Está en la página 1de 5

Reseña Nánaga: donde habita la memoria

Mi acercamiento a esta obra fue inusual, el espacio casi fantasmagórico, la distancia


entre espectador e interprete se iba difuminando en el tiempo. Hablo de la obra de teatro
Nánaga: donde habita la memoria del colectivo teatral Sensósfera. Este colectivo se
interesa por un teatro más sensorial y relacional, es decir, en el cual el público tenga un
rol activo, determine el curso de la obra y la complemente (por lo que cada función, se
podría decir, es una obra diferente). Está conformado por personas que no
necesariamente vienen de una formación dramática, es más, lo que les interesa es
plasmar en sus obras una multiplicidad de voces provenientes de diversos contextos y
que posean múltiples modos de ver el mundo. La obra, en términos generales, se
componía de cinco escenas no necesariamente vinculadas por una narrativa lineal, más
bien, las unía un telar de conceptos como el de la memoria. Es necesario aclarar que en
este texto no se hablara de todas ellas, sino de las que tuvieron más efecto en mí y
perduraron en mi memoria.

Vi la obra en tiempo real a través de la pantalla de mi computador, por lo tanto, el


espacio, desde el primer momento fue incierto. La obra empieza con la sabana, con la
imagen del niño creando una especie de cueva con la sabana, una imagen cercana al
espectador que lo lleva a su infancia y a sus propias particularidades. Es en esta escena
donde se nos introduce a los múltiples universos que se crean en estas cuevas
imaginarias y donde el juego es el protagonista. Se podría decir que esta obra es una
poética sobre el juego. El narrador le pide al público que cree una especie de cueva con
una sábana que cubra la pantalla y hace una pregunta a diferentes personas del publico
¿usted qué hacía debajo de las sabanas? La gente contestaba con sus propias historias (o
ficciones) fragmentadas. Esta primera escena se podría considerar como la puerta de
entrada hacia las demás escenas de la obra, una puerta que nos transportaba a una
memoria onírica, siempre inexacta y esencialmente corporal.

En la siguiente escena se nos mostraba un agujero horizontal por el cual se podía ver la
imagen parcial de una mujer que mascaba chicle, tenía un labial rosado, unas mejillas
coloradas y su cabello estaba recogido en dos colas a cada lado. Por ese orificio ella
metía monedas para que sonaran canciones, algo así como una caja musical. Mientras
sonaba la canción, la mujer la tarareaba. Daba la sensación de que la música la
transportara a un estado de ensoñación de un tiempo pasado, la infancia, tal vez.
Además, es importante mencionar que el hecho de que estuviéramos viendo a esta
mujer, sus movimientos y expresiones a través de esta especie de caja que tapaba casi
toda la pantalla, me habla de unos recuerdos que siempre están incompletos, de tiempos
que se superponen y viven en los estímulos que nos llegan todos los días.

La ruptura entre una escena y la anterior es grande, por unos segundos el espectador
quedaba sumergido en un no tiempo, un espacio liminal donde la imagen (y por tanto
narrativa) anterior se desvinculaban de todo significado para dar paso a la siguiente que
irrumpía, de manera un poco violenta, en lo que se estaba viendo. Unas luces
fluorescentes iluminaban la escena, en el medio un tipo de estructura en la cual reposaba
arena; unos tubos a los lados donde unas figuras de madera que asemejaban al cuerpo
humano colgaban, detrás una mujer que manipulaba estos “muñecos”. La mujer sacaba
de la arena estos cuerpos móviles, estos cuerpos que podrían evocar vidas pasadas que
aun viven en ella o, por el contrario, cuerpos que la contienen a ella. Hablaba con estos
cuerpos antes de colgarlos en el tubo frente a ella, les susurraba cosas a veces casi
inaudibles; a cada uno de ellos lo trataba con cierta suavidad y ternura, como si
estuviese atada a ellos y los secretos que les decía les dieran una historia. La calidad de
la imagen de esta escena era baja, por momentos se veía pixelado y no se alcanzaban a
percibir los detalles, pero, al contrario de lo que se podría creer, este elemento (al azar o
no) sumergía la acción en un misterio, en su propio misterio que la ralentizaba, pero a la
vez evocaba un lenguaje inexacto y silencioso.

La ruptura continuaba y lo siguiente que se ve en escena son unos zapatos encima de


una tela que se asemeja a un terciopelo rojo, acá la voz se anulaba y solo se escuchaba
una melodía envolvente con un ritmo suave y relajado, casi meditativo. La cámara, en
esta escena, parecía tomar vida propia, ser en sí misma un personaje más, ya que nos iba
guiando por el espacio, mostrándonos otras prendas de ropa regadas en el espacio,
llevándonos después hacia un tocador donde se encontraba una mujer sentada y
mirándose al espejo. Allí la cámara se detiene y observábamos cómo esta mujer mayor
se aplicaba labial, mientras murmuraba cosas que no escuchábamos. Toda la atmosfera
generaba una sensación de extrañamiento, como si estuviéramos en el sueño de alguien
más. Acá la fuerza estaba en la acción, en el gesto que se realizaba con el mayor
cuidado, lo cual generaba que el espectador se sumergiera en la complejidad de esta.
Finalmente, la pantalla nos devolvía al espacio de la primera escena, como si el sueño
en el que habíamos estado sumergidos estuviera llegando a su fin. Aparecía otra vez el
mismo hombre que nos indujo al mundo debajo de la sabana, con esa misma oscuridad
que lo guardaba en su misterio. Con una especie de discurso en el cual conceptualizaba
todo lo que habíamos visto en las anteriores escenas, nombrando la fragilidad de la
memoria, de nuestros cuerpos, de la palabra y otorgándole una mirada poética a la vida,
el narrador concluía lo que había sido toda la experiencia, más que sensorial, temporal
con nuestro propio pasado, con nuestros propios tiempos, como si al final en cada uno la
obra hubiera surgido de maneras insospechadas y se hubiera convertido en un estado
mental para todo el que la había visto.

El simple acto de describir las escenas de esta obra ha sido un reto, como si la mera
descripción dejara entrever algo íntimo de quien las escribe, algo mío. Pensar en esta
obra y en cómo narrarla a un otro, fue como intentar narrar un sueño y que la palabra
siempre se escape, tal vez porque esta obra la pensé, pero sin palabras, con puras
imágenes que me dejan en un abismo, envuelta en mi propio juego, ese juego que se va
abriendo ante mí como una muñeca rusa que me contiene.

Referencias 
Fundación Sensósfera. Sensósfera, 2014-2021,
https://sensosfera.org/category/sensosfera/teatro-sensorial/

También podría gustarte