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Lengua II

El canon como noción teórica y socioculturalmente


construida

En 1994, Harold Bloom publicó un libro titulado El canon occidental (por cierto, una de
sus publicaciones más resonantes). A lo largo de más de quinientas páginas, Bloom
ofrece diversas lecturas sobre los autores con los que integra dicho canon:
Shakespeare, Dante, Cervantes, Tolstoi, Proust, Joyce, etc. Se trata, pues, de un libro
compuesto de lecturas, que sostiene sus hipótesis por medio de esas lecturas. Por
sugerencia de los editores, y no del todo convencido, Bloom accedió a agregar al final
del volumen una lista de los autores y las obras que integrarían ese “canon occidental”
que el libro anuncia y propone. Fue un error, y Bloom no tardó en comprobarlo.
Porque la lista terminó capturando el foco de la atención de los acercamientos al libro.
Y si bien la base del planteo no dejaba de sostenerse en el principio de las lecturas
críticas, el listado del final derivó en que se pensara la noción del canon occidental de
Bloom como algo parecido a los “top ten” o los “veinte principales” de cualquier
ranking banal, o bien como una mera enumeración de gustos o preferencias
personales.

Un canon no funciona, o no debería funcionar, como un ranking de éxitos o de


preferencias; tampoco debería reducirse a la cuestión de los gustos personales (no
existe pues algo así como un canon de cada cual, como cuando se dice “mi” canon).
Aunque pueda haber de por medio textos o autores exitosos o preferidos, y aunque
cada uno de nosotros tenga un criterio de gusto respecto de lo que lee, la noción
misma de canon literario excede esas dimensiones. La idea misma de canon nos
remite, por una parte, a la tasa que hay que pagar para pasar de un lado a otro, vale

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decir, funciona como un criterio de admisión; luego, nos remite también a una forma
de consagración, en el sentido en que decimos que algo o a alguien se lo canoniza.

En cualquier caso, la definición de un canon literario involucra cuestiones de valor y de


legitimación de un valor (me remito en esto a la clase en la que nos ocupamos de
Pierre Bourdieu y de Ian Mukarovsky). El gusto de cada cual es ni más ni menos que
eso: el gusto de cada cual. Uno puede transferirlo a otros, puede comentarlo o puede
proponerlo a manera de recomendación de lectura en cualquier conversación. Pero un
canon, como tal, se define en otro plano; involucra una cierta validación y una cierta
objetivación (objetivación, que no es lo mismo que objetividad. La objetividad viene
supuestamente dada, la objetivación se consigue haciendo que ciertos valores se
legitimen y se acepten como tales en una consideración general). Por eso planteamos
que no cabría hablar, en este sentido, de un “canon personal”, como cuando alguien
dice “mi canon”, entendiendo que para la conformación de un canon literario es
indispensable apuntar a un nivel de reconocimiento y legitimación general, que va más
allá de la formulación de las preferencias de cada uno.

El canon excede pues la dimensión del gusto (podemos pensar, llegado el caso, en la
distinción que establece Kant entre juicio estético y gusto); pero también va más allá (o
debería ir más allá) del mero listado de autores o de obras (por eso puede considerarse
que Bloom en El canon occidental quedó de alguna manera entrampado en ese
puñado de páginas que aceptó insertar en el final del volumen: una lista).

Una lista de obras y de autores no basta para establecer un canon. Para que pueda
hablarse verdaderamente de canon y de canonización, esos autores y esas obras
tienen que verse validados por (y al mismo tiempo, dar validez a) ciertas maneras
de leer, ciertas concepciones de la literatura, ciertos criterios de valor.

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Por eso puede decirse que un canon es en buena medida un espacio de lucha (si se
tratara de gustos personales, no habría tales disputas: cada cual tiene los suyos, y
asunto concluido). Y esa lucha cobra su mejor sentido en cuanto se la considera como
la disposición a hacer prevalecer, a convertir en dominantes, determinadas ideas
sobre la literatura. Solo logrando ese predominio cobra sentido ese orden de prestigio
al que llamamos canon, y solo así se advierte que esos nombres de escritores y de
obras no están ahí sino para expresar toda una manera de entender la literatura. Sin
el prestigio adquirido por la experimentación verbal, por ejemplo, no habría sido
posible que el Ulises de James Joyce integrara el canon literario del siglo XX, como de
hecho lo integra; si la velocidad narrativa y la sencillez sintáctica fueran valores
predominantes en la literatura, por caso, no podría integrar el canon literario del siglo
XX En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, como de hecho lo integra. Por eso es
crucial detenerse en el hecho de que Harold Bloom compone El canon occidental como
una serie de lecturas, y no como una enumeración de preferencias; y en esas lecturas
es donde los criterios valorativos quedan plasmados (no solamente enunciados, sino
puestos a funcionar).

¿Cómo se construye el canon?


Ahora bien, es preciso analizar a la vez de qué manera se entiende esa lucha que se
produce en torno del canon literario (y que sirve para definirlo). ¿Quién define y cómo
se definen esos valores, los que permiten consagrar centralidades o postergar hacia los
márgenes? Harold Bloom considera que los criterios de valor deben ser estrictamente
estéticos, sin incidencia de otra clase de factores. Su posición se entiende en el marco
de su confrontación con lo “políticamente correcto” imperante en el mundo
académico de los Estados Unidos, su espacio de inscripción; modalidad por la cual en
el canon no han de estar solamente los mejores escritores y escritoras, sino que debe
contemplarse un criterio de protección a las minorías: hay que hacer lugar a las
mujeres, a los afroamericanos, a los asiáticos, etc. Bloom defiende, por el contrario, la

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idea de un canon dirimido bajo una valoración específicamente literaria: quienes sean
los mejores autores son los que deben integrar el canon, o dicho a la inversa: el canon
debe integrarse con los que sean los mejores autores, independientemente de su
condición sexual, etnográfica, de género, etc.

Pero aun así, cabe preguntarse, ¿de qué manera se dirime ese prevalecimiento?
¿Quién establece, y cómo, qué autores son los mejores? Para Bloom, las propias obras
literarias evidencian su calidad. Lo que el crítico tiene que hacer es reconocer esos
valores y evidenciarlos: detectarlos y darlos a ver. La lucha en torno del canon
transcurre pues para Bloom como lucha entre escritores, y su libro La angustia de las
influencias (de 1973) despliega esta visión: de qué modo los así llamados escritores
fuertes o poetas fuertes ocupan un espacio central y dominante, generando incluso la
sensación de que en verdad lo ocupan todo, tanto que los que son contemporáneos o
los que surgen inmediatamente después sienten que no hay lugar para ellos, o que han
llegado demasiado tarde a la literatura, que todo lo que podía escribirse ya fue escrito
en cierta forma por ese escritor o poeta fuerte, y no queda más alternativa que
remedarlo o retomarlo (el caso de Borges ilustra mejor que nadie esa “angustia de las
influencias” en la literatura argentina).

No obstante, puede considerarse también (y vuelvo a remitirlos a Pierre Bourdieu y a


Mukarovsky, su enfoque sobre el campo literario y el sistema literario) que existen
diversas instancias de definición y legitimación de los valores literarios, que estos no
existen como expresión objetiva y como evidencia manifiesta en las propias obras
literarias. La crítica literaria, mediante sus lecturas y elaboraciones; ciertos premios
literarios, dotados de prestigio; ciertas editoriales o colecciones, dadoras de prestigio:
hay distintas instancias por las cuales la sanción y afianzamiento de valores literarios,
es decir, con otras palabras, el propio canon literario, se define y se consolida. La
canonización se produce a través de agentes distintos, que confluyen o se contradicen
(porque también bajo este otro criterio el canon literario se constituye por medio de
luchas y disputas). Ya no son los escritores o las obras los que, por sí mismos, por sus

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cualidades intrínsecas, imponen (y a ese imponerse es a lo que se denomina canon) los
valores que detentan, sino ese campo diverso en el que distintos factores inciden, para
dirimir esa misma cuestión, en disputa: qué literatura será canonizada, y en base a
qué.

Canon y actualidad
Para apreciar esta dinámica del canon literario es preciso adoptar una perspectiva,
precisamente, dinámica. Porque existe cierta tendencia a concebir el canon como si se
tratara de una cuestión fijada, cerrada, estable, el lugar en el que las obras se
inmovilizan y quedan selladas para siempre, el lugar en el que la literatura se clausura
y se vuelve asunto del pasado (pasado vigente, como ocurre con los clásicos, pero
pasado al fin).

Al concebir, en cambio, al canon como una instancia en pugna, en la que las


valoraciones literarias se tensionan y disputan, advertimos su carácter
dinámico, asentado pero cambiante, establecido pero modificable, que es
preciso conjugar en tiempo presente. Porque si la configuración del canon
depende de las maneras de leer, en cuanto a que según la manera de leer
que se esgrima se postularán ciertos valores y no otros, y de esos valores
dependerá lo que resulte parte del canon y lo que no, entonces el presente
es lo que prepondera, aun para establecer criterios sobre el pasado.

El canon no es meramente un legado que el pasado nos transfiere. El canon funciona


porque se actualiza, porque lo actualizan las lecturas, y eso solo puede ocurrir en el
presente. La modificación del estado de cosas en el canon no es sencilla ni repentina,
es tan laboriosa y tan paulatina como un cambio de paradigma de lectura, como un

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cambio en los criterios de valor. Pero no por eso el canon debe parecernos
inmodificable. Su vigencia, por otra parte, se mide en su capacidad de influir sobre el
presente, sobre las escrituras del presente (como angustia, según planteó Harold
Bloom, o como estímulo e impulso, en una mirada más optimista); los textos del canon
literario operan en el presente, inciden en la literatura actual. Por lo tanto, en vez de
cristalizarlo como algo pretérito, es preciso reponer una y otra vez esa relación y esa
actualidad. A menudo se piensa en una especie de rivalidad entre canon y actualidad, y
de ahí, una dicotomía si se va a considerar los textos ya consagrados, en el pasado, o si
se va a considerar los textos que se están escribiendo ahora mismo, en la
contemporaneidad. Pero una consideración más atinada del canon, que lo asuma en su
carácter dinámico y lo mida en su actualidad, buscará más bien una articulación, en
vez de una disociación o una alternativa. Leer el presente, leer en presente, es la
manera más genuina y más eficaz de intervenir en la cuestión del canon.

El canon y la enseñanza de la literatura: lectores y maneras de


leer
Y es que se trata, ni más ni menos, que de pensarlo antes que nada como una instancia
en la que es posible intervenir. No como algo que ya está dado, fijado y establecido de
una vez y para siempre, sino como algo sobre lo cual se puede (y hasta se debe) tener
injerencia. Mencionamos anteriormente los distintos factores que hacen a esa
intervención: premios, crítica, investigaciones académicas, etc. Entre esa serie de
factores, el sistema educativo ocupa un lugar primordial. La incorporación de ciertos
textos y ciertos autores al régimen de enseñanza formal no va a decidir por sí misma
una modificación del canon literario, pero es sin dudas una de las variables que inciden
en su estabilización o en su transformación. Por una parte, porque constituye una
forma de incorporación, y una incorporación por demás significativa, ya que se trata de
un dar a leer fundamental (estoy pensando, como se advertirá, no ya en la enseñanza
universitaria solamente, sino también, y sobre todo, en la enseñanza media: allí donde
muchos estudiantes entablan su primera relación madura formal con la literatura, y a

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menudo, hay que decirlo, también la única). Y por otra parte, porque allí se concretiza
una instancia de formación de lectores (la más extendida, por cierto, la de mayor
alcance social). Dado que el canon se constituye a partir del prevalecimiento de ciertas
maneras de leer, el sistema educativo resulta evidentemente decisivo, justamente
porque forma lectores, porque funda maneras de leer, porque suscita aptitudes para
la valoración de ciertos elementos literarios. Borges vuelve a resultar, en este sentido,
un caso más que elocuente. Su posición cenital en el canon literario argentino
responde, si adoptamos el criterio de Bloom, a la excelencia notoria de sus textos;
pero, además, requirió dotar a esos textos de un marco de lectura posible, construir
los lectores que esos textos requerían, trazar los parámetros de valor que permitieran
la apreciación de esa literatura tan singular.

A veces se cambian nombres (se saca una obra, se pone otra), pero se sigue leyendo de
la misma manera; entonces no ha habido una verdadera postura de modificación del
canon. Por el contrario, sí se activa un cambio cuando se cambia la manera de leer, se
la amplía o se la transforma, incluso cuando esas otras formas se empleen sobre textos
ya establecidos, ya canónicos. Al leerlos de otro modo, al cambiar su canonicidad, se
da lugar de hecho a otros textos y a otros autores. Sigamos tomando el caso de Borges.
Su centralidad en el canon literario argentino (y no solamente argentino), requirió que
se produjera otra visión de la lectura y de la literatura, sin las cuales sus textos
resultaban desconcertantes e incluso menores. Pero la centralidad de Borges, a su vez,
dio visibilidad y prestigio a otras expresiones literarias, admisibles en el canon tan solo
a partir de lo borgeano. Ese efecto es en parte retroactivo (lo que el propio Borges
examinó en Kafka y sus precursores), pero en parte se afianza en su irradiación sobre el
presente (la consagración de Roberto Bolaño a partir de La literatura nazi en América
se vuelve inseparable de Borges).

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La escuela es percibida a menudo como una institución en la que el canon
literario se imparte: donde se lo recibe, ya definido, y se lo suministra. Este
enfoque es reductivo y condena a la escuela a una condición de pasividad.
Es preciso advertir, en cambio, hasta qué punto la escuela juega un papel
activo, netamente activo, en la definición del canon literario. No se limita a
administrar un canon ya dado, sino que participa fuertemente de las
canonizaciones de la literatura, los valores y los disvalores, las vigencias y
las caducidades. Un canon pensando en su carácter dinámico y conjugado
en tiempo presente puede dirimirse en buena medida en el ámbito escolar,
siempre y cuando ese ámbito escolar quiera pensarse también con un
carácter dinámico y conjugarse en tiempo presente.

Es un desafío para todos nosotros, los docentes. Nos impulsa a leer y a preguntarnos
qué leemos, cómo y por qué. Y sobre todo: nos impulsa a ser lectores en tiempo
presente; a enseñar lo que seguimos leyendo y porque seguimos leyendo, y no
quedarnos solamente en lo que, en nombre de un canon supuestamente fijo, nos
enseñaron alguna vez, y leímos en el pasado.

Actividades

1- Wiki de la clase (documento colaborativo)

"La escuela es percibida a menudo como una institución en la que el canon literario se
imparte: donde se lo recibe, ya definido, y se lo suministra. Sin embargo, puede tener
también un papel activo en su definición, justamente porque forma lectores, porque funda
maneras de leer, porque suscita aptitudes para la valoración de ciertos elementos literarios".

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Los invitamos ahora a imaginar un "canon" posible para la escuela secundaria. Para ello, les
pedimos que:
A) piensen en un listado de las lecturas que enseñan en sus cursos (puede ser lo que
efectivamente planifican o recurrir a las sugerencias de los diseños curriculares).
B) a la luz de lo leído en la clase 6, elijan una de las obras incluidas en el listado. En la
wiki o documento colaborativo de la clase, creen una página nueva y expliciten allí los
criterios por los que considera que esa obra pertenece al "canon" enseñable en sus
cursos.
C) elijan una obra que agregarían o sacarían del listado. Creen una nueva página y
expliciten allí los criterios utilizados. Si lo desean pueden incluir alguna imagen para
ilustrar su selección o enlazar a más información sobre la obra y/o su autor/a.

Cómo escribir en la wiki


Para comenzar a escribir deberán ingresar en la wiki y hacer clic en "Nueva página". Asignen
un nombre a la página creada (que será el de la obra elegida para comentar), y comiencen a
escribir en el editor. No olviden guardar los cambios.
La estructura de sus páginas o entradas (en total son 2, correspondientes a los puntos 1.B y
1.C) deberá ser la siguiente.
Para 1.A.
 Nombre de la página (ingresar el nombre de la obra elegida).

 Autor/a (nombre y apellido. Si lo desea puede linkear a sus datos biográficos).

 Comentario: Explicite los criterios por los que considera que esa obra pertenece al
"canon" enseñable en sus cursos. Si lo desea, puede enlazar a una página con más
información sobre la obra.

Para 1.B.
 Nombre de la página (nombre de la obra que agregaría o quitaría del listado)

 Autor/a (nombre y apellido. Si lo desea puede linkear a sus datos biográficos)

 Comentario: razones para la exclusión o inclusión de la obra en el "canon". Si lo desea,

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puede enlazar a una página con más información sobre la obra.

Importante: aunque los alentamos a comentar obras distintas, si la obra elegida por usted ya
fue comentada por un colega, deberá editar esa página para sumar sus propios comentarios.
A continuación, podrán encontrar un video tutorial para trabajar sobre la wiki.
*
O acceder a él a través del siguiente enlace https://youtu.be/4t5mtTIRarM

2) Foro. En el foro de la clase comente al menos una de las elecciones de sus colegas. Podrán
ver las páginas creadas por sus compañeros desde el menú lateral de la wiki.

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Material de lectura
Bloom H. (1996). Prefacio y Preludio. En Bloom H., El canon occidental, pp 11-22
Barcelona: Anagrama. Disponible en
https://iedamagri.files.wordpress.com/2014/07/bloom-harold-el-canon-occidental.pdf
[Último acceso, julio 2017]

Bombini G. (2001). La literatura en la escuela. En Alvarado, M. (coord.) Entre líneas.


Teorías y enfoques en la enseñanza de la escritura, la gramática y la literatura. Bs. As.:
Flacso/Manantial. Disponible en
https://teorialiteraria2009.files.wordpress.com/2009/04/bombini-gustavo-la-
literatura-en-la-escuela.pdf
Gramuglio, M. (1998). El canon del crítico fuerte. En Cella, S. (compiladora), Dominios
de la literatura. Acerca del canon. Buenos Aires: Losada Disponible en
https://canonliterariosalzmann.files.wordpress.com/2015/04/el-canon-del-crc3adtico-
fuerte-de-marc3ada-teresa-gramuglio.pdf [Último acceso, julio 2017]

Bibliografía ampliatoria
Bloom H. (1991). La angustia de las influencias, Caracas: Monte Ávila.
Borges, J.L. (1952). Kafka y sus precursores. En Otras Inquisiciones, varias
ediciones.
Jitrik, N. (1998). Canónica, regulatoria y transgresiva. En Cella, S. (compiladora).
Dominios de la literatura. Acerca del canon. Op. cit. Disponible en
http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/10485/Documento_complet
o.pdf?sequence=1 [Último acceso, julio 2017].
Créditos

Autor: Martín Kohan

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Cómo citar este texto:
Kohan, Martín (2017). Clase Nro 6: El canon como noción teórica y socioculturalmente
construida. Lengua II. Buenos Aires: Ministerio de Educación y Deportes de la Nación.

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