Está en la página 1de 1

El desafío de imaginar un futuro que no fue me plantea un delirio fantástico, lejano y abrumador;

que entiendo como algo entregado a la imaginación, a los sueños y a ese mundo que tanto me
atrae que es el de lo desconocido, de lo inmaterial, de lo lejano a toda literalidad; asuntos para mí
muy relevantes, necesarios; muy lejanos del recuerdo y de toda ilusión.

Ejercicios como este me hacen pensar las formas en cómo la tecnología y las herramientas que
utilizo para representar mis sensibilidades podrían materializar la memoria y a la vez dialogar con
una puesta en escena orgánica y a tiempo real.

Y aquí me encuentro, verbalizando lo que no tiene palabras, ese mundo abstracto pero vital que a
mí respecta que es el lenguaje de los sonidos organizados; eso que como la palabr, construye
realidades.

Pienso en máquinas revisando un pasado no tan reciente, como si estuviéramos jugando con el
tablero de una güija, con el espectro de un futuro muerto que nos habla desde el presente eterno
que prometía lo que no fue.
Imagino una bruma gaseosa de sonidos primigenios, una suerte de hipnagogia, ese estado entre la
vigilia y el sueño, que nos evoca la triste opacidad de nuestros fantasmas situados en este tiempo
mezclado, enrarecido y confundido que ocupa este sinsentido cotidiano.

Hablar de nuestros seres queridos, de nuestras presencias reales y de todas sus ausencias que,
por debajo de su aparente invisibilidad o irrealidad, continúan persistiendo de otro modo, no es un
asunto trivial.
Representar un mundo que se destruyó antes de nacer, me centra en una suerte de estado
hauntológico; ese estudio sobre las ausencias que, bajo una aparente invisibilidad o irrealidad,
continúan abrumando nuestro diario deambular; algo así como una forma de estar en un lugar sin
ocuparlo.

Como dijo Deleuze, “Los espectros, enterrados demasiado pronto o demasiado profundo no logran
constituirse en recuerdo, sino en ausencia”.

Y por aquí es mi punto de partida para el estudio de esta la búsqueda activa a tiempo real por
medio de los antes citados sonidos organizados, a los que amablemente llamaremos música.

Este ejercicio, definitivamente político, plantea visibilizar los mensajes de una memoria física y
virtual que se aloja en la psiquis colectiva y se transforma en apariciones espectrales.

Esta es mi propuesta sonora; una bruma que no es tanto un sonido, sino una sensibilidad, una
orientación existencial, una confluencia de voces y espectros.

Las figuras que se mueven en el escenario no son personajes, porque desde el primer minuto ha
quedado claro que el único protagonista de la historia es el espectador y que, a lo largo de los
minutos que dura la pieza, este permanecerá frente a sus propios fantasmas; a eso que pudo ser y
no fue.

Decir que las imágenes tienen vida es obvio, pero decir que tengan muerte ya no está tan claro.

También podría gustarte