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Clase IMPA 20/10 – Revisionismo

El concepto “revisionismo”, para cualquier lector argentino medio de historia refiere a un conjunto
de estudiosos en su gran mayoría al margen de las instituciones académicas cuya característica
principal estaría en la crítica a la historiografía denominada genéricamente “liberal” y en la
reivindicación de los caudillos federales, no solo Rosas. Podrían identificarse también como una
serie de autores ligados a la ensayística y a cierta corriente política, primero el nacionalismo y
luego el peronismo. Surge en la década del ’30 como crítica al sistema político y a la imágenes del
pasado imperante. Tres tesis: 1) el revisionismo sería una “contrahistoria” practicada desde la
sociedad civil en oposición a la historia practicada desde los organismos estatales y las
instituciones educativas, 2) el revisionismo es de naturaleza ideológico-política: inspirado por el
nacionalismo primero y por el peronismo después, 3) el revisionismo es una nueva interpretación
sobre el pasado argentino, en particular, el período 1820-1852. Afirma Devoto que, al contrario de
los llamados positivistas, no es posible realizar una definición epocal de los historiadores
revisionistas. En cambio, deben ser comprendidos en una dinámica del tiempo y en una relativa
flexibilidad. Cattaruzza utiliza como criterio de demarcación del revisionismo el criterio de
considerarlos como un grupo de intelectuales que interviene en una zona de frontera del mundo
cultural que vincula el mundo historiográfico y la política. Por lo demás, se dotaron de técnicas y
herramientas muy similares a las ya utilizadas por otros grupos: crearon un instituto, editaron
revistas. La tarea autoasignada por estos autores era cambiar la versión oficial de la historia
argentina imperante hasta ese momento, no solo por otra más “verdadera” sino más adecuada a
los intereses nacionales.

La NEH afirma Cattaruzza ya se había planteado objetivos de “revisión” del pasado, en particular,
contra esta idea de “historia de familia” de la que hablamos la vez pasada. También aparece, en
Ravignani, por ejemplo, una consideración positiva del federalismo y del papel de Rosas como
quien pone los cimientos de la organización nacional.

El revisionismo puede ser filiado a partir de las obras de Adolfo Saldías y Ernesto Quesada ya que
en ellas aparece una reivindicación de la figura de Rosas de manera sistemática y erudita, en el
contexto de la memoria negativa del rosismo que se había establecido post-Caseros. Estos
autores, a diferencia de revisionistas posteriores reconocerían virtudes a la obra de Bartolomé
Mitre.
Es en 1930 cuando Carlos Ibarguren publicaba Juan Manuel de Rosas Su vida, su drama, su tiempo,
cuatro años más tarde los hermanos Irazusta presentaban Argentina y el Imperio Británico. En
1936, Julio Irazusta publicaba su Ensayo sobre Rosas y en 1938 se fundó el Instituto Juan Manuel
de Rosas de Investigaciones Históricas. En torno a este instituto es que es posible identificar a sus
miembros más notorios: Ramón Doll, los hermanos Irazusta, Ernesto Palacios.

Esta irrupción en los años 30 no puede ser entendida como un “rayo en el cielo sereno” dice
Devoto, sino que debe ser comprendido en el contexto de la crisis económica mundial y la
instalación de un sistema fraudulento, la instalación de corrientes pesimistas, nacionalistas y
tradicionalistas que socavaban los fundamentos conceptuales del orden liberal. Hasta los años 30
no existía una cercanía ideológica entre quienes devendrían revisionistas, sino que lo que reinaba
era más bien un panorama confuso, producto de la crisis del liberalismo. Así, por ejemplo, Palacio
e Irazusta participan de la Revista Sur, que fuera interpretada más tarde como el ejemplo cabal de
los intelectuales sometidos al imperialismo. Ibarguren había sido profesor de Historia Argentina en
la FFYL y miembro de la Junta de Historia y Numismática.

Existe la idea de que los revisionistas eran un grupo de intelectuales que provenían de los
márgenes del campo cultural argentino y que fueron un movimiento disruptivo. En realidad,
muchos de sus miembros contaban con reconocimientos necesarios para mantener una posición
más o menos cómoda dentro del campo cultural argentino. Sí partieron de una posición más débil
en relación a la historiografía profesional, que, como afirma Cattaruzza, no los excluía del todo.

Pensar en un sistema binario en el que al liberalismo le correspondía la “historia oficial” y al


nacionalismo el revisionismo es de una simpleza que no resiste el menor análisis. En realidad los
tiempos eran más complejos y de bastante confusión. El peronismo comenzará a ordenar un poco
las aguas aunque siempre estando él mismo en el centro de la disputa y siendo el eje de rupturas y
adhesiones. Los partidos políticos sufrieron un reordenamiento en torno al apoyo o el rechazo del
nuevo fenómeno, aunque también el fenómeno se torna más complejo de lo que aparenta.
Obviamente, hubo revisionistas que se hicieron peronistas, de hecho Ernesto Palacios fue
diputado nacional, y hubo peronistas que adoptaron la mirada revisionista del pasado. Pero
también hubo revisionistas que se instalaron en la oposición como Julio Irazusta, y miembros de la
NEH y académicos de carrera que adscribieron al gobierno de Perón. Cattaruzza sugiere que el
mismo Levene tuvo una relación apacible con el peronismo y Diego Molinari incluso se reconocía
como reivindicador del federalismo, yrigoyenista y luego peronista. La universidad, donde sí hubo
descontentos, cesantías y movimientos, no se llenó de revisionistas. Incluso muchos funcionarios
peronistas, con trayectoria en la historia académica, profesaban sus respetos a Mitre, Sarmiento y
Urquiza. Así, los revisionistas se encontraron con que buena parte del movimiento se inscribía en
otra tradición. No se detecta una inclinación por parte del gobierno hacia el rosismo en sus
miradas de la historia: desde el nombre de los ferrocarriles hasta los manuales escolares. Tampoco
se evocaban imágenes revisionistas en la construcción de la figura del trabajador, en la que
aparecía el gaucho y la tradición pero también referencias a los conquistadores. Así, el rosismo no
formaba parte de las reivindicaciones históricas del peronismo, que parecía instalarse en una
posición más clásica, y la apertura del revisionismo hacia el peronismo fue parcial.

Es tras 1955 que la asociación entre peronismo y revisionismo comenzará a tomar fuerza. Esta
acción, sin embargo, no proviene del interior del revisionismo. En 1957 es el propio Perón quien
asume la línea histórica revisionista, como contrapartida a la línea Mayo-Caseros que proponían
los golpistas de la Libertadora. Así, se diferenciaba e inscribía al peronismo en otra tradición, que
se identificaba con Rosas. El objetivo de Perón era entonces distinguirse aún más de sus enemigos
y darle un sentido histórico al combate.

Como mencionamos antes, más difícil es encontrar sus puntos de confluencia. El más claro e
indiscutible es la exaltación de la figura de Rosas. Sin embargo, la figura de lo nacional pasa a
cumplir una función fundamental cuando se convierte en el eje de su reivindicación intelectual.
Convivían en ellos dos polos contrapuestos entre la tarea científica y la tarea política.

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