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Tentación prohibida

Cuando Livvy decidió enfrentarse con Leon en su despacho, nunca habría podido
imaginarse que él iba a ser capaz de darle la vuelta a todo, y acabar anunciando a sus
colegas su compromiso y eminente boda. Era evidente que no podia aceptar una
proposicion de esa naturaleza... ¿o sí podia?
Al fin y al cabo, si se casaba con Leon, sus sueños podrian hacerse realidad. Fue
despúes, cuando empezó a vivir con él, cuando se preguntó si podría pagar de verdad
el precio que Leon le pedía.

CAPÍTULO 1

L IVVY deseó tener un libro de anatomía en aquel momento. Cuando él levantó el


hacha, dos músculos se tensaron en su espalda para desaparecer después cuando la hoja
brillante del hacha atravesó la luz del sol de la mañana y se clavó en la madera. Ojalá
hubiese prestado más atención en la universidad ¿Qué músculos serían esos? ¿Podría iden-
tificarlos después cuando volviese a casa y los buscase en los libros? Se palpó los bolsillos
de su vestido de verano a rayas blancas y azules, aunque ya sabía que no llevaba ni lápiz ni
papel con los que poder grabar la imagen.
La espalda de aquel hombre era una obra de arte de la anatomía, con aquellos huesos
tan grandes y bien formados, y una espina dorsal tan llena de gracia. La piel le brillaba con
el sudor en un tono dorado oscuro, y resultaba lustrosa donde el sol la bañaba con nuis
fuerza, que era bajo la nuca y por los hombros. Al volver a levantar el hacha, vio que sus
antebrazos esta ban cubiertos de un vello oscuro y rizado, y se imagini a sí misma
deslizando un lápiz en paralelo a una hoja de papel granulado para conseguir la textura
áspera de vello de un hombre sobre su piel, y experimentó ti¡ estremecimiento de placer.
El hombre dejó caer el hacha sobre la hierba y se enderezó, llevándose las manos a
los riñones. Despue volvió a tomarla, se la echó al hombro y por fin se dió la vuelta.
Livvy miró rápidamente hacia otro lado y se apresuró a seguir su camino hacia la casa.
Tendría que preguntarle a mayor Fox por qué había querido que le cortasen aquel árbol. Era
un ejemplar con muchos años y de aspecto perfectamente saludable, pero la gente de edad,
y especialmente de la condición del mayor Fox, no se daba cuenta de que ya no era
aceptable talar un árbol sin tener una buena razón para hacerlo. Aunque quizás fuese mejor
no decirle nada... al menos hasta que le hubiese pedido el favor que venía a solicitar de él.
Sería una locura enfadarle antes.
Tardó más en llegar a la casa de lo que se había imaginado en un principio. Alguien
había colocado una valla para cortar el camino, y tuvo que dar la vuelta y entrar por la
carretera. Otra cosa de la que tenía que hablar con el mayor Fox. Ese camino llevaba ahí
muchos años y se habían adquirido ya derechos de paso.
Cuando llegó al jardín adoquinado de delante de la casa, el sol y los cantos de los
pájaros habían suavizado su indignación, y se encontró llamando al timbre con más
exhuberancia de la que había esperado sentir. Era uno de esos timbres en los que había que
tirar de una cadena, y las campanas sonaron en la distancia. La puerta se abrió por fin con
un chirrido largo y desagradable, más propio de una película de terror.
-Eh... hola.
El hombre llevaba una toalla alrededor del cuello y una camisa blanca, pero reconoció
su pelo. Aquellos rizos negros y casi perfectos eran difíciles de olvidar.
No dijo ni una palabra, sino que se limitó a mirarla con unos ojos sorprendentemente
azules.
-Mm... por favor, ¿podría ver al mayor Fox?
El hombre siguió sin contestar.
-No tengo cita con él. O sea, que no es que me esté esperando, pero.., yo... lo conozco.
-Pero no demasiado bien.
La voz era tan oscura como su pelo. ¿De dónde demonios habría sacado entonces unos
ojos tan azules?
-Eh... no, la verdad es que no lo conozco demasiado. Pero se encuentra bien, ¿verdad?
Quiero decir que no hay nada que yo debería saber, ¿verdad?
El hombre arqueó una ceja y entornó los ojos para dar aún un mayor aire de sarcasmo.
-Sigue vivo, si eso es lo que le preocupa -contestó, lacónico.
-Ah, bien.
El hombre siguió sin decir nada.
-¿Y está... está bien?
La respuesta fue la más breve inclinación de cabeza.
-¿Es que no está en casa? ¿Es ése el problema? Porque si es así, quizás podría ver a la
señora mayor Fox, o dejarle un mensaje.
-¿A la señora mayor Fox?
-Sí -contestó Livvy, molesta por su actitud--. Solía venir por aquí cuando era pequeña,
y era así como la llamaba y es que... bueno, se me ha escapado. Verá, es que mis abuelos
vivían en el pueblo, pero ahora se han mudado a Worthing... tienen un chalé allí porque mi
abuela tiene artrosis en la cadera, así que hace años que no vengo por aquí, pero conocía a
los Fox, y ellos y mis abuelos siguen enviándose felicitaciones por Navidad, así que se me ha
ocurrido pasar por aquí y..: -¿pero por qué le estaba contando todo aquello? ¿Es que no
están en casa?
-No.
-Ah. ¿Es que se han mudado?
-Sí.
-Ya. ¿Y se han ido lejos?
-A Darjeeling.
-¡Dios mío!
Entonces el hombre dibujó una sonrisa, pero sol con la mitad de la boca. Era coreo ver
una sonrisa cámara lenta. Entonces, Livvy recordó los movimien tos de los músculos de su
espalda mientras dejaba caer el hacha para clavarla en el centro del tronco. Sabía moverse
con rapidez cuando quería.
-¿Cuándo se marcharon? -continuó, deseando no sentirse tan atraída por sus atributos
físicos.
-La semana pasada.
-¡Caray!
Livvy se mordió el labio con el ceño fruncido. Había tenido intención de pasarse por
allí el fin de semana anterior, pero sus padres la habían dejado a cargo de la tienda. Maldita
sea... ¿por qué siempre les dejaba que impusieran su voluntad?
-Entonces... supongo que usted les ha comprado la casa.
El hombre volvió a asentir mínimamente. sin dejar de mirarla a la cara.
-Entonces tendrá alguna dirección a dónde mandarles el correo. ¿Sería mucha
molestia para usted facilitármela? Necesito ponerme en contacto con ellos con urgencia.
-Entre. Veré si puedo encontrarla.
Livvy se estremeció. ¿Por qué demonios no sería capaz de apartar los ojos del
extraordinario físico de aquel hombre?
-Eh... si no le importa... tengo bastante prisa, y prefiero esperarle aquí.
-¿Y cómo es que tiene tanta prisa?
-Pues porque estoy muy ocupada... ya sabe... y tengo que volver.
-¿Pero no me ha dicho antes que pasaba por aquí de casualidad y que decidió entrar a
hacerles una visita?
-No he dicho que pasara por aquí de casualidad. La verdad es que he venido desde
Bristol para ver al mayor Fox. Necesito tratar con él un asunto de negocios, señor... mm...
-Roche. Leon Roche.
Sus ojos y su expresión se endurecieron al presentarse.
-Olivia Houndsworth -contestó ella-. Encantada de conocerle, señor Roche.
Entonces él extendió su mano morena y ella la estrechó, sorprendida de encontrar su
palma seca, suave y sin callos. Habiéndole visto manejando el hacha, se había imaginado que
tendría un cuerpo endurecido por el trabajo físico en todos los sentidos. Su apretón de
manos era firme y fuerte. agradable en un principio, pero después su fuerza creció
considerablemente, hasta que Livvy apartó bruscamente la mano y se la llevó al pecho.
-¿Qué ocurre? ¿Le he hecho daño? -le preguntó, con el mismo tipo de sonrisa de
antes.
-No exactamente contestó, mirándole a los ojos-. Pero me temo que me lo habría
hecho de haber dejado yo la mano un poco más.
El se limitó a arquear las cejas un poco más y a seguir mirándola. En realidad, no había
ni un sólo atisbo de disculpa en su mirada. De hecho, si hubiera sido algo más joven de los
treinta y cinco o así que debía tener, su expresión le había parecido insolente.
Livvy se apartó un mechón de pelo castaño de la cara.
-¿Puede darme esa dirección, señor Roche?
-Sí.
-Me alegro, porque tengo prisa y...
-No, no la tiene.
-¿Perdón?
-No puede tener prisa. Acaba de descubrir que dispone del tiempo que tenía pensado
dedicar a tratar sus negocios con el mayor Fox, y a no ser que haya pensado salir corriendo
para el aeropuerto más próximo y tomar el primer avión que salga para la India, no creo que
pueda tener prisa.
-No... bueno... Es que tengo otras cosas que hacer -contestó, pasándose otra vez la
mano por el pelo.
Entonces él sonrió de verdad, dejando al descubierto unos dientes perfectos y muy
blancos por el contraste con la sombra de su barba, pero no dijo nada.
-En fin, ¿puedo llevarme esa dirección por favor?
Él se hizo a un lado y le indicó que entrase en la casa.
A pesar de su aspecto informal, había en él un aire poderoso que le hizo obedecer
inmediatamente.
-En la guarida del lobo... -murmuró entre dientes al entrar.
-¿Es que cree que soy un lobo? -le preguntó él sin rodeos.
¡No tenía que haberla oído!
-No, no. Claro que no.
-Entonces, ¿por qué ha dicho eso?
-Yo... eh... mire, señor Roche, no estoy segura de que quiera estar en esta casa con
usted. Lo que quiero decir es que no lo conozco de nada. A eso me refiero. El entornó de
nuevo los ojos y sonrió.
-Está usted segura, señorita Houndsworth. No muerdo.
-Bien -suspiró.
Leon Roche dio media vuelta y la precedió por el recibidor oscuro y con paredes de
madera hasta el estudio de la chimenea, en el cual se había dispuesta una mesa de despacho
moderna, lacada en gris, cuya superficie estaba abarrotada de papeles... y con nada menos
que tres teléfonos. Livvy le siguió con la mirada, hasta que sintió la necesidad de frotarse
el entrecejo para intentar borrar de su cabeza la imagen de sus hombros desnudos que no
dejaba de aparecerse ante sus ojos. De todas formas, ni el color de su piel ni su
constitución eran adecuadas para el hombre que necesitaba dibujar.
Al foral apartó la mano y miró hacia la chimenea.
-¡Vaya! -exclamó-. Tiene usted la cabeza del mayor.
Él levantó los ojos de los papeles que estaba revolviendo y la miró sorprendido.
-No me refería a que se pareciera usted al mayor -le explicó-. Además, él es calvo. Me
refería a la cabeza disecada de antílope que hay sobre la chimenea. Es suya. Estaba muy
orgulloso de ella.
Leon se volvió a mirarla con un dietario de piel de cocodrilo y un bolígrafo de oro en la
mano.
-¿Ah, sí? Pues no me puedo imaginar por qué. Es horrible.
-¿Verdad? Personalmente, detesto los animales disecados. Sólo existen para
glorificar el acto de la caza, ¿no le parece? -Dios mío, aquel hombre era realmente guapo.
No eran sólo sus músculos, sus rizos o sus facciones; era su forma de moverse, su porte,
todo-. Son, espeluznantes. ¿verdad?
Él la miró de arriba a abajo muy despacio. La sala era grande y había una considerable
distancia entre ellos, así que estaba muy claro exactamente dónde la estaba mirando.
Primero siguió la línea de su melena hasta la altura de sus hombros, después por encima de
sus pechos, más allá de su cintura y de la curva de sus caderas hasta que llegó a los dedos
de los pies que asomaban de unas preciosas sandalias de piel. Después. volvió a subir hasta
mirarla de nuevo a la cara.
-Así que a usted no le gusta la caza, señorita Houndsworth -contestó con voz grave y
desdeñosa-.Me sorprende usted.
-No -contestó ella, desconcertada-. ¿Por qué le sorprende?
Él no contestó.
-La mayoría de la gente no va de caza, ¿no? -insistió-. Y no llevo pantalones de montar
o algo por el estilo, así que no entiendo por qué le sorprende.
-Pues porque tal y como me ha estado mirando mientras yo cortaba ese árbol, me ha
dado la impresión de que podía no disgustarle la caza, señorita Houndsworth.
Livvy sintió que las mejillas se le teñían de rojo. -Estaba usted de espaldas a mí -le
acusó. Él volvió a arquear una ceja.
-Sí, pero de todas formas, sabía que estaba usted allí. La vi acercarse desde la
distancia, y después, cada vez que clavaba el hacha, veía sus pies y sus piernas cuando me
agachaba a quitar las astillas. Ha estado observándome un buen rato.
-Sólo por razones puramente técnicas -contestó ella-. Estaba estudiándole por un
motivo relacionado con mi trabajo.
Él se echó a reír.
-¿Dónde está la gracia?
Livvy carraspeó.
-Soy ilustradora, y en este momento estoy trabajando en el dibujo de un hombre.
Estaba interesada en ciertos detalles anatómicos. Eso es todo.
-¿Así que quiere que pose para usted?
-¡No! No claro que no. Era sólo el grupo de músculos de los hombros, y eso es algo que
puedo consultar en un libro de anatomía.
El hombre se llevó un dedo de cuidada manicura a los labios, pero ni siquiera así
consiguió disimular la risa. Con la otra mano le tendió la agenda y el bolígrafo.
-La dirección está aquí, en la F de Fox. En la tapa hay un bloc de notas. Puede usarlo
para copiar en él la dirección.
Livvy percibió el desafío implícito de su invitación. Quería que se acercase a él y lo
tomara.
-¿No puede copiármela usted? No me gusta revolver en las cosas personales de los
demás.
-Tiene usted mi consentimiento -dijo, después de una pausa.

Livvy inspiró profundamente, se acercó a él y casi le arrancó el dietario de las manos.


Después, se colocó en un extremo de la mesa y dejó que el pelo le cubriese la mitad de la
cara mientras copiaba la dirección.
Su letra era grande y difícil de descifrar. Todo estaba escrito en la misma tinta
negra que salía del bolígrafo de oro con el que rápidamente estaba escribiendo la dirección
del mayor en el Himalaya. Tomó el papel y se lo guardó en un bolsillo.
-Gracias, señor Roche -dijo, dándose la vuelta hacia la puerta abierta-. Siento haberle
molestado.
-Mentirosa.
Livvy se detuvo justo en el umbral de la puerta al oír su comentario. Dios, cómo
deseaba salir corriendo de allí, y no tener que hacerle aún una pregunta más, pero no le
quedaba otro remedio, así que se echó atrás el pelo y se volvió hacia él.
-Me he fijado en que sigue conservando algunas de las cosas del mayor.
-Sí.
¿Pero qué demonios le pasaba a aquel hombre para que no pudiera hablar como todo el
mundo? -¿Muchas?
-Sí.
-¿Podría decirme si el mayor se ha llevado con él los libros de su biblioteca?
-No.
Livvy se rozó las sienes con los dedos, exasperada.
-¿Podría ser un poco más explícito, señor Roche? ¿Quiere eso decir que el contenido
de la biblioteca está intacto o no?
Estaba apoyado contra su mesa, con una pierna cruzada sobre la otra por la
pantorrilla.
-Quiere decir que él y su esposa han dejado aquí la mayoría de lo que contenía la casa.
Tuve que pagar una cantidad de dinero extra por el armario lleno de guardapolvos que hay
en la despensa y un baúl lleno de viejos corsés. entre otras cosas. Y parece ser que también
soy dueño del contenido de la biblioteca, aunque el mayor dejó llenas un par de cajas que
recogieron un par de días después de que yo me instalase. Creo que contenían algunos
documentos personales, pero la biblioteca parece seguir intacta. ¿Contesta eso a su pre-
gunta, señorita Houndsworth?
Ella suspiró.
-Desgraciadamente, sí -murmuró-. En cuyo caso todo parece indicar que he venido aquí
a hablar de un asunto de negocios no con el mayor Fox, sino con usted. ¿Cree que podría
dedicarme un poco de su tiempo?,
Él inclinó la cabeza hacia un lado y la miró fijamente, y otra sonrisa apareció en sus
labios, como una ondulación de la arena.
-Por supuesto -contestó---. Sin embargo, aunque admiro el optimismo con el que ha
venido desde Bristol un sábado por la mañana sin tan siquiera llamar antes para saber si
sería bien recibida, me temo que yo no dirijo mis asuntos profesionales con tanta negligen-
cia. Precisamente cuando ha llamado usted al timbre, iba a darme una ducha antes de
marcharme para una reunión a las diez en punto en Hereford -dijo, y miró el Rolex que
llevaba en la muñeca-. Puedo dedicarle siete minutos y una taza de café. ¿Será suficiente?
-¿Siete minutos?
-Suficiente. Y podemos pasar por alto el café.
Él dio media vuelta y salió del recibidor por una de las puertas que daban a él.
Livvy se quedó mirándolo un instante. Era evidente que él esperaba que le siguiera... y
si no lo hacía, estaba claro también que no iba a volver a buscarla, así que apretó los puños y
le siguió. Le alcanzó en un pasillo que daba acceso a una cocina sorprendentemente mo-
derna, decorada completamente en blanco. Una vez allí, puso en marcha el hervidor, sacó
una taza y un tarro de café instantáneo de un armario y una botella de leche del frigorífico,
todo esto sin mirarla, y los dos sin hablar.
-La cuestión es, señor Roche -comenzó Livvy cuando por fin tuvo controlada su
irritación-, que me preguntaba si podría entrar en su biblioteca para buscar un documento
que el mayor Fox me enseñó hace algunos años. Lo necesito en relación con mi trabajo.
Echó un poco de café en la taza sin molestarse en usar cucharilla, añadió agua
hirviendo y leche y se sentó en una de las sillas blancas que había alrededor de la mesa
también blanca. Lentamente tomó un sorbo y dejó la taza frente a él.
-¿No había dicho que era ilustradora?
-Y lo soy.
Él se encogió de hombros, mirándola a los ojos.
-No veo la relación tan evidente que parece haber para usted. ¿Podría ser un poco más
explícita?
Livvy suspiró.
-Es una historia muy larga, señor Roche -le contestó, mordiéndose la parte interior
del labio.
-Entonces no podrá explicármela en este momento, ¿verdad?
-No, pero... lo único que quiero hacer es mirar los libros de la biblioteca. Estoy segura
de que no le importará. No es un documento que pueda tener relevancia alguna para usted.
Él volvió a mirar su reloj.
-¿Por qué no me presenta una solicitud por escrito? Así podré considerar
tranquilamente su solicitud, y quizás mi abogado pueda echarle un vistazo también.
-¿Abogado? No comprendo por qué está siendo tan obtuso en este tema. El papel que
necesito consultar es una especie de cuento, un informe manuscrito que hizo un hombre del
pueblo hace unos ciento cincuenta años.
-No es más que un cuento, pero la cuestión es que estoy ilustrando la historia y
necesito ver el original. ¿No podría darme la respuesta en este momento? ¿De verdad tiene
que someterla a la consideración de su abogado?
Tomó otro sorbo de café.
-Sí -contestó de pronto, y se puso de pie. -¿Por qué?
-Se me ocurren un montón de problemas legales en este momento: propiedad,
consentimiento, derechos de reproducción... -volvió a mirar su reloj-. Ahora, si no le
importa...
Y echó a andar hacia la puerta con la taza en la mano, y justo en el umbral se detuvo,
esperando que le precediera para salir de la habitación.
Livvy salió de la cocina con sumo cuidado de no rozarse con él al atravesar el hueco de
la puerta. Una vez fuera, tuvo mucho cuidado de no mirar atrás. Iba echando chispas.
Y tuvo un buen rato para seguir echándolas, ya que al no poder utilizar el camino por
estar cortado. tuvo que dar una vuelta enorme para llegar a su coche. Maldita sea... ¿por
qué no habría ido el fin de semana anterior? ¿Por qué habría tenido que ceder ante la
petición de sus padres para que se quedara un momento en la tienda mientras ellos elegían
los sanitarios para el cuarto de baño. Para no tener más que un cuarto de baño en su casa,
habían gastado una gran cantidad de tiempo a lo largo de los años en buscar toda una gran
variedad de sanitarios en diversos colores y formas. Aún le faltaba por recorrer la mitad
del camino que la separaba de su viejo mini, aparcado frente a un pub, cuando él pasó a su
lado en algo inidentificable, color azul oscuro, extranjero y rápido, se detuvo unos metros
más allá y abrió la puerta del copiloto.
-Entre -dijo-. La llevo.
Se había vestido con un traje azul marino y una camisa azul. Sus rizos estaban aún
húmedos y la barbilla le brillaba después del afeitado. Su aspecto era tremendamente
austero y olía a una loción para el afeitado cara y almizclada.
-No, gracias. Hace una mañana preciosa y estoy disfrutando del aire del campo.
Él frunció el ceño, exasperado.
-No sea testaruda. Estamos a kilómetros de cualquier parte y lleva unas sandalias de
tacón, así que, a no ser que quiera terminar con ampollas en los pies, súbase al coche.
Una vez más se encontró haciendo lo que le ordenaba, pero, al menos, aquella vez lo
hizo con un aspaviento enfurecido. Los asientos de aquel trasto eran absurdamente bajos y
profundos, y con el cinturón abrochado, se sintió diminuta e indefensa, como una niña en un
parque de atracciones, especialmente cuando el coche volvió a ponerse en marcha.
-Tengo el coche aparcado frente al Boar's Head.
-¿Por qué no ha venido en coche directamente hasta mi casa?
-Me encanta el campo, hace una mañana preciosa y me apetecía dar un paseo... pero el
problema es que alguien ha vallado el camino y he tenido que dar la vuelta y usar la
carretera.
-Lo sé. Yo mandé que lo hicieran.
-¿Es que no sabe usted que ese camino ha adquirido ya derechos de paso?
-Eso me han dicho.
-Y supongo que se dará cuenta de que no puede bloquear los caminos así como así. Yo,
en su lugar, también consultaría a ese abogado suyo sobre ese tema.
Él se echó a reír de nuevo con aquella risa que le hacía sentirse en ridículo.
-O quizás sea yo la que deba consultar a mi abogado sobre el tema.
-¿Es que tiene abogado?
-La Asociación de Excursionistas de la ciudad seguro que tiene uno -le contestó con
aire triunfal-.Estoy segura de que será muy interesante, señor Roche.
Él apartó un instante la mirada de la carretera y la miró con los ojos más fríos que
había visto jamás.
-Mejor que no remueva las cosas, señorita Houndsworth. No volverá a tener ocasión
de utilizar ese camino, así que será mejor que no malgaste su precioso tiempo en ese
asunto. Estoy seguro de que los habitantes del pueblo harán lo necesario si les parece opor-
tuno.
-¿Quiere eso decir que no tiene intención de dejarme utilizar su biblioteca?
Él suspiró.
-Voy a vaciar la casa dentro de nada, así que no creo que sea posible. De todas
formas, como ya le he dicho antes, si se molestase en poner el asunto por escrito, me
aseguraría de que recibiese la consideración que merece.
Livvy apretó los puños.
-Señor Roche, creo que debería saber que es tremendamente importante para mi
volver a ver ese documento. Digamos que mi carrera depende de ello. Verá, estoy
trabajando en un libro y no puedo seguir con él a no ser que consiga ver ese documento; por
otro lado, mi agente no está demasiado entusiasmado por este proyecto y si no consigo
seguir, tendré que hacer el libro de jardinería que él quiere que haga, y yo perderé mi
oportunidad con los editores a no ser que lo termine en un plazo de seis meses.
-Entonces será mejor que redacte esa carta lo mejor posible. ¿no?
Livvy cerró los ojos con fuerza un instante y después los volvió a abrir como platos.
-¿Qué he hecho mal? ¿Por qué no le gusto?
La expresión burlona volvió a aparecer casi imperceptiblemente en su cara.
-¿Y de dónde ha sacado la idea de que no me gusta?
-¡Vamos, hombre! No soy una idiota. Yo no le gusto, ¿verdad?
-Señorita Houndsworth. no la conozco. Consecuentemente, no puedo decir que no me
guste usted.
-Es muy posible que alguien le caiga mal a uno a simple vista.
-¿Cómo el amor a primera vista?
-Si usted lo prefiere así...
-No creo en el amor a primera vista, señorita Houndsworth.
-¿Y qué? De lo que estamos hablando es de que alguien le caiga mal a primera vista. y
eso es algo que ocurre tanto si usted cree en ello como si no. Lo sé porque a mí me ha
ocurrido bastantes veces, aunque no pueda decir que me sienta orgullosa de ello.
-Yo no le he caído mal a simple vista.
-Eh... bueno, no. Pero la pregunta es: ¿le he caído mal?
-No.
-Entonces, ¿qué he hecho yo mal?
-¿De verdad quiere saberlo?
-Sería mejor. Es muy importante para mí. Todo mi futuro podría depender de ello.
-Déjeme darle un consejo -dijo. Ella asintió.
-Rompa con el.
-¿Cómo?
-Con quienquiera que sea. Es evidente que no tiene usted ojos sólo para él, lo que
indica que está perdiendo el tiempo. Ninguna mujer debería conformarse con algo que no
quiere de verdad. Y una tan bonita como usted no tendría por qué hacerlo.
Livvy sintió que las mejillas le ardían. Cómo odiaba que alguien diera por sentado que
debería usar su aspecto físico para atrapar a un hombre... aunque la verdad es que aquel
vestido de escote pronunciado podía malinterpretarse. Dios mío... su madre pretendía
hacerle un favor comprándole esa clase de ropa y seria un gesto tan desagradecido no
ponérsela nunca...
-Yo... no hay nadie -murmuró, poniéndose la mano en la garganta.
-En ese caso, déjeme que cambie mi consejo, senorita Houndsworth. No se dedique a
mirar a los hombres si no está dispuesta a enfrentarse a lo que puede venir después. A los
hombres, igual que a las mujeres, nos gusta muy poco que nos traten como objetos sexuales.
¿De acuerdo?

CAPÍTULO 2

E N AQUELLA ocasión, Livvy llegó con su coche hasta el porche empedrado de la casa.
Y se había vestido con una camisa grande y blanca de su hermano y unos vaqueros también
de él, porque los suyos se le ajustaban demasiado. Y se había hecho una coleta para
sujetarse el pelo, en la medida que él se dejaba sujetar. Su única concesión a la feminidad
fue un collar que consistía en tres cuentas verdes pintadas a mano que colgaban de un
cordón corto de cuero.
-Ah. Es usted otra vez.
-Sí. No he llamado por teléfono porque su número no figura en información de...
-¡Shh! -le mandó callar, poniéndose un dedo sobre los labios-. Aún no he desayunado.
Tengo una regla muy estricta: nada de conversación hasta que haya desayunado, sea con
quien sea. Puede desayunar conmigo si quiere, pero por favor, no hable.
-De acuerdo. Mire, siento tener que venir a molestarlo tan temprano en domingo,
pero...
-¡Después! -espetó, pero aquella vez, le puso a ella el dedo en los labios.
Livvy retrocedió sorprendida, y se limitó a asentir y a seguirle obedientemente
dentro de la casa. No se había afeitado todavía, pero dado que eran las ocho y media de la
mañana, era bastante comprensible. Volvió a conducirla por el pasillo hasta la cocina, pero
aquella vez, Olivia se concentró en sus propios pies, decidida a no mirarlo, pero no era tarea
fácil. Llevaba una camisa a rayas blancas y azules oscuras, con el faldón trasero por fuera
de los vaqueros, lo cual debería haber mejorado las cosas, pero en realidad, la forma en que
el tejido de la camisa se pegaba a sus hombros y a su trasero lo empeoraba todo.
Había una cestita sobre la mesa blanca, y mientras Livvy se removía inquieta, con la
barbilla casi clavada en el pecho pero con los ojos mirando desobedientes hacia arriba, él
dejó una botella de leche, algunas piezas de fruta y un paquete de cereales en la cesta.
Después llenó una taza de agua hirviendo y añadió el café, esta vez, igual que la anterior, sin
medirlo con una cuchara.
El teléfono blanco también de la cocina empezó a sonar. Leon no lo miró, sino que se
volvió hacia ella y le hizo un gesto impaciente con la cabeza. Livvy se acercó al teléfono y lo
descolgó.
-Residencia del señor Roche -murmuró, temiendo echarse a reír.
-Dios mío... -suspiró una voz femenina-. No me digas que todavía no ha desayunado.
-Eh... no. Todavía no. ¿Desea dejarle algún mensaje?
-Sí -contestó la voz, decidida-. Dile que se levante más pronto por las mañanas. Dile
que Katya ha dicho eso.
Y la conversación terminó con un brusco «clic».
Livvy sacó del bolsillo de sus vaqueros el bloc de papel y el lápiz que había guardado
allí antes, escribió el mensaje y se lo dejó sobre la mesa. Él ni siquiera lo miró.
Cuando pareció satisfecho de los contenidos de la cesta. cerró las tapas y sin mirar a
Livvy y sin hacer el más mínimo gesto para indicarle que era consciente de su presencia,
abrió una puerta y salió al jardín trasero de la casa. Livvy volvió a seguirle.
Caminaron lo que a ella le pareció un año. Había un lago artificial que Livvy recordaba
muy bien, y que a ella le habría parecido el lugar perfecto, pero él siguió caminando más
lejos aún, hacia una parte que estaba descuidada y que atravesaba un pequeño riachuelo.
Por fin llegó a un punto donde dejó la cesta, se agachó junto a ella y sacó su contenido para
encontrar en el fondo un mantel que extendió en el suelo. Livvy, que no había podido seguir
el ritmo de sus pasos, llegó a su lado con cierto nerviosismo. ¿Y ahora qué tenía qué hacer?
¿Debía sentarse en el suelo con él, o debería quedarse de pie?
El le solucionó el problema haciendo un gesto de que viniera a sentarse junto a él.
Livvy se acercó y se sentó, cuidado de no estar excesivamente juntos.
El silencio quedó roto por el sonido de sus dientes al morder una manzana, que se dejó
en la boca mientras servía café en las dos taus de plástico. Le dio una a ella y Livvy tomó un
sorbo. Después siguió comiendo y bebiendo lo que a Livvy le pareció una eternidad, hasta
que al final optó por dejar su taza sobre la hierba, estirar con cuidado las piernas y
tumbarse con los ojos cerrados y los brazos cruzados.
El ruido de su boca cesó. ¿Habría llegado ya el momento de hablar? Livvy abrió
ligeramente un solo ojo, y para su sorpresa se encontró con que no sólo la estaba mirando.
sino que lo estaba haciendo muy de cerca. Su cabeza estaba justo encima de la suya, y sus
rizos oscuros se recortaban nítidamente sobre el cielo azul; es más, le daba la impresión de
que se estaba acercando.
La sensación que experimentó cuando sus labios rozaron los suyos fue electrizante. El
sabor a manzana fue lo primero que reconoció, pero no fue eso lo que la hizo estremecerse,
sino su propio sabor inconfundiblemente masculino y sexual, e hipnotizada por la fuerza de
las sensaciones que la estaban invadiendo, entreabrió sus labios al sentir su lengua
acariciándolos y buscando el interior de su boca.
También parecía haber encontrado el camino en su pelo, soltándole el pelo, y sentía su
barba rasparle la piel de las mejillas.
Eso era todo, y sin embargo, sus pechos parecían vibrar de excitación y sentía en el
fondo de su ser palpitar una especie de pulso. Una reacción como aquella le resultaba
increíble, y estaba demasiado sorprendida para rechazarle, así que fue él también quién
eligió el momento de parar.
Se irguió y la miró con cierto cinismo.
-Gracias -dijo él-. Ha sido muy agradable.
Livvy abrió sus ojos verde musgo de par en par y se incorporó como un rayo.
-Eh... -un vacío parecía ocupar el lugar dónde antes estaba su cerebro. ¿Qué podía
decir?-. Siento no haber podido llamar antes por teléfono para advertirle de que iba a venir
--dijo al fin, con una extraña opresión en el pecho-. Sé que debe pensar que tengo una cara
tremenda por volver a presentarme aquí sobre todo un domingo a estas horas, pero si venía
más tarde, temía no encontrarle.
Maldita sea... ¡Le temblaba la voz!
Él esbozó una de sus sonrisas lentas, como una brasa que se encendiera con la brisa.
-Así que me echaba de menos, ¿eh, señorita Houndsworth? Así que ésa es la razón de
que haya vuelto, ¿no?
Livvy se removió con las mejillas rojas como un tomate.
-No es eso lo que yo quería decir, y estoy segura de que usted me ha comprendido
perfectamente bien. Y... mm... Dios mío, debo haberle parecido un poco grosera. Gracias por
el beso. Ha sido muy agradable, pero no es eso para lo que he venido.
Él encogió las piernas y se sujetó las rodillas con los brazos mientras ella intentaba
encontrar las palabras adecuadas.
-También siento lo de ayer. Supongo que no fui muy... bueno, lo que fuera que debería
haber sido. Cordial. Agradable. Lo que sea. Desde luego no pretendía ofenderle, señor
Roche. ¿Por qué iba a querer hacerlo? Para empezar, no sé nada de usted. Pero la cuestión
es, señor Roche...
-Leon. Creo que, dadas las circunstancias, sería mejor que me llamases Leon, ¿no te
parece?
-Ah. Sí sí claro. Leon Eh... bueno, la cuestión es que... que he olvidado lo que iba a decir
-confesó al final.
-¿Quieres que te ayude, Olivia? Estabas diciendo la cuestión es que...
Livvy frunció el ceño.
-Hace un momento me has llamado señorita Houndsworth.
-Sí, pero ya que los dos hemos calificado el beso de agradable. me he imaginado que
podríamos tratarnos los dos de tú.
-Ah, claro. Sí. Pero la cuestión es que, aunque el beso ha sido... agradable... no quiero
que te hagas una idea equivocada de mí. O sea, que yo no he venido aquí para eso,
independientemente de la impresión que pudiera haberte dado ayer; y no creo que debamos
volver a hacerlo.
Él parpadeó una vez, pero no contestó.
Livvy tragó saliva y continuó.
-La cuestión es que estaba preocupada por lo que me dijiste ayer de que ibas a
desalojar la casa. Verás, no sé si me expliqué bien ayer. así que he venido para insistir en
que el documento del que te hablé ayer es crucial para mi carrera.
-Sí, algo así me dijiste.
-Pero no tuve oportunidad de explicarte debidamente...
-¿Y qué te hace pensar eso?
-Pues que no me dejaras verlo.
-¿Es que estoy obligado a estar de acuerdo con tus planes?
-No. Claro que no. Pero es que necesito desesperadamente que accedas a mi petición,
aunque no estés obligado a hacerlo.
-¿Hasta el punto de que me permites besarte para conseguirlo?
Livvy se llevó las manos a las mejillas y después al pelo.
-¡No! ¡De verdad, no soy así! No ha sido ésa la razón.
-Pues pareces dispuesta a dejarme hacer hoy lo que me plazca, Olivia.
-Bueno, eso es verdad, pero no es ésa la razón de que te permitiera besarme, aunque
había venido hoy con la intención de no hacer o decir nada que pudiera molestarte.
-¿Quiere eso decir que has deseado decirme cosas que me molesten?
-No. Te lo prometo que no.
-Mentirosa.
Las mejillas le ardían ya.
-Bueno -suspiró-, alguna. Pero, ¿qué quieres que haga? Si me dejo arrastrar por ti y te
digo alguna inconveniencia, es lo mismo que si tirara mi trabajo a la basura, porque nunca
conseguiré concluirlo sin tu cooperación. ¿Qué otra cosa quieres que haga sino estar de
acuerdo contigo? Jamás he estado más dispuesta a estar de acuerdo con alguien de lo que
lo estoy hov.
Hubo un silencio largo hasta que él esbozó una de sus inesperadas sonrisas.
-Te creo -contestó-. Entonces, ¿por qué me has permitido que te besara?
-Bueno... -Livvy se mordió el labio y suspiró furiosa-. Esa pregunta es imposible
contestarla, ¿no? Ayer me acusaste de... -carraspeó-... bueno, de haberlo pedido y después,
echarme atrás. Así que si te digo que he dejado que me besaras porque yo... -apretó los
puños e hizo una mueca-... porque yo quería que lo hicieras, entonces creerás haber estado
en lo cierto sobre mí ayer, y eso no es cierto. Pero si te digo que no quería que lo hicieses,
entonces parecerá que te he dejado hacer lo que querías para conseguir que me dejases
entrar en la biblioteca. Y, desde luego, no soy de esa clase de personas que venden sus
favores para conseguir sus fines. Ni siquiera tú podrías pensar bien de mí si hubiera sido
ese mi objetivo.
-¿Y entonces..
-Entonces, si quieres saber la verdad, te diré que no quería que lo hicieses hasta el
momento en que lo has hecho, y en ese instante, cambié de opinión. Ahora que lo sabes,
puedes pensar lo que quieras. Esa es la verdad.
-Pero no quieres que vuelva a hacerlo, ¿no?
-Claro que no.
-Me alegro, porque yo tampoco quiero volver a hacerlo. Quizás ahora que ya hemos
arreglado ese tema, puedas decirme qué te ha hecho conducir sesenta kilómetros a la hora
del desayuno para hablar conmigo.
-Yo...
Él se echó a reír de aquella forma tan particular que a Livvy le producía una sensación
tan extraña.
-Pareces muy sorprendida -comentó-. ¿Es que no estás acostumbrada a que los
hombres te digan que no quieren besarte Olivia?
Livvy se miró las palmas de las manos. Después la parte superior. Luego se apartó las
cutículas de un parde uñas hasta que por fin se decidió a contestar.
-Llevo tres años trabajando como ilustradora inde pendiente y, hasta ahora, he tenido
mucha suerte. Desde un principio ya conté con la fortuna de encontrar un buena gente que
me consiguió las ilustraciones de una columna de jardinería en una revista famosa, que son
mi pan de cada día, y también me ha conseguido la oportunidad de trabajar con un editor
que está dispuesto a darme la oportunidad de hacer el trabajo que de verdad quiero hacer,
que es ilustrar cuentos. He hecho ya una Cenicienta y las Fábulas de Esopo.
Él la miraba impasible y Livvy siguió con su discurso.
-Pero ahora mi suerte parece haber cambiado. La revista quiere editar su propio libro
de jardinería, lo que significará dos años de trabajo intensivo para mí, y por otro lado, mis
editores me han dado seis meses para completar el tercer y último libro de mi contrato,
además, me han dicho muy claramente que más vale que sea bueno, si no quiero que sea el
último. Tengo aún un mes antes de tener que ponerme de firma con el libro de jardinería,
pero si para entonces no he convencido a mis editores de que la historia en la que estoy es
lo bastante buena como para organizar una campaña publicitaria agresiva para venderla,
tendré que hacer el libro de jardinería. No puedo arriesgarme a quedarme sin dinero.
El seguía mirándola, pero no había la más mínima expresión en su rostro.
-Tengo hechos ya todos los bocetos, una gran parte del trabajo preliminar en las
ilustraciones y he empezado a trabajar en el texto, pero tenía sólo catorce años cuando leí
ese cuento. Estaba segura de recordar todas y cada una de sus palabras durante toda mi
vida, ya que es la historia de amor más hermosa que he leído jamás, pero ahora que me he
metido en ella de lleno, hay muchos detalles de los que no estoy segura. Y necesito estarlo,
porque la historia es muy importante.
Livvy lo miró directamente a los ojos.
-Esto significa mucho para mí, señor Roche. Si echo a perder esta oportunidad, no
habrá otro editor que esté dispuesto a dármela hasta dentro de mucho tiempo. Y si hago el
libro de jardinería, no tendré tiempo que dedicarle a mis libros, así que tengo la sensación
de que ésta es mi última oportunidad. ¿Podría pasar el día investigando en la biblioteca? Le
prometo no robar el documento, ni transgredir ninguna norma legal. He escrito al mayor Fox
y mañana mismo contrataré a un consejero legal para estar segura de no estar haciendo
nada que no deba. Por favor, ¿puedo hacerlo?
Leon entornó ligeramente los ojos, lo que le hizo parecerse más al hombre de negocios
que había visto la mañana anterior que el leñador de curvas sinuosas que se le había
quedado tan grabado en la cabeza.
-¿Y por qué tus editores te lo están poniendo tan difícil?
Livvy se mordió el labio antes de contestar.
-Tengo copias de mis libros y de mi trabajo en el coche. Quizás si quisiera echarle un
vistazo...
-Pero dime por qué crees que tus editores te lo están poniendo tan difícil.
-Bueno, las Fábulas salieron al mercado tres semanas después del lanzamiento de una
serie de dibujos para la televisión basados en Esopo. Había toda clase de libros, comics y
demás sobre el tema en las librerías. lo que le dio la puntilla a mi libro. Simplemente no se
vendió.
-¿Y la Cenicienta?
-Tampoco se vendió -admitió.
-¿Por qué no? No me digas que lo ensombreció el lanzamiento inesperado de una
película de Disney.
-Eh... no.
-¿Es que no era bueno?
-Las ilustraciones eran fantásticas. Todo el mundo me lo dijo. Varios periódicos lo
dijeron.
-Entonces, ¿en qué te equivocaste con el texto? ¿Es que olvidaste incluir a las
hermanastras de Cenicienta?
-Mm... -Livvy volvió a mirarse las manos-. Pues la verdad es que... sí.
Su rostro siguió inalterable, pero el silencio duró algo más de lo normal.
-¿Y no fue un descuido importante?
-Intenté contar la historia desde un ángulo distinto -le explicó-. Verá, con tanto
divorcio como hay actualmente, muchos niños tienen hermanastras, y pensé que no era muy
justo retratarlas bajo un prisma tan desagradable.
El arqueó una ceja.
-Así que creaste una versión de la historia políticamente correcta.
-Eh... sí. Supongo que esa puede ser una forma de decirlo como otra cualquiera.
-¿Y no se te ocurrió pensar que la historia, que al fin y al cabo había resistido ya el
paso del tiempo, podía contener en sí misma algunas verdades más profundas? Por ejemplo,
el hecho de que los niños suelen llevarse mal con sus hermanastros, y que puede aliviarles
leer una historia que les ayude a descargar algo de su odio.
-¿No podría echarle un vistazo rápido? Puedo darme una carrera hasta el coche y
volver en diez minutos. Ya he aprendido la lección con lo de la Cenicienta, de verdad.
Pero él contestó que no con la cabeza y empezó a meter todo en la cesta.
Con un suspiro, Livvy se puso de pie.
-He vuelto a fallar -murmuró entre dientes.
-Estás condenada a fallar si sigues con esa actitud -murmuró él, igualmente en voz
baja.
Livvy se volvió hacia él con la desesperación en los ojos.
-¿Qué he hecho mal esta vez? -le preguntó-. Creía haber cubierto todos los ángulos.
Él estiró un brazo y le rozó suavemente el labio inferior.
-Has dejado que te besara -dijo, frunciendo el ceño.
-Pero... señor Roche... Leon, eso no es justo. No he podido hacer otra cosa.
-¿Porque te sientes atraída por mí?
-Yo... bueno, supongo que sí. Pero sólo por instinto.
-¿Es que hay otra forma?
-No vuelvas a liarme -suspiró, pasándose las manos por el pelo-. No estoy de humor.
Y para horror suyo, los ojos se le llenaron de lágrimas, así que hundió las manos en los-
bolsillos de los pantalones de su hermano y atravesó el jardín tan rápidamente como pudo.
Cuando llegó al coche, estaba a punto de echarse a llorar y se dejó caer en el asiento
del conductor. Su trabajo estaba allí, apilado cuidadosamente en el asiento del pasajero y
estiró un brazo para hojearlo. Entonces no pudo contenerse más y sollozó. Ni siquiera se
había molestado en verlo. ¿Para qué le servia tener tanta fe en sí misma? Se quedó allí
sentada un rato, pensando hasta que de pronto, sacó la pequeña mochila de entre los dos
asientos y buscó en ella su pequeño estuche de maquillaje. Muy bien. El enfoque de la
corrección no había funcionado, así que tendría que volverlo a intentar.
Cuando llamó al timbre por tercera vez en sólo dos días, empezó a perder la valentía.
Cuando las bisagras chirriaron al abrirse la puerta. ya la había perdido por completo.
Cuando la risa abierta apareció en el rostro masculino más atractivo que había visto en toda
su vida, estuvo a punto de echar a correr.
-¿Qué es eso?
-Sombra de ojos azul. Si la última vez me equivoqué en permitir que me besaras, he
supuesto que ésta era la mejor forma de dejar claro que en esta ocasión no tengo tales
expectativas.
-Estás horrorosa.
-Ésa era mi intención. ¿Y qué tal si dejáramos de hablar de mi boca y echásemos un
vistazo a mi trabajo?
Él se limitó a dar media vuelta y echar a andar hacia el interior de la casa con las
manos en los bolsillos. Por lo menos no le había cerrado la puerta en las narices, así que le
siguió lo más rápidamente que pudo.
Debía haber decidido tentarla, porque la llevó a la biblioteca.
-¿Es que quieres burlarte de mí, trayéndome aquí para no dejarme abrir ni una sola de
esas puertas de cristal?
Él se dio la vuelta e hizo una mueca.
-¿No podrías ir a buscar un lavabo y limpiarte esa cara antes de que empecemos?
-¿Un lavabo?
-Esta condenada casa está llena de ellos, pero no por mucho tiempo, gracias a Dios.
Nada menos que once hay en toda la casa. Abre la primera puerta que te encuentres.
Seguro que hay alguno.
Livvy dejó su trabajo sobre la enorme mesa de caoba y fue a buscar uno de esos
lavabos. ¿Pero qué se esperaba aquel hombre de una casa como aquella? ¡Si era en su mayor
parte isabelina!
Cuando volvió, sus dos libros estaban abiertos, igual que su álbum de recortes con los
artículos de jardinería. Estaba mirando los bocetos dei nuevo libro a la misma velocidad de
la luz.
Se apresuró a acercarse a él. ignorando deliberada mente el influjo de su proximidad.
-Eh... si los vieras más despacio... -¿Para qué? Casi he terminado.
-Sí, pero es que no estás mirándolos como debe ser. -Estoy mirándolos con mucha más
atención de lo que lo haría cualquier persona de las que hojea libros en una librería
contestó, al tiempo que volvía el último de sus bocetos. Después, tomó el borrador del
texto y le echó un vistazo igualmente rápido antes de ir a sentarse con los brazos cruzados
en la silla de cuero y caoba.
-Las ilustraciones de los libros son sorprendentes. Muy ricas y detalladas. Maduras.
No es el típico libro de niños.
-Por eso quería utilizar la historia que el mayor guarda en esta biblioteca. Es un
cuento para adultos. Pretendo que sea para adultos.
-¿Un nuevo mercado?
-Más o menos. Ha habido un par de cosas en esa línea en los últimos años.
Él asintió brevemente.
-Pero no demasiadas. Tienes razón: necesitaría una publicidad muy agresiva.
-Sí contestó ella, esperanzada.
-¿Por qué has dibujado a la heroína con unas botas estilo Doc Marten, llevando un
vestido del siglo dieciocho.
Livvy arrugó la nariz.
-Mm... es sólo un boceto. La verdad es que he desechado la idea.
-Pero, ¿por qué se las pusiste en un principio?
-Para realzar el hecho de que había llegado a ser rica y ya no necesitaba llevar
muletas. Pretendía que fuesen como... botas ortopédicas.
-¿Es que los ricos tenían botas ortopédicas en el siglo dieciocho?
-¡Está bien! -exclamó, exasperada-. ¡No era más que un pequeño detalle que no pienso
incluir¡
Él se encogió de hombros.
-Puede que te haya parecido una pregunta tonta, pero es muy seria. Lo que intento
decirte es que necesitas hacer un gran trabajo de investigación.
-Lo sé. ¡Por eso sé que no puedo hacer esto y el libro de jardinería al mismo tiempo!
Hubo un silencio durante el cual él siguió mirándola a ella y Livvy a él y a su trabajo.
-No -contestó él al final, ofreciéndole una de sus sonrisas como si fuese un horrible
regalo de despedida-. Tus ilustraciones de jardinería son sorprendentes. Muy logradas y
con bastante clase. Técnicamente no tienen fallo alguno, y además, son imaginativas. Supon-
go que la revista a la que se los vendes debe estar muy bien implantada en el mercado para
permitirse editar sus propios libros. Asegúrate de que tu agente negocia bien tus derechos
de autor.
¿Sería ese no tan final como había sonado? No podía creérselo.
-¿Y qué te da derecho a emitir opiniones como ésa? -le preguntó con la voz algo
temblorosa-. ¿Es que estás en el negocio de las publicaciones o algo así?
-Estoy en los negocios. Las bases son siempre las mismas.
-Sí, pero ¿qué clase de negocio? No tiene nada que
ver ni con libros ni con ilustraciones, ¿verdad?
-Soy propietario de una empresa de construcción. -¡Qué bien! ¿Cómo pueden ser las
bases las mismas?
-Lo son. Invierte en tu futuro. Olivia. Cierra un buen trato con ese libro de jardinería
y dentro de cinco años serás lo bastante rica como para poder invertir todo el dinero que
quieras en cuentos para adultos.
-¡No puedo esperar cinco años! -protestó, su desilusión tan patente que no habría
habido forma de esconderla-. Soy joven. Cuando tenga tu edad, puede que cinco años no me
parezcan mucho tiempo, pero en este momento, me parecen toda una eternidad -recogió su
trabajo y estaba ya en la puerta cuando se volvió aún hacia él-. ¿Puedo al menos tener el
placer de saber en qué me he equivocado esta vez, señor Roche?
-Creía que ya nos tuteábamos -le dijo con ironía.
-¡Maldita sea! ¿Tutearnos? ¡El único nombre que se me viene a la cabeza cuando te
miro es... rata!
-Ayer era un lobo. Creo que puede considerarse como una mejora.
-¿Ah, sí? Entonces, serpiente rastrera te gustará aún más.
-¿Serpiente? -repitió, mirándola con ironía en los ojos-. La serpiente me tentó... -
murmuró.
-¡Pues tú no me has tentado a mí! Y como no voy a conseguir que me contestes,
aprovecho la ocasión para desearte...
-La respuesta es que esa historia es... ¿te gustan los epítetos claros, Olivia?
-Hay unos cuantos que podrían aplicarse a tu persona.
-Pues hay dos en particular que se me han ocurrido al leer esa historia tuya. Son... no.
Mejor quedarme con basura. Esa historia es basura. Olivia. Por eso me he negado.

CAPÍTULO 3

L IVVY llegó a la conclusión de que era demasiado joven para conformarse, y sobre
todo cediendo a la presión de un reptil como Leon Roche. ¡Qué suerte que tuviera que ir al
día siguiente a Londres! Sabía dónde estaban las oficinas de su empresa de construcción, y
es más, sabía también que iba a celebrarse una reunión muy importante. Y por supuesto,
sabía además que no tenía nada que ganar intentando estar de acuerdo con él. Pasó por
delante de la recepcionista que atendía a la visitas en el vestíbulo de sus oficinas y después,
burló la vigilancia de su secretaria cuya expresión desconcertada le confirmó que se dirigía
a la puerta correcta.
-Leon Roche en carne y hueso -espetó al entrar en la sala.
Llevaba un traje negro con una fina raya blanca y una camisa blanquísima que
acentuaba el matiz dorado de su piel y la oscuridad de sus rizos, y estaba apoyado en una
mesa sobre la que se exhibía la maqueta de un monstruoso rascacielos sobre la que estaba
llamando la atención de cuatro hombres mayores que él.
Todos volvieron la mirada hacia ella, vestida con un traje de chaqueta negro de falda
recta y una blusa color béis.
-Señor Roche, tengo unas cuantas cosas que decirle.
Él sonrió, mirándola con aquellos ojos tan tremendamente azules.
-¡Olivia! -la saludó con voz almibarada-. Llegas tarde. Hace quince minutos que te
espero... pero no importa. Es una delicia verte.
-¡No me hagas esto! -replicó-. Tú no me esperabas. Simplemente estás intentando
salvar el tipo delante de estos señores, ¿no es verdad?
-No. Te he llamado a casa. Tus padres me han dicho que estabas en Londres y como ya
había llamado a mi secretaria para preguntarle cuándo estarías aquí, he supuesto que ibas a
venir. Oye, hablando de tus padres, ¿por qué no me habías dicho que te llaman Livvy? Si
hubiera sabido que te gusta que te llamen así. lo habría hecho desde el principio. Es muy
dulce.
No iba a preguntarle de dónde había sacado el teléfono de sus padres. ni iba a hacer
ningún comentario sobre lo de su nombre. Si le hacía la más mínima concesión y permitía que
la desviara del tema, estaría perdida.
-Puede que hayas anticipado mi llegada, pero todavía no sabes por qué estoy aquí...
-¿Ah. no? -preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado-. Pero deja que te presente...
-¿Presentarme? No te molestes. No quiero que por mí fuerces tus preciosas cuerdas
vocales, sobre todo sin saber si has desayunado ya. De todas formas, es contigo con quien
quiero hablar, aunque tengo que admitir que tener audiencia es un incentivo maravilloso.
Él arqueó las cejas. divertido.
-Pues adelante... ¿qué me querías decir?
Livvy inspiró profundamente.
-Que eres un cernícalo. Un cernícalo y un vándalo, y el hombre más dogmático, pagado
de sí mismo, arrogante, inmoral, cínico, falto de escrúpulos y materialista que he tenido la
desgracia de conocer.
El suspiró.
-¿Eso es todo? Creo que me gustaba más ser un reptil.
-Reptil, chacal, alimaña... todo es lo mismo para mí. Caballeros, ¿saben ustedes lo que
está pensando hacer?
-Adelante, chicos -añadió Leon-. ¡Intentad imaginarlo!
-¡Cállate! --espetó-. ¡Soy yo la que habla esta vez! Y voy a decir exactamente lo que
pienso de ti, igual que me hiciste tú el domingo. Con tan sólo hojear mi trabajo te
permitiste el lujo de decir lo que pensabas de él. «Basura» fue la palabra que elegiste para
definirlo, pero tengo la sensación de que no la aplicaste bien. Tienes mucho que aprender
sobre definiciones, y creo que ha llegado el momento de comprendas el verdadero
significado de la palabra basura, señor Roche. Al fin y al cabo, es lo que mejor se te da
hacer. Por ejemplo, destrozar edificios maravillosos que nadie se ha atrevido a estropear
durante siglos. Destrozas caminos, árboles, colecciones de libros y hasta el aire que
respiras lo conviertes en basura cuando lo utilizas para hablar. Pero lo peor de todo es que
pisoteas a la gente. Gente como yo. Pero esta vez has elegido la víctima equivocada, porque
no estoy dispuesta a permitir que nadie me pisotee, y mucho menos alguien como tú.
Leon esbozó una sonrisa indulgente.
-Livvy, has estado brillante. Caballeros, permítanme presentarles a mi futura esposa,
Olivia Houndsworth.
Livvy se quedó boquiabierta y abrió los ojos de par en par, antes de caer en la cuenta
de que eso era precisamente lo que él pretendía.
-No le escuchen -gritó por encima de las felicitaciones-. ¡Es mentira! Acaba de
inventárselo. Un ejemplo más de lo que acabo de decirles de él. Porque diciéndoles que
estamos enamorados y que yo no soy más que una mujer enrabietada, está intentando vaciar
de legitimidad mis acusaciones... en otras palabras: está intentando pisotearme
caballeros, porque lo que acaba de decirles es mentira. Ni estamos enamorados ni lo
estaremos nunca, ni él tiene intención de casarse conmigo. ¿No se dan cuenta de que lo ha
hecho para quitarme importancia ante sus ojos?
-No es cierto -contestó Leon. acercándose a ella-. Lo he dicho porque es verdad, tal y
como estos caballeros descubrirán al recibir las invitaciones de boda. ¿Has traído tu
agenda, Livvy? Puedes fijar el día con mi secretaria si quieres. El miércoles o el jueves de la
semana próxima estaría bien.
-Estás volviendo a hacerlo -le acusó.
-¿Ah, sí? Pues entonces, déjame que lo haga con estilo -replicó, y antes de que ella
pudiese reaccionar se agachó para echársela sobre un hombro como si fuese un bombero y
la sacó protestando y pataleando por el despacho de su secretaria, a lo largo de un pasillo y
fue a dejarla... ¡en un aseo!
-Es el de los ejecutivos -sonrió, enseñándole la llave-. Que te diviertas. Después
volveré para concretar los detalles de nuestra boda.
Y dicho esto, cerró la puerta, y a pesar de que Livvy tiró del pomo con todas sus
fuerzas mientras echaba la llave, no consiguió abrirla.
La dejó allí casi una hora, lo que le dio tiempo suficiente para pensar qué había hecho
mal aquella vez.
Por fin su rostro apareció desde detrás de la puerta con su expresión impasible.
-Cállate y déjame en paz.
-Todavía no he dicho nada.
-No tienes por qué decir nada. Ya has hablado bastante. Y antes de que sigas, déjame
admitir que me rindo. No soy rival para ti. Ni siquiera debería haber me molestado en llamar
a tu puerta la primera vez. Si hubiera tenido el don de adivinar el futuro y una dosis de
veneno, ni me habría molestado.
-¿Cuál de los dos se habría tomado el veneno?
-Yo, por supuesto. No tiene sentido malgastarlo contigo. De todas formas, estoy
segura de que no te haría ningún efecto. Eres imparable, Leon Roche. Estoy segura de que
te inyectas veneno en vena todos los días para mantener tu lengua en forma.
-Creía que habías disfrutado de nuestro beso...
-¡Será posible! Sabes perfectamente que no me refería a eso, sino a las cosas tan
emponzoñadas que dices.
Estaba intentando sacarla de sus casillas, y lo estaba consiguiendo.
-¿Emponzoñadas? ¿Como por ejemplo decirte que no? ¿Es que no estás acostumbrada
a que los hombres te digan que no Livvy? ¿Por eso te ha sentado tan mal? Livvy cerró los
ojos y contó hasta diez. -¿Podemos salir de este lavabo, por favor? -Por supuesto -contestó
él, y abrió la puerta de par en par.
Livvy salió al pasillo y echó a andar hacia el primer lado que se le ocurrió, sin
importarle hacia dónde iba. El la siguió.
-He reservado una mesa en el Street Café. ¿Lo conoces?
Ella no lo miró.
-No.
Él la tomó por el brazo con suavidad. -El ascensor es por aquí. Livvy se volvió furiosa.
-Te gustará. La comida es excelente.
-No seas condescendiente conmigo. Leon Roche. No me hables como si no supiera nada
de restaurantes. Claro que he oído hablar del Street Café. Lo sé todo sobre el restaurante
en el que comen los muy ricos, pero nunca me he dejado arrastrar por la moda y no me he
sentido tentada de ir.
-¿Quiere eso decir que el sitio no te gusta sin conocerlo?
-Sí. Antes de que abriera sus puertas, ya todo el mundo lo consideraba algo especial.
Es sólo publicidad pretenciosa.
-Es marketing. Simplemente eso. Lo importante es que una vez abrió sus puertas y
empezó a servir comidas, ha sabido estar a la altura de lo prometido.
-Ya. Mis amigos y yo despreciamos lugares como el Street Café. No comprendemos
cómo alguien puede creerse que la atmósfera mágica de un buen restaurante puede
comprársele a un equipo de diseñadores de interior y pegarse a las paredes como papel
pintado. Y odiamos la forma en que edificios históricos de la ciudad se están convirtiendo
en parque de atracciones para yuppies.
-¿Prefieres verlos medio derruidos y comidos de miseria?
-Conservaban cierta integridad así -espetó.
-Pues entonces no tienes más que mantener los ojos cerrados mientras yo pido la
comida. Estoy muerto de hambre.
Livvy tragó saliva. No le gustaba recordar los apetitos de aquel hombre. En ninguna de
sus formas.
-No voy a ninguna parte contigo -le contestó.
Pero él tomó delicadamente su muñeca.
-¿Qué haces? -le preguntó, soltándose, enfadada consigo misma por la forma en que
su propio cuerpo reaccionaba al más mínimo contacto con él-. ¿Es que ibas a volver a
aplastarme la mano, igual que el día que nos presentamos? Soy ilustradora. Mis manos son
importantes.
-Y yo soy lo bastante animal como para aplastarte tus preciadas manos sólo porque no
quieres comer conmigo, ¿no? Cuando te pones a ello, puedes ser realmente ofensiva. Livvy.
Gracias a Dios que no vamos a estar casados para siempre.
Estaban ya dentro del ascensor y Leon apretó el botón de la planta baja. Tenía una
mano de dedos largos y bien formados. La verdad es que no parecían manos destructivas,
sino más bien al contrario.
-Si soy grosera contigo es porque es la única arma que puedo esgrimir contra ti -
murmuró-. Tienes la habilidad de hacerme sentir completamente inútil, diga lo que diga y
haga lo que haga. Ojalá no hubiese venido aquí. Has hecho que me sienta como una
verdadera basura.
-Vamos, vamos... No es para tanto. Además, estás a punto de demostrar lo
extremadamente útil que eres casándote conmigo. Te sentirás mucho mejor una vez que
hayas accedido.
-¿Por qué sigues diciendo esa tontería? ¿Y por qué demonios ibas tú a querer casarte
conmigo?
-No porque me haya enamorado de ti a primera vista, desde luego -replicó-. Estaba
pensando en algo más en la línea de un acuerdo comercial.
-Ya. Afortunadamente yo no aplico ningún principio comercial a mi vida privada.
-Todavía no. pero lo harás.
-¡Ah, no! Se ha terminado ya eso de que seas tú quien tenga siempre la última palabra.
El domingo descubrí que esa postura no me conduce a ninguna parte. No tengo intención de
retroceder ante ti.
-Consideremos lo de hoy una aberración, ¿de acuerdo? Enseguida recuperarás el gusto
por hacer las cosas a mi manera otra vez, pero no en un ascensor. Te mostraré el balance
mientras comemos y te darás cuenta de lo mucho más productiva que puede ser tu vida
cuando empieces a regirte por mis principios.
-¿Principios? ¡Ja! No sabes siquiera lo que significa la palabra.
-En ese caso, dejaré que seas tú quién me lo enseñe cuando nos hayamos casado -
contestó con sequedad.
-No. De ninguna manera. A no ser que quieras llevarme gritando y pataleando hasta el
restaurante más de moda de la ciudad.
Leon volvió a echarse a reír.
-No me tientes.
Livvy vio cómo el último número aparecía en el panel del ascensor y suspiró aliviada al
ver abrirse las puertas. Salió delante de él, pero Leon se puso a su lado inmediatamente.
-¿Quieres echar un vistazo a los posibles dividendos?
-No me interesa.
-Primero –dijo señalándolo con uno de sus dedos-: conseguirás seguir con tu historia
teniendo la opción de estudiar el documento original. Dos: dispondrás de seis meses de casi
total aislamiento para terminar con tus dibujos. Tres: tendrás todos los gastos pagados, así
que no tendrás que hacer el libro de jardinería.
Livvy frunció el ceño.
-Podrás vivir seis meses en mi casa, e investigar en el manuscrito tanto como quieras.
-¿Seis meses?
-Ese es el tiempo que necesitabas, ¿no?
-Sí. pero no comprendo...
-Sube en ese taxi y te explicaré el resto cuando tengamos la comida delante.
Dejándose arrastrar por el poder de convicción de la mano con que la sujetaba
suavemente por el codo, entró en uno de los espaciosos taxis de Londres.
-La serpiente me tentó... -murmuró él al sentarse y cerrar la puerta-... y comí.
-De acuerdo. Comeré -contestó ella, nerviosa por su proximidad-. Pero no pienso
acceder al resto.
El Street Café resultó ser un lugar nauseabundamente atractivo: grande, espacioso,
desenfadado y muy agradable. Y la terraza cubierta era el lugar ideal para una proposición.
-Me rindo -murmuró Livvy-. Comeré hasta reventar, y ya puedes pedirme lo mismo que
tomes tú porque no me cabe la menor duda de que escogerás los platos más apetitosos del
menú.
-No soy perfecto -dijo él, recostándose en el respaldo de la silla y metiendo los
pulgares en la cinturilla del pantalón-. Por eso, necesito que te cases conmigo.
-¿Porque piensas que soy la única mujer capaz de soportar tus defectos? ¿Es eso? -le
preguntó con sarcasmo.
Leon se echó a reír.
-Puede que no sea perfecto. Livvy pero tampoco soy tonto. Necesito que te cases
conmigo por el bien de mi empresa.
-¿Roche e Hijo? -murmuró-.¿Por qué? ¿Quieres que sea Roche. Hijo y Nieto?
¿Necesitas a alguien que te dé un hijo como heredero?
-¡Dios del cielo, Livvy! -exclamó, mirándola con los ojos entornados-. No se me había
ocurrido nunca pensar eso. ¿Debo considerarlo una ofrecimiento?
-¿Bah! -fue lo único que se le ocurrió contestar, furiosa consigo mismo como estaba
por haberle hecho un comentario tan sugerente.
-Pues no seria tan mala idea. Con tu físico v mi cerebro, nuestro hijo podría gobernar
el mundo. Pero si el pobre heredase también tu habilidad para hacer mal las cosas y mi
tendencia para... destrozarlas seríamos responsables de haber traído al mundo al mayor
vándalo desde Gengis Khan.
-El segundo mayor vándalo -le corrigió. ¿Por qué demonios los hombres daban siempre
por sentado que una mujer debía sentirse halagada por ser descrita como atractiva?-. El
primer lugar ya lo ocupas tú. El pobre crío no tendría ni la más remota posibilidad de
sobrepasarte.
El comentario no surtió efecto alguno. Era como insultar a una pared. Es más, la
expresión de sus ojos dejaba claro que se lo estaba pasando de maravilla.
-Me alegro de saber que tienes en tan alta estima mis habilidades para besar. Aún así,
no hace demasiado tiempo que mi padre se retiró, y por ahora sigo disfrutando del ser el
único Roche a bordo. No tendré que preocuparme por solventar al problema de mi heredero
hasta dentro de unos años.
-Entonces, ¿para qué necesitas una mujer? ¿Es que estás a punto de caer en
bancarrota y necesitas poner la casa de la familia a nombre de tu mujer para salvarla de la
ruina total?
Sus ojos seguían teniendo una expresión divertida, pero la línea de su boca se
endureció.
-No, no es ese el caso ni mucho menos. Más bien al contrario. Estamos creciendo. El
problema es que el propietario de la empresa que quiero comprar sólo está dispuesto a
vender a un hombre casado.
Livvy frunció el ceño.
-No comprendo. ¿Es que su empresa está especializada en construir hoteles para
lunas de miel o algo así?
-No.
-Y de todas formas, ¿cómo es que puede permitirse el lujo de elegir? Si necesita
vender, ¿no debería verse obligado a hacerlo al mejor postor?
-No no necesita vender por razones financieras sino por su salud. Quiere retirarse.
Pero también quiere asegurarse de que su negocio sigue en la misma línea en la que él lo va a
dejar, y está convencido de que un hombre casado será más considerado con sus trabaja-
dores. El contrato que quiere firmar estipula que, después de la venta, seguirá durante seis
meses en el consejo de administración con el derecho a vetar los cambios que considere
oportunos. Si se siente satisfecho con la marcha de las cosas después de ese periodo, se
retirará por completo.
-Dejándote a ti las manos libres para hacer lo que se te antoje -concluyó ella.
-Sí.
-Lo que incluye vender edificios, dejar a la gente sin trabajo y destrozar todo lo que
encuentres a tu paso.
Él la miró con frialdad.
-Tienes una cabecita muy aguda, Livvy. Deberías haber seguido en el negocio de tus
padres. A estas alturas, podrías tener ya toda una cadena de supermercados.
-¡Así que he dado en el clavo! Ese es tu plan, ¿verdad? Quieres engañar a ese hombre,
convenciéndolo de que eres el hombre ideal para hacerse cargo de su empresa para al cabo
de seis meses desmantelarla y mandar a engrosar las listas del paro.
Leon arqueó ligeramente las cejas.
-Lo único que queda por aclarar... -continuó Livvy, luchando por apartar los ojos de su
rostro-..es cómo ese buen hombre ha podido llegar a pensar que una esposa puede
cambiarte lo más mínimo. Tu reputación ha debido precederte para que él insista en esa
clase de estipulaciones. Y si sabe cómo eres, ¿por qué ha considerado la posibilidad de
venderte?
-Conocía a mi padre.
-¿Conocía...? Creía que tu padre estaba retirado. Es que no está... bien, o algo así.
-Está bien, o algo así. Sigue vivito y coleando, igual que el mayor, pero también se ha
marchado a vivir al extranjero, lo que significa que no ha vuelto a ver a la mayoría de sus
viejos amigos.
-Disfrutando de algún paraíso fiscal, supongo -murmuró.
-¿Es que no apruebas los paraísos fiscales, Livvy? -le preguntó, sonriendo.
-Creo que la gente debe contribuir al bienestar de los países que les educaron, les
alimentaron y les dejaron crecer, en lugar de salir huyendo con el dinero.
Leon se la quedó mirando un momento en silencio antes de volver a hablar con voz
grave.
-Hay muchas cosas que desapruebas, ¿no, Livvy?
-No más de las que cualquier persona desaprobaría. Simplemente creo en la
honestidad, en la decencia y en unas cuantas cosas más de las que tú no debes haber oído
hablar -dijo, apretando los puños sobre el mantel-. ¿Cómo eres capaz de llegar a estos
extremos para engañar a un pobre hombre y destrozar toda su vida de trabajo? Siento
verdadera lástima por él, para no hablar de toda esa pobre gente que este trato tuyo va a
hundir. Eres un bárbaro, Leon Roche.
-¿Quieres eso decir que no crees que el matrimonio pueda civilizarme? -le preguntó en
tono burlón.

CAPÍTULO 4

L A CLASE de matrimonio que estás organizando, no.


-Ah... así que sólo es cuestión de la clase de matrimonio, ¿eh? Crees que quizás podría
redimirme si tuviera el amor de una buena mujer, ¿no es eso?
-No mereces la pena -replicó-. Y de todas formas, no soy capaz de comprender por
qué me has ido a elegirme a mí entre todas las mujeres para representar el papel de esposa
tuya. Hubiera jurado que yo sería la última persona del mundo que tú eligieras para algo así.
¿O es que eres tan arrogante que aún no te has dado cuenta del hecho de que no me gustas
lo más mínimo?
-Ya me he dado cuenta
-Entonces ¿por qué? ¿Por qué yo?
-Porque el papel te va.
-Estás olvidando una cosa -contestó, apartándose el pelo-. Hace sólo unas horas que
he dicho delante de un montón de gente exactamente lo que pensaba de ti. Ten por seguro
que la historia ha de correr como la pólvora, de manera que nadie se creerá ni por un
instante la historia de ese matrimonio.
-No me preocupa en absoluto que mis colegas murmuren todo lo que les venga en gana,
lo que por otro lado, me servirá para mejorar la situación. Richard Gallagher, el hombre a
quien le quiero comprar la empresa, estará encantado de saber que tengo una mujer tan
honorable y cabal por esposa, y que además, no tiene miedo de enfrentarse a mí en público.
Causaste una honda impresión en todo el mundo, Livvy. En realidad, me hiciste un gran favor
esta mañana. Ni yo mismo habría sido capaz de urdir un plan mejor. Eres única, ¿lo sabías?
-¡Eres increíble! -exclamó.
-Me halagas.
-¡Déjame en paz, Leon, y soluciona tú solito tus problemas!
-Problema -corrigió, apoyando los codos sobre la mesa e inclinándose hacia ella-. Sólo
tengo un problema, que tú vas a solucionar por mí, y es que no tengo esposa.
-Comprendo perfectamente por qué.
-No te burles, porque tu problema es mucho más grave que el mío. Tienes por delante
dos años dibujando matas de hierbas en lugar de estar pintando heroínas con cara de ángel
y héroes a caballo. Yo corro el riesgo de perder un buen negocio. Olivia, pero tú corres el
riesgo de perder tu alma.
-Eso es algo que puedo soportar.
Leon la miró con incredulidad, y Livvy supo que tenía razón.
-No es tan duro vivir en casa de mis padres -murmuró.
Su hermano era lo peor, a todas horas con el heavymetal. Pero lan estudiaba el primer
curso de medicina, y sus padres no le permitirían quejarse de sus ruidos porque le creían
todavía un adolescente que necesitaba descargar su agresividad.
-No me importa ayudar en la tienda. Es un precio muy barato por casa y comida -
insistió.
Él continuó sin despegar los labios.
-Mis padres han trabajado muy duro para conseguir que su tienda no haya dejado de
ser rentable con el paso del tiempo. Estoy encantada de poder ayudarlos.
-Pero ayudarlos a ellos no te ayuda a ti a concluir tu trabajo -comentó éi.
-Pero se merecen que los ayude. Necesitan un descanso después de todo el trabajo
que les ha costado hacer la tienda algo más que la de la esquina.
-Si la tienda es rentable, ¿por qué no contratan a alguien?
-Tu idea del beneficio es completamente distinta a la de ellos, Leon. Tú vienes del
mundo de los grandes negocios, y ellos están en el mundo de los pequeños negocios. Si
contratasen a alguien, tendrían que gastar ese pequeño margen que ellos consideran
beneficio, y de todas formas, no serían capaces de confiar su tienda a un extraño. Conocen
a sus clientes, y se preocupan por ellos. Yo también los conozco, así que no les importa
dejarme a mí al cargo.
-Pero supongo que no serás tú la única persona de su confianza, ¿no? Me ha
contestado al teléfono tu hermano.
-Ah... Bueno, lan está haciendo medicina y tiene que estudiar -contestó, y Leon se
encogió de hombros-. No me importa ayudar -insistió Livvv-. Mis padres viven encima de la
tienda, que es bastante modesta. Mis padres son... -hizo una pausa, buscando las palabras-
trabajadores, prácticos y generosos hasta el extremo, pero no son imaginativos. No
comprenden qué es lo que yo quiero de la vida ni por qué. Esperan que yo vea el mundo como
lo ven ellos, eso es todo.
-Todo eso está muy bien, pero no te está ayudando a terminar tu libro, ¿verdad? Y tu
falta de independencia económica no te está sirviendo para que comprendan mejor lo que tú
quieres de la vida, ¿no es así?
Era cierto que sus padres se habían sentido muy orgullosos de ella al verla
establecerse por su cuenta nada más salir de la universidad, y que después se habían
desilusionado tremendamente al verla renunciar a todo para ir en pos de un sueño.
-¿No crees que les gustaría verte como la señora de Purten End? -bromeó.
-¿Durante seis meses? ¿Mientras tú haces pedazos la casa? Menuda maravilla.
-Firmaríamos un acuerdo de divorcio al final de los seis meses.
-¿Quieres decir que podría quedarme yo con la casa? -le preguntó con incredulidad.
Él hizo una mueca de resignación.
-Siendo el hogar marital, podría pasar a ser propiedad de cualquiera de los dos -
contestó, encogiéndose de hombros.
-Jamás me casaría por dinero.
-Excelente. Eres tal y como te querría Richard Gallagher.
-¡Cállate!
-Y si renuncias a tu parte de la casa cuando termine nuestro matrimonio, serías ya
perfecta. ¿Qué mas puedes querer, Livvy?
-¿Quieres decir que la mitad de la casa sería mía mientras estuviéramos casados?
-En principio, si.
-En ese caso. podría impedir que siguieras modernizándola, ¿verdad?
-¿Y por qué ibas a querer hacer algo así, Livvy?
-Estás olvidando que yo he estado antes que tú en Purten End, y recuerdo
perfectamente cómo era. Ya he visto lo que le has hecho a la cocina, y si eso es un signo de
lo que piensas hacer con el resto de la casa, cuanto antes alguien te pare los pies, mejor.
Esa cocina era increíble. Tenía una enorme cocina de fuego bajo, fantástica para asar
carne.
-Muy práctica contestó él con una sonrisa-. Perfecta para calentar una lata de
guisantes.
-¡Esa no es la cuestión! Se trataba de una pieza histórica.
-Todo depende de ti -contestó él, apoyando las manos planas sobre la mesa.
Livvy no contestó, y él bostezó, como si su respuesta careciese de importancia para
él.
-No pienso forzarte -dijo al final.
Livvy se las arregló para seguir manteniendo el silencio.
-¿Tentada? -le preguntó Leon, sonriendo.
-No, no lo estoy -contestó ella, abrazándose las manos en el regazo.
-¡Qué vergüenza permitir que un edificio como ése sea vandalizado! Por amor de Dios,
Livvy. ¿qué clase de principios son los que gobiernan tu vida?
-¿Cómo lo haces? -le preguntó llevándose las manos a las mejillas-. ¿Cómo te las
arreglas para ponerme de los nervios con cada palabra que dices? ¡Un matrimonio puede ser
cualquier cosa menos un acuerdo comercial! ¡Y para colmo parece que soy yo la mala de la
película porque creo en el amor! No puedo creer lo que me está pasando.
-Está bien. Que sea como tú quieras. De todas formas, para esto serviría cualquier
mujer, y hay muchas solteras y deseosas de hacerlo.
-¿Es eso lo que piensas de las mujeres?
-Sólo de las solteras y dispuestas a todo. Porque existen, Livvy. por muy romántica y
espiritual que tú seas. Estoy seguro de que no será difícil encontrar una sustituta, pero he
de confesarte que me has desilusionado. Creí que te alegrarías de que todos tus problemas
se solventaran de pronto.
-¿Que se solventaran todos mis problemas, cuando iba a tener que aguantarte a tu
durante seis meses?
-Sólo de vez en cuando. Los fines de semana. Ya para asistir a reuniones de vez en
cuando -hizo una breve pausa y frunció el ceño-. No te preocupes, que no esperaría que
durmieses conmigo. No habrás pensado que iba a exigírtelo, ¿verdad?
-No...
Leon se echó a reír. -¿Tentada ahora Livvy?
-No, desde luego que no. ¿Por qué iba a sentirme tentada por la idea de no dormir
contigo?
-¿Y eso? ¿Es que te gustaría hacer lo contrario?
-No.
-Y, entonces, ¿cuál es el problema? -Ninguno.
-Ah...
Mientras hablaban, les habían servido la comida, y su última palabra había estado
seguida de un bocado de escalope. Jamás había encontrado atractivo a un hombre de la
misma manera que encontraba a Leon. Sólo verle comer la estaba excitando.
-No sé cómo has podido llegar a imaginarte que me iba a sentir tentada de hacer algo
contigo, Leon Roche -murmuró, clavándole el tenedor a su escalope.
-Aparte de por el hecho de que este matrimonio solventaría todos tus problemas, está
el hecho de que serías capaz de poner a prueba tu preciosa historia. ¿Es que esa posibilidad
no te atrae? Podrías demostrar de una vez por todas que tu historia no es una basura.
Podrías demostrar que estoy equivocado, Livvy, ¿no te das cuenta?
-No, la verdad es que no -mintió.
-Pues deja que te ilustre -contestó-. Una heroína guapa pero pobre y un héroe rico se
casan, pero acordando de antemano que no se trata sino de un arreglo de conveniencia para
ambos y que nunca llegará a consumarse. El vínculo ha de durar sólo seis meses.
-Estás olvidándote de algunos puntos -replicó-.Por ejemplo, del hecho de que el héroe
quiere a la heroína. De que ella está lisiada y teme que su amor no dure cuando él descubra
lo dura que será la vida con ella. Del hecho de que su acuerdo es sólo porque ella quiere
demostrarle que está enamorado únicamente de un rostro y de que terminará cansándose
de ella.
-Ésa no es la razón por la que él accede a casarse.
-No. Él accede porque piensa que ella llegará a quererlo durante los seis meses que
van a pasar juntos, y confía en que quiera quedarse a su lado cuando ese tiempo haya
pasado. Así que, como verás, no creo que la historia tenga relación alguna con nosotros dos.
Tú no me quieres y yo no te quiero, por supuesto. Y no intentes hacerme creer que querrás
que siga siendo tu esposa cuando hayan pasado los seis meses, porque los dos sabemos que
no hay nada más lejos de la realidad.
-Entonces ¿no te apetece la idea ni lo más mínimo?
-¡Claro que no! ¿Cómo puedes ser tan arrogante? ¡Imaginarte que iba a acceder a
casarme contigo sólo para hacerte más rico!
-¿Y qué hay de todas las cosas que te beneficiarían a ti?
-¡No! Ninguna mujer en su sano juicio accedería a casarse por otro motivo que no
fuese el de amor mutuo.
-Un matrimonio -dijo ella al fin-, un matrimonio de verdad, no puede ser un contrato
de ninguna clase, porque una pareja no está unida cuando intercambia promesas o cuando
firma en el registro, sino en la noche de bodas. En la historia eso no ocurre, y es más, un
matrimonio se considera nulo en la realidad hasta que ese hecho se consuma.
-Tecnicismos. Me da la impresión de que estás dispuesta a decir conmigo que tu
historia es una basura.
-No lo es -murmuró después de un momento-. Es la historia de un amor maravilloso y
verdadero.
-Es la historia normal y corriente de un capricho sexual. Él la desea, y ella no puede
resistirse a su poder y a su dinero. No hay nada ni original ni particularmente hermoso en
ello.
-Él la quiere.
-Imposible. No la conoce. Le propone que se case con él sin tan siquiera haber hablado
con ella una sola vez. No es más que un rostro a través de una ventana.
-Es amor a primera vista.
Leon se encogió de hombros.
-Y además, ella rechaza su poder y su dinero -añadió.
-Pero no durante mucho tiempo.
-¡Eso no es cierto! Ella se casa con él porque no puede soportar verle sufrir, y no
porque quiera su dinero.
-Es una campesina del siglo dieciocho con una pierna inválida. ¿Cómo demonios puede
ser tan noble? No tiene sentido. ¿Tienes idea de cómo habría sido su vida de no haberse
casado con él?
-Ella no tiene pensado quedarse casada con él para siempre, sino que pretende volver
a su vida anterior cuando hayan transcurrido los seis meses.
-Pero no lo hizo ¿verdad?
-¡Claro que no! lkse es el meollo de la cuestión; que se queda con él, pero sólo porque
se enamora.
-¿De verdad? ¿Estás segura de eso? El poder y el dinero son afrodisíacos muy
poderosos.
-Dedicando tanta atención como dedicas a las mujeres solteras y dispuestas a cumplir
tus deseos, no me extraña que pienses que todas las mujeres pueden sentirse seducidas por
el poder y el dinero. Pero te equivocas.
-¿Debo deducir que nunca te dejarías corromper por algo tan bajo?
-Por supuesto. Y tampoco lo permite Rosamunda en mi historia. Es un cuento de amor,
Leon, no de lujuria y avaricia.
-¿Tan segura estás?
-Sí. Al cien por cien. ¡Esa es la razón de que quiera hacer un libro de esa historia!
¡Creo que es importante!
-Es decir, que pretendes hacer una especie de contraataque a todas esas novelas de
sexo, ¿no?
-Sí, por qué no...
-Así que tienes una misión que cumplir escribiendo ese libro, ¿eh? Devolverle al mundo
la cordura ofreciéndole a cambio tus propios ideales, ¿no?
-Puedes burlarte de mis ideales todo lo que quieras, que no pienso cambiar de opinión.
-No eres más que un globo de aire caliente, Livvy. Vives en un mundo de fantasía. Si
vivieses durante seis meses en mi casa, aprenderías cosas sobre atracción sexual y de
placeres del mundo material que jamás serás capaz de aprender con tanto cuento.
-¡Serás hipócrita! Antes has dicho que si me casaba contigo, no esperarías que me
acostase contigo.
-¡Claro que no! -replicó.. mirándola con disgusto-. Por el hecho de que hayamos estado
unos minutos en el registro, no voy a reclamar derechos conyugales. ¿Por qué clase de
persona me tomas, Olivia? Lo que pasa es que tú has dejado claro que me encuentras
atractivo, y yo no puedo ser inmune a tus encantos. Ponnos juntos en una casa de campo
aislada del resto del mundo durante algún tiempo, ¿ quién sabe qué podría ocurrir? Yo, por
mi parte, no renunciaría a acostarme contigo por principios.
-Pero el otro día dijiste... el domingo dijiste que no querías volver a besarme.
-Eso es cierto. Tú también lo dijiste.
-Sí, pero yo lo dije porque de verdad no quería volver a besarte. Además, por
principios. Él suspiró con impaciencia.
-Y yo lo dije porque no quería besar a alguien que, evidentemente, iba a resistirse de
esa manera. ¡Pero si hasta tenías los brazos cruzados! Cuando encuentro una mujer
atractiva de la forma en que te encuentro atractiva a ti, Livvy, no me gusta tener que
racionarme. Ya no soy un colegial, sino un hombre adulto y normal.
-Entonces, mm ... si yo me fuese a vivir contigo durante seis meses... no pasaría nada.
-Probablemente. Si es que de verdad tienes todos esos principios que dices tener.
-Es evidente que tú no tienes ninguno.
-Si lo que quieres saber es que si iba a ser virgen en nuestra noche de bodas, Olivia, la
respuesta es no -contestó, e hizo tamborilear los dedos sobre la mesa-. Mira, Livvy, había
imaginado que éramos los dos lo bastante maduros para enfrentarnos a esta situación sin
dificultades. Me había imaginado que tú conseguías lo que querías y yo conseguía lo que
quiero. También había dado por hecho que si. de mutuo acuerdo, en algún momento de esos
seis meses, queríamos dormir juntos lo haríamos, porque creía que los dos éramos lo
suficientemente maduros como para saber digerirlo, pero es evidente que me he
equivocado. Quizás no debería haberte hablado de matrimonio, pero ya que te parecía tan
bien la idea de un matrimonio no consumado en esa maldita historia tuya. pensé que en la
vida real tampoco seria un problema para ti.
-Es obvio que tienes una opinión muy baja de mi -se quejó, airada.
Él se encogió de hombros y no dijo nada.
-¿Y bien?
-Sí -contestó al fin, tras tomar un sorbo de agua-. Debe ser.
-¿Qué ha pasado esta vez? ¿En qué me he equivocado?
-¿Cuántos años tienes? ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco? Sin duda los suficientes como
para haber aprendido un poco más de la vida. No me extraña que quieras escribir cuentos
para adultos. Lo que me pregunto es cuánta gente querrá leerlos... si es que consigues
terminar ese libro entre ayudar en la tienda de tus padres y estudiar raíces y hojas, claro.
-¡Tengo mis ideales! ¡Eso es todo! -explotó, indignada.
-¿Ideales? Sí, claro, no haces más que hablar de ello, pero ¡qué mierda de ideales son
esos! Se supone que estás comprometida con tu trabajo, pero no estás dispuesta a
aprovechar la oportunidad de continuar con él cuando te la ofrecen. Estás comprometida
con esa historia antigua, pero no estás dispuesta a aprovechar la oportunidad de estudiar el
documento original. Estás comprometida con el amor, pero no estás enamorada de nadie. Es
decir, Livvy, ¿a qué se reduce todo esto? Porque no pensarás que va a aparecer un caballero
montado en un corcel blanco en la tienda de tus padres parta pedirte que te cases con él
entre kilo y kilo de manzanas, ¿verdad? ¿Y qué harías en ese caso? ¿Cómo procederías?
Tienes principios, así que no podría funcionar.
Incongruentemente. Livvy se echó a reír a carcajadas.
-Lo siento -dijo, tapándose la boca, pero incapaz de dejar de reír. Tomó un sorbo de
vino-. No pretendía reírme, pero es que ha sido una imagen tan absurda que no he podido
evitarlo.
El se la quedó mirando con incredulidad.
-Mira, no puedo evitar tener ideales -dijo cuando consiguió controlar la risa-. Siempre
los he tenido. Es mi forma de ser.
Leon suspiró.
-¿Que no puedes evitar tener principios que no significan nada en absoluto? ¿Por qué
no te limitas a vivir sin ellos? Te ahorrarías mucho tiempo.
-¿Y terminar como tú? No gracias.
-¿Estás segura de que lo que tienes vale tanto? Livvy tomó un pedazo de su barrita de
pan, pero lo dejó caer en el plato.
-¿Por qué malgastas tu tiempo discutiendo conmigo? -le preguntó-. ¿Por qué no estás
ya buscando a alguien dispuesto a aceptar tus condiciones? Estoy harta de esta
conversación.
Leon se recostó en su silla y la miró sin hablar un momento.
-Quiero dejar zanjado este asunto lo antes posible. Es simplemente una cuestión de
tiempo. Livvy. Cualquier otra potencial señora Roche está ahí fuera -dijo, haciendo un gesto
hacia la puerta-, y yo no tengo tiempo de salir a buscarla. Tienes que ser tú.
Livvy se cubrió la cara con las manos. La verdad es que sentía lástima por él. Era tan
rico, tan poderoso, tan atractivo, tan ocupado... ¡Maldita sea! La gente que tenía que
inspirarle lástima era esa pobre gente que dentro de seis meses se iba a quedar sin trabajo
porque no había aparecido una buena mujer que civilizara a Leon Roche.
Dejó caer las manos pero sin abrir los ojos, se mordió los labios, primero el de arriba,
luego el de abajo, se frotó las palmas de las manos, y por fin, abrió los ojos.

CAPÍTULO 5

-Y¿Bien?
- Y bien, ¿Qué?
-Supongo que tanto gesto quiere decir que las negociaciones han terminado. ¿Hay
trato o no lo hay? -No lo hay. Lo siento.
-Estás tirando piedras contra tu propio tejado, Livvy.
-No es cierto. Lo que estoy haciendo es respetarme a mí misma y a los míos. Mis
padres no podrían asimilarlo, y siento demasiado respeto por ellos para decepcionarlos de
esa manera.
Él la miró con los ojos entornados. -Es verdad -añadió ella.
-Así que ahora es ésa tu única reserva, ¿eh? La reacción de tus padres. ¿Tan cerca
estabas de aceptar?
-Sí -contestó después de pensárselo un instante-. Creo que por un momento he estado
a punto de aceptar -dijo, y se abrochó la chaqueta, preparándose para levantarse de la
mesa.
-¿Dónde has dejado el coche?
-En Islington, delante de mi casa. O de lo que antes era mi casa. ¿Por qué? ¿Es que te
estás ofreciendo para llevarme?
-No -contestó, tras mirar su reloj-. No tengo tiempo. Pero llamaré a un taxi.
-No te molestes. Puedo arreglármelas sola en el mundo sin tu ayuda. Lo creas o no,
llevo ya algún tiempo haciéndolo.
Y dicho esto, se alejó rápidamente de él.
Mejor sería llamarlo en cuanto llegase a casa y... ya tendría que contarles a sus padres
toda la verdad. Jamás lo comprenderían. La creerían loca; pero eso era algo que no podía
evitarse.
Resignada, abrió la puerta de cristal de la tienda y entró. En ese momento, su madre
bajaba por las escaleras.
-¡Livvy! Gracias a Dios que has vuelto. ¿Por qué no nos habías hablado de tu amigo, el
señor Roche?
-Ah, sí. Llamó esta mañana, ¿no?
Su madre la abrazó por los hombros y le apartó el pelo de la frente con el mismo
ademán que usaba cuando Livvy era pequeña.
-Ponte un poco de carmín, rápido. Está arriba, esperándote en el salón.
No es que fuese una sorpresa mayúscula, aunque le sorprendía cómo había sido capaz
de llegar tan deprisa. Sin duda estaba dispuesto a volver a la carga. No era un hombre que
se rindiese fácilmente. En fin, podía ahorrarle el esfuerzo.
-Mamá, ¿por qué sonríes de esa manera?
-¿Estoy sonriendo? -Moira Houndsworth intentó fruncir el ceño-. No es verdad.
-Yo diría que es una de esas sonrisillas tuyas... no sé.
Su madre arqueó las cejas.
-Bueno, ya sabes... es de esa clase de hombres, ¿verdad? Sabe cómo hacer que la
gente se sienta a gusto. Y de todas formas, cariño, es todo tan excitante que cualquier
madre sonreiría, ¿no crees? -le preguntó, y la abrazó con efusividad.
Livvy abrió los ojos de par en par.
-Un momento... espera un momento. Dime qué te ha dicho.
Pero su madre no tenía intención de esperar.
-Ahora no hay tiempo, Livvy. Venga, date prisa. Menos mal que tenías ese traje que te
compré para la boda de la tía Milly.
Livvy subió las escaleras con la cabeza funcionándole a toda velocidad.
-¿Qué os ha dicho exactamente? -le preguntó a su madre.
-Nos lo ha contado todo, creo yo. Pero haz el favor de callarte, que te va a oír.
Estaba sentado a un lado de la chimenea artificial tomando una taza de café, con el
platillo de la taza sobre la bandeja que sostenía en la mano una bailarina de porcelana.
Sujetaba la taza con dos dedos de cada mano, que parecía increíblemente pequeña.
-Y bien -dijo Livvy cuando él se volvió a mirarla de aquella manera tan penetrante y
tan suya-, ¿qué le trae por aquí, señor Roche?
-Pero bueno, Livvy... no hay por qué ser tan tímida -le contestó, sonriendo-. Ya se lo he
explicado todo a tus padres.
-¿Todo?
La sangre empezaba a retumbarle en los oídos.
-Ha venido a pedirnos tu mano, Livvy -le explicó su padre, conteniendo a duras penas
la emoción, y cuando Livvy se volvió a mirarlo, le encontró sonriendo de oreja a oreja y con
los ojos brillantes-. Estoy muy orgulloso, hija. Es muy poco corriente que un hombre
muestre tanto respeto por un padre en los días que vivimos.
Livvy tragó saliva, horrorizada, y al mirar a su madre, la encontró secándose el rabillo
del ojo con un pañuelo de papel rosa.
-Es increíble esto del amor a primera vista --suspiró-. Claro que nosotros no tuvimos
oportunidad de hacer algo así en nuestros tiempos, ¿verdad, papá? -y para beneficio de
Leon, explicó-: No había tanto dinero como hay ahora. Teníamos que ser novios durante
años para poder ahorrar hasta el último penique. La gente se enamoraba a primera vista en
la guerra, pero claro, eso no es lo mismo.
Leon sonrió.
-Aún así, señora Houndsworth, como ya les he dicho antes, esto iba a ser una
tremenda sorpresa para Livvy, a pesar del hecho de que estemos profundamente
enamorados. Está un poco aturdida, ¿verdad, cariño? De hecho, precisamente esta mañana
me ha hablado de su preocupación por cómo iban a tomárselo ustedes, ¿verdad, Liv?
Livvy abrió la boca, pero la cerró sin pronunciar palabra.
-¿Estás contenta, hija? -le preguntó su padre.
Livvy se las arregló para vencer la rigidez de sus músculos y asentir.
-¿Que estabas preocupada por nosotros? -repitió su madre-. Por amor de Dios. Livvy.
¿qué te pasa? Leon es un hombre tan... encantador -añadió, haciendo un mínimo gesto con la
cabeza hacia él-. Es precisamente la clase de hombre que siempre esperábamos que
llegases a conocer, con ese talento tuyo, tu físico y todo eso... -y volviéndose hacia Leon,
añadió-: Estamos encantados, señor Roche. No podríamos estar más contentos. ¿verdad,
papá? No lo haga caso a nuestra Livvy. A veces tiene ideas un tanto raras, pero al final
suelen quedarse en agua de borrajas. Es una chica encantadora que siempre ha tenido el
corazón en su sitio.
-Pero es que... -balbució Livvy- ...ah... aunque nos hemos... enamorado así, de repente -
su voz sonó particularmente ahogada en ese punto-, nosotros... mm... bueno. apenas nos
conocemos. Creo que habría que pensar un poco más en lo de... la boda.
Leon se levantó del sillón, se acercó a ella y mirándola a los ojos, sonrió de aquella
manera suya tan especial. Después apoyó las manos sobre sus hombros mientras ella lo
miraba aterrorizada.
-Lo siento, Liv... -murmuró-. Quizás no debería haber venido sin habértelo comentado
antes, pero es que no podía esperar un momento más a que aceptases ser mi esposa -dijo, y
le dio un pequeño beso en la nariz-. Y tampoco podía permitir que estuvieras preocupada
dándole vueltas en la cabeza a cómo decírselo a tus padres -añadió, y con la palma de la
mano la obligó a apoyar la mejilla sobre su corazón.
La fuerza de sus brazos era increíble, pero más increíble aún era comprobar que
dentro de él parecía tener un corazón humano.
-No podía soportarlo -continuó con un quejido-. Verás, es que yo sabía que tus padres
iban a alegrarse muchísimo cuando recibieran la noticia, como así ha sido. ¿Es que no lo ves,
cariño? -suspiró-. Ya no tienes por qué preocuparte. He venido hasta aquí para solventar la
última duda que tenías -y añadió con sarcasmo-: tu virtud sigue intacta.
Livvy sintió que las mejillas se le encendían.
-¿He sido muy malo? -susurró con una vocecilla tan falsa que Livvv estuvo a punto de
echarse a reír, pero él acababa de deslizar las manos hasta su espalda, creando con ello una
sensación erótica como un torbellino que la dejó muda.
-Has sido muy, muy malo -contestó, cuando por fin fue capaz de hablar.
Él volvió a sonreír y la abrazó contra su pecho. -¡Ah! -suspiró su madre en el mismo
tono que lo hacía viendo las telenovelas.
Livvy miró a sus padres que estaban el uno al lado del otro, tomados del brazo y
sonriendo dulcemente.
-La cuestión es que... veréis. como no nos conocemos bien, tengo miedo de que
casándonos tan deprisa... mm... es que bueno, imaginaos que dentro de unos meses, digamos
seis, por poner un número, descubrimos que... mm...
-Eso no ocurrirá --contestó Leon, tomándola por la barbilla para obligarla a mirarlo-.
El amor lo puede todo, Livvy. Tú mejor que nadie deberías saberlo. Al fin y al cabo, ése es el
tema de tu libro nuevo, y va a ser también el tema de tu nueva vida.
Livvy pensó en gritar, pero no sabía si su voz respondería.
-Bien dicho -murmuró su padre.
-Sí, pero es que...
-Sh... -murmuró Leon, besándola en la frente-. Somos distintos, ¿no? Y sin embargo,
supimos todo lo que hay que saber el uno del otro desde el mismo instante en que nos
miramos por primera vez, ¿no es así?
Intentó darle disimuladamente una patada en la espinilla, pero sólo consiguió medio
caerse contra él. Dios mío... Cada contacto con su cuerpo encendía en ella las llamas de la
pasión que en aquel momento la estaban torturando allí mismo. delante de sus padres.
Él apoyó la barbilla sobre su pelo mientras describía pequeños círculos en su nuca.
Apenas pudo controlar un gemido.
-Señor Houndsworth -murmuró él, fingiendo sentirse profundamente conmovido por la
proximidad de la mujer que amaba-, hay una bolsa con una botella de champán en mi coche.
¿Quiere hacer usted los honores?
-Vamos, papá -susurró su madre-. Vamos a dejarles unos momentos solos.
Leon lo cronometró todo a la perfección. En el mismo instante en que sus padres salían
de la habitación, pero aún a tiempo de que pudieran verlo, la besó en los labios con tanta
pasión como si no pudiera contenerse un instante más.
En cuanto la puerta se cerró, Livvy se apartó de él, pero era ya demasiado tarde. Ya
había probado su boca, y su sabor se había quedado impreso en sus labios.
-¿Puede saberse qué demonios te traes entre manos, Leon Roche?
Él se pasó la lengua por los dedos y sonrió.
-Antes dijiste que no querías engañarles. así que he decidido hacerlo yo por ti.
-¡Maldito canalla! ¡Debería matarte por esto!
-¿Por besarte? ¿No crees que sería llevar las cosas demasiado lejos? Al fin y al cabo,
ha sido un beso bastante agradable. Me alegro de que las circunstancias me hayan obligado
a volver a hacerlo.
-¡Deja de decir idioteces! ¡Es increíble! ¿Cómo has podido hacer algo así?
-¿Yo? Esa pregunta es fácil de contestar. Soy un hombre sin ninguna clase de
escrúpulos, Livvy. Eres tú la única que tiene principios, ¿recuerdas?
Ella se cruzó de brazos, intentando sofocar las sensaciones que persistían aún en su
interior aunque estuviesen separados.
-Te odio --escupió.
-¿De verdad? Me temo que no eres tan sincera como dices -replicó él.
-¿Y qué demonios quieres decir con eso?
-Pues que podrías haberme contradicho delante de tus padres, pero no lo has hecho.
Es decir, que después de tanto remilgo, estás dispuesta a engañarles sin más.
-Sólo porque mientras venía para acá, he cambiado de opinión en cuanto a lo de
casarme contigo. Me ha parecido menos doloroso seguir con tu versión que decirles la cruda
verdad. Y de todas formas, si les hubiera dicho la verdad después del montón de mentiras
que debes haberles contado, se habrían opuesto con uñas y dientes a que me casara contigo
después de haber visto la clase de cínico que eres. Ya que había puesto en marcha el
engaño, sólo podía seguir con tu mentira. Deberías estarme agradecida.
Leon se acercó a ella.
-¿De verdad? -le preguntó con escepticismo, y ella retrocedió-. Vuelve a ponerte en
posición, rápido -le ordenó, mirando hacia la puerta-. Acabo de oír el
tapón de la botella. Pueden volver a entrar en cm~ momento.
Y volvió a tomarla entre sus brazos y a besarla, pero Livvy esperó a que sus padres
estuvieran en la habitación y entonces le mordió con fuerza. Él no dio signos del dolor que
con toda seguridad debía haberle causado, sino que con toda ternura y con pequeños besos
de despedida, se separó de ella.
-El amor... -suspiró su madre-. Bueno, venga, venid a brindar, que para la semana que
viene, a estas alturas, ya estaréis casados. Tendréis todo el tiempo del mundo para
arrumacos entonces.
-¿La semana que viene? -murmuró Livvy débilmente.
-El jueves -contestó Leon-. He solicitado una licencia especial. Tendremos que
ponernos manos a la obra con las invitaciones.
-¡No! - -contestó rápidamente Livvy. Acababa de darse cuenta de que los dos podían
jugar a aquel juego-. No, Leon -repitió con voz almibarada-. Me lo prometiste, ¿recuerdas?
Sólo tú y yo.
-¿Y tus padres como testigos?
-Eh... sí. Claro. Sólo mis padres como testigos. Será mucho más romántico así. Y
también quiero lo demás que me prometiste: que no nos veamos más hasta el día de nuestra
boda. Te echaré muchísimo de menos, y sé que tú a mí también, pero así será mucho más
romántico, ¿no crees? Bébete tu champán, que la próxima copa que nos tomemos juntos, lo
haremos como marido y mujer.
Livvy se pasó la semana en estado de total desconcierto, y sin dejar de pensar en
Leon Roche como en el ser más vil de la tierra. Lo único bueno es que ese sentimiento le
sirvió para hundirse en su trabajo con futuros médicos no podía perder el tiempo pesando
zanahorias.
-He hablado con él por teléfono.
-Sí, bueno, pero ¿qué pasará con esas dos señoras a las que mi madre les lleva la cena
todos...?
-Lo sé. Tu hermano se ocupará también de eso. -¿Ian?
-Ian será médico dentro de poco y tendrá un montón de señoras de edad como
pacientes, así que ha estado de acuerdo en que las prácticas le vendrán muy bien.
-Aún así...
-lan también es hijo de tus padres -le interrumpió.
-Así que te has aprovechado del hecho de que mis padres le hayan educado para que
tenga conciencia para engañarle a él también, ¿no?
-Livvy, ¿es que no quieres que tus padres tengan las mejores vacaciones de su vida, o
de que tu hermano tenga la oportunidad de practicar incluso antes de haber terminado la
carrera?
-Sí claro que quiero. pero...
-Pues entonces, ¿cuál es el problema?
-Nada -contestó, irritada-. Vamos. Entremos de una vez.
Pero él contestó que no con la cabeza, y tras cerrar la puerta del coche, caminó hasta
la pared del edificio y se apoyó en ella.
-La última pareja no ha salido aún, y tienen seis damas de honor. No me apetece
meterme ahí dentro con ellos. Esperaremos aquí fuera.
Livvy se apoyó también contra la pared pero dejando bastante espacio entre los dos.
Ojalá se hubiese puesta una camisa debajo de la blusa, pero es que parecía que iba a ser un
día tan caluroso...
-Estás muy guapa -dijo él como si le hubiera leído el pensamiento.
-¿Cómo dices?
-No se me habría ocurrido pensar que los colores fuertes te quedasen bien con el tono
cobrizo de tu pelo, pero es así. Quizás sea porque tu piel no es pálida.
Livvy se tocó sin querer un pómulo, pero no contestó.
-¿Te has hecho tú ese traje? -le preguntó él-. No había visto nunca algo así.
-Yo elegí la tela y le puse los adornos. Una amiga mía me lo hizo.
-Ya... Una de esas que nunca me encontraría en el Street Café, ¿no?
Livvy pensó en su amiga Cassie y suspiró. Ultimamente, hasta cabía la posibilidad de
que cenase allí todos los días. En qué pocas cosas se podía confiar...
Él miró su reloj de platino, medio oculto por el vello de su brazo. y Livvv se estremeció
al recordar cómo ese mismo vello descendía por su estómago para perderse más allá de la
cinturilla de sus pantalones.
-Celebraremos una comida en el Golden Nightingale y después he pensado que...
-Y después, tengo que trabajar -espetó ella-. No puedo permitirme perder el tiempo
mientras esté en Londres. Interpretaré mi papel durante la comida, pero después, me
marcho a la biblioteca universitaria. Tú puedes hacer lo que quieras.
El sonrió.
-No es una forma demasiado romántica de pasar el día de nuestra boda.
-Golden Nightingale... -murmuró ella. Aquel condenado lugar hacía sido construido
recientemente en una de las mejores zonas de la ciudad y era famoso por ser el hotel más
romántico de Londres. El más romántico, el más caro, el más...
-No importa -dijo él, bostezando-. Por mí no hay problema. Siempre que no hagas nada
que pueda delatar la naturaleza de nuestro matrimonio, no hay problema. Puedo pasar la
tarde en casa de Katya. Siempre está deseando verme.
¿Celosa? No, ni una pizca. No podían ser celos lo que estaba sintiendo, porque no había
razón para ello. Era repugnancia. Eso era.
-Y está soltera, supongo.
-Está soltera -corroboró él, mirándola intensamente-. Tendré que pasar por mi oficina
un instante antes de que nos vayamos a Herefordshire. Ha surgido un asunto complicado
esta mañana. Te veré allí a las cinco, preparada para irnos a Purten End.
-Si me das unas llaves de la casa, puedo ir yo antes.
Él arqueó una ceja.
-De ninguna manera contestó—. No pienso permitirte deambular por allí sin que antes
hayamos establecido ciertas reglas. Puedes venir conmigo. y cruzaré el umbral contigo en
brazos para elegir dónde exactamente quiero dejarte. A los ojos del resto del mundo, Livvv,
somos una pareja de recién casados locos de amor el uno por el otro. Podemos ser tan poco
convencionales como queramos en ciertas cosas, pero esas ciertas cosas tenemos que
hacerlas. No lo olvides.
El corazón de Livvy se disparó, pero antes de que pudiera contestar, un montón de
damas de honor vestidas de verde aparecieron a su lado en una nube de confeti. Leon la
tomó por un brazo y juntos pasaron al lado de una novia vestida de blanco y un montón de
alegres invitados y entraron en el silencioso recibidor.
Cuando Livvy volvió a mirarlo, se quedó con el aire paralizado en los pulmones. Tenía el
pelo lleno de confeti y los rasgos de su cara brillaban por la purpurina que alguno de los
invitados debía haber tirado al aire. Todo ello le confería un aspecto extraño. casi
inhumano, con aquel oro brillándole en la cara, y Livvy sintió debilidad. ¿Por qué demonios
quería pelearse con, aquel hombre?
El la miró también y sonrió.
-Estás toda brillante -dijo con voz profunda-. Estás preciosa, Livvy. Preciosa.
Livvy se rozó con la lengua los labios y se dio cuenta de que ella también tenía
purpurina dorada en la cara. Estar al lado de él y oírle decir algo así le había vuelto a
acelerar el corazón, así que apartó la mirada. Siempre había esperado casarse algún día, y si
ese día de verdad llegaba alguna vez, estaría igual que en aquel momento, junto a su novio,
esperando. ¿Se sentiría en ese momento igual que se había sentido al mirar a Leon,
salpicado de polvo dorado? ¿Se sentiría tan bien. tan orgullosa, tan feliz como se había
sentido cuando él le había hablado?
Con los ojos temerosos, miró al hombre que, frente a ellos, hablaba de matrimonio.
-¿Preparada? -le preguntó Leon. abrazándola por los hombros y mirándola por primera
vez con unos ojos que no parecían sino negros, reflexivos y profundos.
Incapaz de hablar, Livvy asintió.
-Yo no tengo anillo -dijo Leon cuando llegó el momento de intercambiarlos-. Y estoy
seguro de que tú tampoco, ¿verdad? -le preguntó, divertido.
Livvy contestó que no con la cabeza, apretando los puños.
-Entonces, te daré una medalla en lugar de un anillo -dijo, e inclinándose hacia ella, le
prendió cn la blusa un broche de diamantes, justo sobre el corazón, y Livvy estuvo a punto
de gritar el sentir el roce de sus dedos.
Cuando por fin él volvió a incorporarse, se miró el broche, delicado y de diseño muy
bonito en forma de luna, y enrojeció.
-Puede besar a la novia -dijo por fin el oficiante de la ceremonia.
-Bien -contestó él, y mirando a Livvy, añadió-. Será aún mejor, después de haber
estado una semana sin ti. ¿No crees, cariño?
Ella se puso de puntillas y brevemente le besó en los labios, apartándose de él a toda
velocidad.
-Mucho mejor. Mucho menos doloroso -le dijo él al oído, refiriéndose a la última
ocasión en que ella le había mordido-. Lo estás haciendo muy bien, cariño. Has conseguido
sobreponerte muy bien a los nervios de antes de la boda. Sigue así.
Ella se limitó a asentir, y se apresuró al firmar dónde le indicaron, al lado de la
caligrafía confusas pero firme de Leon.
Cuando todo terminó, Leon le pasó un brazo por la cintura y la condujo a ella y a sus
padres fuera del edificio. El Rolls-Royce blanco estaba esperando, con un chófer
uniformado abriéndoles la puerta.
-Ahora, disfrutad cada momento del crucero. Os recogerán en el aeropuerto y os
llevarán a Bloomingdale antes de ir al barco. Y por favor, utilizad con toda libertad esas
tarjetas de crédito. Quiero que disfrutéis de todo como una forma de daros las gracias por
darme el mejor regalo que he tenido jamás.
Y abrazó a Livvy con tanta fuerza que no la dejó respirar.
-Señor Roche... Leon... -balbució su madre, pero él la silenció con un gesto de la mano y
una de sus sonrisas.
Mientras la pareja subía al coche, una de las damas de honor vestida de verde, echó
sobre sus padres un gran puñado de confeti.
-¡Que seáis buenos! -gritó la chica sonriendo, y a Livvy se le llenaron los ojos de
lágrimas al verlos tan felices como unos recién casados, y no tuvo más remedio que alejarse
un poco de Leon. El corazón le pesaba como si fuese de plomo.
-Y ahora, ¿qué hacemos? -le preguntó.
-Ir al hotel.
Tenía la sensación de que iba a marearse.
-¿Por qué me has dado esto? -le preguntó, mirándose el broche.
-Me ha recordado a la forma en que te brillaban los ojos el primer día que viniste a
verme -bromeó. -Estaba estudiando tus músculos –murmuró ella a la defensiva.
-Sí... eso es lo que dijiste. He creído que era más honesto que un anillo.
-No me gustan las mentiras.
-Es un poco tarde para eso. ¿no crees? De todas formas, los personajes de tu
maravillosa historia de amor, mintieron en la iglesia ante Dios. ¿No es eso peor?
Livvy sintió que las mejillas le ardían.
-Voy a quitármelo y te lo devuelvo... espera.
Leon le tomó la mano con la que intentaba abrir el broche.
-No es necesario.
¿Pero por qué tenía que tocarla?
-Sí que lo es. Leon. No es más que un...
-Es un regalo -la interrumpió con determinación. -Bueno... si tú lo dices...
-Yo lo digo.
Estaba tan cerca de ella... Sentía de tal manera su calor... Dios, aquello se iba
complicando por minutos. -Esperemos que los dos consigamos lo que qucremos de este
matrimonio. ¿eh. Livvy?
-Sí...
La tensión casi palpable de su voz anunciaba su deseo casi más que un gemido lo
hubiera hecho.
Leon estaba a su espalda, y la acercó a él un poco más.
-¿Sigues sin sentirte tentada, Livvy? -le preguntó con suavidad.
Un gran estremecimiento de deseo le recorrió la espalda.
-No -contestó-. Ni lo más mínimo.
-Mentirosa contestó él, y soltó sus hombros-.Vamos. Sube en mi coche antes de que
aparezca algún guardia.

CAPITULO 6

T E DEJARÁN comer aquí sin corbata? -le preguntó en voz baja a Leon cuando
entraron en el impresionante recibidor del Golden Nightingale.
-Comeremos en la suite nupcial, así que no creo que les importe lo que lleve puesto.
-Ah... Yo creía que el objetivo de todo esto era hacernos ver.
-¿Ah, sí?
-Por supuesto. Al fin y al cabo, apenas vamos a hacer uso de... mm... las instalaciones,
¿no?
-No importa. Puedo permitírmelo -bromeó él. Livvy suspiró, pero prefirió no discutir.
-Vamos al bar a tomar el aperitivo -sugirió él-. Podemos exhibirnos allí durante diez
minutos, si es lo que quieres.
-Claro que no es lo que quiero -suspiró.
-¿Es que prefieres subir directamente a la suite nupcial?
-¿Cómo lo haces? -le preguntó con un gemido-. Me agotas. Vamos a tomar esa copa.
Puede que me siente bien.
Leon se sonrió y la condujo hacia el bar.
-Aquí es. Ya puedes exhibirte. Todo el mundo te va a ver a la perfección desde aquí.
Y así fue. Cada vez que las puertas de cristal del bar se abrían, todo el mundo la
miraba. Hasta el camarero sólo parecía tener ojos para ella.
-Esto es horrible -murmuró-. Todo el mundo nos mira. ¿Por qué? ¿Es porque no vamos
vestidos de etiqueta?
-Tú no. Tú traje es muy bonito.
-Bueno... pero no es de su mismo estilo.
-Lo que te hace parecer aún más sorprendente a sus ojos.
-Ya he Nevado ese traje otras veces, y nunca he atraído ni la mitad de atención.
-Quizás sea el cambio de situación.
-¿Te refieres a que estoy contigo?
Leon sonrió.
-No. Me refiero a que te estás codeando con gente que se puede permitir cualquier
clase de ropa, y que te está juzgando bajo su propio prisma. No están pensando iqué manos
tiene Livvy para haberse hecho algo tan bonito!, sino que se están preguntando qué
diseñador te habrá vestido y cómo podrían conseguir algo parecido. Aún así, es muy amable
de tu parte pensar que es por mí por lo que estamos atrayendo tanta atención. Es que
hacemos una pareja perfecta, ¿verdad, Livvy?
-Cállate, Leon.
Leon no dijo nada más, pero tuvo sensación de triunfo.
En aquel momento, otro hombre entró al bar y. por supuesto, se la quedó mirando,
pero no se quedó sólo en eso, sino que se acercó decidido a su mesa. Era un hombre
atractivo que debía rondar los sesenta, con pelo blanco y una sonrisa cautivadora.
-Maldita sea -murmuró Leon entre dientes al verle acercarse, y se puso de pie-.
Richard... me alegro de verte -le saludó, tendiéndole la mano.
-¡Leon, diablillo! -le saludó el hombre afablemente-. ¿Pero no te casabas hoy?
-Ya lo he hecho, Richard. Déjame presentarte a mi mujer... Olivia Roche. Livvy, te
presento a Sir Richard Gallagher.
-Oh... -Livvy sonrió con modestia. ¡Socorro! No había contado con conocer al hombre
en cuestión tan pronto. No había tenido tiempo de preparar su estrategia-. Mm... ¿cómo
está usted? -balbució, tendiéndole la mano.
Él la tomó entre las suyas y se la acercó a los labios.
-¡Querida! -exclamó, sonriendo-. ¡Qué delicia! He oído hablar mucho de ti, y todo ello
formidable. Me han dicho que eres la única mujer capaz de domesticar a este marido tuyo.
Livvy abrió los ojos de par en par. Iba a tener que decir algo al respecto, ¿pero qué?
-Vaya... bueno, pues... mm... espero que sea así. Puedo asegurarle que al menos ésa es
mi intención. señor... mm... Sir Richard. Mis ideales respecto al matrimonio son muy
elevados, y Leon y yo queremos compartirlo todo.
Sir Richard asintió y soltó su mano para volverse hacia Leon.
-Recién casados, ¿eh? -dijo, mirando sus vaqueros y su camiseta.
-Acabamos de volver de la ceremonia -admitió Leon.
-No dejes que este sinvergüenza se salga siempre con la suya -le dijo a Livvy, y se
inclinó para mirar su broche-. Ah, sí. Muy bonito. Ya sé que no debo preguntar por el anillo,
porque no lo hay.
-Richard, ¿es que no tienes tacto? -le preguntó Leon, dándole una palmada en la
espalda-. Acabamos de echarnos el lazo, y Livvy no querrá pasar sus primeras horas de
mujer casada charlando con un viejo zorro como tú. Además, la semana que viene cenaremos
contigo para celebrar la fusión, así que ya tendrás tiempo suficiente de charlar entonces.
¡Ahora, haz el favor de desaparecer!
Richard Gallagher se incorporó y se echó a reír.
-Vale, vale. Ya me doy por aludido -dijo, pero
antes de marcharse, se volvió a Livvy y le dijo-: Empieza tal y como pienses seguir
después, querida.
-¿Qué ha querido decir? -le preguntó cuando se hubo marchado-. ¿Y por qué sabía lo
del broche?
Leon se encogió de hombros.
-Es una tradición en mi familia. Mi padre se lo dio a mi madre en el día de su boda.
-Ah -Livvy miró la preciosa luna de diamantes y sintió un peso en el corazón-. Así que
sabías que él lo sabía y que así... -la voz le falló. Parecía desilusionada. pero no quería tener
que explicarle por qué-. ¿Podemos seguir con la comida?
Leon respondió poniéndose en pie y tomándola de la mano, y los dos salieron en
silencio.
La suite era increíble. Estaba decorada por completo en blanco y plata, con una cama
en forma de corazón y sábanas de satén plateado. Toda inundada de rosas, resultaba
terriblemente vulgar, pero al mismo tiempo deliciosamente suntuosa. A su madre le habría
encantado.
En el balcón había una mesa y sillas plateadas, adornada con un enorme ramo de rosas
y una botella de champán. Leon la hizo sentarse allí y llamó desde un teléfono plateado al
servicio de habitaciones para decirle que estaba ya preparado.
Minutos más tarde, un auténtico batallón de camareros entró en la habitación con
ostras, caviar, salmón ahumado, trufas y aún más flores, y para remate, un gaitero
acompañando la comida con la música de su gaita. Los camareros venían seguidos de otro
montón de botones que venían cargados de paquetes.
Cuando se hubieron marchado todos, miró a Leon boquiabierta.
-¿De qué iba todo eso?
El se echó a reír. -¿Te ha gustado?
-Bueno...
¿Qué podía decir?
-¡Por supuesto que no! No tenía que gustarte, porque lo que yo quería era que te dieras
cuenta de las cosas tan extraordinarias que el dinero puede comprar. Y ahora dime, Livvy,
¿cómo crees que habría reaccionado Rosamunda?
-Habría... Bueno, supongo que se habría sentido complacida de alguna manera -
admitió-. Por supuesto no habría vendido su alma por un montón de regalos, pero creo que
se habría sentido complacida.
Leon sonrió.
-Abre alguno.
Livvy abrió el primer paquete. Era una gargantilla de oro. Después otro más grande.
Era un vestido de baile. Y otro más pequeño resultó ser las llaves de un coche.
-Me temo que no podrás recogerlo hasta la próxima semana. Está pasando por la
aduana.
Las mejillas se le pusieron al rojo vivo.
-¡No puedo aceptar todo esto! No formaba parte del trato.
-Abre alguno más.
Con el corazón latiéndole con fuerza, abrió otros pocos paquetes más pequeños. Ropa
interior de seda. Un vestido verde de cocktail del mismo color de sus ojos. Sandalias
doradas.
-Yo... no sé qué decir -admitió-. ¿Por qué? -Eres mi mujer.
-Ah... ya.
Claro. Iba a necesitar esa clase de cosas cuando tuviera que ser vista con él en
público. Pero aún así estaba sorprendida, y no sabía qué hacer con todo aquello. Acarició la
tela del vestido azul de baile. Era realmente precioso. Estaba conmovida. Tenía que ad-
mitirlo aunque sólo fuese ante sí misma.
-Yo... -tomó el vestido de cocktail-. ¡Si hasta es de mi talla!
-Me alegro.
-¿Cómo has sabido cuál era mi talla?
-Bueno, digamos que te describí a una amiga mía. Es más o menos de tu misma
estatura.
Livvy dejó el vestido sobre la pila de papel de regalo y se mordió los labios. No es que
estuviese celosa, porque eso no tendría sentido, pero estaba sintiendo algo en la boca del
estómago. Debía ser la culpabilidad.
-No quiero todo esto, Leon -le dijo-. De verdad, no lo quiero.
-¿Por qué?
Ella suspiró. La semana anterior había estado pensando mucho en lo de domesticar a
Leon Roche. Había considerado la posibilidad de ponerle delante de las narices artículos
sobre el desempleo y escuchar música clásica constantemente a su alrededor, pero no
estaba segura de que esas tácticas surtiesen algún efecto, y al final había llegado a la
conclusión de que debía usar su propio comportamiento como ejemplo. Si regía todas y cada
una de las facetas de su vida de acuerdo con sus principios, podría demostrarle que había
otra forma de vivir.
-Pero te gustan. ¿no?
-Sí, claro que me gustan. Son... preciosos.
-Entonces, ¿cuál es el problema? Incluso has admitido que hasta a Rosamunda le
habría encantado que le hubiesen hecho regalos.
-Bueno... sí. Pero en realidad, aunque Rosamunda comiese comidas elegantes y llevase
ropa elegante se pasaba seis meses en el campo dispensando caridad, lo que quiere decir
que no se transformó en una gran dama de la noche a la mañana, sino que siguió siendo ella
misma. Yo... mm... mira Leon, supongo que estoy preparada para llevar estas cosas como
parte de mi nueva persona pública, pero no creas que me impresionan. No quiero llevarlas
salvo cuando tenga que interpretar el papel de ser tu esposa.
Él la miró impasivo.
-Me parece bien. Para serte sincero, me ha sorprendido que los abrieses.
-Vaya...
-Nos va mucho mejor desde que nos hemos casado, ¿no crees? Creo que el matrimonio
te sienta bien, y que ya has empezado a moverte en la dirección adecuada. Livvy -apoyó los
codos en la mesa y la barbilla sobre las manos para mirarla sonriendo-. ¿Quieres que te dé
algo de dinero para obras de caridad? Puedo disponer una cuenta bancaria para que puedas
andar por el campo dispensando tanta caridad como te plazca.
-¡No!
-¿Es que no querrías un poco de dinero para hacer obras de caridad?
-Sí, claro que lo querría, pero lo que yo quería decir... bueno, tú ya me entiendes... la
cuestión es que... -Livvy cerró los ojos-. La cuestión es que...
-Que preferirías dar pequeñas cantidades pero de tu propio dinero que grandes
cantidades del mío, ¿no?
-Yo... sí, supongo que sí.
-Si das pequeñas cantidades de dinero, no conseguirás hacer tanto bien a la gente a la
que se lo das, pero a cambio tú te sentirás de maravilla, mientras que si es mi dinero el que
das...
-Mira, Leon, aún no he podido poner en orden mis ideas. Es algo importante, y sólo
hace cinco minutos he tenido a un gaitero escocés soplándome en el oído. ¿Es que no
podemos dejar esta conversación para más tarde?
Él frunció el ceño, como si estuviese concentrándose en algo.
-Creo que Rosamunda habría dado grandes cantidades del dinero de su marido, porque
no habría tenido dinero propio que dar. ¿Eso hace de ella una mujer con más o con menos
principios que tú?
-Yo... Leon, ¿podemos dejar esta conversación para después, por favor?
Leon sonrió divertido.
-Pero yo creía que querías compartir tus ideales conmigo, Livvy -replicó, y se llevó
lánguidamente una ostra a la boca.
Dios del cielo... aquello iba de mal en peor. Era como si estuviese observando su boca
en primer plano: cada curva y cada línea; el brillo de esos dientes blanquísimos y perfectos;
la concha opalescente y las formas brillantes y húmedas de la ostra. La tentación voló,
plateada y blanca, en la suave brisa del verano. No estaría sucumbiendo, ¿verdad? No seria
esa la razón por la que parecía que las cosas iban mejor, ¿no?
-Mira, tengo que irme -dijo de pronto, poniéndose en pie-. Tengo cosas que hacer, ya
te lo he dicho antes... Tengo trabajo.
-Quédate media hora -le pidió él.
-¿Media hora? -repitió con un chillido ahogado. ¡Todo podía pasar en media hora!-.
Necesito tiempo para pensar. Tengo que irme.
-No será que te estás sintiendo tentada, ¡verdad, Livvy? Tentada por esta muestra de
poder y dinero...
-No --contestó ella, y para demostrárselo. dio media vuelta y caminó hasta la puerta-.
Yo... mm... ya nos veremos más tarde -dijo con voz tensa-. Tengo
que terminar un trabajo importante. A las cinco has dicho, ¿no? En tu despacho.
-A las cinco -corroboró él.
A las cinco en punto se presentó ante su secretaria sintiéndose cansada y polvorienta
de haberse pasado la tarde en varias bibliotecas rebuscando información en libros de
historia.
-Dile que espere un momento, Lulú -oyó la voz de Leon por el interfono-. Ofrécele una
taza de café y cuida de ella mientras tanto.
La secretaria, una joven de unos dieciocho años y de esbelta figura, se volvió hacia
ella.
-El señor Roche le pide disculpas, pero...
-No te preocupes, que sé que no se ha disculpado -suspiró, dejándose caer en una de
las sillas-. He oído perfectamente lo que ha dicho. y la respuesta es sí, me encantaría tomar
una taza de café. Sin azúcar, por favor.
-Está de mal humor -le confió su secretaria en voz baja-. Ha tenido uno de esos días -
añadió, y de pronto, se tapó la boca con la mano-. Bueno, quiero decir que estoy segura de
que ha sido el día más feliz de su vida y que sólo ha estado aquí durante diez minutos... pero
es que nada más llegar él. han surgido unos cuantos problemas que ha tenido que solucionar.
-No te preocupes. Leon y yo nos comprendemos bien.
Y era casi verdad. Ella no le entendía a él, pero él parecía comprenderla a ella a la
perfección.
En los veinte minutos que le costó tomarse dos talas de café, la secretaria de Leon le
dijo que, aunque él la llamaba Lulú, en realidad su nombre era Gina. y que no sabía por qué
preferiría ese nombre. Después le preguntó tímidamente que si había sido bonita la boda, y
Livvy le había contestado que sí, pero decirlo le había puesto los pelos de punta porque en el
fondo había sido una boda maravillosa.
Cuando Leon apareció al fin, vestido con un traje gris marengo que no podía imaginar
de dónde habría sacado, una camisa blanca y una corbata púrpura, Livvy suspiró aliviada.
Dejaba muchas menos cosas a la vista con traje que con vaqueros y camiseta. Se debía
haber lavado también la cara para quitarse la purpurina... afortunadamente.
-He aparcado el Mini detrás del edificio -le dijo sin más preámbulos-. Tengo todo el
equipaje dentro. ¿Te sigo?
El frunció el ceño.
-¿Por qué lo has hecho? ¿No podrías haberlo dejado en Bristol y traerlo más tarde?
-¿Por qué? ¿Qué más te da?
-Estoy cansado y tengo calor. Quiero llegar a casa lo antes posible.
-¿Y qué? Yo no voy a estorbarte. Puedes ir tan deprisa como quieras a Puerten End. Yo
te seguiré en mi coche.
-Puedo hacer que alguien de seguridad ponga todos tus trastos en mi coche -contestó
con irritación creciente-. No tardarían nada.
-Pero en ese caso, me quedaría aislada en Herefordshire sin coche.
-¿Y? Ya me ocuparé yo de que alguien te lo lleve dentro de unos días. De todas
formas, tendrás el nuevo la semana que viene.
-¿Y por qué iba yo a querer estar aislada aunque sea sólo durante unos cuantos días,
Leon? -le preguntó, enfadada.
-Muy bien -contestó él, encogiéndose de hombros con suma frialdad-. Haz lo que
quieras.
Y dicho esto, dio media vuelta y se subió en su coche.
Cuando Livvy llegó a Purten End, vio su coche aparcado a la sombra de un castaño en el
jardín. La casa parecía vacía y tuvo que llamar dos veces al timbre antes de que Leon
apareciese por fuera; se había cambiado otra vez de ropa, y llevaba unos pantalones cortos
blancos y una camisa de polo blanca también. Estaba sudando, y llevaba una raqueta de tenis
en la mano.
-Livvy... por fin -dijo, y la ironía le brilló en los fijos.
-¿Por fin? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-No lo sé. Lo bastante para haberme dado una ducha y pelotear un poco en la pared
del huerto.
-Debes haber sobrepasado el límite de velocidad para haber llegado tan pronto -
espetó Livvy, al borde de su paciencia-. No sé cómo no te han retirado nunca el permiso de
conducir.
-Y yo no sé cómo es que todavía tienes dientes -replicó él, apretando la raqueta en el
puño.
-, Es que no sabes que el muro del huerto es para que los arbustos trepadores se
sujeten, y no para que te entretengas tú estrellando pelotitas? La señora Major dedicó
años a los melocotones.
Los últimos vestigios de diversión brillaron en los ojos de Leon al extender una mano.
-Ven conmigo. Deja que te enseñe el huerto tal y como es ahora.
- ,Cómo? ¿Me estás diciendo que ya has destrozado el huerto? ¿Cuántas semanas
llevas viviendo aquí, Leon? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuánto tiempo necesita un hombre como tú para
convertir una preciosa casa isabelina en un aparcamiento?
-Por amor de Dios, Livvy; no seas tan monótona. ¿Qué demonios te pasa? Vienes de
una familia agradable, no has pasado necesidad en tu vida, eres guapa y tienes talento... y
estás aquí, en un precioso rincón de Inglaterra en una tarde de verano y lo único que se te
ocurre hacer es criticar. Eres una pesada.
-¡Lo que pasa es que estoy furiosa porque no seas capaz de...
-¿Por que mi coche anda más que el tuyo? No soy un conductor suicida, Livvy, pero el
coche es lo bastante potente como para poder ir deprisa con él por la autopista, aunque
reconozco que es mucho más fácil aparcar o callejear por la ciudad con tu coche que con el
mío. ¿Es que no puedes pensar en las cosas positivas en lugar de malgastar toda tu energía
criticando?
-¡Eso no es lo que estoy haciendo!
-¿Ah, no?
Y tras mirarla de arriba a abajo con desdén, caminó hasta la puerta, dejó la raqueta
apoyada contra la pared de ladrillo, sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta.
Livvy le siguió y cuando estaban ya más allá del recibidor. Leon se paró en seco y le vio
inspirar aire profundamente antes de volverse hacia ella.
-¿Por qué no te enseño rápidamente la casa, nos cambiamos de ropa y nos vamos a
cenar? Tenemos muchas cosas de las que hablar, y sería un placer hacerlo con una copa de
vino y una buena comida, ¿no crees? Estoy seguro de que has tenido un día tan largo y
extenuante como yo.
Era evidente que esta intentando controlarse para no volver a discutir, lo que debería
haberle complacido. pero estaba sintiéndose demasiado excitada al verle así, con tanta
carne al descubierto, que estaba demasiado inquieta.
-¿Ir a un restaurante contigo? No, gracias. Ya lo he probado una vez, y no es una
experiencia que esté deseando repetir. Además, he traído unas cuantas cosas de comer. Si
me indicas qué armario puedo utilizar de la cocina, me prepararé la cena.
Leon puso los brazos en jarras con los puños apretados y abrió ligeramente las
piernas, en posición de pelea.
-No suelo cometer errores -dijo entre dientes-, pero me temo que tú eres el peor
error de juicio de toda mi vida.
Y de pronto, la tomó por las muñecas y tiró de ella. Todos y cada uno de los nervios de
Livvy se pusieron alerta. Iba a volver a besarla, y no sería capaz de resistirse.
-¡Mírate! -espetó él, mirándola con suma frialdad-. Tienes los labios entreabiertos,
esperando... Pues siento desilusionarte, pequeña, pero no tengo intención de besarte. Voy
alimitarme a enseñarte la casa.
Y echó a andar con ella de la mano.
Livvy creyó morir de vergüenza, y las cosas no mejoraron lo más mínimo cuando él
abrió una pesada puerta de roble detrás de la cual se encontraba la cocina original, tal y
como ella la recordaba. Una pieza de museo.
-Es toda tuya, Livvy -le dijo él, soltándola dentro de la habitación-. Afortunadamente.
la casa tiene dos cocinas, así que no tendrás que compartirla con un salvaje que puede
aplastarte las manos en cualquier momento. Tienes un juego completo de sartenes colgando
del techo y leña esperando ser recogida en el bosque. Lo único que necesitas ahora para
asar el jabalí es unas cerillas y un perro.
Y dicho esto, dio media vuelta y se alejó.

CAPÍTULO 7
L IVVY no había sacado su despertador de la maleta, así que durmió hasta las nueve
menos cuarto. Abrió la ventana de par en par para dejar entrar la luz de la mañana, y al
mismo tiempo. echar un vistazo al jardín. Su coche seguía estando solo. La noche anterior,
después de haberle mostrado el dormitorio que podría utilizar, su propio baño antediluviano
y una pequeña sala de estar con una vieja televisión portátil en blanco y negro, se había
marchado en su coche. Se había alegrado de verle marchar en aquel momento, y no porque
así tendría la oportunidad de calentar en el microondas de su cocina el pollo precocinado
que había comprado sin ser vista.
Pero ahora se sentía tremendamente sola en la casa desierta, y estaba preparándose
una taza de té en su cocina cuando sonó el teléfono.
-¿Diga?
-¡Hola! Eres Olivia, ¿verdad?
-Sí. ¿Quién eres tú?
-Soy Katya. Ya hemos hablado en otra ocasión, ¿recuerdas?
-Ah, sí -sería difícil olvidar a una persona que hablaba con tanta rapidez-. Eh...
supongo que quieres hablar con Leon.
-Sí.
-Pues en este momento no puede ponerse al teléfono.
-¡Vaya! ¿Es que todavía no ha desayunado? Es un pesado. N o te creas que hace lo de
los desayunos porque esté de mal humor por la mañana, sino para asegurarse de que tiene
un rato del día en que no permite a nadie que le moleste. ¿Qué te parece, eh? Un poco
egoísta, ¿no?
-Eh... sí, supongo que sí.
-Por supuesto que sí. Dile que soy yo y que es urgente. Dile que haga una excepción
conmigo. -No puedo. Es que no está.
-¿Que no está? ¿Pero no os casasteis ayer?
-Sí. Ayer por la tarde estuvo aquí, pero después volvió a Londres a pasar la noche.
-¿A Londres? ¿En serio? Qué raro -hubo un silencio corto pero incómodo-. Pues a casa
no ha venido. Si no ha estado en Purten End, ¿dónde ha pasado la noche?
-Katya, ¿eres hermana de Leon? Lo que quiero decir es si eres familia suya o algo así.
-¿Que si soy su hermana? -repitió Katya, y para horror de Livvy. colgó el teléfono.
Livvy se quedó mirando el auricular, indignada. Aquello era el colmo. No es que pensase
demasiadas veces en las demás mujeres, aunque estaba segura de que debía haberlas. Katya
debía ser simplemente la elegida del momento, pero era demasiado esperar que pudiese
charlar tranquilamente con ella menos de veinticuatro horas después de la boda! De
acuerdo en que no era su mujer más que de nombre... pero aún así, si él esperaba de ella que
se pusiera aquel vestido verde de cocktail. ella también podía esperar de él que dejase sus
aventuras durante seis meses.
Necesitaba tranquilizarse, así que entró en el baño, pero cuando abrió los grifos no
salió más que un chorrillo oxidado de agua. El lavabo, cuyos grifos habían funcionado
perfectamente el día anterior, no soltó más que un tosido. Sin dudar un instante, recogió
sus cosas de aseo y caminó decidida por la casa abriendo puertas hasta que descubrió un
baño que parecía extremadamente funcional: el de Leon, obviamente. Era todo nuevo,
cegadoramente blanco, con toallas negras en estanterías blancas, y una ducha acristalada
en un rincón. Tomó un bote de champú de Leon y abrió el grifo. En aquella ocasión, un chorro
potente de agua salió de la alcachofa y la mojó de arriba a abajo, así que cerró los ojos
mientras se enjabonaba el pelo.
Después encontró una pastilla de jabón en la jabonera y se frotó enérgicamente.
Luego cerró el grifo y tomó una toalla para secarse la cara y recogerse el pelo. Entonces
abrió los ojos para descubrir que lo que le había parecido la puerta de un armario estaba
abierta, v asomado a ella estaba Leon Roche, despeinado, sin afeitar y con cara de sueño.
Estaba desnudo como el día en que vino al mundo, pero claro, mucho más crecido.
-¿Cuánto tiempo llevas ahí? -le preguntó.
Él sonrió, pero no dijo nada.
Tomó una toalla de baño roja de la estantería y rápidamente se envolvió con ella, y
poniéndose de espaldas a él. le echó otra por encima del hombro. Leon se echó a reír a
carcajadas, y su risa le llegó hasta la piel como un viento ecuatorial y tórrido.
-Cállate -susurró, y para sorpresa suya, dejó de reírse.
Entonces se dio la vuelta. Gracias a Dios, se había puesto la toalla alrededor de la
cadera, pero sus ojos seguían riéndose.
-Si fueses un caballero, te habrías marchado al verme a mí aquí.
Él siguió sin contestar, así que Livvy llenó un vaso de agua fría en el lavabo y se lo
tendió.
-El desayuno -anunció-. Bébetelo. A lo mejor te suelta la lengua.
-¿Por qué no dejas de hablar, Livvy, y sales de mi baño y te vistes? -le preguntó en voz
baja y peligrosa.
-¡No he sido yo la que he entrado aquí mientras tú te duchabas!
-Y no he sido yo quien te ha pedido que uses mi cuarto de baño.
-Es el único que tiene agua.
-¿Ah, sí?
-El único que tiene agua en condiciones. El que me diste no funciona, y de todas
formas, no sabía que éste fuese tu baño.
Él miró a su alrededor.
-Yo diría que es bastante evidente. -¡He llamado a la puerta!
-Pero no a la puerta de mi habitación. ¿Qué esperabas que ocurriera?
-Ni siquiera sabía que ésa fuese la puerta de tu habitación. Me parecía demasiado
mala para ser una puerta de verdad, aunque debería haberme imaginado que debes haberla
instalado tú. Es de tu estilo.
-No me digas que estás siendo sincera. Livvy --contestó él con frialdad-. ¿De verdad
me estás diciendo que has cometido un error?
-Escúchame, Leon -replicó, cerrando los ojos-. Ni siquiera sabía que estabas en la
casa. Anoche te marchaste y pensé que te habías ido a Londres. Te llevaste el coche, y esta
mañana miré por la ventana y no lo vi. Creía que estaba sola.
Abrió los ojos y puso mucho cuidado en no mirar por debajo de la línea de su barbilla.
El triángulo de vello de su pecho parecía atraer misteriosamente su mirada.
-Un verdadero error... -repitió él, con los ojos entrecerrados.
-Un error que no habría durado más de una décima de segundo si hubieses dado media
vuelta a ver que estaba utilizando el baño. Y ahora, ¿te importaría hacerme el favor de salir
de aquí y dejar que termine de lavarme con algo de dignidad?
-Es que me encanta verte desconcertada.
-No estoy desconcertada.
-¿Ah, no? Pues no sé si creerte. A veces dejamos entrever más de lo que queremos.
-En la universidad trabajábamos con modelos de carne y hueso de los dos sexos, y tú
no eres más que un ejercicio anatómico para mí.
-Mentirosa -dijo, pronunciando la palabra con los labios, pero sin emitir sonido alguno.
-¡No estoy mintiendo!
El arqueó las cejas, pero no contestó.
-Silencio otra vez, ¿eh? Excelente. ¿Acabas de recordar que todavía no has
desayunado? Maravilloso, porque el sonido de tu voz me da dentera, y sobre todo a primera
hora de la mañana.
Por un momento creyó haber vencido, porque él no contestó. Pero de pronto se acercó
a ella y cubrió uno de sus pechos con la mano por encima de la toalla para acariciar su
pezón, que había estado palpitando desde que le había visto desnudo en la puerta.
Livvy dio un respingo y retrocedió.
-Qué cara tienes -espetó, ¿Y pretendes demostrar algo con eso?
El siguió sin contestar.
Con las mejillas al rojo vivo, bajó la mirada e inmediatamente se dio la vuelta al darse
cuenta de que no sólo su toalla evidenciaba su estado, sino que a él le estaba ocurriendo lo
mismo. Frenéticamente recogió todas sus cosas.
-Supongo -murmuró de espaldas a él- que crees que debería meterme en la cama
contigo simplemente porque a ti te apetezca, ¿no? Pues puede que te interese saber que
mis principios me prohíben hacer tal cosa a no ser que esté enamorada de la persona en
cuestión. Punto.
Naturalmente, él no contestó, y Livvy, con todas sus cosas en brazos, abrió la puerta
del baño y salió.
Vestida después con sus vaqueros y una camisa amplia de seda verde bajo la que
llevaba un body de brocado, reunió el valor suficiente para bajar al piso de abajo y volver a
enfrentarse a él, a no ser, claro, que no entrase en sus dominios. Había dispuesto aquellas
reglas para pillarla transgrediéndolas, pero lo único que tenía que hace era respetarlas para
fastidiarle...
Quince minutos más tarde, Leon apareció en su cocina para encontrarla intentando
hervir agua en un fuego bajo que había encendido en el enorme hogar de la cocina. Por
segunda vez en la misma mañana, volvió a hacerle reír.
-Tienes coraje, no hay duda -dijo-. ¿Dónde has encontrado las cerillas?
Livvy se apartó el pelo de la cara antes de volverse hacia él.
-¿Quieres decir que ya has desayunado? -No.
-En ese caso. ¿a qué debo el honor de otra con rrsación antes del sagrado desayuno?
-Las reglas están hechas para transgredirlas, y ya que necesito hablar contigo, creo
que ésta es la forma más fácil de hacerlo.
-Bueno, di lo que tengas que decir y márchate.
Él volvió a afrentarla con otro de sus silencio mientras ella se volvía para aventar con
el fuelle las patéticas llamas. Tenía las rodillas heladas de estar agachada en aquel suelo de
piedra.
-Anoche cené en el club de Purten -le explicó-. Está a menos de un kilómetro de aquí,
de hecho hasta somos vecinos, así que no tuve reparos en disfrutar de unas cuantas copas
antes de volver a casa ya de madrugada. Pero claro, ahora tengo que volver a recoger mi
coche... y he pesado desayunar allí y nadar un rato, y me he preguntado simplemente si
querrías venir. Es una piscina preciosa, y tienen un chef de primera calidad.
-¿Y por qué demonios iba yo a querer hacer nada contigo? -dijo, obligándose a cerrar
los ojos para bloquear la imagen de su cuerpo deslizándose en el agua azul de la piscina.
-Como quieras -contestó él, y Livvy oyó el crujido de los goznes de la puerta al
cerrarse-. Recuerda lo que te he dicho sobre traspasar las fronteras, Livvy -añadió aún, con
un matiz indiscutiblemente divertido en la voz.
-La noción de traspasar es pueril y patética -murmuró con los ojos clavados en el
fuego--. No es más que un juego infantil para molestarme.
-Eso mismo es lo que pensé yo ayer mientras volvía caminando a casa bajo las
estrellas, pero ahora que te he visto de rodillas delante de ese fuego, creo que he cambiado
de opinión.
-¿Por qué?
-Porque me encanta verte en esa postura con esos vaqueros ajustados que llevas.
-Creo que es una de las peores cosas que me...
-Vamos Livvy, para el carro y aprende a aceptar un cumplido -protestó, exasperado-.
Mi razonamiento no tiene nada que ver con tus vaqueros y sí con tus maravillosos principios.
Verás, es que no dejo de pensar en esa historia tuya... Tu heroína... como se llame, está
tullida, ¿verdad? ¿Crees que podría arrodillarse delante del fuego? No habían
electrodomésticos modernos en aquel tiempo, y sin fuego su vida podría estar en peligro,
viviendo en aquella casucha. Es que ao me imagino cómo era capaz de no sentirse tentada
por la abundancia en la que vivía su pretendiente. En cualquier caso, lo que no puedes
negarme es que te estoy ayudando en tu investigación insistiendo en que utilices esta cocina
del siglo dieciocho, ¿no te parece?
Pero no esperó a que contestase su pregunta. De todas formas, a Livvy ya no le
hubiera quedado resueb para poder hablar después de haber soplado frenéticamente a una
exigua llama que acabó por extinguirse.
Cuando Leon volvió, Livvy estaba en su sala de estar examinando parte de su trabajo.
Oyó el ruido del motor al llegar y salió a su encuentro. Había entrado ya en su despacho y
estaba apoyado hacia delante, apoyado en una mano y con el auricular del teléfono en la
otra. Sólo con verlo sintió que la ira saltaba en su interior como un salmón que remontase la
corriente. Era tan atractivo que siempre conseguía desorientarla. ¡No era justo!
-¡Leon! ¡Por fin! Mira, anoche olvidaste decirme si podía utilizar la biblioteca y el resto
de habitaciones. Es obvio que debes permitirme entrar porque forma parte del trato, pero
antes de que vuelvas a acusarme de entrar en tus dominios, he estado esperando a que
volvieses...
-¿Hola? ¿Rafe? Soy Leon... Muy bien... Sí, recibí el mensaje pero ayer no pude
ponerme en contacto contigo. De todas formas, te confirmo lo que habíamos hablado. Bien...
Sí. De acuerdo... Entonces ya nos veremos.
Leon colgó el auricular lentamente, y muy despacio también se volvió para mirarla.
-¿Qué estabas diciendo?
-Sólo quería que me dieras tu permiso para utilizar la biblioteca.
Él sonrió, pero sus ojos permanecieron fríos. -No.
-Mira Leon, una de las entradas del balance que me presentaste era que yo iba a tener
acceso a la biblioteca para buscar mi documento, y aunque he estado intentando evitar la
guerra, si sigues insistiendo en tu postura, tendremos que empezar la batalla.
-¿Quieres decir que vas a darme la oportunidad de impedirte la entrada a la
biblioteca por la fuerza? No me tientes, Livvy...
-¡Por amor de Dios, Leon!
-Dios no tiene nada que ver con esto, créeme-murmuró con los ojos brillantes.
Livvy tragó saliva.
-Mira, Leon, la cuestión es...
-La cuestión es que no puedes usar hoy la biblioteca porque vas a venirte conmigo.
Cuando volvamos, podrás usarla.
-Yo... ¿qué?
-Creía que íbamos a marcharnos de luna de miel. Livvy se lo quedó mirando
boquiabierta. -¿Cómo?
-No tienes por qué mirarme así. No intentaré volver a besarte, si eso es lo que te
preocupa. Puedes confiar en mí, te lo prometo.
-En ese caso, ¿por qué demonios quieres llevarme de luna de miel?
-Pues porque aunque tú puedes confiar en mí, yo no estoy seguro de poder confiar en
ti. Si te dejara aquí, ¿a que irías a prepararte la comida a mi cocina? -¿Y por qué iba a
importarte eso si no estás aquí? -No era a mí a quién le preocupaba compartir la cocina en
un primer momento. Simplemente te estoy ayudando a vivir de acuerdo con tus elevados
ideales, Olivia.
Livvy recordó el pollo tandori y enrojeció hasta la raíz del pelo.
-Sólo quería tener un armario para mí, no toda la cocina -masculló.
-Pero Livvy, si la cocina que tienes para ti cs maravillosa -contestó con sarcasmo-. Te
disgustaste tanto cuando pensaste que la había destrozado... ¿qué fue exactamente lo que
digiste?
-Es verdad que pienso que debe conservarse, pero eso no quiere decir que piense que
no deben haber otras instalaciones... ya sabes, más modernas.
-¿Como las que se han instalado en el lavadero? Digamos... mi preciosa cocina moderna.
¿eh? Ella asintió, mortificada
-Supongo que sí, pero no tan fuera de onda con el resto de la casa.
-¿Quiere eso decir que de verdad quieres compartir la cocina conmigo?
-No decididamente no.
-Me alegro. porque yo no pensaba sugerirlo. Ahora ve a lavarte, querida. Tienes un
tiznajo en la cara, y no puedes irte de luna de miel con la cara sucia.
-¡No pienso ir contigo de luna de miel, y no se hable más!
-Sí que vas a venir. La otra razón que todavía no he mencionado es que creo que eso le
daría cierta credibilidad a nuestro matrimonio.
-¡Lo que faltaba! ;Si además de un matrimonio ficticio querías también una luna de miel
ficticia, debías haberlo dicho desde el principio! ¡Además, no sé cómo va a tener
credibilidad este matrimonio si no dejas de ver a otras mujeres!
-¿Otras mujeres? -repitió con incredulidad-. ¡Cómo si tuviera fuerzas después de
enfrentarme contigo! Con una, basta.
-¡Ja! ¿Y qué pasa con Katya, eh?
-Es mi hermana, Livvy. Estaba esperando que me preguntases por ella. Es mi hermana.
-Cuéntame otra de indios...
-No estarás celosa, ¿verdad, Livvy?
-¿Celosa? -repitió, arqueando las cejas exageradamente-. ¿Por qué iba a estar celosa
de tu hermana? Él se encogió de hombros, claramente divertido. -De acuerdo. Como tú
quieras. -Gracias. En ese caso, me voy a la biblioteca. -No. Vas a lavarte la cara -dijo, y miró
su reloj-.
Y date prisa, que vamos mal de tiempo.
-Livvy suspiró.
-No puedo lavarme -se quejó-. Sigo sin agua en el baño. ¿Puedo usar el tuyo?
-Odiaría ser el instrumento de tu caída -replicó, muy serio-. Tendrás que usar el pozo
que hay fuera de la casa, tal y como hubiera hecho Rosamunda antes de su matrimonio. Las
tuberías de esta casa son extraordinarias, ¿no te parece? Todos esos lavamanos necesitan
agua para llenar sus propias cisternas, ¿sabes? Cuando los constructores los quiten, se
solucionará el problema, no te preocupes. Muy pronto estarán aquí con sus palas mecánicas,
sus martillos y sus palancas.
¡Vándalo!
-¿Quieres decir que estás a favor de que se queden todos los baños que hay en la
casa?
-No -concedió, pero la mención de los constructores la había disparado-. Pero estoy a
favor de que cualquier cosa que se le haga a esta casa sea respetando la herencia que es en
sí misma. Además, ahora la casa es mitad tuya y mitad mía, ¿no? No puedes impedir que use
la biblioteca.
ÉI inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió.
- Técnicamente tienes razón -dijo, y la tomó por una muñeca.
Ella se quedó inmóvil, luchando por contener la debilidad que le asaltaba cada vez que
él la tocaba, pero Leon flexionó un brazo teatralmente y la obligó a tocar su bíceps en
tensión.
-¿Qué pasa? -le preguntó, y Livvy apartó inmediatamente la mano-. ¿No habíamos
quedado que sólo te interesaba por mis músculos? -se burló.
-Me interesan desde un punto de vista visual, no táctil contestó, y tuvo que
carraspear para aclararse la voz-. De todas formas, no lo has hecho para ayudarme con mis
estudios anatómicos, sino para demostrar tu superioridad física.
-Quince minutos -le dijo después de un breve silencio-. Lávate la cara y prepara
equipaje para estar fuera una noche. Te espero en el recibidor.
-¡Un momento! -le gritó, cuando él echó a andar-. ¡No pienso ir!
-Sí vas a venir -contestó él sin pararse-. El contrato que hemos firmado estipula que
no se hará nada que pueda llamar la atención sobre el hecho de que no estamos casados en
el pleno sentido de la palabra
-¿Y qué pasa con Katya? -espetó-¿También estaba ella implícita en el acuerdo? ¡Y por
favor, no insistas en lo de que es tu hermana, porque aparte de que no me parece la clase de
hermana que se perderían la boda de su hermano, prácticamente ha sido ella quién me ha
dicho que no lo era!
Entonces Leon se dio la vuelta con el ceño fruncido.
-¿En qué teléfono tomaste la llamada?
-En el de la cocina.
-¿En mi cocina? ¿La que se supone que no deberías usar?
-Eh... sí.
-Acabas de declarar la guerra. Ve y haz la maleta, Livvy, antes de que tenga que
obligarte a hacerlo. Vencida, salió con paso firme hacia las escaleras.

Viajaron en el coche de Leon. Se había quitado la mancha de la cara, pero el pelo y la


piel le oían a humo.
-¿Vamos a un hotel? -le preguntó. imaginándose un buen baño de agua caliente.
-A un castillo. Un castillo medio en ruinas. -¿Dónde?
-En Gales. Mirando al mar. -Ya. Qué romántico.
-Ni te lo imaginas.
-¿Y eso qué quiere decir?
Leon se limitó a encender la radio y a sintonizar un partido de cricket.
Recorrían los kilómetros con un promedio fantástico, sin necesidad de conducir
imprudentemente, y al pasar Cardiff, Livvy miró el reloj del cuadro de mandos. Las doce
menos veinte.
-Es la hora de comer erijo, esperanzada.
Él no contestó.
-No debemos dejarlo para muy tarde si vamos a parar -dijo ella-. Luego todo se llena
de gente.
-Tienes razón. Mejor no parar. Odio las multitudes.
Livvy cerró los ojos y oyó gruñir su estómago por encima del ruido del motor y de los
comentarios del partido de cricket.
Atravesaron Gales y tomaron la autopista hasta llegar a Swansea.
-¿Estamos cerca ya? -le preguntó.
-No muy lejos. El castillo está en la península de Gower, en un acantilado que domina el
mar.
-¿Y no sería Swansea un buen sitio para comer?
Leon sonrió.
-Lo sería, pero no podría tragar nada más después del magnífico desayuno que me he
tomado.

CAPÍTULO 8

E L CASTILLO no era lo que Livvy había imaginado. Era un albergue juvenil.


.¿Qué estamos haciendo aquí? -le preguntó Livvy incómoda.
-Está a la venta -contestó Leon, mirando la fachada.
-¿Vas a comprarlo?
-Depende.
-¿Estás pensando modernizarlo también?
-Sí.
-Pobre castillo -murmuró-. Bueno, ¿y qué hacemos aquí en medio? ¿Es que estamos
esperando que venga el agente de la propiedad a enseñárnosla?
-No, pero lo he organizado todo para pasar el resto del día examinando este lugar.
Estoy esperando a unas cuantas personas que tienen que ver con el tema y que llegarán
dentro de una hora más o menos. Tardaremos un tiempo en valorarlo todo.
-Me has traído aquí con una excusa falsa. Me digiste que veníamos de luna de miel.
-Livvy, Livvy... No me digas que ahora te arrepientes de que ni utilizásemos las
instalaciones del Nightingale.
-Claro que no me arrepiento, pero si vas a pasarte el resto de la tarde inspeccionando
un edificio ¿para qué me necesitas a mí?
-Porque habría parecido extraño que te hubiese dejado en casa. No llevamos casados
más que veinticuatro horas. Y por si te preocupa que la gente nos encuentre demasiado poco
convencionales, debo decirte que en septiembre te llevaré a las islas Solomon para una luna
de miel más socialmente aceptable... tanto si te gusta como si no, así que no empieces con
tus discusiones. En cualquier caso, este trabajo no podía posponerse. Ayer supe que una
empresa rival ha hecho una propuesta de compra.
Livvy apoyó la mejilla contra la pared.
-Destrozar edificios... -suspiró-. Debe ser un trabajo muy importante. ¿Y qué debo
hacer yo durante la tarde? ¿Seguirte a todas partes poniendo ojos de carnero degollado?
-Hay un camino que sale ahí detrás y que baja hasta la playa. Puedes pasarte la tarde
tomando el sol y nadando.
-¿Y si cambia el tiempo? -le preguntó, mirando al cielo-. Hay nubes.
-En ese caso, puedes quedarte sentada en el coche -le contestó, irritado-. Eso me
encantaría
-¿Ah. sí? ¿Y por qué si puede saberse?
-Porque podrías contarme después el partido.
-Prefiero darme el paseo. Me gusta estar al aire libre. Y si llueve... supongo que
sobreviviré.
-Mm... -murmuró él. mirando el tejado de la casa-. Tu heroína debió sobrevivir
perpetuamente mojada. Las casas no tenían tejados a prueba de goteras en aquellos días, y
los impermeables no se habían inventado. Supongo que la mayoría de los campesinos de la
época debían pasarse mojados o húmedos por lo menos la mayor parte del año.
Livvy se mordió un labio para no contestar y al mismo tiempo para acallar el estómago.
-¿Y la comida? -le preguntó-. ¿Tienes algún plan?
-Esta noche cenaremos en el bar del pueblo, supongo. Así los miembros de equipo
tendrán la ocasión de comparar notas, así que será una buena oportunidad...
-¿Nada hasta entonces?
Leon apartó la mirada del tejado para mirarla a ella.
-¿Tienes hambre? No te preocupes. querida. Al fin y al cabo, es útil para tu
investigación. Los campesinos solían pasar hambre.
-¿Dónde vamos a alojarnos? -En el bar. Tienen camas.
-Pero no estamos lejos de la civilización -protestó, imaginándose un dormitorio con
una cama de matrimonio ocupando la mayor parte de la habitación-. ¿No hay ningún hotel
más grande por los alrededores? Me refiero a esa clase de hoteles con enormes suites en
las que dos personas pueden perderse.
-¡Livvy! -exclamó, fingiendo estar horrorizado-. No me digas que unas horas en el
Nightingale te han vencido. ¿O eras va una materialista antes? A ver si ahora voy a
descubrir que eres también una adicta a las compras o algo así.
-¡Eres odioso, Leon!
-¿De verdad crees que Rosamunda hubiese puesto peros a pasar una noche en la
pensión del pueblo su segunda noche como mujer casada?
-¿Qué estás intentando demostrar. Leon? -Mi punto de vista.
Livvy dio media vuelta y volvió al coche. Por nada del mundo quería que él supiera que
estaba furiosa. Echaría la culpa al hambre que tenía y lo convertiría todo en prueba
irrefutable de que su historia era una basura. Pero, ¿por qué demonios estaría tan decidido
a demostrar que las intenciones de Rosamunda no eran tan limpias en el fondo, y que se
había sentido tentada por el bienestar de su pretendiente? Estaba dispuesta a enseñarle
que las mujeres, vivieran en el siglo en que viviesen, eran capaces de abrirse camino sin la
ayuda de un hombre. No estaba muy segura de si con ello conseguiría algo en favor de los
empleados de Gallagher, pero tenía que hacerlo. Al llegar al coche intentó abrir, pero la
puerta no cedió.
-¡Leon! -le llamó-. El coche está cerrado, y necesito recoger mi bolsa.
Él no apartó la mirada del edificio, sino que se limitó a sacar del bolsillo de sus
vaqueros un aparatito de plástico con el que señaló al coche, y las puertas se abrieron
automáticamente.
Livvy tomó su bolsa y caminó en la dirección que Leon le había indicado, y el
serpenteante camino le llevó hasta una playa dorada con bañistas aquí y allá.
-¿Hay algún bar por aquí cerca? -le preguntó a una mujer de mediana edad con
expresión somnolienta.
-A unos cinco kilómetros, al final de la siguiente bahía.
Tras recorrer unos seis kilómetros, Livvy llegó a un pequeño quiosco de playa en el que
pidió dos cafés, dos tartas de queso y dos bollos de chocolate.
-Así que te ha dejado a ti con todo, ¿eh? -sonrió la mujer al verla sujetar con
dificultad todo lo que había comprado.
Livvy asintió, intentando equilibrar una taza de plástico sobre la otra. Era una playa
muy bonita. Qué pena estar de tan mal humor y no poder disfrutarla. Y qué pena que
estuviesen empezando a caer gotas.
Cuando volvió de nuevo al hotel, encontró seis o siete vehículos aparcados alrededor
del de Leon como si fuese un club de fans. Los propietarios estaban todos reunidos en un
pequeño grupo al sol, puesto que ya había dejado de llover, y parecían muy amigos. Leon
sobresalía entre todos ellos, con su altura, su piel morena y su increíble atractivo, y tras
decir algo, puso su mano afectuosamente en la espalda de una mujer de pelo rubio y corto, y
todo el mundo se echó a reír.
Livvy se pasó la mano por su pelo húmedo y enmarañado. No le apetecía nada la idea de
encontrarse con Leon delante de toda aquella gente, ya que era evidente que ella era la
única a quien el chaparrón la había pillado fuera y estaba echa un asco, y estaba pensando
en dar media vuelta cuando él la vio, y quitando la mano de la espalda de la mujer. la
extendió hacia ella.
-Ven, Livvy -la llamó sonriendo, pero aún desde aquella distancia, su mirada le heló la
sangre-. Todo el mundo está deseando conocerte.
Livvy hizo un esfuerzo por sonreír, y caminó hasta él haciendo acopio de todo su valor
para dejar que le pasara un brazo sobre los hombros. Tenía el corazón latiéndole
desenfrenado y la boca seca.
-¡Oliva... estás empapada! Te ha pillado el chaparrón. ¿eh? Pobrecita. Vas a pillarte un
buen resfriado -le dijo, acariciándole la nuca con toda naturalidad, hasta que Livvy sintió
ganas de gritar.
-Estoy bien -protestó ella-. Piensa en todas esas generaciones de gente que
sobrevivieron antes de que se inventaran los impermeables...
Pero él se limitó a abrazarla, apretándola contra su pecho.
-Estás chorreando -murmuró, acariciándole un brazo de arriba a abajo.
Livvy miró hacia otro lado para no verse forzada a respirar el aroma de su piel y de su
colonia, pero no pudo evitar sentir la fuerza de sus músculos pegados a su cuerpo, y la
sensación era sobrecogedora. De todas formas, se las arregló para seguir sonriendo, y al
mirar al grupo, les encontró contemplándola con la indulgencia que normalmente se
reservaba para los niños.
-No te preocupes, de verdad. Enseguida me secaré. No pasa nada.
Al parecer, su comentario había llamado la atención de un hombre de mediana edad,
vertido con el tipo de pantalones de tweed que ella siempre había asociado con la
aristocracia de antaño.
-¿Humedad? -repitió con voz hueca-. Tisis, querida. La gente caía como moscas antes
de que se inventasen las impermeabilizaciones. La plaga blanca solían llamarla. La humedad
era un verdadero azote de la gente. Hay que tener mucho cuidado con ella, aún en nuestros
días.
Livvy frunció el ceño.
-Mi salud es muy buena y el sol ha salido otra vez. Me secaré en un instante.
-Rafe tiene razón -intervino Leon-. Voy a llevarte al pueblo para que te calientes.
Puedes darte un baño caliente y ponerte ropa seca. Estoy seguro que todo el mundo me
disculpará si desaparezco durante media hora, ¿verdad?
Hubo un murmullo de asentimiento y varias miradas pícaras. Ah... los recién casados.
No era de extrañar que nadie la hubiese respaldado al quitarle importancia a la absurda
preocupación de Leon. Todos habían dado por sentado que era un par de tortolitos buscando
una excusa para estar solos, y Rafe sin duda creía haberle hecho un favor, así que con un
suspiro, se separó de su marido y caminó hasta el coche. Fue entonces cuando vio de
casualidad a Leon mirar a la mujer rubia.
-Luego te veo, Sonia -le dijo-. ¿De acuerdo?
Una vez dentro del coche, se abrochó el cinturón de seguridad y clavó los ojos en el
parabrisas.
-¿De qué iba todo eso? -le preguntó.
-Que me ha dado pena verte tan empapada y he pensado que no te vendría mal darte
la oportunidad de volver a la civilización. En el pub hay agua caliente y comida, y podrás
dejar de ser una campesina durante un rato.
-De lo único que necesito descansar es de ti -espetó-. Y no tienes por qué esperarme.
Puedes volverte a tu castillo cuando quieras.
Leon apretó los labios.
-Maldita sea... No me has dado ninguna pena-murmuró con aspereza-. Tenía que
alejarme de toda esa gente porque abrazarte me estaba produciendo un efecto que sólo
debe provocarse en la intimidad.
-¿Y se supone que debo saltar de alegría? -le preguntó, recordando la mirada que le
había dedicado a Sonia.
-No. Lo que he sentido no ha sido más que una reacción automática a lo que tú has
sentido. Con esa blusa mojada era obvio.
-Estaba helada, eso es todo. ¿Y qué piensas hacer ahora? ¿Llevarme a algún sitio para
media hora de intimidad?
-De ninguna manera -replicó con acritud-. Ni se me había ocurrido pensar en dejarme
llevar por el instinto con alguien que ni siquiera es capaz de admitir que lo tiene.
Hubo un silencio.
-Estabas tan excitada como yo, pero ya que a ninguno de los dos nos importa un
comino cómo se sienta el otro, te llevaré al pub, y podrás hacer lo que te de la gana.
Cuando llegaron al jardín de la coqueta posada en la que se alojaban, Leon tomó la
bolsa de Livvy y entró delante de ella para registrarse.
La habitación resultó ser tal y como ella se la había imaginado, incluso con un pequeño
baño privado.
-¿Vas a dormir en el baño? -le preguntó con cierto nerviosismo.
-De ninguna manera.
-Entonces ¿por qué hemos venido a este sitio? ¿Es que no podrías habértelas
arreglado para conseguir habitaciones separadas?
-No.
-Entonces ¿por qué estamos aquí? -insistió, con las mejillas al rojo vivo.
-Porque me ha parecido absurdo reservarme una habitación aparte cuando no pienso
dormir en ella.
-Ah... ¿Y dónde vas a estar? -preguntó, tras aclararse la garganta.
-Con Sonia. Trabajando. ¡Dios mío, cuando me hice con una mujer, no pensé que iba a
empezar a fastidiarme apenas veinticuatro horas después de haberme casado con ella!
¿Trabajando? ¿Toda la noche? ¿En un pub en medio del campo galés?
-Sexista asqueroso...
-Cállate ya, Olivia. No quiero decir que todas las mujeres sean un fastidio, sino que tú
lo estás siendo.
-¿Fastidiarte? Simplemente te he preguntado dónde ibas a pasar la noche.
-Y yo simplemente te he contestado que iba a pasar la noche con Sonia y que eso no
era asunto tuyo.
-Puede que no sea asunto mío, pero estoy segura de que Katya sí que lo consideraría
de su incumbencia. Parecía muy preocupada por saber dónde habías pasado la noche de
ayer.
Leon se la quedó mirando en silencio, y su mirada casi le quemó la piel.
-¿Es que estás pensando decírselo?
Livvy se encogió de hombros.
-No. Eres libre de vivir como te plazca, Leon. Puede que mis principios no sean
prácticos, pero por lo menos no me dedico a ir por ahí destrozando la vida de otras
personas.
Él se encogió de hombros, dejó su bolsa sobre la cama y le quitó a ella el bolso ante su
mirada atónita. Lo abrió sacó el monedero y se lo guardó en el bolsillo trasero de los
pantalones.
-Te veré abajo alrededor de las siete... de las siete y media.
-Ni lo sueñes -espetó.
¿Cómo se atrevía a esperar que le siguiera el juego? Una cosa era hacerse pasar por
su mujer frente a un grupo de colegas de negocios, y otra muy distinta hacerlo frente a la
mujer con la que él pensaba pasar la noche y que, evidentemente, sabría la verdad.
-Pero tienes que comer, Livvy.
-Estoy de acuerdo, pero no en tu compañía. Es más, estoy segura de que Rosamunda
pasaba hambre de vez en cuando, así que no es grave.
-Pero no has probado bocado en todo el día.
-Sí que he comido. En la playa. Y antes de que me acuses de carecer de principios,
déjame que te diga que en el siglo dieciocho también tenían comidas rápidas.
-¡Vaya! No sabía que el McDonald tuviese tanta historia.
-Castañeras, hombres que vendían bollos calientes por las calles... cosas así. Y en las
ferias se vendían unas tortas de manteca deliciosas.
Leon arqueó las cejas.
-Yo sabía que el Gales rural está un poco atrasado. pero no me digas que vendían
tortas de manteca en la playa...
-La cuestión es que puedo arreglármelas muy bien sin tu ayuda, y ahora, devuélveme el
monedero. -No.
-¿Por qué me lo has quitado? -Para quitarte el rotor.
-¿El qué?
-Es lo que se le quita a un coche para inmovilizarlo. Sin dinero, no puedes hacer nada.
Livvy le arrebató el bolso y rebuscó dentro. Al final sacó una tarjeta de plástico y se
la dio. -Llévate esto también.
Leon frunció el ceño.
-Es una tarjeta para usar en teléfonos públicos.
-Cierto. Si volviese a la civilización, podría llamar con ella a Katya y contarle lo que
estás haciendo, ¿no? Lo creas o no, soy digna de confianza y tengo mis principios. Ahora,
haz el favor de desaparecer de mi vista y de no volver hasta que no estés dispuesto a
llevarme a Bristol.
-Ahora vives en Hereford contestó él. ya desde la puerta.
-¡Te equivocas! Bristol. Veré a un abogado en cuanto pueda para solicitar la
separación.
Y entonces Leon, de espaldas a ella ya, empezó a reírse de esa forma profunda y rica
tan suya, cerró la puerta y se marchó.
Livvy se dio una ducha de agua fría y se comió tres terrones de azúcar que encontró
en el bolso. Consiguió controlar el hambre bebiendo vasos de agua. lo que le obligó a pasarse
la noche yendo al servicio. Serían más o menos las dos de la madrugada cuando oyó risas en
el pasillo y una voz hueca que le deseaba buenas noches a todo el mundo.
Cuando volvió a despertarse, eran las siete y media y Leon estaba en la habitación.
-Ah, eres tú -dijo, asomándose por encima de las sábanas, pero él no contestó.
Sacó entonces también la nariz y lo miró. Estaba desabrochándose la camisa, de
espaldas a ella, pero sus ojos se negaban a cerrarse. Cuando se quitó la camisa. toda aquella
piel dorada quedó al descubierto... y Livvy tragó saliva.
-¿Estás despierta. Livvy? -le preguntó él.
-Se supone que no hablas antes del desayuno -murmuró desde debajo de las sábanas.
-Ya he desayunado. Uvas, cereales, huevos con bacon y tomate, tostadas y mermelada.
Y mantequilla, un montón de mantequilla. No sé cómo he podido comer tanto después del
chuletón que me comí anoche. Eso para no hablar del pastel...
Livvy gimió.
-Date prisa en bajar y podrás comer todo lo que quieras.
-Estoy bien -protestó débilmente.
-Vas a desmayarte.
-No. ¿Y puede saberse qué haces desnudándote aquí si ya no tienes que prepararte
para bajar a desayunar?
-Voy a usar el baño, a no ser que quieras usarlo tú primero.
-Puedo utilizar el lavamanos que hay en ese rincón. No me importa lavarme la cara con
agua fría, pero un baño de agua fría sería demasiado.
-Vamos, Livvy. Ya está bien. Puedes lavarte y desayunar tranquilamente. Simplemente
esperaba que unas cuantas privaciones te ayudasen a ver con más claridad el punto de vista
de tu heroína, pero no tienes que dejarte morir por ello.
-¡No estoy dejándome morir! Estoy perfectamente bien.
-De acuerdo, pero estás siendo infantil. Supongo que ya has tenido suficiente con el
día de ayer para entender mi punto de vista.
Enfadada, Livvy sacó la cara de bajo las sábanas con el ceño fruncido, pero lo que se
encontró ante los ojos estuvo a punto de hacerla gritar. Él estaba frente a ella, vestido sólo
con sus vaqueros y alisándose distraídamente el vello del estómago.
-Mira, fuiste tú quién empezó con todo esto, no yo -gracias a Dios que ya estaba
colorada al salir de debajo de las sábanas-. Creo que deberías aceptar que Rosamunda no
era tan endeble como para sucumbir al primer faisán asado o al primer pastel de
frambuesas. Puede que yo tarde más de treinta y seis horas en demostrar mi punto de
vista, pero lo demostraré! Admito que me costará un poco aclimatarme a las privaciones en
las que ella debió vivir, pero te aseguro que puedo pasar perfectamente seis meses sin las
comodidades modernas.
Él se encogió de hombros y la miró con frialdad. Era increíble la cantidad de músculos
que se necesitaban para un gesto tan simple como el de encogerse de hombros.
-Puede que quieras ir cavándote la tumba cuando volvamos -murmuró.
-¡Cállate ya! -le ordenó, y volvió a esconderse bajo las sábanas.
-¿Eso quiere decir que no? Menos mal. Voy a estar cuarenta minutos en el baño,
dándome un baño caliente y relajante. ¿Podrías haber hecho la maleta para entonces?
Cuarenta minutos más tarde, Leon, absolutamente maravilloso con un una camisa
blanca y gris a rayas y un pantalón verde oscuro, sus rizos oscuros brillantes, su expresión
relajada, metió las bolsas en el coche, y Livvy, con su pelo algo alborotado por la lluvia del
día anterior, pálida y, por supuesto, muerta de hambre se sentó a su lado.
Sonia apareció, con el mismo aspecto de recién comida de Leon, y se acercó a él
sonriendo.
-Adiós, Leon...
Él le contestó con su sonrisa.
-Estaremos en contacto, Son.
-Sí. Gracias por lo de anoche.
-Fue un placer.
-Estuvo bien, ¿verdad?
-Fantástico. Una experiencia única en la vida...pero que como ahora ya la conozco,
puedo intentar repetirla -contestó, mirándola a los ojos-. No olvides lo que te he dicho...
-Leon, ya te he explicado...
-Te quiero a ti.
-¿Y siempre obtienes lo que quieres? Es eso?
-Sí contestó él sin dejar de mirarla. -Pero...
-A ti y sólo a ti -insistió, y siguió mirándola al subirse al coche.
Sonia sonrió y le lanzó un beso, y Leon puso el coche en marcha y arrancó. Sonia se
despidió de ella con la mano y ella contestó con un pequeño gesto. Menos mal que no había
desayunado, porque todo aquello la estaba poniendo enferma.
-Es una mujer fantástica, Sonia -comentó Leon cuando llegaron a la carretera.
-Soltera y dispuesta -replicó Livvy-. Podías haberla pedido a ella que se casara
contigo. -No está soltera.
Livvy se lo quedó mirando atónita. ¿Pero es que no tenía ninguna clase de principios?
¿Y Sonia? -¿Has disfrutado del desayuno, Livvy? -No he desayunado.
-¿De verdad? ¿Quieres decir que no has comido nada de nada? ¿Ni siquiera una
tostada? -No.
-Pero Rafe estaba esperando que bajases. Es un historiador social. y quería darte
algunos consejos.
-Pues discúlpate en mi nombre la próxima vez que lo veas -espetó. ¿De verdad
pretendía que creyera que necesitaba a un historiador social para hacer la revisión
estructural de un edificio?
Pero Leon no volvió a decir nada hasta que llegaron a casa.
Una vez allí, Livvy se fue derecha a la biblioteca y Leon entró en la cocina para
preparase algo de comer.
El olor a tostadas parecían llegar hasta todos los rincones de la casa, e incapaz de
soportarlo durante más tiempo, Livvy se fue a su habitación, se cambió de ropa. poniéndose
una camiseta amplia y unas mallas, y utilizó el coche para ir a Hereford. Volvió un par de
horas después comiéndose una tableta de chocolate y con un motón de comida que no
necesitaba conservarse en el frigorífico y que no necesitaba cocinarse. También compró
una tetera eléctrica para su sala de estar.
Dejó la compra en su cocina y volvió a la biblioteca. Ya había recorrido de punta a
cabo la habitación, pero no había conseguido nada. No iba a tener más remedio que abrir las
puertas acristaladas de las estanterías y empezar a buscar en serio, pero estaban cerradas
con llave, así que, irritada, volvió a su sala de estar, tomó
un lápiz afilado y se puso a trabajar en las letras mayúsculas que abrirían casa página
del texto. Pero la habitación tenía tan poca luz que, a pesar de estar sentada junto a la
ventana y estarse dejando los ojos en el empeño, le estaba resultando imposible trabajar.
Muy bien. No iba a tener más remedio que decirle que no podía quedarse en esa
habitación. No podía trabajar allí, y punto. Salió al recibidor y gritó su nombre. pero nadie
respondió. Abrió la puerta para mirar si su coche seguía allí, y así era. Entonces llamó a la
puerta de su dormitorio, de su cocina y de su despacho, pero nada.
Abrió algunas puertas más intentando encontrar una habitación con la luz adecuada,
pero muchas de ellas estaban cerradas, excepto los lavamanos, claro. Al final volvió a su
despacho, que era sin duda la habitación mejor iluminada de la casa, y con cierto nerviosis-
mo miró a su alrededor, preguntándose cómo reaccionaría Leon cuando descubriera que
estaba utilizando aquella habitación como estudio. Desde luego, nada bien. Entonces, cuando
se acercó a mirar por una de las ventanas que quedaba detrás de un sofá, lo descubrió: no
era una ventana, sino una puerta de cristal que daba a un invernadero. ¡Ideal! ¿Qué otro
lugar podía tener más luz que aquel?
Tuvo que hacer uso de toda su fuerza para mover aquel viejo sofá victoriano de la
puerta. pero mereció la pena. El invernadero resultó ser perfecto, una maravillosa
combinación de hierro y cristal del siglo pasado. Hasta había una mesa y un par de
mecedoras viejas. Recogió todas sus cosas, dejó el papel sobre la mesa y se puso manos a la
obra, intentando concentrarse. Excelente. El trabajo era el antídoto perfecto contra Leon
Roche.
Debía llevar allí una media hora, y estaba perfilando una letra cuando oyó un crujido.
La sangre se le paró en las venas y el vello se le erizó. ¿Qué estaba pasando?
Entonces oyó un paso en el suelo y sintió que el aire se movía a sus espaldas. Alguien
se le acercaba por la espalda. El corazón se le aceleró, pero los pulmones se le paralizaron
del miedo.
De pronto, una mano masculina y grande le tapó con fuerza la boca y un brazo de
hombre la sujetó por la cintura, y mientras intentaba gritar y patalear, la levantaron de la
silla. Era Leon. Su olor y su sabor eran inconfundibles, e intentó gritar con todas sus
fuerzas. La estaba llevando en volandas hacia la puerta mientras ella pataleaba con una
fuerza que no sabía poseer, y en ese momento le, destapó la boca para poder levantarla
mejor y lanzarla sobre el sofá que tanto le había costado mover y cuyos muelles crujieron.
Livvy hizo ademán de levantarse inmediatamente, pero él la sujetó con una intensidad
amedrentadora. Livvy se debatió bajo el peso de su cuerpo, pero lo único que consiguió fue
que los dos cayeran al suelo y que él volviese a sujetarla allí, pero antes de que consiguiera
taparle de nuevo la boca, lanzó un grito ensordecedor.
El aire pareció temblar, repitiendo el sonido una y otra vez en aquella enorme
habitación, hasta que algo inerte gimió en respuesta, helándole la sangre. Con el más
horroroso de los estruendos, la mitad del invernadero se cayó ante sus ojos.
Se quedó inmóvil sobre la alfombra, viendo cómo el fino vidrio victoriano caía como
dagas sobre las baldosas en las que ella había estado pisando un instante antes. Aún a
través de la ropa, estaba sintiendo el latido del corazón de Leon, el movimiento rápido de su
respiración y Livvy empezó a temblar, y los dientes le castañetearon del susto. Se había
quedado helada hasta la médula, pálida, con los sonidos reverberando una y otra vez en su
cabeza.
Cuando todo el ruido cesó, Leon se levantó, y ella se quedó un instante allí, inmóvil y
sintiéndose muy sola, y en un instante decidió levantarse y acercarse a
la fuente de toda su seguridad. Leon se había quedado tumbado boca arriba sobre la
alfombra, cubriéndose los ojos con una mano, respirando profundamente, y los dedos de
Livvy se clavaron en su estómago como garras.
-Leon...
Con un gemido, se volvió hacia ella, abrazándola con brazos y piernas, cubriéndola
como una sábana, y ella se ovilló en sus brazos como un gatito, ocultando la cabeza bajo su
barbilla y deslizando los brazos bajo los suyos para aferrarse a su cuerpo y poder oír, pega-
da a su pecho, el latido de su corazón.

CAPÍTULO 9

A CURRUCADA contra él, Livvy desabrochó los botones de su camisa buscando sentir
el calor de su piel. y en cuanto apoyó las manos en el vello suave de su pecho, su propia
carne ardió. Mordió su hombro con la mandíbula aún temblándole, y al hacerlo sintió el
fuego correrle por las venas.
-Livvy... -murmuró él.
-Por... por favor... -balbució-. Por favor, Leon...
Entonces, Leon empezó a dejar besos sobre su pelo hasta que ella levantó la cara
hacia él, rogándole con los ojos... ¿Pidiéndole qué? Estaba aferrada a él. y su cuerpo le
estaba ofreciendo la respuesta que su garganta se negaba a pronunciar. Hubo un momento
de quietud, pero un instante después, Leon la abrazó con todas sus fuerzas y tomó posesión
de su boca. Livvy se adentró desesperadamente más allá de sus labios, buscando perderse
en su sabor, en él, y rápidamente se encontró sumergida en un torbellino de deseo, espolea-
da por su cuerpo tan masculino apretándose con urgencia contra el suyo. Deslizó las manos
por debajo de su camisa hasta su espalda, y recorrió con ellas sus hombros, su espina
dorsal, hasta que él se estremeció y sus músculos se volvieron duros como el acero.
Entonces se colocó sobre ella, apoyado en las rodillas para lanzarse casi salvajemente
sobre su pezón que se marcaba a través el fino algodón de la camiseta. Una y otra vez, tiró
de él con sus dientes hasta que ella gimió de placer para después succionarlo con su boca,
carne y algodón, mientras con una mano acariciaba su otro pecho.
Livvy tenía la sensación de que todo su cuerpo estaba inflamado de deseo, y cuando
por fin él le levantó la camiseta y rozó sus pezones con la lengua, los sintió endurecerse y
palpitar.
Siguió excitándola aún más, hasta el punto en que terminó por perder el control, y tiró
de sus caderas invitándole. El se las arregló para quitarle la camiseta y las mallas, y se
quedó un instante inmóvil, mirándola con las pupilas dilatadas, las mejillas arreboladas y los
labios entreabiertos. Su rostro le era al mismo tiempo familiar y extraño. «El rostro de mi
amante», pensó, y tuvo la sensación de ver purpurina dorada sobre sus labios, una sensación
que absurdamente le llenó los ojos de lágrimas.
Y Leon se despojó en ese instante de su camisa y de sus pantalones y en un abrir y
cerrar de ojos volvió a colocarse sobre ella. Livvy abrió las piernas para él, y Leon la
penetró. Hubo un instante de silencio, que fue como si el mundo hubiese dejado de girar,
hasta que él empezó a moverse dentro de ella salvajemente, y Livvy lo sintió tan rígido en
sus brazos que hasta tuvo un poco de miedo, hasta que le oyó gemir y juntos gritaron en el
clímax de su unión.
Se quedaron unidos e inmóviles unos minutos. Livvy era incapaz de pensar. Era mágico
estar así. De qué manera le había necesitado y seguía necesitando aún su fuerza, su calor,
que la protegiera del aire helado, que volviera a hacerle el amor.
Amor... La palabra brilló como una llama para morir inmediatamente después. Apenas
habían pasado unas horas desde que él estuviera de aquella misma manera con Sonia.
«Tú», le había dicho a Sonia, mirándola a los ojos. «Tú y sólo tú».
-¿Yo? -susurró con una voz casi muda-. ¿Yo y sólo yo...?
Leon se apoyó en los codos para mirarla. -¿Qué?
«¿Qué me has hecho?», hubiera querido gritarle, pero no lo hizo. Ella misma lo había
querido, no cabía duda.
-Nada -replicó. y fingió una sonrisa.
Leon se colocó a un lado, mirándola en silencio, y Livvy no tuvo más remedio que cerrar
los ojos y girar la cabeza.
Leon se incorporó para ponerse los vaqueros. «Gluteux maximus», pensó Livvy. Ese era
el nombre de aquel músculo. Era el que hacía funcionar la pierna, y de ahí su fuerza y su
poder. «Qué tremendamente madura debo ser ya para poder distanciarme así de una
cadera como ésta», pensó.
-Livvy...
-¿Sí?
La estaba mirando allí tumbada sobre la alfombra, pero no a los ojos ni tampoco le
susurraba palabras amorosas al oído, sino que contemplaba su cuerpo desnudo con el ceño
fruncido y una extraña sonrisa. Pero cuando por fin la miró a los ojos, su mirada pareció
casi arrepentida.
-Hay sangre -dijo-. Ha sido tu primera vez, ¿verdad?
Ella asintió, intentando dar la impresión de que controlaba la situación.
-Sí. Lo siento. Siento no tener la experiencia de tus demás mujeres -se disculpó, y con
rabia sintió que los ojos volvían a llenársele de lágrimas-. No sé por qué lo hecho. No sé qué
me ha pasado -balbució, intentando recuperar la compostura-. Estaba tan asustada por
haber estado a punto de perder la vida... Gracias -añadió, con la barbilla temblorosa.
El siguió mirándola fijamente.
-Me siento tan ridícula, llorando -murmuró como disculpa, y se incorporó, llevándose
las rodillas al pecho para cubrirse el pecho con una mano mientras con la otra buscaba la
camiseta.
Él se agachó junto a ella y casi con desdén, se la echó en el regazo.
-Aquí tienes.
Livvy lo miró a los ojos un momento. Su rostro carecía por completo de expresión,
pero aún así, estaba segura de que pretendía castigarla con la fijeza de su mirada.
«Dios mío...» No estaba siendo nada madura. Él ya no la miraba como un hombre que
acabase de probar un postre delicioso, sino como un vegetariano que hubiese comido carne
por engaño.
-Lo siento -insistió con la voz temblorosa-. De verdad... no sé por qué he actuado así.
Es que estaba... tan asustada. Pero supongo que esto no va a plantearte ningún problema,
¿verdad? Es una de esas-cosas que pasan, ¿no? Era una situación... fuera de lo común.
Podríamos haber muerto los dos.
Él apartó la mirada como si no pudiese soportar su presencia, y de espaldas a ella, se
levantó y se abrochó los vaqueros. Tenía un arañazo en el hombro, seguramente de la caída
desde el sofá, junto con las marcas de sus uñas, y deseó casi con desesperación levantarse
y curar aquellas heridas con sus labios... pero claro, era algo que quedaba fuera de toda
posibilidad.
El debió sentir su mirada en la espalda, porque de pronto se dio la vuelta y
arrebatándole la camiseta de las manos, la hizo una bola y la estrelló contra el suelo.
-Es un poco tarde para tanta modestia, ¿no crees? -murmuró, y levantándola en
brazos, la sacó de la habitación y subió las escaleras.
Livvy sintió el contacto con su pecho desnudo y su propia desnudez, y al mismo tiempo,
experimentó una excitación infantil e irracional. ¿Iría a llevarla a la cama? ¿Pensaría
hacerle de nuevo el amor? -Leon... -susurró.
-Ahora no contestó él con crudeza-. Ya hablaremos después.
Herida, Livvy cerró los ojos, y él la llevó hasta su propia habitación y la dejó con
cuidado en la cama para desaparecer inmediatamente. Apenas había transcurrido un minuto
cuando volvió a aparecer con un vaso de agua y unas pastillas.
-¿Qué es eso? -le preguntó ella, poniéndose boca abajo y dejando que el pelo le tapase
la cara.
-Antihistamínicos. Los tengo por las picaduras de los insectos, pero te adormecerán
un poco. Has sufrido una tremenda impresión y lo mejor será que duermas un poco.
-No creo que...
-Tómatelas -le ordenó.
Livvy se incorporó y se las tomó. Entonces, Leon entró en el baño y se oyó el ruido del
agua al correr. Cuando volvió a la habitación, Livvy se estaba poniendo su bata. Esperó a que
se la hubiese atado y se acercó a ella a tomarla por un brazos.
-Ahora voy a ayudarte a que te des un baño. Y no se te ocurra quejarte. Estás
demasiado alterada para hacerlo tú sola.
Una vez se hubo sentado en el agua, Leon le recogió el pelo hábilmente en un moño.
-No te lo mojes -le dijo-. Tardaría mucho en secarse, sobre todo porque el secador
sólo funciona en la cocina. El resto de la casa tiene enchufes de los antiguos.
Livvy se mordió los labios. Todo lo que decía empeoraba las cosas, evidenciaba que ella
no estaba acostumbrada a aquella clase de sexo casual. Por ejemplo, ¿cómo sabía él lo que
podía tardar en secársele el pelo? Obviamente porque había tenido que esperar que muchas
de sus amantes se secaran el pelo. Hasta era probable que él lo supiera casi mejor que ella.
Pero al menos. en otras ocasiones, había estado dispuesto a esperar.
Entonces, Leon tomó una esponja y comenzó a enjabonarle la espalda, y Livvy intentó
mirarlo y sonreír, pero él miró hacia otra parte.
-Creo que las pastillas están empezando a hacer efecto -dijo al cabo de un momento-.
Si me dejas un momento, salgo del agua y te seco.
El le dio la esponja y se levantó.
-De acuerdo. Voy a darte algo para que te pongas y puedas dormir en mi cama.
-No es necesario. Puedo dormir en la mía.
Pero él contestó que no con la cabeza y por fin, sonrió. Aunque no con una de sus
maravillosas sonrisas, sino de una forma cansada.
-Duerme en la mía -dijo, suspirando-. Es más cómoda, y tienes a mano un baño que
funciona en caso de que te encuentres mal.
Livvy asintió débilmente. y una vez cobijada bajo las sábanas, en aquella enorme cama,
sola, y con la luz del sol entrando por la ventana, lloró. Ya no era virgen. Y había sido
maravilloso y extraordinario, y al menos mientras había ocurrido, se había perdido tan
profundamente en Leon que hasta habría podido jurar que estaba enamorada de él. Y sin
embargo, media hora después, él la había dejado tirada como un papel usado. Y las lágrimas
siguieron cayendo hasta que se quedó dormida.
Era domingo, y en la distancia oyó las campanas de la iglesia repicar. Se levantó de la
cama y entró en el baño. Tenía los ojos hinchados y la nariz enrojecida. pero haciendo un
esfuerzo de determinación, salió del baño y se dirigió a su propia habitación, pero cuando
entró allí, estuvo a punto de echarse a llorar otra vez. Leon había dormido en su cama, y un
deseo irrefrenable la empujó a poner la cara sobre la almohada para inhalar su olor. Pero al
verse reflejada en el espejo, la tomó y la tiró al suelo. Sacó unos vaqueros y una camiseta
del armario, se pasó un cepillo por el pelo, que aún le olía remotamente a humo, se lavó la
cara y los dientes y bajó a la cocina.
Le encontró allí sentado en aquella mesa ultra blanca, tomando un café con el ceño
fruncido. No la miró al oírla llegar.
-¿Leon?
La miró brevemente y luego volvió a su café.
-Ya. Así que no hemos desayunado todavía, ¿eh? Excelente. Así podré decir lo que
quiero decirte sin temor a que me interrumpas. En primer lugar, te informo de que pienso
usar tu baño y tu cocina. La idea de vivir como una campesina del siglo dieciocho me parece
una bobada. Rosamunda estaría acostumbrada a ese estilo de vida, igual que yo lo estoy a la
vida moderna. Y ya que yo no me siento tentada ni por tu coche de importación ni por tus
clubs de campo, creo que es perfectamente plausible afirmar que Rosamunda tampoco se
sintió tentada por la porcelana y la seda.
-¿Y por mi cuerpo? ¿No te sientes tentada por él?
-No. Como te dije ayer, se trataba de una situación excepcional.
-Así que no has cambiado de opinión, ¿no?
-No. Al fin y al cabo, Rosamunda tampoco lo habría hecho.
-¿Ni siquiera si su marido le hubiese salvado la vida?
-No. Habría llevado uno de esos vestidos típicos del siglo dieciocho, así que habría
tenido tiempo de sobra para recuperar la cordura antes de que le ocurriese una cosa así.
Además, ella tenía los valores de su tiempo en la cabeza, y yo no.
-¿Ah, no? Entonces, ¿cómo puedes estar tan segura de saber cuál habría sido su
reacción?
Las mejillas de Livvy se pusieron rojas por la indignación. No estaba comportándose
de forma madura. No como Katya. Tampoco como Sonia
-Porque tengo mis propios principios.
-¿No me digas? Pues me da la sensación de que acabas de tirarlos por la borda.
-¡De eso nada! Espetó -. ¡Fuiste tú quién decidió que viviese sin baño y sin cocina, no
yo!
-Si claro... -suspiró, y volvió a estudiar su café-. La verdad es que fuiste tú quien sacó
conclusiones precipitadas. Admito que te eché de esta cocina porque estaba molesto
contigo, y he de admitir también que lo hice parecer una decisión racional, pero a partir de
ahí, fuiste tú la que hizo el resto. Yo restringí tus movimientos en la casa simplemente
porque hay lugares donde el suelo o el techo peligran. Irónicamente, tu seguridad era lo
único que me preocupada, y mira lo que ha pasado con el invernadero.
-¿Sabías que era peligroso?
-Debería. Llevo desde los dieciséis años en el negocio de la construcción.
-¿Y por qué no me lo advertiste?
-Eso mismo es lo que yo me he estado preguntando durante toda la noche. Había una
sofá delante de la puerta, y te dije que no entrases en mis habitaciones, pero no había
contado con que... carecieras de principios.
-¿Que carezco de principios? ¿Yo? Teniendo en cuenta tu forma de comportarte con
las mujeres, creo que le estás echando un montón de cara al asunto. Yo por lo menos tengo
la excusa de que me había llevado un susto de muerte y que te estaba agradecida de que me
hubieras salvado, pero tú aún venias caliente de la cama de Sonia, para no hablar de lo que
le estás haciendo a Katya.
Leon la miró con el ceño frunció y se levantó.
-Ya es suficiente erijo, y salió de la cocina sin mirar atrás.
Livvy le sacó la lengua a su espalda, pero al verle salir se sintió asaltada por una de
esas oleadas de amor que la habían estado atacando desde la tarde anterior. Oleadas
fraudulentas de amor, porque no lo quería. Simplemente le encontraba irresistiblemente
atractivo... físicamente, claro. O simplemente estaba intentando engañarse a sí misma
porque no era capaz de enfrentarse a la humillación de haber traicionado sus principios.
Cuando entró en su sala de estar, descubrió que a su tetera le habían puesto una
clavija adaptada a la clase de enchufe y que habían rescatado su trabajo del desastre del
invernadero. Estaba destrozado.
No iba a poder soportarlo. Estaba pendiente de cada mínimo ruido, de cada crujido de
la madera que pudiera denotar su llegada. Quería estar cerca de él, y la espera estaba
volviéndola loca.
Al final se rindió a la tentación y entró en su cocina. No estaba. Enchufó la tetera e
intentó echar un poco de café en las tazas tal y como hacía él, sin usar la cuchara, pero se
le cayó la mayor parte sobre la mesa. ¿Cómo era capaz de hacerlo`' Abrió el cajón de los
cubiertos v revolvió distraídamente hasta que, de pronto, frunció el ceño y miró con
atención. En el interior del cajón había una especie de caja de madera bastante vieja en la
que estaban los cubiertos, y se había desplazado ligeramente. Aquel cajón hacía meses y
meses que no se limpiaba...
Entonces subió corriendo las escaleras y entró en el baño para examinar el lavabo y
los demás sanitarios. Y las estanterías del armario de la pared. Y los grifos de detrás del
lavabo.
No cabía duda. Tanto la cocina como el baño llevaban años reformados, y no semanas...
Qué vergüenza... Volvió a bajar la escalera lenta
mente, intentando prepararse para la necesaria tarea de disculparse con el hombre de
quien parecía estar enamorándose de verdad. Pero aunque su coche estaba aparcado
delante de la casa, no había ni rastro de Leon, así que salió al jardín e intentó relajarse,
pero cada vez que recordaba cómo había sido hacer el amor con él. las lágrimas le asaltaban
los ojos.
-Ah, estabas aquí -dijo Leon al verla sentada en una silla.
Iba vestido otra vez con los pantalones blancos de tenis y llevaba la raqueta en la
mano. La dejó caer al suelo y se sentó frente a ella.
-Leon, quiero disculparme -dijo sin rodeos.
-No lo hagas -contestó él con tanta intensidad que Livvy se sorprendió.
-Pero...
-No hay peros. No hurguemos más en las viejas heridas, ¿eh?
-Pero es que acabo de descubrir que no has sido tú quién instaló la cocina.
Leon arqueó una ceja.
-Lo sé.
-Claro que lo sabes, pero quería disculparme...
-Y ya te he dicho que no tienes que molestarte en hacerlo.
-Está bien -contestó, mirando hacia otro lado para que no pudiese ver su dolor. Pero
apartar la mirada no era suficiente y tuvo que levantarse.
-Siéntate.
-Tengo cosas que hacer.
-No tienes nada más importante que hacer que escucharme a mí, así que siéntate.
-¿Es que no puedes dejarme sola para que pueda seguir con mi trabajo? -murmuró.
El se recostó en la silla estudiándola con los ojos entornados.
-Si te hubiese dejado sola ayer por la tarde, Dios sabe lo que habría podido pasar -
hubo una pausa-. O lo que no habría pasado.
-Sí, bueno... -balbució, y se sentó en el borde de la silla con las mejillas al rojo vivo-.
La verdad es que fue culpa tuya. Si me hubieras dicho que la casa no es segura, ni me habría
acercado al invernadero. Y no me digas que he sido yo la que sacado conclusiones preci-
pitadas, porque fuiste tú quién deliberadamente me confundió con lo de la casa. Me dijiste
que habías hecho instalar la cocina y el baño cuando en realidad lo hicieron los Fox.
-Yo no te he dicho nunca tal cosa, Olivia. Es otra conclusión más que has sacado por tu
cuenta.
-Pero tú no me contradijiste. Me dejaste que siguiera creyendo que habías sido tú el
que... -¿Había destrozado la casa?
-Está bien. Sí, fue eso lo que dije. Pero es que tú me animaste. Todo eso de que iban a
venir las máquinas y los obreros a echarlo todo abajo no fue más que otra historia para
hacerme tragar más a fondo el anzuelo. Jamás se me ocurrió pensar que la casa era
insegura, y con tu juego pusiste mi vida en peligro.
-Sí.
-¿Sí? ¿Es eso todo lo que tienes que decir? -Te pido disculpas.
-Oh...
-¿No te basta con eso? Puedes creerme si te digo que yo tampoco estoy satisfecho de
cómo han salido las cosas.
Lo que le faltaba. Era la clase de cosa que una mujer necesitaba escuchar del hombre
con el que había hecho el amor por primera vez en su vida apenas unas horas antes.
-Deberías haberme dicho la verdad.
-Tú también, Livvy. Deberías haberme dicho que eras virgen.
-No era asunto tuyo.
Leon la miró sorprendido.
-Enseguida se hizo asunto mío. Deberías habérmelo dicho cuando te diste cuenta de lo
que iba a ocurrir...
Livvy clavó los ojos en el suelo con el pulso latiéndole en los oídos. No habría hecho el
amor con ella de haberlo sabido.
-Lo siento -mintió.
-Ahora será mejor que dejes de balbucear y que me escuches. Hace un par de días me
dijiste que nuestro comportamiento era pueril, y estoy absolutamente de acuerdo, así que
¿qué te parecería si adoptásemos un enfoque más maduro mientras te enseño la casa, tal y
como tenía pensado cuando llegaste y te muestro cuáles son los lugares peligrosos para
evitar futuras catástrofes? De todas formas, debo decirte que sólo el invernadero estaba
en peligro de hundirse. Todo lo demás está bastante bien.
¿Hacer el amor contaría para él como una catástrofe?
-¿Debo sentirme más tranquila con lo que me has dicho, o no?
Leon cerró los ojos y suspiró.
-Livvy, tú siempre crees exactamente lo que eliges creer, pero si piensas que voy a
dejarte andar por un suelo que puede venirse abajo en cualquier momento es que eres más
tonta de lo que yo creía.
¿Cómo habría podido ser tan idiota como para mezclarse con él? Prácticamente le
había rogado que le hiciese el amor y lo único que él era capaz de hacer era insultarla.
¿Cómo había sido capaz de ponerse en tal situación?
El se encogió de hombros.
-Si yo estuviera en tu lugar y no creyera que es cierto lo que van a decirme sobre las
condiciones en que está la casa, me marcharía.
-¿Es eso una invitación? ¿Quieres que me vaya?
-No -contestó, poniéndose de pie-. ¿Vienes o no?
-Detrás de ti -suspiró.

CAPÍTULO 10

P URTEN End tiene podredumbre seca y húmeda en ciertas partes de la madera. Y


carcoma -dijo Leon al entrar-. Vamos a tener casi que desarmarla y volverla a armar En
cuanto a la apariencia exterior, bueno, dependerá de lo que descubramos durante la
reforma, pero esencialmente se intentará dejar en su apariencia original en la medida de lo
posible. Habrás modernizaciones, por supuesto, pero nada irrevocable ni obstrusivo. En esta
habitación hay podredumbre húmeda en este rincón del suelo. Podrías hacer pasar un
destornillador a través de la madera, pero un pie no se te podría colar, por ejemplo. Y el
yeso del techo está suelto, pero no es un trozo muy grande y no está tan mal como para que
se te pueda caer en la cabeza.
La visita continuó con Livvy escuchándole en silencio. Leon sabía perfectamente lo que
quería hacer con el edificio, y Livvy cada vez se sentía peor. Entendía de edificios antiguos.
y es más, era sensible respecto a ellos. Le importaban. Quizás hasta incluso los amaba.
-Y esto es todo -dijo al final, sacudiéndose las manos después de haberse limpiado de
yeso el trasero de sus pantalones.
-Gluteus maximus -murmuró entre dientes. -¿Qué has dicho?
-Nada. Es evidente que sabes muy bien lo que haces.
Hubo un silencio frío hasta que él se volvió y esbozó una sonrisa.
-¿Sorprendida. Livvy?
-¿Por qué no me lo dijiste antes?
-No quería echar a perder tu diversión.
Ella se quedó en silencio un momento.
-Supongo que saqué algunas conclusiones precipitadas.
-¿Algunas?
-Está bien... Pero ten en cuenta que lo primero que te vi hacer fue cortar un árbol
maduro y saludable.
-Un sicomoro. Crecen bastante deprisa, y se taló para un carpintero. Terminará siendo
un mueble.
-Ah, ya... ¿Y lo del camino? También lo supe antes de hablar contigo por primera vez.
-Vallé el camino porque hay una rara colonia de orquídeas en el bosque, y necesitaba
ofrecerle protección hasta que haya podido asentarse. Sé que estaba cometiendo un acto
ilegal bloqueando el paso de un camino público, pero no tuve tiempo de hacerlo de otra
manera.
Livvy se miró las manos.
-Yo... ¿cómo iba a saberlo? No me lo dijiste.
-No sabía si estabas o no interesada en la flora salvaje. Y tenía buenas razones para
no hacerlo. Y es más, para cuando surgió esa cuestión, ya no sentía la necesidad de
justificarme ante tus ojos. Ya te habías pasado de la raya.
-¿Qué estás intentando decirme? ¿Que eres el conservacionista más importante de
este mundo?
-Hago lo que puedo.
-¡Lo que puedes! ¿Eso incluye sembrarlo todo de horrorosos rascacielos?
-¿Por qué piensas eso?
-¡Eres dueño de una empresa de construcción!
-Mi empresa está especializada en casas y en la restauración de edificios antiguos. Lo
creas o no, somos especialistas en ese campo.
-¡Vi la maqueta al entrar en tu oficina!
-Era la maqueta de un edificio de oficinas de los años cincuenta en el centro de
Chicago. Ganó varios premios en su momento, y de hecho, se trata de un clásico en su tipo.
La gente de Chicago piensa que forma parte de su patrimonio, así que nos han contratado
para que tratemos un problema que ha surgido con el hormigón.
Livvy cerró los ojos.
-Y supongo que tampoco has pensado hacer trozos la empresa de Richard Gallagher.
¿verdad? -No.
-Ni tampoco dejar a la gente en el paro. Leon suspiró.
-Sé que parece una ironía, pero Richard ha empleado siempre picapedreros para su
trabajo. pero hasta ahora sólo ha podido contratarles para realizar una obra y despedirles
después. Su empresa será una buen inversión para Roche e Hijo. El trabajo de restauración
en el que estamos metidos les garantizará trabajo continuado hasta el siglo que viene. Y en
cuanto al resto del personal... bueno, la industria de la construcción tiene sus altibajos, y
los contratos por obra terminada suelen ser lo normal. De hecho, hay mucha gente que
trabaja en el sector de la construcción porque les gusta el desafío del cambio de trabajo
frecuente: aún así, estoy convencido de que a la gente de Gallagher le irá mucho mejor
después de la fusión. Dada nuestra experiencia en restauraciones y nuestro mercado que
incluye también a Europa, somos menos vulnerables que otras empresas a los altibajos del
trabajo.
Livvy tragó saliva.
-Lo siento -dijo-. Ha malinterpretado un montón de cosas, ¿verdad?
Leon se sonrió con ironía.
-No te disculpes. Livvy. Malinterpretar cosas es tu punto fuerte. Eres toda una
especialista, así que no agaches la cabeza. Muéstrate orgullosa.
-Supongo que también estás en lo cierto con lo de mi libro -suspiró con tristeza.
Leon se la quedó mirando un momento y después se cruzó de brazos.
-¿Lo dices de verdad, Livvy?
-Es posible.
Su escrutinio siguió y ella apartó la mirada.
-Venga, Livvy. Decídete -urgió, pero ella se encogió de hombros.
-Aún estoy pensándolo.
Leon se echó a reír.
-No me digas que estás dispuesta a admitir que es una basura.
-No tanto, pero me temo que sólo va a ser cuestión de tiempo.
-Así que piensas que soy perfecto, ¿no?
-¿No es eso lo que has intentado decirme?
-¡Dios mío! ¿De verdad quieres que te conteste a eso, o simplemente es ésa la
conclusión que has sacado y quieres que yo te lo confirme?
Livvy hizo una mueca.
-Perfecto no eres, desde luego -replicó, y su espíritu cobró fuerza de nuevo al ver que
se estaba riendo de ella-. Tienes mucho que aprender en cuanto a mujeres, por ejemplo.
La rabia brilló en sus ojos, pero para sorpresa de Livvy, no le contestó, aunque por su
gesto no cabía duda de que hubiera querido hacerlo.
-Sólo por curiosidad, Leon: ¿cuántas mujeres hay en tu vida en este momento, Leon? Y
a mí no me cuentes. Yo estoy casada y, desde luego, no estoy dispuesta.
Él siguió sin contestar.
-A Katya y Sonia ya las conozco -continuó, decidida a estropearlo todo de una vez por
todas. No estaba dispuesta a seguir enamorada de aquel hombre para toda la vida, y lo
único que tenía que hacer era revelar esa cara horrible de su personalidad para quitársele
para siempre de la cabeza-. ¿Y tu secretaria, Gina? No me parece la más inteligente del
mundo, y tú podrías tener la secretaria que quisieras, guapa e inteligente, pero quizás es
que te interesa más otra clase de combinación, como la de soltera y dispuesta. ¿Está
soltera Lulú, Leon?
Había ido demasiado lejos, y una ira negra apareció en su cara.
-¿Y bien? -insistió, ansiosa por llevarlo todo hasta el final.
-¿No sería mejor dar el día por terminado, Livvy? -le preguntó él con voz gélida.
-¿Quieres decir que deje de preguntarte por tus novias?
-No. No quiero decir eso.
-Te refieres a nosotros... al matrimonio... -Sí.
-Yo... sí. Pero no podemos.
-Podemos hacer lo que queramos. -Sólo llevamos días casados.
-¿Y? He hecho cosas menos convencionales que divorciarme después de tres días de
matrimonio.
-¡Pues me alegro por ti! -espetó-. Pero fuiste tú quien engañó a mis padres. Fuiste tú
quien les vendió ese montón de embustes y quién les embarcó en el Queen Elizabeth. así que
también vas a tener que soportarme durante un tiempo razonable. No podría explicarles
cómo el amor a primera vista ha desaparecido tan sólo tres días después de la boda, y si les
digo la verdad, les destrozaré el corazón, y los recuerdos de su viaje, y haré que se sientan
utilizados. Así que no vas a tener más remedio que aguantarme durante seis meses más -
Livvy guardó silencio un instante, y al mirarle, el corazón le dolió por él-. ¿Es que crees que
yo tengo ganas de quedarme? -le gritó-. ¿Crees que voy a poder soportarlo? ¡No te imaginas
lo difícil que me resulta! Pero no estoy dispuesta a hacerles tanto daño, y no se hable más.
¡Has pagado por conseguir lo que querías y ahora te aguantas! Los negocios son los negocios.
Aprendo rápido, ¿ves?
-¿Que he conseguido lo que quería?
-¡Me has conseguido a mí! -le gritó, y salió corriendo escaleras arriba en un intento
desesperado de ocultar las lágrimas que le quemaban los ojos.
Pero él la alcanzó en un abrir y cerrar de ojos, y Livvy comenzó a subir los peldaños de
dos en dos. ¡Ya era bastante malo haberle dicho cómo se sentía, para encima dejarse caer
en sus brazos!
Leon se detuvo en mitad de la escalera y cuando Livvy lo miró desde el descansillo, le
vio con los brazos en jarras, lívido de ira.
-Livvy -le ordenó-, haz el favor de bajar. Tenemos que aclarar esto.
-¡No! -le contestó, pero esa única palabra bastó para delatarla. Su voz había sonado
espesa por las lágrimas y no había podido controlar el temblor de los hombros y de la
barbilla. Dios mío... Ahora se acercaría a ella para consolarla. y ya no podría ocultarlo más...
Pero se equivocó, porque aunque sus sollozos se oyeran en el silencio de su habitación.
él no apareció.
Alrededor de las dos, llamó a la puerta de su dormitorio.
-He hecho que nos traigan la comida del club –le dijo con suavidad-. Está preparada en
el jardín. Así que si no quieres que se enfríe, no tardes en bajar. Y bajó, claro, aunque la
pusiera enferma oír compasión en su tono de voz.
-Es muy amable de tu parte haberte preocupado de la comida -le dijo al encontrársele
esperándola en el rellano. Se había lavado la cara e incluso el pelo, y se había maquillado un
poco-, pero no era necesario. Podría haber...
-Podrías haber hervido un huevo en tu maravillosa cocina de fuego bajo. ya lo sé -dijo,
y la miró a los ojos-. Livvy, será mejor que no olvidemos enfocar todo esto de forma
madura, ¿de acuerdo?
Ella asintió y tragó saliva.
-Venga, vamos -dijo él, sonriendo como siempre-. Vamos a comer -añadió, tomándola
del brazo casi como si fuese una inválida.
Livvy se sintió humillada en extremo. De ser capaz, subiría a su coche y desaparecía
en aquel mismo instante, pero su cordura se había evaporado con el calor de la pasión. Leon
la tenía hipnotizada. Lo odiaba y le deseaba al mismo tiempo; quería salir con él al jardín,
beber vino juntos y ver qué encontraba en la profundidad de sus ojos.
Habían traído una pata de cordero que aguardaba ser trinchada, adornada con patatas
asadas y vegetales.
Livvy se sentó en aquella antigua silla de hierro forjado y sonrió.
-La verdad es que por ahora no lo hemos hecho demasiado bien, ¿eh? -comentó.
El asintió en silencio.
-Verás... cuando me casé contigo, pretendía seguir siendo fiel a mis ideales. Quería
demostrarte que era posible vivir no dejándose llevar sólo por los principios aplicables a los
negocios -le explicó.
El parecía concentrado en cortar la carne, y no contestó.
-Pero me parece que no he tenido mucho éxito. ¿verdad?
Leon la miró con curiosidad, pero siguió guardando silencio.
-Pero es que... Si por lo menos no hubieses hecho tontería de pretender ser un
desalmado... bueno,
Pero sólo con mirarlo, se le olvidaba lo que quería decir.
-¿De verdad es una tradición en tu familia ofrecer un broche en lugar de un anillo?
-No.
-Y entonces, ¿por qué Sir Richard sabía que me lo ibas a regalar?
-Pues porque una vez tuve una discusión con él sobre el simbolismo de los anillos de
boda. Dios mío... ¿querría eso decir que no creía en el matrimonio?
-¿De verdad insistió en que te casaras?
-Sí.
-Ah.
Así que era verdad... Había querido creer que no era posible que un hombre como
Leon, que había hecho crecer su negocio hasta hacerle llegar a Europa. hubiera podido
ceder a esa clase de presión... Había querido creer que había otra razón... Pero si no creía
que el matrimonio...
-¿No crees en el matrimonio? -le preguntó, casi sin voz.
-No creo que los vestidos blancos y los anillos hagan un matrimonio --contestó,
lacónico.
Cortó varias lonchas de carne y se las sirvió a Livvy. -¿Está bien así?
-Sí, sí.
Fue una comida deliciosa que Livvy se obligó a tragar, aun a pesar de tener la
sensación de estar masticando serrín. Estaban intentando ser maduros y civilizados,
sentados allí charlando, y Leon parecía estar disfrutando de ello. Había sido un error volver
a remover las cosas.
-¿Qué extensión tiene el jardín?
-Diez hectáreas.
-Vaya. Este lugar es muy agradable para comer.
-Sí.
El sol arrancaba destellos de sus labios húmedos del último sorbo de vino, y Livvy se
sintió tentada. Profundamente tentada, lo cual tenía su ironía, porque él no parecía querer
tentarla de ninguna manera.
Seguían sentados a la mesa cuando se oyó el motor de un coche a lo lejos.
-¿Quién puede ser? -preguntó Leon.
Livvy se encogió de hombros.
-Nadie que me busque a mí, porque no le he dicho a nadie que estoy aquí.
Leon hizo un gesto con la mano y se recostó en su silla.
-Voy a ver -dijo Livvv. pero cuando hizo ademán de levantarse, Leon la detuvo.
-Si quienquiera que sea quiere hablar con nosotros, tendrá que esperar.
-Pueden ser ladrones.
-Es poco probable.
-Sí, pero...
-No te muevas.
Livvy inspiró profundamente. Leon quería que se quedase. Quería estar con ella en
aquel jardín inundado de sol los dos solos, e inconscientemente, sonrió de oreja a oreja.
-¿Eres feliz, Livvy?
-Eh... hace un día precioso.
-Ya llevamos un par de semanas con días como éste. Estamos teniendo un verano
maravilloso.
-Sí. Qué pena que mis padres se lo estén perdiendo. Ya sé que estarán teniendo
también un tiempo maravilloso, pero es que tenemos tan pocas olas de calor como esta aquí
que... mm... bueno, esperemos que dure hasta que vuelvan.
Leon se la quedó mirando con atención.
-¿Por qué no les parece bien que seas ilustradora, Livvy? No lo comprendo. La mayoría
de padres estarían encantados de que las carreras de sus hijos hubieran tenido una
trayectoria como la tuya.
-No es el hecho de que sea ilustradora lo que les inquieta. Creen que es una vida
demasiado... demasiado solitaria para mí, trabajando todo el día sola. Hubieran preferido
que trabajase en una agencia de publicidad, en un periódico o algo así. En algún lugar dónde
podría haber conocido maridos en potencia. Algún lugar con fiestas de Navidad y bailes de
empresa. Algún lugar dónde pudiera haber utilizado mis habilidades para cazar a un hombre
como tú. Ellos... eh... no comprenden que yo disfruto con mi trabajo por su propia
naturaleza. Cuando ellos eran jóvenes, no tuvieron la oportunidad de elegir su profesión,
sino que tuvieron que contentarse con trabajar en lo que les vino a la mano y hacer de ello
un negocio rentable sin preocuparse en si era o no un trabajo satisfactorio. No se dan
cuenta de que para mí es diferente.
-Ya. ¿Crees que habrías estado tan decidida a seguir adelante con tu carrera de
haber sido ellos más comprensivos?
Livvy lo miró sorprendida.
-¿Quieres saber si simplemente estoy reaccionando contra lo que ellos me dictan? No.
Estoy completamente segura de que no. La verdad es que nos llevamos bastante bien, a
pesar de nuestras diferencias, y no creo que mis ambiciones tengan algo que ver con ellos.
Simplemente es mi forma de ser.
¿Por qué no podría haberla hablado de aquella manera desde el primer momento?. se
preguntó con un suspiro involuntario. ¿Por qué había tenido que esperar hasta aquel
momento para mostrar algún interés en ella? Ahora era ya demasiado tarde.
A lo lejos se oyó sonar el timbre de la puerta.
-¿No crees que deberíamos ir a ver quién es?
Pero Leon contestó que no con la cabeza.
-Supón que es... un telegrama.
-Los telegramas se envían ya por teléfono.
-Es verdad. Lo había olvidado.
El estómago se le estaba empezando a encoger bajo su mirada escrutadora y Livvy se
miró los vaqueros y la enorme camiseta blanca con su dibujo de animales de la selva y su
ruego de salvar los bosques tropicales. Ojalá se hubiera puesto su vestido de rayas blancas
y azules... y ojalá no estuviese perdiendo la cabeza de aquella manera.
-¿Qué ocurre? -le preguntó él de pronto. -Nada -murmuró ella.
-¿Otra vez sacando conclusiones precipitadas, Livvy?
-No -le contestó, mirándolo a los ojos.
Hubo otro incómodo silencio, roto al final por el ruido del motor de un coche que se
alejaba. Leon no dio signos de haberlo oído, lo que probablemente quería decir que estaba
dispuesto a seguir hablando.
-¿Vive tu padre de verdad en un paraíso fiscal? --le preguntó en voz baja.
-No. Vive en Estados Unidos, el país que le alimentó, le educó y todo eso. Es
norteamericano, pero vino aquí con el ejército y se quedó para casarse con mi madre. Ella es
de origen polaco, pero se marchó de un gueto de Varsovia cuando era todavía una niña.
-Parece una pareja fuera de lo común.
-Y lo eran. Mi madre siempre ha sido una mujer muy emotiva que descargaba toda su
fuerza emocional tocando el violín durante horas, y no con demasiada fortuna, en el cuarto
de baño. Mi padre era carpintero y fundó una empresa de construcción. Podría decirse que
era un experto, porque la madera se utiliza en América mucho más que aquí para la
construcción, así que poco a poco llegó a ser un experto en renovar la madera de los
edificios antiguos, lo que era un mercado consistente y sin altibajos, pero no era un hombre
ambicioso y creo que para él el trabajo era casi una carga. Pero siempre ha querido mucho a
mi madre y a nosotros, y ha sido un buen padre.
-¿A nosotros? -no se atrevió a volver a preguntar quién era Katya-. ¿Qué tal les va
viviendo en América?
-Muy bien. Mi padre disfruta mucho de estar jubilado y mi madre se ha unido a un
cuarteto de cuerda y parece que ahora que mi madre puede dedicarse en cuerpo y alma a su
arte, son felices.
Livvy suspiró. Así que ahí estaba la raíz del asunto, en la historia de su vida. Por eso
no le gustaban los artistas, ni la gente que se dedicaba a la creatividad, ni la clase de amor
romántico que transformaba a los hombres en bobos. Ahora comprendía bien por qué su
historia le parecía una basura.
-Cuando éramos niños... -repitió-. ;,Hay algo más que quieras aclararme, Leon? Lo que
quiero saber es si hay alguna otra conclusión errónea a la que me haya lanzado.
Hubo una pausa terrible.
-No -contestó al fin, y se levantó de la silla-. Y ahora, si me disculpas, tengo que
ducharme y cambiarme de ropa. He de volver a Londres para una reunión y tengo que
recoger a Lulú a las ocho. No quiero hacerla esperar.
-¿Una reunión? ¿Un domingo por la tarde?
-Sí. Estamos reconstruyendo una Schloss en Sajonia y hay problemas. Tendré que
marcharme mañana a primera hora a Alemania.
-¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?
-No lo sé contestó después de una pausa deliberada, y entró en la casa.
Livvy se quedó mirando cómo el tejido blanco de sus pantalones dibujaba sus glúteos
al meterse él las manos en los bolsillos, sus hombros anchos y redondeados y el brillo de sus
rizos oscuros al sol, antes de que desapareciese en la cocina. y en el fondo de su corazón,
lloró.
La había engañado. La había tentado. Y ahora que había sucumbido, no había marcha
atrás.
Tardó precisamente tres días en comprender hasta qué punto la había engañado. Los
jardinero que vinieron a trasformar la antigua pista de tenis de hierba en un huerto, le
explicaron que los árboles que había visto talar estaban afectados de un hongo, y que había
sido una verdadera suerte que el señor Roche se hubiera dado cuenta a tiempo.
Durante esos tres días llegó un nuevo Mini color azul oscuro con un pequeño dibujo de
rosas en un lado.
Katya llamó para preguntar dónde habían estado el domingo por la tarde, ya que se
había desplazado desde Londres para conocer a su nueva cuñada. Le había sorprendido
saber que no la esperaban, hasta que cayó en la cuenta de que sus hijos, que se habían ido a
pasar el domingo al zoo con su ex-marido, habían estado jugando con la extensión del
dormitorio y debían haber cortado el mensaje que les estaba dejando en el contestador.
Sonia llamó también.
-Dile que ya tengo dispuesta la madera que quería para el castillo Llanfihangel. -
¿Perdón?
-Sí, la madera de tejo. Ya sabes... está empeñado en que usemos tejo, aunque yo he
intentado convencerlo de que el roble sería mejor. La verdad es que no sé para qué me he
molestado. Leon siempre consigue lo que quiere... Ah, y dile que ya he encontrado la forma
de proteger a los murciélagos y las lechuzas durante la reconstrucción. Le enviaré el
informe en unos días.
-¿Murciélagos y lechuzas?
Sonia se echó a reír.
-Se tiró despierto toda la noche observándolos con mi cámara de infrarrojos. Yo ya
he visto escenas similares cientos de veces, pero para él era la primera vez,
y se quedó bastante impresionado. Al final hasta le dejé solo. Hacía un frío de muerte
en esos establos.
-Murciélagos... -murmuró Livvy-. Gracias, Soma. Le haré llegar tu mensaje.
Cuando llamó a Gina para pasar el mensaje, no fue ella quién le contestó, sino la
operadora de la centralita.
-Lo siento, pero Gina está en el lavabo. Llámela dentro de diez minutos -suspiró-.
Supongo que para entonces ya estará en su mesa. La verdad es que se pasa la mitad del
tiempo en el cuarto de baño retocándose el maquillaje -añadió-. No sé cómo el señor Roche
la soporta... de no ser que la razón sea lo difícil que debe ser para una madre soltera
ganarse la vida. Hay que levantar un poco la mano, aunque sólo sea por el bien del niño. Eso
es lo que dice el señor Roche.
Un hombre sin escrúpulos. Un destructor de las vidas ajenas... ¿O un hombre que
toleraba a una secretaria poco competente por el bien de un niño? ¿Y es que eso importaba
de verdad? Pero quién fuese, apenas importaba ya, porque no le preocupaba lo más mínimo
lo que ella pensase de él. Y hasta estaba empezando a darse cuenta de que, aunque sus
peores sospechas hubieran sido ciertas, no habría supuesto diferencia alguna. No habría
cambiado sus sentimientos ni un ápice.
Leon estuvo ausente durante toda la semana, e incluso durante toda la semana
siguiente. Los constructores llegaron para limpiar el invernadero y para empezar a quitar
algunos de los viejos aseos, y llegaron por correo algunas notas referentes al trabajo que
debía hacerse en la casa y que Livvy leyó una y otra vez, llegando incluso a olerlas,
intentando encontrar su aroma pegado al papel.
Déjales entrar en... Dales lo que necesiten para... De ninguna manera deben...

Ella se sumergió en su trabajo. La mañana la empleaba con sus dibujos y la tarde en su


búsqueda en la biblioteca. El mayor Fox había contestado por fin a su carta diciéndole que
creía haber guardado el documento en cuestión entre las páginas de otro libro más grande
para evitar que se estropeara. Livvy fue mirando con sumo cuidado y uno a uno los libros que
le parecieron más grandes, y después lo más pequeños. Y por fin, hasta los cajones y
puertas de armarios.
Hasta encontró en baúl lleno de corsés antiguos. La mayoría eran de un color rosa ya
desvaído, con unos extraños suspensorios de metal, y hasta encontró uno, ya parduzco por
el tiempo y retorcido, que seguro debía remontarse a la época de Rosamunda.
Pero aunque conseguía mantener las manos y la cabeza ocupados desde la mañana a la
noche, el corazón le latía desconsolado incluso en mitad de la noche. Quería estar con él.
Quería oír su voz, ver su cara y ser amada por él. Corazón loco.
Un pequeño consuelo era comprobar que su trabajo estaba adquiriendo una nueva
intensidad: Rosamunda había adoptado la misma sinceridad de Livvy, y hasta hablaba casi
como ella, con el corazón en los labios. Su trabajo era tan importante para ella que debería
haberse sentido complacida, pero es que de pronto, había dejado de parecerle tan
importante.
Leon volvió en un día húmedo de mediados de semana, vestido con traje oscuro, camisa
blanca y una corbata tan azul como sus ojos. Estaba aún más moreno y se pasó una gran
cantidad de tiempo examinando el suelo de madera con uno de los trabajadores de la
cuadrilla. Livvy supo exactamente cuánto porque de vez en cuando pasaba cerca de ellos con
falsos pretextos, esperando verle levantar la cabeza y que la sonriera de aquella forma tan
suya, pero al final, derrotada, volvió a entrar en la biblioteca e intentó no pensar en los
pasos que anunciarían su llegada, pero aún así los oyó. Leon entró en la biblioteca y se
acercó a ella por la espalda, y el corazón empezó a latirle tan fuerte que tuvo la sensación
de que iba a sufrir un colapso. Se quedó a su lado y, como siempre, no dijo absolutamente
nada, hasta que Livvy, pasándose una mano temblorosa por el pelo, se volvió lentamente
hacia él.
-No me digas que aún no has desayunado.
-Ven a la cocina. Quiero hablar contigo.
-De acuerdo -Livvy sintió que las mejillas le ardían y bajó la cabeza, clavando la
mirada en los músculos de su abdomen que se movían al ritmo de su respiración. «Dios mío
¿cómo se llaman?», pensó. «Los verticales son superficiales y... y»-. ¿Por qué estás aquí?
-Tienen que quitar los paneles de madera del recibidor, y quería hablar de ello con los
hombres. Pero lo más importante es que necesitaba verte.
-Ah.
Quería dejarse llevar por la alegría de lo que acababa de decirle, pero al mismo
tiempo no quería ilusionarse para no desilusionarse después.
Una vez en la cocina. Leon se quitó la americana del traje. se estiró, se aflojó la
corbata y desabrochó el botón del cuello de su camisa antes de llenar la tetera de agua y
echar café en dos tazas. Entonces se volvió a ella y sonrió con seriedad.
-¿Cómo estás Livvy?
-¿Yo? Bien.
El frunció el ceño.
-De pronto me he dado cuenta de que hicimos el amor sin usar ninguna clase de
protección. ¿Estás segura de que estás bien?
Livvy había tenido la menstruación la semana anterior, y la desilusión de hinchó en su
estómago como un balón.
-Sí. No tienes nada de que preocuparte, Leon -le dijo casi sin voz.
Él se encogió de hombros y después le ofreció la clase de sonrisa que ella había
estado esperando. Fue una sonrisa de alivio. Después, llenó las talas de agua y añadió un
chorrito de leche.
-Siéntate -le dijo, dejándose caer en una de las sillas.
Ella obedeció.
-¿Qué tal vas?
-Bien, pero todavía no he encontrado la historia.
-¿Y qué pasará si no la encuentras?
-Hasta ahora no me ha ido demasiado mal sin ella;
he podido sacar adelante un montón de trabajo. -¿Pero no puedes terminarlo sin ella?
-Mm... -Livvy se mordió los labios con nerviosismo. ¿Esperaría él que se marchase si no
encontraba el documento después de haber agotado todas las posibilidades? No soportar ni
siquiera pensarlo. Mientras estuviese en Purten End, podría vivir con la esperanza de que en
algún momento, pudiese querer hacerle el amor. No es que fuese tan tonta como para
creerlo posible, y también sabía que si llegaba a ocurrir, la herida sería aún más grande a
largo plazo, pero a corto plazo, resultaría analgésico-. Aún hay un montón de sitios en los
que no he mirado.
-¿Y qué ocurrirá cuando lo hayas revisado todo?
-Yo... eh... mira, ya cruzaré ese puente cuando llegue el momento, ¿de acuerdo? Por
ahora mi trabajo va bien. La soledad de esta casa es ideal.
-Yo creía que se trataba de una historia tan especial que tenías que serle fiel hasta en
el último detalle.
Livvy miró por la ventana. La verdad es que eso era lo que ella le había dicho en su
momento, pero es que ahora la historia estaba cobrando vida por sí misma.
-Sí...
-¿Cómo te sentirías si empezase a vivir aquí los fines de semana?
-Yo... Leon, es tu casa, y tenemos un acuerdo. Puedes pasar aquí tanto tiempo como
quieras.
Leon se recostó en su silla y la estudió con las manos entrelazadas bajo la nuca, y
justo en ese momento, el teléfono sonó.
-Lo contestaré en el recibidor -dijo.
Livvy se quedó contemplando el espacio que había dejado vacío y se sintió sola, muy
sola, y sin poder hacer nada para evitarlo, se levantó de dónde estaba para sentarse en la
silla que había ocupado Leon y que seguía teniendo su chaqueta en el respaldo. Cálido,
masculino y terriblemente real fue el aire que le entró en los pulmones. Jamás querría a
otro hombre de la manera en que quería a Leon. Lo había sabido desde el momento mismo en
que habían contraído matrimonio, incluso desde el momento mismo en que le había visto por
primera vez, por curioso que pudiera parecer. No es que hubiera sido amor a primera vista,
pero fuera lo que fuese resultó único. Lo quería sólo a él, y sin Leon, no había nada. Y con él,
era aún que la nada.

CAPÍTULO 11

L EON empezó a quedarse los fines de semana. Llegaba los viernes por la noche y se
marchaba los domingos por la mañana. Podría perfectamente llegar los sábados y marcharse
los domingos. y Livvy intentó no sentirse demasiado complacida. Al fin y al cabo, aquella era
su casa, y además tenía que supervisar las obras.
No volvieron a discutir. Es más, ambos eran perfectamente correctos el uno con el
otro. Leon le preguntaba por su trabajo y ella le preguntaba por la casa. A veces hasta
paseaban juntos por el jardín y hablaban de qué arbustos necesitaban poda y qué parterre
quedaría bien aquí o allá. Leon la llevaba al club a cenar, y ella estudiaba el menú mientras él
hacia lo mismo con la carta de vinos. Livvy nunca pedía lo mismo que él para después envidiar
siempre su elección.
Una noche del mes de septiembre, mientras paseaban cerca del lago artificial. Livvy
hablando de las malas hierbas y Leon de las lilas de agua, cuando de pronto Livvy se echó a
reír.
-¿Qué ocurre? -le preguntó él.
-Es que... bueno, ¿sabes esos programas de jardinería que ponen en la tele?
-Yo no veo televisión contestó-, pero cuéntamelo de todas formas.
-Ah... Es que normalmente ponen a algún experto en jardinería paseándose por un
jardín de este estilo con el propietario, y el tipo de conversación que suele mantener se me
parece a lo que estamos haciendo nosotros.
-¿Y quién es quién?
-Tú eres el propietario, por supuesto.
-¿Y tú la experta?
-No, no... Antes me creía experta en unas cuantas cosas, pero ahora me conozco
mejor.
Leon se la quedó mirando fijamente.
-Lo siento -le dijo en voz baja, pero como si esas dos palabras tuviesen un significado
profundo.
-¿Qué es lo que sientes?
Pero Leon no contestó, y se acercó a examinar unos crisantemos, de lo que Livvy se
arregló, ya que le dio tiempo de recuperar un poco la compostura. Últimamente no solía
negarse a contestar, y cuando lo hacía, le recordaba dolorosamente aquellos días en los que
ninguno de los dos tenía en consideración al otro.
Aquella noche, cuando llegaron al club de campo, el aire era fresco y Livvy se cruzó de
brazos; ojalá se hubiera puesto algo más de abrigo que aquel traje de chaqueta de algodón.
Incluso Leon, que se vestía con trajes lo menos posible, se había llevado un jersey.
-Tienes frío -dijo, y tiró del jersey para ofrecérselo.
-¡No!-exclamó con nerviosismo-. Estoy bien. De verdad. Hace un poco de fresco, pero
me gusta.
Pero él terminó de quitarse el jersey y se lo tiró.
-Cógelo.
Livvy lo miró aterrorizada, pero hizo lo que él le dijo. Al ponérselo, notó el calor de su
cuerpo y su perfume, y casi se atragantó de deseo.
-Te prometí llevarte a las islas Solomon en septiembre -comentó.
-No lo había tomado en serio -contestó-. Al fin y al cabo, cuando lo dijiste estabas...
Lo que quiero decir es que entonces creía que tenía que hacer de tu mujer en público por el
bien de tu negocio y por nuestro acuerdo, y que por eso teníamos que hacer lo de la luna de
miel, pero desde que sir Richard... bueno, ya sabes a qué me refiero. Ya no es necesario,
¿no?
-Sir Richard sigue en el consejo de administración. No tiene pensado retirarse
después de los seis meses.
-Ah. ¿Quieres decir que no está convencido?
-Así es.
Livvy frunció el ceño.
-Pero Leon. me pareció un hombre tan agradable. Y tú eres un hombre muy... bueno, y
no eres lo que pensé que eras, así que ¿dónde está el problema?
Leon se encogió de hombros, al mismo tiempo guardándose las manos en los bolsillos.
-El problema es que Sir Richard no tiene heredero. Mi padre y él empezaron los dos
desde abajo y siendo muy buenos amigos. Trabajaron muchas veces juntos.
-¡No me digas que quieres tener un hijo!
-¡Livvy! -exclamó, absolutamente deleitado-. ¡Acabas de sacar una de tus conclusiones!
-Cállate, Leon.
-Pero es maravilloso. He intentado conseguir que volvieses a hacerlo. pero no lo había
conseguido. ¡Creía que no ibas a volver a hacerlo jamás!
-Te he dicho que te calles.
Cuando lo miró, le vio sonriendo de oreja a oreja.
-De acuerdo. No te calles -murmuró-. Al fin y al cabo, precisamente porque te
callabas era por lo que yo sacaba conclusiones precipitadas. Sólo dime la verdad: ¿por qué
sigue teniendo dudas sir Richard? ¿Y por qué insiste tanto en lo de tu matrimonio?
Leon se echó a reír.
-Me conoce desde que era pequeño, y dice de mi que soy el renegado del negocio de la
construcción. Tengo que admitir que siempre he hecho las cosas a mi manera, y que pocas
veces ha coincidido con cómo lo hacían los demás. Durante años, me negué a vestirme con
traje de chaqueta y a hacer algo que significase sentar cabeza. Richard tiene algunos
problemas menores de salud actualmente; no son importantes, pero ha querido tomarse las
cosas con más tranquilidad de lo que le permitía dirigir su negocio. Yo me ofrecía com-
prárselo, pero él tiene muy presentes mis años de juventud, así que me dijo que estaría
encantado de venderme una vez casado, no antes.
-De ahí el matrimonio.
Leon no respondió.
-¿Y quieres llevarme a las Solomon por el bien de la salud de sir Richard? ¿Para que se
retire?
Leon contestó que no con la cabeza.
-Richard puede quedarse en el consejo de administración tanto tiempo como quiera;
además, de esta manera está disfrutando de lo mejor de los dos mundos. Y yo nunca hago
algo que no quiera hacer, Livvy.
«¿Como casarte conmigo?»
-¿Me estás diciendo que de verdad quieres llevarme de vacaciones?
-Sí. Aunque no espero que sea como una luna de miel.
Livvy se quedó sin respiración.
-Dios mío... no. Lo siento. Leon. No es posible. Tengo trabajo y me estoy quedando sin
tiempo, y mi editor se está poniendo nervioso y... Bueno, la verdad es que no creo que
debiéramos hacerlo.
-No volvería a tentarte, te lo prometo -dijo, muy serio.
-Te creo -dijo débilmente, incapaz de tan siquiera contemplar la posibilidad de tales
vacaciones-. No es eso. Es... es mi trabajo... el documento.
-Livvy, has tenido casi tres meses para encontrar ese documento. Yo he retrasado
todo lo posible el traslado de la biblioteca, pero no puedo retrasarlo más.
-Yo... bueno. no importa –dijo frenética-. Lo que quiero decir es que ya no importa que
saques los libros de la biblioteca, porque ya he buscado allí por todas partes. Está claro que
no está allí. Y hay tres habitaciones terminadas en las que puedo trabajar, así que no
necesito trabajar en la biblioteca. Pero hay todavía un montón de sitios en los que todavía
no he mirado. Cientos. Los áticos, por ejemplo.
Él suspiró, pero no dijo nada.
Y eso fue todo. Leon se limitó a hablar de las moras del jardín, y Livvy se limitó al
tiempo. La cena fue excelente. El salmón que tomó ella estaba un poco seco, pero el suflé de
Leon parecía impecable, y el vino que había elegido resultó ser, por supuesto. perfecto.
Aquella noche le estaba costando más dormirse. ¿De verdad querría llevarla a las islas
Solomon? Y por ninguna razón en especial, sino porque simplemente quería hacerlo. Pero al
mismo tiempo iba a vaciar la biblioteca, dejándola sin excusa para seguir allí. ¿Debería
haber rechazado la proposición? Pero claro, si iban juntos, ¿qué pasaría? Y por otro lado, si
es que estaba interesado en ella, ¿por qué no podía demostrarlo allí, en Purten End?
Además, si de verdad lo estaba, Leon no era de las personas que se andaba con remilgos.
Entonces, ¿qué podía significar?
A las tres de la mañana dejó de intentar conciliar el sueño y bajó a la biblioteca, sacó
el trabajo del cajón dónde lo guardaba los fines de semana y lo extendió sobre la mesa.
Estaba casi terminado. Aún quedaban bastantes detalles por concluir, pero cada ilustración
había tomado cuerpo ya, cada palabra del texto había sido cuidada al máximo de manera que
en su conjunto se leyese con suavidad y desprendiese tanta belleza que hasta a ella misma
se le llenaban los ojos de lágrimas. Aún tenía que hacer algunas averiguaciones, pero le
resultaría mucho más fácil hacerlo en cualquier biblioteca de Londres. Y hacía tiempo ya
que había renunciado a toda esperanza de encontrar el manuscrito... y a decir verdad, ya no
le importaba. Se había quedado sin excusa para seguir allí.
Estaba dibujando con un dedo las formas de la letras mayúscula que abría la página
con los ojos llenos de lágrimas cuando de pronto se quedó parada. Estaba sintiendo un
cosquilleo extraño en la nuca, y eso quería decir que Leon estaba en la habitación. Lo supo
sin ningún género de dudas. Había llegado en silencio y estaba detrás de ella
-¿No podías dormir, Livvy?
Con un suspiro se dio la vuelta. Tenía el pelo revuelto, la barbilla ensombrecida por la
barba y llevaba puesta un albornoz blanco, pero por una vez, el aspecto que tuviese no le
importó.
Se había detenido, a un metro más o menos de ella, y, afortunadamente no podía ver
su trabajo desde ese punto. Livvy apoyó las manos a su espalda sobre la mesa, intentando
con disimulo ocultar su trabajo. «Por favor, Dios mío, no permitas que lo vea».
-Hola, Leon. ¿Tú tampoco podías dormir?
-No.
-¿Quieres que te prepare un vaso de leche caliente o algo?
El no contestó. Sus ojos se habían vuelto oscuros. El azul había desaparecido por
completo.
-Voy a guardar esto -dijo, intentando parecer natural, y con dedos temblorosos
amontonó con demasiada fuerza los papeles.
-Basta -le ordenó él.
Ella siguió intentando apilarlos, pero las manos le temblaban demasiado.
-Livvy -insistió él, acercándose a ella y poniéndole las manos sobre los hombros-. ¿Qué
ocurre? Vas a estropear tu trabajo si lo tratas así. Mira, sólo porque yo tenga que vaciar la
biblioteca no tienes por qué renunciar a tu libro, así que estate quieta. Los vas a romper.
Leon la hizo girar sobre sí misma, y para alivio de Livvy, la miró a los ojos, ignorando el
montón a sus espaldas.
Estaba temblando.
-Voy a volver a Bristol -dijo, decidida-. Yo... ya no hay razón para que me quede aquí.
El apretó las manos.
-Pero antes de dijiste que habían un montón de sitios en los que no habías mirado... los
áticos...
-Lo sé, pero no creo que esté allí. El mayor valoraba mucho ese manuscrito, y nunca lo
habría guardado en un ático polvoriento, pero ya no importa.
-No te vayas, Livvy -le dijo, mirándola fijamente-. Todavía no.
-Pero...
La boca se le había quedado seca y tenía la sensación de que todo el cuerpo le ardía.
-Por favor, Livvy. Espera a que... -por primera vez parecía inseguro-. Déjame hacerte
el amor antes de tomar una decisión... por favor.
-¿Qué?
Sentía como si sus labios fuesen de papel. -Déjame hacerte el amor, Livvy.
-¿Por qué? Esta misma tarde me has dicho que si íbamos a las Solomon me
prometerías... es que no lo entiendo.
-Tú no vas a querer venir a las Solomon. ¿verdad? Vas a marcharte, y nunca volverás a
ser la misma persona por mi culpa. He destruido todos tus ideales y no puedo soportarlo. He
esperado a que fueses tú quién se diera cuenta. Livvy, pero ya no puedo esperar más. Es
cuestión de vivir o morir.
-¿Vivir o morir? -repitió sin aliento.
-Yo te he impuesto mis valores y... y... te he aplastado, pero si me dejas hacerte el
amor otra vez, te demostraré que puede ser bueno, que no tiene por qué ser destructivo.
Que hay algo que merece la pena salvar, y que los dos teníamos razón a nuestro modo.
-No entiendo -murmuró.
-Mira, yo antes pensaba que el sexo era sólo un intercambio carnal, y que el
matrimonio era la forma de legalizarlo. Siempre había dicho que jamás me molestaría en
firmar un trozo de papel, porque si una mujer se comprometía conmigo y yo con ella,
bastaba. Eso era lo que creía antes, Livvy -sus ojos la quemaban-. Pero tú creías en otra
cosa. algo sincero y honesto a tus ojos, y yo te lo arrebaté cuando te hice el amor.
Leon tragó saliva con dificultad y hubo un momento de silencio, como si esperase que
ella dijera algo, pero Livvy no podía hablar.
-Has puesto todas mis creencias en ridículo, Livvy -dijo con voz ahogada-, porque ni
siquiera fui capaz de darte el placer carnal en el que yo antes lo basaba todo. Y
sinceramente, aunque yo sí disfruté, eso no era lo que yo buscaba ni lo que significó para mí.
Ella siguió sin hablar limitándose a observar sus ojos, sabiendo que todo lo que decía
le brotaba del corazón.
-Estaba tan seguro de que a una mujer tan hermosa y con tanto carácter como tú le
habrían hecho el amor una y otra vez, y de que sabrías cómo encontrar tu propia
satisfacción... -hizo una breve pausa y suspiró-. Y yo estaba tan... bueno, que fue algo que no
pude remediar. No pude contenerme.
Hubo un largo silencio durante el cual Livvy intentó decirle que había experimentado
un placer completo en aquella ocasión, pero era incapaz de pronunciar palabra; además, si se
lo decía, quizás no quisiera volver a hacerle el amor...
-Déjame hacerte el amor una vez más -insistió él-. Déjame hacerlo lentamente.
Déjame adorarte con mi cuerpo y mostrarte lo maravilloso que puede ser para que puedas
llevarte algo que merezca la pena de todo esto.
Como respuesta, Livvy se limitó a apoyar la mejilla sobre su pecho. Leon la levantó en
brazos y una vez en su cama, desabrochó su camisón victoriano y la adoró con su cuerpo.
Muy lentamente. Muy pacientemente. Y ella lo adoró a él.
Cuando amaneció, aún seguían el uno en los brazos del otro. Leon tenía su pierna sobre
ella, y Livvy, con el pelo desparramado sobre la almohada y sus ojos verdes bien abiertos, lo
contemplaba de arriba a abajo para grabar bien aquella imagen en su cabeza antes de tener
que marcharse.
No había pretendido quedarse dormida, pero el ritmo estable de su respiración y el
latido firme de su corazón debieron adormecerla. Y cuando se despertó, él ya no estaba.
Pero quedaba su olor en las sábanas, la sensación de su presencia en el lado aún caliente.
Cerró los ojos y se dejó llevar, rezando por que volviese para poder decirle que estaba
dispuesta a olvidarse de todos sus principios si le permitía quedarse con él mediando
simplemente su compromiso, porque ya no sería capaz de vivir sin él.
-¿Livvy? -Leon abrió la puerta de par en par, vestido sólo con sus vaqueros. Tenía el
ceño fruncido y llevaba sus dibujos en la mano-. ¡Por amor de Dios, Livvy! -rugió.
Ella se incorporó, cubriéndose con las sábanas.
-¿Quieres decirme qué demonios significa esto? -le preguntó, tirando los dibujos
sobre la cama.
-Yo... se me ocurrió que el héroe estaría mejor con el pelo oscuro -murmuró-.
Rosamunda es rubia, y el contraste es mejor.
-¿Pelo oscuro? -repitió, incrédulo.
-Sí... eh... lo que pasa es que era un poco difícil quitarle los ojos azules, así que se los
dejé.
-Ya sé que dijiste que te interesaban mis músculos sólo desde el punto de vista
anatómico, ¡pero no te creí! ¿Es esto todo lo que significo para ti? ¿Un modelo de carne y
hueso? Si intentas publicar esto, te denuncio,
Livvy, te lo juro. Ése hombre soy yo, y no tenías derecho a meterme en tu libro.
-Yo... es que no he podido evitarlo -admitió-. Yo... es que los dibujos empezaron a
salirme así y no pude... es que verás, la cuestión es...
-La cuestión es que me has convertido en un objeto sexual.
-¿Sexual? ¡Estás loco! Pero si sólo hay un beso en todo el libro.
-¡Ja! No tienen por qué haber besos para que haya sensualidad. Está ahí, Livvy. en tus
dibujos, y niégamelo si te atreves.
-Bueno... eh... la verdad es que...
-¿Y qué me dices de la historia, Livvy? Es una historia de amor preciosa que tiene que
estar basada en una experiencia personal... y bastante reciente diría yo, porque sé que no
tenías experiencia alguna cuando yo te conocí. Pero esto no tiene nada que ver con el
original.
-¡De eso nada! Lo que pasa es que el primer borrador que viste... estaba equivocado.
Después fui recordando cosas y me di cuenta de que estaba mal, y entonces...
-Y en ese caso, necesitas ver a un médico, porque algo te funciona rematadamente mal
en la memoria. El documento original dice que Rosamunda consiente en casarse con él
porque quiere ser una dama.
-Eso no es cierto. Yo no lo recuerdo.
-Y tampoco se dice nada en el original de que se enamorase de él a primera vista. Es
más, se deja muy claro que ella no lo quiere, pero que como es pobre y ha pasado hambre
muchas veces, está dispuesta a casarse con él para comer de su comida y calentarse en su
fuego, pero no quiere que él se le acerque...
-Leon, no había nada de todo eso en mi primer borrador. ¿De dónde demonios has
sacado la idea de que, todo eso está en el manuscrito? El frunció el ceño.
-Porque tengo ese maldito manuscrito en mi portafolios. No es más que una historia de
pasión y avaricia.
Olvidándose de su desnudez, Livvy se incorporó con los ojos echándole fuego.
-¿En tu portafolios? ¿Y cuánto tiempo hace que lo llevas ahí?
-Lo busqué el primer día que viniste aquí. Como el mayor dijo, estaba entre las páginas
de un libro grande.
-¡Maldito seas, Leon Roche! ¿Porqué lo has tenido escondido? ¿Cómo has permitido que
siguiera buscándolo y buscándolo sabiendo que no estaba?
-Porque no te habría gustado lo que ibas a encontrar. Habría tirado por la borda todos
tus ideales. Y te habrías marchado nada más verlo -añadió-. ¡Y no estaba dispuesto a
permitirlo!
-¿Por qué no? ¡Tú me odiabas!
-No seas estúpida. Con sólo mirarte, me di cuenta de que eras la única mujer en el
mundo para mí. No podría haberte odiado de ninguna manera. -¡Brillante! Amor a primera
vista, ¿no?
-Es posible, porque de lo que estoy seguro ahora es de que te quiero, y no sé cuándo
empecé a hacerlo. Livvy apretó los puños.
-¿Que me quieres, habiéndote portado así conmigo? No sabes ni lo que significa esa
palabra. Me has hecho pasar hambre. me has tenido sin agua, has intentado hacerme vivir
como una campesina del siglo dieciocho y... y hasta has querido hacerme creer que tenías un
montón de mujeres esperándote.
-Sí, bueno... mira, quería ponerte celosa, ¿vale? Sabía que no estabas dispuesta a
admitir, ni siquiera ante ti misma, que yo te gustaba, y me imaginé que dándote celos podría
conseguir que te enfrentases a tus propios sentimientos. ¿Cómo iba a conseguir si no que te
enamorases de mí, si ni siquiera me hablabas? El primer día saliste a todo correr de aquí
cuando ya estaba bien claro que había algo entre los dos. ¿Qué habrías hecho tú en mi
lugar?
-Eres un hombre sin escrúpulos -le acusó-. Les contaste a mis padres un montón de
mentiras.
-Cada palabra que les dije a tus padres era verdad, y déjame decirte que no van a
sufrir después de seis meses, porque tú y yo vamos a vivir felices para siempre. y no se
hable más.
-¿Felices para siempre? ¿Tú y yo?
Leon se subió de un salto en la cama y se echó sobre ella, con su cara a tan solo
centímetros de la de ella.
-¿Y de qué te crees que iba todo lo de anoche, Livvy? ¿Puedes vivir sin mí? Porque yo
estoy completamente seguro de que no puedo vivir sin ti -añadió, y del bolsillo de sus
vaqueros sacó una alianza de oro.
-Dame tu mano izquierda -le ordenó.
-¿Para qué?
-Para ponerte el anillo de boda.
-¡De eso nada!
-¡Vamos, Livvy! Yo siempre he dicho que la gente no debería llevar anillo de boda hasta
que no ha estado cierto tiempo casada y está segura de que vas a poder soportarse durante
el resto de sus vidas. ¡Y ahora dame la mano y déjame ponértelo!
Livvy se revolvió y consiguió incorporarse.
-Y ahora quieres que tu historia se haga realidad, ¿no? -le preguntó, pasándose las
manos por el pelo.
-Si.
-Pues de eso nada. No pienso dejar que me pongas esa alianza hasta que yo no haya
comprado otra para ti. Si yo voy a prometer soportarte durante el resto de mi vida, tú
tienes que hacer lo mismo por mí.
Leon se echó a reír, y la hizo volver a tumbarse.
-Está bien contestó con una de sus sonrisas-. Iremos de compras la semana que viene.
Y tendremos una ceremonia por la iglesia con todos los adornos y las promesas.
-¿Para mis padres? ¿Para Katya?
-No. Sólo para nosotros dos -y tomó su mano para besarla-. Siento haberte
estropeado la noche de bodas, Livvy -murmuró.
Ella frunció el ceño, pero no dijo una palabra.
-Ya tuvimos nuestra noche de bodas -contestó tras un momento-. Y de música, el
estruendo de cristales rotos. ¿No hay un país en el que se rompen cristales en las bodas
para atraer la buena suerte? Por lo menos a mí sí que me la ha traído. Fue entonces cuando
me enamoré de ti, Leon.
-¿Y no te importó no sentirte satisfecha? -le preguntó, después de besarla.
-Pero es que sí que la sentí.
-En ese caso no me estabas diciendo la verdad cuándo...
-¡Cállate, Leon!
Y Leon obedeció.

Jenny Cartwright - Tentación prohibida (Harlequín by Mariquiña)

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