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Los mas desfavorecidos en el acceso a bienes sociales y culturales, también lo son en el acceso
a los trabajos mejor remunerados. La pobreza estructural o intergeneracional se diferencia de
otros tipos de pobreza, que se asocian a opciones de vida desafortunadas o que condujeron a
una persona que podría no haber sido pobre, a serlo. No es una cuestión puntual, o como
resultado de una política circunstancial, ni una mala decisión individual, una mala inversión, o
el fracaso en un emprendimiento; por lejos, el concepto de pobres estructurales requiere
como condición esa permanencia intergeneracional que produce propiamente una identidad.
Lo que la escuela puede hacer permanece siempre en un sentido potencial. Es mucho lo que
hace, pero resulta insuficiente. Quienes sostienen esa perspectiva de demanda permanecen
bajo cierto velo de incredulidad. La educación pública, gratuita y obligatoria está garantizada
por la Constitución misma. Esto tiene un valor enorme. Hay una gran estructura estatal, con un
presupuesto propio, para garantizar que todos puedan acceder, no solo los niños, sino los
jóvenes y los adultos, en zonas rurales y urbanas, incluso pueden estudiar quienes están
recluidos en las cárceles. La reproducción de la estructura social no logra modificar
masivamente la realidad, y las estadísticas demuestran que la pobreza estructural es una
condición que afecta la esperada acción transformadora. Esto puede entenderse porque “…en
la medida en que las personas estén más identificadas con su grupo, resulta más probable que
actúen de acuerdo con una identidad social que está implicada por la pertenencia a dichos
grupos (Haslam, van Knippenberg et al., 2003).
La visión unitaria de la comunidad sin divisiones sociales puede invisibilizar estas cuestiones,
aunque al interior de las instituciones el tema sea sumamente claro. Para comprender sus
cambios quienes realizan determinados relevamientos de forma periódica, mantienen las
mismas categorías de análisis. Políticamente es necesario para evaluar la efectividad de los
programas gubernamentales y determinar nuevas acciones que atiendan a las necesidades de
cada sector, no solo de los más desfavorecidos. Para eso se realizan los censos, o incluso las
evaluaciones sobre la evolución de la educación como las pruebas “Aprender”.
En cambio, las personas que padecen una pobreza estructural requieren de un mayor esfuerzo
no solo individual sino estatal, desde lo educativo y formativo, para lograr moverse en esas
categorías socioeconómicas. Si bien en cada pueblo pueden identificarse casos reales de
personas que provienen de entornos de pobreza estructural y han podido modificar su
situación social, económica e incluso cultural, lo cierto es que los grupos mayoritarios
permanecen y reproducen su propia estructura.
Lo que sucede con la educación uno puede entenderlo viendo las conclusiones de las pruebas
“Aprender”. Cada jurisdicción, incluso las escuelas, pueden ver sus resultados. El uso de la
información es tan discrecional como la capacidad misma de los equipos de gestión. En un
sentido general y amplio, los datos son muy significativos. Tomaré alguna información nacional
de las pruebas Aprender, publicadas en la página web argentina.gob.ar, el sitio oficial compara
los resultados de los años 2013, 2016, 2018 y 2021(los datos 2022 estarán disponibles a
mediados de este año). Es importante recordar que la educación escolar fue afectada por el
aislamiento sanitario del Covid 19, por lo que es esperable una baja en las calificaciones más
altas.
Tomando solo las escuelas de gestión estatal, en los resultados de aprendizaje y nivel
socioeconómico, en matemática, por ejemplo, el nivel bajo tiene un 41,9 % inferior a los
aprendizajes básicos esperados, el sector medio 20, 6% y el sector alto un 10,5%. Si vemos
aprendizajes satisfactorios nos encontramos con 24,8 del sector bajo, 41,8 del sector medio y
del 46% del sector alto.
Hay una consecuencia lógica entre clases sociales y niveles de escolaridad: los sectores de
pobreza estructural no han podido avanzar mas allá del nivel primario. Si bien existen
posibilidades para que puedan certificar el nivel secundario, de forma acelerada, los saberes
que acreditan no les permiten acceder a empleos mejor remunerados o avanzar en estudios
terciarios o universitarios. Es que el conocimiento no puede limitarse solo a un certificado,
sino que debe apuntar a eliminar aquellas desigualdades que dependen del nivel
socioeconómico de sus familias. La pobreza y la indigencia se concentran en los sectores de
menor escolarización. Aunque muchos digan que ha cambiado con el tiempo, y que hoy tener
el título de la secundaria solamente no es garantía de un mejor trabajo, la baja escolaridad
conduce a la pobreza o indigencia.
Según el informe “Evidencia sobre desigualdad educativa en la Argentina”, del Observatorio de
Argentinos por la Educación, con autoría de Ivana Templado, Gabriela Catri, Martín Nistal y
Víctor Volman, “En los sectores de menores ingresos, el 32% de los mayores de 25 años logró
terminar la educación obligatoria. En los sectores más favorecidos, la cifra es casi el triple: el
87% tiene secundaria completa. Apenas el 2,4% de los adultos de sectores más pobres
pudieron terminar la universidad; en los sectores más ricos, la cifra alcanza el 51%”. En otras
palabras, entre los sectores de mayores ingresos y los sectores más pobres hay una brecha de
55 puntos porcentuales en la terminalidad escolar.
Las diferencias entre pobres y ricos en la escuela no están dadas por la capacidad cognitiva. Los
aspectos genéticos, personales y ambientales son concurrentes en el desarrollo intelectual,
desde el nacimiento hasta la edad adulta. Si todos tienen garantizado el acceso a la educación
pública y gratuita, mínimamente desde el Nivel Inicial hasta terminar el Nivel Secundario, la
desigualdad educativa no debiera ser un desafío vigente, porque las propuestas pedagógicas
afectarían en modo positivo las estructuras de pensamiento individual y su comportamiento
social. Si la escuela es una institución comunitaria, las familias deben participar en ella
también, comprometiéndose mínimamente con la educación. Pero sigue siendo un desafío.
Independientemente de la ciudad en la que viva, cada escuela y cada barrio congrega alumnos
de determinados sectores sociales. Aunque puede que no sean exclusivas de un sector, las
mayorías en la conformación áulica, atentan contra la integración social, la calidad educativa y
la formación ciudadana misma. Aun cuando haya un gran esfuerzo en disminuir el abandono
escolar, las diferencias culturales entre los niveles socioeconómicos, se mantienen, encerrando
a cada sector en su propio mundo.
Entonces, la escuela siempre puede volver al camino de las utopías, donde el empeño diario
debe contribuir a redistribuir la herencia cultural incluyendo la esperanza misma. Educar,
asistir y acompañar, convenciéndonos que todos somos merecedores de algo mejor. Como he
aclarado en otras oportunidades, las definiciones, metas y objetivos son determinados por las
políticas que se adoptan.
Aunque los cambios sociales y culturales son lentos, los datos disponibles permiten reconocer
que la pobreza estructural sigue reproduciéndose, como si tuviéramos dos tipos de escuelas: la
esperada por la ciudadanía que cree en el poder formador de un futuro de progreso, y la que
proyecta un presente gratificante para que los estudiantes asistan. Por lo pronto, los
resultados no son los esperados.