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“No es sólo la música (la belleza) la que se anuncia como destruida y sin embargo
renaciente: es, más misteriosamente, a la destrucción como música a lo que asistimos
y donde tomamos parte. Más misteriosamente y más peligrosamente. El peligro es
inmenso, la pena será inmensa. ¿Qué será de esa palabra que destruye? No lo
sabemos.”
“El cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios vienen a
cruzarse, el cuerpo no está en ninguna parte: en el corazón del mundo es ese pequeño
núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, expreso, imagino, percibo las cosas en
su lugar y también las niego por el poder indefinido de las utopías que imagino. Mi
cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos
los lugares posibles, reales o utópicos.”
Me refiero a las líneas distendidas (que no son sino cuerpos aparecientes) del
pensamiento de Marguerite Duras, Werner Schroeter, Maurice Blanchot y Michel
Foucault. En concreto: ideas, imágenes, singularidades, sonidos y músicas de Indian
Song (1975), Argila (1969), Destruir (1983) y El cuerpo utópico (1966).
1
Aparecen aquí como retazos, como fragmentos que interrogan (que nos
interrogan) sobre la unidad y lo des-uniforme, sobre la posibilidad y la inmanencia,
sobre el quehacer estético y la imaginación, sobre la imagen como cuerpo incierto,
posible y aun por descubrir.
Por eso, su decepción primera (“[p]ero todas las mañanas, la misma herida; bajo
mis ojos se dibuja la inevitable imagen que impone el espejo: cara delgada, hombros
arqueados, mirada miope, ausencia de pelo, nada lindo, en verdad”2 ) no es más que
un momento de la paradoja que termina abriendo el texto.
1Michel Foucault, “El cuerpo utópico” (1966) en El cuerpo utópico. Las heterotopías, 2009,
Nueva Visión.
2 Ibid.
2
“Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable y opaco, cuerpo abierto y cerrado: cuerpo
utópico.”3
Cuerpo piel, es decir: cuerpo contorno (indistinción del adentro y del afuera), paradoja
real: lo único aquí que nos permite posibilitar allá. Potencial máquina destructora.
Potencial de mundo.
Ese cuerpo incierto que parece asumirse tan cierto y tan conocido por los esquemas y
las escuelas y las industrias y los gustos.
Marguerite Duras parte de esa intuición. Por eso Indian Song respira tan
hondamente. Por eso se extiende y distiende como auténtico cuerpo vivo (y no como
repetición identitaria, biologicista, moderna). Por eso el filme interroga el lugar de los
sonidos, de las imágenes, de las voces, de los planos de realidad, de las emociones, y
con ello conjura un cuerpo particular: fantasma que se desplaza por nuestros ojos,
nuestros contornos sensoriales y nuestra sensibilidad como cuerpos expectantes.
3 Ibid.
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Duras fragua un cuerpo sonoro y visual que descoloca (y con ello subvierte) la
usanza habitual de la voz en la práctica cinematográfica. El supuesto lugar controlado
de la voz en off (como elemento omnipresente, narrador, ordenador y claro) es puesto
en cuestión al, no solamente introducir una multiplicidad de sonoridades bocales, sino
también delinear un universo de indistinción en el que se generan espacios-tiempo
más allá de la necesidad apolinea de control y narración ordenada.
En otras palabras, el lugar de las voces en Duras es el lugar de una fractura: de una
posibilidad sensitiva que escapa al imperio de Cronos y de la interpretación unívoca
moderna. Fractura que se pregunta: ¿dónde suenan realmente las voces? ¿Dónde
suenan las cosas? ¿Dónde vibran? ¿Dónde se hacen cuerpo? Fractura que se
extiende y sigue preguntando: ¿dónde pasan las cosas? ¿Dónde el amor? ¿Dónde el
deseo? ¿Dónde la vida?
Duras distiende las voces (las músicas, los cuerpos, las habitaciones vacías) y
con ello genera un cuerpo-fantasma que, siguiendo a Foucault, abre preguntas,
mundos y sensaciones infinitas:
“¿Acaso realmente necesito a los genios y a las hadas, y a la muerte y al alma, para
ser a la vez indisociablemente visible e invisible?” 4
4 Ibid.
5 Maurice Blanchot, Destruir, Banda aparte. (5):7-9, 1996.
4
Y es que es natural (como en Duras, Foucault, Schroeter) que el lector de aquellos
ejercicios intrépidos de pensamiento termine por poner en cuestión a su cuerpo mismo
(a su percepción, a su mirada, a sus hábitos).
Es decir, inaugura una posibilidad de escucha (muy poco explorada, por cierto y que
usualmente se tacha de “mediocre” o “mal realizada”).
6 Ibid.
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Esta posibilidad de escucha trae consigo, por supuesto, una posibilidad de
percepción: se mira el filme como se mira un cuerpo nuevo, con los poros
absolutamente abiertos, con la escucha dispuesta y, como extensión, puesta en
cuestión.
Ese ligero desplazamiento tiende líneas múltiples: cuerpo que se extiende sin
explicación. Sin interpretación unívoca. Singularidad posible. Como dice Blanchot
sobre Duras: “Sí, están en posición de personajes, de los hombres, de las mujeres, de
las sombras y, sin embargo son puntos de singularidad, inmóviles, aunque el recorrido
de un movimiento en un espacio enrarecido, en el sentido de que casi nada puede
pasar, se realiza de uno a otros, recorrido múltiple por el que, fijos, no cesan de
cambiarse e, idénticos, de cambiar. Espacio enrarecido donde el efecto de rareza
tiende a volver infinito hasta el límite que no lo limita.” 7
7 Ibid.
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Bibliografía
-Michel Foucault, “El cuerpo utópico” (1966) en El cuerpo utópico. Las heterotopías,
2009, Nueva Visión.
Filmografía