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LA HISTORIA

CONTEMPORÁNEA
DE ESPAÑA: 1808-1982
CONTENIDOS

INTRODUCCIÓN

MODULO I: LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX (1789-1902)

1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1789-1814)


1.1. Causas.
1.2. La guerra de Independencia (1808-1814).
1.3. Las Juntas.
1.4. La constitución de 1812. El primer estado liberal español.

2. EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833)


2.1. La restauración fernandina (1814-1820).
2.2. El Trienio Liberal (1820-1823): El segundo estado liberal español.
2.3. La Década Ominosa (1823-1833).

3. LA FORMACIÓN DEL ESTADO LIBERAL. LA MINORÍA DE EDAD DE


ISABEL II (1833-1843)
3.1. La I Guerra Carlista (1833-1840): El fracaso del proyecto absolutista.
3.2. El régimen del Estatuto Real (1834-1835): El fracaso del proyecto “Templado”.
3.3. El proyecto progresista (1836-1843).

4. EL REINADO DE ISABEL II (1843-1868): LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO


LIBERAL EN ESPAÑA
4.1. La Década Moderada (1843-1854).
4.2. El Bienio Progresista (1854-1856).
4.3. Moderados y unionistas (1854-1865).
4.4. La caída de la Monarquía (1865-1868).

5. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874): PRIMER INTENTO


DEMOCRATIZADOR
5.1. La revolución del 68.
5.2. El Gobierno Provisional y la constitución de 1869.
5.3. El Reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873).
5.4. La I República.
5.5. La República de 1874. El golpe de Estado de Martínez Campo.

6. CAUSAS Y ORÍGENES DE LA RESTAURACIÓN


6.1. La dimensión internacional de la Restauración.
6.2. La dimensión interna del proyecto.
7. EL REINADO DE ALFONSO XII. BASES DE LA RESTAURACIÓN.
7.1. Las bases de la Restauración.
7.1.1. La constitución de 1876.
7.1.2. El turno pacífico de partidos.
7.1.3. Oligarquías y caciquismos.
7.1.4. El Rey-Soldado.
7.2. Evolución política (1875-1885).

8. LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA. LA PUESTA EN PRÁCTICA DEL


SISTEMA DE PARTIDOS.
8.1. Evolución política: La puesta en práctica del sistema de partidos.
8.2. Los movimientos obreros.
8.3. El surgimiento del regionalismo y nacionalismo.
8.4. La crisis exterior: el 98.

MODULO II: ECONOMÍA Y SOCIEDAD DEL SIGLO XIX

1. LENTO CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN

2. TRANSFORMACIONES AGRARIAS: CULTIVOS Y GANADERÍA


2.1. El desarrollo económico español en el siglo XIX. Condiciones de Partidas.
2.2. Evolución del sector agrario y ganadero durante el siglo XIX.
2.3. El papel de la agricultura en el conjunto de la economía.

3. LAS DESAMORTIZACIONES Y SUS EFECTOS

4. EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN. CARENCIAS Y REALIZACIONES.


4.1. La evolución de la industria durante el siglo XIX.
4.2. La industrialización española vista por la historiografía.

5. CAUSAS DEL ATRASO INDUSTRIAL. EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO.


6. EL CAMBIO SOCIAL
6.1. Los grupos de poder: la nobleza, el clero y la burguesía.
6.2. Las clases medias.
6.3. Las clases populares.

MODULO III: ALFONSO XIII, LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL (1902-


1939)

1. EL REINADO DE ALFONSO XIII. EL REGENERACIONISMO.


1.1. El Regeneracionismo.
1.2. Los primeros años de reinado (1902-1909).
1.3. La crisis de 1909: La Semana Trágica.
1.4. La crisis de 1917.

2. LA QUIEBRA DEL SISTEMA. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA.


2.1. La quiebra del sistema: La crisis de la postguerra (1919-1923).
2.2. La dictadura de Primo de Rivera.
2.2.1. El golpe de Estado.
2.2.2. El Directorio Militar (13 de septiembre de 1923-3 de diciembre de 1925).
2.2.3. El Directorio Civil (3 de diciembre de 1925-31 de enero de 1930).

3. CONTEXTO HISTÓRICO DE LA II REPÚBLICA

4. ETAPAS DE LA REPÚBLICA: LOGROS Y FRACASOS


4.1. La problemática económica del nuevo régimen. La reforma agraria.
4.2. El Gobierno Provisional.
4.3. El bienio republicano-socialista.
4.4. El bienio radical-cedista.
4.5. El frente popular.

5. CAUSAS DE LA GUERRA CIVIL. LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL


5.1. Causas del conflicto.
5.2. La dimensión internacional del conflicto

6. EVOLUCIÓN DE LAS OPERACIONES MILITARES


6.1. La conspiración contra la república.
6.2. 17-21 de julio. La sublevación militar se convierte en guerra civil.
6.3. Las fases de la guerra. Aspecto militar.
6.4. El final del conflicto

7. EVOLUCIÓN POLÍTICA EN EL BANDO REPUBLICANO Y EN EL FRANQUISTA


7.1. Zona Republicana
7.2. La Zona Franquista

8. CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO


8.1. Consecuencias demográficas.
8.2. Consecuencias sociales.
8.3. Consecuencias morales.
8.4. Consecuencias políticas.

MODULO IV: EL FRANQUISMO (1936-1975)

1. CARACTERÍSTICAS DEL RÉGIMEN.

2. LA CONSOLIDACIÓN DEL RÉGIMEN. LA POLÍTICA INTERNACIONAL (1939-1957)


2.1. La represión.
2.2. Política interna.
2.3. Política exterior.
3. LA EVOLUCIÓN DEL RÉGIMEN FRANQUISTA (1957-1975)
3.1. Política interna.
3.2. Política exterior.

4. EVOLUCIÓN ECONÓMICA: DE LA AUTARQUÍA AL DESARROLLISMO. CAMBIOS


SOCIALES.
4.1. Evolución económica: De la Autarquía al Desarrollismo.
4.2. Cambio Social.

5. LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL

RÉGIMEN MODULO V: LA TRANSICIÓN

DEMOCRÁTICA. LA ESPAÑA ACTUAL

(1975-2017)

1. EL FINAL DEL RÉGIMEN Y LOS COMIENZOS DE LA


TRANSICIÓN. CARACTERIZACIÓN.
1.1. El final del franquismo y los comienzos de la Transición. Juan Carlos I, Jefe del Estado en
funciones.
1.2. Concepto de Transición. Caracterización.

2. LOS PRIMEROS GOBIERNOS PRECONSTITUCIONALES: ARIAS NAVARRO Y


ADOLFO SUÁREZ.
2.1. El Gobierno de Carlos Arias Navarro (1975-1976).
2.2. El Gobierno Suárez. La Ley para la Reforma Política y las primeras elecciones democráticas.
2.3. La oposición antifranquista en la Primera Etapa de la Transición.
2.4. Los partidos políticos. Las elecciones de 1977.

3. EL PERIODO CONSTITUYENTE Y LA CONSTITUCIÓN DE 1978.


3.1. La elaboración de la constitución.
3.2. Análisis de la Constitución de 1978.

4. LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA HASTA 1982. LA ALTERNACIA EN EL


PODER.

4.1. Las elecciones generales de 1979 y las primeras elecciones municipales.


4.2. El Gobierno Suárez en 1979.
4.3. Cambios en los principales partidos políticos de la oposición.
4.4. La organización del Estado Autonómico.
4.5. La crisis de la UCD. La dimisión de Suárez.
4.6. El golpe de Estado del 23-F.
4.7. El Gobierno de Calvo Sotelo.
4.8. Las elecciones de 1982. La alternancia en el poder.
4.9. La España actual.

5. DESARROLLO ECONÓMICO Y CAMBIOS SOCIALES


5.1. Cambios demográficos.
5.2. Cambios Sociales.
5.3. Evolución económica.
MODULO I: LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX (1789-1902)

1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1789-1814)

1.1. La crisis del Antiguo Régimen (1789-1814)

La crisis del Antiguo Régimen en España tiene tres grandes manifestaciones: Unas causas, un conflicto
bélico, la guerra de Independencia, y una manifestación política, el primer estado liberal español, creado
por las cortes de Cádiz.

1.1.1. Causas

La muerte, en diciembre de 1788, de Carlos III, unida a la revolución que estalló en Francia el 14 de
julio de 1789, definen de manera clara el inicio de la crisis del Antiguo Régimen en nuestro país, que
se corresponde cronológicamente con el reinado de Carlos IV (1788-1808).

Esta crisis tiene las siguientes causas, según Luis Roura.

1ª. Las causas ideológicas: En 1808, España y Europa reciben las nuevas ideas revolucionarias que
parten de Francia (Montesquieu, Rousseau, Voltaire...), capaces de alterar el orden establecido. Hasta
1808 hubo una férrea censura de las ideas revolucionarias, es decir, censura de prensa, de folletos, de
los medios de comunicación, etc.

2ª. Las causas económicas, que se vincula con el crecimiento de la población y las malas cosechas que
caracterizan el final del siglo XVIII. La explosión demográfica implica roturar nuevas tierras para dar
de comer a las gentes. España depende de la tierra —como el resto de Europa—, pero dicha tierra está
en manos de la iglesia, señoríos y municipios. Esto supone que son tierras amortizadas, enajenadas. No
son mercancía. Se trata de una traba que impide el crecimiento y será también otro elemento de crisis
del Antiguo Régimen. Por su parte, la crisis agraria a finales del siglo XVIII y principios del XIX,
provoca hambre y epidemias. Es el caso de los años 1804 y 1805 que coincidirá con una grave crisis
económica. Además, implicará una contestación popular cada vez mayor: motines, revueltas,
descontento popular, que también supuso un motivo de crisis del Antiguo Régimen.

3ª. La causa financiera: España entra en guerra con Francia en 1793, pero tras ser derrotada, se une a
ella en 1795, contra Gran Bretaña. Estos conflictos no sólo sumen en una grave crisis financiera al país,
sino que provocan la interrupción del comercio americano en 1796, y llevan al gobierno a plantear un
proceso de desamortización y venta de las tierras eclesiásticas para paliar la deuda del Estado. Son los
primeros síntomas de que el estado absoluto se estaba acabando.

4ª. La causa política, que se manifiesta en el enfrentamiento entre Carlos IV, y su valido, Manuel de
Godoy, contra su hijo, el príncipe de Asturias Fernando. En el año 1808, en el mes de marzo, se produce
el Motín de Aranjuez: revuelta de notables, con cierto apoyo popular, en oposición a la política de
Godoy y Carlos IV. Como consecuencia, el Rey abdicó en nombre de su hijo Fernando VII, que tiene
que dirigirse a Bayona donde será obligado a ceder la Corona a Napoleón, que a su vez la cederá a su
hermano José Bonaparte que se convertirá en José I, rey de España.

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1.1.2. La guerra de Independencia.
Poco después estallaba la guerra de Independencia. Este conflicto, fruto del levantamiento del 2 de mayo
en Madrid, será largo y cruento (1808-1814), pero, sobre todo, será un conflicto nacional. La nación
española luchará contra Napoleón y sus tropas. Y esta nación, que poseía un ejército débil y
desorganizado, que a pesar de su valor, será casi siempre vencido por los franceses a campo abierto,
combate siguiendo una táctica de guerrillas que, alcanzará una dimensión mítica, que servirá para
incorporar este vocablo español a numerosos idiomas extranjeros.

1.1.3. Las Juntas.


La guerra de Independencia no fue sólo un acontecimiento con un único componente militar, sino que,
junto a éste, pronto surgió una auténtica revolución política, narrada por primera vez por el conde de
Toreno, en lo que llamó la revolución española, siendo el origen del primer estado liberal español, cuya
expresión más tangible serían, inicialmente, las Juntas, y, posteriormente, la constitución de 1812.

Esta revolución pretendía conseguir tres objetivos fundamentales:


- La reasunción de la soberanía por el pueblo
- La búsqueda de mecanismos políticos que rompiesen con el absolutismo del Antiguo Régimen.
- Llevar a cabo los cambios jurídicos que modernizasen los fundamentos socioeconómicos del
Estado.
Las juntas surgieron de la misma forma espontánea en que también tuvo lugar el levantamiento popular.
Al lado de las locales —las primeras— se constituyeron Juntas provinciales que fueron, en su origen,
una especie de gobierno provisional que actuaba como representante de la voluntad popular. Pues,
desde el primer momento, fueron soberanas, como afirma Artola, y, por eso, colisionaron con las
instituciones representativas del Antiguo Régimen, acabando prácticamente con ellas.

La primera junta aparecida fue la de Asturias —mayo— que declaró la guerra a Napoleón y envió
comisionados a Londres. Mas tarde surgieron otras —León, Santiago, Segovia, Sevilla, etc.— hasta
llegar a las dieciocho Juntas provinciales que hubo, que terminaron fusionándose en una Junta Central,
integrada por representantes de las provinciales, creada el 25 de septiembres de 1808, en Aranjuez, y
denominada Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino que se mantuvo hasta el 31 de enero de
1810.

La gestión de esta institución tuvo dos ejes, según Artola. Por un lado, dirigir la guerra contra Napoleón.
Y por otro lado, convocar Cortes. El 31 de enero de 1810 la Junta Central resignó sus poderes en manos
de una Regencia de cinco miembros. Ésta se dedicó a la dirección de la guerra, despreocupándose de
la convocatoria de Cortes. Pero tras una serie de choques, La Regencia paso a estar a las órdenes de las
Cortes desde el 28 de octubre de 1810 hasta su fin en 1814, transformada en un poder ejecutivo
prácticamente sin fuerza alguna. No obstante, sus atribuciones fueron reguladas por el Reglamento del
Poder Ejecutivo —aprobado por las Cortes el 6 de enero de 1811— y fue constante su oposición a las
innovaciones legisladas por las Cortes.

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Respecto al origen de la convocatoria de Cortes, fue Calvo de Rozas en el seno de la Junta central quien
la propuso, con objeto de dar una constitución al país. Así, el 22 de mayo de 1809 la Junta acordó
anunciar la reunión de Cortes, comenzando el camino que culminaría el 24 de septiembre de 1810, en
el teatro de la Isla de León (Cádiz).

1.1.4. La constitución de 1812. El primer estado liberal español

Los diputados reunidos en Cádiz, iban a culminar la revolución, creando el primer estado liberal
español.

Orgánicamente pertenecían a los tres estamentos en que se dividían las Cortes del Antiguo Régimen.
Un tercio eran eclesiásticos, aunque de distinta procedencia y opiniones; otro tercio eran nobles,
igualmente diferentes en título e ideas; por último, había una representación del Tercer Estado, que se
caracterizaba por tener mayor uniformidad profesional e ideológica.

En lo que se refiere a sus planteamientos políticos, se les clasificaba en liberales y serviles, aunque la
separación no era clara, ya que si hubo diputados claramente alienadas en estas dos posiciones, hubo
otro cuyas posturas era oscilante en cada caso y cuyo programa no puede ser totalmente identificado
con ninguna de esas dos posiciones.

La obra de las Cortes de Cádiz respondió, en líneas generales, a dos ámbitos básicos: el económico y
el político, con el objetivo de establecer un estado liberal. En el primero de estos ámbitos, destacan seis
grandes aspectos:
- La extinción del régimen señorial a través del decreto de 6 de agosto de 1811 que abolía dicho régimen
en el ámbito rural, incorporando al Estado los señoríos jurisdiccionales y suprimiendo todo privilegio.
- La regulación del derecho de propiedad y régimen de contratos, mediante el decreto del 8 de junio de
1813.
- La ley de 1813 suprimiendo los mayorazgos inferiores a 3000 ducados de renta anual, reglamentando
para el futuro los límites económicos de las vinculaciones.
- El decreto de 17 de junio de 1812 que inicia el proceso de desamortización eclesiástica.
- El decreto de 4 de enero de 1813 que disponía la parcelación y reducción a propiedad individual de
los terrenos de propios, realengos y baldíos.
- La extinción del régimen gremial mediante el decreto de 8 de junio de 1813 que establece la libertad
de trabajo.

Además de estas medidas de naturaleza socioeconómica, los diputados de Cádiz tomaron dos medidas
políticas de gran alcance: La elaboración de un código penal, y la aprobación de la constitución de
1812.

La puesta en marcha el proyecto de elaboración de un código penal fue una empresa de gran
importancia, ya que esta norma es la más importante de un Estado tras la Constitución, porque limita
los derechos y libertades, y es donde se refleja la igualdad jurídica de todos los ciudadanos. Sin
embargo, no pudo culminarse

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Por su parte, la constitución de 1812, definida como la verdadera <<carta magna>> del liberalismo
español, presenta tres principios básicos, según Tomás Villarroya y Arcenegui:

- El principio de soberanía nacional, que tiene su plasmación en el artículo 3º.


- El principio de la división de poderes, interpretado con mucho rigor. El poder legislativo era
atribuido a las Cortes. El poder ejecutivo, por el artículo 16, se atribuía al rey. El judicial a jueces
y tribunales.
- El principio de nueva representación, al abandonarse la vieja representación estamental, pues, a
partir de ese momento, los diputados representan <<a la nación en su totalidad>>.
- El principio de sufragio universal masculino indirecto.

En definitiva, como escribió Jover Zamora: "La Constitución de 1812 era, tal vez, técnicamente
perfecta para una comunidad de ciudadanos preparados, económica y culturalmente, para el ejercicio
de su ciudadanía; pero resultaba evidentemente inadecuada a las condiciones reales del pueblo
español a comienzos del siglo XIX"
Pero, además, tampoco la situación europea posterior a la caída de Napoleón, no favorecían la
posibilidad de que un régimen liberal se asentase en España.

2. EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833)

La caída del Imperio napoleónico significa la puesta en marcha de la Restauración, con su punto de
partida en el Congreso de Viena (1815). Los Estados europeos intentaron restaurar el viejo orden, pero
muy pronto se manifestó una dialéctica liberalismo-absolutismo, que se plasmaría en las revoluciones
de 1820, 1830 y 1848. España no fue ajena a este proceso, que se manifestó en las tres etapas en las
que se divide el reinado de Fernando VII: La restauración fernandina (1814-1820); el Trienio Liberal
(1820- 1823), y la Década Ominosa (1823-1833).

2.1. La restauración fernandina

La primera etapa se desarrolla entre 1814 y 1820, y se conoce como restauración fernandina.

En 1814, concluida la guerra de la Independencia, Fernando VII regresa al trono español y restaura el
absolutismo, debido no solo a su propia fuerza sino al apoyo de la nobleza, que consideraba que la
Constitución de Cádiz fue una medida de emergencia hasta la vuelta del rey a España. Fernando VII
volvió en marzo de 1814 y supuso la imposición del sistema absolutista de gobierno. Son 6 años de
reacción absolutista mucho más radicales que en cualquier otra época, sin posibilidad alguna de
reforma.

Para lograr estos objetivos, el rey contó con el apoyo de distintos sectores: grupos absolutistas
antirrevolucionarios; la nobleza; el clero; parte del Ejército y un grupo de diputados de naturaleza
absolutista que se encargó de redactar el Manifiesto de los Persas y que fue presentado al rey.

El 4 de mayo de 1814, el rey firma un decreto por el que se deroga la Constitución de 1812. Por este
motivo es por lo que se habla de que esa acción fue el primer golpe de estado de la edad contemporánea.
A su vez, la pasividad de los grupos liberales fue notable, no existiendo una oposición férrea que frenase

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esta acción.

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A pesar de todo, la sociedad del Antiguo Régimen estaba en crisis, debido a la imposibilidad del
desarrollo económico.

Suprimidas las Cortes de Cádiz comenzó una dura represión contra los liberales que se desarrolló en
tres frentes: prohibición de reuniones, exilio y represión física (ejecuciones). Los exiliados entraron en
contacto con Europa. El fenómeno del liberalismo va a entrar en un período de clandestinidad y de
reuniones secretas, clubs, tramas conspirativas relacionadas con la masonería, etc.

En esta época se hizo efectivo el sistema de los pronunciamientos que fueron numerosos a lo largo de
los años 1814 a 1820, como los de Porlier, Espoz y Mina, etc.

La crisis del Antiguo Régimen puede contemplarse en la impotencia de las instituciones y en la gran
crisis fiscal. Junto a estos problemas vinieron a añadirse los derivados del proceso de independencia de
las colonias americanas, que supuso una pérdida de naturaleza tanto económica como política.

2.2. El trienio liberal. El segundo estado liberal español

En esta situación de crisis se produce la revolución de 1820 en toda Europa, que abre el camino a la
segunda etapa del reinado de Fernando VII, el trienio Liberal (1820-1823), durante la cual se construye
el segundo estado liberal español.

La revolución liberal de 1820, es la manifestación española de la Revolución europea de 1820, fruto de


la dialéctica reacción-revolución, y supone la restauración el sistema liberal; poniendo nuevamente en
vigencia la legislación gaditana, tanto socio-económica como política.

Junto a este hecho, también destacó la división en el campo liberal. Por un lado, están los moderados o
doceañistas, que serán el futuro Partido Moderado; se trataba de un grupo de políticos cuyo objetivo
era poner en marcha toda la obra legislativa de la Constitución de Cádiz, pero sin una revolución radical,
de ahí que quisieran pactar con las fuerzas del Antiguo Régimen; se habla de un pactismo entre nobleza
y clero. A la larga, será el grupo que triunfe, formando parte de él los burgueses y algunas fuerzas del
Antiguo Régimen. Port otro lado, están los exaltados o radicales, que serán el futuro Partido Progresista.
Su estrategia no era la de colaborar con las fuerzas del Antiguo Régimen sino con las masa populares
urbanas y campesinas. Será la vía frustrada de posteriores revoluciones.

Los moderados gobernaron hasta julio de 1822, siendo sus principales figuras Pérez de Castro y
Martínez de la Rosa. Los exaltados gobernarán a partir de julio de 1822, destacando Evaristo San
Miguel.

Dentro de este contexto, se observa una oposición a los grupos liberales, por parte de los absolutistas,
que utilizaron distintos medios: desde los legales, representados por la oposición de Fernando VII, hasta
los armados, que se manifestaron en la sublevación de la Guardia Real, en julio de 1822, en Madrid,
que trajo como consecuencia la llegada de los exaltados al poder, o las partidas realistas de la Regencia
de Urgel, gobierno realista en el exilio (en las montañas catalanas), ganadas a los liberales.
No obstante, quien realmente acabó con este segundo estado liberal español fue la intervención de una
potencia extranjera: Francia. La razón de este hecho se encuentra en que, tras el Congreso de Verona
(1822), las potencias de la Santa Alianza aprueban acabar con el régimen español, encargando la tarea
a Francia, que, con el consentimiento de Fernando VII, envía en 1823, los llamados <<Cien mil hijos
de San Luis>>. El pueblo español apenas si se opuso a la invasión. Este hecho fue consecuencia de que
no existía una coherencia social suficientemente fuerte en España como para apoyar al sistema liberal.
En consecuencia, se vuelve al fenómeno reacción—revolución.
Respecto a la obra del Trienio, los gobiernos liberales desarrollan el programa inconcluso de las Cortes
de Cádiz. Así:
- Se desvinculan todo tipo de propiedades, por ley.
- Se abole el régimen señorial por la Ley del 3 de mayo de 1823. Los gobiernos liberales obligan a
demostrar a los nobles que eran propietarios de las tierras. Pero esta medida quedó sin efecto debido
a la intervención extranjera en España.
- Proceso desamortizador. Se pone en marcha por primera vez de forma general y sistemática un
proceso contra el clero y se hace efectiva la desamortización. La desamortización afecta a todos los
grupos desamortizados durante la guerra —Inquisición, órdenes militares, jesuitas, conventos
destruidos, etc—, y además, al clero regular, al que atacan directamente. Al clero secular todavía
no se le había intervenido. Este proceso es un elemento significativo ya que no solo es un cambio
cualitativo sino que también es una reforma de la Iglesia, un problema de deuda pública, y un interés
social como era crear una familia de propietarios favorable al nuevo régimen.
- Nueva organización administrativa. Se hacen nuevos proyectos a nivel de estado. La culminación
será la nueva división territorial hecha por Javier de Burgos años después.
- Puesta en marcha del Código Penal a nivel de todo el estado en 1822.

2.3. La década ominosa


Tras el trienio, se vuelve a reimplantar el absolutismo, dando lugar a un período conocido como la
Década Ominosa (1923-1833), cuya aspectos más característicos son: La reimplantación del
absolutismo que derivara hacía posiciones reformistas, haciendo surgir un grupo radical que se irá
agrupando en torno a don Carlos. La actuación de estos realistas puros y los orígenes del carlismo, y la
cuestión sucesoria.
Esta etapa comienza con el manifiesto del 1 de octubre de 1823. Fernando VII, tras atacar duramente
la etapa recién terminada, declaraba que, por haber carecido de libertad, eran nulos todos los actos del
gobierno constitucional. Se retrocedía a la situación de marzo de 1820, y se ponía en marcha una
violenta represión. La crueldad de la misma hizo que Inglaterra, Francia y Rusia presionaran sobre
Fernando VII que se vio obligado a dar indulto tan peculiar que, de hecho, aumentó el número de
emigrados.
Este cambio fue acompañado de una política levemente reformista, que provocó, a partir de 1824, las
conspiraciones ultrarrealistas que culminan en la insurrección de Boissières (agosto de 1825), y en el
Manifiesto de la Federación de Realistas Puros (1826) que, suponen, para Julio Aróstegui, la aparición
de un grupo de realistas-exaltados —los futuros carlistas—. Esta oposición alcanzará su punto más
grave con la revuelta de los agraviados de Cataluña, en 1827, que llegarían a ocupar algunas ciudades
y a instalar una Junta Provisional de gobierno, antes de ser vencidos y aniquilados por las tropas del
rey.
Estas sublevaciones no acabaron con los tímidos intentos reformistas de los gobiernos de Fernando VII,
que tenían una doble naturaleza:
- Política: Se sustituye el Consejo de Castilla y se crea una asamblea del tipo francés de 1814, con
representación de los distintos estamentos.
- Económica: El gobierno de López Ballesteros, sin romper los moldes del Antiguo Régimen, trató
de elaborar un presupuesto anual para todo el estado para así arreglar la deuda de estado y verificar
la fiscalidad. Además se redacta el Código de Comercio y se crea la bolsa de valores, para negociar
la deuda pública.

Sin embargo, una coyuntura económica negativa, y la presión de los ultras, provocaron la caída de
López Ballesteros, alma de las reformas, y su sustitución por un gabinete netamente reaccionario,
encabezado por el conde de Alcudia.
Por último, debemos hacer mención la cuestión sucesoria. En marzo de 1830, tras su matrimonio con
María Cristina de Nápoles, el rey, ante la posibilidad de una descendencia femenina, promulgó la
Pragmática Sanción de 1789, que anulaba la Ley Sálica de Felipe V. Esta Pragmática, tras el nacimiento
de la princesa Isabel (1830), privaba de sus derechos al infante Carlos María Isidro. Surgía así la
cuestión sucesoria.
En septiembre de 1832 tendrían lugar los llamados <<Sucesos de La Granja>>, estudiados por Federico
Suárez. Agonizando Fernando VII, una serie de intrigas forzaron al monarca a derogar la Pragmática
Sanción. La inesperada recuperación del rey dio lugar a un giro político, que se manifestó en:
- Promulgar, de nuevo, la Pragmática.
- Sustituir al conde de Alcudia por Cea Bermúdez.
- Desmantelamiento de las instituciones que se habían descubierto favorables a don Carlos,
especialmente, los voluntarios realistas.
- Acercamiento a los liberales, con objeto de ganarlos para la causa de la princesa Isabel.

Pese a todas estas medidas, a finales del reinado de Fernando VII, el carlismo se aglutinaba y
cohesionaba en torno a la figura de don Carlos, contando con el apoyo del clero, de los sectores más
reaccionarios de la aristocracia, de los voluntarios realistas y del campesinado. Mientras esto ocurría,
Cea desarrollaba una política moderada. Así, se publica una recortada amnistía (octubre de 1832) y se
continuaba la aproximación a los liberales. Fernando VII moría el 29 de septiembre de 1833, dejando
una situación completamente inestable.

3. LA FORMACIÓN DEL ESTADO LIBERAL. LA MINORÍA DE EDAD DE ISABEL II


(1833-1843)

A la muerte de Fernando VII se plantean cuatro proyectos políticos para España. El primero es el
mantenimiento del Antiguo Régimen, defendido por Carlos María Isidro y sus partidarios carlistas. El
segundo es el régimen templado, que defiende la regente María Cristina, la aristocracia, el alto clero y
los liberales más moderados. El tercer proyecto es el liberalismo puro, que es defendido por el partido
progresista. El cuarto proyecto es el liberalismo doctrinario, que defiende el partido moderado. En esta
década se desarrollan los tres primeros proyectos.
3.1. La I Guerra Carlista (1833-1840): El fracaso del proyecto absolutista
El primer modelo que fracasa es el absolutista, como consecuencia de su derrota en la Primera Guerra
Carlista (1833-1840).
Hoy es claramente aceptado por la historiografía que la guerra civil que se prolongó entre 1833 y 1840
fue, más que un pleito dinástico, fue un conflicto ideológico, pues el carlismo representaba el antiguo
régimen en todas sus facetas, y su objetivo era su mantenimiento en España
Geográficamente, tuvo su implantación mayor en Navarra, Vascongadas y las tierras montañosas al sur
del bajo Ebro (Maestrazgo). Sociológicamente, contó con el apoyo del clero, ciertos sectores de la
nobleza, especialmente los hidalgos, y el campesinado, aunándose, en todos estos grupos, motivaciones
sociales, económicas, religiosas y forales.
La guerra estalla el 1 de octubre de 1833 y se extenderá hasta julio de 1840. No obstante, El convenio
fue ratificado en Vergara, el 31 de agosto de 1839. En julio de 1840, el general Ramón Cabrera,
contrario al acuerdo, pasaba la frontera francesa. La guerra había terminado con el triunfo de los
liberales. El proyecto de mantener la monarquía absolutista había quebrado definitivamente.

3.2. El régimen del Estatuto Real (1834-1835): El fracaso del proyecto Templado

Paralelamente al desencadenamiento de la I Guerra carlista, María Cristina, como regente, quiso


establecer un nuevo régimen en España, de carácter Templado, que pasamos a estudiar.
La primera formulación de este modelo fue el Manifiesto de la gobernadora al país (4 de octubre de
1833); el documento —que pretendía ser un programa de gobierno— tenía dos partes:
- Una defensa de la religión y la monarquía, que constituía su programa de gobierno.
- Un intento de modernización del Estado, con objeto de atraerse a los liberales, y que
constituía el programa administrativo.
El sistema de Despotismo Ilustrado como dice Jover Zamora, o de régimen Templado de Gobierno que
el documento configuraba —totalmente anacrónico—, disgusto a los liberales, que forzaron la caída de
Cea Bermúdez y su sustitución por Martínez de la Rosa.
El programa del nuevo Jefe de Gobierno era claro: constitución y cortes. En efecto, en enero de 1834,
comenzó la preparación de un texto constitucional que sería el Estatuto Real de 1834. Con respecto al
mismo, Villarrolla y Arcenegui afirma que se trata de una constitución otorgada similar a la de Luis
XVIII. De la misma opinión es Díez del Corral, aunque, según este autor, va más allá de lo que lo hizo
el monarca francés.

El texto —el más breve de la historia constitucional española, con sólo 50 artículos— se fundamenta
en los siguientes principios:
- Soberanía compartida entre rey y cortes.
- Bicameralismo. Se creaba el Estamento de Próceres —reunión de todas las aristocracias sociales
del país, con unos miembros natos y hereditarios, y otros de nombramiento real y vitalicios—, y el
Estamento de Procuradores, como Cámara electiva.
- La constitucionalización del Consejo de ministros y de la figura del presidente.
Las mayores faltas de este texto eran la ausencia de un sistema de división de poderes y la omisión de
los derechos individuales, ambas cuestiones claves de la ideología liberal. Esto trajo consigo que sólo
los liberales más conservadores la aceptasen. Por el contrario, los liberales exaltados —que ya
empiezan a denominarse progresistas— lucharan por otro texto, más acorde con su ideología, y cuyo
ideal era el de 1812.

Esta situación desencadenará la Revolución de 1835, que supondrá la subida al poder de Juan Álvarez
de Mendizábal, y culminará con el Pronunciamiento de La Granja (agosto de 1836) —inspirado por el
propio Mendizábal—, que supondrá el fin definitivo de un régimen Templado en España.

El segundo proyecto político había fracasado, abriendo así el camino al liberalismo

3.3. El proyecto progresista (1836-1843): El nacimiento de los “espadones”

Los progresistas habrían de ser los protagonistas del tercer Estado liberal español, y representaban el
tercer proyecto político en discordia, el del liberalismo puro, que pasamos a explicar.

Pero antes de explicar el proyecto liberal de los progresistas, que es el tercero en discordia, se hace
necesario analizar una característica que es particular del liberalismo español: la fuerte presencia del
ejército en la vida política.

Para Pabón, existen tres causas que posibilitan este hecho:


1. La bélica, por el prestigio que la guerra proporciona a los militares.
2. La histórica, por la constante presencia de la guerra en la vida política española desde 1808 a 1839
3. La política, por el sentimiento liberal, constitucional, de los generales del siglo XIX.

Por su parte, Cardona y Puell afirma que fue el mal funcionamiento del Parlamento, y la incapacidad
de la clase política y de la sociedad española para crear un sistema pacífico de alternancia en el poder.
Esta situación obligó a los partidos liberales a recurrir al ejército para que, mediante una intervención
militar, denominada pronunciamiento, pudiesen llegar al gobierno.

Finalmente, Seco Serrano insiste en la importancia de la macrocefalia –elevado número de oficiales en


el Ejército-, que hacía que las carreras militares fueran anodinas, largas y poco brillantes, situación que
podía cambiar mediante la participación en el pronunciamiento. Esta macrocefalia del Ejército español
sólo se resolvió tras la muerte del general Franco en 1975.

El resultado fue la aparición del espadón, es decir, el jefe militar que era a su vez jefe político de un
grupo liberal. En este período hubo cinco grandes espadones: Ramón María Narváez, jefe moderado;
Baldomero Espartero, jefe progresista; Leopoldo O’Donnell, jefe de un partido centrista, la Unión
Liberal; Francisco Serrano, sustituto de O’Donnell en la Unión Liberal y, finalmente, Juan Prim,
sustituto de Espartero al frente de los progresistas y el general con mayor talento político del siglo XIX.
Precisamente, como ya sabemos, había sido un pronunciamiento militar, el de los sargentos en La
Granja (1836), el que llevó a los progresistas, encabezados por Espartero y Juan Álvarez de Mendizábal,
al poder, en el que se mantendrían de forma casi ininterrumpida hasta 1843, donde plantearon su
proyecto político. Según Jorge Vilches, su mejor conocedor, este proyecto presentaba las siguientes
características.

En el ámbito político, los progresistas se caracterizaban por:


- La defensa de la soberanía nacional.
- El Estado laico.
- Derechos y libertades muy amplios, incluyendo la libertad de prensa.
- Defensa de los ayuntamientos democráticos.
- Defensa de la milicia nacional, cuerpo de ciudadanos voluntarios, como organismo para el
mantenimiento del orden público.

La mayor parte de estas ideas estaban recogidas en la Constitución de 1812. De ahí que, poco después
de llegar al poder, la restablecieran. Sin embargo, su vigencia será corta. Los progresistas, de la mano
de Calatrava (jefe de Gobierno desde el 16 de agosto de 1836 al 17 de agosto de 1837), consideraron
la constitución de 1812 anacrónica, y plantearon la alternativa de redactar otra, más acorde con los
tiempos. El 21 de agosto de 1836, convocaron unas Cortes extraordinarias. Las mismas habían de
redactar la constitución de 1837, sancionada el 18 de junio del año siguiente.

La nueva constitución era más precisa, condensada y sistemática que la de 1812 (13 títulos, con 77
artículos). Sus principios doctrinales eran:
- Soberanía nacional
- División de poderes
- Afirmación de los derechos individuales, aunque de forma más matizada que en 1812.

En la configuración de los órganos constitucionales, se desviaba mucho de la de 1812, estableciendo:


- El bicameralismo. El Senado sería mixto —elección Real y elección popular— mientras que el
Congreso de los Diputados sería de elección enteramente popular.
- Se potenciaban los poderes del monarca.
- Se formalizaba la existencia del gobierno como órgano colegiado de decisión política.
- Se cambiaba el sistema electoral establecido en 1812, estableciéndose un sufragio censitario amplio.

Esta nueva carta magna presentaba la ventaja de ser lo suficientemente templada como para servir a
progresistas y moderados.

En el orden económico, los progresistas también tenían ideas propias, que se vinculaban con el
liberalismo puro, aunque en sus postulados más izquierdistas. Entre ellas, destacaban:
- Librecambismo.
- Desamortización de las tierras de la Iglesia y de los Ayuntamientos.
- Predominio de los impuestos directos frente a los indirectos para favorecer a los más humildes.
En el ámbito social, eran apoyados por la pequeña burguesía y los profesionales liberales, teniendo
ciertas simpatías en el pueblo. Sin embargo, aunque estuvieron siete años en el poder, tres de ellos con
Espartero como regente (1840-1843), tras forzar la salida de María Cristina, su proyecto político
fracasó. Vilches establece dos causas para explicar este fracaso.
- La primera es de índole interno, y se vincula con la carencia de un programa político articulado y
de un liderazgo sólido, más allá del símbolo de Espartero.
- La segunda causa es externa, y tiene que ver con la gran oposición que tuvieron, ya que contra los
progresistas se tuvieron que enfrentar con la realeza, la aristocracia, la Iglesia, la burguesía
terrateniente e industrial, partidaria del proteccionismo, y las clases medias conservadoras, además
de con un sector del ejército.

Esta fuerte oposición causó su ruina. En octubre de 1841, los militares moderados provocaron un
levantamiento que acabó en fracaso y causó el fusilamiento, entre otros, del general Diego de León. En
noviembre de 1842, en Barcelona, se produjo un movimiento popular, ante el temor de un tratado
comercial librecambista con Gran Bretaña que podía ser perjudicial para la industria textil catalana. El
bombardeo de Barcelona acabó con la insurrección y la Junta revolucionaria huyó. Siguió una dura
represión, lo que aumentó la oposición al Regente.
Finalmente el 23 de mayo, se inició en Málaga un nuevo movimiento contra Espartero, y, desde allí, se
extendió por la nación, con sus centros de gravedad en Cataluña y Valencia. Había llegado la hora de
Narváez y los moderados. Ante su triunfo frente a Seoane en Torrejón de Ardoz, Espartero se exilió en
Londres. Se declaró entonces la mayoría de edad de Isabel II. Y poco después, Narváez ocupaba el
poder. Comenzaba la etapa moderada.

4. EL REINADO DE ISABEL II (1843-1868): LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL.

Durante estos veinticinco años se construyó definitivamente el Estado liberal en España. Sus grandes
protagonistas fueron los moderados, que gobernaron durante todo este período salvo en tres ocasiones:
1854-1856 (gobierno progresista), 1858-1863 y 1865-1866 (gobierno de O’Donnell). Este largo
período de permanencia en el poder les permitió desarrollar su proyecto político, que era el del
liberalismo doctrinario, ideología creada en Francia por Royer Collard, y que consideraba al rey el
cuarto poder.

4.1. La Década Moderada (1843-1854) y el proyecto de Donoso Cortés

La década moderada (1843-1854) se caracterizó por la creación del estado liberal español y por el
intento de construcción de un régimen civil por Bravo Murillo.
El régimen moderado parte de unos supuestos sociales y articula un sistema político. En principio,
dentro del partido moderado caben varios grupos, no siempre bien avenidos, que son agrupaciones de
notables, vinculados a las élites del poder y con unos interesas comunes. Comellas ha señalado que su
objetivo era armonizar el orden con la libertad, como fundamento del progreso económico. De hecho,
los moderados buscaran dos objetivos básicos: el orden y la centralización.
En el orden político, y siguiendo a Comellas, sus características políticas más sobresalientes eran las
siguientes:
− Soberanía compartida rey-Cortes.
- Amplios poderes para el monarca.
- Estado confesional católico.
- Senado de notables, a semejanza de la Cámara de los Lores.
- Sufragio censitario restringido.
- Libertades y derechos individuales limitados.
- Centralismo administrativo, con alcaldes elegidos el Gobierno.
- Orden público en manos de un cuerpo profesional de policía.

Para hacer realidad estas ideas, los moderados tomaron tres importantes decisiones:

1ª. Elaboración de una nueva constitución, la de 1845, base jurídica del régimen moderado, y que fue
presentada como una reforma de la de 1837, donde quedó plasmado su concepto de soberanía,
monarquía y senado, así como la limitación de los derechos y libertades fundamentales, especialmente
restringiendo el derecho de sufragio.

2ª. Creación de la Guardia Civil en 1844. El duque de Ahumada fue el hombre encargado de dar solidez,
coherencia y forma definitiva al Cuerpo. Su finalidad era sustituir a las anteriores fuerzas de seguridad
y orden público, especialmente a la Milicia Nacional. Su organización era centralizada, con la sede en
Madrid, dependiendo de dos ministerios, el de Gobernación y el de Guerra, porque si bien sus funciones
eran, única y exclusivamente, interiores; el fuero de sus miembros era militar. La Guardia Civil fue
poco a poco extendiéndose por todo el territorio nacional, convirtiéndose en un elemento de orden y un
factor de centralización que llevó la presencia de la autoridad y el poder del Estado hasta los más
apartados rincones del territorio nacional. De nuevo, el orden y la centralización, las dos connotaciones
más acusadas del régimen moderado.

3ª. Aprobación del Código Penal de 1848, que se caracterizaba por su extremada dureza, ya que se
penaba con la muerte numerosos delitos, aunque no fueran de sangre, lo que reflejaba el concepto del
orden público de los moderados.

Junto a estos puntos esenciales, hubo otros de menor importancia: se suprimió la milicia nacional, por
su carácter progresista; se modificaron las competencias de los ayuntamientos; se recortaron ciertas
libertades, etc.

En el orden económico, según Comellas, los moderados destacaban por las siguientes ideas:
- El capitalismo puro.
- El proteccionismo.
- La reforma de la Hacienda Pública, y el establecimiento de un sistema impositivo moderno, con
un mayor peso de los indirectos sobre los directos. Esta reforma fue realizada en 1845, por el
ministro de Hacienda, Alejandro Mon, apoyado por una comisión, presidida por Ramón de
Santillán. Esta reforma trajo consigo el paso de un sistema de impuestos múltiples e
incoherentes, propios del Antiguo Régimen, a uno más sencillo y de carácter más científico,
que tuvo en cuenta las transformaciones experimentadas por la economía española. La reforma
impuso el sistema francés de contribuciones sobre productos y comprendía:
1º. Contribuciones sobre bienes inmuebles, cultivo y
ganadería. 2º. El subsidio industrial y de comercio.
3º. El impuesto sobre el consumo de especies determinadas.
4º. La contribución sobre inquilinatos
5º. El derecho de hipoteca.

Finalmente, en el orden social contaron con el apoyo de la reina Isabel II, de la aristocracia, de la Iglesia,
especialmente tras el Concordato con la Santa Sede (1851), de la burguesía tanto terrateniente como
industrial, y de las clases medias conservadoras, que en la España del siglo XIX se denominaban gentes
de orden.
Fue este importante apoyo social, unido a su mayor articulación ideológica, lo que permitió a los
moderados triunfar allí donde habían fracasado los progresistas. Sin embargo, esto no quiere decir que
sus logros fueran perfectos y definitivos, ya que el proyecto moderado tenía tres puntos débiles:
1ª. La falta de unidad en el partido, que culminó con el intento de reforma constitucional de Bravo
Murillo (1852). Este personaje —jefe de Gobierno entre enero de 1851 y diciembre de 1852—
representaba a un sector de la sociedad civil hastiado del predominio de los militares. Su preocupación
central era el progreso material, y de ahí que se haya caracterizado como un gobierno de técnicos —un
antecedente de los tecnócratas del Opus Dei, durante el Franquismo—. Para ello, pretendió llevar a
cabo una reforma constitucional que suponía una radical transformación de los fundamentos del
régimen liberal español. Comellas afirma que este proyecto partía de dos presupuestos: de un lado, la
necesidad de reformas administrativas; y de otro, los principios ideológicos de Bravo Murillo, de corte
conservador. El proyecto, que se publicó en la Gaceta el 3 de diciembre de 1852, y debía ser discutido
por las Cortes para rechazarlo o aprobarlo en bloque, fue calificado de reaccionario, aunque contaba
con el apoyo de Isabel II. Esta oposición, si bien obligó a Bravo Murillo a dimitir el 13 de diciembre,
dejó muy debilitado al partido

2ª. La corrupción, especialmente como consecuencia de la Ley de ferrocarriles de 1844, proceso en el


que destacó el marqués de Salamanca, y que fue otra de las causas de la disgregación del régimen
moderado

3ª. La incapacidad para crear un sistema que permitiese la alternancia en el poder, lo que provocó la
oposición frontal de los progresistas. Así, el general Domingo Dulce, con el apoyo de O`Donnell, se
pronuncia en junio, y el día 30 se da el indeciso encuentro de Vicálvaro (Madrid). Ante la inhibición
del pueblo, el 6 de julio se hace público el Manifiesto de Manzanares (redactado por Antonio Canovas
del Castillo), donde se promete: la ampliación de la ley electoral, la puesta en marcha de la ley de
imprenta, cierta descentralización administrativa, convocatoria de Cortes generales y reorganización de
la milicia nacional. Entonces, el movimiento se generaliza por toda la nación: Barcelona, Valladolid,
Valencia, etc. En la capital de España se constituye una Junta de Salvación, presidida por Evaristo San
Miguel. La Reina hace dimitir al moderado conde de San Luis, presidente del Consejo de Ministros y,
acto seguido, entrega el gobierno al duque de Rivas, que llama al poder a Espartero, quien reclama a su
lado a O`Donnell. Los progresistas han vuelto al poder.
4.2. El bienio progresista (1854-1856)

Los progresistas estuvieron dos años en el poder (1854-1856), y su proyecto político se centró en dos
aspectos: Una nueva constitución y la consolidación de las reformas, y, en particular, la
desamortización.

Respecto al primero de estos aspectos, los progresistas tenían un objetivo: configurar un nuevo régimen
sobre la base de la conservación de la monarquía isabelina. El mecanismo fue la redacción de una nueva
constitución —la Constitución nonata de 1856— que recogía los principios fundamentales de la
ideología progresista:

- Soberanía nacional
- Regulación de los derechos individuales y, en lo religioso, consagración de la libertad de
conciencia.
- Limitación de las facultades del rey
- Mantenimiento del sistema bicameral, pero reforzando la organización y autonomía de las Cortes
y pasando el Senado a ser un cuerpo completamente electivo.
- Restablecimiento de la Milicia Nacional.

Esta constitución no pudo promulgarse, pero la declaración de libertad religiosa movió a todas las
fuerzas confesionales contra el gobierno, desde los carlistas, que se levantaron en Aragón, hasta la
jerarquía católica, que elevó representaciones a las Cortes y organizó campañas en defensa de la unidad
católica.

Respecto al segundo aspecto, el bienio volvió a reemprender la obra desamortizadora. Manteniendo la


desvinculación de patrimonios, la Ley de Desamortización General de 1 de mayo de 1855 afecto a los
bienes de propios y tierra comunales de los ayuntamiento, así como a los bienes eclesiásticos. El
resultado fue que favoreció el latifundismo, y perjudicó enormemente a los campesinos, que en los
bienes de comunes tenían un sostén de su economía.
Como había ocurrido anteriormente, el proyecto progresista no pudo culminarse. En julio de 1856,
Isabel II, ante un conflicto surgido en el gabinete, apoyó a O`Donnell contra Espartero, lo que provocó
la caída de éste. A partir de ese momento, O`Donnell se impuso a los progresistas y se adueñó de la
situación, formando un nuevo gobierno. Acto seguido, disolvió las Cortes y abandonó la Constitución
que éstas habían elaborado. De esta manera, daba fin al bienio progresista.

4.3. Moderados y Unionistas (1856-1865)


El triunfo de O`Donnell abrió la última etapa del reinado de Isabel II, protagonizada por moderados y
unionistas.
A O`Donnell le sustituyó Narváez, que gobernó hasta 1858 sobre la base de la constitución de 1845.
Narváez desarrolló una política profundamente conservadora, en la que, no obstante tomó dos
importantes decisiones:
1ª. La aprobación de la Ley Moyano (1857), que organizaba la instrucción pública, con objeto de
proporcionar operarios adecuados a la industria y los servicios del país. Una idea muy en la línea
de las ideas moderadas
2ª. La ley del censo de 1857, que iniciaba la época estadística. La caída de los moderados en 1858,
como consecuencia de una importante crisis económica, abrió las puertas del gobierno a la Unión
Liberal, que gobernará en dos etapas: 1858-1863 y 1865-1866.

La Unión Liberal era un conglomerado político que intentaba de aglutinar a la izquierda moderada y a
los progresistas templados; es decir, crear un centro. Su aspecto más destacado fue sin duda su política
exterior, donde no pueden dejar de citarse la Guerra de África (1859-1860), con el triunfo de Prim en
la batalla de los Castillejos, y concluida con la Paz de Wad-Ras (abril de 1860), que supuso ventajas
económicas y concesiones territoriales para la nación española, y la Expedición a Méjico (1861-1862),
dirigida por Prim, y que se llevó a cabo conjuntamente con Gran Bretaña y Francia. El general español,
de forma muy inteligente, se retiró a tiempo, junto a los británicos, evitándose el fiasco que supuso el
reinado de Maximiliano de Habsburgo como emperador (1864-1867).

En 1863 cayó O`Donnell, acabando así la primera etapa unionista, y volvieron los moderados al poder.
De 1863 a 1865 se sucedieron distintos gabinetes moderados. Mientras esto ocurría, los progresistas,
retirado Espartero, se agrupaban en torno a Juan Prim y conspiraban. En 1865, se produce el regreso
de O`Donnell al gobierno.

4.4. La caída de la Monarquía (1865-1868)

Entre 1865 y 1868, gobiernan los unionistas y los moderados. A la segunda etapa de la Unión Liberal
de O`Donnell (1865-1866), que intentó, sin éxito, atraerse a los progresistas, le sucedió Narváez. El
general se mantuvo en el poder hasta su muerte (abril de 1868), desarrollando una política muy
conservadora. Sin embargo, como afirma Jover Zamora, el régimen estaba llegando a su fin, como
consecuencia del agotamiento de unos hombres y de un sistema, incapaz de tejer un sistema pacífico
de acceso al poder. Los pronunciamientos comienzan a sucederse. Así, en enero de 1866 tiene lugar el
pronunciamiento fracasado de Villarejo de Salvanés (Madrid), dirigido por Prim, que tuvo que huir. En
junio del mismo año, se produce un nuevo pronunciamiento, el de los sargentos de artillería del cuartel
de San Gil (Madrid), sofocado rápida y duramente. Ese mismo año, progresistas y demócratas (partido
fundado en 1848) firman el Pacto de Ostende (agosto), en donde se ponen las bases de un programa
político que preveía el destronamiento de Isabel II, y la convocatoria de una Asamblea constituyente
que había de decidir el futuro de la nación. A la muerte de O`Donnell (1867), los unionistas, dirigidos
por el general Serrano, se unieron al Pacto, con lo que la monarquía quedaba con el sólo apoyo de los
moderados. La revolución de septiembre de 1868 que habría de poner fin al reinado de Isabel II estaba
ya preparada.
5. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874): PRIMEROS INTENTOS
DEMOCRÁTICOS.

Seco Serrano afirmó que el período comprendido entre 1868 y 1874 supone la culminación del ciclo
revolucionario liberal, en su dimensión maximalista democrática, llevando a sus últimas consecuencias
el proyecto político progresista, encabezado por Prim.

5.1. La revolución del 68

La primera manifestación de este periodo es la revolución de 1868.


El origen de la revolución está en la figura de Prim, quien en el exilio, aglutinó las posiciones
enfrentadas de unionistas, demócratas y progresistas en torno a la idea de Cortes Constituyentes, cuyo
resultado, todos debían respetar. Entre el 16 y el 18 de septiembres de 1868, se reúnen las conspiradores
en Cádiz, en donde la escuadra del almirante Topete, el 17, se pronuncia. El 19 se publica el Manifiesto
que, firmado por todos los generales, expone las causas y fines del movimiento revolucionario. En él
se precisa lo siguientes aspectos:
1. No deponer las armas hasta que se establezca la soberanía nacional.
2. Formar un gobierno provisional que asegure el orden.
3. Elaborar una constitución mediante una cámara elegida por sufragio universal.
4. Contar para este proyecto con la totalidad de la Nación, y la aprobación de Europa.

El Gobierno encargó al marqués de Novaliches, José Pavía y Lacy, jefe del ejército de Andalucía,
derrotar en un solo encuentro a los pronunciados. Dicho encuentro tuvo lugar en Alcolea (Córdoba), en
donde se enfrentaron Novaliches y Serrano. Tras una escaramuza, las tropas se retiraron, y luego se
concertó una honrosa capitulación. El pronunciamiento había triunfado. El Gobierno dimitió. Al mismo
tiempo, la familia real, que estaba en San Sebastián, el 30 de septiembre atravesaba la frontera y pasaba
a Francia.

5.2. El Gobierno Provisional y la constitución de 1869


En octubre de 1868 se constituyó el gobierno provisional, cuyas principales figuras eran Serrano
(presidente), Prim (ministro de la Guerra) y Sagasta (ministro de Gobernación). Lo formaban unionistas
y progresistas, quedando excluidos los demócratas, lo que ocasionó tensiones en el seno de ese partido.

El nuevo gobierno, por decreto de 6 de diciembre de 1868, convocó elecciones a Cortes Constituyentes
por sufragio universal de todos los españoles varones mayores de veinticinco años. Estas tuvieron lugar
entre el 15 y el 18 de enero de 1869, y la apertura de las Cortes se produjo el 11 de febrero. El censo
electoral pasó de unos cuatrocientos mil, en 1865, a unos cuatro millones, y voto el 70% del mismo. El
triunfo correspondió, claramente, a los partidos monárquicos gubernamentales. Hubo también unos
veinte diputados carlistas y, sobre todo, una importante minoría republicana —ochenta y cinco
diputados—.
Las nuevas Cortes redactaron un texto que aprobaron el 1 de junio por 214 votos contra 55,
promulgándose el 6 de junio. Los debates más intensos se centraron en el artículo 21, sobre la libertad
religiosa y las relaciones Iglesia-Estado, y en el 33, sobre la cuestión del régimen a adoptar, en donde
se enfrentaron duramente monárquicos y republicanos. En los dos casos, finalmente, prevalecieron las
tesis gubernamentales: libertad religiosa y régimen monárquico.
Las bases de la nueva constitución eran:
- Soberanía nacional.
- División de poderes.
- Especial atención a los derechos individuales que, además, regula: libertad de cultos, sufragio
universal, derechos de reunión y asociación.

Con respecto a los órganos constitucionales —Cortes, rey y gobierno—, ofrece las siguientes
características:
- Cortes bicamerales: un Senado por su origen y naturaleza, tiene cierta dimensión federal (4
senadores por provincia), y un Congreso de diputados de elección universal, con distintos requisitos
para ser elector que elegido. Por tanto, era un sistema liberal muy avanzado pero no era una
democracia
- Rey con facultades similares a las fijadas en las constituciones progresistas anteriores. Tendría
que ser elegido
- Gobierno: órgano colegiado encargado de la dirección política y administrativa del país, que
ejercía el poder ejecutivo y cuyas responsabilidades políticas se formalizan.

Esta constitución, sin embargo, apenas si tuvo un momento de auténtica efectividad en los cinco años
que duró su vigencia teórica.
Por otro lado, las Constituyentes, el 15 de junio de 1869, designaron regente del reino, hasta la elección
del rey, a Serrano, hasta entonces presidente del gobierno provisional. Este encargó la formación de
gobierno a Prim, que pasaba a ser, hasta su muerte, el personaje político clave del país.

5.3. El reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873)

Tras la aprobación de la Constitución, el problema esencial era entonces la elección de un rey.


Los candidatos más calificados eran el duque de Montpensier, don Fernando de Coburgo, Leopoldo de
Hohenzollern-Sigmaringen y Amadeo de Saboya. La cuestión era muy compleja, ya que se mezclaban
intereses nacionales e internacionales. De ahí la actividad diplomática que se desplegó en torno al tema,
y de la que había de derivarse, de forma directa, la guerra franco-prusiana. El elegido, finalmente, fue
el último, hijo del rey Víctor Manuel I de Italia.
Presentada la propuesta a las Cortes el 3 de noviembre de 1870, fue aprobada el día 16. Poco más de
un mes más tarde, su gran valedor, el general Prim moría, el 27 de diciembre, tras un atentado que tuvo
lugar en la madrileña calle del Turco. El nuevo rey entraba en Madrid el 2 de enero de 1871 y, tras
visitar el cadáver de Prim en la basílica de Atocha, juraba fidelidad a la Constitución y a las leyes, y
era proclamado rey de España.
La gran contradicción de fondo de la monarquía de Amadeo I (2 de enero de 1871-10 de febrero de
1873) es que debía ser encarnación de la inexistente unidad de los partidos monárquicos. Pero no fue
así. El asesinato de Prim le quitó al hombre capaz de mantener el equilibrio entre las distintas fuerzas
políticas, y de hacer posible el reinado. Desaparecido su líder, el progresismo se fraccionó en las dos
tendencias que pugnaban en su seno: los constitucionales de Sagasta, y los radicales de Ruiz Zorrilla -
ambos, sucesivamente, jefes de la masonería española-, que serán rivales irreconciliables desde
entonces. Por su parte, los unionistas, dirigidos por Serrano, apoyaban a otro pretendiente al trono, el
duque de Montpensier, cuñado de Isabel II, a lo que se unió la radicalización de los republicanos, más
la acción carlista. Cuando las posiciones se tornaron irreconciliables, se hizo inviable la monarquía y
vino la República.
La cuestión artillera (enero de 1873) vino a ser el detonante final de esta crisis. El origen del incidente
está en el plante de los oficiales de este Arma ante el nombramiento, para la Capitanía General de
Cataluña, de Baltasar Hidalgo de Quintana, comprometido en el pronunciamiento de San Gil, y para
los artilleros, responsable de la muerte de varios Jefes y Oficiales. Ante el hecho, el Gobierno decidió
disolver el Real Cuerpo, negándose el monarca a hacerlo, pero al final se ve obligado a hacerlo el 7 de
febrero. La consecuencia fue la abdicación de Amadeo el 11 de febrero.
Las dos cámaras, reunidas en Asamblea Nacional, la aceptaron, y proclamaron la República. Unas
cortes monárquicas traían el régimen republicano.

5.4. La I República

Este régimen fue implantado, como ya hemos dicho, por monárquicos y moderados y, al final,
desbaratado por los propios republicanos.
El proyecto reformista de los distintos presidentes republicanos jamás pudo concretarse por los
problemas financieros y los conflictos interiores, que entorpecieron siempre su tarea.
Los problemas internos que marcan la historia de la I república son:
1º. Las divisiones existentes dentro del campo republicano y que culminaron en el cantonalismo, que
comenzó el 12 de julio de 1873 en Cartagena, y que pronto se extendieron por toda la nación.
2º. La Tercera Guerra Carlista. En 1868, a la caída de Isabel II, un carlismo renovado había levantado
bandera contra la revolución, provocando la 3ª Guerra Carlista que se prolongó entre 1872 y 1876,
y que se desarrolló en dos zonas: la región vasconavarra y la zona del Maestrazgo-Cataluña.
3º. La constante oposición monárquica al régimen.

Durante el Gobierno de los cuatro presidentes –Estanislao Figueras, Francisco Pí y Margall, Nicolás
Salmerón y Emilio Castelar- que se sucedieron en menos de un año, se logró solucionar el problema
cantonal –sólo quedó el caso de Cartagena-, pero no se pudo acabar con el carlismo, ni poner fin a las
conspiraciones monárquicas. No obstante, el mayor problema para el régimen es que había perdido el
apoyo de las clases medias y las élites del país, aunque no del Ejército, que apoyó la política enérgica
de Emilio Castelar, presidente desde el 6 de septiembre. Sin embargo, las Cortes criticaron su gestión
el 2 de enero de 1874, y perdió la votación de confianza —100 a favor; 120 en contra—. En la
madrugada del 3 de enero se preparaba la elección como nuevo presidente del doctor Palanca, un
cantonalista.
Sin embargo, la votación no pudo concluirse. El general José Pavía, Capitán General de Madrid, con el
apoyo del resto del Ejército, y haciendo entrar a la Guardia Civil en las Cortes, expulsó a los diputados.
Fue el primer golpe de Estado del Ejército como institución de la historia de España, iniciando una
nueva etapa en la historia de nuestro país, y supuso el fin de la I República.

5.5. La República de 1874. El golpe de Estado de Martínez Campos.

Tras el golpe de Estado, Pavía, llamó a Serrano, como general más antiguo, y hubo una reunión de
notables —militares y políticos— de la que salió el nombramiento del “general bonito” como jefe del
Poder Ejecutivo.
Se formó luego un gobierno, que presidirían, sucesivamente, el general Zabala y, después, Sagasta, y
se puso en marcha la República conservadora de 1874. Los militares, como corporación, se habían
convertido en los árbitros de la situación. Tres fueron los problemas internos a los que tuvo que hacer
frente el nuevo gobierno:
1º. La revuelta cantonalista, que concluyó con la entrada del general López Domínguez (13 de enero
de 1874) en Cartagena.
2º. Las revueltas republicanas federales.
3º. La guerra carlista

Paralelamente se desarrollan conspiraciones monárquicas en las que también participaban militares


(Arsenio Martínez Campos, el conde de Cheste, Caballero de Rodas); éstos, frente a los planteamientos
de Antonio Canovas del Castillo, jefe del partido alfonsino desde 1873, que necesitaba tiempo para
ampliar la base social y política del partido y que rechazaba el predominio militar, deciden reestablecer
la monarquía mediante un pronunciamiento militar. El 29 de diciembre, Martínez Campos, al frente de
la brigada Dabán, lo hace, aclamando a Alfonso XII como rey de España. En Madrid, aunque es
detenido Cánovas del Castillo, los generales Joaquín Jovellar, jefe del Ejército del Centro, y Fernando
Primo de Rivera, Capitán General de Madrid, se unen al pronunciamiento. Serrano, que está en el norte,
pasa a Francia, y el 31 de diciembre, Canovas del Castillo constituye el Ministerio-Regencia. De esta
forma, se cerraba el ciclo histórico que abrió la revolución de septiembre de 1868, y se iniciaba una
nueva época: La Restauración alfonsina, que significaba la vuelta a los principios del liberalismo
moderado.

6. CAUSAS Y ORÍGENES DE LA RESTAURACIÓN

Como afirma Espadas Burgos, para entender la Restauración, hay que situarla en un doble contexto:
Por un lado, como contraste con el periodo inmediatamente anterior, el Sexenio Revolucionario, que
había significado la maximalización del proyecto progresista, es decir, la idea de construir un sistema
liberal en España con el apoyo de las clases populares. Proyecto que había fracasado por múltiples
causas, sobre todo, porque la estructura socioeconómica de España no se adecuaba a un régimen de
esas características, y cuyo fracaso había estado a punto de provocar la destrucción del estado español,
e incluso, de España como nación. Por el contrario, el régimen de la Restauración significará la
maximalización del proyecto moderado, es decir, la construcción de un estado liberal con el apoyo de
las élites del país: nobleza, iglesia católica y burguesía.
Por otro lado, Antonio Canovas del Castillo, el artífice de la Restauración, pretendió construir un
sistema político con apoyo internacional, superando así la marginación a la que las potencias europeas
habían sometido a la 1ª República.

6.1. La dimensión internacional de la Restauración

Antonio Canovas del Castillo va a entrar en contacto con las principales potencias europeas, con
objeto de presentarles su proyecto político. Estas potencias fueron:

● Imperio Alemán: Canovas del Castillo tenía un gran interés en conseguir el apoyo de esta gran
potencia europea para la Restauración. Sin embargo, a pesar de que el futuro Alfonso XII viajó a
Berlín en 1874, Bismarck nunca manifestó su apoyo por la vinculación entre la monarquía
borbónica y la Iglesia católica, con la que el canciller alemán tenía un fuerte enfrentamiento
conocido como Kulturkampf (“Lucha cultural”), manteniendo una actitud de reserva, aunque no de
hostilidad.
● Francia: Si Alemania debería ser uno de los puntales de la Restauración, esta nación debería ser el
otro, aunque su posición era más débil en Europa desde la derrota de 1870 ante Prusia, que había
supuesto la caída del II Imperio francés. Canovas del Castillo consiguió que el mariscal Patrice de
MacMahom, presidente de la III República, pero monárquico de corazón, mostrase sus simpatías
por el futuro Alfonso XIII, pero Canovas del Castilla, aspiraba a conseguir tres objetivos en relación
con el país vecino, una vez que fue coronado el rey:
o Que limitase la actuación de los carlistas.
o Que limitase la actuación de los republicanos.
o Que vigilase las conspiraciones que se tejían en torno a Isabel II para que esta volviese al
trono, en lugar de su hijo.
● Austria-Hungría: La doble monarquía danubiana fue el estado dónde durante más tiempo residió el
futuro Alfonso XII, asistiendo en 1874, a la Academia de María Teresa o Teresianum. Sin embargo,
resulta curioso que ni el emperador y rey Francisco José I ni su esposa Isabel de Baviera mostraran
simpatías por él, inclinándose por el pretendiente carlista Carlos VII, que precisamente tenía su
residencia en Trieste, entonces una ciudad imperial, donde estaban enterrados sus antepasados. Sólo
tras el reconocimiento alemán de Alfonso XII, cuando ya era rey de España, por Bismarck, se
produjo el austro-húngaro, aunque siempre consideró al pretendiente carlista como la opción más
conveniente para España.
● El Vaticano: Curiosamente, este inexistente estado desde 1870, tras la conquista de Roma por las
tropas del reino de Italia, jugaba un papel fundamental en el proyecto canovista, ya que tanto España
como su monarquía eran católicas, hasta el extremo de que el rey de España seguía manteniendo el
título de “rey católico”. Sin embargo, a pesar de esta estrecha relación que, sobre el papel,
significaría una profunda simpatía de El vaticano con la Restauración, existía un grave problema:
La influencia del carlismo en la Iglesia romana. De ahí que el Papa Pío IX aconsejara a Isabel II la
unión de las dos ramas borbónicas mediante el matrimonio del futuro Alfonso XII con doña Blanca,
hija de Carlos VII, y cuando Alfonso XII se convirtió en rey, no lo reconociera hasta que no lo
hicieron las potencias europeas.
● Gran Bretaña: Canovas de Castillo como estadista decimonónico era un profundo admirador de esta
nación y de su sistema político, hasta el extremo de que el sistema que creo era una imitación del
británico. De ahí que el político malagueño se empeñó en que el futuro Alfonso XII estudiase en la
Academia Militar de Sandhurst, trasladándose a la misma en 874, siendo espléndidamente recibido
tanto por la Corona como por la élite británica. Sería en este centro desde donde emitiría su famoso
manifiesto.
Por tanto, Canovas de Castillo consiguió un apoyo de las dos grandes potencias liberales, Francia y
Gran Bretaña, y la expectante de las dos potencias germánicas, y del Vaticano. Pero, lo más importante
es que no existía en Europa una oposición nítida a su proyecto.

6.2. La dimensión interna del proyecto


En la dimensión interna destacan cinco grandes aspectos: La intriga dinástica, la intriga militar, los
intereses antillanos, el manifiesto de Sandhurst y el golpe de estado de Sagunto.
● La intriga dinástica. En este sentido, Alfonso XII tenía dos rivales: El pretendiente carlista Carlos
VII y el duque de Montpensier, esposa de luisa Fernanda, hermana de Isabel II. Con el pretendiente
carlista no podía haber acuerdo, aunque el Papa Pío IX lo apoyaba, ya que existía una distancia
ideológica insuperable. Respecto al duque de Montpensier, Isabel II le ofreció la regencia de
Alfonso XII, pero ni al futuro rey ni a Canovas del Castillo, les gustaba esta figura política, y ambos
se alejaron paulatinamente de él. La relación sólo se recuperó cuando Alfonso XII, ya rey, se
enamoró de la hija del duque, María de las Mercedes. No obstante, en el proyecto de Canovas del
Castillo, el componente dinástico no era especialmente importante.
● La intriga militar. La rama isabelina siempre contó con importantes generales procedentes del
moderantismo, como el conde de Cheste, Caballero de Rodas, o Manuel de la Concha. Sin embargo,
y a pesar de que estuvieron en contacto con él, el general Francisco Serrano, duque de la Torre, y
último espadón, no se adscribió al proyecto canovista, ya que estaba ligado al duque de
Montpensier, y después del golpe de estado de Pavía (2/I/1974), se convirtió en presidente de la
República, mostrándose partidario de prolongar el régimen republicano, y en consecuencia, su
presidencia. Para Canovas del Castillo el Ejército era fundamental, pero no porque quisiera
establecer su proyecto político mediante un golpe de Estado, algo que le horrorizaba, sino porque
sabía que el Ejército era un actor fundamental en la vida política española, y precisaba su apoyo,
para asegurar la corona de Alfonso XII. Y ese apoyo se lo brindará la situación de crisis total que
supuso el Sexenio Revolucionario, y la consideración del régimen dsel general Serrano, como una
solución transitoria.
● Los intereses antillanos. La isla de Cuba era una colonia muy rica, y esa inmensa riqueza creaba
una tupida red de intereses que alcanzaba la Península Ibérica. Militares como Arsenio Martínez
Campos, Lersundi, Caballero de Rodas, Serrano, etc.; banqueros como Pastor; hacendados
esclavistas como los Zulueta; burgueses catalanes como el conde de Foxá, Antonio López, futuro
marqués de Comillas, el conde de Foxá, etc.; tenían importantes intereses en Cuba, y eran
partidarios de mantener el estado de cosas cómo estaban, sin modificar la esclavitud existente en la
isla, ni las plantaciones de azúcar, de dónde salía la mitad de la producción mundial, ni los casinos.
De hecho, los hacendados cubanos comisionaron a un militar de la isla, el conde de Valmaseda para
que apoyara y financiara la Restauración, pero con la contrapartida de que no se modificase el
régimen existente en la isla.
● El Manifiesto de Sandhurst. Este manifiesto firmado el 1 de diciembre de 1874 por Alfonso XII
cuando estudiaba en la Academia de Sandhurst, pero redactado por Canovas del Castillo. Era la
respuesta a las numerosas cartas de felicitación que el príncipe recibió en su 16 cumpleaños, el 28
de noviembre. Lo verdaderamente importante es que en dicho manifiesto el futuro Alfonso XII se
definía como católico y liberal, lo que hizo que buena parte de la grandeza y la nobleza española lo
recibiera con alborozo, y también lo hicieron los sectores más conservadores de la sociedad. Para
Canovas del Castillo, fue un verdadero triunfo que preparaba el camino a la Restauración. Además,
pudo comprobar con gozo que el manifiesto se publicaba en los principales periódicos de Europa.

● El golpe de estado de Sagunto. El acto final del proceso restaurador sería un acontecimiento que
no entraba en los proyecto de Canovas del castillo, pues él quería que Alfonso XII se convirtiera en
rey por un plebiscito o por una cortes, cuando el proyecto estuviera suficientemente maduro. Pero
una minoría militar, encabezada por el conde de Valmaseda y Arsenio Martínez Campos, dos
militares con fuertes intereses en Cuba, se adelantaron. El 29 de diciembre, Martínez Campos, al
frente de la brigada Dabán, lo hace, aclamando a Alfonso XII como rey de España. En Madrid,
aunque es detenido Cánovas del Castillo, el gobierno no puede disponer de tropas, pues Joaquín
Jovellar, jefe del Ejército del Centro, y Fernando Primo de Rivera, Capitán General de Madrid, se
unen al pronunciamiento. Serrano, que está en el norte, pasa a Francia, y el 31 de diciembre,
Canovas del Castillo constituye el Ministerio-Regencia. La Restauración como sistema político,
comienza en ese momento.

7. EL REINADO DE ALFONSO XII. BASES DE LA RESTAURACIÓN.

7.1. Las bases de la Restauración.


Según apunta Espadas Burgos, las bases de la Restauración fueron: la Constitución de 1876, el turno
pacífico, las oligarquías y el caciquismo, y la figura del Rey Soldado.

7.1.1. La Constitución de 1876


Canovas del Castillo es un conservador, devoto de Burke, y de la visión liberal doctrinaria de Pierre-
Paul Royer Collard. A partir de esas influencias, él sitúa la soberanía en el rey con las Cortes. Para ello,
se apoya en el concepto de la nación como “creación histórica” y en la existencia, por lo tanto, de una
“Constitución interna”, formada por el pasado, y a la que ha de adaptarse la Constitución escrita, como
afirma Arcenegui. Así pues, la soberanía nacional reside en la voluntad permanente de la nación —más
allá de la voluntad general de cada período histórico—, de la que han nacido unas instituciones políticas
esenciales que deben respetarse siempre: la monarquía y las Cortes. Estos son los supuestos ideológicos
fundamentales de su pensamiento político. Pero había que plasmarlos en una norma fundamental.
Canovas de Castillo, por razones obvias, rechazó restaurar la constitución de 1845, dónde estos
principios aparecían plasmados, ya que sería vincular su proyecto político con el reinado de Isabel II,
algo que rechazaba, dado el desprestigio general de este reinado. De ahí que optase por elaborar una
nueva constitución, que se promulgará el 30 de junio de 1876. Esta constitución presenta las siguientes
características:
● Soberanía compartida Rey-Cortes.
● Derechos individuales limitados, ya que no recoge ni la libertad religiosa, ni el sufragio universal.
● Bicameral, con idénticas facultades para el Senado y el Congreso; los senadores podían ser: de
derecho propio, vitalicios nombrados por el rey y elegidos de entre categorías sociales muy
concretas y mediante sufragio restringido e indirecto.
● No se regula la figura del Rey, ya que es el eje mismo del Estado, por lo que su regulación no podía
caer propiamente dentro de las decisiones constitucionales.
● Se establece la existencia constitucional del Gobierno, así como la del presidente del Consejo de
Ministros y se señalaba que ningún mandato del rey podría llevarse a cabo si no estaba refrendado
por un ministro.

En conjunto, este texto bosquejaba las líneas de una monarquía parlamentaria de corte liberal
doctrinario, es decir, basada en la doble confianza rey-cortes; pero susceptible de ir modernizándose
con el paso del tiempo.

7.1.2. El turno pacífico de partidos.

El turno pacífico de partidos era un elemento clave en el sistema canovista, y se apoyaba en el sufragio
censitario. Se articulaba sobre la rivalidad de dos partidos, a semejanza del sistema británico
–el conservador y el liberal- que se sucedían pacíficamente en el poder. Un principio básico era que un
partido vuelto al gobierno no podía destruir la obra de su contrario. Este turnismo, comenzó a funcionar
en 1881, cuando se habían configurado ya los dos partidos:

El Partido Liberal-Conservador, o simplemente Conservador, dirigido por el propio Cánovas del


Castillo, no se articuló sobre el viejo partido moderado, sino sobre la Unión Católica de Alejandro
Pidal y Mon, y los restos de la Unión Liberal, en una fusión que no siempre fue fácil, y que generó no
pocas tensiones.

El Partido Liberal, dirigido por Práxedes Mateo Sagasta, nació como Partido Fusionista pasó a
denominarse Partido Liberal Fusionista y por fin únicamente Partido Liberal. Agrupaba en su seno a la
izquierda burguesa, representada por miembros del Partido Constitucional del general Serrano, del
Partido Radical de Ruiz Zorrilla, los “posibilistas republicanos” de Emilio Castelar y a algunos sectores
militares.

7.1.3. Oligarquías y caciquismos.

El turno pacífico se articularía al margen del cuerpo electoral, que sería manipulado convenientemente.
Cada partido, cuando llegaba al gobierno, debía preparar a continuación los resultados de las elecciones
legislativas que se celebraban de forma inmediata, para asegurar así su mayoría parlamentaria, así como
una sustanciosa minoría a la oposición, para que pudiese continuar su papel en el seno del régimen.
Este sistema fue un excelente caldo de cultivo para que arraigasen sólidamente la oligarquía y el
caciquismo, tal como explicó Joaquín Costa. Sus principales componentes eran:
1. Los oligarcas que eran los prohombres o notables de cada partido que forman su plana mayor,
residentes en Madrid.
2. Los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio, que son los
encargados de controlar los votos.
3. El cunero, que es el diputado elegido por la provincia, aunque no haya nacido en ella, y ni
siquiera, a veces, ni la conozca
4. El gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento entre las
provincias y el gobierno.

El personaje esencial de este sistema era el cacique. Este personaje no detentaba formalmente el poder,
sino que tenía la capacidad para influir en el comportamiento del electorado, su “clientela”, para lograr
la elección del “cunero”. Estaba a las órdenes de un oligarca, ya fuera del Partido Liberal como del
Conservador, porque en cada distrito electoral había uno de cada partido.

No obstante, cuando este sistema, por alguna razón, no funcionaba, siempre existió el recurso del
pucherazo, o fraude electoral, que tendría muy variadas manifestaciones. Como consecuencia de todos
estos hechos, la oposición real al sistema (en particular, el partido republicano), se vio prácticamente
impotente para romper estos mecanismos.

7.1.4. El Rey-Soldado.
La idea del rey-soldado, introducida por Cánovas del Castillo que se había inspirado en los monarcas
alemanes, tendrá importantes consecuencias, como han demostrado Lleixá, Cardona y Puell de la Villa.
El político malagueño pretendía, al hacer vestir al rey el uniforme de capitán general —jamás ningún
monarca español, hasta Alfonso XII, se había puesto un uniforme militar— y colocarlo en el vértice
del escalafón, para acabar así con los <<espadones>>. A la vez, también pretendía convertir al Ejército
en el sostén del sistema, su fiel guardián —de lo que se quejará amargamente el general Emilio Mola
Vidal en su obra "El pasado, Azaña y el porvenir"—. A cambio, Cánovas les aseguraría sueldos fijos
y una independencia orgánica, hasta el extremo de que dejaron de depender, de hecho, del gobierno,
para hacerlo sólo del rey. El resultado fue la creación de un ejército muy conservador, y consiente de
sus funciones "interiores"—capaz de disolver manifestaciones, pero nulo para la guerra exterior—,
pero, sobre todo, dispuesto a intervenir en la política española, de forma corporativa, si se atacaban sus
principios básicos y así lo pedía el rey. Durante el reinado de Alfonso XII y la Regencia de María
Cristina de Habsburgo, el Ejército cumplió las funciones asignadas por Canovas del Castillo, sin que
tuvieran peso ni papel en la vida política. Sin embargo, durante el reinado de Alfonso XIII, todo
cambiará, y el Ejército tendrá un peso cada vez mayor, gracias al apoyo del monarca, hasta culminar
con el golpe de Estado de Primo de Rivera.

7.2. Evolución política (1875-1885)


Durante los diez años que duró el reinado de Alfonso XII, se sucedieron los siguientes gobiernos. Son:
1. Gobierno conservador de Canovas del Castillo (1875-1878). Durante este periodo, se produjeron
los siguientes hechos significativos:
● Fin de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), que supuso el fin de los fueros vascos, que se
manifestó en dos hechos: El primero, la obligación de los jóvenes vascos de servir en el Ejército
español bajo el sistema de quintas, y el establecimiento de un concierto económico, es decir, la
obligación de las provincias vascas de pagar unas cuotas a la Hacienda española.
● Ley Municipal del 2 de octubre de 1877, que establece un sistema municipal caracterizado por
el centralismo y el control gubernamental.
● Fin de la Insurrección cubana (1868-1878). Desde 1868, se había producido una rebelión en
Cuba, encabezada por la población indígena, que había sido combatida por los españoles
residentes y el ejército español. El general Arsenio Martínez Campos, Capitán General de la
isla desde 1876, inició un proceso de negociación con los líderes rebeldes que acabó con la Paz
de Zanjón (1878), que proporcionaba a la isla cierta autonomía y representación en las Cortes
españolas. Además, se amnistiaban los delitos cometidos desde 1868. Poco después de que se
firmase esta paz, Canovas del Castillo dimitió.

2. Gobierno de Arsenio Martínez Campos (1878-1879). Este general se centró en la situación de Cuba,
que conocía muy bien, y cuya paz era muy inestable. Por eso, intentó que las Cortes aprobaran un
paquete de medidas para modificar el régimen de la isla, que las Cortes, de mayoría conservadora,
rechazaron. El resultado fue que el general dimitió el 6 de diciembre de 1879, y se pasó al partido
liberal, partidario de conceder la autonomía a Cuba.

3. Gobierno conservador de Canovas del Castillo (1879-1881). Tras la dimisión de Martínez Campos,
volvió al gobierno el político malagueño. Este periodo destacó por los siguientes hechos:
● Guerra Chiquita (1879-1881), provocada por la población mulata y negra, y que fue derrotada
por el general Camilo García de Polavieja.
● Abolición de la esclavitud (1880).
● Reconocimiento del derecho de reunión pública (1880).

4. Gobierno liberal de Sagasta (1881.1883). Con este gabinete, se inicia el turnismo. Este periodo está
marcado por dos hechos significativos:
● Las conspiraciones republicanas dirigidas por Ruiz Zorrilla, y dónde destacaron las revueltas
de los cuarteles de Badajoz, Santo Domingo de la Calzada y la Seo de Urgel (1883), que
fracasaron por falta de apoyos.
● La aparición de las sociedad secreta anarquista La Mano Negra, cuyo veracidad sigue siendo
discutida, a la que se le atribuyeron numerosos asesinatos, y que dio lugar a una fuerte represión
gubernamental.

5. Gobierno liberal de José de Posada Herrera (1883-1884), de transición. Sin trascendencia histórica.

6. Gobierno conservador de Cánovas del Castillo (1884-1885). Durante este gobierno, se produce la
muerte de Alfonso XII el 25 de noviembre de 1885.
8. LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA. LA PUESTA EN PRÁCTICA DEL SISTEMA DE
PARTIDOS.

8.1. Evolución política: La puesta en práctica del sistema de partidos

Se ha hablado de un Pacto de El Pardo, entre Cánovas del Castillo y Sagasta, realizado el día antes de
la muerte del rey. Sin entrar en el debate si existió o no tal pacto, si parece ser que hubo conversaciones
y acuerdos entre estos políticos que permitieron la tranquila sucesión del rey moribundo. Cánovas del
Castillo dimitió tras la muerte de Alfonso XII, nombrando a doña María Cristina regente del reino. Ésta
llamó al poder a Sagasta. La cuestión sucesoria quedaba resuelta el 17 de mayo de 1886, con el
nacimiento de Alfonso XIII, rey desde ese mismo día. El 17 de mayo de 1902, cuando cumplió los 16
años, se convirtió en monarca efectivo, finalizando así la Regencia.

Durante el periodo de Regencia, los acontecimientos políticos más importantes fueron:

1. Gobierno liberal de Sagasta (1885-1890). Este gobierno, conocido como Parlamento Largo, ya
que estuvo a punto de agotar la legislatura, se caracterizó por los siguientes acontecimientos:
● Puesta en marcha del programa liberal de 1869, con la aprobación de las siguientes leyes:
o Ley de Asociaciones, el 30 de junio de 1887, que legalizaba todo tipo de asociaciones,
incluidas las obreras, y que, además, permitía a la Iglesia católica fundar centros educativos.
o Ley del Jurado, el 20 de abril de 1888, que establecía esta figura jurídica anglosajona, de
gran prestigio entre los liberales españoles. No obstante, el gobierno podía suspender un
juicio por jurado si lo consideraba oportuno.
o Establecimiento del Sufragio Universal, el 28 de marzo de 1890. Esta ley provocó fuertes
debates entre liberales y conservadores, ya que los segundos consideraban que permitiría el
establecimiento en España de un régimen comunista o de una república jacobina. Sin
embargo, a pesar de este tremendismo, la ley terminó aprobándose, y no supuso ningún
cambio en el sistema, dado el sistema de oligarquías y caciquismos vigentes.
● Aceptación del régimen por la mayoría de los republicanos y demócratas, convencidos que, con
las reformas de los liberales se volvía a la situación de libertades del Sexenio Revolucionario.
Fue el caso de Emilio Castelar, José Canalejas, e incluso, de forma tácita, de Nicolás salmerón
y de Pi y Margall. Sólo Ruiz Zorrilla seguía empeñado en derribar el régimen, y en este
momento, decidió buscar el apoyo del Ejército. El general de Brigada Manuel Villacampa,
republicano convencido, se sublevaba en 1886, fracasando estrepitosamente. El gobierno le
condenó a muerte, pero, a su vez, Sagasta pidió a la Regente que le indultase, cosa que ésta
hizo, para evitar que los republicanos tuvieran un mártir. La de Villacampa fue la última
sublevación republicana del siglo XIX.
● Aprobación del Código Civil (1889), que sigue vigente en la actualidad. Fue el final de la gran
obra legislativa del siglo XIX.
● Adhesión a los Pactos Mediterráneos de 1887, que vinculaban a España con Italia, Austria-
Hungría, y Gran Bretaña, y tenían un claro componente antifrancés. La decisión de Sagasta de
unirse a este grupo de naciones, detrás de las cuales estaba el Imperio Alemán, estaba motivada
por las pésimas relaciones que en ese momento se mantenían con Francia, por dos razones:
o Los intereses contrapuestos de ambas naciones en Marruecos.
o El refugio que el gobierno francés daba a los republicanos españoles.

2. Crisis del sistema de partidos. En 1890, Sagasta dimitió porque un líder conservador, Romero
Robledo, amenazó con acusarle públicamente de corrupción. La actitud de Romero Robledo sorprendió
en su propio partido, y sobre todo a Canovas del Castillo, ya que no le informó en ningún momento.
De hecho, como señala Espadas Burgos y Tussell, a partir de este momento comenzó el principio del
fin del turnismo, ya que tanto el partido conservador como el liberal entraron en crisis. El primero, el
conservador, se vio debilitado por la lucha entre Romero Robledo, partidario de continuar el sistema
de corrupción electoral de oligarcas y caciques, y Francisco Silvela, que fue el primer político en
comprender que el turnismo basado en la corrupción electoral había cumplido su papel histórico, pero
ya no era útil por lo que era necesario establecer un sistema de elecciones limpias, donde el partido
conservador debería modificar su programa para atraerse a la opinión pública. Por su parte, el partido
liberal no estaba tampoco exento de problemas. Era, como sabemos, un conglomerado de grupos cuyo
objetivo era el establecimiento de un sistema liberal puro, lo que conllevaba una ampliación de los
derechos individuales. Una vez conseguido el objetivo, el partido se quedó sin programa que lo
unificase.

3. Sucesión de Gobiernos (1890-1902). En los doce años siguientes al caída de Sagasta, se sucedieron
distintos gobiernos en España: Gobierno conservador presidido por Canovas del Castillo (1890- 1892);
Gobierno liberal de Sagasta (1892-1895); Gobierno conservador de Canovas del castillo (1895- 1897),
que terminó con el asesinato del político conservador por el anarquista Michelle Angiolillo, el 8 de
agosto de 1897, en el balneario de Santa Agueda (Guipúzcoa); Gobierno conservador de transición del
general Marcelo Azcárraga (1897); Gobierno liberal de Sagasta (1897- 1899); Gobierno conservador
de Silvela (1899-1901), y Gobierno liberal de Sagasta (1901-1902). Durante este periodo, se produjeron
tres grandes acontecimientos: el surgimiento del movimiento obrero y la incidencia del terrorismo
anarquista; la aparición del regionalismo y el nacionalismo, y el desastre del 98, que desarrollaremos a
continuación.

8.2. Los movimientos obreros

Durante la Regencia, se consolidan los dos grandes movimientos obreros en España: el socialismo y el
anarquismo.

El socialismo tiene su origen en la figura de Paul Lafargue, yerno de Marx, que viajo a España y entró
en contacto con un grupo de obreros españoles, la mayoría tipógrafos. Uno de ellos, Pablo Iglesias
fundaría en 1879, en Madrid, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), de clara inspiración
guedista, es decir, marxista y revolucionaria. El 1881, este partido se legalizó gracias a la ley de
asociaciones de ese año. Cinco años después, se crearía El Socialista, órgano de expresión del partido,
y en 1888, la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato socialista, que establecería su sede
en Barcelona, la ciudad más industrial de España, con objeto de atraerse a las masas
proletarias. A pesar de esta aparente buena organización, el socialismo español tuvo un crecimiento
muy lento, casí ridículo, en el siglo XIX. Las causas fueron múltiples:
● La competencia del anarquismo.
● El autoritarismo de Pablo iglesias, que impuso una rígida jerarquía y un estricto control en el
partido.
● El escaso apoyo de los obreros, que preferían abtenerse o votar a los partidos republicanos.
● El rechazo a colaborar con otros partidos.

El resultado fue que sus votantes por elección no pasaron de los 5.000, y sólo en 1902, consiguieron un
diputado en la persona de Pablo Iglesias, cuando cambiaron su discurso y empezaron a denunciar las
injusticias de las guerras coloniales. Por su parte, la UGT, que utilizó la huelga como principal arma
política, fracasó completamente en Barcelona, por lo que tuvo que trasladar su sede a Madrid. No
obstante, su élite estuvo en la segunda ciudad industrial de España, Bilbao, desde donde irradió su
influencia a Asturias.

Por su parte, el anarquismo fue introducido en España por Fanelli, discípulo de Bakunin, y tuvo un
desarrollo más rápido, especialmente en dos regiones españolas: Andalucía y Cataluña. En Andalucía,
los anarquistas reclamaban la abolición del trabajo a destajo, el reparto de tierras y la elevación de los
salarios de los jornaleros. Su forma de actuación fue mediante golpes rápidos y violentos que
modificasen el estado de cosas, como ocurrió con la ocupación de tierras en Jerez de la Frontera (Cádiz)
en 1892.

En Cataluña, la implantación del anarquismo tuvo su base en los obreros de otras zonas de España que
fueron a trabajar a Barcelona, y en la intransigencia del empresariado catalán, poco dispuesto a aceptar
las demandas obreras, y muy predispuesto a pedir ayuda al poder político para que utilizara la represión
y la violencia contra los trabajadores. Esto hizo que los obreros de Barcelona rechazaran el socialismo,
por considerarlo tibio, y se inclinaran por el anarquismo, más violento y agresivo.

El anarquismo catalán tuvo dos manifestaciones: La primera, el anarcosindicalismo, caracterizado por


priorizar los aspectos laborales sobre cualquier otro, y por utilizar la huelga como arma política. De
esta rama del anarquismo, surgiría la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910. La segunda
manifestación, obra de extremistas minoritarios, fue la Propaganda por el hecho, es decir, el terrorismo,
que se manifestó mediante atentados contra empresarios y políticos (Canovas del Castillo), bombas
contra los centros de poder de la burguesía (Liceo o procesión del Corpus Christi). Estas prácticas
fueron contraproducentes para el anarquismo, ya que las autoridades desencadenaron una campaña de
represión implacable, con detenciones, torturas y condenas a muerte.

Por último, aunque en tono mucho menor, debe mencionarse la presencia de un sindicalismo cristiano,
nunca muy fuerte —y tildado de <<amarillo>>—, cuyo principal mentor fue el Padre Vicent, y cuya
zona de mayor arraigo fue Castilla La Vieja.

8.3. El surgimiento del regionalismo y nacionalismo

En la España de finales del siglo XIX, el regionalismo se va a presentar como una alternativa al
centralismo. Como ha señalado J. J. Linz, el nacionalismo en España en este siglo, al contrario de lo
que ocurría en casi toda Europa, no vino a reafirmar la unidad nacional, sino que, por el contrario se
manifestó en la aparición de nacionalismos regionales frente al poder central, que serán potenciados
por las burguesías y pequeñas burguesías urbanas, que según algunos autores marxistas como Fontana,
pretenderán, a su manera hacer la revolución liberal-burguesa, ante el fracaso de la misma en España.

La base de estos regionalismos y nacionalismo, será diversa:


● La problemática económica regional. Así, el catalanismo incorporará las reivindicaciones
proteccionistas de la industria textil; el valencianismo, tendrá en cuenta los intereses agrícolas de la
región, por lo que presentarán peticiones librecambistas; en el nacionalismo vasco aparecen
reivindicaciones laborales; el galleguismo exigirá reformas agrícolas, y el andalucismo, atacará la
desocupación y el abandono de las tierras. Todo esto, en muchos casos, no son peticiones propias
del regionalismo, sino demandas propias de cada región.
● El nacionalismo romanticismo, que se plasmará en las señas de identidad: la lengua, la raza, el
derecho, y, la existencia de un pasado histórico singular, muchas veces idealizado o directamente
inventado. Por ello, desde muy pronto, la cuestión teórica decisiva de la diferencia entre nación y
Estado aparece en los escritores y políticos regionalistas. Así, por ejemplo, Blas Infante, inventor
del andalucismo, afirmará que España es una <<nación de naciones>>, resultado del poder de las
partes que la integran.

De estos movimientos, destacaron dos: el catalán y el vasco.


● El nacionalismo catalán tiene su origen en un movimiento cultural de los años 40 del siglo XIX,
denominado la Reinaxença, pero su verdadero desarrollo se produce en la segunda mitad de la
centuria, cuando los partidos del turno muestran su recelo ante el denominado “hecho diferencial
catalán”. El resultado fue el surgimiento de organizaciones políticas encaminadas a encauzar las
reivindicaciones catalanas, destacando dos: el republicano Centre Català, liderado por Valentí
Almirall, y la conservadora y católica Lliga de Catalunya. Todas estas organizaciones se fundieron
en la Unió Catalanista (1892), que redactó las Bases de Manresa, donde no sólo se pedía la
autonomía, sino un sistema jurídico y cortes corporativas propias. Estas reivindicaciones tomarían
verdadera fuerza tras el desastre del 98, cuando el gobierno español quedó en una situación de
profunda debilidad. En 1901, la candidatura regionalista consiguió cuatro diputados en las cortes.
Este triunfo trajo como consecuencia la formación de un partido conservador en Cataluña
denominado Lliga Regionalista (1901), representante de la burguesía. Sería este partido el que
ganaría las elecciones municipales en Barcelona en 1902, de la mano de Bertomeu Robert, que se
convertiría en alcalde. A partir de ese momento, el turnismo dejó de funcionar en Barcelona, y la
batalla se planteará entre catalaniistas y republicanos del Emperador del Paralelo, Alejandro
Lerroux.
● El nacionalismo vasco, de carácter pequeño burgués tendrá una evolución distinta: tras la abolición
de los fueros en 1876, el sentimiento foralista resentido generará el <<bizcaitarrismo>> racista,
reaccionario y separatista de Sabino Arana Goiri, que se plasmará en el Partido Nacionalista Vasco
(PNV), fundado en 1895, y cuyo lema era “Dios y leyes viejas”. En 1898, Sabino Arana es elegido
Diputado de Vizcaya por el distrito de Bilbao; en 1899, en las elecciones municipales el PNV
obtiene 5 concejales en Bilbao y su primer alcalde en la localidad de Mundaca.
8.4. La crisis exterior: el 98

El 98 español, para entenderlo en sus dimensiones históricas, hay que situarlo en un panorama
internacional. Jover Zamora y Pabón plantearon el tema, señalando que el “98 español” fue uno más
entre los noventayochos, y señalando, también, como la crisis de ese año es el punto crucial entre dos
fuerzas: el nuevo imperialismo, plasmado en el choque entre las viejas y nuevas potencias imperiales,
y la nueva teoría de las relaciones internacionales, desarrollada después por Lord Salisbury en su
célebre discurso sobre las “naciones vivas” y las “moribundas”. En suma: el 98 viene a simbolizar una
redistribución colonial mundial

La Tercera Guerra de Cuba había comenzado el 24 de febrero de 1895, con el Grito de Baire. Desde
un principio, el peligro no estaba en los insurgentes cubanos, liderados por José Martí y los guerrilleros
Antonio Gómez y Máximo Maceo, pronto derrotados por el general español Valeriano Weyler; sino en
los EE.UU., muy interesados por Cuba. En 1896 se reciben dos notas (abril y diciembre) del presidente
norteamericano, el demócrata Glover Cleveland, proponiendo la compra de la isla. Frente a esa presión,
España optó por conceder la autonomía a Cuba y Puerto Rico, y el 1 de enero de 1898 juraba el gobierno
cubano. Sin embargo, el nuevo presidente estadounidense, el republicano Mac Kinley —asesinado en
1901—, adoptó una postura claramente antiespañola y prointervencionista. En febrero y marzo del 98
hubo un doble juego político y diplomático: por un lado, los EE.UU. buscaban el conflicto con España;
por otro, secretamente, negociaban la compra de Cuba. Pero en nuestra nación nadie aceptaba la venta
de la isla. En esta situación inestable, el 15 de febrero se produjo el incidente del crucero acorazado
Maine —destruido por una explosión interna—, del que se acusó a España. A consecuencia de este
hecho, el 20 de abril el gobierno norteamericano presentó un ultimátum a España, que incluía la
renuncia a la autoridad y gobierno de Cuba y la retirada de las tropas española, que era, prácticamente,
una declaración de guerra porque no podía ser aceptado sin que se resintiese la imagen exterior y la
soberanía española.

Fracasado el intento español de arbitraje de las grandes potencias, donde España demostró su
aislamiento internacional, ya que sólo nos mostraron su simpatía Austria-Hungría y Alemania, se inició
la llamada Guerra de los Cien Días. La escuadra del almirante Sampson bloqueó la isla de Cuba; la de
Dewey entró en la bahía de Manila, venciendo a la española del almirante Montojo — formada por
buques de madera—; por último, en julio, el almirante Cervera era derrotado en la batalla naval de
Santiago de Cuba.

El gobierno español decidió pedir la paz. Las conversaciones se abrieron en París. El 12 de agosto se
firmó un Protocolo que sería el documento base para la discusión. Los comisionados de ambos países
se reunieron el 1 de octubre en la capital francesa, presididos respectivamente por Eugenio Montero
Ríos y William R. Day. El 10 de diciembre de 1898, se firmaban los Acuerdos de Paris. Por el mismo,
España renunciaba a Cuba, Puerto Rico y todas las islas de América, islas Filipinas y Guam, y recibía
una indemnización de 20 millones de dólares. Los comisionados españoles hicieron constar que cedían
ante la fuerza y renunciaron a discutir los límites de las concesiones, que fijaron los comisionados
norteamericanos. Las restantes posesiones españolas en Asia, (Islas Marianas, Carolinas y Palaos),
incapaces de ser defendidas debido a su lejanía y la destrucción de buena parte de la flota española,
fueron vendidas a Alemania en 1899 por 25 millones de pesetas, por un tratado germano-español.
MODULO II. ECONOMÍA Y SOCIEDAD DEL SIGLO XIX

1. EL CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN

Como afirma Jordi Nada, a quien seguimos en este punto, tras un crecimiento poblacional notable
durante el siglo XVIII, a finales del siglo cedió el impulso demográfico debido a una serie de factores:
la guerra contra la Francia revolucionaria (1793-1795), el conflicto con Inglaterra (1796- 1807), una
serie de hambrunas y de epidemias durante el reinado de Carlos IV, estudiadas por Roura, y,
especialmente, la guerra de Independencia (1808-1814), donde, aparte de las bajas directas, se produjo
el desorden económico, las hambrunas, el alto precio del grano, y el clima de inseguridad que provocó
una disminución de los nacimientos, afectando a la demografía.

Las consecuencias demográficas de la guerra de Independencia, como afirma Nadal, se mantuvieron


durante el tiempo: la generación diezmada nacida en 1802-1811 dio origen a otra generación diezmada
en 1832-1841; luego, esta segunda generación diezmada estuvo en el origen de la tercera, en 1862-
1871. La inestabilidad política y las guerras carlistas también afectaron a la natalidad. Aún así, el avance
demográfico español durante la primera mitad del siglo XIX fue similar al avance medio europeo del
periodo. Entre otras razones porque la emigración en este periodo fue muy reducida por la
emancipación de la mayor parte de las colonias españolas. Por el contrario, si hubo una notable
emigración en Gran Bretaña y Alemania.

Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo, el crecimiento de la población española fue netamente
inferior al de Europa Occidental. La población de España creció en este periodo en un 24%, frente a un
65% de los Países Bajos, un 51% de las Islas Británicas o un 42% de Italia. Así, según Nadal, las tasa
de crecimiento en España sería del 4,8‰, mientras en Gran Bretaña era del 14‰, en Alemania del 11‰
y en Italia, del 7‰

La primera y principal razón para explicar este desfase es que la mortalidad española era, tanto en 1850
como en 1900, más elevada que en los principales países europeos. En 1900, la mortalidad en España
era del 28,8‰, frente al 18‰ de Europa Occidental.

TASAS BRUTAS DE NATALIDAD Y MORTALIDAD


(VICENTE PÉREZ MOREDA: EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA DESDE
FINALES DEL ANTIGUO RÉGIMEN)

PRERIODO NATALIDAD MORTALIDAD


1866-1870 36,5 30,9
1881-1885 36,4 32,6
1886-1870 36,0 30,9
1891-1895 35,3 30,2
1895-1900 34,3 28,8
Esta diferencia de 11‰ era debida a que en Europa, los grandes avances en la disminución de la
mortalidad, como afirma Nadal y Pérez Moreda, se alcanzaron en el ámbito de las enfermedades
infecciosas, gracias a la mejora del medio ambiente, un nivel de vida en alza y un progreso higiénico
importante. En Suecia, país pionero en este campo, la legislación relativa al control efectivo del medio
ambiente se había iniciado con el Estatuto de Salud Pública, de 1874; en Inglaterra, con el Public
Health Act de 1875; en Hungría, Irlanda y Francia, con unas leyes similares promulgados en los años
1876, 1878 y 1884. Cómo consecuencia de estas leyes, las tasas de fallecimientos por infecciones
intestinales empezaron a decrecer. Por el contrario, en España este tipo de legislación no entró
verdaderamente en funcionamiento hasta el Estatuto Municipal de 8 de marzo de 1924; aunque con
anterioridad (1904, 1885 y 1847) se habían promulgado leyes en este sentido, pero no habían sido
efectivas por falta de financiación o falta de reglamentos complementarios.

Entre las enfermedades infecciosas más dañinas de este momento y que afectaban principalmente a las
clases populares, por el hacinamiento, desnutrición y miseria que sufrían, destaca la tuberculosis. Pero,
también el cólera que siguió azotando a varias provincias españolas en 1853-1856, 1859-1860, 1865 y
1885, provocando una fuerte mortandad.

También tuvo un peso decisivo en el bajo crecimiento demográfico las crisis de subsistencias, ya que
aún en los principios de la era del ferrocarril, una mala cosecha seguía representando en España un
aumento de defunciones y un déficit de matrimonios. Así, los malos años agrícolas de 1856-1857, 1868,
1882 y 1887 son, también, años de recesión demográfica. Las crisis de subsistencia tuvieron impactos
más graves en las provincias del interior que en las costeras, donde las importaciones de alimentos vía
marítima ayudaron a atenuar el déficit de alimentos.

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA EN EL SIGLO XIX

(JORDI NADAL: La población española)

1801 10.541.221
1822 11.661.865
1832 11.207.639
1857 15.464.340
1900 18.616.630

Otro factor que influyó en el lento crecimiento demográfico de la segunda mitad del siglo XIX fue la
emigración. Entre 1853 y 1903, la legislación española pasó de ser abiertamente antiemigratoria al
extremo contrario. La corriente emigratoria máxima se produjo, no obstante, a principios del siglo
XX. La emigración tuvo dos salidas principales: hacia la colonia francesa de Argelia, donde a finales
del siglo hay censados 158.000 españoles, y, sobre todo, hacia América. En la emigración hacia
América destacaron Argentina y Brasil; y como regiones de emigración, principalmente Galicia, y, en
menor medida, Canarias, Pais Vasco, Asturias y Cantabria. El resultado fue la salida de 1.160.863
españoles a América entre 1882 y 1900, según Nadal.
Pero no todos los españoles emigraron a América: el ferrocarril facilitó el movimiento de masas dentro
de España. Así tuvo lugar un traslado de población de las zonas rurales hacia zonas donde se
desarrollaban nuevas actividades económicas: de Murcia y Aragón a Barcelona; de Navarra a Bilbao y
san Sebastián: de Teruel y Cuenca a valencia, y de la Meseta a Madrid. Madrid y Barcelona hicieron
frente a esta emigración descongestionando sus cascos antiguos a través de proyectos como la Gran
Vía de Madrid y la Vía Layetana de Barcelona.

2. TRANSFORMACIONES AGRARIAS: CULTIVOS Y GANADERÍA

2.1. El desarrollo económico español en el siglo XIX. Condiciones de Partidas

Sobre el telón de fondo de las inflexiones de la coyuntura europea se proyectan las condiciones
particulares en las que evoluciona la economía española durante el siglo XIX.

La primera de estas condiciones viene dada por la separación de la antigua América española,
consumada en el primer cuarto de siglo, que supuso los mercados, las materias primas y los fletes; e
incluso sobre las acuñaciones monetarias.

La separación de América, con excepción de Cuba y Puerto Rico, exigió un reajuste económico del que
se dedujeron varias consecuencias: La extensión del área de cultivos, aunque no se introdujeran
simultáneamente mejoras en el técnica agrícola; la explotación del subsuelo, con el relanzamiento de
la minería; y los estímulos para la creación de un mercado de capitales, cuya medida inmediata más
importante fue la Bolsa de Madrid en 1831. Pero no se produjeron cambios notables en las estructuras
económicas, que seguían siendo las heredadas de la sociedad agraria del siglo XVIII, aún cuando se
produjeran cambios importantes en la propiedad y uso de la tierra por efecto de las desamortizaciones;
cambios que, por otra parte, no conviene exagerar.

La economía española ofrece, por tanto, contrastes con las de otros países europeos del área continental
de Occidente, además de Inglaterra, en las que el proceso de transformación hacia la economía
industrial se activaba por entonces. Tres factores diferenciales, en términos generales, deben ser
subrayados entre estos países y el nuestro:

Primero, el factor geográfico: la estructura orográfica española crea graves obstáculos a las
comunicaciones y transportes interiores, con dificultades técnicas y un costo mucho mayor para
salvarlos, cualquiera que sea la solución adaptada. A este respecto, los transportes interiores, merced a
la segunda expansión ferroviaria, desde 1876 consiguen mejoras importantes que se comprueban en el
aumento del tráfico ferroviario, así como en la disminución del costo por unidad transportada. No
obstante, el conjunto de la red de comunicaciones interiores sigue siendo insuficiente.

En segundo lugar, la escasez de disponibilidades de fuentes de energía y de materias primas: la "primera


revolución industrial" se llevó a cabo en Inglaterra y otros países europeos sobre la base del carbón
mineral y el coque como fuentes de energía; en España los yacimientos asturianos proporcionaban
recursos limitados en cantidad y sobre todo en calidad para estos fines. Esta escasez de fuentes de
energía se cubrirá con el carbón inglés en los fletes de retorno de los barcos que exportan el mineral de
hierro vizcaíno.
En tercer lugar, la escasez de capitales. La llamada "revolución industrial" en Inglaterra y en los países
más adelantados del Continente europeo que facilitada por la fluidez y abundancia de capitales, por las
disponibilidades de dinero barato, como consecuencia de la previa acumulación capitalista que tuvo su
origen casi siempre en los beneficios del capitalismo comercial anterior. En España no se había dado
este caso, y aunque se produjeron beneficios del sector comercial ultramarino en los últimos años del
siglo XVIII, no bastaron para impulsar el desarrollo industrial. La ruptura posterior del comercio
hispanoamericano cortó esta vía de capitalización. La limitada capitalización propia, en la medida en
que se reinvirtió dentro de España, contribuyó al despegue de algunos sectores. En todo caso la escasez
de recursos de capital se suplirá con inversiones extranjeras. Este hecho y la falta de una tecnología
propia, que obliga a utilizar patentes extranjeras, conducen al endeudamiento exterior. En cualquier
caso durante la Restauración se experimentará un crecimiento económico general y una primera fase
de equipamiento industrial moderno, a lo que contribuye la estabilidad política, la coyuntura europea
entre 1876 y 1886, el crecimiento demográfico, además de las comunicaciones rápidas (navegación y
ferrocarril).

Pero este desarrollo resulta poco equilibrado: sin plan, a base de tirones sectoriales (textil, por ejemplo)
inconexos y asincrónicos, sin contrapesos espontáneos. La consecuencia será que se afianzan unas
estructuras económicas de base regional o incluso algunas de base nacional, poco conjuntadas, cuyos
efectos se prolongarán en el siglo XX, en el que la reconstrucción de la economía industrial española
tendrá que corregir muchos planteamientos iniciales deficientes.

Las características, pues, de la situación económica española durante el siglo XIX han podido ser
definidas por Nicolás Sánchez Albornoz como las de una "economía dual", por la persistencia de las
estructuras arcaizantes de la economía tradicional, mientras aparecen aisladamente algunas estructuras
modernas. En todos los países hubo una etapa de superposición de estructuras económicas antiguas y
modernas en los comienzos de la industrialización, como explica Arno Meyer, etapa breve en los países
más adelantados; pero en España fue la lentitud de este proceso lo que prolonga el asincronismo.

2.2. Evolución general del sector agrario y ganadero durante el siglo XIX

La agricultura española está condicionada por la distribución de la propiedad, la calidad de las tierras
y la climatología.

El problema de la distribución de la propiedad es doble y de signo inverso: el latifundio y el minifundio.


En el siglo XIX era el resultado de antiguos condicionamientos históricos y de los efectos producidos
por las desamortizaciones.

Las situaciones climáticas establecen una distinción fundamental entre la España húmeda y la España
seca. En la España húmeda de la fachada cántabro-atlántica prevalece la pequeña o mediana propiedad,
y a veces el minifundio, con un régimen de arrendamientos variado: Galicia, país de minifundio, con
un régimen de arrendamientos variado: Galicia, país de minifundio, con los foros y subforos; la cornisa
cantábrica, con arrendamientos a largo plazo.
En la España seca está la zona levantina de regadíos, donde se daba la pequeña y mediana propiedad y
el régimen de aparcería en los arrendamientos. Algunos tipos especiales de arrendamientos en los
cultivos de la vid en Cataluña produjeron conflictos graves entre arrendadores y arrendatarios (los
rabassaires) a raíz de la filoxera.

La submeseta Norte y parte de Aragón eran zonas de propiedad media, con arrendamientos a corto
plazo en condiciones poco favorables para los colonos, de lo que se derivaban situaciones óptimas para
prácticas usuarias. También se daban una parcelación a veces exagerada y antieconómica.

En Cuenca, Guadalajara y Madrid la gran propiedad alterna con la propiedad media, en tierras por lo
general de baja calidad. Los arrendatarios no suelen gozar de situaciones ventajosas. En la submeseta
Sur (La Mancha y Extremadura) y en Andalucía, las zonas de latifundio por excelencia. Se echa en
falta absolutamente una clase media agraria. La inexistencia de fuentes adecuadas para reconstruir las
tendencias de la producción agraria en la España del siglo XIX ha sido reiteradamente señalada por los
historiadores. Gonzalo Anes considera metodológicamente preferible efectuar estimaciones indirectas,
basadas sobre el comercio exterior del trigo en relación a la producción de dicho cereal, dada la
importancia del trigo en nuestra economía agraria, de donde pueden deducirse mejores índices
aproximativos.

A finales del siglo XVIII, el cereal era el principal cultivo de España. En régimen de monocultivo, el
trigo, la cebada y el centeno, por este orden de importancia, ocupaban las ¾ partes del territorio agrícola
español. Según los datos del Censo de Frutas y Manufacturas de 1797, el trigo producía 32 millones de
fanegas anuales, 16 de cebada, 11 de centeno y 4,3 de maíz. El arroz aportaba 420.000 fanegas y el
olivar, 6 millones de arrobas, y el vino una cantidad similar, dado el volumen de exportación de este
producto. Por su parte, la ganadería era muy abundante en esa fecha: 11.700.000 ovejas, 2.500.000
cabras, 1.200.000 cerdos, 1.650.000 bueyes y 230.000 caballos.

Se suele admitir que a raíz de la separación de la América continental española se extendió el área
cerealística de España, aumentada también por las nuevas roturaciones después de la desamortización,
de modo que entre 1820-1860 llegaron a cultivarse cuatro millones de hectáreas más de cereales, la
mitad de ellas dedicadas al trigo.

De modo que en 1829 no sólo estuve España en condiciones de autosuficiencia en el abastecimiento de


granos, sino que también pudo exportar un ligero excedente de un millón de fanegas. Sin embargo a
Artola no le parece aceptable "La tesis de la roturación masiva por los nuevos propietarios" salidos de
la desamortización y atribuye más bien a las disposiciones proteccionistas de 1820 y 1834 el incremento
de los rendimientos. La cuestión que está por aclarar es si los rendimientos por unidad de superficie,
no habiéndose producido mejoras técnicas de cultivo importante, pueden ser suficientes para explicar
el crecimiento global de la producción, sin una correlativa extensión del área cerealística cultivada.
(Prados (1988) ha afirmado: "junto a una mayor dotación de trabajo y tierra, aparece una utilización
más intensiva y eficaz de los recursos productivos").
Por su parte, R. Garrabou coincide con G. Anes en apreciar una etapa de expansión del cultivo y la
producción a partir de 1830-1840, confirmada indirectamente por las estadísticas del comercio exterior
desde 1840. La mejor articulación del mercado interior, con los progresos en los transportes, contribuyó
más tarde al logro del autoabastecimiento, pero en la primera mitad del siglo este factor no representa
una incidencia considerable en las mejoras obtenidas. A mediados de siglo es cuando la
comercialización comienza a progresar y los antiguos mercados de carácter local ven surgir a su lado
mercados comarcales de mayor amplitud, aunque todavía esté muy lejos la integración de un mercado
nacional.

Sea como fuera España dejó, pues, de ser un país crónicamente deficitario en trigo hasta 1820 para
alcanzar el autoabastecimiento suficiente, y esto teniendo además en cuenta el aumento de población
experimentado y el aumento de consumo, tanto absoluto como relativo, por las mejoras obtenidas en la
dieta alimenticia. Desde 1820 y hasta el último cuarto de siglo, sólo excepcionalmente hubo de
importarse en España Trigo, en casos de cosechas muy deficitarias por causas climatológicas
catastróficas. De ahí la euforia de las industriales panaderas en 1833 y la legislación posterior sobre
libertad de precios.

La crisis de subsistencia que periódicamente aparecen entre 1820-1868 y a las que hemos aludido, en
nada son comparables a los grandes azotes de hambre, que todavía se habían padecido en 1804 y 1812.
A partir de 1868 las crisis de subsistencia pueden considerarse dominadas. Esta fue "la gran conquista
de la agricultura española del siglo XIX", como dice Anes.

El otro renglón productivo que experimentó una fuerte expansión entre 1820-1860 fue el viñedo,
pasando la superficie de este cultivo de 400.000 hectáreas a 1.200.000, distribuidas en casi toda la
geografía del país. Así, el vino y el aguardiente que componían uno de los capítulos de nuestra
exportación tradicional, fueron durante varios decenios lo más importante de nuestras partidas en la
balanza exterior.

Pero el progreso de la agricultura se vio frenado por la falta de capacidad inversora o de reinversión de
beneficios para las mejores conducentes a una explotación más rentable. Por otra parte, la poca
capacidad adquisitiva de la población campesina, por la rentabilidad escasa obtenida por los
cultivadores directos y baja cuantía de los jornales, restaba posibilidades a nuestro sector primario de
crear el mercado necesario para el progreso industrial.

En el cultivo y la producción agrícolas, durante el último tercio del siglo XIX, se produce una auténtica
especialización, que se manifiesta en tren notas importantes: la disminución de las áreas de cultivo
característico, desde 1870 a 1892; el aumento de las áreas de viña y olivar; y la extensión de regadíos
y frutales.

Desde 1870 la reducción del cultivo característico viene determinada por la competencia del trigo
extranjero, tras el arancel liberalizador de 1869, además de la selección de zonas por la calidad de las
tierras y por la aplicación a cultivos más rentables (vid, olivos, regadíos). A partir de 1891 el nuevo
arancel proteccionista incide en el cultivo característico, con una nueva expansión del trigo, aunque en
menor proporción que otros cultivos García Lombardero ha comprobado, en el caso de Galicia, la
expansión preferente de los piensos, cuyo resultado fue la mejora de la ganadería y el consumo de
carne. De hecho en este periodo, la superficie dedicada al cultivo del trigo pasó de 5,1 millones de ha
a 3,7.

La introducción de nuevas técnicas de abono permitió un incremento del rendimiento por unidad de
superficie. El trigo, que en 1860 daba 5,8 quintales por hectárea, pasó en 1900 a 6,9. Naturalmente las
variaciones climáticas de un año a otro se hacían sentir en la irregularidad de las cosechas. De todos
modos, la producción total media se mantuvo por debajo de la época óptima anterior. En los años
buenos se alcanzaba una producción de 35 a 37 millones de quintales, en los malos bajaba a 25. El
consumo era alrededor de los 27 millones de quintales métricos, por lo que en los años de buena cosecha
a principios de siglo se pudo obtener un excedente.

La superficie y el rendimiento de la vid obtienen los más sensibles aumentos por la filoxera francesa y
la demanda de vino español. Según Vicens, España "monopoliza el comercio mundial del vino" desde
1882. Pero a partir de 1890 también hace aparición en España la filoxera, aunque sus estragos fueron
menores gracias a replantearse con vides americanas inmunes. En 1860 la producción de vino se cifraba
en 10,8 millones de hectolitros; en 1900 era de 21,6.

El desarrollo del olivo fue también cuantitativamente importante, pasando de 1,4 millones de hectolitros
de aceite en 1860 a 2,1 en 1900. El olivar se fijó entonces definitivamente en dos áreas: Córdoba-Jaén
y el Bajo Aragón-Tarragona. La demanda exterior aumentada desde 1870 por los mercados de América
del Sur, sostuvo el estímulo de este cultivo.

La extensión de los regadíos y cultivos frutales afectó principalmente al área mediterránea: frutos secos
(almendra) y naranjas. La remolacha azucarera se incrementó sobre todo a partir de la emancipación de
Cuba.

En el ámbito de la ganadería, debemos destacar dos aspectos: La crisis de la ganadería lanar y la


expansión de la ganadería cárnica

La producción de lana se llevaba a cabo mediante la merina, requería pastos frescos y exigía la práctica
de la trashumancia, algo que era asumido desde la Edad Media. Sin embargo, desde mediados del
siglo XVIII, la demanda de subsistencias en el rígido marco de una oferta de tierra inmovilizada por
las formas de propiedad y producción creó las condiciones para la ruina de los ganaderos y la
eliminación de dichas formas de propiedad. Esto condujo a la supresión del consejo de la Mesta en
1836, que había sido una de las corporaciones más poderosas de España. Durante el resto del siglo,
otros factores provocaron la ruina definitiva de la ganadería trashumante. Factores como la aclimatación
de la raza merina en otras partes de Europa; el desplazamiento de la lana española en los mercados
ingleses por la procedente de Sajonia; la inadecuación de la lana merina para la mecanización que se
desarrolla a partir de 1860 y el arancel de Figuerola de 1869 que autorizaba la penetración en el mercado
interior de lanas extranjeras y, finalmente, el hundimiento de los precios en el mercado interior, desde
1881, que, si bien provocó un aumento de las exportaciones, no impidió que las importaciones
continuasen siendo superiores.
El segundo aspecto es la aparición de una ganadería estante vinculada a la industria cárnica. No hay
duda de que la fuerzas que se oponían la trashumancia creaban, a la vez, las condiciones necesarias
para el desarrollo de la ganadería estante. Así, hubo un incremento de la demanda de carne. Dicha
demanda podía ser atendida por los ganados estantes. Pero sólo en Castilla la Nueva, en posesión de
una oveja especialmente dotada para carne, la salida se hizo factible. Además, el aumento demográfico
y la urbanización provocaron una expansión de la demanda de carne. En cuanto al consumo de carne,
las preferencias iban en el sentido porcino-ovino-cabrio-vacuno. La ciudad prefiere con mucho al
vacuno; le siguen porcino, ovino y cabrío. En el ámbito del vacuno, destaca la especialización que
llevaran a cabo regiones como Asturias, Galicia y Cantabria.

El valor total medio de la producción agracia en el decenio 1891-1900, según evaluación de la Junta
Consultiva de Agricultura era de 2.440 millones de pesetas anuales, lo que representaba un tercio de la
renta nacional. Según la estimulación de Vandellós, en 1914, la agricultura suponía el 38,4 por ciento
de la renta nacional. Estas dos series de datos son suficientes para concluir que, en los albores del siglo
XX, España seguía siendo un país de base eminentemente rural. Pero, no era el único caso en Europa:
En Francia, aportaba el 40%; en Rusia, el 35%; el Alemania, el 20% y sólo en Gran Bretaña, el 12%.
La Europa de comienzos del siglo XX tenía un fuerte peso agrario como demuestra Meyer, y España
no era una excepción. No obstante, debemos decir que, a diferencia de la mayor parte de los países
citados, la agricultura ocupaba al 64,88 de la población.

2.3.- El papel de la agricultura en el conjunto de la economía

El papel de la agricultura en el atraso de la economía española durante el siglo XIX ha sido debatido
con frecuencia por los historiadores.

Así, desde Vicens Vives, quién afirmó, en 1959, que el país, bajo el peso de una agricultura insuficiente,
subdesarrollada y feudal, no fue capaz de llevar adelante su transformación industriales, a Nadal, que
recientemente describió la actuación del sector agrario como un freno al cambio industrial, ha sido
habitual entre los historiadores señalar los efectos retardatarios de la agricultura sobre el desarrollo
económico de España.

Tortella ha apuntado que "el estancamiento agrario explica, al menos en parte, el retraso de la
modernización económica del país, mientras el crecimiento agrícola no podo sobrepasar el crecimiento
demográfico". La idea de un relativo inmovilismo se vería reforzada por la elevada proporción de la
población nativa ocupada en el sector. Una visión análoga es expresada por Sánchez-Albornoz.

Las opiniones de los historiadores en fechas más recientes son menos pesimistas. Simpson ha señalado
que la producción experimentó un aumento ligeramente superior al de la población. Garrabou y Sanz
han apuntado, por su parte, que "a pesar de que el crecimiento del producto agrario no es equivalente
al de otras economías europeas (...) estamos lejos (...) de una agricultura inmovilista y atrasada.

La ausencia de cuantificación de las tendencias en la producción no ha impedido a los historiadores


distinguir diferentes fases en la evolución del producto agrario, ni apuntar sus rasgos sobresalientes.
Así el período 1814-1860 es generalmente descrito como de expansión de la agricultura. Anes y García
Sanz coinciden en calificar al crecimiento del producto agrario durante la primera mitad del siglo XIX
de tan intensa, al menos, como el de la población. Ello se logró, arguyen, gracias fundamentalmente a
la extensión de la superficie cultivada, así como a la mejor organización de la producción, resultado, a
su vez de una mayor comercialización y especialización. Las reformas liberales y, en particular, la
desamortización y la desvinculación de patrimonios, hubieron de estimular la producción en la medida
en que el nuevo sistema de derechos de propiedad favoreciera una explotación más intensa y sistemática
del suelo. Pero, de acuerdo con Anes, el incremento del producto se obtuvo "mediante un descenso de
los rendimientos medios por unidad de superficie sembrada "ya que no se habían introducido cambios
en las técnicas de cultivo. Por su parte, García Sanz ha subrayado que "la coyuntura expansiva no estuvo
exenta de crisis de subsistencia que evocan (...) una agricultura tradicional".

Los años comprendidos entre 1860 y 1914 ofrecen un panorama distinto. Tras la conclusión del proceso
desamortizador, la etapa expansiva tocó a su fin, y el último cuarto del siglo XIX representó una fase
de "expansión mucho menor, casi equivalente al estancamiento "en frase de Tortella. Como resultado
de la competencia internacional, el cultivo del cereal, a pesar de la protección, se habría reducido y, en
consecuencia, los rendimientos medios por hectárea aumentaron. Nuevos productos (vid, regadíos) se
beneficiarían de la redistribución de la superficie cultivada. Esta sería, para Tortella, la clave de las
transformaciones que ocurrieron en la agricultura española durante el primer tercio del siglo XIX.

Con la excepción de Bairoch, y más tarde Prados (1991), no se ha llevado a cabo intento alguno de
situar a la agricultura española en el contexto europeo. Bairoch sugiere que, en España, hacia 1900, la
productividad era un tercio de la británica, y alrededor del 40% del promedio de Francia, Alemania y
Gran Bretaña. La posición relativa de la agricultura española, de acuerdo con Bairoch, habría
empeorado en la segunda mitad del siglo XIX, pues en torno a 1860, la productividad era el 55% de la
británica y próxima al 75% de la media de Francia, Alemania y Gran Bretaña.

La explicación de las causas del atraso agrario de España ha suscitado diversas interpretaciones.
Tortella ha creído hallar sus raíces en el carácter mediterráneo de su agricultura: "el estancamiento
agrícola, estrechamente conectado con el anquilosamiento de las estructuras sociales y políticas,
constituye la mayor diferencia entre la Europa mediterránea y la Europa del Norte".

La pobre dotación de recursos naturales (suelos de baja calidad, pluviosidad insuficiente) y la


inadecuación de las nuevas técnicas empleadas en la Europa húmeda a la Europa mediterránea son
aducidas como hipótesis explicativas del atraso agrario.

Milward y Saul, aún coincidiendo con Tortella en que la debilidad de las economías italiana y española
reside en la agricultura, puntualizan que, en esta última, "el sector agrario no parece haber mostrado la
repentina mejoría que tuvo lugar en Italia "en la era de Giolitti, opinión que comparte Vaccaro.
El papel de la agricultura en el proceso de cambio económico que España experimentó durante el siglo
XIX estuvo lejos de ser satisfactorio para la mayoría de los historiadores. Las tareas que habitualmente
se asignan al sector agrario en los inicios del desarrollo económico-liberar mano de obra, general
capitales para la industria, y generar mercado-no habrían sido cumplidas. La desamortización, a este
respecto, desempeñaría un papel negativo, puesto que, como afirma García Sanz, "fijó más capitales en
el campo que los que contribuyó a liberar para nuevas inversiones productivas". Nadal ha planteado
una atractiva hipótesis contractual: "A partir de las desamortizaciones, se dio... el trasvase de capitales
desde la economía urbana hacia la economía rural. La gran oferta de tierras en condiciones de pago
muy ventajosas desvió hacia la propiedad unos recursos financieros que, de otro modo, hubieran podido
dedicarse a la industria".

La incapacidad para liberar mano de obra es señalada por los historiadores como uno de los rasgos más
insatisfactorios de la agricultura española, pues aún en 1910 dos terceras partes de la población activa
permanecían empleados en el sector. Podría argüirse, sin embargo, que el cambio en los derechos de
propiedad favorecería el empleo agrario al intensificar el uso del suelo. Algunos historiadores coinciden
en señalar que el flujo migratorio habría sido más ágil si los sectores industrial y de servicios hubieran
demandado mano de obra a un ritmo superior al que lo hicieron. La lentitud de este proceso es reflejada
por la lenta expansión urbana.

La protección concedida a la agricultura cerealista, que favorecía una utilización insuficiente de los
recursos, es otra de las razones aducidas, para explicar el elevado porcentaje de obra retenido por la
agricultura. El mayor fracaso de la agricultura procedería, sin embargo, de su papel como demandante
de productos industriales.

Simpson ha propuesto, como alternativa, estudiar los obstáculos a la modernización de la


agricultura en términos de demanda (ésta es, de falta de incentivos para revolucionar la
producción) y no de oferta, y ha afirmado que los agricultores respondieron a los estímulos de los
mercados de factores y de productos.

Sin embargo, Palafox sitúa a la agricultura española a nivel de la industria. No hubo fracaso agrario,
como tampoco lo hubo industrial. Simplemente que el crecimiento fue inferior al de algunos países
europeos y superior al de otros.

En síntesis, y mientras prosiguen los estudios, el sector agrario en la España del siglo XIX, que
inicialmente fue criticado: por su baja productividad por absorber capital destinado a la industria, ni
liberar mano de obra y por no proporcionar un mercado para la industria, comienza a situarse
actualmente en su verdadera dimensión.

3. LA DESAMORTIZACIÓN Y SUS EFECTOS

Se entiende por desamortización el proceso por el cual el Estado nacionalizó las tierras de la Corona,
la Iglesia católica y los municipios, y procedió a venderlas en pública subasta.
La desamortización española fue, al mismo tiempo, un proceso unitario y diverso. Abierto legalmente
en 1798, hubo de prolongarse por más de una centuria, debido tanto a la masa de bienes afectados,
cuanto a los frenos impuestos por la reacción política.

Según los datos más fidedignos (los del Catastro de Ensenada, de mediados del siglo XVIII), y siempre
teniendo en cuenta lo que dice Jordi Palafox sobre el hecho de que no es posible saber como estaba
repartida la tierra con exactitud, la Iglesia sola concentraba el 14,73 por ciento de todo el territorio de
las veintidós provincias de Castilla y el 24,12 por ciento del producto bruto de su agricultura entera; los
municipios, una extensión de tierras concejiles o comunales todavía mayor, aunque de inferior
rendimiento; la Corona, en fin, un pique no desdeñable de montañas improductivas y llanos de poca
calidad. Esta enorme masa, a la que habría que añadir la correspondiente al territorio de la antigua
Corona de Aragón, fue confiscada, nacionalizada y liquidada, por medio de la subasta pública, con el
fin primordial, aunque no exclusivo, de poder amortizar la excesiva cantidad de deuda pública
ENLACE: El segundo aspecto a tratar de n circulación. La reforma agraria, que en el pensamiento
ilustrado de la segunda mitad del setecientos había sido imaginada como un correctivo de intención
económica y social, respondió en la práctica a motivaciones fiscales y políticas.

La primera desamortización tuvo lugar durante los últimos años del reinado de Carlos IV, entre 1758 y
1808. Las guerras exteriores llevadas a cabo por España en el último tercio del siglo XVIII fueron la
causa de unos grandes desequilibrios presupuestarios que obligan al Estado a crear una Caja de
Amortizaciones. Para cumplir este programa liquidar los préstamos al Estado, satisfacer los intereses
de los vales y reducir el número de los que circulaban, la Caja exigió la dotación de fondos.

Para obtener esta dotación, el monarca hubo de hacer suyas las recomendaciones del secretario de
Hacienda, Miguel Cayetano Soler, y disponer:
1º.-Que "se enajenen todos los bienes raíces pertenecientes a Hospitales, Hospicios, Casas de
Misericordia, de Reclusión y de Expósitos, Cofradías, Memorias, Obras pías y Patronatos de legos,
poniéndose los productos de estas ventas, así como los capitales de censos que se redimiesen,
pertenecientes a estos establecimientos y fundaciones, en mi Real Caja de Amortización, bajo el
interés anual del tres por ciento".
2º.-Que se vendiese, con el mismo fin, el resto de las propiedades de la Compañía de Jesús, expulsada
en 1767.
3º.-Que también se ingresara en la Caja el producto de la venta de los predios de los Colegios Mayores,
así como sus demás caudales y,
4º.-Que se permitiera a los titulares de los mayorazgos y otros vínculos análogos la enajenación de sus
patrimonios rústicos, con tal de imponer el líquido obtenido en la misma Caja, al antedicho interés
del tres por ciento.

Los decretos precedentes, que llevan fecha de 19 de Septiembre de 1798, tuvieron mayor importancia
de lo que se ha venido diciendo. En el curso de once años - hasta 1808 - la propiedad efectivamente
desamortizada en virtud del primero y del tercero había afectado, en extensión, a la sexta parte de todos
los bienes raíces poseídos por la Iglesia en la Corona de Castilla; en el caso concreto de Murcia, la
proporción se elevaría al cuarto.
Las entradas en la Caja de Amortización (desde 1800, de Consolidación) por ventas de bienes y
redención de censos de instituciones sumaron 1.653 millones de reales, entre 1798 y 1808. De haberse
aplicado a amortizar la deuda, esta cantidad hubiera permitido extinguir cerca de las tres cuartas partes
de los vales reales emitidos durante el mismo período de tiempo (por un monto de 2.215 millones). En
vez de ello, la cantidad efectiva, procedente de la primera desamortización eclesiástica y destinada a la
amortización de la deuda consolidada, no rebasó la cifra de 340 millones. El resto sirvió para socorrer
al Estado en otras urgencias más perentorias, desvirtuando de este modo la esencia misma de aquella
Caja.

El segundo acto de la desamortización eclesiástica se produjo durante el trienio Constitucional y afectó


especialmente al patrimonio del clero regular (decreto 1 de octubre de 1820). Una diferencia importante
con respecto a 1798 consistía en la admisión de los vales reales y otros títulos como medios de pago de
las fincas enajenadas.

Análogamente, otro decreto de 29 de junio de 1821 redujo al diezmo eclesiástico a la mitad, creando al
mismo tiempo una contribución nueva que compensara aquella parte decimal dejada de pagar por los
campesinos. Como se ve, las dificultades del tesoro seguían siendo determinantes de la reforma agraria.
De todas formas, no hubo tiempo para mucho: en 1823, la reacción absolutista se encargó de volver las
cosas a su sitio.

Por entonces, las fincas vendidas ascendían a 25.177 que proporcionaron 1.045.609.788 reales (datos
de Artola), de esta cantidad, el efectivo entrado en Caja no llegó a 100 millones.

El nuevo compás de espera se prolongó por espacio de un decenio. En el curso de dos años, de julio de
1835 a julio de 1837, los ministros del gobierno, que domina la figura de Álvarez Mendizábal,
restablecieron el decreto desvinculador de 27 de septiembre de 1820 (su presión de los mayorazgos,
fideicomisos y patronatos, no mal recibida por la nobleza, que veía aumentar el valor de sus tierras, al
entrar en el comercio) y sentaron las bases de la tercera desamortización eclesiástica: disolución de las
órdenes religiosas (excepto las dedicadas a la enseñanza y a la asistencia hospitalaria) e incautación por
el Estado del patrimonio de las comunidades afectadas (decreto 16 de febrero de 1836).

Aparentemente, la desamortización de Mendizábal fue un éxito. En 1845 ya se habían vendido cerca


de las tres cuartas partes del patrimonio eclesiástico, porcentajes que en algunos casos, como el de
Baleares, alcanzaba el 99, con un valor de 3.447 millones de reales.

En realidad la desamortización eclesiástica se llevó a cabo con el doble fin de sanear la Hacienda
Pública y de asegurar en el trono a Isabel II, o en el poder a los liberales. Para alcanzar el uno,
admitiéronse los títulos de la deuda consolidada como medios de pago; para alcanzar el otro, se
aceptaron dichos títulos por su valor nominal, a pesar de hallarse enormemente depreciados. Con ellos
los especuladores pujaron cuanto quisieron, derrotando en la subasta a los campesinos, que hubieran
querido pagar en largos plazos, pero en efectivo. El sistema de pago adoptado benefició a unos pocos,
acentuando de este modo el fenómeno de la concentración territorial en manos de una nueva clase de
propietarios absentistas, que hizo depender en grado muchas veces de servidumbre a los peor dotados
económicamente. Contra lo que se ha dicho (Sánchez Agesta, por ejemplo), el procedimiento no fue
defectuoso en la tasación, sino, como afirma Nadal, en el hecho de aceptar el papel en lugar de la
moneda.
Pero incluso en ese terreno de los fines bastardos, los resultados fueron peores de lo que se esperaba.
La transferencia de propiedades ni bastó para sanear las finanzas públicas, ni contribuyó demasiado a
clarificar el intrincado panorama político.

La reforma agraria, que tuvo comienzo en la nacionalización y transferencia de los bienes de la


Iglesia y su continuación en el fortalecimiento del poder económico de los señores, encontró su
complemento en la desamortización de los propios de los pueblos. La desamortización efectiva de
la propiedad comunal arranca de 1855 (conocida como desamortización de Madoz). Después de
un breve paréntesis de suspensión septiembre-octubre 1836 - quedó reanudada, para no
interrumpirse hasta principios del siglo XX, por el decreto de 2 de octubre de 1858, dando un
valor para los bienes vendidos de 4.150 millones de reales. En 1867, ya se habían vendido las tres
cuartas partes de los bienes nacionales.

En teoría, la desamortización de 1855 no iba contra los patrimonios municipales, imponiéndose


únicamente un cambio en "la forma de propiedad", al sustituir tierras por títulos de la deuda. La realidad
fue un rápido descenso de los recursos financieros locales, con irremediable mengua de los servicios
públicos debidos a los habitantes del lugar. La quiebra de la organización rural española se hizo patente
desde mediados de siglo.

La desamortización civil fue responsable de las modificaciones más substantivas experimentadas por
el paisaje rural en el curso del siglo XIX. Coincidente con una fase de fuerte expansión de la demanda
y, por consiguiente, de alza de precios, la venta de los predios concejiles fue seguida de grandes
roturaciones - los famosos rompimientos de baldíos - que ampliaron muy considerablemente la
superficie de las tierras de labor. En la meseta, la extensión se hizo en favor de los cereales; en la
periferia, a favor de la vid. Ambos productos continuaron siendo los más representativos del agro
español hasta finales del ochocientos. (En rigor, la expansión del trigo y otros cereales ya había
empezado antes, al amparo de una legislación férreamente proteccionista).

Sin embargo, como dice Artola, este hecho no fue acompañado de una capitalización de la agricultura,
frente a la postura de Nadal.

La puesta en circulación de la propiedad amortizada, medida que podemos calificar de "revolucionaría"


desde el punto de vista de la hacienda, aparece, por el contrario, como medida inmovilista, opuesta a la
revolución, cuando se mira bajo el prisma social y económico, desde el punto de vista de los
historiadores marxista. Así para Fontana, la reforma agraria decimonónica no se ajustó aquí al modelo
francés (acceso efectivo del campesinado a la tierra), sino más bien a la denominada "vía prusiana". La
transición del feudalismo al capitalismo, "caracterizada por una solución de compromiso, en virtud de
la cual la aristocracia latifundista y el estado controlado por ella otorgan, desde arriba, una reforma que
permite adaptar sustancialmente la posición de las viejas clases dominantes". Es decir, no verdadera
revolución, sino mera "reforma liberal", que otorga la libertad a la persona del campesinado pero le
aleja de la propiedad de la tierra, que debería servirle de sostén.
Por el contrario, los liberales como Palafox afirman que si bien es cierto parte de las críticas de los
anteriores, “Aun así, parece innegable que, a largo plazo, y como consecuencia combinada de las
consecuencias de la desamortización y de los avances en la creación de nuevas instituciones económicas
vinculadas a la sociedad liberal, la comercialización de productos agrarios aumentó, y lo hizo también
la propia producción, aun cuando el cambio técnico fuera muy limitado. La mejor constatación indirecta
del aumento de la oferta es el crecimiento de la población entre comienzos del siglo y 1880. Siendo
muy modestas las importaciones a lo largo de esta etapa, el crecimiento demográfico hubiera sido
imposible si la cantidad de alimentos no hubiera aumentado paralelamente”. Por tanto, consideran que
el proceso no fue tan perjudicial como fue considerado inicialmente.

4. EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN. CARENCIAS Y

REALIZACIONES. 4.1.- La evolución de la industria durante el siglo XIX

A finales del siglo XVIII, dentro de un panorama de gran modernidad, se había desarrollado en Cataluña
una poderosa industria textil, que ocupaba a 10.000 obreros en Barcelona, y a otros 20.000 en el resto
de la región, cuya producción estaba valorada en 52 millones de reales, de los cuales 2/3 se obtenían
del comercio con América. Había sido precisamente esa fuente de intercambio, el que había favorecido
este desarrollo industrial, cuyo origen está en 1737, cuando Jacinto Esteve había creado la primera
fábrica de estampados de algodón. A Esteve le siguieron Antonio Serra, Bernat Gloria y Esteve Canals.
En 1790 eran ya más de 110 empresas algodoneras las localizadas en esta región, cuando ya se había
iniciado el proceso de mecanización con la introducción del Spinning-Jenny, que los catalanes copiaron
y transformaron, dando lugar a la “bergadanas”. Al año siguiente, se introdujo la Water- Frame, y en
1805, la Mule-Jenny. Pero sería en 1804, cuando gracias a Cabarrús, se produjo una importación masiva
de maquinaria que, según Vicens Vives, “proporcionó a Cataluña un utillaje modernísimo, pero que no
pudo ser renovado hasta el gran empujón industrial de 1840 a 1850”. ¿Por qué se produjo este cambio?
Dos fueron las razones que frenaron este desarrollo industrial: La pérdida del mercado colonial, que
había sido la base sobre la que se había asentado esta industria, y la inestabilidad política que se asentó
en nuestro país desde 1808 a 1840, y que supuso la destrucción de la industria catalana, como
consecuencia de los desmanes cometidos por los franceses durante la Guerra de la Independencia
(1808-1814).

Este hecho explica porque durante todo el siglo XIX se mantienen las industrias artesanas antiguas,
aunque los gremios habían desaparecido definitivamente por el R.D. de 2 de Diciembre de 1836.
Muchos talleres artesanos se conservan –en este sentido, España no se distingue del resto de Europa
como afirma Arno Mayer-, y sólo en algunos sectores son desplazados por los modernos
procedimientos de fabricación que introduce la industria capitalista: en los sectores siderúrgico y textil
este avance será decisivo; aún cuando, como ha observado Nadal, uno y otro sector siguen un desarrollo
estructural muy dispar.

La siderurgia, industria arquetípica de bienes de equipo, se desenvuelve a lo largo del siglo XIX
de forma titubeante. Hasta 1828 la producción de hierro había estado casi exclusivamente
confinada a las ferrerías antiguas, con 21.000 toneladas de producción, salvo los altos hornos de
La Cavada y Liérganes, al servicio de la industria de armamento y construcciones navales, cuyo
declive a comienzos del siglo XIX era evidente. La causa de este pobre desarrollo hay que buscarlo
en el hecho de que España carecía de carbón de buena calidad, y, además, carecía de un mercado
interno que absorbiera la producción.

No obstante, esto no impidió que se adoptaran los nuevos modos de producción. De hecho, la siderurgia
moderna tiene su primer emplazamiento en Marbella (Málaga). Allí fundó don Manuel Heredia, antiguo
comerciante de vinos y promotor de la Sociedad la Constancia, el primer alto horno malagueño
abastecido por carbón de leña. Más tarde, Juan Giró, estableció nuevos altos hornos en Marbella. El
hierro para estas fábricas procedía del yacimiento sevillano de Cazalla de la Sierra, explotado por la
sociedad “El Pedroso”. El éxito de esta siderurgia estuvo favorecido por el cierre de las ferrerias vascas
debido a las guerras carlistas. Pero la producción en hornos de carbón vegetal resultaba mucho más
cara que la obtenida por medio de carbón de coque, como explica Nadal. La tonelada de hierro colado
salía a 632 reales, cuando en Asturias resultaba a 348, en 1855.

Por esta razón, a partir de 1860, comienza lo que Tortella llama de “localización racional en cuanto que
los establecimientos siderúrgicos se situaron en aquellos emplazamientos en los que se hallaba con
facilidad los dos minerales imprescindibles para la producción de hierro. Así se explica que la
siderurgia asturiana tomará la delantera a partir de 1862. Se había fundado un alto horno en Mieres, en
1848; luego en 1857, se creó la Sociedad Duro y Compañía en la Felguera, cuyos altos hornos usaron
coque. Así la siderurgia asturiana se pone a la cabeza de la producción en España hasta 1879 en que se
inicia el gran despegue de la industria vizcaína.

En Vizcaya se había instalado en 1849 un alto horno de carbón vegetal en Balueta (Epalza y Compañía).
A partir de 1860 la Compañía Ibarra, que había continuado la antigua empresa siderúrgica de Villota
en Guriezo (Santander), impulsó la instalación de altos hornos en Baracaldo (fábrica del Carmen) en
los que, a partir de 1865, introdujeron el uso del coque.

En 1866, la siderurgia española constaba de 26 altos hornos de carbón vegetal y 8 de coque. En 1865
se habían producido 49.500 toneladas de hierro colado y 42.300 de forjado. De ellas 27.000 en Asturias,
23.000 en Vizcaya y 20.000 en Málaga.

Pero la demanda de hierro crece mucho más deprisa que la producción nacional, la maquinaria textil
(hiladoras continuas, selfactinas, telares mecánicos), con la constitución, en 1855, en Barcelona, la
empresa “Maquinaria Terrestre y Marítima”, los utensilios agrícolas, las construcciones navales, y
sobre todo, las construcciones ferroviarias dan lugar a necesidades crecientes. El primer ferrocarril
construido en España fue el de La Habana-Bejucal, en Cuba, que se puso en marcha en 1840, para
transportar el azúcar, el principal producto de exportación de la isla. A partir de ese momento se inició
una primera fase en la construcción de este medio de transporte, marcada por la Ley de Ferrocarriles
de 1844, que marcaría el ferrocarril español hasta 1854. Esta norma tuvo tres aspectos fundamentales:

1. Se estableció un ancho de vía distinto que el resto de Europa (1,67 metros). Esta decisión, tomada
por Juan Subercasse, Inspector General de Ingenieros de Caminos, estuvo motivada, como indica
Palafox, porque dada la orografía española, se hacía necesario dotar de mayor estabilidad al vagón.
Sin embargo, pocos años después, este problema había sido arreglado en Europa, y el Gobierno
español, en vez de modificar la anchura de las vías, para adaptarlas al tendido europeo, mantuvo la
medida inicial, provocando unas consecuencias económicas negativas que llegan hasta hoy.
2. Al socaire de esta ley, se construyeron las primeras líneas en España, que unieron las grandes
poblaciones con núcleos de la periferia: Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1955.
3. Permitió una especulación asombrosa. De hecho, de los 6.500 kilómetros concedidos para el
bienio 1845-1846, sólo se construyeron 185.

Al terminar este primer periodo, la red de ferrocarril españoles (338 kilómetros) mostraba un claro
retroceso con relación a las restantes europeas; retraso originado tanto por la insuficiencia de capital,
nivel técnico e iniciativa empresarial, como por la ineptitud y la falta de visión gubernativa.

La Ley de ferrocarriles de 3 de junio de 1855 inició un segundo periodo en esta industria que se
prolongaría hasta 1867, construyéndose 4.500 kilómetros. En primer lugar, estableció la red radial tal
como la conocemos hoy en día. En segundo lugar, concedió exenciones aduaneras a los carriles y
material de importación: en los seis años de mayor actividad constructora, entre 1860 y 1865, con 3.670
Km. de vía, se importan 482.171 toneladas frente a 228.277 producidas por la siderurgia nacional. Así
se desaprovechó la gran oportunidad de fomentar la industria a base de las construcciones navales y
ferroviarias, en opinión de Nadal. En 1862, las "Observaciones que varios fabricantes de hierro hacen"
denunciaban el hecho de que siendo el consumo anual de hierro en España de tres millones de quintales,
un millón ochocientos mil eran de importación: "nuestras fábricas, a la hora de la presente hubieran
podido producir lo bastante para abastecer el mercado". Sin embargo, como demuestra Palafox, la
industria siderúrgica española no tenía capacidad para hacer frente a esta demanda, y el gobierno,
consiente de la importancia del ferrocarril para articular un mercado interno que, entre otros aspectos,
fuera clave para acabar con las crisis alimentarias, optó por las importaciones de vigas. Por último,
durante este periodo, además, se crearon veinte compañías ferroviarias, con capital francés y belga
mayoritariamente, entre las que destacaron la Compañía del Norte y el MZA (Madrid-Zaragoza-
Alicante), que a finales del siglo lograron dominar conjuntamente dos tercios de la red.

En cuanto a la industria textil, la principal y más característica de bienes de consumo, su desarrollo se


consolidó favorablemente. Desde 1832 y hasta 1855, se produce un proceso de mecanización en las
fábricas catalanas, tanto en los hilados, como en los tejidos, usando el telar mecánico y la máquina de
vapor, como ha explicado Nadal. Las fábricas de Bonaplata, Vilaragut, Fabra, Güel, Muntadas y otras,
introducen los procedimientos modernos de fabricación, aunque no alcanza ni el nivel inglés, ni es
comparable, a nivel europeo, con la primera mecanización de finales del siglo XVIII.

Los nuevos métodos de trabajo provocan en esta industria nuevos problemas sociales. El
"antimaquinismo" de los obreros y artesanos, característicos en toda Europa de la industrialización
incipiente, que entrañaba la amenaza de desempleo, se manifestó con quemas de fábricas y destrucción
de maquinaria. En España hay noticias de un motín en Alcoy en 1821 en el que se destruyeron Velares
mecánicos. El suceso más característico de este tipo suele considerarse el incendio de la fábrica "El
Vapor" de Bonaplata, en Agosto de 1835.

En 1847 existían 4.583 fábricas textil-algodoneras, con 97.345 obreros y una potencia de 2.095
caballos, de los que todavía sólo 301 eran generados por la fuerza motriz del vapor. En 1860 se había
ya operado el fenómeno de concentración; el número de fábricas había disminuido a 3.600, pero el
número de obreros había aumentado a 125.000 y la potencia total utilizada era de 7800 caballos, la
mayor parte obtenidas del vapor.
Después de 1855, como consecuencia de la política de los gobiernos progresistas, se abrieron nuevos
campos de inversión, fundamentalmente en los bancos y el ferrocarril, y sobre todo por el “hambre de
algodón” provocada por la Guerra de Secesión (1861-1865). La recuperación de la industria textil
comenzaría en 1868.

Por último en este primer periodo se produce un desarrollo de la industria naval en Cataluña a partir de
1837, como consecuencia de la prohibición de importar buques.

El segundo periodo de la industrialización española comienza en 1874 y se prolonga hasta 1900, y va


a suponer un alto crecimiento industrial. El primer aspecto a destacar es el proceso de desamortización
del suelo, que abre la posibilidad de explotar los ricos yacimientos mineros. El resultado fue que la
minería tradicional (mercurio, cobre, plomo) pasó prácticamente a manos extranjeras en virtud de la
legislación promovida por el gobierno de la Revolución de 1868. La casa Rothschild se hizo con el
mercurio de Almadén (Ciudad Real), las minas de cobre de Río Tinto (Huelva) pasaron a propiedad
inglesa, de la mano de las “Tharsis Sulphur and Cooper Mines Ltd.”. El cobre experimentó un aumento
masivo de producción, desde las 213.000 toneladas extraídas en 1894 a las 2.700.000 de 1900. Esta
colonización extranjera de las minas españolas llevó a Sánchez-Albornoz a afirmar que se trataba de
“enclaves extranjeros sólo ligados territorialmente a España”. Es más, se considera que supuso una
auténtica pérdida de recursos. Sin embargo, Palafox afirma que tuvo un efecto dinamizador para la
economía española, pues aumentó la inversión económica en nuestro país, creo una tecnología minera
nacional y de industria de bienes de equipo, y creo una demanda de trabajo.

La minería nueva (hierro de Vizcaya, carbón de Asturias) se retenía parcialmente en manos españolas,
aunque importantes sociedades extranjeras habían invertido en ella. La producción de carbón pasó de
270.000 toneladas en 1860 a 1.360.000 en 1900. La producción de mineral de hierro tuvo aumentos
más espectaculares, que en más de un 60% se exportaron a Inglaterra, y en otro 25% a Alemania,
Francia y Bélgica; su producción pasó de 173.000 toneladas en 1860 a 8.675.000 en 1990.

El valor total de la producción minera española en 1900 se estimaba en 400 millones de pesetas.

Precisamente sería la minería del hierro la que había de crear la industria más importante de esta fase:
la siderurgia vasca. El origen de su localización se había resulto con el emplazamiento en la zona de la
ría de Bilbao, próxima al mineral: el carbón seguía, pues, al hierro. Aunque se mantuvieron los
establecimientos asturianos (Anso, en la Felguera), la producción siderometalúrgica vizcaína
experimentó un tirón definitivo desde que terminó la segunda guerra carlista: las 49.547 toneladas de
1880 llegaron a ser 365.000 en 1900. El coste del mineral a pie de fábrica salía en Vizcaya a 4 pesetas,
en Asturias a 27. La hegemonía siderúrgica vizcaína estaba, pues, llamada a imponerse en el futuro. En
1878 se había fundado la Sociedad Echevarría, en 1892 la Basconia, en 1902 se fusionaron tres
empresas anteriores establecidas en Baracaldo en la Sociedad Altos Hornos de Vizcaya. El convertidor
Bessemer, introducido en 1865, que transforma en acero el hiero con poco fósforo, los hornos Siemens
y Thomas, el uso de la chatarra, contribuyen a esta fase expansiva de la siderurgia.
En 1902 se hallaban establecidas en Vizcaya 27 grandes empresas siderúrgicas y navales, además de
otras industrias auxiliares metalúrgicas y de construcción naval, 17 compañías navieras, 45 fábricas de
industrias alimenticias y 22 de cementos y cerámicas para la construcción. En 1888 se habían fundado
los Astilleros del Nervión, S.A., y en 1900, al crearse la Sociedad Euskalduna, se sientan las bases de
la que será una fuerte industria moderna de construcción naval.
El análisis regional del desarrollo industrial de Vizcaya, entre 1876 y 1900 que ha realizado Manuel
González Portilla en la Universidad de Bilbao, hace gran luz sobre este proceso.

La exportación del hierro está en el origen del desarrollo. Al suprimirse las restricciones forales a las
salidas de la minera, la extracción y explotación cobró un auge vertiginoso. El hierro vizcaíno posee
gran riqueza metálica (50 por ciento), sus filones estaban a cielo abierto, favoreciendo con ello la
extracción, la proximidad al mar facilitaba el transporte y la mano de obra barata se sumaba a todos las
demás ventajas al establecer el precio de coste. Coincide cronológicamente esto con el encarecimiento
del mineral inglés, cuyo precio sube a 33 chelines/tonelada en 1876, el hierro vizcaíno de la mejor
calidad se cotizaba entre 9 y 6 chelines/tonelada.

Así, sociedades siderúrgicas europeas, sobre todo inglesas, se interesan por el hierro de Vizcaya y
fundan sociedades mineras: en 1873 la Orconera Iron Ore, de capital inglés, que extrajo el 25 por ciento
del total de la producción entre 1876-1880 y el 26,7 por cien entre 1892-1901. La Societé Franco-Belge
de Samorrostro, fundada en 1876, extrajo el 13,3 por cien entre 1892-1901. Las instalaciones de
infraestructura de las explotaciones minerales y de transporte de minera (ferrocarriles mineros, tranvías
aéreos, cargaderos, embarcaderos) no resultan muy costosas por las condiciones geográficas de los
yacimientos vizcaínos y se pagan con inversiones extranjeras.

Además, hubo también un número considerable de empresarios vizcaínos y algunas pequeñas


compañías mineras del país (Martínez Rivas, Ibarra Hermanos y Compañía, etc.) junto a algunos
inversionistas catalanes (Villalonga, Gironal que con un capital modesto pudieron acometer empresas
mineras en condiciones beneficiosas.

De esta actividad minera sale la acumulación de capital que hace posible el despegue industrial de
Vizcaya. Desde 1878 a 1899 el total de la producción del mineral de hierro en Vizcaya fue de
87.371.954 toneladas, con un índice de crecimiento anual del 16,05 por 100. Desde 1900 las cifras de
producción comenzaron a declinar. De ese total extraído en el período 1878-1899 el 89,3 por 100 se
exportaba. Inglaterra es la principal consumidora (el 62,7 por 100 del total producido y el 75 por 100
del total exportado). En 1899 el binomio hierro de Vizcaya-Siderurgia inglesa estaba en su apogeo. Los
beneficios obtenidos por la exportación de hierro entre 1878-1900 suman 574.332.877 pesetas,
favorecidos desde 1892 por la devaluación de nuestra moneda. De estos beneficios, una parte va a
manos de las Compañías extranjeras, que los reexportan, un 46 por ciento probablemente; y el resto
queda en manos de los empresarios vizcaínos. Éstos serán los que financien la industrialización de
Vizcaya al reinvertir sus beneficios in situ, junto con algunas exportaciones de capital extranjero o
procedente de otras regiones (como los banqueros catalanes mencionados antes). La acumulación de
capital comercial antiguo no hubiera bastado de ninguna manera al despegue industrial de Vizcaya. El
espíritu empresarial alcanzó entonces en esa provincia altos exponentes.
Este planteamiento de González Portilla ha sido puesto en tela de juicio por Antonio Escudero y
Emiliano Fernández de Pinedo, que afirman que la base del desarrollo industrial de Bilbao no está sólo
en la exportación de mineral de hierro, sino en el capital procedente de las empresas indianas, que luego
se reinvirtió para formar esta base industrial, ya que el capital procedente de la exportación de hierro
fue en su mayoría, a manos extranjeras.

Sea cual fuese el origen del desarrollo industrial vasco, lo cierto es que el auge de la siderurgia permitió
la expansión del ferrocarril. Entre 1868 y 1874 sólo se construyeron 546 kilómetros, pero entre esa
fecha y 1900, más de 11.000; todos ellos con hierro español. Además, y esto es de gran importancia, la
industria siderúrgica española se especializó: la vasca, dotada de abundante mineral de hierro, fabricó
lingotes de hierro, vigas, barrotes. Por el contrario, la asturiana, fuerte en carbón, se dedico a los
laminados y productos siderúrgicos elaborados. El resultado fue que en 1900, España producía 500.000
toneladas de hierro/acero, cantidad superior a Japón o Italia.

Las industrias textiles abarcan dos sectores cuyo crecimiento es positivo, en esta segunda época que
estamos tratando (1870-1900). La industria lanera (Tarrasa, Sabadell, Béjar) satura el mercado español
y exporta, situándose en tercer lugar entre los países europeos, alcanzando en 1900 , los 4.000 telares,
que ocupaban a 25.000 obreros. Pero, con todo, fue el sector algodonero el que logró mejores y más
sólidos progresos, según dijimos anteriormente. Después de la guerra de Secesión norteamericana las
importaciones de algodón crecen constantemente: 39.000 Kg. en 1876, 86.400 en 1899. El algodón
hilado fabricado en 1882-1883 se calculaba en el Reino Unido en 41,8 libras por cabeza; en Suiza, en
17,35 libras; en Bélgica, Alemania y Francia, que ocupaban los lugares siguientes, 11,7, 7,11 y 6,6
libras respectivamente. España se situaba en sexto lugar con 5,83 libras.

El desarrollo de esta industria continuó con bastante regularidad, salvo crisis circunstancias, y Nadal
ha calculado el producto neto o valor añadido de las 80.616 toneladas de hilados fabricadas en 1913 en
105.977.357 pesetas, más 125.872.580 pesetas de valor añadido correspondiente a los tejidos fabricados
con estos hilados, a los que debe aumentarse el valor añadido de los acabados que Nadal estima en
44.936.827 pesetas.

Otros sectores industriales consiguieron asentarse en esta época: las industrias alimenticias,
aguardientes y vinos de Jerez, Málaga y Cataluña; las harinas en Santander, hasta 1898, en que se perdió
el mercado cubano; fábricas azucareras y conservas de pescado.

Respecto al sector pesquero, poco innovador, su mayor interés estriba en que servirá de base al
desarrollo de la moderna industria conservera, que tendrá en Vigo su principal emplazamiento.

La industria química moderna aparece al constituirse en 1896 la Unión Española de Explosivos,


sucesora de la Sociedad Española de Dinamita que se había fundado en 1872. La industria eléctrica con
los servicios de alumbrado público (Madrid en 1881, Barcelona en 1882) y también como fuente de
energía (la central hidroeléctrica de la fábrica de Sedó en el Llobregat). En 1900 hay 480 centrales
térmicas y 380 hidroeléctricas de pequeño volumen y alcance meramente local. La industria
corchotaponera, según Vicens, tiene su edad de oro entre 1875 y 1900. Otros subsectores, como la
industria papelera y de la construcción, no habían aún iniciado su despegue moderno, aunque en los
años finales del siglo se fundan empresas y se sientan las bases de su ulterior desarrollo.
4.2.- La industrialización española vista por la historiografía.

Fracaso industrializador, retraso industrial e industrialización incompleta o simplemente


industrialización de mediano nivel son descripciones a las que, con frecuencia, recurren los
historiadores para definir la evolución de la industria española en 1800 y 1910. (Tortella, Nadal,
Pollard, Palafox entre otros). El bajo nivel de renta por habitante, resultado de una agricultura atrasada
que absorbía dos tercios de la fuerza laboral del país, es frecuentemente señalado como el principal
obstáculo al desarrollo industrial (Nadal, Milward y Saul). No sólo se veía afectada la demanda total
de productos manufacturados por el bajo nivel de ingresos, sino que, además, las dimensiones del
mercado influirían en el tamaño de las empresas industriales y en su forma de organización. Por otra
parte, la debilidad de la demanda interna urgiría a los empresarios a recabar la protección del Estado en
un intento de frenar la competencia internacional (Vaccaro).

Algunos historiadores se sienten menos inclinados a subrayar el vínculo entre la evolución industrial y
el bajo poder adquisitivo por habitante, derivado del estancamiento agrario. Afirmar, por el contrario,
que la explicación debe buscarse en el lado de la oferta. Sánchez-Albornoz ha intentado apoyar esta
interpretación en su análisis de la industria textil, en el que concluye que la falta de competitividad fue
un rasgo característico de la industria textil española, incluidas las manufacturas algodoneras catalanas.
En la sustitución de importaciones se hallaría la clave de su desarrollo. Fraile, a su vez, ha mostrado
que, entre 1830 y 1930, las industrias algodoneras y siderúrgicas tuvieron menores elasticidades de
crecimiento que en otros países de la periferia europea a niveles similares de renta por habitante.

Por su parte, Palafox insiste en la teoría de que no hubo fracaso ni industrialización incompleta,
simplemente que el proceso industrial español no alcanzó los niveles de otros países europeos, pero
supuso un gran avance económico.

Las políticas económicas industrializadoras constituyen también un aspecto central del debate. Las
interpretaciones tradicionales consideran que el proteccionismo actuó como un eficaz medio de
proporcionar ímpetu a la expansión industrial durante las décadas finales del siglo XIX, frente a los
negativos efectos del librecambismo vigente en el período anterior (Milward y Saul). Otros
historiadores valoran, sin embargo, la protección como una influencia negativa sobre el desarrollo
industrial (Nadal, Tortella, Pollard).

Aunque existe consenso entre los historiadores acerca de las limitaciones de la industrialización durante
el siglo XIX, pocos intentos de cuantificación han tenido lugar. Las referencias a la industria, se
circunscribían hasta hace poco a los sectores de vanguardia y escasa atención recibía la industria
tradicional, todavía mayoritaria. Las recientes palabras de Nadal son suficientemente expresivas: "Una
reconstrucción histórica basada casi exclusivamente en el algodón y en la siderurgia da una imagen no
sólo parcial, sino también deformada de la realidad. Con pocas excepciones, lo que se ha publicado
hasta la fecha deja fuera una serie de actividades del sector secundario que además de contribuir
sustancialmente al producto industrial, han adoptado, en muchas ocasiones, las técnicas de producción
y las formas de organización modernas". Bairoch, al igual que con la agricultura, ha sido quien, por
primera vez, ha intentado establecer las dimensiones de la expansión industrial española a lo largo del
siglo XIX y situarla en el contexto europeo. Posteriormente, y con procedimientos más explícitos,
Carreras construyó el primer índice anual de producción industrial española para el siglo XIX (1984).
Situar a la industria española en una perspectiva europea constituye la clave para determinar la
existencia de atraso, y en su caso, el grado de éste. Carreras ha comparado el ritmo de expansión de la
producción industrial española con el de otros países europeos, para señalar que, entre 1830 y 1860,
éste fue superior al de naciones más desarrolladas como Francia y Gran Bretaña, y al de aquéllas
asimilables a España, como Hungría y Austria. Para la segunda mitad del siglo XIX, Carreras trata de
reconciliar el notable (aunque no espectacular, como el que sugiere para el período anterior)
crecimiento que su índice arroja, con la idea de "fracaso de la revolución industrial" propuesto por
Nadal, y apunta el concepto de "climaterio anticipado". Se trata de una fase de lento crecimiento, en la
que la industria española pierde posiciones en el contexto europeo. Como causa última de esta
tendencia, Carreras insinúa la vinculación de España a las economías maduras como Francia y Gran
Bretaña.

Por su parte, Nadal afirma, de manera taxativa, que la expansión industrial fue paradójicamente
acompañada, en el caso español, de una pérdida relativa de posiciones en el contexto internacional.

Bairoch corrobora la idea de atraso apuntada por Nadal en mayor medida que lo hacen las cifras de
Carreras. Así, la industria española habría pasado de contribuir con el 5% al producto industrial europeo
en 1800, a hacerlo con un 3% en 1860 y un 2% en 1913. De la comparación de niveles de producto
industrial por habitante se derivan conclusiones similares, pues, España pasa de representar el 88% del
nivel europeo en 1800, a sólo el 49% en 1913.

5. CAUSAS DEL ATRASO INDUSTRIAL. EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO

España, a lo largo del siglo XIX, experimentó una compleja transición desde su status de imperio
colonial, con un marco institucional de Antiguo Régimen, al de nación moderna, con un sistema liberal
de derechos de propiedad. El modo en que esta transición se produjo ha dado lugar a una valoración
negativa, que sitúa a la España post-imperial entre los países periféricos europeos. La historia
económica española de los años 1800-1910 no resulta ajena a esta visión, y términos como fracaso,
estancamiento y atraso han sido empleados profusamente para describir la evolución de la economía
en este período.

Las tendencias de la economía española fueron inicialmente consideradas por Tortella. quien discutió
si el estancamiento fue su rasgo sobresaliente, para apuntar que "España ofrecía una imagen de
estancamiento que contrastaba con la de la mayoría de sus vecinos europeos occidentales". Más
complejo resulta el cuadro descrito por Sánchez-Albornoz, que pone de relieve la paradoja existente
entre el crecimiento económico alcanzado por España durante el siglo XIX y su desnivel en aumento
respecto a Europa. Nadal, posteriormente, desarrollaría la noción de fracaso, que definió como la
incapacidad para seguir las pautas inglesas de modernización económica, y calificaría a la actuación de
la economía española entre 1830 y 1913, como "el fracaso de la Revolución Industrial".

En las síntesis últimas de la historia económica europea, la percepción de la economía española anterior
a la Primera Guerra Mundial no difiere sustancialmente de la que tienen los historiadores españoles.
Pollard, por ejemplo, considera que España "no logró pasar del umbral del proceso de
industrialización". Berend y Ranki sostienen, a su vez, que, en España "los cambios estructurales que
tuvieron lugar no alcanzaron a ser una transformación genuina y la dependencia constituyó la principal
característica". El declive económico de España es apoyado por estos autores con las estimaciones de
los niveles europeos de ingresos por habitante realizadas por Bairoch. Trebilcock, coincide, por su
parte, con los puntos de vista expresados por Nadal y Sánchez-Albornoz, para, a continuación, describir
a España como "una economía que inicia precariamente el moderno crecimiento económico, pero que
se desliza irremisiblemente hacia el subdesarrollo". De este modo, España, acabó por ser, hacia 1913,
una "colonia" de Europa. La incapacidad de la economía española para alcanzar una completa
modernización acorde con las pautas seguidas en Europa occidental es explicada por estos historiadores
a partir de un conjunto de elementos exógenos y endógenos que suelen ser comunes a la mayoría de las
interpretaciones históricas.

El atraso agrario constituye un componente esencial de las explicaciones endógenas. Los recursos
naturales y el sistema de derechos de propiedad son, para Tortella, los principales obstáculos al
desarrollo de las agriculturas de tipo mediterráneo, y España no es una excepción. La baja productividad
de la agricultura que conlleva la retención de un elevado porcentaje de la mano de obra en este sector,
se considera responsable de los ínfimos niveles de ingreso por habitante y de la estrechez del mercado
para las industrias de bienes de consumo. Por otra parte, la lenta expansión demográfica se vincula a
las elevadas tasas de mortalidad y se sitúa en el contexto del atraso agrario.

No todas las interpretaciones atribuyen a la agricultura la máxima responsabilidad en el atraso de la


economía española respecto de Europa occidental. Sánchez-Albornoz, por ejemplo, ha apuntado la falta
de dinamismo exhibido por la industria pautadora, las manufacturas algodoneras catalanas, y ha
subrayado que su expansión estuvo apoyada en la sustitución de importaciones, con lo cual desempeñó
un papel complementario del de la agricultura de subsistencia en el atraso económico de España. Las
recientes investigaciones han resaltado la mediocre actuación industrial a lo largo del siglo XIX. Fraile
ha destacado que, entre 1830 y 1930, las elasticidades de crecimiento en las industrias algodonera y
siderúrgica eran menores que en otras naciones de la periferia europea. Tortella, por su parte, ha puesto
de relieve que los empresarios preferían presionar sobre las instituciones para obtener mayores niveles
de protección, a afrontar la competencia en los mercados internacionales.

El papel del Estado en el atraso económico es otro elemento endógeno. Los historiadores han señalado
la desviación de capital de la industria a la agricultura derivada del proceso desamortizador, la
instauración de un sistema de propiedad y un marco institucional ineficientes, y la aplicación de
políticas presupuestarias conducentes a una elevación de los tipos de interés y a un desplazamiento
(crowding cut) de la inversión privada. La opinión de Nadal es reveladora al respecto: "Acuciado por
sus apreturas dinerarias, el Estado no vacila... en hacer de los préstamos oficiales sanciona la extrema
carestía de toda la clase de dinero... El mercado de capitales, ya muy restringido de por sí, pierde su
función específica-el impulso de las fuerzas productivas - para desviarse hacia las inversiones
puramente especulativas".

No obstante, los historiadores de la España del Siglo XIX han venido a poner el acento en el papel
desempeñado en el atraso económico por fuerzas exógenas. La pérdida de las colonias americanas y la
reorientación hacia las economías de Europa occidental han sido juzgadas como perjudiciales para el
desarrollo de España a largo plazo.
La pérdida del imperio colonial que, en opinión de Vicens Vives, un obstáculo grave para la
modernización de la economía española, y, tras ella, las regiones más estrechamente vinculadas al
comercio con las colonias se vieron en dificultades para iniciar el moderno crecimiento económico.
Argumentos semejantes han sido reiterados durante más de dos décadas, aunque rara vez hayan sido
apoyadas con evidencia cuantitativa. Una interpretación alternativa ha sido expuesta por Tortella, quien
apunta que "el costo de la pérdida de las colonias no puede ser considerado como factor vital del atraso
español".

El papel del sector exterior en la modernización económica de España ha sido severamente juzgado por
los historiadores. La base de la ventaja comparativa española radicaba en sus recursos naturales y no
en capacidades adquiridas (Milward y Saul). Las tímidas políticas librecambistas seguidas en las
décadas de 1870 y 1880 fueron nocivas para el desarrollo, en tanto la protección creciente, a partir de
1891, resultó ser "un necesario punto de inflexión" (Milward y Saul).

Las políticas de apertura a la inversión extranjera, además, condujeron a España a una situación de
dependencia, en la que la propiedad foránea de los recursos naturales de la nación supuso que sólo una
pequeña parte de las ganancias de su exportación fueran retenidas en España. Sólo el sector interno de
la economía podía, por tanto, promover el desarrollo (Vicens Vives, Nadal, Sánchez Albornoz).
La historiografía del atraso español ofrece, pues, numerosas hipótesis para explicar la pobre actuación
de la economía a lo largo del siglo XIX. El hecho de que la mayoría de ellos no estén bien especificados
y no hayan sido sometidos a la contrastación empírica habitual en la historia económica británica,
francesa o alemana, se debe, en parte, a las limitaciones inherentes a las estadísticas españolas, y a que,
además la labor de reconstrucción cuantitativa de las principales series estadísticas apenas comenzó
hasta la segunda mitad de la década de 1960.

Por el contrario, las tendencias más recientes rechazan estas argumentaciones. Palafox sitúa el
desarrollo económico español dentro de sus coordenadas: escasa capitalización, ausencia de materias
primas, dificultades orográficas, pérdida del imperio, para concluir que fue un proceso de avance
económico importante, que no puede ser tildado como fracasado.

6. CAMBIO SOCIAL

La nueva sociedad que se crea con la construcción del Estado Liberal es una sociedad de clases, basada
en la riqueza, en contraposición con la antigua sociedad estamental basada en el nacimiento. Por tanto,
en ella existía la movilidad y ascenso social, al menos en teoría. Sin embargo, en la práctica, las
desigualdades entre los distintos grupos eran cada vez mayores y se distanciaron las clases sociales
altas de la mayoría de la sociedad que sobrevivía en condiciones muy duras
6.1. Los grupos de poder: la nobleza, el clero y la burguesía.

Al siglo XIX se le conoce como el siglo de la burguesía, ya que consiguió el ascenso social, y acabó
con la exención fiscal de la sociedad estamental, pero esto no significó que fuera el único grupo de
poder, ya que la nobleza y el clero mantuvieron su posición de poder.

a) La Nobleza: Durante el siglo XIX, mantuvo su enorme prestigio social y poder económico, y ni
siquiera perdió su poder político, ya que no sólo mantuvo su presencia en la Corte, sino que
controló el Senado, donde todos los Grandes de España eran miembros natos, la diplomacia y
tuvo una fuerte presencia en el Ejército. Su forma de vida era el modelo a imitar en todos los
países de Europa, no sólo España. Pero dentro de la misma, hubo importantes diferencias. La
alta nobleza se adaptó a los nuevos tiempos, admitiendo a la alta burguesía en sus círculos
sociales mediante matrimonios ventajosos desde el punto de vista económico (el noble
arruinado aportaba el título y el burgués el dinero para pagar las

b) deudas de la familia). Respecto a su base económica, solían ser, mayoritariamente, rentistas y


absentistas, sin aprecio alguno por la modernización de las actividades agrícolas. En este
ámbito, su dominio era absoluto. Así se explica que de los 53 mayores constribuyentes por
propiedades rústicas, 43 fueran títulos nobiliarios. Los beneficios obtenidos de las tierras se
transferían, en algunos casos, a los negocios, de carácter industrial, financiero o especulativo
(compra de solares urbanos). Además, aumentaron sus propiedades rurales con la
desamortización. Por otro lado, surgió una nueva nobleza formada por las elites militares,
financieras y políticas que se fueron integrando en la vida del país, aunque no obtuvieron títulos
nobiliarios en su totalidad, pero si muchos de ellos. Un ejemplo fueron los Ybarra, los Ussía o
los Urquijo. Finalmente, los hidalgos desaparecieron ya que sus privilegios como la exención
fiscal y la prioridad en los cargos públicos, desaparecieron con el liberalismo. De ahí, su apoyo
a los carlistas.

c) El clero: Los liberales quisieron reducir, y redujeron el poder del clero durante este periodo
histórico, gracias sobre todo a las desamortizaciones, y a la reducción de la capacidad
jurisdiccional a lo estrictamente religioso –la beneficiencia paso a depender del Estado-.
Numericamente, el clero disminuyó a lo largo de este periodo, estabilizándose en torno a las
45.000 personas -30.000 del clero secular y 15.000 del regular. Desde el punto de vista social,
mantuvo su enorme prestigio entre las clases populares, especialmente los campesinos, pero
perdió su posición entre los intelectuales.

d) La Burguesía: La burguesía se convirtió sin duda en la nueva clase dominante en este periodo.
Estaba constituida por: Los terratenientes que habían formado sus propiedades con la
desamortización. Los hombres de negocios dueños de fábricas, armadores, banqueros,
financieros e “indianos” que se habían enriquecido en Cuba y Puerto Rico, e invirtieron su
capital luego en España. Y finalmente los especuladores en Bolsa y agente enriquecidos por la
compra de solares de los “ensanches” urbanos, etc. Cabe destacar las diferencias entre la
burguesía catalana y vasca, de origen industrial, y con centro en Barcelona y Bilbao frente a la
burguesía terrateniente y financiera con base en Madrid.

Estas tres clases sociales fueron la base, junto a algunas capas de clases medias, del Liberalismo más
conservador, partidarios del orden y de reprimir cualquier intento de protesta social. Fueron las bases
del Partido Moderado.
6.2. Las clases medias

Se trataba de un grupo muy heterogéneo y reducido ya que incluía a un 2,67% de la población en 1865,
con 418.271 personas. Su máxima aspiración era el ascenso social e imitaba las formas de vida de la
burguesía. Estaba formado por:
● Funcionarios de la administración
● Profesionales liberales (abogados, ingenieros, boticarios, médicos, etc)
● Comerciantes de tipo medio y fabricantes modestos.
● Dueños de pequeños talleres semiartesanales y propietarios rurales, que disponían de cierta
capacidad de ahorro.

En general este grupo se vinculo con el Partido Moderado, especialmente las llamadas “Gentes de
Orden”, pero pequeñas minorías del mismo, como profesores y periodistas, formaron parte del Partido
Progresista y del Demócrata.

6.3. Las clases populares

El grupo más numeroso era el integrado por las clases populares. Era un grupo muy heterogéneo y
numeroso (80%), que apenas poseían bienes y su situación fue deteriorándose progresivamente. Habría
que distinguir las urbanas de los campesinos.

a) Las clases populares urbanas: Este grupo estaba integrado por: Los sirvientes de los servicios
domésticos: cocheros, criados, nodrizas, lavanderas, etc. Alcanzaban la cifra de unas 800.000
personas, generalmente mujeres, sin horario ni descanso reglamentado y pagadas normalmente en
especie (comida y alojamiento). También había que incluir a los artesanos que van camino de la
proletarización: eran los antiguos oficiales y aprendices en los gremios, pero estas corporaciones
habían desaparecido. Finalmente, había que incluir al proletariado industrial (150.000 personas en
1860, que agrupaban al 4% de la población). Se trataba de los obreros de las fábricas que
sobrevivían con salarios muy bajos y en condiciones deplorables, en barrios sin ninguna
planificación y con horarios de 10 a 12 horas. En estas clases la mortalidad era altísima. Durante
todo el siglo, lucharán para conseguir el derecho de libre asociación, siendo el punto de partida del
movimiento obrero en nuestro país, que conllevará el desarrollo de los sindicatos, vinculados a las
Internacionales Obreras, especialmente a partir de 1868, radicalizándose sus posiciones, y
rechazando el sistema liberal burgués.

b) Los campesinos eran sin duda el grupo social más numeroso (62% de la población). Mantuvieron
sus formas de vida tradicionales y fueron muy conservadores de ideología, rechazando tanto las
ideas liberales como el socialismo. Dentro de ellos había diferentes situaciones: La primera era la
de los propietarios minifundistas del Norte de España. Sus rentas eran tan pequeñas que se veían
obligados a trabajar como asalariados para los grandes terratenientes. La segunda era la de los
arrendatarios y aparceros. Los contratos se hacían a corto plazo, por lo que las rentas que pagaban
estaban sujetas a los deseos de terratenientes. La tercera era la de los jornaleros, también llamados
proletariado agrícola. Era un sector cada vez más numeroso, como consecuencia, entre otras causas,
de las desamortizaciones. Su forma de vida estaba supeditada a las condiciones impuestas por la
meteorología, ya que sólo cobraban si trabajaban (no superaban los doscientos días al año). En las
zonas latifundistas como Andalucía o Extremadura, los enormes contrastes sociales entre
terratenientes enriquecidos y la miseria de los jornaleros dará lugar a continuas revueltas sociales
que alcanzarán tintes muy duros en la 2ª mitad del siglo XIX y enlazarán con los movimientos
anarquistas.

Por último, no debemos olvidar tampoco la existencia de los llamados Pobres de solemnidad:
centenares de miles de mendigos y vagabundos que vivían de la mendicidad, acosados por el Estado
con leyes que penaban la pobreza. Además estaban las prostitutas, numerosísimas en esta centuría.
MODULO III. ALFONSO XIII, LA 2ª REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL (1902-1939)

1. EL REINADO DE ALFONSO XIII. EL REGENERACIONISMO.

1.1. El Regeneracionismo

El Regeneracionismo se plantea como una alternativa al sistema de la Restauración. Su origen hay que
buscarlo en la Institución Libre de Enseñanza, núcleo clave de educadores y reformadores de la España
contemporánea, bajo la dirección de Francisco Giner de los Ríos, y el pensamiento del filósofo alemán
Krausse como base. Pero será Joaquín Costa, la cabeza más visible del movimiento regeneracionista.
Sobre todo, en lo que tiene de búsqueda de reformas económicas sin carácter político.
Aunque el regeneracionismo es una realidad profunda y compleja que deriva del propio sistema de la
restauración, su eclosión hay que situarla en la crisis del 98, que desencadena una serie de reacciones.
Son:
● En los partidos del Turno, la insolidaridad y la falta de reacción ante el desastre.
● En el mundo de los intereses mercantiles y agrarios, articulados en la Unión Nacional del propio
Costa, la apelación a los técnicos frente a los políticos, y la búsqueda de la revolución desde arriba.
● En el mundo regionalista y nacionalista periférico, la afirmación de sus posiciones que se ofrecen
como solución alternativa al fracaso del gobierno central.
● En el mundo obrero, su polarización hacía las organizaciones que están al margen del sistema de la
Restauración, y que pretenden una transformación radical de España.
● En los círculos intelectuales, el rechazo de una España que no gusta, y la búsqueda de otra España
posible, donde destaca Picabea.
● En los partidos del turno, la aparición de disidentes en el partido conservador (Francisco Silvela y
Raimundo Fernández Villaverde) y en el liberal (José Canalejas), partidarios de modificar el
sistema político.

A partir de todas estas corrientes, se planteará la formulación política regeneracionista donde destacaran
los siguientes acontecimientos:
● El gobierno Silvela-Polavieja (1899-1900), cuyo programa regeneracionista, apoyado por el
regionalismo catalán, nunca podrá llevarse a cabo.
● La creación de la Unión Nacional (1900), que acogerá a algunos de los seguidores de la anterior
experiencia.
● La aparición de un proyecto regeneracionista puro en los dos partidos del Turno, encabezados por
Antonio Maura, conservador, y José canalejas, liberal.
● El acercamiento del regionalismo catalán a la política regeneracionista, donde destacará el líder de
la Lliga, Francisco cambó.
● La aproximación del tradicionalismo a los conservadores, tema en el que la Iglesia desempeña un
papel importante.
● El replanteamiento de la cuestión religiosa como posible aglutinante del debilitado liberalismo,
donde juega un papel importante Canalejas.
En conclusión, como afirma Tusell, hay que señalar que el regeneracionismo viene a manifestar el
agotamiento y fracaso final del sistema canovista por el divorcio que ha originado entre el país real y
su representación oficial, la marginación en que ha situado al proletariado y la irrealidad que significan
unos partidos que no son otra cosa que auténticas clientelas, y no organizaciones homologables a las
europeas, lo que va a provocar su proceso de descomposición. En suma, hay que vincular el
regeneracionismo a la crítica del sistema político de la Restauración, de su base corrupta y de la
estructura socioeconómica que lo sustenta.

1.2. Los primeros años de reinado (1902-1909)

Alfonso XIII se convierte en rey el 17 de mayo de 1902. Poco después muere Sagasta, en enero de
1903, con lo que fallece el último de los artífices del sistema de la Restauración. A partir de ese
momento, surgirán nuevos nombres en ambos partidos: Silvela, Raimundo Fernández Villaverde y
Antonio Maura en el partido conservador, y Montero Ríos, Segismundo Moret y Canalejas en el liberal.
Serán estos hombres los que gobiernen en este periodo: Gobiernos conservadores de Silvela, Fernández
Villaverde, Maura y Azcárraga (1902-1905); Gobiernos liberales de Montero Ríos y Moret (1905-
1907) y Gobierno conservador de Maura (1907-1909). Este periodo estaría marcado por cuatro hechos
fundamentales: El cambio en la política económica, el desarrollo del movimiento obrero, el resurgir del
catalanismo y el reordenamiento de nuestra política exterior.
● El cambio en la política económica fue obra de Raimundo Fernández Villaverde, y tuvo una
trascendencia enorme en nuestra historia, ya que supuso el inicio de la autarquía económica. Se
basó en tres ejes:
o En el ámbito agrario, se inició la política hidráulica y la colonización interior, aunque no se
modificó el sistema de propiedad.
o En el ámbito industrial, se afianzó el proteccionismo (arancel de 1906; ley de febrero de
1907), que reservaba el mercado interior a la producción nacional.
o En el campo de la Hacienda, se puso en práctica una política de estabilización, que a partir de
1908, desbarataría la guerra de Marruecos.
● En relación con el movimiento obrero, estos años se caracterizaron por la fuerte agitación, plasmada
en numerosas huelgas que tuvieron lugar en Vizcaya, Andalucía, Cataluña y Asturias. La causa eran
las pésimas condiciones de vida de los obreros españoles. Por ello, Maura, un conservador con una
fuerte conciencia social, creo desde donde creó el Instituto de Reformas Sociales (1903) y el
Instituto Nacional de Previsión (1908), que puso las bases de la seguridad social y de la asistencia
sanitaria pública en España. Política, que posteriormente continuaría otro conservador, Eduardo
Dato.
● El resurgir del catalanismo se produce a partir de 1905, con el triunfo de la Lliga Regionalista en
las elecciones municipales de 1905. Este triunfo coincidió con ciertos escritos en el periódico La
Veu de Catalunya, órgano de la Lliga, y en la revista satírica Cu-Cut, sobre el desastre del 98, que
molestaron enormemente a la guarnición de la Ciudad Condal. Un grupo de oficiles, entre los que
se encontraba el entonces capitán de caballería Gonzalo Queipo de Llano, destrozaron la redacción
de ambas publicaciones.
Esta acción, rechazada por el Gobierno y aplaudida por el resto de las guarniciones de España,
significó el comienzo del fin del predominio del poder civil en nuestra Nación, y el comienzo del
intervencionismo militar en la vida política; ya que cuando Moret, presidente del Consejo de
Ministro quiso castigar a los oficiales que habían protagonizado esos asaltos y a los capitanes
generales que les habían apoyado, el capitán general Valeriano Weyler, ministro de Defensa, le
dijo que no podía garantizarle la aplicación de tales sanciones. Moret dimitió entonces y fue
sustituido por Montero Ríos, que no dudó en hacer aprobar la Ley de Jurisdicciones (1906), que
constituyó un auténtico triunfo del Ejército, ya que a partir de ese momento, los delitos contra la
Patria, serían juzgados por tribunales militares. Alfonso XIII, durante estos hechos y a pesar de
su juventud, apoyo a los militares.

● La reorientación de la política exterior española durante este periodo, como han explicado Morales
Lezcano y Muñoz Bolaños, tiene su origen en el Desastre del 98, y en las dos consecuencias que se
derivaron de él, además de la pérdida de las colonias. La primera, la posible pérdida de los
archipiélagos de las Canarias y de las Baleares, y el desprestigio internacional. El primer problema,
muy latente entre 1898 y 1902, ya que se pensaba que los norteamericanos se podrían apropiar de
las Canarias –animados por gran bretaña que no querían esas islas en manos de Alemania- y los
franceses y rusos de las Baleares. Este temor se mantuvo hasta 1907, cuando por los Acuerdos de
Cartagena, Gran Bretaña y Francia se comprometieron a defender la integridad territorial de españa.
El segundo problema, el desprestigio exterior de españa, se intentó superar mediante una política
imperial en Marruecos, auspiciada por el propio rey, y sobre todo por el partido liberal, a través de
personajes como León y castillo y el duque de Almodovar del Río. Esta política tuvo como punto
de arranque el acuerdo franco-español de 1904, apoyado por Gran bretaña, que concedía a España
el norte de Marruecos, y la Conferencia de Algeciras (1906), donde España y Francia recibieron el
apoyo de las otras potencias, salvo Alemania y Austria-Hungría, para que se ocuparan de los asuntos
de Marruecos.

1.3. La crisis de 1909: La Semana Trágica

El origen de esta crisis hay que buscarla en Marruecos, pero sus consecuencias serán muy graves: la
Semana Trágica y el fin de los partidos dinásticos, que se dividirán en múltiples grupúsculos.

Hemos dicho que el origen está en Marruecos porque el 9 de julio de 1909, se produce un incidente en
la zona de Melilla entre soldados españoles y rebeldes rifeños que causa varios muertos. De forma
inmediata, el Gobierno, presidido por Maura, decreta el 10 de julio la movilización de tres brigadas
mixtas de Cazadores, formadas en su mayor parte por reservistas de las quintas de 1903 y 1904, lo que
provoca disturbios en Madrid y en Barcelona, donde se producen los sucesos conocidos como Semana
Trágica. En este acontecimiento, que se desarrolla entre el 21 y el 31 de julio, tendrán un papel
destacado los radicales republicanos anticlericales de Lerroux, pero también los anarquistas y de alguna
manera los catalanistas, unidos todos en general por un sentimiento social adverso a la guerra de
Marruecos. No obstante, la culpabilidad de los hechos recaerá en un discípulo de la Institución de Libre
Enseñanza, Francisco Ferrer y Guardia, que a pesar de la campaña internacional en su favor, fue
ejecutado el 13 de octubre de 1909.
Pero, la consecuencia más importante de la crisis de 1909 será el fin del sistema de partidos que había
creado Canovas del Castillo. Maura se vio obligado a dimitir como consecuencia de la Semana Trágica.
Le sustituyó Moret y luego Canalejas (1910-1912), que intentó reformar el sistema político y adaptarlo
a las condiciones socioeconómicas de España. Fue un gran político, cuyas decisiones a veces parecieron
demasiado izquierdistas a los liberales (Ley del Candado, de 1910, que prohibía durante dos años el
establecimiento de nuevas congregaciones religiosas; y establecimiento del sistema militar obligatorio)
y excesivamente tibia para los partidos obreros. Fue asesinado el 12 de noviembre de 1912, por el
anarquista José Pardiñas, que se suicidó a continuación. España perdió a su político más capaz, y al
único hombre con criterio suficiente para modernizar el sistema político. Le sucedió el conde de
Romanones, Alvaro de Figueroa, que gobernó hasta 1913. Tocaba ahora el turno a los conservadores,
pero Alfonso XIII cometió un error: Eligió como sucesor de Romanones a Dato, y no al jefe del partido,
Maura, con lo cual rompió éste, creando grupúsculos dentro del partido conservador, y haciendo
imposible a partir de entonces el turno pacífico. Dato buscó apoyarse en el regionalismo catalán, y
concedió la Mantcomunidad a Cataluña, que suponía un principio de autonomía, el 6 de abril de 1914.
A pesar de este éxito, el sistema de la Restauración comenzaba su irreversible destrucción.

1.4. La crisis de 1917

Los años comprendidos entre 1914 y 1919 fueron muy complicados para nuestro país. En este sentido,
jugó un papel fundamental la Primera Guerra Mundial (1914-1918). España se mantuvo neutral, pero
la población se dividió en dos grupos: Los aliadófilos, encabezados por Alfonso XIII, los liberales y la
izquierda, y los germanófilos, donde se situaba toda la derecha, desde los conservadores a los carlistas,
y también la Iglesia Católica. No obstante, ni unos ni otros estaban dispuestos a apoyar la entrada de
España en el conflicto, dada la situación de nuestras fuerzas armadas.

La Primera Guerra mundial también tuvo otra importante consecuencia: España se enriqueció
abasteciendo a los beligerantes de todo tipo de pertrechos. Este enriquecimiento fue acompañado de
una disminución de la deuda exterior, una modernización del utillaje, la nacionalización de numerosas
fábricas extranjeras, y sobre todo una incremento del conflicto entre burguesía y proletariado,
provocado por las diferencias de riqueza causadas por la guerra. Este conflicto tuvo su punto algido en
Barcelona. A este conflicto, se unirían dos más:

● El primero es el existente entre los militares africanistas y los peninsulares. Desde 1909, y sobre
todo, a partir de 1912, cuando se establece el protectorado franco-español en Marruecos, el Ejército
español no había dejado de combatir en los 28.000 km2 del norte de Marruecos que nos habían
correspondido. El resultado había sido que los oficiales destinados en las guarniciones marroquies
estaban realizando carreras espectaculares gracias a los ascensos por méritos de guerra, muchas
veces concedidos sin un criterio claro. Este hecho incomodó a sus colegas peninsulares que
decidieron crear las Juntas de Defensa, cuyo origen estuvo también en la
guarnición de barcelona, y que tuvieron por líder al coronel de Infantería Benito Marquez.
● El segundo sería el provocado por un grupo de parlamentarios, formado por la Lliga Regionalista,
el PSOE, el Partido Republicano Radical y el Partido Reformista, de Melquiades Álvarez,
partidarios de reformar el sistema de la Restauración.

Estos tres conflictos confluirían en Barcelona en 1917, provocando una crisis global del sistema
político. Primero fueron los militares los que desafiaron al Gobierno conservador de Manuel García
Prieto, tras la detención del coronel Márquez; al desafio militar, siguió el político, ya que 48 diputados
y senadores crearon la Asamblea de Parlamentarios, en Barcelona, a comienzos de julio, apoyando al
Ejército, y solicitando un cambio en el sistema político español. Finalmente, en agosto de 1917, se
produciría la huelga general, apoyada por anarquistas y socialistas, cuya pretensión era provocar una
auténtica revolución social, y similar a la que estaba teniendo lugar en Rusia. Los tres movimientos
actuaron de forma descoordinada, y eso permitió al gobierno poner fin al triple desafío. Es curioso que
el Ejército actúo con suma violencia tanto frente a los huelguitas como contra los parlamentarios.

Los partidos dinástico, que no habían participado en el movimiento, intentaron poner fin de forma
definitiva a la crisis, mediante la constitución de gabinetes de concentración nacional, presididos
primero por García Prieto (1917-1918) y por Maura (1918), que fracasaron estrepitosamente,
demostrando que la crisis política que vivía España no tenía solución desde el propio sistema.

No obstante, de esta crisis dos instituciones habían salido fortalecidas: El Ejército, que había
demostrado su capacidad para poner fin a los conflictos sociales y el rey Alfonso XIII. Eso les
convertiría en protagonistas del periodo siguiente.

2. LA QUIEBRA DEL SISTEMA. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA.

2.1. La quiebra del sistema: La crisis de la postguerra (1919-1923)

Entre 1919 y 1923, como señalan Espadas Burgos y Tussell, se produce el desmoronamiento completo
del sistema de la Restauración en todos sus ámbitos. Las manifestaciones de esta crisis fueron las
siguientes:

● Crisis económica y financiera: Su origen está en el fin de la Primera Guerra Mundial, y la


desaparición de los mercados exteriores. No es una crisis española, sino internacional, y sus
consecuencias son una caída de la producción y de los salarios y un aumento del desempleo. El
resultado final será una vuelta al proteccionismo, que se manifestará en el arancel de 1922.

● Crisis social: Vinculada a la anterior, tendrá dos manifestaciones: el campo y la ciudad. En el


campo, dará lugar al llamado Trienio Bolchevique (1918-1920), que se manifestará en una unión
de socialistas y anarquistas, reclamando la reforma agraria, y el reparto de la propiedad. El arma
que se utilizó fue la huelga revolucionaria. Este conato revolucionario terminó en un completo
fracaso en 1921. En la ciudad, la crisis social se vinculará con el proletariado industrial, y tendrá su
centro en Barcelona. El proceso comenzará con la célebre huelga de La Canadiense, una compañía
eléctrica.
Los obreros obtuvieron garantías del gobierno de que los salarios serían fijados por una comisión
mixta de obreros y patronos, y el establecimiento de la jornada de 8 horas. Los obreros rechazaron
ese acuerdo, y respondieron con un Loock Out o cierre patronal. Ante esta situación, los
anarquistas utilizaron la acción directa, asesinando a patronos y obreros que no se adherían a las
huelgas. La espiral continuó con la extensión del loock out y el aumento de la acción directa.
Barcelona, centro de estas tensiones, se convirtió en el Chicago europeo de los años 20. Por un
lado, los anarquistas, especialmente su facción más violenta, y por otra los patronos, que crearon
los Sindicatos Libres, para enfrentarse al Sindicato Único anarquista. Contaron con el apoyo del
capital general de Cataluña, Jaime Milans del Bosch; del gobernador civil de Barcelona, general
Severiano Martínez Anido, y del jefe superior de la Policía, general de la Guardia Civil Miguel
Arlegui, que aplicaron la Ley de Fugas para acabar con los líderes obreros. Ambos grupos se
asesinaban en las calles, y de la violencia no se libró ni siquiera el presidente del Consejo de
Ministros, Dato, asesinado el 8 de marzo de 1921.

● Crisis Política: Esta crisis tuvo dos manifestaciones: Por un lado, la incapacidad de los partidos
dinásticos para enderezar la situación que se manifestó en los múltiples gobiernos que se sucedieron
entre 1919 y 1923, presididos por dato, Allendesalazar, Sánchez Guerra, Maura, etc. Y por otro, el
auge del regionalismo y del nacionalismo, auspiciado por la política del presidente Wilson, de
apoyo a las nacionalidades. Esta expansión del regionalismo, convertido ya en nacionalismo en
Cataluña y el País vasco, molestaba especialmente a Alfonso XIII y al Ejército, y es una de las
causas del golpe de estado de Primo de rivera.

● Crisis Militar: En estos años continuaron las campañas militares en Marruecos, que culminaron con
el derrumbamiento de la Comandancia de Melilla en el llamado desastre de Annual, el 22 de julio
de 1921, que supuso la muerte de más de 8000 soldados españoles. Esta catástrofe provocó que se
creara una Comisión de Responsabilidades, presidida por el general Juan picasso, cuyo informe
final denominado Expediente Picasso, no dejaba en muy buen lugar ni al Ejército ni a la clase
política, ni tampoco al propio Rey. Este expediente también está detrás del golpe de estado de primo
de Rivera, por lo que suponía para el ejército y el propio monarca.

Estas cuatro crisis acabaron con el sistema de la restauración y abrieron el camino a una nueva
solución ante el fracaso de la monarquía liberal: la dictadura militar.

2.2. La dictadura de Primo de Rivera


El régimen impuesto por este general hay que situarlo sobre dos coordenadas básicas:
1. La aparición en estos años veinte de lo que se ha llamado las "dictaduras meridionales", fenómeno,
por tanto, bastante extendido en el área europea meridional.
2. La profunda crisis en que el país y el régimen político se debaten en los años de posguerra, a la que
ya hemos hecho referencia.
2.2.1. El golpe de Estado

El 12 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, teniente general Miguel Primo de Rivera
lanzaba un manifiesto denominado Al País y al Ejército, donde apostaba por el regeneracionismo.
Contaba con el apoyo de la burguesía catalana y de la mayor parte del Ejército, y con la simpatía del
propio rey, que se plasmó en el hecho de que al día siguiente, le entregó el poder. Pero, Alfonso XIII
no fue la excepción, sino que con este hecho plasmó el deseo de la inmensa mayoría del país, que
recibió con alborozo la dictadura, desde los sectores más conservadoras hasta la izquierda, donde
Francisco Primo de Rivera, presidente de la UGT, sería un colaborador estrecho del dictador. Sólo los
anarquistas mostraron su descontento de forma inmediata.

El programa de Primo de Rivera pronto se hizo público, recogiendo una serie de anhelos que eran
propios de toda la sociedad española, y del Regeneracionismo. De hecho, era el supuesto Cirujano de
Hierro, de Costa. Estos anhelos eran:
● Acabar con los “viejos políticos”.
● Barrer la corrupción de la administración, que pasó a estar controlada por el Ejército.
● Descentralizar el régimen municipal, para acabar con el caciquismo.
● Resolver el problema de Marruecos y del catalanismo.

Este programa, unido a la simpatía innata del dictador, y a la escasa violencia del mismo, como señala
el historiador marxista Ramos Oliveira, hizo que la dictadura gozara de un fuerte apoyo popular,
especialmente en sus primeros años.
Desde el punto de vista histórico, la dictadura de Primo de Rivera, se divide en dos periodos: El
directorio militar y el directorio civil.

2.2.2. El Directorio Militar (13 de septiembre de 1923-3 de diciembre de 1925)

Este periodo, de suma importancia, presenta las siguientes características:

1. Puesta en marcha de una política económica tendente a aumentar la renta nacional y mejorar su
distribución, que se plasmó en una potenciación de la industria, lastrada por el proteccionismo. Esta
política económica coincidió con una época de bonanza económica a nivel mundial que se
extendería hasta 1929.
2. Disolución de ayuntamientos y diputaciones, y a aprobación del Estatuto Municipal, de 8 de marzo
de 1924, redactado por José Calvo Sotelo, cuyo objetivo era poner fin al caciquismo.
3. Solución del Problema marroquí, con el desembarco de Alhucemas, el 8 de septiembre de 1925,
tras un acuerdo con Francia, que permitió derrotar al líder rifeño Abd-el-Krim, y pacificar
definitivamente la zona española del protectorado en 1927.
4. El final del pistolerismo en Barcelona. Este último objetivo, logrado por el general Martínez Anido,
se llevó a cabo mediante una persecución sin cuartel de la CNT, que provocó numerosos muertos.
5. Creación del partido único, la Unión Patriótica, que tenía por objeto sustituir a los viejos partidos
dinásticos. Su programa era Patria, Religión y Monarquía, y sirvió como una organización de masas
al servicio del dictador, como afirma Tussell.

2.2.3. El Directorio Civil (3 de diciembre de 1925-31 de enero de 1930)

Este periodo presentó una considerable bonanza económica que se prolongó hasta 1929, que permitió
al Gobierno iniciar una política de obras publicas, centrada en dos aspectos fundamentales: la política
hidráulica, con la creación de las Confederaciones Hidrográficas, la primera de las cuales fue la del
Ebro, obra del ingeniero Manuel Lorenzo Pardo, y la política de carreteras, con la creación del Circuito
Nacional de Firmes Especiales. Además, consiguió la colaboración del PSOE, y especialmente de la
UGT, para su política laboral, lo que ocasionó tensiones en el seno del partido. A la vez, siguió
reprimiendo el anarquismo, lo que provocaría el surgimiento de la Federación Anarquista Ibérica
(FAI), de carácter radical en 1927.

Sin embargo, y a diferencia del periodo anterior, durante este, comenzó a desarrollarse una oposición
activa contra el régimen. Primero, encabezada por la vieja clase política —el conde de Romanones—
y veteranos militares de ideología liberal, como el capitán general Valeriano Weyler, que diseñaron la
Sanjuanada, en 1926; cuyo objetivo era volver al régimen constitucional.

Pero, junto a esta oposición, que era contraria al régimen, pero no a la forma de Estado, empezó a
tejerse otra que iba ya directamente contra el sistema vigente. En el plano político, se crea, en 1926, la
Alianza Republicana, que inició una serie de campañas demagógicas y estériles. Mucho más importante
fue la cuestión artillera, en el mismo año, que determinó la disolución de este cuerpo facultativo. Como
consecuencia de ello, pues el decreto de disolución llevaba loa firma del Rey, numerosos oficiales se
alejaron de la Monarquía.

Sin embargo, el mayor error de Primo de Rivera fue sin duda su intento de institucionalizar el régimen.
Para ello convocó la Asamblea Consultiva Nacional, en septiembre de 1927. Asamblea que redactó el
anteproyecto de Constitución de 1929, cuyo objetivo era crear un nuevo régimen para España, de tipo
autoritario, conservador, corporativo y católico, tal como afirma García Canales, y similar al que
posteriormente defendería la CEDA durante la II República. Pero nadie, desde el Rey hasta los viejos
políticos monárquicos mostraron el menor entusiasmo por la misma.

El mismo año en que se redactaba el citado proyecto de constitución, comenzaba una crisis económica
que iba a tener importantes consecuencias para España. La peseta cayó en picado, y el malestar social
se hizo endémico, sin que la dictadura supiera atajar esta nueva situación. Fue entonces cuando Primo
de Rivera decidió dar un paso más, y propuso un plan que suponía la reorganización de Unión
Patriótica, la convocatoria de elecciones municipales y regionales; y la convocatoria de una asamblea
compuesta de 250 diputados y 250 senadores, que establecerían la vuelta al sistema constitucional. El
rey no aceptó el plan ya que suponía una modificación de la constitución de 1876, sin cortes
constituyentes. Primo de Rivera decidió entonces contactar con los tenientes generales para conocer si
seguía contando con el apoyo del Ejército.
Este hecho molestó extraordinariamente a Alfonso XIII, que tras comprobar que el Ejército no apoyaba
al dictador, decidió prescindir de sus servicios. El 28 de enero de 1930, Primo de Rivera dimitió. La
dictadura había concluido.

3. LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA. CONTEXTO HISTÓRICO DE LA SEGUNDA


REPÚBLICA

Alfonso XIII encargó, entonces, al teniente general Dámaso Berenguer y Fusté, que devolviese al país
a la normalidad constitucional. Mientras tanto, los adversarios del régimen se estaban organizando.
Primero, surgió el llamado Grupo de los Constitucionalistas, mayor repercusión tuvieron los
republicanos agrupados en el Pacto de San Sebastián. Por último, se creó un Comité Militar
Republicano, que bajo el liderazgo del general Gonzalo Queipo de Llano, agrupaba a muchos oficiales
que, por razones de carácter personal, se habían convertido en enemigos de la monarquía. Fueron
algunos de éstos, como el antiguo oficial de la Legión, capitán Fermín Galán, los que se pronunciaron
en Jaca (Huesca) el 12 de diciembre de 1930, y aunque fracasaron, pasaron a convertirse en héroes
populares.

Se produjo la caída de Berenguer y el rey, nombró presidente del Consejo de Ministros al capitán
general de la Armada Juan Bautista Aznar, aunque quien realmente gobernó España, fue el conde de
Romanones. Así, el 12 de febrero, el pueblo español fue llamado a una consulta municipal. La
conjunción republicano-socialista, que agrupaba a los partidos del Pacto de San Sebastián, ganó en la
casi totalidad de las capitales de provincia. Dos días después, Alfonso XIII suspendía sus funciones
regias, y era proclamada la Segunda República. Alcalá Zamora, que meses antes estaba en la cárcel, se
convertía en presidente del Gobierno Provisional, formado por los firmantes del Pacto de San Sebastián.

El nuevo régimen nacía para resolver los problemas nacionales que no había afrontado con el éxito ni
la monarquía liberal, ni la dictadura. Era por tanto, la tercera opción que se iba a manejar para culminar
la modernización de España.

4. ETAPAS DE LA REPÚBLICA: LOGROS Y FRACASOS

4.1. La problemática socioeconómica del nuevo régimen. La reforma agraria.

Esta situación hay que considerarla desde una doble perspectiva: estructural y coyuntural.

Los problemas estructurales sociales y económicos eran graves, siendo el peor de ellos la difícil
situación de los casi dos millones de campesinos sin tierra y sus familias –la agricultura seguía
ocupando al 45,5% de la población en 1930-, cuya conflictividad aumentó por el hecho de que España
fuera un país en vías de rápida modernización –en los años veinte se habían desarrollado la industria
pesada y química, y sobre todo las productoras de bienes de maquinaria, material ferroviario y bienes
de consumo duraderos-, que contaba con una movilización democrática de masas.
Los bajos salarios, la limitada productividad y las pobres condiciones de vida de más de cuatro millones
de obreros urbanos y pequeña burguesía empleados en la industria y en el sector servicios también
constituyeron un problema, aunque no tan agudo en términos de miseria social. Pese a que durante los
años veinte tanto la industria como el sector financiero se habían expandido con rapidez, su capacidad
para sostener una nueva expansión durante la depresión era, en el mejor de los casos, problemática. La
incompleta integración de las principales regiones, con sus dispares tasas de modernización, constituyó
un tipo especial de problema estructural que exacerbó los casos de nacionalismo periférico y añadió
una división política horizontal a las divisiones sociopolíticas verticales.

No obstante, como indica Stanley Payne (Payne, 2005), no puede decirse que estos problemas
alcanzasen su climax en el periodo republicano, sino que, por el contrario, habían sido mucho más
graves en épocas anteriores. Sin embargo, el veloz desarrollo que tuvo lugar entre 1915 y 1930 no había
conseguido superar estas dificultades y sí había tenido el efecto, en cierta manera paradójico, de
agudizar sus consecuencias políticas. Las recientes mejoras económicas, junto al aumento de la
alfabetización y la creciente movilización habían elevado los niveles de conciencia y de las
expectativas. Una sociedad que, en cierto modo, era más moderna, productiva y políticamente
consciente exigía –o al menos lo hacía una parte significativa de la misma- cambios incluso más rápidos
que los que se habían vivido hasta el momento o eran, de hecho, posibles. En este sentido, la situación
de la España de los años treinta era similar a la de la Francia prerrevolucionaria, tal como nos la
describió Tocqueville.

La coyuntura socioeconómica está marcada por la crisis de 1929. Sin embargo, como demostró el
estudio del Banco de España de 1934, si bien está produjo en España problemas: la contradicción de la
actividad económica —como consecuencia de las medidas deflaccionistas de los gobiernos de
transición—, la inestabilidad política y la deteriorada situación social —según Queipo de Llano, los
conflictos obrero supusieron, en 1933, la pérdida de 14.000.000 de jornadas de trabajo—, un descenso
de la cotización de la peseta, una masiva evasión de capitales y una fuerte reducción del comercio
exterior, no fue tan dura como en otros países de mundo. El carácter relativamente cerrado y pequeño
de la economía española y la misma depreciación de la peseta habrían contribuido a aislar nuestra
economía de la depreciación mundial. Analicemos, en este sentido, los distintos sectores de nuestra
economía:

a) Agricultura: Las áreas cultivadas permanecieron casi invariables a lo largo de la República. La


reforma agraria —que luego explicaremos— incidió muy poco en la propiedad y en la producción.
Debe señalarse los buenos años agrícolas —1932 y 1934—, en particular en lo referente a la cosecha
de trigo, lo que supuso un incremento salarial del campesinado.

b) Minería e Industria: La extracción minera descendió en este periodo. La causa hay que buscarla en
la contracción del comercio internacional. Algo similar ocurrió con la industria, que sufrió las
consecuencias de la crisis internacional. El índice de producción industrial pasó de 144 a 122,1 en
1933, cuando la crisis tocó fondo. No obstante, a partir de 1935, comienzan a superarse las
dificultades y se inicia un enderezamiento —en especial, en la industria textil y química—,
alcanzando el índice un valor de 142, 4. Este avance se truncara con el estallido de la guerra.
c) Comercio exterior: Esta actividad también reflejó los efectos de la crisis: a partir de 1932, cayó su
volumen global, fue aumentando el déficit y se establecieron mecanismos reguladores —
proteccionismo arancelario, control de cambios, establecimientos de contingentes, etc. De hecho,
según las últimas investigaciones, la caída de las exportaciones entre 1930 y 1034, alcanzó el 40%.
Afectó en primer lugar a productos de exportación como la minería y el aceite de oliva, y a partir
de 1932-1933, a lo sectores más dinámicos de la agricultura de exportación, como el arroz y la
naranja. Este último se vio seriamente afectado por las medidas tomadas por Gran Bretaña cuando
este país, tras la conferencia de Ottawa de 1932, adoptó el sistema de preferencias imperiales que
privilegiaba la compra a sus dominios. Previamente, las exportaciones de vino habrían sufrido un
golpe no menos duro con el establecimiento por Francia de contingentes a la importación.

d) Finanzas: Durante este periodo hubo importantes dificultades financieras. Se debieron a la


convergencia simultánea de varios factores. Por un lado, el déficit de la balanza de pagos española,
la huida constante de capitales, y la evolución monetaria internacional, fuertemente dañada por la
crisis. Por otro lado, la política de los gobiernos republicanos tendente a corregir esta situación,
aunque Payne considera que, en general, fracasaron, dada la ignorancia de los políticos de este
periodo en materia económica (Payne, 2005). Así, el continuo déficit presupuestario se intentó
resolver por los distintos ministros de Hacienda: Jaime Carner, Indalecio Prieto y Joaquín
Chapaprieta, aunque dentro de postulados muy suaves, pues había que financiar las reformas
republicanas, entre ellas la Educación, consecuencia de haber expulsado a la Iglesia de esta
actividad, lo que supuso, entre otras cosas, que no quedase mucho dinero para las infraestructuras.
Algo similar ocurrió con las medidas tomadas para detener la caída de la pesetas, gracias a la acción
concertada entre Indalecio Prieto, ministro de Hacienda en 1931, y Julio Carabias, Gobernador del
Banco de España, que pusieron en marcha, en 1932, el llamado Plan Carabias, que si bien redujo la
depreciación de la peseta y la salida de capital, favoreció la penetración en la economía española
de la depresión mundial. Pues, la brusca revaluación de la moneda española frente al dólar y la libra
dificultó súbitamente las exportaciones y provocó la caída de los precios. Por último, la política
monetaria deflacionista, que se ha considerado como uno de los factores que provocaron el malestar
social y quizá, la guerra civil.

e) Paro: Como consecuencia de las dificultades anteriormente señaladas, se produjo un aumento del
paro obrero, que, según Tamames, osciló de 446.263 persona, en 1932 a 801.322, en junio de 1936.
Es decir, muy inferior al de la casi totalidad de las naciones desarrolladas en Occidente, pero que
en España se hacía especialmente trágico por la carencia de seguros sociales.

A modo de conclusión, podemos decir que si bien la coyuntura económica española de los años treinta
no fue muy favorable, no hay duda que nuestra Nación hizo frente a la crisis en condiciones mejores
que la mayor parte de las naciones capitalistas, y que su economía no se hundió de forma significativa,
ya que ni la Renta per Capita disminuyó, sino que por el contrario, aumento de 24.028 pesetas en 1930
a 25.289 en 1935, mientras que la producción aumentó de un índice 117,2 en 1930 a 124,9 en 1935.
Cuestión medular de la II República fue la reforma agraria. Desde el principio está pasará a ser uno de
los ejes de la vida política y, según los datos aportados por Maurice, un factor decisivo en su evolución.
Sin embargo, a la hora de la verdad, sus resultados prácticos fueron insignificantes y en nada
modificaron, ni el régimen de propiedad, ni las formas de explotación de la tierra. Por eso, Malekafs
afirma que fue "más un intento que una realidad". Su historia, presenta las tres fases que la República
misma atraviesa:

1ª Fase —1931-1934—:

Desde el mismo momento en que entra en funciones el Gobierno Provisional se adoptan una serie de
medidas tendentes a realizarla. Así, se nombra una comisión técnica, que se mostró partidaria de una
reforma rápida y profunda en el sur de España; incluso pretendió modificar el impuesto sobre la renta
para financiar la misma, y el asentamiento de 60 a 70.000 jornaleros anuales. Alcalá Zamora, por su
parte, abogó por una reforma que se centrara en las tierra no regables en zonas de regadío, a las de
procedencia feudal, y a las que estaban siempre arrendadas. Finalmente, Azaña presentó su propio
proyecto, que se discutió en las Cortes entre mayo y septiembre de 1932, y que, como afirma Malekafis,
venía a ser un compromiso entre los partidos gobernantes. El 15 de septiembre, favorecida por el clamor
popular provocado por el golpe de Estado del general Sanjurjo, se promulgaba la Ley de Bases de la
Reforma Agraria. Texto legal que perseguía un triple objetivo:
1º. Acabar con el latifundio.
2º. Castigar el absentismo de los propietarios
3º. La tierra debía proporcionar a quien la trabajase un beneficio remunerador.

Normas esenciales de la Ley eran la Base 5ª, en la que se señalaban las tierras susceptibles de
expropiación, y la Base 8ª, que exponía las formas de indemnización. Formas que hacían previsibles
una enorme lentitud en la reforma. Según Malekafis, esta ley sufrió un amplio y apasionado debate en
las Cortes; no obstante, durante la época republicana su eficacia fue muy escasa. En este primer periodo,
la ley se aplicó del 21 de septiembre de 1932 al 31 de diciembre de 1934; expropiándose
44.000 hectáreas que sólo sirvieron para realizar 4.300 asentamientos; cuando la ley preveía un
asentamiento anual de 60.000. Las causas de este fracaso hay que buscarlas en la propia complejidad
de la ley; la escasez de recurso de la que se dotó —sólo 50 millones de pesetas anuales—, y, también,
la incompetencia del ministro de Agricultura, Marcelino Domingo, de quien Azaña, en su Diario,
escribía que “su desconocimiento de las cosas del campo era total”. Pero a quien mantuvo en el cargo.

A consecuencia de la Revolución de Octubre (1934), la reforma de facto, quedó en suspenso.

2ª Fase —desde la Ley de Reforma Agraria de 1 de agosto de 1935 a febrero de 1936—:

A partir del triunfo del centro derecha en las elecciones de 1933, aparecen los gobiernos conservadores.
Entre diciembre de 1933 y octubre de 1934, es ministro de Agricultura Cirilo del Río, que mantiene el
proyecto anterior, pero reduciendo algunos de sus efectos más perniciosos, como indica Payne. Así
procedió al desalojo de los aparceros que habían ocupado ilegalmente tierras en 1931-1932 - abolición
del decreto de Intensificación de Cultivos, el 11 de febrero de 1934-, o anulo la
ley de Términos Municipales. El resultado de esta política, moderada y eficaz, es que fueron instaladas
más familias que en el periodo anterior: 8.000 familias asentadas en 1934 frente a las 4.300 del periodo
anterior.

Entre octubre de 1934 y la Ley de Reforma Agraria, se sitúa un periodo de transición, en el que rige el
Ministerio de Agricultura el cedista democristiano y catedrático de Derecho Canónico Manuel Giménez
Fernández, que va a intentar sacar adelante, con notable esfuerzo y honradez, pero sin ningún éxito,
unas moderadas reformas agrarias, entre las que destacaba la prorroga de los arrendamientos de 9.000
yunteros extremeños, que por la abolición del decreto de Intensificación de Cultivos, se veían obligados
a abandonar la tierra que previamente habían ocupado sin derecho alguno. Este primer decreto,
presentado el 5 de noviembre de dicho año, fue aprobado, por considerarse una medida transitoria, el
20 de diciembre de 1935. Sin embargo, no consiguió que se aprobara su proyecto de ley sobre
arrendamientos, que si bien facilitaba el acceso a la propiedad a los campesinos sin tierras; no era muy
radical en su planteamiento, inspirado en las doctrinas de la Iglesia Católica. El fracaso del político
sevillano, combatidos desde su propio partido —Candido Casanueva y Mateo Azpeitia, dirigentes del
ala derecha de la CEDA le criticaron duramente— y aplaudidos por historiadores tan distintos como
Malekafis y De La Cierva, constituyen una de las mayores tragedias de la República. Uno de los
sustitutos de Giménez Fernández, Nicasio Velayos, del Partido Agrario, y ministro desde el 3 de mayo
de 1935, presentó, el 3 de julio de dicho año, el nuevo proyecto de ley, que fue aprobado en cinco días.
Nació así la Ley de Reforma Agraria, que suponía, una revisión tan a fondo de la anterior que,
prácticamente, la anulaba. Entre los que la combatieron figuraba José Antonio Primo de Rivera.

Como consecuencia de la aprobación de esta ley, la reforma agraria entraba en una vía muerta.

3ª Fase —desde febrero a julio de 1936—:

El triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 significó un decisivo viraje en el tema de la reforma
agraria. Esta se aceleró, y en los cuatro meses que transcurrieron entre el 19 de febrero y el 19 de junio
se ocuparon 232.099 hectáreas y se asentaron 71.919 yunteros, mucho más que en los cinco años
anteriores.

El balance final de la Reforma Agraria, según el ministro Ruiz Funes, es que hasta el 19 de junio de
1936 se habían asentado 192.183 campesinos en 755.882 hectáreas.

4.2. El Gobierno Provisional

Debemos a Miguel Maura Gamazo, en su célebre obra Así cayo Alfonso XIII, la narración de la forma
en que se constituyó el Gobierno Provisional de la República, cuyo origen se encuentra en el ya citado
Pacto de san Sebastián. En el mismo, estaban presentes hombres de la vieja tradición política, tanto
monárquica —Niceto Alcalá Zamora o el propio Maura— como republicana —los radicales Alejandro
Lerroux y Diego Martínez Barrios, y los radical-socialistas Marcelino Domingo y Alvaro de Albornoz.
Además, aparecían tres miembros del PSOE —Fernando de los Rios, Indalecio
Prieto y Francisco Largo Caballero, y los representantes del republicanismo jacobino y moderado, de
base pequeño-burguesa, liderados por Manuel Azaña. Por último, no podemos olvidar a los
representantes de partidos regionalistas, tanto catalanes —Nicolás d`Olwer— como gallegos —
Santiago Casares Quiroga—.

Los propósitos del nuevo gobierno quedaron perfilados por Azaña en septiembre de
1931: 1º. Instaurar la República para establecer en España la libertad.
2º. Usar del poder republicano para transformar el Estado.
3º. Construir una nueva sociedad.

El Gobierno Provisional puso en práctica de modo inmediato las medidas para conseguir estos
objetivos: Reforma agraria, libertad religiosa, respeto a la propiedad privada, ampliación de libertades
individuales. El Gobierno de Azaña, continuación del Provisional, proseguiría esta línea de actuación.
Sin embargo, frente a la moderación que iba a caracterizar la actuación del Gobierno, irrumpieron
pronto los maximalismos políticos, de los que amargamente se quejaría Azaña en sus Diarios: “Pero
hay cosas grandes que uno quisiera hacer; los hombres pequeños las estorban (...). Yo estoy seguro de
salir de todo esto; me parece clarísimo y si me dejasen tranquilo no ocurriría nada”.

El primer problema al que tuvo que hacer frente el nuevo gobierno fue el provocado por el separatismo
catalán. El antiguo coronel de Ingenieros y líder de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), Francisco
Maciá, “de nobles entusiasmos” —dice Marco Miranda—, proclamó el 14 de julio, la República
Catalana dentro de la República Federal Española. El Gobierno, mediante la rápida gestión dirigida por
los ministros De Los Rios, d`Olwer y Domingo, logró que el veterano líder separatista cambiara su
posición, aceptando un gobierno regional o Generalitat, hasta la aprobación por las cortes del Estatuto
de Autonomía.

El segundo problema fue la explosión anticlerical de 11 de mayo de 1931. La causa de la misma hay
que buscarla en la supuesta provocación que, para los republicanos, supuso la inauguración del Circulo
Monárquico de Madrid. De forma inmediata, determinadas partidas, en las que jugó un papel destacado
uno de los héroes del Plus Ultra, el mecánico Pablo Rada se dedicaron a incendiar iglesias y conventos
de Madrid, ante la pasividad del Gobierno que, a través de Azaña, prohibió a Maura, ministro de la
Gobernación, usar la Guardia Civil contra los incendiarios. De Madrid, las ansias anticlericales se
extendieron a otras provincias, con un balance desolador. A partir de este momento, las masas católicas
comenzaron a alejarse del régimen.

El tercer problema, que nunca sería resuelto, fue la actitud de la central anarcosindicalista CNT,
dominada por la FAI, de tendencia radical, enemiga de las instituciones republicanas y partidaria del
putchismo —golpes de mano violentos realizados por una minoría militante selecta—, como medio de
alcanzar sus objetivos. En el primer bienio republicano, actuarían en el Alto Llobregat, en enero de
1932; un año después, en Cataluña, Valencia y Andalucía —sucesos de Casas Viejas—, a finales de
1933, en Zaragoza y la cuenca del Ebro.
Estos problemas, junto a la labor reformadora, marcaron la etapa del Gobierno Provisional. De esta
última, debe destacarse la realizada por Manuel Azaña en el Ministerio de la Guerra, que sirvió, más
tarde, para elevarle a más altas funciones. El resultado de la misma fue, mediante el Decreto de Retiros,
reducir el Cuerpo de Oficiales de 21.000 a 8.000, dotando de una organización más racional al Ejército
español. Sin embargo, el político de Alcalá de Henares no logró el resultado último que esperaba: la
republicanización del Ejército. Así lo ha demostrado Gabriel Cardona, gran especialista en el tema.
Azaña pretendía que se quedaran en el Ejército los oficiales republicanos, y se marchasen los
monárquicos. Pero, no ocurrió esto. Permanecieron en filas los oficiales con mayor proyección en sus
carreras, aunque fueran monárquicos —Franco o Joaquín Fanjul Goñi son un caso—, y se marcharon
otros que, siendo republicanos, tenían pocas posibilidades de ascender. El Ejército creado por Azaña
era más eficaz, pero no estaba formado por republicanos.
En las elecciones para Cortes Constituyentes, 28 de junio de 1931, triunfaron los partidos de izquierdas
y los republicanos, aunque incluían, como afirma Jackson, portavoces muy cualificados de todas las
tendencias políticas.
La primera labor del nuevo parlamento fue redactar la constitución. El triunfo de las posturas
anticlericales en el debate del artículo 26, referente a la religión y a las ordenes religiosas, ocasionó la
primera crisis gubernamental, con la salida del gobierno de Alcalá Zamora y Miguel Maura, y provocó
el abandono de las cortes por parte de la Minoría Vasco-navarra, integrada por el Partido Nacionalista
Vasco (PNV), y la Comunión Tradicionalista —carlistas—. Como consecuencia del primero de estos
incidentes, hubo un reajuste político, que excluyó a los radicales de Lerroux del gabinete; Alcalá-
Zamora fue elegido presidente de la República y M. Azaña nuevo jefe de Gobierno. El 9 de diciembre
de 1931, tras duros debates, se promulgaba la Constitución, en la que destacaban tres aspectos: el tema
religioso —con el establecimiento de un Estado laico y la disolución de la Compañía de Jesús, porque
su voto específico (Obediencia al Papa), se consideraba un peligro para el Estado—, la cuestión regional
—se reconocían las autonomías regionales— y la problemática social —recogida en los artículos 46 y
47. Por el primero, el Estado se comprometía a asegurar una vida digna a todo trabajador. El segundo,
otorgaba una protección de forma especial al campesino y al pescador—. Además, la Constitución
planteaba un Estado integral, fórmula ambigua para dar cabida a las autonomías regionales y
municipales, sin renunciar a la unidad nacional; fijaba unas Cortes unicamerales, y determinaba los
poderes del presidente de la República y del Gobierno.

4.3. El bienio republicano-socialista


Desde noviembre de 1931, y hasta noviembre de 1933, se extiende el bienio republicano-socialista,
cuya actuación se centró en la transformación económica, social y política de España. Sus medidas
fundamentales para conseguirlo fueron:
1. La reforma agraria, ya explicada.
2. La legislación social promulgada por Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo, y donde
destacó la creación de las Delegaciones de Trabajo, la reducción del horario de las faenas agrícolas,
la promoción de los seguros sociales, etc. Sin embargo, los dos aspectos más destacados y
polémicos de su labor fueron: La Ley de Términos Municipales y los Jurados Mixtos. Por la
primera, se obligaba a los patronos a contratar obreros de la localidad, y estaba especialmente
orientada a las labores agrícolas. Por los segundos, se buscaba consagrar el sistema de comités
paritarios iniciado por Primo de Rivera, y cuyo objetivo era institucionalizar las negociaciones entre
patronos y obreros bajo el arbitraje de estado.
3. La reforma educativa, auspiciada por Fernando de los Ríos y Marcelino Domingos, ministros del
ramo. Durante este periodo se crearon 10.000 escuelas y el presupuesto de educación aumentó en
un 50%, y se mejoró el sueldo de los ministros. Sin embargo, no puede decirse que mejorase la
instrucción en España, ya que se intentó sustituir a la enseñanza religiosa en las etapas de primaria
y secundaria, donde era mayoritaria. Recientemente, la periodista Maria Antonia Iglesia ha
publicado un libro donde analiza la suerte corrida por diez maestros republicanos, fusilados por los
sublevados, y donde la tesis principal es que la extensión de la educación fue el principal objetivo
de la izquierda durante la II República, llegando a escribir que su libro es: “Un rendido homenaje a
los maestros de la República, luchadores comprometidos contra el atraso y la incultura que fueron
asesinados por defender la causa más preciada de la República: la enseñanza”. Como veremos,
todos los gobiernos potenciaron la educación en este periodo.
4. Las reformas militares de Azaña, continuación de las anteriores.
5. Los estatutos de autonomía. En septiembre de 1932 se promulgó el de Cataluña y se puso en marcha
el Gobierno de la Generalitat. Este sería el único estatuto y el único gobierno autónomo surgidos
hasta la guerra civil. El Estatuto y el Gobierno vasco no aparecerían hasta octubre de 1936, ya
comenzada la guerra. La razón hay que buscarla en la animadversión que el PNV, por su carácter
clerical y separatista, provocaba entre todos los partidos políticos nacionales, que se negaron
claramente a apoyar sus reivindicaciones autonomistas. Respecto al Estatuto gallego llegó a
refrendarse (junio de 1936), pero nunca a promulgarse. En otros casos —Andalucía, Valencia y
Aragón— el Estatuto no pasó de un estadio de anteproyecto. En cualquier caso, y pese a la
generalización de los intentos, queda patente la reticencia de los partidos republicanos, tanto de
derechas como de izquierda, ante el hecho autonómico.

La política del Gobierno provocó una reacción por parte de los extremos del mapa ideológico español.
La extrema derecha, de matiz monárquico, llevó a cabo el golpe de Estado del 10 de agosto de 1932.
La causa de esta intentona hay que buscarla en dos aspectos especialmente conflictivos: la Reforma
Agraria, que atentaba contra la propiedad de muchos de los conjurados, y el Estatuto de Cataluña, del
que era enemigo buena parte del Ejército. Sin embargo, las masas populares en su totalidad, incluida la
de derecha, se negaron a apoyar la operación, y esta fracasó de forma estrepitosa. Además, tanto por su
organización como el número de sus conjurados —pocos, y, en su mayoría, terratenientes y militares
retirados por los decretos de Azaña—, tampoco tenía muchas posibilidades de triunfar, aunque hubiese
contado con cierto apoyo popular. De hecho, la más importante conclusión que podía obtenerse de esta
operación era la escasa importancia de los enemigos de la República en la derecha. Además, el fracaso
de esta intentona favoreció la línea política que se había marcado el Gobierno de Azaña, tendente a
transformar las estructuras españolas.

Más peligrosos fueron los movimientos anarquistas. El provocado por la FAI, a partir del 8 de enero de
1932, había de tener funestas consecuencias para el Gobierno. Este movimiento extendido por Cataluña
y Andalucía, iba a provocar la matanza de Casas Viejas (Cádiz), el 11 de enero de 1932. En dicho
pueblo, la Guardia de Asalto —un cuerpo de orden público creado por la República—, mandada por el
capitán Rojas, iba a fusilar a doce campesinos, sin previo juicio. Es cierto que Azaña dio órdenes
severas para reprimir la insurrección; pero, no lo es menos que él no mando que se fusilara a nadie. Sin
embargo, a partir de que se tuvo noticia de los hechos, comenzó una intensa campaña política que
obligó a dimitir al Gobierno, y supuso el fin de la presidencia de Azaña, el 7 de septiembre de 1932.
Además, el episodio de Casas Viejas fue el comienzo del basculamiento de la opinión pública hacía la
derecha. Basculamiento al que no fue ajeno la política religiosa del primer bienio, el deterioro del orden
público y la reorganización de las fuerzas conservadoras, tras el letargo en que habían vivido durante
la época anterior.

En este sentido, destacó la creación de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA),


aglutinada en torno a dos organizaciones básicas —Acción Popular y Derecha Regional Valenciana,
liderada por Luis Lucia— y a una personalidad de gran carisma y relieve, el abogado y catedrático
salmantino José María Gil-Robles y Quiñones, al que Ortega y Gasset llamó "Joven atleta victorioso".
LA CEDA, cuyo programa básico se centraba en una reforma legal del sistema, aboliendo aquellos
aspectos con los que no estaba de acuerdo, especialmente en materia religiosa, fue tachada de fascista
por sus enemigos políticos, especialmente los socialistas y también Azaña, que la consideraban un
peligro para la República. Hoy en día, y de acuerdo con los últimos trabajos publicados, especialmente
el de Pio Moa y Stanley Payne, se impone la idea de que este grupo actuó con gran lealtad a las
instituciones y al régimen, y que si terminó radicalizándose, y formando parte de la conspiración contra
la república, fue debido al pánico provocado por el cariz revolucionario que tomó la izquierda española
a partir de 1934.

Junto a la CEDA, surgieron otros grupos en el ámbito de la derecha, entre los que destacan Renovación
Española y Falange Española de las Juntas Ofensivas Nacionales Sindicalistas (FE de las JONS). El
primero, liderado por el ex ministro alfonsino y antiguo maurista Antonio Goicoechea, aunque su
hombre fuerte era José Calvo Sotelo, constituyó la versión española más acabada de la derecha radical.
Inspirada en las ideas tradicionalistas españolas —Aparisi y Guijarro, Arintero, Donoso Cortes o
Vázquez de Mella—, tamizadas con el nacionalismo integral de Charles Maurras, pretendían instaurar,
mediante un golpe de Estado, una monarquía tradicional, católica y corporativa, que actuara como
valladar frente a cualquier posible reforma económica y política, manteniendo el sistema de poder
vigente hasta la caída de Alfonso XIII. Como demostró Morodo, la ideología de este grupo sería,
posteriormente, la base sobre la que se asentó el franquismo.

El segundo de estos grupos había de ser la versión española del fascismo; ideología de moda en la
Europa de los años treinta. Su líder sería el hijo mayor del dictador, José Antonio Primo de Rivera, de
quien Stanley G. Payne, el mejor conocedor de la historia de la Falange, escribe que "Es probable que,
entre todos los líderes fascistas, fuera a quien más repugnaran la brutalidad y la violencia que
comportaba la empresa fascista". Sin embargo, lo cierto es que Primo de Rivera amparó la dialéctica
de los puños y las pistolas, en estrecha cooperación, es cierto, con los pistoleros socialistas y
comunistas, que no le fueron a la zaga, desde 1933, en violencia callejera. Además, la Falange fue el
único partido fascista que elaboró un programa, los famosos Veintisiete Puntos, donde aparecía
reproducidas las principales características de su ideología, el nacionalsindicalismo: la unidad nacional
—"España es una unidad de destino en lo universal"—, la nacionalización de la banca y los servicios
de crédito, la expropiación de los latifundios y su posterior división, etc.
4.4. El Gobierno Radical-Cedista

Tras la caída de Azaña, el poder pasó, el 12 de septiembre, al dirigente radical Alejandro Lerroux;
quien, al no contar con el apoyo necesario en el parlamento, cayó el día 2 de octubre. Alcala-Zamora
entrega el poder a Martínez Barrios, el 9 de octubre, que tras la disolución de las Cortes, debe preparar
las nuevas elecciones. Estas se celebran el 19 de noviembre, y suponen un triunfo abrumador de las
fuerzas de centro y conservadoras. El Partido Republicano Radical, de Lerroux obtiene 102, y la CEDA,
115. El PSOE, partido mayoritario de la izquierda, sólo logra 58 diputados.

Teóricamente, y de acuerdo con la legalidad vigente, corresponde formar gobierno al partido


mayoritario, la CEDA. Pero, como afirma Payne, desde el primer momento, la izquierda, a través
primero del ministro de Justicia, Botella Asensi, y luego del propio Azaña, y más tarde del socialista
Juan Negrín, trató de anular el resultado electoral, pues no estaba dispuesta a aceptar una derrota
electoral. La razón que utilizaba para justificar su posición era que la derecha pretendía anular las
reformas que había llevado a cabo en el primer bienio.

Si la izquierda moderada había tratado de subvertir el orden legal existente mediante la manipulación
política, tal como señala Payne, la izquierda radical anarquista lanzó un nuevo conato revolucionario
en diciembre de 1933, en Barcelona y Zaragoza, que terminó en un sonoro fracaso, aunque provocó la
muerte de 11 guardias civiles, tres policías y 75 civiles, además de cientos de detenidos.

La izquierda había fracasado en su intento de hacerse con el poder, y ahora tenía que aceptar que el
nuevo parlamento, de mayoría derechista, eligiese al nuevo gobierno. Pero entonces apareció Alcala-
Zamora que incumpliendo su papel de arbitro se negó a entregar el poder al partido más votado, la
CEDA. Para justificar su decisión adujo que esta formación política no era auténticamente republicana,
y que su líder, José María Gil-Robles, se declaraba “accidentalista”, y se mostraba partidario de
reformar la república en sentido conservador. Así, la elección para formar gobierno recayó en el líder
radical, Lerroux. Este que, en estas fechas, había perdido su anterior verbalismo demagógico y su
radicalismo social, pensó en gobernar con el apoyo de la CEDA; mientras que este partido decidía, a
su vez, obtener un acuerdo con los radicales, primero sosteniendo parlamentariamente un gobierno de
este partido, para alcanzar luego un gobierno propio, apoyado por los radicales. Así lo expuso en un
discurso pronunciado en las Cortes, el 19 de diciembre de 1933.

El primer gabinete Lerroux se mantuvo unos meses, destacando por tres hechos fundamentales:
● El primero, ya lo hemos explicado fue la intensificación de la Reforma agraria.
● El segundo, el aumento de la dotación para la Instrucción Pública, gracias a Filiberto Villalobos,
ministro del ramo durante la mayor parte del año 1934, y que alcanzó la astronómica cifra del 7,
08% del presupuesto nacional. Además se estandarizaron los requisitos y exámenes en todos los
niveles de educación secundaria y se estableció un nuevo currículo para Bachillerato. El número de
aulas abiertas fue de 1.300.
● El tercero fue la amnistía para los insurgentes de 1932 —no se olvide, desde otro punto de vista,
que el gobierno provisional había convertido en héroes a los sublevados de Jaca—, por la Ley de
Amnistía del 24 de abril de 1934, que también terminó incluyendo a los anarquistas sublevados en
diciembre de 1933, aprobándose con 269 votos a favor y uno en contra, el 20 de abril de 1934. No
obstante, esta ley, que no era del agrado de Alcalá Zamora, provocó un serio enfrentamiento entre
Lerroux y el presidente de la república, que provocó la dimisión de éste el 25 de abril.

Al líder radical le sucedió Ricardo Samper, también del mismo partido. El nuevo presidente del Consejo
de ministros formó gobierno con el apoyo de la CEDA. Gobierno que muy pronto iba a tener problemas,
procedentes de los partidos nacionalistas.

El mismo mes en que Samper llegaba al poder, la Generalitat catalana, gobernada por ERC, aprobaba
la Ley de Contratos de Cultivo, cuyo objetivo era facilitar el acceso a la propiedad de la tierra de los
rabassaires, que trabajaban como apareceros zonas vinícolas. Era una ley encaminada a favorecer el
electorado de la Ezquerra, ya que la mayor parte de los rabassaires simpatizaban con este partido. Sin
embargo, atentaba contra una competencia estatal, como eran los contratos de cultivos, además de que
era considerada injusta, pues suponía una auténtica confiscación de la tierra. Por eso, el Tribunal de
Garantías Constitucionales la declaró inconstitucional el 10 de junio de 1934. En vez de rendirse ante
la evidencia, ERC, la Generalitat y su presidente Luis Companys desdieron desafiar al Gobierno y a la
legalidad, recibiendo el apoyo del PNV y la izquierda, empezando por Azaña. Por primera vez se
manifestaba la coalición que iba a desencadenar el movimiento revolucionario de Octubre de 1934.

No obstante, a pesar de esta actitud rebelde la Generalitat, el Gobierno Samper se negó a aplicar
medidas de fuerza, y optó por la negociación con el fin de alcanzar un acuerdo, traspasando
competencias al Gobierno catalán, con objeto de calmar la situación, el 12 de julio.

Precisamente, cuando la situación parecía calmarse en Cataluña, el PNV provocó un serio


enfrentamiento con el Gobierno en las provincias vascas. La razón hay que buscarla en la indignación
y rabia de este partido por la actitud de Álava, que había rechazado por tres veces el estatuto de
autonomía. Para tratar de solventar este problema, los nacionalistas vascos quisieron forzar nuevas
elecciones a las cámaras provinciales –Diputaciones Generales-, y para ello utilizaron el impuesto de
vino, que el Gobierno quería imponer, y que ellos consideraban contrario al concierto económico. Así,
tras rechazar el nuevo tributo, los nacionalistas decidieron convocar las elecciones por cuenta propia,
rechazando una convocatoria por parte del Gobierno, tal como les había prometido Samper, y tal como
hizo, además de retirar el impuesto sobre el vino. No contentos con este acto ilegal, los dirigentes del
PNV celebraron en Zumarraga una asamblea el 2 de septiembre, a la que asistieron sus parlamentarios
junto a socialistas y nacionalistas de ERC, que terminó con una dimisión en cadena de sus
representantes municipales en Guipúzcoa y Vizcaya. Poco después, socialista, comunistas,
republicanos de izquierda y nacionalistas vascos y catalanes se reunieron en San Sebastián. Objetivo:
Preparar la gran sublevación contra el Gobierno que sería conocida como Revolución de Octubre, tal
como explica Payne. Aunque es cierto que el PNV, fiel a su tradición, como demuestra Muñoz Bolaños,
se negó a comprometerse totalmente, afirmando que sólo lucharía contra una dictadura de derechas o
una restauración de la monarquía.
Como puede comprobarse la situación política española era muy tensa en el verano de 1934, y la cuerda
se rompió cuando tras sostener dos gobiernos radicales, Gil Robles decidió que ya había llegado la hora
de que su partido entrase en el Gobierno, de acuerdo con los deseos del pueblo español. El 1 de octubre
de 1934 se produjo la crisis y, tras graves dificultades, el 4 de octubre se constituía el nuevo gabinete
Lerroux con tres ministros de la CEDA.

Los políticos de la izquierda se mostraron indignados ante esta decisión. El PSOE, y dentro de él, el ala
largocaballerista, no aceptaba que la CEDA llegase al gobierno, porque no la consideraba leal a la
República, a pesar de ser el partido mayoritario del parlamento. Su líder, el veterano Largo Caballero
adoptaba desde 1933 una actitud cada vez más maximalista, hablando de la dictadura del proletariado,
de la necesidad de una entente de las sindicales obreras y de la conquista del Estado. Se empezaba ya
a considerar el Lenín español. Sin embargo, resulta extraño este cambio de actitud en un dirigente
socialista que antaño se había caracterizado por ser un colaborador entusiasta de la dictadura de Primo
de Rivera. Dos razones se pueden dar: la primera de carácter político. El PSOE, tras su paso por el
Gobierno, había sufrido una fuerte crítica por parte de los anarquistas, que les acusaban de haberse
aburguesado. Esto les llevó a intentar recuperar su carácter revolucionario original. La segunda, de
carácter personal. Según Madariaga, la culpa de esta transformación en la postura política del máximo
dirigente socialista, que tan funestas consecuencias había de tener para España, se debe a Luis
Araquistaín y Julio Alvárez del Vayo, dos marxistas partidarios de la revolución, que se convirtieron
en los consejeros más escuchados por Largo Caballero.

A esta situación interna, se unieron diversos acontecimientos internacionales, que favorecieron la ya


radicalizada postura del PSOE: el ascenso al poder de Hitler en Alemania —enero de 1933—, y, sobre
todo, el triunfo de Dolffus en Austria —febrero de 1934—, tras destrozar al Partido Socialdemocrata
de dicho país. Para los socialistas, Gil Robles era el pequeño Dolffus, y soñaba con hacer lo mismo que
el dictador socialcristiano austriaco.

Todas estas circunstancias motivaron que el PSOE adoptara una actitud revolucionaria antes incluso de
que se produjese la llegada de la CEDA al Gobierno, como hemos visto con su apoyo a los desafíos
nacionalistas al gobierno central. Es este un tema complicado, ampliamente debatido por la
historiografía, en el que comienza a abrirse la luz con la obras de Santos Julia y Stanley Payne.
Inicialmente, el debate derivo en dos posturas. Por un lado, se encontraban los historiadores que, como
Tusell, afirmaban la sinceridad del posibilismo del líder cedista y su derecho constitucional a gobernar.
Por otro, se sitúan quienes negaban tal sinceridad y justificaban los planteamientos revolucionarios de
octubre de 1934 como una defensa de la legitimidad republicana ante una infiltración criptofascista en
el poder. Es el caso de los historiadores marxistas como Tuñón de Lara. Según ellos, la aplicación de
la legalidad podía ser el camino para romper la legitimidad. Por último, Stanley Payne y Santos Julia
afirman que la revolución de octubre fue un intento del PSOE por imponer la dictadura del proletariado
en España. El hecho de que la CEDA estuviera en el poder no fue más que la justificación para llevar
a cabo un plan diseñado con anterioridad, y que había empezado a vislumbrarse en el verano de 1934,
como hemos visto. El apoyo de ERC al mismo, tenía por objeto lograr una situación de
semindependencia para Cataluña.
El movimiento revolucionario, se inició el 5 de octubre de 1934. Planteado a escala nacional; sólo tuvo
especial importancia en Asturias y Cataluña, sin llegar a cristalizar en el resto del país. En Asturias los
socialistas habían logrado articular la Alianza Obrera, acuerdo entre partidos de izquierda y centrales
sindicales —PSOE, Partido Comunista de España (PCE), Bloque Obrero y Campesino (BOC),
Izquierda Comunista, UGT y CNT—. En esta región arraigo de forma honda la insurrección
—entendida como revolución social—, a partir de su mismo comienzo. Durante dos semanas existió
una auténtica situación revolucionaria. Para reprimirla, el Gobierno montó una auténtica campaña
militar, dirigida desde Madrid por el general Franco —sin ningún destino en la capital de España—,
llamado para tal fin por el ministro de la Guerra Diego Hidalgo. El mando operativo corrió a cargo del
general de División Eduardo López Ochoa, republicano y masón, que fue premiado con la Cruz
Laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar española. Además, jugo un papel
destacado la Legión, rápidamente enviada desde Marruecos y mandada por el teniente coronel Juan
Yagüe Blanco. Tras duros combates, el movimiento fue dominado. El balance era aterrador: 1.100
rebeldes y 450 policías y guardias civiles muertos En la represión que siguió a la derrota, hubo pocas
ejecuciones –entre 19 y 50, según Payne, frente a los 40 fusilamientos realizados por los rebeldes
mientras tuvieron el poder-, pero masivos encarcelamientos. Como causa fundamental del fracaso
revolucionario, Díaz Nosty insiste en la falta de una coordinación nacional de la revolución que dejo a
Asturias geográficamente aislada, sin opciones claras para su consolidación o transplante a otras
regiones del país. Por contra, Pio Moa afirma que fue el escaso entusiasmo de las masas por la
revolución, lo que determino la derrota de ésta.

En Cataluña, Luis Companys, presidía un gobierno de concentración republicana, en cuyo seno


aumentaban las tensiones entre la tendencia ultranacionalista del Consejero de Gobernación José
Dencás —dirigente de Estat Catalá, y creador de una milicia, los Escamots, de clara influencia fascista.
Se afirma, incluso, que Mussolini la financiaba— y la parlamentaria y catalanista más ligada a los
intereses de la mediana burguesía. Ante el estallido de Asturias, el 6 de octubre, Companys y su
gobierno, como señala Balcells, improvisaron un alzamiento y proclamaron, otra vez, la República
Catalana dentro de la República Federal Española. La CNT no le apoyó, y, desde ese momento, el
movimiento estaba condenado de antemano. Además, en Cataluña no había arraigado la Alianza Obrera
y el catalanismo de derechas se inhibió. Por todo ello, el general de División Domingo Batet Mestre,
catalán, republicano y enemigo de la Dictadura, pudo dominar en pocas horas y con mucha tranquilidad
la intentona, sin apenas derramamiento de sangre —también recibió la Laureada—. Al amanecer del
día 7 todo había terminado y el Gobierno de la Generalitat —salvó Dencás que huyó por las
alcantarillas— era encarcelado. La revuelta había costado la vida a 107 personas La consecuencia
política fue la anulación parcial de la autonomía catalana: de octubre de 1934 a febrero de 1935 el
Estatuto de Cataluña quedó suspendido, pero luego se puso de nuevo en marcha bajo la presidencia del
radical Pich y Pon, pero sin competencias de orden público. Companys y el resto de los líderes
separatistas que le habían apoyado, fueron condenados por el Tribunal de Garantías Constitucionales a
la pena de 30 años de prisión.
Tras la revolución fue claro el viraje derechista que se produjo en la situación política española. Tras
un breve gobierno de Lerroux, en mayo de 1935 el mismo político formó un nuevo gabinete en el que
hay cinco ministros de la CEDA y, entre ellos, Gil Robles en Guerra. La CEDA era entonces el árbitro
de la vida política española, pero no utilizó el poder para realizar políticas constructivas, sino que
enrabietada por lo ocurrido anteriormente, pensó más en destruir la labor de los gobiernos anteriores
que en construir algo nuevo. Esta actitud se manifiesta especialmente en la labor de su líder en el
Ministerio de la Guerra. Según Seco Serrano, “El alzamiento de 1936 se hizo posible gracias a la labor
de Gil Robles en el Ministerio de la Guerra”. Esta afirmación se debe a que el político conservador se
apoyó en generales como Franco, Goded, Mola y Fanjul, futuros golpistas en julio de 1936, y muy mal
visto por los gobiernos republicano-socialistas. Pero también es cierto que Gil Robles puso en marcha
el primer programa de modernización de las fuerzas armadas, especialmente en el ámbito del material,
y que el Ejército se sosegó tras el trauma de las reformas azañistas. Además, de la mano de Federico
Salmón, ministro de Obras Públicas, se puso en marcha un ambicioso plan de infraestructuras, con un
presupuesto de 200 millones de pesetas, cuyo objetivo era reducir el paro obrero. Este plan se aprobó
en junio de 1935, y luego fue continuado por Luis Lucia, que le sustituyó en septiembre de 1935, que
lo incremento. Sin embargo, era ya demasiado tarde para reducir el desempleo, antes de que estallase
la guerra civil. Destacable fue también la labor del Gobierno en materia educativa, sector al que destinó
6,65% del presupuesto estatal, que permitió abrir otras 1.300 aulas, que unidas al hecho de que no se
cerraron colegios religiosos, disminuyó más que en el primer bienio, el déficit de plazas escolares. Por
su parte, Joaquín Chapaprieta, experto hacendista, puso las bases para equilibrar el presupuesto público.
Por último, la CEDA no quisó llevar a cabo la reforma constitucional, para la que necesitaba dos tercios
de los votos, que no tenía, ni tampoco pudo establecer el sistema proporcional, uno de sus proyectos
más queridos. Pero, frente a esta labor en muchos casos positiva, también hay que citar sus deseos de
represión en relación con los rebeldes de 1934 y la finalización de la Reforma Agraria.

El 1 de octubre, Joaquín Chapaprieta se convirtió en presidente del Consejo de Ministro tras la dimisión
de Lerroux –forzada por la salida de los agrarios del Gobierno-, y mantuvo el apoyo de radicales y
CEDA, prometiendo continuar la política de estabilidad y recuperación económica que había
caracterizado al gobierno anterior. Sin embargo, el escándalo del straperlo —soborno a ciertas figuras
del radicalismo— y Nombela liquidó definitivamente la credibilidad política de Lerroux y de su partido.
Ante el descrédito total de los radicales, Alcalá Zamora se resistió, de nuevo, a entregar el poder a la
CEDA, después de la dimisión de Chapaprieta en diciembre de 1935. El Presidente de la República
recurrió entonces a su correligionario Manuel Portela Valladares, masón y centrista, a quien Alcalá
Zamora pretendía convertir en el nuevo jefe del centro político. Portela comenzó a gobernar el 14 de
diciembre de 1935, con el mandato expreso de convocar elecciones tan pronto fuera posible. En enero
de 1936 se disolvían las Cortes y se convocan elecciones para el 16 de febrero.

4.5. El Frente Popular

Las crisis liquidaron sucesivamente a los gobiernos de izquierdas y de derechas de la República. De


cara a las elecciones de febrero se plantearon nuevas estrategias. El republicanismo burgés se articuló
en torno a la Unión Republicana de Martínez Barrios y, sobre todo, a la Izquierda Republicana de
Azaña. Éste creía necesario establecer una alianza con los socialistas, para profundizar en los avances
sociales realizados en el primer bienio. De la misma opinión era Prieto, pero el largocaballerismo,
aunque aceptaba un pacto circunstancial, pensaba en la reconstrucción de la Alianza Obrera, cuyo
objetivo fundamental sería la revolución social. En el lado de las derechas, el hundimiento del partido
de Lerroux dejaba a la CEDA ante la necesidad de una mayoría parlamentaria absoluta si quería
gobernar.

Desde diciembre de 1935 la dirección del partido socialista había decidido aliarse con los republicanos
de izquierda y los comunistas. Se negoció la alianza, cuya firma se hizo el 15 de enero. Era el Frente
Popular, el sistema creado por la Internacional Comunista —Komintern— con el objetivo de frenar el
avance del fascismo en Europa. En el caso español, y claramente alentado por el PCE, estaría integrado
por Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, PCE, UGT, Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM), y el Partido Sindicalista —dirigido por el antiguo líder de la CNT, Angel Pestaña—
. Contaba, además, con el apoyo de la CNT, que si bien no estaba integrada en el mismo, propugnó
votar sus candidaturas. El programa de esta agrupación era claramente moderado, como así lo habían
exigido los republicanos. Entre sus puntos destacaban: amnistía para los presos políticos y puesta en
vigor del Estatuto de Cataluña; aceleración de la reforma agraria; regreso a la política regional, religiosa
y educativa del primer bienio; intervención del Estado en el relanzamiento de la vida económica.
Socialistas y comunistas se comprometían a apoyarlo, pero no participarían en el Gobierno.

También en la derecha las negociaciones para constituir un frente unido fueron laboriosas. Finalmente
se consiguió, en algunas provincias, la formación de candidaturas únicas de la CEDA, Renovación
Española y los Carlistas, integrados en la Comunión Tradicionalista. En otras, la CEDA pactaba
alianzas con radicales y centro. La Lliga Derecha Catalanista entró también en la coalición. Por su
parte, la Falange no lo hizo al no concedérsele el número de candidatos que pedía. Los nacionalistas
vascos se presentaron en solitario, pese a las presiones del Vaticano. En todo caso, todos estos partidos
presentaban un slogan similar: su oposición a la revolución social; pero, a diferencia de la izquierda,
no estaban unidos.

El 16 de febrero, unos nueve millones y medio de españoles votaron con toda normalidad. Sólo hubo
pequeños incidentes sin importancia. Sobre los resultados sigue sin existir acuerdo y las estimaciones
son dispares. Así, Gil Robles, en su obra No fue posible la paz, afirma que la derecha obtuvo
4.187.571 sufragios; mientras que la izquierda, solamente 3.912.086. Por el contrario, Jackson opina
que la derecha obtuvo 3.997.000 votos, y la izquierda, 4.700.000. El último recuento llevado a cabo
por Tusell establece que el Frente Popular obtuvo 4.654.115 votos, mientras que el centro, 400.901; el
PNV, 125.714; la derecha 1.866.981 y el centro-derecha, 2.636.524, sobre un número de votos de
9.864.783.

Lo cierto es, sin embargo, que triunfó el Frente Popular en número de escaños, aunque en cifras totales
de votos existía cierto equilibrio. En este sentido, Tusell afirma que "...en febrero de 1936 existían en
España dos bloques de fuerzas muy semejantes, ninguno de los cuales podía olvidar el vigor del
contrario". También, y sobre todo, que existía una gran parte de españoles que querían y seguían
confiando en la moderación como norma política.
Pero, los problemas comenzaron nada más tenerse conocimiento de los primeros resultados. El general
Franco, según cuentan su biógrafo Arrarás, fue a ver a Portela Valladares con el objeto de que se
proclamara el estado de guerra para evitar cualquier alteración del orden público. En esta labor fue
secundado por el que quizá fuera el militar más prestigioso del Ejército español, el general de División
Manuel Goded Llopis, y por José Calvo Sotelo. Portela, ante esta presión que se convirtió en rumor de
golpe de estado con el objeto de anular las elecciones, decidió dimitir, y entregó el poder a Azaña, que
se vio obligado a formar gobierno el 19 de febrero. Este hecho que la derecha recriminaría luego a
Portela, permitió que corriera el rumor de que a partir de ese momento, comenzó a pervertirse el
resultado de las elecciones, al falsear la izquierda las actas electorales. Dejando a parte este hecho, que
no está demostrado, lo cierto es que Azaña decretó, de forma inmediata, una serie de medidas de
acuerdo con el programa del Frente Popular: amnistía, aceleración de la reforma agraria, reposición de
Companys a la cabeza de la Generalitat con la reimplantación del Estatuto y alejamiento de los
generales considerados más peligrosos —Franco, fue nombrado Comandante General de Canarias;
Goded, de Baleares, y Mola, jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos fue destinado al mando de la
XII Brigada de Infantería, acuartelada en Navarra—. Medidas que, en muchos casos, fueron
sancionadas por la Comisión Permanente de las Cortes. Además el desorden público comenzó a
adueñarse de las provincias españolas desde el mismo 20 de febrero, destacando los ataques contra las
sedes de los partidos derechistas, los incendios de iglesias y conventos y los actos de vandalismo. El
propio Azaña escribió en su diario, el 20 de febrero: “La irritación de las gentes va a desfogarse en
iglesias y conventos, y resulta que el gobierno nace, como el 31, con chamusquinas. El resultado es
deplorable. Parecen pagados por nuestros enemigos”.

El 4 de abril, Azaña llevaba a las Cortes su programa legislativo que era, casi en su totalidad, el del
Frente Popular: prosecución de la reforma agraria; construcciones escolares; autonomías municipales;
Estatuto de autonomía vasco; reingreso en las empresas de los trabajadores despedidos por razones
políticas o sindicales desde 1933. Pero el Gobierno se encontraba con una situación difícil. Por todos
lados había incidentes callejeros, las huelgas estallaban por doquier y se multiplicaban los
asentamientos campesinos ilegales. No parecía haber manera de detener esa especie de revolución
teóricamente espontánea, pero, que era favorecida por las proclamas incendiarias de Largo Caballero,
quien dos días después de haber presentado Azaña el nuevo gobierno en las Cortes, el 5 de abril,
celebraba, en la Plaza de Toros de Madrid, la unificación de las juventudes socialistas con las
comunistas, en cuyo acto declaraba que "La clase obrera marcha a la dictadura del proletariado a pasos
de gigante. Pacíficamente, pero si es preciso, saltaríamos por encima de los obstáculos". Por su parte,
el otro líder socialista, Prieto, más inteligente que Largo Caballero, se daba cuenta de la reacción que
podía provocar la violencia izquierdista, y la denunciaba como generadora del fascismo. Así lo expuso
en un discurso pronunciado en Cuenca, el 1 de mayo. A la salida del mitin, fue ametrallado por los
seguidores de su rival en el partido. El PSOE se había roto definitivamente, y, lo que resulta mucho
más dramático para la estabilidad de la República, había- triunfado en su seno la fracción más radical.
Esta situación repercutía también en la derecha. Gil Robles, moderado y legalista, fue sustituido por
Jiménez Fernández, que abogó por convertir a la CEDA en la “derecha de la República”. Sin embargo,
su posición se debilitó ante el desorden público que se adueñaba de España, y que llegó a su paroxismo
en Granada, donde el Gobernador Civil convirtió en policías auxiliares a los militantes de los partidos
revolucionarios, y al arresto continuo e injustificado de militantes derechistas. La derecha comenzó
entonces a no confiar en la CEDA, y a inclinarse por el carismático líder monárquico José Calvo Sotelo,
enemigo declarado de la República, y partidario de su destrucción mediante un golpe de estado;
mientras que sus juventudes empezaban a entrar en contacto con los militares, para preparar un golpe
de Estado.

En estas circunstancias de tensión, se produce un hecho decisivo. Azaña, el único hombre capaz de
salvar la situación, según Madariaga, es elegido presidente de la República. Es el primer paso de un
plan que ha orquestado con Prieto, y que supone el reparto de los dos puestos ejecutivos más
importantes —la Presidencia de la República y la del Consejo de Ministros— entre los dos políticos.
Pero, el segundo paso no se puede dar. Prieto es vetado por Largo Caballero, y Azaña se ve entonces
obligado a entregar el poder a otro político. El elegido es su fiel amigo Santiago Casares Quiroga, quien
enfermo de tuberculosis, no tiene fuerzas ni voluntad para sostener la situación. La consecuencia en
una gran violencia social y política que convirtió en ingobernable a la nación. En esta situación de
enfrentamientos callejeros y continuos ajustes de cuentas tuvo lugar el asesinato del teniente de la
Guardia de Asalto José Castillo, el día 12 de julio, por pistoleros carlistas, que fue respondido por sus
compañeros, con el del líder derechista Calvo Sotelo, al día siguiente. La mecha de la guerra civil se
acababa de encender.

5. CAUSAS DE LA GUERRA CIVIL. LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL

5.1. Causas del conflicto.

Desde el final del conflicto historiadores y escritores en general que trabajaron sobre el tema de la
guerra civil intentaron buscar las causas del conflicto. Los simpatizantes de Franco, como Arraras,
presentaron como causa fundamental del conflicto la segura revolución, que bajo el patrocinio de la
Internacional Comunista —Komintern—, estaban preparando los partidos de izquierda. Para justificar
esta teoría se ampararon en un conjunto de documentos, falsificados, que, con posterioridad fueron
aceptados por historiadores extranjeros como Hugh Thomas.

Esta teoría, aunque matizada y apoyada en una serie de documentos, especialmente el Dictamen de la
Comisión sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936 —comisión presidida
por Ildefonso Bellón Gómez, magistrado del Tribunal Supremo, y de la que formaban parte, entre otros,
el conde de Romanones, Antonio Goicoechea, Rafael Garcerán (antiguo pasante de José Antonio Primo
de Rivera) o los ex ministros José Gascón y Marín, Abilio Calderón o Salvador Bermúdez de Castro—
, es la que maneja actualmente Ricardo de la Cierva. Según el citado dictamen, pieza fundamental en
esta argumentación, que también contiene los documentos ya citados sobre la conjura comunista, el
gobierno del Frente Popular tenía una ilegitimidad de origen, pues, había falseado las actas de las
elecciones de febrero de 1936 para obtener la mayoría absoluta, había permitido los ataques a la
propiedad y a la iglesia, había destituido a Alcalá Zamora saltándose la legalidad, y había puesto en
peligro la unidad de España. En consecuencia, el Ejército había actuado para evitar que la situación de
la nación se convirtiera en irreversible.
Como puede observarse, estas teorías más que aportar causas que puedan aclarar el origen del conflicto,
lo que tratan de hacer es justificar la sublevación del 17 de julio de 1936, y dotar de legitimidad al
régimen nacido de aquella.

En el polo contrario, encontramos las explicaciones marxistas de Manuel Tuñón de Lara y Julio
Arostegui. El primero se centra más en las causas internas del conflicto, entre las que señala:
● La pérdida de poder del bloque dominante: burguesía industrial y financiera, aristocracia
terrateniente, e Iglesia Católica.
● La tradición intervencionista del Ejército en política, y la falta de tradición democrática española.
● El impacto de la crisis del 29 en la economía española.
● La tensiones sociales y la radicalización de la sociedad.

El segundo, por el contrario, carga las causas en el plano internacional, afirmando como factores
principales del conflicto:
● Mala coyuntura económica internacional: crisis del 29.
● Fracaso de la Sociedad de Naciones.
● Enfrentamiento ideológico europeo: Democracias-Fascismo-Comunismo.

Por último, no podemos dejar de citar las teorías de la llamada escuela revisionista, integrada
fundamentalmente por los historiadores profesionales Stanley Payne y Cesar Vidal, y por el divulgador
Pio Moa, centradas en la actuación de personas individuales y partidos políticos durante el periodo
republicano. Así, para estos autores las causas de la guerra civil serían:
● La consideración de la república como patrimonio de la izquierda, vedando así la posibilidad de
aceptar un gobierno que no fuese de esta tendencia, y, como señala Payne, despreciando totalmente
los intereses de las clases conservadoras, que integraban a la mitad de la población.
● La actitud anticlerical, entendida como venganza contra los intereses religiosos, que enemisto a los
católicos contra la república, y les empujo, en muchos casos, a apoyar a los sublevados, para
defender su fe.
● El fracaso de la CEDA en el Gobierno, ya que si bien tuvo algunas acciones brillantes, se dedicó
más a destruir lo que se había hecho en periodos anteriores –reforma agraria- y a perseguir a los
revolucionarios de 1934, que a aplicar una política constructiva.
● La figura manipuladora de Alcalá Zamora, que impidió el libre juego político en España,
perjudicando a cualquier líder que pudiese hacerle sombra: Azaña, Lerroux o Gil Robles.
● La división del partido socialista, con el triunfo de las facciones no democráticas de Prieto y Largo
Caballero, y la derrota del legalismo propugnado por Julián Besteiro.
● El auge del PCE a partir de 1935, cuyo apoyo al Frente Popular era una simple estrategia para
terminar controlando el régimen.
● La recuperación política de Azaña, a partir de 1935, que propugnaba el desahucio legal de la
derecha, y la conversión de la república española en un régimen similar al impuesto por el Partido
Republicano Institucional (PRI), en México —una "democracia" controlada por un único partido—
.
● La destrucción del Partido Republicano Radical, tras el escándalo del straperlo. En esta labor
participaron activamente Azaña y Prieto, por su odio al veterano dirigente republicano, y Alcalá
Zamora, que pretendía aprovecharse, a través de Portela Valladares, de los antiguos votos radicales.
Con ello, desaparecía el centro político; orientándose la situación política hacia posiciones
extremistas.
● La propaganda socialista, tras el fracaso de la Revolución de Octubre, centrada en la represión del
movimiento insurrecional asturiano, que creó un profundo deseo de venganza entre amplias capas
de la población, y tuvo como consecuencia el triunfo del Frente Popular y el posterior deterioro del
orden público. Ante esta situación, reaccionaron los sectores conservadores de la sociedad que,
como opina Gil Robles en su obra No fue posible la paz, se vieron empujados a rebelarse. Esto
explica porque el movimiento insurrecional militar, a diferencia de lo ocurrido en 1932, con la
sublevación del general Sanjurjo, contó con un amplio respaldo popular en determinadas zonas de
España donde había una mayoría de propietarios —pequeños, medianos o grandes—, que tenían
algo que conservar.

Ante esta tesitura, la derecha no tenía más que dos opciones, según Payne: Resignarse, de acuerdo con
la tradición cristiana, o sublevarse. Si hubiese respondido de la primera forma, el resultado hubiera sido
la conversión de España en un estado latinoamericano caótico, como Méjico, más que una república
comunista. Al optar por la segunda opción, el resultado fue la guerra civil.

5.2. La dimensión internacional del conflicto

La guerra civil se inició como un conflicto puramente español, pero rápidamente derivó hasta
convertirse, en palabras de dos historiadores tan distintos como Ernst Nolte y Pierre Vilar, “en el centro
de las pasiones y decepciones del mundo”. En un tema como este, no podemos centrarnos en analizar
sus repercusiones en todos los países del mundo; sino que nos limitaremos a los seis más importantes:
Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, Estados Unidos y la URSS.

En Francia, por ser el país más cercano geográficamente a España, la guerra civil llegó a convertirse en
un tema nacional. El Gobierno francés, presidido por el socialista Leon Blun, e integrado por partidos
de izquierda y centro agrupados en un Frente Popular, pensó inicialmente en ayudar a la República. Sin
embargo, rápidamente surgieron divergencias en el seno de la agrupación, que terminarían
rompiéndola, y que obligaron a Blun a inclinarse por la neutralidad. Pues, los radicales, a diferencia de
socialistas y comunistas eran partidarios de esta opción. Eso no implica que, determinados dirigentes
políticos, como Pierre Cot, ministro del Aire, ayudaran a la República cuando tuvieron posibilidad.
Respecto a los otros partidos, los de Derecha, con el apoyo del embajador español Cardenas, apoyaron
a los sublevados. Igual opción tomó, salvo excepciones como Maritain, Mauriac o Bernanos, la opinión
publica católica.

Gran Bretaña, dirigida por el gobierno del conservador Neville Chamberlain, vio la guerra civil como
una fuente de problemas. El Ejecutivo británico no se sentía identificado con ninguno de los dos bandos
en lucha, y consideraba el conflicto como un posible detonante de una guerra en Europa. Por eso, apostó
desde el primer momento por la neutralidad, y porque el resto de los países europeos, especialmente
Alemania, Francia, Italia y la URSS siguieran su política. Así, bajo el amparo británico, que aceptó la
propuesta hecha por Blun el 2 de agosto, se creó, con sede en Plymouth, el Comité de No intervención,
9 de septiembre, con objeto de evitar que la guerra española degenerara en una guerra europea.
Italia, que formaría parte de ese comité, vio en el conflicto español la posibilidad de extender su
influencia por el Mediterráneo occidental y, por eso, apoyó desde el primer momento a Franco,
enviando los aviones que servirían para realizar el puente aéreo del estrecho.

Alemania, en manos de Hitler, no quiso inmiscuirse en el conflicto en un primer momento. España,


como nación mediterránea, no interesaba al líder alemán, cuyos objetivos políticos estaban centrados
en la Europa oriental. Sin embargo, tras recibir la petición de ayuda de Franco, se mostró entusiasta
con la intervención, a pesar de los reparos que ponían militares y diplomáticos. Hitler buscaba, al apoyar
a Franco, sustituir a Gran Bretaña como principal potencia receptora de materias primas. De hecho,
Alemania exigió concesiones mineras a cambio de la ayuda enviada. Franco se opuso de forma
determinante a la pretensión alemana, logrando de esta forma que España no se convirtiera en un satélite
alemán a partir de 1939.

En los Estados Unidos, primera potencia mundial en ese momento, el entonces presidente Roosevelt,
con ciertas simpatías por la República, actuó rápidamente para evitar que su país pudiera verse
implicado en el conflicto. Respondía así a la tradicional política norteamericana de neutralidad y
aislamiento, más que al deseo de no provocar a los católicos —de los que sólo apoyaban a Franco el
39%—, y evitaba enfrentarse a su propio Departamento de Estado, cuyo Secretario, Cordell Hull, era
favorable a los sublevados. Es más. Roosevelt prohibió la venta de material de guerra norteamericano
a los beligerantes; aunque, permitió que, a lo largo de todo el conflicto, el Ejército de Franco fuera
abastecido de petróleo por la TEXACO. Sin embargo, el reconocimiento oficial del Gobierno de Franco
lo postergó hasta el final de la guerra, a diferencia de Francia y Gran Bretaña, cuando ya estaba
convencido del error de su política con respecto a España, que había fortalecido a las naciones fascistas.
Así se lo hizo saber a su embajador en Madrid, Claude Bowers, decidido partidario de la República:
"Hemos cometido un error. Ha tenido usted razón todo el tiempo".
Respecto a la URSS, principal apoyo de la República, hay que decir en primer lugar que, antes de 1936,
no mantenía relaciones diplomáticas con España. Cuando estalló la guerra civil, acompañada por una
revolución en la zona republicana, hubiera sido lógico que Stalín se decidiese, sin pestañear, por ésta.
Así lo hizo, pero, como siempre ocurrió durante su mandato, subordinando los intereses del comunismo
a los de la política exterior soviética. Al líder soviético le interesaba más que las democracias no se
aliasen con las naciones fascistas contra él, que un triunfo del comunismo en España. Eso explica
porque, en todo momento, la ayuda soviética a España estuviera mediatizada por la política
internacional.

Respecto a la intervención extranjera en nuestra contienda, vamos a limitarnos a aportar los datos más
significativos sobre el material de guerra enviado por las principales naciones:

● Francia: A pesar de la teórica neutralidad de su Gobierno, este país envió a la República, entre
otros materiales de guerra, un número de aviones que osciló entre los 234 y los 275.
● URSS: La Unión Soviética fue el principal suministrador de guerra de la República española.
Material que se pagó con el oro del Banco de España —518 millones de dólares—, más 347 más
de exportaciones españolas a dicho país. En general en material soviético fue excelente. Los tanques
T-26, de los que la república compro 281 unidades eran los mejores del mundo en ese momento.
Igual ocurría con los bombarderos SB Katiuska —92 unidades—, I-15 Chato —131— I-16 Mosca
—276—, que siempre fueron superiores a los alemanes. Únicamente entre el material de Artillería
aparecen piezas obsoletas, como algunas de la guerra ruso-japonesa, y los fusiles, muchos
adquiridos a terceros países, adolecían de diversidad de calibres. Respecto al número de soviéticos
que combatieron en España, se calcula que fueron entre 7 y 8.000. Pero, más que el número, destaca
la calidad de los mismos, ya que había varios futuros militares de la Segunda Guerra Mundial, como
Zukov, vencedor de la batalla de Satalingrado, y Malinovsky. Además de la ayuda militar, la Unión
Soviética a través de la Internacional Sindicalista —Profintern— puso las bases para la
movilización de los partidos comunistas mundiales, con objeto de enviar voluntarios para luchar en
España. El resultado fue la creación de las Brigadas Internacionales, de las que formaron parte
muchos de los que luego constituirían la élite dirigente de los países del Este de Europa, como
Walter Ulbricht, Inre Nagy, etc. Los brigadistas constituyeron unidades de choque. Eso explica el
elevado número de bajas que sufrieron. Según Salas Larrázabal, de 91.462 integrantes de las
Brigadas Internacionales, causaron baja 48.909, de ellos 9.934 muertos, 7.687 prisioneros 31.286
enfermos y heridos.
● Italia: De todos los países que ayudaron a Franco, éste fue, sin duda el más generoso. Unos
73.000 italianos combatieron en las filas del Ejército nacional, y se enviaron a Franco, unos 700
aviones, 1.000 tanques —pequeños en comparación con los soviéticos—, y unas 2.000 piezas de
Artillería. El montante de esta ayuda ascendió a 7.500 millones de liras.
● Alemania: A diferencia de Italia, Alemania, aunque ayudo a Franco de forma considerable, no envió
tropas de combate. Hitler proporcionó unos 550 aviones, algunos de ellos de excelente calidad como
los cazas Messerschmitt 109. Sin embargo, los bombardeos Heinkel y Junker eran inferiores a los
soviéticos. Respecto a los tanques, los Panzer III, enviados a la España nacional también eran
inferiores a los soviéticos. No obstante, la intervención alemana en España ha quedado ligada para
siempre a la Legión Condor. Cuerpo de especialistas aéreos, que no llegó a tener más de 5.000
integrantes a la vez, ni más de 100 aviones; sirvió para que se formaran las escuadrillas aéreas de
la nueva Alemania; pues, el mariscal Göring relevó a sus miembros periódicamente. De la misma,
formaron parte algunos de los mejores pilotos de la historia de la aviación, como Adolf Galland o
Werner Mölders.

6. LAS ETAPAS DEL CONFLICTO


6.1. La conspiración contra la II República.
Tras el fracaso de la sublevación del general Sanjurjo, los monárquicos alfonsinos, que habían sido los
grandes implicados en la misma, se dieron cuenta del enorme fallo de organización con la que se había
llevado a cabo. A partir de ese momento, comenzaron a tejer una amplia red conspirativa que debía
servir de base para una nueva intentona. Para ello, no dudaron en acercarse a sus hermanos- enemigos
los carlistas, que también se estaban organizando militarmente para enfrentarse con la República. Con
ellos firmaron en Roma, el acuerdo del 31 de marzo de 1934, por el que Mussolini se comprometía a
entregarles armas y dinero para poner fin a la República. Este acuerdo al que se le ha dado gran
importancia, no deja de ser un simple documento, pues, ni las armas ni el dinero llegaron jamás.
No obstante, y suponiendo como válida esta ayuda, seguían careciendo del elemento básico en todo
golpe de Estado: el apoyo militar. En el seno de éste, se había creado, desde 1933, una organización
conspirativa denominada Unión Militar Española (UME). Sus fundadores fueron el capitán de Estado
Mayor Bartolomé Barba Hernández y el teniente coronel de Infantería retirado Emilio Rodríguez
Tarduchy. La UME, que sólo admitía Jefes y Oficiales, y no generales —el general de Brigada de
Infantería José Miaja, máxima figura militar de la España republicana durante la guerra civil, nunca
formó parte de esta organización, a pesar de lo que se haya dicho—, pronto creó una extensa red
conspirativa por todas las guarniciones españolas, que si bien era incapaz por sí misma de dar un golpe
de Estado, si sirvió de base para que, con posterioridad, otros lo hiciesen. Además, sus líderes no
dudaron entrar en contacto con los generales, especialmente Goded, que mantuvo una relación fluida
con ellos. Junto a este grupo, existía también una denominada Junta de Generales, que estaba integrada
entre otros, por los generales Luis Orgaz, Rafael Villegas o José Enrique Varela —la mayoría sin mando
de tropas—, presidida por el propio Goded.

Sin embargo, el generalato español, para desconsuelo de monárquicos, no estaba por la labor de liderar
un golpe de Estado. Máxime desde el momento en que Gil Robles llegó al Ministerio de la Guerra. Este
político, que se apoyó en generales como Franco, Mola y Goded para realizar su labor, fue considerado
por éstos como el mejor baluarte contra la revolución. Mientras Gil Robles siguiera en el Palacio de
Buenavista, los generales no se rebelarían. Esto lo sabían monárquicos y miembros de la UME.

Todo cambio a partir del 16 febrero de 1936. Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones
legislativa, los militares comienzan a moverse con el objetivo de dar un golpe de Estado. Este es el
objetivo, y así queda patente en la reunión del 9 de marzo en casa del agente de Cambio y Bolsa José
Delgado, a la que asisten, entre otros, Mola, Varela y Franco. Durante la misma, y después de aceptar
todos la jefatura de Sanjurjo, por ser el más antiguo en el escalafón y el de mayor graduación — teniente
general—, se plantean dos posibilidades: un golpe centrípeto, que consistiría en controlar primero
Madrid, y luego el resto de las guarniciones, y que es defendida por Varela, y el centrífugo, que supone
controlar primero la periferia, para luego avanzar sobre Madrid, que es propuesto por Mola. Al final, y
tras cinco horas de discusión, triunfa el primero fijándose la fecha para la operación el día 20 de abril.
Sin embargo, no pudo ser llevada a cabo, porque fue descubierta por las autoridades, y sus principales
responsables, Varela y Orgaz, desterrados.

Mientras tanto, Mola, destinado en Navarra desde marzo, no había abandonado su plan. Con ayuda de
la UME local, comenzó a tejer, desde el citado mes, y de forma completamente autónoma inicialmente,
un plan que ha sido considerado por De La Cierva como “la más vasta y mejor organizada conspiración
de la historia de España”. La idea novedosa que maneja Mola es que toda la sublevación debe apoyarse
en militares con mando sobre tropas —un militar vale lo que valen las tropas bajo su mando—. El plan
de Mola comienza a ser aceptado por los distintos sectores conspirativos del Ejército. Primero, la UME,
y, tras el fracaso del golpe del 20 de abril, por la Junta de Generales. Además, Mola logra atraer a sus
planes a militares que, hasta ese momento no habían conspirado, como Gonzalo Queipo de Llano,
Inspector General de Carabineros —la guardia fronteriza—, y sobre todo, Miguel Cabanellas Ferrer,
Jefe de la 5ª División Orgánica, con sede en Zaragoza, o Franco, que no se une a la conspiración hasta
después de la muerte de Calvo Sotelo.
Además, estrecha los contactos con los partidos políticos de derecha logrando el apoyo de todos ellos,
desde la CEDA hasta la Falange, pasando por Renovación Española y los Carlistas. Incluso, informa a
Lerroux de sus planes. La labor de Mola se centra, por tanto, en unir al máximo número posible de
enemigos del Frente Popular. Es más. Dada la diversidad heterogénea y la ideología del propio general
—un republicano liberal al que las circunstancias históricas habían empujado al golpismo—, elabora
un programa político en el que se recogen los principales objetivos a seguir por el nuevo régimen que
surgiría del golpe de Estado. Entre ellos destacan: el mantenimiento de la forma de Estado republicana,
la realización de un reforma agraria, el establecimiento del subsidio de desempleo, la escolarización
obligatoria, etc. Este programa será siempre defendido por Mola en sus alocuciones públicas hasta su
muerte, el 3 de junio de 1937; aunque, no se convierta en programa de gobierno de su zona.
Cuando muere Calvo Sotelo, Mola ya tiene previsto todo. La muerte del político derechista se convierte
en detonante de la guerra civil, y no en causa de la misma.

6.2. 18-21 de julio. La sublevación se convierte en guerra civil.

El 17 de julio, a las cinco de la tarde, 24 horas antes de lo previsto, y como consecuencia de un incidente
en el edificio de la Comisión Geográfica de Límites, se inició la sublevación en Melilla. Tras el éxito
en esta ciudad de la rebelión, dirigida por el coronel Solans, rápidamente se extendió al conjunto de las
guarniciones de Marruecos; donde, tras una breve resistencia en Larache y Tetuán, la rebelión triunfó
en todo el protectorado. Los sublevados actuaron con contundencia con los jefes leales al Gobierno.
Así, el general de Brigada de Infantería Manuel Romerales, Jefe de la Circunscripción Oriental —
Melilla— y comandante Ricardo de la Puente Bahamonde, primo de Franco, fueron fusilados. Al día
siguiente, se sublevaron Canarias, a las órdenes de Franco, y Andalucía, bajo la jefatura de Queipo de
Llano. El 19 de julio, correspondió el turno a Baleares, bajo el mando de Goded, y a la 5ª, 6ª y 7ª
Divisiones Orgánicas — con capitales en Zaragoza, Burgos y Valladolid—; rebeliones dirigidas,
respectivamente, por los generales Cabanellas, Mola y Saliquet. En todas ellas, salvo en Menorca,
triunfó la sublevación. El día 20, se sublevaron la Comandancia exenta de Asturias, a las órdenes del
coronel Antonio Aranda Mata, y la 8ª División Orgánica (La Coruña), a las órdenes del coronel Pablo
Martín Alonso, antiguo ayudante de Campo de Alfonso XIII; logrando el triunfo completo en el
segundo caso, y sólo parcial —las ciudades de Oviedo y Gijón— en el primero. El planteamiento fue
siempre el mismo, como bien explicó Salas Larrázabal: donde el jefe militar estaba comprometido,
automáticamente declaraba el estado de guerra, sacando las tropas a la calle para que ocuparan los
locales de los partidos de izquierda, centrales sindicales y edificios oficiales. Donde no lo estaba, se
hacía cargo de la guarnición el jefe más caracterizado de la misma que estuviese en la conspiración, o
lo hacía otros militares venidos de fuera, que eran quienes tomaban las medidas ya expuestas. Siguiendo
este procedimiento, la sublevación había triunfado en un amplio territorio que englobaba Galicia,
Castilla-León, la Rioja, Navarra, Álava, la mitad de Aragón, Cáceres, Sevilla, Jerez-Cadiz, Granada,
Cordoba, Canarias, Baleares —salvo Menorca— y Marruecos. Los republicanos controlaban el resto.
España quedaba partida en dos. Según Salas Larrázabal la proporción de recursos era la siguiente:
● Aspecto militar: Existía un equilibrio considerable entre ambas. Con los sublevados quedaron el
53% del Ejército, el 35% de las fuerzas navales y aéreas, el 49% de la Guardia Civil, el 35% de los
Carabineros y menos del 30% del de Asalto. En total, 116.501 miembros de todos los servicios con
la República, y 140. 604 con los sublevados. No obstante, éstos contaban con los 47.
127 hombres del Ejército de África, los mejor instruidos y armados de todos los soldados
españoles. Además, y esto es muy importante, con los sublevados estaba la casi totalidad de la
oficialidad africanista; es decir, los hombres con mayor experiencia bélica y práctica de mando. Y
sobre todo que la II República no pudo contar con la inmensa mayoría de los militares profesionales
de su zona, ya que si bien no se habían sublevado, el 80% de ellos eran desafectos al régimen, como
ha demostrado Fernando Puell.
● Aspecto económico: la República contaba con el 59% de la población, y la totalidad de las zonas
industriales —Cataluña y Vizcaya—, y la mayoría de los recursos mineros —Asturias, Vizcaya y
Almaden—. Además, controlaba los territorios de agricultura de exportación —Valencia—, parte
de las zonas cerealísticas, y de la producción de vid y olivo. La ganadería quedó, mayoritariamente,
en la zona rebelde, especialmente la bovina, ovina y porcina.
● Aspecto financiero: La ventaja era indudablemente de la República que controlaba el oro del Banco
de España, y los depósitos de las entidades privadas, cuyas centrales estaban en Madrid, Vizcaya y
Barcelona.

En base a estos datos, es lógico pensar que existía una ventaja cualitativa y cuantitativa de la zona
republicana.

6.3. Las fases de la guerra. Aspecto militar.

6.3.1. Nota bibliográfica

La guerra civil, en su aspecto bélico, ha sido tratada por multitud de autores, muchos de ellos militares
profesionales. De todas las obras publicadas hasta hoy, nosotros destacamos las breves síntesis
realizadas por los coroneles Juan Pliego López y José María Garate Córdoba, y la de Muñoz Bolaños,
que son las que vamos a seguir en este punto. Respecto a la división en fases de la contienda, nos parece
la más exhaustiva la realizada por el primero de ellos, que es la que tomaremos como referencia.

6.3.2. Primera fase: del estallido de la Guerra Civil al inicio de la Batalla de Madrid.

Nada más comenzar el conflicto, el Ejército del Norte, bajo la dirección de Mola, operó con un doble
objetivo: por un lado, avanzar sobre Madrid, enfrentándose aquí con los milicianos de la República,
que detuvieron el avance nacional en Somosierra, impidiendo la conquista de la capital; por otro,
atacando las Vascongadas y tomando Irún y San Sebastián, los días 2 y 24 de septiembre, para cerrar
la frontera con Francia.

La clave de la guerra estaba en el sur. Si Franco lograba trasladar el Ejército de Africa a la Península,
la rebelión contaría con una superioridad indudable. Gracias a la ayuda de alemanes e italianos, y a
pesar del control del Estrecho por parte de la flota republicana, los sublevados pudieron organizar el
primer puente aéreo de la historia, y trasladar sus tropas a la Península.
Una vez en la Península, Franco, apoyándose en la frontera portuguesa como flanco izquierdo (pues el
dictador Salazar apoyaba a los sublevados), recibía importantes suministros y se comunicaba con la
zona norte de la rebelión. Este hecho le ayudó a ensamblar las dos partes en las que había quedado
dividida la zona sublevada, y a conquistar la casi totalidad de Extremadura. Una vez finalizado este
objetivo, las fuerzas de Franco se volvieron hacía Madrid, encontrando escasa resistencia en su camino.
En esta coyuntura, Franco toma la famosa decisión de Maqueda, el 21 de septiembre: en vez de avanzar
hacía Madrid, decidió liberar el Alcázar de Toledo, fortaleza cuyos ocupantes se habían rebelado en
julio, y que, desde entonces, estaba cercada por las tropas del Gobierno. La decisión de Franco le
impidió tomar Madrid, pero, fue clave para su elección como jefe de la España sublevada.
Mientras tanto, el gobierno republicano se preparó para defender la capital. El día 7 comenzó la gran
ofensiva. Había 30.000 hombres en cada uno de los Ejércitos enfrentados. Al día siguiente llegaron las
primeras unidades de las Brigadas Internacionales, que serían, junto a las siete Brigadas Mixtas
recientemente creadas, la pieza clave para detener el ataque sobre la capital. En estos momentos, la
guerra se había internacionalizado con la participación de extranjeros en ambos ejércitos.

Mola como jefe supremo de las fuerzas, y Varela, como jefe operativo, dilataron el ataque definitivo
sobre Madrid hasta el 7 de noviembre. El día anterior, Largo Caballero decidía abandonar Madrid y
dirigirse a Valencia. Encomendó la defensa de la capital al general Miaja, al que encargó organizar una
Junta de Defensa con representación de los partidos del Frente Popular. Ese mismo día, tuvo lugar un
hecho decisivo: los milicianos capturaron, en un tanque averiado, la orden de ataque de Varela, lo que
permitió a Rojo organizar la defensa de acuerdo con la misma. El día 7 comenzó la gran ofensiva. Había
30.000 hombres en cada uno de los Ejércitos enfrentados. Al día siguiente llegaron las primeras
unidades de las Brigadas Internacionales, que serían, junto a los siete Brigadas Mixtas recientemente
creadas, la pieza clave para detener el ataque sobre la capital. En estos momentos, la guerra se había
internacionalizado con la participación de extranjeros en ambos ejércitos.

6.3.3. Segunda Fase: De la lucha entorno a Madrid al final del Frente Norte

Tras el fracaso del ataque a Madrid, Franco no renunció a la toma de la capital de España. Para ello,
ideo un nuevo plan que tenía por objeto mejorar las posiciones de partida de sus tropas. Este plan daría
lugar a la batalla de Jarama. Mientras tanto, la España nacional había recibido el refuerzo del Cuerpo
de Tropas Voluntarias (CTV), integrado por cuatro divisiones italianas Málaga cayó en manos de los
italianos el 13 de febrero, posteriormente diseñaron una operación que tenía por objeto aislar Madrid
del resto de la zona republicana. La operación terminó con la derrota nacional en la batalla de
Guadalajara. Ante la imposibilidad de tomar capital, Franco decidió, siguiendo los consejos de altos
jefes militares, trasladar el peso de la guerra a otros frentes. Se iniciaba así la campaña del Norte,
encomendada a Mola, y que comenzó el 1 de marzo. Bilbao cayó el 19 de julio de 1937. Dieciséis días
antes, Mola había muerto en un accidente de aviación. Para sustituirle, Franco designó al general Fidel
Dávila Arrondo que, continuó su avance por Santander.
Otro cariz tomo la campaña en Asturias. Los mineros de esta región, apoyados en las dificultades
orográficas, consiguieron mantener la resistencia desde el 9 de septiembre hasta el 21 de octubre día en
que cayó Gijón. La campaña del Norte supuso para los sublevados no solamente la conquista de una de
las zonas más ricas e industrializadas de España, sino también, como afirma Salas Larrazabal, la
destrucción del 25% de las tropas enemigas.

Durante esta etapa el gobierno republicano montó una operación militar que ha pasado a la historia
como la Batalla de Brunete (julio de 1937) y que terminó fracasando. En agosto, el teniente coronel
Rojo diseñó de nuevo otra ofensiva, el lugar elegido fue el frente de Aragón (agosto de 1937), con el
objetivo de conquistar Zaragoza. La República, por primera vez en la guerra, reconquistaba territorio
enemigo.

6.3.4. Tercera Fase: De la batalla de Teruel a la del Ebro

En 1938 se desencadenó la guerra de desgaste, que girará en torno a dos ejes: el frente de Aragón, que
se convierte en el punto neurálgico, y la batalla del Ebro. El objetivo de los nacionales era llegar al
Mediterráneo por la línea del Ebro y cortar en dos la zona republicana. Durante la batalla de Teruel las
pérdidas de ambos bandos, debidas al intenso frío y a la dureza de la batalla, fueron muy elevadas. La
República perdió 27.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros; mientras que las tropas
nacionales tuvieron 55.000 bajas. A pesar de las pérdidas sufridas en Teruel, Franco decidió realizar
una ofensiva que, conocida como la batalla de Aragón, tenía por objeto aislar a Cataluña del resto de la
zona republicana. Esta vez, y a diferencia del caso anterior, la República no tuvo conocimiento de la
misma, lo que permitió la sorpresa total de los nacionales.

Para detener el avance nacional en el Maeztrazgo y romper el aislamiento de Cataluña, el mando


republicano montó su última y más importante ofensiva en la línea del Ebro. El paso del Ebro se realizó
en la noche del 24 al 25 de julio, siendo un auténtico éxito, y permitiendo a los republicanos situarse
en la línea de Gandesa. Pero rápidamente quedaron encerrados en el territorio que acababan de ocupar.
Comenzó entonces una gran batalla de desgaste y de posiciones que había de prolongarse durante tres
meses. La ventaja estaba de parte de los franquistas, que contaban con unas reservas de
500.000 hombres. Fue la batalla del Ebro, la más dura y sangrienta de las que tuvieron lugar durante la
contienda, y, que, había de finalizar el 18 de noviembre.

Esta batalla había costando 55.000 bajas al Ejército Popular de la república, y la pérdida de 200 aviones,
100 baterías de artillería, 1.800 ametralladoras y 24.000 fusiles. El camino de Cataluña quedaba abierto.

6.3.5. Cuarta fase: La Conquista de Cataluña

El ataque contra Cataluña comenzó el 23 de diciembre de 1938. El 26 de enero de 1939, las tropas de
Yagüe entraban en Barcelona y el ejército republicano se replegaba hacía la frontera. Con él huía la
población civil — casi medio millón de personas—, retirándose hacía Francia, en donde serían
recluidos en campos de concentración. El 13 de febrero, se daba por concluida la ofensiva, con la
conquista de los últimos puestos fronterizos.
Según las estimaciones nacionales, hoy considerados exagerados, los republicanos perdieron 200.000
hombres, 242 piezas de artillería, 3.500 ametralladoras y 3.000 vehículos.

6.3.6. El final del conflicto.

Tras la caída de Cataluña, la Segunda República, a pesar de las importantes fuerzas militares que
conservaba, tenía la guerra irremediablemente pérdida. A partir de ese momento, se produjo una
dramática y vertiginosa lucha en la zona gubernamental, tanto política como militar, entre los
partidarios de continuar la guerra y los que deseaban la rendición., como se demostró el 16 de febrero,
en el aeródromo de los Llanos (Albacete), el presidente del Gobierno republicano, Negrín exige a los
militares resistencia a toda costa. Sin embargo, sólo logra que Miaja sostenga su postura. Entre los
contrarios a la continuación de la guerra se encuentra el coronel de Caballería Segismundo Casado, Jefe
del Ejército del Centro, quien ya, en esos momentos, mantiene contacto con los sublevados con objeto
de negociar la rendición de la República. La misma actitud ha tomado Julián Besteiro, veterano
dirigente socialista. Poco después, la República sufre un gran golpe. Francia y Gran Bretaña reconocen
al Gobierno de Burgos. Ese mismo día, el presidente de la República, Azaña, envía su dimisión por
escrito al presidente de las Cortes, Martínez Barrios, que se halla en París.

Sin embargo, Negrín, con apoyo de los militares comunistas, se dispuso a resistir, dándoles el control
del Ejército. Esto iba a provocar una guerra civil dentro de la guerra civil, ya que el día 5 de Marzo en
Madrid, las tropas de Casado, con el apoyo de los anarcosindicalistas de Cipriano Mera, se hacen con
el control de la capital. Se constituye entonces el Consejo Nacional de Defensa, integrado por todos los
partidos, salvo el comunista, y que está presidido por Miaja, con Casado como Consejero de Defensa,
y Besteiro, de Estado. El 6 de marzo, el dirigente socialista denuncia la actitud de Gobierno de
resistencia total.

Ese mismo día, Negrín marcha a Francia; mientras los comunistas inician una ofensiva contra Casado.
La guerra civil dentro de la guerra civil, no concluye hasta el día 12, con el triunfo del Consejo. El
balance de bajas como consecuencia de estos enfrentamientos entre republicanos es de unos 2.000
muertos, según Martínez Bande.

A partir de ese momento, y hasta el día 25, Casado lleva a cabo una serie de negociaciones con los
sublevados con objeto de lograr un alto el fuego y establecer las condiciones para la rendición de la
zona gubernamental. El general Franco acepta el primero de estos puntos; pero, se niega a toda
rendición que no sea incondicional. El 26 de marzo suspende los contactos, ordenando a sus tropas que
avancen. Al enterarse de lo ocurrido, Casado decide no oponer ninguna resistencia al avance enemigo.
Mientras tanto, los miembros del Consejo huyen a Valencia, con la excepción de Besteiro, quien decide
quedarse en Madrid. La región valenciana, especialmente Alicante, se convierte en el punto de destino
de gran cantidad de refugiados republicanos, deseosos de huir de España, para no caer en manos de los
sublevados.
El 30 de marzo, las tropas italianas del general Gambara toman la ciudad, y por acuerdo con los
dirigentes republicanos, convierte el puerto en zona neutral, permitiendo que continúe el embarco de
los 12.000 republicanos allí refugiados. Al enterarse del pacto, Franco se niega a respetarlo, y ordena,
el 1 de abril, el avance de las tropas. Numerosos republicanos que no han podido huir, al enterarse que
van a ser detenidos, se suicidan. A las tres menos cuarto, el puerto está completamente en manos de los
italianos. Casi ocho horas después, a las diez y media de la noche, el actor Fernando Fernández de
Córdoba lee, en Radio Nacional de España, el último parte de guerra: “En el día de hoy, cautivo y
desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas naciones sus últimos objetivos. LA GUERRA HA
TERMINADO”.

7. EVOLUCIÓN POLÍTICA EN EL BANDO REPUBLICANO Y EN EL BANDO


FRANQUISTA

7.1. Zona Republicana

Si bien la sublevación militar no había destruido de forma directa a la República; es cierto, sin embargo,
que si supuso la desarticulación del Estado, al quedar el poder en manos de los victoriosos milicianos,
que crearon, de forma automática, una situación revolucionaria que había de tener graves consecuencias
para el Gobierno legal. Porque esta situación fue el origen de una serie de problemas que perdurarían
durante todo el conflicto. Problemas de entre los que destaca la ruptura de la unidad de la zona en dos
grupos irreconciliables. Por una parte, los anarquistas y los comunistas del POUM, partidarios de
continuar las transformaciones revolucionarias, especialmente las colectivizaciones, y el
mantenimiento de las milicias como elemento básico del Ejército.

Por otro, los demás partidos del Frente Popular, especialmente PSOE y el cada vez más importante
PCE, que tenían como objetivo prioritario el triunfo en la contienda. Los primeros, abandonaron sus
veleidades revolucionarias anteriores al comienzo del conflicto, en aras de lograr la ayuda de las
democracias europeas en el conflicto. Los comunistas, siguiendo las consignas de la URSS, de quien
dependían, abogaron por la reconstrucción de las instituciones republicanas, incluido el Ejército, y por
el respecto a la propiedad privada y el orden público. Era la única forma, pensaban, de hacer presentable
al régimen en el exterior, y lograr la ayuda de la Unión Soviética, enemiga de la instauración de un
régimen comunista en España; por las repercusiones que, en ámbito exterior, podía tener tal hecho.
Especialmente temida por Stalín era la alianza de las democracias occidentales con las potencias
fascistas.

A principios de septiembre, y como consecuencia de la incapacidad del Gobierno Giral, nombrado el


19 de julio para frenar la sublevación, para parar el avance de los sublevados, el poder ejecutivo pasaba
a Largo Caballero, quien se dispuso a formar un gabinete con representantes republicanos, socialistas,
comunistas y nacionalistas periféricos. Sería un Gobierno caracterizado por un intento de acabar con la
revolución, pero que se mostró incapaz de llevar a cabo una unificación de objetivos de las fuerzas
políticas que lo apoyaban. Respecto al primer aspecto señalado, destaca la actuación del comunista
Uribe, en el Ministerio de Agricultura, que inició enseguida la lucha contra las colectivizaciones en el
campo. Esta actitud de los comunistas, en defensa de la propiedad, explica
porqué rápidamente comenzó a crecer su apoyo entre la mediana y pequeña burguesía partidaria del
orden, y había de ser, junto a los suministros enviados por la Unión Soviética, la principal causa que lo
convertirían en la formación política más importante de esta zona.

Un mes después, el 4 de noviembre, tras un nuevo ajuste ministerial, los anarquistas se integraban en
el gobierno de la República. Esta decisión, apoyada por dirigentes de la talla de Federica Montseny o
García Oliver, había de provocar fuertes discusiones en el seno de las organizaciones anarquistas CNT
y FAI. No obstante, supuso un respiro para la República, a pesar de que los dirigentes anarquistas no
abandonaron sus puntos de vista revolucionarios, y permitió a los comunistas llevar a cabo su programa
político, especialmente en el plano militar. Fue ahora cuando se creó el Ejército Popular, mediante la
militarización de las milicias.

La militarización, hecha en contra de la voluntad de los anarquistas y militantes del POUM, unida al
progresivo control de los resortes políticos y militares de la zona por parte de los comunistas, trajo
consigo el comienzo de una escalada de persecuciones políticas, en la que había de tener un papel
considerable la nueva policía secreta creada por los asesores soviéticos, a imagen y semejanza de la
GPU, antecedente de la KGB.

La hostilidad entre el POUM y los comunistas estalinistas llegó a extremos muy graves, especialmente
en Cataluña. A las denuncias de los primeros contra los segundos, acusándolos de traidores a la
revolución, éstos contestaron con la calumnia de que el POUM era el partido de la Quinta Columna de
los sublevados, forzando la salida de éstos del Gobierno de la Generalitat.

Desde entonces y hasta mayo de 1937, las tensiones entre comunistas, por un lado, y poumistas y
anarquistas por otro, fueron in crecendo. El boicot gubernamental a las colectivizaciones, junto a la
crisis económica que azotó la zona gubernamental, se tradujo en una falta de víveres, especialmente
grave en las ciudades, que fue aprovechada por los comunistas para culpar de lo ocurrido a sus rivales
políticos. Los sucesos violentos, efecto de estas causas, que tuvieron lugar en La Fatarella (Tarragona)
y en Puigcerdá fueron el prólogo de la lucha que los dos bandos mencionados desencadenaron en
Cataluña a primeros de mayo. El origen de los mismos hay que buscarlo en el decreto gubernamental
que exigía el desarme de los partidos y sindicatos —con lo cual éstos perdían el único reducto donde
conservaban aún su fuerza— y la ocupación de la Telefónica, controlada por la CNT-FAI, desde el
fracaso de la sublevación militar, por fuerzas de la Generalitat.

Durante una semana, Barcelona conoció los efectos de una guerra civil interna. Muchas críticas apuntan
a que los "Hechos de Mayo" fueron provocados de forma deliberada por los comunistas para hacerse
con el control político definitivo de la República. Lo cierto, y esto es indiscutible, es, que tras el triunfo
en Barcelona, los comunistas se convirtieron, de forma definitiva, en los árbitros políticos de la zona.
Además, aprovechando su participación en los hechos, lograron la destrucción definitiva del POUM;
no sólo buscando la disolución del partido, exigida a Largo Caballero —lo que provocaría su
dimisión—, y firmada por su sucesor, el también socialista Juan Negrín; sino, también, asesinando a su
líder, Andres Nin, dirigente de la III Internacional desde su fundación, y amigo de Trotsky.
Con la dimisión de Largo Caballero, provocada por los comunistas, sostenida por su archienemigo,
Prieto, y con el beneplácito de Azaña, el PCE conseguía uno de sus mayores éxitos, pasando a controlar
el nuevo Gobierno Negrín.

Un hombre tan poco sospechoso de simpatía alguna por los sublevados, y que conocía de muy cerca a
todos los políticos republicanos, con los que había compartido silla en el Parlamento o en el Consejo
de Ministros, Salvador de Madariaga escribió: “Sigo considerando a Negrín como un hombre funesto,
entregado a los Rusos”. Lo cierto es, que desde que se convirtió en presidente del llamado "Gobierno
de la Victoria", este político canario logró detener de forma definitiva el proceso revolucionario,
iniciado en 1936, y arremetió contra Azaña y Prieto, provocando la ruina política de ambos. Era el
deseo de los comunistas —que jamás habían congeniado ni con la revolución, ni con los dos políticos
citados, enemigos públicos del partido—, cuyo programa aceptó por completo, plasmándolo en los
famosos Trece Puntos, publicados el 1 de mayo de 1938. Programa que suponía una derechización de
la República, con objeto de obtener el apoyo de todas las clases sociales —se reconocía de forma
explícita la libertad religiosa y la propiedad privada, pero, también, la necesidad de la reforma agraria
y de una legislación social que protegiera a los trabajadores de los abusos del capital—.

A partir de este momento, Negrín, con el apoyo de los comunistas, logró estabilizar, desde el punto de
vista político, la República, impidiendo, hasta casi el final de la guerra, cualquier crisis política
importante.

7.2. La Zona Franquista

Unidad que se forjo gracias al predominio del Ejército sobre los intereses de los distintos partidos
políticos. En este sentido, Antonio Ruiz Villaplana, juez profesional, en su obra Doy Fe...: Un año de
actuación en la España nacionalista (publicada en 1937), escribió que “En la España nacionalista se es
militar o no se es nada”.

Inicialmente, y tal como estaba acordado previamente, la jefatura de la rebelión correspondía al general
Sanjurjo. Sin embargo, la muerte de éste, en accidente de aviación, el 20 de julio determinó a Mola,
verdadero jefe de facto de la España nacional, a crear, el 23 de julio, la Junta de Defensa Nacional de
España, que bajo la jefatura de Cabanellas, el más antiguo de los generales que se habían sublevados,
agrupaba a los cinco generales del Norte, más dos coroneles. Este fue el primer organismo de Gobierno
creado en esta zona, ante la posibilidad, más que real, de una guerra larga.

La citada Junta, a la que se incorporarían posteriormente otros generales como Franco, Queipo de Llano
o Alfredo Kindelán, se ocupo de los asuntos administrativos de la zona; dejando a los jefes de los
Ejércitos —Mola, en el Norte y franco en el sur—, la dirección de la guerra, y el establecimiento de los
contactos internacionales.

Sin embargo, nadie dudaba, salvo Cabanellas, que era una institución transitoria, y que se hacía
necesario elegir un mando único para la dirección de la guerra. El número de militares que podían
ocupar ese puesto era muy reducido: Queipo de Llano, Cabanellas, Mola y Franco. Un seguro
candidato, Goded, había sido fusilado en Barcelona, tras fracasar la rebelión en dicha ciudad, a la que
se había trasladado tras asegurar las Baleares. De hecho, de los cuatro citados, sólo contaban dos: Mola
y Franco. Queipo de Llano estaba muy desprestigiado por su actividad en el primer bienio — había
sido uno de los puntales de Azaña en el Ejército—, mientras que Cabanellas tenía el sanbenito de su
pertenencia a la masonería.

En dos reuniones, celebradas los días 21 y 29 de septiembre, en una finca de Salamanca, los jefes
militares decidieron elegir a Franco para dirigirlos. La clave de la elección estuvo en los militares
monárquicos, liderados por Kindelán, que apoyaron a éste, por ofrecerles más garantías que Mola.
Cabanellas y Queipo de Llano se vieron obligados a seguir a Kindelán y los otros, aunque no tenían
ninguna simpatía por Franco. Sin embargo, el inicial entusiasmo de Kindelán y los monárquicos
comenzó a enfriarse cuando Franco exigió el mando político, además del militar. Se terminó aceptando
su imposición; pero, limitándola al periodo que durase la contienda. No obstante, cuando, el 1 de
octubre fue publicado el decreto por el que se nombraba a Franco, Jefe del Estado español, tal limitación
había desaparecido del texto, gracias a la intervención de Nicolás Franco, hermano del general, que
había retocado el decreto inicial. No obstante, determinados militares como Mola, jamás olvidaron el
acuerdo inicial.

Inicialmente, Franco gobernó junto a su hermano. Ninguno de los dos tenían los conocimientos
jurídicos necesarios para crear un estado, y se limitaron a continuar la política iniciada por la Junta.
Hubo de esperarse hasta el mes de abril de 1937 para dotar al nuevo Estado del contenido político y
jurídico. Su cuñado, Ramón Serrano Suñer, antiguo diputado de la CEDA por Zaragoza, fue el
inspirador de la nueva formulación jurídico-política. Partiendo de los presupuestos doctrinales y de la
ideología existente en la España nacional, unida a su formación jurídica italiana y a su profundo
conocimiento del fascismo, vio la necesidad de organizar un partido unificado y fuerte que representara
el eje político esencial del nuevo Estado. Falange Española de las JONS y la Comunión Tradicionalista,
los dos partidos mayoritarios en la zona, serían, a pesar suyo, la base de la nueva formación.

Falangista y carlistas, con una ideología antegónica en muchos puntos, se verían unidos a partir del 20
de abril de 1937, en una sola formación política, merced a la astucia política de Franco. No obstante, la
creación de este nuevo partido, denominado Falange Española Tradicionalista y de la JONS, suscitó
numerosos problemas, y planteó una crisis muy seria en la España Nacional.

Los carlistas, especialmente su líder Manuel Fal Conde, exiliado en Portugal a causa de un problema
anterior con Franco —había creado una Academia Militar Carlista sin contar con el general, y éste
ofendido, le había dado a elegir entre el exilio o un consejo de guerra—, se dieron cuenta que la
unificación supondría la pérdida de la independencia política y militar —la milicias del Requete eran
una importante fuerza dentro del Ejército de Franco—, y sus esperanzas en una restauración
monárquica pronto quedarían frustradas por la preponderancia ideológica de los falangistas. Sin
embargo, Franco contó con el apoyo de otros líderes de este partido, como el conde de Rodezno, que
defendieron la unificación.
Más complicado sería el sometimiento de Falange Española a la nueva disciplina. Este partido, cuyo
líder José Antonio Primo de Rivera, había sido fusilado y cuyos principales dirigentes, como el hermano
del fundador, Fernando, Pablo Ruiz de Alda u Onésimo Redondo, habían corrido la misma suerte, se
encontró en una situación inversa a la de la etapa republicana. Entonces tenía líderes, pero no
seguidores; mientras que ahora, tenía una cantidad ingente de éstos últimos —la camisa azul, símbolo
del partido, se convirtió, en palabras del general Queipo de Llano, en un "salvavidas" para numerosos
izquierdistas de la zona nacional, que se unieron al partido para evitar represalias, y, también, por su
ideología social—, pero carecía de dirigentes. De hecho, el partido, a falta de un liderazgo sólido, se
había dividido en multitud de grupúsculos, que aspiraban a la dirección del partido. Manuel Hedilla,
obrero santanderino, y camisa vieja —nombre que recibían los falangistas de primera hora—, se habían
impuesto de forma circunstancial, representando los principios más auténticamente revolucionarios del
partido. Precisamente, los mismo principios de los que Serrano Suñer y Franco no querían ni oír hablar.
Sin embargo, Hedilla, aunque no excesivamente inteligente, tenía cierto carisma entre sus compañeros.
Por eso, tanto Franco como su cuñado jugaron con él, prometiéndole la dirección del nuevo partido,
esperando conseguir su apoyo. Así ocurrió. No obstante, cuando el líder falangista conoció las bases
de la unificación, trató de oponerse a la misma, con el apoyo de otros camisas viejas. El resultado fue
el encarcelamiento y condena a muerte del líder falangista, que posteriormente fue conmutada.

Parecía que Franco ya no tenía rivales en la zona nacional. No obstante, quedaba uno de gran peso. El
general Mola que, como reconoce Sainz Rodríguez en su obra Testimonio y recuerdos, había aceptado
la dirección de Franco sólo mientras durase la guerra, no estaba dispuesto a permitir que éste
estableciera un régimen personal. Por eso, a partir de la primera de 1937, como muy bien explico José
Ignacio Escobar —monárquico alfonsino— en su obra Así empezó... y ha estudiado Muñoz Bolaños,
había comenzado a abogar, con el apoyo de un importante partido militar, por la división de funciones
en la España nacional, reservándose él la dirección política, y quedando Franco al frente de las Fuerzas
Armadas. Esta posibilidad, que apareció recogida en algún periódico nacional, se truncó con la muerte
de Mola el 3 de junio de 1937.
Con la desaparición de Mola, Franco tenía el camino libre para fundar, con ayuda de Serrano Suñer, un
nuevo Estado. Un Estado que se caracterizaría, desde el primer momento, por el reparto de carteras
ministeriales entre las distintas formaciones políticas que habían apoyado la sublevación — las Familias
del Régimen según Amando de Miguel—; pero, que había de tener como apoyos fundamentales al
Ejército y la Iglesia, y, en menor medida, el partido único. El primero, había de ser el sostén principal
del Franquismo hasta su desaparición. La Iglesia, o mejor dicho, la jerarquía eclesiástica que, salvo dos
excepciones —Mateo Múgica, Obispo de Vitoria, y Vidal y Barraquer, Arzobispo de Barcelona— iba
a bendecir la sublevación como una cruzada religiosa, y cumpliría, hasta los últimos años del régimen,
la misión monitoria parecida a la que cumplía en tiempos de la alianza entre el trono y el altar. Respecto
a la Falange, aportaría al régimen una cierta visión social, especialmente palpable durante el periodo
en que el camisa vieja José Antonio Girón de Velasco ocupó el Ministerio de Trabajo.
De hecho, cuando termino la guerra, el Estado nacional estaba ya dotado de configuración ideológica
y jurídica, y sólo le faltaba su pleno desarrollo institucional y legislativo, que iría adquiriendo
progresivamente.
8. LAS CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO

8.1. Consecuencias demográficas


Aún hoy, se dan cifras muy dispares para cuantificar las pérdidas demográficas que causó el conflicto:
los muertos en el frente y por la represión en la guerra, los no nacidos, los muertos por hambres y
enfermedades.
Los cálculos varían mucho, pero superan en 500.000, el coste demográfico de la guerra y la posguerra.
A ello habría que añadir la cifra de no nacidos y la pérdida de población joven.

Salas Larrazabal Gabriel Jackson


Muertos en campaña 120.000 285.000
Víctimas de bombardeos 15.000 10.000
Víctimas de ejecuciones 132.500 220.000
Otros 39.000
Total muertos de la guerra 306.500 515.000
Pérdidas por sobremortalidad 630.000 160.000
TOTAL 937.000 675.000

IMPORTANTE: Otro elemento a tener cuenta fue el de los exiliados, cuya cifra varía entre las
300.000 y las 450.000 personas, obligadas a abandonar el país, y que se amontonaron en los campos de
refugiados de la costa francesa o huyeron a Méjico o Argentina. Esta emigración constituyó un serio
impacto en nuestra demografía, un impacto tanto más sensible por cuanto desde un punto de vista
laboral se compone de personas jóvenes, y porque desde un punto de vista cultural engloba a un
importante sector de artistas, escritores, científicos, profesores, etc.; que habían definido la llamada
Edad de Plata de la Cultura española. Además, tanto por las especiales circunstancias de masificación
en las que se produce, como por la incidencia que la Guerra Mundial tuvo sobre los exiliados, esta
expatriación fue para buena parte muy penosa y muchos de los cuales jamás regresarían.

8.2. Consecuencias económicas.

La guerra tuvo gravísimas consecuencias económicas. Un dato revela su magnitud: la renta nacional y
per cápita no recuperará el nivel de 1936 hasta la década de 1950, es decir tras cerca de 20 años.

Entre las principales consecuencias económicas destacamos las siguientes:

● Destrucción del tejido industrial del país, lo que llevaría a la vuelta en los años cuarenta a una
economía básicamente agraria.
● Reducción de la producción agraria: la de trigo acusa una reducción del 30 % en 1939 respecto a
1935; la cebada, un 35% y la remolacha, un 65%. La ganadería por su parte sufre un descenso muy
fuerte, al desaparecer el 40% de los caballos y el 25% del ganado mular y bovino.
● Destrucción de viviendas, se calculan en unas doscientas cincuenta mil.
● Los transportes quedan seriamente dañados: el 75% de los puentes han de ser reparados, el 40% de
locomotoras y vagones deben ser repuestos y el 70% de los autobuses están inservibles.
● Aumento de la deuda externa con Alemania e Italia y pérdida de las reservas de oro del Banco de
España, usadas por el gobierno de la República para pagar la ayuda soviética. En este sentido,
nuestro país perdió la totalidad de las reservas de este metal precioso, que eran las 3ª del mundo en
1936, y alcanzaban las 510 toneladas de oro.

VARIACIÓN DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA E INDUSTRIAL1

1935 1939 Variación


Producción agrícola 97,3 76,7 -20,6%
Producción industrial 103,3 72,3 -31%
Renta nacional 25,3 18,8 -25,7%

8.3. Consecuencias sociales

Para autores como Santos Julia o Preston, el triunfo de los sublevados dio como resultado la
recuperación de la hegemonía económica y social por parte de la oligarquía terrateniente, industrial y
financiera, que a partir de ese momento, y durante buena parte del franquismo, impuso la defensa de
sus intereses al Gobierno. Paralelamente, se dio la pérdida de todos los derechos adquiridos por los
trabajadores, a pesar del establecimiento de los llamados Sindicato Vertical.

8.4. Consecuencias morales

La guerra supuso una verdadera fractura moral del país. Varias generaciones marcadas por el
sufrimiento de la guerra y la represión de la guerra y de la posguerra, ya que tras el final del conflicto,
los vencedores ajustaron cuentas con los vencidos .

Además, el régimen de Franco nunca buscó la reconciliación de los españoles y siempre recordó y
celebró su origen bélico. De hecho, el desfile militar anual siguió llamándose el desfile de la Victoria.

8.5. Consecuencias políticas.

Finalmente, la guerra civil supuso el establecimiento de una dictadura dirigida por el Ejército y las
fuerzas políticas vencedoras, que se prolongaría durante más de 35 años.

1Los
datos de producción agrícola e industrial son porcentajes con respecto a 1929 (base 100). La renta nacional: millones
de pesetas de 1929. La renta per cápita: pesetas de 1929
MODULO IV: EL RÉGIMEN FRANQUISTA (1939-1975)

1. CARACTERÍSTICAS DEL RÉGIMEN

Sociólogos, politólogos, economistas, y, después, historiadores, han discutido, a veces,


apasionadamente, sobre las características del franquismo y sus similitudes y diferencias con otros
regímenes dictatoriales contemporáneos.

La conceptualización hecha por el profesor Juan José Linz ha tenido una profunda influencia. Para él,
el franquismo era un régimen autoritario, alejado de las democracias pero también de los totalitarismos,
y que se caracterizaba básicamente por ser un sistema político con un pluralismo limitado, no
responsable, sin una ideología elaborada y discutida, pero con una mentalidad característica, carente de
movilización política extensa e intensa, excepto en algunos momentos de su desarrollo, y en los que un
líder o a veces un pequeño grupo ejerce el poder en límites formalmente mal definidos pero, en realidad
previsibles; era un sistema de partido único con un papel muy diferente al de los partidos únicos de los
regímenes totalitarios.

Se hicieron numerosas críticas a esta definición, sobre todo al concepto de “pluralismo limitado”, como
un mínimo equívoco, a la negación de una ideología y, por tanto, en buena parte, de un proyecto político
y al concepto de desmovilización inducida desde el poder que se olvidaba de los esfuerzos
movilizadores de los primeros años y de la represión continuada. Además, se va a criticar que sólo ha
tenido en consideración las formas políticas marginando el contenido del programa político, los
objetivos perseguidos, en definitiva, lo que el propio Linz ha denominado "la razón de ser" del mismo
régimen.

Javier Tusell ha formulado una definición del franquismo a partir de Linz, más completa y matizada,
sobre todo por la voluntad de considerar todo el período y no la última fase, como había hecho Linz.
Para Tusell, el régimen franquista va a ser una dictadura no totalitaria y, por tanto, no puede ser
presentada como un régimen fascista, ya que estos van a ser una variante del totalitarismo, si bien,
según otros autores, considera que el fascismo italiano tampoco va a ser plenamente un régimen
totalitario, sino más bien un totalitarismo "defectuoso" o imperfecto. Según este autor, el régimen de
Franco ha de entenderse más que como el producto de una ideología precisa, como una consecuencia
de la guerra civil, que va a comportar el nacimiento de una mentalidad característica en los ganadores.
Estos partían de determinados convencimientos elementales, pero a lo largo de la dictadura, esta
mentalidad va a tener modulaciones doctrinales, no sólo diferentes, sino incluso contradictorias.

Además se va a caracterizar por su pragmatismo y su voluntad de permanencia y ruptura radical con el


pasado, aunque se resista a la institucionalización en formas jurídicas o constitucionales. Como
resultado de la guerra civil, va a tener un componente militar y católico fundamental; asimismo, la
dictadura no va a ser solo del Ejército ni va a acabar en pretorianismo, y el catolicismo, si bien durante
una etapa podría considerarse como un elemento intelectual orgánico del régimen, finalmente va a serle
contrario, y siempre va a constituir un elemento limitativo de la tensión totalitaria. Como una dictadura
no totalitaria, no va a pretender la movilización a su favor, excepto los primeros años, sino una actitud
neutra o la pura desmovilización. Siempre va a tener un pluralismo peculiar que originariamente va a
ser el de las familias componentes de la coalición conservadora vencedora en la guerra civil. El
franquismo va a ser un régimen peculiar de partido único porqué este existía pero no ocupaba la
totalidad del espacio político.

El franquismo va a ejercer una durísima represión inicial, pero su carácter no totalitario va a hacer que
con el paso del tiempo se amplíe la tolerancia, especialmente a partir de los años sesenta. La oposición,
prácticamente liquidada durante los años cuarenta, no va a tener, posteriormente, un papel
verdaderamente decisivo en la vida española, excepto en ocasiones muy concretas.

Josep Fontana considera que para comprender la naturaleza del franquismo hay que examinarlo en sus
inicios, porque es cuando se muestran sus objetivos libres de "disfraces e interferencias", y porque su
evolución no va a ser el resultado de un proceso autónomo, sino, sobre todo, de los cambios impuestos
al régimen desde dentro, por la presión de unas luchas sociales que no van a poder ser anuladas
completamente por el aparato represivo, y desde fuera, por la necesidad de negociar su aceptación por
los ganadores de la guerra mundial que no eran aquellos por los cuales el régimen había apostado.
Abundando en esta línea de investigación, Molinero e Ysas consideran que la configuración inicial del
franquismo tiene en común con otras dictaduras contemporáneas y mucho, en cambio, con los
fascismos europeos. Asimismo, el cambio de signo y el posterior desenlace de la Segunda Guerra
Mundial van a obligar a un inevitable viraje, el inicio de la "desfastización" según Stanley Payne (1987).
No ha de sobrevalorarse, pero la mayoría de estos cambios, en muchos aspectos van a ser puramente
formales y, en definitiva, no van a significar modificaciones substanciales de la forma de dominación,
ni de las relaciones sociales. El fracaso de la economía autárquica e intervencionista va a llenar un
segundo viraje en los años cincuenta, que va a permitir que España se incorpore al ciclo de crecimiento
excepcional de la economía mundial. Los cambios y las luchas sociales, ya en los años sesenta, van a
forzar al régimen franquista —y no será sin resistencias— a una mayor permisividad, también forzada
por exigencias derivadas de las relaciones exteriores. Pero cabe señalar también el funcionamiento
intenso de los aparatos represivos hacía el fin de la dictadura.

El franquismo de los años setenta naturalmente no era el de los primeros cuarenta: no podía ser de otra
manera, porque ni el mundo exterior ni la sociedad española lo eran. El régimen había cambiado
limitadamente y forzado por las circunstancias.

Respecto a las características, las principales son:

* Carencia de Constitución, aunque con los años se ira produciendo un proceso acumulativos de leyes
básicas, que se conocerán como las Leyes Fundamentales, que regularan los principales aspectos
del derecho público.

* Inexistencia de partidos políticos. El Decreto de 25 de septiembre de 1936, pretendió unificar las


distintas fuerzas políticas rebeldes contra la república. La unificación definitiva vendrá por el
decreto del 19 de abril de 1937, que dará lugar a la aparición de Falange Española Tradicionalista
y de las Juntas Ofensivas Nacionales Sindicalistas (F.E.T. y de las J.O.N.S.).
* Concentración del poder. Es la característica intrínseca del nuevo régimen político. La convergencia
de todo el poder político y militar en una sola persona, el general Franco, que asumirá
sucesivamente la Jefatura del Gobierno (Decreto de 29 de noviembre de 1936), la Jefatura del
Ejército (también por el decreto anterior), la Jefatura del Estado ( Ley de 1 de octubre de 1936, Ley
de 30 de enero de 1938, y de forma definitiva por la Ley de 8 de agosto de 1939) y la Jefatura
Nacional del Movimiento (art. 1 del Decreto de 19 de abril de 1937)

* Potestad legislativa en la Jefatura del estado. La Ley de 30 de enero de 1938 y la Ley de 8 de agosto
de 1939 atribuían al Jefe del Estado la potestad de dictar normas jurídicas y leyes, respectivamente,
sin deliberación del Consejo de Ministros (art. 7, de la Ley del 8 de agosto de 1939).

* Existencia de <<familias políticas>>. En torno al poder, se establecieron diferentes fuerzas o


familias políticas herederas, en algunos casos, de los partidos que apoyaron el pronunciamiento y
que se aglutinaron tras el Decreto de Unificación de 1937, y que son: Falange, los católicos, los
monárquicos alfonsinos y carlistas, los tecnócratas del Opus Dei y los militares.

2. LA CONSOLIDACIÓN DEL RÉGIMEN. POLÍTICA EXTERIOR

2.1. La represión

El final de la Guerra Civil no supuso el fin de la violencia ni la vuelta a la normalidad. El nuevo sistema
político iniciado a partir del 1 de abril de 1939 se basaba en la división entre vencedores y vencidos, en
la imposición de los valores de los primeros y en la negación de los principios políticos e ideológicos
de los segundos.

Los estudios más rigurosos cifran en alrededor de 400.000 las muertes violentas producidas durante la
Guerra Civil repartidas a partes iguales entre ambos bandos. El final de la guerra no acabó con la
represión, ni abrió paso a la reconciliación, ni tampoco supuso el fin de la militarización de los juicios
políticos. Al seguir en vigor el estado de guerra hasta 1948, se mantuvieron los tribunales militares y
las fuerzas de seguridad continuaron sometidas a disciplina militar. Con anterioridad al fin de la guerra,
el gobierno nacional de Salamanca declaró fuera de la ley todas las organizaciones que habían apoyado
al gobierno republicano. De igual forma, se impuso una estricta censura de prensa, se prohibió toda
manifestación de a diversidad cultural y lingüística de la Nación española, y se persiguió cualquier tipo
de disidencia política, religiosa o ideológica. Una vez finalizada la guerra, esta legislación fue
completada con la Ley de Responsabilidades Políticas —febrero de 1939— y la Ley de Represión de
la Masonería y el Comunismo —marzo de 1940—, que extendían su jurisdicción a todas las formas de
colaboración con el bando republicano de forma retroactiva hasta el 1 de octubre de 1934.

La dureza de la represión fue amortiguándose con el paso del tiempo. Las ejecuciones por motivos
políticos durante la posguerra, varían desde las 20.000 de Ricardo de La Cierva a las 100.000 de
Cardona. A partir de 1945, estas ejecuciones se convirtieron en un fenómeno excepcional. Esta
represión fue realizada por el Ejército, teniendo el Partido Único, Falange Española Tradicionalista y
de las JONS, un papel secundario, como afirma Muñoz Bolaños.
Para escapar de la represión, muchos de los que se habían comprometido con la causa republicana
tomaron la vía del exilio. La mayoría huyeron a Francia y a diversas naciones hispanoamericanas,
destacando la hospitalidad de México, bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas.

2.2. Política interna

El primer gobierno de la posguerra se constituyó el 8 de agosto de 1939. Franco, que ya acumulaba la


Jefatura del Estado y del Gobierno, eligió cuidadosamente a sus ministros entre las distintas familias
del bando nacional: monárquicos alfonsinos, carlistas, falangistas y militares. Sin una ideología
definida claramente —aunque, siempre, cercano a la monarquía tradicional propugnada por la revista
Acción Española durante el período republicano—, Franco inició su tradicional papel de árbitro entre
estas familias, primando ante todo la lealtad personal como atributo para acercarse al poder.

En 1939, Falange Española Tradicionalista y de las Juntas Ofensivas Nacionales Sindicalistas (F.E.T.
y de las J.O.N.S.) contaba con una afiliación numerosa (650.000), aunque poco activa. La mayoría de
sus miembros no parecían comulgar con el credo nacional sindicalista revolucionario de su creador,
José Antonio Primo de Rivera, y de los camisas viejas —los falangistas de primera hora: Dionisio
Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Antonio Tovar, Agustín de Foxa, José
Antonio Girón de Velasco o José Luis de Arrese, etc.—, sino que buscaban un fin más material. En la
inmediata posguerra, los falangistas ocuparon el 37% de los ministerios y el 30% de los cargos
administrativos. Mucho más importante fue el papel de los militares —la más leal e importante de las
familias del régimen— que, hasta 1945, ocuparon casi la mitad de los ministerios. Controlaban la
represión, las fuerzas de seguridad y los ministerios económicos, y gozaban de privilegios especiales.
La mayoría de los monárquicos que formaban parte de los primeros gobiernos de Franco eran hombres
de lealtad probada, muchos de ellos también militares.

En 1939, Ramón Serrano Suñer, concuñado del general Franco, se consolidó, de forma definitiva como
la mano derecha de éste. Inició entonces la fascitización del régimen siguiendo el modelo italiano. Para
ello se apoyó en la Falange, a la que trató de descargar de su contenido social —antiguo diputado de la
Confederación Española de Derechas Autónomas (C.E.D.A.), se había negado, durante el período
republicano, a militar en el partido de José Antonio Primo de Rivera, a pesar de ser íntimo amigo de
éste, porque lo consideraba demasiado revolucionario—. Así, se aprobaron los estatutos de F.E.T. y de
las J.O.N.S.; se encomendó al Sindicato Estudiantes Universitarios (S.E.U.) y a su organización juvenil,
Frente de Juventudes, el adoctrinamiento de la juventud; se estableció la Organización Sindical —Ley
de Unidad Sindical de 1940— bajo el mando de los falangista, y se impuso una política económica
inspirada en el corporativismo italiano. Pero, fue un proyecto fallido, pues el resto e las familias del
régimen —especialmente militares y monárquicos— se opusieron a una configuración fascista del
régimen.

Uno de los motivos de mayor controversia entre las familias del régimen lo produjo el posicionamiento
internacional de España en la II Guerra Mundial, como veremos. Esta discrepancia no era, sin embargo,
más que una proyección de la desavenencia general entre los falangistas y los monárquicos y militares,
que defendían unos intereses concretos y propugnaban diferentes modelos de estado.
Los falangistas animados por los éxitos del Eje, y liderados por Serrano Suñer, pretendían el
establecimiento de un estado corporativo de corte fascista. Los monárquicos y la mayoría de los
militares pensaban más en la restauración de la monarquía dentro de un régimen con un claro talante
autoritario. Ya en 1941, Franco inició la marginación del sector más ortodoxo e independiente de la
falange con la promoción de personajes leales a su persona como José Antonio Girón de Velasco y José
Luis Arrese —antiguo hedillista, que, como consecuencia de los sucesos de Salamanca de mayo de
1937 había sido condenado a muerte, aunque luego se conmutó la pena por la prisión perpetua, siendo
posteriormente indultado—, cuyo cometido fue hacer del partido único una organización
completamente leal a Franco. En el verano de 1942, las peleas callejeras entre falangistas y sus rivales
fueron haciéndose cada vez más habituales, culminando en agosto en el atentado de Begoña
(Guipúzcoa), cuando un grupo de falangistas arrojó una bomba contra el ministro del Ejército, el
teniente general José Enrique Varela, carlista. Los militares vieron en este atentado un ataque contra
todos ellos, reaccionando con gran vehemencia. Así, las órdenes emanadas del ministro de
Gobernación, el coronel de Estado Mayor Valentín Galarza Morente, monárquico juanista, para detener
a los culpables de los hechos se dieron sin consultar con Franco.

El Caudillo volvió a ejercer sus dotes arbitrales, con la inestimable ayuda del entonces capitán de fragata
—grado equivalente al de teniente coronel del Ejército— Luis Carrero Blanco, Subsecretario de la
Presidencia del Gobierno y monárquico de extrema derecha, sustituyendo a todas las partes implicadas
en el conflicto —Serrano Suñer, Varela y Galarza—. No contentando a nadie, consiguió relajar los
ánimos y fortalecer todavía más su poder. No obstante, los monárquicos salieron favorecidos, ya que
uno de ellos, el teniente general Francisco Gómez-Jordana y Sousa, se convirtió en vicepresidente del
Gobierno y ministro de Asuntos Exteriores.

La situación se mantuvo, a partir de entonces, tranquila aunque inestable. Sin embargo, el final de la
Segunda Guerra Mundial volvió a recrudecer la lucha entre ambos sectores. Franco planteó, desde 1945,
una defensa numantina de su régimen, y para ello, se apoyó, inicialmente, en los falangistas. La razón
era obvia. Ellos habían sido los grandes aliados del Eje durante el conflicto mundial, y la derrota de
éste, los había colocado en una situación muy delicada, viéndose obligados a defender el régimen de
Franco como el único posible, si querían seguir influyendo en la política española. Por el contrario, los
monárquicos, mayoritariamente partidarios de Don Juan de Borbón y Battemberg como futuro rey,
vieron llegada la hora de sustituir al Caudillo. Franco que nunca renegó de sus principios monárquicos,
intentó mantener buenas relaciones con este grupo —consciente del gran poder que tenían en el seno
del Ejército y de la administración—, estando predispuesto al diálogo. Sin embargo, el decantamiento
del Pretendiente hacía posturas claramente democráticas en el Manifiesto de Lausana (marzo de 1945),
agriaron aún más las relaciones. La oposición —republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas—
vio también la posibilidad de acabar con el régimen, optando los sectores más moderados por pactar
con don Juan, mientras que comunistas y anarquistas reanudaron las operaciones guerrilleras en el Norte
en los años 1946-7.

Sin embargo, Franco supo resistir la presión exterior e incluso decidió dar forma institucional al
régimen, lo que implícitamente reflejaba una voluntad de permanencia en el poder, mediante el Fuero
de los Españoles y la Ley de Sucesión, revistiendo el régimen de una falsa imagen democrática hacía
el exterior: la democracia orgánica.
El Fuero de los Españoles, promulgado el 17 de julio de 1945, pretendía ser una carta magna de los
derechos individuales de los españoles siempre y cuando no atentaran contra los principios
fundamentales del Estado que se reservaba el derecho de suspenderlos temporalmente. Desde luego,
no recogían los principios de pluralismo político ni los más elementales derechos de un estado
democrático. Paralelamente a esta ley, Franco había introducido ciertas modificaciones parciales con
el objeto de anular el estilo fascista del régimen. A partir de 1942, se dejó de hablar de Falange como
partido para englobarlo en la acepción más genérica de "Movimiento" al que se asignó una misión
puramente instrumental. La pérdida de influencia de la Falange como fuente ideológica del régimen
fue sustituida por el Nacionalcatolicismo. El catolicismo tradicional pasó a ser, entonces, el principal
fundamento doctrinal del franquismo. La principal figura de esta corriente fue Alberto Martín Artajo
que pasó directamente de la presidencia de Acción Católica al Ministerio de Asuntos Exteriores.

La redefinición del régimen avanzó un paso más con la Ley de Sucesión, de 7 de junio de 1947, para
cuya aprobación se recurrió a un grotesco referéndum, con el que se pretendía legitimar la autoridad de
Franco como un régimen vitalicio con facultad para designar al sucesor a la Corona. Así, España
quedaba configurada como una monarquía católica y representativa en la línea del pensamiento
tradicionalista de Franco. Sin embargo, el Caudillo nunca se comprometió en plazos ni procedimientos
con los monárquicos. De hecho, la Ley de Sucesión no fue bien acogida por Don Juan y sus seguidores.

Al final de la década de los cuarenta, Franco había superado todos los desafíos que se le habían
planteado al iniciarla. La Falange había sido domesticada, las conspiraciones de militares monárquicos
habían sido abortadas ab initio, y la presión internacional se había relajado tanto que España comenzaba
a reincorporarse al concierto internacional. Además, no existía ninguna oposición seria al régimen.
Estos hechos permitieron a Franco disfrutar de los años más tranquilos de su régimen. En 1951 procedió
a una remodelación ministerial que supuso la resurrección de una falange, que ya había perdido gran
parte de su ideario joseantoniano y frente a la posición testimonial de los católicos representados por
Martín Artajo en Asuntos Exteriores, y Joaquín Ruiz Giménez en Educación y Ciencia. Las medidas
liberales de este último provocaron la reacción de los falangistas que no estaban dispuestos a perder la
posición hegemónica del SEU en la Universidad. Siguieron años en los que los enfrentamientos entre
estudiantes fueron creciendo hasta 1956. Ruiz Giménez, como valedor del aperturismo, y Raimundo
Fernández Cuesta —ministro secretario general del Movimiento—, como responsable del falangismo,
fueron cesados de sus cargos. Con todo, a mediados de los cincuenta, el inconformismo con el régimen
era moneda común entre la mayoría de los estudiantes y profesorado más joven, un factor de
importancia en los años venideros.

La falange, como cabeza del Movimiento, quiso entonces asegurarse su papel en el régimen
proponiendo al Caudillo la aprobación de una leyes que fijasen su competencia e ideario. La pretensión
de Arrese, que en la crisis de 1956 había sustituido a Fernández Cuesta en la Secretaria General del
Movimiento, era convertir a la falange en el eje vertebrador del Estado. Franco se mostró reticente y la
jerarquía eclesiástica expresó su frontal oposición, al igual que los monárquicos. Franco fue dando
largas al asunto hasta que el grado de enfrentamiento entre las familias se hizo insostenible. El 25 de
febrero de 1957, se vio obligado a ejercer nuevamente de árbitro en las rencillas gubernamentales,
sustituyendo a doce de sus dieciocho ministros. En el nuevo gobierno, quedaba consagrado el sector
tecnócrata, ligado al instituto secular Opus Dei — organización religiosa que combinaba, sin tenerlos
explícitamente definidos en su ideario, monarquía, ultraconservadurismo político y liberalismo
económico— y la definitiva marginación de falange.
Después de la derrota de los proyectos de Arrese, la institucionalización del régimen correría a cargo
de Laureano López Rodó, numerario del Opus Dei —miembro soltero del dicho instituto—, que se
había convertido en la mano derecha de Carrero Blanco. López Rodó presentó un proyecto de ley del
Régimen Jurídico de la Administración del Estado (1957) que omitía cualquier referencia al
Movimiento y que se basaba en parámetros puramente administrativos. La Ley del Movimiento,
finalmente aprobada en 1958, era tan genérica que prácticamente no recordaba en nada a los proyectos
fascistizadores iniciales.

2.3. Política exterior

Tras finalizar la guerra civil española, la posición del nuevo estado era claramente proclive hacía
Alemania e Italia, llegando incluso a plantearse la entrada en el conflicto. Pese a la posterior propaganda
franquista que señalaba la habilidad y prudencia de Franco a la hora de librar a España del conflicto, lo
cierto es que fueron las diferencias diplomáticas con Alemania lo que determinó la neutralidad. El 4 de
septiembre de 1939, España se declaró neutral en la guerra. Serrano Suñer, que había recibido presiones
de los fascistas italianos, consiguió del Caudillo una rectificación en favor de la "No beligerancia" en
junio de 1940. Fue entonces cuando el Gobierno español presentó al alemán sus condiciones para entrar
en el conflicto: territorios en el Norte de África, defensa de las Islas Canarias, apoyo para la conquista
de Gibraltar y una importante ayuda económica. El 23 de octubre de 1940, Franco y Hitler se reunieron
en Hendaya para negociar los términos de la colaboración, pero la reunión concluyó sin acuerdo. La
actitud ambigua de Franco, pero sobre todo, los recelos alemanes a considerar España como un aliado
rentable, frustraron los deseos de los falangistas que optaron.

Con la evolución favorable a los aliados, tras el desembarco aliado en el noroeste de África, el 8 de
noviembre de 1942, que llevó la guerra más cerca de España, la política exterior de Franco comenzó a
cambiar. El ministro de Asuntos Exteriores, teniente general Francisco Gómez Jordana fue conduciendo
a la diplomacia española hacía un curso más autónomo y neutral. De todos modos, Franco estaba cada
vez más proclive a ser convencido, y Carrero Blanco, quien reforzó un ulterior cambio de actitud,
elaborando un memorándum poco antes del final de 1942, en el que declaraba que Alemania podía
acabar sufriendo "una derrota como la de 1918".

Entre tanto, la presión de los aliados aumentó a mediados de 1943, a medida que la situación estratégica
cambiaba. Washington comenzó a endurecer su postura al reducir drásticamente las importaciones de
petróleo necesarias para la economía española. Dos meses más tarde, el 1de octubre, Franco anunció el
fin de la "no beligerancia" española y la adopción de una política de "neutralidad vigilante".

A comienzos de 1944, la política económica aliada hacía España se endureció considerablemente,


llegando finalmente a un nuevo acuerdo oficial el 1 de mayo. El acuerdo estipulaba que España
reservaría todo su wolframio para los Aliados, que se cerraría el consulado alemán en Tánger, y que se
expulsaría a los agentes de información alemanes de España, a cambio de envíos de petróleo suficientes
y de otros productos. Pese a esto, algún tipo de colaboración con la Alemania nazi continúo todavía
durante un tiempo, al menos durante los últimos meses de 1944, y el tono generalmente proalemán de
la prensa española no cambió del todo hasta el final del conflicto.
El éxito de la invasión aliada de Francia convenció finalmente a Franco de que la derrota alemana era
inevitable. Los Aliados obtuvieron permiso para sobrevalorar el espacio aéreo español con el fin de
facilitar el patrullaje antisubmarino, y se les permitió también evacuar a sus heridos de los frentes
franceses a través de Barcelona.

El intento de Franco de cambiar parcialmente de táctica era pobre y demasiado tardío. En la última fase
de la guerra, la política de los Aliados hacía Franco y el gobierno español se hizo aún más dura. Tras
la derrota de Alemania, la Conferencia de Postdam, que reunió a los Aliados en julio de 1945, vio cómo
se hacían realidad los temores de Franco. En contra del deseo de Churchill, los reunidos recomendaron
a las Naciones Unidas, que se formaban entonces, que rompieran relaciones con el gobierno español y
que la ayuda debería ser transferida a las "fuerzas democráticas" con el fin de que España tuviera un
régimen elegido libremente.

Inmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Franco solía describirse
en otros países como "la última dictadura fascista" de Europa. Denegado su ingreso en las Naciones
unidas, el régimen se vio condenado al ostracismo político y militar. Se haría un intento para tratar de
atraer a un nuevo personal político católico y para intensificar la imagen católica del régimen con el fin
de obtener el apoyo del Vaticano y reducir la hostilidad de las democracias. El nombramiento como
ministro de Asuntos Exteriores al Presidente de la Junta Nacional de acción Católica, Alberto Martín
Artajo, que será la pieza principal destinada a acentuar la identidad católica del régimen. El Gobierno
francés cerró temporalmente la frontera de los Pirineos en junio de 1945, y la clausuró definitivamente
el 1 de marzo de 1946, inmediatamente después de que el régimen ejecutase a uno de los jefes
guerrilleros comunistas capturados que era un veterano de la Resistencia Francesa. El 12 de diciembre,
la Asamblea General de las Naciones Unidas votó la retirada de todo reconocimiento diplomático
internacional al régimen español en caso de que no se estableciera un gobierno representativo en Madrid
lo antes posible. Esto condujo a la salida del embajador británico, el último representante diplomático
de un país importante que quedaba en la capital de España, aunque ningún país occidental importante
fue tan lejos como para romper totalmente las relaciones.

El gobierno de Franco seguiría la consigna que le sugirió Carrero al Caudillo: “orden, unidad y
aguantar”. Además, para compensar el ostracismo de Franco respecto a Europa se trató de estrechar las
relaciones con los países latinoamericanos. Tuvo éxito especialmente al conseguir el apoyo del régimen
argentino de Perón, que proporcionó una ayuda económica básica entre 1946 y 1948. Mientras tanto,
los acontecimientos políticos que se desarrollaban fuera de España en los años 1947-1948 preparaban
el terreno para el fin del boicot internacional contra el régimen. La instauración de dictaduras
comunistas en la Europa oriental dio comienzo a la "guerra civil". La política de ostracismo
internacional comenzó a debilitarse, y el 10 de febrero de 1948, Francia abrió la frontera pirinaica por
primera vez en casi dos años. Estados Unidos inició un acercamiento, y a continuación el Gobierno
español estableció en Washington un "lobby español" no oficial, para promover un acercamiento entre
ambos países. El primer beneficio consistió en un préstamo de 25 millones de dólares de un importante
banco neoyorquino, en febrero de 1949.
Una vez que se restablecieron las relaciones con los Estados Unidos, estas se desarrollaron rápidamente
en el clima anticomunista de la guerra de Corea. Las negociaciones con esta nación, se materializaron
en los tres acuerdos ejecutivos que integraron el Pacto de Madrid, firmado el 26 de septiembre de 1953.
Estos acuerdos preveían la defensa mutua y la asistencia militar a España por un período de 10 años,
así como ayuda económica.

Las negociaciones con El Vaticano, iniciadas por Joaquín Ruiz Giménez, embajador de España en El
Vaticano, de 1948 a 1951, fructificaron con su sucesor, Fernando María de Castiella, la estrella en
ascenso del cuerpo diplomático español. El Concordato se firmó finalmente en agosto de 1953.
Contenía el reconocimiento más pleno posible, por parte de la Iglesia, reafirmaba la confesionalidad
del Estado español y confirmaba el derecho de presentación de los obispos por parte del Jefe del Estado.
Al mismo tiempo, aumentaba la independencia de la Iglesia dentro del sistema español, garantizando
su personalidad jurídica y la autoridad del matrimonio canónico.

Parecía, con estos dos acuerdos, que el panorama internacional se abría de forma definitiva para España.
Sin embargo, poco después, surgía un problema que había de provocar fuertes tensiones hasta el final
del franquismo: Marruecos.

España había seguido siempre una política más indulgente que Francia hacía las actividades de los
nativos. La causa hay que buscarla en el hecho de que el nacionalismo marroquí iba dirigido
fundamentalmente contra esta nación.
Después de que el Gobierno francés depusiera al sultán de Rabat, la administración del Protectorado
español, dirigida por el Alto Comisario, teniente general Rafael García Valiño, siguió reconociéndole
como líder marroquí legítimo y dio asilo a los nacionalistas marroquíes en el Protectorado. En esta
situación, París modificó su política, permitiendo que se formara en Rabat un gobierno nacionalista
marroquí a finales de 1955. En la zona española ya se les había dado altos cargos administrativos a tres
nacionalistas, y el 13 de enero de 1956, el Consejo de Ministros español decidió que pronto habría que
negociar la independencia con Marruecos. Después de que Francia concedió la independencia
oficialmente a su zona en marzo de 1956, el gobierno español no tuvo más remedio que hacer lo propio
al cabo de un mes. A finales del siguiente año, noviembre de 1957, se produjeron los incidentes de Sidi
Ifni, que terminaron con una nueva intervención militar franco-española, que pacificó el territorio.

3. EVOLUCIÓN DEL RÉGIMEN FRANQUISTA (1957-1975)

3.1. Política interna

Los años sesenta suponen la marginación de las tradicionales familias del régimen y el intento de
institucionalizar el régimen a través de torpes medidas aperturistas que lo adaptasen a la nueva realidad
social.

La resistencia de Franco a cualquier limitación de su poder hizo prematuras las tendencias


institucionalizadoras y los planes de reforma fueron demorados durante años. En 1966, se aprobó la
Ley Orgánica del Estado, una reforma más administrativa que política del régimen.
Los reformistas como Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo, se sintieron
decepcionados: no era más que una codificación de la seis Leyes Fundamentales, clarificándolas,
eliminando la terminología fascista. La Ley de Prensa presentada por el propio Fraga en 1966, la Ley
de Libertad Religiosa (1967) y la Ley de Representación Familiar (1967) completan las reformas de
finales de los sesenta. La primera supuso la supresión de la censura previa. Las reformas de los años
sesenta fueron una ocasión pérdida para liberalizar el régimen y canalizar las nuevas tendencias de la
sociedad española. Quizá por ello, el final de los sesenta se caracterizó por la agitación obrera y
estudiantil.

El problema de la continuidad quedó ya planteado a inicios de la década de los sesenta, tras el accidente
de caza del dictador en 1961 y el diagnóstico de la enfermedad de Parkinson al año siguiente. El nuevo
gobierno de 1962 reforzó el liderazgo de los tecnócratas con la incorporación de nuevos miembros de
esta tendencia. Sin embargo, la estrella de este ejecutivo no pertenecía a esta tendencia, sino al
falangismo reformista. Era el ya citado Manuel Fraga, prototipo de burócrata eficaz. Por primera vez,
el gobierno de 1962 escapaba del tradicional reparto de cargos entre las familias del régimen ya que
prácticamente habían dejado de existir.

Se produjeron nuevos alineamientos: Carrero Blanco se convirtió en el líder de los tecnócratas —cuyo
principal representante era Laureano López Rodó y que controlaban los ministerios económicos—,
partidarios de una gestión despolitizada —el llamado Estado de Obras, plasmado en el principal
ideólogo de esta corriente, Gonzalo Fernández de la Mora, y que consistía en una gestión política
desideologizada (para De la Mora existen ideas pero no ideología), que se justificaba por el bienestar
que proporciona al pueblo. Evidentemente, este corriente no era democrática sino elitista. El poder
debería estar en manos de los "mejores", que se renovarían por un sistema de cooptación. De La Mora
estaba muy influido por Michels y Pareto—, y de una institucionalización de la sucesión monárquica
en la persona del hijo de Don Juan, Don Juan Carlos.

Los regencialistas, en cambio, no estaban interesados en concretar la salida monárquica. Su líder era el
capitán general Agustín Muñoz Grande, antiguo jefe de la División Azul, y vicepresidente del
Gobierno. Los reformistas, entre los que se encontraban Fernando María de Castiella —ministro de
Asuntos Exteriores—, Fraga y José Solís Ruiz —Ministro Secretario General del Movimiento—, el
almirante Pedro Nieto Antúnez —ministro de la Marina— insistían en la necesidad de reformar las
instituciones, especialmente la Organización Sindical y el partido único, con el fin de adaptarse a los
cambios que el desarrollo económico imponía. En el extremo opuesto, los inmovilistas, encabezados
por los tenientes generales Camilo Alonso Vega —ministro de la Gobernación— y Pablo Martín
Alonso —ministro del Ejército—, se oponían a cualquier reforma interna. Estas orientaciones solían
solaparse. Así Carrero podía ser considerado un monárquico inmovilista y Muñoz Grande un
regencialista reformista.

Una vez concluida la institucionalización del régimen, Carrero Blanco y López Rodó presionaron a
Franco para que garantizara la continuidad y estabilidad política, nombrando como sucesor a un
heredero legítimo al trono, esto es, el príncipe Don Juan Carlos. El 21 de julio de 1969, Franco presentó
al fin ante el Consejo del Reino la designación de Juan Carlos como sucesor al Trono.
El 29 de octubre de 1969, se constituyó un nuevo gabinete después del estallido del mayor escándalo
financiero del franquismo, el Asunto Matesa. La prensa del Movimiento utilizó el asunto para arremeter
contra los ministros del Opus Dei, pero Franco no se dejó arrastrar por la campaña y remodeló
totalmente el Gobierno cesando a los ministros implicados —todos tecnócratas del Opus Dei, incluido
el Gobernador del Banco de España, Mariano Navarro Rubio— y a Fraga, Solís, Castiella y Nieto
Antúnez, enemigos de los tecnócratas, y que habían intentado aprovechar el incidente para acabar con
el poder de éstos. Sin embargo, el nuevo gobierno supuso una victoria clara de Carrero Blanco, que
consiguió colocar a personas de su confianza, la mayoría vinculadas al Opus Dei, en los ministerios
más importantes. El proyecto de mayor calado político durante este gobierno fue el borrador de
asociaciones, presentado por el ministro secretario general del Movimiento, el monárquico conservador
Torcuato Fernández Miranda —no adscrito a ninguna familia, y el primer político que en la toma de
posesión de ese ministerio, lo hizo con camisa blanca y no la azul mahón de la falange—, el 21 de mayo
de 1970. Tal como Franco y Carrero deseaban, el proyecto no llegó a concretarse por falta de impulso
político que se suplía con grandes dosis de retórica oficial. Sin directrices de un Franco cada vez más
débil por motivos de salud y edad, el gobierno se dedicó a labores puramente gestoras, abandonando
cualquier proyecto político de envergadura. El crecimiento de la violencia política por parte de las
organizaciones terroristas Euzkadi Ta Askatasuna (E.T.A.) y el Frente Revolucionario Antifascista y
Patriótico (F.R.A.P.) y de los grupos de extrema derecha, como los Guerrilleros de Cristo Rey, paralizó
cualquier iniciativa reformista que el Gobierno pudiera albergar.

En junio de 1973, Franco decidió descargarse de las funciones ejecutivas, nombrando presidente del
Gobierno a su mano derecha, Carrero Blanco. El nombramiento de Carrero era el resultado lógico de
la evolución que Franco había seguido en los últimos años. La elección no sorprendió a nadie; había
sido su colaborador más próximo desde el cese de Serrano Suñer, no se adscribía a ninguna corriente
del franquismo, era militar —tenía el grado de almirante de la Armada, aunque no había cumplido
ninguno de los requisitos necesarios para llegar al mismo—, y compartía los mismos puntos de vista
que el Caudillo sobre la manera de gobernar España.

Carrero Blanco intentó mantener la práctica del arbitraje entre las familias del régimen que Franco
había seguido en la formación de sus gobiernos. El de 1973, heredó el polémico proyecto de ley de
asociaciones. Franco y Carrero pretendían que el tema estuviese eternamente en discusión para dar
cierta sensación de renovación sin tenerse que pronunciar en favor de una u otra postura. En definitiva,
se trataba de abrir o no la posibilidad de legalizar asociaciones al margen del Movimiento.

El 20 de diciembre de 1973, Carrero Blanco era asesinado por la banda terrorista ETA. Comenzaba
entonces un periodo histórico que acabaría 23 meses después, el 20 de noviembre de 1975, y que se
caracterizaría por la inestabilidad y la crisis.

La respuesta correcta al magnicidio hubiese sido que Torcuato Fernández Miranda, vicepresidente del
Gobierno con Carrero y presidente en funciones, tras el asesinato de éste, hubiera sustituido al fallecido;
sobre todo, teniendo en cuenta su irreprochable actuación tras conocer la noticia del atentado. Sin
embargo, la camarilla de El Pardo, encabezada por Carmen Polo, esposa del Caudillo, desconfiaba de
él, como también lo hacía del otro posible sustituto, el también almirante Pedro Nieto Antúnez. Por
eso, forzó la designación de Carlos Arias Navarro, ministro de la Gobernación con Carrero, y, por tanto,
responsable de su seguridad. Su nombramiento sorprendió a todo el mundo. Pero, tenía su explicación.
Hombre de la total confianza de Carmen Polo y de su yerno, el marqués de Villaverde, antijuancarlista
fanático, carente de clientela propia y de carisma personal, se había mantenido al margen de las
polémicas políticas de los últimos meses. Reunió a los dos sectores del franquismo, inmovilistas y
aperturistas, sin poder ejercer un liderazgo firme sobre ellos. Así, el Gobierno careció de una línea
política coherente, basculando entre la apertura, promovida por el tándem Pio Cabanillas Gallas —un
hombre de Fraga— y Antonio Carro, y el inmovilismo del ministro secretario general del Movimiento,
José Utrera Molina, un falangista ortodoxo.

El programa del nuevo gobierno se concretó en el discurso del presidente del Gobierno ante las Cortes
el 12 de febrero de 1974. El llamado "espíritu del 12 de febrero" suponía un alineamiento claro del
gobierno con las posiciones de los sectores aperturistas. A pesar de las limitaciones del programa de
gobierno, Pío Cabanillas supo trasmitir la sensación de cambio mediante una actitud permisiva con la
prensa.

Los esfuerzos de Cabanillas por presentar a Arias como un reformista prudente, sufrieron un duro golpe
cuando el 2 de marzo de 1974, se ejecutó a garrote vil al delincuente polaco Heinz Chez, y al anarquista
catalán Salvador Puig Antich, pese a las peticiones de clemencia que se cursaron desde todas las
instancias internacionales. En el mismo mes de marzo, Monseñor Añoveros, Obispo de Bilbao,
denunciaba en una homilía la represión de los signos de identidad vascos. El gobierno ordenó el arresto
domiciliario del obispo y le instó a abandonar España. La Conferencia Episcopal respaldó a Añoveros
y amenazó a las autoridades con la excomunión en caso de persistir en su actitud. Desde un punto de
vista interno, la crisis era extremadamente grave. España seguía siendo un estado confesionalmente
católico, a pesar del distanciamiento que la jerarquía eclesiástica había ido imponiendo en sus
relaciones con el régimen. Los sectores más inmovilistas del régimen, en cambio, lo consideraban una
traición. En poco menos de un mes el "espíritu del 12 de febrero" se había convertido en papel mojado.
A pesar de que no se había producido ningún cambio que avalase el supuesto programa liberalizador
del gobierno, la extrema derecha reaccionó de forma contundente. La principal víctima de la reacción
de ésta fue el teniente general Manuel Díaz Alegría, Jefe del Alto Estado Mayor, y el militar más
comprometido con la apertura —se le consideraba el Spínola español, pues se pensaba que a semejanza
del general portugués de ese apellido que había puesto fin a la dictadura de Antonio Oliveira Salazar,
él haría lo mismo con la franquista—.

El 9 de julio de 1974, Franco tuvo que ser ingresado en un hospital aquejado de una flebitis. El Caudillo
decidió ceder temporalmente los poderes de la Jefatura del Estado. Los sectores más aperturistas del
régimen creyeron que había llegado la hora del relevo definitivo, de la restauración de la monarquía en
la persona de Don Juan Carlos. Su sola insinuación bastó a Franco para decidirse a recuperar la Jefatura
del Estado el 2 de septiembre del mismo año. Sin embargo, lo cierto es que, desde su reincorporación
a la Jefatura del Estado, España vivió en una situación de incertidumbre y provisionalidad. En aquellos
momentos, el ministro Cabanillas concitaba la animadversión de los sectores inmovilistas del régimen.
Fue acusado de ser el inspirador del relevo definitivo de Franco y su cese, el 29 de octubre, provocó
una oleada de dimisiones en cadena. El Gobierno de Arias quedó sin representación de los sectores
aperturistas del régimen.
Por otra parte, el Gobierno Arias tuvo que enfrentarse a una escalada de violencia callejera y de
terrorismo. El gobierno endureció la legislación antiterrorista fijando la pena de muerte obligatoria para
los asesinos de miembros de las Fuerzas de Seguridad con efectos retroactivos. El 27 de septiembre de
21975, fueron ejecutados 5 terroristas de ETA y el FRAP desoyendo las peticiones de clemencia
cursadas desde El Vaticano hasta Don Juan de Borbón. Las ejecuciones desataron una campaña
internacional de condena en toda Europa. Desde 1947, el franquismo no había padecido una
reprobación internacional tan contundente, que se quiso contrarrestar con el acto multitudinario
celebrado el 1 de octubre de 1975, en la plaza de Oriente de Madrid, donde quedó claro la decrepitud
del dictador. El 12 de octubre, Franco cayó enfermo. El 20 de noviembre de 1975, a las 5.25, Franco
murió. Los intentos de la camarilla de El Pardo para prolongar su vida hasta que Alejandro Rodríguez
Valcárcel, un regencialista falangista, pudiera ser reelegido presidente de las Cortes resultaron
infructuosos.

3.2. Política exterior

La política exterior en los años sesenta estuvo personificada por Fernando María de Castiella, miembro
de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (A.C.N.P.), y ministro de Asuntos Exteriores
entre 1957 y 1969. A él, le correspondió la tarea de aproximar a España al resto de los países
occidentales. La propia idiosincracia del régimen franquista hizo estéril la labor del ministro ya que los
miembros de la CEE no se dignaron ni en iniciar conversaciones para una posible incorporación de
España hasta 1967, y algunos países de la OTAN vetaron su entrada hasta que Franco no abandonase
el poder. Tampoco resultaron fructíferas las negociaciones de Castiella con los Estados Unidos y en las
negociaciones de la prórroga del Pacto de Cooperación, no se consiguieron las aportaciones económicas
que el régimen había solicitado.

A pesar de que España mantenía relaciones cordiales con la mayoría de los países de la comunidad
árabe, Marruecos era el principal foco de tensión en las relaciones exteriores españolas. En 1961,
España retiró su último contingente en el protectorado y las reivindicaciones marroquíes se trasladaron
a las restantes posesiones —Ifni, Sáhara Occidental, Ceuta y Melilla—, y a la ampliación de sus aguas
territoriales donde tradicionalmente faenaban los pesqueros españoles. La revuelta antiportuguesa de
Angola (1961) convenció a las autoridades españolas de la inconveniencia de mantener una política
colonial a ultranza. En 1962, el Gobierno español declaró formalmente la apertura de negociaciones
para la descolonización de Río Muni y Fernando Poo. En 1963, se promulgó un estatuto de autonomía
que abrió el camino de la independencia concedida en 1968, y ratificada en referéndum.

El problema de Gibraltar continuó siendo inteligentemente llevado por la propaganda oficial para
demostrar la teoría del acoso externo del régimen por países supuestamente más desarrollados como
Gran Bretaña. La ONU voto repetidamente a favor de la descolonización, pero Gran Bretaña respondió
convocando un referéndum (1967) en el que la población gibraltareña votó casi por unanimidad
permanecer bajo soberanía británica. El Gobierno español basó toda su estrategia para la recuperación
de Gibraltar en el hostigamiento y finalmente aislamiento del peñón.
En 1969, Gregorio López Bravo sustituyó a Castiella al frente de la diplomacia española. El nuevo
ministro, que cultivó una imagen de actividad frenética a base de innumerables viajes por todo el
mundo, consiguió que España pasase a ser país asociado de la CEE a partir de 1970, lo que suponía un
trato preferencial en materia comercial. López Bravo también fue el artífice de la reanudación de
relaciones con países del Este como la República Democrática Alemana, China, Hungría, Polonia,
Bulgaria, Rumania y Checoslovaquia. La política de López Bravo fue continuada por López Rodo,
ministro de Asuntos Exteriores en 1973.

El Gobierno Arias Navarro, con Pedro Cortina Mauri en la cartera de Asunto Exteriores, continuó la
política de sus antecesores. Pero, nuevamente, Marruecos se convertiría en foco de conflictos, por la
reivindicación pública que su rey, Hassan II, hizo del Sahara Occidental y por sus amenazas sobre Ceuta
y Melilla. El 21 de septiembre de 1973, Franco prometió conceder la autodeterminación del Sahara sin
concretar una fecha para hacerla efectiva. Dos años más tarde, en mayo de 1975, Arias declaró que lo
antes posible se iniciaría la devolución del territorio al pueblo saharaui lo que significaba negarse a la
pretensión marroquí de ocupar el territorio. Aprovechando la crítica salud de Franco y la crisis que
azotaba a su régimen, el 20 de octubre de 1975, el rey Hassan II de Marruecos ordenó la Marcha Verde.
Para evitar un enfrentamiento abierto con ese país, se procedió a una retirada que daría origen a uno de
los conflictos más prolongados en todo el planeta: el que enfrenta al Frente Polisario saharaui con el
Reino de Marruecos.

4. EVOLUCIÓN ECONÓMICA: DE LA AUTARQUÍA AL DESARROLLISMO. CAMBIOS


SOCIALES.

4.1. Economía: De la Autarquía al Desarrollismo

España inició la posguerra con unas perspectivas desalentadoras: la producción industrial había
descendido más de un 30% y la agrícola un 20%. No había reservas de oro y el acceso a créditos
internacionales estaba cerrado como consecuencia de la guerra mundial. Sin un plan coordinado de
reconstrucción nacional, el régimen apeló a la austeridad y el sacrificio de los españoles.

El fin de la Segunda Guerra Mundial no sirvió para aligerar la penuria económica que padecían los
españoles. El ostracismo al que se vio sometida España le privó de participar en los proyectos de
reconstrucción europea promovidos por los Estados Unidos. La economía española se vio forzosamente
impelida hacia la autarquía, sin ayudas externas para reactivar la producción agrícola e industrial. El
Estado asumió la dirección de la economía, pero sus fondos eran tan exiguos que el proceso de
recuperación resultó extraordinariamente lento si lo comparamos con lo sucedido en el resto de Europa.
La economía española se ruralizó rompiendo la tendencia migratoria a las ciudades. La razón de esta
vuelta al campo se debió a las dificultades de abastecimiento de los núcleos urbanos. A pesar de esto,
la política económica del Gobierno, más inspirada por criterios políticos que por otras razones, se centró
en grandes proyectos industriales de escasa eficacia.

La autarquía suponía la combinación de un conservadurismo a ultranza con ambiciosas estrategias de


renovación y modernización inspiradas en los modelos fascistas de Alemania y de Italia. La prioridad
se centró en el desarrollo de la industria básica bajo el control estatal, que encontró su plasmación en
1941
con la creación del holding público del Instituto Nacional de Industria (INI): Iberia (1943), ENASA
(1946), SEAT (1949). Se nacionalizó el transporte por ferrocarril (RENFE) y se dio prioridad a la
inversión en siderurgia, carbón e industria hidroeléctrica. Por el contrario, las industrias dedicadas a la
elaboración de productos de consumo, como la textil, continuaron en una situación deprimida. La falta
de inversión en la agricultura —apenas un 4 por 100 del total de la inversión durante los años 40— y
la larga sequía de estos años, provocaron la carestía de alimentos y el régimen se vio obligado a
comprarlos en los pocos mercados extranjeros dispuestos a vender, destacando la Argentina liderada
por el general Juan Domingo Perón.

Esta política económica fue acompañada por una política fiscal injusta, alimentada por impuestos
indirectos que no favorecía una distribución más igualitaria de la renta y beneficiaba a las grandes
fortunas. Los bancos lograrían durante estos años beneficios que llegarían a superar el 500 por 100. Los
niveles de renta per capita de los años anteriores a la Guerra Civil no se recuperarían hasta 1951. Contra
esta política social injusta se levantaron sectores falangistas de camisas viejas, liderados por Gerardo
Salvador Merino, antiguo socialista y Delegado Nacional de Sindicatos. Pero los sectores
conservadores, acabaron con él en 1941, acusándole de masón, por lo que fue expulsado de FET de las
JONS y condenado a 12 años de destierro en las Baleares.

No obstante, el modelo autárquico era cada vez menos viable. La elevada inflación, los déficits crónicos
en la balanza de pagos, los pobres resultados en cuanto a la elevación de los niveles de vida, y la escasez
de capitales, ponían de manifiesto que la autarquía no podía mantenerse.

Gran parte del éxito de la continuidad de Franco dependía de las posibilidades del régimen de mantener
el crecimiento económico. Al iniciarse la década de los cincuentas, España logró recuperar los niveles
de renta de antes de la guerra civil. En 1952, se suprimió el racionamiento, aunque continuaron las
restricciones en el suministro de energía eléctrica y el excesivo reglamentarismo en materia de
transportes y comercio.
La política económica del Gobierno de 1951 se debatió entre el mantenimiento del intervencionismo
autárquico y las medidas de liberalización puestas en práctica por el ministro de comercio, Manuel
Arburúa, provocando numerosas contradicciones que frenaron y desequilibraron el crecimiento
económico; ya que optó por emplear el dinero enviado desde el exterior para elevar los sueldos e
importar numerosos productos. El resultado sería un aumento ficticio del nivel de vida de la población
y una inflación galopante que culminaría en las huelgas universitarias de 1956.

Cuando en 1957 llegaron al gobierno Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres, ambos tecnócratas
vinculados al Opus Dei, España se encontraba prácticamente en bancarrota, con una balanza de pagos
profundamente desequilibrada y una inflación galopante, y con unos niveles de consumo y bienestar
muy por debajo de los alcanzados en el resto del continente. Todos los organismos internacionales
consultados por el gobierno español coincidieron en que sólo la liberalización y el levantamiento de las
trabas administrativas en el comercio salvarían a España de la amenaza de la suspensión de las
importaciones de productos esenciales como el petróleo. Con semejante aval, Navarro Rubio expuso al
Caudillo la necesidad de un cambio en la política económica, que acabó imponiéndose pese a las
iniciales reticencias de Franco.
El 22 de julio de 1959, Navarro Rubio presentó el Plan de Estabilización Interna y Externa de la
Economía, un amplio paquete de medidas para combatir la inflación, favorecer el ahorro, liberalizar la
inversión nacional y extranjera de las trabas administrativas y reducir el intervencionismo y
reglamantismo estatal. El plan de choque previsto por Navarro Rubio pudio contar con los recursos
provenientes de inversiones extranjeras, divisas aportadas por los emigrantes españoles y el incipiente
turismo. Desde un punto de vista macroeconómico, el plan de estabilización sirvió para equilibrar la
balanza de pagos, reducir la inflación a un 5% y conseguir un crecimiento anual del PNB en un 9% de
1961 a 1964, a costa de un considerable descenso del nivel de renta de los trabajadores, desempleo y
emigración. La política liberalizadora de los ministros tecnócratas tuvo su reflejo en el terreno laboral
con la Ley de Contratos de Trabajo de 1958. Hasta entonces la política social del régimen había estado
en manos de falangistas que habían conjugado la demagogia, el férreo control de las relaciones laborales
— sindicatos verticales— con el paternalismo estatal. El gobierno apostó entonces por un nuevo orden
en las relaciones laborales en la iniciativa de los agentes sociales a través de los convenios colectivos.

El desarrollo económico conseguido a partir del plan de estabilización se convirtió en la pieza clave de
la legitimación del régimen. Franco lo presentó como la culminación de una trayectoria cuando en
realidad era fruto de una rectificación de la política autárquica implantada en la posguerra. La
transformación de España en la década del desarrollo fue radical. Los años de mayor crecimiento fueron
entre 1961 y 1964 con tasas de un 8,7% anual, una inflación controlada entre el 5 y el 9%, y alzas
salariales entre el 8 y el 11%. No fue ajeno a este crecimiento el I Plan de Desarrollo (1964), dedicado
a la inversión industrial, la expansión de las exportaciones y el desarrollo agrícola. Sin embargo, los
tres pilares del desarrollo español fueron el turismo, la inversión extranjera y las divisas aportadas por
los emigrantes. Como en todos los países en vías de industrialización acelerada, la agricultura se vio
relegada en los planes de inversión del Estado. Puede decirse, con todo, que al final del franquismo, la
agricultura española había culminado su proceso de modernización por varios motivos: su contribución
al total del PNB español había descendido del 24% (1960) al 13% (1970).

Pero los planes de desarrollo impulsados por López Rodó, y después por López Bravo, ambos
tecnócratas del Opus Dei, contaron con la oposición de determinados sectores del Movimiento y en
concreto por Suances al frente del INI. El resultado de la batalla entre los partidarios de la liberalización
y los defensores del intervencionismo fue el incumplimiento de los propósitos iniciales de los planes:
aunque se limitaron las inversiones del INI, este siguió controlando buena parte de la producción de
algunos sectores clave como la construcción naval, fabricación de camiones, carbón, aluminio, hierro,
acero, etc. Para López Bravo, el INI debía tener un papel subsidiario de la empresa privada, lo que a la
larga acabó convirtiéndole en un refugio de empresas deficitarias, mantenidas artificialmente por
motivos políticos. Además, la política gubernamental respecto a la empresa privada siguió presidida
por el intervencionismo a través de subvenciones, financiación oficial o exenciones fiscales. Una
muestra de este intervencionismo fueron los llamados Polos de Desarrollo, consistentes en favorecer la
inversión privada en zonas industriales deficitarias como Vigo, La Coruña, Valladolid, Zaragoza y
Sevilla, a través de infraestructuras a cargo del Estado y todo tipo de beneficios fiscales y ayudas
directas. A pesar de las contradicciones y limitaciones de los planes de desarrollo, el crecimiento
industrial fue extraordinario, un 160% entre 1963-72. La productividad se duplicó durante el mismo
periodo. Las exportaciones se multiplicaron por 10. Las tasas anuales de crecimiento eran las más altas
de Europa y unas de las más altas del mundo.
A pesar de este espectacular crecimiento, la mayoría de los problemas económicos planteados después
del franquismo se derivaban de la recesión internacional provocada por la crisis del petróleo (1973).
No obstante, la política económica franquista provocó graves desajustes que tuvieron que ser
combatidos por los gobiernos de la transición: el fuerte desequilibrio regional, la falta de flexibilidad,
fruto del excesivo reglamentismo oficial; la carencia de infraestructuras como consecuencia de la
escasez de recursos del Estado; las tendencias inflacionistas, y la incapacidad de nuestra economía para
dar empleo a toda la mano de obra disponible sin recurrir a la emigración. Desde 1972, se asistirá a una
extraordinaria elevación de los precios de productos primarios y energéticos; el desarrollismo había
llegado a su fin, y la gran dependencia de la economía española en relación a los suministros exteriores
hizo que la crisis revistiera en España una especial gravedad.

4.4. La modernización social

Hasta finales de la década de 1940, la población sería víctima de grandes escaseces. Los alimentos no
sólo eran escasos sino de ínfima calidad. Con la finalidad de garantizar el suministro de productos de
primera necesidad, se implantó la cartilla de racionamiento que se reveló claramente insuficiente. Los
que disfrutaban de una buena situación económica recurrieron al mercado negro, y durante 10 años, los
españoles tuvieron que padecer las penurias del racionamiento, mientras unos pocos acumulaban
grandes fortunas gracias al estraperlo.

La consecuencia de esta escasez generalizada de productos básicos va a ser los conflictos sociales. En
1951 se produjeron las primeras manifestaciones importantes de descontento social de la posguerra.
Del 1 al 6 de marzo, los barceloneses boicotearon a los tranvías en protesta por la elevación del precio
de los billetes. También en las Vascongadas y Madrid se registraron las primeras huelgas contra la
elevación del coste de vida muy por encima de las alzas salariales. Hay un dato en este sentido
demoledor: Según Ros Gimero, la clase alta era el 0,1% de la población; la media, el 34,1%, y la baja,
el 65,8%.

Para paliar esta situación, Arburua, apoyado por el ministro de Trabajo José Antonio Girón de Velasco,
elevaron los sueldos e importaron productos del exterior. La consecuencia fue, como ya hemos dicho,
una mejora del nivel de vida, pero una gran inflación, cuyas consecuencias serían dramáticas para la
población.

La industrialización de los años sesenta y setenta provocó una auténtica transformación social y cultural
en España. Nuestra nación dejó de ser un país rural y agrícola. El proceso de urbanización se llevó a
cabo de forma regionalmente desequilibrada. Las zonas de recepción de emigrantes fueron las costas
(Vascongadas, Cataluña y Valencia), el eje del Ebro y Madrid. Dicha distribución correspondía en
líneas generales a la localización de la industria: a mediados de los setenta, la mitad de la industria
española se repartía tan sólo entre Madrid, País Vasco y Cataluña. Entre 1950 y 1970, los núcleos
urbanos de más de 10.000 habitantes habían pasado de representar el 52,1% de la población a absorber
el 66,5%. Al final del franquismo, la estructura de la población agrícola (22%) eran superiores a las del
resto de Europa, el sector servicios y el industrial ocupaban el 40 y el 38% de la población activa. Sin
embargo, el pluriempleo y la escasa incorporación de la mujer al mundo laboral —la tasa de actividad
femenina en 1970 era la más baja de Europa con un 23,7%— distinguían todavía a España de la realidad
laboral del resto de Europa.
Evolución de la población activa (1940-1960)
(Fuentes: Instituto Nacional de Estadística)

AÑO % AGRICULTURA % INDUSTRIA %SERVICIOS


1940 50,52 22,13 27,35
1950 47,57 26,55 25,88
1960 39,70 32,98 27,32

Demográficamente, la población española crecerá un 30% entre 1940 y 1970, si bien no será hasta
mediados de la década de 1940 cuando el descenso de las altas tasas de mortalidad de posguerra y el
incremento de la natalidad —con un máximo entre 1955 y 1964—, permita este crecimiento sostenido.
Al final de la dictadura ya eran perceptibles los primeros signos de envejecimiento de la población que
se iban a intensificar en las décadas siguientes.

Evolución de la población española


(Fuente: Instituto Nacional de
estadística)

AÑO POBLACIÓN (miles)


1940 26.014
1950 28.811
1960 30.583
1970 33.956

Otros fenómenos destacados, desde el punto de vista demográfico, será la emigración exterior. A partir
de 1961, grandes contingentes de trabajadores no cualificados buscarían empleo en las economías
europeas más desarrolladas, rompiendo así con el tradicional destino transoceánico que había
caracterizado hasta entonces la emigración española. Entre 1963 y 1973, la media anual de emigrantes
—subvalorada por las estadísticas oficiales— a Europa se elevó a 84.000 personas, más del 90% con
destino a Alemania, Francia y Suiza. A estos hay que añadir los casi 2,25 millones de españoles que se
encontraban en América a principios de los años 70.

La modernización de España supuso la emergencia de una nueva clase media urbana nacida del
esfuerzo y la austeridad, del pluriempleo y de las largas jornadas laborales. Sin embargo, todavía al
final del franquismo, el 1,2% de la población acumulaba el 22% de la renta nacional. Los estudios
realizados por Amando de Miguel y el Informe FOESSA (1975), revelaban una fuerte desigualdad de
oportunidades y el origen social como factor determinante a la hora de explicar las desigualdades.
Durante el régimen franquista, la parquedad y la falta de realismo caracterizaron las políticas públicas
destinadas a disminuir la desigualdad de rentas. Así, mientras que el nivel de vida mejoró, la
distribución de ingresos empeoraría.

Una de las principales consecuencias de la modernización de España fue el progresivo abandono de las
costumbres inspiradas en la moral católica tradicional. El bienestar económico, el impacto cultural del
turismo y la propia reforma interna de la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano II impulsaron unos nuevos
hábitos en la sociedad española.
Los niveles de renta mejoraron de forma considerable durante estos años, si bien las desigualdades no
lo hicieron en la misma medida. Se introdujo el consumo de masas mediante el acceso de la población
a bienes de consumo duraderos poco antes impensables, como teléfonos, frigoríficos, televisores,
automóviles, etc. Pero la contrapartida para el régimen fue la continua erosión de su base social y
cultural, pues amplios sectores de la población, y especialmente de las clases medias, serían los
impulsores de la petición de un cambio en la naturaleza del régimen dictatorial. Durante estos años se
produjeron avances notables de los sistemas de asistencia social, gracias al nacimiento de una
embrionaria seguridad social —sanidad y seguros sociales—; la educación, incluida la superior, fue
extendiendo sus beneficios a un mayor número de personas. Empero las deficiencias y cortedad de
muchas de estas medidas eran evidentes. Por ejemplo, la vivienda continuó siendo un bien escaso, caro
y de mala calidad, pese a la propaganda del régimen en torno a las viviendas de protección oficial. De
hecho, en este periodo, la clase alta se sitúa entre el 2 y el 4% de la población; la media entre el 41 y
47% y la baja entre el 49 y el 57%.

Esperanza de vida al nacer (años) en España (1940-1970)

AÑO HOMBRES MUJERES


1940 47 53
1950 60 64
1960 67 72
1970 70 75

A finales de los sesenta, la situación de la educación en España no era muy halagüeña, no pudiendo si
quiera garantizarse todos los puestos escolares necesarios por el crecimiento demográfico. Para intentar
remediar esta situación se promulgó la Ley General de Educación en 1970; sin embargo, muchas de las
carencias continuaron, y no sería hasta la llegada de la democracia cuando se pudo garantizar a la
población un sistema educativo universal e igualitario.

5. LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL RÉGIMEN

Los años que siguieron a la guerra civil fueron para los opositores al régimen muy duros. La fuerte
represión, acompañada de las victorias del Eje, crearon la idea de que la dictadura sería imposible de
vencer. Sólo existía la posibilidad de que el régimen fuera sustituido por una monarquía autoritaria,
apoyada por las Fuerzas Armadas y los sectores más favorecidos económicamente —industriales,
financieros y terratenientes—, lo que no era un consuelo ni para los republicanos ni para la izquierda.
Sin embargo, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, pareció que el régimen sería derrotado por
las potencias vencedoras. Ansón, en su obra sobre Don Juan, señala explícitamente que los aliados
pensaron en invadir España con objeto de establecer un régimen político monárquico, aliado de
occidente. Incluso Gil-Robles en nombre de don Juan, se entrevistará con el dirigente socialista
Indalecio Prieto en 1948. Pero, la Guerra Fría, que ya se vislumbraba, y que se inauguraría con el
célebre discurso de Winston Churchill en la Universidad de Fulton, donde expresó la célebre teoría de
Telón de Acero, y con la Doctrina Truman —ayudar a todos los países amenazados por los
comunistas—, truncó todas las esperanzas de monárquicos, republicanos e izquierdistas.
A partir de ese momento, la oposición al régimen entrará en un período de largo languidecimiento del
que no se recuperará hasta finales de los años 50. Las divisiones existentes entre los distintos grupos
integrantes, unidas a la fuerte represión interna —en 1963, se creará el Tribunal de Orden Público—,
no iba a favorecer su acción.

Tras años de distanciamiento, en 1948, Franco y Don Juan se reunieron por primera vez en el yate Azor,
para hablar de la restauración de la monarquía. En aquellas fechas, Don Juan ya había descartado la
posibilidad de una restauración monárquica inmediata y sus preocupaciones estaban orientadas en la
formación de su hijo Don Juan Carlos en España. Las declaraciones favorables al régimen efectuadas
por Don Juan en 1951, favorecieron cierto nivel de tolerancia del régimen hacía los grupos de oposición
monárquica en el interior. Sin embargo, Don Juan siempre mantuvo una postura ambivalente para no
cerrar las puertas a un posible entendimiento con la oposición en el exilio. De hecho, la ausencia de
cordialidad fue la nota más característica de las sucesivas reuniones de Franco y Don Juan, y cada
acercamiento fue seguido de recíprocas muestras públicas de recelo y desconfianza.

Una nota común a toda la oposición moderada fue su coincidencia en torno al europeísmo. En este
contexto, se inscribió la reunión convocada por Salvador de Madariaga en Munich (1962), en la que
participaron más de un centenar de representantes de la oposición moderada. En la misma, se llegó a
un texto común en el que se reclamaba el respeto a los derechos humanos, a la identidad de las regiones,
a las instituciones representativas y el reconocimiento de partidos y sindicatos. La reacción de Franco
fue contundente: la prensa oficial recibió la orden de que la reunión fuera denominada contubernio, se
suspendió el Fuero de los Españoles, y algunos de los asistentes a la reunión, como Fernando Álvarez
de Miranda, fueron confinados al volver a España.

Al margen de esta oposición tradicional, a lo largo del franquismo fueron apareciendo grupos de
carácter revolucionario como el conocido Frente de Liberación Nacional (FELIPE). En todo caso, la
oposición al franquismo se caracterizaba, ante todo, por su fragmentación en múltiples grupos y su
excesivo personalismo. Existía la oposición interior y la del exilio, la pacífica y la violenta, la social y
la política, la tolerada y la perseguida, la de izquierdas y la conservadora, la reformista y la rupturista,
etc.

La oposición que más preocuparía al régimen, ya en la década de los sesenta, sin ser la más
representativa, era la de las bandas armadas. Las acciones de Euzkadi Ta Askatasuna (ETA), del Frente
Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y de los Grupos Revolucionarios Antifascistas
Primero de Octubre (GRAPO), minaron uno de los pilares más sólitos del régimen: el orden público.
ETA nació en 1959, iniciando sus actividades delictivas a mediados de los sesentas. El primer asesinato
data de 1968. Durante la dictadura, y también en la transición a la democracia, gozó de un considerable
respaldo social que le permitió superar los sucesivos golpes recibidos de la policía, y sus propias
divisiones internas. El compromiso de una parte importante del clero vasco con la causa nacionalista
radical demostró el grado de connivencia de la sociedad vasca con ETA. Este apoyo se manifestó,
especialmente, en la campaña nacional e internacional en favor de los nueve condenados a muerte en
los juicios de Burgos de diciembre de 1970. Franco, entonces, decidió conmutar las penas por condenas
a cadena perpetua.
Mucho más numerosa era la oposición social nacida con la aprobación de la Ley de Convenios
Colectivos (1958), que permitía la participación de los trabajadores en la negociación de las condiciones
laborales. El sindicato ilegal Comisiones Obreras (C.C.O.O.) logró infiltrarse en la organización
sindical franquista, obteniendo grandes éxitos en las elecciones sindicales desde 1967. Esta
organización, a pesar de estar vinculada al PCE, supo atraerse con su mentalidad abierta y pragmática
a muchos trabajadores que no participaban del ideario comunista. La conflictividad laboral aumentó
extraordinariamente en Asturias, Madrid, Vascongadas y Cataluña —las regiones más
industrializadas—. Se pasó de un millón y medio de jornadas perdidas por huelgas en 1966, a catorce
millones en 1974. Aunque sus fines fueran teóricamente laborales, el gran número de huelgas por
solidaridad indican que se trataba de protestas al régimen.

La oposición moderada y tolerada la formaban políticos y tecnócratas jóvenes del régimen, partidarios
de una evolución lenta hacía la democracia. Parte de esta oposición se organizó en torno al grupo Tácito
—nombre de un artículo semanal publicado en el diario católico Ya—, formado mayoritariamente por
democristianos. Dentro de la oposición moderada estaban también los monárquicos liberales —
dirigidos Joaquín de Satrústegui—, cuyas actividades, meramente testimoniales, se circunscribían a la
reivindicación de la figura de Don Juan.

Para la mayoría de los españoles, sin embargo, oposición era sinónimo de comunismo. El PCE era el
partido clandestino más activo en los círculos universitarios, sindicales y culturales. La transformación
más notable dentro del PCE, bajo la dirección de Santiago Carrillo, tendrá lugar con la denuncia hecha
a la política exterior de la URSS tras la invasión de Checoslovaquia y la asunción de posturas
eurocomunistas, que suponían también el deseo de abrir el partido a los movimientos sociales.

Respecto al otro gran partido de la izquierda, el PSOE, las luchas internas entre el exilio —unos 1.000
seguidores, dirigidos por el histórico líder Rodolfo Llopis— y el interior —unos 2.500 militantes, la
mayoría andaluces, vascos y madrileños— debilitaban la organización. En el Congreso de Suresnes
(Francia), de 1974, la alianza entre Pablo Castellanos (Madrid), Enrique Múgica (Vascongadas) y
Alfonso Guerra (Andalucía), más la automarginación del líder de la Unión General de Trabajadores
(U.G.T.), permitieron a Felipe González convertirse en secretario general. A partir de entonces,
comenzó la política de atracción de la militancia de otros grupos menores como el antiguo FELIPE, la
Unión Socialista Obrera (U.S.O.) y otras formaciones autodenominadas socialistas.

Un papel destacado, a partir de finales de los años cincuenta, será representado por el movimiento
estudiantil. En su seno, se forman un buen número de pequeñas organizaciones de orientación
comunista o socialista, y será el protagonista de buena parte de los conflictos sociales a los que tuvo
que hacer frente el régimen. En este ámbito destaco la Asociación socialista Universitaria (ASU).

También hay que destacar el papel jugado por amplios sectores de la Iglesia Católica que, a partir del
Concilio Vaticano II, mostraron una preocupación social evidente que acabó derivando en una creciente
oposición al régimen, promovida desde la Santa Sede, y que dio lugar a crecientes conflictos entre la
clase política y la jerarquía eclesiástica. Es más, un número creciente de sacerdotes comprometidos con
las libertades y los derechos humanos, abrieron sus iglesias a reuniones ilegales de las que formaron
parte en no pocas ocasiones. La respuesta del régimen fue un endurecimiento de su postura frente a
estos sacerdotes, abriendo una cárcel en Zamora, con objeto de recluirlos.
Los últimos años del franquismo estuvieron presididos por los intentos de coordinación de los distintos
grupos políticos, en busca de orquestar una alternativa seria al agónico sistema político. La Junta
Democrática, apadrinada por socios tan distintos como el comunista Santiago Carrillo y el monárquico
y miembro del Opus Dei Rafael Calvo Serer, y en la que estaban presentes el grupo socialista de Enrique
Tierno Galván y los carlistas de izquierda —su modelo político era una monarquía popular, con una
economía autogestionaria, similar a la de la Yugoslavia de Josip Broz Tito—, dirigidos por Carlos Hugo
de Borbón-Parma, más regionalistas e independientes, se constituyó en 1974. El objetivo de la misma
era constituir un gobierno provisional de transición a la democracia. La noticia pasó desapercibida en
España gracias a la censura. En 1975, el PSOE renovado, promovió la Plataforma de Convergencia
Democrática, compuesta por los democristianos de Enrique Ruiz Giménez, los socialdemócratas y los
grupos de extrema izquierda encendidos del PCE, como la Organización Revolucionaria de los
Trabajadores (O.R.T.) y el Movimiento Comunista (M.C.). Las dos grandes coaliciones de partidos de
oposición estaban condenados a entenderse entre otras razones porque no había unidad ideológica
interna en ninguna de ellas. Ambas coincidían en descartar la reforma del régimen franquista y en
propugnar la ruptura democrática. Ya muerto Franco, ambos colectivos se unieron en la llamada
Platajunta, que sirvió de interlocutor de la oposición con el gobierno Suárez.
MODULO V

1. EL FINAL DEL RÉGIMEN Y LOS COMIENZOS DE LA


TRANSICIÓN. CARACTERIZACIÓN.

1.1. El final del franquismo y los comienzos de la Transcición. Juan Carlos I, Jefe del Estado
en funciones

El 20 de diciembre de 1973, el almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno, era asesinado
por la banda terrorista ETA. Comenzaba entonces un periodo histórico que acabaría 23 meses después,
el 20 de noviembre de 1975, y que se caracterizaría por la inestabilidad y la crisis.

La respuesta correcta al magnicidio hubiese sido que Torcuato Fernández Miranda, vicepresidente del
Gobierno con Carrero y presidente en funciones, tras el asesinato de éste, hubiera sustituido al fallecido;
sobre todo, teniendo en cuenta su irreprochable actuación tras conocer la noticia del atentado. Sin
embargo, la camarilla de El Pardo, encabezada por Carmen Polo, esposa del Caudillo, desconfiaba de
él, como también lo hacía del otro posible sustituto, el también almirante Pedro Nieto Antúnez. Por
eso, forzó la designación de Carlos Arias Navarro, ministro de la Gobernación con Carrero, y, por tanto,
responsable de su seguridad. Su nombramiento sorprendió a todo el mundo. Pero, tenía su explicación.
Hombre de la total confianza de Carmen Polo y de su yerno, el marqués de Villaverde, antijuancarlista
fanático, carente de clientela propia y de carisma personal, se había mantenido al margen de las
polémicas políticas de los últimos meses. Reunió a los dos sectores del franquismo, inmovilistas y
aperturistas, sin poder ejercer un liderazgo firme sobre ellos. Así, el Gobierno careció de una línea
política coherente, basculando entre la apertura, promovida por el tándem Pio Cabanillas Gallas —un
hombre de Fraga— y Antonio Carro, y el inmovilismo del ministro secretario general del Movimiento,
José Utrera Molina, un falangista ortodoxo.

El programa del nuevo gobierno se concretó en el discurso del presidente del Gobierno ante las Cortes
el 12 de febrero de 1974. El llamado "espíritu del 12 de febrero" suponía un alineamiento claro del
gobierno con las posiciones de los sectores aperturistas. A pesar de las limitaciones del programa de
gobierno, Pío Cabanillas supo trasmitir la sensación de cambio mediante una actitud permisiva con la
prensa.

Los esfuerzos de Cabanillas por presentar a Arias como un reformista prudente, sufrieron un duro golpe
cuando el 2 de marzo de 1974, se ejecutó a garrote vil al delincuente polaco Heinz Chez, y al anarquista
catalán Salvador Puig Antich, pese a las peticiones de clemencia que se cursaron desde todas las
instancias internacionales. En el mismo mes de marzo, Monseñor Añoveros, Obispo de Bilbao,
denunciaba en una homilía la represión de los signos de identidad vascos. El gobierno ordenó el arresto
domiciliario del obispo y le instó a abandonar España. La Conferencia Episcopal respaldó a Añoveros
y amenazó a las autoridades con la excomunión en caso de persistir en su actitud. Desde un punto de
vista interno, la crisis era extremadamente grave. España seguía siendo un estado confesionalmente
católico, a pesar del distanciamiento que la jerarquía eclesiástica había ido imponiendo en sus
relaciones con el régimen. Los sectores más inmovilistas del régimen, en cambio, lo consideraban una
traición.
En poco menos de un mes el "espíritu del 12 de febrero" se había convertido en papel mojado. A pesar
de que no se había producido ningún cambio que avalase el supuesto programa liberalizador del
gobierno, la extrema derecha reaccionó de forma contundente. La principal víctima de la reacción de
ésta fue el teniente general Manuel Díaz Alegría, Jefe del Alto Estado Mayor, y el militar más
comprometido con la apertura —se le consideraba el Spínola español, pues se pensaba que a semejanza
del general portugués de ese apellido que había puesto fin a la dictadura de Antonio Oliveira Salazar,
él haría lo mismo con la franquista—.

El 9 de julio de 1974, Franco tuvo que ser ingresado en un hospital aquejado de una flebitis. El Caudillo
decidió ceder temporalmente los poderes de la Jefatura del Estado. Los sectores más aperturistas del
régimen creyeron que había llegado la hora del relevo definitivo, de la restauración de la monarquía en
la persona de Don Juan Carlos. Su sola insinuación bastó a Franco para decidirse a recuperar la Jefatura
del Estado el 2 de septiembre del mismo año. Sin embargo, lo cierto es que, desde su reincorporación
a la Jefatura del Estado, España vivió en una situación de incertidumbre y provisionalidad. En aquellos
momentos, el ministro Cabanillas concitaba la animadversión de los sectores inmovilistas del régimen.
Fue acusado de ser el inspirador del relevo definitivo de Franco y su cese, el 29 de octubre, provocó
una oleada de dimisiones en cadena. El Gobierno de Arias quedó sin representación de los sectores
aperturistas del régimen.

Por otra parte, el Gobierno Arias tuvo que enfrentarse a una escalada de violencia callejera y de
terrorismo. El gobierno endureció la legislación antiterrorista fijando la pena de muerte obligatoria para
los asesinos de miembros de las Fuerzas de Seguridad con efectos retroactivos. El 27 de septiembre de
21975, fueron ejecutados 5 terroristas de ETA y el FRAP desoyendo las peticiones de clemencia
cursadas desde El Vaticano hasta Don Juan de Borbón. Las ejecuciones desataron una campaña
internacional de condena en toda Europa. Desde 1947, el franquismo no había padecido una
reprobación internacional tan contundente, que se quiso contrarrestar con el acto multitudinario
celebrado el 1 de octubre de 1975, en la plaza de Oriente de Madrid, donde quedó claro la decrepitud
del dictador. El 12 de octubre, Franco cayó enfermo. El 20 de noviembre de 1975, a las 5.25, Franco
murió. Los intentos de la camarilla de El Pardo para prolongar su vida hasta que Alejandro Rodríguez
Valcárcel, un regencialista falangista, pudiera ser reelegido presidente de las Cortes resultaron
infructuosos.

1.2. Concepto de transición. Caracterización.

Por transición política, en términos estrictos, se entiende un proceso, que se opera en ciertas sociedades
en una determinada coyuntura histórica, de paso controlado de un sistema político a otro, y siempre en
el mismo sentido: van desde regímenes de poder autoritario a otros de poder democrático.

En el caso español, la transición sería aquel período de límites imprecisos, que preside la vida política
española durante los años setenta y comienzos de los ochenta. Con un hecho puntual de notable
trascendencia, la muerte del General Franco el 20 de noviembre de 1975, pero con unos orígenes
imprecisos que anteceden a esa fecha y un desenlace que se produce en la década siguiente.
Los numerosos estudios históricos sobre la transición española, especialmente a partir de 1995, no
coinciden en la elección de una fecha de inicio del proceso, si bien, todas las que se apuntan tienen la
suficiente importancia como para ser mencionadas simbólicamente. Charles T. Powell, investigador
británico, elige el asesinato de Carrero Blanco como momento preciso para el despegue. Tusell y Soto
optan por la muerte de Franco. Puell de la Villa, por su parte, se inclina por el año 1959, fecha de la
elección de Juan Carlos como sucesor a título de Rey. Sin embargo, otros sucesos como la proclamación
de don Juan Carlos como sucesor de Franco en 1969, el juicio de Burgos de diciembre de 1970 o la
primera enfermedad de Franco en julio de 1974, podrían competir con la fecha mencionada
anteriormente.

Este proceso político no fue desde un caso único. Otros países de la Europa del Sur, cómo Portugal y
Grecia; América del Sur y algo después los países del Este de Europa, experimentaron fenómenos que
tenían algunas similitudes con el español. De ahí que las “transiciones a la democracia” se hayan
convertido en una especie de modelo histórico-político de paso desde regímenes políticos autoritarios
y opresivos a otros de libertades, que son objeto de estudio en la actualidad por los llamados
Historiadores del Presente.

: En el caso español, la transición fue posible gracias a los cambios socio-económicos experimentados
como consecuencia del Desarrollismo franquista que crearon por primera vez una clase media potente,
aunque distinta de la europea en su conformación, capaz de sostener un régimen democrático. Pero, no
fue un proceso fácil, ya que el estado franquista era muy poderoso y en su seno existían fuerzas
contrarias al cambio político, especialmente en el seno de las Fuerzas Armadas (FAS), como ha
demostrado Muñoz Bolaños. Tampoco ayudó al desarrollo del proceso el terrorismo revolucionario de
izquierdas, representado sobre todo por el Grupo Revolucionario Armado Primero de Octubre
(GRAPO) y en mayor medida por el terrorismo nacionalista vasco de izquierdas de Euskadi Ta
Askatasuna (ETA), que afecto especialmente a las FAS y a las Fuerzas de Orden Público (FOP).

Igualmente, el proceso de transición se vio afectado por la crisis económica que comenzó en 1973 con
la subida del petróleo, provocada por la guerra del Yon Kippur, y que alcanzó mayor fuerza en 1979,
tras la caída del régimen del Sha de Irán.

En estas circunstancias, el proceso fue complicado, distinguiéndose las siguientes etapas:

● La primera, abarca desde diciembre a julio de 1975-1976, cuando algunos políticos y grupos,
encabezados por el franquista no monárquico Carlos Arias Navarro intentaron consolidar una
monarquía franquista con unos retoques mínimos de las Leyes Fundamentales. La oposición, desde
la moderada que se había generado dentro del propio régimen hasta la antifranquista más radical,
no aceptó este planteamiento, como tampoco lo hizo la Corona, terminando en un sonoro fracaso,
que se plasmó en la dimisión-cese de Arias Navarro.
● La segunda etapa cubre desde julio de 1976 a junio de 1977. Está dirigida por Adolfo Suárez como
nuevo presidente del Gobierno, y Torcuato Fernández-Miranda como presidente de las Cortes y del
Consejo del Reino. El objetivo es el establecimiento de un sistema democrático, pero
sin romper la legalidad vigente en ningún momento yendo, como se dijo, “de la ley a la ley”. Fue
el momento más delicado del proceso, y dónde la dialéctica entre los “transicionistas”, de una parte,
el inmovilismo franquista, de otra, y la oposición antifranquista “rupturista”, desde fuera del
sistema, triunfando los primeros. Esta etapa culminó con las elecciones generales del 15 de junio
de 1977, donde venció la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido de Suárez, y pudo
presentarse el Partido Comunista de España (PCE), tras una legalización traumática, que estuvo a
punto de provocar la intervención de las FAS.
● La cuarta etapa abarca de junio de 1977 a diciembre de 1978, cuando se aprueba la constitución de
1978, elaborada por consenso y donde destacaron los acuerdos entre la UCD y el Partido Socialista
Obrero Español (PSOE), grupo mayoritario de la izquierda. El desarrollo de la transición en sentido
estricto queda concluido en sus líneas esenciales con el referéndum que apoya la nueva
Constitución.
● La quinta fase abarca de enero de 1979 a octubre de 1982. A partir de ahí, intervienen los
mecanismos de la consolidación democrática, que quedan definidos en tres hechos de enorme
trascendencia: El fin del intervencionismo militar, tras el fracaso de los golpes de Estado del 23 de
febrero de 1981 y el 27 de octubre de 1982; la incorporación a la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), lo que supone el inicio de la definitiva integración en las estructuras de
Occidente, y que culminará en 1986 con la incorporación a la Comunidad Económica Europea
(CEE), y la alternancia en el poder, que se plasma en la crisis de la UCD y en el triunfo del PSOE,
por una amplia mayoría absoluta en las elecciones del 28 de octubre de 1982.

En conclusión, podemos decir que en la transición española a la democracia, la iniciativa acabó


llevándola el conjunto de reformistas, más o menos avanzados, que habían aparecido dentro del propio
régimen después de los años 60, y que desarrollaron las acciones esenciales. Pero también destacó la
actitud del pueblo español y de la Corona, en la persona del rey Juan Carlos y algunos de sus mentores
más allegados, como Fernández-Miranda, que impulsaron el proceso también.

2. LOS PRIMEROS GOBIERNOS PRECONSTITUCIONALES: ARIAS NAVARRO Y


ADOLFO SUÁREZ.

2.1. El Gobierno de Carlos Arias Navarro (1975-1976)

El 20 de diciembre de 1975, fecha de la muerte del general Franco, existían tres posibilidades de
evolución para nuestra Nación. Eran:
1. Continuación del Franquismo. Era la que más atraía a los dirigentes franquistas más inmovilistas.
Para lograrlo, era necesario transformar el régimen en un híbrido político a base de retocar sus
Leyes Fundamentales para acomodarlas a una democracia limitada, sin izquierda pura, lo que
significa sin partidos comunistas ni socialistas.
2. Establecimiento de un sistema democrático por evolución del régimen franquista. Era el objetivo
de los reformistas del régimen. Para ello, abogaban por poner en marcha un mecanismo que fuese
ajustándose por etapas, de manera lenta, a un cambio real que aseguraría mejor el mantenimiento
del orden social existente. El arquetipo de esta postura tal vez era la de Manuel Fraga.
3. Ruptura con el franquismo y puesta en marcha de un proceso constituyente. Era la postura
defendida por la oposición al régimen.

El nuevo Jefe del Estado, Juan Carlos I, que juró su cargo “a título de rey” ante las Cortes el 22 de
noviembre de 1975, era partidario de un transición a la democracia sin rupturas, que no pusiera en tela
de juicio su magistratura. Pero pronto se encontró con un problema: ¿Quién sería su Presidente del
Gobierno? Su mentor político Torcuato Fernández-Miranda rechazó este puesto, asegurando al rey que
sería más útil como sustituto de Rodríguez de Valcarcel en la Presidencia de las Cortes y del Consejo
del Reino, ya que esta última institución era la encargada de elegir al presidente del Gobierno2. En estas
circunstancias, y dado que tanto Fernández-Miranda como el rey consideraban muy complicado
cambiar los dos principales cargos políticos de España a la vez3, se optó por confirmar a Carlos Arias
Navarro en el puesto de presidente. Pero la “confirmación” y no la continuidad, en lo que el rey insistió
de forma pública, significaba que no se aceptaba la mera continuación de un mandato originado en el
régimen anterior y, por tanto, que debía procederse a la dimisión y nueva formación de un gabinete.
Arias Navarro aceptó los deseos del monarca sobre algunos de los ministros y el nuevo gabinete tomó
posesión el 13 de diciembre de 1975. En la exposición del programa de gobierno ante las Cortes
realizada por el nuevo presidente del Gobierno, Álvaro Soto destaca cinco puntos fundamentales:

1. Ensalzamiento del régimen anterior.


2. Concepción de la solución monárquica en el más puro sentido franquista.
3. El Movimiento debía ser un mecanismo para perfeccionar el sistema.
4. Admitía el regionalismo dentro de un estado unitario y fuerte.
5. Se mostraba favorable a la apertura de canales de participación.

El nuevo Gobierno tenía tres vicepresidencias, las de Defensa, Gobernación y Hacienda, desempeñadas
respectivamente por el general Fernando de Santiago y Díaz de Mendivil, un militar monárquico, pero
muy franquista; Fraga Iribarne, y Juan Miguel Villar Mir, otro miembro del Opus Dei. Formaban parte
de el también José María de Areilza en la cartera de Asuntos Exteriores, Alfonso Osorio en el ministerio
de la Presidencia; Adolfo Suárez en la Secretaría General del Movimiento; Rodolfo Martín Villa, en
Relaciones Sindicales, y José Solís Ruiz, en Trabajo donde fue destinado, por influencia de Torcuato
Fernández Miranda, para que Suárez ocupase la secretaría general del Movimiento.

Se trataba de un gabinete mixto, donde coincidían viejas figuras del franquismo inmovilista, como
Solis; militares duros, como De Santiago y sobre todo el almirante Gabriel pita da Veiga, ministro de
Marina; “reformistas” del régimen, como Fraga, y opositores muy moderados al régimen, como el viejo
monárquico Areilza. Esta amalgama de ideologías impidió que este gobierno funcionase como un
verdadero equipo.

2Fue
nombrado por el rey, el 3 de diciembre de 1975, una vez finalizado el mandato, el 26 de noviembre, del anterior
presidente, Rodríguez de Valcárcel.
3El candidato del Rey para la Presidencia del Gobierno formando tanden con Fernández-Miranda era el antiguo ministro

franquista y miembro del Opus Dei José María López de Letona. A esta opción, se la denominó Operación Lolita, pero
nunca pudo culminarse.
Pero, ¿qué se esperaba de este gabinete? La opinión pública más democrática que, cuando menos,
siguiese activando las reformas que se habían propuesto en etapas anteriores como la famosa ley de
asociaciones. Sin embargo, visto en perspectiva, y de acuerdo con las memorias de Fernández- Miranda,
tanto este político como el propio rey, lo único que esperaban era que Arias Navarro se quemase como
gobernante, pero que también lo hicieran Fraga y Areilza, que se postulaban como futuros presidentes
del Gobierno, y cuya fuerte personalidad no era del agrado del Jefe del Estado ni de su mentor. Ellos
ya habían decidido el sustituto de Arias Navarro: Adolfo Suárez.

En esta situación de impasse, Fernández-Miranda se dedicó a diseñar la posible reforma del sistema de
forma controlada. De ahí que emprendiera operaciones para dar cierto protagonismo a las Cortes
heredadas del franquismo en tal reforma, si se conseguía tenerlas en posición favorable. Sin embargo,
en las Cortes estaban precisamente los mayores apoyos del régimen del general Franco, tanto por los
procuradores que las formaban como en los consejeros del Consejo Nacional del Movimiento –la
“Cámara Alta” del franquismo-, además de en los sindicatos verticales. Eran el “búnker”, como se
conocían popularmente. A pesar de esta oposición, Fernández Miranda continuó con sus proyectos.

Así, en febrero de 1976 se creó la comisión mixta entre gobierno y Consejo Nacional del Movimiento
para avanzar en la reforma política. Pero a la altura de abril, la reforma que anunció Arias en abril de
1976 era un despropósito: la creación de un sistema político de representación bicameral, pero que se
compondría de representantes por sufragio junto a otros de representación corporativa, más un jefe de
Gobierno designado por un consejo que no estaría obligado por los resultados electorales. Semejante
propuesta suponía la modernización del franquismo, pero también su continuación. Más interesante, ya
que formaba parte de los proyectos de Fernández Miranda, fue la aprobación del Procedimiento de
Urgencia en las Cortes, que provocó la protesta de los sectores inmovilistas, y también que el 26 de
mayo de 1976, las Cortes aprobaran, una Ley Reguladora del Derecho de Reunión, y el 9 de junio, otra
Ley Reguladora del Derecho de Asociación. Ambas leyes fueron defendidas en las Cortes por Adolfo
Suárez.

Mientras el Gobierno seguía paralizado por la incapacidad de Arias Navarro de reformar un sistema
político del que era devoto y en el que seguía creyendo, la opinión publica española comenzó a
movilizarse pidiendo cambios políticos. Las primeras manifestaciones tienen lugar en la primavera de
1976. En algunos casos, estas manifestaciones se mezclaron con conflictos laborales, como así ocurrió
en la huelga general de Victoria, el 3 de marzo de 1976, donde las FOP causaron 5 muertos. En una
línea distinta hay que situar los “Sucesos de Montejurra” el 9 de mayo, en el curso de una tradicional
concentración carlista donde se enfrentaron facciones de esa misma ideología, con armas de fuego,
muriendo dos personas. Fraga, ministro de la Gobernación, respondió a todos estos incidentes, con una
célebre frase, “la calle es mía”, que acabó con su imagen reformista, convirtiéndose a partir de entonces,
para la opinión pública, en el representante de la derecha más dura, y quedando absolutamente
incapacitado para ser el sucesor de Arias Navarro.

Con Fraga incapacitado, Areilza fracasado en la cartera de exteriores, y Arias Navarro demostrando
que no tenía voluntad de reformar el sistema, el rey y Fernández-Miranda decidieron dar el golpe de
gracia al gobierno, mediante dos acciones, vinculadas con el principal aliado de España: los Estados
Unidos. La primera fueron las declaraciones a la revista Newsweek, publicadas el 26 de abril, en las
que el rey decía que la acción política de Arias era un “desastre sin paliativos que se ha convertido en
el soporte de los leales a Franco, conocidos como el “búnker”. La segunda fue el viaje del rey a los
Estados Unidos y las declaraciones hechas en el Congreso, el 2 de junio, en las que aseguró que en
España se implantaría una democracia plena.

El objetivo de estas dos acciones era provocar la dimisión del presidente del Gobierno, lo que se logró
el 30 de junio. La dimisión fue presentada el 1 de julio, y entonces se puso en marcha el mecanismo
para la designación de un nuevo presidente que tenia que pasar por el trámite de la propuesta de una
terna de nombres por el Consejo del Reino al rey.

Las impresiones en los círculos políticos y en la opinión pública apuntaban hacia alguna de las personas
que eran más conocidas por su disposición al cambio. Probablemente era José María de Areilza el mejor
calificado. El propio Areilza así lo creía así. La cuestión era que cualquier nombre tenía que pasar por
el filtro de esa terna propuesta por el Consejo del Reino. Y este organismo no se caracterizaba
precisamente por su aperturismo.

El Consejo del Reino empezó de inmediato sus sesiones, una vez conocida la dimisión de Arias
Navarro, bajo la presidencia de Torcuato Fernández Miranda, pues en 48 horas tenia que presentar su
tema al rey. Su candidato era, como ya sabemos, Adolfo Suárez, aunque éste no tuviese ningún pasado
político reformista, sino discretamente acomodaticio. Tras un difícil trabajo, el Consejo presentó una
terna final en la que figuraban Federico Silva Muñoz, Gregorio López Bravo y Adolfo Suárez. Es
indudable que sus dos acompañantes eran mucho más conocidos y tenían más prestigio que Suárez.
Pero eso era indiferente. El rey podía elegir a quien quisiera dentro de la terna, y eligió a Suárez, lo que
se hizo público el 3 de julio. El rey tenía a su tanden soñado para la reforma: Fernández-Miranda y
Suárez, aunque faltaba un último integrante de gran importancia: El teniente general Manuel Gutiérrez
Mellado, que se encargaría de una labor muy complicada: La transición y consolidación democrática
en las FAS.

2.2. El Gobierno Suárez. La Ley para la Reforma Política y las primeras elecciones
democráticas.

Se trata sin duda de la fase decisiva de la transición, ya que durante el primer año de Gobierno de este
abulense, comprendido entre el 3 de julio de 1976 y el 15 de junio de 1977, se desmantelaría la
estructura política franquista y se celebrarían unas elecciones generales a diputados para unas Cortes
normalizadas en dos Cámaras representativas, Congreso y Senado.

Inicialmente, el nombramiento de Suárez desconcertó prácticamente a todo el mundo dentro y fuera de


España, a la opinión política y a la prensa. Suárez era tenido por un hombre del “Movimiento” sin más
méritos, y se consideró un retroceso.
Tal vez por estas razones, Suárez tuvo muy notables dificultades para constituir un gobierno por la
negativa de integrarse en él de la práctica totalidad de los políticos s del momento (Areilza, Fraga, Silva
Muñoz, etc). No obstante, contó con el apoyo de Osorio y del rey, que le proporcionaron s nombres,
como Marcelino Oreja Aguirre, un democristiano con prestigio en Europa, que sería ministro de asuntos
Exteriores. En el nuevo gabinete, cuya composición se hizo pública el 8 de agosto de 1976, había veinte
Carteras. Predominaban políticos jóvenes procedentes en general de las huestes demócrata-cristianas,
oposición moderada al franquismo, junto a un grupo de los que luego se llamarían azules, los
reformistas procedentes del aparato anterior, del Movimiento, hombres de la generación de los sesenta.
Por estas razones se le llamó el Gobierno de los PNN, en tono jocoso, ya que ese acróstico significaba
Profesor No Numerario.

El día 16 de julio se presentó públicamente el gabinete exponiendo un programa de actuaciones. Su


objetivo era realizar la reforma política del sistema bajo dos s premisas:

1. Respetar la legalidad franquista, para impedir una intervención de la FAS, ya que de acuerdo con
la Ley Orgánica del Estado (1967), eran las garantes del orden constitucional franquista.
2. La reforma debería ser aceptada por todas las fuerzas políticas para dotarla de legitimidad. Por
tanto, era necesario el apoyo de la oposición, que pasaría desde la ruptura (se entiende que con el
régimen anterior), a la ruptura pactada, después a la reforma, hasta llegar a la reforma pactada.

El día 10 de octubre, se había dirigido Adolfo Suárez a la nación exponiendo sus proyectos. Un poco
antes, el día 8, había reunido sin publicidad a lo que empezó a conocerse como la “cúpula militar”,
capitanes generales y generales con cargos s, a los que explicó el alcance de la reforma. Era una hábil
manera de tranquilizar a las cabezas de uno de los más peligrosos escollos para cualquier cambio.
Suárez aseguró a los reunidos que el PCE no sería legalizado y que no había peligro de perder unas
elecciones.

La pieza clave para lograr este objetivo fue la Ley para la Reforma Política, que tenía carácter de Ley
Fundamental, y sería la última norma jurídica de este tipo. Este documento obra, en sus ideas básicas,
de Fernández Miranda, se presentó, como anteproyecto, al Consejo de Ministros el 24 de agosto de
1976. El texto original de la misma era muy breve: cuatro artículos, con varios apartados cada uno, y
una disposición transitoria. Después de declarar que “la democracia es la organización política del
Estado español”, establecía unas Cortes elegidas por sufragio universal y compuestas de dos cámaras,
Congreso y Senado: la primera, de 350 miembros elegidos por sufragio, mientras que el Senado tenía
más bien un tinte corporativo, pues se componía de 250 miembros, de los que 102 eran electivos pero
el resto designados. Antes de aprobar la reforma, el rey podría someterla a referéndum del pueblo. La
disposición transitoria era también clave, pues en ella se facultaba al gobierno para organizar por
decreto-ley las primeras elecciones que habrían de celebrarse, y se mencionaba explícitamente con la
palabra “partido” a los organismos que habrían de recibir los votos.

En este texto tan breve, se contenía toda la esencia de la transición a la democracia. El día 6 de
septiembre se dio el visto bueno a un texto ligeramente retocado, y el día 10 se aprobaba definitivamente
con el nuevo nombre de Ley para la Reforma Política (LRP). El día 11 se la dio a conocer al Consejo
Nacional del Movimiento y se anunció por televisión su existencia a todo el país.
Tras los trámites legales correspondientes, el Pleno de las Cortes lo debatió durante los días 16, 17 y
18 de noviembre, resultando aprobado por 425 votos afirmativos, 59 votos negativos y 13 abstenciones.
La votación fue nominal, forma impuesta por el presidente. Nadie hubiera podido suponer un éxito
semejante.

La razón de porque unas cortes franquistas aprobaron una reforma de este tipo fue porque se les aseguró
la conservación de su status, el predominio de la derecha, la inexistencia de petición de
responsabilidades al régimen anterior, o el mantenimiento en la ilegalidad de la izquierda más agresiva.
Y en esencia, así ocurrió, ya que si bien la izquierda se legalizaría, los franquistas mantuvieron su
posición en el plano social.

La LRP fue sometida a referéndum popular el 15 de diciembre de 1976. Por las razones ya dichas, toda
la oposición que no creía en aquella reforma no estaba dispuesta a apoyarla, pero tampoco se opuso de
manera frontal y la llamada que hizo fue a la abstención. La llamada tuvo escaso éxito, porque la
abstención realmente registrada en la votación rozó el 30% del electorado, salvo en el País Vasco,
donde fue superior, mientras los votos afirmativos entre los votantes subieron al 81%. Aquel resultado
significaba, en cualquier caso, un fortalecimiento significativo del camino emprendido.

Sin embargo, el proceso pronto se vería perjudicado por acciones del terrorismo. Los GRAPO habían
secuestrado al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, el 13 de noviembre
de 1976. El 24 de enero de 1977 se produciría la matanza de los abogados de un despacl1o laboralista
de la calle de Atocha, en Madrid, conocidos por su ligazón con el PCE, a manos de pistoleros de extrema
derecha, en un intento evidente de producir una convulsión en la izquierda. Los asesinatos terroristas
continuaron aún.

No obstante, estas dificultades fueron superadas, y la transición continuó, ahora con el objetivo de poner
en ejecución las previsiones de la LRP. La finalidad básica era crear un sistema de partidos necesario
para que en las elecciones previstas pudiesen representar la opinión pública del país de forma veraz.
Había que atraer a la reforma a toda la oposición y controlar aún fuertes resistencias de los mecanismos
y poderes ocultos que pretendían impedir la reforma a toda costa. La actividad política entre enero y
mayo de 1977 se orientó en lo esencial hacia la preparación de las elecciones generales.

Para poder comprender como se prepararon estas elecciones, es preciso analizar el papel de la oposición
en este periodo de gobierno de Adolfo Suárez.

2.3. La oposición antifranquista en la Primera Etapa de la Transición

La oposición antifranquista estaba agrupada en Coordinación Democrática4, presionó a favor de la


democratización desde el mes de septiembre de 1976. Además, reclamaba también como medida
inexcusable la concesión de una amnistía general para los delitos políticos que había inventado el
franquismo, pero esto no era posible sin modificar el Código Penal.

4Coordinación
Democrática o Platajunta fue un organismo unitario creado el 26 de marzo de 1976, fruto de la fusión de la
Junta Democrática de España (establecida en 1974 por el PCE y con la adhesión gradual de Comisiones Obreras (CCOO),
Partido Socialista Popular (PSP), Partido de los Trabajadores de España (PTE) e independientes) con el organismo rival,
Plataforma de Convergencia Democrática (establecida en 1975 por el PSOE, Movimiento Comunista, democristianos y
socialdemócratas).
Esa modificación que había fracasado en junio se aprobó por las Cortes el 14 de julio de 1977, y se
concedió una primera y muy parcial amnistía.

Pero el aspecto más es que Coordinación Democrática rechazaba una fórmula de reforma que para ella
significaba la continuidad del Franquismo, apostando por una fórmula ruptura democrática, es decir,
un procedimiento constituyente que a través de un gobierno provisional y unas elecciones generales
pusiera las bases de un nuevo sistema político y un nuevo Estado. No obstante, y a pesar de mantener
esta posición, desde muy temprana fecha después de la designación de Suárez, los contactos en secreto
entre el gobierno y miembros de la oposición se produjeron con alguna frecuencia.

El 10 de agosto Suárez recibe por vez primera a Felipe González, y poco después, el ministro del
Interior Martín Villa se entrevista con el líder nacionalista catalán Jordi Pujol. A pesar de estas
reuniones, el 4 de septiembre de 1976 tuvo lugar la reunión de todos los partidos de la oposición en el
hotel Eurobuilding de Madrid. Allí prevaleció el acuerdo político de mantener la opción de la ruptura
democrática con todo lo que significaba el régimen anterior y se rechaza cualquier otro proyecto. De
nuevo, en noviembre, los partidos de la oposición hacen públicas sus propuestas para avanzar en la
ruptura con una serie de condiciones: legalizaciones de partidos, supresión del Movimiento y los
Sindicatos Verticales, libertades totales y consulta popular controlada. Incluso llegaron a apelar al
Parlamento Europeo para que apoyase sus propuestas y rechazase el del Gobierno, pero la iniciativa
no prosperó. En todo caso, y en este punto la posición del Gobierno era inamovible: Reforma legalista
desde el Franquismo a la Democracia.

Todo cambio con la aprobación de la LRP. A pesar del relativo fracaso en la llamada a la abstención
en el referéndum experimentado por Coordinación Democrática, a comienzos del año 1977 este
organismo y las fuerzas integradas en él seguirían manteniendo la fórmula de ruptura democrática frente
a la de reforma. No obstante, la apertura de nuevas perspectivas era inevitable. Los partidos políticos
empiezan a negociar con el Gobierno de forma individual, abriéndose el camino hacia una ruptura, pero
“pactada”, que pronto se convertirá en una “reforma pactada”, es decir, con intervención de la oposición
una vez legalizada.

Resuelto este problema sobre la fórmula a seguir, existía otro de gran calado: la legalización del PCE,
que incluso, por motivos de estrategia política, llegaba a rechazar el líder del PSOE, Felipe González.
Para resolver este grave problema, Santiago Carrillo, líder del PCE, y Suárez, que ya tenían contactos
anteriores, se reunirían secretamente después, el 27 de febrero de 1977, en casa del abogado José Mario
Armero, acercando posiciones sobre cuales deberían ser las bases del sistema democrático: Bandera,
Jefatura del Estado, etc. Sin embargo, su legalización iba a provocar uno de los momentos de tensión
más s del periodo de Transición.

2.4. Los partidos políticos. Las elecciones de 1977

Aceptada por la oposición la participación en las elecciones, se inicia un periodo de consolidación y


articulación de los partidos políticos, que en principio resulta más sencillo en la izquierda, porque sus
señas de identidad están más definidas por su oposición al franquismo y por su base ideológica, e
incluso por su historia. Lo que ocurre con el PSOE, renovado en el XII Congreso en el exilio, en
Suresnes, en 1972, liderado por Felipe González y que era una pieza clave para el éxito de la Transición.

En el espectro de la oposición, y junto al PSOE habría que citar dos tipos de organizaciones políticas
más: las de izquierda, donde destacaba el Partido Socialista Popular (PSP) del profesor Enrique Tierno
Galván, o la Organización Revolucionaria de Trabajadores (OR1), partido de inspiración maoísta. El
segundo tipo eran las organizaciones de carácter regionalista, donde existían partidos muy antiguos
como el Partido Nacionalista Vasco (PNV), Unió Democrática de Cataluña (UDC), Esquerra
Republicana de Cataluña (ERC), y donde surgieron otros nuevos Pacte Democratic per Catalunya
(PDC), Jordi Pujol, la coalición Herri Batasuna, creada bajo el influjo de ETA, el Partido Socialista de
Andalucía-Partido Andaluz (PSA-PA). En Navarra o en Aragón, persistieron partidos de carácter
regional no estrictamente nacionalistas, como fueron Unión del Pueblo Navarro (UPN) o el Partido
Aragonés Regionalista (PAR), respectivamente.

En el caso de los reformistas del régimen, la situación era muy distinta. Políticos como Manuel Fraga,
Pío Cabanillas, José María de Areilza, entre otros muchos, comenzaron a constituir grupos políticos.
En el entorno del propio Suárez se movían otros personajes como el ministro Alfonso Osorio o
Landelino Lavilla que procedían en general de los grupos democristianos. Cabanillas y Areilza
constituyen en noviembre de 1976 el Partido Popular, que celebraba su primer congreso en febrero de
1977. A este grupo se unirían democristianos, liberales, socialdemócratas y un grupo de falangistas
reformistas conocidos como “azules”, cuyo personaje más conocido es quizás Rodolfo Martín Villa, y
donde se incluía el propio Suárez. Este conglomerado sería el germen de la Unión de Centro
Democrático (UCD), constituida en la última decena de marzo de 1977, como federación de partidos y
que sólo más tarde se transformaría formalmente en un partido político, y que recogería entre sus
militantes y votantes una buena parte del franquismo sociológico.

La derecha más pura, aunque partidaria de la reforma, se agruparía en Alianza Popular. El hombre clave
en este partido fue Manuel Fraga Iribarne, unido a los llamados “siete magníficos”, que eran él y seis
conocidos franquistas, entre los que estaban López Rodó, Silva Muñoz, Fernández de la Mora y Licinio
de la Fuente.

Sin embargo, a pesar de estos avances en la construcción de los partidos políticos, seguía persistiendo
el problema del PCE, el partido que mejor simbolizaba la oposición al Franquismo y que también
concentraba el odio de los sectores ligados al régimen, en especial, de las FAS. Odio favorecido porque
sus dirigentes eran exactamente los mismos de los años 30 o fieles continuadores de ellos: Santiago
Carrillo, Dolores Ibárruri “Pasionaria”, Simón Sánchez Montero, Ignacio Gallego, Francisco Romero
Marin, José Saborido, etc.

Con los partidos ya perfilados, y con el problema del PCE todavía sin resolver, Suárez continuaría sus
contactos con la oposición a través ahora de una comisión de negociación creada por ésta, compuesta
de diez miembros -la «Comisión de los Diez»-- a los que presidía un viejo monárquico opositor al
franquismo, Joaquín Satrústegui.
Uno de los objetivos fundamentales de estas conversaciones fue el acuerdo sobre las características de
las elecciones previstas para junio. Precisamente, el mecanismo de la legalización de partidos fue uno
de los puntos conflictivos y sufrió modificaciones significativas a lo largo de estos meses5. De hecho,
con objeto de liberar al gobierno del compromiso de legalizar los grupos políticos, según la ley que
había sido aprobada en junio de 1976, el gobierno Suárez dictó el Decreto- Ley de 8 de febrero de 1977
por el que la inscripción era automática al ser solicitada en el Ministerio el Interior. Si se estimaba que
los documentos presentados contenían alguna ilegalidad, el Ministerio los remitía para que resolviese
al Tribunal Supremo. La responsabilidad última era así de los tribunales de justicia. El objetivo de esta
norma era claro: Descargar al Gobierno de la responsabilidad de legalizar al PCE. Pero esto no ocurrió.

Cuando este partido presentó los documentos para su legalización, el gobierno los remitió al Tribunal
Supremo, pero éste dictaminó que no había ningún motivo penal de retención de la legalización.
Devolvía, pues, la decisión a Gobierno. Suárez tomó entonces la decisión de legalizar el PCE, pero
todavía persiste hoy la duda de si informó a los ministros, especialmente a los militares de su decisión.
Es más. Emitió el decreto de legalización en plenas vacaciones de Semana Santa, cuando la actividad
administrativa y política era mínima, y fue hecha pública el sábado Santo Rojo, 9 de abril, cuando los
cuarteles estaban prácticamente vacíos. La legalización levantó un considerable revuelo; el alto mando
militar, el Consejo Superior del Ejército, publicó una nota de repulsa y dimitió como ministro el
almirante Pita da Veiga y algunos otros cargos militares. Pero las reacciones no pasaron de ahí; aunque,
a partir de ese momento, la cúpula militar y la mayor parte de los integrantes de las FAS se sintieron
engañados por el Gobierno, y perdieron su confianza en él.

Con la legalización del PCE, se superó el último gran obstáculo para una reforma pactada, y las
elecciones eran posibles.

Estas se celebraron el 15 de abril de 1977. Sobre un censo electoral de algo más de 23,5 millones de
votantes, arrojaron la participación de 18,2 millones y la abstención de 5,4 millones, es decir, un 79,92%
de participación. Los votos nulos y en blanco fueron escasos.

Ningún partido obtuvo la mayoría absoluta de los 350 escaños de diputados y de los 201 senadores. El
partido más votado fue la UCD, resultado previsible, con más de 6 millones de votos, el 35% de los
votantes, obteniendo 165 diputados. Le siguió el PSOE con 5,2 millones de votantes, el 29%, y 118
escaños. La gran sorpresa fue el PCE y el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) su partido
hermano en esta región, que con 1,6 millones de votantes, no llegando al 10% del censo, conseguía 20
diputados. Otro fracaso era el de AP. Obtenía 16 escaños con 1,5 millones de votos. Junto a estos cuatro
grupos principales, resultaban destacables los escasos 6 diputados obtenidos por el PSP de Tierno
Galván, y los resultados de partidos nacionalistas, el PNV con 8 diputados en el País Vasco, los 13
obtenidos por el Pacte Democratic en Cataluña, la futura CiU de Pujol.

5
Mientras esto ocurría, el Gobierno continuó con su labor de democratización de la vida política. El 4 de marzo de
este año, un decreto establecía la legalidad de las huelgas con ciertas restricciones, y el 1 de abril se decretaba
igualmente el derecho de asociación sindical.
Con estos resultados, el partido gobernante sería la UCD, como minoría mayoritaria. Adolfo Suárez
constituiría un primer gobierno de partido propiamente dicho el día 4 de julio de 1977, pero en él se
practicaba también la idea de reunir a un núcleo de personalidades s. Se constituían tres
vicepresidencias, la de Defensa, en la que continuaba el general Gutiérrez Mellado, que se había
convertido ya en un colaborador insustituible; la de Asuntos Económicos, al frente de Enrique Fuentes
Quintana, y la de Asuntos Políticos, al frente del cual Suárez coloca a su colaborador de mayor
confianza, Fernando Abril Martorell. El resto del gobierno tiene la característica de intentar incluir en
él a todas las personalidades s de la coalición de UCD y a todas sus “familias”: democristianos como
Oreja (Asuntos Exteriores); socialdemócratas como Fernández Ordóñez (Hacienda), liberales están
representados entre otros por Pío Cabanillas (Cultura), y “azules”, como Martín Villa (Interior). Este
gobierno se mantendría hasta febrero de 1978.

3. EL PERIODO CONSTITUYENTE Y LA CONSTITUCIÓN DE 1978.

3.1. La elaboración de la constitución.


Las Cortes elegidas el 15 de junio de 1977 no tenían formalmente el carácter de constituyentes. Nada
decía de ello la Ley para la Reforma Política. En cualquier caso, se desarrolló cuando menos un periodo
constituyente anormal, y toda la transición política tuvo ese mismo carácter. De lo que nadie dudaba
era que laprimera función que aquellas Cortes habían de desarrollar era la elaboración de un documento
constitucional que articulase definitivamente el régimen democrático.

El proceso de elaboración de esa Constitución resulta, por ello, ejemplar y singular en la historia
constitucional española, ya que se pretendió producir una Ley Fundamental que pudiera ser aceptada
por todas las fuerzas que querían un régimen nuevo democrático, sin imposiciones doctrinales de nadie
y que señalara los mínimos políticos aceptables por todos. Fue el célebre “Consenso”. A cambio de
ello, o como precio o coste de ese consenso, la Constitución de 1978 es un documento poco preciso en
algunos aspectos, incluso ambiguo en otros, como todo el Título VIII que perfila el Estado de las
Autonomías.

El 13 de julio de 1977 se constituyen las cámaras de acuerdo con las normas de la Presidencia de las
Cortes, iniciándose el período legislativo constitucional

De destacar es la intervención del rey el 22 de julio en la inauguración de las nuevas Cortes al referir
los principios que deberían dar cabida a todas las peculiaridades nacionales y garantizar los derechos
históricos y actuales. Se definía como Monarca Constitucional, con una función integradora y un poder
arbitral. El Rey, que ya había jugado tácitamente su papel, se ponía a la cabeza del cambio de Régimen.

De esta forma se inicia la marcha constitucional, que resultó larga (22 de agosto - 6 de diciembre de
1978), y cuyo trayecto se puede dividir en tres períodos:
- Redacción plurideológica
- Tránsito parlamentario consensuado
- Ratificación popular.
El 26 de julio se constituyó en el Congreso de los Diputados la Comisión Constitucional presidida por
el ucedista Emilio Attard. El primer objetivo era designar una Ponencia para la redacción del
Anteproyecto constitucional en la que se integran en número de siete representantes de todos los grupos
parlamentarios entonces existentes, excepto el Grupo Mixto y el PNV, que no quiso participar.

La distribución fue la siguiente:


● UCD: tres representantes, Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y José Pedro
Pérez Llorca
● PSOE: un representante, Gregorio Peces Barba.
● PCE: un representante, Jordi Solé Tura.
● Alianza Popular: un representante, Fraga.
● Minoría Catalana: un representante, Miquel Roca
Realizó su trabajo del 22 de agosto al 23 de diciembre, fecha en la que entregan el texto al Presidente
de la Comisión Constitucional que lo hace llegar a las Cortes.
El 5 de enero de 1978 el BOE publica el Anteproyecto, junto a él figuran los votos particulares, que en
un números de 168 habían formulado los ponentes. El análisis de estos votos revela la naturaleza del
pacto y el grado de conflictividad interiológica de sus redactores. Del 15 de enero al 31 del mismo mes
se presentan las enmiendas al Anteproyecto. El 16 de marzo se finaliza el trabajo. El 10 de abril se
firma el Proyecto El 17 de abril el BOE de las Cortes pública la versión definitiva del Anteproyecto,
que el 5 de mayo pasa a ser estudiado por la Cámara.

Los primeros veintidós artículos son aprobados lentamente, pero los conflictos necesitaron del consenso
UCD, PSOE, PCE y Minoría Catalana pactan dichos artículos. El consenso produce un triple efecto:
● Reducción de la función del Parlamento: por el pacto extraparlamentario de los partidos. La
Cámara solo ratificó.
● Ambigüedad del texto en beneficio del acuerdo.
● Disminución de la participación: el Pacto plurideológico parlamentario de todos los partidos de la
Cámara, se convierte en consensual mayoritario, con la exclusión de parte de AP y del PNV, lo que
reduce la participación de las minorías.

El 20 de julio el Pleno del Congreso aprueba el texto con un preámbulo escrito por Tierno Galván. Sólo
hay dos votos en contra, Silva de AP, y Francisco Letamendía de Izquierda vasca.
El texto pasa al Senado, donde el ritmo consensual del Congreso s detiene hasta el 5 de octubre. La
razón fundamental es la aprobación por la Comisión Mixta, prevista en la Ley de Reforma Política, de
una enmienda a la Disposición adicional primera, promovida por los senadores vascos sobre los
Derechos Históricos.
El día 31 de octubre se celebran los Plenos de ambas Cámaras con una votación mayoritariamente
afirmativa respecto al texto final.
Cubiertos los trámites parlamentarios se convoca referéndum Constitucional para el día 6 de diciembre.
El 16 de noviembre se dicta un Decreto Ley que sitúa la mayoría de edad en los 18 años.
En la campaña del Referéndum los partidos del arco parlamentario defendieron el voto afirmativo, con
la excepción del PNV y el si "crítico" de AP. El referendum se celebra el 6 de diciembre de 1978.
La participación disminuyó (32,3% de abstención) en relación al Referéndum de la Reforma y a las
primeras legislativas (21,7%). Los votos afirmativos fueron 87,79%. El voto negativo se sitúa en el
País Vasco y en las dos Castillas. En la primera zona debido a la propaganda abertzale; y en la segunda
por la abstención de la derecha. Sumada abstención y voto negativo un 41% de españoles se marginan
de la Constitución lo que expresa un descenso global de confianza en la política y en los políticos.
El rey sancionó la Constitución y fue promulgada el 29 de diciembre de 1978.

3.2. Análisis de la Constitución de 1978

La Constitución española de 1978 consta de un Título Preliminar y diez Títulos más donde se
establecían los extremos habituales de estos grandes textos políticos. En el conjunto de las
constituciones españolas es de las breves, con 169 artículos. Contiene al final cuatro disposiciones
adicionales, nueve transitorias, una derogatoria y una final.

Sus características son: Larga, ambigua, especialmente por su título VIII; rígida, por su sistema de
reforma; adecuada a nuestra estructura socio-económica; progresista, por la gran cantidad de derechos
que incluye, y poco original, ya que incluye aportaciones de la Ley Fundamental de Bonn de 1949
(concepto de Estado Social y Democrático de Derecho); de la Constitución Portuguesa de 1976
(Derechos Medioambientales); de las Constituciones escandinavas (Defensor del Pueblo), y de la
Constitución francesa de 1958 (concepto de Ley Orgánica para regular los derechos fundamentales).

Los puntos más s de la misma son:

1. Se declaraba a España en “Estado social y democrático de Derecho”, de clara influencia alemana,


y que supone la obligación del Estado de reducir las desigualdades sociales existentes, y hacer real
el principio de igualdad.

2. La Monarquía es la forma de Estado y el Parlamentarismo, el sistema de Gobierno. Se respetaba


así la Jefatura de Estado heredada del Franquismo, que se desarrollaba en el Título II de la
Constitución.

3. Se fundamenta en la “indisoluble unidad de la nación española”, que estaba, si bien, integrada por
“nacionalidades y regiones” a las que se garantizaba el “derecho a la autonomía”. Esta idea es muy
, porque la garantía de la unidad de España corresponde a las FAS, tal como existía en la Ley
Orgánica del Estado franquista y en la mayor parte de las constituciones occidentales.

4. Se reconocía una lengua oficial del Estado, el castellano, cosa también novedosa, y se reconocían
como co-oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas a “las demás lenguas españolas”.
Era una forma de ataer a los nacionalistas al consenso.

5. La declaración de derechos y libertades eran amplias y se aludía a la Declaración Universal de


Derechos Humanos, dedicándose a ello todo el amplio Título Primero y, en especial, el Capítulo
Segundo de éste. De hecho, se introducían los derechos políticos y civiles (1ª generación); los
derechos sociales y económicos (2ª generación), y los medioambientales (3ª generación).
6. En los Título III, IV, V y VI se establece una división de poderes, basado en el Gobierno – Ejecutivo
(Titulo IV)-, las Cortes, formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado (III) – Legislativo-
, y los jueces y tribunales –Judicial- (Título VI). Además, al ser un régimen parlamentario, se da
mucha importancia a las relaciones Gobierno-Cortes, recogida en el Título V.

7. En el Título VII, de Economía y Sociedad, se reconocía la libertad del mercado, pero también la
posibilidad de planificación económica, y se preveía la intervención del Estado en la propiedad por
motivos de interés colectivo.

8. Se diseña una forma de organización territorial, recogida en el Título VIII, “De la Organización
Territorial del Estado”, llamado Estado de las Autonomías, cosa que no se apunta en los Títulos
Preliminar y Primero.

9. El Título IX establecía un Tribunal Constitucional, que actuaría de guardián de las leyes, al estilo
de las constituciones de Europa Continental, siguiendo las enseñanzas del jurista austriaco Hans
Kelsen.

10. En el Título X y último se establecían unos mecanismos normalizados de reforma, de gran rigidez,
especialmente en lo relativo al Título Preliminar, y a los Títulos I y II de la Constitución, lo que los
hace casi irreformables.
Sin duda alguna, y a día de hoy, el aspecto que más críticas provoca, y donde han surgido más voces
en favor de la reforma es el Título VIII, ya que es el que más problemas ha provocado, aunque los
partidos mayoritarios, por ahora, no se lo han planteado.

4. LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA HASTA 1982. LA ALTERNACIA EN EL


PODER.

4.1. Las elecciones generales de 1979 y las primeras elecciones municipales.

El 29 de diciembre de 1978, al tiempo que aparecían las primeras ediciones del texto de la Constitución,
Adolfo Suárez anunciaba la disolución de las Cámaras y fijaba las elecciones legislativas para el 1 de
marzo de 1979. Las elecciones locales se convocaban, a su vez, para el 3 de abril.

Los resultados de las primeras del 1 marzo de 1979, en cierto modo, confirmaban las tendencias
fundamentales vistas ya en 1977. La participación electoral fue del 68% y la abstención del 32%, en
porcentaje más elevado que en 1977, que había sido del 21,5%. Los resultados fueron muy parecidos a
los de 1977: 168 escaños de UCD, que desde 1978, era ya un partido unificado y no una coalición de
partidos; 121, el PSOE fusionado y con el PSP de Tierno Galván. El PCE alcanzaba los 23 escaños.
Coalición Democrática, que agrupaba a AP de Fraga, y a los grupos políticos de Areilza y Osorio, ya
distanciado de Suárez, sólo logró 9 escaños, mientras se mantenían CiU y el PNV. Además, nacía la
coalición vasca nacionalista radical Herri Batasuna, vinculada a ETA, que obtenía 3 escaños. Por
último, la extrema derecha conseguía por vez primera un escaño para Unión Nacional en la persona de
su jefe Blas Piñar.
Por su parte, los comicios municipales, celebrados el día 3 de abril, iban a tener grandes consecuencias.
En el conjunto de España, UCD obtenía 29.614 concejales, frente a 12.220 del PSOE. Sin embargo, los
grandes núcleos urbanos españoles pasaron a ser regidos por la izquierda, el PSOE o por la coalición
PSOE- PCE, como es el caso de Madrid, donde Enrique Tierno Galván sería alcalde. El resultado de
esta coalición sería que veintitrés capitales tendrán alcaldes de UCD y veintisiete, las más populosas,
socialistas. Estas capitales tendrían importancia decisiva tres años después, pues demostraron que la
izquierda era capaz de gobernar sin llevar acabo una revolución.

4.2. El fin del consenso

Tras las elecciones de marzo, Suárez se convirtió, de nuevo en presidente del Gobierno. Pero, las formas
comenzaron a cambiar: Suárez se negó a que tuviera lugar el acostumbrado debate después del discurso
programático del candidato, en medio de la indignación de la oposición. Rompía así su tendencia al
dialogo, que había caracterizado su actuación anterior. De hecho, en su discurso programático, no
dudaría en afirmar que “el consenso ha terminado”. UCD había pactado los votos necesarios y eso
permitió la investidura en primera vuelta por 183 votos, con el apoyo de CD, del PSA y otros
regionalistas, pero no de la Minoría catalana.

El 5 de abril quedó constituido el nuevo gabinete, caracterizado por la presencia de hombres más
técnicos y más cercanos a las posiciones de Suárez. Este Gobierno, hasta la primavera de 1980, se va a
caracterizar por su acción reformista. Los problemas económicos, que no eran una dedicación
preferente de Suárez, pasarían ahora a la dirección principal de Abril Martorell y a un equipo de
ministros de este ramo, de tendencia socialdemócrata. Se intentaron abordar los problemas del déficit
público, y en el terreno social la gran cuestión es la nueva ordenación de las relaciones laborales, para
lo que se trabajaría en la redacción de un Estatuto de los Trabajadores. Así, en 1980 se aprobaría el
Estatuto de los Trabajadores y en 1981 el Acuerdo Nacional de Empleo.

Pero, si en el ámbito social y económico, el Gobierno mantuvo una política de gran actividad, fracasó
completamente en su lucha contra el terrorismo, que golpeo a España en este periodo, como en ningún
otro, como podemos ver en las estadísticas, que ponemos a continuación.

VICTIMAS MORTALES DEL GRAPO Y ETA (1975-1982)

AÑOS GRAPO ETA


1975 5 16
1976 2 17
1977 8 10
1978 9 66
1979 28 76
1980 5 92
1981 7 30
1982 1 41
TOTAL 65 348
En este fracaso, desgastaría enormemente al Gobierno, y le desprestigiaría ante los sectores sociales
de la derecha, las FAS y las FOP:

4.3. Cambios en los principales partidos políticos de la oposición.

A la vez que el Gobierno llevaba a cabo sus políticas reformistas, los tres principales partidos políticos
derrotados en las dos elecciones generales, decidieron modificar sus estrategias e incluso sus fases
ideológicas.
El primero fue el PSOE, que reunió un Congreso extraordinario, el XXVIII del partido en mayo de
1979, con la propuesta de eliminar del programa y estatutos del partido la referencia marxista como
cuestión central. Las resistencias encontradas fueron tales que la propuesta fue rechazada, lo que
acarreó la dimisión de González y el nombramiento de una Comisión Gestora hasta un Congreso
extraordinario. El resultado fue que en este nuevo congreso de los días 28 y 29 de septiembre del mismo
año, la propuesta de Felipe González ganaría ampliamente y volvería fortalecido a la secretaría general.
El PSOE se convertía así en un partido homologable con el Partido Socialdemócrata alemán, tal como
querían los mentores europeos de González, lo que mejoraría su imagen ante el electorado moderado
permitiéndole ganar las elecciones de 1982.
Por su parte, entre 1979 y la siguiente confrontación electoral en 1982, la reorganización de esta AP
fue completa, y el partido, prácticamente refundado, como una organización liberal-conservadora,
reformista, popular y democrática, que dirigía Fraga, en coalición con los democristianos de Oscar
Alzaga y los liberales de Pedro Schwartz y José Antonio Segurado, más sectores de la UCD que
posteriormente se integrarían.
Por su parte, el PCE se sumiría en una fuerte crisis en 1979, ante la negativa de los viejos dirigentes a
ceder su poder. El resultado fue el surgimiento de disidencias con el PSUC, su partido hermano en
Cataluña, y la aparición de un grupo de “renovadores” en 1980, entre los que destacaban Ramón
Tamames, Jordi Solé Tura, Manuel Azcárate y buena parte de los dirigentes vascos, partidarios de abrir
el partido a nuevas propuestas. Carrillo se opuso a tales aperturas. El fraccionamiento del partido
pasaría su factura en las elecciones de 1982.

4.4. La organización del Estado Autonómico.


En este proceso, que coincidió con la reorganización de los principales partidos opositores, destacan
dos etapas:
La primera etapa, se denomina de las “Preatonomías”, y se desarrolla entre 1977 y 1978, donde destacan
dos casos:
● Cataluña, donde destacó la figura del viejo político republicano Josep Tarradellas, que había sido
presidente de la Generalitat en el exilio, y se convirtió en presidente de la Generalidad provisional,
tras llegar a un acuerdo con Adolfo Suárez.
● País Vasco, donde el proceso estuvo dirigido por el PNV y el PSOE, convirtiéndose el futuro
presidente del partido socialista, Ramón Rubial, en presidente del Consejo General Vasco aprobado
el 6 de enero de 1978. Sin embargo, no lograron la incorporación de Navarra al País Vasco, en la
que ambos partidos estaban de acuerdo.
La segunda etapa se produce tras la aprobación de la Constitución. En el Título VIII, como ya sabemos
queda regulado el estado autonómico, dos vías de acceso a la autonomía: la del artículo 143 y la del
artículo 151. La segunda era de mayor nivel y con necesidad de someter el acuerdo de autonomía
adoptado por los municipios a un referéndum. Estas Autonomías de mayor nivel eran las que tendrían
necesariamente Asamblea Legislativa, Consejo de Gobierno y Tribunal Superior de Justicia. Al grupo,
pertenecerían Cataluña, el País Vasco, Galicia y tras un complicado proceso, que perjudicó
enormemente a la UCD, contraría a su incorporación a este grupo, Andalucía.

La Constitución, en el artículo 144, reconocía la posibilidad de constituirse en Comunidades


uniprovinciales a aquellas provincias que fueran autorizadas por las Cortes y que no reunieran las
condiciones que se exigían en el artículo 143. Bajo esta denominación se articularían las comunidades
autónomas de Baleares, Navarra, Asturias, Murcia, Madrid, Santander y Logroño.

Por último, en el caso de Ceuta y Melilla, se descartó la posibilidad de su incorporación a Andalucía;


por tanto, hubo de concedérseles la posibilidad de constituirse como Autonomías independientes con
características peculiares.

Este proceso se hizo de forma precipitada, lo que obligó a una armonización posterior, que se lograría
tras el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, mediante un pacto entre el ya presidente Calvo Sotelo
y Felipe González. El resultado de aquel pacto fue la elaboración de la Ley de Armonización del
Proceso Autonómico (LOAPA), que llegó al Parlamento en octubre de 1981. Pero la ley fue objeto de
un recurso de inconstitucionalidad por parte de algunas Comunidades Autónomas, como Cataluña y el
País Vasco, y la sentencia definitiva del Tribunal Constitucional en 1983 dejó sin efecto alguno de sus
artículos y prácticamente inviable, en consecuencia, su aplicación.

4.5. La crisis de la UCD. La dimisión de Suárez.

Este partido había dirigido con acierto el proceso de transición, y había realizado las reformas que la
nueva situación exigía, pero su estrategia errónea en el caso del referéndum andaluz, unido a su fracaso
en las elecciones autonómicas vascas (9/III/1979) y catalanas (20/III/1979), demostraron una crisis
irreversible de este partido.

Para paliar este problema, Suárez remodeló de nuevo su gobierno, el 2 de mayo de 1980. La
presentación del nuevo gobierno de Suárez en el Parlamento iba a coincidir prácticamente con otro
acontecimiento político de importancia: la presentación y el debate de una moción de censura contra el
gobierno presentada por el Partido Socialista con propuesta de un candidato alternativo, Felipe
González.

La presentación de la moción de censura fue anunciada el 21 de mayo por Felipe González. El 28 de


mayo fue el gran debate. Suárez derrotó a González, que utilizó la cuestión autonómica como principal
baza, pero no fue capaz de arrastrar en su favor a otros grupos políticos. Al final triunfo con 166 votos
frente a 152.

Suárez había sido capaz de vencer al líder socialista en el Parlamento, pero sus principales problemas
políticos estaban en el seno de su partido, donde las distintas “familias” y “barones” estaban en
discordia. El enfrentamiento habitual se producía entre conservadores de matiz democristiano y
liberal, como Herrero de Miñón, Landelino Lavilla, Garrigues Walker o Fontán, partidarios de la
derechización del partido, y socialdemócratas y “azules”, cuyos personajes más representativos podían
ser Abril Martorell y Fernández Ordóñez, que se mostraban dispuestos a inclinar el partido a la
izquierda.

El enfrentamiento alcanza su máxima virulencia el 7 de julio de 1980, en la reunión conocida como


“La casa de la Pradera”. Allí se acusó a Suárez de personalismo por parte de los prohombres del partido;
Suárez llegó a abandonar la reunión, y de entonces arrancó la crisis de liderazgo efectivo en UCD. Se
planteó la posibilidad de sustitución del presidente. El apoyo a Suárez provino sobre todo de Abril
Martorell, Arias Salgado y Calvo Sotelo.

Para intentar arreglar la situación, Suárez lleva acabo una nueva remodelación del Gobierno el 8 de
septiembre, donde incluye a los principales “barones” del partido. El 15 de septiembre ese gabinete se
sometía a una moción de confianza en el Congreso, donde obtuvo 180 votos, al contar con el apoyo del
partido andalucista y de la Minoría catalana.

Sin embargo, esto no significa el final de los problemas para Suárez. La labor de los “críticos”,
especialmente Herrero de Miñón y Landelino Lavilla, continúan con su labor de acoso a Suárez, y
comienzan a circular propuestas como la necesidad de un gobierno de concentración nacional, presidido
por un militar. Precisamente, en esta propuesta, esta una de las causas del golpe de estado del 23-F.

En este contexto de parálisis, de presiones y de profunda pugna, Suárez toma la iniciativa de dimitir.
El día 26 de enero de 1981, Suárez expuso su propósito de dimitir ante el conjunto de los ocho dirigentes
más s que representaban las “familias”. El 27 se lo hace saber al rey, y el 29 el propio Suárez anunció
en televisión su dimisión.

No obstante, tras su dimisión, Suárez forzaría a su partido a tomar dos decisiones de enorme
importancia. La primera, nombrar a Leopoldo Calvo-Sotelo, un hombre de su confianza como
candidato por la UCD a la Presidencia del Gobierno. Y la segunda, que el 2º de la UCD, celebrado en
Palma de Mallorca entre los días 6 y 8 de febrero de 1981, eligiera para los dos puestos más s a hombres
suyos: Agustín Rodríguez Sahagún como presidente y Rafael Calvo Ortega como secretario general.

La UCD parecía haber resuelto su crisis. Pero, pocos días después iba a tener lugar el acontecimiento
más grave de la reciente historia política de nuestra Nación

4.6. El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Para comprender este acontecimiento hay que partir de tres s aspectos. Son:

1. El malestar de las FAS, producida por los constantes asesinatos de ETA en sus filas, y por lo que
consideraban el desbordamiento del proceso autonómico, que ponía en peligro la unidad de España.
Tampoco es desdeñable la situación de crisis económica que vivía el país.
2. La situación de parálisis política que vivía el país como consecuencia de la crisis de la UCD y el
desgaste de la figura de Suárez.

En esta situación de crisis general, determinados sectores políticos y militares del país, pusieron en
marcha una serie de operaciones con el objeto de acabar la misma. Según un informe del Centro
Superior de Información de la Defensa (CESID), fechado en noviembre de 1980, estas operaciones se
agrupaban en tres grandes grupos:

● Operaciones civiles: Organizadas por distintos grupos políticos: Democristianos, liberales y


“azules” de la UCD, y socialistas del PSOE. Se les daba muy poca viabilidad.
● Operaciones Militares: Destacaban dos: La de los Coroneles, articuladas por un grupo de militares
de este grado, y planeada para 1982. Su objetivo era convertir a España en una república autoritaria,
con una fuerte presencia de las Fuerzas Armadas, y un claro contenido social –sus integrantes eran
falangistas-. Sería un régimen muy parecido al de Turquía. La segunda operación era la de los
llamados “espontáneos”. Sus líderes eran el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero
Molina y el comandante del Ejército Ricardo Saenz de Ynestrillas. Ambos militares estaban
convencidos de que las Fuerzas Armadas quería acabar con la situación política existente, pero eran
incapaces de articular una operación global. Por ello, pensaban que si se realizaba una acción capaz
de crear un vacío de poder, se produciría una intervención generalizada de las unidades del Ejercito,
que darían al traste con a democracia, siendo sustituida por una Junta Militar. Esta operación sería
la toma del Congreso de los Diputados.
● Operaciones cívico-militares: Estas operaciones unían elementos civiles y militares. El objetivo era
despojar a Suárez de la Presidencia del Gobierno, y sustituirle por un militar. Se buscaban dos
objetivos básicos: Evitar una operación militar mas radical, que podía dar al traste con la
democracia, y “reordenar” el sistema político vigente, dándole una “vuelta de timón” –palabras de
Tarradellas- en sentido derechista. La operación más en este sentido era la encabezada por el general
de División Alfonso Armada Comyn, antiguo secretario de S. M. el Rey, y con excelentes relaciones
con los medios políticos, financieros, y empresariales del país, así como con El Vaticano y los
EE. UU., los dos principales aliados exteriores de España. A esta operación se la conoció como
“Solución Armada”.

En la segunda mitad del año 1980 y los primeros meses de 1981, el general Armada, con ayuda de
determinados miembros del CESID y del teniente general Jaime Milans del Bosch y Ussía, Capitán
General de la III Región Militar, y el militar más monárquico del Ejército, junto a Armada, lograron
subsumir todas las operaciones en marcha dentro de la Solución Armada. Una vez logrado este objetivo,
sólo era necesario presentar una moción de censura, con Armada como candidato a la Presidencia del
Gobierno, que saldría adelante, gracias al apoyo de la mayor parte de los grupos políticos. El general
se convertiría así en presidente de un Gobierno de Concentración Nacional.

Sin embargo, Suárez se adelantó, ya que dimitió y forzó la elección de Calvo Sotelo como sucesor.
Ante este hecho, Armada recurrió a la segunda versión de su operación: la variante
pseudoconstitucional, que consistía en que Tejero tomara el Congreso de los Diputados, interrumpiendo
la elección de Calvo Sotelo (la primera votación había fracasado el 20 de febrero al no obtener mayoría
absoluta), y a continuación, Armada se presentaría como salvador de la situación, para ser elegido
presidente en sustitución del político gallego.
Esta fue la operación que se puso en marcha el 23 de febrero de 1981. Pero, la toma del Congreso de
los diputados por Tejero, de forma violenta, impidió el desarrollo normal de la operación. Aún así, y
en una situación de tensa calma, el rey y la Junta de Jefes de estado Mayor (JUJEM), autorizaron a
Armada a presentarse en el Congreso de los Diputados en la media noche del 23 al 24 de febrero. Sin
embargo, Tejero un franquista puro, no le convenció la propuesta política del general de la que
previamente no había sido informado, y le impidió la entrada en el hemiciclo. A partir de ese momento,
el golpe de estado había fracasado definitivamente, aunque la salida de los diputados no se produjo
hasta las 12 de la maña del 24 de febrero.

El Rey, convertido en el salvador de la democracia por su actuación durante el suceso y por su discurso
televisivo, reunió de manera inmediata a las fuerzas políticas, y les pidió que reconsideraran su
actuación.

Tras el golpe, los principales conjurados, 32 militares y un civil, Juan García Carrés, fueron sometidos
a un Consejo de Guerra, celebrado en Madrid. Milans del Bosch, que durante el golpe de Estado había
ocupado Valencia con sus tropas, y Tejero recibieron las mayores, treinta años de reclusión. Las demás
fueron tan leves que a Armada sólo se le impusieron seis años. Una prueba más de que el problema
militar estaba lejos aún de ser resuelto. Un recurso del gobierno al Tribunal Supremo hizo que esas
penas fueran aumentadas, sobre todo en el caso de Armada, condenado ahora a treinta años. Las
condenas, por lo demás, en modo alguno depuraban todas las responsabilidades.

4.7. El Gobierno de Calvo Sotelo.


El fracaso del golpe de Estado del 23-F marcó el principio del fin de la intervención del Ejército en la
vida política del país –una constante desde el siglo XIX-, y la consolidación del poder civil sobre el
militar.
Pero, además, significo la derechización de la UCD. Proceso que también se produjo en el PSOE, que
ya había consumado una política de moderación en sus propuestas, la acentuó hasta parecer renunciar
a todo ánimo de reformas profundas.
El 25 de febrero se procedió a la repetición de la votación interrumpida por el golpe, y después, al acto
de investidura de Calvo Sotelo. El nuevo gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo prácticamente no se
diferenciaba del anterior de Suárez.
La primera etapa de la presidencia de Calvo Sotelo en el gobierno se extiende hasta los cambios
ministeriales de diciembre de este mismo año. En esta etapa destaca la aprobación de la Ley del
Divorcio el 7 de abril de 1981, que supuso la fractura de la UCD entre socialdemócratas y
democristianos. Otra de las iniciativas legislativas de importancia es la que lleva en el verano de este
año a la aprobación de la LOAPA, la ley autonómica de armonización. Junto a esta política legislativa,
este periodo también se caracterizó por la extensión del conoció como “síndrome tóxico”, que el
gobierno no acertó a detener, ni los medios técnicos a diagnosticar su origen. Al final se demostró que
se trataba de una intoxicación digestiva por consumo de aceite adulterado, que produjo una secuela de
varios centenares de afectados con algunas muertes que pusieron en evidencia la existencia de un fraude
alimenticio, con el consiguiente escándalo político de consecuencias duraderas.
Pero tal vez el proceso más fue la ruptura definitivamente de la UCD entre los democristianos liderados
por Herrero Rodríguez de Miñón, Alzaga, Álvarez de Miranda y Attard, y los “azules”, “suaristas” y
socialdemócratas, dirigidos por Martín Villa, Rodríguez Sahagún y Fernández Ordoñez. En esta
situación de división, el 20 de octubre de 1980, UCD vuelve a fracasar en las elecciones autonómicas
gallegas. Coalición Democrática, de Fraga, obtiene 26 escaños, mientras UCD se queda en 24. Una de
las consecuencias de este fracaso es la salida del partido de Fernández Ordóñez, en el mes de noviembre,
del que se marcha junto a nueve diputados y seis senadores.

En la UCD, surgen voces pidiendo la convocatoria de elecciones, pero Calvo Sotelo se niega a ello, y
decide, e1 21 de noviembre asumir la presidencia del partido, mientras se instala a Iñigo Cavero en la
secretaría, y después procederá a remodelar el gobierno. Pero no detiene la sangría de su partido. En
enero de 1982, Herrero de Miñón, otro de los más activos disidentes de UCD, abandona el partido,
pasando a CD. Un nuevo desastre electoral se produce en las autonómicas andaluzas del 23 de mayo
de 1982: el PSOE obtiene 66 escaños; el CD obtiene 17; UCD, 15; PCA, 8, y PSA, 3. La culminación
de este hundimiento progresivo se alcanza cuando Adolfo Suárez mismo abandona UCD para crear su
propio partido, el Centro Democrático y Social (CDS), en el mes de julio.

La UCD estaba muerta pero Calvo Sotelo no convocó elecciones hasta que no consiguió su gran
objetivo: El ingreso de España en la OTAN, que se produjo definitivamente, tras la aprobación de las
cortes, el 1 de junio de 1982. Poco después, el 28 de agosto, el presidente Calvo Sotelo decidía disolver
las Cortes.

4.8. Las elecciones de 1982. La alternancia en el poder.

El día antes de que tuvieran lugar estas elecciones, se desarticuló el último intento serio de golpe de
Estado de nuestra historia: La operación del 27-0, donde un grupo de coroneles y tenientes coroneles
(Luis Muñoz Gutiérrez y los hermanos Crespo Cuspinera) habían diseñado una acción que hubiera
transformado España en una dictadura. El CESID, dirigido por el coronel Emilio Alonso Manglano, lo
impidió.

Las elecciones generales celebradas el 28 de octubre de 1982 que dieron el más profundo vuelco hasta
el momento de la situación política española, al producirse una aplastante victoria del PSOE, el
hundimiento de dos partidos, UCD y PCE, y el ascenso como primera fuerza de la oposición de
Coalición Popular, nombre nuevo adoptado por AP, coaligada a su vez con grupos procedentes de la
dispersión de la UCD, como el Partido Demócrata Popular (PDP) de Oscar Alzaga y el Partido Liberal,
de Segurado y Schwartz.

Respecto a los resultados numéricos, el PSOE obtuvo una elevada cantidad de votantes nuevos,
alcanzando los 10.127.392 votantes, que suponían un 48,4% del censo, y 202 escaños, una espectacular
mayoría absoluta. Coalición Popular (AP-PDP-UL) obtendría 5.478.533 votos, un 26,1%, con 106
escaños. La UCD alcanzó 12 diputados, el 7,1% de los votantes y 1.194.000 votos. El PCE disminuía
desde los algo más del millón y medio anteriores a 865.000, a causa de la política de Santiago Carrillo
y las grandes disidencias internas, obteniendo 4 diputados desde los 23 anteriores. Suárez y su CDS,
obtenían dos escaños. Los nacionalistas de CiU y PNV, 12 y 8 diputados respectivamente. Por último,
la extrema derecha desaparecía del Parlamento.
Pero, lo verdaderamente en que estas elecciones significaron que, los perdedores de la Guerra Civil,
representados por el PSOE, gobernarían el país con una gran mayoría absoluta. La democracia estaba
ya consolidada. Catorce años después, la derecha representada por el PP volvería al Gobierno, el PSOE
volvería a hacerlo en el 2004, y el PP de nuevo en 2011.

En la primera legislatura socialista (1982-1986), el gobierno de González tuvo que hacer frente a una
difícil situación económica. El gabinete socialista aprobó un estricto plan de estabilización económica
que implicó un proceso de reconversión industrial que llevó al cierre de muchas industrias obsoletas.
Estas medidas provocaron el desconcierto entre las centrales sindicales, pero permitieron sanear la
economía y prepararla para la recuperación.

El gobierno socialista tuvo que hacer frente a una dura campaña terrorista de ETA, con más de cien
muertos durante la legislatura, y a la vez reformar el Ejército para acabar con el peligro del golpismo.
Esta reforma fue uno de los grandes éxitos del gabinete.

Otras medidas fueron la aprobación de la reforma universitaria, la LODE, que establecía la enseñanza
gratuita y obligatoria hasta los dieciséis años, y una despenalización parcial del aborto.

España finalmente consiguió acceder a la Comunidad Económica Europea el 1 de enero de 1986. El


viejo anhelo de integración en Europa se convirtió en realidad.

Como contrapartida, Felipe González cambió radicalmente su discurso sobre la OTAN. La negativa al
ingreso en la alianza militar occidental se tornó en apoyo. González mantuvo su promesa de convocar
un referéndum y pidió el voto afirmativo a la permanencia en la OTAN. El triunfo de la postura
defendida por González posiblemente marcó su cenit como líder político.

En estos años acabó por diseñarse el mapa autonómico español con la aprobación de los diversos
estatutos de autonomía.

En 1986, el PSOE volvió a ganar las elecciones por mayoría absoluta propiciando la crisis entre sus
contrincantes. Fraga repitió resultados lo que propició una larga crisis en su partido y el PCE se coaligó
con diversas fuerzas menores configurando Izquierda Unida.

La segunda legislatura socialista (1986-1989) estuvo marcada por un fuerte desarrollo económico que
duraría hasta 1992. Este crecimiento se concretó una ambiciosa política de inversiones públicas en
infraestructuras favorecida por la transferencia de fondos procedentes de la CEE. Los servicios
educativos, sanitarios y de pensiones crecieron de forma notable, siendo sufragados por un sistema
fiscal relativamente progresivo. Por primera vez se podía hablar de un Estado del Bienestaren España.

El crecimiento económico y las medidas liberalizadoras del gobierno trajeron un aumento de las
diferencias de riqueza entre los diversos grupos sociales. Los sindicatos CC.OO. y UGT organizaron
una huelga general el 14 de diciembre de 1988. El país se paralizó y Felipe González tuvo que negociar
la retirada parcial de su programa liberalizador.
En 1989, el PSOE volvió a ganar por mayoría absoluta que una fuerte reducción de votos. En esta
tercera legislatura del PSOE (1989-1993), España celebró en 1992dos acontecimientos internacionales,
los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla que mostraron una imagen de país moderno
muy diferente a la España de la dictadura de Franco.

Sin embargo, la recesión mundial iniciada principios de los noventa golpeó duramente a nuestro país.
La crisis económica, agravada por la incorrecta política económica del gobierno, disparó la inflación y
el paro llegó a la dramática cifra de tres millones de desempleados.

La crisis económica fue la antesala del estallido de escándalos de corrupción (hermano de Alfonso
Guerra y FILESA) que afectaron al gobierno socialista. A ellos se vino a unir el escándalo de los GAL,
grupo armado formado por policías y mercenarios que con la complicidad de cargos del gobierno llevó
a cabo la "guerra sucia" contra ETA.

En las elecciones de 1993, el PSOE volvió a vencer aunque esta vez sin mayoría absoluta por lo que
necesita el apoyo parlamentario de Convergència i Unió de Pujol. Las fuerzas de derecha se habían
reorganizado en el Partido Popular que era dirigido desde 1989 por Jose María Aznar. Se iniciaba así
la cuarta legislatura con Felipe González en el gobierno del país (1993-1996).

Las dificultades económicas, los escándalos y la dura campaña de la oposiciónllevaron a que, tras
negarle Pujol el apoyo para aprobar los presupuestos, Felipe González convocara elecciones en 1996.

Jose María Aznar no consiguió la mayoría absoluta en estas elecciones y se vio obligado a pactar con
las minorías nacionalistas para acceder a la presidencia del gobierno. El giro hacia la derecha se vio
corroborado con las victorias del PP en las elecciones autonómicas y municipales. El ciclo socialista
bajo el liderazgo de Felipe González había tocado su fin.

Aznar centró sus esfuerzos en implementar una política económica ortodoxa que redujera el déficit
público y reactivara la actividad económica privada. El gran objetivo era cumplir los denominados
criterios de convergencia (inflación, deuda, déficit...) establecidos en el Tratado de Maastricht de 1991
y que una vez alcanzados permitirían a España unirse a la nueva divisa europea, el Euro.

La política económica fue un éxito. La actividad económica se reactivó, el paro descendió de manera
notable y el saneamiento de la economía llevaría a que España participara en el nacimiento del Euro en
1999.

El terrorismo de ETA llegó a su expresión más sangrienta en verano de 1997 con el asesinato del
concejal del PP en el ayuntamiento vasco de Ermua, Miguel Ángel Blanco. La crueldad de la banda
terrorista y la labor de los colectivos que llevaban años enfrentándose a la violencia en el País Vasco
desencadenó una importante reacción popular que vino a denominarse el "espíritu de Ermua".
El gobierno de Aznar, con el apoyo de la oposición socialista, se lanzó decididamente a una política de
dureza con ETA y con el entorno nacionalista. La reacción en el campo albertzale fue el Pacto de
Lizarra-Estella de 1998, un acuerdo de todas las fuerzas nacionalistas, desde el PNV a ETA, para
avanzar hacia la independencia. Unos días después ETA declaró una tregua indefinida y sin
condiciones.
Los contactos entre el gobierno de Aznar y el grupo terrorista no dieron ningún resultado y un año
después ETA volvió a la actividad armada. El presidente Aznar, que había sido víctima de un atentado
frustrado en 1995, reforzó su política de enfrentamiento con el nacionalismo vasco en todas sus
tendencias.

Las elecciones convocadas en el año 2000 marcaron el momento de apogeo del PP y Aznar. El nuevo
siglo se inició con una mayoría absoluta del PP en las Cortes.

Durante la segunda legislatura de Aznar (2000-2004), la economía siguió creciendo con un rápido
descenso del desempleo, así como con un rápido control de la inflación y del déficit público. Pese a sus
logros y éxitos económicos, el Gobierno de José María Aznar comenzó a sufrir, desde mediados de la
legislatura, problemas derivados de la política exterior: el apoyo a la invasión norteamericana de Irak
(2003) produjo tensiones y protestas por parte de la oposición, con movilizaciones y manifestaciones
callejeras. Por otra parte, Aznar había anunciado que no.estaría en el gobierno más de dos legislaturas
y anunció su intención de no ser candidato en las siguientes elecciones, designando como sucesor a
Mariano Rajoy. Las elecciones de marzo de 2004, celebradas en un clima de conmoción general por
los atentados del 11-M, ocurridos tres días antes, dieron la victoria al PSOE, liderado ahora por
Rodríguez Zapatero, y pusieron fin a los ocho años de gobierno del PP.

El Gobierno de Zapatero se prolongaría durante siete años. La primera legislatura estaría marcada por
una política centrada en los derechos de las minorías –aprobación del matrimonio homosexual– y el
intento de resolver los problemas territoriales –estatuto de Cataluña–. La segunda legislatura (2008-
2011) estuvo marcada por la crisis económica mundial iniciada en 2008, que provocó un fuerte desgaste
al Gobierno u al PSOE. No obstante, en este tiempo se produjo el mayor éxito de Zapatero: el 20 de
octubre de 2011, ETA anunció el cese definitivo de su actividad terrorista.

En las elecciones del 20 de noviembre de 2011, el PP liderado por Mariano Rajoy ganó con mayoría
absoluta las elecciones legislativas, alcanzando el Gobierno. Situación que se mantiene hasta hoy.

El 2 de junio de 2014, abdicó Juan Carlos I, asumiendo la la Jefatura del Estado su hijo con el nombre
de Felipe VI.
5. DESARROLLO ECONÓMICO Y CAMBIOS SOCIALES

5.1. Cambios demográficos

Durante los años comprendidos entre 1975 y 1982, se produce un fenómeno de gran importancia. La
disminución de la tasa de crecimiento de la población que pone fin al boom demográfico anterior. Las
causas hay que buscarlas en la progresiva modernización de la sociedad española y también en la crisis
económica que caracteriza este periodo. El resultado es una población progresivamente decreciente,
que se manifestará en los años siguientes.

POBLACIÓN TOTAL ESPAÑOLA

1975 1981
36.012.241 37.683.363

A esta progresiva disminución de la población, hay que añadir una caída de las tasas de natalidad y
mortalidad, consecuencia del mayor desarrollo de nuestro país, y del establecimiento de un estado de
bienestar. Así entre 1970 y 1980, nacieron 6.608.099 y fallecieron 3.013.989.

EVOLUCIÓN DE TASAS DE NATALIDAD Y MORTALIDAD

Tasa de Tasa de
Natalidad Mortalidad

1976 18.85 8.32

1981 14.12 7.77

Muy fue la disminución de la mortalidad infantil, como indicador del nivel de desarrollo de un país.
Este fenómeno es uno de los más espectaculares en cuanto al reflejo de la mejoría general de las
condiciones de vida. Y es la causa del descenso de la fecundidad en España: de 2,78 en 1975 a 2,47 en
1981, ya que existe la casi completa seguridad de la supervivencia del niño hace innecesario el tener
muchos hijos para asegurar la descendencia.

Igualmente, se produjo un aumento del nivel de vida, cómo puede verse en el siguiente gráfico.

AÑO 1975 1980


HOMBRES 70,34 72,30
MUJERES 76,19 78,5

Por último, debemos hacer mención a los cambios que se producen en los flujos migratorios en este
periodo. Los puntos clave de estos movimientos han sido:

● Desaparición del flujo migratorio a Europa, ya poco significativo en los años setenta.
● Reducción de las migraciones interiores en el período 1974-1980, aunque alcanzan los 3 millones
de personas. A partir de 1981 los flujos se reducen (alrededor de dos millones de personas), pero
con una diferencia cualitativa : los grandes centros urbano-industriales dejan de ser los principales
centros de acogida y comienzan a perder población en favor de los núcleos urbanos de menor
tamaño, situados en el extrarradio de las grandes ciudades. Por otra parte, las zonas tradicionalmente
de población emigrante, comienzan a tener saldos positivos. Se invierten, por tanto, la magnitud y
la tendencia.
● Incremento desde mediados de los años setenta de la inmigración extranjera en España, con
población procedente fundamentalmente de Iberoamérica, Norte de África y posteriormente
África Subsahariana y Europa del Este.

El resultado es que empieza a crearse en nuestro país un nuevo modelo de población, más
intercultural e interracial.

5.2. Cambios sociales

Una de las principales consecuencias de la modernización de España en los años sesenta y setenta fue
el progresivo abandono de las costumbres inspiradas en la moral católica tradicional. El bienestar
económico, el impacto cultural del turismo y la propia reforma interna de la Iglesia a raíz del Concilio
Vaticano II impulsaron unos nuevos hábitos en la sociedad española.

No obstante, los mayores cambios se producirán a partir de 1978, con el establecimiento definitivo de
la democracia, destacando dos leyes en este sentido: La ya citada Ley del Divorcio, que tantos
problemas acarreo en el seno de la UCD. Esta ley ha tenido efectos revolucionarios, ya que desde
entonces el 40% de las uniones matrimoniales terminan en ruptura. Por el contrario, han aumentado el
número de parejas que no han oficializado su unión, al igual que la existencia de núcleos
monoparentales (unos 600 mil), encabezados por madres solteras o separadas.

Igual trascendencia ha tenido la Ley de Despenalización parcial del aborto de 1985 y la posterior de
2008, que han despenalizado esta práctica, que hasta entonces era delito en España.

Por último, en época socialista se consiguió un hito en nuestra historia: la definitiva escolarización de
todos los niños entre los 6 y los 16 años, con la aprobación de la Ley Orgánica del Derecho a la
Educación (LODE), de 1985

5.3. Crecimiento económico

La transición a la democracia coincide con una situación de crisis económica. Esta crisis es la resultante
de dos grandes factores. En primer lugar, de la crisis económica internacional que, por razones obvias
-apertura y dependencia externa de la economía española de materias primas-, acaba afectando a
España; y, en segundo lugar, de la crisis política que se deriva del agotamiento del régimen franquista
que, por su propia naturaleza, estaba impedido para llevar a cabo las reformas que exigía la economía
española.
Los aspectos más significativos de esta crisis son los siguientes:
● En los inicios de la crisis, la dependencia externa de energía primaria en España era casi del 70%,
pero como el petróleo era barato, en 1973, por ejemplo, las importaciones energéticas supusieron
un 13,3% del valor total de las importaciones de bienes; este porcentaje pasó al 25,8% un año
después, para llegar nada menos que hasta el 42,3% en 1981 (entre 1980 y 1985, el coste del petróleo
superó el 36% del valor total de las importaciones de bienes).
● Las exportaciones cubren sólo el 45% de las importaciones, careciendo el país de recursos para
mantener sus intercambios con el exterior, lo que supone una pérdida de 100 millones de dólares
diarios de reservas exteriores,
● La deuda exterior es de 14.000 millones de dólares, lo que representa un importe superior al triple
de las reservas de oro y divisas del Banco de España.
● La inflación alcanza el 20% de 1976, pasando a mediados de 1977 al 44%, frente al 10% de
promedio de los países de la OCDE.
● Las empresas tienen deudas de centenares de miles de millones de pesetas.
● El paro se sitúa en 900.000 personas en 1975, y no deja de crecer a partir de entonces, creándose
un paro estructural que desde entonces no baja de los 2.000.000 de personas.

A lo largo de 1977, y una vez que las resoluciones políticas de gran urgencia estaban en marcha, la
acción gubernamental y la de los partidos pudieron prestar atención a la gravedad de la situación
económica. El resultado fueron los Pactos de la Moncloa firmados el 25 de octubre de 1977 por todos
los grupos políticos parlamentarios en los que se diseñaron unas medidas y se acordó el apoyo de todos
los grupos al gobierno para ponerlas en ejecución. El 27, fueron aprobados por el Congreso de los
Diputados. Los pactos contenían bloques de medidas monetarias, financieras, fiscales, de producción y
laborales o de empleo, a corto plazo. Además, se abordaban asuntos como el de la reforma del sistema
educativo (progresiva gratuidad de la enseñanza), la función de los sindicatos, la reforma de la
Seguridad Social y la política de rentas y salarios. Se diseñaba un “Programa de Actuación Jurídica y
Política” en el que se hablaba de la libertad de expresión, los medios de comunicación social y la
reforma de los códigos legales -penal, justicia militar, leyes de orden público, etc.

A partir de los Pactos de la Moncloa, el control de la inflación pasa a convertirse en el objetivo básico
de la política económica con independencia del color del Gobierno (primero UCD y posteriormente el
PSOE).

No obstante, a pesar de estos pactos y del control de la inflación, la crisis siguió. Sólo, a partir de la
segunda legislatura del PSOE (1986-1989) se produjo un fuerte desarrollo económico que duraría hasta
1992. Este crecimiento se concretó una ambiciosa política de inversiones públicas en infraestructuras
favorecida por la transferencia de fondos procedentes de la CEE. Los servicios educativos, sanitarios y
de pensiones crecieron de forma notable, siendo sufragados por un sistema fiscal relativamente
progresivo. Por primera vez se podía hablar de un Estado del Bienestar en España.
Sin embargo, este estado de bienestar que supero una nueva crisis entre 1992 y 1996, y salió fortalecido
a partir de ese año, con una época de crecimiento económico espectacular, de4tenida por la crisis
mundial que comenzó en 2008.

El comienzo de la crisis mundial supuso para España la explosión de otros problemas: el final de la
burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria de 2010 y finalmente el aumento del desempleo en España, lo
que se tradujo en el surgimiento de movimientos sociales encaminados a cambiar el modelo económico
y productivo así como cuestionar el sistema político exigiendo una renovación democrática.
El movimiento social más importante es el denominado Movimiento 15-M, surgido en mayor medida
por la precariedad y las condiciones económicas de la clase media y baja; dos consecuencias de la crisis
financiera. La drástica disminución del crédito a familias y pequeños empresarios por parte de los
bancos y las cajas de ahorros, algunas políticas de gasto llevadas a cabo por el gobierno central, el
elevado déficit público de las administraciones autonómicas y municipales, la corrupción política, el
deterioro de la productividad y la competitividad y la alta dependencia del petróleo son otros de los
problemas que también han contribuido al agravamiento de la crisis. La crisis se extendió más allá de
la economía para afectar a los ámbitos institucionales, políticos y sociales. En 2014 el producto interior
bruto volvió de nuevo a crecer, a un 1,4%. El número de desempleados alcanzó un máximo de 5,77
millones en febrero de 2014 y disminuyó el resto del año en 446.000 personas; iniciándose una
tendencia que se prolongó en los años siguientes. España se convirtió entonces en uno de los países con
mayores perspectivas de crecimiento económico.

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