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Diana Hamilton
Argumento:
Nathan Monroe no sabía qué pensar. Acababa de oír que la mujer con la
que se había casado no era lo que parecía. Según los rumores, Olivia
Monroe era una mujer despiadada capaz de cualquier cosa por conseguir lo
que quería.
¿Pero qué sabía en realidad Nathan de su nueva esposa? El suyo había sido
un matrimonio rápido e intuía que Olivia ocultaba oscuros secretos.
Acosado por los celos y la desconfianza, su matrimonio se precipitaba hacia
el abismo... El único modo de salvarlo era descubrir la verdad sobre su
esposa.
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Capítulo 1
—OLIVIA Monroe mató a su primer marido y luego se acostó con su jefe, el
casado más rico de la ciudad.
La voz masculina, espesa por el alcohol, atravesó la música de baile y las
conversaciones de la sala de fiestas. El cuerpo de Olivia se puso rígido en brazos de
Nathan.
—No puedes hablar en serio, Hughie —oyó contestar a una mujer.
—Pregúntaselo a quien quieras. Hace años que se acuesta con mi hermano
mayor y no va a dejar de hacerlo sólo porque haya vuelto a casarse.
—¿La Olivia que se casó con ese ricachón de Nathan Monroe? Su boda salió en
las primeras páginas de las revistas hace un par de meses. ¿Sabe el marido que ella le
ha tomado el pelo?
Era evidente que la mujer disfrutaba de la conversación y Olivia sintió náuseas.
El decorado elegante y brillante del club le pareció de repente muy sórdido.
¿Lo habría oído Nathan?
Desde luego que sí.
Su cuerpo grande se había quedado muy quieto. Retrocedió un paso, dejó caer
los brazos a los lados y apretó los puños. La joven miró su rostro duro y hermoso y
se estremeció.
A veces la asustaba la intensidad de sus sentimientos hacia él. El saber que no
podía vivir sin él, el modo en que le ardía la sangre cuando su marido entraba en un
cuarto, el modo en que había entregado a él su futura felicidad a pesar de que, años
atrás, había jurado que jamás volvería a enamorarse.
Y en aquel momento la asustaba su furia. La rabia negra y salvaje que brillaba
en aquellos ojos grises acerados y apretaba la piel bronceada contra sus huesos
fuertes y elegantes.
Miró instintivamente a su alrededor y descubrió a Hugh Caldwell. Con
tendencia a la gordura, aparentaba más de los treinta y cuatro años que tenía. La
miró un segundo con malicia y sacó luego a su compañera de la pista de baile.
Olivia contuvo el aliento, escandalizada por la vileza de sus palabras. El sonido
de la música había disminuido y sólo podía oír los latidos de su corazón y la
amenaza de Nathan.
—Mataré a ese hijo de puta.
—No.
Le sujetó la manga de la chaqueta y él se volvió hacia ella. Olivia respiró hondo.
Uno de los dos debía mantener la calma y ella había dispuesto de años para
perfeccionar su actuación.
—Haz una escena y conseguirás dar crédito a esas mentiras —le advirtió—.
Piénsalo.
De todos los clubes de Londres, ¿por qué tenía Hugh Caldwell que haber
elegido aquél? Era un rencoroso nato. Siempre había sospechado que podía ser
peligroso, pero no había supuesto que cayera tan bajo.
—Ignóralo o demándalo. O ambas cosas —dijo con calma.
Nathan parecía capaz de destrozar a Hugh Caldwell en pedazos y disfrutar con
ello.
Olivia odiaba la violencia. Un terrible día, el día de la muerte de su primer
marido, supo lo que era la violencia física. Supo que había envenenado la ya débil
relación entre ellos y comprendió que otro tipo de violencia, la violencia emocional,
había erosionado su matrimonio casi desde el primer día.
—No te rebajes a su nivel.
Esa frase pareció obtener el efecto deseado. Lo vio combatir su rabia y salir
victorioso. Por otra parte, ¿no ocurría siempre así? Había pocas cosas que pudieran
derrotarlo. Reprimió un suspiro de alivio.
—Nos vamos —dijo él con frialdad.
Salió a su lado, con el cabello negro rozándole la piel de la espalda, que el corte
elegante del vestido blanco dejaba al desnudo. Sus ojos color amatista miraban al
frente y apretaba la mandíbula para que no la traicionara el temblor de los labios.
Pero los temblores continuaron durante el trayecto en taxi hasta su casa de
Chelsea; y no consiguió relajarse lo suficiente para detenerlos.
—Es bonita —había dicho él cuando compraron la casita unos días antes de su
boda—. Una base en Londres para una temporada. Hace años que no tengo un hogar
permanente en Inglaterra. Un lugar privado y agradable donde crear recuerdos antes
de seguir adelante. ¿Te gusta?
A Olivia le encantó en el acto. Le gustaba su tamaño pequeño, la atmósfera
hogareña que proyectaba su amor en los recuerdos que crearían juntos.
Pero en ese momento, él no decía nada. La distancia entre ellos era muy
superior al espacio físico que los separaba. La tensión entre los dos convertía aquel
espacio pequeño en un vacío.
Nathan era un hombre orgulloso y muy seguro de sí. Un hombre duro. Un
financiero brillante con una mente cortante como un cuchillo.
Nadie se reía de él ni lo llamaba tonto. Aquella burla lo molestaría mucho, tal
vez incluso más que las calumnias contra ella.
Olivia deseaba tocarlo, pero no se atrevió. Pensó que deberían haberse quedado
en casa aquella noche, pero habían estado a punto de enfrascarse en su primera
pelea. Hacía una semana que habían vuelto al trabajo después de dos meses de luna
de miel en las Bahamas y él le había exigido que dejara su empleo. Quiso saber por
qué no lo había hecho ya y ella trató de explicarle sus ideas. Los dos se pusieron cada
vez más tensos hasta que él salió del paso con una de sus sonrisas.
—Olvídalo por el momento. Vamos a cenar fuera, en algún lugar especial. Y
luego iremos a bailar. Celebraremos que llevamos dos meses y una semana casados.
La miró con calor y ella fue a cambiarse de ropa sin pensar para nada que la
velada pudiera acabar de aquel modo.
Cuando se alejó el taxi, la calle estaba tranquila; una farola solitaria acentuaba
las sombras negras. Nathan abrió la puerta, desactivó la alarma y se hizo a un lado
para dejarla pasar delante.
Olivia encendió una lámpara en la sala de estar. Su luz tenue acentuaba el
aspecto hogareño de los muebles antiguos y los sofás tapizados, algo necesario en la
atmósfera de frialdad que emanaba de Nathan.
—¿Eran mentiras? —preguntó.
Los ojos de ella se oscurecieron de dolor, pero sólo un instante; lo controló en el
acto, a pesar de lo mucho que la atormentaba su falta de confianza.
—¿Tienes que preguntarlo? —su voz era fría; su cuerpo adoptó una postura
orgullosa—. ¿No me conoces lo bastante bien para hacer una pregunta tan ofensiva?
Levantó la barbilla, ignorando a propósito el hecho de que no todas las palabras
cargadas de malicia de Hugh eran mentira.
—Sólo sé lo que tú quieres contarme —repuso él.
Le volvió la espalda y se sirvió dos dedos de whisky de malta que tomó de un
trago.
—Nos vimos, nos sentimos atraídos mutuamente y nos casamos tres semanas
después —respiró hondo y la miró a los ojos—. Nunca pensé que pudiera ocurrirme
algo así.
Sus labios se curvaron al recordar el cataclismo que ocurriera entre ambos y el
cuerpo de ella respondió en el acto al mismo recuerdo. No habían sido capaces de
dejar de tocarse; parecía algo inevitable.
Pero enseguida regresaron al presente.
—Aparte de la información de que eres hija única y tus padres se separaron, no
sé casi nada de tu pasado —dijo él—. Te casaste a los diecinueve años con un hombre
que se llamaba Max y murió seis años después. Luego, ya viuda, te concentraste en
tu carrera durante tres años, hasta que nos conocimos.
Hizo una pausa para mirarla.
—¿O me equivoco en eso? ¿Tu carrera sigue siendo lo primero? ¿Por eso no
quieres dejarla? Ya sabes que mi trabajo me obliga a viajar por todo el mundo. Te
quiero a mi lado, no aquí. ¿Ser asistente personal del director de Ingenieros Caldwell
te importa más que estar conmigo? ¿O la atracción está en tu jefe más que en tu
empleo?
Capítulo 2
OLIVIA pensó que quizá había exagerado y se dispuso a mirar el nuevo día con
el optimismo que la había ayudado a sobrevivir durante sus años con Max.
Entonces se acordó de que Nathan no se había reunido con ella hasta casi el
amanecer y sintió náuseas. Había dormido en su lado de la cama, esforzándose por
no tocarla.
La castigaba por lo que había dicho Hugh en su rencor de borracho. Su falta de
confianza la asustaba. ¿Qué probabilidades tendría su matrimonio si él se convertía
en un extraño al primer contratiempo?
Se apretó contra la almohada sin saber qué le molestaba más, si su insultante
falta de confianza o su tristeza. Lo vio levantado a los pies de la cama, con el cuerpo
fuerte y bronceado iluminado por el sol de junio que entraba por la ventana. Se
secaba vigorosamente el pelo con una toalla blanca.
A pesar de su dolor, su cuerpo respondió de inmediato a la presencia de él. ¡Era
tan atractivo! Era todo lo que anhelaban el cuerpo, el corazón y el alma de ella. No
podía apartar la vista. La piel le ardía bajo el escrutinio de los ojos de él.
Nathan dejó caer la toalla y se acercó a la cama. Olivia contuvo el aliento. Sentía
la boca seca.
El hombre se agachó, la miró a los ojos y le tomó las manos.
—Olvida lo ocurrido anoche. Tú tenías razón. No debería prestar tanta atención
a ese gusano —la presión de sus dedos se incrementó un poco—. No fingiré que
entiendo por qué pareces tan reacia a denunciar a ese tipo, por qué no quieres luchar,
pero te prometo que lo estoy intentando.
La joven apretó los dientes y bajó los ojos. Aquello no era fácil. Prácticamente la
estaba llamando cobarde y eso no era cierto. Se había pasado la vida luchando y no
estaba dispuesta a dejar de hacerlo.
Pero, a pesar de lo que él había dicho la noche anterior, no podía leerle el
pensamiento, así que no podía saber que estaba luchando, luchando por ocultarle su
secreto, por mantenerlo oculto y seguro en un lugar donde pudiera ignorarlo.
—¿Qué hay que olvidar? —preguntó—. No me acuerdo de nada.
Atrajo las manos de él hacia sí con ojos brillantes, hasta que los dedos
masculinos rozaron su pecho.
—Bésame.
La chispa de deseo en los ojos de él era inconfundible. Olivia necesitaba hacer el
amor para olvidar las escenas de la noche anterior, pero Nathan respiró hondo,
enderezó los hombros y le soltó lentamente las manos.
—Es una invitación que, normalmente, me resultaría imposible rehusar —dijo.
Se volvió y se puso la bata, que se ató a la cintura—, pero los dos sabemos adónde
nos llevaría eso. No saldríamos de la cama en todo el día y ya he llamado a casa antes
de ducharme. Vamos a pasar el fin de semana allí. Mis padres están deseando
vernos.
Sacó unos tejanos y una camisa de la cómoda y los colocó sobre el respaldo de
una silla.
—Ambos necesitamos un respiro y por lo menos no nos pelearemos delante de
otras personas, así que guarda tus cosas después de ducharte, ¿quieres? Prepararé el
desayuno.
Olivia salió de la cama con el corazón encogido. Odiaba el tono acerado que
había detectado en su voz.
No le importaba visitar a sus padres; le habían gustado de inmediato, en cuanto
ellos la acogieron con calor, sin dar a entender que pensaran que una viuda de clase
media no era la mujer ideal para su único hijo.
Pero sólo los había visto dos veces. La primera, cuando Nathan la llevó a
Bedfordshire para anunciar sus planes de boda y la segunda el día de la ceremonia.
Así que era normal que, después de llevar una semana de regreso en Inglaterra,
Nathan quisiera ir a visitarlos. A pesar de su estilo nómada de vida, sus padres y él
estaban muy unidos.
Pero no podía evitar pensar que deberían aprovechar aquel fin de semana para
hablar de los sucesos de la noche anterior, intentar verlos con cierta perspectiva para
poder olvidarlos.
Extrañamente, Nathan parecía empeñado en ignorarlos, al menos por el
momento. ¿Por qué? Era la persona más directa que había conocido nunca. ¿Tal vez
no soportaba pensar en las acusaciones de Hugh porque tenía miedo de creerlas?
Se secó después de la ducha y se acercó al dormitorio para vestirse y preparar
su bolsa. El aroma del beicon y el café llegó hasta ella.
Siempre le había sorprendido que un hombre tan rico como Nathan Monroe, un
hombre que podía apretar un botón y tener todos los sirvientes que deseara, se las
arreglara tan bien en la cocina.
Algo más relajada, se puso un par de vaqueros blancos, que complementó con
una camiseta púrpura que realzaba el color de sus ojos, y se dijo que no podía
pasarse el fin de semana preocupándose por los motivos de él.
Además, la mansión Ray era un lugar maravilloso. La casa, situada en medio
del campo, había pertenecido a la familia Monroe desde hacía mucho tiempo. Se
prometió que trataría de disfrutar del fin de semana.
Y lo cumplió. Cuando se cambiaban aquella tarde para la cena en la suite de
invitados, decorada en tonos rosa y gris, Nathan le preguntó:
—¿Te alegras de haber venido?
Estaba a los pies de la cama, mirando la imagen de ella en el espejo. La joven
sonrió con calor.
—Mucho.
Dejó el cepillo del pelo y se preguntó si tendría idea de lo guapo que estaba; su
pelo moreno le caía sobre la frente; los pantalones negros y la camisa blanca
realzaban su bronceado de un modo espléndido.
Bajó la vista. Ese no era el momento para pensar con lujuria en su marido.
Tenían que ir a cenar y...
¿Podría acostumbrarse alguna vez a las sensaciones que producía en ella?
Esperaba que no.
—¿Dónde te has metido toda la tarde? —preguntó—. Te he echado de menos.
Edward, su padre, y él desaparecieron justo después de comer mientras su
madre y ella quitaban la mesa, ya que Hilda, la doncella, no trabajaba los fines de
semana. Y Olivia lo echó de menos, se preguntó si la evitaba deliberadamente.
—Lo siento. Mi padre está construyendo un modelo de coche en los establos. Le
he dicho que había vuelto a la infancia, pero cuando me lo ha enseñado, me he
quedado sin habla. El cuerpo de un Cobra mezclado con un motor de Rover. Va a ser
algo especial cuando esté terminado.
—Juguetes para los niños —musitó ella con fingida exasperación—. ¿Por qué los
hombres no maduran nunca?
Trataba de aligerar la atmósfera, de provocar la vieja intimidad entre ellos, pero
él se encogió de hombros y se acercó lentamente.
—Se me ocurren algunas cosas de adultos que me gustaría hacer ahora —
comentó con voz ronca—. Eres muy hermosa. No puedo mirarte sin desear llevarte a
la cama. Pero ya me conoces —sonrió sin humor—. Me gusta respetar mis
prioridades. ¿Es mucho esperar que hayas pasado la tarde redactando mentalmente
tu carta de dimisión?
—Me temo que sí —repuso ella; lo miró en el espejo, negándose a bajar la
vista—. No me dejaré coaccionar para tomar una decisión precipitada.
Max siempre había intentado hacer que accediera a sus planes, utilizando
incluso la amenaza de la violencia si ella no cedía. Pero se había resistido entonces y
lo haría de nuevo.
—Necesitamos sostener una conversación auténtica. Lo único que hemos hecho
hasta ahora ha sido gritarnos mutuamente.
—Comprendo —parecía casi aburrido; se volvió a mirar por la ventana—. ¿Y
qué es lo que hay que hablar?
Olivia se mordió el labio inferior. Lo amaba tanto que sería fácil ceder, hacer lo
que él quería, pero, durante su matrimonio con Max, había aprendido que necesitaba
conservar la calma y mantener el control. Si demostraba alguna debilidad, él la
aprovecharía para someterla a su voluntad.
—De lo que yo quiero hacer, por ejemplo —dijo con serenidad—, pero ahora no
hay tiempo de entrar en eso. Tu madre ha invitado a unos amigos para que me
conozcan. Ruth y Lester Spencer. Debemos bajar enseguida.
Su marido se alejó de la ventana y sacó la chaqueta formal del armario.
—En ese caso, será mejor que cambiemos de tema, ¿no crees? —comentó con
frialdad—. Bueno, dime, ¿qué habéis hecho mamá y tú?
—Muchas cosas —se maquilló con manos temblorosas—. La he ayudado a
preparar las ensaladas y luego hemos hecho limonada y nos hemos sentado en la
rosaleda a charlar.
—¿De qué? ¿Te has aburrido mucho? En cuanto empieza a hablar de sus
funciones de caridad, se duerme todo el mundo. Pero no le digas que te he dicho eso;
la destrozaría.
—Hemos hablado básicamente de ti —se pintó los labios y trató de imitar la
frialdad del tono de él—. Pero no temas, he conseguido no bostezar.
No le dijo que la conversación le había revelado lo poco que sabían sus padres
de sus verdaderos deseos y necesidades.
—Me pregunto si sabes la suerte que tienes —musitó—. Oh, no por esto —
señaló los muebles antiguos de la estancia—, sino por lo mucho que tus padres se
quieren y te quieren a ti. A mí también me gusta, no creas. Me hacen sentir como si al
fin formara parte de una familia.
Ya le había contado que sus padres se habían separado cuando tenía cinco años,
que después del divorcio vendieron la casa y su madre y ella se mudaron a un
apartamento de un dormitorio. Pero él la había acusado de guardar secretos, así que
se decidió a hablar más.
—Antes de que papá nos dejara, sólo recuerdo a los dos peleándose. No volví a
verlo nunca. Él no quería tener hijos. Mamá no dejaba de recordármelo. Oh, años
después se encontró con un amigo común que le dijo que papá había vuelto a
casarse, tenía tres hijos y estaba muy satisfecho. Eso la amargó todavía más. Me decía
a menudo que papá se había ido porque yo era una carga no deseada. El tener que
afrontar el hecho de que era feliz con una familia la obligó a aceptar que la culpa era
suya, no mía. Después de eso, era imposible vivir con ella.
Se puso en pie y se alisó el vestido.
—¿Por eso te casaste tan joven? ¿Para huir de casa? —preguntó Nathan.
—Probablemente. Aunque ya llevaba un año viviendo sola cuando conocí a
Max —dijo con aire de finalidad.
No quería hablar de aquello, pero vio que él la miraba con decepción.
Se mordió el labio inferior, consciente de que él había querido oír que su
matrimonio con Max no había sido fruto de la pasión sino de la situación intolerable
de su casa.
Pero ya era demasiado tarde para reparar el daño y ella nunca hablaba de sus
años con Max. Ni siquiera pensaba en ellos si podía evitarlo.
Miró su reloj.
—Es hora de bajar. No podemos hacerles esperar más.
Los Spencer, viejos amigos de los padres de Nathan, eran una pareja
acomodada, y el comedor, con sus ventanales amplios abiertos a la brisa de verano,
la mesa de caoba, en la que brillaba el cristal y la plata familiar, era el decorado
perfecto para charlar mientras tomaban langosta, faisán frío y ensalada.
Olivia, más relajada después de dos vasos de buen vino, captó un brillo de
humor en los ojos de Nathan y le sonrió a través de la luz de las velas.
Angela Monroe relataba con entusiasmo el éxito de su función de caridad
favorita, pero Olivia no veía bostezar a nadie; su sonrisa se hizo más amplia.
Allí se sentía aceptada y el dolor y la fealdad de lo ocurrido la noche anterior
habían adquirido la cualidad de un mal sueño, un sueño que no tardaría en
desaparecer de su memoria.
En cuanto se le pasara la sorpresa, Nathan no creería ni una palabra de ello. Y
antes o después accedería a hablar del futuro, escucharía lo que ella tenía que decir
sobre el tema de su trabajo y alcanzarían juntos una decisión que complaciera a
ambos.
Al ver el amor que expresaban los ojos de Nathan al otro lado de la mesa, no
pudo sospechar que todo empezaría a ir mal de nuevo. Muy mal.
—Te echaremos de menos en el comité, Ruth —suspiró Angela—. Aparte de
eso, no sé lo que voy a hacer sin ti. Si me hubieras pedido permiso para vender, te lo
habría negado de plano.
Nathan se volvió hacia Ruth Spencer, sorprendido.
—¿Lester y tú vais a mudaros? Creía que estabais tan enraizados aquí como los
Monroe.
La mujer negó con la cabeza.
—No es cierto. Nosotros no podemos afirmar haber estado aquí desde
Guillermo el Conquistador miró a su esposo—. No ha sido una decisión fácil, pero la
casa es demasiado grande para dos viejos.
Se volvió hacia Olivia.
—No tenemos hijos, así que no nos queda la excusa de pasar la mansión a la
familia. Vamos a vender y retirarnos a la costa, antes de que seamos demasiado
viejos para soportar el trauma de la mudanza. Hemos encontrado una casita
agradable, con un pequeño jardín y pasaremos la propiedad a una familia joven que
pueda llenar todas esas habitaciones.
—¿Estás pensando lo mismo que yo, Angela? sonrió Edward a su esposa.
Era un hombre todavía atractivo, de cabello gris fuerte y espeso, que se parecía
mucho a su hijo.
—Seguro que sí —Angela dejó los cubiertos sobre el plato y fijó la vista en
Nathan.
—¿Estás pensando en comprar, mamá? ¿Para albergar algunas familias sin
hogar o piensas convertirla en un centro para artesanos pobres? Sea como sea,
puedes contar con mi donación, como siempre.
Olivia lo observó beber vino y pensó que nunca lo había querido tanto. Los
lazos familiares resultaban evidentes. Le interesaba lo que hacían sus padres y
apoyaba las caridades de su madre. Cerró los ojos un instante. ¿Qué había hecho
para merecer el amor de Nathan? Nunca se había sentido tan protegida y amada.
—No, querido, esta vez no.
Angela echó la cabeza a un lado. Su cabello caoba mostraba muy pocas canas y
brillaba a la luz de las velas.
—Livvy y yo hemos charlado esta tarde. Ahora estás casado, así que es hora de
que eches raíces y dejes de viajar por todo el mundo como un vagabundo.
Sonrió, pero Olivia notó que Nathan no le devolvía la sonrisa. Se le encogió el
corazón.
—Ya sé que tienes la casa de Londres. Livvy dice que le encanta y tiene también
su trabajo, así que, supongo que por el momento necesitáis un lugar en Londres. Es
mejor que vivir en hoteles con las maletas a cuestas. Pero también necesitáis algo más
grande —prosiguió con inocencia, totalmente inconsciente de la tensión que creaban
sus palabras—. La mansión Grange sería perfecta. Podrías venir los fines de semana
y, cuando lleguen los niños, instalaros allí. Ya sé que un día esta casa será vuestra,
pero espero que eso tarde mucho y sería un placer teneros cerca.
—Fantástico.
—Una idea espléndida —comentaron los Spencer. —Esta vez te has superado a
ti misma, mamá —dijo Nathan, con una voz sin inflexiones. Déjalo ya, por favor.
Olivia y yo somos muy capaces de planear nuestro futuro.
Silencio. Angela parecía más sorprendida que herida. Probablemente era la
primera vez que su hijo le hablaba así. Olivia pensó que, el resto de las veces que
había intentado meterse en su vida, Nathan se habría limitado a sonreír y hacer luego
lo que quería.
Sabía que no tenía intención de echar raíces. Lo supo en ese momento. Su
noviazgo había sido demasiado corto y apasionado para pensar en el futuro.
Deseó que su suegra no hubiera hablado. La relajación que Nathan había
adquirido durante la cena había desaparecido de nuevo. Pero, aunque le sorprendía
la frialdad de su hijo, Angela no estaba dispuesta a rendirse. Después de todo, era su
madre y tenía derecho a abrir la boca cuando los demás no se atrevían.
—Estoy segura de ello, querido. Pero la casa está en venta y no haría ningún
daño que fuerais a verla, ¿verdad? Podéis acercaros mañana por la mañana, si Lester
y Ruth no tienen inconveniente.
¿Por qué todos los hombres tenían que pensar que sus necesidades eran lo más
importante en una relación? ¿Por qué eran las mujeres las que debían adaptarse?
—Yo te he ofrecido otra: ayudarme a mí. Ocupa el lugar de las secretarias a las
que contrato dondequiera que voy. ¿Por qué te parece más importante el empleo de
Caldwell? ¿Te satisface más que estar a mi lado? —la soltó y dejó caer las manos a los
costados—. Si me quisieras, desearías venir conmigo. ¿O ese hombre decía la verdad?
¿No puedes soportar dejar a James Caldwell?
Capítulo 3
—No lo había notado. Supongo que me ha afectado ver cómo vive la otra mitad.
—Te acostumbrarás.
Si su sonrisa la calentaba, sus ojos hacían que le ardiera la piel.
—Cuando paso por Londres, me gusta quedarme aquí. Suelo vivir con las
maletas hechas. Podría funcionar igual de bien con un despacho bien equipado y un
par de empleados, pero prefiero moverme y contratar secretarias o traductores
cuando los necesito.
Se había arrodillado para quitarle los zapatos empapados y volvió a ponerse en
pie para desabrocharle la chaqueta.
—Pero lo que hagamos los dos para ganarnos la vida no importa —su mirada
era suave, sonriente, su voz baja y seductora—. Dime tu nombre.
Aquello le hizo sonreír. Era absurdo que estuvieran tan cerca y todavía no
supieran nada del otro.
—Olivia.
—Te sienta bien. Nathan Monroe. Háblame de ti —le ayudó a quitarse la
chaqueta, que se pegaba a la seda de la blusa—. Para empezar, ¿cuál es tu comida
favorita?
La joven rió con ganas.
—Oh, el helado italiano —él la conducía ya al baño, decorado en tonos azul
pálido y crema, con una bañera lo bastante grande para nadar en ella—. Y pescado
con patatas fritas, por supuesto, envueltos en papel de periódico y con abundante sal
y vinagre.
—Eso no se nota.
Miró con aprobación la longitud del cuerpo de ella.
—No me lo permito muy a menudo —sonrió la joven—. Se puede uno cansar de
lo bueno.
—En eso no estoy de acuerdo.
Su hermosa sonrisa la dejó sin aliento; sus ojos seguían mirándola y el cuerpo de
ella ardía bajo su escrutinio.
Jamás en su vida había experimentado nada tan erótico y, cuando él se volvió a
llenar la bañera, comprendió que acababan de embarcarse en un viaje que sólo podía
tener un final.
Lo observó. Nathan se había quitado ya la chaqueta y la tela blanca de la camisa
realzaba sus hombros y los músculos de sus brazos y pecho.
Debilitada por el deseo, sólo se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento
cuando él se enderezó y se aflojó la corbata.
—Métete en la bañera o te quedarás fría —avanzó hasta la puerta—. Deja fuera
tu ropa mojada. Me encargaré de que la laven.
En cuanto la puerta se cerró tras él, Olivia sintió una alegría aún más profunda.
Si Nathan hubiera decidido bañarse con ella, no podría haber hecho nada al respecto.
El hecho de que no fuera así, de que estuviera dispuesto a esperar, reforzaba su
confianza en él.
Entró en la sala envuelta en un albornoz que él había dejado preparado. Sus
pies descalzos se hundían en la gruesa alfombra.
Su boca temblaba ligeramente, sus ojos miraban con vacilación. Por primera vez
desde su encuentro, se sentía insegura, como si volviera a ser una jovencita inexperta.
¿Todo aquello había ocurrido en realidad? Algo había pasado, desde luego. Al
menos a ella. Se había enamorado en el acto de Nathan Monroe, ¿pero cómo iba él a
sentir lo mismo?
—Livvy.
Se levantó del sillón de piel y su sonrisa, la mirada de sus ojos cuando tendió las
manos, desvanecieron las dudas de ella con tanta eficiencia como disuelven los rayos
del sol la niebla de la mañana.
Se había puesto unos tejanos y un suéter de algodón negro y, como ella, iba
descalzo. La tomó en los brazos, la miró a los ojos y la besó. La besó con tal gentileza
que ella sintió deseos de gritar ante la belleza de aquel momento.
Levantó una mano para tocar su rostro, absorbiendo la esencia de él a través de
las yemas de los dedos, y él los tomó y los besó uno a uno. Olivia captó los latidos del
corazón de él contra su pecho, notó que su cuerpo se tensaba y lo vio sonreír al
tiempo que se apartaba un poco.
—Te he prometido darte de comer, querida —apretó un botón cerca de la
puerta—. Y mientras comemos, puedes contármelo todo sobre ti. Quiero saber hasta
el último detalle.
La condujo hasta una mesa ya puesta, y, antes de que ella tuviera tiempo de
admirar la delicada porcelana, la plata pesada de los cubiertos y los adornos florales,
le tendió una copa de champán y asintió al camarero que cruzaba la suite con dos
paquetes envueltos en papel de periódico.
—Me han asegurado que son el mejor pescado y patatas fritas de Londres —dijo
Nathan.
Olivia soltó una carcajada y abrió el paquete, colocado sobre un plato de
porcelana de china. Comió luego con las manos, rehusando los cubiertos. Apenas
acababa de terminar cuando le quitaron el plato para colocar un vaso de helado en su
lugar.
Cerró los ojos para saborear mejor la primera cucharada y decidió que parecía
italiano de verdad; y ella se sentía flotando en una nube de felicidad, porque él se
había tomado todas aquellas molestias por complacerla e insistido en que el
prestigioso hotel sirviera aquella comida incongruente.
—Me has hablado muy poco de ti —dijo Nathan, cuando se marchó el camarero
y se quedaron solos con el café—. Y quizá tienes razón. Lo que importa es el futuro.
Es lo más importante que tenemos.
Capítulo 4
Aquello sembró una semilla venenosa y ella debía encargarse de que no llegara
a florecer.
Saltó de la cama, buscó ropa limpia y se metió en el cuarto de baño. Nathan le
había preguntado si todas las acusaciones de Hugh eran mentira y eso la había hecho
sentirse insultada. Su culpabilidad la hacía mostrarse muy sensible, casi a la
defensiva.
Se esforzó por comprender el punto de vista de él mientras se ponía una camisa
de algodón verde y sus tejanos blancos favoritos. Se colocó unas sandalias y salió a la
cocina a preparar té.
Tarareó mientras lo hacía. Estaba contenta y adoraba aquella cocina.
—Estilo campero —recordó haber dicho ella cuando él le preguntó sus
preferencias.
—Tus deseos son órdenes —había dicho él—. Siempre conseguirás lo que
quieras.
La abrazó y ella supo que, dos segundos después de que el diseñador se
marchara, Nathan le haría el amor en el suelo desnudo de la casa, todavía sin
muebles, que iba a convertirse en su hogar.
Preparaba la bandeja del té cuando notó los brazos de él en torno a su cuerpo,
apretándola contra sí.
—Creí que estabas trabajando —volvió a medias la cabeza y la apoyó contra el
ángulo del hombro de él.
—Así era —Nathan apoyó la barbilla sobre la cabeza de Olivia mientras le
acariciaba el estómago—. Luego he tenido la brillante idea de despertarte con una
bandeja de té. Y si me dabas las gracias con calor, tal vez te recompensaría con una
repetición de lo de antes. Te has quedado dormida encima de mí, ¿recuerdas?
—Sólo después de que tus atenciones nos hubieran agotado a ambos —le
recordó ella con voz ronca.
Podía sentir ya la fuerza del deseo de él contra la parte baja de su espalda, las
caricias de las manos de él en sus pechos. Y volvía a flotar, a perderse en sí misma...
Le apartó las manos con fuerza, odiándose a sí misma por ello y apagó el agua
hirviente. Se volvió hacia él con ojos serios.
La sonrisa de él expresaba una gran confianza en su poder viril. Creía que ella
había roto la intimidad del momento para ocuparse del agua y que volvería a echarse
en sus brazos al instante.
Le tendió las manos. Olivia se esforzó en ignorarlas.
No quería hacerlo, pero era preciso.
Nathan enarcó las cejas divertido.
—¿Ya vuelves a jugar, Livvy? Sabes a dónde conduce eso, ¿verdad?
La joven negó con la cabeza; colocó un dedo sobre los labios de él para hacerle
guardar silencio y se arrepintió en el acto, ya que él le tomó la mano y le besó los
dedos.
Sería muy fácil dejar que la condujera de nuevo al mundo privado de su pasión,
a ese lugar exquisito que sólo existía para ellos, donde nada más importaba excepto
su amor, su necesidad mutua.
Pero había cosas que aclarar, cosas que deberían haber aclarado antes de ese
momento.
—Esto es serio —dijo con voz firme—. Creo que sé por qué quieres que deje mi
empleo.
—Para que pases más tiempo conmigo, con tu esposo. Me parece que ya te lo he
dicho.
Hablaba con voz seca y le soltó las manos.
—Tú no estás dispuesto a llegar a un compromiso —repuso ella—. Al principio,
eso me preocupaba porque no lo entendía. No podía creer que pudieras ser tan
arrogante.
—Créelo —su voz era fría. Apartó una silla de la mesa de pino y se sentó con las
manos cruzadas detrás de la cabeza y las piernas extendidas ante él—. Puedo ser tan
arrogante como sea preciso. Y si fuera posible encontrar un compromiso aceptable, lo
tendría en cuenta.
—Entonces piensa en esto —se sentó en el borde de la mesa, con las piernas
colgando—. Tú trabajas todo lo que puedas desde aquí, desde casa. Dijiste que era
posible, ¿recuerdas? Puedes incluso contratar una secretaria permanente en vez de
recurrir al trabajo temporal. Yo sigo con mi empleo y sólo tenemos que separarnos
cuando sea estrictamente necesario que viajes. Así los dos conseguiremos lo que
queremos.
—No. Me niego a verme encerrado en una caja —la miró con frialdad—. ¿Tienes
algún compromiso más que ofrecer?
Olivia parpadeó para ocultar el dolor que sentía. Llevaban poco más de una
semana viviendo en su maravillosa casa y él la consideraba ya una prisión. Recordó
cómo se habían divertido planeando con el diseñador la decoración antes de la boda
para que todo fuera perfecto al regreso de su luna de miel.
—Aunque pudiera ofrecerte una docena, tú no me escucharías —musitó con
voz neutra, negándose a demostrar hasta qué punto la había herido—. Y
básicamente, creo que eres un egoísta —respiró hondo—. Es por lo de Hugh
Caldwell, ¿verdad? No es mi carrera lo que te preocupa, quieres que me aleje de
James. No puedes evitar pensar que pueda haber algo de verdad en lo que dijo.
Mientras hablaba, lo observaba con atención, convencida de estar en lo cierto,
sabiendo que, de haber sido al revés, a ella le hubiera costado mucho evitar las
sospechas, apartar las dudas de su mente. Pero aun así, la furia de la reacción de él la
sobresaltó.
Capítulo 5
editorial que iba a publicar libros de autoayuda escritos por una mujer que parecía
pasar más tiempo en su casa que fuera de ella.
Sabía que el proyecto fracasaría y sospechaba que Max y la mujer eran algo más
que socios. Pero para entonces ya no le importaba. Se limitó a trabajar más.
—Mi empleo se convirtió en mi vida —explicó con sinceridad, apartando sus
pensamientos secretos—. Una huida de la realidad de lo que ocurría en el resto de mi
vida. Y James se mostró... —buscó la palabra que pudiera ofenderle menos—
comprensivo. No sé cómo habría sobrevivido al periodo posterior a la muerte de
Max sin él.
La verdad podía herir. Vio una chispa de dolor en los ojos de Nathan y se culpó
a sí misma por el desastre que había sido su vida anterior, un desastre que
mancillaba todavía su relación con la única persona que la había querido de verdad.
—Debiste amar mucho a Max —dijo él.
Olivia lo miró confusa. Su marido no comprendía nada. Por otra parte, ella no
se lo había contado todo.
—Una vez creí quererlo —admitió—. Estaba lleno de vida y entusiasmo. Pero
era incapaz de encauzarlo en la dirección correcta. Al menos, eso es lo que yo creo.
Hacia el final, ambos nos teníamos una antipatía profunda.
—No me lo habías dicho.
Su voz se había suavizado. Se acercó a ella, le tomó las manos y la ayudó a
incorporarse para abrazarla.
La joven sintió deseos de llorar. Se apoyó contra él, aferrándose a su fuerza.
Nathan no sabía lo peor de todo aquello. Desconocía lo peor de ella y esperaba que
así fuera siempre.
—Comprendo que no quieras hablar en público de un matrimonio desastroso,
cariño, pero se trata de mí, ¿recuerdas? No vuelvas a cerrarte de ese modo conmigo.
¿Me lo prometes? Malo o bueno, quiero saber todo lo que haya que saber sobre ti.
Valoro las cosas que puedan acercarnos.
Se sentó con ella en su regazo.
—Supongo que he exagerado la situación como un idiota. Por primera vez en
mi vida, no podía controlar mis emociones. Pero es que tú me afectas mucho. El mero
hecho de oír tu nombre emparejado con el de otro hombre me puso furioso. Y tu
desgana a dejar el empleo lo empeoró todo aún más. ¿No lo comprendes? Y con esto
no pretendo excusar mi comportamiento, sólo explicarlo. ¿Me perdonas?
Olivia asintió, demasiado emocionada para hablar. Nathan le abría su corazón,
era lo bastante fuerte para admitir su debilidad. Probablemente nunca antes había
sentido celos de nadie y le costaba trabajo controlarlos.
Le echó los brazos al cuello, pero él le tomó las manos y las sujetó contra su
pecho, creando así una pequeña distancia entre ellos que le permitía observar su
expresión.
—Trabajaré hasta que... —trató de ignorar las caricias de él sobre sus pechos
desnudos, pero le resultó imposible—. Trabajaré un mes para buscar a alguien. Es lo
justo.
—Hecho.
El hombre bajó lentamente la cabeza morena...
Pero Nathan tenía razón. Ya no lo necesitaba. Tenía su amor y lo tenía a él. Y eso
era lo único que necesitaba por el momento.
No obstante, no sería fácil decírselo a James. Tenía ya bastantes problemas con
la compañía y con su vida personal para tener que dedicarse además a buscar un
asistente personal.
Tomó la carpeta y salió por la puerta que conectaba sus despachos. No llamó
antes; jamás había habido ceremonias entre ellos. Podía ser su jefe y un hombre
bastante poderoso, pero ante todo era su amigo.
Encontró a James en su silla de cuero. De espaldas a ella, miraba la vista
panorámica de Londres desde la ventana. La joven pronunció su nombre y él se
volvió con una leve sonrisa en su cansado rostro.
Atractivo al modo clásico, sólo tenía cuarenta años, cuatro más que Nathan.
Pero aquella mañana parecía el padre de su marido. Su sonrisa no podía ocultar la
ansiedad de sus ojos.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, con miedo—. ¿Se trata de Vanessa?
Olivia era la única persona de la compañía que sabía que su esposa estaba de
nuevo embarazada. Vanessa había insistido en ello. Después de dar a luz a un niño
muerto y tres abortos, creía que, cuanta menos gente lo supiera, mejor.
—No, gracias a Dios. Vanessa está bien, aunque aburrida de tanto descanso y
revisiones médicas. Y tiene miedo, por supuesto, aunque procura ocultarlo —apoyó
las manos sobre la mesa y se puso en pie—. Se trata de Hugh —apretó los labios—.
Al fin lo ha estropeado todo.
Olivia temió por un instante que hubiera oído los rumores que se dedicaba a
difundir su hermano. Eso era lo último que necesitaba en ese momento. Si Vanessa se
enteraba, aquello la destruiría. Había llevado durante meses una vida de inválida y,
en su estado, podía resultarle fácil creer los rumores. Además, una alteración
emocional de ese tipo podía ser peligrosa.
Afortunadamente, ése no parecía ser el problema. James le hizo señas de que se
sentara y llamó a Molly para que les llevara café.
—Necesito algo de cafeína —sonrió débilmente—. Hugh nunca ha trabajado
mucho —admitió—. Yo siempre lo he tapado, no me preguntes por qué. Supongo
que porque somos familia. Pero...
Se interrumpió al ver que Molly entraba con la bandeja y sólo continuó cuando
la secretaria salió de la estancia.
—Ya sabes que estamos perdiendo encargos. Lo sabe toda la compañía. Tenía
mis sospechas y ordené algunas investigaciones mientras estabas fuera —aceptó el
café que le tendió ella—. Ha estado aceptando sobornos de nuestros competidores y
elevando sustancialmente nuestros precios para asegurarse de que los encargos iban
a parar a ellos.
—¡Eso es terrible! —exclamó Olivia, atónita.
Siempre había sabido que Hugh Caldwell era un gusano, un celoso patológico
de los logros de su hermano mayor, de su aspecto, de su riqueza personal, pero
resultaba increíble que hubiera caído tan bajo.
James asintió; apretó la taza con ambas manos como si necesitara el consuelo de
su calor.
—Esta mañana a las seis he recibido la confirmación irrefutable —empujó un
fax a través de la mesa con la punta de un dedo, como si no quisiera tocarlo—. Lo he
llamado y le he dicho que viniera enseguida. Ha intentado negarlo, pero le he
mostrado las pruebas y le he dicho que había terminado aquí.
Olivia pensó que ésa era la mejor noticia que James podía dar a la Junta
Directiva. Hugh Caldwell había sido un estorbo durante muchos años. Pero no podía
decir aquello en voz alta. James estaba muy afectado por la perfidia de su hermano y
había algo más que ella necesitaba saber.
—Dices que esto ha durado algún tiempo. ¿Por qué no me dijiste nada la
semana pasada?
—¿Y preocuparte tanto como lo estaba yo? —sonrió con calor—. Acababas de
volver de tu luna de miel, radiante y llena de alegría. No quería estropeártelo. Preferí
esperar a tener pruebas.
Olivia se estremeció en su interior. Hugh Caldwell había estado a punto de
estropear aquella alegría con sus viciosas mentiras. Pensó que quizá debía advertir a
James de los rumores que empezaba a circular, pero decidió no hacerlo. Ya tenía
bastantes problemas sin eso.
—De todos modos —dijo él, dejando la taza vacía en la bandeja—, tenemos una
mañana muy atareada por delante. Debemos trabajar en el trato con Rossi,
asegurarnos de que Hugh no lo ha estropeado y organizar una reunión con los jefes
de departamento. ¿Quieres convocarla para las diez? Cerciórate de que asisten todos.
Tendremos que nombrar otro director de ventas. El joven Foster, quizá, ¿o tal vez
Liam Griffiths? ¿O sería mejor alguien de fuera? Tenemos que pensarlo y estar
seguros de no meter la pata esta vez, así que, hasta que hayamos conseguido el
negocio con Rossi, nos ocuparemos de eso tú y yo.
Olivia se quedó fría. Se levantó con rodillas temblorosas. Dejó la carpeta sobre la
mesa y tomó la bandeja para salir a su despacho a organizar la reunión.
—Tendrás que buscar también un asistente personal —dijo con
remordimientos—. Lo siento, James. Sé que es un mal momento, pero Nathan viaja
por todo el mundo y los dos queremos estar juntos —lo miró a los ojos—. Trabajaré
un mes más, desde luego, y confío en que podamos arreglarlo todo antes.
—No lo creo —miró la carpeta de Rossi—. Si no conseguimos ese pedido
italiano y logramos fortalecer el negocio, estaremos en la ruina. No será sólo cuestión
de despedir a parte del personal, sino de vender.
—No tenía ni idea.
Olivia volvió a sentarse. Se sentía dividida. Sabía que habían tenido menos
pedidos, pero desconocía la magnitud del desastre. Habían ocurrido muchas cosas en
los dos meses que había pasado fuera.
—Todo se complicó mientras estabas de luna de miel —admitió James—. Y
tendremos que trabajar como mulas para volver a la normalidad —la miró a los
ojos—. Escucha, confío en ti. Tú eres mi mano derecha; conoces este negocio tan bien
como yo. Te necesito, Li. Si queremos salir de ésta, te necesito a mi lado. ¿Puedes
ampliar ese mes a seis? Para entonces, con tu ayuda, todo volverá a estar en su sitio.
¿Qué podía decir? La joven se mordió el labio inferior y suspiró. Habían
trabajando en equipo durante mucho tiempo. Y Vanessa y él habían estado a su lado
después de la muerte de Max, la habían ayudado a superarla y mantener la cabeza
alta. Y antes de eso, mucho antes, cuando ella era una humilde secretaria en el
departamento de contabilidad, James percibió su potencial y la alentó a estudiar,
ascendiéndola poco a poco hasta su puesto actual.
¿Cómo iba a dejarlo plantado en ese momento?
Cerró los ojos un instante. Nathan y ella tenían el resto de su vida para estar
juntos. ¿Qué eran seis meses más o menos? Su marido lo comprendería cuando le
explicara la situación.
—Seis meses —asintió, con la esperanza de estar haciendo lo correcto—. Estoy
en deuda contigo.
James la miró aliviado y ella se levantó y volvió a tomar la bandeja, mientras se
preguntaba cómo iba a contarle a Nathan el cambio de planes y se decía que él lo
comprendería. No tenía más remedio. No era un niño que fuera a pillar una rabieta si
no conseguía lo que quería.
La reunión de dos horas fue bien; discutieron el mejor modo de reajustar los
departamentos y conseguir nuevos pedidos y los directores salieron con rostro serio
para llevar la noticia a sus respectivos departamentos.
Cuando regresó a su despacho, James abrió la carpeta de Rossi.
—¿Empezamos con esto? —preguntó—. Foster tendrá que revisar los costes y
descubrir si Hugh los ha inflado.
Olivia acercó la silla al escritorio de él, abrió su cuaderno de notas y ambos
empezaron a trabajar; tan absortos estaban que olvidaron la hora hasta que se abrió
la puerta del despacho y Nathan dijo con frialdad:
—No había nadie fuera. Espero no molestar.
Olivia levantó la vista con el corazón latiéndole con fuerza, incapaz de evitar
que un rubor culpable cubriera su rostro. Una rápida mirada al reloj del escritorio le
dijo que debería haberse reunido con él media hora atrás. Se sentía fatal.
—Lo siento, Nathan. Ha surgido algo.
No pudo evitar ponerse en pie de un salto, aunque sabía que aquella prisa la
haría parecer aún más culpable. Vio la escena a través de los ojos de él: los dos
sentados juntos, con las cabezas juntas inclinadas sobre los papeles.
Pero su disculpa no obtuvo ningún efecto. Los ojos grises de Nathan la miraron
con frialdad. La joven se apresuró a presentarlos.
—Monroe —James se levantó sonriente y le tendió la mano—. Me alegro de
conocerlo al fin, aunque esté intentando apartar a Liv de mí.
La joven pensó que aquello no era lo mejor que podía haber dicho, dadas las
circunstancias. Pero James no tenía por qué saberlo. Nathan se acercó a estrecharle la
mano, cosa que hizo con una brevedad insultante.
—No lo intento, Caldwell —corrigió—. Ya lo he conseguido. Dentro de un mes,
mi esposa será sólo un recuerdo aquí.
James pareció sorprendido. No podía comprender aquel antagonismo e
ignoraba por completo las mentiras que Nathan había oído. Tampoco podía saber
que aquel hombre sentía celos de él, celos que la joven había alimentado al olvidarse
así de la hora. Pensó que debía haberle contado a James las calumnias de Hugh.
Pero ya era demasiado tarde. Los dos hombres se miraban y James le diría en
cualquier momento que estaba equivocado, que había convencido a Olivia para que
se quedara seis meses más.
—Tenemos que darnos prisa —tomó el brazo de Nathan con fuerza—. He
reservado la mesa de costumbre. No nos la guardarán indefinidamente.
Sabía que hablaba con rapidez. Sus ojos suplicaron a James que guardara
silencio y su mano tiró del brazo de Nathan, pero no sintió ningún alivio cuando él se
volvió y la siguió fuera. La comida con su esposo no sería un asunto cómodo.
Se sentía como si estuviera a punto de entrar en una zona de guerra.
Capítulo 6
Capítulo 7
—Yo no, pero tomadlo vosotros. Os ayudaré a quitar los platos y me iré a la
cama. Mañana tengo un día atareado.
Olivia rehusó su oferta de ayuda.
—No es necesario. Lo único que tengo que hacer es meter esto en el lavaplatos.
Sonó el teléfono. Nathan fue a contestar.
—Si necesitas algo, sólo tienes que pedirlo. Desayunaremos todos juntos a las
ocho —dijo la joven.
—Es para ti —le informó Nathan.
Le tendió el teléfono con aire sombrío.
Era James.
—Escucha, Livvy, siento pedirte esto, ¿pero puedes ir a quedarte con Vanessa?
Sólo hasta que yo llegue. Estoy en Birmingham y salgo ahora para allá. Ya he salido
del hotel.
Su voz sonaba muy preocupada y, antes de que pudiera rehusar amablemente,
ya que no quería aplazar su conversación con Nathan por nada en el mundo, se vio
obligada a preguntar.
—¿Estás bien?
Vanessa siempre se ponía nerviosa cuando estaba embarazada y James se
alejaba de casa. Antes de conocer a Nathan, Olivia solía quedarse a veces con ella, en
parte porque le caía bien y le preocupaba también su embarazo y en parte porque les
debía mucho a James y a ella.
—¿Yo? Sí —no parecía muy seguro—. Se trata de Vanessa. La he llamado hace
diez minutos y estaba llorando. Ha sangrado un poco. El médico va de camino y
estoy seguro de que insistirá en ingresarla. No quiero que esté sola si ocurre lo peor.
Se lo pediría a su hermana, pero está con su familia en Normandía. Y Vanessa te
prefiere a ti.
Olivia sintió un frío repentino. Si Vanessa perdía también aquel niño, se
derrumbaría por completo. Por el rabillo del ojo, vio que Angela se despedía con la
mano y le daba las buenas noches. Cuando se quedaron solos, notó la mirada
vigilante de Nathan.
—Voy para allá —dijo, de todos modos, consciente de que no podía hacer otra
cosa.
—¿Qué ocurre? ¿No puede dejarte en paz cinco minutos? —la miró con aire
amenazador—. Si cree que mi esposa va a salir corriendo cada vez que silba, ya
puede olvidarlo.
—No voy con él —repuso la joven, nerviosa. Se pasó los dedos por el pelo—. Es
Vanessa, su esposa. Está embarazada y...
—Deberías tomar notas para asegurarte de no confundir luego tus historias.
Recuerdo que me dijiste que estaba enferma.
Se metió las manos en los bolsillos y sonrió con una sorna que indicaba que no
pensaba creer nada de lo que dijera.
—¿Desde cuándo se considera el embarazo una enfermedad? ¿Y qué tiene eso
que ver contigo?
—¿Por qué nunca me escuchas? —preguntó ella con voz ronca e inestable—.
¡Siempre te apresuras a sacar conclusiones!
Se volvió hacia el teléfono y marcó el número de una compañía de taxis, pero la
mano de Nathan le quitó el auricular y lo colgó.
—Vale, te escucho. Pero antes de que se te ocurran un centenar de razones para
pasar el resto de la velada con James Caldwell, quizá debas saber que son las últimas
horas que estaremos juntos en bastante tiempo. Mañana por la mañana salgo de
viaje.
Olivia no esperaba que fuera a marcharse tan pronto. Sabía que estaba deseando
volver a su vida normal de trabajo y consideraba que seis meses era demasiado
tiempo para pasarlo encerrado en su casa. En cierto modo lo entendía, pero lo de que
se marchara al día siguiente... Y Vanessa corría el peligro de tener otro aborto, la
esperaba y necesitaba su apoyo...
—¿Y bien? —preguntó Nathan con dureza, recordándole que seguía esperando.
Olivia sintió que no podía respirar. Se estremeció ante la enormidad de lo que
parecía estar ocurriendo entre ellos.
—No tengo intención de pasar el resto de la velada con James —dijo con voz
densa—. Me ha llamado desde Birmingham y ha salido ya hacia aquí —se encogió de
hombros con impotencia—. Y para las mujeres como Vanessa, el embarazo es una
especie de enfermedad. Los dos desean hijos, pero ya ha tenido tres abortos y un
niño muerto.
Respiró hondo.
—Esta vez está guardando reposo y todo parecía ir bien hasta hoy —lo miró con
tristeza—. El doctor va de camino. James está seguro de que querrá hospitalizarla.
No hay nadie más que pueda acudir a su lado.
Observó con ansiedad el rostro duro de él.
—Si me dices que no vaya, si dices que yendo arruinaré nuestro matrimonio,
me quedaré. Pero si no puedes creer que no salgo corriendo a una cita con James,
entonces no hay mucha esperanza para nosotros, ¿verdad?
Nathan la miró largo rato.
—Busca tus cosas —gruñó al fin—. Yo te llevaré.
—Puedo llamar a un taxi. Has bebido vino —le recordó ella, temblorosa.
Odiaba sentirlo tan distante. Odiaba la dureza con que la miraba.
—Un vaso de vino con la cena no cuenta. Dime a dónde vamos.
—A Belgravia —musitó ella.
—Estoy segura de que esta vez todo irá bien —aseguró Olivia, repitiendo las
palabras que había dicho el médico en la clínica privada—. Está en las mejores manos
y sólo faltan dos meses más.
Estaba tan cansada que apenas podía mantener los ojos abiertos. Amanecía ya
en la ciudad.
—Espero que estés en lo cierto —murmuró James, con los dedos rígidos en el
volante y el rostro gris de fatiga—. Me destroza verla sufrir así. No puedo soportar
pensar lo que ocurrirá si pierde este niño. ¡Me siento tan inútil!
Los ojos de Olivia se llenaron de lágrimas compasivas.
—Ahora no tiene dolores —musitó—. Y eso es una buena señal. Y tú no eres un
inútil. No pienses en ello. Siempre estás a su lado y eso es lo que cuenta.
—Anoche no estaba —replicó él—. Y gracias por dejarme una nota diciéndome
que estaba en la clínica. Gracias por todo. Me ha dicho que empezó a sentirse mucho
mejor desde que llegaste. No me ha gustado tener que llamarte, pero no se me
ocurría nadie más.
—Gracias de nuevo por todo —su rostro seguía gris por la fatiga, pero sus ojos
azules sonreían—. Tómate la mañana libre y procura dormir. Déjame a mí.
Le apartó las manos y le desabrochó el cinturón. Olivia salió del coche y creyó
ver una cortina moverse en una ventana de arriba, pero no estaba segura.
Cuando entró, todo estaba en silencio, así que supuso que lo había imaginado
todo. Se quitó los zapatos y subió las escaleras en silencio. Entró en el dormitorio y se
desnudó en la oscuridad.
No tenía energías para ducharse. Su cuerpo esbelto temblaba por efecto de la
tensión. Apartó el edredón y se metió a su lado, rogando que no se despertara.
Nathan tiró de ella, apretó su cuerpo desnudo contra el de él y enterró el rostro
en la nube perfumada de su pelo al tiempo que le separaba los muslos con la rodilla
y la besaba con fuerza.
Olivia lo abrazó, captando la tensión que embargaba su cuerpo, la necesidad
que lo poseía.
—Nathan...
—No, no digas nada. Abrázame. Necesito que me abraces.
La joven obedeció, acariciando sus hombros, notando los pequeños temblores
que recorrían su cuerpo. Cerró los ojos y él le cubrió el cuello de besos.
Lo sentía vulnerable, inseguro; las dudas disminuían su arrogancia. Luchaba
por creer en su amor, en su fidelidad, combatiendo el veneno de las calumnias de
Hugh, pero ella, sin proponérselo, había hecho aumentar aún más sus recelos.
No tenía derecho a hacerle aquello; no había sido su intención. Nada de aquello
había sido calculado. Simplemente había ocurrido... la crisis en el trabajo... los
problemas de Vanessa.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Te quiero, te quiero —dijo con fiereza.
Nathan saboreó la sal en su piel y la tensión lo abandonó, como si las lágrimas
de ella la hubieran lavado; la abrazó con gentileza y le besó el rostro. La sostuvo así
hasta que ella, agotada, se quedó dormida.
Cuando se despertó, estaba sola. Y supo que él se había marchado.
Capítulo 8
NATHAN ha dicho que te dejara dormir porque habías estado levantada toda
la noche ayudando a una amiga, pero pensaba llevarte un café. No me parecía bien
que te despertaras y encontraras la casa vacía. Podemos desayunar juntas ahora que
has bajado. Él ha salido para el aeropuerto hace un par de horas.
Olivia observó a su suegra preparar café y cortar pan para hacer tostadas. En
cuanto se despertó, supo que él se había marchado. La casa tenía ese vacío especial
que sólo se producía cuando Nathan no estaba.
Pero intentó mostrarse animosa y despreocupada.
—Tiene una reunión de negocios en Hong Kong.
Y se había marchado sin despedirse de ella, sin molestarse en dejarle una nota
diciéndole cuándo volvería. Eso le producía un dolor intenso.
—Sí, ya me lo ha dicho —Angela metió el pan en el tostador—. ¿Y cuándo
volverá?
Olivia se movía por la cocina preparando la mesa.
—No lo sé.
Captó la mirada de preocupación de su suegra y trató de arreglarlo.
—No estaba seguro. Depende de cómo vaya la reunión.
Angela Monroe había sido una mujer feliz en la boda de su único hijo. El
matrimonio implicaba asentarse, echar raíces, formar una familia. El matrimonio, al
menos en su mente, conseguiría que su hijo se instalara en un sitio. Olivia no quería
romper aquellos sueños.
—Tiene que medir bien sus prioridades —gruñó Angela—. Y se lo he dicho. Ha
salido corriendo para el aeropuerto sin ni siquiera tomar una taza de café. Le he
dicho que no podría hacer eso cuando hubiera un niño en el cuarto de al lado. Que tú
no querrías. Y deberías haber visto cómo me ha mirado.
Colocó la tostada en un plato y sirvió café. Olivia tuvo que apretar los dientes
para reprimir la tentación de decirle que dejara de entrometerse en sus cosas. La
apreciaba demasiado para empezar algo que podía fácilmente terminar en una pelea
familiar.
Le hubiera gustado tener hijos suyos, crear con él una unidad familiar feliz que
la compensara de todo lo que se había perdido. Pero estaba dispuesta a cambiar todo
aquello por la posibilidad de estar a su lado donde fuera.
Quería explicarle todo aquello, pero él no estaba allí. Y quizá el daño ya estaba
hecho. Sus dudas y sospechas, la vena posesiva que sólo había hecho acto de
presencia en los últimos días, podían haber dañado ya su relación para siempre.
—Necesita un empujón —comentó Angela; se sentó a la mesa y untó su tostada
de mantequilla y mermelada—. Vamos, no me digas que tú tampoco desayunas. Ese
color rosa pálido te sienta muy bien.
—¿En serio?
Olivia miró su bata de seda como si no la hubiera visto nunca. No le interesaba
si le sentaba bien aquel color o no. Tampoco le interesaba comer, pero se sentó y
movió el café con la cucharilla.
—Lleva demasiado tiempo haciendo todo lo que le apetece —prosiguió su
suegra—. Y es tan testarudo como una mula. ¿Y sabes por qué lo hace? Porque
considera que cualquier persona que haya nacido con sus privilegios, en una familia
acomodada, y recibido una educación de primera clase, puede llegar
automáticamente a la cima de su profesión. Por eso tiene que demostrarse a sí mismo
que podría haber llegado igual fueran cuales fueran sus circunstancias. Y para eso
tiene que estar siempre varios pasos por delante de los demás. Si no tiene cuidado, se
convertirá en una obsesión y nunca tendrá tiempo para nada más. Es ridículo.
Olivia no estaba de acuerdo. Tal vez no fuera acertado, pero no era ridículo.
Comprendía bien lo que lo impulsaba. ¿Acaso no había ella hecho lo mismo a su
modo? ¿Esforzarse por conseguir toda la seguridad que pudiera a pesar del precio
emocional que pudiera costarle?
Sintió un nudo de culpabilidad en el estómago y apartó aquellos recuerdos de
su mente. Mordió su tostada y sonrió
—¿No deberías estar de compras?
Angela miró su reloj.
—He pedido un taxi para las diez para ir a Harrods. Hay tiempo de sobra para
que me cuentes quién es la amiga que tenía problemas esta noche.
—La esposa de mi jefe. Han tenido que hospitalizarla y él estaba fuera en viaje
de negocios —dijo Olivia con rapidez.
No quería entrar en detalles. Cuando Angela sacaba el tema de los niños, no
paraba nunca.
A pesar de que apreciaba a su suegra, deseaba que se marchara pronto.
Necesitaba tiempo a solas antes de ir a la oficina, tiempo para aclarar su cabeza y
aceptar, si podía, el modo en que se había marchado Nathan sin despedirse. Y eso le
recordó...
—Necesitas una llave de la puerta —dijo, cambiando de tema—. Puede que
vuelvas antes que yo. Y no quiero que tengas que quedarte fuera.
Hablaba con un ligero acento. ¿Australiano quizá? Olivia frunció el ceño, miró
el papel que tenía en la mano, enojada consigo misma por haber confundido el
número de la habitación.
Pero no era ningún error, a menos que lo hubiera anotado mal. Tragó saliva y
dijo con ligereza:
—Supongo que lo he escrito mal. Siento haberla molestado. ¿Puede volver a
pasarme con recepción? Estoy intentando hablar con Nathan Monroe. Se hospeda
ahí.
—Ésta es su habitación.
La voz de la mujer era ya brusca y eficiente, como si al fin se hubiera despertado
por completo.
—¿Quién le digo que llama?
—Su esposa —gritó Olivia, incrédula.
Colgó el teléfono con brusquedad y miró confusa el instrumento. Entonces
empezó a temblar y descolgó el auricular. No quería que llamara él para ofrecerle
explicaciones estúpidas. En ese momento no podría soportarlo. Entró en el cuarto de
baño y vomitó la cena.
Pasó el resto de la noche pensando en un futuro tétrico, sin saber lo que iba a
hacer, cómo iba a arreglárselas sin la magia de sentirse amada, de corresponder a ese
amor, de sentirse segura y feliz.
Todo había sido una cruel ilusión. Ambos sabían muy poco del pasado del otro.
Nathan recelaba de ella y nada de lo que había dicho o hecho había conseguido
eliminar sus dudas.
¿El pasado de él incluía una mujer que le calentara la cama en todas las
ciudades por las que pasaba? ¿Le costaba trabajo abandonar los viejos hábitos? Nada
podría convencerla de que la mujer tenía un motivo aceptable o inocente para estar
en su habitación a las siete y media de la mañana. Ni por la hora ni por el tono
primero de su voz: espeso por el sueño o por algo más íntimo.
Y aquello era demasiado doloroso para vivir con ello.
—Menos mal que eso está arreglado —murmuró James con alivio cuando
despegó el avión del aeropuerto de Pisa—. Necesitábamos ese pedido. Temía que
consideraran el precio enviado por mi hermano como un intento deshonesto por
parte de la compañía. A Sacchetti no le resultó fácil convencerse de que no habíamos
tratado de tomarlos por tontos y cambiado de idea cuando comprendimos que irían a
otro sitio, como han hecho tantos.
—Pero la excusa del error en el ordenador del departamento de ventas lo calmó
bastante.
Capítulo 9
—SÍ —DIJO Olivia con rigidez—, aunque quizá no tanto como el tuyo.
Entró en la casa con la maleta en la mano. La dejó en el vestíbulo y se volvió
hacia él con la barbilla levantada y los ojos brillantes. Desgraciadamente, había
optado por volver a casa justo cuando ella estaba de viaje con James, y estaba
sacando todo el provecho posible de la situación, olvidando sus propios pecados.
Pero ella no iba a tolerarlo.
Nathan estaba apoyado contra la puerta cerrada, con los brazos cruzados sobre
el pecho. Parecía peligroso, vestido completamente de negro.
—Te negaste a hablar conmigo por teléfono. ¿Qué ocurrió? Te faltó valor en el
último momento, ¿verdad? ¿No te atreviste a decirme que ibas a salir de viaje con
Caldwell?
Aquello la dejó sin aliento y sin habla. ¡Daba la vuelta a la situación e ignoraba
el hecho de que ella había hablado con su compañera de cama!
Apretó los labios y respiró hondo por la nariz, luchando por encontrar alguna
frase coherente en el torbellino emocional que pasaba por su cabeza.
Le hubiera gustado pegarle.
—Llego a casa esta mañana, te llamo al despacho para darte la noticia —apretó
la boca con cinismo—, y tu secretaria me dice que llevas tres días en Italia con tu jefe
—hablaba con amargura—. ¿No podías desaprovechar la oportunidad? Su esposa
estaba en el hospital y tu marido en el otro lado del mundo. ¿Por qué te molestaste en
llamarme, si no tenías intención de hablar conmigo? ¿Querías comprobar que seguía
allí y no estaba de camino a casa?
La miró con dureza.
—No me extraña que te muestres tan reacia a dejar tu precioso empleo. Un
marido rico que te da seguridad y cuyo trabajo le obliga a pasar mucho tiempo fuera,
dándote la oportunidad de estar a solas con tu amante.
—¡Eres un cerdo! —gritó ella con fiereza—. Ha sido un viaje de negocios, nada
más.
Entró en la cocina con piernas temblorosas. Colocó las manos sobre la mesa y
apoyó el peso en los brazos.
Su matrimonio se derrumbaba y no podía creerlo. Deseaba hacerse un ovillo,
cerrar los ojos y no tener que pensar en ello, pero sabía que era preciso que lidiara
con lo que estaba ocurriendo.
El no haberle dicho a James que pensaba marcharse a finales de mes, como
había pensado hacer, la consoló un tanto. Iba a necesitar la seguridad de su trabajo
probablemente más aún que cuando vivía Max.
Nathan la siguió, demasiado furioso para dejar el tema. Olivia quería estar sola,
pero él no se lo permitía. Se sentía sin fuerzas y buscó una silla, temblorosa. Se dejó
caer en ella y se llevó una mano a la garganta.
El hombre se acercó a ella instintivamente, con una chispa de preocupación en
los ojos.
—¿Estás enferma?
Olivia ignoró la pregunta.
—¿Quién era la mujer? —inquirió con voz pastosa.
—¿Qué mujer? —repuso él con impaciencia.
La joven achicó los ojos. ¡Fingía que no comprendía de qué le hablaba! Sintió
una furia repentina, que se sobrepuso a su debilidad.
—La mujer que estaba en tu hotel a las siete de la mañana, ésa. La mujer que
hablaba como si acabara de salir de tu cama.
—Ah, ahora comprendo —se quedó muy quieto y luego metió las manos en los
bolsillos de los tejanos negros—. Mi secretaria —casi sonrió—. ¿Quién iba a ser?
—Dímelo tú.
—Estás celosa —se sentó frente a ella y la miró con fijeza. Olivia apartó la vista.
Nathan le leía el alma, descubriendo sus secretos, notando su dolor—. No es
importante, nadie que deba preocuparte.
Le tocó la mandíbula con las yemas de los dedos y la obligó a mirarlo.
—La contraté en la agencia que utilizo siempre que voy allí. Es una secretaria de
primera. Tú podrías haber estado en su puesto, de no haberte mostrado tan decidida
a quedarte con Caldwell.
Volvía a dar la vuelta a las cosas y culparla a ella de todo. La joven apretó los
dientes.
—¿Secretaria? ¿Me pides que crea que estaba trabajando a las siete y media de
la mañana? ¿Habla siempre como si acabara de salir de la cama de su jefe? ¿Esperas
que crea que había una razón inocente para que estuviera en tu habitación a una hora
en que todas las mujeres trabajadoras que conozco están metidas en su cama?
Levantó las manos y apartó los dedos de él, levantando la voz casi al borde de la
histeria. Pero él le tomó las manos.
—Estás fría. Hace calor y tú tienes frío. Debes estar enferma.
Su voz era suave, cariñosa. Conseguía que se sintiera inepta y anhelara olvidar
todo aquello, enterrarlo donde jamás pudiera salir de nuevo a la superficie y buscar
consuelo en sus brazos.
Tenía un nudo en la garganta y no podría haber hablado aunque hubiera
encontrado algo que decir.
—Sí, espero que me creas —dijo él—. Igual que tú esperas que crea que tu
estancia en Italia con Caldwell ha sido sólo un viaje de negocios.
Olivia lo miró angustiada. ¿Podía creerlo? ¿Podía creerla él? Era una cuestión de
confianza para los dos.
Una cuestión a la que tendría que responder. Pero todavía no. En ese momento
no podía lidiar con la enormidad de todo aquello. Y aunque hubiera podido, él no
parecía dispuesto a dejar que lo hiciera.
—Estás agotada.
Se puso en pie y tiró de ella. Dio la impresión de que fuera a tomarla en sus
brazos y luego pareció pensárselo mejor. Su boca sonreía, pero en sus ojos no había
ni rastro de esa sonrisa.
—Dúchate y métete en la cama. Te llevaré una bandeja con la cena. Creo que los
dos necesitamos descansar.
Mientras subía las escaleras, Olivia pensó que aquello era justamente lo que
James le había aconsejado. Sólo que él no podía haber imaginado que fuera a hacerlo
en circunstancias tan tristes.
Recordó su incomodidad cuando se percató de que Nathan lo había visto
besarla. Había sido sólo un beso cariñoso entre viejos amigos, ¡pero cómo deseaba
que no lo hubiera hecho! Esa sencilla caricia había añadido combustible a las ascuas
de los recelos de Nathan.
Al salir de la ducha se preguntó por qué no podría ser más sencilla la vida. En
otro tiempo le había parecido gloriosa y maravillosamente simple. Sólo contaban
Nathan, ella y su amor mutuo, ese amor mágico que había prendido en un instante,
dejándolos incapaces de resistirse el uno al otro.
Todo parecía perfecto y sencillo en aquellos días. Lo único que necesitaban era
estar juntos y quererse.
Y todo se había estropeado, formando una maraña de preguntas que no tenían
respuesta, sospechas que no podían hacer desaparecer, comportamientos que no
podían explicarse ni aceptarse...
Suspiró, anhelando aquellos tiempos felices, y buscó un camisón que
sustituyera la toalla que cubría su cuerpo todavía húmedo.
El problema era que, cuando aceptó la proposición de matrimonio de Nathan,
tiró sus viejos pijamas y camisones de algodón, que sustituyó alegremente por
prendas sensuales de seda y encaje en un esfuerzo por complacerlo.
Apretó más la toalla en torno a su cuerpo, temblando. Sabía de dónde procedía
su miedo. Su cuerpo podía anhelar el éxtasis maravilloso de su relación sexual, pero
su mente sabía que sería peligroso.
Si hacían el amor, no podría evitar pensar en aquella mujer, preguntarse si
Nathan habría dicho la verdad, si habría disfrutado con su secretaria tanto como con
ella, cuál de las dos merecía mejor nota en una escala del uno al diez.
¡Y él podría pensar las mismas cosas de James y ella!
Cerró el cajón de mal humor, negándose a ponerse nada que excitara el deseo
de él.
Nathan siempre se acostaba desnudo, pero tenía pijamas. Los encontró y se
puso uno. Era demasiado grande y se subió los pantalones con una mano para
meterse en la cama; estaba tapándose hasta la barbilla cuando él entró en la estancia.
—Mueve las piernas.
Se sentó en el borde de la cama, con la bandeja entre ambos. Había llevado
huevos revueltos, tostadas y dos vasos grandes de vino tinto.
Olivia bajó la vista, súbitamente avergonzada, negándose a mirarlo. Al menos
no había hecho comentarios sobre el pijama y le estaba agradecida por ello, aunque
sabía que lo habría hecho si todo hubiera sido normal entre ellos. En ese caso le
habría pedido que se lo quitara.
Tenía la impresión de que fueran dos extraños que no se conocían y se trataban
con cautela, una sensación que se incrementó más aún a medida que él le hablaba de
su viaje.
—Tendré que volver pronto —dijo—. He dejado algunos cabos sueltos. Vine de
inmediato cuando Sasha me dijo que mi esposa había llamado y no había dejado
mensaje —añadió.
Olivia tragó saliva con tristeza. Ya conocía su nombre. Un nombre sensual que
encajaba bien con su voz.
—¿Por qué te marchaste sin despedirte? —preguntó, sin saber muy bien por qué
lo hacía.
No quería volver a sacar ese tema; necesitaba dormir, despertarse descansada,
con la cabeza despejada para poder pensar y aclarar lo que estaba ocurriendo entre
ellos. Pero eso no le impidió continuar.
—No me llamaste en una semana. Tenía la impresión de que me habías
olvidado.
—¿Acaso haría yo eso? —sonrió—. Estaba molesto porque tú habías pasado, no
sólo la velada, sino la noche entera con tu... tus amigos —se encogió de hombros—.
Necesitaba tiempo para superar mi malhumor, nada más. ¿Por qué no comes?
Daba por zanjado el tema sin más ni más. Olivia lo miró desorientada. La
aparente ligereza de él no era real.
Se había marchado sin despedirse y regresado para acusarla de cosas increíbles.
Y de repente había cambiado. Actuaba como si no hubiera ocurrido nada. La trataba
como si fuera una hermana que necesitara sus cuidados.
Aquella impresión se intensificó cuando él tomó un tenedor de huevo y se lo
acercó a la boca, obligándole a comerse al menos la mitad de lo que había en el plato
y haciéndola sentirse como una idiota. Luego la observó beber parte del vino antes
de retirar la bandeja y entrar en el cuarto de baño.
Todavía era temprano, poco después de las nueve, pero Olivia se hizo un ovillo
y se dispuso a dormir. Las emociones de los últimos días la habían agotado.
Pero aunque su cuerpo anhelaba dormir, su mente se movía en círculos,
impidiéndole el sueño.
¿Por qué Nathan había perdido de repente toda su furia? ¿Había decidido que
podía creerla cuando afirmaba que su viaje a Italia había sido sólo por negocios? Y si
ése era el caso, ¿por qué actuaba como un hermano mayor o un tío amable? Parecía
indiferente a ella.
Se ruborizó al darse cuenta de que ésa era la parte que más odiaba. Quería que
le hiciera el amor, que la poseyera, que le asegurara que todo se arreglaría. Y, sin
embargo, tenía miedo de ello, tendría miedo hasta que hubiera solucionado en su
mente el problema de Sasha.
¿Y si no había creído que James y ella no eran amantes, sino que había decidido
que el suyo podía ser un matrimonio abierto? Ella podría salir con James cuando él
estuviera fuera del país y él se acostaría con una Sasha en cada ciudad. En el futuro
no habría más preguntas ni recriminaciones.
¡No podía soportar pensar en ello!
Se recostó contra la almohada, con el corazón golpeándole con fuerza. Aquello
no encajaba con lo que habían sido, con la alegría que habían encontrado juntos. Era
impensable. Absurdo.
Cerró los ojos, algo más relajada. Tenían que confiar el uno en el otro, era
preciso si querían que su matrimonio sobreviviera.
Confusamente al principio y luego con más claridad, se imaginó a Sasha la
Entregada. Debía ser entregada para estar dispuesta a aparecer tan temprano, ¿no?
Así que no podía tener una vida personal. Una mujer grande y fea, de cabello graso y
granos, pero con un coeficiente intelectual muy alto. O una viuda de mediana edad
que necesitaba mantenerse ocupada.
¡Pero la voz no encajaba!
Volvió a meterse entre las sábanas con un gruñido. No pensaría en aquello hasta
que tuviera la cabeza más despejada, hasta que Nathan y ella pudieran sentarse a
hablar con sinceridad. Estaba a punto de quedarse dormida cuando su marido salió
del baño, pero se despertó de golpe en cuanto lo vio.
Iba desnudo, con el cabello mojado de la ducha y, como siempre, la fuerza de su
cuerpo firme hizo que se estremeciera de deseo.
Cerró los ojos y contuvo el aliento al oír el susurro de las sábanas y sentir el
colchón hundirse bajo el peso de él.
Lo deseaba con tal fuerza que apenas podía respirar, pero sabía que antes tenían
que solucionar muchas cosas juntos.
El cuerpo le dolía de deseo. Quería arrancarse el pijama, volverse y abrazarlo.
Pero antes le diría que había decidido dejar su empleo a finales del mes. Eso
apartaría uno de los obstáculos de su camino.
—Hugh está contando que se marchó por decisión propia —le dijo James en un
descanso para tomar el café que les había llevado Molly—. Según los rumores que
hace circular, se sentía insatisfecho con el modo en que se dirige la compañía. Es
increíble. Si tuviera más tiempo y energía, llevaría a ese bastardo a los tribunales para
obligarlo a devolver todo el dinero que nos ha robado.
Pero Olivia sabía que no lo haría. Después de todo, era su hermano, y James
probablemente sentía cierta culpabilidad porque siempre había estado mejor dotado
que él: en atractivo, carisma, medios económicos y control de la compañía.
Posiblemente se sentía parcialmente responsable del horrible comportamiento de
Hugh.
Y éste también se dedicaba a contar que James y ella mantenían una relación. Se
preguntó cuánto tiempo tardaría en llegar a oídos de su jefe.
Se estremeció, pensando en el daño que aquello había hecho a su matrimonio y
sin querer ni imaginar lo que podía afectar a James y Vanessa. Removió el café con
aire ausente.
—¿Sabes si ha encontrado otro empleo? —preguntó.
Lo cierto era que aquello no le interesaba, pero, cuando no trabajaba, tenía que
ocupar su mente en algo. Nathan se había mostrado muy raro aquella mañana,
amable pero distante.
—No llegaré tarde —le prometió ella, antes de salir.
Su marido le había llevado café a las ocho y le había recordado que, si quería ir
a la oficina, debía levantarse ya. Parecía descansado, bien despierto, como si llevara
horas levantado. Y aunque su rostro estaba en calma, sus ojos brillaban con malicia,
como si le ocultara un secreto.
A Olivia no le gustó nada aquella sensación.
—Muy bien. Hasta esta tarde, pues —respondió a la despedida de ella.
Se volvió hacia su mesa y la joven se marchó decepcionada de que no hubiera
sugerido que comieran juntos.
Y quizá luego no lo viera. Tal vez saliera de viaje de nuevo antes de que ella
llegara a casa. Ya no sabía nunca lo que podía esperar de él.
—No que yo sepa —James se encogió de hombros. Olivia parpadeó y trató de
volver a la realidad—. Sigue en el apartamento de Knightsbridge. Probablemente ha
sacado bastante dinero con su juego sucio para sobrevivir una temporada. Cuando se
le acabe, puede irse al infierno. Después de todo, él se lo ha buscado.
—He pedido un taxi. Llegará dentro de dos minutos —la miró con
indiferencia—. ¿Lista?
¡Había perdido todo interés en ella!
Sintió deseos de llorar, pero el claxon del taxi en la puerta la ayudó a
controlarse.
Cuando se acomodó en el vehículo, se riñó por ser tan tonta. Nathan sabía que
el taxi llegaría en cualquier momento y era muy lógico que no quisiera empezar
nada, ¿no?
Levantó la cabeza y le sonrió, negándose a recordar el tiempo en el que no
necesitaba que lo alentaran para hacerle el amor, el tiempo en el que lo hubiera
dejado todo para estar a solas con ella.
Se obligó a hablar de nimiedades, cosas sin consecuencia, escuchando las
respuestas breves de él y sintiendo una tensión que no sabía definir. Nathan no
confiaba en ella. No sabía por qué, pero lo notaba así.
Cuando salieron del taxi, miró el nombre del restaurante que había elegido y
tragó saliva.
Rico, exclusivo, tenía una gran reputación. Era un lugar al que los ricos y
famosos iban a mirar y dejarse ver.
—Debiste decirme que veníamos aquí —comentó con rabia. Parecería una
pordiosera entre tanta ropa de diseño—. Me hubiera vestido para la ocasión.
Nathan la miró un instante.
—Estás muy bien.
Olivia creyó verlo sonreír, pero no podía estar segura, así que hizo lo posible
por mostrarse segura de sí misma mientras los conducían a la mesa. Casi antes de
que se hubieran sentado, percibió un murmullo de interés a su alrededor y levantó la
cabeza para mirar con admiración a una de las rubias más deslumbrantes que había
visto nunca. La mujer entró despacio, muy consciente del interés que despertaba.
El cabello largo le caía hasta la cintura. Su cuerpo voluptuoso iba embutido en
una tela dorada que realzaba sus hermosos pechos y terminaba bien por encima de
sus rodillas, mostrando bastantes centímetros de sus muslos sensuales.
Arrastraba con descuido un chal largo y dorado y tenía unos ojos verdes que
lanzaban señales inconfundibles de pasión. Se acercó a su mesa y habló con ligero
acento australiano.
—¡Nathan, querido, qué lugar tan encantador! ¡Cómo me mimas!
—Sasha.
Nathan se puso en pie.
—Olivia, te presento a Sasha. Mi secretaria permanente a partir de ahora.
Capítulo 10
El hombre miraba el frigorífico abierto. Volvió la cabeza hacia ella con aire
acusador.
—No tenemos mucho para hacer una ensalada decente.
—¿Y qué? —lo miró confusa. No podía tener hambre. A diferencia de ella, había
comido como una fiera en el restaurante.
Nathan cerró la puerta de la nevera.
—No te preocupes, tú no lo sabías. Supongo que habrá suficiente, ¿pero podrías
hacer la compra mañana al volver del trabajo? Sasha sólo come ensalada fresca al
mediodía.
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella con la boca seca. Se llevó los dedos a
las sienes. Sentía que se estaba volviendo loca.
—Sasha sólo come...
—¡Ya te he oído! —gritó ella—. Pero no lo comprendo.
Nathan respiró hondo.
—¿No fuiste tú la que sugirió que con una secretaria permanente podría hacer
la mayor parte de mi trabajo desde casa? —preguntó con paciencia—. Pues he
decidido hacer precisamente eso. Por ti, para que no pasemos tanto tiempo
separados. ¿No era ésa la idea general? Por supuesto —sonrió con suavidad—, Sasha
y yo tendremos que viajar a veces. A Hong Kong y Australia, por ejemplo. Pero las
próximas dos semanas estaré aquí. Lo que implica que mi secretaria también.
¿Aquella mujer en su casa? ¿Mirándolo con ojos invitadores, acariciándole la
mano y llamándolo querido con voz sedosa? ¿Acercando su cuerpo al de él a la
menor oportunidad? Y Nathan probablemente disfrutaría de cada minuto, en
especial cuando no contara con la presencia entorpecedora de su esposa.
Palideció.
—No la quiero en mi casa —dijo.
Su marido la miró largo rato en silencio.
—¿Celosa, Livvy? —preguntó con frialdad—. Ahora sabes lo que se siente,
¿verdad? —se metió las manos en los bolsillos y sonrió sin alegría—. Y eso que no
hay nadie que vaya por ahí diciendo a todo el mundo que llevo años acostándome
con Sasha y tengo intención de seguir haciéndolo. Ninguna persona que te meta
ideas en la mente. Sólo tú misma. Tú querías que pasara más tiempo aquí y he
decidido obedecerte, así que, te guste o no, Sasha forma parte del trato.
Resultaba claro que estaba utilizando a la otra mujer para darle una lección. ¡Y
la rubia seguramente ni siquiera sabía lo que era una secretaria!
Cuando salió de viaje, estaba de mal humor, receloso de su relación con James.
¿Habría encontrado a Sasha y optado por llevársela consigo o habría sido obra de
ella?
Probablemente un poco de ambas cosas. Olivia había sido testigo toda la noche
de cómo se atraían sus cuerpos.
Una tarde, pocos días después del supuesto nuevo trabajo de Sasha, volvió a la
casa a la hora de costumbre y encontró a la rubia bajando las escaleras mientras se
abrochaba los botones de la blusa.
—Estaba usando el baño. No te importa, ¿verdad? —sonrió.
Amplió la sonrisa al ver a Nathan aparecer en la parte alta de las escaleras.
—Ya me marcho, querido —lo despidió con la mano, juguetona—. Estaré aquí a
primera hora.
—¿Tú también estabas usando el baño? —preguntó Olivia en cuanto se cerró la
puerta y se quedaron solos.
—No. En realidad buscaba una lista de los vuelos para Hong Kong. No sé
dónde la he puesto —bajó las escaleras despacio, sin dejar de sonreír—. ¿Te importa
que Sasha utilice nuestro baño?
Ignoró el rostro furioso de ella.
—No puedo sacarle un cubo a la acera y decirle que se lave allí, ¿verdad? ¿Qué
pensarían los vecinos?
Estaba dando una vuelta de tuerca más, sin disimular que disfrutaba mucho con
todo aquello. Olivia se negó a darle la satisfacción de mostrar alguna reacción.
Todas las tardes, cuando llegaba a casa, abría de par en par las ventanas para
eliminar los rastros del perfume de Sasha. No podía soportar aquel olor.
Pero no hacía nada más por reconocer la existencia de aquella mujer. Se
mostraba cortés con Nathan, sin preguntarle cómo le había ido durante el día, pero
contándole detalladamente lo que había hecho ella. Preparaba con calma la cena para
los dos y fingía que no le importaba cuando, después de comer, él se instalaba a oír
música con los cascos, excluyéndola de su compañía y sin mostrar deseos de
conversar.
Del mismo modo que no demostraba ningún deseo por ella en la cama, donde le
daba la espalda y se quedaba dormido en el acto, como si estuviera agotado de las
tareas del día.
Varias veces estuvo a punto de exigirle que hablaran de su matrimonio, pero se
detuvo a tiempo.
Antes de embarcarse en una discusión que podía cambiar sus vidas, debía estar
tranquila y serena, y no sólo fingir que lo estaba.
Pero la tensión de esperar el momento oportuno era enorme. Se sentía agotada a
todas horas; apenas conseguía esforzarse por salir de la cama.
El desayuno era algo olvidado en el pasado y, aunque solía acordarse de pedir
que le enviaran sándwiches a la hora de comer, se dejaba la mitad de ellos, incapaz
de terminarlos.
Había perdido peso y eso no la sorprendía. Se debía al trauma emocional que
estaba viviendo. Habría sido más fácil si Nathan se mostrara furioso. Su cortesía fría,
sus sonrisas indiferentes, eran mucho peores que las palabras duras.
—Me gustaría salir esta noche —dijo con bastante fuerza para llamar su
atención.
—Si eso es lo que quieres —no levantó la cabeza de sus papeles—. No te
molestes en cocinar para mí, ya me prepararé algo. ¿Adónde vas? ¿Con quién vas a
salir?
Hablaba como si no le interesara ni lo más remoto pero tuviera que fingir que
quería saber dónde estaría ella. Era un experto en causarle un dolor tras otro hasta
que ella creía que su corazón iba a romperse.
—Me gustaría cenar fuera contigo —dijo con claridad—. Sería agradable no
tener que cocinar esta noche. Hace mucho calor.
Sería agradable salir de allí, aunque fuera sólo un par de horas, y estar solos los
dos. Lejos del recuerdo constante de la presencia de otra mujer en su vida. Y durante
la cena podría sacar con gentileza el tema de su matrimonio y recordarle cómo había
sido todo cuando se conocieron, cómo se enamoraron de inmediato.
Nathan había estado enamorado de ella; aquello no lo había fingido. Fue un
sentimiento profundo que se apoderó de ambos, anonadándolos con su intensidad,
haciendo que tuvieran que apoyarse el uno en el otro.
El hombre la miró con rostro inexpresivo. Bajo su escrutinio, Olivia sintió que se
ruborizaba. Se apartó el pelo de la frente sudorosa y trató de sonreír.
—Tengo mucho trabajo en este momento —gruñó él—. Sasha y yo no hemos
avanzado hoy todo lo que deberíamos.
Volvió a sus papeles.
—¿Por qué no descansas y te sirves una copa? Si no te apetece cocinar, yo haré
la cena más tarde.
Acababa de despedirla sin más, pero ella era incapaz de moverse.
¿Por qué su secretaria y él no habían trabajado mucho aquel día? ¿Porque
habían estado ocupados con otra cosa?
—¿Tienes una aventura con esa mujer? —preguntó con rabia.
—¿Por qué preguntas eso?
No se molestó en mirarla. ¿Porque no podía mirarla a los ojos mientras le
mentía? ¿Porque todavía no estaba dispuesto a admitirlo?
—Yo creo que la respuesta es perfectamente obvia.
Lo obligaría a mirarla lo quisiera o no. Se acercó al escritorio con los brazos en
jarras; el sudor hacía que la blusa se le pegara al cuerpo.
—No, para mí no lo es.
La miró un instante antes de volver la vista a los papeles y Olivia sacó la
barbilla.
—¿Y le has dicho que su trabajo termina el día que deje a Caldwell y ocupe yo
su lugar? ¿Sabe que es algo temporal?
Capítulo 11
—No es necesario. Mi esposa puede decirte aquí lo que necesita —miró con
rapidez las paredes blancas del vestíbulo, la gruesa alfombra azul y las dos sillas
tapizadas colocadas al lado de una mesa pequeña—. ¿Olivia?
La invitaba a hablar, pero la joven tenía la boca seca y la lengua pegada al
paladar. Apartó la vista del rostro rechoncho de Hugh y miró suplicante a su marido.
Nathan frunció el ceño con impaciencia y se hizo cargo de la situación.
—Has estado esparciendo rumores, Caldwell. Y no intentes negarlo. Yo te oí.
Deseé partirte la boca pero mi esposa me disuadió, por motivos que ella sabrá. En
este momento, sin embargo, no hay nada que me impida hacer justamente eso —se
acercó un paso al otro—, a menos que hagas exactamente lo que yo te diga.
Hugh Caldwell lanzó una mirada temerosa en dirección a Olivia, como si
esperara que ella volviera a salvarlo; vio el desprecio que mostraban sus ojos y
murmuró:
—¿Qué es lo que quieres? No sé de qué me habla.
—Está hablando de que le has dicho a todo el mundo que maté a Max y me
acosté con James y no he dejado de hacerlo desde entonces —gritó Olivia,
despreciándose de repente por la cobardía que había demostrado desde que Nathan
apareciera en la puerta.
Éste la miró de soslayo.
—A pesar de lo que creas —dijo con determinación—, ahora irás a ver a tu
cuñada y le dirás que tú iniciaste los rumores y que son falsos. Está esperando un
hijo, como supongo que sabes. Me han dicho que puede perderlo a causa de este
disgusto. Aunque no hubiera peligro de que ocurriera eso, ¿crees que es aceptable
que tenga que sufrir una mujer inocente?
—¿Y si no lo hago? —preguntó Hugh, con nerviosismo.
—Entonces te haré pedazos —repuso Nathan con calma.
No había duda de que hablaba en serio.
Olivia se estremeció. Odiaba la violencia de cualquier tipo. Tenía buenas
razones para ello. Nathan no era violento normalmente. Los rumores esparcidos por
aquel hombre habían sido responsables del desastre de su matrimonio. Hugh
Caldwell había sido el culpable del comienzo del desastre, arruinando algo precioso
que jamás podrían recuperar, y sería sin duda el objeto de la rabia de Nathan.
Hugh se encogió visiblemente y su rostro adquirió una tonalidad gris. Pero no
se rindió por completo.
—No hay necesidad de ponerse así. Haré lo que pueda, aunque implique
mentir. Siempre me ha gustado Vanessa. Una chica encantadora a la que su marido
no ha sabido...
Una mirada de advertencia de Nathan le hizo acercarse a la puerta Pero no
pudo resistir un comentario final. Miró a la joven con desprecio.
—Los dos sabemos la verdad, ¿no es así, Olivia? Una parte de lo que dije es
cierta, ¿verdad? Bueno, ¿qué me dices? ¿Culpable o inocente?
La joven lo miró con odio. Nathan estaba inmóvil, como si contuviera el aliento,
esperando la respuesta de ella.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas de remordimientos. Lágrimas por el
pasado. Lágrimas por el amor que había perdido.
No tenía sentido ocultarse tras las negativas. Su matrimonio había terminado.
Nathan no podría despreciarla más de lo que ya lo hacía. Y quizá admitir su culpa
delante del hombre al que amaba más que a su vida sería una especie de expiación.
No sabía cómo se había enterado Hugh Caldwell de aquello. A menos que
hubiera escuchado detrás de la puerta alguna conversación entre James y ella.
Bajó la cabeza con el rostro muy pálido.
—Culpable —susurró.
Hugh Caldwell hizo una mueca de triunfo.
Nathan le dio un puñetazo.
Capítulo 12
Olivia lo miró confusa. ¡Era él el que se iba con otra mujer y se atrevía a culparla
a ella! No conseguía entenderlo.
—Al fin me has quitado la venda de los ojos al admitir delante de ese gusano y
de mí que había dicho la verdad, que tenías una aventura con James Caldwell —
tomó su maleta—. Ahora quizá podamos olvidar todo eso.
Estaba delante de ella, esperando a salir de la casa, alejarse de ella y olvidar que
la había conocido. Y no había entendido nada.
—No —dijo ella con voz ronca, su garganta reseca por la tensión—. No, James y
yo jamás hemos tenido una aventura. Es mi jefe, mi amigo, nada más. Yo confesé lo...
lo otro.
Le resultaba imposible pronunciar las palabras, pero sabía que debía hacerlo. Su
cuerpo entero temblaba con violencia.
—Maté a mi primer marido. ¡Maté a Max! Ésa es la parte que era cierta.
El horror de aquella noche se apoderó de ella, y ocultó el rostro en sus manos.
Pero Nathan las apartó y la miró con fijeza.
—¿Sabes lo que estás diciendo?
La joven asintió sin palabras; le castañeteaban los dientes y tenía el rostro muy
blanco.
—Después me derrumbé. Me tomé una semana libre para el funeral y esas
cosas. Cuando volví al trabajo, me derrumbé. Traté de controlarme, pero no pude. Se
lo conté todo a James. Supongo que Hugh debió oírnos. James insistió en que me
quedara una temporada con Vanessa y con él. No creo que hubiera podido sobrevivir
sin ellos. Les debo mucho. Aunque hubiera sentido algo por James aparte de
amistad, cosa que no es cierta, jamás habría hecho nada al respecto. Nunca hubiera
podido hacer nada que hiciera sufrir a Vanessa.
Temblaba de tal modo que apenas podía sostenerse en pie. Nathan la tomó en
brazos y la echó sobre la cama, donde cubrió su cuerpo con el edredón. Salió de la
estancia y volvió un instante después con un vaso de coñac en la mano.
—Bebe esto.
Olivia negó con la cabeza, mirando el vaso que tenía en la mano. Mirando sus
dedos, fuertes y firmes, que la habían tocado a veces con adoración. Jamás volvería a
tocarla.
—Me siento tan culpable.
Lo miró con desesperación. Nathan le acercó el vaso a los labios y la obligó a
beber. El alcohol se le subió directamente a la cabeza, que empezó a darle vueltas
haciendo que creyera ver compasión en los ojos de él cuando sabía que eso no era
posible.
Nathan se sentó en la cama a su lado y le subió más el edredón. No sabía por
qué se mostraba tan amable. ¿Acaso su confesión no le había asqueado? ¿No quería
librarse de ella y correr a los brazos de Sasha?
—El único modo de librarte de la culpa es hacer una confesión completa. A las
autoridades. Pagar el precio. Debiste tener tus motivos para hacer lo que hiciste. No
puedo creer que seas capaz de hacer daño a nadie conscientemente, y mucho menos
matar a un hombre sin que medie una provocación extrema. Arreglaremos esto
juntos, querida; contrataremos a un abogado de primera.
Olivia frunció el ceño. Se llevó las manos a las sienes.
—La encuesta... emitió un veredicto de muerte accidental. El asiento del
acompañante no llevaba airbag, sólo el del conductor, pero si yo hubiera estado más
en control, si me hubiera concentrado como debía, no habría ocurrido. El otro
conductor se lanzó directamente contra mí. Tuve que girar, pero hubiera podido
evitar chocar contra aquel muro.
Empezó a sollozar y él la estrechó contra sí, esperando a que terminara de llorar.
—¿Murió en un accidente de coche? —preguntó luego—. Cuéntamelo todo.
Nunca me has hablado mucho de él ni de su muerte. No sabía si era porque todavía
lo echabas de menos. No quería obligarte a hablar de tu primer matrimonio hasta
que estuvieras preparada. Cuéntamelo ahora.
—No nos compenetrábamos en absoluto —murmuró ella, contra la camisa de él.
No sabía por qué la abrazaba, pero no quería que dejara de hacerlo. Era como si
hubieran vuelto a su relación anterior. Y cuanto más tiempo pudiera mantener
aquella ilusión, más segura se sentiría.
—Cuando lo conocí, me deslumbró. Estaba lleno de entusiasmo. Al año de
nuestro matrimonio, comprendí que lo nuestro jamás funcionaría. Pero no me rendí.
Me había casado con él y tenía que seguir adelante. Max no dejaba de iniciar
negocios distintos, cosas estúpidas que le hacían perder dinero. Al mirar hacia atrás,
comprendo que todo podía haber sido distinto si yo hubiera sido diferente. Yo podía
haberlo ayudado, haberlo apartado de las empresas más locas, haberlo calmado. Tal
vez una de sus aventuras hubiera salido bien y hubiera podido obtener el éxito que
siempre deseó.
Se sonó la nariz con tristeza.
—Pero no lo hice. Me convencí de que uno de los dos debía conservar un
empleo seguro y bien pagado y tenía que ser yo. Trabajaba todas las horas que podía,
hasta tal punto que apenas nos veíamos. Y luego... —su voz tembló, pero se obligó a
continuar—. Recientemente he empezado a ver paralelismos, cuando decidí
quedarme a ayudar a James porque creía que era lo correcto, sin pensar en lo que eso
nos hacía a nosotros.
Levantó la cabeza y se apartó el pelo del rostro con dedos temblorosos.
—Pensaba decirle a James que tendría que arreglárselas sin mí. No soy
indispensable. Puede arreglar el daño que causó Hugh a la compañía sin mi ayuda.
Tú me necesitabas más —sintió los brazos de él apretándose en torno a su cuerpo—.
Pero todo empezó a ir mal...
Nathan había conocido a Sasha.
Apretó los labios. No volvería a echarse a llorar. No podía mirarlo a los ojos. Su
mirada re recordaría todo lo que había perdido.
—Quieres saber cómo terminó —dijo con brusquedad—. Fue culpa mía. Si
hubiera sido el tipo de esposa que necesitaba, las cosas no tenían por qué haber
salido tan mal. Conoció a una mujer que escribía libros de autoayuda. Ella lo
convenció de que montara una pequeña editorial. Max creyó que era una idea
brillante e hipotecó nuestra casa para sacar fondos. Yo me enteré aquella última
noche. Max la había invitado a cenar para hablar del proyecto y me llamó desde el
restaurante para que fuera a recogerlo —respiró hondo—. Dejamos a la mujer en su
apartamento. Max quería conducir, pero no se lo permití. Había bebido demasiado.
Cuando nos quedamos solos, me contó lo de la hipoteca, dijo que necesitaba aún más
dinero para poner el proyecto en marcha. Me dijo que le pidiera un préstamo a
James. Sabía que nunca lo devolvería, que desaparecería como todo lo demás. Me
negué a hacerlo y me pegó.
Entonces miró a Nathan con ojos atormentados.
—Ya me había pegado antes, al principio de nuestro matrimonio. Después se
mostró muy apenado y tan patético que lo perdoné, pero le advertí que, si volvía a
levantarme la mano, lo dejaría. No volvió a hacerlo hasta aquella noche, pero
siempre estaba presente esa amenaza —su voz se convirtió en un susurró—.
Conseguí controlar el coche, no sé cómo. Debería haberme parado y haber salido de
allí, pero, cuando me pegó, algo explotó dentro de mí. Sabía que estaba borracho, que
la violencia que siempre había estado presente bajo la superficie acababa de estallar.
Su voz se convirtió en un susurro:
—Sin embargo, no me fui. Le dije que ya había tenido suficiente y que iba a
dejarlo. No estaba dispuesta a ser un saco de boxeo para sus frustraciones. Volvió a
—El niño. Nuestro hijo. Ya sé que no querías tener familia hasta más adelante,
cuando estuvieras dispuesto a pasar más tiempo en un sitio. Te he decepcionado. Te
prometo que no fue deliberado. Entre una cosa y otra, olvidé tomar las píldoras. ¿Va
a ser un problema?
Nathan, en respuesta, la recostó sobre la almohada, sujetándola con la pierna
contra el colchón mientras la miraba con adoración.
—El único problema es si me perdonarás mi reacción. Estaba aturdido por los
celos, no pensaba con claridad. Cuando lleguen nuestros hijos serán bienvenidos.
Le acarició los labios con la yema de los dedos.
—En el pasado siempre he tenido que probarme a mí mismo una y otra vez. No
bastaba con una sola. No me conformaba con lo mejor. Tenía que ser más que eso.
Ahora lo único que quiero es probarte cómo te quiero. Formar una familia contigo en
su centro. Y ahora que sé que entre James y tú no hay nada, tienes mi bendición para
seguir trabajando, si eso es lo que quieres en realidad.
—Por eso que acabas de decir, te perdonaría cualquier cosa —le echó los brazos
al cuello—. Sólo un mes más. Terminaré mi periodo de aviso. Hugh nos había puesto
en un brete. Se dedicó a aceptar sobornos de nuestros rivales y robarnos encargos.
James quería que lo ayudara, pero creo que es muy capaz de recuperarse solo.
Después de eso, trabajaré para ti —sonrió; Nathan volvía a ser su mundo, todo lo que
había querido—. Volvemos al punto donde empezamos —suspiró.
—Y no volveremos a apartarnos de él —asintió él, antes de besarla en los labios.
—Casi podrían ser mellizos —comentó Vanessa, mirando a los dos niños
morenos que corrían por el césped.
—Es cierto —repuso Olivia.
Su mirada siguió a los niños. James Caldwell Junior había nacido siete meses
antes que su precioso Harry, pero éste lo había alcanzado ya. A los dos años, era tan
alto como su amigo y mostraba ya un gran parecido con su atractivo padre.
Vanessa se dejó caer en la tumbona, con los brazos colgando a los lados.
—Esto es el paraíso. No dejo de decirle a James que debemos mudarnos al
campo. Londres está bien, pero esto es mejor para los niños. Desgraciadamente,
tendremos que volver en un par de horas.
—Di mejor tres —sonrió Olivia—. Angela y Edward van a venir a tomar el té y
ya sabes lo que habla ella.
Los padres de Nathan se mostraron encantados cuando compraron la mansión
Grange, y más todavía con la noticia de que pronto serían abuelos. Estaban siempre
dispuestos a quedarse con Harry cuando Nathan quería salir a cenar con su esposa.
Fin.