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Cuando Livvy decidió enfrentarse con Leon en su despacho, nunca habría podido
imaginarse que él iba a ser capaz de darle la vuelta a todo, y acabar anunciando a sus
colegas su compromiso y eminente boda. Era evidente que no podia aceptar una
proposicion de esa naturaleza... ¿o sí podia?
Al fin y al cabo, si se casaba con Leon, sus sueños podrian hacerse realidad. Fue
despúes, cuando empezó a vivir con él, cuando se preguntó si podría pagar de verdad
el precio que Leon le pedía.
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
E N AQUELLA ocasión, Livvy llegó con su coche hasta el porche empedrado de la casa.
Y se había vestido con una camisa grande y blanca de su hermano y unos vaqueros también
de él, porque los suyos se le ajustaban demasiado. Y se había hecho una coleta para
sujetarse el pelo, en la medida que él se dejaba sujetar. Su única concesión a la feminidad
fue un collar que consistía en tres cuentas verdes pintadas a mano que colgaban de un
cordón corto de cuero.
-Ah. Es usted otra vez.
-Sí. No he llamado por teléfono porque su número no figura en información de...
-¡Shh! -le mandó callar, poniéndose un dedo sobre los labios-. Aún no he desayunado.
Tengo una regla muy estricta: nada de conversación hasta que haya desayunado, sea con
quien sea. Puede desayunar conmigo si quiere, pero por favor, no hable.
-De acuerdo. Mire, siento tener que venir a molestarlo tan temprano en domingo,
pero...
-¡Después! -espetó, pero aquella vez, le puso a ella el dedo en los labios.
Livvy retrocedió sorprendida, y se limitó a asentir y a seguirle obedientemente
dentro de la casa. No se había afeitado todavía, pero dado que eran las ocho y media de la
mañana, era bastante comprensible. Volvió a conducirla por el pasillo hasta la cocina, pero
aquella vez, Olivia se concentró en sus propios pies, decidida a no mirarlo, pero no era tarea
fácil. Llevaba una camisa a rayas blancas y azules oscuras, con el faldón trasero por fuera
de los vaqueros, lo cual debería haber mejorado las cosas, pero en realidad, la forma en que
el tejido de la camisa se pegaba a sus hombros y a su trasero lo empeoraba todo.
Había una cestita sobre la mesa blanca, y mientras Livvy se removía inquieta, con la
barbilla casi clavada en el pecho pero con los ojos mirando desobedientes hacia arriba, él
dejó una botella de leche, algunas piezas de fruta y un paquete de cereales en la cesta.
Después llenó una taza de agua hirviendo y añadió el café, esta vez, igual que la anterior, sin
medirlo con una cuchara.
El teléfono blanco también de la cocina empezó a sonar. Leon no lo miró, sino que se
volvió hacia ella y le hizo un gesto impaciente con la cabeza. Livvy se acercó al teléfono y lo
descolgó.
-Residencia del señor Roche -murmuró, temiendo echarse a reír.
-Dios mío... -suspiró una voz femenina-. No me digas que todavía no ha desayunado.
-Eh... no. Todavía no. ¿Desea dejarle algún mensaje?
-Sí -contestó la voz, decidida-. Dile que se levante más pronto por las mañanas. Dile
que Katya ha dicho eso.
Y la conversación terminó con un brusco «clic».
Livvy sacó del bolsillo de sus vaqueros el bloc de papel y el lápiz que había guardado
allí antes, escribió el mensaje y se lo dejó sobre la mesa. Él ni siquiera lo miró.
Cuando pareció satisfecho de los contenidos de la cesta. cerró las tapas y sin mirar a
Livvy y sin hacer el más mínimo gesto para indicarle que era consciente de su presencia,
abrió una puerta y salió al jardín trasero de la casa. Livvy volvió a seguirle.
Caminaron lo que a ella le pareció un año. Había un lago artificial que Livvy recordaba
muy bien, y que a ella le habría parecido el lugar perfecto, pero él siguió caminando más
lejos aún, hacia una parte que estaba descuidada y que atravesaba un pequeño riachuelo.
Por fin llegó a un punto donde dejó la cesta, se agachó junto a ella y sacó su contenido para
encontrar en el fondo un mantel que extendió en el suelo. Livvy, que no había podido seguir
el ritmo de sus pasos, llegó a su lado con cierto nerviosismo. ¿Y ahora qué tenía qué hacer?
¿Debía sentarse en el suelo con él, o debería quedarse de pie?
El le solucionó el problema haciendo un gesto de que viniera a sentarse junto a él.
Livvy se acercó y se sentó, cuidado de no estar excesivamente juntos.
El silencio quedó roto por el sonido de sus dientes al morder una manzana, que se dejó
en la boca mientras servía café en las dos taus de plástico. Le dio una a ella y Livvy tomó un
sorbo. Después siguió comiendo y bebiendo lo que a Livvy le pareció una eternidad, hasta
que al final optó por dejar su taza sobre la hierba, estirar con cuidado las piernas y
tumbarse con los ojos cerrados y los brazos cruzados.
El ruido de su boca cesó. ¿Habría llegado ya el momento de hablar? Livvy abrió
ligeramente un solo ojo, y para su sorpresa se encontró con que no sólo la estaba mirando.
sino que lo estaba haciendo muy de cerca. Su cabeza estaba justo encima de la suya, y sus
rizos oscuros se recortaban nítidamente sobre el cielo azul; es más, le daba la impresión de
que se estaba acercando.
La sensación que experimentó cuando sus labios rozaron los suyos fue electrizante. El
sabor a manzana fue lo primero que reconoció, pero no fue eso lo que la hizo estremecerse,
sino su propio sabor inconfundiblemente masculino y sexual, e hipnotizada por la fuerza de
las sensaciones que la estaban invadiendo, entreabrió sus labios al sentir su lengua
acariciándolos y buscando el interior de su boca.
También parecía haber encontrado el camino en su pelo, soltándole el pelo, y sentía su
barba rasparle la piel de las mejillas.
Eso era todo, y sin embargo, sus pechos parecían vibrar de excitación y sentía en el
fondo de su ser palpitar una especie de pulso. Una reacción como aquella le resultaba
increíble, y estaba demasiado sorprendida para rechazarle, así que fue él también quién
eligió el momento de parar.
Se irguió y la miró con cierto cinismo.
-Gracias -dijo él-. Ha sido muy agradable.
Livvy abrió sus ojos verde musgo de par en par y se incorporó como un rayo.
-Eh... -un vacío parecía ocupar el lugar dónde antes estaba su cerebro. ¿Qué podía
decir?-. Siento no haber podido llamar antes por teléfono para advertirle de que iba a venir
--dijo al fin, con una extraña opresión en el pecho-. Sé que debe pensar que tengo una cara
tremenda por volver a presentarme aquí sobre todo un domingo a estas horas, pero si venía
más tarde, temía no encontrarle.
Maldita sea... ¡Le temblaba la voz!
Él esbozó una de sus sonrisas lentas, como una brasa que se encendiera con la brisa.
-Así que me echaba de menos, ¿eh, señorita Houndsworth? Así que ésa es la razón de
que haya vuelto, ¿no?
Livvy se removió con las mejillas rojas como un tomate.
-No es eso lo que yo quería decir, y estoy segura de que usted me ha comprendido
perfectamente bien. Y... mm... Dios mío, debo haberle parecido un poco grosera. Gracias por
el beso. Ha sido muy agradable, pero no es eso para lo que he venido.
Él encogió las piernas y se sujetó las rodillas con los brazos mientras ella intentaba
encontrar las palabras adecuadas.
-También siento lo de ayer. Supongo que no fui muy... bueno, lo que fuera que debería
haber sido. Cordial. Agradable. Lo que sea. Desde luego no pretendía ofenderle, señor
Roche. ¿Por qué iba a querer hacerlo? Para empezar, no sé nada de usted. Pero la cuestión
es, señor Roche...
-Leon. Creo que, dadas las circunstancias, sería mejor que me llamases Leon, ¿no te
parece?
-Ah. Sí sí claro. Leon Eh... bueno, la cuestión es que... que he olvidado lo que iba a decir
-confesó al final.
-¿Quieres que te ayude, Olivia? Estabas diciendo la cuestión es que...
Livvy frunció el ceño.
-Hace un momento me has llamado señorita Houndsworth.
-Sí, pero ya que los dos hemos calificado el beso de agradable. me he imaginado que
podríamos tratarnos los dos de tú.
-Ah, claro. Sí. Pero la cuestión es que, aunque el beso ha sido... agradable... no quiero
que te hagas una idea equivocada de mí. O sea, que yo no he venido aquí para eso,
independientemente de la impresión que pudiera haberte dado ayer; y no creo que debamos
volver a hacerlo.
Él parpadeó una vez, pero no contestó.
Livvy tragó saliva y continuó.
-La cuestión es que estaba preocupada por lo que me dijiste ayer de que ibas a
desalojar la casa. Verás, no sé si me expliqué bien ayer. así que he venido para insistir en
que el documento del que te hablé ayer es crucial para mi carrera.
-Sí, algo así me dijiste.
-Pero no tuve oportunidad de explicarte debidamente...
-¿Y qué te hace pensar eso?
-Pues que no me dejaras verlo.
-¿Es que estoy obligado a estar de acuerdo con tus planes?
-No. Claro que no. Pero es que necesito desesperadamente que accedas a mi petición,
aunque no estés obligado a hacerlo.
-¿Hasta el punto de que me permites besarte para conseguirlo?
Livvy se llevó las manos a las mejillas y después al pelo.
-¡No! ¡De verdad, no soy así! No ha sido ésa la razón.
-Pues pareces dispuesta a dejarme hacer hoy lo que me plazca, Olivia.
-Bueno, eso es verdad, pero no es ésa la razón de que te permitiera besarme, aunque
había venido hoy con la intención de no hacer o decir nada que pudiera molestarte.
-¿Quiere eso decir que has deseado decirme cosas que me molesten?
-No. Te lo prometo que no.
-Mentirosa.
Las mejillas le ardían ya.
-Bueno -suspiró-, alguna. Pero, ¿qué quieres que haga? Si me dejo arrastrar por ti y te
digo alguna inconveniencia, es lo mismo que si tirara mi trabajo a la basura, porque nunca
conseguiré concluirlo sin tu cooperación. ¿Qué otra cosa quieres que haga sino estar de
acuerdo contigo? Jamás he estado más dispuesta a estar de acuerdo con alguien de lo que
lo estoy hov.
Hubo un silencio largo hasta que él esbozó una de sus inesperadas sonrisas.
-Te creo -contestó-. Entonces, ¿por qué me has permitido que te besara?
-Bueno... -Livvy se mordió el labio y suspiró furiosa-. Esa pregunta es imposible
contestarla, ¿no? Ayer me acusaste de... -carraspeó-... bueno, de haberlo pedido y después,
echarme atrás. Así que si te digo que he dejado que me besaras porque yo... -apretó los
puños e hizo una mueca-... porque yo quería que lo hicieras, entonces creerás haber estado
en lo cierto sobre mí ayer, y eso no es cierto. Pero si te digo que no quería que lo hicieses,
entonces parecerá que te he dejado hacer lo que querías para conseguir que me dejases
entrar en la biblioteca. Y, desde luego, no soy de esa clase de personas que venden sus
favores para conseguir sus fines. Ni siquiera tú podrías pensar bien de mí si hubiera sido
ese mi objetivo.
-¿Y entonces..
-Entonces, si quieres saber la verdad, te diré que no quería que lo hicieses hasta el
momento en que lo has hecho, y en ese instante, cambié de opinión. Ahora que lo sabes,
puedes pensar lo que quieras. Esa es la verdad.
-Pero no quieres que vuelva a hacerlo, ¿no?
-Claro que no.
-Me alegro, porque yo tampoco quiero volver a hacerlo. Quizás ahora que ya hemos
arreglado ese tema, puedas decirme qué te ha hecho conducir sesenta kilómetros a la hora
del desayuno para hablar conmigo.
-Yo...
Él se echó a reír de aquella forma tan particular que a Livvy le producía una sensación
tan extraña.
-Pareces muy sorprendida -comentó-. ¿Es que no estás acostumbrada a que los
hombres te digan que no quieren besarte Olivia?
Livvy se miró las palmas de las manos. Después la parte superior. Luego se apartó las
cutículas de un parde uñas hasta que por fin se decidió a contestar.
-Llevo tres años trabajando como ilustradora inde pendiente y, hasta ahora, he tenido
mucha suerte. Desde un principio ya conté con la fortuna de encontrar un buena gente que
me consiguió las ilustraciones de una columna de jardinería en una revista famosa, que son
mi pan de cada día, y también me ha conseguido la oportunidad de trabajar con un editor
que está dispuesto a darme la oportunidad de hacer el trabajo que de verdad quiero hacer,
que es ilustrar cuentos. He hecho ya una Cenicienta y las Fábulas de Esopo.
Él la miraba impasible y Livvy siguió con su discurso.
-Pero ahora mi suerte parece haber cambiado. La revista quiere editar su propio libro
de jardinería, lo que significará dos años de trabajo intensivo para mí, y por otro lado, mis
editores me han dado seis meses para completar el tercer y último libro de mi contrato,
además, me han dicho muy claramente que más vale que sea bueno, si no quiero que sea el
último. Tengo aún un mes antes de tener que ponerme de firma con el libro de jardinería,
pero si para entonces no he convencido a mis editores de que la historia en la que estoy es
lo bastante buena como para organizar una campaña publicitaria agresiva para venderla,
tendré que hacer el libro de jardinería. No puedo arriesgarme a quedarme sin dinero.
El seguía mirándola, pero no había la más mínima expresión en su rostro.
-Tengo hechos ya todos los bocetos, una gran parte del trabajo preliminar en las
ilustraciones y he empezado a trabajar en el texto, pero tenía sólo catorce años cuando leí
ese cuento. Estaba segura de recordar todas y cada una de sus palabras durante toda mi
vida, ya que es la historia de amor más hermosa que he leído jamás, pero ahora que me he
metido en ella de lleno, hay muchos detalles de los que no estoy segura. Y necesito estarlo,
porque la historia es muy importante.
Livvy lo miró directamente a los ojos.
-Esto significa mucho para mí, señor Roche. Si echo a perder esta oportunidad, no
habrá otro editor que esté dispuesto a dármela hasta dentro de mucho tiempo. Y si hago el
libro de jardinería, no tendré tiempo que dedicarle a mis libros, así que tengo la sensación
de que ésta es mi última oportunidad. ¿Podría pasar el día investigando en la biblioteca? Le
prometo no robar el documento, ni transgredir ninguna norma legal. He escrito al mayor Fox
y mañana mismo contrataré a un consejero legal para estar segura de no estar haciendo
nada que no deba. Por favor, ¿puedo hacerlo?
Leon entornó ligeramente los ojos, lo que le hizo parecerse más al hombre de negocios
que había visto la mañana anterior que el leñador de curvas sinuosas que se le había
quedado tan grabado en la cabeza.
-¿Y por qué tus editores te lo están poniendo tan difícil?
Livvy se mordió el labio antes de contestar.
-Tengo copias de mis libros y de mi trabajo en el coche. Quizás si quisiera echarle un
vistazo...
-Pero dime por qué crees que tus editores te lo están poniendo tan difícil.
-Bueno, las Fábulas salieron al mercado tres semanas después del lanzamiento de una
serie de dibujos para la televisión basados en Esopo. Había toda clase de libros, comics y
demás sobre el tema en las librerías. lo que le dio la puntilla a mi libro. Simplemente no se
vendió.
-¿Y la Cenicienta?
-Tampoco se vendió -admitió.
-¿Por qué no? No me digas que lo ensombreció el lanzamiento inesperado de una
película de Disney.
-Eh... no.
-¿Es que no era bueno?
-Las ilustraciones eran fantásticas. Todo el mundo me lo dijo. Varios periódicos lo
dijeron.
-Entonces, ¿en qué te equivocaste con el texto? ¿Es que olvidaste incluir a las
hermanastras de Cenicienta?
-Mm... -Livvy volvió a mirarse las manos-. Pues la verdad es que... sí.
Su rostro siguió inalterable, pero el silencio duró algo más de lo normal.
-¿Y no fue un descuido importante?
-Intenté contar la historia desde un ángulo distinto -le explicó-. Verá, con tanto
divorcio como hay actualmente, muchos niños tienen hermanastras, y pensé que no era muy
justo retratarlas bajo un prisma tan desagradable.
El arqueó una ceja.
-Así que creaste una versión de la historia políticamente correcta.
-Eh... sí. Supongo que esa puede ser una forma de decirlo como otra cualquiera.
-¿Y no se te ocurrió pensar que la historia, que al fin y al cabo había resistido ya el
paso del tiempo, podía contener en sí misma algunas verdades más profundas? Por ejemplo,
el hecho de que los niños suelen llevarse mal con sus hermanastros, y que puede aliviarles
leer una historia que les ayude a descargar algo de su odio.
-¿No podría echarle un vistazo rápido? Puedo darme una carrera hasta el coche y
volver en diez minutos. Ya he aprendido la lección con lo de la Cenicienta, de verdad.
Pero él contestó que no con la cabeza y empezó a meter todo en la cesta.
Con un suspiro, Livvy se puso de pie.
-He vuelto a fallar -murmuró entre dientes.
-Estás condenada a fallar si sigues con esa actitud -murmuró él, igualmente en voz
baja.
Livvy se volvió hacia él con la desesperación en los ojos.
-¿Qué he hecho mal esta vez? -le preguntó-. Creía haber cubierto todos los ángulos.
Él estiró un brazo y le rozó suavemente el labio inferior.
-Has dejado que te besara -dijo, frunciendo el ceño.
-Pero... señor Roche... Leon, eso no es justo. No he podido hacer otra cosa.
-¿Porque te sientes atraída por mí?
-Yo... bueno, supongo que sí. Pero sólo por instinto.
-¿Es que hay otra forma?
-No vuelvas a liarme -suspiró, pasándose las manos por el pelo-. No estoy de humor.
Y para horror suyo, los ojos se le llenaron de lágrimas, así que hundió las manos en los-
bolsillos de los pantalones de su hermano y atravesó el jardín tan rápidamente como pudo.
Cuando llegó al coche, estaba a punto de echarse a llorar y se dejó caer en el asiento
del conductor. Su trabajo estaba allí, apilado cuidadosamente en el asiento del pasajero y
estiró un brazo para hojearlo. Entonces no pudo contenerse más y sollozó. Ni siquiera se
había molestado en verlo. ¿Para qué le servia tener tanta fe en sí misma? Se quedó allí
sentada un rato, pensando hasta que de pronto, sacó la pequeña mochila de entre los dos
asientos y buscó en ella su pequeño estuche de maquillaje. Muy bien. El enfoque de la
corrección no había funcionado, así que tendría que volverlo a intentar.
Cuando llamó al timbre por tercera vez en sólo dos días, empezó a perder la valentía.
Cuando las bisagras chirriaron al abrirse la puerta. ya la había perdido por completo.
Cuando la risa abierta apareció en el rostro masculino más atractivo que había visto en toda
su vida, estuvo a punto de echar a correr.
-¿Qué es eso?
-Sombra de ojos azul. Si la última vez me equivoqué en permitir que me besaras, he
supuesto que ésta era la mejor forma de dejar claro que en esta ocasión no tengo tales
expectativas.
-Estás horrorosa.
-Ésa era mi intención. ¿Y qué tal si dejáramos de hablar de mi boca y echásemos un
vistazo a mi trabajo?
Él se limitó a dar media vuelta y echar a andar hacia el interior de la casa con las
manos en los bolsillos. Por lo menos no le había cerrado la puerta en las narices, así que le
siguió lo más rápidamente que pudo.
Debía haber decidido tentarla, porque la llevó a la biblioteca.
-¿Es que quieres burlarte de mí, trayéndome aquí para no dejarme abrir ni una sola de
esas puertas de cristal?
Él se dio la vuelta e hizo una mueca.
-¿No podrías ir a buscar un lavabo y limpiarte esa cara antes de que empecemos?
-¿Un lavabo?
-Esta condenada casa está llena de ellos, pero no por mucho tiempo, gracias a Dios.
Nada menos que once hay en toda la casa. Abre la primera puerta que te encuentres.
Seguro que hay alguno.
Livvy dejó su trabajo sobre la enorme mesa de caoba y fue a buscar uno de esos
lavabos. ¿Pero qué se esperaba aquel hombre de una casa como aquella? ¡Si era en su mayor
parte isabelina!
Cuando volvió, sus dos libros estaban abiertos, igual que su álbum de recortes con los
artículos de jardinería. Estaba mirando los bocetos dei nuevo libro a la misma velocidad de
la luz.
Se apresuró a acercarse a él. ignorando deliberada mente el influjo de su proximidad.
-Eh... si los vieras más despacio... -¿Para qué? Casi he terminado.
-Sí, pero es que no estás mirándolos como debe ser. -Estoy mirándolos con mucha más
atención de lo que lo haría cualquier persona de las que hojea libros en una librería
contestó, al tiempo que volvía el último de sus bocetos. Después, tomó el borrador del
texto y le echó un vistazo igualmente rápido antes de ir a sentarse con los brazos cruzados
en la silla de cuero y caoba.
-Las ilustraciones de los libros son sorprendentes. Muy ricas y detalladas. Maduras.
No es el típico libro de niños.
-Por eso quería utilizar la historia que el mayor guarda en esta biblioteca. Es un
cuento para adultos. Pretendo que sea para adultos.
-¿Un nuevo mercado?
-Más o menos. Ha habido un par de cosas en esa línea en los últimos años.
Él asintió brevemente.
-Pero no demasiadas. Tienes razón: necesitaría una publicidad muy agresiva.
-Sí contestó ella, esperanzada.
-¿Por qué has dibujado a la heroína con unas botas estilo Doc Marten, llevando un
vestido del siglo dieciocho.
Livvy arrugó la nariz.
-Mm... es sólo un boceto. La verdad es que he desechado la idea.
-Pero, ¿por qué se las pusiste en un principio?
-Para realzar el hecho de que había llegado a ser rica y ya no necesitaba llevar
muletas. Pretendía que fuesen como... botas ortopédicas.
-¿Es que los ricos tenían botas ortopédicas en el siglo dieciocho?
-¡Está bien! -exclamó, exasperada-. ¡No era más que un pequeño detalle que no pienso
incluir¡
Él se encogió de hombros.
-Puede que te haya parecido una pregunta tonta, pero es muy seria. Lo que intento
decirte es que necesitas hacer un gran trabajo de investigación.
-Lo sé. ¡Por eso sé que no puedo hacer esto y el libro de jardinería al mismo tiempo!
Hubo un silencio durante el cual él siguió mirándola a ella y Livvy a él y a su trabajo.
-No -contestó él al final, ofreciéndole una de sus sonrisas como si fuese un horrible
regalo de despedida-. Tus ilustraciones de jardinería son sorprendentes. Muy logradas y
con bastante clase. Técnicamente no tienen fallo alguno, y además, son imaginativas. Supon-
go que la revista a la que se los vendes debe estar muy bien implantada en el mercado para
permitirse editar sus propios libros. Asegúrate de que tu agente negocia bien tus derechos
de autor.
¿Sería ese no tan final como había sonado? No podía creérselo.
-¿Y qué te da derecho a emitir opiniones como ésa? -le preguntó con la voz algo
temblorosa-. ¿Es que estás en el negocio de las publicaciones o algo así?
-Estoy en los negocios. Las bases son siempre las mismas.
-Sí, pero ¿qué clase de negocio? No tiene nada que
ver ni con libros ni con ilustraciones, ¿verdad?
-Soy propietario de una empresa de construcción. -¡Qué bien! ¿Cómo pueden ser las
bases las mismas?
-Lo son. Invierte en tu futuro. Olivia. Cierra un buen trato con ese libro de jardinería
y dentro de cinco años serás lo bastante rica como para poder invertir todo el dinero que
quieras en cuentos para adultos.
-¡No puedo esperar cinco años! -protestó, su desilusión tan patente que no habría
habido forma de esconderla-. Soy joven. Cuando tenga tu edad, puede que cinco años no me
parezcan mucho tiempo, pero en este momento, me parecen toda una eternidad -recogió su
trabajo y estaba ya en la puerta cuando se volvió aún hacia él-. ¿Puedo al menos tener el
placer de saber en qué me he equivocado esta vez, señor Roche?
-Creía que ya nos tuteábamos -le dijo con ironía.
-¡Maldita sea! ¿Tutearnos? ¡El único nombre que se me viene a la cabeza cuando te
miro es... rata!
-Ayer era un lobo. Creo que puede considerarse como una mejora.
-¿Ah, sí? Entonces, serpiente rastrera te gustará aún más.
-¿Serpiente? -repitió, mirándola con ironía en los ojos-. La serpiente me tentó... -
murmuró.
-¡Pues tú no me has tentado a mí! Y como no voy a conseguir que me contestes,
aprovecho la ocasión para desearte...
-La respuesta es que esa historia es... ¿te gustan los epítetos claros, Olivia?
-Hay unos cuantos que podrían aplicarse a tu persona.
-Pues hay dos en particular que se me han ocurrido al leer esa historia tuya. Son... no.
Mejor quedarme con basura. Esa historia es basura. Olivia. Por eso me he negado.
CAPÍTULO 3
L IVVY llegó a la conclusión de que era demasiado joven para conformarse, y sobre
todo cediendo a la presión de un reptil como Leon Roche. ¡Qué suerte que tuviera que ir al
día siguiente a Londres! Sabía dónde estaban las oficinas de su empresa de construcción, y
es más, sabía también que iba a celebrarse una reunión muy importante. Y por supuesto,
sabía además que no tenía nada que ganar intentando estar de acuerdo con él. Pasó por
delante de la recepcionista que atendía a la visitas en el vestíbulo de sus oficinas y después,
burló la vigilancia de su secretaria cuya expresión desconcertada le confirmó que se dirigía
a la puerta correcta.
-Leon Roche en carne y hueso -espetó al entrar en la sala.
Llevaba un traje negro con una fina raya blanca y una camisa blanquísima que
acentuaba el matiz dorado de su piel y la oscuridad de sus rizos, y estaba apoyado en una
mesa sobre la que se exhibía la maqueta de un monstruoso rascacielos sobre la que estaba
llamando la atención de cuatro hombres mayores que él.
Todos volvieron la mirada hacia ella, vestida con un traje de chaqueta negro de falda
recta y una blusa color béis.
-Señor Roche, tengo unas cuantas cosas que decirle.
Él sonrió, mirándola con aquellos ojos tan tremendamente azules.
-¡Olivia! -la saludó con voz almibarada-. Llegas tarde. Hace quince minutos que te
espero... pero no importa. Es una delicia verte.
-¡No me hagas esto! -replicó-. Tú no me esperabas. Simplemente estás intentando
salvar el tipo delante de estos señores, ¿no es verdad?
-No. Te he llamado a casa. Tus padres me han dicho que estabas en Londres y como ya
había llamado a mi secretaria para preguntarle cuándo estarías aquí, he supuesto que ibas a
venir. Oye, hablando de tus padres, ¿por qué no me habías dicho que te llaman Livvy? Si
hubiera sabido que te gusta que te llamen así. lo habría hecho desde el principio. Es muy
dulce.
No iba a preguntarle de dónde había sacado el teléfono de sus padres. ni iba a hacer
ningún comentario sobre lo de su nombre. Si le hacía la más mínima concesión y permitía que
la desviara del tema, estaría perdida.
-Puede que hayas anticipado mi llegada, pero todavía no sabes por qué estoy aquí...
-¿Ah. no? -preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado-. Pero deja que te presente...
-¿Presentarme? No te molestes. No quiero que por mí fuerces tus preciosas cuerdas
vocales, sobre todo sin saber si has desayunado ya. De todas formas, es contigo con quien
quiero hablar, aunque tengo que admitir que tener audiencia es un incentivo maravilloso.
Él arqueó las cejas. divertido.
-Pues adelante... ¿qué me querías decir?
Livvy inspiró profundamente.
-Que eres un cernícalo. Un cernícalo y un vándalo, y el hombre más dogmático, pagado
de sí mismo, arrogante, inmoral, cínico, falto de escrúpulos y materialista que he tenido la
desgracia de conocer.
El suspiró.
-¿Eso es todo? Creo que me gustaba más ser un reptil.
-Reptil, chacal, alimaña... todo es lo mismo para mí. Caballeros, ¿saben ustedes lo que
está pensando hacer?
-Adelante, chicos -añadió Leon-. ¡Intentad imaginarlo!
-¡Cállate! --espetó-. ¡Soy yo la que habla esta vez! Y voy a decir exactamente lo que
pienso de ti, igual que me hiciste tú el domingo. Con tan sólo hojear mi trabajo te
permitiste el lujo de decir lo que pensabas de él. «Basura» fue la palabra que elegiste para
definirlo, pero tengo la sensación de que no la aplicaste bien. Tienes mucho que aprender
sobre definiciones, y creo que ha llegado el momento de comprendas el verdadero
significado de la palabra basura, señor Roche. Al fin y al cabo, es lo que mejor se te da
hacer. Por ejemplo, destrozar edificios maravillosos que nadie se ha atrevido a estropear
durante siglos. Destrozas caminos, árboles, colecciones de libros y hasta el aire que
respiras lo conviertes en basura cuando lo utilizas para hablar. Pero lo peor de todo es que
pisoteas a la gente. Gente como yo. Pero esta vez has elegido la víctima equivocada, porque
no estoy dispuesta a permitir que nadie me pisotee, y mucho menos alguien como tú.
Leon esbozó una sonrisa indulgente.
-Livvy, has estado brillante. Caballeros, permítanme presentarles a mi futura esposa,
Olivia Houndsworth.
Livvy se quedó boquiabierta y abrió los ojos de par en par, antes de caer en la cuenta
de que eso era precisamente lo que él pretendía.
-No le escuchen -gritó por encima de las felicitaciones-. ¡Es mentira! Acaba de
inventárselo. Un ejemplo más de lo que acabo de decirles de él. Porque diciéndoles que
estamos enamorados y que yo no soy más que una mujer enrabietada, está intentando vaciar
de legitimidad mis acusaciones... en otras palabras: está intentando pisotearme
caballeros, porque lo que acaba de decirles es mentira. Ni estamos enamorados ni lo
estaremos nunca, ni él tiene intención de casarse conmigo. ¿No se dan cuenta de que lo ha
hecho para quitarme importancia ante sus ojos?
-No es cierto -contestó Leon. acercándose a ella-. Lo he dicho porque es verdad, tal y
como estos caballeros descubrirán al recibir las invitaciones de boda. ¿Has traído tu
agenda, Livvy? Puedes fijar el día con mi secretaria si quieres. El miércoles o el jueves de la
semana próxima estaría bien.
-Estás volviendo a hacerlo -le acusó.
-¿Ah, sí? Pues entonces, déjame que lo haga con estilo -replicó, y antes de que ella
pudiese reaccionar se agachó para echársela sobre un hombro como si fuese un bombero y
la sacó protestando y pataleando por el despacho de su secretaria, a lo largo de un pasillo y
fue a dejarla... ¡en un aseo!
-Es el de los ejecutivos -sonrió, enseñándole la llave-. Que te diviertas. Después
volveré para concretar los detalles de nuestra boda.
Y dicho esto, cerró la puerta, y a pesar de que Livvy tiró del pomo con todas sus
fuerzas mientras echaba la llave, no consiguió abrirla.
La dejó allí casi una hora, lo que le dio tiempo suficiente para pensar qué había hecho
mal aquella vez.
Por fin su rostro apareció desde detrás de la puerta con su expresión impasible.
-Cállate y déjame en paz.
-Todavía no he dicho nada.
-No tienes por qué decir nada. Ya has hablado bastante. Y antes de que sigas, déjame
admitir que me rindo. No soy rival para ti. Ni siquiera debería haber me molestado en llamar
a tu puerta la primera vez. Si hubiera tenido el don de adivinar el futuro y una dosis de
veneno, ni me habría molestado.
-¿Cuál de los dos se habría tomado el veneno?
-Yo, por supuesto. No tiene sentido malgastarlo contigo. De todas formas, estoy
segura de que no te haría ningún efecto. Eres imparable, Leon Roche. Estoy segura de que
te inyectas veneno en vena todos los días para mantener tu lengua en forma.
-Creía que habías disfrutado de nuestro beso...
-¡Será posible! Sabes perfectamente que no me refería a eso, sino a las cosas tan
emponzoñadas que dices.
Estaba intentando sacarla de sus casillas, y lo estaba consiguiendo.
-¿Emponzoñadas? ¿Como por ejemplo decirte que no? ¿Es que no estás acostumbrada
a que los hombres te digan que no Livvy? ¿Por eso te ha sentado tan mal? Livvy cerró los
ojos y contó hasta diez. -¿Podemos salir de este lavabo, por favor? -Por supuesto -contestó
él, y abrió la puerta de par en par.
Livvy salió al pasillo y echó a andar hacia el primer lado que se le ocurrió, sin
importarle hacia dónde iba. El la siguió.
-He reservado una mesa en el Street Café. ¿Lo conoces?
Ella no lo miró.
-No.
Él la tomó por el brazo con suavidad. -El ascensor es por aquí. Livvy se volvió furiosa.
-Te gustará. La comida es excelente.
-No seas condescendiente conmigo. Leon Roche. No me hables como si no supiera nada
de restaurantes. Claro que he oído hablar del Street Café. Lo sé todo sobre el restaurante
en el que comen los muy ricos, pero nunca me he dejado arrastrar por la moda y no me he
sentido tentada de ir.
-¿Quiere eso decir que el sitio no te gusta sin conocerlo?
-Sí. Antes de que abriera sus puertas, ya todo el mundo lo consideraba algo especial.
Es sólo publicidad pretenciosa.
-Es marketing. Simplemente eso. Lo importante es que una vez abrió sus puertas y
empezó a servir comidas, ha sabido estar a la altura de lo prometido.
-Ya. Mis amigos y yo despreciamos lugares como el Street Café. No comprendemos
cómo alguien puede creerse que la atmósfera mágica de un buen restaurante puede
comprársele a un equipo de diseñadores de interior y pegarse a las paredes como papel
pintado. Y odiamos la forma en que edificios históricos de la ciudad se están convirtiendo
en parque de atracciones para yuppies.
-¿Prefieres verlos medio derruidos y comidos de miseria?
-Conservaban cierta integridad así -espetó.
-Pues entonces no tienes más que mantener los ojos cerrados mientras yo pido la
comida. Estoy muerto de hambre.
Livvy tragó saliva. No le gustaba recordar los apetitos de aquel hombre. En ninguna de
sus formas.
-No voy a ninguna parte contigo -le contestó.
Pero él tomó delicadamente su muñeca.
-¿Qué haces? -le preguntó, soltándose, enfadada consigo misma por la forma en que
su propio cuerpo reaccionaba al más mínimo contacto con él-. ¿Es que ibas a volver a
aplastarme la mano, igual que el día que nos presentamos? Soy ilustradora. Mis manos son
importantes.
-Y yo soy lo bastante animal como para aplastarte tus preciadas manos sólo porque no
quieres comer conmigo, ¿no? Cuando te pones a ello, puedes ser realmente ofensiva. Livvy.
Gracias a Dios que no vamos a estar casados para siempre.
Estaban ya dentro del ascensor y Leon apretó el botón de la planta baja. Tenía una
mano de dedos largos y bien formados. La verdad es que no parecían manos destructivas,
sino más bien al contrario.
-Si soy grosera contigo es porque es la única arma que puedo esgrimir contra ti -
murmuró-. Tienes la habilidad de hacerme sentir completamente inútil, diga lo que diga y
haga lo que haga. Ojalá no hubiese venido aquí. Has hecho que me sienta como una
verdadera basura.
-Vamos, vamos... No es para tanto. Además, estás a punto de demostrar lo
extremadamente útil que eres casándote conmigo. Te sentirás mucho mejor una vez que
hayas accedido.
-¿Por qué sigues diciendo esa tontería? ¿Y por qué demonios ibas tú a querer casarte
conmigo?
-No porque me haya enamorado de ti a primera vista, desde luego -replicó-. Estaba
pensando en algo más en la línea de un acuerdo comercial.
-Ya. Afortunadamente yo no aplico ningún principio comercial a mi vida privada.
-Todavía no. pero lo harás.
-¡Ah, no! Se ha terminado ya eso de que seas tú quien tenga siempre la última palabra.
El domingo descubrí que esa postura no me conduce a ninguna parte. No tengo intención de
retroceder ante ti.
-Consideremos lo de hoy una aberración, ¿de acuerdo? Enseguida recuperarás el gusto
por hacer las cosas a mi manera otra vez, pero no en un ascensor. Te mostraré el balance
mientras comemos y te darás cuenta de lo mucho más productiva que puede ser tu vida
cuando empieces a regirte por mis principios.
-¿Principios? ¡Ja! No sabes siquiera lo que significa la palabra.
-En ese caso, dejaré que seas tú quién me lo enseñe cuando nos hayamos casado -
contestó con sequedad.
-No. De ninguna manera. A no ser que quieras llevarme gritando y pataleando hasta el
restaurante más de moda de la ciudad.
Leon volvió a echarse a reír.
-No me tientes.
Livvy vio cómo el último número aparecía en el panel del ascensor y suspiró aliviada al
ver abrirse las puertas. Salió delante de él, pero Leon se puso a su lado inmediatamente.
-¿Quieres echar un vistazo a los posibles dividendos?
-No me interesa.
-Primero –dijo señalándolo con uno de sus dedos-: conseguirás seguir con tu historia
teniendo la opción de estudiar el documento original. Dos: dispondrás de seis meses de casi
total aislamiento para terminar con tus dibujos. Tres: tendrás todos los gastos pagados, así
que no tendrás que hacer el libro de jardinería.
Livvy frunció el ceño.
-Podrás vivir seis meses en mi casa, e investigar en el manuscrito tanto como quieras.
-¿Seis meses?
-Ese es el tiempo que necesitabas, ¿no?
-Sí. pero no comprendo...
-Sube en ese taxi y te explicaré el resto cuando tengamos la comida delante.
Dejándose arrastrar por el poder de convicción de la mano con que la sujetaba
suavemente por el codo, entró en uno de los espaciosos taxis de Londres.
-La serpiente me tentó... -murmuró él al sentarse y cerrar la puerta-... y comí.
-De acuerdo. Comeré -contestó ella, nerviosa por su proximidad-. Pero no pienso
acceder al resto.
El Street Café resultó ser un lugar nauseabundamente atractivo: grande, espacioso,
desenfadado y muy agradable. Y la terraza cubierta era el lugar ideal para una proposición.
-Me rindo -murmuró Livvy-. Comeré hasta reventar, y ya puedes pedirme lo mismo que
tomes tú porque no me cabe la menor duda de que escogerás los platos más apetitosos del
menú.
-No soy perfecto -dijo él, recostándose en el respaldo de la silla y metiendo los
pulgares en la cinturilla del pantalón-. Por eso, necesito que te cases conmigo.
-¿Porque piensas que soy la única mujer capaz de soportar tus defectos? ¿Es eso? -le
preguntó con sarcasmo.
Leon se echó a reír.
-Puede que no sea perfecto. Livvy pero tampoco soy tonto. Necesito que te cases
conmigo por el bien de mi empresa.
-¿Roche e Hijo? -murmuró-.¿Por qué? ¿Quieres que sea Roche. Hijo y Nieto?
¿Necesitas a alguien que te dé un hijo como heredero?
-¡Dios del cielo, Livvy! -exclamó, mirándola con los ojos entornados-. No se me había
ocurrido nunca pensar eso. ¿Debo considerarlo una ofrecimiento?
-¿Bah! -fue lo único que se le ocurrió contestar, furiosa consigo mismo como estaba
por haberle hecho un comentario tan sugerente.
-Pues no seria tan mala idea. Con tu físico v mi cerebro, nuestro hijo podría gobernar
el mundo. Pero si el pobre heredase también tu habilidad para hacer mal las cosas y mi
tendencia para... destrozarlas seríamos responsables de haber traído al mundo al mayor
vándalo desde Gengis Khan.
-El segundo mayor vándalo -le corrigió. ¿Por qué demonios los hombres daban siempre
por sentado que una mujer debía sentirse halagada por ser descrita como atractiva?-. El
primer lugar ya lo ocupas tú. El pobre crío no tendría ni la más remota posibilidad de
sobrepasarte.
El comentario no surtió efecto alguno. Era como insultar a una pared. Es más, la
expresión de sus ojos dejaba claro que se lo estaba pasando de maravilla.
-Me alegro de saber que tienes en tan alta estima mis habilidades para besar. Aún así,
no hace demasiado tiempo que mi padre se retiró, y por ahora sigo disfrutando del ser el
único Roche a bordo. No tendré que preocuparme por solventar al problema de mi heredero
hasta dentro de unos años.
-Entonces, ¿para qué necesitas una mujer? ¿Es que estás a punto de caer en
bancarrota y necesitas poner la casa de la familia a nombre de tu mujer para salvarla de la
ruina total?
Sus ojos seguían teniendo una expresión divertida, pero la línea de su boca se
endureció.
-No, no es ese el caso ni mucho menos. Más bien al contrario. Estamos creciendo. El
problema es que el propietario de la empresa que quiero comprar sólo está dispuesto a
vender a un hombre casado.
Livvy frunció el ceño.
-No comprendo. ¿Es que su empresa está especializada en construir hoteles para
lunas de miel o algo así?
-No.
-Y de todas formas, ¿cómo es que puede permitirse el lujo de elegir? Si necesita
vender, ¿no debería verse obligado a hacerlo al mejor postor?
-No no necesita vender por razones financieras sino por su salud. Quiere retirarse.
Pero también quiere asegurarse de que su negocio sigue en la misma línea en la que él lo va a
dejar, y está convencido de que un hombre casado será más considerado con sus trabaja-
dores. El contrato que quiere firmar estipula que, después de la venta, seguirá durante seis
meses en el consejo de administración con el derecho a vetar los cambios que considere
oportunos. Si se siente satisfecho con la marcha de las cosas después de ese periodo, se
retirará por completo.
-Dejándote a ti las manos libres para hacer lo que se te antoje -concluyó ella.
-Sí.
-Lo que incluye vender edificios, dejar a la gente sin trabajo y destrozar todo lo que
encuentres a tu paso.
Él la miró con frialdad.
-Tienes una cabecita muy aguda, Livvy. Deberías haber seguido en el negocio de tus
padres. A estas alturas, podrías tener ya toda una cadena de supermercados.
-¡Así que he dado en el clavo! Ese es tu plan, ¿verdad? Quieres engañar a ese hombre,
convenciéndolo de que eres el hombre ideal para hacerse cargo de su empresa para al cabo
de seis meses desmantelarla y mandar a engrosar las listas del paro.
Leon arqueó ligeramente las cejas.
-Lo único que queda por aclarar... -continuó Livvy, luchando por apartar los ojos de su
rostro-..es cómo ese buen hombre ha podido llegar a pensar que una esposa puede
cambiarte lo más mínimo. Tu reputación ha debido precederte para que él insista en esa
clase de estipulaciones. Y si sabe cómo eres, ¿por qué ha considerado la posibilidad de
venderte?
-Conocía a mi padre.
-¿Conocía...? Creía que tu padre estaba retirado. Es que no está... bien, o algo así.
-Está bien, o algo así. Sigue vivito y coleando, igual que el mayor, pero también se ha
marchado a vivir al extranjero, lo que significa que no ha vuelto a ver a la mayoría de sus
viejos amigos.
-Disfrutando de algún paraíso fiscal, supongo -murmuró.
-¿Es que no apruebas los paraísos fiscales, Livvy? -le preguntó, sonriendo.
-Creo que la gente debe contribuir al bienestar de los países que les educaron, les
alimentaron y les dejaron crecer, en lugar de salir huyendo con el dinero.
Leon se la quedó mirando un momento en silencio antes de volver a hablar con voz
grave.
-Hay muchas cosas que desapruebas, ¿no, Livvy?
-No más de las que cualquier persona desaprobaría. Simplemente creo en la
honestidad, en la decencia y en unas cuantas cosas más de las que tú no debes haber oído
hablar -dijo, apretando los puños sobre el mantel-. ¿Cómo eres capaz de llegar a estos
extremos para engañar a un pobre hombre y destrozar toda su vida de trabajo? Siento
verdadera lástima por él, para no hablar de toda esa pobre gente que este trato tuyo va a
hundir. Eres un bárbaro, Leon Roche.
-¿Quieres eso decir que no crees que el matrimonio pueda civilizarme? -le preguntó en
tono burlón.
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
-Y¿Bien?
- Y bien, ¿Qué?
-Supongo que tanto gesto quiere decir que las negociaciones han terminado. ¿Hay
trato o no lo hay? -No lo hay. Lo siento.
-Estás tirando piedras contra tu propio tejado, Livvy.
-No es cierto. Lo que estoy haciendo es respetarme a mí misma y a los míos. Mis
padres no podrían asimilarlo, y siento demasiado respeto por ellos para decepcionarlos de
esa manera.
Él la miró con los ojos entornados. -Es verdad -añadió ella.
-Así que ahora es ésa tu única reserva, ¿eh? La reacción de tus padres. ¿Tan cerca
estabas de aceptar?
-Sí -contestó después de pensárselo un instante-. Creo que por un momento he estado
a punto de aceptar -dijo, y se abrochó la chaqueta, preparándose para levantarse de la
mesa.
-¿Dónde has dejado el coche?
-En Islington, delante de mi casa. O de lo que antes era mi casa. ¿Por qué? ¿Es que te
estás ofreciendo para llevarme?
-No -contestó, tras mirar su reloj-. No tengo tiempo. Pero llamaré a un taxi.
-No te molestes. Puedo arreglármelas sola en el mundo sin tu ayuda. Lo creas o no,
llevo ya algún tiempo haciéndolo.
Y dicho esto, se alejó rápidamente de él.
Mejor sería llamarlo en cuanto llegase a casa y... ya tendría que contarles a sus padres
toda la verdad. Jamás lo comprenderían. La creerían loca; pero eso era algo que no podía
evitarse.
Resignada, abrió la puerta de cristal de la tienda y entró. En ese momento, su madre
bajaba por las escaleras.
-¡Livvy! Gracias a Dios que has vuelto. ¿Por qué no nos habías hablado de tu amigo, el
señor Roche?
-Ah, sí. Llamó esta mañana, ¿no?
Su madre la abrazó por los hombros y le apartó el pelo de la frente con el mismo
ademán que usaba cuando Livvy era pequeña.
-Ponte un poco de carmín, rápido. Está arriba, esperándote en el salón.
No es que fuese una sorpresa mayúscula, aunque le sorprendía cómo había sido capaz
de llegar tan deprisa. Sin duda estaba dispuesto a volver a la carga. No era un hombre que
se rindiese fácilmente. En fin, podía ahorrarle el esfuerzo.
-Mamá, ¿por qué sonríes de esa manera?
-¿Estoy sonriendo? -Moira Houndsworth intentó fruncir el ceño-. No es verdad.
-Yo diría que es una de esas sonrisillas tuyas... no sé.
Su madre arqueó las cejas.
-Bueno, ya sabes... es de esa clase de hombres, ¿verdad? Sabe cómo hacer que la
gente se sienta a gusto. Y de todas formas, cariño, es todo tan excitante que cualquier
madre sonreiría, ¿no crees? -le preguntó, y la abrazó con efusividad.
Livvy abrió los ojos de par en par.
-Un momento... espera un momento. Dime qué te ha dicho.
Pero su madre no tenía intención de esperar.
-Ahora no hay tiempo, Livvy. Venga, date prisa. Menos mal que tenías ese traje que te
compré para la boda de la tía Milly.
Livvy subió las escaleras con la cabeza funcionándole a toda velocidad.
-¿Qué os ha dicho exactamente? -le preguntó a su madre.
-Nos lo ha contado todo, creo yo. Pero haz el favor de callarte, que te va a oír.
Estaba sentado a un lado de la chimenea artificial tomando una taza de café, con el
platillo de la taza sobre la bandeja que sostenía en la mano una bailarina de porcelana.
Sujetaba la taza con dos dedos de cada mano, que parecía increíblemente pequeña.
-Y bien -dijo Livvy cuando él se volvió a mirarla de aquella manera tan penetrante y
tan suya-, ¿qué le trae por aquí, señor Roche?
-Pero bueno, Livvy... no hay por qué ser tan tímida -le contestó, sonriendo-. Ya se lo he
explicado todo a tus padres.
-¿Todo?
La sangre empezaba a retumbarle en los oídos.
-Ha venido a pedirnos tu mano, Livvy -le explicó su padre, conteniendo a duras penas
la emoción, y cuando Livvy se volvió a mirarlo, le encontró sonriendo de oreja a oreja y con
los ojos brillantes-. Estoy muy orgulloso, hija. Es muy poco corriente que un hombre
muestre tanto respeto por un padre en los días que vivimos.
Livvy tragó saliva, horrorizada, y al mirar a su madre, la encontró secándose el rabillo
del ojo con un pañuelo de papel rosa.
-Es increíble esto del amor a primera vista --suspiró-. Claro que nosotros no tuvimos
oportunidad de hacer algo así en nuestros tiempos, ¿verdad, papá? -y para beneficio de
Leon, explicó-: No había tanto dinero como hay ahora. Teníamos que ser novios durante
años para poder ahorrar hasta el último penique. La gente se enamoraba a primera vista en
la guerra, pero claro, eso no es lo mismo.
Leon sonrió.
-Aún así, señora Houndsworth, como ya les he dicho antes, esto iba a ser una
tremenda sorpresa para Livvy, a pesar del hecho de que estemos profundamente
enamorados. Está un poco aturdida, ¿verdad, cariño? De hecho, precisamente esta mañana
me ha hablado de su preocupación por cómo iban a tomárselo ustedes, ¿verdad, Liv?
Livvy abrió la boca, pero la cerró sin pronunciar palabra.
-¿Estás contenta, hija? -le preguntó su padre.
Livvy se las arregló para vencer la rigidez de sus músculos y asentir.
-¿Que estabas preocupada por nosotros? -repitió su madre-. Por amor de Dios. Livvy.
¿qué te pasa? Leon es un hombre tan... encantador -añadió, haciendo un mínimo gesto con la
cabeza hacia él-. Es precisamente la clase de hombre que siempre esperábamos que
llegases a conocer, con ese talento tuyo, tu físico y todo eso... -y volviéndose hacia Leon,
añadió-: Estamos encantados, señor Roche. No podríamos estar más contentos. ¿verdad,
papá? No lo haga caso a nuestra Livvy. A veces tiene ideas un tanto raras, pero al final
suelen quedarse en agua de borrajas. Es una chica encantadora que siempre ha tenido el
corazón en su sitio.
-Pero es que... -balbució Livvy- ...ah... aunque nos hemos... enamorado así, de repente -
su voz sonó particularmente ahogada en ese punto-, nosotros... mm... bueno. apenas nos
conocemos. Creo que habría que pensar un poco más en lo de... la boda.
Leon se levantó del sillón, se acercó a ella y mirándola a los ojos, sonrió de aquella
manera suya tan especial. Después apoyó las manos sobre sus hombros mientras ella lo
miraba aterrorizada.
-Lo siento, Liv... -murmuró-. Quizás no debería haber venido sin habértelo comentado
antes, pero es que no podía esperar un momento más a que aceptases ser mi esposa -dijo, y
le dio un pequeño beso en la nariz-. Y tampoco podía permitir que estuvieras preocupada
dándole vueltas en la cabeza a cómo decírselo a tus padres -añadió, y con la palma de la
mano la obligó a apoyar la mejilla sobre su corazón.
La fuerza de sus brazos era increíble, pero más increíble aún era comprobar que
dentro de él parecía tener un corazón humano.
-No podía soportarlo -continuó con un quejido-. Verás, es que yo sabía que tus padres
iban a alegrarse muchísimo cuando recibieran la noticia, como así ha sido. ¿Es que no lo ves,
cariño? -suspiró-. Ya no tienes por qué preocuparte. He venido hasta aquí para solventar la
última duda que tenías -y añadió con sarcasmo-: tu virtud sigue intacta.
Livvy sintió que las mejillas se le encendían.
-¿He sido muy malo? -susurró con una vocecilla tan falsa que Livvv estuvo a punto de
echarse a reír, pero él acababa de deslizar las manos hasta su espalda, creando con ello una
sensación erótica como un torbellino que la dejó muda.
-Has sido muy, muy malo -contestó, cuando por fin fue capaz de hablar.
Él volvió a sonreír y la abrazó contra su pecho. -¡Ah! -suspiró su madre en el mismo
tono que lo hacía viendo las telenovelas.
Livvy miró a sus padres que estaban el uno al lado del otro, tomados del brazo y
sonriendo dulcemente.
-La cuestión es que... veréis. como no nos conocemos bien, tengo miedo de que
casándonos tan deprisa... mm... es que bueno, imaginaos que dentro de unos meses, digamos
seis, por poner un número, descubrimos que... mm...
-Eso no ocurrirá --contestó Leon, tomándola por la barbilla para obligarla a mirarlo-.
El amor lo puede todo, Livvy. Tú mejor que nadie deberías saberlo. Al fin y al cabo, ése es el
tema de tu libro nuevo, y va a ser también el tema de tu nueva vida.
Livvy pensó en gritar, pero no sabía si su voz respondería.
-Bien dicho -murmuró su padre.
-Sí, pero es que...
-Sh... -murmuró Leon, besándola en la frente-. Somos distintos, ¿no? Y sin embargo,
supimos todo lo que hay que saber el uno del otro desde el mismo instante en que nos
miramos por primera vez, ¿no es así?
Intentó darle disimuladamente una patada en la espinilla, pero sólo consiguió medio
caerse contra él. Dios mío... Cada contacto con su cuerpo encendía en ella las llamas de la
pasión que en aquel momento la estaban torturando allí mismo. delante de sus padres.
Él apoyó la barbilla sobre su pelo mientras describía pequeños círculos en su nuca.
Apenas pudo controlar un gemido.
-Señor Houndsworth -murmuró él, fingiendo sentirse profundamente conmovido por la
proximidad de la mujer que amaba-, hay una bolsa con una botella de champán en mi coche.
¿Quiere hacer usted los honores?
-Vamos, papá -susurró su madre-. Vamos a dejarles unos momentos solos.
Leon lo cronometró todo a la perfección. En el mismo instante en que sus padres salían
de la habitación, pero aún a tiempo de que pudieran verlo, la besó en los labios con tanta
pasión como si no pudiera contenerse un instante más.
En cuanto la puerta se cerró, Livvy se apartó de él, pero era ya demasiado tarde. Ya
había probado su boca, y su sabor se había quedado impreso en sus labios.
-¿Puede saberse qué demonios te traes entre manos, Leon Roche?
Él se pasó la lengua por los dedos y sonrió.
-Antes dijiste que no querías engañarles. así que he decidido hacerlo yo por ti.
-¡Maldito canalla! ¡Debería matarte por esto!
-¿Por besarte? ¿No crees que sería llevar las cosas demasiado lejos? Al fin y al cabo,
ha sido un beso bastante agradable. Me alegro de que las circunstancias me hayan obligado
a volver a hacerlo.
-¡Deja de decir idioteces! ¡Es increíble! ¿Cómo has podido hacer algo así?
-¿Yo? Esa pregunta es fácil de contestar. Soy un hombre sin ninguna clase de
escrúpulos, Livvy. Eres tú la única que tiene principios, ¿recuerdas?
Ella se cruzó de brazos, intentando sofocar las sensaciones que persistían aún en su
interior aunque estuviesen separados.
-Te odio --escupió.
-¿De verdad? Me temo que no eres tan sincera como dices -replicó él.
-¿Y qué demonios quieres decir con eso?
-Pues que podrías haberme contradicho delante de tus padres, pero no lo has hecho.
Es decir, que después de tanto remilgo, estás dispuesta a engañarles sin más.
-Sólo porque mientras venía para acá, he cambiado de opinión en cuanto a lo de
casarme contigo. Me ha parecido menos doloroso seguir con tu versión que decirles la cruda
verdad. Y de todas formas, si les hubiera dicho la verdad después del montón de mentiras
que debes haberles contado, se habrían opuesto con uñas y dientes a que me casara contigo
después de haber visto la clase de cínico que eres. Ya que había puesto en marcha el
engaño, sólo podía seguir con tu mentira. Deberías estarme agradecida.
Leon se acercó a ella.
-¿De verdad? -le preguntó con escepticismo, y ella retrocedió-. Vuelve a ponerte en
posición, rápido -le ordenó, mirando hacia la puerta-. Acabo de oír el
tapón de la botella. Pueden volver a entrar en cm~ momento.
Y volvió a tomarla entre sus brazos y a besarla, pero Livvy esperó a que sus padres
estuvieran en la habitación y entonces le mordió con fuerza. Él no dio signos del dolor que
con toda seguridad debía haberle causado, sino que con toda ternura y con pequeños besos
de despedida, se separó de ella.
-El amor... -suspiró su madre-. Bueno, venga, venid a brindar, que para la semana que
viene, a estas alturas, ya estaréis casados. Tendréis todo el tiempo del mundo para
arrumacos entonces.
-¿La semana que viene? -murmuró Livvy débilmente.
-El jueves -contestó Leon-. He solicitado una licencia especial. Tendremos que
ponernos manos a la obra con las invitaciones.
-¡No! - -contestó rápidamente Livvy. Acababa de darse cuenta de que los dos podían
jugar a aquel juego-. No, Leon -repitió con voz almibarada-. Me lo prometiste, ¿recuerdas?
Sólo tú y yo.
-¿Y tus padres como testigos?
-Eh... sí. Claro. Sólo mis padres como testigos. Será mucho más romántico así. Y
también quiero lo demás que me prometiste: que no nos veamos más hasta el día de nuestra
boda. Te echaré muchísimo de menos, y sé que tú a mí también, pero así será mucho más
romántico, ¿no crees? Bébete tu champán, que la próxima copa que nos tomemos juntos, lo
haremos como marido y mujer.
Livvy se pasó la semana en estado de total desconcierto, y sin dejar de pensar en
Leon Roche como en el ser más vil de la tierra. Lo único bueno es que ese sentimiento le
sirvió para hundirse en su trabajo con futuros médicos no podía perder el tiempo pesando
zanahorias.
-He hablado con él por teléfono.
-Sí, bueno, pero ¿qué pasará con esas dos señoras a las que mi madre les lleva la cena
todos...?
-Lo sé. Tu hermano se ocupará también de eso. -¿Ian?
-Ian será médico dentro de poco y tendrá un montón de señoras de edad como
pacientes, así que ha estado de acuerdo en que las prácticas le vendrán muy bien.
-Aún así...
-lan también es hijo de tus padres -le interrumpió.
-Así que te has aprovechado del hecho de que mis padres le hayan educado para que
tenga conciencia para engañarle a él también, ¿no?
-Livvy, ¿es que no quieres que tus padres tengan las mejores vacaciones de su vida, o
de que tu hermano tenga la oportunidad de practicar incluso antes de haber terminado la
carrera?
-Sí claro que quiero. pero...
-Pues entonces, ¿cuál es el problema?
-Nada -contestó, irritada-. Vamos. Entremos de una vez.
Pero él contestó que no con la cabeza, y tras cerrar la puerta del coche, caminó hasta
la pared del edificio y se apoyó en ella.
-La última pareja no ha salido aún, y tienen seis damas de honor. No me apetece
meterme ahí dentro con ellos. Esperaremos aquí fuera.
Livvy se apoyó también contra la pared pero dejando bastante espacio entre los dos.
Ojalá se hubiese puesta una camisa debajo de la blusa, pero es que parecía que iba a ser un
día tan caluroso...
-Estás muy guapa -dijo él como si le hubiera leído el pensamiento.
-¿Cómo dices?
-No se me habría ocurrido pensar que los colores fuertes te quedasen bien con el tono
cobrizo de tu pelo, pero es así. Quizás sea porque tu piel no es pálida.
Livvy se tocó sin querer un pómulo, pero no contestó.
-¿Te has hecho tú ese traje? -le preguntó él-. No había visto nunca algo así.
-Yo elegí la tela y le puse los adornos. Una amiga mía me lo hizo.
-Ya... Una de esas que nunca me encontraría en el Street Café, ¿no?
Livvy pensó en su amiga Cassie y suspiró. Ultimamente, hasta cabía la posibilidad de
que cenase allí todos los días. En qué pocas cosas se podía confiar...
Él miró su reloj de platino, medio oculto por el vello de su brazo. y Livvv se estremeció
al recordar cómo ese mismo vello descendía por su estómago para perderse más allá de la
cinturilla de sus pantalones.
-Celebraremos una comida en el Golden Nightingale y después he pensado que...
-Y después, tengo que trabajar -espetó ella-. No puedo permitirme perder el tiempo
mientras esté en Londres. Interpretaré mi papel durante la comida, pero después, me
marcho a la biblioteca universitaria. Tú puedes hacer lo que quieras.
El sonrió.
-No es una forma demasiado romántica de pasar el día de nuestra boda.
-Golden Nightingale... -murmuró ella. Aquel condenado lugar hacía sido construido
recientemente en una de las mejores zonas de la ciudad y era famoso por ser el hotel más
romántico de Londres. El más romántico, el más caro, el más...
-No importa -dijo él, bostezando-. Por mí no hay problema. Siempre que no hagas nada
que pueda delatar la naturaleza de nuestro matrimonio, no hay problema. Puedo pasar la
tarde en casa de Katya. Siempre está deseando verme.
¿Celosa? No, ni una pizca. No podían ser celos lo que estaba sintiendo, porque no había
razón para ello. Era repugnancia. Eso era.
-Y está soltera, supongo.
-Está soltera -corroboró él, mirándola intensamente-. Tendré que pasar por mi oficina
un instante antes de que nos vayamos a Herefordshire. Ha surgido un asunto complicado
esta mañana. Te veré allí a las cinco, preparada para irnos a Purten End.
-Si me das unas llaves de la casa, puedo ir yo antes.
Él arqueó una ceja.
-De ninguna manera contestó—. No pienso permitirte deambular por allí sin que antes
hayamos establecido ciertas reglas. Puedes venir conmigo. y cruzaré el umbral contigo en
brazos para elegir dónde exactamente quiero dejarte. A los ojos del resto del mundo, Livvv,
somos una pareja de recién casados locos de amor el uno por el otro. Podemos ser tan poco
convencionales como queramos en ciertas cosas, pero esas ciertas cosas tenemos que
hacerlas. No lo olvides.
El corazón de Livvy se disparó, pero antes de que pudiera contestar, un montón de
damas de honor vestidas de verde aparecieron a su lado en una nube de confeti. Leon la
tomó por un brazo y juntos pasaron al lado de una novia vestida de blanco y un montón de
alegres invitados y entraron en el silencioso recibidor.
Cuando Livvy volvió a mirarlo, se quedó con el aire paralizado en los pulmones. Tenía el
pelo lleno de confeti y los rasgos de su cara brillaban por la purpurina que alguno de los
invitados debía haber tirado al aire. Todo ello le confería un aspecto extraño. casi
inhumano, con aquel oro brillándole en la cara, y Livvy sintió debilidad. ¿Por qué demonios
quería pelearse con, aquel hombre?
El la miró también y sonrió.
-Estás toda brillante -dijo con voz profunda-. Estás preciosa, Livvy. Preciosa.
Livvy se rozó con la lengua los labios y se dio cuenta de que ella también tenía
purpurina dorada en la cara. Estar al lado de él y oírle decir algo así le había vuelto a
acelerar el corazón, así que apartó la mirada. Siempre había esperado casarse algún día, y si
ese día de verdad llegaba alguna vez, estaría igual que en aquel momento, junto a su novio,
esperando. ¿Se sentiría en ese momento igual que se había sentido al mirar a Leon,
salpicado de polvo dorado? ¿Se sentiría tan bien. tan orgullosa, tan feliz como se había
sentido cuando él le había hablado?
Con los ojos temerosos, miró al hombre que, frente a ellos, hablaba de matrimonio.
-¿Preparada? -le preguntó Leon. abrazándola por los hombros y mirándola por primera
vez con unos ojos que no parecían sino negros, reflexivos y profundos.
Incapaz de hablar, Livvy asintió.
-Yo no tengo anillo -dijo Leon cuando llegó el momento de intercambiarlos-. Y estoy
seguro de que tú tampoco, ¿verdad? -le preguntó, divertido.
Livvy contestó que no con la cabeza, apretando los puños.
-Entonces, te daré una medalla en lugar de un anillo -dijo, e inclinándose hacia ella, le
prendió cn la blusa un broche de diamantes, justo sobre el corazón, y Livvy estuvo a punto
de gritar el sentir el roce de sus dedos.
Cuando por fin él volvió a incorporarse, se miró el broche, delicado y de diseño muy
bonito en forma de luna, y enrojeció.
-Puede besar a la novia -dijo por fin el oficiante de la ceremonia.
-Bien -contestó él, y mirando a Livvy, añadió-. Será aún mejor, después de haber
estado una semana sin ti. ¿No crees, cariño?
Ella se puso de puntillas y brevemente le besó en los labios, apartándose de él a toda
velocidad.
-Mucho mejor. Mucho menos doloroso -le dijo él al oído, refiriéndose a la última
ocasión en que ella le había mordido-. Lo estás haciendo muy bien, cariño. Has conseguido
sobreponerte muy bien a los nervios de antes de la boda. Sigue así.
Ella se limitó a asentir, y se apresuró al firmar dónde le indicaron, al lado de la
caligrafía confusas pero firme de Leon.
Cuando todo terminó, Leon le pasó un brazo por la cintura y la condujo a ella y a sus
padres fuera del edificio. El Rolls-Royce blanco estaba esperando, con un chófer
uniformado abriéndoles la puerta.
-Ahora, disfrutad cada momento del crucero. Os recogerán en el aeropuerto y os
llevarán a Bloomingdale antes de ir al barco. Y por favor, utilizad con toda libertad esas
tarjetas de crédito. Quiero que disfrutéis de todo como una forma de daros las gracias por
darme el mejor regalo que he tenido jamás.
Y abrazó a Livvy con tanta fuerza que no la dejó respirar.
-Señor Roche... Leon... -balbució su madre, pero él la silenció con un gesto de la mano y
una de sus sonrisas.
Mientras la pareja subía al coche, una de las damas de honor vestida de verde, echó
sobre sus padres un gran puñado de confeti.
-¡Que seáis buenos! -gritó la chica sonriendo, y a Livvy se le llenaron los ojos de
lágrimas al verlos tan felices como unos recién casados, y no tuvo más remedio que alejarse
un poco de Leon. El corazón le pesaba como si fuese de plomo.
-Y ahora, ¿qué hacemos? -le preguntó.
-Ir al hotel.
Tenía la sensación de que iba a marearse.
-¿Por qué me has dado esto? -le preguntó, mirándose el broche.
-Me ha recordado a la forma en que te brillaban los ojos el primer día que viniste a
verme -bromeó. -Estaba estudiando tus músculos –murmuró ella a la defensiva.
-Sí... eso es lo que dijiste. He creído que era más honesto que un anillo.
-No me gustan las mentiras.
-Es un poco tarde para eso. ¿no crees? De todas formas, los personajes de tu
maravillosa historia de amor, mintieron en la iglesia ante Dios. ¿No es eso peor?
Livvy sintió que las mejillas le ardían.
-Voy a quitármelo y te lo devuelvo... espera.
Leon le tomó la mano con la que intentaba abrir el broche.
-No es necesario.
¿Pero por qué tenía que tocarla?
-Sí que lo es. Leon. No es más que un...
-Es un regalo -la interrumpió con determinación. -Bueno... si tú lo dices...
-Yo lo digo.
Estaba tan cerca de ella... Sentía de tal manera su calor... Dios, aquello se iba
complicando por minutos. -Esperemos que los dos consigamos lo que qucremos de este
matrimonio. ¿eh. Livvy?
-Sí...
La tensión casi palpable de su voz anunciaba su deseo casi más que un gemido lo
hubiera hecho.
Leon estaba a su espalda, y la acercó a él un poco más.
-¿Sigues sin sentirte tentada, Livvy? -le preguntó con suavidad.
Un gran estremecimiento de deseo le recorrió la espalda.
-No -contestó-. Ni lo más mínimo.
-Mentirosa contestó él, y soltó sus hombros-.Vamos. Sube en mi coche antes de que
aparezca algún guardia.
CAPITULO 6
T E DEJARÁN comer aquí sin corbata? -le preguntó en voz baja a Leon cuando
entraron en el impresionante recibidor del Golden Nightingale.
-Comeremos en la suite nupcial, así que no creo que les importe lo que lleve puesto.
-Ah... Yo creía que el objetivo de todo esto era hacernos ver.
-¿Ah, sí?
-Por supuesto. Al fin y al cabo, apenas vamos a hacer uso de... mm... las instalaciones,
¿no?
-No importa. Puedo permitírmelo -bromeó él. Livvy suspiró, pero prefirió no discutir.
-Vamos al bar a tomar el aperitivo -sugirió él-. Podemos exhibirnos allí durante diez
minutos, si es lo que quieres.
-Claro que no es lo que quiero -suspiró.
-¿Es que prefieres subir directamente a la suite nupcial?
-¿Cómo lo haces? -le preguntó con un gemido-. Me agotas. Vamos a tomar esa copa.
Puede que me siente bien.
Leon se sonrió y la condujo hacia el bar.
-Aquí es. Ya puedes exhibirte. Todo el mundo te va a ver a la perfección desde aquí.
Y así fue. Cada vez que las puertas de cristal del bar se abrían, todo el mundo la
miraba. Hasta el camarero sólo parecía tener ojos para ella.
-Esto es horrible -murmuró-. Todo el mundo nos mira. ¿Por qué? ¿Es porque no vamos
vestidos de etiqueta?
-Tú no. Tú traje es muy bonito.
-Bueno... pero no es de su mismo estilo.
-Lo que te hace parecer aún más sorprendente a sus ojos.
-Ya he Nevado ese traje otras veces, y nunca he atraído ni la mitad de atención.
-Quizás sea el cambio de situación.
-¿Te refieres a que estoy contigo?
Leon sonrió.
-No. Me refiero a que te estás codeando con gente que se puede permitir cualquier
clase de ropa, y que te está juzgando bajo su propio prisma. No están pensando iqué manos
tiene Livvy para haberse hecho algo tan bonito!, sino que se están preguntando qué
diseñador te habrá vestido y cómo podrían conseguir algo parecido. Aún así, es muy amable
de tu parte pensar que es por mí por lo que estamos atrayendo tanta atención. Es que
hacemos una pareja perfecta, ¿verdad, Livvy?
-Cállate, Leon.
Leon no dijo nada más, pero tuvo sensación de triunfo.
En aquel momento, otro hombre entró al bar y. por supuesto, se la quedó mirando,
pero no se quedó sólo en eso, sino que se acercó decidido a su mesa. Era un hombre
atractivo que debía rondar los sesenta, con pelo blanco y una sonrisa cautivadora.
-Maldita sea -murmuró Leon entre dientes al verle acercarse, y se puso de pie-.
Richard... me alegro de verte -le saludó, tendiéndole la mano.
-¡Leon, diablillo! -le saludó el hombre afablemente-. ¿Pero no te casabas hoy?
-Ya lo he hecho, Richard. Déjame presentarte a mi mujer... Olivia Roche. Livvy, te
presento a Sir Richard Gallagher.
-Oh... -Livvy sonrió con modestia. ¡Socorro! No había contado con conocer al hombre
en cuestión tan pronto. No había tenido tiempo de preparar su estrategia-. Mm... ¿cómo
está usted? -balbució, tendiéndole la mano.
Él la tomó entre las suyas y se la acercó a los labios.
-¡Querida! -exclamó, sonriendo-. ¡Qué delicia! He oído hablar mucho de ti, y todo ello
formidable. Me han dicho que eres la única mujer capaz de domesticar a este marido tuyo.
Livvy abrió los ojos de par en par. Iba a tener que decir algo al respecto, ¿pero qué?
-Vaya... bueno, pues... mm... espero que sea así. Puedo asegurarle que al menos ésa es
mi intención. señor... mm... Sir Richard. Mis ideales respecto al matrimonio son muy
elevados, y Leon y yo queremos compartirlo todo.
Sir Richard asintió y soltó su mano para volverse hacia Leon.
-Recién casados, ¿eh? -dijo, mirando sus vaqueros y su camiseta.
-Acabamos de volver de la ceremonia -admitió Leon.
-No dejes que este sinvergüenza se salga siempre con la suya -le dijo a Livvy, y se
inclinó para mirar su broche-. Ah, sí. Muy bonito. Ya sé que no debo preguntar por el anillo,
porque no lo hay.
-Richard, ¿es que no tienes tacto? -le preguntó Leon, dándole una palmada en la
espalda-. Acabamos de echarnos el lazo, y Livvy no querrá pasar sus primeras horas de
mujer casada charlando con un viejo zorro como tú. Además, la semana que viene cenaremos
contigo para celebrar la fusión, así que ya tendrás tiempo suficiente de charlar entonces.
¡Ahora, haz el favor de desaparecer!
Richard Gallagher se incorporó y se echó a reír.
-Vale, vale. Ya me doy por aludido -dijo, pero
antes de marcharse, se volvió a Livvy y le dijo-: Empieza tal y como pienses seguir
después, querida.
-¿Qué ha querido decir? -le preguntó cuando se hubo marchado-. ¿Y por qué sabía lo
del broche?
Leon se encogió de hombros.
-Es una tradición en mi familia. Mi padre se lo dio a mi madre en el día de su boda.
-Ah -Livvy miró la preciosa luna de diamantes y sintió un peso en el corazón-. Así que
sabías que él lo sabía y que así... -la voz le falló. Parecía desilusionada. pero no quería tener
que explicarle por qué-. ¿Podemos seguir con la comida?
Leon respondió poniéndose en pie y tomándola de la mano, y los dos salieron en
silencio.
La suite era increíble. Estaba decorada por completo en blanco y plata, con una cama
en forma de corazón y sábanas de satén plateado. Toda inundada de rosas, resultaba
terriblemente vulgar, pero al mismo tiempo deliciosamente suntuosa. A su madre le habría
encantado.
En el balcón había una mesa y sillas plateadas, adornada con un enorme ramo de rosas
y una botella de champán. Leon la hizo sentarse allí y llamó desde un teléfono plateado al
servicio de habitaciones para decirle que estaba ya preparado.
Minutos más tarde, un auténtico batallón de camareros entró en la habitación con
ostras, caviar, salmón ahumado, trufas y aún más flores, y para remate, un gaitero
acompañando la comida con la música de su gaita. Los camareros venían seguidos de otro
montón de botones que venían cargados de paquetes.
Cuando se hubieron marchado todos, miró a Leon boquiabierta.
-¿De qué iba todo eso?
El se echó a reír. -¿Te ha gustado?
-Bueno...
¿Qué podía decir?
-¡Por supuesto que no! No tenía que gustarte, porque lo que yo quería era que te dieras
cuenta de las cosas tan extraordinarias que el dinero puede comprar. Y ahora dime, Livvy,
¿cómo crees que habría reaccionado Rosamunda?
-Habría... Bueno, supongo que se habría sentido complacida de alguna manera -
admitió-. Por supuesto no habría vendido su alma por un montón de regalos, pero creo que
se habría sentido complacida.
Leon sonrió.
-Abre alguno.
Livvy abrió el primer paquete. Era una gargantilla de oro. Después otro más grande.
Era un vestido de baile. Y otro más pequeño resultó ser las llaves de un coche.
-Me temo que no podrás recogerlo hasta la próxima semana. Está pasando por la
aduana.
Las mejillas se le pusieron al rojo vivo.
-¡No puedo aceptar todo esto! No formaba parte del trato.
-Abre alguno más.
Con el corazón latiéndole con fuerza, abrió otros pocos paquetes más pequeños. Ropa
interior de seda. Un vestido verde de cocktail del mismo color de sus ojos. Sandalias
doradas.
-Yo... no sé qué decir -admitió-. ¿Por qué? -Eres mi mujer.
-Ah... ya.
Claro. Iba a necesitar esa clase de cosas cuando tuviera que ser vista con él en
público. Pero aún así estaba sorprendida, y no sabía qué hacer con todo aquello. Acarició la
tela del vestido azul de baile. Era realmente precioso. Estaba conmovida. Tenía que ad-
mitirlo aunque sólo fuese ante sí misma.
-Yo... -tomó el vestido de cocktail-. ¡Si hasta es de mi talla!
-Me alegro.
-¿Cómo has sabido cuál era mi talla?
-Bueno, digamos que te describí a una amiga mía. Es más o menos de tu misma
estatura.
Livvy dejó el vestido sobre la pila de papel de regalo y se mordió los labios. No es que
estuviese celosa, porque eso no tendría sentido, pero estaba sintiendo algo en la boca del
estómago. Debía ser la culpabilidad.
-No quiero todo esto, Leon -le dijo-. De verdad, no lo quiero.
-¿Por qué?
Ella suspiró. La semana anterior había estado pensando mucho en lo de domesticar a
Leon Roche. Había considerado la posibilidad de ponerle delante de las narices artículos
sobre el desempleo y escuchar música clásica constantemente a su alrededor, pero no
estaba segura de que esas tácticas surtiesen algún efecto, y al final había llegado a la
conclusión de que debía usar su propio comportamiento como ejemplo. Si regía todas y cada
una de las facetas de su vida de acuerdo con sus principios, podría demostrarle que había
otra forma de vivir.
-Pero te gustan. ¿no?
-Sí, claro que me gustan. Son... preciosos.
-Entonces, ¿cuál es el problema? Incluso has admitido que hasta a Rosamunda le
habría encantado que le hubiesen hecho regalos.
-Bueno... sí. Pero en realidad, aunque Rosamunda comiese comidas elegantes y llevase
ropa elegante se pasaba seis meses en el campo dispensando caridad, lo que quiere decir
que no se transformó en una gran dama de la noche a la mañana, sino que siguió siendo ella
misma. Yo... mm... mira Leon, supongo que estoy preparada para llevar estas cosas como
parte de mi nueva persona pública, pero no creas que me impresionan. No quiero llevarlas
salvo cuando tenga que interpretar el papel de ser tu esposa.
Él la miró impasivo.
-Me parece bien. Para serte sincero, me ha sorprendido que los abrieses.
-Vaya...
-Nos va mucho mejor desde que nos hemos casado, ¿no crees? Creo que el matrimonio
te sienta bien, y que ya has empezado a moverte en la dirección adecuada. Livvy -apoyó los
codos en la mesa y la barbilla sobre las manos para mirarla sonriendo-. ¿Quieres que te dé
algo de dinero para obras de caridad? Puedo disponer una cuenta bancaria para que puedas
andar por el campo dispensando tanta caridad como te plazca.
-¡No!
-¿Es que no querrías un poco de dinero para hacer obras de caridad?
-Sí, claro que lo querría, pero lo que yo quería decir... bueno, tú ya me entiendes... la
cuestión es que... -Livvy cerró los ojos-. La cuestión es que...
-Que preferirías dar pequeñas cantidades pero de tu propio dinero que grandes
cantidades del mío, ¿no?
-Yo... sí, supongo que sí.
-Si das pequeñas cantidades de dinero, no conseguirás hacer tanto bien a la gente a la
que se lo das, pero a cambio tú te sentirás de maravilla, mientras que si es mi dinero el que
das...
-Mira, Leon, aún no he podido poner en orden mis ideas. Es algo importante, y sólo
hace cinco minutos he tenido a un gaitero escocés soplándome en el oído. ¿Es que no
podemos dejar esta conversación para más tarde?
Él frunció el ceño, como si estuviese concentrándose en algo.
-Creo que Rosamunda habría dado grandes cantidades del dinero de su marido, porque
no habría tenido dinero propio que dar. ¿Eso hace de ella una mujer con más o con menos
principios que tú?
-Yo... Leon, ¿podemos dejar esta conversación para después, por favor?
Leon sonrió divertido.
-Pero yo creía que querías compartir tus ideales conmigo, Livvy -replicó, y se llevó
lánguidamente una ostra a la boca.
Dios del cielo... aquello iba de mal en peor. Era como si estuviese observando su boca
en primer plano: cada curva y cada línea; el brillo de esos dientes blanquísimos y perfectos;
la concha opalescente y las formas brillantes y húmedas de la ostra. La tentación voló,
plateada y blanca, en la suave brisa del verano. No estaría sucumbiendo, ¿verdad? No seria
esa la razón por la que parecía que las cosas iban mejor, ¿no?
-Mira, tengo que irme -dijo de pronto, poniéndose en pie-. Tengo cosas que hacer, ya
te lo he dicho antes... Tengo trabajo.
-Quédate media hora -le pidió él.
-¿Media hora? -repitió con un chillido ahogado. ¡Todo podía pasar en media hora!-.
Necesito tiempo para pensar. Tengo que irme.
-No será que te estás sintiendo tentada, ¡verdad, Livvy? Tentada por esta muestra de
poder y dinero...
-No --contestó ella, y para demostrárselo. dio media vuelta y caminó hasta la puerta-.
Yo... mm... ya nos veremos más tarde -dijo con voz tensa-. Tengo
que terminar un trabajo importante. A las cinco has dicho, ¿no? En tu despacho.
-A las cinco -corroboró él.
A las cinco en punto se presentó ante su secretaria sintiéndose cansada y polvorienta
de haberse pasado la tarde en varias bibliotecas rebuscando información en libros de
historia.
-Dile que espere un momento, Lulú -oyó la voz de Leon por el interfono-. Ofrécele una
taza de café y cuida de ella mientras tanto.
La secretaria, una joven de unos dieciocho años y de esbelta figura, se volvió hacia
ella.
-El señor Roche le pide disculpas, pero...
-No te preocupes, que sé que no se ha disculpado -suspiró, dejándose caer en una de
las sillas-. He oído perfectamente lo que ha dicho. y la respuesta es sí, me encantaría tomar
una taza de café. Sin azúcar, por favor.
-Está de mal humor -le confió su secretaria en voz baja-. Ha tenido uno de esos días -
añadió, y de pronto, se tapó la boca con la mano-. Bueno, quiero decir que estoy segura de
que ha sido el día más feliz de su vida y que sólo ha estado aquí durante diez minutos... pero
es que nada más llegar él. han surgido unos cuantos problemas que ha tenido que solucionar.
-No te preocupes. Leon y yo nos comprendemos bien.
Y era casi verdad. Ella no le entendía a él, pero él parecía comprenderla a ella a la
perfección.
En los veinte minutos que le costó tomarse dos talas de café, la secretaria de Leon le
dijo que, aunque él la llamaba Lulú, en realidad su nombre era Gina. y que no sabía por qué
preferiría ese nombre. Después le preguntó tímidamente que si había sido bonita la boda, y
Livvy le había contestado que sí, pero decirlo le había puesto los pelos de punta porque en el
fondo había sido una boda maravillosa.
Cuando Leon apareció al fin, vestido con un traje gris marengo que no podía imaginar
de dónde habría sacado, una camisa blanca y una corbata púrpura, Livvy suspiró aliviada.
Dejaba muchas menos cosas a la vista con traje que con vaqueros y camiseta. Se debía
haber lavado también la cara para quitarse la purpurina... afortunadamente.
-He aparcado el Mini detrás del edificio -le dijo sin más preámbulos-. Tengo todo el
equipaje dentro. ¿Te sigo?
El frunció el ceño.
-¿Por qué lo has hecho? ¿No podrías haberlo dejado en Bristol y traerlo más tarde?
-¿Por qué? ¿Qué más te da?
-Estoy cansado y tengo calor. Quiero llegar a casa lo antes posible.
-¿Y qué? Yo no voy a estorbarte. Puedes ir tan deprisa como quieras a Puerten End. Yo
te seguiré en mi coche.
-Puedo hacer que alguien de seguridad ponga todos tus trastos en mi coche -contestó
con irritación creciente-. No tardarían nada.
-Pero en ese caso, me quedaría aislada en Herefordshire sin coche.
-¿Y? Ya me ocuparé yo de que alguien te lo lleve dentro de unos días. De todas
formas, tendrás el nuevo la semana que viene.
-¿Y por qué iba yo a querer estar aislada aunque sea sólo durante unos cuantos días,
Leon? -le preguntó, enfadada.
-Muy bien -contestó él, encogiéndose de hombros con suma frialdad-. Haz lo que
quieras.
Y dicho esto, dio media vuelta y se subió en su coche.
Cuando Livvy llegó a Purten End, vio su coche aparcado a la sombra de un castaño en el
jardín. La casa parecía vacía y tuvo que llamar dos veces al timbre antes de que Leon
apareciese por fuera; se había cambiado otra vez de ropa, y llevaba unos pantalones cortos
blancos y una camisa de polo blanca también. Estaba sudando, y llevaba una raqueta de tenis
en la mano.
-Livvy... por fin -dijo, y la ironía le brilló en los fijos.
-¿Por fin? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-No lo sé. Lo bastante para haberme dado una ducha y pelotear un poco en la pared
del huerto.
-Debes haber sobrepasado el límite de velocidad para haber llegado tan pronto -
espetó Livvy, al borde de su paciencia-. No sé cómo no te han retirado nunca el permiso de
conducir.
-Y yo no sé cómo es que todavía tienes dientes -replicó él, apretando la raqueta en el
puño.
-, Es que no sabes que el muro del huerto es para que los arbustos trepadores se
sujeten, y no para que te entretengas tú estrellando pelotitas? La señora Major dedicó
años a los melocotones.
Los últimos vestigios de diversión brillaron en los ojos de Leon al extender una mano.
-Ven conmigo. Deja que te enseñe el huerto tal y como es ahora.
- ,Cómo? ¿Me estás diciendo que ya has destrozado el huerto? ¿Cuántas semanas
llevas viviendo aquí, Leon? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuánto tiempo necesita un hombre como tú para
convertir una preciosa casa isabelina en un aparcamiento?
-Por amor de Dios, Livvy; no seas tan monótona. ¿Qué demonios te pasa? Vienes de
una familia agradable, no has pasado necesidad en tu vida, eres guapa y tienes talento... y
estás aquí, en un precioso rincón de Inglaterra en una tarde de verano y lo único que se te
ocurre hacer es criticar. Eres una pesada.
-¡Lo que pasa es que estoy furiosa porque no seas capaz de...
-¿Por que mi coche anda más que el tuyo? No soy un conductor suicida, Livvy, pero el
coche es lo bastante potente como para poder ir deprisa con él por la autopista, aunque
reconozco que es mucho más fácil aparcar o callejear por la ciudad con tu coche que con el
mío. ¿Es que no puedes pensar en las cosas positivas en lugar de malgastar toda tu energía
criticando?
-¡Eso no es lo que estoy haciendo!
-¿Ah, no?
Y tras mirarla de arriba a abajo con desdén, caminó hasta la puerta, dejó la raqueta
apoyada contra la pared de ladrillo, sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta.
Livvy le siguió y cuando estaban ya más allá del recibidor. Leon se paró en seco y le vio
inspirar aire profundamente antes de volverse hacia ella.
-¿Por qué no te enseño rápidamente la casa, nos cambiamos de ropa y nos vamos a
cenar? Tenemos muchas cosas de las que hablar, y sería un placer hacerlo con una copa de
vino y una buena comida, ¿no crees? Estoy seguro de que has tenido un día tan largo y
extenuante como yo.
Era evidente que esta intentando controlarse para no volver a discutir, lo que debería
haberle complacido. pero estaba sintiéndose demasiado excitada al verle así, con tanta
carne al descubierto, que estaba demasiado inquieta.
-¿Ir a un restaurante contigo? No, gracias. Ya lo he probado una vez, y no es una
experiencia que esté deseando repetir. Además, he traído unas cuantas cosas de comer. Si
me indicas qué armario puedo utilizar de la cocina, me prepararé la cena.
Leon puso los brazos en jarras con los puños apretados y abrió ligeramente las
piernas, en posición de pelea.
-No suelo cometer errores -dijo entre dientes-, pero me temo que tú eres el peor
error de juicio de toda mi vida.
Y de pronto, la tomó por las muñecas y tiró de ella. Todos y cada uno de los nervios de
Livvy se pusieron alerta. Iba a volver a besarla, y no sería capaz de resistirse.
-¡Mírate! -espetó él, mirándola con suma frialdad-. Tienes los labios entreabiertos,
esperando... Pues siento desilusionarte, pequeña, pero no tengo intención de besarte. Voy
alimitarme a enseñarte la casa.
Y echó a andar con ella de la mano.
Livvy creyó morir de vergüenza, y las cosas no mejoraron lo más mínimo cuando él
abrió una pesada puerta de roble detrás de la cual se encontraba la cocina original, tal y
como ella la recordaba. Una pieza de museo.
-Es toda tuya, Livvy -le dijo él, soltándola dentro de la habitación-. Afortunadamente.
la casa tiene dos cocinas, así que no tendrás que compartirla con un salvaje que puede
aplastarte las manos en cualquier momento. Tienes un juego completo de sartenes colgando
del techo y leña esperando ser recogida en el bosque. Lo único que necesitas ahora para
asar el jabalí es unas cerillas y un perro.
Y dicho esto, dio media vuelta y se alejó.
CAPÍTULO 7
L IVVY no había sacado su despertador de la maleta, así que durmió hasta las nueve
menos cuarto. Abrió la ventana de par en par para dejar entrar la luz de la mañana, y al
mismo tiempo. echar un vistazo al jardín. Su coche seguía estando solo. La noche anterior,
después de haberle mostrado el dormitorio que podría utilizar, su propio baño antediluviano
y una pequeña sala de estar con una vieja televisión portátil en blanco y negro, se había
marchado en su coche. Se había alegrado de verle marchar en aquel momento, y no porque
así tendría la oportunidad de calentar en el microondas de su cocina el pollo precocinado
que había comprado sin ser vista.
Pero ahora se sentía tremendamente sola en la casa desierta, y estaba preparándose
una taza de té en su cocina cuando sonó el teléfono.
-¿Diga?
-¡Hola! Eres Olivia, ¿verdad?
-Sí. ¿Quién eres tú?
-Soy Katya. Ya hemos hablado en otra ocasión, ¿recuerdas?
-Ah, sí -sería difícil olvidar a una persona que hablaba con tanta rapidez-. Eh...
supongo que quieres hablar con Leon.
-Sí.
-Pues en este momento no puede ponerse al teléfono.
-¡Vaya! ¿Es que todavía no ha desayunado? Es un pesado. N o te creas que hace lo de
los desayunos porque esté de mal humor por la mañana, sino para asegurarse de que tiene
un rato del día en que no permite a nadie que le moleste. ¿Qué te parece, eh? Un poco
egoísta, ¿no?
-Eh... sí, supongo que sí.
-Por supuesto que sí. Dile que soy yo y que es urgente. Dile que haga una excepción
conmigo. -No puedo. Es que no está.
-¿Que no está? ¿Pero no os casasteis ayer?
-Sí. Ayer por la tarde estuvo aquí, pero después volvió a Londres a pasar la noche.
-¿A Londres? ¿En serio? Qué raro -hubo un silencio corto pero incómodo-. Pues a casa
no ha venido. Si no ha estado en Purten End, ¿dónde ha pasado la noche?
-Katya, ¿eres hermana de Leon? Lo que quiero decir es si eres familia suya o algo así.
-¿Que si soy su hermana? -repitió Katya, y para horror de Livvy. colgó el teléfono.
Livvy se quedó mirando el auricular, indignada. Aquello era el colmo. No es que pensase
demasiadas veces en las demás mujeres, aunque estaba segura de que debía haberlas. Katya
debía ser simplemente la elegida del momento, pero era demasiado esperar que pudiese
charlar tranquilamente con ella menos de veinticuatro horas después de la boda! De
acuerdo en que no era su mujer más que de nombre... pero aún así, si él esperaba de ella que
se pusiera aquel vestido verde de cocktail. ella también podía esperar de él que dejase sus
aventuras durante seis meses.
Necesitaba tranquilizarse, así que entró en el baño, pero cuando abrió los grifos no
salió más que un chorrillo oxidado de agua. El lavabo, cuyos grifos habían funcionado
perfectamente el día anterior, no soltó más que un tosido. Sin dudar un instante, recogió
sus cosas de aseo y caminó decidida por la casa abriendo puertas hasta que descubrió un
baño que parecía extremadamente funcional: el de Leon, obviamente. Era todo nuevo,
cegadoramente blanco, con toallas negras en estanterías blancas, y una ducha acristalada
en un rincón. Tomó un bote de champú de Leon y abrió el grifo. En aquella ocasión, un chorro
potente de agua salió de la alcachofa y la mojó de arriba a abajo, así que cerró los ojos
mientras se enjabonaba el pelo.
Después encontró una pastilla de jabón en la jabonera y se frotó enérgicamente.
Luego cerró el grifo y tomó una toalla para secarse la cara y recogerse el pelo. Entonces
abrió los ojos para descubrir que lo que le había parecido la puerta de un armario estaba
abierta, v asomado a ella estaba Leon Roche, despeinado, sin afeitar y con cara de sueño.
Estaba desnudo como el día en que vino al mundo, pero claro, mucho más crecido.
-¿Cuánto tiempo llevas ahí? -le preguntó.
Él sonrió, pero no dijo nada.
Tomó una toalla de baño roja de la estantería y rápidamente se envolvió con ella, y
poniéndose de espaldas a él. le echó otra por encima del hombro. Leon se echó a reír a
carcajadas, y su risa le llegó hasta la piel como un viento ecuatorial y tórrido.
-Cállate -susurró, y para sorpresa suya, dejó de reírse.
Entonces se dio la vuelta. Gracias a Dios, se había puesto la toalla alrededor de la
cadera, pero sus ojos seguían riéndose.
-Si fueses un caballero, te habrías marchado al verme a mí aquí.
Él siguió sin contestar, así que Livvy llenó un vaso de agua fría en el lavabo y se lo
tendió.
-El desayuno -anunció-. Bébetelo. A lo mejor te suelta la lengua.
-¿Por qué no dejas de hablar, Livvy, y sales de mi baño y te vistes? -le preguntó en voz
baja y peligrosa.
-¡No he sido yo la que he entrado aquí mientras tú te duchabas!
-Y no he sido yo quien te ha pedido que uses mi cuarto de baño.
-Es el único que tiene agua.
-¿Ah, sí?
-El único que tiene agua en condiciones. El que me diste no funciona, y de todas
formas, no sabía que éste fuese tu baño.
Él miró a su alrededor.
-Yo diría que es bastante evidente. -¡He llamado a la puerta!
-Pero no a la puerta de mi habitación. ¿Qué esperabas que ocurriera?
-Ni siquiera sabía que ésa fuese la puerta de tu habitación. Me parecía demasiado
mala para ser una puerta de verdad, aunque debería haberme imaginado que debes haberla
instalado tú. Es de tu estilo.
-No me digas que estás siendo sincera. Livvy --contestó él con frialdad-. ¿De verdad
me estás diciendo que has cometido un error?
-Escúchame, Leon -replicó, cerrando los ojos-. Ni siquiera sabía que estabas en la
casa. Anoche te marchaste y pensé que te habías ido a Londres. Te llevaste el coche, y esta
mañana miré por la ventana y no lo vi. Creía que estaba sola.
Abrió los ojos y puso mucho cuidado en no mirar por debajo de la línea de su barbilla.
El triángulo de vello de su pecho parecía atraer misteriosamente su mirada.
-Un verdadero error... -repitió él, con los ojos entrecerrados.
-Un error que no habría durado más de una décima de segundo si hubieses dado media
vuelta a ver que estaba utilizando el baño. Y ahora, ¿te importaría hacerme el favor de salir
de aquí y dejar que termine de lavarme con algo de dignidad?
-Es que me encanta verte desconcertada.
-No estoy desconcertada.
-¿Ah, no? Pues no sé si creerte. A veces dejamos entrever más de lo que queremos.
-En la universidad trabajábamos con modelos de carne y hueso de los dos sexos, y tú
no eres más que un ejercicio anatómico para mí.
-Mentirosa -dijo, pronunciando la palabra con los labios, pero sin emitir sonido alguno.
-¡No estoy mintiendo!
El arqueó las cejas, pero no contestó.
-Silencio otra vez, ¿eh? Excelente. ¿Acabas de recordar que todavía no has
desayunado? Maravilloso, porque el sonido de tu voz me da dentera, y sobre todo a primera
hora de la mañana.
Por un momento creyó haber vencido, porque él no contestó. Pero de pronto se acercó
a ella y cubrió uno de sus pechos con la mano por encima de la toalla para acariciar su
pezón, que había estado palpitando desde que le había visto desnudo en la puerta.
Livvy dio un respingo y retrocedió.
-Qué cara tienes -espetó, ¿Y pretendes demostrar algo con eso?
El siguió sin contestar.
Con las mejillas al rojo vivo, bajó la mirada e inmediatamente se dio la vuelta al darse
cuenta de que no sólo su toalla evidenciaba su estado, sino que a él le estaba ocurriendo lo
mismo. Frenéticamente recogió todas sus cosas.
-Supongo -murmuró de espaldas a él- que crees que debería meterme en la cama
contigo simplemente porque a ti te apetezca, ¿no? Pues puede que te interese saber que
mis principios me prohíben hacer tal cosa a no ser que esté enamorada de la persona en
cuestión. Punto.
Naturalmente, él no contestó, y Livvy, con todas sus cosas en brazos, abrió la puerta
del baño y salió.
Vestida después con sus vaqueros y una camisa amplia de seda verde bajo la que
llevaba un body de brocado, reunió el valor suficiente para bajar al piso de abajo y volver a
enfrentarse a él, a no ser, claro, que no entrase en sus dominios. Había dispuesto aquellas
reglas para pillarla transgrediéndolas, pero lo único que tenía que hace era respetarlas para
fastidiarle...
Quince minutos más tarde, Leon apareció en su cocina para encontrarla intentando
hervir agua en un fuego bajo que había encendido en el enorme hogar de la cocina. Por
segunda vez en la misma mañana, volvió a hacerle reír.
-Tienes coraje, no hay duda -dijo-. ¿Dónde has encontrado las cerillas?
Livvy se apartó el pelo de la cara antes de volverse hacia él.
-¿Quieres decir que ya has desayunado? -No.
-En ese caso. ¿a qué debo el honor de otra con rrsación antes del sagrado desayuno?
-Las reglas están hechas para transgredirlas, y ya que necesito hablar contigo, creo
que ésta es la forma más fácil de hacerlo.
-Bueno, di lo que tengas que decir y márchate.
Él volvió a afrentarla con otro de sus silencio mientras ella se volvía para aventar con
el fuelle las patéticas llamas. Tenía las rodillas heladas de estar agachada en aquel suelo de
piedra.
-Anoche cené en el club de Purten -le explicó-. Está a menos de un kilómetro de aquí,
de hecho hasta somos vecinos, así que no tuve reparos en disfrutar de unas cuantas copas
antes de volver a casa ya de madrugada. Pero claro, ahora tengo que volver a recoger mi
coche... y he pesado desayunar allí y nadar un rato, y me he preguntado simplemente si
querrías venir. Es una piscina preciosa, y tienen un chef de primera calidad.
-¿Y por qué demonios iba yo a querer hacer nada contigo? -dijo, obligándose a cerrar
los ojos para bloquear la imagen de su cuerpo deslizándose en el agua azul de la piscina.
-Como quieras -contestó él, y Livvy oyó el crujido de los goznes de la puerta al
cerrarse-. Recuerda lo que te he dicho sobre traspasar las fronteras, Livvy -añadió aún, con
un matiz indiscutiblemente divertido en la voz.
-La noción de traspasar es pueril y patética -murmuró con los ojos clavados en el
fuego--. No es más que un juego infantil para molestarme.
-Eso mismo es lo que pensé yo ayer mientras volvía caminando a casa bajo las
estrellas, pero ahora que te he visto de rodillas delante de ese fuego, creo que he cambiado
de opinión.
-¿Por qué?
-Porque me encanta verte en esa postura con esos vaqueros ajustados que llevas.
-Creo que es una de las peores cosas que me...
-Vamos Livvy, para el carro y aprende a aceptar un cumplido -protestó, exasperado-.
Mi razonamiento no tiene nada que ver con tus vaqueros y sí con tus maravillosos principios.
Verás, es que no dejo de pensar en esa historia tuya... Tu heroína... como se llame, está
tullida, ¿verdad? ¿Crees que podría arrodillarse delante del fuego? No habían
electrodomésticos modernos en aquel tiempo, y sin fuego su vida podría estar en peligro,
viviendo en aquella casucha. Es que ao me imagino cómo era capaz de no sentirse tentada
por la abundancia en la que vivía su pretendiente. En cualquier caso, lo que no puedes
negarme es que te estoy ayudando en tu investigación insistiendo en que utilices esta cocina
del siglo dieciocho, ¿no te parece?
Pero no esperó a que contestase su pregunta. De todas formas, a Livvy ya no le
hubiera quedado resueb para poder hablar después de haber soplado frenéticamente a una
exigua llama que acabó por extinguirse.
Cuando Leon volvió, Livvy estaba en su sala de estar examinando parte de su trabajo.
Oyó el ruido del motor al llegar y salió a su encuentro. Había entrado ya en su despacho y
estaba apoyado hacia delante, apoyado en una mano y con el auricular del teléfono en la
otra. Sólo con verlo sintió que la ira saltaba en su interior como un salmón que remontase la
corriente. Era tan atractivo que siempre conseguía desorientarla. ¡No era justo!
-¡Leon! ¡Por fin! Mira, anoche olvidaste decirme si podía utilizar la biblioteca y el resto
de habitaciones. Es obvio que debes permitirme entrar porque forma parte del trato, pero
antes de que vuelvas a acusarme de entrar en tus dominios, he estado esperando a que
volvieses...
-¿Hola? ¿Rafe? Soy Leon... Muy bien... Sí, recibí el mensaje pero ayer no pude
ponerme en contacto contigo. De todas formas, te confirmo lo que habíamos hablado. Bien...
Sí. De acuerdo... Entonces ya nos veremos.
Leon colgó el auricular lentamente, y muy despacio también se volvió para mirarla.
-¿Qué estabas diciendo?
-Sólo quería que me dieras tu permiso para utilizar la biblioteca.
Él sonrió, pero sus ojos permanecieron fríos. -No.
-Mira Leon, una de las entradas del balance que me presentaste era que yo iba a tener
acceso a la biblioteca para buscar mi documento, y aunque he estado intentando evitar la
guerra, si sigues insistiendo en tu postura, tendremos que empezar la batalla.
-¿Quieres decir que vas a darme la oportunidad de impedirte la entrada a la
biblioteca por la fuerza? No me tientes, Livvy...
-¡Por amor de Dios, Leon!
-Dios no tiene nada que ver con esto, créeme-murmuró con los ojos brillantes.
Livvy tragó saliva.
-Mira, Leon, la cuestión es...
-La cuestión es que no puedes usar hoy la biblioteca porque vas a venirte conmigo.
Cuando volvamos, podrás usarla.
-Yo... ¿qué?
-Creía que íbamos a marcharnos de luna de miel. Livvy se lo quedó mirando
boquiabierta. -¿Cómo?
-No tienes por qué mirarme así. No intentaré volver a besarte, si eso es lo que te
preocupa. Puedes confiar en mí, te lo prometo.
-En ese caso, ¿por qué demonios quieres llevarme de luna de miel?
-Pues porque aunque tú puedes confiar en mí, yo no estoy seguro de poder confiar en
ti. Si te dejara aquí, ¿a que irías a prepararte la comida a mi cocina? -¿Y por qué iba a
importarte eso si no estás aquí? -No era a mí a quién le preocupaba compartir la cocina en
un primer momento. Simplemente te estoy ayudando a vivir de acuerdo con tus elevados
ideales, Olivia.
Livvy recordó el pollo tandori y enrojeció hasta la raíz del pelo.
-Sólo quería tener un armario para mí, no toda la cocina -masculló.
-Pero Livvy, si la cocina que tienes para ti cs maravillosa -contestó con sarcasmo-. Te
disgustaste tanto cuando pensaste que la había destrozado... ¿qué fue exactamente lo que
digiste?
-Es verdad que pienso que debe conservarse, pero eso no quiere decir que piense que
no deben haber otras instalaciones... ya sabes, más modernas.
-¿Como las que se han instalado en el lavadero? Digamos... mi preciosa cocina moderna.
¿eh? Ella asintió, mortificada
-Supongo que sí, pero no tan fuera de onda con el resto de la casa.
-¿Quiere eso decir que de verdad quieres compartir la cocina conmigo?
-No decididamente no.
-Me alegro. porque yo no pensaba sugerirlo. Ahora ve a lavarte, querida. Tienes un
tiznajo en la cara, y no puedes irte de luna de miel con la cara sucia.
-¡No pienso ir contigo de luna de miel, y no se hable más!
-Sí que vas a venir. La otra razón que todavía no he mencionado es que creo que eso le
daría cierta credibilidad a nuestro matrimonio.
-¡Lo que faltaba! ;Si además de un matrimonio ficticio querías también una luna de miel
ficticia, debías haberlo dicho desde el principio! ¡Además, no sé cómo va a tener
credibilidad este matrimonio si no dejas de ver a otras mujeres!
-¿Otras mujeres? -repitió con incredulidad-. ¡Cómo si tuviera fuerzas después de
enfrentarme contigo! Con una, basta.
-¡Ja! ¿Y qué pasa con Katya, eh?
-Es mi hermana, Livvy. Estaba esperando que me preguntases por ella. Es mi hermana.
-Cuéntame otra de indios...
-No estarás celosa, ¿verdad, Livvy?
-¿Celosa? -repitió, arqueando las cejas exageradamente-. ¿Por qué iba a estar celosa
de tu hermana? Él se encogió de hombros, claramente divertido. -De acuerdo. Como tú
quieras. -Gracias. En ese caso, me voy a la biblioteca. -No. Vas a lavarte la cara -dijo, y miró
su reloj-.
Y date prisa, que vamos mal de tiempo.
-Livvy suspiró.
-No puedo lavarme -se quejó-. Sigo sin agua en el baño. ¿Puedo usar el tuyo?
-Odiaría ser el instrumento de tu caída -replicó, muy serio-. Tendrás que usar el pozo
que hay fuera de la casa, tal y como hubiera hecho Rosamunda antes de su matrimonio. Las
tuberías de esta casa son extraordinarias, ¿no te parece? Todos esos lavamanos necesitan
agua para llenar sus propias cisternas, ¿sabes? Cuando los constructores los quiten, se
solucionará el problema, no te preocupes. Muy pronto estarán aquí con sus palas mecánicas,
sus martillos y sus palancas.
¡Vándalo!
-¿Quieres decir que estás a favor de que se queden todos los baños que hay en la
casa?
-No -concedió, pero la mención de los constructores la había disparado-. Pero estoy a
favor de que cualquier cosa que se le haga a esta casa sea respetando la herencia que es en
sí misma. Además, ahora la casa es mitad tuya y mitad mía, ¿no? No puedes impedir que use
la biblioteca.
ÉI inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió.
- Técnicamente tienes razón -dijo, y la tomó por una muñeca.
Ella se quedó inmóvil, luchando por contener la debilidad que le asaltaba cada vez que
él la tocaba, pero Leon flexionó un brazo teatralmente y la obligó a tocar su bíceps en
tensión.
-¿Qué pasa? -le preguntó, y Livvy apartó inmediatamente la mano-. ¿No habíamos
quedado que sólo te interesaba por mis músculos? -se burló.
-Me interesan desde un punto de vista visual, no táctil contestó, y tuvo que
carraspear para aclararse la voz-. De todas formas, no lo has hecho para ayudarme con mis
estudios anatómicos, sino para demostrar tu superioridad física.
-Quince minutos -le dijo después de un breve silencio-. Lávate la cara y prepara
equipaje para estar fuera una noche. Te espero en el recibidor.
-¡Un momento! -le gritó, cuando él echó a andar-. ¡No pienso ir!
-Sí vas a venir -contestó él sin pararse-. El contrato que hemos firmado estipula que
no se hará nada que pueda llamar la atención sobre el hecho de que no estamos casados en
el pleno sentido de la palabra
-¿Y qué pasa con Katya? -espetó-¿También estaba ella implícita en el acuerdo? ¡Y por
favor, no insistas en lo de que es tu hermana, porque aparte de que no me parece la clase de
hermana que se perderían la boda de su hermano, prácticamente ha sido ella quién me ha
dicho que no lo era!
Entonces Leon se dio la vuelta con el ceño fruncido.
-¿En qué teléfono tomaste la llamada?
-En el de la cocina.
-¿En mi cocina? ¿La que se supone que no deberías usar?
-Eh... sí.
-Acabas de declarar la guerra. Ve y haz la maleta, Livvy, antes de que tenga que
obligarte a hacerlo. Vencida, salió con paso firme hacia las escaleras.
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
A CURRUCADA contra él, Livvy desabrochó los botones de su camisa buscando sentir
el calor de su piel. y en cuanto apoyó las manos en el vello suave de su pecho, su propia
carne ardió. Mordió su hombro con la mandíbula aún temblándole, y al hacerlo sintió el
fuego correrle por las venas.
-Livvy... -murmuró él.
-Por... por favor... -balbució-. Por favor, Leon...
Entonces, Leon empezó a dejar besos sobre su pelo hasta que ella levantó la cara
hacia él, rogándole con los ojos... ¿Pidiéndole qué? Estaba aferrada a él. y su cuerpo le
estaba ofreciendo la respuesta que su garganta se negaba a pronunciar. Hubo un momento
de quietud, pero un instante después, Leon la abrazó con todas sus fuerzas y tomó posesión
de su boca. Livvy se adentró desesperadamente más allá de sus labios, buscando perderse
en su sabor, en él, y rápidamente se encontró sumergida en un torbellino de deseo, espolea-
da por su cuerpo tan masculino apretándose con urgencia contra el suyo. Deslizó las manos
por debajo de su camisa hasta su espalda, y recorrió con ellas sus hombros, su espina
dorsal, hasta que él se estremeció y sus músculos se volvieron duros como el acero.
Entonces se colocó sobre ella, apoyado en las rodillas para lanzarse casi salvajemente
sobre su pezón que se marcaba a través el fino algodón de la camiseta. Una y otra vez, tiró
de él con sus dientes hasta que ella gimió de placer para después succionarlo con su boca,
carne y algodón, mientras con una mano acariciaba su otro pecho.
Livvy tenía la sensación de que todo su cuerpo estaba inflamado de deseo, y cuando
por fin él le levantó la camiseta y rozó sus pezones con la lengua, los sintió endurecerse y
palpitar.
Siguió excitándola aún más, hasta el punto en que terminó por perder el control, y tiró
de sus caderas invitándole. El se las arregló para quitarle la camiseta y las mallas, y se
quedó un instante inmóvil, mirándola con las pupilas dilatadas, las mejillas arreboladas y los
labios entreabiertos. Su rostro le era al mismo tiempo familiar y extraño. «El rostro de mi
amante», pensó, y tuvo la sensación de ver purpurina dorada sobre sus labios, una sensación
que absurdamente le llenó los ojos de lágrimas.
Y Leon se despojó en ese instante de su camisa y de sus pantalones y en un abrir y
cerrar de ojos volvió a colocarse sobre ella. Livvy abrió las piernas para él, y Leon la
penetró. Hubo un instante de silencio, que fue como si el mundo hubiese dejado de girar,
hasta que él empezó a moverse dentro de ella salvajemente, y Livvy lo sintió tan rígido en
sus brazos que hasta tuvo un poco de miedo, hasta que le oyó gemir y juntos gritaron en el
clímax de su unión.
Se quedaron unidos e inmóviles unos minutos. Livvy era incapaz de pensar. Era mágico
estar así. De qué manera le había necesitado y seguía necesitando aún su fuerza, su calor,
que la protegiera del aire helado, que volviera a hacerle el amor.
Amor... La palabra brilló como una llama para morir inmediatamente después. Apenas
habían pasado unas horas desde que él estuviera de aquella misma manera con Sonia.
«Tú», le había dicho a Sonia, mirándola a los ojos. «Tú y sólo tú».
-¿Yo? -susurró con una voz casi muda-. ¿Yo y sólo yo...?
Leon se apoyó en los codos para mirarla. -¿Qué?
«¿Qué me has hecho?», hubiera querido gritarle, pero no lo hizo. Ella misma lo había
querido, no cabía duda.
-Nada -replicó. y fingió una sonrisa.
Leon se colocó a un lado, mirándola en silencio, y Livvy no tuvo más remedio que cerrar
los ojos y girar la cabeza.
Leon se incorporó para ponerse los vaqueros. «Gluteux maximus», pensó Livvy. Ese era
el nombre de aquel músculo. Era el que hacía funcionar la pierna, y de ahí su fuerza y su
poder. «Qué tremendamente madura debo ser ya para poder distanciarme así de una
cadera como ésta», pensó.
-Livvy...
-¿Sí?
La estaba mirando allí tumbada sobre la alfombra, pero no a los ojos ni tampoco le
susurraba palabras amorosas al oído, sino que contemplaba su cuerpo desnudo con el ceño
fruncido y una extraña sonrisa. Pero cuando por fin la miró a los ojos, su mirada pareció
casi arrepentida.
-Hay sangre -dijo-. Ha sido tu primera vez, ¿verdad?
Ella asintió, intentando dar la impresión de que controlaba la situación.
-Sí. Lo siento. Siento no tener la experiencia de tus demás mujeres -se disculpó, y con
rabia sintió que los ojos volvían a llenársele de lágrimas-. No sé por qué lo hecho. No sé qué
me ha pasado -balbució, intentando recuperar la compostura-. Estaba tan asustada por
haber estado a punto de perder la vida... Gracias -añadió, con la barbilla temblorosa.
El siguió mirándola fijamente.
-Me siento tan ridícula, llorando -murmuró como disculpa, y se incorporó, llevándose
las rodillas al pecho para cubrirse el pecho con una mano mientras con la otra buscaba la
camiseta.
Él se agachó junto a ella y casi con desdén, se la echó en el regazo.
-Aquí tienes.
Livvy lo miró a los ojos un momento. Su rostro carecía por completo de expresión,
pero aún así, estaba segura de que pretendía castigarla con la fijeza de su mirada.
«Dios mío...» No estaba siendo nada madura. Él ya no la miraba como un hombre que
acabase de probar un postre delicioso, sino como un vegetariano que hubiese comido carne
por engaño.
-Lo siento -insistió con la voz temblorosa-. De verdad... no sé por qué he actuado así.
Es que estaba... tan asustada. Pero supongo que esto no va a plantearte ningún problema,
¿verdad? Es una de esas-cosas que pasan, ¿no? Era una situación... fuera de lo común.
Podríamos haber muerto los dos.
Él apartó la mirada como si no pudiese soportar su presencia, y de espaldas a ella, se
levantó y se abrochó los vaqueros. Tenía un arañazo en el hombro, seguramente de la caída
desde el sofá, junto con las marcas de sus uñas, y deseó casi con desesperación levantarse
y curar aquellas heridas con sus labios... pero claro, era algo que quedaba fuera de toda
posibilidad.
El debió sentir su mirada en la espalda, porque de pronto se dio la vuelta y
arrebatándole la camiseta de las manos, la hizo una bola y la estrelló contra el suelo.
-Es un poco tarde para tanta modestia, ¿no crees? -murmuró, y levantándola en
brazos, la sacó de la habitación y subió las escaleras.
Livvy sintió el contacto con su pecho desnudo y su propia desnudez, y al mismo tiempo,
experimentó una excitación infantil e irracional. ¿Iría a llevarla a la cama? ¿Pensaría
hacerle de nuevo el amor? -Leon... -susurró.
-Ahora no contestó él con crudeza-. Ya hablaremos después.
Herida, Livvy cerró los ojos, y él la llevó hasta su propia habitación y la dejó con
cuidado en la cama para desaparecer inmediatamente. Apenas había transcurrido un minuto
cuando volvió a aparecer con un vaso de agua y unas pastillas.
-¿Qué es eso? -le preguntó ella, poniéndose boca abajo y dejando que el pelo le tapase
la cara.
-Antihistamínicos. Los tengo por las picaduras de los insectos, pero te adormecerán
un poco. Has sufrido una tremenda impresión y lo mejor será que duermas un poco.
-No creo que...
-Tómatelas -le ordenó.
Livvy se incorporó y se las tomó. Entonces, Leon entró en el baño y se oyó el ruido del
agua al correr. Cuando volvió a la habitación, Livvy se estaba poniendo su bata. Esperó a que
se la hubiese atado y se acercó a ella a tomarla por un brazos.
-Ahora voy a ayudarte a que te des un baño. Y no se te ocurra quejarte. Estás
demasiado alterada para hacerlo tú sola.
Una vez se hubo sentado en el agua, Leon le recogió el pelo hábilmente en un moño.
-No te lo mojes -le dijo-. Tardaría mucho en secarse, sobre todo porque el secador
sólo funciona en la cocina. El resto de la casa tiene enchufes de los antiguos.
Livvy se mordió los labios. Todo lo que decía empeoraba las cosas, evidenciaba que ella
no estaba acostumbrada a aquella clase de sexo casual. Por ejemplo, ¿cómo sabía él lo que
podía tardar en secársele el pelo? Obviamente porque había tenido que esperar que muchas
de sus amantes se secaran el pelo. Hasta era probable que él lo supiera casi mejor que ella.
Pero al menos. en otras ocasiones, había estado dispuesto a esperar.
Entonces, Leon tomó una esponja y comenzó a enjabonarle la espalda, y Livvy intentó
mirarlo y sonreír, pero él miró hacia otra parte.
-Creo que las pastillas están empezando a hacer efecto -dijo al cabo de un momento-.
Si me dejas un momento, salgo del agua y te seco.
El le dio la esponja y se levantó.
-De acuerdo. Voy a darte algo para que te pongas y puedas dormir en mi cama.
-No es necesario. Puedo dormir en la mía.
Pero él contestó que no con la cabeza y por fin, sonrió. Aunque no con una de sus
maravillosas sonrisas, sino de una forma cansada.
-Duerme en la mía -dijo, suspirando-. Es más cómoda, y tienes a mano un baño que
funciona en caso de que te encuentres mal.
Livvy asintió débilmente. y una vez cobijada bajo las sábanas, en aquella enorme cama,
sola, y con la luz del sol entrando por la ventana, lloró. Ya no era virgen. Y había sido
maravilloso y extraordinario, y al menos mientras había ocurrido, se había perdido tan
profundamente en Leon que hasta habría podido jurar que estaba enamorada de él. Y sin
embargo, media hora después, él la había dejado tirada como un papel usado. Y las lágrimas
siguieron cayendo hasta que se quedó dormida.
Era domingo, y en la distancia oyó las campanas de la iglesia repicar. Se levantó de la
cama y entró en el baño. Tenía los ojos hinchados y la nariz enrojecida. pero haciendo un
esfuerzo de determinación, salió del baño y se dirigió a su propia habitación, pero cuando
entró allí, estuvo a punto de echarse a llorar otra vez. Leon había dormido en su cama, y un
deseo irrefrenable la empujó a poner la cara sobre la almohada para inhalar su olor. Pero al
verse reflejada en el espejo, la tomó y la tiró al suelo. Sacó unos vaqueros y una camiseta
del armario, se pasó un cepillo por el pelo, que aún le olía remotamente a humo, se lavó la
cara y los dientes y bajó a la cocina.
Le encontró allí sentado en aquella mesa ultra blanca, tomando un café con el ceño
fruncido. No la miró al oírla llegar.
-¿Leon?
La miró brevemente y luego volvió a su café.
-Ya. Así que no hemos desayunado todavía, ¿eh? Excelente. Así podré decir lo que
quiero decirte sin temor a que me interrumpas. En primer lugar, te informo de que pienso
usar tu baño y tu cocina. La idea de vivir como una campesina del siglo dieciocho me parece
una bobada. Rosamunda estaría acostumbrada a ese estilo de vida, igual que yo lo estoy a la
vida moderna. Y ya que yo no me siento tentada ni por tu coche de importación ni por tus
clubs de campo, creo que es perfectamente plausible afirmar que Rosamunda tampoco se
sintió tentada por la porcelana y la seda.
-¿Y por mi cuerpo? ¿No te sientes tentada por él?
-No. Como te dije ayer, se trataba de una situación excepcional.
-Así que no has cambiado de opinión, ¿no?
-No. Al fin y al cabo, Rosamunda tampoco lo habría hecho.
-¿Ni siquiera si su marido le hubiese salvado la vida?
-No. Habría llevado uno de esos vestidos típicos del siglo dieciocho, así que habría
tenido tiempo de sobra para recuperar la cordura antes de que le ocurriese una cosa así.
Además, ella tenía los valores de su tiempo en la cabeza, y yo no.
-¿Ah, no? Entonces, ¿cómo puedes estar tan segura de saber cuál habría sido su
reacción?
Las mejillas de Livvy se pusieron rojas por la indignación. No estaba comportándose
de forma madura. No como Katya. Tampoco como Sonia
-Porque tengo mis propios principios.
-¿No me digas? Pues me da la sensación de que acabas de tirarlos por la borda.
-¡De eso nada! Espetó -. ¡Fuiste tú quién decidió que viviese sin baño y sin cocina, no
yo!
-Si claro... -suspiró, y volvió a estudiar su café-. La verdad es que fuiste tú quien sacó
conclusiones precipitadas. Admito que te eché de esta cocina porque estaba molesto
contigo, y he de admitir también que lo hice parecer una decisión racional, pero a partir de
ahí, fuiste tú la que hizo el resto. Yo restringí tus movimientos en la casa simplemente
porque hay lugares donde el suelo o el techo peligran. Irónicamente, tu seguridad era lo
único que me preocupada, y mira lo que ha pasado con el invernadero.
-¿Sabías que era peligroso?
-Debería. Llevo desde los dieciséis años en el negocio de la construcción.
-¿Y por qué no me lo advertiste?
-Eso mismo es lo que yo me he estado preguntando durante toda la noche. Había una
sofá delante de la puerta, y te dije que no entrases en mis habitaciones, pero no había
contado con que... carecieras de principios.
-¿Que carezco de principios? ¿Yo? Teniendo en cuenta tu forma de comportarte con
las mujeres, creo que le estás echando un montón de cara al asunto. Yo por lo menos tengo
la excusa de que me había llevado un susto de muerte y que te estaba agradecida de que me
hubieras salvado, pero tú aún venias caliente de la cama de Sonia, para no hablar de lo que
le estás haciendo a Katya.
Leon la miró con el ceño frunció y se levantó.
-Ya es suficiente erijo, y salió de la cocina sin mirar atrás.
Livvy le sacó la lengua a su espalda, pero al verle salir se sintió asaltada por una de
esas oleadas de amor que la habían estado atacando desde la tarde anterior. Oleadas
fraudulentas de amor, porque no lo quería. Simplemente le encontraba irresistiblemente
atractivo... físicamente, claro. O simplemente estaba intentando engañarse a sí misma
porque no era capaz de enfrentarse a la humillación de haber traicionado sus principios.
Cuando entró en su sala de estar, descubrió que a su tetera le habían puesto una
clavija adaptada a la clase de enchufe y que habían rescatado su trabajo del desastre del
invernadero. Estaba destrozado.
No iba a poder soportarlo. Estaba pendiente de cada mínimo ruido, de cada crujido de
la madera que pudiera denotar su llegada. Quería estar cerca de él, y la espera estaba
volviéndola loca.
Al final se rindió a la tentación y entró en su cocina. No estaba. Enchufó la tetera e
intentó echar un poco de café en las tazas tal y como hacía él, sin usar la cuchara, pero se
le cayó la mayor parte sobre la mesa. ¿Cómo era capaz de hacerlo`' Abrió el cajón de los
cubiertos v revolvió distraídamente hasta que, de pronto, frunció el ceño y miró con
atención. En el interior del cajón había una especie de caja de madera bastante vieja en la
que estaban los cubiertos, y se había desplazado ligeramente. Aquel cajón hacía meses y
meses que no se limpiaba...
Entonces subió corriendo las escaleras y entró en el baño para examinar el lavabo y
los demás sanitarios. Y las estanterías del armario de la pared. Y los grifos de detrás del
lavabo.
No cabía duda. Tanto la cocina como el baño llevaban años reformados, y no semanas...
Qué vergüenza... Volvió a bajar la escalera lenta
mente, intentando prepararse para la necesaria tarea de disculparse con el hombre de
quien parecía estar enamorándose de verdad. Pero aunque su coche estaba aparcado
delante de la casa, no había ni rastro de Leon, así que salió al jardín e intentó relajarse,
pero cada vez que recordaba cómo había sido hacer el amor con él. las lágrimas le asaltaban
los ojos.
-Ah, estabas aquí -dijo Leon al verla sentada en una silla.
Iba vestido otra vez con los pantalones blancos de tenis y llevaba la raqueta en la
mano. La dejó caer al suelo y se sentó frente a ella.
-Leon, quiero disculparme -dijo sin rodeos.
-No lo hagas -contestó él con tanta intensidad que Livvy se sorprendió.
-Pero...
-No hay peros. No hurguemos más en las viejas heridas, ¿eh?
-Pero es que acabo de descubrir que no has sido tú quién instaló la cocina.
Leon arqueó una ceja.
-Lo sé.
-Claro que lo sabes, pero quería disculparme...
-Y ya te he dicho que no tienes que molestarte en hacerlo.
-Está bien -contestó, mirando hacia otro lado para que no pudiese ver su dolor. Pero
apartar la mirada no era suficiente y tuvo que levantarse.
-Siéntate.
-Tengo cosas que hacer.
-No tienes nada más importante que hacer que escucharme a mí, así que siéntate.
-¿Es que no puedes dejarme sola para que pueda seguir con mi trabajo? -murmuró.
El se recostó en la silla estudiándola con los ojos entornados.
-Si te hubiese dejado sola ayer por la tarde, Dios sabe lo que habría podido pasar -
hubo una pausa-. O lo que no habría pasado.
-Sí, bueno... -balbució, y se sentó en el borde de la silla con las mejillas al rojo vivo-.
La verdad es que fue culpa tuya. Si me hubieras dicho que la casa no es segura, ni me habría
acercado al invernadero. Y no me digas que he sido yo la que sacado conclusiones preci-
pitadas, porque fuiste tú quién deliberadamente me confundió con lo de la casa. Me dijiste
que habías hecho instalar la cocina y el baño cuando en realidad lo hicieron los Fox.
-Yo no te he dicho nunca tal cosa, Olivia. Es otra conclusión más que has sacado por tu
cuenta.
-Pero tú no me contradijiste. Me dejaste que siguiera creyendo que habías sido tú el
que... -¿Había destrozado la casa?
-Está bien. Sí, fue eso lo que dije. Pero es que tú me animaste. Todo eso de que iban a
venir las máquinas y los obreros a echarlo todo abajo no fue más que otra historia para
hacerme tragar más a fondo el anzuelo. Jamás se me ocurrió pensar que la casa era
insegura, y con tu juego pusiste mi vida en peligro.
-Sí.
-¿Sí? ¿Es eso todo lo que tienes que decir? -Te pido disculpas.
-Oh...
-¿No te basta con eso? Puedes creerme si te digo que yo tampoco estoy satisfecho de
cómo han salido las cosas.
Lo que le faltaba. Era la clase de cosa que una mujer necesitaba escuchar del hombre
con el que había hecho el amor por primera vez en su vida apenas unas horas antes.
-Deberías haberme dicho la verdad.
-Tú también, Livvy. Deberías haberme dicho que eras virgen.
-No era asunto tuyo.
Leon la miró sorprendido.
-Enseguida se hizo asunto mío. Deberías habérmelo dicho cuando te diste cuenta de lo
que iba a ocurrir...
Livvy clavó los ojos en el suelo con el pulso latiéndole en los oídos. No habría hecho el
amor con ella de haberlo sabido.
-Lo siento -mintió.
-Ahora será mejor que dejes de balbucear y que me escuches. Hace un par de días me
dijiste que nuestro comportamiento era pueril, y estoy absolutamente de acuerdo, así que
¿qué te parecería si adoptásemos un enfoque más maduro mientras te enseño la casa, tal y
como tenía pensado cuando llegaste y te muestro cuáles son los lugares peligrosos para
evitar futuras catástrofes? De todas formas, debo decirte que sólo el invernadero estaba
en peligro de hundirse. Todo lo demás está bastante bien.
¿Hacer el amor contaría para él como una catástrofe?
-¿Debo sentirme más tranquila con lo que me has dicho, o no?
Leon cerró los ojos y suspiró.
-Livvy, tú siempre crees exactamente lo que eliges creer, pero si piensas que voy a
dejarte andar por un suelo que puede venirse abajo en cualquier momento es que eres más
tonta de lo que yo creía.
¿Cómo habría podido ser tan idiota como para mezclarse con él? Prácticamente le
había rogado que le hiciese el amor y lo único que él era capaz de hacer era insultarla.
¿Cómo había sido capaz de ponerse en tal situación?
El se encogió de hombros.
-Si yo estuviera en tu lugar y no creyera que es cierto lo que van a decirme sobre las
condiciones en que está la casa, me marcharía.
-¿Es eso una invitación? ¿Quieres que me vaya?
-No -contestó, poniéndose de pie-. ¿Vienes o no?
-Detrás de ti -suspiró.
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
L EON empezó a quedarse los fines de semana. Llegaba los viernes por la noche y se
marchaba los domingos por la mañana. Podría perfectamente llegar los sábados y marcharse
los domingos. y Livvy intentó no sentirse demasiado complacida. Al fin y al cabo, aquella era
su casa, y además tenía que supervisar las obras.
No volvieron a discutir. Es más, ambos eran perfectamente correctos el uno con el
otro. Leon le preguntaba por su trabajo y ella le preguntaba por la casa. A veces hasta
paseaban juntos por el jardín y hablaban de qué arbustos necesitaban poda y qué parterre
quedaría bien aquí o allá. Leon la llevaba al club a cenar, y ella estudiaba el menú mientras él
hacia lo mismo con la carta de vinos. Livvy nunca pedía lo mismo que él para después envidiar
siempre su elección.
Una noche del mes de septiembre, mientras paseaban cerca del lago artificial. Livvy
hablando de las malas hierbas y Leon de las lilas de agua, cuando de pronto Livvy se echó a
reír.
-¿Qué ocurre? -le preguntó él.
-Es que... bueno, ¿sabes esos programas de jardinería que ponen en la tele?
-Yo no veo televisión contestó-, pero cuéntamelo de todas formas.
-Ah... Es que normalmente ponen a algún experto en jardinería paseándose por un
jardín de este estilo con el propietario, y el tipo de conversación que suele mantener se me
parece a lo que estamos haciendo nosotros.
-¿Y quién es quién?
-Tú eres el propietario, por supuesto.
-¿Y tú la experta?
-No, no... Antes me creía experta en unas cuantas cosas, pero ahora me conozco
mejor.
Leon se la quedó mirando fijamente.
-Lo siento -le dijo en voz baja, pero como si esas dos palabras tuviesen un significado
profundo.
-¿Qué es lo que sientes?
Pero Leon no contestó, y se acercó a examinar unos crisantemos, de lo que Livvy se
arregló, ya que le dio tiempo de recuperar un poco la compostura. Últimamente no solía
negarse a contestar, y cuando lo hacía, le recordaba dolorosamente aquellos días en los que
ninguno de los dos tenía en consideración al otro.
Aquella noche, cuando llegaron al club de campo, el aire era fresco y Livvy se cruzó de
brazos; ojalá se hubiera puesto algo más de abrigo que aquel traje de chaqueta de algodón.
Incluso Leon, que se vestía con trajes lo menos posible, se había llevado un jersey.
-Tienes frío -dijo, y tiró del jersey para ofrecérselo.
-¡No!-exclamó con nerviosismo-. Estoy bien. De verdad. Hace un poco de fresco, pero
me gusta.
Pero él terminó de quitarse el jersey y se lo tiró.
-Cógelo.
Livvy lo miró aterrorizada, pero hizo lo que él le dijo. Al ponérselo, notó el calor de su
cuerpo y su perfume, y casi se atragantó de deseo.
-Te prometí llevarte a las islas Solomon en septiembre -comentó.
-No lo había tomado en serio -contestó-. Al fin y al cabo, cuando lo dijiste estabas...
Lo que quiero decir es que entonces creía que tenía que hacer de tu mujer en público por el
bien de tu negocio y por nuestro acuerdo, y que por eso teníamos que hacer lo de la luna de
miel, pero desde que sir Richard... bueno, ya sabes a qué me refiero. Ya no es necesario,
¿no?
-Sir Richard sigue en el consejo de administración. No tiene pensado retirarse
después de los seis meses.
-Ah. ¿Quieres decir que no está convencido?
-Así es.
Livvy frunció el ceño.
-Pero Leon. me pareció un hombre tan agradable. Y tú eres un hombre muy... bueno, y
no eres lo que pensé que eras, así que ¿dónde está el problema?
Leon se encogió de hombros, al mismo tiempo guardándose las manos en los bolsillos.
-El problema es que Sir Richard no tiene heredero. Mi padre y él empezaron los dos
desde abajo y siendo muy buenos amigos. Trabajaron muchas veces juntos.
-¡No me digas que quieres tener un hijo!
-¡Livvy! -exclamó, absolutamente deleitado-. ¡Acabas de sacar una de tus conclusiones!
-Cállate, Leon.
-Pero es maravilloso. He intentado conseguir que volvieses a hacerlo. pero no lo había
conseguido. ¡Creía que no ibas a volver a hacerlo jamás!
-Te he dicho que te calles.
Cuando lo miró, le vio sonriendo de oreja a oreja.
-De acuerdo. No te calles -murmuró-. Al fin y al cabo, precisamente porque te
callabas era por lo que yo sacaba conclusiones precipitadas. Sólo dime la verdad: ¿por qué
sigue teniendo dudas sir Richard? ¿Y por qué insiste tanto en lo de tu matrimonio?
Leon se echó a reír.
-Me conoce desde que era pequeño, y dice de mi que soy el renegado del negocio de la
construcción. Tengo que admitir que siempre he hecho las cosas a mi manera, y que pocas
veces ha coincidido con cómo lo hacían los demás. Durante años, me negué a vestirme con
traje de chaqueta y a hacer algo que significase sentar cabeza. Richard tiene algunos
problemas menores de salud actualmente; no son importantes, pero ha querido tomarse las
cosas con más tranquilidad de lo que le permitía dirigir su negocio. Yo me ofrecía com-
prárselo, pero él tiene muy presentes mis años de juventud, así que me dijo que estaría
encantado de venderme una vez casado, no antes.
-De ahí el matrimonio.
Leon no respondió.
-¿Y quieres llevarme a las Solomon por el bien de la salud de sir Richard? ¿Para que se
retire?
Leon contestó que no con la cabeza.
-Richard puede quedarse en el consejo de administración tanto tiempo como quiera;
además, de esta manera está disfrutando de lo mejor de los dos mundos. Y yo nunca hago
algo que no quiera hacer, Livvy.
«¿Como casarte conmigo?»
-¿Me estás diciendo que de verdad quieres llevarme de vacaciones?
-Sí. Aunque no espero que sea como una luna de miel.
Livvy se quedó sin respiración.
-Dios mío... no. Lo siento. Leon. No es posible. Tengo trabajo y me estoy quedando sin
tiempo, y mi editor se está poniendo nervioso y... Bueno, la verdad es que no creo que
debiéramos hacerlo.
-No volvería a tentarte, te lo prometo -dijo, muy serio.
-Te creo -dijo débilmente, incapaz de tan siquiera contemplar la posibilidad de tales
vacaciones-. No es eso. Es... es mi trabajo... el documento.
-Livvy, has tenido casi tres meses para encontrar ese documento. Yo he retrasado
todo lo posible el traslado de la biblioteca, pero no puedo retrasarlo más.
-Yo... bueno. no importa –dijo frenética-. Lo que quiero decir es que ya no importa que
saques los libros de la biblioteca, porque ya he buscado allí por todas partes. Está claro que
no está allí. Y hay tres habitaciones terminadas en las que puedo trabajar, así que no
necesito trabajar en la biblioteca. Pero hay todavía un montón de sitios en los que todavía
no he mirado. Cientos. Los áticos, por ejemplo.
Él suspiró, pero no dijo nada.
Y eso fue todo. Leon se limitó a hablar de las moras del jardín, y Livvy se limitó al
tiempo. La cena fue excelente. El salmón que tomó ella estaba un poco seco, pero el suflé de
Leon parecía impecable, y el vino que había elegido resultó ser, por supuesto. perfecto.
Aquella noche le estaba costando más dormirse. ¿De verdad querría llevarla a las islas
Solomon? Y por ninguna razón en especial, sino porque simplemente quería hacerlo. Pero al
mismo tiempo iba a vaciar la biblioteca, dejándola sin excusa para seguir allí. ¿Debería
haber rechazado la proposición? Pero claro, si iban juntos, ¿qué pasaría? Y por otro lado, si
es que estaba interesado en ella, ¿por qué no podía demostrarlo allí, en Purten End?
Además, si de verdad lo estaba, Leon no era de las personas que se andaba con remilgos.
Entonces, ¿qué podía significar?
A las tres de la mañana dejó de intentar conciliar el sueño y bajó a la biblioteca, sacó
el trabajo del cajón dónde lo guardaba los fines de semana y lo extendió sobre la mesa.
Estaba casi terminado. Aún quedaban bastantes detalles por concluir, pero cada ilustración
había tomado cuerpo ya, cada palabra del texto había sido cuidada al máximo de manera que
en su conjunto se leyese con suavidad y desprendiese tanta belleza que hasta a ella misma
se le llenaban los ojos de lágrimas. Aún tenía que hacer algunas averiguaciones, pero le
resultaría mucho más fácil hacerlo en cualquier biblioteca de Londres. Y hacía tiempo ya
que había renunciado a toda esperanza de encontrar el manuscrito... y a decir verdad, ya no
le importaba. Se había quedado sin excusa para seguir allí.
Estaba dibujando con un dedo las formas de la letras mayúscula que abría la página
con los ojos llenos de lágrimas cuando de pronto se quedó parada. Estaba sintiendo un
cosquilleo extraño en la nuca, y eso quería decir que Leon estaba en la habitación. Lo supo
sin ningún género de dudas. Había llegado en silencio y estaba detrás de ella
-¿No podías dormir, Livvy?
Con un suspiro se dio la vuelta. Tenía el pelo revuelto, la barbilla ensombrecida por la
barba y llevaba puesta un albornoz blanco, pero por una vez, el aspecto que tuviese no le
importó.
Se había detenido, a un metro más o menos de ella, y, afortunadamente no podía ver
su trabajo desde ese punto. Livvy apoyó las manos a su espalda sobre la mesa, intentando
con disimulo ocultar su trabajo. «Por favor, Dios mío, no permitas que lo vea».
-Hola, Leon. ¿Tú tampoco podías dormir?
-No.
-¿Quieres que te prepare un vaso de leche caliente o algo?
El no contestó. Sus ojos se habían vuelto oscuros. El azul había desaparecido por
completo.
-Voy a guardar esto -dijo, intentando parecer natural, y con dedos temblorosos
amontonó con demasiada fuerza los papeles.
-Basta -le ordenó él.
Ella siguió intentando apilarlos, pero las manos le temblaban demasiado.
-Livvy -insistió él, acercándose a ella y poniéndole las manos sobre los hombros-. ¿Qué
ocurre? Vas a estropear tu trabajo si lo tratas así. Mira, sólo porque yo tenga que vaciar la
biblioteca no tienes por qué renunciar a tu libro, así que estate quieta. Los vas a romper.
Leon la hizo girar sobre sí misma, y para alivio de Livvy, la miró a los ojos, ignorando el
montón a sus espaldas.
Estaba temblando.
-Voy a volver a Bristol -dijo, decidida-. Yo... ya no hay razón para que me quede aquí.
El apretó las manos.
-Pero antes de dijiste que habían un montón de sitios en los que no habías mirado... los
áticos...
-Lo sé, pero no creo que esté allí. El mayor valoraba mucho ese manuscrito, y nunca lo
habría guardado en un ático polvoriento, pero ya no importa.
-No te vayas, Livvy -le dijo, mirándola fijamente-. Todavía no.
-Pero...
La boca se le había quedado seca y tenía la sensación de que todo el cuerpo le ardía.
-Por favor, Livvy. Espera a que... -por primera vez parecía inseguro-. Déjame hacerte
el amor antes de tomar una decisión... por favor.
-¿Qué?
Sentía como si sus labios fuesen de papel. -Déjame hacerte el amor, Livvy.
-¿Por qué? Esta misma tarde me has dicho que si íbamos a las Solomon me
prometerías... es que no lo entiendo.
-Tú no vas a querer venir a las Solomon. ¿verdad? Vas a marcharte, y nunca volverás a
ser la misma persona por mi culpa. He destruido todos tus ideales y no puedo soportarlo. He
esperado a que fueses tú quién se diera cuenta. Livvy, pero ya no puedo esperar más. Es
cuestión de vivir o morir.
-¿Vivir o morir? -repitió sin aliento.
-Yo te he impuesto mis valores y... y... te he aplastado, pero si me dejas hacerte el
amor otra vez, te demostraré que puede ser bueno, que no tiene por qué ser destructivo.
Que hay algo que merece la pena salvar, y que los dos teníamos razón a nuestro modo.
-No entiendo -murmuró.
-Mira, yo antes pensaba que el sexo era sólo un intercambio carnal, y que el
matrimonio era la forma de legalizarlo. Siempre había dicho que jamás me molestaría en
firmar un trozo de papel, porque si una mujer se comprometía conmigo y yo con ella,
bastaba. Eso era lo que creía antes, Livvy -sus ojos la quemaban-. Pero tú creías en otra
cosa. algo sincero y honesto a tus ojos, y yo te lo arrebaté cuando te hice el amor.
Leon tragó saliva con dificultad y hubo un momento de silencio, como si esperase que
ella dijera algo, pero Livvy no podía hablar.
-Has puesto todas mis creencias en ridículo, Livvy -dijo con voz ahogada-, porque ni
siquiera fui capaz de darte el placer carnal en el que yo antes lo basaba todo. Y
sinceramente, aunque yo sí disfruté, eso no era lo que yo buscaba ni lo que significó para mí.
Ella siguió sin hablar limitándose a observar sus ojos, sabiendo que todo lo que decía
le brotaba del corazón.
-Estaba tan seguro de que a una mujer tan hermosa y con tanto carácter como tú le
habrían hecho el amor una y otra vez, y de que sabrías cómo encontrar tu propia
satisfacción... -hizo una breve pausa y suspiró-. Y yo estaba tan... bueno, que fue algo que no
pude remediar. No pude contenerme.
Hubo un largo silencio durante el cual Livvy intentó decirle que había experimentado
un placer completo en aquella ocasión, pero era incapaz de pronunciar palabra; además, si se
lo decía, quizás no quisiera volver a hacerle el amor...
-Déjame hacerte el amor una vez más -insistió él-. Déjame hacerlo lentamente.
Déjame adorarte con mi cuerpo y mostrarte lo maravilloso que puede ser para que puedas
llevarte algo que merezca la pena de todo esto.
Como respuesta, Livvy se limitó a apoyar la mejilla sobre su pecho. Leon la levantó en
brazos y una vez en su cama, desabrochó su camisón victoriano y la adoró con su cuerpo.
Muy lentamente. Muy pacientemente. Y ella lo adoró a él.
Cuando amaneció, aún seguían el uno en los brazos del otro. Leon tenía su pierna sobre
ella, y Livvy, con el pelo desparramado sobre la almohada y sus ojos verdes bien abiertos, lo
contemplaba de arriba a abajo para grabar bien aquella imagen en su cabeza antes de tener
que marcharse.
No había pretendido quedarse dormida, pero el ritmo estable de su respiración y el
latido firme de su corazón debieron adormecerla. Y cuando se despertó, él ya no estaba.
Pero quedaba su olor en las sábanas, la sensación de su presencia en el lado aún caliente.
Cerró los ojos y se dejó llevar, rezando por que volviese para poder decirle que estaba
dispuesta a olvidarse de todos sus principios si le permitía quedarse con él mediando
simplemente su compromiso, porque ya no sería capaz de vivir sin él.
-¿Livvy? -Leon abrió la puerta de par en par, vestido sólo con sus vaqueros. Tenía el
ceño fruncido y llevaba sus dibujos en la mano-. ¡Por amor de Dios, Livvy! -rugió.
Ella se incorporó, cubriéndose con las sábanas.
-¿Quieres decirme qué demonios significa esto? -le preguntó, tirando los dibujos
sobre la cama.
-Yo... se me ocurrió que el héroe estaría mejor con el pelo oscuro -murmuró-.
Rosamunda es rubia, y el contraste es mejor.
-¿Pelo oscuro? -repitió, incrédulo.
-Sí... eh... lo que pasa es que era un poco difícil quitarle los ojos azules, así que se los
dejé.
-Ya sé que dijiste que te interesaban mis músculos sólo desde el punto de vista
anatómico, ¡pero no te creí! ¿Es esto todo lo que significo para ti? ¿Un modelo de carne y
hueso? Si intentas publicar esto, te denuncio,
Livvy, te lo juro. Ése hombre soy yo, y no tenías derecho a meterme en tu libro.
-Yo... es que no he podido evitarlo -admitió-. Yo... es que los dibujos empezaron a
salirme así y no pude... es que verás, la cuestión es...
-La cuestión es que me has convertido en un objeto sexual.
-¿Sexual? ¡Estás loco! Pero si sólo hay un beso en todo el libro.
-¡Ja! No tienen por qué haber besos para que haya sensualidad. Está ahí, Livvy. en tus
dibujos, y niégamelo si te atreves.
-Bueno... eh... la verdad es que...
-¿Y qué me dices de la historia, Livvy? Es una historia de amor preciosa que tiene que
estar basada en una experiencia personal... y bastante reciente diría yo, porque sé que no
tenías experiencia alguna cuando yo te conocí. Pero esto no tiene nada que ver con el
original.
-¡De eso nada! Lo que pasa es que el primer borrador que viste... estaba equivocado.
Después fui recordando cosas y me di cuenta de que estaba mal, y entonces...
-Y en ese caso, necesitas ver a un médico, porque algo te funciona rematadamente mal
en la memoria. El documento original dice que Rosamunda consiente en casarse con él
porque quiere ser una dama.
-Eso no es cierto. Yo no lo recuerdo.
-Y tampoco se dice nada en el original de que se enamorase de él a primera vista. Es
más, se deja muy claro que ella no lo quiere, pero que como es pobre y ha pasado hambre
muchas veces, está dispuesta a casarse con él para comer de su comida y calentarse en su
fuego, pero no quiere que él se le acerque...
-Leon, no había nada de todo eso en mi primer borrador. ¿De dónde demonios has
sacado la idea de que, todo eso está en el manuscrito? El frunció el ceño.
-Porque tengo ese maldito manuscrito en mi portafolios. No es más que una historia de
pasión y avaricia.
Olvidándose de su desnudez, Livvy se incorporó con los ojos echándole fuego.
-¿En tu portafolios? ¿Y cuánto tiempo hace que lo llevas ahí?
-Lo busqué el primer día que viniste aquí. Como el mayor dijo, estaba entre las páginas
de un libro grande.
-¡Maldito seas, Leon Roche! ¿Porqué lo has tenido escondido? ¿Cómo has permitido que
siguiera buscándolo y buscándolo sabiendo que no estaba?
-Porque no te habría gustado lo que ibas a encontrar. Habría tirado por la borda todos
tus ideales. Y te habrías marchado nada más verlo -añadió-. ¡Y no estaba dispuesto a
permitirlo!
-¿Por qué no? ¡Tú me odiabas!
-No seas estúpida. Con sólo mirarte, me di cuenta de que eras la única mujer en el
mundo para mí. No podría haberte odiado de ninguna manera. -¡Brillante! Amor a primera
vista, ¿no?
-Es posible, porque de lo que estoy seguro ahora es de que te quiero, y no sé cuándo
empecé a hacerlo. Livvy apretó los puños.
-¿Que me quieres, habiéndote portado así conmigo? No sabes ni lo que significa esa
palabra. Me has hecho pasar hambre. me has tenido sin agua, has intentado hacerme vivir
como una campesina del siglo dieciocho y... y hasta has querido hacerme creer que tenías un
montón de mujeres esperándote.
-Sí, bueno... mira, quería ponerte celosa, ¿vale? Sabía que no estabas dispuesta a
admitir, ni siquiera ante ti misma, que yo te gustaba, y me imaginé que dándote celos podría
conseguir que te enfrentases a tus propios sentimientos. ¿Cómo iba a conseguir si no que te
enamorases de mí, si ni siquiera me hablabas? El primer día saliste a todo correr de aquí
cuando ya estaba bien claro que había algo entre los dos. ¿Qué habrías hecho tú en mi
lugar?
-Eres un hombre sin escrúpulos -le acusó-. Les contaste a mis padres un montón de
mentiras.
-Cada palabra que les dije a tus padres era verdad, y déjame decirte que no van a
sufrir después de seis meses, porque tú y yo vamos a vivir felices para siempre. y no se
hable más.
-¿Felices para siempre? ¿Tú y yo?
Leon se subió de un salto en la cama y se echó sobre ella, con su cara a tan solo
centímetros de la de ella.
-¿Y de qué te crees que iba todo lo de anoche, Livvy? ¿Puedes vivir sin mí? Porque yo
estoy completamente seguro de que no puedo vivir sin ti -añadió, y del bolsillo de sus
vaqueros sacó una alianza de oro.
-Dame tu mano izquierda -le ordenó.
-¿Para qué?
-Para ponerte el anillo de boda.
-¡De eso nada!
-¡Vamos, Livvy! Yo siempre he dicho que la gente no debería llevar anillo de boda hasta
que no ha estado cierto tiempo casada y está segura de que vas a poder soportarse durante
el resto de sus vidas. ¡Y ahora dame la mano y déjame ponértelo!
Livvy se revolvió y consiguió incorporarse.
-Y ahora quieres que tu historia se haga realidad, ¿no? -le preguntó, pasándose las
manos por el pelo.
-Si.
-Pues de eso nada. No pienso dejar que me pongas esa alianza hasta que yo no haya
comprado otra para ti. Si yo voy a prometer soportarte durante el resto de mi vida, tú
tienes que hacer lo mismo por mí.
Leon se echó a reír, y la hizo volver a tumbarse.
-Está bien contestó con una de sus sonrisas-. Iremos de compras la semana que viene.
Y tendremos una ceremonia por la iglesia con todos los adornos y las promesas.
-¿Para mis padres? ¿Para Katya?
-No. Sólo para nosotros dos -y tomó su mano para besarla-. Siento haberte
estropeado la noche de bodas, Livvy -murmuró.
Ella frunció el ceño, pero no dijo una palabra.
-Ya tuvimos nuestra noche de bodas -contestó tras un momento-. Y de música, el
estruendo de cristales rotos. ¿No hay un país en el que se rompen cristales en las bodas
para atraer la buena suerte? Por lo menos a mí sí que me la ha traído. Fue entonces cuando
me enamoré de ti, Leon.
-¿Y no te importó no sentirte satisfecha? -le preguntó, después de besarla.
-Pero es que sí que la sentí.
-En ese caso no me estabas diciendo la verdad cuándo...
-¡Cállate, Leon!
Y Leon obedeció.