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Introducción
2001 la tasa de asistencia al sistema educativo en el tramo 12-14 años era de 95,1%, en
el 2010 ascendió al 96,5%; y en el tramo 15-17 años, en el 2001, era de 79,4% y de
81,6%, en el 2010. A pesar de estas mejoras todavía resta por incorporar una proporción
importante de jóvenes y adolescentes a la escuela secundaria, si se observan los datos
específicos de escolarización en el nivel secundario observamos que un 85,4% de los/as
jóvenes de 12-14 años asisten al ciclo básico de la escuela secundaria, mientras que en
el tramo de edad 15-17 años la asistencia al ciclo orientado desciende al 54,5% en 2010
(Ministerio Nacional de Educación, 2013), es decir, en los últimos años de la escuela
secundaria, sólo un poco más de la mitad de los/as jóvenes se encuentra escolarizados.
Por otra parte, a pesar del aumento de matrícula, la estadística muestra que
algunos problemas históricos del nivel siguen presentando obstáculos en las trayectorias
de los/as estudiantes: la repitencia y el abandono siguen siendo elevados,
especialmente en los primeros años. En el 2005 había un 21,1% de repitencia para el
primer año del ciclo (8º año), mientras que en el año 2009, sólo 38,6% de los inscriptos
egresaron en el tiempo pautado por el sistema.
Podemos constatar que, en los últimos años, las transformaciones en las políticas
educativas cursadas en Argentina, se guían por el paradigma de la educación como
derecho que el Estado debe garantizar. Uno de los desafíos centrales de estas políticas,
en todos los niveles, es el sostenimiento y acompañamiento de las trayectorias
educativas de todos/as los/as niños/as, adolescentes y adultos/as. La educación se
constituye así, como un derecho que debe ser garantizado desde instancias
institucionales, desde el Estado y sus políticas, y no como una historia personal que
cada uno/a asume por su cuenta. Es decir, la perspectiva que hoy se propone, tanto en
ámbitos de intervención educativa como académicos y propios de la investigación, es la
de reconocer la singularidad de los sujetos, sus trayectorias de vida reales, para
pensarlos situadamente e intervenir de modo que sus recorridos educativos sean
posibles de concretarse, ya no esperando la adaptación a un único modo de hacerlo,
sino diversificando lo que las instituciones pueden ofrecer.
En ese sentido, Flavia Terigi nos propone distinguir dos tipos de trayectorias: las
teóricas y las reales. Las trayectorias teóricas describen el itinerario que se realiza
cuando se sigue de manera lineal y continua el recorrido de grados de formación según
una cronología estándar propuesta por el sistema. Las trayectorias reales, en cambio,
describen los itinerarios que los/as estudiantes realmente realizan por las ofertas del
sistema. Ya sea que se trate de trayectorias teóricas o reales ambas se ven
determinadas la organización escolar, por aquello que las escuelas ofrecen, los vínculos
pedagógicos que establecen y las oportunidades que abren.
Profundicemos, el recorrido que un/a estudiante realiza por las ofertas que
propone la escuela se encuentran definido por diferentes aspectos de su organización.
Las formas en que ésta se plantee delinea los itinerarios que los/as estudiantes pueden
realizar, en nuestro caso se trata de una única progresión lineal de años o grados
continuos en los que se distinguen distintos niveles de escolarización (inicial, primaria o
básica, secundaria o posbásica, terciaria y superior). La autora nos indica algunas de las
condiciones históricas de la escuela que delimitan tal progresión, entre ellas:
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trabajo diferentes variando sus condiciones. Por ejemplo: en los regímenes universitarios
gradualidad y anualización no se encuentran vinculadas, uno puede realizar un recorrido
acreditando asignaturas gradualmente según un sistema de correlatividades, sin que
esto demande la exigencia de la aprobación por bloque anualizado de un conjunto de
ellas. Les sugerimos sino que intenten imaginar la demanda de trabajo que impondría el
modelo de la escuela secundaria si éste fuera aplicado en el ámbito universitario. Si al
iniciar el año, a usted le indican que debe cursar diez asignaturas, usted seguramente
renegará por las condiciones impuestas. Pero además le aclararían que de esas diez
asignaturas debe aprobar por lo menos siete, de no aprobar tres materias deberá
recursar todas nuevamente, incluyendo las siete que sí aprobó. Esto es lo que demanda
un dispositivo graduado con un plan de estudio anualizado que posee regímenes de
promoción en bloque como el que regula la escolarización secundaria.
las prácticas concretas que se despliegan para enseñar y aprender y en los dispositivos
instituidos para escolarizar que se fueron cristalizando como formas naturalizadas. La
psicología educacional es uno de los territorios teórico-prácticos, de intervención y
conceptualización, que propician esta interrogación, siempre que sostenga miradas
transformadoras de la escuela, de sus procesos de enseñanza y aprendizaje y quiebre el
paradigma del “sujeto portador de déficit” cuando emergen problemáticas en el
aprendizaje o en la convivencia.
Es por ello que insistimos en los aportes que el giro contextualista (Baquero,
2002) brinda para la redefinición de los lugares, los procesos y los efectos esperados, en
tanto visibiliza relaciones y contextos, “levanta la mirada” puesta sobre los sujetos para
colocarla en los aprendizajes, los dispositivos y las relaciones pedagógicas inscriptas en
marcos institucionales. Ello no supone ignorar o desestimar que los/as niños/as,
adolescentes o adultos/as pueden estar “en problemas” y atravesar situaciones vitales
que no favorecen el aprendizaje y la escolaridad pero una psicología educacional atenta
a los sujetos situados propone transformar el modo de leer y analizar esos problemas de
un modo complejo, saliendo de la perspectiva individualista, para decidir entonces,
modos de intervención situada.
Las trayectorias educativas son recorridos que los sujetos realizan inscriptos en
marcos institucionales, se producen porque un conjunto de gestos, de procesos, de
organizaciones de tiempos y espacios, palabras y pensamientos en conjunto, tienen
lugar.
Una larga tradición que piensa la escuela alejada de la vida y a las trayectorias
educativas sólo posibles a partir de ciertas trayectorias vitales supuestamente
apropiadas, no deja espacio alguno para la intervención habilitante sobre la relación de
los sujetos con el saber, mezclando desordenadamente los saberes de la vida con los
que la escuela propone. A menudo, los testimonios de adolescentes que viven en
contextos de vulnerabilidad afirman: “yo no soy para la escuela, no me da la cabeza”, “la
escuela es para los que pueden, para los que tienen plata”, “yo nací para trabajar (en el
caso de los varones) o para ocuparme de la casa (en el caso de las mujeres)”. La
ajenidad se vuelve obstáculo y la trayectoria educativa se interrumpe, alejándose de un
trayectoria vital ya diseñada, fijando destinos inamovibles donde el horizonte de la
educación no tiene lugar. A menudo, algunos/as docentes dicen: “éstos no son alumnos,
no pueden serlo, sus familias no los han preparado para ello”, o “no tienen condiciones
de educabilidad, nacieron para aprender un buen oficio”.
Mirar una trayectoria supone sostener una perspectiva que reúne dos espacios y
dos tiempos en uno. No se trata de mirar sólo a un sujeto ni de centrar la atención sólo
en la institución escolar. Las dicotomías y las oposiciones no alcanzan nunca a dar
cuenta de una trayectoria educativa y de una trayectoria de vida reunidas: no es el sujeto
o la institución, son ambos a la vez, sin que cada uno de ellos pierda su singularidad,
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sus rasgos propios, sus dimensiones particulares. Por otro lado, mirar una trayectoria
implica reconocer al/la estudiante hoy, aquí y ahora, en formación y, en el mismo
momento, imaginar un sujeto que será en un futuro, como obra abierta, sin concluir
pronósticos cerrados. ¿Quién puede afirmar hasta dónde llegará un sujeto en su
trayectoria vital y educativa? Por definición, la formación del sujeto se genera en
proyectos identificatorios (Aulagnier, 1988) que sostienen una brecha –siempre abierta-
entre un “yo actual” y un “yo futuro”.
Afirma Baquero:
Por ejemplo, hemos visto cómo la organización que define la escuela secundaria
para transitar sus propuestas, delimita las condiciones institucionales que dan forma a
las trayectorias educativas. En este sentido una herramienta que nos puede servir para
pensar más detalladamente las condiciones de organización de lo escolar es el concepto
de régimen académico
rendimiento requerido, las instancias y modalidades que acreditan su saber, los tiempos
y ritmos involucrados para los aprendizajes, la regulación de su presencia en clases y
las modalidades en que ésta define cierta convivencia con los demás, su vinculación con
las autoridades, lo que está permitido y lo que no, lo prohibido en la escuela, entre otros
aspectos. Estas regulaciones se explicitan parcialmente en documentos como el plan de
estudio, las disposiciones sobre la evaluación, calificación y promoción oficiales, los
reglamentos de convivencia, etc1. Pero se aprenden mayoritariamente en el tránsito por
la escuela. Por ejemplo, si bien existen regulaciones oficiales del sistema de promoción
y aprobación de asignaturas, cada docente incorpora modalidades y estrategias para
evaluar los aprendizajes en su asignatura y dan cuenta de su propuesta pedagógica, o
cada institución presenta sus propios estilos y modalidades de gestión de la convivencia
y los alumnos deberán aprender pronto sus reglas.
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Hasta hace unos años no existía ningún documento escolar que diera cuenta del régimen académico de la
escuela secundaria. Recién a partir del año 2011, en Provincia de Buenos Aires, la Resolución 587 estableció
las bases de regulación de la actividad académica en las escuelas secundarias.
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experiencia. Se presenta como un modus operandis de las instituciones (“aquí las cosas
son así”) o parte de una cultura escolar particular eficaz pero silenciada que no requiere
fundamentación o un tratamiento pedagógico particular.
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Al respecto, una habitual demanda escolar se escucha en el reclamo de que las familias no acompañan a sus
hijos o no realizan el seguimiento necesario. Esta demanda supone que la familia conoce las reglas a las que
el estudiante debe atenerse y se espera de ella el control de su adecuación. Otro aspecto de su invisibilidad o
valor de supuesto del régimen puede considerarse cuando esta demanda se presenta incluso en aquellos casos
en que los jóvenes son primera generación de estudiantes secundarios de sus familias, es decir, cuando éstas
no poseen la experiencia de haber transitado, con éxito o no, por el nivel.
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Los equipos de orientación3 que trabajan en las escuelas desarrollan este trabajo
en diferentes momentos de la trayectoria vital y educativa, fundamentalmente cuando
éstas presentan mayor debilidad o corren el riesgo de presentar dificultades. Por
ejemplo, en los momentos de pasaje de un nivel a otro de enseñanza: del nivel inicial al
primario, del primario al secundario, del secundario a los estudios superiores, se trata de
momentos críticos en los que se configuran fuertes cambios en los regímenes
académicos.
3
Equipos constituidos por profesionales de diversas disciplinas: psicología, psicopedagogía, trabajo social,
sociología, pedagogía, entre otras y que intervienen ante la solicitud de las escuelas y sistemas educativos.
Véanse documentos del Ministerio de Educación de la Nación Argentina al respecto consultar en:
http://portal.educacion.gov.ar/?page_id=1223 y
http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=123754&referente=docentes .
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Véase el texto de Maddonni (2014) a fin de contar con una perspectiva amplia de esta experiencia a partir de
la investigación llevada a cabo por la autora.
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Conclusiones abiertas
mira los contextos constituyendo a los sujetos, puede implicarse en un cambio profundo
que la escuela y sus actores demandan. Es éste un trabajo político, colectivo y complejo
que nuestro tiempo histórico requiere.
Referencias bibliográficas