada por
Capitanes Generales, con atribuciones militares, administrativas y judiciales, ya que
presidían las Reales Audiencias, que se implantaron en todo los territorios. Por último, se
generaliza, para el gobierno de las principales ciudades, la institución del corregidor
(quién, por delegación del rey, supervisaba la administración municipal).
La aportación más relevante del nuevo modelo administrativo fue la introducción del
cargo de Intendente: funcionario que dependía directamente del rey, gozaban de amplios
poderes y tenían como misión recaudar impuestos y dinamizar económicamente el país:
controlar a las autoridades locales, impulsar el desarrollo de la agricultura, la ganadería y
la industria, levantar mapas, realizar censos...
La otra novedad se produce en los intentos de reorganización de la Hacienda. La
nueva administración comprendía que para el saneamiento de la economía era
imprescindible que todos los habitantes pagasen en relación a su riqueza, incluyendo los
privilegiados (nobleza y clero), que hasta entonces no lo hacían. Aprovechando el
derecho de conquista, intentaron esta experiencia en los territorios de la Corona de
Aragón: se implantaron el equivalente y la talla en Valencia, la única contribución en
Aragón, y el catastro en Cataluña. Se trataba de establecer una cuota fija por parte de la
administración, a repartir proporcionalmente entre sus habitantes. En los años siguientes
se intentó extender a toda España (catastro de Ensenada), pero la fuerte resistencia de
los privilegiados lo impidieron.

B) Desde el punto de vista de la política exterior, el reinado de los Borbones se inició


con una importante pérdida de poder e influencia de la Corona española en el contexto
internacional, ya que la Guerra de Sucesión, que permite consolidar el reinado de Felipe V
de Borbón en España, finaliza con los Tratados de Utrecht y Rastadt (1713-1714). En
ellos, se entrega el Milanesado, Flandes, Nápoles y Cerdeña a Austria; Gibraltar y
Menorca, junto a privilegios comerciales (el asiento de negros y el navío de permiso) en la
América española, a Gran Bretaña; y Monferrat y Sicilia a Saboya. Todo ello permitió
liberar a la monarquía española de la pesada carga militar y financiera
que había supuesto el mantenimiento de las numerosas posesiones europeas en el siglo
XVI y XVII, y concentrar sus energías en mejorar la situación en el interior del país. El
siglo XVIII fue una centuria de relativa paz internacional, aunque España se vio
implicada en algunos acontecimientos bélicos. Los principales enfrentamientos se
produjeron a causa del empeño de Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, en
defender el acceso al trono de Nápoles de su hijo mayor Carlos, y al trono de Parma y
Módena de su otro hijo, Felipe. Los intereses españoles en Italia comportaron el
enfrentamiento con algunas potencias europeas, especialmente con Austria. En busca de
aliados, Felipe V y Carlos III firmaron una serie de pactos ofensivo-defensivos con
Francia, llamados Pactos de Familia (se firmaron tres durante el siglo). En la segunda
mitad del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, España intervino en la guerra de los
siete años y en la independencia de los Estados Unidos, lo que le permitió seguir unida a
Francia, en su continuo enfrentamiento con Gran Bretaña.

C) Demográficamente hablando, en el siglo XVIII se produjo un aumento de la


población. Se pasó de 7,5 millones a principios de siglo a 11 millones al finalizar la
centuria. Este crecimiento no fue igual en toda España, en el interior fue muy escaso, y,
en cambio, en la periferia fue muy importante.
El aumento de la población se debió:
• a la disminución de la mortalidad catastrófica: la peste, guerras, etc.
• a los adelantos en sanidad e higiene.

Aunque esto no significa que desaparecieran los períodos de gran mortandad, por: las
epidemias y las crisis de subsistencias. El modelo demográfico siguió siendo en lo
esencial idéntico al de siglos anteriores: altas tasas de natalidad (42% aproximadamente)
y mortalidad (en torno al 38%).

D) La Sociedad del siglo XVIII sigue definiéndose como estamental, y se caracteriza por
la desigualdad jurídica y el inmovilismo. Los grupos privilegiados (nobleza y clero) eran
dueños de la mayor parte de las tierras, no pagaban impuestos y ostentaban los
principales cargos públicos,
• El clero constituía poco más del 2% de la población pero controlaba el 40 % de la
propiedad territorial. No pagaban impuestos, pero percibían el diezmo de los
campesinos.
• La nobleza, a la que se pertenecía por nacimiento o por nombramiento real, no
sobrepasaba el 5% de la población, aunque poseía extensas propiedades y
detentaban numerosos señoríos, en los que administraban justicia y de los que
extraían cuantiosas rentas.
• El Estado LLano o Tercer Estamento, era el más heterogéneo; estaba
compuesto por el resto de los habitantes del reino (campesinos, burgueses,
clases populares urbanas...). Soportaban la mayor parte de las cargas
económicas del Estado (pagaban impuestos) y estaban marginados de las
decisiones políticas. Los campesinos, que eran la mayoría de la población,
continuaban sometidos al régimen señorial que les obligaba a entregar la mayor
parte de las rentas agrarias, manteniéndoles así en el límite de la supervivencia,
cuando no del hambre crónica. El poder de la nobleza y del clero había
impedido el desarrollo de una burguesía comercial e industrial en España. Pero
la mejora de las actividades económicas, sobre todo el desarrollo del comercio,
permitió su crecimiento a lo largo del siglo XVIII, aunque su peso e importancia
no sobrepasaban el ámbito de algunas ciudades dedicadas al comercio,
especialmente colonial: Cádiz, Barcelona...

E) Desde el punto de vista económico, hablamos de una España eminentemente


agraria, ya que el campo será la principal fuente de riqueza, y a ella se dedicaba el 80 %
de la población. La mayor parte de las tierras estaban amortizadas, es decir, no podían
venderse ni comprarse, y sólo se trasmitía por herencia. Así sucedía con las tierras de la
Iglesia (llamadas tierras de
“manos muertas”), de los ayuntamientos (tierras comunales y de propios) o de la
nobleza, cuyas tierras estaban vinculadas por medio de la institución del mayorazgo
desde las Cortes de Toro en 1505, y que en el siglo XVIII se había extendido a los
plebeyos enriquecidos. Asimismo, la Corona, la nobleza y la Iglesia continuaban siendo
titulares de los señoríos, extensas propiedades de tierra sobre las que ejercían
jurisdicción y de la que percibían numerosas rentas. En consecuencia, la mayor parte de
la tierra estaba fuera del mercado y la inmensa mayoría de la población no podía acceder
a su propiedad.
Aunque existían agricultores propietarios de tierra en Cantabria, Asturias, País Vasco y
norte de Castilla, la mayor parte del campesinado eran jornaleros o arrendatarios. Las
condiciones variaban según la zona y el tipo de contrato al que estaban sujetos:
• En Cataluña, la mayoría de las tierras eran propiedades medianas y estaban
cultivadas por campesinos con contratos enfitéuticos, es decir, estables y a
perpetuidad, no sometidos a aumento de rentas, y se beneficiaban del
crecimiento del rendimiento agrario.
• En Galicia y Asturias, los arrendamientos eran fijos por tres generaciones pero,
ante la falta de tierras, se podían subdividir, lo que llevó a un problema de
minifundismo, con explotaciones minúsculas, incapaces de mantener a una
familia.
• Por último, en gran parte del sur de Castillla, Extremadura y Andalucía existían
enormes extensiones (latifundios) en manos de la nobleza y el clero,
trabajados por campesinos en arriendo a corto plazo o por jornaleros. Las
condiciones para el campesinado eran muy duras, pues si se trataba de
arrendamientos, se le subían continuamente las rentas, y si eran jornaleros,
dependían de un misero salario diario.
Además, no debemos de olvidar el enorme peso que la Mesta (Asociación de ganaderos
de la oveja merina) aun conservaba en Castilla, pues los enormes rebaños que poseían
los grandes propietarios les aportaban importantes beneficios, y eso primaba el uso de las
tierras a su favor.
En el Antiguo Régimen, la artesanía y el comercio eran sectores económicos subsidiarios
del mundo agrario. La industria tradicional (talleres artesanales) continuaban organizados
en gremios, con un estricto control sobre la producción.
Respecto al comercio, el mercado interno era débil y escaso, limitado en su mayoría a
intercambios locales o comarcales, debido a los graves problemas de transporte y a la
difícil orografía peninsular, a lo que se le debe añadir los escasos excedentes debido a la
economía agraria de autoconsumo. Solo el comercio colonial mantenía una cierta
importancia, como consecuencia de las reformas introducidas a lo largo del siglo, que
permitieron una reactivación de los intercambios con la América española.

Una vez analizada la situación de España durante las primeras décadas del siglo XVIII,
debemos comentar que este modelo económico, social y político fue duramente criticado
por un movimiento intelectual que se desarrolló en Francia y Gran Bretaña desde mitad de
dicho siglo, la Ilustración, y que llega a España coincidiendo con el reinado de un nuevo
monarca, Carlos III (1759-1788).
Esta nueva corriente de pensamiento se expande rápidamente por toda Europa, de forma
que el siglo XVIII es conocido como el Siglo de las luces. La característica básica del
pensamiento ilustrado es una ilimitada confianza en la razón, que no puede ser sustituida
ni por la autoridad ni por la tradición, ni por la revelación. Los ilustrados creen que el
hombre, conducido por la inteligencia, podían alcanzar el conocimiento, que constituía la
base de la felicidad. Por ello eran firmes partidarios de la educación y del progreso, es
decir, del enriquecimiento del saber y de la progresiva mejora de las condiciones de vida
de los seres humanos.
Con estas ideas, los ilustrados sometieron a crítica a la sociedad estamental, negando
la trasmisión por herencia de privilegios o derechos pues eran firmemente partidarios de
la igualdad y libertad de los seres humanos. Criticaron también la rigidez económica,
defendiendo un sistema social que garantizase la compra y venta de la propiedad y la
libertad de comercio e industria
(liberalismo económico).
Asimismo, sin negar la existencia de Dios, criticaban a la Iglesia por su dominio
ideológico, por sus privilegios y por sus conservadurismo.
Por último, se enfrentaron al absolutismo monárquico, defendiendo la separación de
poderes y el principio de soberanía nacional: el poder emana del voto de los
ciudadanos.
En España, la Ilustración penetra con lentitud y dificultad, ya que la ausencia de una
burguesía fuerte, el conservadurismo de los medios intelectuales y el peso de la Iglesia
obstaculizó la difusión de las nuevas ideas hasta la 2ª mitad del siglo XVIII. A partir de
1750-1760, surgió una generación de pensadores: Feijoo, Campomanes, Cadalso,
Jovellanos, Aranda, Floridablanca...que se interesan por el progreso, la ciencia, el espíritu
crítico... Fijaban la educación como un objetivo prioritario, el eje sobre el que debía
sustentarse el cambio social. Como segunda preocupación, se centraron en la cuestión
económica: todos eran conscientes de que el atraso del país provenía de las tierras
amortizadas en manos de los privilegiados, y del desconocimiento de las nuevas técnicas
e inventos que se aplicaban en Europa.
La venida a España de Carlos III, representa un nuevo capítulo en nuestra historia,por las
repercusiones ideológicas y sociales que su política había de representar. Carlos III
(1759-1788) accedió al trono al morir su hermanastro Fernando VI sin descendencia
directa. Ya había gobernado en Nápoles, donde había entrado en contacto con las nuevas
ideas ilustradas. Al iniciar su reinado en nuestro país, se mostró partidario de seguir
algunas de las ideas de progreso y racionalización ilustradas, siempre que no atentaran
contra el poder de la monarquía absoluta. Se trata del Despotismo Ilustrado (Lema:
Todo para el pueblo, pero sin el pueblo).
A su llegada a España, vino rodeado de un grupo de personajes italianos (Grimaldi,
Esquilache...) que le ayudaron en la tarea de gobernar, iniciando un programa de
reformas que afectaban al saneamiento y orden público de la capital, Madrid: limpieza
urbana, alumbrado, prohibición de los juegos de azar en la vía pública... Ello provocó en
1766 una revuelta, conocida como el Motín de Esquilache, cuyas protestas parecen
encaminadas contra las medidas ya mencionadas, el malestar por la escasez y la carestía
de los alimentos, a lo que se une el rechazo hacia el excesivo poder de los cargos
extranjeros y el descontento de los privilegiados, que veían que se reducía su poder e
influencia. Carlos III, atemorizado por la extensión y gravedad de la revuelta, destituyó a
Esquilache, paralizó las reformas, redujo el precio de algunos alimentos básicos (aceite,
trigo...)... El motín cesó, pero el rey, una vez controlada la situación, decidió continuar con
la política reformista; eso si, ahora rodeado de ministros y colaboradores españoles:
Rodríguez Campomanes, Conde de Floridablanca, Conde de Aranda, Pablo de Olavide o
Jovellanos. Todos ellos estudiaron, informaron y propusieron una serie de medidas
tendentes a la modernización y racionalización del Estado:
A) En el ámbito religioso, los ilustrados eran decididamente regalistas, es decir,
defensores de la autoridad y prerrogativas del rey frente a la Iglesia. Carlos III reclamó el
Patronato Regio (derecho a nombrar los cargos eclesiásticos) y combatió tenazmente el
poder de la Iglesia. En este contexto, hay que entender la expulsión de los jesuitas en
1766, una orden religiosa de enorme poder, de directa obediencia al papado y probable
instigadora del Motín de Esquilache.

B) En lo referente a la cuestión social, el pensamiento ilustrado se plasmó en 1783 en el


Decreto por el que se declaran honestas todas las profesiones y se admitieron las
actividades profesionales de alta utilidad pública como mérito para la consecución de la
hidalguía.

C) En educación, se inició una reforma de los estudios universitarios y de enseñanzas


medias (Estudios de San Isidro, de Madrid), y se fundaron escuelas de “artes y oficio”,
ligadas a conocimientos prácticos, y se impulsó la obligatoriedad de la educación
primaria. Además, se promovió la fundación de Academias dedicadas a las letras y las
ciencias.

D) En el terreno económico, para intentar acabar con las trabas que inmovilizaban la
propiedad,
entorpecían la libre circulación y amordazaban los mercados, se establecieron las
siguientes medidas:
• Elaboración de un Proyecto de Ley Agraria, para incrementar la producción de
cereales e impedir la inflación y los conflictos internos en el campo. Las
protestas de los campesinos por la falta de tierras y por el precio de los
arrendamientos va a obligar a elaborar , por orden del Consejo de Castilla, un
Expediente General, base para la posterior ley que nunca se llegó a aprobar.
• Limitación de los privilegios de la Mesta,
• Apoyo a la propuesta de Olavide de colonización de nuevas tierras (Sierra
Morena), para colonizar tierras yermas; estas Nuevas Poblaciones (La Carlota,
La Carolina, La Luisiana, Fuente Palmera...), se basaban en principios
ilustrados: planes urbanísticos, en cuadrícula; exclusión de gremios, clero
regular y mayorazgos en la localidad; escolarización primaria obligatoria;
imposibilidad de aumentar el precio de los arrendamientos de tierras, etc. El
objetivo era favorecer la seguridad del tráfico de personas y mercancías que
circulaban por el camino de Andalucía, especialmente de los peligros derivados
del bandolrismo. Se crean nuevos núcleos de población. Se llevó a Sierra
Morena a unos seis mil colonos repartidos por distintas fundaciones: La
Carolina, La Carlota, La Luisiana, y otras hasta el total de quince pueblos que
se fundaron en el proceso. Las casas construidas estaban diseminadas en el
campo y cerca del gran camino de Andalucía. Cada cuatro o cinco localidades
estaban agrupadas en feligresías, para las que se elegían un alcalde y un
síndico representante. También se construyó una iglesia en cada feligresía. A
cada familia de colonos se le dieron unas cincuenta fanegas de tierra para
cultivos de secano y regadío, cinco gallinas, cinco cabras, cinco ovejas, dos
vacas y una puerca de parir. Además, estaban exentos de pagar tributos
durante diez años tras su llegada a la colonia y estaban protegidos por un fuero
especial

• Fomento de la libre circulación de mercancías en el interior de España, como la


libre circulación de granos (1765).
• La liberalización progresiva del comercio colonial . Por fin Carlos III decidió
liberalizar el comercio acabando con el monopolio de Cádiz en 1765; y desde
1778 todos los puertos españoles pudieron comerciar libremente con América.
• Apoyo a la actividad industrial, liberalizando gradualmente el proceso de
fabricación, a partir de 1768, y abandonando la gestión de las Reales Fábricas,
desde 1761. Al mismo tiempo, se establecieron aranceles (Arancel de 1782) y
se firmaron tratados comerciales para defenderse de la competencia exterior.
• Moderación en la política impositiva, con el objetivo de fomentar la producción y
limitar el gasto público.
• En el terreno financiero, se estableció el Banco de San Carlos, antecedente del
futuro Banco de España. En este período, aparece la peseta, aunque no será la
moneda oficial del país hasta 1868.
• Creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País. La primera fue
fundada por un vasco, el conde de Peñaflorida, en 1765, y rápidamente se
fueron creando sociedades en muchas provincias con el objeto de fomentar la
agricultura, el comercio y la industria, traducir y publicar libros extranjeros e
impulsar la difusión de ideas fisiócratas y liberales.

El Despotismo de Carlos III presenta en su conjunto un balance positivo. Se impulsaron


reformas de tipo económico, se apoyaron propuestas y proyectos para el progreso de la
instrucción pública, para el saneamiento de las ciudades, para la mejora de la red de
carreteras,etc. También se defendieron las prerrogativas del Estado frente a la Iglesia y se
animó a los súbditos a desarrollar las actividades productivas.
Pero, ahora bien, los intentos de reforma agraria implicaban trastocar profundamente el
poder de
los privilegiados. En la España del siglo XVIII, enfrentarse con la nobleza o menguar sus
privilegios, significaba, en el fondo, destruir la base de desigualdad civil sobre la que se
asentaba la propia monarquía absoluta. Reformar tenía como límite el poder absoluto del
monarca y mantener el esqueleto del orden del Antiguo Régimen. Cuando la Revolución
Francesa anunció el fin del viejo orden, el nuevo monarca, Carlos IV, y gran parte de sus
colaboradores fueron los primeros en observar con gran temor los efectos que las ideas
ilustradas provocaban en la vecina Francia.

Carlos IV sube al trono tras la muerte de su padre en diciembre de 1788; y la Revolución


francesa estalla en julio de 1789. El miedo a la expansión revolucionaria congeló todas
las reformas iniciadas por el Despotismo Ilustrado de Carlos III.

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