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Como fases del conflicto se contempla un primer momento entre mayo y noviembre en el
que los franceses pretenden abrir un “corredor” entre Madrid y la frontera por el que
circular de manera fulgurante y a partir de ahí que su ejército consiga llegar lo antes
posible a Cádiz, para reforzar a la flota francesa que estaba bloqueada por la inglesa y por
el ejército español en la zona.
Las sesiones de Cortes comenzaron en septiembre de 1810 y muy pronto se formaron dos
grupos de diputados enfrentados:
La Constitución de 1812
Aprobada el 19 de marzo de 1812 y popularmente conocida como “La Pepa”, este texto
legal fue la primera constitución liberal del país. La constitución de 1812 es uno de los
grandes textos liberales de la historia, siendo muy célebre en su tiempo.
Los diputados liberales, Agustín Arguelles, Diego Muñoz Torrero y Pérez de Castro son las
figuras más destacadas en su elaboración.
Durante la minoría de edad de Isabel II, tuvo lugar el estallido de la Primera Guerra
Carlista (1833-1840), ejerciendo la regencia Mª Cristina. Una de las causas fue la
cuestión sucesoria, los carlistas apoyaban a Carlos María Isidro (hermano de Fernando
VII) y por tanto la Ley Sálica, frente a los que respaldaban a Isabel como heredera por la
Pragmática Sanción; otra de las causas fue el enfrentamiento ideológico, el carlismo
defendía el Antiguo Régimen (“Dios, Patria y Rey”) y el mantenimiento de los fueros; por su
parte, el liberalismo defendía la soberanía nacional, la división de poderes y una política
centralizadora.
La Primera Guerra Carlista comenzó el 1 de octubre con el Manifiesto de Abrantes y se
desarrolló principalmente en el noreste peninsular donde se encontraban los principales
focos carlistas. El retraso en el envío de tropas por parte del gobierno isabelino permitió al
carlista Zumalacárregui, militar de carrera y experto en la guerra de guerrillas, tomar la
iniciativa. En 1835 Zumalacárregui controlaba la mayor parte de las Provincias
Vascongadas y forzado por Don Carlos se vio obligado a tomar Bilbao, donde cayó
mortalmente herido. El sitio de Bilbao fue levantado y durante los dos años siguientes la
guerra se mantuvo en una situación de equilibrio entre los dos bandos. Para salir de esa
situación que agotaba a la población campesina que mantenía a las tropas carlistas, Don
Carlos decidió emprender en 1837 una expedición militar con Madrid como objetivo.
Durante el transcurso de esta Expedición Real, los carlistas esperaban que el pueblo se
fuera sumando a su ejército, pero no ocurrió así, y ante la falta de efectivos suficientes
terminaron retrocediendo a sus bases del Norte. En 1838 el general Espartero, que dirigía
las fuerzas liberales, recibió los recursos necesarios para contar con un ejército numeroso
y bien equipado, iniciando una nueva campaña en el Norte, siendo su gran éxito la batalla
de Luchana. Mientras, en el bando carlista, el general Maroto, cansado y decepcionado por
la incapacidad del pretendiente, inició las negociaciones de paz. Finalmente, el 29 de
agosto de 1839, Maroto y Espartero firmaron el Convenio de Vergara que reconocía a
Isabel como reina legítima, concediendo a cambio el mantenimiento de los fueros y una
amnistía para los carlistas, incorporando a sus militares en el ejército gubernamental con el
respeto de sus grados y condecoraciones. No obstante, aunque Don Carlos cruzara la
frontera francesa, la guerra continuaría en el Maestrazgo durante un año más, pues el
general Cabrera no quiso deponer las armas.
Durante el periodo de la regencia, los gobiernos liberales desmantelaron el Antiguo
Régimen gradualmente. Los liberales formaron dos tendencias: la moderada de los
doceañistas, partidarios de la soberanía compartida (Rey-Cortes), y de conceder amplios
poderes al rey; y la progresista, cuyos integrantes también denominados exaltados o
veinteañistas, más radicales en su concepción liberal y partidarios de una nueva
Constitución más progresista, defendían la soberanía nacional y la limitación del poder del
rey.
La regencia de Mª Cristina (1833-1840) sirvió para que los liberales moderados retornados
del exilio, fueran afianzándose en la política. Así tras un primer gobierno presidido por el
absolutista Francisco Cea Bermúdez (1833) marcado por cierto inmovilismo y la necesidad
de ganarse a los liberales, María Cristina llamó a formar gobierno a Martínez de la Rosa,
un moderado que emprendió reformas como la promulgación del Estatuto Real de 1834
(tan restrictivo que solo los más conservadores lo aceptaron; en él figuraba respecto al
sufragio una base social muy limitada, pues las personas con derecho al voto solo
representaban un 0,13% de la población española, 16.000 personas sobre una población
total de 12 millones de habitantes.), Carta otorgada que no reconociendo la soberanía
nacional, se centraba en la reforma de las Cortes, que pasaron a ser bicamerales
(formadas por la Cámara de próceres, constituida por los Grandes de España y otros
designados de forma vitalicia por el monarca, y la Cámara de procuradores, elegida
mediante un sufragio censitario muy restringido). Esta tibia política de reformas provocó
tensiones y sublevaciones que hicieron dimitir a De la Rosa y terminaron por forzar la
llegada al poder del exaltado Mendizábal (al poco de llegar de su exilio en Londres) quien
comenzó tomando medidas para desmantelar el Antiguo Régimen, como la libertad de
imprenta o el decreto de desamortización de los bienes de conventos y monasterios del
clero regular, lo que supuso un enfrentamiento con la Santa Sede (retiró al nuncio de
Madrid). Estas medidas hicieron que la regente le destituyera, sustituyéndolo por Istúriz, lo
que condujo al pronunciamiento de los sargentos en la Granja, obligando a la entrega
del gobierno al progresista José María Calatrava (ahora con Mendizábal en la cartera de
Hacienda) y restableciendo la Constitución de 1812, rápidamente sustituida por un nuevo
texto aprobado en 1837.
Las Cortes proclamaron entonces la mayoría de edad de Isabel II con solo trece años,
iniciando el reinado efectivo (1843-1868). Daba comienzo así la Década moderada
(1844-1854), Narváez acometió distintas medidas: Se promulgó la Constitución de 1845,
más conservadora que la de 1837, soberanía compartida Rey-Cortes, Cortes bicamerales,
con sufragio censitario aún más restringido para el Congreso, y Senado vitalicio de
designación real. Durante este periodo se volvió al control de la Administración provincial y
local, se suprimió la Milicia Nacional, se llevó a cabo la reforma del sistema tributario del
ministro Alejandro Mon, se crearon el Banco de España y la Guardia Civil por el duque de
Ahumada en 1844 y se firmó el Concordato de 1851 con la Santa Sede. Con el aumento
del autoritarismo se funda el Partido Demócrata (1849) que reivindicaría el sufragio
universal, libertad religiosa o la instrucción primaria gratuita. Las denuncias por corrupción,
los escándalos financieros y el autoritarismo que llevó incluso a la suspensión de las
Cortes 1854, hicieron que las clases populares dieran su apoyo a un pronunciamiento en
junio de 1854 en los cuarteles de Vicálvaro, “La Vicalvarada”, pronunciamiento
encabezado por el general O´Donnell, al que se le uniría el general Serrano, todo ello
acompañado del Manifiesto de Manzanares como declaración de intenciones, redactado
por Cánovas del Castillo. Daría comienzo así el Bienio progresista (1854-1856) en el que
Isabel II entregó el gobierno a Espartero. Periodo durante el cual se restauraría la Ley de
Imprenta y la Milicia Nacional. Así mismo se elaboró la Constitución de 1856, non-nata.
En economía se aprobó la Desamortización de Madoz (1855) de bienes eclesiásticos y
municipales y la Ley de Ferrocarriles (1855). La oposición política y las crisis de
subsistencia contribuyeron a su dimisión.
De 1856 a 1868 se alternan, por un lado, los moderados de Narváez y, por otro, los
centristas de O´Donnell, con su partido la Unión Liberal (ala derecha progresista y ala
izquierda moderada). Si bien con O´Donnell se pretendió recuperar el prestigio
internacional con empresas militares en el extranjero, con Narváez en el poder, su política
de censura y represora (Noche de San Daniel), conduciría al Pacto de Ostende entre
progresistas, demócratas y republicanos, con el objetivo de destronar a la reina y convocar
Cortes Constituyentes. La muerte de Narváez y O´Donnell, aisló a la reina. En septiembre
de 1868 Prim y el almirante Topete inician “La revolución Gloriosa”, acompañados por
Serrano, sublevación que provocó la caída de Isabel II y abrió la esperanza de un régimen
democrático.
Este primer gobierno tomó medidas para estabilizar la revolución como la convocatoria de
Cortes constituyentes, con el objetivo primordial de elaborar un nuevo texto
constitucional, que se aprobó al año siguiente. Sería la Constitución de 1869, cuyas
principales características fueron la soberanía nacional, el sufragio universal directo
para los varones mayores de veinticinco años, la monarquía democrática, con un
ejecutivo más limitado y compartido con el Consejo de Ministros, con el legislativo en
manos de unas Cortes bicamerales (ambas cámaras, Congreso y Senado elegidos por
el cuerpo electoral) y el judicial reservado a los Tribunales. Dicha Constitución,
además, recogía una amplia declaración de derechos, reconociéndose por primera vez
los de reunión y asociación, libertad de imprenta y enseñanza, matrimonio civil…, el
Estado se declaraba aconfesional y se concedía la libertad de cultos religiosos.
El problema estaba en que declarando que España era una monarquía, aún no se sabía
sobre quién habría de recaer el trono.
Nada más llegar a España Amadeo se encontró con que el general Prim había sido
asesinado. (1) El general progresista había sido el principal apoyo del nuevo rey. Su
ausencia debilitó grandemente la posición del nuevo monarca, pues Amadeo se
encontró inmediatamente con un amplio frente de rechazo, formado por grupos
variopintos y enfrentados entre sí como los "alfonsinos", partidarios de la vuelta de los
Borbones en la figura de Alfonso, hijo de Isabel II; los republicanos, grupo procedente
del Partido Demócrata que reclamaba reformas más radicales en lo político,
económico y social, manifestando también un fuerte anticlericalismo, además de una
creciente agitación por parte del movimiento obrero.
A ello sumar conflictos que se desataron tales como la reanudación de la guerra carlista
(los carlistas, todavía activos en el País Vasco y Navarra se levantaron en armas en
mayo de 1872. Carlos VII, nieto de Carlos María Isidro, aprovechando el caos general,
llegó a establecer un gobierno en Estella) y la Guerra en Cuba (de 1868 también
conocido como "Guerra Larga", iniciada con el “Grito de Yara” y apoyada por Estados
Unidos, conflicto independentista que se cerraría con la firma de la Paz de Zanjón en
1878).
En este contexto, la alianza formada por unionistas, progresistas y demócratas, que había
aprobado la Constitución y permitido la llegada al trono de Amadeo, comenzó
rápidamente a resquebrajarse tras la muerte de Prim. Así, los dos años que duró su
reinado se caracterizaron por una enorme inestabilidad política.
Impotente y harto ante tantos frentes, Amadeo I presentó a principios de 1873 el Acta de
abdicación a la Corona española y regresó a Italia. Tras conocerse la noticia (el lunes
11 de febrero, por el diario La Correspondencia de España) de dicha renuncia, los
federales madrileños se agolparon en las calles pidiendo la proclamación de la
República. Sin otra alternativa, ante lo dificultoso de iniciar una nueva búsqueda de un
rey entre las dinastías europeas, las Cortes proclamaron la República el 11 de febrero
de 1873.
La Primera República
La República fue proclamada por unas Cortes en las que no había una mayoría de
republicanos, pero estos, con el apoyo de personalidades como la de Emilio Castelar o
Estanislao Figueras, supieron reconducir la situación en esta dirección. El Congreso de
los Diputados había sido rodeado por una multitud que exigía la proclamación de la
República y el peligro de insurrección estaba latente.
Los escasos republicanos pertenecían a las clases medias urbanas, mientras las clases
trabajadoras que optarían por dar su apoyo al incipiente movimiento obrero anarquista,
vieron más posibilidades en la República. No obstante, la debilidad del régimen
republicano derivó en una enorme inestabilidad política y condujo a sucesivas
dimisiones. Hasta cuatro presidentes de la República se sucedieron en el breve lapso
de un año: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar.
Los distintos gobiernos republicanos decidieron emprender una serie de reformas bastante
radicales que, en algunos casos, se volvieron contra el propio régimen republicano.
Estas fueron las principales medidas adoptadas: la supresión del impuesto de
consumos (la abolición de este impuesto indirecto, reclamada por las clases populares,
agravó el déficit de la Hacienda); la eliminación de las quintas; la reducción de la edad
de voto a los 21 años; la separación de la Iglesia y el Estado, dejando este de
subvencionar a la Iglesia; una reglamentación del trabajo infantil o prohibición de
emplear a niños de menos de diez años en el campo, fábricas y minas ; la abolición de
la esclavitud en Cuba y Puerto Rico; y un proyecto constitucional para instaurar una
República federal.
Este programa reformista se intentó llevar a cabo en un contexto totalmente adverso, que
afectaría a los sucesivos gobiernos de esta era republicana, teniendo que hacer frente
a los conflictos ya iniciados y mencionados como la Guerra carlista y la Guerra de
Cuba a los que se sumarían las sublevaciones cantonales. Los republicanos federales
más extremistas se lanzaron a proclamar cantones, pequeños estados regionales
cuasi independientes en Valencia, Murcia y Andalucía, sublevándose contra el
gobierno republicano de Madrid. La eclosión del cantonalismo procedía, en definitiva,
de la decepción por el escaso desarrollo de la República y su limitado alcance social.
El proyecto político de Cánovas se gestó durante el Sexenio, cuando Cánovas al frente del
Partido Alfonsino, consiguió que la reina en el exilio abdicara en favor de su hijo. Alfonso se
educó en la academia de Sandhurst; y desde allí, tras el golpe del general Pavía (enero
1874), hizo publicar el Manifiesto de Sandhurst (redactado por Cánovas), presentando la
restauración de la monarquía constitucional como la única solución a los problemas de
España. En diciembre de 1874, el general Martínez Campos protagonizó el pronunciamiento
militar en Sagunto, restableciendo la monarquía. Serrano dimitió de su cargo, para que
Cánovas actuase como regente hasta la llegada en enero del que sería el nuevo rey de
España, Alfonso XII.
Durante su reinado (1874-1885), Cánovas del Castillo estableció las bases para conseguir la
estabilidad política en el país. Los objetivos políticos del sistema canovista se centraron en:
- La pacificación del país. Era conveniente finalizar la tercera guerra carlista (1876) y la de
Cuba (Paz de Zanjón, 1878). Después se imponía que el ejército, protagonista político del
siglo XIX, volviera a los cuarteles y sirviera al Estado con independencia de quién gobernara.
Para conseguirlo, era necesario el control y el fraude electoral, que solía funcionar de la
siguiente manera: el rey encargaba la formación de gobierno al partido que le tocase, se
disolvían las Cortes y se convocaban elecciones; después desde el Ministerio de la
Gobernación se ponía en marcha el “Encasillado” (lista de diputados provinciales que debían
salir elegidos). La lista se imponía mediante presión, compra de votos de los caciques,
amenazas y, si no resultaba suficiente, se manipulaba el censo o las actas de resultados.
Estas prácticas antidemocráticas en el sistema caciquil, eran conocidas como “pucherazo”.
Durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885) el gobierno lo ejerció sobre todo el partido
conservador, salvo entre 1881-1884 que gobernó Práxedes Mateo Sagasta. Durante el
tiempo que estuvo Cánovas se restableció el Concordato con la Santa Sede, se restituyó a
militares depuestos, y se eliminó a los alcaldes y gobernadores civiles nombrados en el
Sexenio. Se promulgó la Ley de Imprenta (1879), se puso fin a la libertad de cátedra y se
prohibieron las asociaciones obreras.
Por lo que se refiere al nacionalismo vasco, a lo largo del siglo XIX, las sucesivas Guerras
Carlistas no supusieron sino derrotas para el pueblo vasco, tras las cuales se fueron
eliminando paulatinamente los fueros, en un complicado proceso que culminó con la Ley de
21 de julio de 1876, que supuso la definitiva liquidación del ordenamiento foral.
A finales de siglo surgiría un sentimiento nacionalista de base más radical y que tendría su
principal punto en un concepto racista y xenófobo de la sociedad, una raza superior: la vasca
y otra inferior la maketa, término despectivo para designar a los inmigrantes no vascos en su
mayoría obreros industriales (esta actitud racista implicaba la oposición al matrimonio entre
vascos y maketos). Su fundador fue Sabino Arana, ex carlista y profundamente católico, que
decidió enarbolar la bandera de la defensa de los fueros vascos, perdidos tras la derrota de la
sublevación carlista en 1876. A través de la revista Bizkaitarra expuso una ideología que
impulsaba el odio a España (números 16 y 31), el uso de la violencia para expulsar a los
maketos (número 21), incluso prefería la destrucción de Vizcaya antes de ver contaminada la
cultura vasca de ideas maketas. Arana fundaría en 1895 el Partido Nacionalista Vasco,
PNV, con aspiraciones independentistas, fundamentándose ideológicamente en un
integrismo católico (el lema del PNV será “Dios y Leyes Viejas”). Él fue, en definitiva, quien
diseño los fundamentos de ese proceso ideológico de euskaldunización, basados en
principios antropológicos (raza superior vasca), la promoción del idioma y de las tradiciones
culturales vascas, y la idealización de un mítico mundo rural vasco, contrapuesto a la
sociedad industrial "españolizada".
La influencia social del nacionalismo vasco fue desigual, extendiéndose sobre todo entre la
pequeña y mediana burguesía, y en el mundo rural. La gran burguesía industrial y financiera
se distanció del nacionalismo, y el proletariado, procedente en su mayor parte de otras
regiones españolas, abrazó mayoritariamente el socialismo. Desde el punto de vista
geográfico se extendió por Vizcaya y Guipúzcoa. Su influencia en Álava y Navarra fue mucho
menor.
Por lo que se refiere al movimiento obrero y campesino, con la Restauración las asociaciones
obreras pasaron a la clandestinidad hasta la aprobación de la Ley de Asociaciones de
1887. La AIT (Asociaciación Internacional de Trabajadores ) extendió sus redes por el país. El
movimiento obrero y campesino estaba escindido en dos corrientes, anarquista y socialista, y
en 1879 nacen también organizaciones católicas como el Círculo Católico de Obreros.
Los anarquistas se reorganizaron con la fundación de la Federación de Trabajadores de la
Región Española-FTRE (1881), con mayor presencia en Cataluña, Aragón, Valencia y
Andalucía. Las divisiones internas y la represión, les llevó a finales de los ochenta a un
activismo sindical y reivindicativo, en el que una minoría se radicalizó (Mano Negra).
Los socialistas, se reagruparon en torno al Partido Socialista Obrero Español, PSOE, fundado
en 1879 por Pablo Iglesias. Y ya en 1888 con la Unión General de Trabajadores como
sindicato del partido; cuyo objetivo era mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los
obreros, mediante la negociación, las demandas al poder político y la huelga. PSOE y UGT,
hasta comienzos del siglo XX fueron minoritarios, comparados con los anarquistas.
7.3. El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados Unidos. La crisis de 1898
y sus consecuencias económicas, políticas e ideológicas.
Durante el reinado de Fernando VII (1808-33) la mayor parte de las colonias españolas en
América habían obtenido la independencia formándose una serie de repúblicas
independientes gobernadas por una minoría, descendientes de españoles, los criollos. Tras el
movimiento independentista España solo poseía como colonias en América las islas de Cuba
y Puerto Rico que, junto con las Filipinas, la isla de Guam y Las Carolinas en Asia,
constituían los últimos restos del gran Imperio Español de la época de los Austrias. En 1823
el presidente norteamericano Monroe había respaldado este movimiento de independencia
en un famoso discurso donde, mediante la frase “América para los americanos” formuló la
política de su país respecto al resto de los territorios del continente, que fueron considerados
como territorios de interés para Estados Unidos.
Desde mediados del siglo XIX, los intereses comerciales norteamericanos se habían
intensificado sobre la isla de Cuba, aunque España mantuviera el monopolio comercial
tradicional sobre esta. Por ese motivo existía ya un movimiento que solicitaba una
liberalización económica y una mayor autonomía en lo político. El estallido de la Revolución
de 1868 en España alentó este movimiento, pero lo único que se ofreció desde España
fueron unas medidas liberalizadoras que los independentistas cubanos, criollos y mestizos,
consideraron insuficientes y plantearon constituirse en una República independiente. Pero los
españoles residentes en la isla, que se beneficiaban de la situación de monopolio, se
negaban a aceptar cualquier medida liberalizadora y exigían a Madrid una política más dura
frente a los independentistas. El conflicto degeneró en una guerra de diez años, la llamada
Guerra Grande (1868) que concluyó con la Paz de Zanjón (1878) firmada por el general
Martínez Campos tras conseguir la pacificación de la isla. España, además de conceder el
indulto a los insurgentes, se comprometía a permitir cierta intervención de los cubanos en el
gobierno interior de la isla. Algunos líderes del independentismo, como Maceo, rechazaron la
paz y siguieron trabajando por la independencia desde el exilio con el apoyo más o menos
encubierto de Estados Unidos, pero la calma se mantuvo en Cuba hasta 1895.
La paz solo fue una tregua porque, en la isla, la sociedad seguía estando dividida entre los
españoles, que querían la unidad, el monopolio y el proteccionismo; y los criollos, que
querían la autonomía dentro de la soberanía española y el libre cambio; y los mestizos que
querían la independencia de España. Cualquier intento de reforma en uno u otro sentido
chocaba con los intereses de algún sector de la sociedad española. Cánovas presionado por
su propio partido no facilitó el proyecto autonómico necesario.
Ante esta situación en 1895 la guerra vuelve a estallar. Estará dirigida por José Martí,
ideólogo y líder del independentismo cubano, que tras el conflicto anterior se había
trasladado a EEUU donde fundó el Partido Revolucionario Cubano, entrando en contacto con
otros líderes del independentismo cubano como Gómez y Maceo. Tras su muerte en
combate, la guerra continuaría dirigida por Gómez y Maceo, quienes optarían por una táctica
de guerrillas en las zonas rurales evitando el enfrentamiento con el ejército español, muy
superior. Nuevamente fue enviado Martínez Campos a sofocar la rebelión, pero ante su
fracaso fue sustituido por Weyler, que mediante la estrategia de compartimentar el territorio
mediante trochas consiguió reducir y ahogar a la guerrilla, para después llevar a cabo una
durísima represión. Cánovas trata de salir al paso intentando introducir algunas reformas que
resultarán insuficientes.
En España tanto la opinión pública como la mayoría de los almirantes ignoraron el hecho
cierto de que la escuadra americana era muy superior a la española, y se lanzaron a esta
guerra con un optimismo inconsciente. El gobierno, más consciente de la realidad, no podía
entregar la isla, considerada por la mayoría de los españoles como una parte de la nación,
sin luchar. El Almirante Cervera, encargado de dirigir la flota, sí que denunció públicamente el
hecho de que España no estaba preparada y fue tachado de cobarde y traidor, con todo se
dirigió a Cuba convencido del desastre. Así fue, la flota española era aniquilada en Santiago
de Cuba, mientras tropas estadounidenses invadían Cuba y Puerto Rico.
El otro escenario colonial fueron las Islas Filipinas, donde también habían aparecido
movimientos de carácter independentista y donde también los norteamericanos se
presentaron como sus libertadores. En Filipinas la escuadra fue destruida en una hora,
aunque la ciudad de Manila resistió unos meses. España, ante el desastre, pidió la paz. Por
el Tratado de París (10 de diciembre de 1898) España perdía Cuba, Puerto Rico y Filipinas,
que de forma más o menos velada, pasaron a depender de EEUU.
Pese a todo, el sistema de turno de partidos se mantuvo, con un pueblo resignado ante lo
irremediable. Pero sí que hubo un cambio en cuanto al status internacional del país,
convertido ya en una pequeña potencia regional que, de alguna forma, hizo renacer el
militarismo en un ejército derrotado.
La población tenía una distribución desequilibrada con un alto contraste entre la periferia
litoral, muy poblada y el centro peninsular escasamente poblado. Esta distribución se debe al
desigual desarrollo económico en la península que derivó en la acumulación de población en
las zonas más prósperas y de desarrollo industrial (Madrid, Cataluña y el País Vasco), debido
al exodo rural (motivado por la precariedad y las crisis de subsistencia mencionadas),
aunque también dirigido a las capitales de provincia, que se intensificó durante la época de la
Restauración. Madrid y Barcelona sobrepasarán en este periodo los 500 000 habitantes.
El desarrollo urbano fue considerable durante el siglo XIX, pero no alcanzó las cotas de los
países industrializados europeos. Entre 1850 y 1900 España duplicó su nivel de
urbanización, mientras países como Alemania lo multiplicaron por cuatro. El crecimiento
urbano estuvo ligado a las transformaciones llevadas a cabo por el liberalismo, caso de las
desamortizaciones que favorecieron un trasvase de población del campo a la ciudad, y por la
industrialización ya comentada.
Igualmente en las ciudades se crearon nuevos arrabales, generalmente sin ningún tipo de
planificación, para albergar a los obreros cerca de las fábricas. Se instalaron y ampliaron las
infraestructuras urbanas, el alcantarillado, la recogida de basuras, etc. La ciudad tuvo que
adaptarse a los nuevos tipos de transporte, tranvía, ferrocarril, etc. y se crearon grandes vías
de comunicación (Gran Vía madrileña).
Además del escaso papel de la agricultura hay que señalar otros factores del retraso, como
son: la inexistencia de una burguesía financiera emprendedora (que prefería inversiones en
tierra o en sectores como el ferrocarril, antes que en sectores industriales básicos como la
siderurgia), la dependencia técnica (patentes) o financiera del exterior (el capital extranjero
aprovechó la buena coyuntura para invertir en España, primero los franceses, los belgas y
después los ingleses), escasez de materias primas y la falta de coherencia en las políticas
económicas de los partidos políticos (oscilaciones del proteccionismo al liberalismo).