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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

(Universidad del Perú, DECANA DE AMÉRICA)


FACULTAD DE MEDICINA

ESTUDIOS GENERALES

Asignatura:
Formación Personal Humanística

Lectura sem 7: “Ética de la responsabilidad”

Autor: edición
Formación personal humanística

LECTURA s7

Continuamos ahora con esta lectura en torno a la ética, término con el cual enunciamos
un comportamiento deseable en todo ser humano. Ética es una palabra de uso frecuente
en la sociedad actual, aunque justamente por la presencia de acciones que la niegan.
Reclamamos continuamente un comportamiento ético de las personas y de nuestros
gobernantes, pero en especial en quienes nos dan los cuidados para nuestra salud y
nuestra vida. Esta edición de textos seleccionados nos introduce a esta discusión esencial.

Ética, moral y ley

Si se parte de la etimología de las palabras ética y moral, se encuentra que son términos
que tienen un mismo significado, ya que si bien la palabra “ética” tiene su origen en el
vocablo griego ethos y “moral” proviene del latino mos – moris, su traducción es similar:
"hábito", "costumbre", "carácter" o "modo de ser", “estar acostumbrado” 1, 2. Desde este
punto de vista como señalan Simón Lorda y col. “La ética o moral tiene que ver en primer
lugar, con la forja de un buen carácter, de una forma de ser y estar en la vida, que nos
capacita para adoptar buenas decisiones… es tratar de ser mejores que uno mismo cada
día… ser excelente no es ser mejor que otros, es tratar de ser hoy mejor que lo que fui
ayer”.

Pese al mencionado origen etimológico, diversos autores consideran necesario establecer


diferencias entre ambos conceptos. Así, hay quienes restringen el uso de “ética" para
nombrar a la parte de la filosofía dedicada a responder a la pregunta ¿qué es el bien? o
¿qué es el deber? en tanto imperativos de conducta humana, mientras circunscriben
“moral" a conductas concretas y cotidianas. Vista así, ética aludiría a las teorías sobre el
bien y el deber, mientras moral aludiría a las prácticas concretas del bien y de los deberes.
No obstante, debe tomarse en cuenta opiniones, como la de Ortiz Millán, para quien
ambos términos son intercambiables y no es importante diferenciarlos a menos que su uso
distintivo vaya acompañado de una debida justificación, en todo caso, lo significativo es
evitar el error que por denominar una determinada conducta de “ética” esta sea de
considerada superior o inferior a otra calificada de “moral” o viceversa, o prescribir que
debamos comportarnos o vivir nuestra vida de un modo llamado “ético” y no de otro
llamado “moral”.

1
Simón Lorda, Pablo; Barrio Cantalejo, Inés M. Ética, Moral, Derecho y Religión. Un mapa de conceptos
básicos para entender la bioética clínica. Ética de los Cuidados. 2008 jul-dic;1(2).
2
Ortiz Millán G Sobre la distinción entre ética y moral ISONOMÍA No. 45, octubre 2016, pp. 113-139
Disponible en http://www.scielo.org.mx/pdf/is/n45/1405-0218-is-45-00113.pdf

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De otro lado, como sostiene Román Maestre, los valores morales son culturales e
históricos. Cada cultura y época tienen su moral, por tanto, podemos decir que la moral
tiene un carácter histórico, relativo y que, de hecho, conviven muchas morales en
cualquier época histórica. Esta diversidad no es negativa en sí misma, ya que contrastar
nuestros valores con otros de distintas culturas permite singularizar nuestra identidad. La
reflexión ética nos permite valorar hábitos, conductas y determinar si son o no legítimos o
correctos, es decir morales, mediante un proceso de tres pasos:

1. Tomar conciencia de los valores que hay detrás de los hábitos y conductas,
2. Hacer autocrítica, reflexionando sobre la razón de ser de los hábitos y de los valores
que hemos constatado, y
3. Según el juicio del segundo paso, abandonar, modificar o asumir el hábito o
conducta con plena convicción.

La ética no es mera especulación: “… tiene éxito cuando viene a convertirse en moral, en


hábito, y no se queda en las teorías, en una mera ética pensada 3”.

Que un acto sea legítimo o moral no quiere decir necesariamente que sea legal, lo que nos
conduce a establecer las diferencias entre lo ético o moral y lo legal, es decir lo prescrito
por la ley. Al respecto Simón y col. sostienen que “las normas legales (leyes) no son más
que un conjunto de valores éticos juridificados, es decir, sometidos a un proceso social y
político, el legislativo, que les dota de una capacidad coactiva potencial que anteriormente
no tenían. Este proceso ocurre cuando una sociedad entiende que determinados valores
éticos tienen una importancia crucial y merecen un mecanismo de protección especial” 4.
De todo lo dicho se desprende que la norma moral o ética tiene un imperativo de
conciencia, que es de cumplimiento voluntario, que su violación tiene una sanción que
surge de la conciencia individual o colectiva y nada más; en tanto que la ley es de
cumplimiento obligatorio y su desacato tiene sanción por parte de los órganos de justicia
del Estado, es decir, tiene un carácter punitivo.

¿Para qué sirve la ética?

La filósofa valenciana Adela Cortina intentado responder a la pregunta ¿Para qué sirve la
ética? nos dice: «A la ética le ocurre lo que a la estatura, al peso o al color, que no se puede
vivir sin ellos. Todos los seres humanos son más o menos altos o bajos, todos son morenos,
rubios o pelirrojos, todos pesan más o menos, pero ninguno carece de estatura, volumen o

3
Román Maestre B. “Problemas de los juicios morales, distinción entre ética y moral. Texto de la 1era.
Unidad del Master de Bioética del Instituto Borja. Barcelona, 2006; p.3
4
Simón Lorda y col. idem

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color. Igual sucede con la ética, que una persona puede ser más moral o menos según
determinados códigos, pero todas tienen alguna estatura moral.»5 Es lo que algunos
filósofos han querido decir al afirmar que no hay seres humanos amorales, situados más
allá del bien y del mal, sino que somos inexorablemente, constitutivamente, morales. Lo
inteligente es entonces intentar sacar el mejor partido posible a ese modo de ser nuestro,
del que no podríamos desprendernos, aunque quisiéramos; como es inteligente tratar de
aprovechar al máximo nuestra razón y nuestras emociones, la memoria y la imaginación,
facultades todas de las que no podemos deshacernos sin dejar de ser humanos. Igual le
ocurre a nuestra capacidad moral, que podemos apostar por hacerla fecunda, por sacarle
un buen rendimiento, o podemos dejarla como un terreno inculto, con el riesgo de que
algún avisado lo desvirtúe construyendo en él una urbanización”.

Una de las formas en las que una persona puede hacer el mejor uso de su capacidad moral
es, como se ha dicho, empleándola para tomar las mejores decisiones tanto en la vida
personal como en la profesional y social. La capacidad moral será más eficaz para contribuir
adecuadamente a la toma de las mejores decisiones cuanto más educada, informada y
ejercitada este. Para el propósito de esclarecer el método de tomar buenas decisiones los
filósofos desde hace más de dos mil años vienen elaborando teorías sobre qué es el bien,
cuál es su naturaleza y como buscarlo. De entre las varias teorías éticas que se han
formulado y que se continúan formulando destacan tres corrientes éticas por su influencia
en la vida contemporánea; estas son: la ética de las consecuencias o casuística, la ética de
los principios y la ética de las virtudes.

La ética de las consecuencias

Según la corriente de pensamiento ético denominada consecuencialista, una acción es


buena o mala, correcta o incorrecta, según como se valoren las consecuencias que
produce. Entre las varias doctrinas que adhieren a esta manera de pensar destaca el
utilitarismo, debido a la gran influencia que ha alcanzado en el mundo contemporáneo y
uno de cuyos pensadores más reconocidos es John Stuart Mill (1806-1873). Hoyos 6 nos
explica el lema central de esta doctrina: Una acción es correcta si promueve la mayor
cantidad de felicidad del mayor número de personas, señalando que el utilitarismo
considera: “...que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la
felicidad e incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad
se entiende el placer y la ausencia de dolor, por infelicidad el dolor y la falta de placer.

5
Cortina A. ¿Para qué sirve realmente la ética? 2013 Ed Paidós
6
Hoyos D. Ética de las virtudes: alcances y limites Discusiones Filosóficas. Año 8 Nº 11, Enero–Diciembre,
2007. pp. 109 - 127

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Lo que le interesa (al utilitarismo) son sus consecuencias para el bienestar. Pero aquí es
necesario aclarar dos cosas. En primer lugar, no se trata del bienestar de un individuo, sino
del bienestar general (es decir, el de todas las personas involucradas en la acción). Según
el utilitarismo, los intereses de todos deben contar por igual, de manera imparcial, por lo
cual no debe confundírsele ni con el altruismo (acto en el cual yo me sacrifico por el bien
de otros) ni con el hedonismo egoísta (en el cual yo decido según mis intereses personales),
porque lo que prescribe es el aumento de la felicidad total. En segundo lugar, cuando Mill
se refiere a la felicidad como el aumento del placer y la ausencia de dolor, no tiene en
mente cualquier tipo de placer, pues: los seres humanos poseen facultades más elevadas
que los apetitos animales, y una vez que son conscientes de su existencia no consideran
como felicidad nada que no incluya también la gratificación de aquellas facultades.
Paradójicamente, el rasgo consecuencialista del utilitarismo parece ser al mismo tiempo lo
más atractivo, pero también lo más problemático de la teoría. Resulta atractivo, porque
las consecuencias de las acciones son casi siempre observables, lo cual permite una
evaluación en términos de si han sido favorables o no para el mayor número de personas
involucradas, algo que incluso podría ser medido. Pero, por otro lado, es claro que las
consecuencias son sólo una parte de lo que nos importa en las acciones. Si tú haces algo
que me hace mucho bien, por lo cual te estoy muy agradecida, pero luego descubro que
realmente querías hacerme algo malo y la cosa te salió mal, entonces mi agradecimiento
se torna en tristeza, rencor o decepción. En otras palabras, mi evaluación de tu acción
cambia cuando me entero de que lo que tú pretendías era otra cosa, aunque el resultado
de tu plan haya sido finalmente bueno para mí”.

Ética de los principios, de la convicción o del deber

El filósofo por excelencia de la ética de los principios también llamada ética de la convicción
o ética principialista es Immanuel Kant (1724-1804), que señala: un ser que duda antes de
actuar, como hacemos los humanos, es porque tiene que dilucidar si lo que va a hacer está
bien o mal, y esto es, por tanto, el principio de la moralidad. Es un ser que razona y no
puede dejar de hacerlo sin renunciar a su condición humana. Así, a los principios morales
que rigen la conducta humana desde el interior Kant les llama imperativos categóricos,
cuyas fórmulas son:

- Principio de la universalidad: debemos hacer todo aquello que quisiéramos ver


convertido en una norma universal. Para Kant, esta universalidad significa que en
los juicios éticos no hay excepciones a favor de intereses particulares. Lo que
considero bueno para mí, debe serlo también para cualquier otra persona que se
halle en una situación similar a la mía, de lo contrario no será bueno ni justo.

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- Principio de la dignidad humana: todo ser humano debe ser tratado siempre como
un fin y nunca únicamente como un medio.

Esta fundamentación da origen a las éticas deontológicas, éticas del deber o éticas
formales. De acuerdo con Hoyos, “al contrario de la formulación utilitarista, para Kant la
buena voluntad no es buena por los efectos de sus acciones o por su adecuación para
alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto […sino] sólo por el querer, es decir, buena
en sí misma” Otro rasgo de la buena voluntad es que actúa por deber, no conforme al
deber. Para comprender esto, pensemos que María entra a un establecimiento comercial
en el cual está prohibido fumar. Como ella no fuma, actúa conforme al deber porque no
va a fumar allí (dado que no lo hace en ningún lado). Diana, en cambio, que es fumadora
compulsiva, cuando entra al establecimiento y se abstiene de fumar, lo hace por deber.
Sólo en este segundo caso hay una acción con valor moral en el sentido kantiano. Las
acciones que tienen mérito moral para Kant son aquellas que no están motivadas por
nuestras inclinaciones, sino por el deber, por el respeto a la ley. Kant concibe al hombre
como un ser dentro de la naturaleza, pero con una diferencia metafísica respecto al resto
de los seres naturales: el hombre es racional, por lo que puede darse a sí mismo sus propias
leyes, ser autónomo, por lo cual puede actuar en contra de sus disposiciones naturales. La
voluntad libre es en Kant la causa de las acciones moralmente buenas, y la ley que la rige
es el imperativo categórico. Por esta razón, el criterio kantiano para evaluar las acciones
es saber si han sido realizadas siguiendo ciertas razones o principios. Y estas razones,
principios -o máximas en el lenguaje kantiano- deben tener la forma del imperativo
categórico. Una implicación de lo anterior es que, si reconocemos nuestra naturaleza
racional, entonces necesariamente tenemos que reconocer la obligatoriedad del
imperativo, dado que es lo que manda la razón. Por eso es categórico: manda de manera
incondicionada. Otra implicación es que debemos reconocer la dignidad de todos los
hombres, derivada su naturaleza racional, y que les confiere el estatus de fines en sí
mismos. Así, la segunda formulación del imperativo categórico reza:

“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.”

Esto implica que tenemos el deber de tratar a las otras personas como valiosas en sí
mismas, sin importar si un tratamiento distinto puede darnos alguna ventaja. E implica
también que, aunque en ocasiones nos sirvamos de otras personas, nunca debemos
tratarlas solamente como instrumentos. Es así, porque es claro que en ciertas
circunstancias necesitamos la ayuda o los servicios que pueden darnos otras personas,
pero eso no excluye la obligación de valorarlas también como valiosas en sí mismas,
independientemente de su ayuda o sus servicios.

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Como vemos, la teoría kantiana parece dar respuesta a algunos de los problemas que
encontramos en la teoría utilitarista, en la medida en que toma en cuenta esa parte de las
acciones que también nos importa cuando las evaluamos; esto es, las razones que tienen
los agentes al realizar esas acciones. Sin embargo, aún persisten muchos desafíos para
ambas teorías. Y algunos de esos problemas parecen derivarse, según una interpretación
reciente, del hecho de que ambas sean teorías del acto y, por tanto, centren su atención
en el seguimiento de las reglas. El problema es que, al hacerlo, ambas teorías fallan en sus
propios términos: por un lado, parecen implicar cada una que ciertas acciones que parecen
inmorales deben sin embargo ser ejecutadas y, por el otro, hay situaciones en las cuales la
teoría no ofrece una indicación clara de qué es lo que se debe hacer, a pesar de que están
diseñadas precisamente para responder esta clase de preguntas. Para el utilitarista, por
ejemplo, parece que es moralmente aceptable castigar a un inocente, si eso tiene buenos
efectos sobre el bienestar de una comunidad. Para el kantiano, por otro lado, parece ser
muy importante decir siempre la verdad. Pero es claro que hay momentos en los cuales
decir la verdad resulta problemático. Ya es famoso el ejemplo según el cual la doctrina
kantiana nos obligaría a decirle la verdad al verdugo injusto que buscara en nuestra casa a
quien escondemos. Y un médico estrictamente kantiano se vería siempre obligado a decirle
a su paciente moribundo que está ‘en las últimas’, sin importar si esta noticia puede
matarlo antes”.

Ética de la virtud

Las corrientes consecuencialistas y principialistas centran su atención en el acto e intentan


contestar a la pregunta ¿cómo debemos actuar? lo cual tiene limitaciones en
determinados casos. Esto ha conducido a revalorar la pregunta sobre ¿cómo debemos ser?
interrogante en la que centra su atención una antigua corriente ética formulada por
Aristóteles (384–322 a.C.) y que ha recobrado vigencia en la reflexión ética contemporánea
y de manera especial en el ámbito de la ética de las profesiones de la salud.

Edmund Pellegrino y David Thomasma, dos de los más reconocido eticistas en el campo de
la salud, en su libro en su obra The virtues in medical practice, señalan que el concepto de
virtud se originó en el mundo occidental entre los filósofos griegos con los primeros
sofistas, quienes creían que la virtud puede ser enseñada a cualquier hombre y que era
esencial para el ejercicio del poder. Según Platón, Sócrates afirmaba que la virtud era
sabiduría, esto es, el conocimiento de lo que es bueno para los humanos.

Para Aristóteles, en cambio, la ética busca la verdad acerca de la finalidad de las acciones
humanas y postula que es la felicidad la que a su vez es resultado de una conducta
orientada a la excelencia y por ello define virtud como un estado del carácter que se

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compromete con las cosas orientadas hacia la excelencia y hace bien su trabajo. Plantea
que antes de actuar se debe examinar la naturaleza de la acción y cómo debemos llevarla
a cabo, pero para ello no propone un libro de reglas de moralidad (principios) sino insiste
en que: “el agente (la persona que actúa) en cada caso debe considerar aquello que es
apropiado a cada ocasión”. Las virtudes son rasgos que caracterizan a una buena persona
y le permite hacer bien su trabajo (es decir elegir lo que es apropiado hacer en cada
ocasión). Son los rasgos del buen carácter los que asegura que lo correcto y lo bueno no
sólo sea reconocido sino también se elija (como curso de acción). Por lo tanto, la virtud
para Aristóteles no es solamente un sentimiento sobre lo que es bueno o una capacidad
para tomar buenas decisiones.

La virtud es una disposición habitual a hacer bien las cosas y resulta del ejercicio habitual
de las virtudes. Así, la virtud se puede enseñar a través de la instrucción y la práctica.
Aunque tiene un cierto atributo de hábito no es un arco reflejo pavloviano, es un hábito
bajo la guía de la razón. No es automático ni reflejo o simplemente una respuesta intuitiva
a un saber innato del bien 7.

En su libro, ¿Para qué sirve realmente la ética? Adela Cortina escribe:

“¿Es posible forjarse un carácter? [...] Si nos resulta imposible cambiar el


temperamento con el que nacimos, si ya nuestras actuaciones están
determinadas por nuestra constitución genética y neuronal, como vienen
diciendo hoy en día algunos gurús de la genética y las neurociencias, si los hados
han escrito el guion de nuestra vida, sean hados cosmológicos, económicos o
sociales, entonces somos radicalmente incapaces de ir adquiriendo nuevos
hábitos, nuevas virtudes, de ir forjando un carácter desde nosotros mismos. Pero
eso no es así. Nuestra libertad está condicionada, pero existe. Las personas sí
podemos cambiar, por eso tiene sentido la ética, porque nacemos con un
temperamento que no hemos elegido y en un medio social, que tampoco estuvo
en nuestras manos aceptar o rechazar, pero a partir de él vamos tomando
decisiones que refuerzan unas predisposiciones u otras, generando buenos
hábitos si llevan una vida buena, malos, si llevan a lo contrario. Los primeros
reciben el nombre de virtudes, los segundos, el de vicios. Las virtudes son esas
predisposiciones para obrar bien que vamos conquistando a lo largo de la vida y
que conforman el buen carácter. Esas virtudes se entienden como excelencias del
carácter, el virtuoso es el que se sitúa por encima de la media en una actividad.”8

7
Pellegrino ED y Thomasma DC. The virtues in medical practice. Oxford University Press, 1993 New York.
8
Cortina A, ¿Para qué sirve realmente la ética? Ed Paidos 2013.

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Elementos para una ética de los profesionales de salud: una ética de la


responsabilidad
Tomar en cuenta las corrientes éticas reseñadas puede contribuir sustancialmente al
propósito de mejorar el proceso de toma de decisiones, tanto individual cuanto colectiva,
de los profesionales de salud quienes integran las instituciones aplicadas a tal objetivo. En
ese sentido, decisiones buenas serán aquellas que tomen profesionales orientados a la
búsqueda de la excelencia considerando, en cada caso, tanto los principios adecuados
como sus consecuencias, mediante un prudente ejercicio de deliberación personal o
colectiva. Se construirá así una práctica de toma de decisiones plenamente responsables.

En ese proceso de construcción resulta útil tomar en cuenta las características que, según
el filósofo, bioeticista y médico Diego Gracia debería tener una ética en el ámbito de las
profesiones de la salud, que reseñamos a continuación en forma sintética. A juicio de Gracia
una ética contemporánea de las profesiones sanitarias debería ser:

1. Ética civil o secular, no religiosa. En una institución de salud moderna


conviven creyentes, agnósticos y ateos. Dentro de cada uno de estos grupos
coexisten además códigos morales distintos. Por otra parte, las sociedades
contemporáneas han elevado a la categoría de derecho humano fundamental
el respeto por las creencias morales de todos (derecho de libertad de
conciencia). Esto significa que, aun teniendo todas las personas derecho al
escrupuloso respeto de su libertad de conciencia, las instituciones sanitarias
están obligadas a establecer unos mínimos morales exigibles a todos, que
deberán fijarse no con los mandatos de las morales religiosas, sino desde
criterios estrictamente seculares, civiles o racionales.

2. Ética pluralista, es decir, que acepte la diversidad de enfoques y posturas e


intente conjugarlos en una unidad superior. Por principio cabe decir que una
acción es inmoral cuando no resulta universalizable al conjunto de todos los
seres humanos, esto es, cuando el beneficio de algunos se consigue mediante
el perjuicio de otros. Sólo el pluralismo universal puede permitir una ética
verdaderamente humana.

3. Ética autónoma, no heterónoma. Se denominan heterónomos los sistemas


morales en los que las normas le son impuestas al individuo desde fuera, en
tanto que autónomos son los sistemas que parten del carácter auto legislador
del ser humano. Las éticas autónomas consideran que el criterio de moralidad
no puede ser otro que el propio ser humano. Es la razón humana la que se

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constituye en norma de moralidad, y por ello mismo en tribunal inapelable:


eso es lo que se denomina “conciencia” o “voz de la conciencia”.

4. Ética racional. Racional no es sinónimo de racionalista. El racionalismo ha sido


una interpretación de la racionalidad que ha pervivido durante muchos siglos
en la cultura de Occidente, pero que hoy resulta por completo inaceptable. La
tesis del racionalismo es que la razón puede conocer a priori el todo de la
realidad y que, por tanto, es posible construir un sistema de principios éticos
desde el que se deduzcan con precisión matemática todas las consecuencias
posibles. La racionalidad humana tiene siempre un carácter abierto y
progresista, con un momento a priori o principialista y otro a posteriori o
consecuencialista. La razón ética no es una excepción a esta regla y, por tanto,
ha de desarrollarse siempre a ese doble nivel.

5. Ética universal. Porque va más allá de los puros convencionalismos morales.


Una cosa es que la razón humana no sea absoluta y otra que no pueda
establecer criterios universales, quedándose en el puro convencionalismo. La
razón ética, como la razón científica, aspira al establecimiento de leyes
universales, aunque siempre abiertas a un proceso de continua revisión.

Finalmente resulta útil reseñar lo que Pellegrino y Thomasma expresan sobre el quehacer
de un buen profesional de la salud. Como individuo debe responder a su propia conciencia.
Debe formar su conciencia reconociendo el hecho de que han emprendido una actividad
que es diferente esencialmente del comercio. Están comprometidos, por la naturaleza de
aquello que es necesario para cuidar de una persona enferma a un nivel de beneficencia
que va más allá de las exigencias mínimas de la ley, que meramente prohíbe dañar a otros.
No hay exigencia fiscal, política, social o cambio tecnológico que pueda extirpar las raíces
de la obligación moral del profesional de la salud.

Los médicos, enfermeros y otros profesionales de la salud son los defensores del enfermo
delegados por la sociedad. Finalmente, ellos son los instrumentos a través de quienes se
implementan las políticas de salud; son la vía final común a través de la cual debe ir todo
lo que se les realiza a los pacientes. Tienen una poderosa fuerza moral si eligen ejercerla.
Nadie puede obligar a que los profesionales de la salud hagan aquello que se considere
perjudicial para los pacientes. En la medida que las razones para la resistencia incluyen el
bienestar del enfermo, los profesionales de la salud pueden prevalecer contra las prácticas
y políticas no éticas y ganar apoyo público. Desafortunadamente, sus protestas colectivas
como sociedades profesionales, a menudo, son abiertamente de autoservicio y pierden
toda credibilidad moral.

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Aún hay mucho que los profesionales de la salud pueden hacer como individuos. Entre
otras cosas, pueden frenar intereses personales cuando el bien del paciente lo exige;
rechazar aquellos incentivos económicos que seducen a otros para prácticas dudosas;
hacer más por los pobres y marginados; resistir a la idea distorsionada de justicia que dice
es malo ser miembro de uno de los segmentos menos favorecidos de la sociedad.

Los profesionales de la salud necesitan estar mejor formados en ética porque finalmente
es la única disciplina que pone frenos morales al egoísmo. La ética apunta a hacernos más
críticos de lo que somos, nos lleva diariamente a pensar sobre: ¿Qué significa ser un buen
profesional? y preguntarse así mismo ¿La decadencia moral me está afectando como
individuo? (…). 9

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Pellegrino ED y Thomasma DC. The virtues in medical practice. Oxford University Press, 1993 New York

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