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Lengua II

Clase 4: Conceptualizaciones de la narración: en la


literatura y fuera de ella

La narración como práctica social

En nuestras prácticas docentes sobre literatura, la cuestión de la narración


aparece con razonable insistencia: aparece en la clasificación de los géneros literarios,
aparece en su relación consustancial con la descripción, aparece en la distinción de
“clases de narrador” (omnisciente, protagonista, testigo), aparece en el hecho de que
los ejercicios de “redacción” o “composición” tienden marcadamente a resolverse en
forma de narraciones. Y en efecto, ya desde las epopeyas clásicas, la literatura pasa
fuertemente por esa línea: la del arte de narrar.
Ahora bien, no por eso debemos pensar que la narración es una práctica
circunscripta a la esfera de la literatura: en las búsquedas de dar con la definición de
alguna clase de especificidad literaria, tal y como las hemos venido considerando en las
clases anteriores, la variable de la narratividad no podría resultar satisfactoria, porque
por mucho que la narración atraviese la literatura, dista de ser una condición propia e
inmanente, la marca de un posible carácter específico. Lejos de eso, la narración se
nos presenta más bien como una práctica social generalizada y extendida. Ninguno de
nosotros pasa nunca un día entero en su vida sin, en algún momento, narrar algo a
alguien (y no porque esté haciendo literatura). Podríamos proponer hasta una
disposición convencional del transcurso de un día de rutina, por la cual, cada jornada,
tiende a concluir con la escena en la que contamos qué cosas nos pasaron. Ricardo
Piglia ha propuesto considerar el espacio social (o una de sus metáforas posibles: la
ciudad) como una red de circulación de historias: percibirlo y concebirlo como un
tejido de narraciones, la narración misma como una clave de todos los intercambios
sociales; en parte porque la de contar es una práctica discursiva necesaria en muchos

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de esos intercambios (para comprar o vender algo, por ejemplo, para seducir a alguien,
para convencer de algo, lo que hacemos es eso: narrar); y en parte porque la narración
tiende a ser justo eso que intercambiamos: los relatos no son ya el medio para un
intercambio, sino el objeto de ese intercambio.
Por fuera de la literatura, la narración ha resultado decisiva para abordar
diversas cuestiones. En el psicoanálisis, por ejemplo, la mediación narrativa es
determinante; y de hecho, todo lo que Sigmund Freud plantea en términos de La
interpretación de los sueños (fallidos, condensaciones, desplazamientos, deseos
reprimidos, temores pasados por alto) no es en sentido estricto sino una
interpretación de sueños narrados, es decir, una interpretación de una narración de
sueños. El diván de una sesión de psicoanálisis no es sino un escenario para la
narración, tomado desde este punto de vista, y por algo ha señalado, una vez más,
Ricardo Piglia, que podía pensarse en el psicoanálisis como una forma de folletín
contemporáneo: versión actual del relato por entregas.

Temporalidad, identidad e historia

Para Paul Ricoeur, por otro lado, la narración es un elemento determinante para la
constitución de nuestro sentido de la temporalidad. La experiencia misma de la
temporalidad se plasma narrativamente, en cuanto a que la propia narración es
durativa y al serlo constituye por sí misma una experiencia de la temporalidad. Pero
además, las narraciones organizan, en su manera de disponerse, una manera de
relacionarse con el tiempo (por ejemplo, con la memoria), de tal modo que la
temporalidad no es solamente una dimensión en la que las narraciones transcurren ni
es tampoco solamente un objeto del que las narraciones se ocupan: la temporalidad
es en cierta medida producida por la narración (podríamos plantearnos esta pregunta
ante En busca del tiempo perdido de Proust: ¿cabría decir que Proust se retrotrae en el
tiempo, hace memoria y entonces puede narrar? ¿O cabría decir más bien que Proust
se pone a narrar, suscita memoria y entonces produce tiempo?).
Otros autores han subrayado la manera en que las narraciones pueden ser
constitutivas para las definiciones de identidad. Esto puede verificarse, en lo

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inmediato, en el plano estrictamente individual: para definir quiénes somos, contamos
quiénes somos, hacemos una narración (como podemos comprobar fácilmente en las
plataformas difundidas por las nuevas tecnologías: definirnos implica contarnos,
mucho más que describirnos). Pero en una escala más amplia y más integral de
identidades colectivas, la de las identidades nacionales por ejemplo, se advierte la
impronta cohesiva y hasta fundacional que asumen las narraciones. Homi Bhabha es
uno de los teóricos que ha abordado esta cuestión: la manera en que la conformación
de narraciones colectivas, estableciendo un pasado en común y una mitología de
origen compartido, impulsan y afianzan la constitución narrativa de un nosotros. La
narración de la historia argentina, por caso, cuenta un origen común (situado con
algunos corrimientos entre el 25 de mayo de 1810, las guerras de independencia, el 9
de julio de 1816), consagra héroes (San Martín, Manuel Belgrano) para hacerlos
funcionar como padres de la patria, inventa una tradición compartida, y además
postula un destino o un futuro (porque estas narraciones que se emplean para suscitar
un efecto de identidad narran también el futuro: un destino o un deber ser). Todo lo
cual activa entonces esa irradiación de un sujeto colectivo, el que define y se define en
términos de argentinidad.
Esta instancia de lo que las narraciones son capaces de generar como
dispositivos de identidad, toca otra dimensión del asunto: la de la historia. Porque
podemos insertar a la literatura entre los mecanismos con los que se establece y se
activan las identidades nacionales, sin dudas, y por algo existen clásicos de la literatura
nacional o un canon de los textos o los autores fundacionales. Pero la articulación de
nación y narración pasa en gran medida por los textos de la historia. Para esta
cuestión, son ineludibles las propuestas formuladas por Hayden White. Porque
Hayden White, en Metahistoria (1992), es quien acertó a poner en evidencia un
aspecto aparentemente obvio y, sin embargo, relegado hasta su intervención: la
posibilidad de considerar a la historia como lo que más evidentemente es, una
narración.
Como la historia cuenta con un horizonte de referencialidad manifiesto, como
cuenta hechos reales ejecutados por personajes reales, la perspectiva de análisis

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quedaba naturalmente direccionada hacia el plano de la existencia empírica y
verificable de todo aquello que se estaba narrando, hacia su verdad y su realidad. Por
eso mismo es crucial lo que Hayden White plantea: que la historia es narración, lo que
no quiere decir ficción, hipótesis que se pretendió endilgarle y de la que él mismo se
despegó categóricamente. No es que sea ficción, no es que sea una pura invención, no
es ni puede ser indiferente a la verdad de lo acontecido y a la necesidad de probar y
certificar, no es igual que la literatura. Pero para organizar esos materiales de la
realidad pasada, para darles forma y sentido, la historia lo que hace es narrar. La
historia entonces es narración, sin por eso ser literatura.

¿Y qué es, entonces, la narración, encarada de esta forma? Narrar es una


manera de interpretar. No es que la historia narre y luego interprete, es
que en el acto mismo de narrar ya está interpretando; la narración misma
es una forma de interpretación. Porque narrar implicar seleccionar, bajo
determinados criterios de relevancia, qué es lo significativo y qué es lo
insignificante; narrar implica componer series, y en las series cadenas de
causalidad; narrar implica dejar huecos o cerrar secuencias, y con eso no
se hace otra cosa que producir efectos de sentido. Narrar es significar y
es dar significación. La narración literaria puede servir como modelo (de
hecho, Hayden White la toma como modelo) para pensar y analizar otra
clase de narraciones, lo que no supone subsumirlas en una condición
literaria.

Precisamente porque la de la narración no es una noción propiamente literaria,


es posible considerar narraciones formales de otra índole (la de la historia, como
acabamos de mencionar) o las narraciones informales de la vida cotidiana (las que
hacemos diariamente de manera generalmente anecdótica). De ahí la posibilidad, y
acaso la necesidad, de preguntarse por la manera en que las historias llegan a la

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literatura o se convierten en literatura. Existe una fuerte tendencia proclive a hacer del
“contar historias” una instancia definitoria de la literatura: que a la literatura misma se
la conciba en términos de un “contar historias”. Lo que llevamos dicho en esta clase, y
lo que hemos planteado en clases anteriores sobre la cuestión de la especificidad
literaria, sirven de contundente refutación para una concepción literaria semejante.

Experiencia y Narración

Promediando los años treinta, uno de los más grandes teóricos de la literatura del siglo
XX, el alemán Walter Benjamin, abordó el tema de la narración (en dos textos
principales: “El narrador” y “Experiencia y pobreza”). Allí introduce Benjamin la
hipótesis de que hay una crisis de la experiencia en la cultura contemporánea (no de
la experiencia como tal, no de la experiencia de por sí, sino de la “experiencia
transmisible”: de la posibilidad de comunicarla a los otros). Cada vez hay menos
personas que sepan contar bien una historia, constata Benjamin. Y con ello, lo que
señala es la declinación de todo un paradigma narrativo: el de esas experiencias que se
enraízan en una determinada vivencia, de la que puede extraerse y legarse
determinada sabiduría. Esa clase de narraciones pueden encontrarse
paradigmáticamente en el agricultor sedentario (el que, permaneciendo siempre en un
mismo sitio, atesora las historias y las tradiciones de ese lugar y puede contarlas) y en
el marino mercante (el que, saliendo de viaje y conociendo mundos diversos, al
regresar tiene algo para contar).

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El filósofo alemán, Walter
Benjamin, abordó el problema
de la narración en dos ensayos
clásicos: “El narrador” y
“Experiencia y pobreza”).

Fuente: De Photo d'identité sans auteur, 1928 - Akademie der


Künste, Berlin - Walter Benjamin Archiv, Dominio público,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=17162035

Estas narraciones tienen pues un sustrato oral, se cuentan en un cara a cara,


abundan en lecciones y moralejas y en hechos extraordinarios, ofrecen una utilidad, se
nutren concretamente de las vivencias del narrador. Experiencia y narración, por lo
tanto, quedan en ella anudadas. Pero las narraciones de esa índole, que son más bien
un resto premoderno, entran en crisis, y es eso lo que Benjamin quiere marcar: que en
las grandes ciudades, bajo el imperio de los discursos informativos de la prensa, con el
avance de la novela y del libro como formatos literarios (es decir, en resumen, con la
consolidación de los factores que son propios del desarrollo de la modernidad), se
hace más difícil dar con esa clase de narrador, con esa clase de narración.
La relación entre experiencia y narración queda así fuertemente
problematizada; cae la visión ingenua de la literatura como un “contar historias”, ya
no puede pensarse ingenuamente que la narración literaria vaya a consistir en una
simple transposición de las propias vivencias. Existe, por supuesto, pese a todo, un
fuerte imaginario literario de esa índole; Ernst Hemingway lo encarnó con rotunda
nitidez. El hombre de acción, el hombre que se lanzaba a la intensidad de las
experiencias (la caza, la pesca, el boxeo, los viajes, la lidia de toros, etc.) hallaba en
todas ellas el impulso para la narración, y además del impulso, la materia. Pero existen
otras maneras entender esa relación, de entender la literatura.

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Si Hemingway podría funcionar como modelo del escritor vitalista, Borges
podría serlo de la variante opuesta: la prueba de una gran literatura que no
depende ni precisa contar con determinadas experiencias previas, que no
se limita a ser la expresión de las experiencias personales de quien la
escribe. La escritura y la literatura ya no se piensan como una emanación
subsidiaria de la experiencia; y hasta se las puede pensar como su
contracara o su compensación. ¿No es eso, después de todo, lo que plantea
Flaubert en Madame Bovary? A las novelas se va a buscar lo que no se tiene
en la vida, la lectura va a procurar lo que falta como experiencia.

Y esa lectura va a tener el poder de suscitar, a su vez, experiencias. Porque en


general las dicotomías entre literatura y experiencia tienden a pasar por alto que la
literatura puede ser ella misma una experiencia, que leer y escribir puedan ser una
experiencia de por sí. Y alterar, por eso mismo, las experiencias que se tienen en el
mundo real (aunque también la literatura está en el mundo real, y también las
experiencias de la literatura transcurren en el mundo real). ¿Y no es eso, después de
todo, lo que plantea Miguel de Cervantes en Don Quijote de la Mancha? Don Quijote
primero se encierra a leer, y luego sale a “vivir”: a vivir aventuras, a vivir experiencias.
Pero esas aventuras y esas experiencias están moldeadas por la literatura, pues el
Quijote actúa en todo momento según lo que ha leído en las novelas de caballerías
que lo tuvieron enfrascado y le secaron el seso. De este modo, ya no es la literatura la
que queda supeditada a la realidad del mundo de la vida: es el mundo de la vida el que
queda supeditado a las ficciones de la literatura.
Con esa verdadera utopía literaria, nace la novela moderna. A ella todavía le
debemos todo.

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Actividades
1) Foro de la clase:

1.a) Lean el ensayo "Experiencia y Pobreza", de Walter Benjamin. Identifiquen las


causas del ocaso del arte de narrar para el autor y las relaciones que establece entre
narración y memoria. Anoten sus respuestas.

1.b) Si para Benjamin la modernidad se caracteriza por una crisis de la experiencia que
es al mismo tiempo una crisis de la narración, ¿cuál creen que podría ser el rol de la
literatura en un mundo "pobre en experiencia" pero "rico en información"? ¿Cuál el
de la enseñanza de la literatura? Compartan sus ideas en el foro.

2. Actividad optativa:
a) Lean “El texto histórico como artefacto literario” de Hayden White en el siguiente
enlace: http://www.obta.uw.edu.pl/~lukasz/warsztat%20hispanisty/White.pdf
Comparen lo señalado por el autor en la página 127 con esta cita del ensayo “Sobre el
“Vathek” de William Beckford”, perteneciente al libro Otras Inquisiciones de Jorge Luis
Borges:

“Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia, que un


observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de
biografías de un hombre, que destacan hechos independientes y de las que tendríamos
que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo. Simplifiquemos
desaforadamente una vida: imaginemos que la integran trece mil hechos. Una de las
hipotéticas biografías registraría la serie 11, 22, 33…; otra, la serie 9, 13, 17, 21...; otra, la
serie 3, 12, 21, 30, 39”

b) Lean el cuento “Tema del traidor y del héroe”, del libro Ficciones, de Jorge Luis
Borges a la luz del texto de Hayden White (tengan en cuenta que la biografía que se

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intenta reconstruir en el relato es la de un personaje histórico) y explique las
implicancias de las siguientes frases:
1) “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente
pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible”

2) “Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la


memoria apasionada de Irlanda”

´La extensión del trabajo no debe superar las dos carillas, tamaño A4. Renombrar el
archivo de la siguiente forma. Apellido_Clase4_nºde aula. Podrán enviar su trabajo a
través del siguiente enlace.

Material de lectura
Benjamin, W. (1987) “Experiencia y pobreza”. Discursos interrumpidos, Taurus,
Madrid,. Disponible en
https://semioticaenlamla.files.wordpress.com/2011/09/experienciabenj.pdf [Último
acceso, julio 2017].

Lecturas complementarias
Benjamin W. “El narrador”. Sobre el programa de la filosofía futura. Planeta-Agostini,
Barcelona, 1986. Disponible en
http://www.catedras.fsoc.uba.ar/reale/benjamin_narrador.PDF (último acceso, julio
2017)
White, H. (2003) “El texto histórico como artefacto literario” [en línea], Paidós,
Barcelona. Disponible en
http://www.obta.uw.edu.pl/~lukasz/warsztat%20hispanisty/White.pdf [Último acceso,
julio 2017]

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Bibliografía de referencia
Bhabha, H. (2010) Nación y narración, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010.

Piglia, R. (1990). “Una trama de relatos”. Crítica y ficción, Siglo Veinte, Buenos Aires.

Ricoeur, P. (2007) Tiempo y narración. Siglo XXI.

White, H. (1992), Metahistoria, FCE, México.

White, H. (1992), El contenido de la forma, Paidós, Barcelona.

Créditos

Autor/es: <Martín Kohan >

Cómo citar este texto:


Kohan, Martín (2017). Clase Nro 4: Conceptualizaciones de la narración: en la literatura
y fuera de ella. Lengua II. Buenos Aires: Ministerio de Educación y Deportes de la
Nación.

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