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La educación en situación de encierro

María José Del Pino


marijosedelpino@gmail.com
Resumen

Palabras claves

Abstract

Keywords

La educación dentro de establecimientos penitenciarios es uno de los escenarios más


complejos y quizás menos estudiados del campo de la enseñanza, la particularidad de su
alumnado y el difícil contexto de su funcionamiento definen una variabilidad de abordaje. La
escuela en contextos de encierro funciona a modo de una institución dentro de otra y supone
conjugar prácticas y marcos normativos entre el sistema penitenciario y el sistema educativo
con lógicas de funcionamiento diferentes: en el primero la del castigo y el disciplinamiento,
(fundante del derecho penal y las prisiones); y en el segundo la lógica del desarrollo integral de
los sujetos, (fundante de la educación).

Las ofertas educativas destinadas a las personas privadas de libertad son heterogéneas y
dispares. Esencialmente se componen de planes de alfabetización, educación primaria,
secundaria y en muy pocas jurisdicciones superior no universitaria y universitaria; sin embargo,
la oferta educativa más difundida es la desarrollada a través de cursos breves de capacitación
laboral, de diverso nivel y calidad. Los distintos actores que participan de estas propuestas
(agentes penitenciarios, docentes, internos, funcionarios, familiares, etc.), tienen diversos
enfoques y valoraciones acerca de la función de la educación en este ámbito. Los objetivos que
se buscan son: ocupación del tiempo libre, re-socialización, disminución de la agresividad,
proyección a la reinserción laboral, entre otras.

Las características de la vida cotidiana de las personas privadas de libertad están


condicionadas y caracterizadas por una intimidad prácticamente nula (los individuos están
expuestos a una vigilancia continua), y no existan límites que establezcan espacios diferentes
para dormir, trabajar, recrearse. Las visitas son controladas, hay inhibición y/o restricción de
contactos con el exterior, las actividades son generalmente colectivas y obedecen a rutinas
programadas que masifican a los individuos, las necesidades individuales se manipulan.

En contextos de encierro las escuelas funcionan dentro de otras instituciones, las


penitenciarías, cuya lógica de funcionamiento condiciona a las primeras, no solo en los aspectos
pedagógico-didácticos sino en los que se refieren a la distribución del poder. Las dificultades de
comunicación entre el personal de ambas instituciones para construir acuerdos basados en
criterios comunes para el manejo de la educación, derivan en impedimentos para el normal
desarrollo de las actividades académicas. A modo de ejemplo, pueden citarse la falta de
valoración del espacio educativo lo que conduce a la generación de un clima negativo por parte
del personal penitenciario hacia la escuela, funcionando ésta como premio o castigo hacia los
internos; las exigencias para el ingreso de los docentes a las unidades penales que implican
someterse a revisiones y controles y el retraso o la imposibilidad de asistencia a clase por parte
de los internos por requisas, castigos, etcétera.

Estas circunstancias hacen que las actividades vinculadas al proyecto escolar se vean
reguladas por la estructura administrativa vertical y rígida de la cárcel, donde el trabajo y la
participación están condicionados por las normas de seguridad. Es decir, a la escuela que de por
sí representa una realidad compleja hay que sumarle la complejidad del contexto.

Los alumnos que asisten a las escuelas en las unidades penitenciarias fueron y son sujetos
de múltiples exclusiones, a las que ahora se suma una nueva: la privación de la libertad.
Estudiar en la cárcel les permite recuperar al menos un derecho negado, el de la educación. De
esta manera el lugar ocupado puede ser no solo el de recluso, sino el de alumno en un espacio
que abre una posibilidad diferente. Quizá aquí pueda radicarse la esperanza de que se conecten
con su propia potencia y originen acciones autohabilitadoras que marquen la diferencia entre
modos de existencia.

En nuestro país durante 2016 la discusión acerca de la educación se ha centrado en los


proyectos de ley de educación pública y educación superior, lo que ha sido objeto de análisis
por parte del INDH. Este ha señalado que existen “normativas, mecanismos y prácticas
discriminatorias en el sistema educativo que generan desigualdades en la calidad de los procesos
de enseñanza/aprendizaje a los que se accede y en las posibilidades de continuar estudios hacia
niveles superiores” (INDH 2011, pág. 53). Derivado de esta situación, distintos grupos se
encuentran en situación de vulnerabilidad en lo referente a ejercer su derecho a la educación. Es
por esto que el INDH ha decidido profundizar el diagnóstico respecto del derecho a la
educación de las personas privadas de libertad, debido a que no existe oferta educativa
suficiente y con las adaptaciones necesarias relativas a su contexto. Lo anterior resulta
preocupante, pues de acuerdo con el derecho internacional de los derechos humanos, el derecho
a la educación de las personas privadas de libertad no se debe restringir ni suspender por el
hecho de la privación de libertad. La educación debe ser vista como la principal herramienta
generadora de cambios y más aún en este ambiente de claustro, la educación se relaciona de
modo singular y primordial con el aprendizaje, la realización del potencial y el desarrollo de la
persona, la dignidad humana debería ser fundamental en los programas de educación en el
entorno penitenciario tanto para quien se encuentra privado de libertad como para aquellos que
tienen la labor de trabajar con las personas en situación de encierro,.

De acuerdo con las cifras entregadas por Gendarmería de Chile, en 2015 se inscribieron
para rendir la PSU 2.027 jóvenes privados de libertad (173 mujeres y 1.854 hombres) por su
parte, SENAME no brindó esta información.

En Chile, la población adulta privada de libertad se encuentra en centros que dependen


del Estado, por medio de Gendarmería de Chile (GENCHI). Algunos de estos centros son
administrados por privados (concesionados) y otros son administrados directamente por el
Estado. En el caso de los niños, niñas y adolescentes, estos se encuentran en centros que
dependen del Servicio Nacional de Menores (SENAME), cuya administración también puede
ser estatal o concesionada a privados. En ambos sistemas se aplica la educación de adultos, que
es una modalidad de la educación regular. La diferencia de la educación de adultos con la
educación regular para el resto de la población es que la primera permite a los y las estudiantes
cursar su educación básica y media en menor tiempo, pudiendo hacer 2, 3 y hasta 4 años en uno.
Para acceder al nivel básico de adultos se requiere tener al menos 15 años y al menos 17 años
para cursar la educación media. Es importante aclarar que a su vez, en la educación de adultos
se distinguen dos modalidades: la educación de adultos regular y la educación de adultos
flexible. La educación regular de adultos es aquella donde existe un establecimiento educativo
al interior del recinto al que asisten los y las estudiantes diariamente para cursar su educación
básica y media, en el que se evalúa el aprendizaje y se certifican los estudios. La educación
flexible de adultos, en cambio, se desarrolla de manera semipresencial, y los y las estudiantes
deben rendir un examen ante una Entidad Examinadora que certifica los estudios a nivel
regional.

En 12 de los 17 centros cerrados del sistema de justicia juvenil de SENAME, los niños,
niñas y adolescentes reciben educación de adultos regular, pese a que su edad no corresponda
con los requisitos para acceder a dicha modalidad (15 para básica y 17 para media). De los 5
restantes, hay 4 donde se ha implementado un programa alternativo de Reinserción Educativa
financiado por SENAME, y uno donde no hay ninguna oferta educativa. La administración de
los establecimientos educativos no depende de SENAME, sino del municipio en el que se ubica
el recinto penitenciario, o de un sostenedor privado. En este caso, seis son de dependencia
municipal y seis son establecimientos privados con subvención estatal. En el Servicio Nacional
de Menores, de 387 niños, niñas y adolescentes que se encuentran cumpliendo condena en los
centros cerrados del sistema de justicia juvenil, hay 255 matriculados en establecimientos de
educación. Lo anterior deja una brecha de 132 niños, niñas y adolescentes que no están
matriculados en ningún establecimiento educativo. En el caso de los 98 recintos penitenciarios
para adultos a cargo de Gendarmería de Chile (GENCHI), hay 76 donde los y las internas
también acceden a la educación de adultos regular, y cinco recintos penitenciarios donde se
imparte educación de adultos flexible. De los 17 restantes, hay 7 en que solo se puede optar a
validación de estudios mediante exámenes libres, y 10 donde ni siquiera existe dicha
posibilidad, pues no hay un establecimiento que provea de oferta educativa de adultos en
ninguna de sus modalidades. En GENCHI, los establecimientos tampoco dependen
administrativamente del servicio. De los establecimientos que atienden centros de Gendarmería,
68 son de dependencia municipal y 20 son particulares subvencionados. Por último, es
importante señalar que hay una parte significativa de la población penal que requiere terminar
sus estudios obligatorios y no está siendo atendida en el sistema. De hecho, en 2015, “de
acuerdo a la información que los internos declaran, al ingresar a Gendarmería de Chile, 425 no
tienen escolaridad; 10.201 no ha completado la Educación Básica y 11.692 internos no ha
concluido la Educación Media”. En total son 22.318 personas sin educación completa, de
42.475. Sin embargo, ese mismo año los establecimientos educativos atendieron solo a 6.808
personas en educación básica y 8.907 en educación media (MINEDUC, 2016), por lo que existe
una brecha de 6.603 personas adultas internas con escolaridad incompleta que no están
matriculados en un establecimiento educativo, 68 son de dependencia municipal y 20 son
particulares subvencionados. Se debe señalar que hay una parte significativa de la población
penal que requiere terminar sus estudios obligatorios y no está siendo atendida en el sistema.

La educación se presenta como un lugar propio y específico donde es posible pensar una
sociedad más justa, más elaborada, más construida, más de todos y de cada uno, más solidaria,
en definitiva más humana. La acción educativa debe apuntar a revertir la vulnerabilidad social
de las personas detenidas.

Dicha concepción nos ayuda a plantear la educación de los detenidos en unidades


penales, no sólo en lo metodológico-didáctico, sino fundamentalmente en la búsqueda y
construcción social de la palabra, de la voz, de la conciencia de los alumnos que recorren las
escuelas en las cárceles. En definitiva, una Pedagogía Crítica que se enlaza provechosamente
con los Derechos Humanos.
Esta idea le proporciona a la acción del docente la peculiaridad para desarrollar la
expresión y la capacidad de comunicación del alumno-detenido, como también le permite al
educador comprender la historia sociocultural del educando, aprender de la realidad social
pasada y la actual, en un acercamiento crítico-reflexivo entre los hombres. Debido a que los
hombres se educan en comunicación, mediatizados por el mundo y en este plano comunicativo
es preciso conocer y configurar este mundo que mediatiza la relación entre el educador y los
educandos.

Garantizar el Derecho a la Educación de los detenidos, y que se les permita recibir


educación sistemática, amplia y de buena calidad les permitirá: comprender sus
derechos y respectivas responsabilidades; respetar y proteger los Derechos Humanos de
otras personas; entender la interrelación entre Derechos Humanos, estado de derecho y
sistema democrático de gobierno; ejercitar en su interacción diaria valores, actitudes y
conductas consecuentes con los Derechos Humanos.

Es conocido entre los que desarrollan actividades educativas en recintos penitenciarios


que la Educación de Adultos en contextos de encierro no cuenta con un diseño de Planes y
Programas de Estudio propios que aborden objetivos y contenidos significativos y pertinentes a
tal realidad. Han sido los mismos profesores quienes sin una preparación específica para
enseñar a personas en contexto de encierro, han diseñado estrategias, planificado actividades y
evaluado contenidos que tengan algún sentido de pertinencia y que resulte de ello un
aprendizaje significativo en el cual el interno pueda valorar, rescatar y reconocer los elementos
de su propia cultura para lograr identidad.

La educación de personas en condiciones de privación de libertad genera un proceso


transformador mediante el cual es posible vislumbrar un camino de esperanza que signifique
mejorar sus vidas no solo alcanzando alguna posibilidad laboral, sino también para insertarse en
la sociedad, para ser un ejemplo para sus hijos o cercanos y de alguna u otra forma, nuestra
meta final sea educar para la libertad.

Bibliografía.

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