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Durante la década de los 80’ un punto neurálgico en el análisis de la situación social en América
Latina era la pobreza, que se presentaba como el resultado de sucesivos periodos de crisis
económicas.
Más tarde, durante la década del 90, tiene lugar un fuerte crecimiento económico en la región que no
se traduce en una mejora de la calidad de vida de los individuos, sino que los beneficios pasan a
engrosar las arcas de las minorías hegemónicas, ampliando la brecha entre ricos y pobres.
Esto provoca que ya no se hable solo de pobreza, y que incluso los orígenes de esta abandonen el
terreno puramente económico y su inherente carácter cíclico. En este momento se comienza a
mencionar el concepto de desigualdad, de su relación con la generación de pobreza; y más aún, el
papel que juega en la profunda crisis de cohesión social que acompaña a la región hasta nuestros
días.
Ante la irrupción de esta realidad y pensando en la concepción del renombrado sociólogo francés
Pierre Bourdieu, podríamos cuestionarnos: ¿todas las familias cuentan con el capital necesario para
aprovechar los recursos que el sistema escolar, y la sociedad en su conjunto les ofrece? Por otro
lado, y desde el punto de vista pedagógico, cabe preguntarse si las prácticas educativas
implementadas en las instituciones tienen en cuenta las características socioeconómicas de las
familias.
Con estos datos a la vista, es casi imposible desde el punto de vista social, no plantearnos la
siguiente interrogante: ¿como afecta la desigualdad social al papel de las familias en el contexto
educativo?
Pues bien, por un lado, la crisis del mercado de trabajo, la necesidad del multi-empleo o las
actividades informales desarrolladas en los hogares han provocado que el tiempo que se puede
dedicar a actividades relacionadas con el apoyo o a algún posible incentivo escolar se haya visto
muy reducido.
Si a esto le sumamos la distorsión en términos de valores que traen aparejadas las transformaciones
socio-económicas y su respectiva fractura en la cohesión social, no es difícil inferir que los niños
provenientes de estos contextos van a tener claras desventajas respecto de otros que cuenten con
un gran capital social, humano, económico y cultural. Ellos, por su parte, cuentan con pocas o
ninguna forma de capital, y estarán condenados a la pobreza y la exclusión.
Varios estudios internacionales relacionan el nivel socio-económico familiar con las posibilidades
académicas (o directamente la falta de ellas). Particularmente los de Parcel, Dufur y Cornell (2010)
reconocen a la pobreza material como factor de riesgo, por implicar un menor acceso a recursos
educativos.
Además, una familia en contexto de pobreza suele tener un menor capital social (o con menor
potencial), lo que se traduce en un impedimento, ya que estas conexiones sociales (vecinos,
personal de la escuela, compañeros de trabajo) pueden ampliar los recursos a los que los niños
tienen acceso.
Conclusión
La persistencia de altos niveles de desigualdad y pobreza en América Latina nos obliga a reflexionar
sobre la necesidad de superar las brechas y restricciones estructurales que socavan la posibilidad de
un desarrollo con equidad y sostenibilidad en la región. Se requiere una modificación estructural
progresiva que logre una mayor justicia distributiva y el fortalecimiento de nuestras políticas sociales.
Desde el punto de vista educativo, no es suficiente analizar únicamente el rol de la familia o evaluar
estrategias para incentivar el acercamiento de ésta a la institución. También se debe tener un
sistema preparado para evaluar de forma diferenciada los contextos sociales en las iniciativas que se
desarrollan; no podemos dejar de considerar las barreras asociadas a la desigualdad, y en base a
estos datos planificar estrategias intensas y estructuradas que, evidentemente, van a estar
atravesadas por la complejidad. De esta forma, son igualmente importantes las redes con las que
cuente la institución y sus capacidades de intercambio con otros servicios sociales; a la vez que se
logre que sean las instituciones y las familias las que asuman la responsabilidad en equipo, evitando
delegarla completamente a otro tipo de organizaciones.