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En el siglo XVIII, las estructuras del Antiguo Régimen empezaban a quedarse obsoletas
e inapropiadas para las transformaciones sociales y económicas que se estaban
produciendo. El gobierno absoluto de los reyes implicaba el mantenimiento de una injusta
organización social, resultado de la división en estamentos y basado en la perpetuación
de situaciones de privilegio que favorecían a una minoría. El sostenimiento de esta
situación chocaba con los intereses de los grupos más dinámicos, como la burguesía
comercial y financiera ascendente en Europa.
Aunque esto no significa que desaparecieran los períodos de gran mortandad, por: las
epidemias y las crisis de subsistencias. El modelo demográfico siguió siendo en lo
esencial idéntico al de siglos anteriores: altas tasas de natalidad (42% aproximadamente)
y mortalidad (en torno al 38%).
D) La Sociedad del siglo XVIII sigue definiéndose como estamental, y se caracteriza por
la desigualdad jurídica y el inmovilismo. Los grupos privilegiados (nobleza y clero) eran
dueños de la mayor parte de las tierras, no pagaban impuestos y ostentaban los
principales cargos públicos,
• El clero constituía poco más del 2% de la población pero controlaba el 40 % de la
propiedad territorial. No pagaban impuestos, pero percibían el diezmo de los
campesinos.
• La nobleza, a la que se pertenecía por nacimiento o por nombramiento real, no
sobrepasaba el 5% de la población, aunque poseía extensas propiedades y
detentaban numerosos señoríos, en los que administraban justicia y de los que
extraían cuantiosas rentas.
• El Estado LLano o Tercer Estamento, era el más heterogéneo; estaba
compuesto por el resto de los habitantes del reino (campesinos, burgueses,
clases populares urbanas...). Soportaban la mayor parte de las cargas
económicas del Estado (pagaban impuestos) y estaban marginados de las
decisiones políticas. Los campesinos, que eran la mayoría de la población,
continuaban sometidos al régimen señorial que les obligaba a entregar la mayor
parte de las rentas agrarias, manteniéndoles así en el límite de la supervivencia,
cuando no del hambre crónica. El poder de la nobleza y del clero había
impedido el desarrollo de una burguesía comercial e industrial en España. Pero
la mejora de las actividades económicas, sobre todo el desarrollo del comercio,
permitió su crecimiento a lo largo del siglo XVIII, aunque su peso e importancia
no sobrepasaban el ámbito de algunas ciudades dedicadas al comercio,
especialmente colonial: Cádiz, Barcelona...
Una vez analizada la situación de España durante las primeras décadas del siglo XVIII,
debemos comentar que este modelo económico, social y político fue duramente criticado
por un movimiento intelectual que se desarrolló en Francia y Gran Bretaña desde mitad de
dicho siglo, la Ilustración, y que llega a España coincidiendo con el reinado de un nuevo
monarca, Carlos III (1759-1788).
Esta nueva corriente de pensamiento se expande rápidamente por toda Europa, de forma
que el siglo XVIII es conocido como el Siglo de las luces. La característica básica del
pensamiento ilustrado es una ilimitada confianza en la razón, que no puede ser sustituida
ni por la autoridad ni por la tradición, ni por la revelación. Los ilustrados creen que el
hombre, conducido por la inteligencia, podían alcanzar el conocimiento, que constituía la
base de la felicidad. Por ello eran firmes partidarios de la educación y del progreso, es
decir, del enriquecimiento del saber y de la progresiva mejora de las condiciones de vida
de los seres humanos.
Con estas ideas, los ilustrados sometieron a crítica a la sociedad estamental, negando
la trasmisión por herencia de privilegios o derechos pues eran firmemente partidarios de
la igualdad y libertad de los seres humanos. Criticaron también la rigidez económica,
defendiendo un sistema social que garantizase la compra y venta de la propiedad y la
libertad de comercio e industria
(liberalismo económico).
Asimismo, sin negar la existencia de Dios, criticaban a la Iglesia por su dominio
ideológico, por sus privilegios y por sus conservadurismo.
Por último, se enfrentaron al absolutismo monárquico, defendiendo la separación de
poderes y el principio de soberanía nacional: el poder emana del voto de los
ciudadanos.
En España, la Ilustración penetra con lentitud y dificultad, ya que la ausencia de una
burguesía fuerte, el conservadurismo de los medios intelectuales y el peso de la Iglesia
obstaculizó la difusión de las nuevas ideas hasta la 2ª mitad del siglo XVIII. A partir de
1750-1760, surgió una generación de pensadores: Feijoo, Campomanes, Cadalso,
Jovellanos, Aranda, Floridablanca...que se interesan por el progreso, la ciencia, el espíritu
crítico... Fijaban la educación como un objetivo prioritario, el eje sobre el que debía
sustentarse el cambio social. Como segunda preocupación, se centraron en la cuestión
económica: todos eran conscientes de que el atraso del país provenía de las tierras
amortizadas en manos de los privilegiados, y del desconocimiento de las nuevas técnicas
e inventos que se aplicaban en Europa.
La venida a España de Carlos III, representa un nuevo capítulo en nuestra historia,por las
repercusiones ideológicas y sociales que su política había de representar. Carlos III
(1759-1788) accedió al trono al morir su hermanastro Fernando VI sin descendencia
directa. Ya había gobernado en Nápoles, donde había entrado en contacto con las nuevas
ideas ilustradas. Al iniciar su reinado en nuestro país, se mostró partidario de seguir
algunas de las ideas de progreso y racionalización ilustradas, siempre que no atentaran
contra el poder de la monarquía absoluta. Se trata del Despotismo Ilustrado (Lema:
Todo para el pueblo, pero sin el pueblo).
A su llegada a España, vino rodeado de un grupo de personajes italianos (Grimaldi,
Esquilache...) que le ayudaron en la tarea de gobernar, iniciando un programa de
reformas que afectaban al saneamiento y orden público de la capital, Madrid: limpieza
urbana, alumbrado, prohibición de los juegos de azar en la vía pública... Ello provocó en
1766 una revuelta, conocida como el Motín de Esquilache, cuyas protestas parecen
encaminadas contra las medidas ya mencionadas, el malestar por la escasez y la carestía
de los alimentos, a lo que se une el rechazo hacia el excesivo poder de los cargos
extranjeros y el descontento de los privilegiados, que veían que se reducía su poder e
influencia. Carlos III, atemorizado por la extensión y gravedad de la revuelta, destituyó a
Esquilache, paralizó las reformas, redujo el precio de algunos alimentos básicos (aceite,
trigo...)... El motín cesó, pero el rey, una vez controlada la situación, decidió continuar con
la política reformista; eso si, ahora rodeado de ministros y colaboradores españoles:
Rodríguez Campomanes, Conde de Floridablanca, Conde de Aranda, Pablo de Olavide o
Jovellanos. Todos ellos estudiaron, informaron y propusieron una serie de medidas
tendentes a la modernización y racionalización del Estado:
A) En el ámbito religioso, los ilustrados eran decididamente regalistas, es decir,
defensores de la autoridad y prerrogativas del rey frente a la Iglesia. Carlos III reclamó el
Patronato Regio (derecho a nombrar los cargos eclesiásticos) y combatió tenazmente el
poder de la Iglesia. En este contexto, hay que entender la expulsión de los jesuitas en
1766, una orden religiosa de enorme poder, de directa obediencia al papado y probable
instigadora del Motín de Esquilache.
D) En el terreno económico, para intentar acabar con las trabas que inmovilizaban la
propiedad,
entorpecían la libre circulación y amordazaban los mercados, se establecieron las
siguientes medidas:
• Elaboración de un Proyecto de Ley Agraria, para incrementar la producción de
cereales e impedir la inflación y los conflictos internos en el campo. Las
protestas de los campesinos por la falta de tierras y por el precio de los
arrendamientos va a obligar a elaborar , por orden del Consejo de Castilla, un
Expediente General, base para la posterior ley que nunca se llegó a aprobar.
• Limitación de los privilegios de la Mesta,
• Apoyo a la propuesta de Olavide de colonización de nuevas tierras (Sierra
Morena), para colonizar tierras yermas; estas Nuevas Poblaciones (La Carlota,
La Carolina, La Luisiana, Fuente Palmera...), se basaban en principios
ilustrados: planes urbanísticos, en cuadrícula; exclusión de gremios, clero
regular y mayorazgos en la localidad; escolarización primaria obligatoria;
imposibilidad de aumentar el precio de los arrendamientos de tierras, etc. El
objetivo era favorecer la seguridad del tráfico de personas y mercancías que
circulaban por el camino de Andalucía, especialmente de los peligros derivados
del bandolrismo. Se crean nuevos núcleos de población. Se llevó a Sierra
Morena a unos seis mil colonos repartidos por distintas fundaciones: La
Carolina, La Carlota, La Luisiana, y otras hasta el total de quince pueblos que
se fundaron en el proceso. Las casas construidas estaban diseminadas en el
campo y cerca del gran camino de Andalucía. Cada cuatro o cinco localidades
estaban agrupadas en feligresías, para las que se elegían un alcalde y un
síndico representante. También se construyó una iglesia en cada feligresía. A
cada familia de colonos se le dieron unas cincuenta fanegas de tierra para
cultivos de secano y regadío, cinco gallinas, cinco cabras, cinco ovejas, dos
vacas y una puerca de parir. Además, estaban exentos de pagar tributos
durante diez años tras su llegada a la colonia y estaban protegidos por un fuero
especial