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En la siguiente escena se nos mostraba un agujero horizontal por el cual se podía ver la
imagen parcial de una mujer que mascaba chicle, tenía un labial rosado, unas mejillas
coloradas y su cabello estaba recogido en dos colas a cada lado. Por ese orificio ella
metía monedas para que sonaran canciones, algo así como una caja musical. Mientras
sonaba la canción, la mujer la tarareaba. Daba la sensación de que la música la
transportara a un estado de ensoñación de un tiempo pasado, la infancia, tal vez.
Además, es importante mencionar que el hecho de que estuviéramos viendo a esta
mujer, sus movimientos y expresiones a través de esta especie de caja que tapaba casi
toda la pantalla, me habla de unos recuerdos que siempre están incompletos, de tiempos
que se superponen y viven en los estímulos que nos llegan todos los días.
La ruptura entre una escena y la anterior es grande, por unos segundos el espectador
quedaba sumergido en un no tiempo, un espacio liminal donde la imagen (y por tanto
narrativa) anterior se desvinculaban de todo significado para dar paso a la siguiente que
irrumpía, de manera un poco violenta, en lo que se estaba viendo. Unas luces
fluorescentes iluminaban la escena, en el medio un tipo de estructura en la cual reposaba
arena; unos tubos a los lados donde unas figuras de madera que asemejaban al cuerpo
humano colgaban, detrás una mujer que manipulaba estos “muñecos”. La mujer sacaba
de la arena estos cuerpos móviles, estos cuerpos que podrían evocar vidas pasadas que
aun viven en ella o, por el contrario, cuerpos que la contienen a ella. Hablaba con estos
cuerpos antes de colgarlos en el tubo frente a ella, les susurraba cosas a veces casi
inaudibles; a cada uno de ellos lo trataba con cierta suavidad y ternura, como si
estuviese atada a ellos y los secretos que les decía les dieran una historia. La calidad de
la imagen de esta escena era baja, por momentos se veía pixelado y no se alcanzaban a
percibir los detalles, pero, al contrario de lo que se podría creer, este elemento (al azar o
no) sumergía la acción en un misterio, en su propio misterio que la ralentizaba, pero a la
vez evocaba un lenguaje inexacto y silencioso.
El simple acto de describir las escenas de esta obra ha sido un reto, como si la mera
descripción dejara entrever algo íntimo de quien las escribe, algo mío. Pensar en esta
obra y en cómo narrarla a un otro, fue como intentar narrar un sueño y que la palabra
siempre se escape, tal vez porque esta obra la pensé, pero sin palabras, con puras
imágenes que me dejan en un abismo, envuelta en mi propio juego, ese juego que se va
abriendo ante mí como una muñeca rusa que me contiene.
Referencias
Fundación Sensósfera. Sensósfera, 2014-2021,
https://sensosfera.org/category/sensosfera/teatro-sensorial/